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Título: Pasiones. Amores y desamores que han cambiado la Historia© 1999, Rosa Montero© Santillana Ediciones Generales S.L.© De esta edición: junio 2006, Punto de Lectura, S.L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com

ISBN: 84-663-1962-XDepósito legal: B-22.984-2006Impreso en España – Printed in Spain

Diseño de cubierta: PdlFotografía de cubierta: Los duques de Windsor el día de su boda en 1936.

Cecil Beaton / SIPA / EFEOtras fotografías: Archivo editorial, Cover y Biblioteca NacionalDiseño de colección: Punto de Lectura

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicaciónno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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ROSA MONTERO

PasionesAmores y desamores

que han cambiado la Historia

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Índice

Unas palabras previas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

INTRODUCCIÓN

Amar el amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

LOS DUQUES DE WINDSOR

Negra vida opípara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27LEÓN Y SONIA TOLSTÓI

El amor es tan fuerte como el odio . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39JUANA LA LOCA Y FELIPE EL HERMOSO

Ni loca ni hermoso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49OSCAR WILDE Y LORD ALFRED DOUGLAS

Bailando descalzo sobre la sangre . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61LIZ TAYLOR Y RICHARD BURTON

Ni contigo ni sin ti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71EVITA Y JUAN PERÓN

Entre la obsesión y el folletín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81ROBERT LOUIS STEVENSON Y FANNY VANDEGRIFT

Como niños en un cuarto oscuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91ARTHUR RIMBAUD Y PAUL VERLAINE

Veneno puro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

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MARCO ANTONIO Y CLEOPATRA

La reina y el mequetrefe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115DASHIELL HAMMETT Y LILLIAN HELLMAN

Más fuerte que la carne. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125HERNÁN CORTÉS Y LA MALINCHE

Amor y traición. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137LA REINA VICTORIA DE INGLATERRA

Y EL PRÍNCIPE ALBERTO

En las horas sagradas de la noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147JOHN LENNON Y YOKO ONO

La vida alucinada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159MARIANO JOSÉ DE LARRA Y DOLORES ARMIJO

Atracción fatal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171LEWIS CARROLL Y ALICE LIDDELL

La vida en la frontera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183AMEDEO MODIGLIANI Y JEANNE HÉBUTERNE

La perdición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193LOS BORGIA

Querido padre, querido hermano . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205ELISABETH DE AUSTRIA (SISSI)Y EL EMPERADOR FRANCISCO JOSÉ

La extraña mujer y el pobre maridito . . . . . . . . . . . . . . 217

EPÍLOGO

Y, al final, la felicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

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Para Pablo

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Unas palabras previas

Debo decir que el padre de la idea de este libro esAlex Martínez Roig, redactor jefe del suplemento domi-nical de El País. Fue él quien me sugirió que hiciera unaserie sobre grandes pasiones de la historia y que la publi-cara en el Semanal. Para mí es un verdadero placer tra-bajar con Alex, un amigo siempre sensible, siempre inteli-gente y siempre afectuoso. Vayan para él toda mi gratitudy mi cariño.

Fuera de la idea original, todo lo demás es cosa mía:la selección de personajes, la estructura, el enfoque, lamirada apasionada y subjetiva. Resulta evidente que es-tas biografías no son trabajos fríos y académicos. Porsupuesto que me documento lo mejor que puedo, procu-rando contrastar los datos; y además me atengo siem-pre, en las conclusiones, a los hechos biográficos. Ahorabien, dentro de los límites que esos hechos imponen,realizo una interpretación, o más bien una recreación.Intento vivirme en el interior de los biografiados y en-tenderlos, de la misma manera que el novelista se vivedentro de sus criaturas de ficción al escribir un libro. Elresultado es, pues, abiertamente emocional. Y aunqueme ciño a los datos con el mayor empeño, y aunque conel corazón estoy convencida de que la versión que doy es

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la más profunda y más certera, con la razón tan sólo es-pero haber atinado a describir alguna de las múltiples fa-cetas de los personajes. Porque, como todos sabemos,dentro de cada uno de nosotros hay muchedumbres.

R. M.

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Introducción

Amar el amor

La cuestión del amor es una vulgaridad, un lugarcomún, uno de los tópicos más manidos de la Tierra.Desde el principio de los tiempos filósofos y artistas hantratado el asunto con obsesiva insistencia, y probable-mente no haya habido nunca un solo ser humano que,llegado a la edad de la razón, no le haya dedicado al temauna buena cantidad de pensamientos. Todos creemos sa-ber del amor, todos creemos entender algo del amor. Y,sin embargo, continúa siendo una materia oscura, el rei-no de la confusión y lo enigmático.

Las dificultades comienzan desde el principio, a lahora de definir el alcance mismo de la palabra. En gene-ral cuando nos referimos al amor sin más, como estoyhaciendo ahora en este texto, no solemos estar hablandode esa emoción imprecisa y amplia que engloba a los hi-jos y a los amigos, sino al llamado amor sentimental entredos personas. Dicho amor singular se solapa con la ideade la pasión, y es de pasiones de lo que trata este libro,que recoge textos publicados en el suplemento Domini-cal de El País durante los años 1997 y 1998. Son pasionesconcretas, historias luminosas o terribles de personajesmás o menos célebres, parejas de la antigüedad o coetá-neas que rozaron el Cielo y el Infierno.

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Pero decir que vamos a hablar de la pasión no acla-ra gran cosa: en realidad, no hemos hecho nada más quenombrar el caos. ¿Qué es lo que define a la pasión, cuáles la característica sustancial que nos hace reconocerla?¿Tal vez un ingrediente sexual desenfrenado? Pues no,porque existen las pasiones platónicas, los amores galan-tes de los trovadores, la Beatriz de Dante. Más bien sediría que la esencia de lo pasional es la enajenación queproduce: el enamorado sale de sí mismo y se pierde en elotro, o por mejor decir en lo que imagina del otro. Por-que la pasión, y éste es el segundo rasgo fundamental, esuna especie de ensueño que se deteriora en contacto conla realidad. Tal vez sea por eso por lo que, tercera condi-ción, la pasión parece exigir siempre su frustración, laimposibilidad de cumplimiento. Como decía el ensayistasuizo Denis de Rougemont en El amor en Occidente, “elamor feliz no tiene historia. Sólo el amor amenazado esnovelesco”. Por supuesto: las perdices siempre se comenfuera del libro, una vez terminado el cuento. Y añadeRougemont que los poetas cantan al amor como si setratara de la verdadera vida, “pero esa vida verdadera esla vida imposible”.

Platón decía que Eros, el dios del amor, poseía unadoble naturaleza, según fuera hijo de Afrodita Pande-mos, la diosa del deseo carnal, o de Afrodita Urania, delos amores etéreos. Esta Afrodita era una divinidad dearmas tomar; poseía unos poderes tan inmensos que,encorajinada con Zeus por una fruslería, fue capaz devengarse de él: le obligó a perseguir ninfas y mujeresmortales, descuidando así a su esposa Hera. De modoque ya los antiguos estaban convencidos de que la fuerza

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enajenante del amor era capaz de poner en ridículo has-ta al mismísimo rey de todos los dioses.

El amor es representado en todas las culturas conlos mismos símbolos: arcos, flechas, ojos vendados, an-torchas con las que inflama el corazón de los mortales.Suele estar desnudo y ser un niño: porque es una emo-ción que no puede ocultarse y porque permanece igual así misma. La pasión nunca aprende: siempre es idéntica,eternamente joven, intacta, irreflexiva. “Pero cómo esposible que vuelva a estar haciendo otra vez a estas altu-ras las mismas tonterías”, suele gemir nuestra razón, es-pantada, cuando esperamos durante horas una llamadade teléfono que no llega jamás. “Es que yo no aprendo”,se queja el amante dolorido. Y está en lo cierto, porqueel amor permanece impermeable a la experiencia.

Según la cosmogonía órfica, al principio de todosólo existía la Noche. Esta Noche infinita puso un hue-vo, y de él salió el Amor; y de las dos mitades rotas de lacáscara se crearon el Cielo y la Tierra. Así es que elAmor es el centro del Universo, el núcleo de la unidadantes de que el huevo se rompiera. Es el principio de laregeneración y de la vida, una fuerza cósmica que loaglutina todo. Pero, claro, es un poder tan imponenteque produce devastación entre los míseros mortales. Co-mo la guerra de Troya, por ejemplo. Este conflicto tam-bién lo empezó Afrodita: ya dije antes que era una diosade cuidado. Afrodita hizo que Paris, hijo del rey troyanoPríamo, y la bella Helena, esposa del rey espartano Me-nelao, se enamoraran como borregos el uno de la otra.Raptada Helena, la guerra de Troya se prolongó durantediez años, hasta que el triunfador Menelao entró en la

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ciudad y encontró a su mujer con los pechos desnudos,tan hermosa que la perdonó inmediatamente y volvió avivir con ella tan contento. Atrás quedó Troya destruida,un campo regado de cadáveres ilustres (Héctor, Aquiles,Patroclo, el mismo Paris…) y una memoria épica queluego se estructuró en los cantos de la Ilíada. Y toda estaenormidad a consecuencia de un simple estremecimien-to del corazón.

La percepción del amor como gestor de catástrofesera algo común en el mundo clásico. Otra pareja míticaen la historia de las pasiones fue la de Cleopatra y MarcoAntonio. Este romano era un hombre “espléndido cuan-do mozo”, al decir de Plutarco en su fascinante Vidas pa-ralelas. Era un buen guerrero pero un viva la Virgen alque le encantaban los placeres de la carne y de la mesa:regaló una casa en Magnesia a un cocinero como premiopor una cena suculenta. Sobre este temperamento blan-do y vano, explica Plutarco, cayó Cleopatra como un ra-yo mortal, es decir, cayó una pasión que sorbió definiti-vamente a Marco Antonio el poco seso con que habíanacido: “Cleopatra le traía como a un niño, sin aflojar nide día ni de noche”. Desairó Antonio a su virtuosa e in-teligente esposa y se enfrentó a Octavio en una batallanaval; fue derrotado ignominiosamente, y Cleopatra y élacabaron como todos sabemos, o sea, fatal. He aquí denuevo la idea de una guerra supuestamente provocadapor el envenenamiento de un amor. A esta historia le de-dicaremos un capítulo del libro.

Con todo, el amor clásico era trágico porqueterminaba muy mal, pero al menos pasaba por una etapade sobrado cumplimiento. Helena y Paris vivieron su

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pasión durante una década, y lo mismo sucedió con An-tonio y Cleopatra. Sin embargo en los siglos XII y XIII

apareció un nuevo modelo de pasión, el amor cortés, queextremaba la imposibilidad de la relación. Lo que se em-pezó a amar a partir de la época galante fue la dificultady el sufrimiento. Es decir, sólo era auténtico amor aquelque se frustraba. De esta paradoja somos hoy herederos.

El amor cortés es impuesto en el mundo por la fas-cinante reina Leonor de Aquitania, nieta del primer tro-vador conocido y esposa de Luis VII. Leonor tuvo doshijas que se casaron con los condes de Troyes y de Blois,y que también contribuyeron al triunfo del espíritu cor-tés. Estas mujeres formidables crearon brillantes y refi-nadas cortes en las que se cantaba al amor y a las bellasdamas. El mundo ensangrentado y feroz de las batallasmedievales dejó paso a un mundo de combates amoro-sos: el buen caballero ya no servía prioritariamente aDios y al Rey, sino a la Mujer. Y escribo Mujer con ma-yúscula porque, para que las damiselas se mantuvierandignas de tan total entrega, tenían que permanecer den-tro del territorio de lo ideal. Así es que los amores corte-ses todos eran por definición amores imposibles. De he-cho eran en su mayoría amores adúlteros: resulta curiosoconstatar lo muy unida que va la idea de la pasión a la deladulterio a través de todas las culturas y todas las épocas.

En el siglo XII, en cualquier caso, el adulterio seconvirtió abiertamente en un motivo poético. El cape-llán Andreas dedicó a María de Champaña, una de lasbrillantes hijas de Leonor, su trabajo teórico Tractatus deAmore, en el que se critica el amor conyugal como fal-to de libertad, y se elogia la pasión adúltera, valiente y

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esforzada. En realidad, y si se mira bien, el avance delamor cortés supuso el avance de la civilidad. Poco apoco los antiguos guerreros dejaron de descuartizar asus enemigos y empezaron a encontrar la medida de suhombría en “el juego de la guerra”, es decir, en los tor-neos, los cuales acabaron por suplantar a las auténticasbatallas. Dichos torneos eran lances celebrados dentrode las normas del amor galante, con damas que dabanprendas a sus caballeros y que luego se vestían con lascamisas ensangrentadas de los vencedores, en un inter-cambio de ropa íntima y humores corporales de lo máspromiscuo. De hecho los torneos fueron prohibidos en-seguida por la Iglesia porque se convirtieron en unacelebración del rijo y la infidelidad conyugal; pero laprohibición, naturalmente, no hizo sino aumentar elatractivo de estos actos.

A este mundo medieval de las justas galantes perte-necen dos leyendas del siglo XII que ejemplifican el amorimposible y que han permanecido vivas hasta nuestrosdías: la historia de Tristán e Isolda y la de Lanzarote y lareina Ginebra.

Tristán viaja a Irlanda para traer consigo a Isolda, laprometida del rey Marcos. Pero, en el barco que les con-duce de vuelta, ambos beben por equivocación un filtroamoroso y caen el uno en brazos de la otra inevitable-mente. Cometen adulterio y sufren los dos como bella-cos por la imposibilidad misma de su amor. Al cabo esca-pan juntos y viven como miserables en un bosque. El reyMarcos les persigue y les encuentra dormidos; están des-nudos, pero Tristán ha colocado su espada entre los dos,como para impedir mayores proximidades de la carne.

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El rey, conmovido ante esa prueba de heroica fidelidad,se marcha sin hacerles daño, no sin antes cambiar la es-pada de Tristán por la suya propia, en una escena freu-dianamente elemental que seguro que provoca paroxis-mos de deleite entre los psicoanalistas. Al final, claroestá, tanto Tristán como Isolda mueren. Pero a pesar deesta especie de castigo del destino, lo curioso es que nin-guno de los dos se había sentido culpable por el adulte-rio: fueron embrujados, estaban fuera de sí, todo fueirremediable. Es la idea del amor como droga, como unterritorio que está más allá del Bien y del Mal. En elmundo de los amantes no existen otras leyes que las de lapasión.

Tampoco hay culpabilidad ni remordimiento en lacélebre historia de Lanzarote y su amada Ginebra, la es-posa del rey Arturo. En su hermoso libro Lanzarote delLago (escrito en la corte de la ya citada María de Cham-paña), Chrétien de Troyes cuenta cómo Lanzarote aban-dona la búsqueda del Grial por salir detrás de Ginebra.De hecho no conocemos el nombre del protagonistahasta la mitad de la novela, momento en que aparece lareina Ginebra. Una dama pregunta: “¿Quién es ese ca-ballero?”, y la reina contesta: “Es Lanzarote del Lago”.De modo que es ella, la amada, quien concede nombre yvida al amado. Sin la luz del amor, el amado ni tan si-quiera existiría, sería una mera sombra indeterminada.

Chrétien de Troyes define el estado mental de Lan-zarote con bellas y exactas palabras, perfectamente asu-mibles por el enamorado de hoy: “Su cuita es tan pro-funda que se olvida de sí mismo, no sabe si existe, norecuerda ni su nombre ni si va armado o desarmado ni

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sabe adónde va ni de dónde viene”. Y es que, como decíaCatón, “el alma del amante vive en un cuerpo ajeno”.

Tengo para mí que éste es exactamente el quid de lacuestión: si nos entregamos a la pasión, si el amor loconos arrebata, es porque gracias a él podemos evadirnosde nuestra asfixiante individualidad, de ese encierro delyo que nos condena a nuestra propia y solitaria muerte.En su arrebato por Ginebra, Lanzarote se olvida de bus-car el Grial, que es la Vida Eterna: en realidad no nece-sita el Santo Vaso porque su amor ya le hace inmortal.La pasión es un impulso místico, un sentimiento religio-so (de religare, unir) que nos apremia a fundirnos con elotro, porque al deshacernos en el amado nos hacemosindestructibles. Se ama contra la muerte, como una ma-nera de escapar de ese despeñarse hacia la nada que es lavida. De ahí que el amor pasión sea tanto más valoradocuanto más individualista sea la sociedad; por ejemplo,en aquellas culturas tradicionales orientales en las que elsujeto formaba parte de un cuerpo colectivo, apenas siexistía la pasión tal y como hoy la concebimos.

El Romanticismo (otra época ferozmente indivi-dualista) acuñó uno de los mitos de amor y muerte másconocidos: el vampiro. Lo inventó Polidori, médico deByron, aunque la consagración vendría varias décadasdespués con el Drácula de Bram Stoker, y es un perfectoejemplo de cómo la pasión te rescata del yo. Las aman-tes se entregan por completo al amado conde Drácula,hasta el punto de ofrecerle sus propias vidas; y la fusiónes tal que se convierten en lo mismo que él es, es de-cir, en vampiras, y alcanzan por medio de ese estado lavida eterna.

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El ya citado Rougemont dice que en su origen elamor cortés estaba muy relacionado con la herejía albi-gense o cátara. Y como ejemplo explica que Shakespearesituó su paradigmática obra Romeo y Julieta en Verona,uno de los más importantes centros cátaros de Italia. Loscátaros eran dualistas, creían que el Bien y el Mal eranprincipios distintos, de modo que Dios, que era el Bien,no podía haber creado este mundo asqueroso. El mundolo había creado, por el contrario, Satán, y los humanoséramos ángeles que, tentados por el demonio, habíamostenido la peregrina y desdichada ocurrencia de bajar a laTierra y encarnarnos en cuerpos mortales. De ahí esa per-cepción tan común de sentirnos presos dentro de la mate-ria, atrapados en el interior de unos cuerpos extraños. Lapasión, en fin, nos permitiría trascender ese encierro.

¿Hay alguna diferencia en la vivencia del amor de-pendiendo del hecho de ser hombre o mujer? Peliagudapregunta. Parecería que nuestro concepto de lo sexualtiende a ser distinto; la sabiduría popular sostiene que lasmujeres dan sexo para conseguir amor, mientras que loshombres dan amor para conseguir sexo; y algunos auto-res, como Finkielkraut en El nuevo desorden amoroso, ex-treman tanto las diferencias que aseguran que jamás po-dremos entendernos unas con otros. Sin embargo a míestas distinciones me parecen más que nada culturales,ambientales, pasajeras. Supongo que la percepción de loamoroso, el deseo de escapar de ti mismo y de fundirtecon el otro, es básicamente igual para todos: sólo quedurante siglos a las mujeres no se les ha permitido otraambición en la vida que la amorosa, lo cual ha contribui-do a obsesionarlas aún más con un sentimiento ya de por

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sí obsesivo. Emma Bovary, la Regenta y Anna Kareninano tienen otra cosa para llenar sus días que sus enfebre-cidas ensoñaciones románticas.

Estas tres patéticas heroínas literarias tienen en co-mún su naturaleza adúltera. Regresamos así al tema de lainfidelidad y de las relaciones a tres, una fórmula extre-madamente común en el amor. “Incluso si el enemigo esun cándido dragón, siempre resuena en el fondo el deseosexual”, dice Huizinga (El otoño de la Edad Media). Y Re-né Girard (Mentira romántica, verdad novelesca) explicaque el deseo siempre es triangular; que sólo deseamos loque algún otro desea, hasta el punto de buscar que elamado sea infiel para poder renovar nuestra pasión porél. A todo esto hay que añadir el triángulo original freu-diano, el viejo y denostado complejo edípico, la pasiónpor el padre o por la madre, siempre imposible, siemprerenovada, siempre intacta, porque esos padres se convir-tieron, en el momento de la creación del mundo que seda en toda niñez, en la representación inalterable (e inen-contrable) de la Mujer y el Hombre.

De manera que amar, a lo que parece, significa ena-jenarse, drogarse, perderse, buscar lo inalcanzable, des-deñar lo factible. Y este comportamiento manifiesta-mente patológico debe de responder a una necesidadmuy básica y profunda del ser humano, porque podemosreconocernos en los sentimientos de los troyanos de ha-ce tres mil años o de los trovadores de hace ocho siglos.Todas las pasiones son iguales y todas son al mismotiempo diferentes, porque varía el escenario, las necesi-dades de cada cual, la manera en que nos enfrentamos ala felicidad y la desdicha.

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Y así, hay amores perversos, como el del pintorOskar Kokoschka, que, fuera de sí porque Alma Mah-ler (la esposa del compositor) había dejado de ser suamante, mandó construir una muñeca de tamaño natu-ral que se le pareciera y convivió con ella durante cercade un año, contratando incluso a una camarera paraque la vistiese. O como el celebérrimo caso de don Pe-dro de Portugal e Inés de Castro. Don Pedro, herederodel trono portugués, acudió a la corte castellana pararecoger a su prometida, la infanta Constanza, pero seenamoró de Inés de Castro, una bastarda emparentadacon el rey de Castilla. Don Pedro se llevó a Portugal alas dos mujeres y tuvo tres hijos con Inés. A la muertede Constanza, que era la esposa legal, Pedro se casócon Inés en secreto. La boda indignó de tal modo alrey Alfonso IV de Portugal, padre del príncipe, quemandó asesinar a la pobre Inés. Entonces don Pedro serebeló contra su padre, y tras diversas vicisitudes, y a lamuerte de éste, ascendió al trono con el nombre dePedro I. Para entonces ya hacía doce años que Inés ha-bía fallecido, pero lo primero que hizo el rey Pedro fueejecutar a los ejecutores de su mujer, y lo segundodesenterrar el cadáver de su amada, vestirla con ropasmajestuosas, sentarla en el trono junto a él y obligar ala Corte a desfilar ante las piltrafas rindiendo pleitesía.Una historia bárbara y cruel que ha inspirado multitudde obras literarias.

Hay también amores doblemente prohibidos, comolas pasiones homosexuales, ilegales en muchos países ydurante muchos siglos, que a menudo provocaron la pri-sión o incluso la muerte de los amantes: es el caso de

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Oscar Wilde, cuya historia veremos en estas páginas. Ocomo el incesto, un tabú ancestral que es transgredidomucho más a menudo de lo que se piensa, pero que per-manece tan enterrado en el secreto de lo doméstico quese conocen pocos casos famosos. Uno de los más céle-bres es el de la escritora Anaïs Nin, que fue amante de supadre, el compositor Joaquín Nin, una relación de la queella dio cumplido y escabroso detalle en sus diarios.Aunque Anaïs es un personaje tan antipático (al menospara mí lo es) que se diría que vivió la historia sólo parapoder escribir sobre ella.

Y hay, en fin, amores trágicos, como los del archi-duque Rodolfo, príncipe heredero del Imperio Austro-húngaro e hijo de la conocida emperatriz Sissi. Rodolfo,que tenía un carácter melancólico, bebía como una es-ponja y se atiborraba de drogas de todo tipo, era un sui-cida nato. Propuso a varias de sus amantes que murierancon él, pero ninguna tragó el anzuelo; hasta que un díacayó en sus manos la romántica y sobre todo jovencísimabaronesa María Vetsera, que tenía diecisiete años y sufi-ciente ingenuidad como para pensar que ese acto estúpi-do y desesperado era la ofrenda de un amor glorioso. Asíde triste y de miserable fue el doble suicidio de Mayer-ling, aunque la opinión pública ha tendido a presentarlocomo un hecho sublime. Suele suceder que las parejasque han pasado a la historia como símbolos de la pasiónperfecta se deshacen en la patología o la mezquindad encuanto que las contemplas de cerca. Y es que todos ten-demos a creer que el prójimo es capaz de vivir esa pleni-tud que a nosotros mismos siempre nos es esquiva: elamor absoluto, la dicha completa.

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Pero la plenitud es un espejismo y los humanos so-mos seres precarios y pequeños. Incluso los llamadosgrandes hombres (entre los que hubo también muchasmujeres grandes) suelen tener unas vidas sentimentalesdesastrosas en cuanto que te enteras del detalle. El mis-mo Freud vivió una situación doméstica un tanto ambi-gua, habitando bajo el mismo techo con su mujer y conla hermana de ésta; y de Einstein se están diciendo aho-ra barbaridades: la relación con su primera esposa, porejemplo, acabó siendo terriblemente cruel. El pobreKafka dejó un hermoso y estremecedor estudio de la pa-sión frustrada en la copiosa correspondencia que mantu-vo con sus dos amadas, primero Felice y luego Milena.En su juventud, con la dentona, sólida y sensata Felice,el escritor se permite encendidas efusiones: “¡Cómo tequiero, Dios mío!”. Pero después de que se acostaranpor primera vez en Marienbad (y de que todo salieramal, porque Kafka estaba paralizado por el miedo a laimpotencia) anotó en su diario este párrafo patético:“Las penalidades de la vida en común. Impuestas por laextrañeza, la compasión, la lascivia, la cobardía, la vani-dad; y, sepultado en las profundidades, tal vez un parvoriachuelo digno de ser llamado amor, inaccesible al quelo busca y que no lanza sino un fugaz destello”.

Claro que también hay alguna historia que, miradade cerca, se descubre conmovedoramente bella. Como larelación de Mark Twain con su esposa Olivia, con la quevivió treinta y tres años. A la muerte de ella, Twain escri-bió en su memoria un tierno y divertido librito, tituladoDiario de Adán y Eva, que trata sobre la primera pareja dela Creación. La obra termina con unas palabras dichas

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por Adán que Twain inscribió en la tumba de Olivia:“Allá donde Eva estuviese, era el Paraíso”.

Pero me parece que esta historia de Mark Twain yde Olivia es justamente lo contrario de la pasión amoro-sa. Porque es una relación auténtica entre dos personas,una convivencia construida con trabajoso esfuerzo díatras día y sin duda plagada de altibajos y de carencias,con momentos de desdén y aburrimiento, como siempresucede en lo real. Mientras que la pasión permanece en-quistada en lo imaginario, es una fantasía, una alucina-ción en la que la persona amada no es más que una excu-sa que nos buscamos para alcanzar la emoción extremadel enamoramiento. En realidad importa muy poco aquién queremos: por eso podemos volver a repetir una yotra vez el mismo paroxismo. Como dice san Agustín, loque el enamorado ama es el amor. Una droga muy bella,desde luego; pero la vida auténtica y menuda empiezajustamente donde el cuento acaba. Más allá del coloríncolorado y de las perdices.

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