Construir conocimiento de América Latina desde América Latina
Para una historia socialista de la América Latina
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Para una historia socialista de la América Latina
I
Formación capitalista y claudicación de la
burguesía brasileña
Ramon Rodrigues Ramalho
2
ÍNDICE
Prefacio……………………………………………………………………………3
1) Cuestiones epistemológicas: lenguaje y colonialidad………………………..7
2) Desarrollo subalterno, desigual y combinado: elementos generales……...20
3) La burguesía nativa: nacida del aborto.……………………………………38
4) La revolución nacional: la industrialización como norma del despojo…...52
5) Elementos del despojo……………………………………………………….85
6) Conclusiones parciales……………………………..……………………….103
Bibliografía…………………………………………………………………...106
3
Prefacio
La historia de “América Latina” es una historia de migraciones y mestizajes,
definida no por la voluntad de sus protagonistas sino preponderantemente por los ciclos
de parasitismo determinados por las necesidades de las economías centrales del
capitalismo, que de este modo se componen como el núcleo del eje externo definidor de
nuestra sociedad. Esta “América” de “latinos” nace a partir de la más bárbara de todas
las migraciones, la supresión bélica y la invasión cultural que es la Conquista ibérica.
Después de ocho siglos viviendo en condiciones semejantes al Estado de Naturaleza
descripto por la fantasía de Hobbes y Locke, y después de avasallar brutalmente al
litoral del continente africano haciendo su población migrar al interior (Bonfim, 2002a;
657-67), llegaron a las tierras vírgenes e indígenas con la más profunda sed, de oro, de
tragar lo que sea para el cumplimiento de la providencia y la voluntad del Rey, el
enriquecimiento inmediato aventurero. Sagaces, y con la importante capacidad de
adaptarse al medio y a las culturas que encontraban, los ibéricos fueron los únicos
europeos que tuvieron condiciones de empezar esta empresa del despojo (Holanda,
2002b). La Conquista implicó inmediatamente en el mestizaje entre los aventureros y
los autóctonos. Pero luego con el gigantesco movimiento migratorio ocasionado por el
esclavismo africano, tanto los mestizajes como el sistema del despojo se elevan a otro
nivel, amalgamados con diversos, extensos y profundos ciclos genocidas. En términos
cuantitativos podemos estimar en aproximadamente setenta millones de indígenas
masacrados por la espada, por la plaga o por la cruz (Galeano, 2010; 58), sumándose
además los millones de africanos que perecían en el camino entre el interior de África y
el desembarco en América, o que una vez instalados se suicidaban en masa (Bonfim,
2002a). Pero, en un cierto sentido, morir era una bendición. Pues en términos
cualitativos, además de la aculturación brutal que asesina a los pueblos indígenas, nunca
el ser humano se encontró en condiciones tan terribles como aquellas que tuvieron que
soportar los africanos en los navíos negreros o los indígenas en las minas de Potosí.
En este capitulo de la historia de la humanidad la barbarie superó a la
civilización. Eso vemos claramente haciendo un paralelo entre las fuerzas productivas
de toda Europa en aquellos tiempos con la producción de la vida en las complejas
civilizaciones indígenas. Por los años 1350 de la era cristiana, setenta y cinco millones
de europeos murieron debido a la “peste negra”, sobreviviendo los que adquirían la
fuerza de la inmunidad bacteriológica, elemento útil para la guerra biológica que
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desencadenarían como método del exterminio indígena. Pero, mientras Europa perdía a
un tercio de su población por no contar con sistemas de saneamiento básico, todavía hoy
vemos correr aguas canalizadas en las ruinas que restaron del imperio Inca. La
tecnología de la construcción que se asimila al morfoclima en vez de dinamitarlo, de los
cultivos que se integran con la naturaleza, se vio suprimida por el latifundio esclavista
monocultivado, la depredación del hombre y de la naturaleza para el drenaje de las
riquezas al exterior. Se instauró este tipo de sociedad en la cual “...existen las clases
sociales, y a la opresión de unas por las otras se la denomina el estilo occidental de
vida.” (Galeano, 2010; 22). “Nuestra comarca en el mundo, que hoy llamamos América
Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los
europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en
la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfecciona sus funciones.” (Galeano,
2010; 15).
Los conquistadores dieran lugar rápidamente a los colonizadores que, si bien no
dejaron de ser unos aventureros educados en la brutalidad, la cubrieron con una cierta
“cordialidad”. Por la evidencia de las circunstancias perdieron el mito del “regreso”
enriquecido a Europa para sentirse una elite nativa, aún que se identificaban como
siendo los “ibéricos en las Américas”. Pero, aunque no raro se oponían – también con
las armas – a los dictámenes de la metrópolis, las elites nativas se especializaron en
acomodarse a las imposiciones adaptativas sentidas desde las económicas centrales,
siendo ésta su característica predominante.
Así, en tanto “América Latina”, el continente se funda en esta forma específica de
colonia, por el pillaje de rapiña junto a la ostentación desmedida tal como por las
condiciones laborales infrahumanas y su tipo particular de resistencia. Se impone la
colonia como la marca más fuerte y más duradera de nuestra composición social
actual. “La tentativa de implantación de la cultura europea en extenso territorio dotado
de condiciones naturales, si no adversas, largamente extrañas a su tradición milenar, es
en los orígenes de la sociedad brasileña el hecho dominante y más rico en
consecuencias.” (Holanda, 2002b; 945). Las venas siguen abiertas y nuestra sangre
chorrea; una realidad que se puede superar pero nunca olvidar, pues podemos cicatrizar
al dolor secular, sin embargo esta marca compone parte de nosotros.
La conquista y la colonia dan la característica más larga y profunda de nuestra
composición social, erigiéndose como hilo conductor de toda la historia posterior, sea
en el comportamiento derrochador descomprometido de las elites nativas, sea en la
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constante agitación y resistencia de los oprimidos, sea en las actualizaciones del “pacto
colonial”. De cierto modo la realidad de la colonia nuca se terminó, si bien se alteró al
extenderse, perfeccionando en el tiempo los varios ciclos de rapiña, las diversas formas
de imposición, los sistemas complejificados del despojo, las migraciones e interacciones
culturales anteriores y las subsecuentes de ahí originadas. Nunca cesaron los
movimientos migratorios internos, generando nuevos intercambios étnicos, definidos
por las necesidades de producción ajenas a estas tierras. Este hilo conductor es la
historia de un saqueo descomunal a través de largos siglos, los desplazamientos y
fusiones culturales en la resistencia. Un mismo principio conductor se evidencia de
modo que se confunden los tiempos sin perder la esencia de este movimiento
intercontinental del despojo:
…aparecen los conquistadores en las carabelas y, cerca, los tecnócratas en los jets, Hernán Cortez y los infantes de marina, los corregidores del reino y las misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de las ganancias de esclavos y las ganancias de la General Motors. (Galeano, 2010; 22)” …una región de piratas, mercaderes, banqueros, marines, tecnócratas, boinas verdes, embajadores y capitanes de empresa norteamericana [que] se han apoderado, a lo largo de una historia negra, de la vida y del destino de la mayoría de los pueblos del sur, y que actualmente también la industria en América Latina yace en el fondo del aparato digestivo del Imperio. (Galeano, 2010; 326).
La determinación externa de las condiciones y características internas productivas
y poblacionales – lo que es idéntico a la imposibilidad de nuestro desarrollo interno,
pues faltoso de una real soberanía en un continente que existe para suplir las
necesidades ajenas –, es la determinación fundamental de nuestra historia pretérita y
presente, pero no futura, pues mientras seamos apenas un eslabón en el sistema mundial
del despojo no habrá futuro, sino apenas repetición actualizada en el presente del pasado
colonial. Se han conformado una cantidad de ciclos productivos y poblacionales que se
fueron acomodándose unos sobre los otros, luego, ciclos de migraciones y de
intercambios étnicos sobrepuestos, que para ser considerados exigen una construcción
analítica que dé cuenta de tales dinamismos continuados y sobrepuestos. A cada ciclo
parasitario propulsado desde el exterior corresponde una forma específica de
superexplotación que a su vez erigirán un modelo particular de subdesarrollo. Diferentes
ciclos de parasitismo determinan enormes desplazamientos poblacionales
desorganizados, para en seguida encontrarse con prácticas laborales odiosas. En el
campo, el éxodo sufrido para los que se van y el feudalismo a los que se quedan; en las
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ciudades, una urbanización hecha con el deshecho de las economías centrales, siempre
en los ritmos con que tales deshechos se desmoronan sobre nosotros. A su vez, la
brutalidad de las elites nativas es correspondiente con su posibilidad de ostentación. La
violenta expropiación originaria y continuada, después de cimentada se trastoca en
inalienabilidad de la propiedad privada. “En este mundo nuestro, mundo de centros
poderosos y suburbios sometidos, no hay riqueza que no resulte, por lo menos,
sospechosa.” (Galeano, 2010; 338).
La consecuencia inaudita pues absurda, de nuestra conformación social a partir de
necesidades ajenas, es seguir siendo unos “ocupantes” de estas tierras que no nos
pertenecen; seguimos siendo apenas tolerados en este trozo del mundo mientras
nuestros brazos y vidas puedan convertirse en riqueza ajena: “...somos todavía hoy unos
desheredados en nuestra tierra.” (Holanda, 2002b; 945).
Nuestra historia tiene una finalidad ajena que es el despojo. Para nosotros que
caminamos por superar esta condición, las migraciones y los mestizajes componen el
elemento más importante, pues en esta composición social germina los fundamentos
materiales y culturales de la segunda, y verdadera, Independencia. Si bien de cierto
modo todos los pueblos son “mestizos”, llamamos la atención para el fenómeno de la
multilateralidad étnica originada en Latinoamérica. Esta pluralidad étnica, por un lado,
unifica elementos de diferentes cosmovisiones, no de modo equitativo sino desigual, en
tanto lucha cultural, política y física. Por otro, coexisten diferentes cosmovisiones en
una misma región o un mismo microclima, como alrededor del lago Titicaca. De estas
combinaciones étnicas podemos apreciar varios de los gérmenes de la sociedad
porvenir, diferentes formas de sociabilización comunales. Definir al “buen vivir” como
finalidad de la sociedad imposibilita la lógica del capital basada únicamente en la
extracción de plusvalía. La llamada “economía social” propone a la “solidaridad” como
elemento social regulador por sobre el sistema de la concurrencia. Nos centraremos
ahora en explicitar la formación de la dominación burguesa en Latinoamérica, sabiendo
que este relato no será completo sin otro estudio sobre las formas de resistencia rumbo a
la superación de la de opresión, que prometemos para un futuro próximo.
Esta es la historia socialista de América Latina visto que es su historia formulada
desde la perspectiva del trabajo, el mismo punto de vista que se utiliza para superar al
capitalismo pues es de la perspectiva del trabajo que erige el paradigma de la
emancipación humana, la emancipación del hombre sobre su trabajo.
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1) Cuestiones epistemológicas: lenguaje y colonialidad
Nuestra intención en el presente trabajo es demonstrar la definición de la
formación capitalista y de clase burguesa brasileña. Nos centraremos para este fin, en el
estudio del momento crucial de la formación de la dominación burguesa en Brasil tal
como de su clase estrictamente burguesa, a saber, en el periodo de industrialización del
país que constituye su “Revolución Burguesa”. En los límites de una empresa
intelectual inicial, intentaremos captar la formación capitalista brasileña en su punto
nodal de convergencia con aquellos rasgos que juzgamos extensibles a la historia
general del capitalismo en América Latina. Por tanto, más que las especificidades de la
burguesía brasileña frente a las otras burguesías latinoamericanas, buscaremos sintetizar
la diferencia specifica de la formación burguesa de América Latina, pero centrándonos
para esto en el análisis de la formación particular de Brasil. Lo haremos a partir de
textos que consideramos clásicos en el análisis histórico-sociológico de los macro-
movimientos seculares. Fundamentalmente tomaremos el estudio específico sobre la
formación de la burguesía brasileña realizado por el más notable y comprometido
exponente de la Teoría de la Dependencia, Florestan Fernandes, principalmente su libro
A revolução burguesa no Brasil. También sumamos como argumento central aquel que
sea quizás el texto más importante de la historiografía latinoamericana, sea por su
comprometimiento explicito, sea por la unidad necesaria realizada entre poesía e
historiografía, sea por su perspectiva plena de la Patria Grande, el libro de Eduardo
Galeano Las venas abiertas de América Latina. Ambos libros fueron escritos a
principios de la década de 1970 y son proféticos sin querer serlo. La “profecía” está en
la compresión del desarrollo capitalista dependiente. No es el intento del presente texto,
por lo tanto, presentar una lectura enteramente nueva, sino más bien una explicación o
sistematización nueva de una lectura ya hecha y acertada. Cuánto de esta narrativa cabe
a cada país latinoamericano en sus especificidades contiene el debate que dará los frutos
de un pensamiento autónomo idéntico al camino que nos hará libres
El lenguaje, siempre forma imperfecta, de algún modo insuficiente para designar
las especificidades de una vida tan múltiple, dinámica, que parece infinita en
posibilidades; el lenguaje aparece inmediatamente como una forma de interacción, de
comunicación, de testimonio, de documentación, pero es sobretodo una batalla cultural
y simbólica inmemorial, desde la imposición de la cultura escrita sobre la cultura oral
hasta la inversión entre palabra y contenido que vemos actualmente. Antes que una
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forma de transmisión cultural a través de las generaciones, es una forma de dominación
cultural a través de las generaciones. Llamamos nuestro hogar de “América Latina”,
exaltando, al colmo de la falsificación, a Américo Vespucio como el “descubridor”, tal
como invocando como nuestra una lengua europea muerta.
La lucha cultural ya empieza en la sobreposición de la cultura escrita a la oral, que
es juzgada como inferior en el discurso hegemónico vigente, sin embargo cercenada por
fuertes límites. La confianza en la escritura no produce a la “memoria” sino la
“rememoración” en tanto “trabajo interminable de contextualización y de
recontextualización en que consiste la lectura”, siendo así apenas una “memoria por
defectos”, pues siempre recurriendo a la escritura para recordar algo, haciéndose
pensamiento “regresivo” y conocimiento por “retrospectiva” (Ricouer, 2000:184a221).
Cuando la escritura se convierte en una técnica especializada, si bien se permite la
profundización del conocimiento, se posibilita también la monopolización del “capital
simbólico” de un área del conocimiento y la mecanización del discurso correspondiente.
Los sociólogos y los historiadores, presentan muchas veces un lenguaje en códigos, lo
que salta a la vista en el caso del lenguaje de la “Justicia” y sus tribunales. La
especialización del lenguaje crea un “lenguaje hermético” escondido en la erudición,
elevando la “incapacidad de comunicación” en “categoría de virtud intelectual”. Por
otro lado, es conformista el “lenguaje que mecánicamente repite, para los mismos oídos,
las mismas frases hechas, los mismos adjetivos, las mismas fórmulas declamatorias.”
Esta “literatura de parroquia” está “tan lejos de la revolución como la pornografía está
lejos del erotismo.” La memoria como retrospectiva, que “estudia historia como se
visita un museo y esa colección de momias es una estafa”, significa la memoria
selectiva interesada en la invasión cultural del oprimido, obligándolo a hacer suya
“…una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a
vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible.” (Galeano, 2010; 340).
El uso de la lengua imputa varias jerarquías epistémicas en el ordenamiento
cotidiano del mundo, imponiendo una “colonialidad” también en la construcción del
pensamiento. Como
…el pensamiento científico se posicionó como única forma válida de producir conocimientos y Europa adquirió una hegemonía epistémica sobre todas las demás culturas del planeta […] todos los conocimientos humanos quedaron ordenados en una escala epistémica que va desde lo tradicional hasta lo moderno, desde la barbarie hasta la civilización, desde la comunidad
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hasta el individuo, desde la tiranía hasta la democracia, desde oriente hasta occidente. (Castro-Gómez, 2005;74). Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación (Galeano, 2010;16).
La dominación en tanto “elemento ideológico o representacional” se basa en la
“construcción de un discurso” o de un imaginario sobre el “otro” que asienta como
“normal” las identidades formadas en la dicotomía “dominadores/dominados” o
“colonizadores/colonizados”, no apenas como “lugares geográficos” sino como “formas
de vida”, acrecentando un grado de naturalidad “racial” en la composición norte-sur
hegemónica actual. Con la Ilustración se construye una “identidad europea unificada” a
partir de su “imagen autocentrada” definida en contraposición al “otro” puesto como
objeto del conocimiento, es decir, se propaga y se fija como formación identitaria a
partir del prejuicio frente al otro. Obviamente es una definición que se basa en
“estructuras objetivas: leyes de Estado, códigos comerciales…”, pero que contiene su
estrategia de construcción en elementos simbólicos, como la filosofía de la historia que
busca en el pasado del mundo asiático los orígenes, los “momentos preparatorios” para
la emergencia de la “triunfante civilización europea” y de la “racionalidad moderna”,
pues si la civilización empezó en Asia, “…sus frutos fueron recogidos por Grecia y
Roma”. La resurrección del derecho romano o de la lógica griega como vinculación
directa con la civilización actual fueron elementos para la burguesía suprimir al antiguo
régimen, borrando los mil años de Edad Media. Sin embargo, se estipuló de un lado, la
“cultura occidental” como la parte activa, creadora y donadora de la racionalidad, de la
disciplina y de conocimientos universales, y de otro, “el resto” “representadas como
elementos pasivos”, pre-racionales, espontáneos, imitativos, “dominado por el mito y la
superstición, luego “receptores de conocimiento” sin otra misión que “acoger” el
progreso, la modernidad y la civilización europea. Así, esta concepción de la historia
deslegitima la coexistencia espacial de diferentes culturas al ordenarlas de acuerdo a un
“esquema teleológico de progresión temporal”, a través de la estética y de la erudición,
elaborando una distinción geopolítica básica del mundo (centro/periferia) fundada en
una división “ontológica” entre las culturas, en una maquinaria del “saber/poder” que
termina por lograr declarar ilegitima la “existencia simultánea de distintas “voces”
culturales y formas de producir” (Castro-Gómez, 2005). Unos nacieron “naturalmente”
para dominar otros para ser dominados. El “colonialismo mental, uno de los legados
más dramáticos de la era colonialista en América Latina…” establece que el
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conocimiento local es inútil y desnecesario pues existe un conocimiento universal, un
pensamiento único, y este podía ser importado de Europa…” (Bruckman,2009;1)
Pero las resistencias de los pueblos y los cambios en los contextos de dominación
exigen, que el imperio “reactualice” su “dominación epistémica” bajo un formato
“posmoderno”. El imperio posee hoy sus expertos en la dominación epistemológica,
“agentes capaces de producir y administrar conocimientos e informaciones” (Castro-
Gómez, 2005;80). Tal como los “asesores” internacionales con sus “planes” económicos
o en las fábricas los “gerentes de recursos humanos”, que logran llamar de “autonomía”
lo que es subordinación y “flexibilidad” lo que es precarización laboral (Figari, 2009).
La disociación entre palabra y contenido es una la faz moderna (o “posmoderna”)
de la dominación epistémica. Cuando la UNESCO en 2003 reconoce a las comunidades
indígenas, ella dirige un “…cambio en las representaciones sobre el otro. ¿En qué
consiste este cambio?” La tolerancia frente a la diversidad cultural se convierte en valor
“políticamente correcto” “en tanto que esa diversidad pueda ser útil para la
reproducción de capital.” Así, la biología moderna “…empieza a descubrir que los
sistemas locales de conocimientos son complementos útiles.” (Castro-Gómez, 2005;86).
La ciencia o la técnica no pueden ser neutrales, pues la producción del conocimiento y
su aplicación están determinadas por las condiciones político-económicas que la
impulsan y direccionan. Las palabras bonitas, muchas veces retiradas de los
vocabularios contra-hegemónicos, se trastocan así en una forma recontextualizada de la
opresión que al principio parecen combatir.
Una terminología difusa, sin definición exacta, será utilizada en la confección de
toda una “racionalidad de lo vago” (Tanguy, 2003), produciendo un “lenguaje
envenenado” de “palabras transgénicas” que mueren en el mismo momento que son
pronunciadas, orientando la negación de nuestra identidad y de la historia de los
pueblos, tal como la implantación de una cultura hegemónica. La utilización de ciertas
palabras direcciona el resultado final de nuestras acciones (Comelli, 2010)
La civilización es presentada como monopolio europeo, imposibilitando pensar en
otros paradigmas civilizatorios alternativos al capitalismo. Pero en su esencia macro-
histórica el proceso civilizador significa la automatización del pudor en tanto
inculcación de miedos y vergüenzas (Elias, 1993). La educación y la ciencia instauran
“aparatos disciplinarios que permitieran normalizar los cuerpos y las mentes para
orientarlos hacia el trabajo productivo” tal como construyendo el perfil de sujeto
“normal” o del “trabajador-padrón” (Castro-Gómez, 2005;67).
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La igualdad y la libertad derivan de la ley del valor para el intercambio de mercancías:
“el intercambio de valores de cambio es la base productiva, real, de toda igualdad y libertad.”
Estas, como ideas puras, “…son meras expresiones idealizadas de aquél al desarrollarse en
relaciones jurídicas, políticas y sociales; estas son solamente aquella base elevada a otra
potencia” (Marx, 2007, p.183). Iguales cantidades de trabajo social necesario dan valores de
una misma magnitud que pueden ser intercambiados entre sí, luego, son “iguales”. Un
individuo que posea una cantidad de valor, es libre para intercambiarlo por cualquier suma
equivalente de valor encarnada en otra especie de mercancía; no la toma por la fuerza sino
que la intercambia por su equivalente. De la “…relación en la cual están presupuestos como
iguales y se confirman como tales, a la noción de la igualdad se agrega la de la libertad.”
(Marx, 2007, p.181-3). La relación entre la ley del valor y la igualdad se distancia y se opaca
de la misma manera que el valor se distancia del dinero y del precio, hasta parecer invisible,
sino absurda, su conexión. La idea de la igualdad entre los hombres se deriva de la realidad de
la igualdad entre las cosas, luego una noción reificada de igualdad y libertad, visto que son las
cosas que poseen real libertad y el hombre apenas la consciencia de ella. “Al adquirir la idea
de igualdad humana la consistencia de una convicción popular, es que se puede descifrar el
secreto de la expresión del valor, la igualdad y la equivalencia de todos los trabajos, por qué
son y en cuánto son trabajo humano en general” (Marx, 1968, p.68).
Pero, quizás no haya palabra con mayor poder performativa que el desarrollo.
Importado desde la biología, la noción de desarrollo significa el proceso en el cual se
liberan las potencialidades de un organismo vivo “hasta alcanzar su forma naturalmente
completa.” En el discurso de investidura de Harry Truman, el presidente de Estado
Unidos designa por oposición la existencia de una parte del mundo “que
instantáneamente se convirtió en subdesarrollado”, transformando a miles de pueblos
originarios en “indios” y más de la mitad de la población terrestre dejó “…de ser lo que
eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de
otros…”, es decir, en pueblos subdesarrollados. Trasladada al ámbito social, la idea de
desarrollo impone la existencia de un proceso preestablecido que por naturaleza debe
darse en las poblaciones “subdesarrolladas” para alcanzar un estadio de plena
existencia, pues tales sociedades “poseen el potencial” de “transformarse a imagen y
semejanza” de los países centrales, lo que implica, a su vez, la posesión de los últimos
de la certidumbre acerca de las metas necesarias pues ‘ellos’ ya conocen al “final del
camino” hacia el desarrollo (Comelli, 2010). La realidad, sin embargo, reveló que el
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desarrollo es un “viaje con más náufragos que navegantes”; “…un banquete con escasos
invitados, aunque sus resplandores engañen…” (Galeano, 2010; 320).
Los Estados nacionales subalternos, por 1960 y 1970, asumen a la modernización
como un “continuum en el cual el subdesarrollo era la fase inferior del desarrollo pleno”
y determinarán a su “desarrollo” de acuerdo con sus “indicadores de industrialización”,
evidenciando que él depende del despegue del sector industrial, lo cual redundaría
“naturalmente” “…en un aumento del ingreso per capta, de los índices de alfabetización
y escolaridad, de la esperanza de vida, etc.” Las poblaciones deberían entonces ser
objeto de planificación siendo su agente privilegiado el Estado (Castro-Gómez,
2005;78). A partir de tal designación se pone “en marcha un vasto andamiaje de
instrumentos llamados a corregir el supuesto desfasaje”, que a su vez generan, siguiendo
con la metáfora biológica, varias “recetas” unívocas para “aplicar dosis justas de capital
y tecnología”. En este sentido surgen los organismos financieros internacionales
instrumentalizando diversos elementos del despojo, los “consensos” sobre el “carácter
del intercambio comercial, la implementación de programas y el incentivo de proyectos
de crecimiento”, siendo la “disponibilidad” de recursos naturales una necesidad obvia
para aquellos países que poseen reservas y buscan al desarrollo (Comelli, 2010;19).
Tanto desarrollo como progreso significan en verdad la penetración del capital
extranjero y su dominación por sobre el sistema productivo, comercial y bancario de los
países hospederos, que sirve para la capitalización de las empresas extrajeras a partir del
drenaje, la sangría y el despojo de tales economías hospederas, significando apenas
progreso, acumulación real, para los capitales de los países centrales del capitalismo.
En este sentido, la democracia no es más que el modelo político de la dominación,
garante de la estabilidad gubernamental que asegura la necesaria libertad para los
capitales: dicen haber “democracia” donde no hay más que “autocracia” (Fernandes,
2002c:1731). Lo que llamamos hoy de información no significa más que la
multiplicación de datos, presentados de modo a encubrir más que a evidenciar la
realidad, siendo comunicación la saturación de nuestra subjetividad con valores
alienantes, que más bien nos mantiene incomunicados pues presos a la estética de la
mercancías (Haug, 1997). La “seguridad” se resume en la práctica de la criminalización
de la pobreza y la maximización del Estado penal, tal como la judicialización de la
protesta y la militarización de los territorios donde las poblaciones resisten su saqueo.
Son terroristas los que combaten al sistema capitalista, el despojo y el saqueo legal,
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siendo la justicia estas leyes que reprimen aquellos que no se encuadran en la lógica del
valor. Finalmente, la ideología de los vencedores se llama “cultura universal”1.
La división internacional del trabajo significa la división de la extracción de
plusvalía, visto que la producción capitalista en general puede ser considerada como si
fuera una única empresa, de la cual cada capitalista saca lo correspondiente a la cantidad
de acciones que puso en el botín: la división internacional del trabajo consistente “…en
que unos países se especializan en ganar y otros en perder” (Galeano, 2010; 15).
Desde este punto de vista, las empresas son “multinacionales” apenas en la
medida en que, desde los cuatro puntos cardenales, arrastran grandes caudales de
recursos naturales y trabajo ajeno a los centros del poder del sistema capitalista. Son
“multinacionales” porque operan en muchos países, porque drenan el trabajo explotado
de múltiples países: “…pero bien nacionales, por cierto, en su propiedad y control”
(Galeano, 2010;205y341). Como tales empresas son controladas por capitales
originados de pocos o un país, son más bien, por tanto, corporaciones transnacionales.
Estas empresas, sus gobiernos y organismos financieros, realizaron diversas
“particiones del mundo”, pudiéndose por tanto hablar de “centros y periferias” en lo que
atañe a la historia del desarrollo capitalista, es decir, desde el punto de vista del capital.
En la división internacional de la expropiación del trabajo ajeno hay países que
prevalecen como hegemónicos, pues imponen los rumbos de este desarrollo,
influenciando rapazmente en el plan capitalista mundial, sea trabando o
desproporcionando la competencia entre empresas, países y hemisferios.
Si bien tomaremos esta nomenclatura dicotómica entre “centro y periferia” de la
Teoría de la Dependencia para explicar la “satelitización” de la economía
latinoamericana, deberemos considerar su otra terminología central, la del “desarrollo
dependiente”, pues también las economías centrales dependen fundamentalmente de sus
parasitismos para su propio desarrollo capitalista.
“La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los
pulmones necesitan el aire”; no puede prescindir“…de los abastecimientos vitales y las
jugosas ganancias que le llegan desde el sur.” (Galeano, 2010; 175y269). Si bien es
profundamente correcto que un desarrollo autónomo no podrá darse en América Latina
sin romper con las amarras del imperialismo y del latifundio, como lo pregonan Celso
Furtado, Caio Prado Jr y Florestan Fernandes, preferiremos proponer la dicotomía
1 Definición colectivas originadas del 1º Juicio ético a las Transnacionales, realizado en octubre/noviembre de 2011 en Buenos Aires, Argentina.
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“desarrollo subalterno/autentico”, menos porque sean las economías centrales realmente
“autenticas” sino porque dan la dirección general y imprimen al mundo una civilización
a su “imagen y similitud”, pero también porque para nosotros la fuerza de tal palabra
puede simbolizar la superación del desarrollo subalterno, por uno autentico, luego
anclado en las formaciones societarias autóctonas. Hecha la crítica parcial y de ella
apenas una propuesta, no escaparemos al uso de la palabra “dependencia”, encontrada
en abundancia en la base teórica de nuestra exposición. Resta apenas agregar que al
decir “centro”, “países” o “economías” “centrales”, se refiere sintéticamente al “anillo
autoperpetuador” formado entre las transnacionales, los gobiernos de las naciones que
albergan las casas matrices de las transnacionales y los organismos financieros
internacionales: “…la sociedad civil, articulada alrededor del poder económico, asegura
la dominación capitalista sobre el Estado político y, a través de éste, sobre el conjunto
de la sociedad, formando así un anillo autoperpetuador” (Chasin, 2000, p.93).
Además, cuando decimos desarrollo “subalterno” hacemos referencia únicamente
al tipo de desarrollo capitalista y de dominación burguesa que se formó en América
Latina, una vez que fue una opción negociada y una claudicación consciente de la
burguesía nativa, que así, de modo subalterno, se forma en tanto burguesía. Las
personas o grupos que tildan al trabajador de sumiso o subalterno, normalmente son las
mismas que nunca se levantan para ayudarlo, ignoran completamente las formas propias
de manifestación popular y – tal como la izquierda ortodoxa – esperan ver en nuestro
continente la conflagración de las mismas insurgencias clásicas que se dieron en
Europa, ignorando lo diferencial del desarrollo histórico de cada continente. Si nuestra
formación económica es subalterna no lo es el pueblo, que resistió a la claudicación
burguesa. Jamás se podrá decir que es subalterno el obrero, el indígena, el esclavo o el
campesino, que han demostrado tanto las clásicas formas europeas de resistencia así
como han desarrollado otras enteramente novedosas que exigen un indispensable
estudio a parte, profundizando la especificidad de la resistencia popular, sin el cual la
historia latinoamericana resultaría fatalmente incompleta. Entender los elementos de la
opresión y las formas de resistencia y de agitación constante imbricadas en las diversas
cosmovisiones presentes en los pueblos latinoamericanos; la invasión cultural, la
formación de un complejo del oprimido que se asienta en la formación de un “sujeto de
derechos” pasivo, hoy visto en el asistencialismo, etc., son consideraciones
fundamentales para comprender las particularidades de la lucha popular emancipatoria.
15
Si por un lado, el aspecto material de la dependencia se encuentra en los ciclos
con ritmos variados que determinaran la desconcentración productiva en sentido centro-
periferias, los ciclos de producción extractivista mineral, animal y vegetal, la
penetración y dependencia del comercio extranjero (comunicación y transportes), por
otro, destacando la “dimensión cognitiva y simbólica de ese fenómeno” nos
encontraremos con la creación de “un imaginario sobre el mundo social del “subalterno”
(el oriental, el negro, el indio, el campesino)”, inculcando “paradigmas
epistemológicos” que generan “identidades (personales y colectivas) de colonizadores y
colonizados.” Pero, “…¿qué pasaría si la genealogía del Imperio tomase como punto de
referencia la economía-mundo [?]…”, en sustitución de un “plano de trascendencia
local por un plano de trascendencia mundial.” Entendiendo a la Conquista ibérica en
tanto importante eslabón en la constitución del modo de producción capitalista en
Europa, vemos que la situación “colonial” de los países latinoamericanos no se
contrapone a la situación de “modernidad” europea o estadunidense, sino que ambos se
complementan. Tomando al “…surgimiento de la economía mundial en el siglo XVI no
sólo tendríamos una fecha de nacimiento precisa (12 de octubre de 1492) sino, también,
un esquema de funcionamiento específico: la mutua dependencia entre colonialidad y
modernidad.” A raíz del descubrimiento de América y del intercambio derivado se pudo
“…administrar un sistema internacional de comercio que rompió en mil pedazos los
[…] límites de la antigua organización feudal o gremial”. Así, el “…dominio económico
y político de Europa en la economía-mundo se sostuvo sobre la explotación colonial y
no es pensable sin ella.” Por tanto, la formación capitalista en general ya posee una
“heterogeneidad estructural” en que lo moderno y lo colonial son fenómenos
simultáneos en el tiempo y en el espacio.” Por tanto, relaciones de producción arcaicas
se mezclan con la producción estrictamente capitalista, no por un engaño o accidente,
sino como componente necesario de este tipo de desarrollo capitalista. Pero la acepción
de “desarrollo” y “progreso” aquí criticada trabaja para hacer el tradicional y el
moderno fenómenos sucesivos en el tiempo (Castro-Gómez, 2005;14y76).
Es en éste sentido que creemos usar Mariátegui (1994) el término “feudal” o
“semifeudal” para designar la subsistencia de elementos arcaicos, un tanto cuanto
bizarros, en la economía capitalista principalmente rural. No se trata del trasplante o de
la mezcla entre elementos de los modos de producción autóctonos con los europeos,
sino que la implantación de la colonia en tanto eslabón del mercado mundial en
constitución del capitalismo naciente, se dio a través de la reformulación de un “orden
16
señorial” en decadencia en Europa, el renacimiento de la esclavitud a mucho extinguida
allá, un modelo productivo basado en rasgos generales en el latifundio, el monocultivo y
la esclavitud, que si no es idéntico al feudalismo europeo, en mucho se asemeja al
“Ancien Régime”. Los puntos de extractivismos no son la transposición mecánica del
feudalismo a nuestras tierras, pero poseen elementos similares al patrimonialismo,
patriarcado y mandonismo feudal; la asignación de vastas extensiones a un individuo, el
monopolio de los medios de vida y de trabajo concentrados en la hacienda, etc.,
conferían a los terratenientes poderes similares al del “señor feudal”. Mariátegui, en este
sentido, ya sostenía que la forma combinada de producción capitalista que encontraba
en Perú era una consecuencia necesaria y no casual del tipo de desarrollo subalterno,
una vez que la colonización de América Latina se inserta en el esquema mundial de
producción capitalista.
El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria. Pisándoles los talones, hace su aparición la guerra comercial entre las naciones europeas, con la redondez de la tierra como escenario (Marx, 1978a;638). De ahí que el aumento en el suministro de los metales preciosos a partir del siglo XVI constituya un factor esencial en la historia del desarrollo de la producción capitalista. (Marx, 1978b;307). Los habitantes de las ciudades comerciales importaban de países más ricos refinadas mercancías manufacturadas y costosos artículos suntuarios, alimentando así la vanidad de los grandes terratenientes, quienes compraban ávidamente estas mercancías, pagando en cambio grandes cantidades del producto en bruto de sus tierras. De ese modo, en esos tiempos el comercio de una gran parte de Europa consistía en el intercambio del producto en bruto de un país por los productos manufacturados de otro país de industria avanzada...” (Marx apud A.Simith; 1978b;318) La esclavatura directa, bien como las máquinas y el crédito, etc., son el punto de apoyo de nuestra industrialización actual. Sin la esclavatura no tendríamos algodón, sin algodón no tendríamos la industria moderna. Fue la esclavatura que dio valor a las colonias, fueron las colonias que crearon el comercio mundial, fue el comercio mundial que constituyó la condición necesaria de la gran industria mecánica. (Marx, 2001;182)
“Bajo el sistema colonial prosperaban como planta en estufa el comercio y la
navegación.” Por un lado, las colonias mandan sus riquezas a las metrópolis; por otro
incrementan la demanda de productos manufacturados, formando así un pacto colonial
que no pudimos romper hasta los días actuales. “La colonias brindaban, además de
17
materia prima, mercado para los productos manufacturados, que acumulaban capital
intensivamente gracias al régimen de monopolios…”. Así, las "sociedades monopolia",
como decía Lutero, constituían poderosas palancas de la concentración de capitales,
como la Compañía inglesa de las Indias Orientales. “El sistema proteccionista era un
medio artificial de fabricar fabricantes, de expropiar trabajadores independientes, de
capitalizar los medios de producción y de subsistencia nacionales, de abreviar por la
violencia la transición entre el modo de producción antiguo y el moderno.” (Marx,
1978a;640y651). Así como el sistema de monopolios fabricaba capitalistas en las
metrópolis, el sistema colonial fabrica asalariados en las colonias (teoría de Wakefield).
“Los tesoros expoliados fuera de Europa directamente por el saqueo, por la
esclavización y las matanzas con rapiñas, refluían a la metrópoli y se transformaban allí
en capital.” (Marx, 1978a;640). Con el sistema colonial se desarrollan las deudas
públicas, un sistema de crédito público, impuestos abrumadores, proteccionismo, su
comercio marítimo y la competencia (guerras) comerciales, etc.; “…estos vástagos del
período manufacturero propiamente dicho experimentaron un crecimiento gigantesco
durante la infancia de la gran industria.” (Marx, 1978a;646). Si el dinero, como dice
Augier, "viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla" el capital lo hace
“chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies.”
Como vemos, asentamos epistemológicamente a la historia de la sociedad civil
como base de la historiografía real, los diversos momentos que atraviesa la sociedad
civil como el fundamento de la historia. La expresión “sociedad civil” aparece en el
siglo XVIII y significa todas las relaciones de determinación recíprocas entre las fuerzas
productivas de un momento dado y los intercambios correspondientes, que
inmediatamente desarrollan una organización social. “La forma de intercambio
condicionada por las fuerzas de producción existentes en todas las fases históricas
anteriores y que, a su vez, las condiciona, es la sociedad civil.” La sociedad civil abarca
“todo el intercambio material de los individuos”, “toda la vida comercial y industrial”,
“en el interior de un dado momento de desarrollo de las fuerzas productivas”, “partiendo
para ello de la producción material de la vida inmediata”, que vemos en la “vida usual”
tanto como en “la actitud de los hombres hacia la naturaleza”, visando explicar la
“organización social que se desarrolla inmediatamente a partir de la producción y del
intercambio (que forma en todas las épocas la base del Estado […] y, en este sentido,
ultrapasa el Estado y la nación…” (Marx, 1986; 52-3). En la sociedad mostrase “una
conexión materialista de los hombres entre si, condicionada por las necesidades y por el
18
modo de producción”, esta “suma de fuerzas productivas, capitales y formas de relación
social con que cada individuo y cada generación se encuentran como con algo dado”,
como un “resultado material”, sucediéndose las “diferentes generaciones, cada una de
las cuales explora los materiales a ella transmitidas por las generaciones anteriores”,
“persigue en condiciones completamente diferentes la actividad precedente, en cuanto,
por otro lado, modifica las circunstancias anteriores a través de un actividad totalmente
diversa”, que asume “incesantemente nuevas formas y presenta, por tanto, una “historia
[…] una actitud históricamente creada de los hombres hacia la naturaleza y de los unos
hacia los otros, que cada generación transfiere a la que le sigue” (Marx, 1986; 42y70).
En este sentido podemos ver, en sus rasgos generales, a la historia de la formación
capitalista en la sociedad brasileña desde tres tipos de dominación: un orden señorial
desde la colonización hasta principio del siglo XIX, de ahí un orden aristocrático
(“neocolonial”) hasta la “emergencia y expansión del capitalismo dependiente”, primero
en un orden oligárquico-burgués desde 1870 hasta cera de 1900 y en seguida un orden
burgués-oligárquico que rige hasta hoy (Fernandes, 2004b;364). El orden señorial de los
primeros tiempos de “América Latina” sirvió como elemento hegemónico de supresión
de los modos de producción originarios, disolviéndolos, tal como en Europa, por la
fragmentación y separando al trabajador de los medios de trabajar: “…la relación
señorial y la relación de servidumbre corresponden a esta fórmula de la apropiación de
los instrumentos de producción y constituyen un fermento necesario del desarrollo y de
la decadencia de todas las relaciones de propiedad y de producción originarias, a la vez
que expresan también el carácter limitado de éstas.” (Marx, 1978b;462). Así, visto que
la Conquista se ancla con el inicio del capitalismo en tanto fuerza social hegemónica en
Europa, desde este punto de vista podemos ver al desarrollo capitalista latinoamericano
como paralelo al de los países centrales
La historia de la dominación capitalista general en el mundo, es cierto, también
puede ser vista desde diversos puntos de vista. Creemos captar la esencia de los
procesos de transformación internos al capital, la mirada que toma por eje los procesos
de transformación en los padrones de acumulación en torno a los tres diferentes tipos de
capital, el comercial, el industrial y a interés, que se suceden como hegemónicos en el
tiempo. La historia del capitalismo ancla su surgimiento en la hegemonía del capital
comercial, que deja el puesto al industrial a fines del siglo XIX pero decididamente a
principios del XX, iniciando su proceso de desconcentración productiva en busca de
brazos más baratos y de mundializar poderosamente la extracción de plusvalía.
19
Originariamente, el comercio fue el supuesto necesario para la
transformación de la industria corporativa y doméstica rural y de la
agricultura feudal en empresas capitalistas. […] El capitalista
industrial tiene constantemente ante sí el mercado mundial, compara y
debe comparar constantemente sus propios precios de costo con los
precios de mercado no sólo de su patria, sino con los del mundo
entero. En el período precedente esta comparación les corresponde
casi exclusivamente a los comerciantes, asegurándole así al capital
comercial el predominio sobre el capital industrial (Marx, 1978c;324).
Para cada tipo de dominación se ve una línea fabril y una línea política; la
hegemonía del capital industrial se identifica con la gestión fabril taylorista/fordista que
se expande bajo la fuerza del imperialismo, mientras el ascenso del capital a interés para
fines de la década de 1970 pero ciertamente por 1980, coincide con la determinación del
toyotismo bajo un imperialismo elevado a una nueva potencia, como veremos.
Pero, desde el punto de vista de la historia del capital como la sucesión de los tres
tipos de capital como hegemónicos en el tiempo, se puede incluso entender a nuestro
desarrollo como avanzado o acelerado, pues si despertamos en el siglo XX aún bajo
hegemonía del capital comercial, a fines de siglo estamos bajo hegemonía globalizada
del capital a interés, de modo parejo si bien subalterno a los países capitalistas centrales.
Si bien nos detuvimos con cierta insistencia en las definiciones epistemológicas,
no es nuestro intento, como estudio introductorio, cerrar esta cuestión o poner
conclusiones finales, que no pueden ser definidas teóricamente sino en el trascurso
práctico de los procesos emancipatorios.
20
2) Desarrollo subalterno, desigual y combinado: elementos generales
Existen diferentes tipos de desarrollo subalterno, sea entre diversos países o sea en
un mismo país, a través del tiempo o en diferentes lugares de él. La forma específica de
la dominación imperialista en cada país de economía subalterna refleja dentro de este
país su significado en tanto eslabón del sistema capitalista mundial. “Dentro de cada
país se reproduce el sistema internacional de dominación que cada país padece.”
(Galeano, 2010;323). La dominación imperialista general es “recontextualizada” a cada
realidad específica, determinado así las características de su capitalismo internamente,
la composición del eje económico interno, el modo como la elite nativa logra sobrevivir
como eslabón de la producción mundial en sus formas específicas de articularse con el
eje central. “Variantes de una misma forma de dominación burguesa surgieran, se
mantienen y se perfeccionan en otras naciones de América Latina, de Asia, de África y
de Europa.” Por tanto, “nuevas modalidades de dependencia en relación a las economías
centrales” significan “nuevas formas relativas de subdesarrollo” (Fernandes, 2002c;
1718). Pero, independiente de sus variantes es cierto el resultado social del capitalismo
subalterno: “…el desarrollo del capitalismo dependiente – un viaje con más náufragos
que navegantes – margina mas gente que es capaz de integrar.” (Galeano, 2010;322)
La dependencia económica “brasileña” aparece desde sus principios. Pero nuestra
atención aquí está centrada en aquel momento especial que fue la fijación de este
esquema de dependencia, la formación típicamente burguesa de la sociedad, urbanizada,
industrial y con una clase dirigente “capitalista”. En la “Revolución Burguesa” de Brasil
la clase dirigente solidificó la dependencia económica a partir de la articulación entre
sumisión-externa/explotación-interna, poniéndola en una faz moderna y permanente. La
especificidad de la comprensión de la revolución burguesa brasileña se contiene en
comprender “...la transformación capitalista donde el desarrollo desigual interno y la
dominación imperialista externa constituyen realidades intrínsecas permanentes…”
(Fernandes, 2002c; 1770).
El punto nodal o los dos polos componentes de la dominación capitalista
latinoamericana se encuentra en la doble articulación entre imperialismo externo y
desarrollo desigual interno (Fernandes, 2004c:231). Las clases dominantes internas se
benefician de los procesos de acumulación que concentran la riqueza para fuera,
exactamente al hacer su articulación con las necesidades capitalistas hegemónicas
mundialmente, garantizando supremacías en el intrincado juego de competencias
21
imperialistas. Como “la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia
del desarrollo del capitalismo mundial” (Galeano, 2010;16), entonces las naciones de
desarrollo subalterno comparten los procesos por los cuales se renueva la civilización
occidental como un todo, pero desde un lugar debilitado, con escasa margen de
maniobra propia e interiorizando de forma precaria o improvisada los designios del
extranjero. (Fernandes, 2004c;293). La periferia absorbe apenas los supuestos esenciales
del capitalismo, lo indispensable para entrar en la división mundial del trabajo y drenar
la plusvalía extraída. “Aquello que la parte dependiente de la periferia “absorbe” y, por
tanto, “repite” con referencia a los “casos clásicos”, son los rasgos estructurales y
dinámicos esenciales que caracterizan la existencia....” de una economía de mercado,
apenas “…garantizando uniformidades fundamentales sin las cuales la parte periférica
no seria capitalista.” Sin embargo, a esas uniformidades fundamentales “se superponen
diferencias fundamentales”. Son estas diferencias lo que se debe trata de explicar, si
queremos captar la differentia specifica del desarrollo capitalista latinoamericano, visto
que “…esa combinación se procesó en condiciones económicas e histórico-sociales
específicas, que excluyen cualquier posibilidad de “repetición de la historia”…”
(Fernandes, 2002c; 1746). Aquí vemos la debilidad de los estudios comparativos para la
historiografía latinoamericana, cuando la búsqueda por similitudes entre los procesos
actuales de América con el pasado europeo, se sobreponen a la evidencia de sus
especificidades.
La doble articulación no crea, apenas, su modelo de transformación capitalista.
“Ella también engendra una forma típica de dominación burguesa, adaptada estructural,
funcional e históricamente, en un mismo tiempo…”, a las condiciones y a los efectos
tanto del desarrollo desigual interno como de la dominación imperialista externa. La
dominación burguesa tiene que ajustarse, en su forma, “a un tipo de transformación
capitalista en que la doble articulación constituye la regla”, constituye los “requisitos de
la acumulación capitalista y de su intensificación” con la desconcentración productiva
que engendra la revolución burguesa, en sus diferentes ritmos a lo largo del siglo XX
(Fernandes, 2002c; 1753-4).
Las “influencias dinámicas externas” determinan preponderantemente a la
estructura interna del desarrollo dependiente (Fernandes, 2004c:229). Como el “espacio
económico estratégico” de las economías periféricas no está en estas mismas
economías, “sino en las economías capitalistas centrales”, podemos conceptualizar la
existencia de un eje externo, que en su forma particular de articularse con el eje interno,
22
constituye la formación especifica del capitalismo latinoamericano: materias primas,
capacidad de consumo o de producción, comercio externo, recursos humanos, excedente
económico, “…todo, por fin, es movilizado de adentro para fuera, puesto al servicio de
las necesidades, básicas o no, y del crecimiento de aquellas economías [centrales] y del
mercado capitalista mundial.” (Florestan, 2002c; 1729). “La actual estructura de la
industria en Argentina, Brasil y México – los tres grandes polos de desarrollo en
América Latina – exhibe ya las deformaciones características de un desarrollo reflejo.”
(Galeano, 2010; 271). Si bien el imperialismo debe saber adaptarse para mejor
introducirse en cada contexto nacional, siempre ha preponderado las necesidades del eje
externo como el principal de un engranaje que determina la rotación de sus partes;
representa la dirección de las fuerzas hegemónicas centrales, a ser recontextualizada en
cada caso, determinando, nunca totalmente, al eje interno, a la propia hegemonía
interna, la conducta de las clases dominantes frente a la ocupación de sus fuerzas
productivas, pues las “oportunidades de mercado”, los “modelos de desarrollo”, las
“formas de progreso” y los limites del “orden”, se establecen de acuerdo con el
“mercado mundial”. Determina, por tanto, el qué y el cómo deben producir los países
periféricos, corrientemente a través de muchos “impulsos” transmitidos por varios
mecanismos, como las “inversiones”, los “prestamos”, el apriete financiero, la
manipulación de los precios, etc. El eje interno se adapta a tales exigencias,
determinando dentro de sus escasas posibilidades el cómo y en qué zona instalar la
producción de las nuevas materias primas requeridas, cómo trasladar las masas de mano
de obra, y de qué modo asentarlas así cómo desecharlas posteriormente. Por tanto, la
determinación capitalista impuesta por el eje externo se alianza con la dominación de la
burguesía nativa, sintetizada en la doble articulación: imperialismo/desarrollo-desigual.
El modo específico por el cual los intereses externos “se encadenan con el eje
interno”, transmitidos indirecta y específicamente a través de los dinamismos de las
naciones hegemónicas y sus transnacionales, configura la particularidad de la doble
articulación (Fernandes, 2002c;1773). Los resultados de la doble articulación, en
general dentro de nuestra historia, encontramos en el trabajo forzoso como realidad
profunda componiendo a la esclavitud moderna y a la moderna esclavitud, o sea, el
trabajo del negro esclavo y del indígena por la mita, antes, o del asalariado de la
actualidad; en la desigualdad entre las regiones durante los diversos ciclos extractivistas
que se sobreponen a lo largo de la historia; la destrucción de modos de vida originarios;
en la combinación de diversos modos de producción y formas de pensamiento; y por fin
23
en los ciclos genocidas que en la desaparición física de generaciones enteras, dejan
presentes las vidas arrebatas sea en el dolor resignado o revoltoso.
Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el
descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros del poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados desde afuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita las cadenas sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras a dentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Galeano, 2010; 16).
Mientras a la América Latina “nos faltaba la comunidad económica”, vemos que
la hegemonía inglesa de otrora y la norteamericana actual componen un mismo camino
en la historia de la dominación capitalista extranjera. “Para que el imperialismo
norteamericano pueda, hoy día, integrar para reinar en América Latina, fue necesario
que ayer el Imperio británico contribuyera a dividirnos con los mismos fines.” Inglaterra
perfeccionó la estructura de la fragmentación para la dominación y los mecanismos de
intervención como las “…intrigas de guante blanco de los diplomáticos, la fuerza de la
extorsión de los banqueros y la capacidad de seducción de los comerciantes”, que los
Estados Unidos llevarán a la última potencia (Galeano, 2010; 334-5). Lo “… cierto es
que todo el fruto de nuestro trabajo o de nuestra pereza parece participar de un sistema
de evolución propio de otro clima o de otro paisaje.” (Holanda, 2002b;945)
La doble articulación determina las posibilidades de las elites nativas: “…el
drenaje para fuera de gran parte del excedente económico nacional, la consecuente
persistencia de formas pre o subcapitalistas de trabajo y la depresión medular del valor
del trabajo asalariado…” producen consecuencias que “sobrecargan e ingurgitan” las
funciones específicamente políticas de la dominación burguesa nacional. La apropiación
dual del excedente económico – a partir de dentro, por la burguesía nacional; y, a partir
de fuera por las naciones capitalistas hegemónicas provoca una “hipertrofia de los
factores sociales y políticos de la dominación burguesa.” (Fernandes, 2002c; 1747)
La característica que determinará la existencia material de la burguesía nativa será
la apropiación dual del excedente. Una parte de la plusvalía expropiada de los
24
trabajadores será apropiada por esa burguesía nativa; pero “la parte del león” migra para
las empresas matrices localizadas en los países de desarrollo propio (Fernandes,
2002c:1749). Esa apropiación dual del excedente quita la base material necesaria para
la burguesía nativa realizar las modernizaciones productivas e institucionales necesarias
y típicas de la sociedad burguesa, tanto como imposibilita el despliegue autónomo del
desarrollo capitalista, encubándola cada vez más en la doble articulación con el eje
imperialista externo. El matiz económico o social general, idéntico al político, es el
desarrollo subalterno, que lleva implícito la adaptación a las condiciones coyunturales y,
luego, de lo modelos cambiantes de apropiación de la plusvalía extraída, pues cada tipo
de actividad productiva (por ej., minería o agroindustria) genera volúmenes diferentes
de plusvalía, necesitan inversiones diversas, así como es diferenciado el nivel del flujo
de plusvalía al exterior, pero también generan tipos de proletariado diferentes.
La apropiación dual merma los fundamentos para desarrollar una económica
interna de modo independiente y un Estado efectivamente democrático, pues sin
suficientes condiciones materiales esta burguesía no podrá sostener profundos cambios
o reformas en el Estado o en el sistema político general, porque no puede deshacerse de
los grilletes que la aprisionan en el desarrollo subalterno, inapta a constituir una
sociedad política correspondiente a la sociedad burguesa. Es en este sentido que
podemos decir que en Latinoamérica la revolución burguesa como un todo será una
“…revolución burguesa “frustrada” o “abortada”…” (Fernandes, 2004c;235).
Agravando tal situación, la hegemonía norteamericana aumenta la parte del león
drenada pues además de sacar del botín lo suficiente para mantener alta su tasa de
ganancia media, también se apropiará de otra parte destinada a financiar artificialmente
mejores condiciones laborales en los países centrales, así como también artificialmente
“…financian con creces sus altos costos en Estados Unidos…” al imponer costos de
producción sobrevaluados desde las casas matrices a sus filiales en los países
periféricos. De tal modo que el producto industrializado paga mucho más que su materia
prima, a través de la manipulación de los precios, entorpeciendo la competencia, pero
posibilitando salarios de “aristocracia obrera” en las economías hegemónicas en
cambio de jornales de mera subsistencia para los trabajadores periféricos. El bajo nivel
de los salarios de América Latina sólo se traducen en precios bajos en los mercados
internacionales, para el cual la región ofrece sus materias primas: En los mercados
internos, en cambio, “…donde la industria desnacionalizada vende manufacturas, los
precios son altos, para que resulten altísimas las ganancias de las corporaciones
25
imperialistas”. Los gobiernos periféricos rompen sus barreras aduaneras para recibir,
“…desde San Pablo, Buenos Aires o México, automóviles fabricados por las mismas
empresas que aún los venden desde Detroit, Wolfsburg o Milán a la mitad del precio.
[…]El intercambio desigual funciona como siempre: los salarios de hambre de América
Latina contribuyen a financiar los altos salarios de Estados Unidos y de Europa.”
(Galeano, 2010; 199y325). Por tanto, el intercambio de más horas de trabajo de los
países pobres por menos de horas de trabajo de los países ricos evidencia una clave de la
explotación, pues la enorme diferencia en los niveles de salarios de unos y otros países
“…no está asociada a diferencias de la misma magnitud en la productividad del
trabajo.” (Galeano, 2010; 309). Esto genera anomalías en el sistema productivo
mundial. “Los Estado Unidos pagan más barato el hierro que reciben de Brasil y
Venezuela que el hierro que extraen de su propio subsuelo.” (Galeano, 2010; 198).
El único mecanismo regulador del capitalismo, la competencia, se ve entorpecido,
y a la apropiación dual bruta se suma otra derivada, artificial, compuesta por los
mecanismos de prestamos, inversiones y las estafas diversas, determinando de ahí una
apropiación dual neta e imponiendo una debilidad estructural a las burguesías
nacionales, que así deberán completar su expropiación de plusvalía en la perpetuación
de modos de acumulación primitiva (por ej. ganadería) y de ciclos extractivos matizados
por relaciones pre o subcapitalistas, reactualizando permanentemente un régimen de
tenencia de la tierra que no sólo agudiza “…el crónico problema de la baja
productividad rural, por desperdicio de la tierra y capital en las grandes haciendas
improductivas y el desperdicio de mano de obra…”, sino que además “…implica un
drenaje caudaloso y creciente de trabajadores desocupados en dirección a las ciudades.”
(Galeano, 2010; 321). Crecen y se refuerzan así los “…puntos de estrangulamiento
estructurales en el seno mismo de la transformación capitalista”, que hace aparecer
como constante desafío la “…integración nacional de una economía capitalista en
diferenciación y crecimiento, bajo las condiciones y efectos inherentes a la doble
articulación…” (Fernandes, 2002c; 1759y1755).
Como la transición de la hegemonía del capital comercial para el industrial viene
desde fuera, el capital monopolista “…se superpone como el supermodelo o el actual”
por sobre todo lo que vino antes, a ser considerado “antiguo” o “arcaico”, frente a la
“modernidad” (Fernandes, 2002c; 1727). Así, la América Latina presenta un desarrollo
industrial inducido, correspondiente con la formación capitalista subalterna que optó la
burguesía nativa. El desarrollo industrial latinoamericano es un desarrollo inducido y
26
que necesita “pedir permiso”, que no se pone en marcha sin el aval extranjero, siendo
ésta la principal condición de la soberanía nacional. Así, lo que impide la desintegración
del orden burgués en la periferia es la “internacionalización de las estructuras
económicas, socioculturales y políticas”: el imperialismo es el “talón-de-Aquiles de la
dominación burguesa bajo capitalismo dependiente.” La dominación burguesa se ha
preservado hasta ahora mientras el continente continúe “…existiendo a servicio de las
necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro…”, de
extractivismos, materia-prima, etc. “Nuestro sistema de inquisidores y verdugos”
funciona para el “mercado externo dominante”, proporcionando “caudalosos
manantiales de ganancias que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en
los mercados internos dominados.” El saqueo, el despojo y la sangría de nuestros
pueblos y nuestras tierras, corresponde a la determinación específica de la dominación
burguesa en Latinoamérica. “Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la vitoria
ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la
prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos.” (Galeano, 2010; 16).
La industrialización brasileña es también el proceso que pone al país como satélite
privilegiado, aceleradamente a partir de 1950, debiendo con eso soportar los sacrificios
de una movilización masiva de recursos, imprimiendo oscilaciones y distorsiones en sus
ritmos de crecimiento. “Creciendo para fuera” lo que se deja visible y llega a todos
“...son los sacrificios acarreados por esa movilización masiva. El gravamen económico
y los costos de tornarse un satélite de gran porte…”. El comercio externo pasa a marcar
las constantes oscilaciones por sobre este “proceso sin fin de drenaje”, ahora no sólo del
excedente económico sino de todas las riquezas y de todas las “fuerzas económicas
vivas, reales o potenciales, materiales o humanas, esenciales o secundarias.” Además,
como también desencadena presiones “…fuertes en el sentido de crecer aceleradamente
con “recursos internos”, se infunden nuevas distorsiones estructurales y dinámicas en el
proceso de acumulación capitalista.” El pasaje tan rápido y repentino de un padrón de
desarrollo a otro produce “efectos similares de una dieta irracional sobre el organismo
humano.” (Fernandes, 2002c; 1729).
Por tanto, la industrialización como desarrollo reflejo supone también un
desarrollo por ciclos, pues se atraviesan diferentes y sobrepuestos ciclos de producción,
de extracción de materias primas, de desconcentración productiva y de acumulación
primitiva de capitales. Estos ciclos son accionados como impulsos desde el eje externo
en diferentes ritmos como una especie de indirect rule, componiendo la permanente – y
27
no raro artificial – inestabilidad de las economías en general. La “... expansión
capitalista de la parte dependiente de la periferia estaba sentenciado a ser
permanentemente remodelada por dinamismos de las economías capitalistas centrales y
del mercado capitalista mundial...”, produciendo el efecto como de “oscilaciones
evolutivas”; un desarrollo por surtos, espasmos, irradiados desde el extranjero. Es
característico de la situación de desarrollo subalterno que los extractos sociales
dominantes y sus elites no posean autonomía para “…conducir y completar la
revolución nacional, gravitando históricamente por lo tanto, de un callejón sin salida
para otro.” La eclosión industrial continua “…largamente sometida al viejo modelo de
los ciclos económicos, tan destructivo para el desarrollo orgánico de una economía
capitalista integrada en escala nacional…”, como es “…igualmente abalada y debilitada
por los efectos implacables…” de la doble articulación (Fernandes, 2002c; 1759-61).
El complejo colonial suele modernizarse, pero bajo desarrollo capitalista
subalterno se ha cristalizado en la economía latinoamericana; la industrialización como
proceso inducido no rompe la “realidad profunda” de la colonización: el pacto colonial,
este movimiento extractivista por ciclos productivos y en ritmos oscilantes. Se
moderniza y se profundiza, pero no se lo supera sin superarse al desarrollo subalterno.
“En su conjunto, la colonización formaba ahí la realidad matriz, profunda y duradera; la
descolonización surgía, con frecuencia, como una realidad reciente, oscilante y
superficial…” (Fernandes, 2004a:362). Nuca dejamos de ser una “factoría” de las
economías centrales, “un simple proveedor de productos tropicales” en la división
mundial de la producción (Prado Jr, 2002;1229). Siguiendo las aspiraciones ajenas, las
élites nacionales movilizan sus recursos para adaptar el territorio a los ciclos
productivos coherentes con las necesidades del mercado mundial. En Brasil, primero el
azúcar pernambucano, después y concomitantemente los metales preciosos mineros, en
seguida el café paulista; hoy la minería y la soja. Casi que exclusivamente, esos ciclos
se contienen en la extracción vegetal y mineral para los fines productivos de los
capitalismos auténticos, estructurando de ese modo la economía latinoamericana en la
división del trabajo internacional: proveedora de las materias-primas y espacios de
traslado para las industrias centrales y de mano de obra barata, tanto calificable como
desechable si necesario. Se subraya el intenso desplazamiento de fuerzas productivas y
de mano de obra en el espacio dentro de corto periodo de tiempo para satisfacer las
exigencias de los mercados externos. Enormes contingentes humanos se desplazan entre
28
las zonas productivas, al movilizar la fuerza de trabajo barata, generando vastos ciclos
migratorios e inmigratorios sobrepuestos en el espacio y en el tiempo.
El eje externo induce al desarrollo capitalista definiendo tanto los ciclos
productivos como los ritmos de estos, o sea, impone tanto el contenido y la forma de
recepción de los capitales extranjeros como reactualiza constantemente al pacto
colonial, sin olvidar los eternos ciclos de acumulación primitiva, dando la característica
base del desarrollo subalterno. En una industrialización cíclica y con ritmos alternados,
que afecta más notablemente a la superficie que a la esencia económica de la sociedad e
impone un desarrollo desigual, “…los cambios se desparraman por un largo período,
determinando un padrón de industrialización que sufre oscilaciones coyunturales,
intermitencias estructurales y inconsistencias institucionales, o sea, con débil impulso
intrínseco de diferenciación, aceleración constante y universalización del crecimiento
industrial.” En consecuencia “…su impacto histórico tornase más evidente por la
superficie, en términos morfológicos, debido a la concentración de masas humanas, de
riquezas y de tecnologías modernas en un número reducido de metrópolis-clave.” De
hecho, en Brasil solamente San Pablo “capitalizó las transformaciones esenciales”, de
larga duración. (Fernandes, 2002c; 1752)
El abandono de un ciclo productivo significa la decadencia instantánea de toda una zona, por más prospera que antes se presentara, tal como vemos con varios ejemplos muy ilustrativos en la historia colonial respecto a los ciclos extractivistas. La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la duración ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: el siempre efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes.” (Galeano, 2010;182).
…Potosí, Zacatecas, Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago de Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. (Galeano, 2010; 17).
El “efecto perdurable” es la profundización constante de la subalternidad pues las
imposiciones externas aniquilan las chances de desarrollo interno, mismo cuando es la
misma soberanía la pauta del ciclo en cuestión. En México y Perú fue la independencia
que arruinó el precario desarrollo alcanzado de su manufactura, sucediendo lo mismo,
en menor proporción, con Brasil, Bolivia y Argentina (Galeano, 2010 228).
29
Desperdiciando a los medios de producción en el afán de captar lo más
rápidamente las posibilidades de ganancia que aparecen indicadas desde los impulsos
externos; desorganizando el asentamiento poblacional al buscar lo más barato de la
mano de obra existente; resulta imposible un desarrollo sostenido de las actividades
productivas en América Latina. Políticas aduaneras que permiten importar hasta lo que
se produce internamente, además de otras regalías y estafas, componen la historia de
“…sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la posibilidad de
un desarrollo sostenido en el tiempo.” (Galeano, 2010 228). Son exiguos los espacios
para desarrollar el capital interno y la burguesía es temerosa. La única planificación que
hay es la necesidad de saber cómo adaptar la situación corriente a las exigencias
externas. Se abandonan regiones enteras. Ricos polos materiales y culturales se ven
transformados en raquíticos poblados o simplemente en ciudades fantasma. Por tanto,
en esta situación, cualquier planificación de la económica a largo o medio plazo resultan
impracticables pues no son factibles con el más obvio del desarrollo subalterno, una vez
que son imprevisibles los ciclos y necesidades puntuales del eje externo. Sin
planificación el desarrollo industrial, que ruega por coherencia y continuidad como
condición de posibilidad, se ve afectado por estas oscilaciones, intermitencias e
inconsistencias, generando diversos ciclos caóticos sobrepuestos de asentamientos
poblacionales y un modo de producción capitalista siempre incipiente, como que a
vísperas de un despliegue ulterior de mayores magnitudes, pero también siempre
frenado por el eje externo de acuerdo con sus conveniencias.
En la débil situación que se encuentran las elites nativas, debido a la apropiación
dual, ellas imponen, como solución para sí, una fuerte “sociabilización por el tope”
(Fernandes, 2004c;237). Apenas aquellos grupos que ya ocupaban “posiciones
estratégicas” antes o durante el “ciclo económico de la industrialización intensiva
tuvieron un aumento real […] de su poder socioeconómico y político.” (Fernandes,
2002c; 1752). Eso implica al resto de la sociedad una situación de fragmentación social
constante debido a la frágil agregación que genera esta situación de monopolio de los
beneficios de cada ciclo de desarrollo. “Las oligarquías portuarias consolidaron, a través
del libre comercio, esta estructura de la fragmentación, que era su fuente de
ganancias…” (Galeano, 2010; 335). Así, la “revolución nacional”, tal como los demás
ciclos del pasado, se establece “segundo semejante circuito cerrado” (Fernandes, 2002c;
1755). De la industrialización propiamente apenas la gran burguesía logrará beneficiarse
en larga escala. La prosperidad económica recae indirectamente sobre la clase media
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que, eufórica y extasiada, se deja cooptar a favor del mantenimiento del régimen,
especializándose en la administración de la extracción de plusvalía y componiendo las
capas intelectuales que diseñan las formas de recontextualización de la dominación
imperialista en cada momento y ritmo determinado. La monopolización de las
posibilidades de movilidad social, de los “efectos constructivos de las varias formas y
fases de la modernización”, de las ventajas directas e indirectas ocurridas de las
transformaciones de los padrones de acumulación capitalista (Fernandes, 2002c; 1738),
es encarada como un privilegio de las elites nativas, es decir, “naturalmente” como su
privilegio, si bien es su estrategia de defensa frente a su debilidad estructural, originada
por la apropiación dual pactada.
Pero los efectos sociales prácticos son los más importantes. “En el conjunto, el
proceso está concurriendo para aumentar el drenaje de poblaciones del campo a las
grandes ciudades…” (Fernandes, 2002c; 1735). Crecer aceleradamente con recursos
internos y en ritmos oscilantes con una estructura productiva intermitente, resultará en
1) una fuerte compresión de los salarios; 2) en “técnicas de transferencia de renta” para
amparar “sistemáticamente”, como su privilegio monopólico, a “todos aquellos que
están fuera y arriba de la economía popular” (Fernandes, 2002c; 1729); 3) un desarrollo
inconsistente y desigual, que por ejemplo vemos cuando los microempresarios tienen
una vida más difícil que el alto proletariado (ejecutivos, expertos, managers).
La “economía-mundo se sostuvo sobre la explotación colonial y no es pensable
sin ella” teniendo a lo moderno y lo colonial como fenómenos simultáneos en el tiempo
y espacio. (Castro-Gómez, 2005;73). El capital no crea al mundo sino que encuentra a
un mundo dado, al cual se adapta para hacerle adaptar. No existe “un modelo básico
democrático-burgués de transformación capitalista”, o si no apenas quizás en donde
ocurrieron los casos “clásicos” de Revolución Burguesa (Fernandes, 2002c; 1744). La
interacción de los varios elementos económicos y extra-económicos que él realiza en la
composición de su dominación nos dan un desarrollo capitalista combinado; además
como su estructura interna es intermitente y sufre constantes bloqueos y aceleramientos,
se presentará conjuntamente un desarrollo capitalista desigual.
…la transformación capitalista no se determina, de manera exclusiva, en función de los requisitos intrínsecos del desarrollo capitalista. Al contrario, esos requisitos […] entran en interacción con los varios elementos económicos (naturalmente extra o pre-capitalistas) y extra-económicos de la situación histórico-social, característicos de los casos concretos que se consideren, y sufren así bloqueos, selecciones y adaptaciones que delimita:
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1º) cómo se concretizará, histórico-socialmente, la transformación capitalista; 2º) el padrón concreto de dominación burguesa […] y cómo ella se impregnará de elementos económicos, socioculturales y políticos extrínsecos a la transformación capitalista); 3º) cuáles son las probabilidades que tiene la dominación burguesa de absorber los requisitos centrales de la transformación capitalista… (Fernandes, 2002c; 1744)
El capital “…tendrá de adaptarse para coexistir con una variedad de formas
económicas persistentes, algunas capitalistas, otras extracapitalistas. No podrá
eliminarlas por completo, por la simple razón de que ellas son funcionales para el éxito
del padrón capitalista-monopolista de desarrollo económico en las periferias.” Por tanto,
para crecer en las economías periféricas, el padrón de desarrollo capitalista “…tiene que
satelitizar las formas económicas variablemente “modernas”, “antiguas” y “arcaicas”,
que persistirán al desarrollo anterior de la economía…”, sea competitiva, neocolonial y
colonial. “Su mayor impacto constructivo consiste en cavar un nicho para si proprio, en
aquellas esferas de las económicas periféricas que son más compatibles con la
transición, formando así un exiguo espacio económico…”, pero que burguesía nacional
creía, como veremos, en seguida se iba a irradiarse a toda la económica.
Las formaciones económicas no-capitalistas que persisten pueden operar como
“…fuentes de acumulación originaria de capital. De ella son extraídos, por tanto, parte
del excedente económico que financia a la modernización económica, tecnológica e
institucional requerida […] y otros recursos materiales o humanos, sin los cuales esa
modernización seria inconcebible.” (Fernandes, 2002c; 1727). Las burguesías centrales
supusieron a Brasil como un satélite “privilegiado”, de “gran porte”, pues sus
capacidades son bastante amplias para dislocar capital de los ciclos de acumulación
originaria, pero sobretodo para desplazar y concentrar fuerza de trabajo. Por tanto, la
económica capitalista subalterna es, en general, compuesta por una parte realmente
capitalista y otra no-capitalista o sub-capitalista, como en las formas autóctonas de
producción o las de acumulación originaria, renovando a las relaciones patriarcales,
patrimoniales, mandonistas, personalistas también en el “mercado de trabajo”, en la
económica netamente capitalista. Esto no es un accidente o un fraude contra el
capitalismo periférico sino la forma misma de capitalismo en la periferia. Varios focos
de desarrollo económico pre o subcapitalistas mantienen, indefinidamente, estructuras
socioeconómicas y políticas arcaicas o semiarcaicas operando como impidiendo a la
reforma agraria, a la valorización del trabajo, a la proletarización del trabajador, a la
expansión del mercado interno, etc.” (Fernandes, 2002c; 1759).
32
En el desarrollo desigual entre países o regiones vemos que hay una disparidad
entre profundidad y extensión de la expansión del mercado, pues las relaciones
capitalistas pueden extenderse por un vasto territorio sin penetrarlo en profundidad o
concentrándose en un foco. Los “…extremos del espectro burgués se encuentran en las
formas subcapitalistas o pre-capitalistas de producción agraria, por un lado y por otro,
en la “empresa multinacional” extranjera o en la “gran corporación estatal.” (Fernandes,
2002c; 1760). El Estado nacional se construye, por tanto, de forma sincrética. “Bajo
ciertos aspectos el recuerda el modelo ideal nuclear como si fuera un Estado
representativo, democrático, pluralista bajo otros aspectos él constituye la expresión
acabada de una oligarquía perfecta, que se objetiva tanto en términos paternalistas-
tradicionales cuanto en términos autoritarios y modernos…” (Fernandes, 2002c; 1798).
Este “mandonismo oligárquico”, a su vez, se reproduce también afuera de la oligarquía
(Fernandes, 2004c:428), combinándose tales matices no-capitalistas con las formas de
asalariamiento, entorpeciendo la competencia interna, etc.
Para fines didácticos, podremos clasificar al desarrollo combinado en sus dos
vertientes, una interna y otra externa al modo de producción capitalista, si bien ambas se
componen como elemento de composición interna de la dominación burguesa del
capitalismo subalterno. Externamente al capitalismo, diferentes modos de producción
interactúan con él, como la producción campesina, la de los pueblos originarios, o de las
poblaciones dispersas que viven de modos de producción y trueque netamente
diferentes del capitalismo. Normalmente esos modos de producción sirven al capital
como reserva de tierra y de mano de obra. Además, las formas de acumulación primitiva
que en América Latina nunca han cesado, perpetuando a la capa latifundista, pueden
servir en un primer momento para alocar recursos a la modernización, pero en un
segundo merman a esta misma modernización, pues como el proceso industrializador es
subalterno, la inversión en la tierra aparece a la burguesía nativa como la más segura,
descapitalizando a la industria nacional, pues parte de su plusvalía, en vez de
reinvertidas en la industria, migran para actividades de tipo latifundista.
Internamente, vemos a las permanentes relaciones patrimonialistas direccionaren
tanto la relación entre capitales, la relación capital-trabajo como también la relaciones
trabajo-trabajo como claramente vemos en los sindicatos arcaicos mandonistas de tipo
burocratizado. Corrupción, mesianismo, autoritarismo, hipocresía, incoherencia y
patrimonialismo, serán ocurrencias necesarias de este tipo de capitalismo. Además,
frente a su debilidad estructural, la necesidad de preservación de su status quo es
33
fundamental para la burguesía nativa, sin el cual no puede siquiera reproducirse en tanto
elite ni mucho menos en tanto burguesía. Las relaciones capitalistas estarán siempre
combinadas con matices no-capitalistas como condición necesaria del desarrollo
subalterno. La competencia mayor, entre los grandes, está dictada por las necesidades
adaptativas exigidas por el eje externo y presenta una composición de tipo trusts
descentralizados. Como la apropiación es dual, la rapiña por la apropiación de la
plusvalía que se queda deja poca migaja a las burguesías menores. Los criterios de
mercado no logran extenderse al campo o a ciertos tipos de trabajo urbanos (Fernandes,
2002e:1733) y la oligarquía persiste como fuerza social importante en la estabilización
política. El asalariamiento está cubierto por matices patrimonialistas, mandonistas y
clientelares, apareciendo como una acto de “gracia” del empleador por sobre el
empleado. Por ultimo, al desarrollo capitalista se combina las formas extractivistas del
momento, es decir, el desarrollo industrial se imbrica con las renovaciones de los pactos
coloniales. Lo más importante de retener para nosotros de este movimiento es primero
la formación desigual de los tipos de proletariado, negro, indígena o inmigrante, y su
interacción en el tiempo y en el espacio, produciendo manifestaciones de mundo y
formas de resistencia diferenciadas. Segundo, la determinación externa de la producción
genera desigualdades entre el desarrollo capitalista de las diferentes regiones de los
países y de sus regiones entre sí.
Confusamente mezcladas están las regiones que ya cayeron en decadencia con las
que están en ascensión, formando un gran mosaico temporoespacial caótico de
sucesivos desarrollos por saltos, aceleraciones y abandonos, que salta a la vista en los
diferentes desarrollos regionales, “…produciendo efectos similares al de una dieta
irracional sobre el organismo humano” (Fernandes, 2002e:1729). “Un enano de cabeza
enorme y tórax henchido es subdesarrollado en cuanto a que sus débiles piernas o sus
cortos brazos no articulan con el resto de su anatomía; es el producto de un fenómeno
teratológico que ha distorsionado su desarrollo”. El desarrollo dependiente es entonces
un “desarrollo distorsionado” conllevando “…peligrosas especializaciones en materias
primas, que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros,
los subdesarrollados, somos también los del monocultivo, los del monoproducto, los del
monomercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que
impone y fija condiciones”. Por tanto, el desarrollo dependiente, “…como parte del
sistema global capitalista atomiza las sociedades, las fragmenta y las hace muy
vulnerables.” (Guevara, 2004).
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Cada región desigualmente desarrollada debe combinarse, de un modo más o
menos directo, con la estructura de la doble articulación y de la apropiación dual de
plusvalía. Las metrópolis o los puertos monopolizan los privilegios de cada ciclo,
imponiendo una forma de integración interna por la rapiña, luego, fragmentada,
discontinua, caótica y sin desarrollo sostenido. Del movimiento en el cual las regiones
“satélites” drenan la plusvalía de las regiones “subsidiarias” el gran ejemplo
latinoamericano, metafórico para todos esos países, consiste en la oposición entre el
sudeste y el nordeste brasileño.
El ochenta por ciento de la industria brasileña está localizada en el triángulo de sudeste – San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte – mientras el nordeste famélico tiene una participación cada vez menor en el producto industrial nacional; dos tercios de la industria argentina está en Buenos Aires y Rosario; Montevideo abarca las tres cuarta partes de la industria uruguaya, y otro tanto ocurre con Santiago y Valparaíso en Chile; Lima y su puerto concentran el sesenta por ciento de la industria peruana. (Galeano, 2010;323)
Tal como vemos respecto a la integración nacional de Brasil, “….la integración
latinoamericana tendrá también a sus nordestes y sus polos de desarrollo.” Consciente
de su situación, la burguesía nativa admitía que la “…asignación eficiente de recursos
requiere un desarrollo desigual de las diferentes partes de un país o región”, como lo
afirmaba el principal vocero de la economía brasilera en tiempos de la dictadura militar
(Galeano, 2010; 331). Se repite como un reflejo inmediato la composición imperialista
externa para dentro de cada país subalterno. San Pablo, “…esta ciudad gigante se
apropia también, por medio de un vasto embudo, de los capitales generados por todo el
país, a través de un intercambio desventajoso, de una política arbitraria de precios, de
escalas privilegiadas de impuestos internos y de la apropiación en masa de cerebros y
mano de obra capacitada.” Por tanto, “…dentro de Brasil el nordeste cumple a su vez
una función satélite de la “metrópoli interna” radicada en la zona sudeste.” (Galeano,
2010; 324). La ocupación poblacional acentuada en los puertos de exportación expresa
claramente la determinación exterior en nuestra ocupación geográfica, visto que esa
satelitización se da apenas porque toda vida latinoamericana está articulada con la
necesidad de extraer de nuestras venas toda riqueza posible. El desarrollo portuario, que
aparece como “modernización”, no hace más que acentuar la dependencia externa y las
desigualdades internas. “Los países latinoamericanos continúan identificándose cada
cual con su propio puerto, negación de sus raíces y de su identidad real…”. Los
transportes interiores sufren enorme desfasaje si comparados con el transporte destinado
35
a la exportación: “los fletes sangran la económica latinoamericana” (Galeano, 2010;
336).
Los puertos de América Latina, escalas de transito de las riquezas extraídas del suelo y del subsuelo con destino a los lejanos centros del poder, se consolidaron como instrumentos de conquista y dominación contra los países a los que pertenecían, y eran los verteros por donde se dilapidaba la renta nacional. Los puertos y las capitales quería parecerse a Paría o a Londres, y a la retaguardia tenían el desierto. (Galeano, 2010; 232).
Alrededor de los polos que prosperan se deteriora toda la producción: “…todo un
mapa de miseria rodeando un centro de opulencia admirado en el ejercicio de un
dominio interno que uno no puede disimular ni consentir”. El monopolio de los
beneficios se refleja también es esta oposición entre regiones. “La riqueza que genera
no se irradia sobre el país entero ni sobre la sociedad entera, sino que consolida los
desniveles existentes e incluso los profundiza.” (Galeano, 2010; 323-4). En síntesis, fue
así como “…los puertos triunfaron sobre los países y la libertad de comercio arrasó la
industria nacional…” (Galeano, 2010; 270).
Las regiones se desarrollan de modo diversificado, jerarquizándose en estructuras
de poder nacionales y subcontinentales. La región central de cada ciclo en un país será
aquel polo o satélite que en un momento se pone como principal eslabón de conexión
con el eje externo, imperializando a las regiones subsidiarias así como las economías
centrales imperializan a los países periféricos, dando a la rapiña reciproca el tono de
relaciones humanas mundiales. Así se integra y así se desarrolla el capitalismo
imperialista, en sus relaciones-mundo con el desarrollo subalterno interno: “…los
mercados se extienden a medida que los satélites van incorporando nuevos satélites a su
órbita de poder dependiente.” (Galeano, 2010; 332). La prosperidad de los capitalismos
subalternos se sortea en esta capacidad de incorporación de nuevos “nordestes”; luego,
internamente a cada país y región la prosperidad de uno conlleva la explotación de su
vecino. Las desigualdades dentro del país, con un satélite vinculado al eje externo
parasitando a las regiones subsidiarias; la desigualdad regional, con un satélite
privilegiado parasitando a los satélites subsidiarios; por fin, un mínimo de desarrollo
también de estas regiones y países subsidiarios, significa vislumbrar el máximo alcance
del desarrollo subalterno. Brasil invierte capitales en Bolivia, Paraguay, Chile,
imponiéndoles en seguida los mismos acuerdos unilaterales que es obligado a firmar
con los países centrales, o sea, necesita de reproducir las ventajas de los elementos del
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despojo que él mismo es victima. Brasil: “Éste es el país llamado a constituir el eje de la
liberación o de la servidumbre de toda la América Latina.” (Galeano, 2010; 334).
Frente a un tal desarrollo cíclico, de ritmos oscilantes, por surtos, con una
estructura incompleta e intermitente, las migraciones de personas y de medios de
producción son constantes y afectan a casi todas las clases sociales, pero se justifican
siempre por la necesidad de acceso brutal pues barato a enormes contingentes de mano
de obra. Cada ciclo extractivista produce enormes enmarañados productivos y
asentamientos poblaciones que caen en desgracia con el final de ese ciclo específico y la
apertura de otro, arbitrado desde el exterior. “Los hombres y los capitales se desplazan
al vaivén de la suerte del oro o del azúcar, de la plata o del añil, y sólo los puertos y las
capitales, sanguijuelas de las regiones productivas, tenían existencia permanente.”
(Galeano, 2010; 335). La tendencia al éxodo rural para formación de contingentes de
asalariados “…se asocia al movimiento de migraciones del campo para las ciudades y
de clasificación propiamente dicha de los nuevos contingentes en la estructura de las
clases de la sociedad. Pero es a través de ellas que se definen las características
históricas más salientes del “Brasil moderno”.” (Fernandes, 2002c; 1738). Los
desplazamientos poblaciones, principalmente desde los “nordestes” a los “sudestes”,
moldean la composición societaria de los pueblos, que son incorporadas en su
vocabulario, evidenciando – a veces mejor que los teóricos – a estos procesos de
captación de mano de obra barata. “Huaico significa, en quechua, deslizamiento de
tierra, y huaico llaman los peruanos a la avalancha humana descargada desde la sierra
sobre la capital en la costa…”. Se constituyen “…asentamientos que escapan a las
normas modernas de construcción urbana”, un eufemismo para designar “los tugurios
conocidos como favelas en Río de Janeiro, callapampas en Santiago de Chile, jacales
en México, barrios en Caracas y barriadas en Lima, villas miseria en Buenos Aires y
contagriles en Montevideo.” (Galeano, 2010; 322). Todo el modelo civilizatorio está
puesto a la disposición del eje externo “para mantener la revolución nacional en los
estrechos límites” de la forma adaptativa y conciliada, lo que influye y genera una
cultura propia no siempre consciente de los procesos totales. “La gente empieza a hablar
de las compañías como quien evoca una fábula dorada. Se vive de un pasado mítico y
funambulesco de fortunas derrochadas en un golpe de dados y borracheras de siete
días.” (Galeano, 2010; 220). Los ciclos en boga penetran incluso en la apariencia y en el
pensamiento de sus protagonistas verdaderos, los trabajadores, como en el caso de los
campamentos petroleros del lago Maracaibo, aquel “bosque de torres” en el cual la
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opulencia y la miseria conviven lado a lado: “…allí el petróleo tiñe de negro las calles y
las ropas, los alimentos y las paredes, y hasta las profesionales del amor llevan apodos
petroleros, tales como “La Tubería” o “La Cuatro Válvula, “La Cabria” o “La
Remolcadora”. Los precios de las vestimentas son aquí más caros que en Caracas.”
(Galeano, 2010; 217). Ya en la urbe satélite “…prospera una atolondrada clase media
con altos sueldos, que se atiborra de objetos inservibles, vive aturdida por la publicidad
y profesa la imbecilidad y el mal gusto en forma estridente.” (Galeano, 2010; 221).
Bajo desarrollo desigual las relaciones de clase parecen retornar a un “pasado
remoto”, como si las clases antagónicas representasen realmente mundos o naciones
distintas, en una socialización por el tope cerrada y hostil, imponiendo una “implacable
guerra civil latente.” (Fernandes, 2002c; 1757). La fijación de un Estado autocrático por
el gobierno totalitario, como veremos, reproducen también la coexistencia de estas “dos
naciones”, una que logra incorporarse al orden civil hegemónico, y la gran mayoría, la
“nación real”. La adaptación de la dominación burguesa a las condiciones históricas
emergentes, impuestas por la industrialización intensiva, por la metropolización de los
grandes centros humanos y por la eclosión del capitalismo monopolista, se ha procesado
mediante la “multiplicación y la exacerbación de conflictos y antagonismos sociales,
que enfranquecían crónicamente y así ponían en riesgo el poder burgués.” (Fernandes,
2002c; 1788y1771). La debilidad material de la burguesía nacional es, por tanto, una
característica congénita del desarrollo subalterno. Su debilidad psicológica un resultado
conscientemente conciliado con las necesidades externas de adaptación interna.
38
3) La burguesía nativa: formación combinada y claudicación negociada.
Es importante conocer en cada país, los orígenes de su burguesía nativa, para
comprender la especificidad de su dominación capitalista en el desarrollo subalterno. Si
aludimos al origen latifundista de la burguesía peruana resta especificar qué tipo de
latifundistas eran, como en el caso argentino en el cual gran parte de su burguesía
proviene de los extractos ganaderos, la elite más conservadora (Galeano, 2010; 277-8).
La burguesía brasilera se compone con la “revolución” industrial brasilera de 1950
(Fernandes, 2004b;288), pero proviene germinalmente de los cafeticultores paulistas
que se modernizan estableciendo residencia permanente en las ciudades, y de los
inmigrantes comerciantes que logran prosperar menos por su capacidad mercantil que
por todo tipo de artimañas. Las elites nativas se componen en tanto clase burguesa, solo
a partir de la fragmentación del orden aristocrático a principios del XX, por la
revolución nacional idéntica a la industrialización como el tipo de “modernidad”
brasileña, es decir, como sistema productivo subalterno, la capitulación de su elite
nativa y la formación de un Estado autocrático como ejes de la conformación de un
orden burgués-oligárquico (Fernandes, 2002c;1733).
Los impulsos sentidos del eje externo imponen el surto modernizador a las elites
locales, exigiendo el desabrochar de las elites arcaicas, que insistían en arrastrar el
orden aristocrático. “En la ausencia de una burguesía urbana independiente”, en “ la
improvisación casi forzada de una especie de burguesía urbana”, los “candidatos” a la
nueva clase burguesa “se reclutan, por fuerza, entre individuos de la misma masa de
antiguos señores rurales.” (Holanda, 2002b;996). Pero no es cierto que estas burguesías
nativas son agrarias, pues si bien salen en gran parte del extracto latifundista se
componen exactamente por aquellos terratenientes que se “modernizan”, abandonan la
vida rural y se instalan en las ciudades multiplicando sus influencias y negocios.
En Brasil, cuando del último cuartel del siglo XIX, la antigua aristocracia
“tradicional” pasa a irradiarse a los sectores “modernos” de la economía urbana y
penetrar en “todas las elites burguesas o pequeño-burguesas (tanto económicas y
profesionales, cuanto militares, judiciarias, policiales, religiosas, culturales,
educacionales, etc.)” (Fernandes, 2002c; 1731). La influencia tradicional en la política
moderna se fijará como realidad profunda y conlleva un aspecto militar, encontrado en
el tenentismo de la era varguista de 1930 o en elementos de la dictadura militar de 1964.
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Por tanto, destacamos el origen también “combinado” de la burguesía nativa, que
si bien se moderniza nunca eliminará el estorbo terrateniente, las amarras del latifundio
y la mentalidad subalterna. El propio ethos burgués brasilero fue incorporado desde el
“cosmos patrimonialista en que fuera insertado.” (Fernandes, 2002c; 1764). La
formación psicológica combinada de la burguesía nativa cobrará su precio frente a la
apremiante necesidad de industrialización sentida desde fuera. “Los recientes orígenes
patrimonialistas de la burguesía brasilera, con su agresivo particularismo y su arrogante
mandonismo conservador, impedían una comprensión más amplia o flexible del
problema [nacional]…” (Fernandes, 2002c; 1776). La burguesía nacional
latinoamericana es una burguesía de “mercaderes sin sentido creador, de inapelable
vocación rentista”, está “atada por el cordón umbilical al poder de la tierra” y es incapaz
de percibir las bases del desarrollo tecnológico (Galeano, 2010; 287). Está privada
“…de los principales factores externos de difusión y conformación de la mentalidad
burguesa, o como seria mejor decir: del horizonte cultural burgués.” (Fernandes,
2002c; 1765). En el desarrollo combinado de la burguesía nativa son los personalismos
los elementos centrales de la definición del consenso de clase. Monopolizando a una
“fluida red de canales”, la burguesía nativa “…brinda siempre la posibilidad de
multiplicar y entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los
negocios, el matrimonio, el compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la
pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las frecuentes reuniones sociales y, desde
luego, la afinidad en sus posiciones políticas.” (Galeano apud Monteverde, 2010; 278).
El mantenimiento del status quo aparece como elemento clave en la composición
de la clase burguesa debido a la debilidad causada por la expropiación dual. El “fulcro
del poder real interno de la burguesía” en el capitalismo dependiente “pasa por este
status” al representar el elemento que legitima a las elites nacionales como agentes
mediadores exclusivos del eje externo. Sin status de elite ellas no tendrían “soporte y
funciones políticas” para “existir y sobrevivir como comunidad económica”: por sobre
el “flujo de capitales, de tecnologías y de empresas” y por sobre la aceleración del
desarrollo capitalista las elites se veían “en la contingencia de resguardar ese status”,
pues si él “…fuera afectado, no habría base material para cualquier proceso de
autodefensa y de auto-afirmación de la burguesía nativa como parte del sistema mundial
de poder”. Perdiendo la condición de elite en tanto portadora de status la burguesía
nacional “…se revertería a la condición de burguesía-tapón, típica de las económicas
coloniales y neocoloniales…” (Fernandes, 2002c; 1777).
40
El status da identidad a las clases dominantes pues, desprovistas de la coherente
racionalidad burguesa, un “movimiento unificador de la burguesía” sólo podría reposar
en “…aquello que ella poseían en común, o sea, su status como y en cuanto clases
poseedoras.” (Fernandes, 2002c;1784). Pero mantener esta forma de identidad exigen
comportamientos aún mas incoherentes con los supuestos capitalistas de acumulación,
despertando una “economía del despilfarro” debido a este “fetichismo de la mercancía
como símbolo de poder”, lo que sella su suerte: “Se puede morir de indigestión tanto
como de hambre.” (Galeano, 2010; 343). El mantenimiento del necesario status
profundiza la debilidad resultante de la apropiación dual del excedente, dejando la
burguesía sin un “excedente de poder”, pues no posee la base material necesaria, para
realizar una transformación autónoma o mismo para imprimir un sistema parlamentar
democrático, aún dentro del orden burgués. La burguesía nativa se ve en la crónica
carencia de excedente de poder: “...carecían de un excedente de poder [...] que no les
diese apenas “autonomía de clase para dentro” sino también “autonomía de clase para
fuera”; que sirviera de sustrato para una ruptura con el imperialismo y una consecuente
inversión autonomizadora del desarrollo capitalista (Fernandes, 2002c; 1787y1801).
Enredada en este ciclo vicioso de la dependencia, la matriz económica de la
burguesía nativa será la constante adaptación a las condiciones coyunturales de acuerdo
con los ciclos y ritmos determinados por el eje externo. La apropiación dual merma los
fundamentos materiales para desarrollar una economía interna de modo independiente,
a partir de las vocaciones y potencialidades de inversión propias a las burguesías
nativas, que así tampoco podrá sostener profundos cambios o reformas en el sistema
político general, no podrá deshacerse de los grilletes de los terratenientes que les
completa la forma de dominación subalterna. Aprisionada en el desarrollo subalterno e
inapta a constituir una sociedad política correspondiente a la sociedad burguesa, su
debilidad material le da poca condición de extender los criterios de mercado a toda la
sociedad, tal como una emancipación política, un Estado laico de Derecho elegido por
Sufragio Universal, constantemente fraguada o frustrada por la propia burguesía como
necesidad intrínseca de defensa frente a las condiciones de dependencia. Atados “…de
pies y manos a los centros extranjeros de poder por las múltiples sogas de la
dependencia […] La burguesía industrial integra la constelación de una clase dominante
que está, a su vez, dominada desde afuera.” Así son “nuestras clases dominantes –
dominantes hacia adentro, dominadas hacia afuera” (Galeano, 2010; 277y17).
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Pero la burguesía nativa se puso en este callejón sin salida por cobardía propia.
Teme mucho más “…la presión de las masas populares que a la opresión del
imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la independencia ni la imaginación
creadora que se le atribuyen…” (Galeano, 2010; 278). El capitalista local prefirió
convertirse “…en socio menor o en funcionario de los vencedores.” Sueña apenas en
conquistar la “más codiciada de las suertes”: cobrar el rescate de sus bienes en
acciones de la casa matriz extranjera y terminar sus días “viviendo gordamente una
vida rentista” (Galeano, 2010; 288). Una vez incorporadas “…a la constelación del
poder imperialista, nuestras clases dominantes no tienen el menor interés en averiguar si
el patronismo podría resultar más rentable que la traición o si la mendicidad es la única
forma posible de la política internacional. Se hipoteca la soberanía porque “no hay otro
camino”.” (Galeano, 2010; 18). Así, el “orden” y su mantenimiento se mitifican como la
única opción posible y los designios desde Washington a priori como la mejor decisión
a ser tomada: “….es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías,
pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia sigue siendo injusta y el hambre
hambrienta.” (Galeano, 2010; 22). La claudicación de la burguesía nacional como
formación de una clase burguesa vendepatria fue una definición consciente, negociada
y, por fin, conciliada. “La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin
derramar lagrimas ni sangre…” (Galeano, 2010; 271). “El sistema es muy racional
desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de
comisionistas, que han vendido el alma al Diablo por un precio que hubiera
avergonzado a Fausto.” (Galeano, 2010; 17).
Nuestras burguesías no fueron capaces de un desarrollo económico independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo de gallina, vuelo coroto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños del poder han dado sobradas pruebas de su falta de imaginación política y de su esterilidad cultural. En cambio, han sabido montar una gigantesca máquina del miedo y han hecho aportes propios a la técnica del exterminio de personas y las ideas. (Galeano, 2010; 360). El siglo XX no engendró una burguesía fuerte y creadora que fuera capaz de reemprender la tarea y llevarla a sus últimas consecuencias. Todas las tentativas quedaron a mitad del camino. […] Nuestros burgueses son, hoy día, comisionistas o funcionarios de las corporaciones extranjeras todopoderosas […] nunca habían hecho meritos para merecer otro destino (Galeano, 2010; 270).
Dentro de tal paradigma, el despojo nativo aparece como “derecho natural de los
países ricos.” (Galeano, 2010; 193). El paradojo de la burguesía que se dice “nacional”
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y de milicos que toman al poder exaltando nacionalismo no podría ser otro: hicieron
cuestión de coordinar la sangría del trabajo nuestro y de asesinar cualquier vestigio de
soberanía nacional. “Son los centinelas quienes abren las puertas: la esterilidad culpable
de la burguesía nacional.” (Galeano, 2010; 271). Durante algunos de los gobiernos del
radicalismo-burgués, que aparecen como “populistas”, la burguesía industrial y los
militares se llenaron de terror frente a la mínima posibilidad de romperse el indirect
rule, las amarras automáticas con el eje externo. Cuando Perón desató el “pánico en la
Unión Industrial” los dueños de fábrica confirmaran rápidamente que no son
fundamentales “sus contradicciones con la oligarquía, de la que, mal o bien, formaban
parte.” (Galeano, 2010; 273). Esta es la burguesía que entregará nuestros recursos en
nombre de la falta de recursos, opinando que “…faltan capitales en países donde los
capitales sobran pero se desperdician.” (Galeano, 2010;21).
La característica más importante de la burguesía nativa es su capacidad de
adaptación acomodativa a los designios parasitarios del eje externo. En tanto clase, la
burguesía se preserva al máximo adaptándose a las transformaciones cíclicas de
acumulación capitalista mundial hasta acomodarse en una situación en la cual la clase
tenga condiciones de conservarse al máximo en tanto elite, resguardando su status. Su
función esencial es hacer el eslabón entre eje externo e interno, el imperialismo y el
desarrollo desigual; proteger y renovar la dominación burguesa en su doble articulación.
De un lado, sólo es esencial para ellas la defensa y la promoción de intereses comunes de la burguesía nacional e internacional (relativos a la intocabilidad de la propiedad privada, de la iniciativa y del control burgués del poder político estatal); y el filtraje de intereses divergentes se hace en base de las concesiones mutuas y de ajustamientos recíprocos, que asienten o reducen drásticamente el impacto revolucionario de los desplazamientos de intereses burgueses dominantes... (Fernandes, 2002c; 1758).
El desarrollo capitalista subalterno es así un desarrollo por asociación, pero que
pesa más de un lado que del otro, cuando los intereses no son harmónicos. Los tratados
comerciales evidencian esta indirect rule aplicada. Lo que “entra en juego” en el
desarrollo del capitalismo subalterno frente a este tipo de burguesía, no son lógicamente
las “compulsiones igualitarias” o cualquier reformismo social. “Sino el alcance dentro
del cual ciertos intereses específicamente de clase pueden ser universalizados,
impuestos por mediación del Estado a toda la comunidad nacional y tratados como si
fueran “los intereses de la nación como un todo”.” (Fernandes, 2002c; 1755). El Estado
nacional pasa a jugar ahí un papel clave en la formación de un consenso burgués
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dirigido a la adaptación que acomode a toda la burguesía nativa resguardando su status.
Por eso comprende a la esfera política de modo muy duro y sistemático, terminando por
realizar un modelo autocrático disfrazado de democracia como expresión política del
monolitismo de las elites (Fernandes, 2002c;1741).
Lo que la burguesía crea en tanto burguesía es todo un aparato político-social que
le posibilita la adaptación, explotando sus regiones subsidiarias, monopolizando los
beneficios de los ciclos productivos y consolidando un Estado nacional autocrático para
dirigir todo el esquema. Pero nada inventaron. Sus ancestros demostraron impresionante
capacidad de adaptación cuando fueron capaces de pasar por todas las transformaciones
de la desagregación del régimen esclavista y del orden señorial rumbo a un régimen de
clases sin cualquier ruptura de los lazos de dependencia económica y cultural, sino que
apenas transformando y redefiniendo tales lazos de dependencia con relación al exterior
(Fernandes, 2004b:286). En tanto burguesía subalterna la nuestra sabe actuar con
primor: puede reacomodar una misma lógica de hegemonía bajo bloques históricos
contextualmente diferentes. Así, el anacronismo no es una perturbación teórica sino que
una realidad práctica entre nosotros.
Como función de recontextualizar internamente a las exigencias imperialistas,
introduce elementos nuevos en la formación de tales procesos adaptativos, tendiendo a
su vez “…a introducir mayores desequilibrios económicos en la base de los
antagonismos de clases y controles políticos más rígidos sobre sus efectos. […] Aunque
la única parte visible del conflicto de clase aparezca en el comportamiento
autodefensivo de las clases dominantes y en el modo agresivo de su dominación…”
(Fernandes, 2002c; 1734). La instauración de un “Estado brutal” es completamente
coherente con las funciones de una burguesía que debe apenas recontextualizar los
designios externos y gestionar los múltiples conflictos sociales impidiendo que estallen
todos de una sola vez, conteniendo el estadillo social al costo de su propia
sobrevivencia, pues si pierden esta capacidad pierden también su función tal como el
apoyo de la burguesía central. Por eso cualquier contexto de transformaciones más
bruscas o aceleradas aparece para la burguesía como un riesgo a todo el orden burgués,
por más que sea un riesgo apenas para su conservación como elite burguesa.
De este modo vemos que la “crisis” del poder burgués en la periferia será
normalmente apenas una dificultad o una “crisis de adaptación de la dominación
burguesa a las condiciones económicas que se crearon […] gracias al desarrollo
capitalista inducido de fuera y ampliamente regulado o acelerado a partir de afuera.”
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(Fernandes, 2002c:1750). La burguesía nativa es victima de un cierto pánico auto-
impuesto por acompañar el desarrollo externo, lo que se mezcla con su prejuicio étnico
travestido de superioridad “racial”, generando una visión terrorífica de todo tipo de
organización de los oprimidos, automatizando así impulsos represivos sumamente
exagerados e indiferentes a la vida ajena, y “creando”, eso sí, diversos ciclos genocidas.
El desarrollo subalterno del capitalismo, como es obvio, no comporta una
burguesía “heroica” y “conquistadora” (Fernandes, 2002c; 1765). Adaptando sus “líneas
de modernización” apenas desde las evoluciones del capitalismo central, el burgués
nativo no traza para sí cualquier “…epopeya como fuente de la realización del hombre o
de la libertad en la historia. Fronteras de esta naturaleza les son extrínsecas y
prohibidas...” (Fernandes, 2002c; 1765). Mientras las burguesías centrales se
ascendieron históricamente por medio de revoluciones, las naciones latinoamericanas
que procuran la irrupción del poder burgués “no son escenarios de revoluciones, sino de
contra-revoluciones.” (Fernandes, 2002c; 1728). La “revolución nacional”, la
industrialización inducida que llevó adelante la burguesía para las otras clases sociales,
“encarna actualmente la propia contra-revolución.” Entre la “ruina final” o el
“enrigidecimiento”, para estas burguesías no les queda mucha opción “propiamente
política” (Fernandes, 2002c; 1750). La dictadura militar no es por tanto una
consecuencia sorpresiva del desarrollo subalterno, sino una opción siempre plausible en
caso de amenaza del “orden”, es decir, caso pericliten sus bases de apoyo para realizar
la adaptación del desarrollo desigual interno con la dominación imperialista. La
burguesía nativa brasileña se formó como clase burguesa desde la opción por el
totalitarismo. “Desprovistas de cualquier romanticismo político, “revolucionario” o
“conservador”, se afirman inmediatamente en términos de las conexiones directas,
identificando la revolución nacional con sus objetivos particularistas.” (Fernandes,
2002c; 1755). Pueden encarnar los ideales burgueses centrales, pero apenas
artificialmente. Sus “…exterioridades “patrióticas” y “democráticas” ocultan el más
completo particularismo y una autocracia sin límites…”, como una especie de “folclore
político”, luego, sin contenido real. (Fernandes, 2004a;239).
La ausencia de sentido patrio es otra característica de esas burguesías nativas
(Mariátegui, 2006a;115). Es una situación bastante paradojal, pues si por un lado ellas
no poseen ningún “orgullo de raza” (Holanda, 2002b:964), por otro poseen una visión
racista de la sociedad. Adoptando a la visión de la burguesía central, la nativa también
ve a los pueblos latinoamericanos como racialmente inferiores. La concepción de
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mundo de la burguesía nativa no divide la sociedad en clases sociales sino que la divide
en términos de raza y de casta, lo que está de acuerdo con su composición combinada.
Para ella la sociedad en América Latina posee razas diferentes, una superior de la cual
hacen parte los “blancos” y otra inferior que es el resto. La raza superior a su vez se
divide en castas, componiendo a la casta inferior aquellos que son tutelados al entrar en
la orbita de las burguesía nativa que monopolizan a los beneficios económicos de la
modernización. En este sentido la emancipación política de los pueblos
latinoamericanos es un “regalo” de sus aspiraciones democráticas derivadas de su
“humanismo esclarecido”, luego algo revocable. Por otro lado, sin conexión patriótica
con su nación de nacimiento, el burgués nativo logra encarnar con cierta perfección a la
clase burguesa en su sentido cosmopolita, como un “ciudadano del mundo”.
Frente a la exigencia de la industrialización las clases dominantes generaron
consenso dentro del desarrollo subalterno a partir de una “aglutinación mecánica”
alrededor del mantenimiento generalizado de su status y en seguida por la
universalización de las necesidades particularistas de su adaptación. Este modelo de
generación de consenso entre las elites se fijó en la sociedad con la constitución del
Estado autocrático. Si bien en aquel entonces logró garantizar la dominación burguesa
“…esa aglutinación mecánica de la solidaridad de clase burguesa actúa como una fuente
de inhibición cuanto a las posibilidades de diferenciación, intensificación y
autonomización progresiva del desarrollo capitalista interno.” La “adhesión de todo el
bloque” al eje externo es una “…principia media de los intereses y valores burgueses
naciones y extranjeros.” En consecuencia todas tentativas reformistas realmente
democráticas “…son sofocadas a partir de las compulsiones que emanan de la propia
dominación burguesa y de la forma de solidaridad de clase en que ella reposa.” Por
tanto existen “ciertos imperativos universales” de ese padrón de dominación burguesa
que “…compelen las clases burguesas a omitirse, o mismo, a anularse frente de ciertas
tareas prácticas específicamente burguesas…”, como lo es la constitución de la
emancipación política. (Fernandes, 2002c; 1758-9). Las reivindicaciones que las clases
dominantes “pudieron impedir y unificar” se dieron “congregándose en torno de
intereses” que eran “articulables” con el eje externo, logrando “silenciar o excluir las
otras clases de la lucha por el poder estatal” al trasplantar para el Estado “sus propios
fines colectivos particularistas”. La “naturaleza autoritaria del presidencialismo y la
fuerte lealtad de los militares a la dominación burguesa” terminó por ejercer una
“domesticación particularista del Estado” a través de la “militarización de sus
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estructuras y de las funciones del Estado nacional” que “simplificó y fortaleció todo el
proceso” (Fernandes, 2002c; 1776). Esta es la realidad perdurable de la dictadura
militar, pues aquel Estado totalitario terminó por imponer la fijación de un Estado
autocrático. “Un poder que se impone sin disimulación de arriba para bajo, recurriendo
a cualesquiera medios para prevalecer, erigiéndose a si mismo en fuente de su propia
legitimidad y convirtiéndose, por fin, el Estado nacional y democrático en instrumento
puro y simple de una dictadura de clase preventiva.” (Fernandes, 2002c; 1751).
El Estado asume en el esquema subalterno un papel crucial de eslabón entre la
unidad interna de clase por aglutinación y el cumplimiento eficiente de las demandas
del eje externo, realizando así el “anillo autoperpetuador” moderno; la unidad entre
transnacionales, organismos financieros internacionales y gobiernos centrales, con el
gobierno del país periférico y su economía interna. Este anillo no contiene al pueblo,
siendo idéntico a la frustración de la emancipación política en tanto característica
permanente de la política periférica. El Estado se convierte en un bastión de defensa y
de ataque, sea contra la presión del extranjero, pues el socio mayor externo aparece
como un “peligroso compañero de ruta”, o contra la presión de abajo convirtiéndose en
una “terrible arma de opresión y represión” (Fernandes, 2004a;233).
Más que garantizar la inversión en grandes obras de infraestructura con largo
periodo de rotación de capital, el Estado nacional apareció en la revolución burguesa de
Brasil como la base sobre la cual se erigió el consenso burgués nativo sobre los rumbos
de la transición industrial. Aquello que la burguesía nativa “…no puede hacer en la
esfera privada intenta conseguir utilizando, como su base de acción estratificada, la
maquinaria, los recursos y el poder del Estado.” (Fernandes, 2002c; 1760). La
composición de la clase burguesa en tanto conjunto que da una dirección general al
desarrollo capitalista se logró transfiriendo el “espíritu de empresa” al Estado como
característica propia suya. Si bien eso fue “el impulso decisivo”, terminó por generar
una fuerza superior a las expectativas. “El Estado ocupó el lugar de una clase social
cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito…” (Galeano, 2010; 273).
El Estado se ve así saturado en sus funciones, como resultado de la carencia de
excedente de poder de la burguesía nativa debido a la apropiación dual. Esta impotencia
“…ha colocado el Estado en el centro de la evolución reciente del capitalismo en Brasil,
y explica la constante atracción de aquel sector por la asociación con los militares…”. A
través del Estado nacional las clases burguesas “se aliviaban entre sí” logrando hasta
mismo convertir la “mencionada impotencia en su reverso, en una fuerza relativamente
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incontrolable…”. Por tanto, “…el Estado nacional no es una pieza contingente o
secundaria de ese padrón de dominación burguesa. Él está en el cierne de su existencia y
sólo él, de hecho, puede abrir a las clases burguesas el áspero camino de una revolución
nacional…” (Fernandes, 2002c; 1760). Postergando (o anulando) los objetivos
democráticos estatales, esta “clase social” que se convierte el Estado para dar rumbo a
la transición industrial será compuesta internamente por militares y tecnócratas.
El efecto práctico se contiene en, 1º) “…impedir que las divergencias en el seno
de las clases burguesas (variada y profundas a punto de exigir un mecanismo de unidad
de clase y de solidaridad de clase como el apuntado arriba)…”, pero también, y no
menos importante, 2º) lograr que la “presión de abajo para arriba (tan fuertes, a pesar de
la aparente “apatía” del proletariado…” fuera neutralizada, para la cual se exigió la
“sofocación de los medios de auto-afirmación” de las clases trabajadores, pues juzgan
las elites que eso destruiría las “precarias bases del equilibrio” del “orden”. “Aun aquí el
poder estatal surge como la estructuración principal y el verdadero dínamo del poder
burgués.” La burguesía nacional entabla entre si una solidaridad de rapiña a través de
sus cínicos acuerdos de caballeros, entorpeciendo a los mecanismos de concurrencia
(Fernandes, 2002c:1733). La determinación autocrática de la dominación burguesa se
contiene en la imposibilidad de tal dominación “…sostenerse, imponerse coactivamente
y suplantar los conflictos de clase apoyándose exclusivamente […] en las funciones
convencionales del Estado democrático-burgués.”(Fernandes, 2002c; 1760). El
resultado es el “vaciamiento” del orden competitivo frente a la rigidez o inercia de las
burguesías nativas, a su vez amparadas por la maquina estatal (Fernandes, 2004a;237).
Es la frustración permanente de los preceptos básicos de la emancipación política. Este
desarrollo subalterno define entonces, como necesaridad suya, no sólo la “depresión de
los requisitos políticos” sino que “exacerba, aún más, la importancia del elemento
político para el desarrollo capitalista dependiente.” Reforzada por la necesidad de las
naciones centrales de socios cada vez mas “sólidos”, de un “desarrollo con seguridad”,
lo que “…sugiere la Revolución Burguesa en la periferia es, por excelencia, un
fenómeno esencialmente político, de creación…” política de una dominación burguesa.
Su dependencia de tal elemento específicamente político se perpetúa como estabilizador
y director de la transición. El capitalismo dependiente “…es un capitalismo salvaje y
difícil, cuya viabilidad se decide, con frecuencia, por medios políticos y en el terreno
político.” (Fernandes, 2002c; 1748-9).
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La “solidaridad de clase” burguesa, fácilmente, se “expresa en la defensa pura y
simple del status quo (girando, con frecuencia, en torno de la “defensa” de la propiedad
privada y de la iniciativa privada)…”, siendo también “…suficiente para orientar los
preparativos y las composiciones de los sectores oligárquicos “tradiciones” o
“modernos” con los demás sectores…”. Esta “forma especial de solidaridad de clase”
que “articula mecánicamente” los “intereses capitalistas “nacionales” y “extranjeros”
convergentes y divergentes, mas o menos conservadores y más o menos liberales…”,
significa la imposición de los fines “particularistas” como fines “políticos” a través y
como finalidad misma del Estado, poniendo aquella clase dominante realmente
nacionalista en el ostracismo. Tal “estilo de dominación” burguesa claramente
“…refleja mucho más la situación común de las clases poseedoras y privilegiadas, que
la presumible ansia de democratización, de modernización o de nacionalismo…”. Por
eso reproduce antes el “espíritu mandonista oligárquico” que otras dimensiones de la
dominación burguesa, exactamente por que este espíritu mandonista es preponderante
“en la recomposición económica, social y política del poder burgués” (Fernandes,
2002c; 1751y1731).
Como el Estado es puesto “a servicio de fines particularistas de la iniciativa
privada” el monopolio de los beneficios es reforzado. Es decir, “…solamente las clases
altas y medias llegan a participar efectivamente de las ventajas proporcionadas por el
desarrollo capitalista. […] Esa participación es, en si mismo un privilegio...” que se
confunde con el Estado y el acceso a las funciones “públicas”, constituida, una vez
monopolizada, como el “vehículo por excelencia del poder burgués.” Los privilegios, y
no los “elementos dinámicos” del “espíritu capitalista”, que cimentan “esa especie de
solidaridad de rapiña”, dando la unidad necesaria a la clase burguesa para completar su
modernización2. La “participación” en la sociedad civil, los servicios y la riqueza
producida, aparece como “privilegio” de ciertas capas sociales. Por tanto, las “funciones
clasificatorias del mercado y las funciones estractificadoras del sistema de producción”
capitalista son limitadas, como consecuencia necesaria de esta formación de la
dominación burguesa subalterna, “…al punto del grueso de la población permanecer
excluida del funcionamiento normal del régimen de clases.” (Fernandes, 2002c; 1722).
2 Aquí cobra importancia la percepción de la “feudalidad” en la dominación burguesa. El status es el elemento común de las clases dominantes y no su “espíritu” capitalista. Para superar ese estado de cosas, sin romper con el orden burgués, hay que superar estos elementos persistentes de la “feudalidad”, entendidos no como vestigios esporádicos sino permanencia necesaria de este modelo de dominación subalterno.
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El monolitismo burgués garantizado por el Estado autocrático es idéntico a la
inexistencia de mecanismos de “control social efectivo” o de participación política real
de la población. La “…ausencia de ese control societario eficiente confiere una libertad
casi total a la “gran empresa” […] y a la devastadora penetración imperialista…”
(Fernandes, 2002c; 1759). Se confirma un “…capitalismo en que las relaciones de clase
retornan a un pasado remoto, como si los mundos de las clases socialmente antagónicas
fueran los mundos de “Naciones” distintas, recíprocamente cerrados y hostiles…”
(Fernandes, 2002c; 1757). La adopción de este modo de desarrollo subalterno se asocia,
en su eclosión, “a viejas iniquidades económicas y genera, a su vez, iniquidades
económicas nuevas […] se asocia a prácticas económicas tan inicuas, antidemocráticas
y deshumanas, que aparecerá, para las masas, como el paraíso de los ricos, de los
poderosos y de los privilegiados.” (Fernandes, 2002c; 1728). Como las ideologías y las
utopías de las clases dominantes dejan de sufrir un control societario eficiente, pues,
corrientemente, las demás clases no poseen margen de maniobra y de autodefensa
“dentro del orden” burgués, tales ideologías y utopías se convierten en fuente de
“legitimación de las ventajas que las clases dominantes extraen, rutineramente, de su
sumisión a los intereses y manipulaciones externos.” (Fernandes, 2002c; 1767).
No existiendo normales espacios de auto-afirmación para las clases alijadas del
monopolio del poder, cualquier expresión autónoma de los oprimidos podrá ser fácil y
automáticamente identificada como un amenaza al “orden burgués”. Si bien los
“problemas prácticos” de la adaptación industrializante “no amenazaban, en sí y por sí
mismos, la base económica, social y política del poder burgués”, estando lejos de poseer
una carácter de “crisis estructural”, sí “creaban una situación de peramente desgaste e
impotencia” para la burguesía nativa. La dificultad de adaptación como “crisis de
coyuntura” no significaba realmente un peligro final para las “bases propiamente dichas
de la dominación burguesa”. La crisis de adaptación comienza y termina “…en la
antecámara de la historia, por así decirlo en el salón de visitas de las burguesías
nacionales” (Fernandes, 2002c; 1721-2). Pero en su debilidad, tales “crisis de
adaptación” se confunden para las burguesías nativas como crisis de todo el “orden
burgués”, lo que se resolvió cerrándose aun más la estratificación social y el acceso al
Estado, colocando a toda expresión popular como automáticamente “fuera del orden”.
La existencia misma de la población ya aparece en estas condiciones como latentemente
“subversiva”. Durante el periodo de la revolución burguesa en Brasil, que se extiende
por casi todo el siglo XX, nunca llegó a existir una “situación pre-revolucionaria
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típicamente fundada en la rebelión antiburguesa de las clases asalariadas y destituidas”;
sin embargo “la situación existente era potencialmente pre-revolucionaria, debido al
grado de degradación, desarticulación y de desorientación de la propia dominación
burguesa…”, es decir, debido a la propia incompetencia e impotencia de las burguesías
nacionales. Era la burguesía misma que “…inhibía o paralizaba las potencialidades
sociodinámicas de la dominación burguesa y restringían substancialmente la eficacia
política del poder burgués, crónicamente pulverizado y oscilante” (Fernandes, 2002c;
1773-4). De un tal modo que mismo las “presiones dentro del orden” de las “clases
bajas o de extractos burguesas ultra-radicales fueron estigmatizadas y banidas por
medios represivos”, con fundamento en la “mera existencia” y propagación de
“presiones contra el orden”. Por eso la común confusión entre radicalismo-burgués y
comunismo. Las presiones dentro del orden son interpretadas inmediatamente como
presiones contra el orden capitalista en “un expediente práctico para facilitar la
estigmatización y aumentar […] la eficacia del sistema de opresión y represión.” Así, la
represión conferida en bloque por los sectores conservadores de la burguesía es idéntica
al “monopolio de seleccionar e inducir las innovaciones históricamente necesarias…” y
deseadas (Fernandes, 2002c; 17279-80).
El “terror burgués”, o la visión “terrorífica” que tiene la burguesía de todo
movimiento venido de abajo y su consecuencia práctica, la represión, es otra
consecuencia de la dominación burguesa subalterna. Mismo en la ausencia de
movimientos revolucionarios, “el pánico de la burguesía” provenía mucho más de su
precepción de las dificultades que tendría para “…realizar un movimiento económico
que la pusiese en condiciones de acompañar los dinamismos económicos y los ritmos
históricos que las naciones hegemónicas transferían para la nación brasileña…”, pues
los ritmos que se aceleraban dejarían la burguesía nativa “en una posición insostenible”
caso no se ajustara “estructural y funcionalmente” a las exigencias de la situación
emergente (Fernandes, 2002c; 1722). Como la “masa de los que se clasifican dentro del
orden es demasiado pequeña”, la “condición burguesa” en sí misma es un elemento
insuficiente para garantizar la estabilidad económica, social y política, haciendo
aumentar la mentalidad mandonista, inflexible e intolerante, el temor de clase y la
violencia preventiva (Fernandes, 2002c; 1780). Por tanto, no es el pueblo la real fuente
del estado de pánico de la burguesía nativa, pero funciona bien como “chivo expiatorio”
tal como “foco de referencia para la actuación de la solidaridad de clase burguesa”. La
represión como medio de “…defensa del “orden”, de la “propiedad privada” y de la
51
“iniciativa privada” congregó el grueso de la minoría dominante”… elevando las
potencialidades unificadoras de sus toscos intereses y objetivos comunes.” (Fernandes,
2002c; 1724). Aparece entonces este “…tipo de dominación burguesa que se singulariza
por la institucionalización política de la autodefensa de clase…” (Fernandes, 2002c;
1722). La necesidad de mantener el status viene de la mano con la necesidad de reprimir
al pueblo. De ahí su inflexibilidad en la decisión de “…emplear la violencia
institucionalizada en la defensa de intereses materiales privados, de fines políticos
particularistas; y su coraje de identificarse con formas autocráticas de autodefensa y de
autoprivilegiamiento.” El Estado totalitario, “fundiendo la república parlamentar con el
fascismo”, fija al Estado autocrático (Fernandes, 2002c; 1751).
La incorporación del espacio económico nacional a la dominación imperialista
“vació históricamente” los papeles de las burguesías periféricas (Fernandes, 2002c;
1749), anulando las “tareas económicas, socioculturales y políticas que caben a la
burguesía” (Fernandes, 2002c; 1759). Al imperialismo se asocian factores de inhibición
de los elementos políticos internos a la periferia. Lo que se concretiza, con intensidad
variable, es “una fuerte disociación pragmática entre desarrollo capitalista y
democracia”. El desarrollo subalterno entra en conflicto “con cualquier evolución
democrática del orden social” por la “fuerte asociación racional entre desarrollo
capitalista y autocracia.” La noción de “democracia burguesa” es redefinida para
disimular su restricción (Fernandes, 2002c; 1746-7).
La revolución burguesa subalterna no concluye la emancipación política sino que
contiene intrínsecamente su frustración. En América Latina el Estado nunca se hizo
laico, sea por su vínculo con la Iglesia cristiana o por su prejuicio a otras formas étnicas.
El derecho diferencia cabalmente a los ricos de los pobres; el acceso a las instituciones
y funcionalidades estatales es drásticamente diferenciado; los ricos se zafan de los
impuestos y son absueltos al cometer flagrantes delitos de lesa humanidad, mientras los
pobres son sentenciados a la vía crucis por el más mínimo deslice. El Sufragio
Universal es meramente formal, definido por redes clientelares. La burocracia es
kafkaniana. Esas condiciones no fueron creadas porque la “democracia”
latinoamericana es joven y la burguesía nativa inexperta; por el contrario, es muy
experimentada en recontextualizar la adaptación. El desarrollo subalterno fue una
opción de las burguesías nativas. La emancipación política fue frecuentemente frustrada
por los mismos ilustrísimos señores que enunciaban defenderla.
52
4) Revolución brasileña: desconcentración productiva y reactualización del pacto
colonial en dos tiempos
Los capitales ingleses hegemónicos en el siglo XIX y las posibilidades
comerciales que se abren desde la exportación de las materias-primas crean en Brasil los
primeros espacios de la burguesía nativa, mercantil, a ser impulsada decididamente con
la desconcentración productiva mundial, lentamente a partir de principios del siglo XX
pero de modo acelerado a partir de 1950. Las industrias centrales, basadas en el binomio
taylorismo/fordismo, dejan de centrar sus actividades productivas en sus países de
origen en busca de reducir sus costos con mano de obra, trasladando parte o sus plantas
enteras a los países subalternos, cerca de las materias primas requeridas. Este es un
proceso largo e incipiente. Tal desconcentración productiva es la propia “revolución
burguesa” de Brasil, cuando de sus ápices en las décadas de 1950 y 1960. Si bien la
“formación” de la burguesía nativa es anterior, apenas a partir de ahí podremos hablar
de una burguesía nativa, de hecho formada en tanto clase y no más incipiente, si bien
nunca totalmente desplegada en sus potencialidades capitalistas en la América Latina.
El capital industrial al hacerse hegemónico y buscar extenderse mundialmente
para alcanzar una nueva escala de acumulación, pone al modo de producción capitalista
en una nueva etapa histórica, caracterizada por el imperialismo (Lenin, 1998) como
acción general del llamado “capital monopolista”, que primero se impone lentamente
cavando sus nichos en lugares que juzga más propicios, para en seguida acelerar sus
ritmos dejando apenas exiguos espacios económicos para las burguesías nativas. En el
caso brasileño ellas creían sinceramente que la modernización iba en seguida expandirse
e irradiarse a lo largo del país. Como desarrollo capitalista en general “hipertadío”
(Chasin, 2000), la revolución industrial “con la cual siempre soñó el país” se configuró
como una revolución burguesa “retardataria”, “atrasada”, de la periferia, hecha de modo
inducido de acuerdo las necesidades externas, “fortalecida por los dinamismos
especiales del capitalismo mundial”, pero anclada en “acciones políticas profundamente
reaccionarias, por las cuales se revela la esencia autocrática de la dominación
burguesa…”, tal como su “propensión para salvarse mediante la aceptación de formas
abiertas y sistemáticas de dictadura de clase” (Fernandes, 2002c; 1749). Por lo tanto,
“…bajo capitalismo monopolista, el desarrollo desigual de la periferia se vuelve más
perverso y “envenenado”.” (Fernandes, 2002c; 1729).
53
Con la revolución industrial todos se miden por el orden capitalista, pero son
pocos los que se miden positivamente. El “orden social competitivo” se abre apenas
“…para los que se clasifiquen positivamente en relación a él; y que sólo es competitiva,
entre los que se clasifican positivamente frente a las clases poseedoras…”, resultando en
la “neutralización o exclusión de las demás clases, que solo se clasifican negativamente
en relación a él”. Si bien esta es la “revolución burguesa” de Brasil, no ocurrió un
“verdadero desplazamiento” de la “vieja clase” o de las “viejas clases” dominantes, por
“nuevas clases”, pues las oligarquías sofrieran apenas una “crisis de reabsorción”
(Fernandes, 2002c; 1781).
La desconcentración productiva que significó la recomposición del padrón de
dominación burgués en Brasil y exigió la modernización de su clase burguesa, a nivel
mundial significó la realización de una “segunda partición del mundo”, en la cual las
corporaciones transnacionales compiten ferozmente por el control de las económicas
periféricas. En esta nueva escala de la dominación burguesa “no existen fronteras para
el control externo”, pues se articulan redes de comunicación mundiales con el
“desplazamiento de grupos profesiones, civiles y militares” para el exterior y el
comprometimiento de sus propios gobiernos en entablar relaciones favorables con los
periféricos, cimentando “redes articuladas” de “modernización dirigida”. (Fernandes,
2002c;1766). Este es el “capitalismo posible” para la periferia “...en la era de la partición
del mundo entre las naciones capitalistas hegemónicas, las “empresas multinacionales”
y las burguesías de las “naciones en desenvolvimiento”.” (Fernandes, 2002c;1757). Su
resultado es la “profundización de la descapitalización de los países periféricos y la
desnacionalización de su industria”, que se acelera y “trae consigo una creciente
dependencia tecnológica”. “La tecnología, decisiva clave de poder, está monopolizada,
en el mundo capitalista, por los centros metropolitanos.” (Galeano, 2010; 354).
La única preocupación realmente “económica” de la burguesía nativa, pues su
única tarea en este ámbito, era fortalecer “…los lazos económicos entre las islas de
desarrollo de los países dependientes y el sistema económico mundial…” subordinando
las transformaciones internas a este objetivo prioritario (Galeano, 2010; 277). Pues con
el nuevo “…esquema de funcionamiento de la industria satelizada, en relación con sus
lejanos centros de poder…” la producción y circulación comprenden un completo
circulo cerrado, por ejemplo con la exportación de plátano en Honduras o Guatemala. O
la extracción de petróleo en Colombia, que es una “…transferencia física de aceite
crudo desde un campo norteamericano de extracción hasta unos centros industriales de
54
refinado, comercialización y consumo en Estados Unidos…”. Las fábricas más
importantes de América Latina, concentradas en Brasil, México y Argentina,
“… también integran un espacio económico que nada tiene que ver con su localización
geográfica. Forman, con muchos otros hilos, la urdimbre internacional de un país hasta
otro, facturando las ventas por encima o por debajo de los precios reales, según la
dirección en que desean volcar las ganancias.” (Galeano, 2010; 313).
Como si fuera poco esta desventaja inicial los gobiernos periféricos son impelidos
a abatir sus barreras económicas, financieras y fiscales “…para que los monopolios, que
todavía estrangulan a cada país por separado, puedan ampliar sus movimientos y
consolidar una nueva división del trabajo, en escala regional, mediante la
especialización de sus actividades por países y por ramas…”, hasta lograr la
“…fijación de dimensiones óptimas para sus empresas filiales, la reducción de costos, la
eliminación de competidores ajenos a la área y la estabilización de los mercados.” Las
filiales, presentadas por burguesías y gobiernos periféricos como las evidencias más
palpables de la “modernización”, en el mercado latinoamericano sólo pueden
desarrollarse en determinados rubros “…y bajo determinadas condiciones que no
afectan la política mundial trazada por sus casas matrices.” (Galeano, 2010; 328).
Las filiales venden el petróleo crudo a las subsidiarias, que lo refinan y venden los combustibles a las sucursales para su distribución: la sangre no sale, en todo el circuito, fuera del aparato circulatorio interno del cártel, que además posee los oleoductos y gran parte de la flota petrolera en los siete mares. Se manipulan los precios, en escala mundial, para reducir los impuestos a pagar y aumentar las ganancias a cobrar: el petróleo crudo aumenta siempre menos que el refinado (Galeano, 2010; 203).
Las acciones bursátiles de algunas empresas “nacionales” en poder extranjero
pueden ser pocas pero su dependencia tecnológica es muy alta. Al final, “¿cuántas
fábricas podrían ser consideradas realmente nacionales en América Latina?”. En las
“sociedades mixtas” el capital privado latinoamericano puede ser incluso mayoritario,
“pero nunca decisivo frente a la fortaleza de los cónyuges de fuera. […] A menudo, es
el Estado mismo quien se asocia a la empresa imperialista, que de este modo obtiene, ya
convertida en empresa nacional, todas las garantías deseables y un clima general de
cooperación y hasta de cariño.” (Galeano, 2010; 315).
La “aceleración” del crecimiento no es un hecho menor, pues este ritmo
desorganizaba aún más en su pánico adaptativo a la burguesía nativa, que además se vio
55
inmersa en mecanismos desleales de penetración del capital extranjero, más allá de los
estrictamente capitalistas, que sólo podría darse para aquellos que operaban en una
escala mundial. Fuera la manipulación de los mecanismos formales del sistema
financiero, de los precios, de la dominación por la monopolización de la técnica, los
capitalistas gringos aumentaban el ritmo del despojo a través de trampas descaradas.
Lograban un “drenaje de dólares por asistencia técnica”, haciendo pasar por know-how
patentado “…técnicas que son del dominio público y que se importan como licencias de
conocimiento especializado…” (Galeano apud Perbisch, 2010; 319). Está dentro del
esquema “normal” de dominación por la técnica el hecho de que “…las casas matrices
nunca proporcionan a sus filiales las innovaciones más recientes, ni impulsan, tampoco,
una independencia que no les convendría.” (Galeano, 2010; 318). Pero el caso de
General Motors en Toluca llega a ser odioso, mirando el comentario de un técnico: “Fue
peor que arcaico. Peor, porque fue deliberadamente arcaico, con lo obsoleto
cuidadosamente planeado… Las plantas mexicanas son equipadas deliberadamente con
maquinaria de baja productividad.” (Galeano apud Fenster, 2010; 319).
Claro está que esta “…eficiencia en la coordinación de las operaciones en escala
mundial, por completo al margen del “libre juego de las fuerzas del mercado“, no se
traduce…” en precios más bajos para los consumidores nacionales, “sino en utilidades
mayores para los accionistas extranjeros.” (Galeano, 2010; 314). La potencia de la
sangría vemos cuando los automóviles producidos en Argentina o Brasil terminan
costando más baratos a los consumidores de Estados Unidos, Italia o Alemania, que a
los de estos países (Galeano, 2010; 315). “Los Estado Unidos pagan más barato el
hierro que reciben de Brasil y Venezuela que el hierro que extraen de su propio
subsuelo.” (Galeano, 2010; 198).
La libre competencia es una completa falacia dentro de este esquema mundial del
despojo. Los países centrales predican la apertura comercial pero son proteccionistas
con sus capitales internos; imponen condiciones artificiales al mercado mundial,
entorpeciendo a la competencia y manipulando precios; así, logran imponer también las
condiciones económicas internas a cada país periférico; y como si fuera poco, imponen
sus definiciones políticas, interviniendo de diversas maneras o incitando guerras entre
vecinos. “Nunca ha existido en los llamados mercados internacionales el llamado libre
juego de la oferta y la demanda, sino la dictadura de una sobre la otra, siempre en
beneficio de los países capitalistas desarrollados.” (Galeano, 2010; 307).
56
Para las naciones latinoamericanas el pacto colonial determinó su entrada en la
división del trabajo mundial. El pacto colonial es la realidad latinoamericana más
profunda y constantemente renovada, poniendo a las naciones latinoamericanas como
fuente de las materias prima esenciales al desarrollo del capital monopolista en los
países centrales, siendo este un elemento importante en el ascenso del capital industrial
como hegemónico por sobre el comercial (Fernandes, 2002c; 1715). “En su mayoría, los
países latinoamericanos se identifican, en el mercado mundial, con una sola materia
prima o con solo alimento.” La región ha sido condenada por los capitalistas
hegemónicos a vender sobretodo productos primarios para dar trabajo a las fábricas
extranjeras, siendo sus productos “…exportados, en su gran mayoría, por fuertes
consorcios con vinculaciones internacionales, que disponen de las relaciones necesarias
[…] para colocar sus productos en las condiciones más convenientes…” para su codicia
de lucros (Galeano, 2010; 306-7). “La región continúa estrangulándose en el
intercambio de sus productos por los productos de las economías centrales.” (Galeano,
2010; 311). “¿Cómo puede significar “beneficio mutuo” vender a precios de mercado
mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países
atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las
grandes fábricas automatizadas del presente?” (Guevara, 1988). Tras la secular
renovación del pacto colonial, las “…sociedades hegemónicas engendraran formas
ultradestructivas de utilización de las materias primas de la periferia…”, y si bien esto
es un factor de equilibrio, resultó en una “…forma de incorporación devastadora de la
periferia a las naciones hegemónicas y centrales, que no encuentra paralelo ni en la
historia colonial y neocolonial del mundo moderno, ni en la historia del capitalismo
competitivo.” (Fernandes, 2002c; 1715). “Los capitales norteamericanos se concentran,
en América Latina, más agudamente que en los propios Estados Unidos…” (Galeano,
2010; 271).
Hay en los mercados internacionales un virtual monopolio de la demanda de materias primas y de la oferta de productos industrializados; a la inversa, operan dispersos los ofertantes de productos básicos, que son también compradores de bienes terminados […]. Los países del Tercer Mundo intercambian entre sí poco más de la quinta parte de sus exportaciones, y en cambio dirigen las tres cuartas partes del total de sus ventas exteriores hacia otros centros imperialistas de lo que son tributarios (Galeano, 2010; 306-7).
La furia norteamericana por la hegemonía mundial terminó determinando también
la identificación entre “…los intereses de los capitalistas norteamericanos en América
57
Latina, con la seguridad nacional de los Estados Unidos.” (Galeano, 2010;175). El
“capitalismo posible” parece inescapable cuando el suceso de las inversiones
imperialistas se identifica con el sentido de “seguridad” del país hegemónico: “…la
captura o el control de las minas fuera de sus fronteras constituye, más que un negocio,
un imperativo de la seguridad nacional.” (Galeano, 2010;193). Los empresarios de los
países hegemónicos exigen de sus gobiernos centrales intervenir conjuntamente en el
proceso, poniendo en “…primer plano los requisitos políticos de la transformación
capitalista en la periferia.” Para eso se desencadenan simultáneamente proyectos de
asistencia económica, financiera o tecnológica, policial-militar, educativa, de salud
pública, sindical, etc. (Fernandes, 2002c; 1713). Se imponen intereses ajenos a los
países periféricos como si fueran suyos, mismo por sobre las intenciones de parte del
gobierno o de ciertos “círculos industriales” que se prestan “…más propensos a graduar
la transición industrial a partir de dentro, combinando el intervencionismo estatal a un
nacionalismo económico.” (Fernandes, 2002c; 1715). Para el eje interno, a su vez, este
“desarrollo por asociación” exige una estabilidad política y un consenso, logrado por la
represión de las “protestas contra las iniquidades”; por tanto, el “desarrollo con
seguridad” de los Estados Unidos significa la disociación entre el desarrollo interno y
el modelo de civilización de las naciones hegemónicas, vista en la negligencia de los
“requisitos igualitarios, democráticos y cívico-humanitarios” de la sociedad subalterna,
debido a la “transición salvaje” que impide “cualquier conciliación concreta,
aparentemente a corto y a largo plazo, entre democracia, capitalismo y
autodeterminación.” (Fernandes, 2002c; 1714).
La Revolución Burguesa aparece vinculada a las alteraciones “condicionadas por
la irradiación del capitalismo maduro […] un desarrollo capitalista provocado en la
periferia por las económicas centrales, por tanto, extensa y profundamente inducido,
graduado y controlado por fuera.” (Fernandes, 2002c; 1745y1726). El crecimiento fabril
de América Latina fue “alumbrado” desde afuera. “La industria latinoamericana nació
del vientre mismo del sistema agroexportador […] No fue generado por una política
planificada hacia el desarrollo nacional, ni coronó la maduración de fuerzas
productivas…” internas. Lo consciente que estaba la burguesía nativa de la
profundización de la dependencia en todo el proceso vemos en documento oficial
brasileño de 1969, el cual afirma que la industrialización en Brasil no fue paulatina.
“Antes bien, fue un fenómeno rápido e intenso, que se superpuso a la estructura
económico-social preexistente, sin modificarla por entero, dando origen a profundas
58
diferencias sectoriales y regionales que caracterizan a la sociedad brasileña.” (Galeano,
2010; 272). Pero estar conscientes del contexto en el cual deberían insertarse, no
significa que comprendían la magnitud del proceso global. A la burguesía nativa le
significaba estar apenas conscientes de las grandes dificultades de adaptación en tal
transición, lo que retroalimentaba la histeria burguesa, sin estar necesariamente
conscientes de los propósitos generales del nuevo modelo de acumulación mundial.
La penetración profundizada y extendida del capital extranjero hace que nuestros
países se conviertan “con plena impunidad, en seudónimos de las empresas extranjeras
que los dominan.”. Las importaciones son el eslabón medio de todo proceso,
permitiendo tal profundización tal como la capitalización de las empresas extranjeras en
constante flujo de capitales. La General Motors, por 1970, empleaba la misma cantidad
de la población económica activa de Uruguay, ganaba cuatro veces más que todo el
producto interno de Bolivia y su volumen mundial de ventas equivalía a nada menos
que al producto nacional bruto de la Argentina entera, siendo que las ventas de toda las
filiales norteamericanas diseminadas por el mundo eran seis veces mayor que el valor
de todas las exportaciones de los Estado Unidos, que siempre atribuyen buena parte de
su hegemonía a su “vocación” comercial internacionalista (Galeano, 2010; 351y329).
La “nueva etapa de industrialización, en gran medida inducida y orientada por las
necesidades extranjeras y los dueños extranjeros de los medios de producción”, fue una
desconcentración productiva, que buscaba sobretodo a la mano de obra barata. “El
principal producto de exportación de América Latina, venda lo que venda, materias
primas o manufacturas, son sus brazos baratos.” El proceso colonial de Brasil
encuentra, no en el azúcar pernambucano o en el oro minero, sino en el tráfico de
esclavos su principal fuerza de acumulación de capitales. Pero hoy el sistema se ha
perfeccionado. “Ya los barcos negreros no cruzan al océano. Ahora los traficantes de
esclavos operan desde el Ministerio de Trabajo.” La sórdida fórmula, garantizada por la
injerencia, desobedece hasta mismo la ley del valor. Paga a los trabajadores-nacionales
“salarios africanos” y a los capitales-extranjeros “precios europeos”. “¿Qué son los
golpes de Estado, en América Latina?, sino sucesivos episodios de una guerra de rapiña.
[…] Las flamantes dictaduras invitan a las empresas extranjeras a explotar la mano de
obra local, barata y abundante, el crédito ilimitado, las exoneraciones de impuestos y los
recursos naturales al alcance de la mano.” Los gobiernos periféricos dedican una parte
ínfima de su poder de crédito para la alimentación interna, educación y salud,
dependiendo de las exportaciones para suplir sus “huecos” internos. Darcy Ribeiro decía
59
“…que una república Volkswagen no es diferente, en lo esencial, de una república
bananera.” Frente al modo de producción capitalista como un todo, sus supuestos y
resultados son en general los mismos (Galeano, 2010;355-6). La búsqueda de brazos
parece que nunca se agota. “En la mayor parte de los países latinoamericanos, la gente
no sobra: falta.” (Galeano, 2010; 21).
La revolución burguesa brasileña, inducida como fue, obedeció por lo menos a
dos tendencias o momentos distintos en el tiempo. Hasta fines del siglo XIX el
desarrollo capitalista en Brasil es extremadamente lento, casi que por “generación
espontanea” debido a la presencia comercial inglesa y la reactualización del pacto
colonial en la orbita del capitalismo mundial. Pero entrado el siglo XX, bajo la
hegemonía no más del capital comercial sino del industrial, empieza la
desconcentración productiva desde el centro para las periferias, lo que exige el flujo
adecuado de capitales, otra actualización del pacto colonial así como elevando a una
otra potencia la penetración extranjera3. Inicialmente de modo lento hasta la primera
guerra mundial, sucedida por un periodo particular de sustitución de importaciones que
apresura un poco más el proceso, pero que encuentra intermitencias debido a la crisis
central de 1929, los ritmos de industrialización se acelerarán terminada la segunda
Guerra Mundial hasta el frenesí de los principios de 1960 cuando ya está muchísimo
acelerada la desconcentración productiva. El periodo principal abarca, como un todo,
desde fines de 1920 hasta la década de 1960. Las “…cuatro décadas que sucedieron al
fin de la Primera Guerra Mundial constituyen el periodo nuclear de maturación histórica
de la burguesía brasilera.” (Fernandes, 2002c; 1761). “Primero, lentamente, del término
de la Segunda Guerra Mundial al fin de la década de 1950; en seguida, de modo muy
rápido, bien en el principio y durante la década de 1960.” (Fernandes, 2002c; 1722).
La “aceleración de la Revolución Burguesa” corresponde al “efecto histórico” de
la industrialización y eclosión del “capitalismo monopolista” (Fernandes, 2002c; 1792).
Empieza por el traslado para los países periféricos de aquellas “industrias en que el
costo del trabajo sea muy importante.” (Galeano, 2010; 354). En el plan político, la
aceleración de la industrialización brasileña corresponde al “Plan de Metas”
desarrollista de Juscelino Kubitscheck. “Aquéllas fueron las horas de la euforia del
crecimiento. […] Los billetes circulaban con la tinta todavía fresca”. Brasilia, la nueva
3 La excepción parece ser México que, además de una historia manufacturera única, empieza su primer despliegue industrial a fines del siglo XIX. Pero, si las fechas nunca son exactamente iguales para todos países, es notables que nunca son muy discrepantes.
60
capital, nace “brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no
conocían ni la existencia de la rueda”4. Pero “…el salto adelante se financiaba con
inflación y con una pesada deuda externa que sería descargada, agobiante herencia,
sobre los gobiernos siguientes.” Un sin número de ventajas estatales al sector privado
son confeccionadas, como beneficios para la importación de maquinaria y un “cambio
especial” garantizando “…las remesas de las utilidades a las casas matrices de las
empresas extranjeras y para la amortización de sus inversiones.” (Galeano, 2010; 280).
Estos “absurdos posibles” están apenas empezando.
En aquel contexto, las economías centrales ya habían experimentado amplios y
durables procesos de acumulación de capital, de expansión de una sociedad y consumo
de masas, y una modernización institucional y tecnológica como antecedentes para el
despliegue ulterior. La ausencia de tales requisitos impidieron la periferia de “absorber
el padrón económico” del capital industrial, monopolista. Los requisitos que nos
faltaban en aquel entonces son los mismos requisitos para el despegue de un desarrollo
autónomo: una cierta renta per capta de parte de populación que le permita incorporarse
al mercado de trabajo y así a los extractos medios y un cierto padrón de vida al menos
para estos sectores; diferenciación, integración y densidad económica interna a nivel
nacional; cantidades de capital incorporable al sistema financiero, para dar crédito a la
producción y al consumo (en vez de ser alocados para la renta de la tierra);
modernización tecnológica realizada y en potencial; efectivo control del Estado por la
burguesía nativa y estabilidad política (Fernandes, 2002c; 1711). A su vez, lo que
Brasil poseía era algún desarrollo demográfico, derivados de los ciclos extractivistas
anteriores, y su dimensión geográfica que “…hacía viable y fácil una nueva eclosión del
industrialismo […] con colaboración externa; la asistencia técnica, económica y política
intensiva de las naciones capitalistas hegemónicas…”; además, la “fuerte identificación
de las fuerzas armadas con los móviles económicos” capitalistas tuvo su “contribución
práctica decisiva” en la rearticulación del padrón de dominación burguesa subalterno.
Así, lo que Brasil poseía eran las condiciones para convertirse en polo privilegiado, en
un satélite de gran porte para el sistema mundial (Fernandes, 2002c;1762).
4 Su construcción oculta una metáfora a la industrialización del país. Los trabajadores (“candangos”) provienen de partes lejanas del país. Se trabajaba veinticuatro horas por día y las jornadas eran larguísimas, en las condiciones de salubridad deshumanas y sin libertad para dejar la zona de las obras, resultado en la masacre de trabajadores por la policía tras un incidente debido a la alimentación podrida que se servía (Cavalcanti, 2011).
61
Como las economías centrales operaban en una otra escala, de monopolios
mundiales (Fernandes, 2002c; 1718), tuvieron condiciones de vislumbrar el cuadro
general, decidiéndose conscientemente por una estrategia imperialista, lo que nunca fue
un secreto. El “Jornal do Comercio” publicaba en 1950 el discurso del jefe de una
misión técnica norteamericana en Brasil:
Los Estados Unidos deben estar preparados para ‘guiar’ la inevitable industrialización de los países no desarrollados, si se desea evitar el golpe de una desarrollo económico intensísimo fuera de la égida norteamericana. La industrialización, si no es controlada de alguna manera, llevaría a una sustancial reducción de los mercados estadunidenses de exportación (Galeano, 2010; 312).
Decididas después de la Primera Guerra Mundial a desplegar su desconcentración
productiva las industrias centrales veían en las economías periféricas un “mercado
atractivo y un área de inversión promisoras”. Para aquel entonces la “estrategia
generalizada viable consistía en la penetración segmentada” de las “grandes
corporaciones”, para el cual este “modelo” de la gran transnacional capitalista se
convertía en la “espina dorsal de la adaptación del espacio económico y político interno
a los requisitos estructurales y dinámicos del capitalismo monopolista”. Se “instalaron y
expandieron”, primero apenas con un control parcial pero con gran intensidad en las
economías subalternas, operando directamente o por medios de filiales que pasaban
paulatinamente a ser responsables por todo el desarrollo interno, los servicios,
exportación agrícola, producción industrial de bienes de consumo, construcción,
comercio interno, crédito, etc. Todavía ganando la confianza necesaria, mas en sí mismo
que en sus socios periféricos, las corporaciones se someten al esquema competitivo
interno, también porque sacaban de eso otras ventajas económicas en el comercio
interno y extra-económicas como los privilegios políticos que se iban gestando. Para
lograr sus objetivos las corporaciones aún no “necesitaban intervenir, extensa o
profundamente en la estructura colonial, neocolonial o competitiva de las económicas
hospederas”. Pero, como las economías latinoamericanas “no disponían de mecanismos
económicos de autodefensa”, su dependencia se hacia paulatina aun que lentamente,
pero la “incorporación” ya no se hacia a la “economía capitalista central, sino al imperio
económico de las grandes corporaciones.” (Fernandes, 2002c; 1712-5). Esta es la
especificidad del padrón de acumulación en la hegemonía industrial norteamericana.
Con la fase de “sustitución de importaciones” y la crisis de 1929, las burguesías
nacionales desperdiciaron una chance de desarrollo autentico. Los gobiernos del
62
radicalismo-burgués fueron los intentos más sólidos hasta hoy de un “despegue”
autentico. El gobierno de Perón, de Vargas y de Cárdenas, internamente muy
diferenciados, expresaron “…la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación,
según cada caso y cada periodo de la industria nacional.” En Chile y Colombia también
se observa una industrialización sustitutiva de importaciones. En Uruguay se crea una
avanzada legislación laboral con el presidente Batlle y Ordoñez (1903-11), decretando
la jornada de ocho horas y una especie de Estado de Bien-Estar, con todo sin tocar la
banca ni el comercio exterior. Sin embargo, en este momento decisivo, los industriales
vieron que sus contradicciones con terratenientes no eran fundamentales. En Brasil y
Argentina la industrialización dejaba intacta la estructura latifundista. Excepto Cárdenas
que rompió con los terratenientes y llevó adelante la Reforma Agraria.
Pero la sustitución importaciones se basó apenas en la producción de los bienes
necesarios para “sustituir” aquellas importaciones que se mermaban temporariamente,
elevando la dependencia a otra potencia. La producción de los bienes “sustituidos” va a
generalizar en seguida la demanda por maquinaria, repuestos, combustibles y productos
intermedios. Surge una demanda derivada que será muy superior a toda sustitución de
importación realizada. “La necesidad de “asociación” de la industria nacional con las
corporaciones imperialistas se hacía perentoria a medida que se iban quemando etapas
en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas fábricas requerían más altos
niveles de técnicas y organización.” El resultado práctico fue la penetración aun más
intensiva del capital extranjero, preparando el próximo contexto, de aceleración, pues la
industria de medios de producción necesita previamente de una masa consumidora para
desarrollarse, de una industria más elementar, de bienes de consumo. “Los oligopolios
extranjeros, que concentran la tecnología más moderna, se iban apoderando no muy
secretamente de la industria nacional de todos los países de América Latina, incluido
México, por medio de la venta de técnicas de fabricación, patentes y equipos nuevos.”
Así, el “mercado de América Latina se fue integrando al mercado interno de las
corporaciones multinacionales.” (Galeano, 2010; 272-6).
Mostró la cara el tipo de “dominación por el know-how”; y “…el know-how de las
corporaciones incluye una gran la pericia en el arte de devorar al prójimo.” (Galeano,
2010; 287). Celso Furtado ya decía que, a medida que América Latina sustituye la
importación de productos más complejos, “la dependencia de insumos provenientes de
las matrices tiende a aumentar. […] Esa tendencia parecería indicar que la eficacia
sustitutiva es una función decreciente de la expansión industrial controlada por
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compañías extranjeras.” (Galeano apud Furtado, 2010; 312). Como el capital nacional
se restringe apenas a sectores de baja tecnología la “dependencia no se rompe sino que
cambia de calidad: los Estados Unidos venden, ahora, en América Latina, una
proporción mayor de productos más sofisticados y de alto nivel tecnológico”, generando
oportunidades nuevas para exportaciones adicionales. Argentina, Brasil y México se
convierten en “muy buenos compradores de maquinara industrial, maquinaria eléctrica,
motores, equipos y repuestos de origen norteamericano.” Como no podía ser diferente,
las trampas profundizan el proceso: las filiales se abastecen de las casas matrices a
precios deliberadamente caros (Galeano, 2010; 312-3).
La profundización de la dependencia por la sustitución de importaciones crea el
nicho necesario para la segunda tendencia industrializadora, acelerada y decisiva. El
contexto mundial post 1945 exige la aceleración del proceso de desconcentración, pues
la “sociedad de clase” llegó, después de la Segunda Guerra Mundial, a “un nivel
evolutivo que la distingue” de todo lo que fue anteriormente (Fernandes, 2002c; 1739).
Las economías periféricas aparecen como el “último espacio disponible para la
expansión del capitalismo.” Internamente, la “…decisión se cristaliza paulatinamente,
después de la Revolución de 1930; se fija de manera vacilante, a principio en favor del
impulso externo como la “única solución” a fines de la década de 50, por fin cuando
surge la oportunidad crucial (lo que solo se da de 1964 en adelante) ella se convierte en
el principal dinamo político del todo el proceso.” (Fernandes, 2002c; 1713y1717).
La burguesía decide optar por el desarrollo dependiente. La base de la “decisión
interna” no es solamente económica. “Ella reposa en una compleja motivación
psicosocial y política” anclada en dos ilusiones fundamentales: de que se podría resolver
los problemas del periodo neocolonial con tal modernización y que las dificultades del
desarrollo interno serían momentáneas, pues se irradiarán tarde o temprano a toda la
sociedad. “La verdadera dificultad fue escamoteada”, pues no se contenía en los
“padrones alternativos del desarrollo capitalista” sino en la doble articulación; es decir,
no se creaba otro padrón de industrialización diferente del modelo “clásico” pues no se
rompía con la dominación imperialista que significaba la descapitalización interna, la
fijación de la dependencia y del Estado autocrático. (Fernandes, 2002c; 1718). El
contexto mundial hizo la burguesía nativa pensar como única solución la profundización
del desarrollo subalterno, “…forzándola a entender que no podía preservar la
transformación capitalista rompiendo con la doble articulación, pero haciendo
exactamente lo inverso, entrelazando con aún más vigor los momentos internos de
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acumulación capitalista […] con los avasalladores dinamismos de las “empresas
multinacionales…”. Otra opción significaba la imposibilidad de la máxima preservación
de las elites, pues exigía realizar rupturas que a la burguesía nativa parecían “…tan
terribles como la amputación de un brazo o de una pierna.” Si bien el “…éxito histórico
de la burguesía se circunscribe a la superación de las perturbaciones inmediatas de la
crisis del poder burgués…”, la profundización de la doble articulación “bajo todos los
aspectos” se presenta como “una autentica arma de doble filo.” (Fernandes, 2002c;
1770). La burguesía nativa no se atentó para el hecho de que la ultra-concentración de la
riqueza “…era, en si mismo, la manifestación más brutal del conflicto de clase ocurrida
en Brasil después de la universalización legal del trabajo libre y que la economía
brasileña se convertiría, automáticamente, en una volcán en ignición si tal proceso
ganase el carácter de una realidad permanente…” (Fernandes, 2002c; 1734).
Por tanto, la segunda tendencia se contiene en la incorporación del capital
monopolista al interior de Brasil en tanto polo dinámico de la periferia, tras destinar un
vasto volumen de recursos en su interior para “implantar dentro del país el esquema de
organización y de crecimiento económico intrínsecos a la gran corporación.” Pero las
economías centrales se topaban en los mismos obstáculos que habían puesto para
impedir el desarrollo del capital industrial en el periodo anterior, faltando la
infraestructura necesaria para la desconcentración de producción, a ser puesta, entonces,
a cargo del Estado. El gobierno Kubitscheck y la dictadura militar atestan que la
burguesía nativa estaba “plenamente preparada para transformar el control económico
segmentar en un desarrollo capitalista-monopolista adaptado”. Creando el “espacio
económico necesario”, buscaban la tolerancia de la “imaginación popular” a las grandes
corporaciones y al “imperialismo económico”, pero debilitando todo tipo de control
económico o político internamente. “A pesar del predicado “nacionalismo” de los
industriales y de las clases medias, eran poco expresivos e influyentes los círculos de
hombres de acción que defendían objetivos puramente nacionales o nacionalistas.” Con
todo, es menester resaltar que en la ausencia de un apoyo político tan decidido de las
burguesías nativas, las economías centrales “…no contarían con un espacio económico
y político para ir tan lejos.” (Fernandes, 2002c; 1715-7).
El resultado fue un fuerte movimiento de éxodo rural rumbo a las metrópolis,
dando origen al fenómeno de urbanización más fuerte de su historia. “El elemento
central de la alteración fue, naturalmente, la emergencia de la industrialización como
proceso”. La modificación de la estructura urbana dentro del sistema económico
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brasileño cambia “…por completo las relaciones de las ciudades con la economía
agraria y con el respectivo complejo urbano-comercial…”. La “hegemonía urbana y
metropolitana” aparece como un subproducto de la “hegemonía del complejo industrial-
financiero.” (Fernandes, 2010; 1751). Si la urbanización es el efecto más fuerte de la
revolución burguesa brasileña, vemos que ella es un “subproducto” de la penetración
del capital extranjero, en extensión. La dependencia se pone ahora en otra escala.
Por 1840 en Argentina y Brasil hasta los materiales más sencillos son importados
de Inglaterra que suministra todo: fabrica los utensilios de uso corriente, la caldera, la
olla, la taza, el poncho, “hasta las piedras de la vereda”; en Brasil, los amos y sus
esclavos se visten con “manufacturas del trabajo libre”, mientras la “euforia de la
importación en los puertos de los países periféricos reproducía la condición de debilidad
crónica interna.” El esquema impone una “…impotencia muy conocida en América
Latina: el mercado interno, limitado por la pobreza de las mayorías, es incapaz de
sustentar el desarrollo manufacturero más allá de ciertos límites.” (Galeano, 2010; 220).
Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial, con el “repliegue de los intereses
europeos, en beneficio del arrollador avance de las inversiones norteamericanas”
(Galeano, 2010; 267), la dominación extranjera asumirá otro nivel, como imperialismo,
que se “…hace dueño del mercado interno y de los resortes clave del aparato
productivo”, define al “progreso” apuntando su rumbo y fijando sus fronteras; “orienta
a su antojo el comercio exterior; […] impulsa el desperdicio de recursos al desviar la
parte sustancial del excedente económico para afuera”; desnacionaliza la industria y sus
ganancias, luego “no aporta capitales para el desarrollo sino que lo sustrae.” Si en 1916
el capital norteamericano abarcaba menos de una quinta parte de las inversiones en
América Latina, en 1970 abracará nada menos que el ochenta por ciento. Pasado el
gobierno Kubitscheck, en 1962, de las empresas en Brasil con capital superior a diez
mil millones doce son extranjeras y apenas cinco brasileñas, siendo muy pocas las que
“…no están ligadas por acciones a los capitales de los países centrales. […] Pero todo
esto aparece un juego de niños al lado de lo que vino después.” (Galeano, 2010;
175y281). Hasta las “funciones económicas directas del Estado” serán satelitizadas,
absorbidas por la estrategia externa de incorporación.” (Fernandes, 2002c; 1731).
La revolución industrial de Brasil, se da entonces bajo “…una evolución que
agravaba el desarrollo desigual interno e intensificaba la dominación imperialista
externa, pues ambos deberían ser, irremediablemente, los huesos, la carne y los nervios
del industrialismo intensivo”. La transición al capitalismo monopolista “captura todo”
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para los “dinamismos y los controles de las económicas capitalistas centrales”: el
mercado interno, “el vasto sistema de producción capitalista en expansión, el comercio
internacional de materia primas y utilidades extraídas o producidas en Brasil, parcelas
del excedente económico generado internamente”. Más fuertemente que en la fase
anterior, que dejaba para desarrollo propio buena parte del comercio interno. Ahora
opera “a partir de dentro y en todas las direcciones, enquistándose en las economías, las
culturas y las sociedades hospederas”, dejando que crezca la “iniciativa privada” apenas
“bajo los influjos de los dinamismos y de los controles económicos manipulados”. La
industrialización intensiva profundiza “de manera explosiva” las influencias externas
sobre el desarrollo interno, exigiendo de la burguesía nativa “nuevos esquemas de
ajustamiento y de control de aquellas influencias” (Fernandes, 2002c;1731y1776).
Las “tres funciones derivadas centrales de esta forma de dominación burguesa”
son, 1º) la preservación de la dominación burguesa mismo; 2º) su incorporación
estructural al sistema corporativo mundial como garante de la intensidad de la
modernización; y 3º) la formación de una “máquina del Estado” para “infundir al poder
burgués la máxima eficacia política” como su “base institucional” de “autodefensa y
auto-irradiación de naturaleza coactiva y del alcance nacional.” (Fernandes, 2010;1757).
La integración latinoamericana queda así atrapada en las necesidades del eje
externo pues la“…integración económica de la Zona ha de lograrse con base en el
desarrollo de la empresa privada fundamentalmente”, sin embargo atada a la
penetración extranjera. El eje externo recomienda a los gobiernos locales realizar una
“legislación común” para la formación de “empresas multinacionales”, la creación de un
mercado común para las acciones de tales empresas y la integración de las bolsas,
llegándose hasta mismo a recomendar “…lisa y llanamente la desnacionalización de las
empresas públicas.” Este “mercado común” se convierte pronto “en un serio elemento”
de la recomposición del capital, pero del capital transnacional. Por ejemplo la Ford en
Brasil “piensa tejer una linda red con la Ford de Argentina”, alcanzando mayores
escalas y más amplios mercados, tal como la Kodak en Brasil y México, o la General
Electric y la General Motors (Galeano, 2010; 326-9). “El resultado está a la vista: en la
actualidad, cualquiera de las corporaciones multinacionales opera con mayor
coherencia y sentido de unidad que este conjunto de islas que es América Latina,
desgarrada por tantas fronteras y tantas incomunicaciones.” (Galeano, 2010; 335).
El contexto de aceleración del crecimiento significó también otra oportunidad
perdida por la burguesía nacional. Para aprovecharla la burguesía debería poner como
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su función la de “concretar y de centralizar socialmente las fueras económicas,
socioculturales y políticas que se disponían.” (Fernandes, 2002c; 1786). Pero la
burguesía nativa perdió su “oportunidad histórica” optando por un cierto “capitalismo
de Estado”, visto que el consenso burgués se logró por aglutinación mecánica vía
Estado autocrático. (Fernandes, 2002c; 1718). El Estado autocrático fue un “éxito
histórico relativo” visto que logra el objetivo fundamental, preservar la elite burguesa,
pero “solo alcanza eficacia práctica a corto plazo.” No se podía engendrar “cualquier
especie de “estabilización definitiva” del orden burgués (Fernandes, 2002c; 1771), una
vez que se tenía sin atención a la nueva composición social explosiva que surgía.
Mismo después de la fijación de un Estado autocrático, con el “regreso a la democracia”
post-dictaduras, la burguesía nativa puede verse impelida a socorrerse siempre otra vez
en una forma totalitaria de Estado nacional, caso sienta cualquier peligro al “orden”.
Los requisitos políticos para la penetración del capital industrial “exigen un
elevado grado de estabilidad política […] que sólo una extrema concentración del poder
político estatal es capaz de garantizar.” (Fernandes, 2002c; 1725). Pero este “mínimo de
fluidez política” es a su vez “incompatible con un estado de tensión permanente”, frente
a la cual la burguesía nacional activó su mito de que tales tensiones deben ser sofocadas
o entorpecidas por la fuerza bruta del Estado (Fernandes, 2002c; 1732).
Lo que es el “Estado democrático” queda atrapado en la lógica autocrática. La
“simple autonomización de las funciones básicas del Estado” o la “centralización
independiente del poder” ya aparecen, para el pánico terrorífico ultra-conservador y
militar, como una “clara y temible” amenaza de revolución antiburguesa. Prevaleció, en
vez del aprovechamiento de la oportunidad, el pavor de no conseguir mantener el orden
burgués si no fuera capaz de adaptarse a las transformaciones de la modernización,
acompañando los nuevos dinamismos internacionales y gestionando además la presión
interna de las capas medias y la presión popular (Fernandes, 2002c;1776).
El dilema político burgués era apenas la “seguridad” y la “salvación del orden”.
“Aquí estamos delante de una burguesía dependiente, que lucha por su sobrevivencia y
por la sobrevivencia del capitalismo dependiente, confundiendo las dos cosas con la
sobrevivencia de la “civilización occidental cristiana”.”. La burguesía nativa “…se
devotó a la aceleración del tiempo económico de su revolución, entregándose por
completo a la neurosis del desarrollo extremista”, mientras atrofiaba o extinguía, “con
sus propias manos, cualquier posibilidad de convivencia democrática entre clases y de
una efectiva comunidad política nacional…”. La cosa se daba así para la burguesía
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nativa: “O “aceleración del crecimiento” o “fin del mundo”…”, mientras este
“apocalipsis” apariente era la respuesta histérica de la burguesía al miedo de ver una
parte suya amputada, sin embargo la parte “menos burguesa”, la más arcaica, estorbo
para el desarrollo capitalista. La máxima preservación de las elites a partir de su status
era un punto de apoyo de su consenso en el Estado totalitario. La burguesía nacional
“…identificaba la “defensa del orden” con una operación egoistica de rescaldo”, siendo
que, si bien la “contra-revolución precipitó efectos de unificación y de concentración de
los intereses y del poder de las clases burguesas”, lo logró a través de “procesos
“patológicos” o “sociopáticos”.” Las otras alternativas de desarrollo fueron “aplastadas
por el miedo de clase” y la “reacción común” se contuvo en el desplazamiento de tales
posibilidades alternativas “para un centro ultraconservador de acomodación, que deja de
reflejar la relación de las clases dominantes con la transformación de las sociedad
nacional…”, a favor de la “pura expresión de lo que todas las clases [poseedoras] en su
conjunto esperaban […] la preservación de su status quo.” (Fernandes, 2002c; 1800-6).
La dictadura de clase “total y absoluta”, controlada por la burguesía nativa, fue
meramente el medio que ella encontró, “exclusivamente” para preservar el capital –
luego su posición, pues identificaba inmediatamente ambos elementos – en la
incertidumbre de su capacidad para soportar la transformación requerida desde el eje
externo. (Fernandes, 2002c; 1805). Se negó a amputar una parte de sí, notablemente la
latifundista y la rentista, alegando que eso era idéntico a la “destrucción del
capitalismo” como un todo. Dentro de esta mentalidad, la ultra-concentración de la
riqueza es entendida como un “mecanismo de la naturaleza”, como la “propia orden
natural del capitalismo monopolista en Brasil.” (Fernandes, 2002c; 1734).
La burguesía observaba la doble articulación y comprendió que “…la aceleración
del desarrollo económico y su imposibilidad son los límites que separan la existencia
del capitalismo dependiente de su destrucción final.” (Fernandes, 2002c; 1806). Eso
resultó en el miedo de impulsar un desarrollo autónomo. Los estratos altos y medios de
la burguesía temían dar el salto para “transcender a la situación de intereses modelada
por la dependencia y por el desarrollo desigual interno.” Aceptaba abrirse para las
alteraciones del orden interna, “…desde que las condiciones y lo efectos de tales
procesos estuviesen bajo control conservador.”(Fernandes, 2002c; 1781). Lo que la
burguesía nativa temía eran cambios bruscos que pudiesen ponerla en una situación
débil, sin embargo se encontró con mucha dificultad, pues esas modificaciones bruscas
eran puestas como necesarias por el eje externo. La burguesía nativa mismo no quería
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“revoluciones”, pero para ella la “modernización dirigida desde fuera” ya le significaba
una “revolución” de tipo “industrial” pues representaba el pasaje del neocolonialismo o
del capital competitivo para el monopolista (Fernandes, 2002c; 1783).
“Cuando la crisis de transición alcanzó su auge aquellas clases definieron no solo
su lealtad, sino también sus tareas políticas y su misión histórica…”. Sin titubear definió
como salida que “…la revolución industrial continuaría a ser dimensionada por la
infausta conjugación orgánica de desarrollo desigual interno y dominación imperialista
externa. […] Por tanto, las clases burguesas procuraron compatibilizar la revolución
nacional con el capitalismo dependiente y subdesarrollado relativo…”, lo que para ellas
significó adoptar “…frente a la doble articulación una actitud política “realista” y
“pragmática”, lo que es en suma una demonstración de su racionalidad burguesa.”
(Fernandes, 2002c; 1754). Una “racionalidad burguesa” tupiniquim, típicamente
brasileña, que es sobretodo la adaptación, idéntica al paradojo nacionalista de la
burguesía y los militares: vender al país en nombre de la nación
Como la clase burguesa “defendía el monopolio de la ciudadanía válida, con los
dividendos políticos resultantes” (Fernandes, 2002c; 1787), su “comprensión política”
se hizo “extremadamente dura y sistemática.” El espacio político está abierto apenas
“para los miembros de las clases dominantes que se identificasen con los propósitos
económicos” correspondiente a la fase de transición burguesa bajo desarrollo
subalterno. “Los divergentes, perteneciesen o no a las clases dominantes, estaban
sujetos a la represión ostensiva o disimulada…” (Fernandes, 2002c; 1731). De este
modo, los derechos en el desarrollo subalterno no se definen en el plan político, sino en
el económico: “...la eficacia de los derechos civiles y de las garantías políticas se regula,
en la práctica, a través de criterios extrajudiciales y extra-políticos.” (Fernandes, 2002c;
1796). El “monolitismo” del poder burgués servía como biombo que “encubría los
intereses externos y la dominación externa, bajo el manto de la “iniciativa privada”.” El
imperialismo se diluía así en el “monolitismo” de las clases dominantes, que lo
encampaban y lo encubrían, reduciendo o eliminando su visibilidad y la de sus reflejos
internos. Fue “la imperialización de la propia dominación burguesa.” (Fernandes,
2002c; 1742). Además, este monolitismo podía también entorpecer o neutralizar las
funciones de la concurrencia en el mercado capitalista. En este sentido, era la burguesía
nativa la responsable por la “paralización” o “sabotaje” del mismo orden burgués que
trataba de defender. Eso también convergió para el “solapamiento precario del régimen
representativo.” (Fernandes, 2002c; 1788). “En última instancia, es en ese modelo
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autocrático de Estado capitalista que acaba residiendo la “libertad” y la “capacidad de
acción racional” de la burguesía dependiente.” El Estado oligárquico le da a la
burguesía nativa el “espacio político de que ellas carecen para poder intervenir […] en
el curso histórico de la Revolución Burguesa, retrasando o adelantando ciertos ritmos,
bien como escindiendo o separando entre sí sus tiempos diferenciados (económico,
social y político).” Logra así tener los mecanismos para poner en un mismo compás los
ritmos externos con las posibilidades internas de acompañarlos. El “grado de
diferenciación vertical y de integración horizontal de las varias clases burguesas”, que
se lograba con la autocracia, ponía la dominación burguesa en bases materiales y
políticas suficientemente “firmes, elásticas y estables”. Este “padrón composito y
articulado da hegemonía brasileira” pudo demonstrar entonces, toda su utilidad como un
“puente” entre la burguesía nacional y extranjera, un eslabón flexible, que facilita la
distribución de todos en el espacio político, tal como el “…flujo desigual de poder o de
sus ventajas entre los más iguales”. (Fernandes, 2002c; 1779).
La única movilidad social para arriba verificada en el proceso se debe al propio
componente militar y tecnocrático añadido a la nueva versión del Estado oligárquico.
Debido a él, los “…extractos medios ganan en el rateo y se privilegian muy arriba de su
propio prestigio social, moviendo las palancas del aparato estatal que están en las manos
de la burguesía burocrática, tecnocrática y militar.” (Fernandes, 2002c; 1805). Pero lo
cierto es que el consenso burgués está preso en la lógica represora, dejando cada vez
más a la burguesía apenas formas autodefensivas de manifestación, entrando con eso en
un ciclo autocrático vicioso (Fernandes, 2002c; 1790). La represión es casi la única
acción proactiva que posee la burguesía nativa.
En aquel contexto, la burguesía nativa entendió que el éxito obtenido en la
supresión de la emancipación política para la imposición del desarrollo subalterno
“…iría determinar hasta donde esa burguesía podría llegar en sus nuevas adaptaciones
históricas al capitalismo dependiente.” (Fernandes, 2002c; 1770). La profundidad del
éxito de la dictadura significaba el éxito de adaptación que tanto aterrorizó a la
burguesía nativa. Y fue para eso que ella se movilizó de la mejor manera que pudo.
La instauración de “…una dictadura de clase abierta y rígida convertía al Estado
nacional en el núcleo del poder burgués y en la viga maestra de la rotación histórica,
que se operó cuando la burguesía evoluciona de la autodefensa para la auto-afirmación
y el autoprivilegiamiento.” El Estado nacional “…pasa a asumir nuevas funciones,
diferenciar las antiguas o cumplirlas con más rigor, lo que implica la intensificación de
71
la opresión indirecta y de la represión directa, inherentes a la “manutención del orden”.
El “enrigidecimiento” del orden “evolucionó naturalmente, así, para una excesiva y
desnecesaria demonstración de fuerza “preventiva”.” (Fernandes, 2002c; 1792). Por
tanto, el Estado autocrático de tipo oligárquico es una exigencia de este desarrollo
histórico dependiente, extremadamente contradictorio que la burguesía nacional se puso
a sí misma como reto único. El Estado nacional prevaleció en aquel entonces “como
factor de compensación” de la debilidad burguesa, pero terminó siendo el único
elemento que puede ser movilizado por las burguesías de la periferia.
La contra-revolución no creó esa situación histórica, que ella heredó de la
“República Vieja” y del “Imperio”. No fue una solución “creativa”, sino basada en el
pasado mismo de estas elites. “Aquí, pues, es evidente que el consenso burgués concilia
la “tradición brasileña”, de democracia restricta – la democracia entre iguales, esto es,
entre los poderosos que dominan y representan a la sociedad civil – con la “orientación
modernizadora”, de Gobierno fuerte.” (Fernandes, 2002c; 1795-6). El “elemento
saliente” en esta diferenciación de los papeles del Estado nacional en la dictadura “no es
la institucionalización de la violencia (el mismo tipo de violencia y su
institucionalización estaban presentes en la armadura anterior del arsenal opresivo y
represivo del Estado nacional).” Es, sin embargo, la “amplitud” de la “fundación de un
Estado nacional moderno” que tiene conectado todos sus servicios, funciones y
estructuras “a una concepción de seguridad fundada en la idea de guerra permanente de
unas clases contra las otras.” (Fernandes, 2002c; 1793). Es por tanto la fijación de la
autocracia. La característica profunda de la dictadura militar es el asentamiento de un
Estado moderno de ámbito nacional, como institución represora automática bajo los
mecanismos más sofisticados. Tenemos fuerzas productivas subdesarrolladas pero los
más modernos métodos de represión, que a menudo también surgen aquí.
Si es cierto que no atentan para la desigualdad social que generaría el esquema
“moderno” de desarrollo subalterno, la burguesía nativa, para “formarse, autoprotegerse
y privilegiarse”, visualizaba “dos series de antagonismos distintos: los que se vuelcan
contra las clases operarias y las clases destituidas (que se podrían considerar como el
“enemigo principal”)…”, y los antagonismos derivados de las “turbulencias de las
transiciones naturales del sistema capitalista mundial” (Fernandes, 2002c; 1797). La
unidad burguesa en el Estado totalitario sirvió como válvula de escape frente a los tres
focos de presiones que enfrentaba: 1º) las amplias presiones políticas, casi todas “dentro
del orden”; 2º) el Estado demasiado intervencionista, casi que por “naturaleza”, debido
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a la herencia imperial y al reciente gobierno radical-burgués; 3º) los ajustamientos
exigidos por el capital extranjero para su penetración, cambiando el orden de adaptación
acomodativa, lo que dejaba a toda la burguesía en alerta. “La extrema concentración de
la riqueza y del poder no confería a la burguesía nativa espacio político dentro del cual
pudiese moverse y articularse con los intereses sociales mas o menos divergentes.”
(Fernandes, 2002c; 1774-6). Como la burguesía nativa no podía contener tampoco
resolver dentro del orden aquellas presiones y tensiones, aún más con el intuito de
preservase al máximo frente a la transición brusca, ella poseía “limitadas salidas
históricas”, “compeliendo a las clases” altas para una “unidad de clase” por más
precaria que fuera (Fernandes, 2002c; 1873).
En síntesis, internamente la “…transformación en cuestión respondía,
globalmente, a las presiones del radicalismo burgués, de la oposición operaria y de la
insatisfacción popular.”. El elemento común “eficaz” de agrupación contra las presiones
fue la “defesa intransigente” del status quo y en la garantía del privilegio de los
intereses de las burguesías centrales. Aquí la democracia no apenas se disocia de los
principios estatales y sociales, sino que ella seria un “tremendo obstáculo al tipo de
autoprivilegiamiento que las clases burguesas se reservaban para poder enfrentar la
industrialización intensiva…”. Por tanto, aquellas presiones “…nunca pusieron a la
burguesía delante del problema de la democracia (mismo entendida como una
“democracia burguesa”), sino, eso sí, frente al problema del orden…”, del
mantenimiento del régimen burgués y de su preservación egoistica. La solución lógica
fue la instauración de una “oligarquía colectiva de las clases poseedoras. Lo que entraba
en cuestión, era por lo tanto, el problema de la autocracia.” En ese contexto, “el
elemento político se dibujaba como fundamento del económico y del social…”. Pues la
contra-revolución explica el modo como la burguesía impuso a las otras clases su vía
propia de transformación: “…el golpe de Estado se reveló una técnica suficiente de
transición política.” La sociedad política posibilitó a la burguesía nacional “…el tiempo
dentro del cual sus tendencias más conservadoras podrían dirigir […] la rebalsada
modernización provocada por la industrialización intensiva…”, a través de una
“autodefensa activa, militante y agresiva” que imprime en su auto-afirmación “el
carácter de una contra-revolución”. Las diferentes capas de las clases poseedoras
lograban “por vía política una unificación que permitía alcanzar los mismos fines…”
por lo menos durante el periodo de transición que se vivía. “Impotentes para componer
y sostener sus divergenticas, ellas dislocaran el foco de la unidad de acción
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transfiriéndolo de las grandes opciones históricas para el de la autodefensa colectiva de
los intereses materiales comunes…”, generada por un tipo de “hegemonía agregada”,
elementar y “tosca”, de “simples aglutinación mecánica de los intereses de clase”, pero
suficiente para el control del “tiempo, del espacio y de la sociedad, fijando los ritmos
internos del impacto de la industrialización…”. Servía para superar “al menos
transitoriamente, su impotencia histórica.” (Fernandes, 2002c; 1782-7y1802).
Con este “control absoluto del poder” la burguesía nacional lograba “…disociar,
casi a su voluntad, democracia, desarrollo capitalista y revolución nacional.” Es decir,
“…se operó una disolución acentuada entre desarrollo económico y desarrollo político.”
Por un lado, el padrón capitalista racional y modernizador del desarrollo económico; del
otro, y “...concomitantemente, medidas políticas, militares y policiales contra-
revolucionarias, atraillando el Estado nacional no a la clásica democracia burguesa,
sino a una versión tecnocrática de la democracia restita, a la cual se podría cualificar,
con precisión terminológica, como una autocracia burguesa.”. El Estado ya no tiene por
“función esencial proteger la articulación política de clases desiguales”, sino
exactamente en “suprimir cualquier necesidad de articulación política espontanea en las
relaciones entre clases, haciéndolas desnecesarias, ya que él mismo prescribe, sin
apelación, el orden interno que debe prevalecer y tiene que ser respetado.” Se practica,
“rutineramente, una democracia restricta o se niega la democracia. Ella es, literalmente,
un Estado autocrático y oligárquico”, una “composición sincrética” producto de la
“situación más contradictoria y anárquica que cualquier burguesía podría vivir.”
(Fernandes, 2002c; 1726y1800). A través del Estado la burguesía intentó vencer su
“debilidad congénita”, pero asentando en las “bases de su propia unidad política y de
integración política de la Nación”, esta simultanea “afirmación de la sociedad civil y
negación de la comunidad nacional”. Tal hegemonía posibilitaba “una cierta unificación
y una cierta centralización” fundamentada en intereses comunes, pero apenas después
de restringir “el alcance de los blancos colectivos”. Una unidad burguesa conquistada en
la restricción de sus propios objetivos y en la exclusión de las demás clases como
condición de garantía de control concreto del orden. El costo fue la “posibilidad
histórica de sobreponer la sociedad civil a la Nación.” Resistiendo “organizada e
institucionalmente a las presiones igualitarias” desde abajo en la sociedad nacional,
“sobreponiéndose y al mismo tiempo negando los impulsos integradores de ellas
decurrentes”, la burguesía configura así “un despotismo burgués y una clara separación
entre sociedad civil y Nación. De allí resulta, a su vez, que las clases burguesas tienden
74
a identificar la dominación burguesa…” como un “derecho natural” suyo de “mando
absoluto, que debe beneficiar a la parte “activa” y “esclarecida” de la sociedad civil…”.
Así, lo que logran es “reducir la Nación a un ente abstracto” en tanto una “ficción legal
útil” que en realidad encarna la “voluntad política” en crear una sociedad civil “válida”,
que es aquella “activa” y “esclarecida”. “La articulación entre los más iguales se
degrada…” en esta sobreposición de la sociedad civil a la Nación, al equiparar la
“democracia restricta” con “la oligarquía de clase” (Fernandes, 2002c; 1756y1805).
“Para ellas, la nación no es una tarea a emprender, ni una bandera a defender, ni in
destino a conquistar: la nación es un obstáculo a saltar, porque a veces la soberanía
incomoda, una jugosa fruta a devorar.” (Galeano, 2010;271).
La exposición política de las presiones de abajo, de los perjudicados por la
industrialización acelerada, se impedía por la transferencia automática de aquellos
“comportamientos colectivos de autodefensa económica de las masas trabajadora” para
la esfera de la “seguridad nacional”. La condena de la presión política como “fuera de
orden” se automatizó con la dictadura. Así, las fuerzas burguesas, “que luchan por la
eternización de un régimen autocrático, ignoran la esencia del capitalismo privado…”,
confunden lo que “fue preciso hacer” con lo que se “debe hacer siempre”, poniendo a la
“proscripción represiva del conflicto de clase” como elemento permanente de la
“democracia” brasileña bajo desarrollo dependiente (Fernandes, 2002c; 1733).
Cuando la burguesía entendió que su desarrollo autentico era imposible al darse
cuenta de su papel en la división del trabajo mundial, ella abandona definitivamente a la
emancipación política y deja a los militares la coordinación de los procesos en la
sociedad política. Ese “cambio de horizonte” llevó a una solidaridad de clase que dejó
de ser “democrática” o mismo “autoritaria” para ser abiertamente “totalitaria” y contra-
revolucionaria, de 1930 a 1970. En suma, “el fermento de una dictadura de clase
preventiva”. Si bien es “…innegable que fue debido a tal cambio que […] los extractos
de clase burgueses dieron un salto histórico, realizando su integración horizontal, en
escala nacional.” Integrándose horizontalmente en el plano de la dominación burguesa
podían imponer a las demás clases y “a la Nación como un todo sus propios intereses de
clase.” Este tipo de aglutinación o de acomodación de intereses dispares y heterogéneos
“no comportaba riesgos políticos”. Los conflictos de fracciones fueron “capitalizados
exclusivamente por la propia burguesía”, en vez de servir para reformas estructurales y
democráticas (Fernandes, 2002c; 1768-9).
75
En un corto plazo la dictadura comprimió los espacios políticos de todas las
clases; pero a medio y largo plazos “les tocaba una tarea más compleja”, a saber,
generar la estructura legal de las formas de represión preventiva, o los “reguladores
especiales” contra la “agitación política”, la “manipulación subversiva del
descontentamiento” o la “guerra revolucionaria” (Fernandes, 2002c; 1792-3). Toda
movilización política es igualmente estigmatizada y en seguida reprimida como “fuera
del orden”5. Siendo estigmatizados como fuera del orden y sofocados por medios
represivos, los conflictos entre las clases antagónicas aparecen como amenaza a la
“estabilidad del orden”, situación aprovechada por las clases dominante para “legitimar
la transformación de la dominación burguesa en dictadura de clase preventiva…”. La
nación burguesa se sobrepone e impera así a la nación legal. La legalidad se contiene
en pertenecer a la “nación burguesa” o, lo que es lo mismo, a la “ciudadanía validada”
(Fernandes, 2002c; 1769). Cuando la burguesía nativa pensó que ya no podía hacer
cualquier conciliación de clase sin arriesgar la dominación burguesa, restaba no más el
“enrigidecimiento y el uso organizado de la violencia de clase”, “mientras había
tiempo”, en tal juego de sobreponerse constantemente, en tanto clase, a la nación
general. (Fernandes, 2002c; 1784).
La burguesía se articula con el Estado en una especie de “capitalismo de Estado”,
de este modo automatizando en la sociedad la decisión adaptativa para acomodación de
las elites, tal como automatizando idénticamente a la política autocrática de la
ciudadanía validada. La modernización y la racionalización del Estado se contienen
apenas en los procesos de articulación de las clases poseedoras entre sí con el Estado,
que en su monolitismo, sin perturbaciones de “abajo”, resuelve las divergencias
intraclase. “Controlado, en última instancia, por la iniciativa privada”, el Estado “se
abre, en un polo en la dirección de un capitalismo dirigido por el Estado, y en el otro,
en la dirección de un Estado autoritario”. (Fernandes, 2002c; 1794).
Vemos, con todo, que este padrón “articulado de hegemonía burguesa posee una
precaria base de sostenimiento estructural e histórico” (Fernandes, 2002c; 1800). No
puede sostenerse por mucho tiempo sobre el volcán social que ha creado, sin adecuarse
constantemente. Haciendo así de toda estabilidad algo con apariencia siempre pasajera.
Las clases capitalistas dirigen por mecanismos directos e indirectos, visibles y ocultos,
5 Esto es especialmente caro a los partidos de izquierda que levantan consignas ultra-revolucionarias sin cualquier condiciones materiales de realizarlas, pero justificando la histeria burguesa.
76
al Estado militar-tecnocrático, que a su vez coordina al capitalismo subalterno y en su
subalternidad, es decir, en su incorporación adecuada en el plano de la división mundial
del trabajo. Ésta es la formula del “anillo autoperpetuador” que permanece como
realidad profunda de la sociedad política, “un nuevo punto de partida histórico” para
convertir la “unidad exterior de las clases burguesas en un elemento de la socialización
política común, en escala nacional” (Fernandes, 2002c; 1801).
El “modelo típico de Estado capitalista moderno, en la forma que puede surgir en
la periferia” (Fernandes, 2002c; 1797) se contiene en ser el “eje político de la
recomposición del poder económico, social e político de la burguesía” (Fernandes,
2002c; 1722), al convertirse en “eslabón al florecimiento de grandes corporaciones”
poniendo en primer plano, incluso por sobre sí mismo, los intereses extranjeros y
definiendo así un orden de preponderancia preciso: “…los inversores extranjeros, los
grandes banqueros o comerciantes o industriales brasileños, el grande empresariado
rural capitalista, sectores “tradicionales” o “modernos” de la clase media, y de ahí en
adelante...” (Fernandes, 2002c; 1802).
Si bien frustró permanente la emancipación política, la eternización del Estado
autocrático posibilita, para la burguesía nacional, 1º) articular el eje interno al externo,
2º) la unidad entre la elite nacional para su auto-preservación. Esta unidad interna, a su
vez, posibilita la “...1) integración horizontal, en sentido y en escala nacionales, de los
intereses de las clases burguesas; 2) probabilidad de imponer tales intereses a toda
comunidad nacional de modo coercitivo y “legitimo”.” (Fernandes, 2002c; 1755).
El resultado político, que como vimos se hace económico, de la recomposición del
padrón de dominación burguesa dependiente, vemos en: “1º) dentro de los tiempos de la
Revolución Burguesa, la revolución económica fue disociada de la revolución nacional,
siendo esta relegada a un segundo plano; 2º) el Estado capitalista dependiente, al
modernizarse, se convirtió en el eslabón del tiempo económico de la Revolución
Burguesa...”, o sea, eslabón medio de la doble articulación (Fernandes, 2002c; 1794).
El resultado social, a su vez, no puede ser cuantificado. Aun que al “…costo del
congestionamiento anárquico y del hinchamiento de las ciudades, o de otros efectos
sociopáticos paralelos, la aceleración del desarrollo económico convirtió las realidades
del régimen de clases mucho más virulentas e irresistible de lo que eran antes.”
(Fernandes, 2002c; 1807). La altísima concentración de la riqueza hace con que una
muy reducida minoría coopte los recursos existentes. Ya en 1970 seis millones vivían
con los mismos recursos que otros ciento cuarenta millones. Cambian los ciclos de
77
acumulación, pero los beneficios son igualmente tragados por las codiciosas elites que
dejan sentir libremente los demás efectos del despliegue capitalista. En Venezuela,
“…desde que el primer pozo de petróleo reventó a torrentes, la población se ha
multiplicado por tres y el presupuesto nacional por cien, pero buena parte de la
población, que disputa las sobras de la minoría dominante, no se alimenta mejor que en
la época en que el país dependía del cacao y del café.” En donde aparece el “desarrollo”
crece caóticamente las ciudades-polo, dejando a su vez a los pueblos “semidesiertos,
carcomidos, todo ulcerados por la ruina, las calles enlodadas, las tiendas en
escombros.” La realidad profunda de la Conquista se perpetúa con las técnicas del
genocidio moderno. “Son secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada
año estallan, silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre
estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados.” Pero la
muerte por la miseria, menos que un infortunio casual del “progreso”, posee su función
social bastante definida. “En América Latina resulta más higiénico y eficaz matar a los
guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles.” Los países centrales
proponen resolver los problemas de los latinoamericanos eliminando de antemano a los
latinoamericanos (Galeano, 2010; 220y21).
Preservando aquellas condiciones que hacen coexistir “dos naciones” paralelas, la
oficial de la minoría y la “nación real” de la masa mayoritaria (Fernandes, 2002c; 1788),
el proceso de industrialización brasileño realmente representa su Revolución Burguesa
debido a los resultados societarios que conlleva, a la composición de clase que erige6.
Desarrolló definitivamente a una clase burguesa que subsume al individuo, tal como,
por lo tanto, una mentalidad burguesa; creó a una masa proletarizada, una historia de la
expropiación originaria, de la extracción de plusvalía y del movimiento de resistencia
obrera; impulsó la formación de una clase media, y ahí un consumo de masa y una base
popular como punto clave para mantener al sistema de dominación burguesa.
La formación de una clase burguesa se contiene inicialmente en aquella “extensa
e intensa movilización de clase” que caracterizó el movimiento de autodefensa colectiva
de la burguesía brasileña, después de 1945 (Fernandes 2002c;1787). Las elites se
unificaran a través de un profundo proceso de socialización por el tope del poder
económico, logrando de este movimiento“...alcanzar una verdadera forma burguesa de 6 Podemos ver la división de la sociedad en clases de varias maneras. Desde el punto de vista del capital, para el cual no hay nada más que la extracción de plusvalía, existen solamente burgueses y proletarios. Mirando a la renta familiar la sociedad se divide por lo menos en tres clases, alta, media y baja.
78
solidaridad de clase...”. La burguesía, que fuera anteriormente no más que un
“…residuo social y más tarde un extracto pulverizado y disperso en la sociedad
brasileña, que se perdía en los elementos intermediarios y imitaba servilmente a la
aristocracia, gana su fisionomía típica y se impone como un cuerpo social organizado,
que constituye la cúpula de la sociedad de clases y su gran fuerza...”. Al construir su
forma de dominación burguesa en la doble articulación, constituyó igualmente su típica
“racionalidad burguesa” en aquel proceso que la hizo “comprender” su papel en el
mundo. Las “experiencias” en la primera mitad del siglo XX “despertaran la burguesía
brasileña para su verdadera condición”. Ya no se podía más buscar “…ventajas
comparativas para extractos burgueses aislados, al costo de su propia seguridad
colectiva y de la estabilidad de la dominación burguesa.” (Fernandes 2002c; 1764-5).
La burguesía debe moverse en bloque amparada en el Estado, monopolizando así
los beneficios de una apropiación dual de la plusvalía. La “integración horizontal” de las
clases burguesas privilegia a la gran burguesía que es la única que puede recoger
beneficios sólidos, mientras la pequeña y media burguesías se anclan siempre de modo
inestable en él, lo que cobrará su precio en el ciclo siguiente, neoliberal.
Esa “racionalidad burguesa típica” se aprendió en tres fases: primero la burguesía
nacional pensaba que iría “repetir a la historia” de las revoluciones “clásicas”, sea
anclándose en el federalismo norteamericano o en el liberalismo puro europeo,
entendiendo que podría realizar por estos caminos la transformación modernizadora que
se autonomizaría en seguida. Pero se hizo sentir el aparecimiento “…tardío y al mismo
tiempo muy lento […] del típico “empresariado moderno”, en el alto comercio, en la
industria, en las finanzas”. Varios elementos “concurrían, convergentemente, para
incentivar las clases burgués a una falsa consciencia burguesa”, manteniendo
“…ilusiones que violaban aún más las ideologías y las utopías importadas de la Europa
y de los Estados Unidos.” Quisieron realizar utopías sin heroísmo, sin riesgos y
sobretodo sin consideración real del pueblo. Las “experiencias” del primer surto
industrial y definitivamente de la “sustitución de importaciones” les dieron una ducha
de realidad. “Cuando eso quedó patente, también se evidenció que la concretización de
una democracia burguesa plena no era una “cuestión de tiempo” ni de “gradualismo
político”. La burguesía brasileña “aprendió, de un solo golpe, que la historia no es auto
germinadora; y no corrige a los errores de los hombres…” (Fernandes 2002c; 1765).
Abandonando las ideologías anteriores, que contenían la “ilusión” de una
emancipación política posible, la burguesía nativa adopta ahora las “evaluaciones
79
pragmáticas” y establece como “ideal básico el principio, irradiado a partir de los
Estados Unidos, del desarrollo con seguridad.” Encontró ahí sus “nuevos eslabones de
“modernización”, descartándose de sus “…quinquillerías históricas libertarias de origen
europea, sustituidas por convicciones mucho más prosaicas, pero que ajustaban sus
papeles a la […] “defensa de la civilización occidental”.” (Fernandes 2002c; 1767).
La burguesía nativa se esquivaba ignorando “lo que se podría llamar de “dura
realidad” de su condición dependiente”, pero apenas hasta el momento en que tuvo
“…de enfrentarse con los problemas suscitados por la industrialización intensiva”.
Cuando la burguesía nativa “toma consciencia” de su situación global y del desarrollo
dependiente, ella “…intenta deshacerse […] de las ilusiones utópicas referentes a la
democracia burguesa y al nacionalismo burgués”, y con eso pierde “cualquier conexión
real” con la democracia-burguesa o nacionalista-burguesa, instaurando la autocracia,
“...1º) neutralizando las presiones específicamente democráticas y nacionalistas de los
sectores burgueses más o menos radicales; 2º) reprimiendo las presiones de igualdad
económica, social y política o de integración nacional...” (Fernandes 2002c; 1770).
Vemos que las oscilaciones ideológicas de la burguesía también se definen por el
eje externo. “Las burguesías de las periferias sufren, de ese modo, una oscilación
ideológica y utópica, condicionada y orientada a partir de fuera.” Aumenta el “grado de
alienación filosófica, histórica y política de la burguesía frente a los problemas
nacionales y su solución.” Florece “un padrón de libertad de clase que es
extremadamente egoístico e irresponsable”, en un nuevo tipo de “modernización
dirigida” que tendía a “…desplazar la lealtad a la Nación [...] en favor de lealtades muy
abstractas y supranacionales, como [...] la “defensa de la civilización cristiana y
occidental…”, confiriendo así “nuevos fundamentos” al “…enrigidecimiento de la
dominación burguesa e a su transfiguración en una fuerza social específicamente
autoritaria e totalitaria.” (Fernandes 2002c; 1767).
Durante el “clímax de la transición industrial” se impuso la restauración y la
recomposición del poder burgués. “Simétricamente, el pueblo cambia de configuración
estructural e histórica, y el proletario adquiere un nuevo peso económico, social y
político dentro de la sociedad brasilera.” El asalariamiento cada vez más masivo, el
“mayor dinamismo de la economía de consumo de masas y una elevación constante del
padrón de vida medio”, van permitiendo una cierta “participación económica” en la vida
social. Eso no podría significar otra cosa sino la “…diseminación del conflicto de clases
segundo intereses específicamente operarios”. (Fernandes 2002c; 1736). Pero el traslado
80
de complejos industriales a los países periféricos persigue, sobretodo, la mano de obra
barata. Así, la modernización, la penetración del capital industrial, monopolista, en su
segundo surto, de aceleración, significó la “depresión de los salarios y de la seguridad
en el empleo”, la depresión de las aspiraciones al acceso a educación de las “clases
bajas” por la “compresión de las oportunidades de educación democrática; depresión de
los derechos civiles y de los derechos políticos. […] Las palabras “deprimir” y
“comprimir” exprimen muy bien la sustancia de las relaciones de la nueva sociedad
civil…”. (Fernandes 2002c; 1791).
La masificación del asalariamiento de la mano de obra nativa trae consigo, “seguramente, el aparecimiento de un nuevo tipo de proletario, más calificado [...] para entender la complejidad de la economía capitalista, la realidad da dominación burguesa y la mistificación inherente al funcionamiento de un Estado que no podrá ser nacional en cuanto sea monopolizado por el poder burgués y “manipulado de arriba para bajo”. (Fernandes 2002c; 1740).
Hasta el principio del segundo surto de industrialización, el eje externo también
alimentaba el “apetito” de la burguesía interna, “entrechoques alimentados por
antagonismos intraclase” debido a los naturales “intereses o aspiraciones divergentes de
clases o extractos de clases burgueses” (Fernandes 2002c; 1767). Eso impedía la real
unidad de la burguesía nativa desesperada por la necesidad de captar las ventajas
escasas del proceso que vuelan al exterior debido a la apropiación dual. Los “surtos” de
“...crecimiento económico rápido exponían esas clases [...] arcaicas o modernas, a una
intensa e incontrolable avidez por “oportunidades” y “ventajas estratégicas” nuevas.”
(Fernandes 2002c; 1784). Así, “...los extractos de clases burgueses divergían y se
degladiaban entre sí por causa de varios intereses en conflicto...” hasta el punto en el
cual “...ciertos extractos de la alta burguesía se lanzaban unos contra los otros,
defendiendo políticas económicas o privilegios exclusivos”, en un “intento frecuente de
dinamizar en provecho propio” la ventajas momentáneas, sin importar si “rasgaban las
brechas” de la estabilidad política. “Se definan, así, varias orbitas en permanente roce,
alrededor de las cuales gravitaban los proyectos de revolución nacional.” Si en el
segundo surto de industrialización las ilusiones sobre diferentes proyectos nacionales
fueron definitivamente abortadas, aun durante aquel desarrollo contradictorio del primer
surto, en el cual el eje externo exigía estabilidad política pero toleraba también las
peleas intraburguesías, tal tolerancia permitió que “...sectores civiles o militares y
civiles-militares, de la alta y de la clase media burguesa, se lanzaran a aventuras tenidas
81
como “nacionalistas”, “democráticas” y “revolucionarias”.” Si bien la tolerancia a cierta
“demagogia populista” agravaba los “conflictos políticos de clase sin aumentar con eso
el espacio político democrático”, ella terminó por difundirse y “contaminar” a
“…estudiantes, intelectuales, sacerdotes, militares, varios sectores de la pequeña-
burguesía etc. Además, infiltraran influencias específicamente antiburguesas y
revolucionarias en las masas populares [...] lo que establecía un peligroso eslabón entre
miseria y pobreza, “presión dentro del orden” y convulsión social.” Reflejando las
presiones de origen proletaria o sindical se “convirtieron ambiguas las relaciones del
radicalismo-burgués con el socialismo reformista”. Por tanto, si es cierto que la
“demagogia populista” era una “abierta manipulación sentida de las masas populares”,
ella demuestra claramente al mismo tiempo “un momento de tentativa de afirmación de
la masa” (Fernandes 2002c; 1773-8y1788). El populismo aglutinó y direccionó la
constante agitación popular por cambios reales, pero desperdició esta energía
esterilizándola en su efectiva posibilidad de transformación radical. El radicalismo-
burgués significó el despliegue de las masas en su forma ya totalmente inserta en la era
burguesa, en el antagonismo de clase típico del capitalista subalterno. Significa,
entonces, el surgimiento del proletariado como fuerza política nacional y definitiva.
En la nueva configuración social de la dominación burguesa, el peso de la clase
media es fundamental en la balanza de la estabilidad social y política. “La principal
característica de la reciente evolución del orden social competitivo fue la rápida
diferenciación y el enorme crecimiento de las clases medias, en escala nacional. Mas
que un “despertar de las masas”, asistimos a un “despertar de las clases medias”.
(Fernandes 2002c; 1810). Si hasta entonces las clases medias se componían de
elementos de decaían de las familias tradicionales, de los estamentos altos e
intermediarios, ahora ella pasa a ser compuesta por gente asalariada, la mayoría
expulsada del campo. (Fernandes 2002c; 1740). Respecto al peso de la clase media en el
equilibrio del antagonismo de clase, vemos que fueron los sectores medios que
convirtieron “…sus frustraciones y sus aspiraciones en factores que disociaban el
radicalismo burgués del orden burgués existente y posible.” (Fernandes 2002c; 1774).
Pero esto se dio en una vía de doble mano con las clases bajas, de donde provenían
muchos sectores medios nuevos y debido a su ascenso de forma asalariada. Hubo una
“socialización operaria en las clases medias”, que engendró durante el populismo un
clima de “revolución de expectativas” que no corresponde a las “potencialidades reales
de la sociedad brasileña”, al menos dentro del orden burgués subalterno (Fernandes
82
2002c; 1741). Con todo, en estas condiciones la “masa de los que se clasifican dentro
del orden es demasiado pequeña para hacer de la condición burguesa un elemento de
estabilidad económica, social e política...”, (Fernandes 2002c; 1780). Eso “…forzará las
clases dominantes y sus elites a procurar aliados fuera de sus fronteras y a colocar los
“problemas” económicos, sociales e políticos también a la luz de los intereses de las
clases bajas...” (Fernandes 2002c; 1742). Lo que consiguen estructurar es una
plataforma amplia de cooptación, sin embargo muy lejos de la “revolución de
expectativas” y en condiciones muy precarias y difíciles para los que migran desde los
campos, además de los que siguen cayendo de los extractos supriores. Por tanto la clase
media no surge de una apertura societaria de los beneficios del ciclo de acumulación,
sino como un “resto tolerado”, marcada por el resentimiento, una “…fuerte
impregnación tradicionalista y una contradictoria ambivalencia de actitudes. Nascida de
resentimientos psicosociales (y no de impulsiones societarias de naturaleza reformista o
revolucionaria propiamente dichas)...” (Fernandes, 2002c; 1765).
Finalmente, frente a la monopolización de los beneficios de los ciclos
productivos, la socialización por el tope, en una situación social extremamente volátil
debido a los ritmos débiles y discontinuos del capitalismo subalterno (Fernandes,
2004a;363), las clases medias terminan por interactuar en un verdadero “sálvese quien
pueda”, abriendo mano de toda formación política, de toda agregación social
(amistades, familia, migraciones) para preservar su pequeña propiedad o cuando ven la
posibilidad de adquirir una pequeña propiedad. Son volátiles en su comportamiento y en
sus concepciones. Pueden respirar el lujo del status, pero viven en el miedo constante de
descender socialmente. La burguesía nativa tira sus migajas a esas capas medias, porque
sabe del peso final que ellas poseen en la correlación de fuerzas social. Si la clase media
se inclina decididamente a favor de las clases más oprimidas, la burguesía nativa se ve
imposibilitada de contener la revuelta y tiene que ceder grandes cantidades e
importantes privilegios, a ser debitadas en su propia cuenta, pues cada mejora sustancial
de las clases medias significa pérdida de status para los ricos.
La unificación y la centralización del poder real de las clases burguesas no alcanzaron niveles suficientemente altos y profundos – mismo con el auxilio, ulterior, de su Estado autocrático y de lo que él representa como factor de refuerzo y de estabilidad del orden – a punto de cambiar el significado de los intereses específicamente burgueses en términos de otras clases, de la Nación como un todo y de los centros de dominación imperialista externa. Por consiguiente, las clases burguesas continuaran tan presas dentro de sus capullos, [...] especialmente frente las exigencias inaplazables de las
83
multinacionales, de las naciones hegemónicas o de su superpotencia y de la comunidad internacional de negocios [...], aisladas de la realidad política de una sociedad de clases y sometidas a partir de fuera, como estaban a veinte o a cuarenta años. Después de todo y a pesar de todo, ellas se enajenan de las demás clases, de la Nación y de la “revolución brasileña” por el mismo particularismo de clase ciego, el cual las lleva a percibir las clases operarias y las clases destituidas en función de una alternativa estrecha: o meros tutelados; o enemigos irreconciliables. (Fernandes, 2002c; 1801).
Como la reacción autodefensiva de la burguesía solo podía alcanzar su punto de
maturación y de eclosión bajo fuerte y persistente “impregnación militar y tecnocrática
de los servicios, estructuras y funciones del Estado”, eso elevó el volumen de todo un
cuerpo burocrático que tuvo ampliada su participación directa en la conducción de los
“negocios del Estado.” Sin la “militarización y tecnocratización” tanto del movimiento
contra-revolucionario de la burguesía cuanto del Estado nacional “regenerado,
autocrático-burgués” seria imposible colocar este Estado en el centro de las
transformaciones y convertir eficientemente la reacción autodefensiva de la burguesía
nativa en una “fuente de auto-afirmación y de autoprivilegiamiento”. Este proceso,
inserto en la doctrina norteamericana de la “seguridad nacional” lleva a la “…creación
de un nuevo status quo, necesario a la instauración y a la persistencia de la dictadura de
clases abierta y rígida.” (Fernandes, 2002c; 1789-94). La tecnocratización aparece como
forma privilegiada de cooptación de las clases medias, empujándola también a un cierto
movimiento migratorio en la búsqueda por “cargos públicos” u oportunidades variadas
Esa articulación política entre los más iguales, democrático-oligárquica en su esencia y en sus aplicaciones, asume de inmediato e irremediablemente la forma de una cooptación sistemática generalizada. La cooptación se da entre grupo y fracciones de grupos […] siempre implicando la misma cosa: la corrupción intrínseca e inevitable del sistema de poder resultante. Además, la cooptación se convierte en el vehículo por el cuál la variedad de intereses y de valores en conflicto vuelve a la escena política […] Desde ese ángulo la autocracia burguesa lleva a una democracia restricta típica, que se podría designar como una democracia de cooptación (Fernandes, 2002c; 1805).
La aceleración del crecimiento “hizo lo que la burguesía más recebaba”: concurrió
para “expandir bruscamente a la sociedad de clases.” Para tanto se armó el mecanismo
de autodefensa permanente que es el Estado autocrático, armando la sociedad de clases
con los recursos de autodefensa policial-militar y política que puedan rellenar, dentro
del orden, por tanto en un clima de “normalidad” y de “legitimidad”, las funciones
equivalentes a la contra-revolución preventiva, sea “a frio o a caliente”, con terror
84
descarado o ocultado. Con la “situación bajo control”, eliminada toda una generación
con la más alta conciencia política, la “defensa a caliente del orden puede ser hecha sin
que los “organismos de seguridad” necesiten del soporte técnico de un “clima de guerra
civil”, mientras la “represión policial-militar” se mantenga a través de la “compresión
política”. De este modo la “contra-revolución preventiva” reaparece de “manera
concentrada e institucionalizada, como un proceso social y político especializado,
incorporado al aparato estatal”, a través de la “localización” del enrigidecimiento del
orden en “ciertas funciones dictatoriales permanentes del “Estado constitucional”,
continuando de este modo el “indefinido solapamiento del orden”. Es así que la clase
burguesa, siguiendo rígidamente su “naturaleza”, pretende “crear condiciones
normales” para el “crecimiento pacifico” del capitalismo “que se encontraba establecida
antes de 1964.” (Fernandes, 2002c; 1080-9). Las contradicciones sociales resultantes de
la aceleración forzada de la industrialización por desconcentración productiva, de este
modo, son resueltas “dentro del orden” no por la atenuación, “sino por el
recrudecimiento del despotismo burgués”, configurando un “Estado autocrático tan
complejo” como lo es su función sucesiva al estar “compelido a funcionar bajo extrema
tensión permanente y autodestructiva, de insoportable paz armada” (Fernandes, 2002c;
1812-3). La formación de una dominación capitalista de tipo dependiente resultan en la
desgracia social de los pueblos latinoamericanos. “En el periodo más exitoso del
“milagro” brasileño, aumentó la tasa de mortalidad infantil en los suburbios de la ciudad
más rica del país.” (Galeano, 2010; 359). La jornada laboral de ocho horas se redujo a
letra muerta. Se trabaja hasta catorce horas, as veces siete días por semana. Las
transnacionales, junto a gobiernos y bancos internacionales “…han convertido cada
centro de producción en un campo de trabajos forzados.” (Galeano, 2010; 357). Nuestro
estudio apunta al atraso tecnológico y la desorganización poblacional y productiva
como consecuencia necesaria del padrón capitalista subalterno. “El subdesarrollo no es
una etapa del desarrollo. Es su consecuencia.” (Galeano, 2010; 363).
85
5) Elementos del despojo
El Estado autocrático-burgués tendría de contener por sí mismo a todas las
tensiones inherentes a una sociedad de clase (Fernandes, 2002c; 1805). Esa condición
da origen a una “formidable superestructura de opresión y de bloqueo”, la cual
convierte, “reactivamente”, la propia dominación burguesa en la única fuente de “poder
político legitimo”, imponiéndose “…como el punto de partida y de llegada de cualquier
cambio social relevante.” (Fernandes, 2002c; 1756). La autocracia totalitaria interrumpe
“los dinamismos del poder burgués a largo plazo, sustituyéndolos por otros”, pero
complejificando el proceso de formación capitalista para siempre (Fernandes, 2002c;
1804). “Con eso, el desplazamiento empresarial transciende a la fase de irrupción
propiamente dicha, instilando dentro de la económica brasileña tendencias que no
pueden más ser eliminadas por medios administrativos o políticos simples.” (Fernandes,
2002c; 1716). La burguesía se defiende con la monopolización de los beneficios,
entorpeciendo aun más los mecanismos competitivos del capitalismo y sus dinamismos,
profundizando aun más su debilidad de acción auto-afirmativa, que se va limitando cada
vez a una acción defensiva, es decir, afirmase reprimiendo a los movimientos sociales, y
a las presiones de abajo como un todo. Los “acuerdos de caballeros” dan el tono de la
socialización por el tope y dejan “las oscilaciones de los precios entregues a la ganancia
especulativa” externa, tal como internamente revigora la “reluctancia de extender los
criterios de mercado del trabajo en el campo o a ciertos tipos de trabajo urbano, los
bloqueos a la reforma agraria, etc.” (Fernandes, 2002c; 1733).
La producción capitalista mundial y la división internacional del trabajo derivada,
no son más para nosotros que un gran sistema global del despojo, siempre
perfeccionado. Hablar de los procesos del despojo significa apenas narrar la actuación
de los sujetos en la esfera económica y, claro, política. El imperialismo de los países
centrales corresponde a la imposición de este flujo compuesto de un lado por la
exportación de sus mercanticas a los países periféricos, de otro por la importación de
materia-prima, a un tal nivel que necesariamente involucra el saqueo, la rapacidad, los
“…empréstitos voraces de los monopolios financieros; las expediciones militares y las
guerras de conquista…” (Galeano, 2010; 263). Los elementos de la dependencia, que
encontramos en la actuación de los sujetos económicos y políticos de la Revolución
Burguesa en Brasil, son los elementos del despojo, las diversas armas que sangran a los
recursos internos, las visas concedidas para el saqueo: “…un siglo y medio de historia
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nacional – proclama un líder sindical argentino – ha presenciado la violación de todos
los pactos solidarios, la quiebra de la fe jurada en los himnos y las constituciones…”
(Galeano, 2010; 323). La estructura de la dependencia, enraizada por la recomposición
subalterna de la dominación burguesa bajo capitalismo monopolista, se constituye en: 1)
la desconcentración productiva y el flujo de capitales; 2) los ciclos extractivistas
vegetales y minerales; 3) las formas de acumulación primitiva y la puesta de la
producción no-capitalista como medio de reserva de recursos; 4) las importaciones y su
extensión como el elemento que da la unidad a los otros tres.
La “inversión” extranjera se presenta como el más espectacular elemento del
despojo. De hecho, significó la descapitalización interna por el drenaje de los recursos
para la capitalización de las empresas centrales, que además del acceso a contingentes
de trabajadores más baratos que en sus países, mantenían el monopolio técnico de la
producción. Las inversiones, y los préstamos, aparecen como “ayuda” externa, pero en
verdad son financiadas por los gobiernos latinoamericanos, luego, por su pueblo. “Todo
se computa con cargo a la ayuda, y todo pesa sobre la deuda externa de los países
agraciados por la diosa Fortuna.” (Galeano, 2010;303). Se “…denomina ayuda a la
ortopedia deformante de los emprestamos y al drenaje de las riquezas que las
inversiones extranjeras provocan.” (Galeano, 2010; 21). “A cambio de inversiones
insignificantes, las filiales de las grandes corporaciones […] se apoderan de los
procesos internos de industrialización.” Mismo un organismo imperialista como la OEA
admitía ya en 1969 que las inversiones extranjeras se daban en América Latina en
aquellas industrias más dinámicas y “…que son las más importantes en la
determinación del curso del desarrollo económico” (Galeano, 2010; 268). La estrategia
de las inversiones direccionadas generaba la debida “hemorragia de los beneficios de las
inversiones directas de Estados Unidos en América Latina”, que se hizo rápidamente
cinco veces mayor que las nuevas inversiones. Las inversiones estratégicas lograban por
tanto que la desconcentración productiva fuera también una centralización en el
escurrimiento de los capitales ajenos, a ser completada con los demás elementos del
despojo. Ya durante el gobierno electo de Kubitscheck (1955-62) el ochenta por ciento
de las inversiones de las empresas privadas que llegaron desde el extranjero fueron
computadas – legalmente – como deuda del Estado nacional (Galeano, 2010; 280).
Lenin, al ver la primera faz de la hegemonía del capital industrial, afirmaba que
imperialismo significaba la exportación de los capitales centrales a los países
periféricos. Ahora, elevado a otra potencia, “...el imperialismo importa capitales de los
87
países donde opera.” Kennedy también admitió en 1960 que del “mundo
subdesarrollado” se habían “…retirado 1.300 millones de dólares mientras sólo le
exportábamos doscientos millones en capitales de inversión.” Desde entonces, apenas
creció la “sangría de los beneficios”. La lógica, por lo tanto, es sencilla pero absurda:
“…los países “beneficiados” se descapitalizan en vez de capitalizarse.” (Galeano, 2010;
292-3). Con razón se quejaba el embajador paraguayo cuando “…afirmó que los países
débiles absurdamente subvencionan el desarrollo industrial de los países más
avanzados…” (Galeano, 2010; 332). Las transnacionales retiraban capitales mismo
cuando anunciaban que les estaban poniendo. La Revista Fichas de 1965
…indica que las divisas insumidas entre 1961 y 1964 por la industria automotriz, en la Argentina, son tres veces y media que el monto necesario para construir diecisiete centrales termoeléctricas y seis centrales hidroeléctricas […] y equivalen al valor de las importaciones de maquinarias y equipos requeridos durante once años por las industrias dinámicas para provocar un incremento anual del 2,8 por ciento en el producto por habitante (Galeano, 2010; 292). …documento de la OEA informa que, nada menos del 95,7 por ciento de los fondos requeridos por las empresas norteamericanas para su normal funcionamiento y desarrollo en América Latina, provienen de fuentes latinoamericanas, en forma de créditos, empréstitos y utilidades revertidas. Esa proporción es del ochenta por ciento en el caso de las industrias manufactureras (Galeano, 2010; 289).
Hasta mismo los fondos de los organismos financieros internacionales, que
también están siempre listos para prestarnos su “ayuda”, son en gran medida cooptados
desde los países periféricos donde en seguida van a parasitar como “prestamos”.
“América Latina proporciona la mayoría de los recursos ordinarios de capital del Banco
Interamericano de Desarrollo.” Sin embargo, sólo Estados Unidos posee poder de veto
en el BID (Galeano, 2010; 297).
Las inversiones también se direccionan estratégicamente para renovar los pactos
coloniales en el tiempo y en el espacio. En 1970, la mitad de las inversiones
norteamericanas en América Latina “…está dedicada a la extracción de petróleo y a la
expropiación de riquezas mineras.” (Galeano, 2010; 176). Pero es el petróleo
venezolano el gran ejemplo del despojo latinoamericano. Las
…ganancias arrancadas a esta gran vaca lechera sólo resultan comparables en proporción al capital invertido, con las que en el pasado obtenían los mercadores de esclavos o los corsarios. […] Ningún país ha producido tanto al capitalismo mundial en tan poco tiempo: Venezuela ha drenado una
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riqueza que, según Rangel, excede a la que los españoles usurparon a Potosí o los ingleses a la India. […] De Venezuela proviene casi la mitad de las ganancias que los capitales norteamericanos sustraen a toda América Latina. […] en medio siglo, una renta petrolera tan fabulosa que duplica los recursos del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa… (Galeano, 2010; 215-6).
Por tanto, nuestro “atraso” es muy relativo, pues siempre estuvimos encajados en
la división internacional del trabajo. También porque los países centrales no serian hoy
lo que son sin la sangría de los países periféricos, generando así una dependencia
reversa, pues el rendimiento que generan los países periféricos pasa a ser muy
importante para el desarrollo capitalista global. “Las filiales de Venezuela produjeron,
en 1957, más de la mitad de los beneficios recogidos por la Standart Oil de Nueva
Jersey en todas partes; en ese mismo año, las filiales venezolanas proporcionaron a la
Shell la mitad de sus ganancias en el mundo entero.” (Galeano, 2010; 205).
Pero son las importaciones que completan el ciclo de capitalización drenada de las
transnacionales. Además de la transferencia directa, su dominio del mercado interno en
todas sus dimensiones, incluso sociocultural, les permite una recaudación que sea quizá
aun más importante. “La concentración de las ventas de las empresas norteamericanas
radicadas al sur del rio Bravo se concentra en los mercados locales y no en la
exportación. Por el contrario, la proporción correspondiente a la exportación tiende a
disminuir.” (Galeano, 2010; 311).
En tal contexto de atraillamiento y debilidad es muy fácil predecir que la
dependencia del saber técnico existente se convertirá en dependencia del desarrollo
capitalista como un todo. “Se recibe la tecnología moderna como en el siglo pasado
[XIX] se recibieron los ferrocarriles, al servicio de los intereses extranjeros…”.
Nuestros “matemáticos, ingenieros y programadores” no raro encuentran “…trabajo en
el exilio: nos damos el lujo de proporcionar a los Estados Unidos nuestros mejores
técnicos. Además de la cuestión cultural, pues el mero trasplante de tecnología ya
“implica una subordinación cultural”, el control del know-how también se convierte en
fuente de extorsión política “a los países que se nieguen a aceptar” los designios
extranjeros, visto la posibilidad de que “…las empresas extranjeras dueñas de las
patentes fijen los precios de los productos por ellas elaboradas o que prohíban su
exportación a determinados países.” Cuando la universidad de algún país intenta
“…impulsar las ciencias básicas para echar bases de una tecnología no copiada […] un
oportuno golpe de Estado destruye la experiencia bajo el pretexto de que así se incuba la
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subversión.” Ejemplo claro tenemos en la Universidad de Brasilia, “abatida en 1964”.
La técnica es también la técnica del despojo, de abrir la hemorragia y drenar la sangría,
“la pericia en el arte de devorar al prójimo.” Frente a esta impotencia, la burguesía
nativa “…se hinca ante los altares de la diosa Tecnología.” (Galeano, 2010; 315-7).
La estructura imperialista mundial perfeccionada en el siglo XX fue articulando,
hasta su completa fusión orgánica, a las empresas transnacionales, los organismos
financieros internacionales, los gobiernos centrales y, finalmente en el eslabón más
débil, los gobiernos periféricos. Forman una unidad que se hizo cada vez más
harmoniosa hasta la perfecta composición de un “anillo autoperpetuador” en el cual las
fronteras de las diferentes instituciones no se separan claramente. “El capitalismo de
nuestros días exhibe, en su centro universal de poder, una identidad evidente de los
monopolios privados y el aparato estatal.” (Galeano, 2010; 292). El gobierno
norteamericano hace “siempre suya la causa de las corporaciones petroleras privadas.”
(Galeano, 2010; 212). A su vez, “el Banco Mundial responde a los Estados Unidos
como el trueno al relámpago.” (Galeano, 2010; 303). Y, completando la escena, no
faltarán “…políticos y tecnócratas a demonstrar que la invasión del capital extranjero
“industrializador” beneficia las áreas donde irrumpe.” (Galeano, 2010; 268).
Los funcionarios de estas diversas instituciones saltan de un cargo ejecutivo a
otro, posicionándose estratégicamente y creando así una “corporatocracia” (Perkins,
2005), en la cual los intereses de las diferentes instituciones ya no se divisan,
independiente de sus funciones originales, democráticas o privadas, y ponen a la
“seguridad” de la “iniciativa privada” como voluntad general del Estado. “Los
directores, abogados o asesores de la Hana [EUA] […] eran también miembros de más
alto nivel del gobierno de Brasil, y continuaron ocupando cargos de ministros,
embajadores o directores de servicios en los ciclos siguientes.” Pero con el golpe militar
de 1964, los hombres de la minera Hana, ocuparan directamente la vicepresidencia y
tres ministerios (Galeano, 2010; 200-1). La dictadura militar, haciendo saltar a la vista
la paradoja de su nacionalismo, realizó como nadie más la “desnacionalización de
Brasil” a través de la grave represión social. Los “…dictadores militares de Brasil
festejan los cumpleaños de las empresas del Estado anunciando su próxima
desnacionalización, a que la llaman recuperación.” Los militares actuaron para
viabilizar la mayor cantidad de “absurdos posibles”. En un mismo día pusieron una ley
que reservaba al Estado la explotación de la petroquímica y otra derogando la anterior,
abriendo espacio para las inversiones privadas. “No en vano el Comité de Comercio de
90
la Alianza para el Progreso cuenta, entre sus miembros más distinguidos, con los más
altos ejecutivos del Chase Manhattan y del City Bank, la Standart Oil, la Anaconda y la
Grace.” (Galeano, 2010; 301).
Los grupos de “asesores”, formados por los organismos financieros
internacionales, entran en un país con el status de “todo-poderoso grupo asesor”. Sin
embargo él no asesora sino que manda (Galeano, 2010; 197). Su utilidad es preparar el
“asesinato económico” del país hospedero (Perkins, 2005), presentando a la penetración
del capital extranjero como capitalización interna, ocultando por tanto su verdadero
efecto. Recontextualizan a cada específica región la forma de dominación en boga, las
“doctrina Monroe”, los “consenso de Washington”, e implantan gobiernos títeres
“democráticos”. Componen toda una tecnología social del asesinato económico, para el
cual forjan estudios y hasta teorías económicas enteras, presentando los efectos
benignos de una futura “inversión extranjera”. “So pretexto de la mágica estabilización
monetaria, el Fondo Monetario Internacional […] agudiza los desequilibrios en lugar de
aliviarlos”, obligando los países hospederos “…a contraer hasta la asfixia los créditos
internos, congela los salarios y desalienta la actividad estatal […] aplastando aún más la
mezquina capacidad de consumo del mercado interno…”. Sus “formulas” nunca
generaron la estabilización o el desarrollo, sino que “…han intensificado el
estrangulamiento externo de los países, han aumentado la miseria […] y han precipitado
la desnacionalización económica y financiera, al influjo de los sagrados mandamientos
de la libertad de comercio, la libertad de competencia…”. Pero los asesores del FMI
todavía tuvieron coraje para decir que “…una demanda excesiva, en esta tierra de
hambrientos, tendría la culpa de la inflación.” Con todo, está claro que la razón es otra.
“La terapéutica empeora al enfermo para mejor imponerle la droga de los empréstitos
y las inversiones.” (Galeano, 2010; 286-7).
…la estructura del cártel implica el dominio de numerosos países y la penetración en sus numerosos gobiernos; el petróleo empapa presidentes y dictadores, y acentúa las deformaciones estructurales de las sociedades que pone a su servicio. Son las empresas quienes deciden, con un lápiz sobre el mapa del mundo, cuáles han de ser las zonas de explotación y cuáles las de reserva, y son ellas quienes fijan los precios que han de cobrar los productores y pagar los consumidores (Galeano, 2010; 206).
Actuando a nivel global esta “estructura del cártel” que son las transnacionales
impuso su adecuada partición del mundo. En 1969 un nuevo acuerdo “…consagró la
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división del mercado latinoamericano de equipos de generación, transmisión y
distribución de electricidad, entre la Unión Carbide, la General Electric y la Siemens.”
(Galeano, 2010; 330). Esta partición incluye la definición perversa de las partes del
globo destinadas como reservas, definiendo también así las fronteras de la
modernización periférica: “…las diversas filiales de la Estándar Oil, la Shell, la Gulf y
la Texaco no explotan las cuatro quintas partes de sus concesiones, que siguen siendo
reservas inactivas…” (Galeano, 2010; 216).
Los organismos financieros trasnacionales articulan en el plano macroeconómico
a los diferentes agentes del imperialismo y los varios elementos del despojo. “El
bombardeo del Fondo Monetario Internacional facilita el desembarco de los
conquistadores.” El “…FMI fue creado para institucionalizar el predominio financiero
de Wall Street sobre el mundo entero, cuando a fines de la segunda guerra el dólar
inauguró su hegemonía como moneda internacional.” Fuera sus prestamos directos, el
FMI también es el órgano que da la “luz verde” para prestamos de otros orígenes: “el
Fondo opera, en efecto, como un inspector internacional” cuyo visto bueno es necesario
para buen trato de la banca imperialista y la bolsa de valores (Galeano, 2010; 287).
Los bancos aparecen como otro mecanismo fundamental del despojo por
viabilizar los prestamos engañosos pero también haciendo la conexión de las empresas
filiales con las matrices, profundizando y extendiendo la dominación extranjera. “La
canalización de los recursos nacionales en dirección a las filiales imperialistas se explica
en gran medida por la proliferación de las sucursales bancarias norteamericanas que han
brotado, como los hongos después la lluvia […] a lo largo y a lo ancho de América
Latina.” (Galeano, 2010; 289). El esquema no era ningún misterio, tal como afirmaba el
presidente Woodrow Wilson: “Un país es poseído y dominado por el capital que en él se
haya invertido”.” (Galeano, 2010; 16).
La desnacionalización financiera es un requisito básico: los grandes bancos
adquieren a los bancos nacionales con sus sucursales ya existentes en cada país, lo que
sucedió fuertemente durante la década de 1960. Toda esta “invasión bancaria” sirve
para desviar y canalizar el ahorro interno latinoamericano, o de los países donde operan,
“para el uso de las corporaciones multinacionales” que operan en la región y son
clientes de sus casas matrices, mientras “las empresas nacionales caen estranguladas por
la falta de crédito.” La demagogia de la libre competencia la vemos aquí en toda su
potencia. “Ningún banco extranjero puede operar, en Estados Unidos, como receptor de
depósitos de los ciudadanos norteamericanos.” Además es “imposible conocer el
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simultaneo aumento de las actividades paralelas – subsidiarias, holdings, oficinas de
representación – en su magnitud exacta”, pero se sabe que en igual proporción han
crecido los fondos latinoamericanos absorbidos por bancos que “…están controlados
desde fuera a través de decisivos paquetes de acciones o por la apertura de líneas
externas de crédito severamente condicionadas.” Como si fuera poco, mismo los bancos
nacionales, “incluso los invictos”, “…también prefieren atender la demanda de las
empresas industriales y comerciales extranjeras, que cuentan con garantías y operan por
volúmenes muy amplios.” (Galeano, 2010; 290-1).
El FMI y el BID, a su vez, asaltan a los bancos centrales de los países periféricos,
ocupan ministerios decisivos, se apoderan de datos secretos sobre las finanzas,
“redactan e imponen leyes nacionales”, y por fin “…se arrogan el derecho de decidir la
política económica que han de seguir los países que solicitan los créditos.” (Galeano,
2010; 294-5). La previa invasión de los “marineros” del FMI facilita la penetración. La
deuda se convierte en una “trampa mortal”. “Así se han conquistado empresas mediante
un simple golpe de teléfono, después de una brusca caída de las cotizaciones en la
Bolsa…”, lo que también se puede dar con la simple ejecución de una deuda vigente,
luego, sin que el comprador extranjero ponga un centavo siquiera por la empresa
adquirida. De este modo el producto de la venta de una empresa nacional muchas veces
ni llega al país de origen, y “queda rindiendo intereses en el mercado financiero del país
comprador” (Galeano, 2010; 287-8).
Los prestamos vienen de los organismos privados y oficiales de Estados Unidos,
los bancos internacionales, el FMI y el Banco Mundial, “…para que los países
latinoamericanos remodelen su economía y sus finanzas en función del pago de la deuda
externa.” Buena parte de las ganancias generadas por la explotación de nuestros
recursos se fuga a los países centrales “…donde pega un salto de circo para luego volver
a nuestras comarcas convertida en empréstitos. […] El ciclo vicioso es perfecto: la
deuda externa u la inversión extranjera obligan a multiplicar exportaciones que ellas
mismas van devorando.” (Galeano, 2010; 353). El pueblo y sus trabajadores se hacen
rehenes de la prosperidad ajena. A este “ciclo vicioso de la estrangulación” se suman los
nuevos prestamos tomados para cumplir con los pagos, “que generan compromisos
mayores, y así sucesivamente.” Las divisas van quedando en manos extranjeras pues la
deuda va excediendo a las exportaciones, dejando la burguesía nativa atrapada en este
esquema que merma la poca fuerza de negociación que posee. De este modo, dentro del
esquema de desarrollo dependiente, “el Banco constituye también un eficaz instrumento
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de extorsión” y de presión política, tal como se ilustra en los casos de Guatemala en
1966 y de Colombia 1967. Determina “el clima de inversiones” la evaluación de la
“performance” de cada país. “Los préstamos ofrecen indicaciones tan precisas como las
de un termómetro para evaluar el clima general de los negocios de cada país…”. Los
préstamos se condicionan “a la aplicación de la receta estabilizadora del FMI y al pago
puntual de la deuda externa”, siendo completamente “incompatibles con la adopción de
políticas de control de las ganancias de las empresas” (Galeano, 2010; 300-4). Los
resultados son siempre sencillos y absurdos: “…los países se hipotecan endeudándose
con la banca extranjera y con los organismos internacionales de crédito, con lo que
multiplican el caudal de las próximas sangrías.” (Galeano, 2010; 270).
Los préstamos también hacen el eslabón con otros mecanismos de la estructura
del despojo como las importaciones, que a su vez derivan en otras estafas. Desde el
desequilibrio en la balanza de pagos norteamericana en fines de1950 “…los préstamos
fueron condicionados a la adquisición de los bienes industriales norteamericanos, por lo
general más caros que otros productos similares en otras partes del mundo.” No es
casual que las transnacionales o sus filiales “resultan siempre los proveedores
finalmente elegidos en los contratos.” Los préstamos también suelen exigir “que no
menos de la mitad de los embarques se realice en barcos de bandera norteamericana.”
Pero los fletes de los buques norteamericanos son más caros, saliendo hasta el doble de
los fletes más baratos. Las aseguradoras contratadas también son normalmente
norteamericanas, tal como el banco que hace los contratos. “El BID determina la
política de tarifas e impuestos de los servicios que toca con su varita de hada buena…”,
fijando precios e impuestos hasta mismo “…para el alcantarillado o las viviendas,
previa propuesta de los consultores norteamericanos designados con su venida. Aprueba
los planos de las obras, redacta las licitaciones, administra los fondos y vigila el
cumplimiento.” Bloquean las posibilidades políticas de modificar “las leyes orgánicas o
los estatutos” sin su consentimiento, y a “…la vez impone determinadas reformas
docentes, administrativas y financieras [en el sistema educativo].” Prohíben el comercio
con determinados países, “imponen la eliminación de los impuestos y aranceles
aduaneros”, exigen la aprobación de acuerdos, de garantías de las inversiones contra
posibles perdidas y “obligan a aceptar la tutela administrativa de sus técnicos.” La
“atadura del financiamiento” – dice la OEA en el documento ya citado – otorga “un
subsidio general a las exportaciones norteamericanas”. Los fabricantes periféricos de
maquinarias “…sufren serias desventajas de precios en el mercado internacional, según
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confiesa el Departamento de Comercio de los Estados Unidos…”. Los gobiernos
periféricos realizan acuerdos envueltos en grandes formalidades ceremoniosas que
anuncian el futuro hoy, pero “…las condiciones más lesivas raras veces figuran en los
textos de los contratos y los compromisos públicos, y se esconden en las secretas
disposiciones complementarias.” No faltan ejemplos escandalosos. “El Parlamento
uruguayo nunca supo que el gobierno había aceptado, en marzo de 1968, poner un
límite a las exportaciones de arroz de ese año…”. Cada vez más la manipulación
norteamericano va perdiendo la medida y el decoro. En la Conferencia de Punta del Este
en 1962 el delegado de Haití cambió su voto por un aeropuerto nuevo, dando a EUA la
mayoría necesaria para expulsar a Cuba de la OEA (Galeano, 2010; 295-8).
La realidad de los “absurdos posibles” supera a la ficción y vacía de contenido a
los préstamos. Según la propia OEA, de los prestamos extranjeros “…apenas el 38 por
ciento de la ayuda nominal se puede considerarse ayuda real. Los prestamos para
industria, minería, comunicaciones, y los créditos compensatorios, sólo constituyen
ayuda en una quinta parte del total autorizado.” Con todo, sin necesidad de mucha
matemática, ya sabemos que el resultado se siente en la composición social que
provoca. Las recetas del FMI “normalmente desatan el incendio de la agitación social.”
(Galeano, 2010; 295-8). Mientras los gobiernos latinoamericanos, “sombrero en la
mano”, presos en su debilidad “…golpearán cada vez más desesperadamente las puertas
de los prestamistas internacionales.” (Galeano, 2010; 308). “Las corporaciones
multinacionales, pues, no sólo usurpan el crédito interno de los países donde operan, a
cambio de un aporte de capital bastante discutible, sino que además les multiplican la
deuda externa.” (Galeano, 2010; 352). Como las inversiones extranjeras son pagas en
realidad con dinero del gobierno periférico, las exportaciones de cada ciclo extractivista
van siendo destinadas cada vez más para el pago de la deuda generada por lo que
deberían ser capitales foráneos invertidos en los países. Crean este círculo vicioso que
es el embrollo de la dependencia.
El desarme arancelario constituye otro elemento del despojo al liberar la
circulación de mercancías importadas, destinadas a reorganizar los centros de
producción y los mercados de América Latina: reina la “economía de escala”. En la
“…primera fase, cumplida en estos últimos años [1970], se ha perfeccionado la
extranjerización de las plataformas de lanzamiento – las ciudades industrializadas – que
habrán de proyectarse sobre el mercado regional en su conjunto.” (Galeano, 2010; 327).
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La derrocada arancelaria, en tanto exoneración de impuestos, se completa con el
esquema de “inversiones”, haciendo que los gobiernos nacionales inviertan pero no se
queden con los beneficios, que son drenados para fuera. El gobierno de Castelo Branco
hizo el primer acuerdo con la empresa minera Bethlehen de Estados Unidos. Pero en
1970, la profundización del modelo era tan fuerte que “…de cada cien dólares que la
Bethlehen invierte en la extracción de minerales, ochenta y ocho corresponden a una
gentileza del gobierno brasileño: las exoneraciones de impuestos en nombre del
“desarrollo de la región” (Galeano, 2010; 177). El gobierno de Estados Unidos, para
mantener su hegemonía parásita, manipula los derechos aduaneros en Centroamérica,
“…con la elevación de las barreras contra la competencia extranjera externa.” (Galeano,
2010; 331). El gran ejemplo latinoamericano de desarme arancelario es el caso Nestlé
en Brasil: “…la más quemante contradicción entre la teoría y la realidad del comercio
mundial estalló cuando la guerra del café soluble cobró, en 1967, estado público.” La
Nestlé y la General Foods monopolizaban el mercado mundial del café. “Cuando las
fábricas brasileñas – apenas cinco de un total de ciento diez en el mundo – comenzaron
a ofrecer café soluble en el mercado internacional, fueron acusadas de competencia
desleal. Los países ricos pusieron el grito en el cielo, y Brasil aceptó una imposición
humillante: aplicó a su café soluble un impuesto interno tan alto como para ponerlo
fuera de combate en el mercado norteamericano.” (Galeano, 2010; 310).
Un verdadero “carnaval de las concesiones” establece la “sangría legal”:
“Venezuela sufre la sangría de más de setecientos millones de dólares anuales [1970],
convictos y confesos como “retas del capital extranjero”. (Galeano, 2010; 217-8). Las
“…concesiones legales arrancan a Brasil cómodamente sus más fabulosas riquezas
naturales.” (Galeano, 2010; 181). En 1967 “…la evasión por ganancia y dividendos,
asistencia técnica, patentes, royalties o regalías y uso de marcas superó en más de cuatro
veces a la inversión nueva. Y a estas sangrías habría que agregar, aún, las remesas
clandestinas.” En este año el Banco Central de Brasil asumía la emigración ilegal de
120 millones de dólares (Galeano, 2010; 291). Durante la dictadura, el gobierno de
Castelo Branco redujo los impuesto a la renta y otorgó “facilidades extraordinarias para
disfrutar del crédito […] La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles
el país, como los proxenetas ofrecen a una mujer.” En Argentina el gobierno dictatorial
disputa con el brasileño “la exaltación de las ventajas” para atraer al capital extranjero
(Galeano, 2010; 282).
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Debido a la política de favorecimiento al capital extranjero entablada por el
gobierno de Castelo Branco, en 1965, las empresas extranjeras reciben créditos al ocho
pro ciento de intereses, además de contar con un tipo especial de cambio garantizado
por el gobierno, que le cubría eventuales desvaluaciones de la moneda brasileña,
mientras “…las empresas nacionales debían pagar cerca de un cincuenta por ciento de
intereses por los créditos que arduamente conseguían dentro del país.” El inventor de la
medida, Roberto Campos, explicó así: “Obviamente, el mundo es desigual […] Hay una
desigualdad básica fundamental en la naturaleza humana, en la condición de las cosas.
A esto no escapa el mecanismo del crédito.” Entonces, bajo esta lógica, unos están
“…condenados a obedecer; otros, señalados para mandar. Unos poniendo el cuello y
otros la soga. El autor fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en
Brasil.” (Galeano, 2010; 285).
Respecto a la minería de hierro en Venezuela, en apenas un año, 1960, el volumen
de las ganancias de dos empresas norteamericanas fueron iguales a diez años (1950-60)
de impuestos pagos a Venezuela (Galeano, 2010; 198). Los países periféricos
productores de petróleo cobran ocho veces menos impuesto que países centrales donde
están las casas matrices de las empresas petroleras (Galeano, 2010; 204). La
congregación de absurdos termina por generar situaciones también humillantes a los
países periféricos. “En Colombia, por ejemplo, donde el petróleo se exporta libremente
y sin pagar impuestos, la refinería estatal compra a las compañías extranjeras el petróleo
colombiano con un recargo del 37 por 100 sobre el precio internacional, y lo tiene que
pagar en dólares.” (Galeano, 2010; 207).
Al carnaval de concesiones legales se suman artimañas y trampas descaradas para
aumentar la sangría. La Standart Oil estafó a Perú a lo largo de medio siglo, “…a través
de los impuestos y las regalías que había eludido y de otras variadas formas de fraude y
la corrupción.” (Galeano, 2010; 214). La corrupción congénita de los extractos políticos
es apenas un vestigio de este aprendizaje originario. Los gobiernos periféricos, además
de hacer la “vista gruesa” al contrabando de recursos, diamantes, etc. (Galeano, 2010;
181), aceptan condiciones que llevan al sabotaje de sus propias empresas, incluso las
estatales. En Argentina, la “…empresa estatal, YPF, ha sido victima de un continuo y
sistemático sabotaje, desde sus origines hasta la fecha [1970].” (Galeano, 2010; 210).
Nuestra modernización, atada a las necesidades de importaciones, termina por significar
el hospedaje del capital fijo gasto de los países centrales, visto que “…la gran mayoría
de las instalaciones y los equipamientos fabriles exportados a países de América Latina
97
han cumplido anteriormente un ciclo de vida útil en sus lugares de origen.” Sin
embargo, son vendidos con un valor “arbitrariamente elevado” (Galeano, 2010; 292). Y
por fin, después de cumplir otro ciclo de vida, pero ahora drenando la plusvalía
internacionalmente, estas chatarras son ahora vendidas sobrevaluadas a los gobiernos
periféricos, como las empresas de teléfono y telégrafo nacionalizadas en Brasil “…con
indemnizaciones de oro puro a cambio de sus instalaciones oxidadas y sus maquinas de
museo.” (Galeano, 2010; 269).
La prosperidad subalterna es siempre fuego fatuo, pues derivada de fuerzas ajenas
siempre termina por enredarnos aún más profundamente en el esquema dependiente.
Tomando al caso más ilustre, el ciclo del guano y del salitre peruano, podemos
sistematizar algo del comportamiento padrón de las elites nativas y extranjeras frente a
un bien sucedido ciclo extractivista. La prosperidad llevó al gobierno usar sin medida de
su crédito. En vez de aplicarlo eficazmente, las elites vivían en el derroche. Inglaterra,
dueña entonces de la hegemonía central, “jugaba con los precios” de estos productos,
con el valor de los bonos en Perú para favorecer la compra de empresas por particulares,
con las tasas de intereses e instalaba varios mecanismos de la rapiña exportadora,
construyendo sus propias vías para el escurrimiento y creando depósitos, hasta que la
que “región del salitre se convirtió en una factoría británica”, terminando el país por
hipotecar su porvenir (Galeano, 2010; 183).
El pasaje a la hegemonía norteamericana se da con la decidida y enfurecida
penetración de sus empresas, productos y “consensos” por sobre la soberanía de los
países periféricos. Para alzarse como jefe del capitalismo mundial, los Estados Unidos
ganaban posiciones entorpeciendo a los mecanismos del modo de producción
capitalista, desestabilizando el único elemento regulador de este sistema de producción,
la competencia (Marx, 1978c). Es un absurdo hablar de libre competencia en economías
sometidas a los monopolios mundiales (Galeano, 2010; 345). La libre competencia sólo
es libre cuando está claro el lado más fuerte. Ella se convirtió en “verdad revelada” para
Inglaterra “…sólo a partir del momento en que estuvo segura de que era la más fuerte,
y después de haber desarrollado su propia industria textil al abrigo de la legislación
proteccionista más severa de Europa.” (Galeano, 2010; 233).
Como Inglaterra, Estados Unidos también exportará, a partir de la Segunda Guerra Mundial, la doctrina del libre cambio, el comercio libre y la libre competencia, pero para el consumo ajeno. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subdesarrollados,
98
el derecho de proteger sus industrias nacionales, y para desalentar en ellos la acción del Estado. Se atribuyen propiedades infalibles a la iniciativa privada (Galeano, 2010; 264). Sin embargo, los Estados Unidos nunca abandonan la política proteccionista para sus empresas nacionales, internamente. Los países centrales exigen que los periféricos maldigan al proteccionismo pero ellos mismos utilizan barreras aduaneras para proteger sus altos salarios internos en los renglones que no podrían competir con los países pobres. (Galeano, 2010; 309).
Los países centrales, con su “corporatocracia”, cobran altos impuestos de
importación para defender sus productos internos que cuestan más caro; pero subsidian
los productos a ser exportados para ser más competitivos. La lógica del despojo cobra
aquí su efecto: “….con lo que obtienen por los impuestos financian los subsidios. Así,
los países pobres pagan a los países ricos para que les hagan la competencia.”
Además, las filiales que vienen a modernizar la periferia tienen su actividad limitada por
las casas matrices, no sólo respecto la producción, sino a la comercialización,
induciendo sus actitudes y restringiendo así su libre acción competitiva. Una encuesta
en subsidiarias de empresas norteamericana en México, de 1969, “…reveló que las
casas matrices de los Estados Unidos prohibían vender sus productos en el exterior a la
mitad de las empresas que contestaron el cuestionario.” (Galeano, 2010; 311).
En el esquema transnacional, con sus empresas líderes y las otras subsidiarias, las
corporaciones inflan los precios de venta y los costos de operación para sus propias
filiales en los países periféricos (Galeano, 2010; 292). Además de direccionar los
negocios de las filiales, impidiéndolo con ciertas empresas o países concurrentes,
impiden también la libre negociación de los gobiernos hospederos. Cuando Brasil
quería vender hierro directamente a Europa, el gobierno de Estados Unidos lo impidió
con un golpe militar pues arruinaría las empresas mineras norteamericanas en la región
(Galeano, 2010; 200).
“Al chantaje financiero y tecnológico se suma la competencia desleal y libre del
fuerte frente al débil.” Como las “corporaciones multinacionales integran una estructura
mundial…”, ellas tienen condiciones de bajar los precios de las mercancías jugando en
el mercado mundial, por distintas formas que aprendieron tras los ciclos anteriores. “A
propósito del dumping de precios” es ilustrativo el caso de la brasileña Adesite por la
Union Carbide. (Galeano, 2010; 288). En Chile cuando ganó la derecha en 1964, el
precio del cobre subió; pero cuando ganó la izquierda en 1970, su precio declinaba
(Galeano, 2010; 189). Comparando el hierro latinoamericano con el acero
norteamericano vemos que el precio de la materia-prima baja pero, por otro lado, el
99
precio del producto industrializado sube (Galeano, 2010; 198). Como las
transnacionales petroleras tienen el monopolio mundial, logran controlar sus precios. El
refinado siempre sube más que el crudo (Galeano, 2010; 203-4). Pero no fue siempre sí.
Cuando el petróleo crudo salía del subsuelo norteamericano su precio permanecía alto.
Cuando Estados Unidos pasó a importar, después de la Segunda Guerra Mundial,
…la cotización se ha venido abajo sistemáticamente. […] aunque el precio del petróleo baja, sube en todas las partes el precio de los combustibles que pagan los consumidores. […] Curiosa inversión de las “leyes del mercado”: el precio del petróleo se derrumba, aunque no cesa de aumentar la demanda mundial […] no resulta necesario recurrir a las fuerzas sobrenaturales para encontrar una explicación. Porque el negocio del petróleo en el mundo capitalista está, como hemos visto, en manos de un cártel todopoderoso (Galeano, 2010; 204-5).
A. Emmanuel sostiene que “la maldición de los precios bajos no pesa sobre
determinados productos, sino sobre determinados países. […] Cada vez vale menos lo
que América Latina vende y, comparativamente, cada vez es más caro lo que compra.”
Uruguay podía comprar en 1954 un automóvil Ford con veintidós novillos; quince años
después necesita más del doble para comprar el mismo automóvil. La ONU estima que
América Latina perdió, “…a causa del deterioro del intercambio, más de dieciocho mil
millones de dólares en la década transcurrida entre 1955 y 1964.” (Galeano, 2010;308).
El elemento político de la dependencia es la permanente injerencia externa como
“impulso” para la adopción de las medidas “necesarias” eficaz y eficientemente. Las
presiones y las extorsiones determinan la política externa de los asuntos internos en los
países dependientes. Fue bajo “extorsión y amenaza” del cártel petrolero que el
gobierno uruguayo se retrató después de comprar petróleo soviético en 1931. El “golpe
palaciego de marzo de 1933 despedía cierto olor a petróleo…”; la dictadura derrumbó
proteccionismos a la producción petrolera nacional. El dictador Gabriel Terra en 1938
“firmó los convenios secretos” con el cártel petrolero. De acuerdo con sus términos, el
país “…está obligado a comprar un cuarenta por ciento del petróleo crudo sin licitación
y donde lo indiquen la Standart Oil, la Shell, la Atlantic y la Texaco, a los precios que el
cártel fija.” El Estado “paga todos los gastos de las empresas, incluyendo la propaganda,
los salarios privilegiados y los lujosos muebles de sus oficinas.” (Galeano, 2010; 208).
En el gobierno de Dutra, en 1952, se descubre la importancia minera de Brasil. En
1961, Janio Quadros anuló ciertas autorizaciones ilegales a una empresa minera
norteamericana. 4 días después Quadros renunciaba diciendo que “fuerzas terribles se
100
levantaron contra mí”. En Perú el gobierno enteradas veces se reunía directamente con
las empresas discutiendo los acuerdos respecto al petróleo; cuando estos acuerdos no se
definieron favorables, el país sufrió un golpe de Estado (Galeano, 2010;200y214).
La injerencia externa por recursos minerales, especialmente el petróleo, es
grotesca. Las empresas del extractivismo son la punta de lanza de la corporatocracia en
la región. Los gobiernos caen antes o después de un acuerdo extractivista,
principalmente petrolero, minero o vegetal en este orden de importancia “El subsuelo
también produce golpes de Estado, revoluciones, historias de espías y aventuras en la
selva amazónica.” (Galeano, 2010; 176-9). Encontramos el paralelismo entre la caída de
los gobiernos con a aprobación de leyes o acuerdos sobre petróleo, por ejemplo, en:
1930 con H. Yrigoyen; 1943 con Ramón Casillo, en 1955 con Perón o 1962 con
Frondizzi, “Arturo Illia anuló las concesiones y fue derribado en 1966; al año siguiente,
Juan Carlos Onganía promulgó una ley de hidrocarburos que favorecía los intereses
norteamericanos en la pugna interna.” (Galeano, 2010; 210). “La Standart Oil y la Shell
levantan y destronan reyes y presidentes, financian conspiraciones palaciegas y golpes
de Estado, disponen de innumerables generales, ministros y James Bonds y en todas las
comarcas y en todos los idiomas deciden el curso de la guerra y la paz.” (Galeano, 2010;
203). Los empresarios nativos componen al cuerpo del esquema orgánicamente. Tal
como en la Bolivia anterior a 1952, vemos al empresario “…Simón Patriño. Desde
Europa, durante muchos años alzó y derribó presidentes […] planificó el hambre de los
obreros y organizó sus matanzas, ramificó y extendió su fortuna personal: Bolivia era
un país que existía a su servicio.” (Galeano, 2010; 191).
No es verdad que nunca se intentó salir del ciclo vicioso de la subalternidad. Las
reformas de Estado impulsadas por gobiernos elegidos terminaron todas en golpes de
Estado. La más escandalosa ilustración vemos en Chile con el golpe de 1973; Cámpora
en Argentina; en Brasil con Jango y en Bolivia con Juan José Torres, en los golpes de
1964 y 1971. Lindon Gordon asume la constancia en que su gobierno financiaba los
opositores a las reformas. Dijo: “Eso era más o menos un habito…”. Los dictadores
coronados reciben inmediatamente amplia “ayuda” (Galeano, 2010; 345-8).
Pero sabemos bien para que viene. Con apenas un año de gobierno Videla “el
valor real de los salarios se había reducido al cuarenta por ciento. Fue una hazaña
lograda por el terror.” (Galeano, 2010; 352). Los gobiernos militares inflan sus
discursos nacionalistas, pero son los que “desnacionalizan” empresas, y venden al país a
través de acuerdos secretos con los países centrales. Castelo Branco desnacionalizó la
101
industria petroquímica (Galeano, 2010; 208). Entre 1964 y 1968, quince fábricas
automotrices o de piezas brasileras fueron “deglutidas” por empresas estadunidenses o
europeas. Lo mismo ocurrió con el sector eléctrico y electrónico, de laboratorios,
medicamentos, metales, plásticos, química (y petroquímica), mecánica, metalurgia y
minería. Cuando una comisión parlamentaria pasó a investigar el tema, la dictadura
cerró en seguida al Congreso (Galeano, 2010; 281). En Argentina, entre 1963 y 1968,
Onganía desnacionaliza “…cincuenta importantes empresas argentinas, veintinueve de
las cuales cayeron en manos norteamericanas, en diversos sectores como fundición de
acero, automóviles y derivados, química, petroquímica, eléctrica, papel y cigarrillos.”
Los militares, paradójicamente a su habladuría nacionalista, entregaron todo, y dejaron
la penetración extranjera fijarse profundamente en América Latina. Desorganizaron
fatalmente la producción interna, aumentando la dominación externa a base de la
imposición del terrorismo de Estado a la población. “Cuando el dictador Marcos Pérez
Jiménez fue derribado en 1958, Venezuela era un vasto pozo petrolero rodeado de
cárceles y cámaras de torturas, que importaba todo desde los Estados Unidos: los
automóviles y las heladeras, la leche condensada, los huevos, las lechugas, las leyes y
los decretos.” (Galeano, 2010; 219). “En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un
crimen contra la seguridad nacional – o sea, contra los privilegios internos y las
inversiones extranjeras.” (Galeano, 2010; 350).
El terror burgués a través del totalitarismo estatal gerenciado por los militares
ultra-conservadores, escindió las elites de la Nación y frustró definitivamente a la
emancipación política. “Negocios libres como nunca, gente presa como nunca: en
América Latina, la libertad de empresa es incompatible con las libertades públicas.”
(Galeano, 2010; 345). “En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la
democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al
control de los dueños del poder.” (Galeano, 2010; 350).
La propia población se vio convertida de inmediato en el enemigo interior, un
peligro para la seguridad nacional. “Se han articulado, pues, complejos mecanismos de
prevención y castigo.” La autocracia fijada en la sociedad transfiere el pánico de la
burguesía por adaptarse a la población generando una “angustia colectiva”: “… se
difunde el pánico de la tortura entre todos los ciudadanos, como un gas paralizante que
invade cada casa y se mete en el alma de cada ciudadano.” La estigmatización de la
izquierda y a desaparición física sirven para amenazar a los demás. “El terrorismo de
Estado se propone a paralizar a la población por el miedo.” Lo que se intenta imponer,
102
oriundo de la propia burguesía, es su cultura de la cobardía: “…no delatar al prójimo es
un delito”. Los estudiantes son obligados a jurar por escrito que delatarán a cualquiera
que actúe fuera de las “funciones del estudio”. Este fue el proyecto de nación que
prevaleció: “una sociedad de sonámbulos”, en la cual “cada ciudadano debe ser el
policía de sí mismo y de los demás.” En Uruguay la dictadura se quejaba del balance
“de su programa de vaciamiento de conciencias y castración colectiva”, viéndose
obligada a reconocer que “todavía queda en el país un treinta por ciento de ciudadanos
interesados por la política.” (Galeano, 2010; 360-1).
Pero el eje externo también instiga y patrocina las guerras entre vecinos en la
periferia, como vemos, además de la guerra del Paraguay, la guerra del pacifico (1879-
83) entre Chile, Perú y Bolivia (Galeano, 2010; 183). El petróleo desencadenó la guerra
del Chaco (1932-5) “…entre los pueblos más pobres de América del Sur: “Guerra de los
soldados desnudos”, llamó René Zavaleta a la feroz matanza reciproca de Bolivia y
Paraguay.” El senador por Louisiana acusó la Standart Oil en 1934 de haber provocado
el conflicto “…y que financiaba al ejercito boliviano para apoderarse, por su intermedio,
del Chaco paraguayo, necesario…” para la construcción de un oleoducto. “Los
paraguayos marchaban al matadero, por su parte, empujados por la Shell…”. Por tanto,
esa era “…una disputa entre dos empresas, enemigas y a la vez socias dentro del cártel,
pero no eran ellas quienes derramaban la sangre.” (Galeano, 2010; 211).
103
6) Conclusiones parciales
Fueron los recursos naturales y principalmente humanos de los países periféricos
que financiaron a las empresas extranjeras convirtiéndolas en poderosas corporaciones
transnacionales, como resultado permanente del esquema de despojo oriundo del
desarrollo capitalista subalterno.
La burguesía brasileña se formó en tanto clase burguesa a partir de su propia
claudicación. Se asentó como burguesía nacional y fundó un Estado nacional y una
sociedad “moderna” escindiendo a la sociedad civil “validada” de la Nación como un
todo: paradojalmente, para afirmarse a sí mismas como sociedad civil, las elites se
vieron impelidas a negar a la nación general. Alcanzó la unidad a través de la escisión.
La capa latifundista se preserva como elemento de estabilización social y política,
como elemento organizador de los ciclos extractivos y de las formas de acumulación
originarias, tal como base de la más segura de las inversiones en el capitalismo
subalterno, la tierra. Los industriales sacan parte de su plusvalía extraída para invertir en
la tierra, descapitalizando a la propia industria. El pacto colonial se reactualiza
constantemente: latifundio, monocultivo y esclavitud.
La fijación de una democracia de tipo oligárquica, un Estado autocrático, imprime
una inversión entre los efectos societarios reguladores de los elementos político y
económico. Alcanzando el consenso burgués a través de la aglutinación alrededor del
Estado totalitario, los rumbos económicos terminan siendo definidos políticamente;
mientras los derechos políticos son definidos económicamente, pues el encuadramiento
en la sociedad civil validada se da económicamente, tal como acceso a las funciones e
instituciones estatales.
Al consenso de la “seguridad nacional” se siguió el neoliberalismo (1980-90), que
significó la avanzada más decidida e inescrupulosa del eje externo, frente a la cual la
profunda debilidad en que se puso la burguesía nativa no le dejó cualquier capacidad de
autodefensa. Si es verdad que aquella unidad interna lograda por la burguesía nativa ya
tendía a una separación de intereses desde fines de 1970 (Fernandes, 2002c; 1808), ella
cobró su precio durante la aplicación del consenso de Washington, pesando fuertemente
sobre la pequeña y media burguesía que se vieron arrasadas; el Estado por libre, cobarde
y corrupta voluntad entregó casi todas las empresas que le restaba. La penetración se
hizo completa, incluso culturalmente. Con el neoliberalismo la penetración del capital
extranjero, notablemente norteamericano, está concluida.
104
En el esquema de desarrollo subalterno, las fronteras del desarrollo interno son
definidas por ele eje externo. Debido al nivel de penetración alcanzado, el eje externo
ensancha las fronteras del desarrollo interno de los países periféricos, como forma de
perfeccionamiento del esquema de dominación imperialista.
La primera década del siglo XXI abrió también un nuevo ciclo de acumulación,
luego, de dominación capitalista. El consenso de Washington da lugar a la “buena
gobernanza”, una especie de “toyotismo político”. Como la dominación imperialista es
completa en un país hospedero como Brasil, la recontextualización se puede dar ahora
de modo casi que automático o automatizado. Los designios del eje externo se dan
apenas de modo general y los países periféricos tienen libertad de acción para adaptarse,
visto que está interiorizada esa su “naturaleza”. El desarrollo interno de los países
periféricos no presenta el menor peligro para las económicas hegemónicas, visto que la
penetración de sus capitales ya definió en sus niveles esenciales, los límites y
posibilidades de expansión de las economías periféricas. Esta perfeccionado también su
esquema de carteles mundiales. Los mecanismos de manipulación superaron toda
imaginación. No sólo de los precios sino de la propia realidad.
Once años del siglo XXI presenciaron tres guerras imperialistas (Afganistán, Irak
y Libia). A través de acusaciones absurdas y de un accionar increíblemente arrogante e
irresponsable, el consenso de la “buena gobernanza” viene con el sombrío alerta de la
injerencia externa, fácilmente belicosa. No existen más límites para la invasión, pues los
gobiernos de los países centrales, en su nuevo anillo autoperpetuador, pueden manipular
cualquier realidad, su propia población, justificar cualquier movimiento belicoso o de
capitales. No sólo puede fabricar escandalosamente una “guerra al terror” para invadir
al mundo árabe, sino que tiene la capacidad de manipular una crisis “financiera”
“global” para justificar salvajes fantásticos y todo tipo de medida y nuevas injerencias.
Vemos lo artificial de esta crisis no apenas en el salvataje automático disparado desde
todos gobiernos centrales e incluso de los satélites principales. Esta crisis fue
corrientemente comparada con la de 1929. Pero en ella los empresarios de las
gigantescas empresas que entraban en bancarrota no suicidaban como en la crisis del
pasado, sino que legalmente marchaban con fortunas millonarias. Visto la penetración
del capital central en los países periféricos, ellos pueden en lo general ser conservados
del grueso de los efectos de la “crisis financiera mundial”. Al final, esto no convendría a
los países centrales.
105
Los gobiernos de “centro-izquierda” que ascendieron en casi todos países de
Suramérica, muchos salidos de lo más autentico de los movimientos sociales, en ningún
aspecto parecen romper con el desarrollo subalterno del capitalismo, pese la prosperidad
económica oriunda de condiciones externas favorables jamás experimentadas y a pesar
también del supuesto despliegue imperialista de Brasil. “Tampoco se rompe la camisa
de fuerza por arte de magia cuando una materia prima consigue escapar a la maldición
de los precios bajos.” (Galeano, 2010;342).
Pero si es cierto que la burguesía logró construir todo un planeta a su imagen y
similitud, ahora que la población mundial se concentra mayoritariamente en centros
urbanos y su población busca sobrevivir a través del asalariamiento de su mano de obra,
también es evidente que la historia del capitalismo aún tiene capítulos importantes para
enseñar. China avanza decididamente frente a los Estados Unidos por la hegemonía
mundial. La penetración de sus capitales ya se percibe sustancialmente en los países
latinoamericanos.
Por otro lado, el nuestro, podemos verificar dentro de nuestras sociedades
aquellos prerrequisitos para un despliegue capitalista autónomo que en otra época nos
faltaban. Una sociedad de consumo de masa, con cierta renta per capta, una capa media
numerosa con una parte capacitada e intelectualizada, integración y densidad económica
interna a nivel nacional, capital incorporable al sistema financiero, alguna
modernización realizada, mucha en potencial, control del Estado por la burguesía nativa
y estabilidad política, fueron algunos efectos quizás positivos del desarrollo difícil que
atravesamos.
Mismo frente un mundo de disputas capitalistas encarnizadas ente dos o tres
superpotencias, y varios subimperialismos regionales, el desarrollo autónomo nunca es
imposible, mismo bajo las condiciones más terribles. A la burguesía alemana o japonesa
nunca les ocurrió como opción un desarrollo dependiente, en la situación que se
encontraban en el pos-guerra. Alemania rápidamente volvió a ser la primera economía
de Europa. El régimen nazi fue desplazado pero el capital nazi prosperó.
Pero, dentro de la composición social de nuestras elites nativas, no encontraremos
ningún extracto capaz ni siquiera interesado en dislocar a la doble articulación,
rompiendo con el imperialismo mismo sin romper con el orden burgués, para desplegar
un desarrollo capitalista autentico. Su posibilidad, por lo tanto, deberemos buscar en
otra parte de la sociedad…
106
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