Palabras

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El primer gran descubrimiento del hombre sospecho que fue el fuego, el segundo debió ser sentarse alrededor a contar historias. Desde el hombre primitivo hasta el hombre actual; desde las primeras historias que contaba el chamán de la tribu a las fascinaciones y paranoias de la ciencia ficción, desde las pinturas rupestres a los blogs en Internet, siempre hemos caído seducidos por una buena historia. Pero, en ausencia de chamanes y fogatas para sentarse alredor, el responsable de guardar y a su manera contar las historias es ahora el libro. El hombre, a veces como la única libertad posible, ha elegido el sueño, la fantasía y la creación de mundos en su imaginación. Y todos esas ensoñaciones han ido a parar a los libros, en espera que les prestemos nuestra voz. Un libro, es pues, el eco de los sueños, a veces de un futuro mejor, de un pasado deslumbrante, otras de la belleza que la prisa de la vida moderna nos impide apreciar. Cuando leemos invocamos. Piensen en la lectura como un ritual que trae a la vida, aunque sea por un momento y sólo en nuestras cabezas, un sueño vivo, la voz de un soñador, un escritor. Podría hablarles horas, horas de las virtudes de la literatura, del conocimiento del mundo que aprendes, del autoconocimiento tan caro que se conquista, lo mucho que llegarán a comprender a las personas; podría pasar horas hablando de Borges, de Poe, Tolkien, Rushdie, Homero, Balzac, Murakami, Khayyam, de la magia irrepetible de leer por primera vez Crimen y Castigo, la Náusea, el Perfume, el Cantar de los Cantares, Don Quijote, de los mundos que les esperan entre las páginas, la Rusia de fines del siglo XIX, la Tierra Media, la India independentista, la Mancha y sus molinos, Japón feudal y París fantástico, ciertamente, puedo hablarles de magia sin fin. Pero será como hablarle de la luz a un ciego, de la música a un sordo, del shampoo a un calvo. Ciertamente, no me escuchen, experiméntenlo. Tomen un libro, por ejemplo, Hoja de hierba de Whitman y no sientan paz, o lean a Bradbury sin soñar y sin que se les rompa el corazón con Cioran u Omar Khayyam. Lean, sueñen, sean libres, yo no les puedo enseñar cómo, los libros sí. Lean.

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Discurso sobre la lectura

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El primer gran descubrimiento del hombre sospecho que fue el fuego, el segundo debió ser sentarse alrededor a contar historias. Desde el hombre primitivo hasta el hombre actual; desde las primeras historias que contaba el chamán de la tribu a las fascinaciones y paranoias de la ciencia ficción, desde las pinturas rupestres a los blogs en Internet, siempre hemos caído seducidos por una buena historia.Pero, en ausencia de chamanes y fogatas para sentarse alredor, el responsable de guardar y a su manera contar las historias es ahora el libro.El hombre, a veces como la única libertad posible, ha elegido el sueño, la fantasía y la creación de mundos en su imaginación. Y todos esas ensoñaciones han ido a parar a los libros, en espera que les prestemos nuestra voz.

Un libro, es pues, el eco de los sueños, a veces de un futuro mejor, de un pasado deslumbrante, otras de la belleza que la prisa de la vida moderna nos impide apreciar. Cuando leemos invocamos. Piensen en la lectura como un ritual que trae a la vida, aunque sea por un momento y sólo en nuestras cabezas, un sueño vivo, la voz de un soñador, un escritor.

Podría hablarles horas, horas de las virtudes de la literatura, del conocimiento del mundo que aprendes, del autoconocimiento tan caro que se conquista, lo mucho que llegarán a comprender a las personas; podría pasar horas hablando de Borges, de Poe, Tolkien, Rushdie, Homero, Balzac, Murakami, Khayyam, de la magia irrepetible de leer por primera vez Crimen y Castigo, la Náusea, el Perfume, el Cantar de los Cantares, Don Quijote, de los mundos que les esperan entre las páginas, la Rusia de fines del siglo XIX, la Tierra Media, la India independentista, la Mancha y sus molinos, Japón feudal y París fantástico, ciertamente, puedo hablarles de magia sin fin. Pero será como hablarle de la luz a un ciego, de la música a un sordo, del shampoo a un calvo. Ciertamente, no me escuchen, experiméntenlo. Tomen un libro, por ejemplo, Hoja de hierba de Whitman y no sientan paz, o lean a Bradbury sin soñar y sin que se les rompa el corazón con Cioran u Omar Khayyam.

Lean, sueñen, sean libres, yo no les puedo enseñar cómo, los libros sí. Lean.Y después, escriban, sueñen más, compartan. Sean inmortales. Recuerden y

háganse recordar.