POEMAS INEDITOS DE CELSO AMIEV A...de Afrodita, y de un rubio que no cansa. Sin tocas y sin hábito...

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Los Cuadernos de Poesía POEMAS INEDITOS DE CELSO AMIEVA José Ignacio Gracia Noriega H ace algunos años que Celso Amieva uno de los mayores poetas asturianos vivos, dejó de escribir versos, en vor de la prosa, actividad en la que es menos co- nocido. Sin embargo, ha escrito numerosas narra- ciones, textos de crítica literaria, y libros de re- cuerdos como «Asturianos en el destierro», donde relata sus experiencias en campos de regiados anceses después de la guerra civil española (lo que es, asimismo, tema de parte de su obra poé- tica). De su vasta obra poética ( «Los poemas de Lla- nes», «Nuevos poemas de Llanes», «Versos del maquis», «La almohada de arena», «Poeta en la arena», «El paraíso incendiado»), han quedado inéditos diversos poemas, algunos de los cuales aquí se recogen. Estos están seleccionados por el propio autor, e inicialmente estaban destinados a figurar en una «Guía de Llanes» escrita por mí. El poema titulado «Ceares» tiene un tono que no es habitual en la poesía de Celso Amieva. El poeta me relata su extraña historia en una carta: «Ese poema o lo que sea tiene su historia. Por primera vez estuve en Gijón en 1934, a finales de mayo o primeros de junio. Fui a recibir a mi hermana, que regresaba de Mé- xico, enrma... Pero, a mi llegada, ella había desembarcado. ¿Dónde se habría metido? Se me ocurrió ir a Ceares, el maestro de cuya escuela había sido muy amigo de mi padre; no conociendo yo Gijón, él me ayudaría en mi pesquisa. Fuí a Ceares, el maestro no estaba, tardaría horas en venir, y yo tuve la idea de visitar lo único visitable en Ceares, el cemente- rio. Y en el cementerio me acometió una in- comprensible murria: nebres ideas, imagina- ciones-alucinaciones, etc. Mi poema refla fielmente lo que acabo de expresar. Pasó la cosa, encontramos a mi hermana, llegamos a Bao y, todavía bajo la persistente influencia de la «visión» que tuve en Ceares, escribí esos versos de corte desusado, muy raros para ser míos. Cuando llegó la guerra del 36, yo estaba en Madrid. Mi hermana ejercía de maestra en Llanes, en el Colegio de la Divina Pastora transrmado en «Grupo Escolar Alandro Casona». Un día e a Gijón. Para regresar tomó un tren en la estación de Langreo, llegó en esto un avión de Franco, lanzó una bomba y allí murió mi pobre hermana y otras 26 muje- res. A Andrés le dijeron que las habían ente- rrado a todas en una sa común. ¡En Ceares, precisamente! Estando yo en Lérida, supe esto. Creí comprender que el nebre estado de 64 ánimo por mí experimentado en el cementerio de Ceares tres años antes se debía quizás a una oscura premonición. Era un simbolismo maca- bro. Pero hoy releo el poema y no veo clara su signicación. Celso Amieva es el pseudónimo de José María Alvarez Posada, nacido en Barro (Llanes) en 1911. Exiliado después de la guerra civil, e in- teado en los campos de concentración de Arge- lés-sur-Mer y Le Barcarés y participó en la Resis- tencia ancesa, incorporado a la unidad de guerri- lleros españoles del Maquis de PicausseL En 1953 traslada su residencia a México, donde ejerció el periodismo y trabajó como guionista cinematográ- fico. En la actualidad reside en Moscú. CEARES Buen tiempo bajo el sol aquí dentro del área de estos ojos contemplativos en Ceares Alcaravanes y gaviotas me sobrevuelan. No me gritan Al pie de Ceares Gijón y a los pies de Gijón el mar Buen tiempo quiero creer que hasta debajo de la tierra Este jardín altitapiado y los cipreses de Caronte Este jardín donde la Muerte su caballo gris apa- cienta. El cementerio de Ceares. Una república de muer- tos. El zumo de unas uvas negras o una lenta medita- ción. Inderente he visto muchos camposantos indi- rentes mis ojos nunca habían pasado de los cipreses. De las cruces. De las lápidas. De la hierba. Los camposantos ellos mismos nada prondo me mostraron. Nada prondo me dijeron. Sin voz estaban ya sus tierras o mi oído no la captaba Mas hoy aquí Por qué en Ceares ahora veo. Por qué en Ceares oigo ahora. o me responde el sol. No. Nadie me explica nada. Mas yo veo Todo calla. Pero yo oigo. Bajo el césped es insaciable la tierra. Piden los gusanos más. Siempre más. Pero alguien pasa. Lázaro, sal era, dice de sepultura en sepultura. Y van surgiendo verticales ataúdes desvencijados uno por uno de la tierra. Hay un crujir

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Los Cuadernos de Poesía

POEMAS INEDITOS DE

CELSO AMIEV A

José Ignacio Gracia Noriega

Hace algunos años que Celso Amieva uno de los mayores poetas asturianos vivos, dejó de escribir versos, en favor de la prosa, actividad en la que es menos co­

nocido. Sin embargo, ha escrito numerosas narra­ciones, textos de crítica literaria, y libros de re­cuerdos como «Asturianos en el destierro», donde relata sus experiencias en campos de refugiados franceses después de la guerra civil española (lo que es, asimismo, tema de parte de su obra poé­tica).

De su vasta obra poética ( «Los poemas de Lla­nes», «Nuevos poemas de Llanes», « Versos del maquis», «La almohada de arena», «Poeta en la arena», «El paraíso incendiado»), han quedado inéditos diversos poemas, algunos de los cuales aquí se recogen. Estos están seleccionados por el propio autor, e inicialmente estaban destinados a figurar en una «Guía de Llanes» escrita por mí.

El poema titulado «Ceares» tiene un tono que no es habitual en la poesía de Celso Amieva. El poeta me relata su extraña historia en una carta:

«Ese poema o lo que sea tiene su historia. Por primera vez estuve en Gijón en 1934, a finales de mayo o primeros de junio. Fui a recibir a mi hermana, que regresaba de Mé­xico, enferma ... Pero, a mi llegada, ella había desembarcado. ¿Dónde se habría metido? Se me ocurrió ir a Ceares, el maestro de cuya escuela había sido muy amigo de mi padre; no conociendo yo Gijón, él me ayudaría en mi pesquisa. Fuí a Ceares, el maestro no estaba, tardaría horas en venir, y yo tuve la idea de visitar lo único visitable en Ceares, el cemente­rio. Y en el cementerio me acometió una in­comprensible murria: fúnebres ideas, imagina­ciones-alucinaciones, etc. Mi poema refleja fielmente lo que acabo de expresar. Pasó la cosa, encontramos a mi hermana, llegamos a Barro y, todavía bajo la persistente influencia de la «visión» que tuve en Ceares, escribí esos versos de corte desusado, muy raros para ser míos. Cuando llegó la guerra del 36, yo estaba en Madrid. Mi hermana ejercía de maestra en Llanes, en el Colegio de la Divina Pastora transformado en «Grupo Escolar Alejandro Casona». Un día fue a Gijón. Para regresar tomó un tren en la estación de Langreo, llegó en esto un avión de Franco, lanzó una bomba y allí murió mi pobre hermana y otras 26 muje­res. A Andrés le dijeron que las habían ente­rrado a todas en una fosa común. ¡En Ceares, precisamente! Estando yo en Lérida, supe esto. Creí comprender que el fúnebre estado de

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ánimo por mí experimentado en el cementerio de Ceares tres años antes se debía quizás a una oscura premonición. Era un simbolismo maca­bro. Pero hoy releo el poema y no veo clara su significación.

Celso Amieva es el pseudónimo de José María Alvarez Posada, nacido en Barro (Llanes) en 1911. Exiliado después de la guerra civil, fue in­ternado en los campos de concentración de Arge­lés-sur-Mer y Le Barcarés y participó en la Resis­tencia francesa, incorporado a la unidad de guerri­lleros españoles del Maquis de PicausseL En 1953 traslada su residencia a México, donde ejerció el periodismo y trabajó como guionista cinematográ­fico. En la actualidad reside en Moscú.

CEARES

Buen tiempo bajo el sol aquí dentro del área de estos ojos contemplativos en

Ceares Alcaravanes y gaviotas me sobrevuelan. No me

gritan Al pie de Ceares Gijón y a los pies de Gijón el mar Buen tiempo quiero creer que hasta debajo de la

tierra Este jardín altitapiado y los cipreses de Caronte Este jardín donde la Muerte su caballo gris apa­

cienta. El cementerio de Ceares. Una república de muer­

tos. El zumo de unas uvas negras o una lenta medita­

ción.

Indiferente he visto muchos camposantos indife­rentes

mis ojos nunca habían pasado de los cipreses. De las cruces.

De las lápidas. De la hierba. Los camposantos ellos mismos

nada profundo me mostraron. Nada profundo me dijeron.

Sin voz estaban ya sus tierras o mi oído no la captaba

Mas hoy aquí Por qué en Ceares ahora veo. Por qué en Ceares oigo ahora. o me responde el sol. No. Nadie me explica nada.

Mas yo veoTodo calla. Pero yo oigo.

Bajo el césped es insaciable la tierra. Piden los gusanos

más. Siempre más. Pero alguien pasa. Lázaro, sal fuera, dice de sepultura en sepultura. Y van surgiendo verticales ataúdes desvencijados uno por uno de la tierra. Hay un crujir

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recio al unísono a lo horrísono de tablas húmedas terrosas.

Y largas filas de cadáveres están de pie. Como en el cine.

Sobre los restos de sus féretros podridos. Tal como en el cine.

Uno tras otro en ritmo raudo. Como en el cine. Perspectiva

de ringleras. Todas convergen contra un sol muy bajo. Las sombras

se prolongan al infinito sobre la tierra. Todo in­móvil.

Dócil como ante el objetivo de una cámara. Luego súbito

el movimiento

Se deshace la formación. Vida recobran los difuntos. Resucitados con sus trajes y con sus

mentes. Trajes y mentes que de moda pasaron ya. Y en

sus creencias arropados. Apuntalándose sobre sus báculos ca­

ducos se dispersan acá y allá. Salen. Se arriesgan de prado en prado. A Gijón bajan. Van invadiendo

las aldeas. Van en busca de sus hogares que unos encuentran

y otros no. Una niña con su muñeca va postrera, débil, cojita. Un niño ve una pumarada. Se encarama a un

manzano. Come mientras un rosario de ancianas en las cuentas de

sus rosarios contabilizan los minutos que de nuevo viviendo

están.

Quedo solo en el cementerio. Sólo quedé conmigo mismo

y sube el sol y es mediodía y baja el sol y yo estoy solo

como en una sala vacía de cine el espectador que en su butaca se ha dormido y que sentado

permanece aún terminada la función. La noche es ya una

vaca negra y alguien la ordeña. Una lechosa bruma cae sobre mi cabeza vacía. En las tumbas abandona­

das. En los cipreses sin malvises.

Y apunta al fin la luz del alba. Y sale el sol. El adalid

un adalid a la cabeza de la legión enloquecida que en un creciente clamor llega desde todos los

horizontes. Y tropieza cae y se levanta en busca de Ceares. De su cementerio. Se precipitan en las

tumbas las gentes. Mueven la cabeza dudando. Sin querer

creerlo y llorando a lágrima viva. La niña arroja su mu­

ñeca y rompe sobre su huesosa rodilla el báculo un

anciano

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y sobre la cruz de su tumba vomita el niño su manzana

revuelta con amarga bilis. Lanzan las viejas sus rosarios

a lo alto de los cipreses y sollozan. Los ataúdes reconstruidos se repletan y ya se hunden. Ya los

Lázaros dan un suspiro colectivo que es de satisfacción.

Han vuelto definitivamente a descansar. Ya conocían esa

calma. Cadáveres de nuevo yacen y su silencio es abso­

luto y a mí nadie me ha dicho nada de su aventura y

sentimiento. Pero mis ojos vieron todo. Todo lo oyeron mis

oidos aquí. Clavado sigo en medio del cementerio de

Ceares.

SOR MATILDE

Jamás desnuda vi carne de monja. Mas, con razón o no, la carne tuya, en la gracia de Dios cuando se esponja, me inclina a que a una monja la atribuya.

Igual que el del maíz, rubio y suave y manso es tu cabello, como es mansa tu condición, suave como el ave de Afrodita, y de un rubio que no cansa.

Sin tocas y sin hábito te veo monja en el maizal, útil, humilde y risueña. Te llaman Sor Matilde.

Con tus novicios rubios, en ti creo. La venia te hacen, al pasar, las hojas y haces granar en dulce las panojas.

QUINA

Cabello enclavelado, morena demoníaca, tú eres la rueca, el huso, la bruja que lo gira, la cenceña y mimbreña llama que me calcina. Digna de ser gitana, lo eres subrepticia, Quina, y me das la fiebre más bien que me la quitas. Tus palabras, tus dengues, metáforas, mentiras;

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tus arrumacos, mimos, conjuros, tonadillas ... yo los bebo en tu boca, vaso de manzanilla. Borracho ando de ti, cola de lagartija, bacante, ardiente, amarga, Quina áspera y salina, Quina la aceitunada, Quina la aperitiva, seco sabor delgado como a zarzaparrilla y como al mismo acero que llevas en tu liga.

LA RADIO DEL CORONEL

Espesa, viscosa, cálida oscuridad en derroche, olmos aterciopelados emiten desde su bosque. Su silencio a alta tensión, más que de sapos insomnes y grillos electrizados, aquel denso trajín oye de la sombra elaborada con savia de sus motores. Dibujadas doce estrellas en el mapa de la noche, se deshojan en la poza profunda del agua torpe. La casa del coronel, de la floresta en el borde, se enciende súbitamente por dos ventanales miopes. En la oscuridad diríase lo rojo del alma, doble, por el corazón latiendo de musicales relojes. Las ondas hertzianas silban entre los olmos inmóviles. Viva el coronel De Asís y los negros a sus órdenes, que músicas de guayaba cantan con voces de roble. Ne gros doce, fascinados por el tabú de las doce campanadas -sones de ébano­que danzan a doce voces.

Dos niñas, cuatro, seis, ocho ya surgen de entre las sombras. Atraídas por la luz, así como mariposas vienen a danzar delante de las ventanas sonoras. El coronel, en su antena, capta una a una las ondas

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que inundan toda la casa, por las ventanas desbordan y sobre el camino caen y a nuestros cuerpos se enroscan. Inlocalizables cuélebres acompañan la carioca en los linderos del bosque, y flautas los sapos tocan. Moscones veraneantes llegan zumbando a deshora por el cristal del estío que celan cortinas rojas. Amores, por los cabellos van aferrando a las mozas. Duerme en el henal el heno como la fiebre en las rosas. Cantan los negros de Cuba, indisciplinada tropa, para el coronel De Asís que así la manigua evoca. Ven conmigo a danzar, Nidia, ven bajo la negra bóveda, entre los cañaverales que baten son con sus hojas y los olmos que trepidan de negra energía sorda. Duerme un sueño, sin chirridos, de las guadañas la hoja. Los viejos sueñan en grano el oro de las panojas hasta dormir las mil ristras de una cosecha hiperbólica. Juventud baila que baila. Música toca que toca. Muy quitado de la pena, el cura ronca que ronca con su costal de sermones por cabezal, ¡ oh parroquia! Veterano del Caney, Pío de Asís se emociona cuando canta el siboney sentimental de Lecuona.

BLANCARUTH

Y o quería bailar contigo, Blanca Ruth. ¿ Te acuerdas? Y o quería besarte. No a la luz de los mil farolillos, qué va. Yo, como tú, me iba hacia lo oscuro. Despacio, haciendo abur. Y o quería besarte. Te dejabas. Azul era tu blusa. Roja

Cadexana, 1934

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tu falda. ¿Canesú? No recuerdo. Bailamos ante un bar. Viento sur alzó tu falda. A anís sabías. Yo, a vermut. Al pasar, nos vio un guardia y toda su actitud era reprobatoria y qué más daba. Tú reías. Y o reía. Y al guardia puesto en cruz se le erizó el mostacho en guías de virtud. Qué risa, Blanca Ruth, contigo, Blanca Ruth.

BLAQUITON

Verbena de San Roque Llanes, 1932

Mueren los prelados y los capitanes. Alifanfarones, Brandabarbaranes se van poco a poco adonde yo sé. Y las maritornes. Y las vampiresas. Pobres y banqueros. También las princesas mueren, hace siglos lo dijo Bossuet.

Sic transit -Pandolfo dixit- gloria mundi. Mueren en Trespandiu, mueren en Burundi, la diñan en Londres, palman en Madrás. Hombres y mujeres fallecen a esgaya, pásalos Caronte consigo a la playa, la playa de irás y no volverás.

¿Qué tiene de raro, decidme, que a Blacky -no vistió de púrpura, no vistió de caqui­le corte la Parca el hilo vital?Dejadme que, al menos, en esta elegíadeje como perla una lágrima míay entre los cipreses mi son funeral.

No murió achacoso, vivió lo preciso, devoró a sus anchas, ladró cuanto quiso. Bien a los granujas los olfateó. Corrió más el mundo que cuatro geógrafos, dejó en las esquinas millares de autógrafos, árboles y postes, rumboso regó.

El rabo movía, hizo esparavanes, más no por rufianes ni pelafustanes, jamás por bellacos de hedionda moral. Fue irrespetuoso con ciertas estatuas de humanos fantoches, nulidades fatuas (ésto, bien lo sabe cierto pedestal).

Conoció la villa de Llanes. ¡ La Villa! Allí durmió siestas, hecho una rosquilla en casa de Andrés, frente al prau de Antolín. Llanisco honorario le hicieron. No en balde díjose que votos tuvo para alcalde, por ser más agudo que el mismo Merlín.

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En inglés fue Blacky, un perro a la moda -tomaba las once: un whisky con soda-,pero en asturiano era Blaquitón.Comía pantruque, morciella y torreznos.Por Nené, fue amigo de un par de perreznosy él les dispensaba regia protección.

Andrés enseñóle cosas y cosenos y él de orgenomescos supo y de selenos. A Xuan el Antroxu lo supo leer; de José María, las obras completas. Tradujo ( en ladridos) sonetos,· cuartetas, y cuentas con Pati logró resolver.

Allá en Cadexana cazó saltapraos, en Xiglu bañóse, bañóse en Sorraos, se dio en el Calabres algún chapuzón. Hizo en veraneante su vida canina: pis en Torobences, popó en Palombina, pipí en la Mazuga, popó en el Sablón.

Cansado de Oviedos y de Santanderes volvió a los Madriles, sin muchos quehaceres. Ya estaba de vuelta de tanto trotar. No le seducían ya las Zaragozas, prefirió un retiro de calma en Las Rozas y allí poco a poco se le vio enfermar.

No en ciencia llegaban los veterinarios a la altura aquella de sus honorarios. El coro de médicos del Rey que Rabió, la noche y el día con mala prosodia pasaba entonando la gran palinodia del puede que sí, del puede que no.

Llorosa, abnegada, velábale Ali y le acariciaba con su mano pálida. Se iba Blacky a otro confín de espesas neblinas más y más oscuras. Y eran unas noches hondas de pavuras y eran unos días sin sol y sin fin.

Horas de tristeza. El buen Josantonio, de ellas siempre daba cabal testimonio. Un perro sin amo, a la luna aulló. Eran, los relojes, siniestros molinos. Del tiempo, sicarios; del tiempo, asesinos. Blacky se moría ... Blacky se murió.

En el paraíso de los perros buenos debe andar ahora masticando truenos y alzando la pata de acá para allá. Su guitarra toca, va rucando estrellas, habla a cosmonautas, ladra a las centellas, collar de arcoiris luciendo va ya.

Como compañía, ojalá le toque aquel santo perro que fue de San Roque (yo vi su palacio, allá en Montpellier). Que juntos compartan celestes pitanzas, bienaventuranzas perrunas ... Y danzas: la giga y el chotis y hasta el valamé.

Enero, 1977

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GRACIA

Tres años de amor, y de amor en Llanes. Tres años que nunca más volverán. Tres años de acuerdo con los reitanes. Tres años las noches todas San Juan.

Tendrás por siempre millares de besos cubriéndote, besos los míos que son tu piel, en ella por siempre ya impresos. Tatuada te irás de esta mi canción.

Hoy, cuando voy por muy otro camino, aún siento, Gracia, tu luz sobre mí. Tus ojos, doble fanal peregrino; gracia, la astral emanada de ti.

MOZAS

Río Riensena. Mozas bañistas ríen del Sena. No te resistas.

Paz en Llamigo. Mozas bienquistas llámanme amigo. Sueña conquistas.

A boca llena ríe en Riensena. Mozas contigo, dulce es la pena. Ama en Llamigo. A boca llena.

AQUEL OVIEDO ...

Lancia del Maestrante, Vetusta de Clarín, Pilares de Belarmo y Apolonio. Carbayonia. Pluviedo. Oviedo de Gil Nuño del Robledal. Oviedo sarcástico, humorista: el de Cayetanín, el de Antón de la Madre y Garrafundia.

El Fontán, el Bombé, la Catedral, Dría, la Escandalera, Fruela, el Campoamor, la Rúa, Puerta Nueva, San Tirso, Ca'l Ferreru, Porlier. «El Carbayón», «La Voz de Asturias» y «Re­gión». Constantino Cabal. Onieva. «Silvio Itálico». Zabala, Osear, Zubeldia, Barril, Mariscal, Trucha. San Isidoro. Plaza del Yuntamentu. Dueñas y la Universidad. Septiembre. San Mateo. La niña del N aran e o que cortejé tres noches «hacia los Monumentos». Tétricos, los exámenes.

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Humorismo de Oviedo, involuntario a veces ... Los que por norma tienen normarlo todo mal, profesarán en la Normal y todo es anormal allí, con creces. La ciencia, la nesciencia y el cansancio los traen a maltraer. Huelen a rancio sus noches y sus días, ellas y ellos sin alba. A mansalva, a mansalva los hostiga el busgoso en el café Peñalba. En pleno, ignoran quién fue Bobes. Humoristas a palo seco, disertan sobre el alma del rebeco, mas, según el bedel, son «unos probes» ... Y del bedel es la ciudad el eco.

Don Ramonín Mayor, Gran Manitú de la Normal, un examinador que es de lo más normal, me suspendió en barroca asignatura: «Teoría de la Lectura». Parece que no supe lo que es rima. Don Ramón sí lo sabe -según él-y mi ignorancia le dio grima, pero él sabe de versos aún menos que el bedel.

Hoy, sin humor, yo exhibo mi suspenso bajo cristal, con flores, en un cuadro. Un suspenso normal, obtuso y denso que una mano firmó prófuga del aladro. Al margen, unos versos normalmente perversos:

A don Ramonín Mayor, involuntario humorista, normático profesor, Dios le conserve la vista y con la vista el humor. e

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