Piratas
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Pirata es aquel que roba en el mar, interceptando, abordando y asaltando las
naves de carga o de guerra de cualquier nacionalidad o bandera. Todos los piratas tenían un denominador común, eran hombres salvajes y
sanguinarios pero había una diferencia notable entre ellos dependiendo de su origen. Así a los piratas de las islas de las Antillas, les llamaban Filibusteros, a los franceses expulsados de La Española y aliados de los ingleses les llamaban Bucaneros y a los piratas del Mediterráneo, les llamaban Corsarios porque provenían de la isla de Córcega, aunque también operaban por el Caribe y al otro lado del continente americano, es decir por todo el Pacífico.
De ahí viene el dicho de “tener patente de corso” que es algo así como tener permiso para todo, pero por la fuerza.
En realidad era un documento que los monarcas de algunas naciones entregaban a determinados armadores (personas propietarias de barcos), para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas, de esta forma el propietario se convertía en parte de la marina del país o la ciudad expendedora. Las naciones que más utilizaron este sistema fueron, Inglaterra y Francia.
Estos salvajes y sucios marinos, si así se les podía llamar, durante unos dos siglos estuvieron destruyendo, saqueando, abordando y maltratando a todo lo que encontraban sobre la mar o sobre la tierra. Esos no eran “trajinantes”, eran simplemente ladrones y asesinos.
Las ciudades más castigadas por estas ordas vandálicas y asesinas fueron Panamá, Cartagena de Indias, Cuba, Veracruz, Santo Domingo y muchas más como Maracaibo por El Olonés, Veracruz por Lorencillo, Portobelo o Puerto Bello por Morgan.
Tenían sus cuarteles generales en las colonias de Barbados, en Jamaica que llegó a ser, la isla más rica y fuera de la ley del mundo y en la isla Tortuga frente a las costas de Haití. Por allí se instalaron y por todo el Caribe estuvieron atacando, hostigando y robando durante casi 200 años, todas las flotas españolas y portuguesas.
Piratas ha habido por todos las mares de la faz de la tierra. “Los malos trajinantes” impusieron el terror, tanto por el Caribe como por el Pacífico o por el Atlántico e incluso por el Mediterráneo o por los mares orientales de la India, Macao o Taiwán. Todos eran iguales de crueles y sanguinarios, y además tenían un lema en común:
“Arrasa lo que veas y generoso no seas.” Podría enumerar o resaltar decenas de ellos pero solo me limitaré a los más
famosos que dejaron huellas por su maldad y vandalismo como, Henry Morgan, Sir Francis Drake (El Dragón), Jean Florín, L’Olennis (de nombre Jean David Françoise de Nau), Lauren de Graff (le llamaban Lorencillo), Pierre Legrand, Rok el Brasileño y el Capitán Robert. Aquel pirata romántico, altivo y soñador que nos describió Espronceda (1830‐1940), no existió. En su maravillosa poesía descriptiva, los primeros versos que son los más conocidos dicen:
“Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela, un velero bergantín…
Los galeones españoles procedentes del nuevo mundo, eran los más
hostigados y abordados del Atlántico y el Pacífico. Todo comenzó cuando fue abordado el galeón que transportaba el tesoro de Moctezuma II, por un pirata francés llamado Jean Florín.
Desde 1520 a 1559 predominaron los piratas y corsarios franceses y a partir de esta última fecha la pesadilla pasó a manos de los ingleses.
En un manuscrito donde el propio Cortés le narraba al Emperador Carlos V las excelencias de las tierras conquistadas a los Aztecas (Méjico), le detallaba y relacionaba el grandioso tesoro que le enviaba, compuesto de vajillas de oro y plata, esmeraldas, brazaletes de oro con ricas piedras incrustadas, collares, anillos, figuras de animales de oro macizo, máscaras y cerbatanas de plata y oro, armas de oro, ornamento sagrados de los templos paganos, y un sin fin de objetos valiosos entre los que constaba hasta el propio penacho de Moctezuma.
Cortés, en 1521 escogió a dos de sus mejores capitanes, Antonio Quiñónez y Alonso de Ávila, para que llevaran en los barcos más rápidos que disponía, el impresionante tesoro al Emperador. Uno llevaba el tesoro y el otro le daba escolta.
Casi todo el viaje transcurrió sin ningún contratiempo, navegando en conserva, con vientos largos por la popa, pero pasadas ya las islas Azores pusieron rumbo sur y muy cerca del cabo de San Vicente, cuando estaban ya prácticamente en casa, fueron interceptados y abordados por las naves del temido pirata, Jean Florín.
Este pirata, se dedicaba a esperar a los barcos Españoles, batiendo y controlando una vasta extensión de agua comprendida entre Canarias y Las Azores. La espera, esa vez, dio su fruto y tuvieron mucha suerte al toparse con estos dos barcos que transportaban el fabuloso tesoro.
Después de la encarnizada lucha y de pasar a cuchillo a los españoles, el tesoro pasó a manos del cruel pirata que volvió a Francia y se lo ofreció al Rey Francisco I; el monarca en agradecimiento, y porque se encontraba en guerra contra España, le dejó navegar con bandera francesa y con patente de corso para abordar cuantos barcos españoles y portugueses se encontrara en su camino.
Este acto de piratería puede considerarse cómo uno de los primeros registrados en la historia de los descubrimientos, al menos el más importante de todos ellos.
Desde entonces, cuando se corrió la voz de tan impresionante botín, aumentaron considerablemente los asaltos a las flotas españolas y portuguesas.
Los barcos estaban totalmente desprotegidos y era preciso poner remedio, dándole protección contra estos despiadados piratas.
A los pocos años las flotas españolas, no partían hacia el continente hasta que se reunían varios barcos y eran escoltados por buques de guerra para que los protegiesen de los piratas.
Las zonas más desprotegidas eran las costas de Portugal, Huelva, Cádiz y las aguas de Canarias y Azores. Pero lo que pasa siempre, de ser la más desprotegida se convirtió en la más vigilada, quedando operativamente incluida, en un sistema defensivo que se llamó:”Armada de la Guardia de la Carrera de Indias”, más tarde se dividió, este sistema en tres grupos o divisiones para que operaran cada uno de forma permanente en un determinado sector.
Uno de los primeros actos de renombre de la piratería, sin duda fue éste, pero antes, posiblemente, desde 1505 o 1506 se registraron incursiones de barcos franceses que hostigaban a los españoles que por aguas del Caribe se dirigían a Isla Juana (Cuba), La Española (Santo Domingo), San Juan Bautista (Puerto Rico) y otras muchas islas dominadas por los españoles.
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Ante tal éxito, reclutaban por doquier a hombres que odiaran a los españoles,
aunque no fueran de la mar. Les enseñaba a piratear y a odiar hasta la muerte todo lo español, buscando sin cesar, nuevas presas.
En aquella época, según los historiadores, no era rara esa hostilidad contra nuestra Corona, España era rica y católica, mientras que los hugonotes franceses, los anglicanos y luteranos de Inglaterra eran unos pobres desarrapados dispuestos a robar todo cuanto pudieran a los españoles.
‐Odiaban tanto a los españoles como amaban la crueldad.
Eran temidos hasta el extremo que cuando llegaban a algún puerto, todos
corrían despavoridos a esconderse en las selvas, para que no les cortaran la cabeza. Dicen en algunas de las crónicas de la época que corrían hasta las ratas y los ratones, a esconderse donde podían.
Sir Francis Drake aparte de su afán de lucro y de su crueldad destructiva, buscaba un paso del que había tenido noticias, que lo llevara de nuevo al Atlántico, pero naturalmente, no lo encontró, porque no existía.
Harto y aburrido de navegar hacia el norte sin encontrar ningún paso, con cada vez más frío y vientos desfavorables de componente norte, llegaron hasta los 43º de latitud norte. Desesperados por el mal tiempo y por el frío, cambiaron el rumbo y pusieron proa al oeste y dándole la vuelta al mundo. Pasando por el cabo de Buena Esperanza, llegaron de nuevo a Inglaterra, con todas las bodegas llenas de riquezas para su Soberana y contando y engrandeciendo todos los vandalismos cometidos. Por todas las mentiras de Francis Drake, los ingleses creyeron que sería muy fácil reconquistar y usurpar las tierras conquistadas por los españoles, tomaron Portobelo y al atacar Cartagena de India (Colombia), la joya de la Corona Española, fueron aniquilados y derrotados por el heroico Blas de Lezo.
Aparte de su odio de religión y su venganza, amaba con clara avaricia los cofres de monedas de a ocho en que los españoles convertían todo el oro de los tesoros requisados a los indios.
El Caribe se llenó de europeos en busca de fortuna, ocupando las islas y expulsando de ellas a los que no compartían sus ideas o eran de nacionalidades distintas y en guerra.
Los españoles dominaban las costas y las islas del Caribe además del noroeste de Sudamérica que era conocido como el Continente Español.
Pues bien, al divulgarse por Europa, las hazañas y las riquezas que traían los galeones españoles, todos los países europeos, organizaron viajes en barcos mercantes para el Nuevo Mundo, los barcos iban cargados de aventureros, indeseables, deportados, carne de prisión que esos hacían el viaje gratis, invitados por la corona y toda la peor calaña para buscar aventuras y nuevos horizontes que podían pagarse el viaje, amén de los religiosos y frailes que iban a evangelizar y a convertir a los infieles.
Naves inglesas, holandesas y francesas, procuraban entrometerse dentro de la zona dominada por los españoles, provocando hostilidad contra nuestros barcos.
España tuvo que implantar severas medidas para ponérselo difícil a la cantidad de europeos que estaban llegando, que al ver las dificultades que les planteaba las autoridades de España, se unían a los ingleses que eran el enemigo número uno de la Corona Española.
Una nao o un galeón español de media envergadura, tenían de 400 a 500 toneladas, exigía una tripulación de unos cien hombres y con la llegada de los piratas a
estas tripulaciones hubo que añadirles los artilleros y los soldados para defender la nave de los continuos ataques.
Nuestro Gobierno, envió una carta de protesta a través de nuestro Embajador, a la Reina Isabel Primera de Inglaterra y ésta le contestó:
‐“Que eran los españoles los que se habían atraído así mismo tales
inconvenientes por su riguroso e injusto proceder en el comercio con América”. Además, no reconocía como españolas las tierras e islas que no estuvieran
bajo su actual posesión. No consideraba como de propiedad española, aquellas tierras, que por el mero hecho de haber llegado a ellas, haberles puesto un nombre y posteriormente abandonadas a su suerte. Todos esos descubrimientos, los consideraba como hechos insignificantes que de ningún modo podían valer como título de propiedad.
En la isla de La Española (hoy Santo Domingo) se instalaron los franceses y se dedicaron a cazar cerdos y animales salvajes muy abundantes en esa isla, para su mantenimiento.
Había tal abundancia de estos animales, que para conservar la carne la cortaban a tiras, las curaban y ahumaban en unos asadores de leña y huesos de los propios cerdos; de esta manera aumentaban el sabor. A éstas semiconserva le llamaban: “bucanes”.
Por el procedimiento de cómo preparaban y conservaban éstas carnes, a los franceses, se les apodó con el sobrenombre de: “bucaneros”.
Esta carne de cerdo ahumada y salada, las vendían a los barcos que allí hacían escala, hasta que los españoles los expulsaron por estar adueñándose de toda la isla, dedicándose al robo, a la bebida, al ultraje y a la mala vida.
Era tal la mezcolanza de razas, la degeneración y el descontrol de hombres que los españoles decidieron expulsarlos a todos.
Una vez que fueron expulsados de la isla en el año 1630, como a algún sitio tenían que marcharse, la mayoría fueron a parar a la isla Santiago (Jamaica) y se unieron a los ingleses, donde eran bien recibidos. Cualquier malhechor que supiera empuñar un arma y que estuviera dispuesto a luchar contra los españoles, encontraba asilo y cobijo entre sus filas.
Las Bahamas (su nombre viene de los españoles y significa, bajamar o poco fondo) también fue un refugio de piratas y la más frecuentada por ellos era la isla Nueva Providencia que está situada entre las islas Eleuther al Este y Andros al Oeste y forma parte de Las Antillas. (Ahora es colonia británica y su capital es Nassau).
Al poco tiempo estas islas y la de Jamaica se convirtieron en el refugio de la peor calaña de ladrones, prostitutas y asesinos. Eran buenos tiradores y usaban todo tipo de armas de fuego como, mosquetes, pistolas, trabucos. Con los sables, machetes y puñales también eran expertos o mejor dicho, también eran unos sanguinarios.
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Después de Sir Francis Drake, (1540‐1595) nadie dejó una huella tan profunda como dejó el almirante Morgan, a su muerte el gobierno Inglés, a título póstumo le concedió el grado de Almirante, aunque también es verdad que durante los quince años que estuvo navegando por todos los mares y sobre todo por “el mar español”, dedicado al saqueo y a la piratería, no tenía ni un solo amigo, tal vez por aquello que él siempre decía:
‐“Para exigir obediencia, hay que imponer respeto”. Había un dicho, por aquel entonces, que decía: ‐“Barco Inglés, pirata es.” Y tenían toda la razón porque todos los barcos ingleses que navegaban por allí
se dedicaban a lo mismo, al pirateo y al saqueo y a acosar a los españoles, creando el pánico y el terror entre las tripulaciones.
Pero a Sir Henry Morgan, había una cosa que lo tenía tremendamente obsesionado, era la joya de la Corona Española, en la Costa del Pacífico: la Ciudad de Panamá.
Toda la ciudad estaba rodeada por unos 18 kilómetros de jungla por lo que tan solo podía ser atacada por mar pero para ello tenían que vérselas con toda la artillería de la fortaleza que cercaba la ciudad. Morgan reunió una flota de 38 barcos y reclutó a 2.000 hombres entre filibusteros y bucaneros que partieron hacia la ciudad de Panamá.
Mientras atacaba por mar con la flota de los 38 barcos de que disponía, Henry Morgan, siguiendo su estrategia, atacó por la retaguardia teniendo que atravesar gran parte de la jungla. Los españoles al verse ya perdidos prendieron fuego a la ciudad y la destruyeron. Las cosas de valor las enterraron por los bosques cercanos y aterrorizados se marcharon.
Gracias a un personaje muy curioso llamado Alexandre Oliver Exquemelin, el médico barbero de los piratas, hoy tenemos la descripción de muchos asaltos a ciudades españolas, pero bajo el punto de vista de los piratas que, aunque cruento, es muy interesante, por lo que sería conveniente contar algo de este singular pirata.
Alexandre Oliver Exquemelin nació en Honfleur del departamento normando de Calvados (Francia), al sur del estuario del Sena, allá por 1645. Se dice que era hugonote y que huyendo de las persecuciones religiosas, siendo muy joven, se embarcó en Francia en 1666 con la Compañía Francesa de la Indias Occidentales, en un barco llamado el”Saint Jean”, enrolándose como marinero, pero tuvo la mala suerte de que al llegar al Caribe su barco fue interceptado y abordado por unos piratas y hecho prisionero. Al llegar a la ciudad de Maracaibo, fue vendido como esclavo a un médico que le tomó gran aprecio. De él, aprendió el oficio de cirujano‐barbero y además, al poco tiempo, tuvo la suerte de obtener de su benefactor el documento que le libraba de su condición de esclavo, obteniendo así su libertad.
En vista de cómo andaban de complicadas por allí las cosas, Exquemelin decidió unirse a los piratas abrazando la Ley de Costas e ingresando en la
“Congregación de los Piratas”. Este hecho también tenía su ritual y un procedimiento especial, descrito por Exquemelin, que todos superaban y que hoy en día apenas si se conoce.
Entre estos desalmados, aunque parezca increíble, había un código de conducta. Este código tenían que aceptarlo y jurarle obediencia antes de entrar bajo las órdenes del capitán Morgan, o de cualquier otro desalmado capitán. Los puntos eran los siguientes:
1 Todos deberán obedecer las órdenes. 2‐ Si no hay botín no hay paga. El botín será repartido de la siguiente
manera: una parte y media para el capitán, una parte a repartir entre los tripulantes, y un cuarto a repartir entre el maestro artillero, el contramaestre y el maestro carpintero. El resto que quedase para gastos generales.
3‐ Quien mantenga en secreto un intento de abandonar el barco, o de amotinamiento, será abandonado en una isla desierta con una carga de pólvora, una botella de agua y una pistola con una sola bala.
4 El castigo por atacar y golpear a un compañero será de cuarenta latigazos en la espalda desnuda.
5 Quién sea holgazán y no limpie sus armas, perderá parte de su botín. 6 Todos podrán votar cuando haya que tomar decisiones importantes. 7 Todos podrán tomar una parte de la bebida y de la comida fresca
capturada. 8 A quién fuere encontrado robándole a otro miembro de la tripulación,
se le cortará la nariz y las orejas y será abandonado en la costa. 9 Queda prohibido apostar dinero en juegos de cartas.
10 La pena por traer una mujer disfrazada de hombre a bordo es la muerte.
11 Nadie podrá abandonar la tripulación hasta que no haya ganado mil cien libras.
12 El pago por perder una extremidad del cuerpo en combate será de ochocientas piezas de plata.
Exquemelin estuvo a las órdenes de distintos capitanes famosos, como el
propio Morgan u otro tan sanguinario o más que Morgan, de origen francés, que se llamaba L’Olonnais. Con él, tomó parte en el asalto de la Isla de Santa Catalina, antes de que fuera cedida a Portugal. También participó en el primero de los asaltos a Maracaibo y con Morgan participó en el segundo ataque a dicha ciudad de Maracaibo y también al asedio y quema de la ciudad de Panamá.
Durante quince años estuvo pirateando a las ordenes de los más crueles piratas y a la vez que cosía una herida o una cabeza, o cortaba una pierna desgarrada por un cañonazo, o aplicaba ungüentos o emplastes para los dolores, iba escribiendo cuanto veía o acontecía, bajo la temida bandera negra de la calavera sobre dos tibias cruzadas.
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El juramento que hacían al escoger compañero era muy serio y formal. Lo
hacían ante un improvisado altar, pero aunque parezca broma, se lo tomaban muy en serio, hasta el extremo que si uno de ellos moría en la contienda, el superviviente le heredaba, pero si no respetaba el reparto o si se observaba que uno de ellos no defendía a su hermano, era castigado y condenado. Eran reglas inviolables, que su incumplimiento se pagaba con la horca o durísimos castigos físicos.
Exquemelin por aquel entonces, definía perfectamente cuál era la razón del porqué aquellos hombres, vivían fuera de la ley. Hoy en día también aquel razonamiento hay quien lo defiende. Decía así:
‐“En un trabajo honrado lo normal es trabajar mucho y ganar poco; la vida
del pirata es libertad, poder, plenitud, saciedad, placer y fortuna pero el peor inconveniente estar fuera de la ley”. Cuando conseguían un buen botín, ponían rumbo a Port Royal, donde se reunía toda la canalla de piratas, bucaneros y filibusteros. Allí se divertían y gastaban sus ganancias entre las tabernas y los burdeles, pero a la hora de abordar un barco eran los rufianes más fieros, feroces y desalmados que se pueda imaginar, con un único objetivo: “Todos contra España”
Durante aquella agitada vida, Exquemelin, todo lo fue anotando y allá en
Ámsterdam comenzó a recopilar y a escribir su libro. Una vez que lo hubo terminado fue editado por Jan ten Hoorn en 1678, a la vez que ejercía su profesión de cirujano. Harto y aburrido de aquella vida sin riesgo, en 1697 regresó al Caribe y fue bien recibido de nuevo, por el propio Morgan que de inmediato lo enroló en su flota, participando en uno de los asaltos de Cartagena de Indias.
Desde allí se le pierde el rastro pero hay quien dice que Alexandre Oliver Exquemelin, murió en la ciudad de Maracaibo en 1710 después de una peligrosa y vertiginosa vida pirateando por los mares del Caribe. Otro “trajinante de la mar” pero de la parte contraria, pero al fin y al cabo “trajinante”.
La historia de los piratas, aunque ha estado siempre envuelta y adornada, con leyendas y mitos siempre infundados, ha sido la más triste historia que ha tenido que padecer el imperio español de ultramar. España y Portugal tuvieron que padecer esta pesadilla durante doscientos años.
Algunos historiadores, antiguos y modernos, dicen que la piratería fue el factor decisivo del inicio de la decadencia de nuestro Imperio.
E.Otaolaurruchi PATRONO DE LA FUNDACIÓN