Parte3

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CAPITULO 11: POR EL BOSQUE

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CAPITULO 11: POR EL BOSQUE

Ben seguía a la chica por el bosque de los druidas a unos cuantos metros

de distancia. En primer lugar subieron por un sendero poco conocido que

atravesaba el bosque y que llevaba casi directamente a los lagos de

Salzkammergut. Por allí, unas plantas aromáticas se amontonaban a

montones por ambos lados del camino, y los arboles hacían una especie de

túnel.

Tras un buen trozo, Ben se giró y escuchó repicar las campanas de la iglesia

aún no muy lejanas, anunciando la llegada del último grupo del desfile al

Kalerre.

Poco después la chica subieron por encima de un pequeño puentecito

hecho de rocas apiladas unas sobre otras, que pasaba por encima de un

arroyo de aguas rápidas. Por allá siguieron hasta un camino que empezó a

zigzaguear entre una concentración de robles rugosos. Adentrándose cada

vez más hacia lo más cerrado del bosque.

*Tengo que decir brevemente que Hallstatt goza de tener unos de los bosques en más buen estado del mundo, los llamados “bosques de los druidas”, en los cuales la variedad de plantas regionales van a grandes rasgos desde las acacias y sauces que crecen cerca del pueblo, hasta las pináceas, decenas de árboles frutales, los abundantes y duros robles, secoyas, sauces, ceibas, o incluso los raizosos ombúes; capaces de partir una casa por la mitad con el paso del tiempo.*

Un poco más adelante la chica tomó otro camino que giraba a la derecha de

un árbol enorme, donde había un cartel que rezaba Hallazgo

arqueológico a 1500 metros, con una flecha que indicaba la dirección.

Por allí hubo un hallazgo de la edad del hierro, de unas 200 tumbas. Se

dice que esto fue descubierto por unos leñadores que cayeron por un

peñasco en una noche de tormenta, y que al tener que cavar un refugio con

las hachas dieron con un esqueleto, y luego otro y luego otro. Ese fue un

hallazgo muy bien conservado para lo antiguo de su origen, con la

curiosidad añadida de que todas las frentes de las calaveras que allí fueron

desenterradas, llevaban pintadas símbolos extraños, el nombre y la fecha

de la muerte del individuo con diferentes colores.

El caso es que la chica y Ben siguieron por donde había una multitud de

árboles de hojas amarillentas y troncos grises y altos que se doblaban y

retorcían como suelen hacerlo cuando buscan la luz del sol.

Sin embargo se notaba que la chica sabía exactamente hacia donde se

dirigía, ella no dudaba lo más mínimo en el rumbo que cogía cada vez hacia

un lado u otro; y cuando el camino acabó súbitamente ante un pequeño

barranco, subió por un sendero que trepaba. Luego dieron con una pared

de piedra baja. Se encontraban en ese momento al lado de una escalinata

probablemente natural, que ascendía hasta una cornisa por la que era

mejor no resbalarse, la verdad. Por allí caminaron unos minutos, y así

llegaron a un claro que estaba repleto de flores silvestres y hierbas rastreras

de muchos tipos. Aquí Ben casi perdió la pista a la chica, pues tuvo que

esconderse tras una roca. Un poco más adelante, la chica comenzó a andar

cogiendo unos caminos cortos que giraban hacia la izquierda, hacia las

estribaciones lejanas de las que Ben tan bien conocía su peligro debido a su

trabajo. Ben empezó a fijarse mucho en los caminos que tomaba ya para no

perderse, pues como ―guarda forestal‖ (entre comillas) que era, y pensando

que ya se había perdido hoy volviendo a Hallstatt, estaba ya…

–Parece que hoy es el día de las caminatas… que barbaridad niño… –se

dijo suspirando.

El camino más adelante se hizo recto de repente y seguía, e iba poco a

poco arrimándose a las orillas de un riachuelo que bajaba desde las

montañas; donde unos grandes robles alargaban sus raíces hasta el agua

como hundiendo los pies allí. Aquel camino fue convirtiéndose

progresivamente en un sendero mucho más fino y arenoso por el que los

árboles de mayor tamaño empezaban a acumularse, y por donde las piedras

del camino se hacían un poco molestas al caminar.

En ese momento Ben empezó a pensar en que si no volvía ya, acabaría por

perderse, pues apenas podría recordar la vuelta, pero fue justo en ese

momento cuando la chica llegó a donde iba.

Allí entre una concentración de unos robles de grandes ramas, Ben vio

cómo se metía en lo que parecía que hubiera sido una finca destinada al

resguarde del pastoreo. Sin embargo aquella estructura se parecía más a

una especie de hogar destinado a una ―línea‖ más industrial, ciertamente.

El caso es que el hogar estaba cubierto por unas enredaderas de grandes

hojas y por incontables líquenes. Los muros tenían un color marrón

verdoso, y arenoso por el paso del tiempo; y esto junto a los árboles que

habían crecido por su alrededor, hacía que aquello no pudiera estar más

camuflado. La chica entró por una puerta de madera que tenía unas verjas

rectas y unos cuadrados metálicos, y cerro con llave.

Ben se quedó observando desde lejos, cuando una luz apareció tras unos

segundos por el margen de una ventana. Ben sacudió su cabeza y se acercó

para echar un vistazo por la línea de luz. Por allí vio como la chica apartaba

una alfombra que había sobre el suelo, y levantaba lo que parecía ser una

trampilla por la que acabó introduciéndose sosteniendo un antiguo quinqué

(o farol). Seguidamente juntó estas puertecillas detrás de ella.

– ¿Pero qué? –dijo Ben tapándose la boca antes de soltar un fuerte

carraspeo.

Mientras Ben empezaba a pensar sobre eso, empezó a experimentar un

creciente cosquilleo nervioso en la boca del estómago. Aunque ya había

sido algo más que extraño para él llegar hasta allí y así, probablemente ya

no pensaba en dar media vuelta sin saber algo más de todo aquello. De

alguna forma se sentía ya más curioso que el dicho del gato.

–Mala cosa Ben… ¡Sácatelo de la cabeza! –le habría dicho Doris

cogiéndole de la oreja o dándole un capón.

Pero todo consejo de Doris se quedaría corto frente a lo que allí viviría a

continuación.

Tras esperar un tiempo que entendió prudencial, Ben entró por una

ventana tras desencajar hábilmente un pestillo que estaba flojo. Tras mirar

un poco encontró unas cerillas que estaban sobre una mesilla junto a una

vela, que enchufo enseguida. Vio entonces que el lugar estaba dividido en

cuatro partes. La más grande de ellas correspondía al sector que envolvía a

la sala del comedor, donde había una cocina, y la típica mesa larga con

ocho sillas. La segunda estancia era una habitación sin puerta, en donde se

veía un dormitorio con una cama rústica. La tercera estaba destinada al

aseo, y la cuarta era una especie de almacén o zona trastera, por lo que Ben

pudo intuir.

Ben se acercó hacia la trampilla tras unos pocos minutos. Agarró de las asas

fuertemente, y empujo con firmeza para deslizar las puertas lo más

silenciosamente posible. Al abrirla, vio una perspectiva oscura por donde

bajaba una larga escalera de peldaños lisos. Entonces se animó

curiosamente, y dejo los nervios fuera. Entro y vio mediante la luz de la

vela que todo estaba lleno de polvo. Vio también que a los costados había

unas habitaciones no muy grandes; excavadas dentro de la tierra misma,

sostenidas con vigas y puntales de gran tamaño.

Ben juntó las puertecillas intentando no hacer ruido a sus espaldas y

empezó a descender.

– ¿Pero qué carajo es esto? –se preguntó frunciendo la cara y frotándose

un ojo.

Fue descendiendo poco a poco intentado alumbrarse lo mejor posible para

no dar un mal paso y caer rodando hasta el fondo. Los escalones eran

bastante pequeños y lisos, casi de piedra pulida. El pasadizo debió ser en

otra tiempo, algún tipo de gruta por el que habrían buscado minerales de

hierro y carbón los habitantes de Hallstatt, pensó. Las paredes eran

irregulares y se abombaban o estrechaban de repente. Ben vio atreves del

polvo, que aquello estaba colmado de caracteres y grabados, que parecían

narrar algún tipo de historia. También vio mineral de estaño y plata,

aunque nunca lo supo. Ben no salía de su asombro. Tenía en estos

momentos la cara de un sapo digna de una película de la Disney.

Abajo, llego muy extrañado, y vio que a la izquierda seguía un caminito

tras otras varias habitaciones más que ahora aparecían. Entro en una de

estas habitaciones y encontró que estaba prácticamente llena de estantes

abarrotados de platos y tazas cubiertos de polvo. En el centro de la estancia

había una mesa desvencijada y en una de las esquinas un pozo sobre el que

había un letrero de madera con forma de pez, en el que tras pasar los dedos

por encima ponía: Ya no es potable.

–Um… –pensó–. Sería mejor que te volvieses atrás... Pero bueno,

ahora estas aquí dentro y allá vas. Va, tan sólo un vistazo más y me voy…

Solo un vistazo rápido… venga.

Ben se deslizo con cuidado por el corredor. Incluso se sacó los zapatos y

los recogió con la otra mano para no hacer ningún tipo de sonido. Dejo

atrás unas salas cuadriculadas y oscuras en las que no había nada salvo

papeles arrugados, unas botellas vacías o algún barril. Caminaba de

puntillas con mucho cuidado y cuando le faltaba poco para llegar a la luz

Ben de repente sintió un sonido tras él, y un segundo después sin que le

diera tiempo a nada más, estaba en el suelo sin conocimiento.

CAPITULO 12: LA LLEGADA

Anthuan conocido en el pueblo como ―Mañanairemos‖, era un anciano

que le gustaba la calle. Ahora estaba sentado en un banco junto a Fedrick

(otro anciano conocido en los entornos como el Carnicero, debido al oficio

que había desarrollado desde los quince años hasta los cincuenta y tantos).

Los dos estaban acomodados en un lugar cercano al ayuntamiento,

tomando el fresco mientras masticaban unos frutos secos que habían

recolectado y tostado esa misma mañana.

Mañanairemos hace un par de minutos había encontrado por ahí tirado uno

de esos papelitos típicos que se encuentran hoy en día en los mostradores

de las oficinas de turismo, y aunque eso os suene raro quizás para la época,

Hallstatt, resulta que fue uno de los pioneros en este tipo de cosas. El

panfleto tenía varias de las imágenes más representativas de las cercanías, y

señalaba los puntos de mayor interés para los extranjeros. Resulta que el

alcalde de Hallstatt había conseguido un par de imprentas a precio de ganga

en una subasta, y pensó en ese propósito. El panfleto tenía unas pequeñas

explicaciones que venían a decir que la provincia tenía una fuerte herencia

de la edad final del bronce, y de principios del Hierro. Decía a grandes

rasgos que Hallstatt es y era, una modesta población que subsistía de las

minas de sal y que promovía el buen trato hacia el turismo.

– ¡Aaaay, gastando dinero! Siempre gastando dinero señor…y otros por ahí sin comer… –se dijo Mañanairemos arrugando el papel al levantar la vista y ver llegar la diligencia de Don Vincenzo– ¡Mira eso piernas flojas! ¿Cuál escogerías tú si te dieran a elegir Carnicero, ese carro o el del pelirrojo?

–Bueno… preferiría volver a ser joven, y montar a caballo como lo hacía antes. Elegiría eso, sorderas –respondió mirando su sarta de cuentas de oro y ébano, de la cual colgaba una cruz pequeña. –Yo también lo desearía ¡Hombre claro! –contesto echándose un puñado de frutos a la boca. Que cosas tienes. –Bueno, pero no puedo quejarme… estoy contento con lo que dios me ha dado como buen católico que soy –dijo aspirando con fuerza por la nariz mientras masajeaba sus cansadas piernas. –Parece obtener usted mucho consuelo de sus rezos para no ir nunca a la iglesia. –Yo doy por hecho, la biblia dice bien claro, que a nadie se le ocurra ir a un templo para buscar a Dios. Para mí solo es un lugar significativo Mañanairemos. –Aaaaay… lo que tú digas. Bueno yo voy pa casa ya. Nos vemos mañana cojeras. El carruaje paró y Alessandra bajó y se marchó calle abajo. Tenía algunas cosas importantes que hacer. Don Vincenzo y Michael bajaron y caminaron hacia el mayor recinto de los que había en la plaza, sin prestar demasiada atención a un individuo que se les acercó. Parece ser que este los había estado esperando, y había salido para recibirlos. Era al parecer el encargado de recibir y guiar a las visitas que recia el Alcalde. Este era un tipo podríamos decir enclenque, y tenía una chepa pronunciada probablemente de nacimiento. Tenía también una bigote largo y cuidado que le llegaba casi hasta el pecho, y tanto Vincenzo como Michael, no necesitaron más de un minuto para darse cuenta que esta era una persona que hacia su trabajo a la perfección. Martti se llamaba el hombre. Tras pasar por la gran fachada blanca sobre la plaza central, que es el lugar al que habían llegado, estaba el ayuntamiento de Hallstatt. Tras subir unos

pocos escalones, vieron un largo jardín lleno de setos podados, plantas y flores de todo tipo. Había colocado un invernadero con orquídeas, lirios y ese tipo de flores a la izquierda. A la derecha había una fuente de agua con la estatua de una mujer en el centro. Esta estatua estaba tallada probablemente en mármol, y estaba de cuclillas sujetando una espada en una mano. Martti dijo que era la Dama de Salzkammergut, una leyenda popular del lugar de una mujer murió matando para proteger a unos niños. Allí se respiraba un agradable olor a césped recién cortado. Luego los condujo a una pequeña sala muy iluminada que estaba bajo unas escaleras. Esta era la sala de espera del ayuntamiento. Enseguida les invito a sentarse y fue comentando algunas cosas sobre la arquitectura del edificio. Les conto que la construcción del ayuntamiento fue ordenada por un tal Vermeer, para conmemorar sus triunfos hacía ya casi dos siglos. Dijo como

curiosidad, que este Vermeer ordenó que se agregara una capilla en el lado Este de la construcción que permanecería siempre cerrada, sobre la tumba de un hombre que según cuentan, le salvo la vida en una ocasión. El ayuntamiento dijo Martti, se encontraba en el extremo sureste de la Plaza, justo frente a la Torre Skaya (la Torre del Vigilante) y la Iglesia de San Juan. En el jardín por el que acababan de pasar, comentó que yacía otra estatua erigida en honor a los que lucharon contra los invasores durante el tiempo conocido como Periodo Oscuro. Y así les iba contando cosas de cierto interés. El concepto inicial del ayuntamiento dijo que fue realmente construir un grupo de capillas inicialmente, cada una dedicada a cada uno de los santos en cuyo día Vermeer ganaba alguna batalla, pero que con el tiempo la construcción de una gran torre central unifico estos espacios en uno solo mediante algunas remodelaciones. Lo que según él, explicaba la extraña pero bonito diseño del ayuntamiento. Dicen que Vermeer, al igual

que el zar Iván mucho tiempo después, dejó ciego al arquitecto de todo

aquello para evitar que proyectara una construcción que pudiera superar a esta, aunque parece claro que en esta última y más conocida historia, no se trata más que de una fabulación.

Mientras Martti les contaba todas estas cosas, Vincenzo se enchufo un puro. –Dicho esto, de verdad que lamento que el Alcalde se esté retrasando tanto, pero en este momento está ocupado caballeros... Acomódense por favor y si quieren algún aperitivo con gusto se los traere en un santiamén –dijo cortésmente–. El alcalde les recibirá con agrado en cuanto pueda. Si quisieran siéntanse aquí como en su casa y tómenselo con calma, por favor. A nuestros oídos han llegado algunas historias de Michael –dijo volviéndose a el–. Se rumorea que su corazón es siempre impetuoso como el hacha que hiende la madera y multiplica la fuerza del obrero; al igual que dice uno de mis libros favoritos. Y también conocemos algo sobre la sagacidad del señor Vincenzo, cómo no hacerlo. Si bien es cierto que de pie no es usted digamos, tan divino como Michael, aquí sentados es usted el más majestuoso. Y si me permite una recomendación, sería que probara el faisán a las finas hierbas, tan típico de aquí. Está especialmente delicioso, y tengo entendido que es usted un entendido.

–Muchas gracias Martti. Lo hare sin duda un día de estos –respondió el Don echando humo por la nariz. –Y digo yo señor que ara muy bien –dijo Martti–. Al alcalde le encanta. Quizá sea un tanto pedante, pero he de decir que el alcalde es una persona con un paladar exquisito. Y así esperaron largo tiempo charlando de alguna cosa en el salón, escuchando los interminables elogios e historias del tipo hasta que ya no pudieron más, y amablemente Michael le invito a marcharse. No hizo falta decírselo dos veces. Más tarde, casi una hora después, entró el Alcalde disculpándose por la tardanza.

– ¡Buenas noches caballeros! ¡Perdónenme por favor! ¡El señor Marcus, a vuestro servicio! –dijo con calma estrechándoles las manos. Lamento la tardanza, espero que Martti le haya atendido como es debido.

– Vincenzo y Michael, al vuestro –Dijo el Gordo–. No hace falta que se disculpe, ahórreselo por favor, no se preocupe. Sabemos que es un hombre ocupado –añadió–. Vayamos ahora a donde podamos hablar tranquilamente de negocios. La verdad es que tengo ganas de tumbarme ya en una cama de verdad, si usted me entiende. Fueron entonces al despacho del Alcalde por unos largos pasillos. Tras recorrer el último entraron al despacho, el cual tenía cuatro puertas que daban a las alas Este, Norte, Oeste y Sur respectivamente, y sin duda esta era la estancia más grande de todas. Estaba llena de decenas librerías robustas con detalles georgianos por todas partes. Destacaba sobre todo un escritorio de madera que estaba justo en el centro de la habitación, frente a una ventana rematada con capuchas rojas, bajo un sello grande con el escudo de Austria. En aquel escritorio repleto de cajoneras, hablaron largo y tendido por fin del asunto que los había llevado hasta allí. – ¿Quieren una copa de algo? –dijo Marcus el alcalde poniéndose un vaso de coñac. –Quizá después –respondieron los dos. –Como quieran... Díganme entonces ¿En qué puedo ayudarles señores? –Me alegra que me haga esa pregunta Marcus, –dijo Vincenzo– aunque ya sabe algo creo. Amigo, le llamare amigo. Hablemos de lo que hemos venido a hacer aquí sin dar más rodeos. Tengo los riñones hechos polvo, ya más tarde nos conoceremos mejor, si le parece bien –y un viento frio entró de repente por la ventana que había tras el sillón de Marcus. – ¡Por supuesto! –Respondió tras dar un largo trago–. Vaya al grano por favor. A mí tampoco me gusta andar perdiendo el tiempo. –Perfecto. Pues aquí discutiremos nuestro plan de acción sobre el terreno. Como ya sabe, resulta que estamos esperando a un pequeño pero excelente equipo según tengo entendido, que llegará mañana a caballo; si

no pasa nada raro. El objetivo es capturar a un hombre llamado ―Gabriel Barton‖ VIVO –y cuando dijo esto hizo como un ruido involuntario de nerviosismo–. Para ello necesitaremos la mayor discreción posible, si es que usted me entiende. Éste Gabriel es un hombre muy hábil y casi con toda certeza, sabemos que se encuentra en este momento en este pueblo ¿Capisci? –Claro –dijo el Alcalde juntando las puntas de los dedos rápida y seriamente–. Me han hablado muy bien de usted y más de un amigo me ha dicho que lo trate bien. Lo único que me incomoda un poco, es trabajar con este hombre –dijo refiriéndose a Michael–. Pudiendo contratar a auténticos profesionales ¿Por qué a este desaliñado? ¿Qué pretendes tú? ¡Nada bueno diría yo! No me sorprendería nada saber lo que eres tú ¡Un ladrón! – ¡Michael a vuestro servicio! –Respondió fuerte y tranquilamente–. Señor Alcalde imagina usted mal. No me juzgue tan a la ligera por favor. Ni soy un ladrón ni lo pretendo. ―Solo cojo lo que no es de nadie‖. Pero le diré una cosa y no la tome como una falta de nada, si es eso posible. Si quiere usted contratar a un profesional me parece bien, lo aceptare y permaneceré en un segundo plano si el Don opina igual que usted. Pero eso lo único que ara será retrasarnos. Perdóname, sé que usted es un hombre inteligente, pero nunca ha tratado con alguien como yo, quiero decirle, que puedo entenderle. Mis hombres llegaran pronto y se vestirán de paisanos –dijo Michael rascándose el cuello mientras se contenía, muy dispuesto a mostrarse paciente hasta conocer mejor al Alcalde–. Se harán pasar por turistas, e informarán de cualquier cosa mínimamente sospechosa. Y no fallaran. Usted encárguese de conseguirnos un hostal o algo así al completo, algún lugar que no sea demasiado llamativo para nosotros. Nosotros nos ocuparemos de todo lo demás y todo irá como la seda, puede creerlo. Y como dice Don Vincenzo, ese hombre es hábil hasta un punto que no puede imaginarse, tendremos sólo una oportunidad si es que llegamos a tenerla.

– Claro, claro… ¡Cuenten pues con ello! Todo lo que necesite el ladrón –respondió incomodo pero intentando sacar una sonrisa al intuir que había subestimado a Michael, pero que ya no podía echarse atrás. –Puede que lo cojamos confiado con un poco de suerte –comentó Michael tras esperar un rato en silencio–. Lo conseguiremos si no nos hacemos la zancadilla los unos a los otros y no ocurre nada. –De acuerdo, quizá tenga razón. Perdóneme si quizá le juzgue mal. Si el Don tiene a bien confiar en usted centrémonos en el asunto en cuestión y dejemos todo lo demás a un lado –dijo Marcus algo más serio y aliviado al tenderle la mano al capitán y este estrechársela.

–Me parece perfecto. Ale, al lio –respondió Michael.

Pasaron varias horas dialogando hasta que todo estuvo claro.

CAPITULO 13: UN APOSENTO INESPERADO

Ben abrió los ojos y se encontró acostado en una cama. Vio que estaba

en una habitación que tenía unas irregulares paredes de ladrillos. La

habitación estaba compuesta por una cama y un armario de puertas

grandes. Más allá había una mesilla con una silla y un sillón a su lado, que

se reflejaban frente a un espejo. Ben se levantó y camino descalzo sin

demasiada prisa hacia la puerta. Abrió con suavidad y vio que el cuarto en

el que estaba, daba a un gran salón que estaba iluminado por dos chimeneas

construidas en las paredes este y oeste del hogar. Entonces se dio cuenta

que tenía una venda enrollada por la cabeza, y que sentía algo de dolor por

la parte de la nuca. No le dio mucha importancia a eso en ese momento

pues probablemente aún no estaba entero. Tras un minuto, salió de la

habitación. Se pasaba la mano por la cara y por los ojos mientras caminaba

con la mirada achinada.

Al salir miró más detenidamente, y vio a un hombre que había medio

acostado al lado de una de las chimeneas, al cual las luces del fuego y las

sombras le cubrían o descubrían la silueta por instantes. Este hombre

llevaba un sombrero de tela, y estaba vestido con una camiseta de botones

a rayas blancas y verdes. El hombre tenía los pies apoyados sobre una silla y

estaba sentado en un butacón. Ben comenzó a acercarse a él. Vio poco

después que estaba leyendo un libro y que apoyada sobre sus piernas estaba

la cabeza de un perro enorme que le miraba fijamente desde hacía rato.

Este parecía el punto de donde quiera que Ben estuviera, que daba a todas

las demás habitaciones. La estructura del sitio estaba hecha de una cantidad

enorme de diferentes materiales, y el suelo estaba cubierto por una

terracota de color anaranjado oscuro.

También vio que tenía una botella de licor bajo sus piernas, y que el

enorme perro era de colores pardos, aunque tenía el hocico blanco y las

orejas negras. Era un perro de la raza mastiff, un perro pastor enorme que

antiguamente se usaba para espantar a los lobos de los pastos, y que ahora

bostezaba mirándolo al verlo acercarse. Imaginaros. Ben se acercó hasta él

y se fijó desde atrás que el hombre tenía unas manos nudosas y grandes con

la que acariciaba la gran cabeza del perro. A Ben le costaba apreciar bien

las cosas por la luz, pero tras rodearlo y ponerse frente a él; vio también

que el hombre tenía la cara llena de unas marcas de expresión que filtraban

una personalidad compleja.

Entonces aquella persona le invitó a sentarse junto a él con un gesto,

señalando una silla.

–Buenas noches chaval. Soy Gabriel y éste saco de pulgas es Piñones

(dijo refiriéndose al perro). Piñones ―el encantador‖. Acérquese no tema –

dijo mirando al perro, el cual había vuelto la cabeza hacia arriba y lo

miraba como intentando comprender lo que decía su amo.

–Buenas noches Gabriel. Me llamo Benjamín. ¿Qué tal está? –respondió

arrimando el asiento–. Perdoneme ¿Podría decirme donde me encuentro?

–dijo agarrándose la cabeza y mirando a su alrededor.

–Claro. Estas en mi casa muchacho –respondió el hombre.

– Aaay... ¿en serio? creo que no recuerdo nada... Debí golpearme con

algo –dijo frotándose la cabeza.

–Tranquilo, así es. No es algo tan raro que no recuerdes bien las cosas

cuando te das un golpe ahí. No te preocupes por eso, lo más seguro es que

los recuerdos te vayan viniendo –decía sin levantar la vista del libro–.

Tranquilo Benjamín ¿Puedo llamarte Ben? Estoy seguro de que todos te

llaman así. Necesitas relajarte un poco… Mira, nosotros somos quienes te

vendamos la cabeza. No tienes nada que temer (dijo Gabriel, aunque esto

no era realmente cierto del todo). Toma asiento, todavía es algo pronto

para que te hagamos algunas preguntas.

Y Ben así lo hizo.

– ¿Nosotros? –dijo el joven mirándolo e intentando descubrir algo más.

Empezaba a sentirse algo más relajado aunque aún bastante fuera de lugar.

–Si Ben. Aquí estamos mi hija, la fiera de Piñones y yo.

Entonces Ben se recordó de repente siguiendo a la chica por el bosque.

Pero no dijo nada más que un: ¡Uh! Y pensando en: ―En una buena te has

metido Benjamín‖

–Veo que ya te has acordado de algo, no has tardado mucho –dijo el

hombre levantando un ojo del libro–. No está bien eso de colarse en

propiedades ajenas muchacho ¿Lo sabes? Eso me enojo bastante ayer. Da

gracias a que estaba mi hija allí.

–Esto, yo… lo siento...

Charlaron entonces brevemente y Ben acabo por sentarse codo a codo con

aquel hombre. El hombre a pesar de tener motivos para estar más que

furioso se mostraba muy agradable. Y el caso es que curiosamente

bebieron los dos bastante en aquel salón, mas plácidamente de lo que

hubieran imaginado al principio; escuchando embelesado el joven las

curiosas historias que el hombre se complacía en contarle, una tras otra.

Podría decirse que se cayeron en gracia.

– Por cierto. ¿Qué edad tienes? ahora que lo pienso –preguntó el

hombre tomando asiento nuevamente.

–Veintiocho años –respondió Ben.

– ¡Buena edad! La suficiente para tomar un buen trago ¡je! Dime ¿De

qué te gustaría hablar? –dijo Gabriel suspirando despacio, pues hacía

tiempo que no conversaba con un desconocido, cosa que le encantaba.

–No sé. Cuénteme algo de usted –dijo Ben.

– ¡Ja, ja! –rió–. Como quiera. A ver qué podría contarle... A ver...

Diré que gusta este lugar Ben, y he visto unos cuantos. Por suerte o por

desgracia he viajado mucho, por suerte quiero pensar. Hay ciudades brujas

¿sabe usted? Ciudades que se le meten a uno bajo la piel. Y al revés. Yo

desde bien jovencito viajaba intentando ganar dinero por aquí y por allá.

–Desde luego ha debido de ganar mucho dinero para tener una casa

así... –dijo Benjamín intentando ser cortes e intentando sonsacarle alguna

cosa más.

– ¡Claro! –respondió–. Veo que tienes buen ojo chico. ¡Ja, ja! Aaay…

Le contó seguidamente algunas cosas alegres, y otras no tanto; de unos

lugares lejanos de los que Ben nunca había escuchado hablar; y de una

época en la que las vicisitudes de la vida no eran las mismas que en las del

tiempo actual. De alguna forma Gabriel tenía una personalidad que de

seguro llevó por la calle de la amargura a más de una mujer en su juventud,

pensó Ben. Y bajo la desliñada barba que tenía, habló de algunas cosas

complejas y de otras simples; o bien lo sorprendía de repente con una

palmada en la espalda.

–Pues sí, hijo sí. He visto muchas idas y venidas de las estaciones de los

años, más de las que puedo recordar ahora mismo. ¿Y tu?

Ben lo miro un poco extrañado mientras el hombre reía.

Este le contó después muchas cosas sobre las mujeres que había conocido a

lo largo de su vida. Cómo una tal Mary le había salvado una vez la vida en

Francia durante la guerra y de como nunca pudo agradecérselo lo

suficiente; o de cómo lo arrestaron por culpa de una tal señorita Zafina,

una mujer que según el merecía más que de sobra el apelativo de bruja.

Una mujer que según Gabriel se creía el centro del mundo y se burlaba de

quien no entraba en sus planes o no le seguía la corriente.

Pasadas ya unas horas le habló también largamente sobre la vida en prisión,

pues resultaba que al parecer había pasado por varias cárceles, aunque

fuera poco tiempo. Y las cosas que de allí le contó, no fueron muy

agradables, la verdad.

–Funciona así. Allá si eres un chivato tienes los días contados, ya me

entiendes. Lo mejor es pasar desapercibido y estar duro. Y aunque no

venga al caso, me gustaría hablarte en este momento de una cosa –le dijo

interrumpiendo la conversación que llevaban sorprendiéndolo de veras–

grandes son problemas que traen. Estar encarcelado le da tiempo a uno

para poner en orden las cosas como dicen ¿sabe usted lo que quiero

decir?... No se confunda, no quiero ser su padre ni nada parecido, pero

vaya usted a saber –dijo preguntándose a sí mismo–, si no le hace esto un

favor esto en algún momento. Nunca se sabe, y no te ofendas –dijo

rascándose la cara con una expresión severa–, pero bueno.

Se enchufó un cigarrillo entonces y continuó.

–Cuidado amigo mío con el dinero, las drogas y las mujeres.

Primero ten siempre mucho cuidado a quién le dejas el dinero, y sobre

todo a quién se lo debes. Y ahorra siempre algo si es que te lo puedes

permitir –comentó–. Este es un buen consejo. Guárdatelo.

Sobre las drogas, no diré que no las pruebes ¡dios me libre!, pero si te diré

que un consumo irresponsable, llega siempre a mal puerto. Siempre.

Y sobre las mujeres. No soy quién para dar consejos sobre esto, la verdad.

Seguramente sea el menos indicado, pero si es que puedo aconsejarte algo

sobre este tema, sería que intentes buscar a una buena mujer en la que

puedas depositar tu confianza, por encima de todo lo demás. El físico no

nos engañemos, es lo que entra por el ojo y es así; pero es la botella de un

buen o un mal vino. No tengas prisas y cuídate.

Tras terminar de decir esto, le invitó a seguir bebiendo en la bodega si así

lo deseaba, y Ben accedió de buen gusto.

La bodega de Gabriel (o la que él decía ser suya) estaba al girar un par de

puertas, primero una puerta grande y luego una pequeña. Era una bodega

que estaba lejos de cualquier tipo de lujo. Tenía varias repisas repletas de

unas botellas completamente cubiertas por el polvo, muebles viejos, libros

y una cantidad increíble de cosas como bandejas, cuencos, fuentes,

cuchillos y cubiertos de madera casi por cualquier sitio que miraras. La sala

era oscura, pero Gabriel encendió un fuego que empezó a chisporrotear

rápidamente en un pequeño horno que había con unas tablas. Así iluminó

la habitación hasta que se marcharon un buen rato más tarde.

–Este hombre es todo un trotamundos –se decía Ben.

–Pues sí, la cosa es que ahora me atraen más estos pequeños pueblos

alejados de las grandes ciudades. Pero hoy aquí y mañana quizás allá Ben.

Siguieron bebiendo, y Ben de vez en cuando interrumpía a Gabriel para

que le aclarara algún punto que le interesaba más de alguna historia de las

que le iba contando, con muchos ¿y dónde está eso?, o ¿y qué es lo que

pasó entonces?, mientras jugueteaba con el enorme perro sin perder

detalle.

– ¡Ben! –Clamó Gabriel en un momento– si juegas así con él no te lo

quitarás ya de encima. Este perro es grande como un oso pero sigue siendo

un cachorro. Si juegas con él un rato ya eres vamos… ¡Su ídolo como

poco! Un día se me acercó por la calle mientras yo masticaba unos piñones

que acaba de comprar, le di unos pocos… y hasta hoy. Es más listo que yo.

–Ah, no se preocupe –respondió sobre el suelo mientras Piñones se le

echaba encima lamiéndole la cara.

–Tú verás. Je, je.

Pasaron las horas y en un momento, Piñones levantó una de sus lacias

orejas, abrió los ojos, resopló, los miro de reojo y salió corriendo por la

puerta. Gabriel sonrió.

–Julia debe de haber llegado ya. En fin ¿Qué voy hacer contigo

muchacho? Mira, voy a ponerte una condición para que quedemos en paz.

– ¿Que condición? –Pregunto Ben sorprendido.

–La condición es la siguiente: en los siguientes diez o quince días te

quedaras aquí conmigo y me entretendré enseñándote a pelear. Seguro que

alguien que irrumpe en casa de otros como haces tú, le valdrá algún día.

– ¿Cómo? Se lo agradezco… pero no tengo tanto tiempo señor, lo

siento. Yo tengo que…

Y antes de que Ben acabara la frase, Gabriel se levantó de un salto y en un

apenas dos segundos hizo caer sobre el suelo a Ben.

–Ah… Entiéndelo hombre –Dijo–. Va, no seas tonto hombre, si te

intentas ir ahora... Mira te quedaras conmigo aquí unos diez o quince días

hasta poder comprobar que puedo confiar en ti. Además, me aburro sin un

poco de acción, será divertido para mí y muy bueno para ti, y así podrás

conocer a mi hija ¿No querías eso?

–Qué remedio. Parece que no tengo alternativa –dijo el pobre de Ben

devolviéndole la mirada.

Entonces el hombre le sonrió y le tendió la mano ayudándole a levantarse.

–Muy bien, parece que eres un chico listo. Creo que podemos llevarnos

bien Benjamín. Puedes ir ahora a tomar un baño si quieres. Luego

comeremos algo Julia, cocina de miedo.

– ¿Julia eh?

– ¡Sí! Mi hija se llama Julia. Pero te recomiendo que tengas un poco de

cuidado con ella. Ella a veces no es tan amable como yo –dijo pasándole el

brazo por encima del hombro–. Ya lo comprobaras. Ja, ja, ja –rió a gusto–

está bien, está bien. Me caes bien Ben.

Entonces Gabriel lo acompaño al baño, donde Ben pudo lavarse y esto le

vino muy bien. Se refresco y se sacó mucho del cansancio y del dolor que

había acumulado desde que bajo de la montaña para coger las setas (apenas

había tenido tiempo para cambiarse de ropa y darse un poco de agua).

También se perfumo con colonia, se peinó, y se afeito con un kit de esos

tradicionales, compuestos por la brocha, el rastrillo clásico y un tazón para

preparar la espuma. Cuando salió vio a Gabriel de brazos cruzados

apoyando en la pared, entonces le cogió por el hombro y lo acompaño

hasta la cocina.

CAPITULO 14: REUNIÓN

Michael se asomó por la ventana de la habitación del ayuntamiento en la que había dormido esa noche. Era muy temprano y desde allí todo parecía fresco. El Alcalde poco después de un desayuno que organizo en el jardín a base de zumos y frutas, y luego propuso subir a la azotea para esperar allí a los hombres de Michael. Estuvieron largo rato sin ver señales de jinetes sobre el horizonte. La impaciencia de Vincenzo iba en aumento. Veía que pasaban las horas y

aún no estaba la cosa como él esperaba.

Desde allí arriba se veía todo el pueblo bajo ellos, y una bastedad difícil de

imaginar hasta los picos de las montañas más lejanas. El sol se reflejaba

sobre el Lago Espejo deslumbrándolos por momentos, cuando sobre el la

entrada del pueblo empezó a dibujarse algo. La cabeza del Alcalde se movía

de un lado a otro intentando distinguir lo que era, cuando por fin empezó a

vislumbrarse que aquel punto, era un pequeño grupo a caballo.

– Ja. ¡Aquí están por fin! –Anunció Michael calzándose bien las botas. Los otros se agruparon junto a él. Alessandra había vuelto a mitad de la noche y estrenaba un vestido de tirantes típico de Austria y un colgante artesanal. Todos pudieron oír el murmullo de los cascos de los caballos cuando la cabalgada se acercaba por la plaza. En el porche del ayuntamiento bajaron cinco personas de sus caballos, y los ataron frente a un bebedero que había en allí. Poco después entraron guiados por Martti poco despues al fin todos estuvieron reunidos.

– ¡Bueno! –Dijo uno de los cinco jinetes, un hombre que tenía rasgos asiáticos y a la vez, era el más tatuado de los cinco con diferencia–. ¡Miren quien hay aquí!

– Cuanto tiempo ¿Qué tal va debilucho? –dijo un hombre grande que tenía un parche en el ojo cuando Michael se acercó para darles la bienvenida

– ¡Bienvenidos! –Dijo Michael alegremente mientras los saludaba uno

por uno estrechándoles la mano–. Estoy bien viejo, pero os habéis

retrasado un poco me parece.

– ¡Ha! No seas así hombre. Apenas nos hemos tomado un descanso para llegar aquí lo más pronto posible, no seas tan duro. Supongo que tanto tiempo en la mar a uno lo acaba por hacer un negado orientándose por aquí. Reconozco que nos hemos perdido un poco, pero ¡Oh!, por fin estamos aquí ya –dijo el hombre de la barba blanca. – Si todo fantástico pero… ¿Podríamos ir a comer algo? Estoy famélico. Podría comerme un jabalí entero –dijo otro de los recién llegados, un hombre recio que tenía los dientes de oro. –Ja, ja, está bien. Habéis llegado justo a tiempo en verdad. No perdamos el tiempo entonces. Tenemos un banquete esperándonos en un hostal cercano aquí; para que veáis que os conozco ya... Os explicaremos allí con detalle el plan. Así que venga –dijo Michael dándole unos golpecitos con alegría en la espalda a uno de ellos. –Tampoco hay que ser muy listo para conocer a estos sacos de huesos –dijo irónicamente la única mujer del grupo, la cual tenía el pelo rizado y largo. –Muy bien. Pero que no se me olvide, abajo tenéis ropas. Cogedlas para luego. Fue de esta manera como llego por fin todo el equipo de Michael a

Hallstatt, y desde allí fueron al hostal conocido como El viejo Roble.

El día siguió y Michael, Alessandra, Vincenzo y los demás llegaron a la

posada en unos pocos minutos.

Aparecía frente a ellos una arcada llena de pilares de madera. Así era la

fachada del recinto. La puerta principal era pequeña y estaba sobre unos

escalones anchos, donde se encontraba un cartel que rezaba: El Viejo Roble.

Aquella finca tenía dos plantas llenas de muchas ventanas y una buhardilla.

A la derecha había una fila de abetos que llevaban hasta un corral donde

había un Roble seguramente bicentenario, que no era muy alto pero estaba

repleto de ramas. Podéis apostar a que el nombre del edificio venia por

esto.

Tras echarle un vistazo al exterior, entraron y entonces vieron un enorme

salón, lleno de vigas de madera que había en un techo de blanco

inmaculado. Podía verse también un gran hogar a leña sobre la pared. Al

fondo giraba un pasillo, y por allí caminaron hacia el interior de la finca.

Pasaron frente a una pequeña salita reservada para el primer momento de

descanso de los viajeros, donde había montones de perchas y sillas.

Subieron a la segunda planta y llegaron al comedor.

Vieron que el sitio estaba vacío salvo por un par de asistentas, a las que el

alcalde les comento un par de veces algo así como que ―silencio absoluto

sobre los nuevos huéspedes‖, que no deseaba ningún tipo de comentario

sobre ellos fuera de aquellas paredes. Todos fueron por fin entonces hasta

una mesa grande, donde estaban ya preparados muchos manjares típicos de

Austria.

*Esta es una pequeña historia. En este comedor, resulta que habían colocado el

suelo con unas grandes piedras de color azul oscuro la una sobre la otra, y sobre

algún tipo de cemento. Estas piedras eran Lapislázuli y en Hallstatt por aquella

época, desconocían de su valor, o no tenía ninguno. Con el paso de los siglos el

que heredó El viejo Roble (un tal Bill), acabaría vendiendo cada una de estas

piedras a un alto precio. El color azul del Lapislázuli ya fue utilizado por

egipcios, babilonios, y asirios, para aderezos y máscaras funerarias. Pero fue más

tarde cuando los reyes de Francia de los siglos XII-XIII empezaron a poner de

moda vestimentas teñidas en este color azul, extraído de la piedra. Con el paso

del tiempo, incluso acabó pasando a la cultura y pintura de los siglos posteriores.

Su color azul la hacía una de las piedras más bellas; y no sin razón fue llamada

“oro azul” en aquel tiempo. Bill se enteró de esto de rebote, y las vendió con

mucha suerte en el momento más clave. Paso de ser pobre a rico en un

santiamén. *

Al fondo del comedor la luz entraba por una vidriera de cristales azules,

naranjas, verdes con formas de estrellas. Una de las sirvientas se acercó a la

mesa.

– Hola, buenos días. ¿Díganme que les sirvo? Si quieren algo que no está

en la mesa se lo prepararemos en un santiamén.

–Yo tomare un café y unos bollos con mantequilla, gracias –dijo Mary.

– ¡Que bueno! lo mismo para mí –añadió Alessandra.

–Yo quiero… A ver, carne asada muy echa y con mucha sal. Y fruta –

dijo Jun el oriental.

–Ummm… Para mí unos pastelillos de queso, unos frutos secos y un

buen vino –pidió Middleton, el viejo de la barba blanca.

–Yo quiero unos huevos fritos, muy fritos y unas chuletas y unas patatas

–añadió Velázquez.

–Yo el pescado más fresco que tenga, y a la brasa si es posible. Y una

porción de tarta o bizcocho –dijo Michael tras pensárselo durante un buen

rato.

–Para mí ternera poco hecha y pan crujiente y un plato con olivas –

añadió el señor Hawkings–Y para beber una pinta de cerveza, guapa.

–Y a mí tráigame un faisán a las hierbas, me han dicho que lo pruebe. Y

la mejor botella de vino blanco que tengan por favor –pidió el Gordo.

–Muy bien. Y para mi cielo, una ensalada grande y una buena sopa de

verduras –añadió el alcalde.

–Muy bien, muy bien. Intentaremos que en menos de una hora este

todo más o menos listo, pero tengan algo de paciencia por favor; solo

somos dos en la cocina. Mientras si quieren sírvanse a su gusto de lo que ya

hemos preparado, esta todo delicioso –dijo la mujer mirando al hombre de

la Barba gris con ojos golosos, antes de ir hacia la cocina.

Al llegar a la cocina y mientras preparaban las comandas, la sirvienta

charlaba con su compañera.

–Y pan crujiente, si… Por cierto Linna, mira, ¿te gustan mis

pendientes? Mira.

–Son hermosísimos Ruth, pero creo que eres demasiado joven para tales

adornos –contestó la señora Linna poniendo agua a una olla que había al

fuego.

–Trataré de no ser vanidosa –dijo Ruth–; pero no creo que me gusten

sólo por ser bonitos; me gustaría usarlos como la muchachita del cuento

cuando llevaba su pulsera. Me sirve para recordar algo. Ya me entiendes.

Je, je, soy una romancera, que le voy hacer.

En el comedor dijo el Don: Bien, que aproveche –Comento tras dar un

golpe en el suelo y volviéndose hacia Alessandra–. Mientras lo preparan

todo las señoras hablemos de lo que nos ha reunido aquí. Me gustaría que

la señorita Alessandra explicara toda la historia desde el principio y así

tendremos una mayor comprensión en general. Espero que todos presten

un poco de atención, así nos ahorraremos molestas preguntas después

caballeros.

Alessandra: Gracias Don Vincenzo, verán ¡Ejem! –Comenzó

carraspeando la garganta para aclararse la voz–. Tengo que decir que me ha

costado bastante digamos, encajar todas piezas, pero ahora creo poder

decir sin equivocarme que la línea es la siguiente. Para comenzar desde el

verdadero principio, eh de remontarme a la historia de ―Bartholomew, el

Rojo”, hace ya un par largo de siglos. Explicare esto con forme me lo

dijeron.

Aunque no son muchos los que lo recuerdan, hubo un tiempo en el que había

tierras que rebosaban de auténticas riquezas. Un hombre llamado

Bartholomew, codiciaba con ferocidad todas aquellas maravillas. Esas tierras

cayeran finalmente en sus manos, reclamando para sí innumerables tesoros de

todo tipo. Pero como la muerte le llega por igual a todos, finalmente un día el

tipo desapareció.

Entonces según parece ser, aquellas gentes oprimidas a las que había robado,

comenzaron a buscar donde estaban los muchos tesoros que había juntado sin

descanso. Sin embargo esto que podía haber sido un motivo de celebración y

regocijo, fue en realidad un tiempo de preocupación y egoísmo. Nadie

consiguió encontrarlos finalmente, por lo que el mundo en su gran mayoría

acabó por olvidar aquello, y a convertir todo aquello en un cuento.

Pero un hombre llamado Luciano, mi abuelo y el mentor de Michael, dos siglos

después, encontró en cierto lugar un libro antiguo. Ese libro parece ser que eran las

memorias de aquel Bartholomew, y dentro, halló un mapa.

(*La historia de este libro comienza unos veinte años después de eso*)

Desde hace tiempo, ―nuestra organización‖ a la que pertenecemos tanto

Vincenzo como yo investiga esto. Esta tiene como fin la unión de ciertas

esferas de la política, la religión y milicia; pero también está interesada en

asuntos como este en concreto. Para ser franca, no quiero engañarles, es

en realidad una sociedad en expansión. Nació a raíz de una reunión bajo el

patrocinio de la familia real holandesa. Esta es la impronta de esta

organización y de esa particularidad, nos hemos nutrido. Vincenzo es uno

de los fundadores, y el hecho de que este aquí, ya quiere decir por si solo

que este es un asunto importante. Pero bueno, no quiero marearles con

los detalles, volviendo al tema, ese mapa, parece ser que estuvo perdido

hasta que finalmente descubrimos que mi abuelo Luciano lo tenía. La

organización, intento llegar a él, pero parece que llegamos tarde y ahora lo

tiene ese tal Gabriel Barton. Eso es así señores.

Desde ese momento comenzamos a seguirle la pista a ese hombre sin

tregua de un país a otro, pero siempre hacíamos tarde. Sin embargo hace

poco, en la isla de Capri, (situada al sur de Italia) por fin pudimos

ponernos un paso por delante de él. Allí logramos interceptar una carta, en

la que decía que aquí, en Hallstatt, volvería junto a ella. Que se verían al

menos un tiempo. Yo sabía que actuar sobre la marcha, así que muy

pronto advertí que debíamos enviar la carta rápidamente a su destino y

llegar aquí lo antes posible. Aconsejé poner inmediatamente a un hombre

vigilando en la dirección del remitente, cosa que fue posible gracias al

alcalde, aquí presente.

"Sería aconsejable que un hombre llamado Michael, viniera con nosotros"

le dije a Vincenzo, así que en cuanto llegamos a Italia me puse en contacto

con la organización para que lo arreglara si es que eso era posible. Nos

vimos unos pocos días después con él, cerca de Holanda, y hasta aquí.

– ¿Y no te parece sospechoso que supiera donde encontraros ese tal

Gunnar? –interrumpió Mary amasándose el pelo, tras tomar un chupito de

licor que se había servido (pues resulta que ya había hablado con Michael

durante el trayecto hasta la posada y conocía de antemano la historia que

había pasado en el barco)

–No lo sé… por desgracia me parece que Barton tiene contratada a

mucha gente por todos lados por lo que parece… –respondió mirándola

con asombro–. Ese tal Gunnar, podría ser un simple mercenario tras una

recompensa, pero sin duda fue un acierto el haber pensado en Michael. El

solvento la papeleta con facilidad.

–Tendríais que haber sido bastante más cautos guapa. Parece que os

mostrasteis por el puerto muy alegremente. Umm ¡Umm! –murmuro

Middleton, el simpático hombre de la barba canosa.

– ¡Ya ha dicho que no tenían tiempo que perder Middleton! –Replicó

Velázquez–. Al fin y al cabo… todo está bien si todo acaba bien. No se les

puede achacar nada. No sirve de nada.

– ¡Ja, ja! –Soltó una carcajada Jun– .Ya está el tunante con sus refranes.

¡Que Dios nos libre algún día de ellos, por favor!

– ¡Cállate! ¡Me tienes ya arto joder! Como vuelvas a decir algo así Jun te

juro que te ensartaré como a un churrasco. Diré lo que me venga en gana y

cuando quiera. Más te vale que no vuelvas a cabrearme –continúo diciendo

Velázquez señalándole con un tenedor mientras se colocaba la tira del

parche.

–Bueno, bueno… volviendo al tema, Alessandra, –dijo el Don– el saber

de antemano que Michael nos salvaria la papeleta me hace pensar en un

ascenso cuando volvamos. Ahora os rogaría que no interrumpáis más la

historia caballeros hasta que termine. Luego tendremos tiempo para todo

tipo de aclaraciones.

– (Entonces Alessandra siguió explicando cogiendo una postura más

relajada) Bien. El caso es que ayer por fin llegamos aquí, y cuando

Vincenzo y Michael fueron a hablar con Marcus, pude ponerme en

contacto con el hombre que conseguimos poner aquí a vigilar día y noche.

Este me dijo que la carta la recogió una tal... –dijo pasando unas páginas de

su libro de notas– aquí está… una muchacha llamada Julia. ―Una chica

joven de pelo largo y castaño‖ me dijo, y que curiosamente, parece ser que

vive hace poco tiempo por aquí. Dibujo una imagen aproximada suya. Es

ésta (era la chica que Ben persiguió por el bosque). Llegados a este punto,

el ―pero‖ es el siguiente.

Creemos que esta mujer vive en el bosque más que posiblemente, pues

aunque la carta fue enviada a una casa cercana a la biblioteca, parece ser

que se interna allí durante días, y luego baja. Supongo, finiquitando ya esta

especie de resumen, que Gabriel Barton y ella pueden tener algún tipo de

refugio en la espesura de los bosques. Esta es toda la información que

tenemos por ahora –dijo guardando el libro de notas en su bolso.

–Michael: Y eso ha sido más que suficiente. Estamos listos para

cualquier cosa, y su hombre Marcus, ha hecho bien en no intentar seguir a

la chica. Entonces amigos míos, aquí estamos una vez más. Esperemos que

no sea la última. No hace falta que os diga lo peligroso que es ese hombre,

ya lo sabéis, pero lo primero es lo primero.

Michael se levantó sonriendo, y empezó a nombrar a todos los que aún no

se conocían en la mesa. A su derecha estaba un hombre grande, un tal

Velázquez, junto a otro más joven llamado Jun. Les presentare ahora –dijo.

*Velázquez destacaba entre los demás por varios aspectos. En primer lugar por

su altura y su constitución imponente, a lo que había que sumar también un

amenazante rostro surcado por una cicatriz vertical desde la frente al cuello, y un

parche sobre su ojo derecho. Tenía el pelo corto y su vestimenta era un abrigo

largo y negro sin mangas, con unos dibujos floreados.*

–Mi amigo Velázquez fue capitán de una pequeña flota hace algunos años

–dijo Michael– Trabó amistad con Middleton y Mary, y juntos abordaron

el Galeón de un alto mando de la Marina para conseguir una información

que en aquel entonces, fue decisiva. Tras una larga lucha que tuvo contra

ese hombre, ganó, aunque tuvo que ser rescatado del umbral de la muerte

por Mary, quedándole esa marca tan bonita junto a la pérdida de la vista en

el ojo derecho. Irónicamente, quedó como aquél al que venció: con un

parche. Tras esto, se acabó asociando a mí, cosa que le agradezco.

–Claro, Michael. Es lo que digo cada vez que sale este tema. Le di su

merecido a ese cerdo –dijo Velázquez amargándosele el rostro–.

Michael puso la mano sobre él, asintiendo con franqueza.

*Jun estaba demasiado atareado comiendo como para decir algo al respecto de

todo aquello. Él tenía el cuerpo más trabajado con diferencia de todos los que

allí estaban, y en su cara tenía algunas pecas que le hacían lucir algo más

infantil de lo que realmente era. Uno de los aspectos más llamativos de Jun

aparte de su aspecto fibroso, eran sus más de treinta tatuajes; el más grande de

ellos era la cabeza de un León que le ocupa totalmente la espalda, y también

tenía otro grande en su brazo izquierdo con la forma de una cruz naval. Llevaba

una camisa azul abierta, unas botas negras, y un pantalón negro hasta la rodilla*

–Este hombre, es mucho más inteligente, cortés, y generalmente más

soportable que Velázquez –dijo Michael guiñándole un ojo–. Sin embargo,

le gustan las fiestas y los banquetes tanto como a él. Algo normal en él es

su tradicional "Comer y correr" que hace siempre que va a un restaurante y se

va sin pagar... Descubrí a Jun siendo un muchacho que participaba en el

torneo de lucha anual de Tailandia, que ganó. Su historia es inverosímil

pero cierta. Según tengo entendido, robaba para poder dar de comer a

unos huérfanos. Su familia materna si no recuerdo mal provenía de China,

y debido a eso los Jun tuvieron que buscar fortuna en otro lugar. Se

trasladó con su madre Asuka y su hermano Wichi. Montaron una

lavandería y recibían huéspedes en su casa. Un año más tarde Asuka, ya

viuda, se unió con Wiam, el cual trabó buena amistad con los hijos. Pero

poco después y debido a que a Asuka se le diagnosticó tuberculosis se

trasladaron otra vez, entonces a Hun Him, donde ella contrajo matrimonio

con Wiam. Poco después, sin embargo, Asuka falleció a causa de su

enfermedad y Wiam se marchó a otra zona, abandonando a ambos

hermanos. Jun, con 14 años en ese momento tuvo que sobrevivir

trabajando en un hotel como lavaplatos y realizando otros trabajos mal

pagados. En estas circunstancias comenzó una vida delictiva cometiendo

robos de poca monta y aunque fue arrestado por alguno de estos actos, fue

dejado pronto en libertad.

Jun pasó entonces gran parte de su juventud en el ambiente de los salones

de la frontera y entrenando artes marciales con diferentes maestros. Un día

lo descubrí robando en mi barco, y de esta forma lo conocí. Con los años

fue el ganador de la mayor parte de los torneos en que participo,

combinándolo con algunos trabajos que yo le encargaba; hasta que me

decidí a ofrecerle ser mi socio. En la lucha cuerpo a cuerpo es un hombre

que calificaría como casi imposible de vencer, y es un ladrón bastante

decente.

– ¿Umm? Si, si... ¿Quieres un muslito Michael? –dijo Jun con la boca

llena carne.

–Ja, ja, no. Sigue comiendo y bebiendo pero no olvides de tu tarea

amigo.

– ¡A la orden! –respondió tras beber un largo trago de vino tinto–. Pues

están deliciosos capitán, tenemos que volver a aquí en otra ocasión, eh...

¡Esta bebida esta de miedo! ¡Bruuurp!.

Sentados al otro lado de la mesa estaban los otros tres: Mary conocida

como ―la inglesa‖, el Sr. Hawkings, y el viejo Middleton, junto a la señorita

Alessandra, Don Vincenzo, y el Alcalde más allá. Michael dio la vuelta a la

mesa.

*Mary Nightingale “la Inglesa” era una mujer alta, hermosa y de ojos azules

brillantes y agudos; de mirada orgullosa y seria. Tenía una larga melena rizada, y

ella era quizá una de las mejores, si no la mejor, con un arma de fuego por esa

época. Ella caminaba con pasos ágiles y parecía no dormir, simplemente

descansaba con los ojos semi-cerrados, o con los pensamientos perdidos. La

habilidad de su padre con los negocios permitió a Mary vivir una adolescencia

alejada de la pobreza en su juventud, y a obtener un buen nivel educativo. Sin

embargo, debido a su carácter rebelde, tuvo continuos enfrentamientos con su

progenitor hasta que abandonó el hogar. El resto ya es historia. Le encantaba

viajar, las aventuras, y coleccionar objetos raros y antiguos. Solía vestir con unos

pantalones anchos y una faja; y también llevaba una larga chaqueta blanca con

una protección de cuero sobre el hombro izquierdo.*

–Mary –dijo Michael ahora– sobresalió por su gran puntería, ingenio y

resistencia; aunque también mostró unas dotes diplomáticas y un alto

sentido de la honestidad en el día en que la conocí; y hasta hoy. Dirigió la

defensa de la Central de Ipstown durante una invasión, ayudando a los

novatos a acabar con cada envestida que recibían de la armada de la marina.

Fue condecorada con el anillo de esmeraldas por esto bajo el sobrenombre

de ―la Inglesa‖. Es una persona que sabe prácticamente de todo de lo que se

puede saber, y seguramente sea la persona más inteligente que conozco.

– ¡Y que dios nos la cuide por muchos años! –añadió Middleton.

–Por Dios… de verdad que a veces eres más zalamero que una

princesita, Middleton… No sé cómo las mujeres pueden caer con esas

tonterías tan fácilmente –comentó levantando una copa–. ¡Cantinera,

tráigame más de su licor más fuerte!

–Au contraire mon cheri… –respondió Middleton– sólo tengo ojos para

ti. Eres mi auténtica debilidad, querida.

– ¡Ja! Un día de estos te haré demostrar esas palabras, si no vas con

cuidado viejo zorro... –dijo Mary pasándose su rizado pelo tras las orejas y

desafiándolo en cierta manera con la mirada (simpatizaban bastante a decir

verdad).

– ¡Cuando quieras amor! –respondió guiñándole un ojo mientras se

amasaba la barba.

Seguidamente el capitán Michael dijo esto del Señor Hawkings:

–Este es un hombre peculiar, siendo por naturaleza uno de los más

poderosos con los que me he cruzado en mi vida. Y cuando digo poderoso,

lo digo en el mayor de los sentidos. Aunque generalmente se viste con

unos trajes demasiado ostentosos para mi gusto... ―Lo único que salvaría

sería su sombrero –de visera amplia– y sus dientes (de oro)‖, diré que es

una fuerza de la naturaleza. Puede empuñar armas que la mayoría de los

seres humanos considerarían armamento pesado, y es un rastreador mejor

que un sabueso.

–Bueno ya sabes cómo pienso Michael. Si proteges a alguien, no dejes

que sea herido. Si peleas con alguien, destrózalo –dijo Hawkings con su

peculiar sentido del humor.

– ¡Claro! –respondió.

*El Señor Hawkings era un hombre cruel y sanguinario, aunque algunos

registros históricos podrían poner en duda dichas evidencias. Se comenta que

durante algún tiempo pudo haber actuado bajo patente de corso, aunque nunca

pudo ser demostrado. Lo que está claro es que Hawkings era un hombre muy

ególatra. Generalmente rebajaba a las personas por cualquier o ninguna razón en

absoluto, y su sonrisa lobuna y cargada de sarcasmo revelaba el morboso placer

y desprecio que sentía al ver perecer a quienes lo merecían según él, bajo el

fuego de sus armas. En el fragor de la batalla, el señor Hawkings se contenía

deliberadamente dándole a sus oponentes una sensación de fuerza, solo para

volver a abrumarlos completamente y robarles esa sensación, ya que en realidad

todos sus enemigos (o casi todos) son para él extremadamente fáciles de

eliminar. Iba con unos pantalones verdes desgastados, una camisa roja

arremangada y una pañoleta color café bajo su peculiar sombrero*

–Michael: Y por último, aunque no por ello menos importante, éste es

Middleton el barbas –dijo cogiéndolo por los hombros–. Su mejor habilidad

es la de usar armas blancas de todo tipo con gran habilidad y con una

precisión asombrosa. Aunque pensando, es aún más rápido. E de decir que

tiene un carácter a veces extraño... Quiere imponer justicia sin matar ni

derramar ni una sola gota de sangre, aunque sus métodos no siempre son

los mejores. Fue también entrenado como cirujano, y él siempre defenderá

la justicia y el orden aún si sufre daño físico. Lleva conmigo desde el

principio y me ha salvado la vida en no recuerdo ya cuantas ocasiones. Para

mí es un ejemplo a seguir y para mí, el mejor.

*Baltasar Middleton fue la mano derecha de Luciano, y el primer aliado desde

los principios de Michael. Su aspecto era el de un hombre alto, con una barba y

un cabello canoso recogido con una coleta. Llevaba en las orejas una decena de

pendientes de todo tipo, y bajo la ropa ocultaba una amalgama increíble de

cicatrices y heridas que había recibido a lo largo de sus intentos de frenar la

violencia, por medio de ideas pacifistas. Tenía también una debilidad por las

chicas bonitas, aunque a pesar de volverse loco por ellas, sentía gran aprehensión

de que lo vieran desnudo y contemplaran las marcas de las heridas que había

recibido en su cuerpo. Llevaba casi siempre una larga capa marrón sobre los

hombros, y unos pantalones ligeramente flojos, cortados por debajo de la

rodilla.*

–Así es, Michael… es lo que hay.

—Caramba. Ahora entiendo lo de que aunque fuerais pocos, erais un

buen grupo. Me alegra ver que estamos en buenas manos —añadió el

Gordo aliñando ahora una ensalada con una salsa de marisco.

Los demás presentes contaron también algo sobre ellos y de seguido se pusieron

manos a la masa con los detalles de la misión.

–Nos hemos reunido aquí para discutir cuál será el plan sobre el

terreno, aunque la táctica ya ha sido más que estudiada durante la noche

anterior. El caso es que esta misma noche nos pondremos ya manos a la

obra. Nuestro objetivo, es Capturar a Gabriel Barton vivo, y conseguir un mapa

que tiene. Centrémonos en eso –dijo Michael.

–Podríamos poner varios hombres en los tejados de todas las entradas al

pueblo –dijo Jun– y esparcirnos por diferentes puntos. Fácil y eficaz. Lo

primero ahora es saber dónde están.

–Eso será seguramente bastante fácil de hacer, estoy con el crio –dijo el

señor Hawkings volviéndose hacia el capitán.

–Es precisamente lo que habíamos planeado. Podéis contar con tantos

hombres como hagan falta por mi parte –dijo Marcus el alcalde un poco

disgustado al darse cuenta que su papel en esta historia, no iba a ser más

que presencial.

–Muy bien, ese será la fase uno. Estaremos en contacto pero no quiero

levantar ningún tipo de sospecha ¿entendido? ¡Ninguno! –dijo Michael.

–Y si aparece la mujer, el que esté más cerca la seguirá con mucho

cuidado para no ser visto. La seguirá hasta su guarida, y volverá a por

refuerzos. Seguramente harán falta –dijo Velázquez rascándose el cuello–.

No debe haber margen para fallar. Ese hombre es un monstruo.

–Correcto. Quizá no debería decir esto, pero así es. Barton, es tal como

dicen –increpó Mary–. Ya conocéis las historias que de él se cuentan, y yo

misma hace mucho tiempo me crucé con él en la gran ruta. El solo tumbo

al menos diez hombres uno detrás de otro con una bala en la pierna, y esto

lo vi con mis propios ojos. Si hacemos que se agite, no podremos siquiera

ponerle la mano encima. Tenemos que observar la situación y movernos

de forma adecuada.

–Cierto, no le des más vueltas a eso –respondió Vincenzo liándose un

puro para más tarde–. Además no creo que este solo.

–Michael: Así se hará entonces, todos de acuerdo. Esta noche se

colocarán ya los hombres dividiéndose el espacio por el perímetro de todo

el pueblo, y no quiero que patrullen. Nada de patrullas. Recordad que

ahora sois todos turistas, actuad como tales y no montéis ningún jaleo.

Parece sencillo pero mentalizaros o yo mismo os pateare el trasero.

– ¡Jo, jo! esto se pone interesante por momentos –rio Hawkings

mirando al techo con la boca llena de comida.

– ¿Y alojarnos todos aquí estaría bien, solo por precaución? –continuo

Mary.

–Muy bien, eso sería bueno –añadió Middleton, amasándose de nuevo la

barba.

–Bueno, mientras a mí no me toque una habitación sin ventana no diré

nada al respecto. Será como la misión que hicimos la última vez –dijo Jun

dándose viento con un sombrero.

– No seas idiota –Dijo Velázquez– aquel pobre diablo de ningún modo

puede compararse a éste. Esta es una empresa mucho más grande. ¡A ver si

te enteras! Tómatelo más en serio.

–Como quieras, no te enojessss hombree –respondió–. ¡Hip! Pero antes

de irnos podríamos megendr… ¡PAM! –dijo antes de inclinar la cabeza y

caer rendido sobre el plato.

–Bien, hagamos lo que hagamos al final, Barton seguramente no se

quedara de brazos cruzados ¡Pero nosotros tampoco nos vamos a quedar

mirando! –dijo Michael levantándose de la silla y colocando a Jun tendido

sobre el suelo.

(Resulta que el vino que había estado bebiendo Jun era un ―Massandra‖, un

vino especialmente embriagador, cosecha del 1640. Un vino que no estaba

destinado a los grandes jarros con los que él bebía, si no para cuencos

muchísimo más pequeños.)

–Un día de estos te haré una medicina Jun… ¡Para la estupidez! Ja, ja, ja

–dijo Middleton pasándole la mano por el pelo mientras todos brindaban

sobre el centro de la mesa.

– Muy bien dicho. ¡Ahora a comer! –grito Velázquez.

Aquella misma noche, todos estaban en sus puestos y funcionando. Sin

embargo en la habitación de Michael se encontraron él, Mary y Middleton

para una conversación rápida, donde hablaron de algunas cosas que serían

decisivas al final de esta historia.