Poemario

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POEMARIO FRANCISCO JAVIER PINILLA CHAVEZ 11-03 INSTITUCION EDUCATIVA TECNICA NACIONALIZADA DE SAMACA 2013

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POEMARIO

FRANCISCO JAVIER PINILLA CHAVEZ

11-03

INSTITUCION EDUCATIVA TECNICA NACIONALIZADA DE

SAMACA

2013

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POEMARIO

FRANCISCO JAVIER PINILLA CHAVEZ

11-03

ENTREGADO A: Profesora Leslie García Baños en la

asignatura de lengua castellana

INSTITUCION EDUCATIVA TECNICA NACIONALIZADA DE

SAMACA

2013

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SAFO DE LESVOS

"ODA A LA AMADA"

Igual parece a los eternos Dioses

quien logra verse frente a ti sentado.

¡Feliz si goza tu palabra suave,

Suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime

sólo en mirarte; ni la voz acierta

de mi garganta a prorrumpir, y rota

calla la lengua.

Fuego sutil dentro de mi cuerpo todo

presto discurre; los inciertos ojos

vagan sin rumbo; los oídos hacen

ronco zumbido.

Cúbrame toda de sudor helado;

pálida quedo cual marchita yerba;

y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,

muerta parezco.

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WILLIAM SHAKESPEARE

CUANDO ASEDIEN TU FAZ CUARENTA INVIERNOS...

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos

y ahonden surcos en tu prado hermoso,

tu juventud, altiva vestidura,

será un andrajo que no mira nadie.

Y si por tu belleza preguntaran,

tesoro de tu tiempo apasionado,

decir que yace en tus sumidos ojos

dará motivo a escarnios o falsías.

¡Cuánto más te alabaran en su empleo

si respondieras: - « Este grácil hijo

mi deuda salda y mi vejez excusa »,

pues su beldad sería tu legado!

Pudieras, renaciendo en la vejez,

ver cálida tu sangre que se enfría.

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FRANCISCO DE QUEVEDO

LA CELESTINA

Yace en esta tierra fría,

Digna de toda crianza,

La vieja cuya alabanza

Tantas plumas merecía.

No quiso en el cielo entrar

A gozar de las estrellas,

Por no estar entre doncellas

Que no pudiese manchar.

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EDGAR ALAN POE

BALADA NUPCIAL

En mi dedo el anillo,

la guirnalda nupcial mi sien decora;

de sedas y diamantes busco el brillo,

y soy feliz ahora.

Y mi señor me brinda amor seguro;

pero al decirme ayer cuánto me adora,

tembló mi corazón, como al conjuro,

de "quien cayó en la guerra", al pie del muro,

y que es feliz ahora.

Pero él tranquilízame, y en mi frente

besó la palidez que le enamora.

Y he aquí que en un ensueño, vi presente,

al muerto D'Elormy: -suyo, en mi frente,

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fue el beso; y suspiré ( ¡cuán dulcemente! ):

"-¡Ah, soy feliz ahora!"

Y si pude otorgar palabra nueva,

así el voto juré, y aunque traidora,

y aunque un luto de amor el alma lleva,

ved brillar ese anillo que "me prueba"

que soy feliz ahora.

¡Ah! ilumíneme Dios aquel pasado,

pues si sueña o no sueña el alma ignora,

y el corazón se oprime, y conturbado

preguntase, oh Señor, si el "Olvidado"

será feliz ahora

GARCILASO DE LA VEGA

SONETO XII

Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

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¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquél que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas

apenas en el agua resfriado?

FEDERICO GARCIA LORCA

GRANADA

Granada, calle de Elvira,

donde viven las manolas,

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las que se van a la Alhambra,

las tres y las cuatro solas.

Una vestida de verde,

otra de malva, y la otra,

un coselete escocés

con cintas hasta la cola.

Las que van delante, garzas

la que va detrás, paloma,

abren por las alamedas

muselinas misteriosas.

¡Ay, qué oscura está la Alhambra!

¿Adónde irán las manolas

mientras sufren en la umbría

el surtidor y la rosa?

¿Qué galanes las esperan?

¿Bajo qué mirto reposan?

¿Qué manos roban perfumes

a sus dos flores redondas?

Nadie va con ellas, nadie;

dos garzas y una paloma.

Pero en el mundo hay galanes

que se tapan con las hojas.

La catedral ha dejado

bronces que la brisa toma;

El Genil duerme a sus bueyes

y el Aduro a sus mariposas.

La noche viene cargada

con sus colinas de sombra;

una enseña los zapatos

entre volantes de blonda;

la mayor abre sus ojos

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y la menor los entorna.

¿Quién serán aquellas tres

de alto pecho y larga cola?

¿Por qué agitan los pañuelos?

¿Adónde irán a estas horas?

Granada, calle de Elvira,

donde viven las manolas,

las que se van a la Alhambra,

las tres y las cuatro solas.

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CHARLES BAUDELAIRE

EL CREPÚSCULO MATUTINO

La diana cantaba en los patios de los cuarteles, y el viento

de la mañana

Soplaba sobre las linternas.

Era la hora en que el enjambre de los sueños malhechores

crispa sobre sus

Almohadas a los adolescentes morenos; en que, como un ojo

sangriento que palpita

Y se mueve, la lámpara pone sobre el día una mancha roja;

en que el alma,

Bajo el peso del cuerpo huraño y pesado, imita los combates

de la lámpara y el día.

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Como un rostro en llanto que las brisas enjugan, el aire

está lleno del

Estremecimiento de las cosas que huyen. Y el hombre está

cansado de escribir

y la mujer de amar.

Las casas aquí y allá comienzan a echar humo. Las mujeres

de placer,

Con los párpados lívidos, la boca abierta, duermen con su

sueño estúpido;

Las pobretonas, arrastrando sus senos flacos y fríos,

soplan sobre sus tizones

y sobre sus dedos.

Es la hora en la que entre el frío y la tacañería se agravan

los dolores de

Las mujeres parturientas; como un sollozo cortado por una

sangre espumosa,

El canto del gallo desgarra a lo lejos el aire brumoso; un

mar de neblinas baña

A los edificios, y los agonizantes, en el fondo de los

hospitales, exhalan su

Estertor en hipos desiguales. Los crápulas regresan,

destrozados por sus andanzas.

La aurora, tiritando en traje rosa y verde, avanza

lentamente sobre el Sena

Desierto. Y el sombrío París, frotándose los ojos -viejo

trabajador-

Empuña sus herramientas.

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JHON MILTON

EL PARAÍSO PERDIDO

Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre.

Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar

Trajo la muerte al mundo y todos nuestros males

Con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,

Reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada.

En la secreta cima del Horeb o del Sinaí tú inspiraste

A aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida

grey

Cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra;

Y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Silo

Que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios,

Allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto;

Que no con débil vuelo pretendo remontarme

Sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto

Que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.

Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres

A todos los templos un corazón recto y puro,

Inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el

principio

Y desplegando como una paloma tus poderosas alas

Cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo,

Ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza

Para que desde la altura de este gran propósito

Pueda glorificar a la Providencia eterna

Justificando las miras de Dios para con los hombres.

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Di ante todo, ya que ni la celestial esfera

Ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu

vista,

Di qué causa movió a nuestros primeros padres,

Tan favorecidos del cielo en su feliz estado,

A separarse de su Creador e incurrir en la única

prohibición

Que les impuso siendo señores del mundo todo.

¿Quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión?

La infernal Serpiente. Ella con su malicia animada

Por la envidia y el deseo de venganza

Engañó a la Madre del género humano.

Por su orgullo había sido arrojada del cielo

Con toda su hueste de ángeles rebeldes

Y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar

La gloria de sus próceres, confiaba en igualarse

Al Altísimo si el Altísimo se le oponía.

ARTHURT RIMBAUD

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A LA MÚSICA

A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre,

y donde todo está correcto, flores, árboles,

los burgueses jadeantes, que ahogan los calores,

traen todos los jueves, de noche, su estulticia.

-La banda militar, en medio del jardín,

con el vals de los pífanos el chacó balancea:

-Se exhibe el lechuguino en las primeras filas

y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.

Rentistas con monóculo subrayan los errores:

burócratas henchidos arrastran a sus damas

a cuyo lado corren, fieles como cornacas,

-mujeres con volantes que parecen anuncios.

Sentados en los bancos, tenderos retirados,

a la par que la arena con su bastón atizan,

con mucha dignidad discuten los tratados ,

aspiran rapé en plata , y siguen: «¡Pues, decíamos!...»

Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo,

un burgués con botones de plata y panza nórdica

saborea su pipa, de la que cae una hebra

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de tabaco; -Ya saben, lo compro de estraperlo.

Y por el césped verde se ríen los golfantes,

mientras, enamorados por el son del trombón,

ingenuos, los turutas, husmeando una rosa

acarician al niño pensando en la niñera...

Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante,

bajo el castaño de indias, a las alegres chicas:

lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí,

con los ojos cuajados de ideas indiscretas.

Yo no digo ni mí, pero miro la carne

de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos:

y persigo la curva, bajo el justillo leve,

de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.

Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias...

-Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.

Ellas me encuentran raro y van cuchicheando...

-Mis deseos brutales se enganchan a sus labios..

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PAUL VERNAIDEL

LAS CONCHAS

Cada concha incrustada

En la gruta donde nos amamos,

Tiene su particularidad.

Una tiene la púrpura de nuestras almas,

Hurtada a la sangre de nuestros corazones,

Cuando yo ardo y tú te inflamas;

Esa otra simula tus languideces

Y tu palidez cuando, cansada,

Me reprochas mis ojos burlones;

Esa de ahí imita la gracia

De tu oreja, y aquella otra

Tu rosada nuca, corta y gruesa;

Pero una, entre todas, es la que me turba.

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WILLIAM BLACK

LA NOCHE

Desciende el sol por el oeste,

brilla el lucero vespertino;

los pájaros están callados en sus nidos,

y yo debo buscar el mío.

La luna, como una flor

en el alto arco del cielo,

con deleite silencioso,

se instala y sonríe en la noche.

Adiós, campos verdes y arboledas dichosas

donde los rebaños hallaron su deleite.

Donde los corderos pastaron, andan en silencio

los pies de los ángeles luminosos;

sin ser vistos vierten bendiciones

y júbilos incesantes,

sobre cada pimpollo y cada capullo,

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y sobre cada corazón dormido.

Miran hasta en nidos impensados

donde las aves se abrigan;

visitan las cuevas de todas las fieras,

para protegerlas de todo mal.

Si ven que alguien llora

en vez de estar durmiendo,

derraman sueño sobre su cabeza

y se sientan junto a su cama.

Cuando lobos y tigres aúllan por su presa,

se detienen y lloran apenados;

tratan de desviar su sed en otro sentido,

y los alejan de las ovejas.

Pero si embisten enfurecidos,

los ángeles con gran cautela

amparan a cada espíritu manso

para que hereden mundos nuevos.

Y allí, el león de ojos enrojecidos

verterá lágrimas doradas,

y compadecido por los tiernos llantos,

andará en torno de la manada,

y dirá: "La ira, por su mansedumbre,

y la enfermedad, por su salud,

es expulsada

de nuestro día inmortal.

Y ahora junto a ti, cordero que balas,

puedo recostarme y dormir;

o pensar en quien llevaba tu nombre,

pastar después de ti y llorar.

Pues lavada en el río de la vida

mi reluciente melena

brillará para siempre como el oro,

mientras yo vigilo el redil.

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CONSTANTINO CAVAFYS

LA CIUDAD

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.

Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.

Todo esfuerzo mío es una condena escrita;

y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.

Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.

Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire

oscuras ruinas de mi vida veo aquí,

donde tantos años pasé y destruí y perdí".

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.

La ciudad te seguirá. Vagarás

por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás

viejo

y en estas mismas casas encanecerás.

Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no

esperes-

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no hay barco para ti, no hay camino.

Así como tu vida la arruinaste aquí

en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

WALT WILMART

CÍÑETE A MÍ

Cíñete a mí, noche del seno desnudo; cíñete a mí,

noche ardiente y nutricia!

Noche de vientos del Sur, noche de grandes y pocos luceros,

tú, que en la paz cabeceas, loca, desnuda noche de estío.

Voluptuosa sonríe, ¡oh, tierra de fresco aliento !

Tierra de árboles adormilados y líquidos,

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tierra ya sin luz del ocaso, tierra de montes con cumbre de

niebla,

tierra donde derrama cristales el plenilunio azulado,

tierra con manchas de luz y de sombra en las aguas del río,

tierra de límpido gris y de nubes que para mí son

más vivas y claras,

tierra de abrazo anchuroso, tierra ataviada con flor de

manzano

sonríe ya, que tu amante se acerca.

FERNANDO PESOA

DE: EL PASTOR ENAMORADO

Alta en el cielo, va la luna de Primavera,

Pienso en ti y dentro de mí estás entera.

Aquí viene, por las grandes praderas, corriendo hacia mí, la

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leve brisa.

Pienso en ti, murmuro tu nombre; y no me siento yo: estoy

feliz.

Mañana vendrás, irás conmigo a recoger flores en la

pradera.

Y yo iré contigo por las praderas para verte recoger las

flores.

Te veré mañana recolectando flores conmigo en las

praderas,

Pues cuando vengas mañana y caminemos juntos por la

pradera,

recogi

endo las flores,

Se hará para mi la claridad y la verdad.

ELIZABETH BARRET BROWNING

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ALMAS DE FLORES

Nos quedamos contigo, rezagadas,

las últimas de aquella muchedumbre,

como voz de quien canta

y sus propias canciones le enamoran.

Somos perfume y alma

de la flor y el capullo.

Tus pensamientos nos llevamos, cuando

nuestro aliento respiras,

hacia los amarantos de esplendores,

que en las colinas arden,

hacia tiernas campanas de los lirios

y grises heliotropos;

hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan

tal aliento de sueño y tal sonrojo,

que, al cruzarlas, los ángeles

habrán de parecerte más blancos todavía;

hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,

donde te solazaste un día entero,

hasta que tu sonrisa trocábase en devota

y el rezo florecía;

hacia la rosa oculta en el boscaje,

que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;

y hacia aquellos asfódelos floridos

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donde tu paso hundiste.

Tiramos de tu ropa

y tu pelo alisamos;

desfallecemos entre nuestras quejas

y sufrimos, perdidas por los aires.

RAINEL MARIA RILKER

Día de otoño

Señor: es hora. Largo fue el verano.

Pon tu sombra en los relojes solares,

y suelta los vientos por las llanuras.

Haz que sazonen los últimos frutos;

concédeles dos días más del sur,

úrgeles a su madurez y mete

en el vino espeso el postrer dulzor.

No hará casa el que ahora no la tiene,

el que ahora está solo lo estará siempre,

velará, leerá, escribirá largas cartas,

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y deambulará por las avenidas,

inquieto como el rodar de las hojas

.GUSTAVO ADOLFO BACQUER

RIMA I

Yo sé un himno gigante y extraño

que anuncia en la noche del alma una aurora,

y estas páginas son de ese himno

cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre

domando el rebelde, mezquino idioma,

con palabras que fuesen a un tiempo

suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra

capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,

si, teniendo en mis manos las tuyas,

pudiera, al oído, cantártelo a solas.

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RUBEN DARIO

Que el amor no admite cuerdas reflexiones

Señora, Amor es violento,

y cuando nos transfigura

nos enciende el pensamiento

la locura.

No pidas paz a mis brazos

que a los tuyos tienen presos:

son de guerra mis abrazos

y son de incendio mis besos;

y sería vano intento

el tornar mi mente obscura

si me enciende el pensamiento

la locura.

Clara está la mente mía

de llamas de amor, señora,

como la tienda del día

o el palacio de la aurora.

Y el perfume de tu ungüento

te persigue mi ventura,

y me enciende el pensamiento

la locura.

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Mi gozo tu paladar

rico panal conceptúa,

como en el santo Cantar:

Mal et la sub lengua tau.

La delicia de tu aliento

en tan fino vaso apura,

y me enciende el pensamiento

la locura.

PABLO NERUDA

A CALLARSE

Ahora contaremos doce

y nos quedamos todos quietos.

Por una vez sobre la tierra

no hablemos en ningún idioma,

por un segundo detengámonos,

no movamos tanto los brazos.

Sería un minuto fragante,

sin prisa, sin locomotoras,

todos estaríamos juntos

en un inquietud instantánea.

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Los pescadores del mar frío

no harían daño a las ballenas

y el trabajador de la sal

miraría sus manos rotas.

Los que preparan guerras verdes,

guerras de gas, guerras de fuego,

victorias sin sobrevivientes,

se pondrían un traje puro

y andarían con sus hermanos

por la sombra, sin hacer nada.

No se confunda lo que quiero

con la inacción definitiva:

la vida es sólo lo que se hace,

no quiero nada con la muerte.

Si no pudimos ser unánimes

moviendo tanto nuestras vidas,

tal vez no hacer nada una vez,

tal vez un gran silencio pueda

interrumpir esta tristeza,

este no entendernos jamás

y amenazarnos con la muerte,

tal vez la tierra nos enseñe

cuando todo parece muerto

y luego todo estaba vivo.

Ahora contaré hasta doce

y tú te callas y me voy

MARIO BENEDETTI

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AYER

Ayer pasó el pasado lentamente

con su vacilación definitiva

sabiéndote infeliz y a la deriva

con tus dudas selladas en la frente

ayer pasó el pasado por el puente

y se llevó tu libertad cautiva

cambiando su silencio en carne viva

por tus leves alarmas de inocente

ayer pasó el pasado con su historia

y su deshilachada incertidumbre/

con su huella de espanto y de reproche

fue haciendo del dolor una costumbre

sembrando de fracasos tu memoria

y dejándote a solas con la noche.

LORD BYRON

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ACUÉRDATE DE MÍ

Llora en silencio mi alma solitaria,

excepto cuando está mi corazón

unido al tuyo en celestial alianza

de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,

que brilla en el recinto sepulcral:

casi extinta, invisible, pero eterna...

ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba

no pases, no, sin darme una oración;

para mi alma no habrá mayor tortura

que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito

rogar por los que fueron. Yo jamás

te pedí nada: al expirar te exijo

que vengas a mi tumba a sollozar.

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PERCY SHELLEY

A UNA ALONDRA

¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!

No fuiste nunca un pájaro,

tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,

el corazón derramas

en profusos acentos, con arte no pensado.

Alta, siempre más alta,

de la tierra te lanzas

como nube de fuego;

por el azul revuelas

y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.

En dorados relámpagos

del sol, ya trasmontado,

donde se encienden nubes,

flotas tú y te deslizas

como gozo sin cuerpo que empieza su carrera.

La tardecita pálida y purpúrea, en torno

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de tu vuelo se funde:

como estrella del cielo,

al ser día, invisible

eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda,

fina como las flechas

de la esfera de plata,

cuya viva luz mengua

en la blanca alborada,

y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos.

Todo el aire y la tierra

de tus trinos se colman:

así, en la noche pura,

desde una nube sola,

derrama luz la luna y se inundan los cielos.

No sabemos quién eres.

Ya ti más parecido

¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca

gotas tan radiantes,

como de tu presencia nos llueven melodías.

Así un poeta oculto

en luz de pensamientos,

que entona sus canciones,

hasta sentir el mundo

temores y esperanzas que no advirtiera nunca.

Así un alta doncella

en torre de un palacio,

que alivia pesadumbres

de amor secretamente, con música tan dulce

como el amor, fluyendo de su estancia.

Tal dorada luciérnaga

en valle de rocío,

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que esparce, sin ser vista,

aéreos, sus fulgores,

entre flores y hierba que a los ojos la ocultan.

Cual rosa retirada

entre sus hojas verdes,

deshojada por brisas

tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso

de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado.

Al son de los chubascos

de primavera, en hierbas relucientes,

a flores despertadas por la lluvia,

a todo lo que hubiere

de alegre, claro y fresco, tu música aventaja.

Dinos, ave o espíritu,

tus dulces pensamientos:

nunca oí una alabanza

del amor o del vino,

que tan divino arrobo, ardiente, derramara.

Los coros de Himeneo,

los cantos de victoria,

junto a los tuyos fueran

ostentación vacía,

aquello en que se siente alguna falla oculta.

¿Qué objetos son la fuente

de tu feliz gorjeo?

¿Qué campos, ondas, montes?

¿Qué cielos o llanuras?

¿Qué amor de semejantes y qué ignorar de penas?

En tu alegría clara

no caben languideces;

la sombra de la angustia

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nunca a ti se ha acercado;

amas y el triste hastío de amor nunca supiste.

En vigilia o dormida,

pensarás de la muerte

cosas más ciertas y hondas

que nosotros, mortales:

si no, ¿cómo brotara tu arroyo cristalino?

Miramos antes, luego;

lo que no es lloramos:

nuestra risa más clara

se mezcla con suspiros;

da los más dulces cantos nuestro pesar más triste.

Mas si hiciéramos burla

de orgullo y odio y miedo;

si hubiésemos nacido

para no llorar nunca,

no sé si llegaríamos tan cerca de tu gozo.

Mejor que todo verso

de sones deliciosos,

mejor que las preseas

de los libros, tu arte

será para el poeta, ¡tú, que al suelo escarneces!

Si un poco me dijeras

del gozo que tú sabes,

tal locura armoniosa

brotara de mis labios,

que, como yo te escucho, el mundo escucharía.

JHON KEATS

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A UNA URNA GRIEGA

Tú, todavía virgen esposa de la calma,

criatura nutrida de silencio y de tiempo,

narradora del bosque que nos cuentas

una florida historia más suave que estos versos.

En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda

de dioses o mortales, o de ambos quizá,

que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?

¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas

rebeldes?

¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha

por huir?

¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje

frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;

sonad por eso, tiernas zampoñas,

no para los sentidos, sino más exquisitas,

tocad para el espíritu canciones silenciosas.

Bello doncel, debajo de los árboles tu canto

ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.

Osado amante, nunca, nunca podrás besarla

aunque casi la alcances, mas no te desesperes:

marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,

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¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes

que no despedirán jamás la primavera!

Y tú, dichoso músico, que infatigable

modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.

¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aún más dichoso!

Por siempre ardiente y jamás saciado,

anhelante por siempre y para siempre joven;

cuán superior a la pasión del hombre

que en pena deja el corazón hastiado,

la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?

¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,

llevas esa ternera que hacia los cielos muge,

los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?

¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,

alzada en la montaña su clama ciudadela

vacía está de gentes esta sacra mañana?

Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas

tus calles quedarán, y ni un alma que sepa

por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe

de hombres y de doncellas cincelada,

con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!

¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede

como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!

Cuando a nuestra generación destruya el tiempo

tú permanecerás, entre penas distintas

de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:

«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más

se sabe en esta tierra y no más hace faltar.

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