poema tupac amaru

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CANTO A TUPAC AMARU Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin límites. Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu sangre, no muerto, gritando todavía. Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos. Está cantando el río, está llorando la calandria, está dando vueltas el viento; día y noche la paja de la estepa vibra; nuestro río sagrado está bramando; en las crestas de nuestros Wamanis montañas, en su dientes, la nieve gotea y brilla. ¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros? Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar; escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte! En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños. En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres están llorando, más tristes, más tristemente que los niños. Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos. ¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor helado. Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada, nunca amada; el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suave-mente brotan al mundo. ¡Somos aún, vivimos! De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre, hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto. ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que devora la paja

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CANTO A TUPAC AMARU

Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin límites.

Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu sangre, no muerto, gritando todavía.

Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.

Está cantando el río,está llorando la calandria,está dando vueltas el viento;día y noche la paja de la estepa vibra;nuestro río sagrado está bramando;en las crestas de nuestros Wamanis montañas,en su dientes, la nieve gotea y brilla.

¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?

Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar; escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!

En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres están llorando, más tristes, más tristemente que los niños.Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor helado.Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,nunca amada;el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suave-mentebrotan al mundo.¡Somos aún, vivimos!

De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre, hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto. ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.

Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:las balas están matando,las ametralladoras están reventando las venas,los sables de hierro están cortando carne humana;los caballos, son sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza,mi estómago están reventando,aquí y en todas parte;sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco,en las llanuras frías, en los caldeados valles de la costa,sobre la gran yerba viva, entre los desiertos.

Padrecito mío, Dios Serpiente, tu rostro era como el gran cielo, óyeme: ahora el corazón de los señores es más espantosos, más sucio, inspira más odio. Han corrompido a nuestros propios hermanos, les han volteado el corazón y, con ellos, armados de armas que el propio demonio de los demonios no podría inventar y fabricar, nos matan. ¡Y sin embargo, hay una gran luz en nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajados a las ciudades de los señores. Desde allí te hablo.

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Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la gran selva. Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno Amaru.

Nos arrebataron nuestras tierras. Nuestras ovejitas se alimentan con las hojas secas que el viento arrastra, que ni el viento quiere; nuestra única vaca lame agonizando la poca sal de la tierra. Serpiente Dios, padre nuestro: en tu tiempo éramos aún dueños, comuneros. Ahora, como perro que huye de la muerte, corremos hacia los valles calientes. Nos hemos extendido en miles de pueblos ajenos, aves despavoridas.

Escucha, padre mío: desde las quebradas lejanas, desde las pampas frías o quemantes que los falsos wiraqochas nos quitaron, hemos huido y nos hemos extendido por las cuatro regiones del mundo. Hay quienes se aferran a sus tierras amenazadas y pequeñas. Ellos se han quedado arriba, en sus querencias y, como nosotros, tiemblan de ira, piensan, contemplan. Ya no tememos a la muerte. Nuestras vidas son más frías, duelen más que la muerte. Escucha, Serpiente Dios: el azote, la cárcel, el sufrimiento inacabable, la muerte, nos han fortalecido, como a ti, hermano mayor, como a tu cuerpo y tu espíritu. ¿Hasta donde nos ha de empujar esta nueva vida? La fuerza que la muerte fermenta y cría en el hombre ¿no puede hacer que el hombre revuelva el mundo, que lo sacuda?

Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa. El río de mi pueblo, su sombra, su gran cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, están palpitando dentro de esa casa; un picaflor dorado juega en el aire, sobre el techo.

Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta cabeza corrompida de los falsos wiraqochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo

de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y alumbra todo el espíritu y el camino.

Tranquilo espera,tranquilo oye,tranquilo contempla este mundo.Estoy bien ¡alzándome!Canto;mismo canto entono.Aprendo ya la lengua de Castilla,entiendo la rueda y la máquina;con nosotros crece tu nombre;hijos de wiraqocha te hablan y teescuchancomo el guerrero maestro, fuegopuro que enardece, iluminando.Viene la aurora.Me cuentan que en otros puebloslos hombre azotados, los que sufrían,son ahora águilas, cóndores deinmenso y libre vuelo.Tranquilo espera.Llegaremos más lejos que cuanto tú quisiste y soñaste.Odiaremos más que cuanto tú odiaste;amaremos más de lo que tú amaste,con amor de paloma encantada, de calandria.Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin límites, lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.

Al helado lago que duerme, al negro precipicio, a la mosca azulada que ve y anuncia la muerte a la luna, las estrellas y la tierra, el suave y poderoso corazón del hombre; a todo ser viviente y no viviente, que está en el mundo, en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o paloma, piedra o arena, haremos que se regocijen, que tengan luz infinita, Amaru, padre

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mío. La santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con hondas trenzadas ni estallada por el rayo de pólvora. El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a tu medida.

Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la tela imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.

ACTIVIDADES

1. Según el texto ¿Dónde lloran los niños?

a) En la selva profunda b) En los pueblos y en las punas c) A las orillas de un rio d) Por los caminos

2. Subraya los enunciados que aparecen en el texto.

a) Dios serpiente ¡Escucha nuestro ruego! b) Bajo la sombra de un árbol llora un Wamani.

c) El pueblo disfruta de su libertad d) Nos arrebataron nuestras tierras.

3. ¿cuál es el propósito del texto? Es decir ¿Con que finalidad fue escrito?

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4. ¿En qué formato o formatos está escrito el texto?

a) Sólo en prosa b) Prosa y verso c) Sólo en verso d) N. A.

5. ¿Qué efecto produce el uso de versos en el texto?

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6. Comenta ¿Qué parte del texto representa la siguiente ilustración?

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7.¿Que quiere dar a entender la siguiente frase: “Entiendo ya la lengua de castilla, entiendo la rueda y la máquina”.

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8. ¿Qué otro final crearías para el texto?

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9. ¿Qué valor das a la libertad? Argumenta.

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10. Dibuja el pasaje de la historia que más te haya llamado la atención.

“POQUITA COSA”[Cuento. Texto completo.]

Anton Chejov

Hace unos días invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

-En cuarenta...

-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

-Dos meses y cinco días...

-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...

A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!

-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!

-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.

-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.

-¡Pero si lo tengo apuntado!

-Bueno, sea así, está bien.

-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...

Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...

Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!

-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...

-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!

Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.

-Merci -murmuró.

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Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.

-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.

-Por el dinero.

-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?

-En otros sitios ni siquiera me daban...

-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?

Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"

Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

ACTIVIDADES

1. ¿Cuál fue el descuento más elevado que iba a afrontar Yulia?……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

2.¿Qué comportamiento asumió Yulia frente a los sucesivos descuentos?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

3.¿Qué decidió, finalmente, el señor, ante tanta pasividad de Yulia?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

4.¿Por qué crees que Yulia no tuvo la iniciativa de cobrar sus propios honorarios y esperó la invitación del señor?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

5.¿Con qué fin se gastó este tipo de broma el señor, con Yulia?

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6. ¿Crees que hizo bien Yulia al tolerar tantos descuentos? ¿Por qué?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

7 ¿Estás de acuerdo con la broma que el señor hizo a Yulia? ¿Por qué?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

8¿Crees que un trabajador debe protestar frente a las injusticias? ¿Por qué?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

9. ¿Quién crees que tiene mayor responsabilidad en un proceso de enseñanza, la institutriz (maestra) o el señor (patrón) que controla a la primera? ¿Por qué?………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

10. ¿Cuál es la temática central del texto?

a) La consideración de un empleador. b) Pasividad de una maestra frente al reclamo de sus derechos.c) Las costumbres de un pueblo. d) La educación de unos niños.

Aplicación Práctica

¿Qué habrías hecho tú, de haber estado en el lugar del empleador de la institutriz? ¿Cuál sería tu objetivo?

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LA GUERRA DE LOS ANIMALES Hubo un tiempo en que todos los animales de la selva estaban en guerra. Pero casi nadie sabía porqué. Ni se Interesaban en saberlo. Lo único que recordaban es que quienes Iniciaron la contienda fueron los pumas y los sapos. Pero no se conoce cómo pudo suceder una reyerta entre quienes habitan en las charcas y los otros quienes habitan en las cuevas envueltos por la maleza. Existe sólo un rumor, una versión de cómo empezó esta pelea. Cuentan que... Una hermosa mañana de sol un puma se acercó a la orilla del río Zambía. Fue a tomar agua y sin querer pisó la cabeza a un sapo que se encontraba soleándose sobre la hierba. Éste alzando la voz le increpó: – Oiga. ¿No ve dónde pone la manaza cochina? A lo que el puma volteó y de un golpe lo empujó al agua diciendo: – ¡Mentecato! ¿No sabes que cuando bajo a beber, bichos como tú deben esconderse y desaparecer en el pantano? Entonces el sapo lleno de ira lo escupió en la cara. Eso dicen. Como el puma no pudo cogerlo, ambos se fueron muy resentidos a contarles a sus paisanos. Y empezaron a formarse dos bandos.

A quienes los sapos primero llevaron sus quejas fue a los grillos, sus parientes y vecinos. Los pumas se lamentaron ante sus hermanos, los que inmediatamente salieron y cazaron a varios sapitos a quienes dieron una muerte atroz creyendo escarmentar así la ofensa cometida. Los sapos entonces piden el apoyo de los tábanos, que juraron día y noche zumbar en el aire maltratando a los pumas. Logran también la adhesión de las arañas, que apresuradas y silenciosas empezaron a tejer sus telas cual trampas fatales. Y ganan a las avispas, que en grupos pequeños atacaron haciendo imposible la vida de los felinos. Por su lado, los pumas consiguieron lo participación de los lobos, añases y sajinos. De los armadillos que pueblan el bosque y de las culebras. Lograron el apoyo de las sachavacas y los cocodrilos, que extasiados con lo idea de lo guerra dieron zambullidos y chapoteos que mermaron las aguas de los ríos. Algo caracterizaba o los dos bandos: Por el lado de los sapos se unían cada vez más los animales pequeños, insignificantes, invisibles, que se agrupaban en los territorios bajos como llanuras y orillas de lagunas y ríos.

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Con los pumas se asociaban los animales cada vez más grandes, poderosos y terribles, que se iban concentrando en las regiones altas como montes y cumbres de montañas. Día a día nuevas especies se iban plegando a uno y otro partido. Los sapos atrajeron para sí a las hormigas. Alacranes, pirañas y tarántulas les declararon sus simpatías. También le dieron su apoyo los zancudos que combaten en las noches y las luciérnagas que iluminan u oscurecen los caminos. Pidieron el auxilio de las temibles machacos (culebras voladoras) cuyo veneno en pocos segundos trae la muerte. No paró allí el asunto, porque monos, osos y jabalíes declararon su Ingreso a la guerra al lado de los pumas, adhesión con la cual creyeron tener la victoria frente a los insolentes batracios y sus seguidores. Una época de destrucción y muerte Imperó en la selva.

Sucedían actos de pillaje, violación de soberanía, crímenes, violencia de todos los días. Los animales grandes andaban ufanos, bulliciosos y agresivos, pisando la cabeza a los pequeños que vivían escondiéndose, asustados, sembrando de piedras y espinas el sendero de los enormes. Tanta era la discordia que se invadían nidos, se anegaban madrigueras, se envenenaban lagunas y ríos. La selva se venía abajo con este enfrentamiento. Nadie quería juzgar la naturaleza de la ofensa ni admitir ventaja a los contrarios. Animales de uno y otro bando se agredían. Así se anduvieron por mucho tiempo. Felizmente un día, en un momento de lucidez, una anciana tortuga presentó una sugerencia: – Que animales elegidos por cada bando peleen y definan de una vez esta contienda. –Dijo. Los grandes escucharon y aplaudieron rabiosamente esta propuesta. Los pequeños se consultaron entre sí y luego de una corta deliberación también aceptaron la idea. Pronto en el lado de los grandes se llevaron a cabo varias reuniones en donde unos y otros se disputaban salir elegidos, hecho que les aseguraba un triunfo rotundo y consecuentemente la gloria. Cada animal argumentaba tener más fuerza y audacia para vencer a los contrarios. El primero en disputar el puesto fue el cocodrilo que, con voz ronca y lengua pastosa, vociferó: – Creo ser el rival indicado. – ¡Deja primero de mover tu cola que fastidias! –Se atrevió a decir el mono que apenas veía colgado en una rama. – ¿Quéee? –Frunció las cejas el saurio. – ¡La verdad! Tú no asustarías a nadie. Eres muy pesado para pelear. Al escuchar esto la bestia llena de furia dio un golpe con la cola que derribó el árbol donde se mecía el incauto, y de donde apenas salieron volando las aves para ponerse a salvo. Entonces se deslizó una terrible culebra de lomo pintado como si fuera mariposa. Y haciendo centellear sus ojos entre la concurrencia, habló casi silbando: – ¿Quién resiste el hechizo de mi mirada? ¿Quién mi veneno que ciega con la muerte?E hizo castañetear los dientes de los venados que asustados echaron a correr por campo traviesa. – ¡Basta! Gruñó, irguiéndose majestuoso el otorongo. – ¡Basta, repito! Se afiló las uñas en las piedras y sin mirar a nadie continuó: – Acábese por fin esta ridícula pelea. – Shhh... –Callaron todos. – ¿Quién es capaz entre los presentes de disputar supremacía al Señor Otorongo?

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– Shhh... –Nadie. – ¿Quién? –Bramó con más fuerza Dio un salto y se paseó mirando fijamente a cada uno de los asistentes. Nadie osó murmurar ni siquiera respirar. Menos oponerse a lo dicho por tan imponente Señor. Consecuentemente, quedó proclamado él mismo como representante, sin que nadie se atreviera a decir ésta boca es mía. Al terminar la asamblea sonrió con desprecio saboreando su hazaña. Y allí se quedó, moviendo la cola de uno a otro lado, y torciendo con calma sus mostachos. En el bando de los sapos todos estaban en silencio.

A los pequeños se los veía correr de un lado paro otro, agachados, como llevando o trayendo algo.

Nada se sabía del modo cómo procederían en la elección, ni quién sería el rival capaz de enfrentar al otorongo. Un secreto sordo, uno oscuridad tupida como la noche de la selva. Una sombra intrincada como la maraña que hacen lianas, flores y árboles cubrió el nombre del combatiente. Tampoco en la tienda de los grandes se preocuparon en absoluto en averiguarlo. Mientras... Contingentes de uno y otro bando limpiaban el campo, quitaban las hojas, medían linderos. Entre unos y otros se ayudaban para reservarse el mejor sitio. En sus casas ensayaban a vestir el mejor traje. Los grandes preparaban una gran fiesta para celebrar la victoria y recibir al héroe. Enormes cantidades de masato, taperibá, viandas de distintas especies se llevaban hacia el lugar de la celebración. Las orquestas de músicos tenían contrato para toda la noche y el amanecer del día siguiente. El día acordado, desde las primeras horas de la mañana los alrededores de la chacra se fueron llenando de animales que tomaban ubicación en los árboles, montes cercanos, ríos y maleza. En poco tiempo los contornos estuvieron cubiertos de garzas, monos, patos, majás. Por allí andaban jabalíes, pelejos y culebras. Los peces se acercaron hasta una pequeña laguna donde se juntaron también los lagartos. Había enorme entusiasmo en los grandes y nerviosismo en los pequeños. Era en verdad un gran acontecimiento, era por fin el término de la guerra. Todos estaban alegres, como no sucedía desde hacia tiempo. Se daban la mano y se saludaban atentos. Y la hora Indicada llego. Sin dejarse esperar saltó ágilmente el otorongo desprendiéndose desde una inmensa rama. Vestía para el efecto sus mejores galas. Hubo una cerrada ovación y gritos de júbilo de parte de sus aliados. En respuesta él hizo varias piruetas en el aire, que arrancaron aplausos de toda la concurrencia. Un rato estuvo haciendo reír con sus ejercicios. Ya todos miraban a uno y otro lado para ver aparecer al desconocido adversario de tan importante rival. Pero no se producía movimiento especial en ningún costado. Los sapos, ocultos bajo la hierba, no osaban asomar la cara. Los peces tenían una expresión indescifrable. Las hormigas hundían la cabeza en el suelo como si rezaran. Pasados unos minutos, que parecían eternos, dijo el otorongo con sorna. – ¿Me tienen miedo los del bando contrario que no envían a su representante? Y se rió jactancioso. En ese mismo instante sintió en la parte más sensible de la entre pierna un tremendo pinchazo. Volteó con furia y se desgarró la piel con las uñas. Su contendor era la diminuta isula, armada de su filuda saeta.

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Ahora corría de un lado a otro por la panza y el lomo del otorongo, asestándole picaduras que se hinchaban como volcanes. En pocos minutos el gigante se ahogaba en su propia sangre. Lo concurrencia estaba atónita, parecía que el otorongo había enloquecido bajo el efecto de algún brebaje, urdido por los sibilinos sapos. Pero éstos, alzando la cabeza, dijeron el nombre del luchador: – Es la isula. – ¡Es la isula! Voz que empezó a correr de boca en boca por todas las comarcas. Mientras, el otorongo giraba como envuelto en llamas, se elevaba y caía, manoteando el viento. Sus gruñidos retorcían árboles lejanos.

Vuelto contra sí garras y dientes derramaba espuma, se arrancaba el pellejo. La isula en tanto ya se arrastraba por el pescuezo. Y llegaba hacia la cabeza. Al posar cerca de la oreja barrenó su espada. El otorongo se llevó con fuerza indómita las manos que le hicieron profundas heridas. Ya en el borde del ojo la isula pinchó certeramente en la pupila de su enemigo. Un alarido desgarrador hizo caer a varias cacatúas desde un alto guayabo. El dolor lo lanzó al suelo. Instante que aprovechó el pequeño animal para saltar al otro párpado donde clavó su saeta.

Lo hizo justo en el centro de la pequeña luz aún abierta en el ojo del felino. Este vio el sol que rodaba hasta quedarse enredado en las zarzas de sus pestañas tiesas. Escuchó el tenue aleteo de las garzas alzando el vuelo para ausentarse. El sabor dulce de la sangre en su lengua le pareció a su madre, cuando retozaba con ella y que salía a su encuentro. Y se abandonó suave e infinitamente en su recuerdo. Animales de uno y otro lado contemplaron cómo se desplomaba pesadamente en el suelo. Vieron cómo se torcía con las patas encogidas y vueltas hacia arriba. En ese momento la isula, alzando su lanza guerrera gritó a todo pulmón dando estas consignas: – ¡Hormigas, a las barrigas! – ¡Abejas, a las orejas! – ¡Alacranes y piojos, a los ojos! – ¡Arañas, a las entrañas! Los animales grandes sintieron aguijones, ardores, punzadas y empezaron a correr, a revolcarse, a dar de saltos, a arañarse. Unos bufaban, otros se lanzaban al agua, otros ya espumaban. – ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! –Empezaron a gritar. – ¡Rendición! ¡Perdón! –Y aparecieron por aquí y por allá banderas blancas. Y menudearon las súplicas y los ruegos. La isula alzando su saeta gritó: – ¡Basta! ¡Basta! EPÍLOGO La tierra, el agua, el sol y las estrellas Así se alcanzó la paz en estos parajes y contornos. Volvieron otra vez a tejerse nidos, trenzarse madrigueras y alzarse cubiles. Volvieron a organizarse comunidades y a edificarse pueblos y ciudades. Los grandes dejaron de abusar de los pequeños. Así volvió a reinar la paz. Y fue una armonía radiante, hermosa y fraterna. Todos se dedicaron a construir, a prosperar y ser felices Los grandes aprendieron a aceptar que todos tienen un lugar que debemos respetar y una dignidad que debemos defender. Los pequeños lograron que se les respete, volviendo a ser amigos de los grandes: – ¡Hola tapir, que estupenda veo a tu trompa y brillante tu pelaje!

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– ¡Hola caracolito, son lindos tus cachitos! Así se restituyó la armonía entre el sol, la luna, las estrellas y cometas del universo con las piedras, el agua, el fuego y el viento. Y, entre todos, con los seres vivientes del planeta. Y un canto de amistad se escucha en todo el ámbito de la faz de la tierra. Autor: Danilo Sánchez Lihón

ACTIVIDADES

1. ¿Por qué el texto se titula “la guerra de los animales”?……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

2. VOCABULARIO: Identifica el significado de las siguientes palabras:Saeta.__________________________________________________________________________________________________Fraterna:________________________________________________________________________________________________Isula___________________________________________________________________________________________________mañases:________________________________________________________________________________________________Pillaje __________________________________________________________________________________________________

3. RETENCIÓN DE LECTURA¿Quién es el autor del cuento?________________________________________________________________________________________________________

¿Qué actitud muestra el puma frente al sapo?________________________________________________________________________________________________________

¿Qué características tomaron en cuenta de sí mismos los animales grandes para darse por ganadores?_______________________________________________________________________________________________________

¿Qué actitudes fueron demostradas por los animales más pequeños?_______________________________________________________________________________________________________

4. COMPRENSION DE LECTURA

¿Qué crees que habría sucedido si ganaba el bando de los animales grandes? Explica._______________________________________________________________________________________________________

“La unión hace la fuerza” ¿Qué tiene que ver el texto con el anterior dicho? Explica_______________________________________________________________________________________________________

5. LECTURA CRÍTICA

¿Tú crees que el cuento transmite algún mensaje? ¿Por qué?

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¿Fue necesario el enfrentamiento entre los animales? ¿Qué otras opciones para solucionar su conflicto pudieron poner en práctica?

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6. CREATIVIDADInspírate y crea un poema en el que des como mensaje la paz y armonía.

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7. Dibuja la parte del cuento que más haya llamado tu atención.

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El diablo en el campanarioAutor: Edgar Allan Poe

¿Qué hora es? (Antiguo adagio)

Todo el mundo sabe, de una manera general, que el lugar más hermoso del mundo es —o era, ¡ay!— la villa holandesa de Vondervotteimittiss. Sin embargo, como queda a alguna distancia de cualquiera de los caminos principales, en una situación en cierto modo extraordinaria, quizá muy pocos de mis lectores la hayan visitado. Para estos últimos convendrá que sea algo prolijo al respecto. Y ello es en verdad tanto más necesario cuanto que si me propongo hacer aquí una historia de los calamitosos sucesos que han ocurrido recientemente dentro de sus límites, lo hago con la esperanza de atraer la simpatía pública en favor de sus habitantes. Ninguno de quienes me conocen dudará de que el deber que me impongo será cumplido en la medida de mis posibilidades, con toda esa rígida imparcialidad, ese cauto examen de los hechos y esa diligente cita de autoridades que deben distinguir siempre a quien aspira al título de historiador.Gracias a la ayuda conjunta de medallas, manuscritos e inscripciones estoy capacitado para decir, positivamente, que la villa de Vondervotteimittiss ha existido, desde su origen, en la misma exacta condición que aún hoy conserva. De la fecha de su origen, sin embargo, me temo que sólo hablaré con esa especie de indefinida precisión que los matemáticos se ven a veces obligados a tolerar en ciertas fórmulas algebraicas. La fecha, puedo decirlo, teniendo en cuenta su remota antigüedad, no ha de ser menor que cualquier cantidad determinable.Con respecto a la etimología del nombre Vondervotteimittiss, me confieso, con pena, en la misma falta. Entre multitud de opiniones sobre este delicado punto —algunas agudas, algunas eruditas, algunas todo lo contrario— soy incapaz de elegir ninguna que pueda considerarse satisfactoria. Quizá la idea de Grogswigg —que casi coincide con la de Kroutaplenttey— deba ser prudentemente preferida. Es la siguiente: Vondervotteimittiss —Vonder, lege Donder— Votteimittiss, quasi und Bleitziz —Bleitziz obsol: pro Blitzen. Esta etimología, a decir verdad, se halla confirmada por algunas huellas de fluido eléctrico manifiestas en lo alto del campanario del edificio de la Municipalidad. No deseo, sin embargo, pronunciarme en tema de semejante importancia, y debo remitir al lector deseoso de información a las Oratiunculae de Rebus Praeter-Veteris, de Dundergutz. Véase también, Blunderbuzzard, De Derivationibus, págs. 27 a 5.010, in folio, edición gótica, caracteres rojos y blancos, con reclamos y sin iniciales, donde pueden consultarse también las notas marginales autógrafas de Stuffundpuff y los comentarios de Gruntundguzzell.No obstante la oscuridad que envuelve la fecha de la fundación de Vondervotteimittiss y la etimología de su nombre, no

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cabe duda, como dije antes, de que siempre existió como lo vemos actualmente. El hombre más viejo de la villa no recuerda la menor diferencia en el aspecto de cualquier parte de la misma, y, a decir verdad, la sola insinuación de semejante posibilidad es considerada un insulto. La aldea está situada en un valle perfectamente circular, de un cuarto de milla de circunferencia, aproximadamente, rodeado por encantadoras colinas cuyas cimas sus habitantes nunca osaron pasar. Lo justifican con la excelente razón de que no creen que haya absolutamente nada del otro lado.En torno a la orilla del valle (que es muy uniforme y pavimentado de baldosas chatas) se extiende una hilera continua de sesenta casitas. De espaldas a las colinas, miran, claro está, al centro de la llanura que queda justo a sesenta yardas de la puerta de cada una. Cada casa tiene un jardinillo delante, con un sendero circular, un cuadrante solar y veinticuatro repollos. Los edificios mismos son tan exactamente parecidos que es imposible distinguir uno de otro. A causa de su gran antigüedad el estilo arquitectónico es algo extraño, pero no por ello menos notablemente pintoresco. Están construidos con pequeños ladrillos endurecidos a fuego, rojos, con los extremos negros, de manera que las paredes semejan un tablero de ajedrez de gran tamaño. Los gabletes miran al frente y hay cornisas, tan grandes como todo el resto de la casa, sobre los aleros y las puertas principales. Las ventanas son estrechas y profundas, con vidrios muy pequeños y grandes marcos. Los tejados están cubiertos de abundantes tejas de grandes bordes acanalados. El maderaje es todo de color oscuro, muy tallado, pero pobre en la variedad del diseño, pues desde tiempo inmemorial los tallistas de Vondervotteimittiss sólo han sabido tallar dos objetos: el reloj y el repollo. Pero lo hacen admirablemente bien y los prodigan con singular ingenio allí donde encuentran espacio para la gubia.Las casas son tan semejantes por dentro como por fuera, y el moblaje responde a un solo modelo. Los pisos son de baldosas cuadradas, las sillas y mesas de madera negra con patas finas y retorcidas, adelgazadas en la punta. Las chimeneas son anchas y altas, y tienen no sólo relojes y repollos esculpidos en el frente, sino un verdadero reloj que hace un prodigioso tic-tac, en el centro de la repisa, y en cada extremo un florero con un repollo que sobresale a manera de batidor. Entre cada repollo y el reloj hay un hombrecillo de porcelana con una gran barriga, y en ella un agujero a través del cual se ve el cuadrante de un reloj.Los hogares son amplios y profundos, con morillos de aspecto retorcido y agresivo. Allí arde constantemente el fuego sobre el cual pende un enorme pote lleno de repollo agrio y carne de cerdo, que una buena mujer de la casa vigila continuamente. Es una anciana pequeña y gruesa, de ojos azules y cara roja, y usa un gran bonete como un terrón de azúcar, adornado de cintas purpúreas y amarillas. El vestido es de una basta mezcla de lana y algodón de color naranja, muy amplio por detrás y muy corto de talle, a decir verdad muy corto en otras partes, pues no baja de la mitad de la pierna. Las piernas son un poco gruesas, lo mismo que los tobillos, pero lleva un bonito par de calcetines verdes que se las cubren. Los zapatos, de cuero rosado, se atan con un lazo de cinta amarilla que se abre en forma de repollo. En la mano izquierda lleva un pequeño reloj holandés; en la derecha empuña un cucharón para el repollo agrio y el cerdo. Tiene a su lado un gordo gato mosqueado, con un reloj de juguete atado a la cola que «los muchachos» le han puesto por bromear.En cuanto a los muchachos, están los tres en el jardín cuidando el cerdo. Tienen cada uno dos pies de altura. Usan sombrero de tres puntas, chaleco color púrpura que les llega hasta los muslos, calzones de piel de ante, calcetines rojos de lana, pesados zapatos con hebilla de plata y largos levitones con grandes botones de nácar. Cada uno de ellos tiene, además, una pipa en la boca y en la mano derecha un pequeño reloj protuberante. Una bocanada de humo y un vistazo, un vistazo y una bocanada de humo. El cerdo, que es corpulento y perezoso, se ocupa ya de recoger las hojas que caen de los repollos, ya de dar una coz al reloj dorado que los pillos le han atado también a la cola para ponerle tan elegante como al gato.Justo delante de la puerta de entrada, en un sillón de alto respaldo y asiento de cuero, con patas retorcidas de puntas finas como las mesas, está sentado el viejo dueño de la casa en persona. Es un anciano pequeño e hinchado, de grandes ojos redondos y doble papada enorme. Sus ropas se parecen a las de los muchachos, y no necesito decir nada más al respecto. Toda la diferencia reside en que su pipa es un poco más grande que la de aquéllos y puede aspirar una bocanada mayor. Como ellos, usa reloj, pero lo lleva en el bolsillo. A decir verdad, tiene que cuidar algo más importante que un reloj, y he de explicar ahora de qué se trata. Se sienta con la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, muestra un grave continente y mantiene, por lo menos, uno de sus ojos resueltamente clavado en cierto objeto notable que se halla en el centro de la llanura.Este objeto está situado en el campanario del edificio de la Municipalidad. Los miembros del Consejo Municipal son todos muy pequeños, redondos, grasos, inteligentes, con grandes ojos como platos y gordo doble mentón, y usan levitones mucho más largos y las hebillas de los zapatos mucho más grandes que los habitantes comunes de Vondervotteimittiss. Desde que vivo en la villa han tenido varias sesiones especiales y han adoptado estas tres importantes resoluciones:«Que está mal cambiar la vieja y buena marcha de las cosas.»«Que no hay nada tolerable fuera de Vondervotteimittiss», y«Que seremos fieles a nuestros relojes y a nuestros repollos.»Sobre la sala de sesiones del Consejo se encuentra la torre, y en la torre el campanario, donde existe y ha existido, desde tiempos inmemoriales, el orgullo y maravilla del pueblo: el gran reloj de la villa de Vondervotteimittiss. Y a este objeto se dirige la mirada de los viejos señores sentados en los sillones con asiento de cuero.El gran reloj tiene siete cuadrantes, uno a cada lado de la torre, de modo que se lo puede ver fácilmente desde todos los ángulos. Sus cuadrantes son grandes y blancos, las agujas pesadas y negras. Hay un campanero cuya única obligación es cuidarlo; pero esta obligación es la más perfecta de las sinecuras, pues jamás se ha sabido hasta hoy que el reloj de Vondervotteimittiss haya necesitado nada de él. Hasta hace poco tiempo, la simple suposición de semejante cosa era considerada herética. Desde el más remoto período de la antigüedad al cual hacen referencia los archivos, la gran campana ha dado regularmente la hora. Y a decir verdad, lo mismo ocurría con todos los otros relojes grandes y chicos de la villa. Nunca hubo otro lugar semejante para saber la hora exacta. Cuando el gran badajo consideraba oportuno decir: «¡Las doce!», todos sus obedientes seguidores abrían la boca simultáneamente y respondían como un verdadero eco. En una palabra: los buenos burgueses eran aficionados a su repollo agrio, pero estaban orgullosos de sus relojes.

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Todas las gentes que poseen sinecuras son más o menos respetadas, y como el campanero de Vondervotteimittiss tiene la más perfecta de las sinecuras, es el más perfectamente respetado de todos los hombres del mundo. Es el principal dignatario de la villa, y los mismos cerdos lo miran con un sentimiento de reverencia. Los faldones de su levita son mucho más largos; su pipa, las hebillas de sus zapatos, sus ojos y su barriga, mucho más, grandes que los de cualquier otro señor del pueblo; y, en cuanto a su papada, no sólo es doble, sino triple.Acabo de pintar la feliz condición de Vondervotteimittiss. ¡Lástima que tan hermoso cuadro tuviera que sufrir un cambio!Era un viejo dicho de los más prudentes habitantes que «nada bueno puede venir del otro lado de las colinas»; y en verdad parece que las palabras tuvieron algo de proféticas. Faltaban anteayer cinco minutos para mediodía cuando apareció un objeto de aspecto muy extraño en lo alto de la colina del este. Semejante suceso atrajo, por supuesto, la atención universal, y cada pequeño señor sentado en un sillón con asiento de cuero volvió uno de sus ojos con asombrada consternación hacia el fenómeno, mientras mantenía el otro en el reloj de la torre.En el momento en que faltaban sólo tres minutos para mediodía se advirtió que el singular objeto en cuestión era un joven muy diminuto con aire de extranjero. Descendía las colinas a gran velocidad, de modo que todos tuvieron pronto oportunidad de mirarlo bien. Era en verdad el personaje más precioso y más pequeño que jamás se hubiera visto en Vondervotteimittiss. Su rostro mostraba un oscuro color tabaco y tenía una larga nariz ganchuda, ojos como guisantes, una gran boca y una excelente hilera de dientes que parecía deseoso de mostrar sonriendo de oreja a oreja. Entre los bigotes y las patillas no quedaba nada del resto de su cara por ver. Llevaba la cabeza descubierta y el pelo cuidadosamente rizado con papillotes. Constituía su traje una levita de faldones puntiagudos, de uno de cuyos bolsillos colgaba la larga punta de un pañuelo blanco, pantalones de casimir negro, medias negras y escarpines de punta mocha con grandes lazos de cinta de satén negra. Bajo un brazo llevaba un gran chapeau-de-bras y bajo el otro un violín casi cinco veces más grande que él. En la mano izquierda tenía una tabaquera de oro de la cual, mientras bajaba la colina haciendo cabriolas y toda clase de piruetas fantásticas, aspiraba incesantemente tabaco con el aire más satisfecho del mundo. ¡Santo Dios! ¡Qué espectáculo para los honestos burgueses de Vondervotteimittiss!Hablando francamente el individuo tenía, a pesar de su sonrisa, un aire audaz y siniestro, y mientras corcoveaba derecho hacia la villa, el viejo aspecto de sus escarpines mochos despertó no pocas sospechas, y más de un burgués que lo miraba aquel día hubiera dado algo por atisbar debajo del pañuelo de algodón blanco que colgaba tan importunamente del bolsillo de su levita puntiaguda. Pero lo que provocaba justa indignación era que el picaro galancete, mientras daba aquí un paso de fandango, allí una vuelta, no parecía tener la más remota idea de eso que se llama guardar el compás.Las buenas gentes del pueblo apenas habían tenido tiempo de abrir por completo los ojos cuando, faltando medio minuto para mediodía, el bribón se plantó de un salto en medio de ellos, hizo un chassez aquí, un balancez allá y luego, después de una pirouette y de un pas-de-zephyr, subió como en un vuelo hasta el campanario del edificio de la Municipalidad, donde el campanero, estupefacto, fumaba con expresión de dignidad y espanto. Pero el pequeño personaje lo tomó de inmediato por la nariz, lo sacudió y lo empujó, le encajó el gran chapeau-de-bras en la cabeza, se lo hundió hasta la boca y entonces, enarbolando el violín, lo golpeó tanto y con tanta fuerza que entre el campanero tan gordo y el violín tan hueco se hubiera jurado que había un regimiento de tambores redoblando la retreta del diablo en lo alto del campanario de la torre de Vondervotteimittiss.No se sabe qué acto desesperado de venganza hubiera provocado en los habitantes este ataque sin conciencia, de no ser por el importante hecho de que entonces faltaba sólo medio segundo para mediodía. La campana estaba a punto de sonar y era una cuestión de absoluta y suprema necesidad que todos pudieran mirar bien sus relojes. Parecía evidente, sin embargo, que justo en ese momento el individuo de la torre estaba haciendo con el reloj algo que no le correspondía. Pero como empezaba a sonar, nadie tuvo tiempo de atender a sus maniobras, pues estaban todos entregados a contar las campanadas.—¡Una! —dijo el reloj.—¡Uuna! —repitió como un eco cada viejo y pequeño señor en cada sillón con asiento de cuero, en Vondervotteimittiss—. ¡Uuna! —dijo también su reloj—. ¡Una! —dijo también el reloj de su mujer—. ¡Uuna! —los relojes de los muchachos y los pequeños y dorados relojitos de juguete en las colas del gato y el cerdo.—¡Dos! —continuó la gran campana.—¡Tos! —repitieron todos los relojes.—¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! —dijo la campana.—¡Dres! ¡Cuatro! ¡Cingo! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nuefe! ¡Tiez! —respondieron los otros.—¡Once! —dijo la grande.—¡Once! —asintieron las pequeñas.—¡Doce! —dijo la campana.—¡Toce! —replicaron todos, perfectamente satisfechos, y dejando caer la voz.—¡Y las toce son! —dijeron todos los viejos y pequeños señores, guardando sus relojes. Pero el gran reloj todavía no había terminado con ellos.—¡Trece! —dijo.—¡Der Teufel! —boquearon los viejos y pequeños hombrecitos empalideciendo, dejando caer la pipa y bajando todos la pierna derecha de la rodilla izquierda.—¡Der Teufel! —gimieron—. ¡Drece! ¡Drece! ¡Mein Gott, son las drece!¿Para qué intentar la descripción de la terrible escena que siguió? Todo Vondervotteimittiss se sumió de inmediato en un lamentable estado de confusión.—¿Qué le pasa a mi fiendre? —gimieron todos los muchachos—. ¡Ya tebo esdar hambriento a esda hora!—¿Qué le pasa a mi rebollo? —chillaron todas las mujeres—. ¡Ya tebe esdar deshecho a esta hora!—¿Qué le pasa a mi biba? —juraron los viejos y pequeños señores—. ¡Druenos y cendellas! —y la llenaron de nuevo con rabia y, reclinándose en los sillones, aspiraron con tanta rapidez y tanta furia que el valle entero se llenó inmediatamente de un humo impenetrable.

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Entretanto los repollos se pusieron muy rojos y parecía como si el viejo Belcebú en persona se hubiese apoderado de todo lo que tuviera forma de reloj. Los relojes tallados en los muebles empezaron a bailar como embrujados, mientras los de las chimeneas apenas podían contenerse en su furia y se obstinaban en tal forma en dar las trece y en agitar y menear los péndulos, que eran realmente horribles de ver. Pero lo peor de todo es que ni los gatos ni los cerdos podían soportar más la conducta de los relojitos atados a sus colas, y lo demostraban disparando por todas partes, arañando y arremetiendo, gritando y chillando, aullando y berreando, arrojándose a las caras de las gentes, metiéndose debajo de las faldas y creando el más horrible estrépito y la más abominable confusión que una persona razonable pueda concebir. Y el pequeño y desvergonzado bribón de la torre hacía evidentemente todo lo posible para tornar más afligentes las cosas. De vez en cuando podía vérselo a través del humo. Estaba sentado en el campanario sobre el campanero, que yacía tirado de espaldas. El bellaco sujetaba con los dientes la cuerda de la campana y la sacudía continuamente con la cabeza, provocando tal estrépito que me zumban los oídos de sólo pensarlo. Sobre su regazo descansaba el gran violín, y lo rascaba sin ritmo ni compás con las dos manos, haciendo una gran parodia, ¡el badulaque! de «Judy O’Flannagan and Paddy O’Rafferty».Estando las cosas en esa lastimosa situación abandoné el lugar con disgusto, y ahora apelo a todos los amantes de la hora exacta y del buen repollo agrio. Marchemos en masa a la villa y restauremos el antiguo orden de cosas reinante en Vondervotteimittiss, expulsando de la torre al pequeño individuo.