Ponencia UC - Tiranía y Civilización

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“CASTÍGUEME USTED, QUE NO SOY MANDADO SINO QUIEN MANDACONFLICTOS JURISDICCIONALES, JUSTICIA PENAL Y RETÓRICAS DE CIVILIDAD EN LA HACIENDA COLONIAL Daniel Moreno Bazaes Doctorando en Historia Moderna, UNICAN Catedrático América Colonial, USACH [email protected] “Ábrase esta puerta y nadie me la cierra, que como Hermida manda [en] mis animales, así quiero mandar yo en su hacienda” 1 . Estas fueron las palabras que don Francisco Guerra vociferó la tarde del día cinco de agosto del año de 1809 mientras ingresaba violentamente -junto a su hijo don Agustín- a la hacienda de la Dehesa, propiedad en aquel entonces, de don Antonio Hermida. Frente a esto, nada puedo hacer el español Francisco Mirada –portero de dicha hacienda, pues la violenta arremetida de don Francisco, estuvo acompañada por una “voz arrogante” que amenazó de muerte a quien le cerrase la puerta 2 . El motivo de la furia de “Los Guerra” –como eran llamados, se debió a un ajuste de cuentas con Juliá Lazo, mayordomo de la Dehesa, quien dos días antes había encerrado 12 cabezas de ganado que pastoreaban en aquellos potreros. Sin embargo, tras la negativa de entregarlos sin antes pagar los “dos reales por cada uno” de los animales que traspasaron las cercas divisorias -acuerdo pactado con anterioridad entre don Antonio Hermida y Francisco Guerra, éste último, junto a su hijo y otros inquilinos, optaron por sacar el ganado rompiendo las puertas de los corrales sin respetar pacto alguno. Más aún, para esta familia, la vida de Julián Lazo, debía ser cobrada por su atrevimiento. Sin embargo, para los residentes y trabajadores de la hacienda de la Dehesa, aquella situación no era algo nuevo, pues en los límites de aquellos terrenos, yacía una historia cargada de conflictos y tensiones, debido – principalmente- a la incontenible violencia y agresividad de don Francisco Guerra. Cartas insultantes, usurpaciones de tierra y palabras injuriosas fueron algunas de las conductas que hacían de “Los Guerra” 1 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 4v. 2 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 5v.

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Presentación en seminario de historia colonial PUC, propuestas de investigación

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“CASTÍGUEME USTED, QUE NO SOY MANDADO SINO QUIEN MANDA”CONFLICTOS JURISDICCIONALES, JUSTICIA PENAL Y RETÓRICAS DE CIVILIDAD EN LA

HACIENDA COLONIAL

Daniel Moreno BazaesDoctorando en Historia Moderna, UNICAN

Catedrático América Colonial, [email protected]

“Ábrase esta puerta y nadie me la cierra, que como Hermida manda [en] mis animales, así quiero mandar yo en su hacienda” 1. Estas fueron las palabras que don Francisco Guerra vociferó la tarde del día cinco de agosto del año de 1809 mientras ingresaba violentamente -junto a su hijo don Agustín- a la hacienda de la Dehesa, propiedad en aquel entonces, de don Antonio Hermida. Frente a esto, nada puedo hacer el español Francisco Mirada –portero de dicha hacienda, pues la violenta arremetida de don Francisco, estuvo acompañada por una “voz arrogante” que amenazó de muerte a quien le cerrase la puerta2.

El motivo de la furia de “Los Guerra” –como eran llamados, se debió a un ajuste de cuentas con Juliá Lazo, mayordomo de la Dehesa, quien dos días antes había encerrado 12 cabezas de ganado que pastoreaban en aquellos potreros. Sin embargo, tras la negativa de entregarlos sin antes pagar los “dos reales por cada uno” de los animales que traspasaron las cercas divisorias -acuerdo pactado con anterioridad entre don Antonio Hermida y Francisco Guerra, éste último, junto a su hijo y otros inquilinos, optaron por sacar el ganado rompiendo las puertas de los corrales sin respetar pacto alguno. Más aún, para esta familia, la vida de Julián Lazo, debía ser cobrada por su atrevimiento. Sin embargo, para los residentes y trabajadores de la hacienda de la Dehesa, aquella situación no era algo nuevo, pues en los límites de aquellos terrenos, yacía una historia cargada de conflictos y tensiones, debido –principalmente- a la incontenible violencia y agresividad de don Francisco Guerra.

Cartas insultantes, usurpaciones de tierra y palabras injuriosas fueron algunas de las conductas que hacían de “Los Guerra” una “familia” temible en aquella jurisdicción, pues en aquel lugar, su furia era conocida.

Según los testimonios, hace tres años, este hacendado había tenido pleito con don Francisco Osorio -mayordomo de la Dehesa en aquel entonces- por haber traspasado las cercas y no transitar por la puerta de la hacienda, además, dos años antes, “los Guerra” habían pleiteado con Anselmo Garrido, sirviente de la misma hacienda, por haberles cobrado un lazo que había tomado un compañero de los Guerra. Junto a ello, también fue recordado un pleito con el vaquero Manuel Vela, “quién tuvo que darle un chicotazo por entrar a la hacienda de su patrón sin avisarle”3. Incluso, un año antes que don Antonio Hermida arrendara la hacienda de la Dehesa, don Francisco Guerra había “sacado una escopeta y puesto el punto como para tirarle a don Francisco Verdugo” 4, que en aquel tiempo era el mayordomo de dicha hacienda, sólo por el hecho de haberle impedido entrar a sustraer maderas y evitar que sus animales comieran sus pastos.

Sin embargo, frente al historial de violencia y agresividad con el cual don Francisco Guerra y su “familia” resolvían este tipo conflictos jurisdiccional, don Antonio Hermida optó por en reiteradas ocasiones, por negociar el paso ilegal de

1 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 4v. 2 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 5v. 3 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 8. 4 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 5.

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ganado, pero incluso aquellos acuerdo pactados en las fronteras de sus haciendas, se vieron estériles frente a la agresividad y hostilidad con la cual, esta familia, intentó resolver este tipo de situaciones, como cuando don Agustín Guerra asistió a un rodeo que hubo en las casas de la Dehesa. En aquella oportunidad, don Antonio Hermida le pidió escarnecidamente que “no fuera a ningún rodeo [en su hacienda], ni él ni sus hermanos, porque quería quitar la ocasión de que volviesen a pelear” 5, pues “para sacar sus animales podría mandar a su vaquero” 6, y solo por esto, “Guerra estuvo mucho rato provocando de palabras a don Antonio, quién tuvo tanta paciencia en aguantarlo que se admiraron todos los circunstantes” 7.

Pero los intentos por llegar a una solución pacífica y negociada entre estos hacendados no llegarían a buen puerto, más aún, la feroz arremetida de los Guerra en la Dehesa, y los intentos de agresión y muerte contra el mayordomo de aquella hacienda, Julián Lazo, serían el puntal para iniciar, durante el mes de agosto de aquel año, fuertes presiones, ahora, amparadas en el derecho y la ley penal.

Aparentemente, las causas que motivaron a don Antonio Hermida para solicitar la intervención judicial e interponer la querella criminal en contra de Francisco Guerra, se debieron a los continuos traspasos de ganado a sus tierras, situación tachada de irregular por este querellante, pues continuamente, los animales de Guerra pasaban “talar los pastos”8 de su propiedad. Así lo manifestó el indio José Medina, sirviente de la Dehesa, quién creía que “de noche [Los Guerra] abrían portillos en las cercas divisorias”9, práctica que además le constaba, pues “todos los pleitos de los Guerra con los de la Dehesa, eran porque no les dejaban talar con sus animales en los potreros resguardados”10. Situación que el propio don Antonio Hermida reafirmó, señalando que las tierras contiguas a las suyas no eran aptas para alimentar a los animales de don Francisco Guerra, por lo que estos “se mantenían en sus tierras”11, situación que se repitió en “más de veinte ocasiones durante ese mismo año”12, provocando así, continuos roces y fuertes confrontaciones, como cuando su mayordomo optó por encerrar los animales según “la costumbre del reino”13, y devolverlos en varias ocasiones “sin exigirle el pequeño interés que siempre se llevó”14.

Pero el hecho que traspasó todo límite y tolerancia, y que además motivó la intervención judicial, fue cuando Julián Lazo tomo la determinación de no entregar los animales de don Francisco Guerra hasta el pago de los dos pesos por cabeza de ganado acordados con anterioridad, lo que le significó que el referido Guerra transgrediera todo tipo de autoridad en la hacienda don Antonio Hermida.

Según el propio mayordomo, la mañana del día tres de agoto del año de 1809 en compañía de un vaquero de la hacienda, sacó de los potreros como doce animales entre cabalgares y vacunos, entre ellos cuatro yeguas y un toro de don Francisco Guerra y los demás aunque no eran del dominio de éste, pertenecían a sus inquilinos o arrendatarios, motivo por el cual, determinó encerrarlos en el corral. Pero el sábado cinco de dicho mes, los hijos de don Francisco Guerra mandaron a un inquilino a pasarle el siguiente recado: “dicen los patrones que manden por los animales que están en el corral”, a lo

5 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 8. 6 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 8. 7 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 8. 8 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. 9 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 7v. 10 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 7v. 11 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. ff. 2-2v. 12 ANHRA. Vol. 771, pza. 1, f. 6v. 13 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. ff. 2-2v.14 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. ff. 2-2v.

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que Julián Lazo contestó, “dígales que no los puedo entregar mientras no me den dos reales por cada uno por los pastos que se han comido, porque ya es demasiado, pues todos los días se le están entregando de balde los animales, y al siguiente día se vuelven a encontrar dentro de los mismos potreros”15..

Tras la negativa de Julián Lazo, “pues ya no era tolerable el perjuicio que ellos causaban”, la tarde de ese mismo día, mientras andaba en los negocios del campo, Julián Lazo vio desde lejos a dos hombres (que por entonces no conoció) y que iban arriando a paso ligero todos los animales ajenos que estaban encerrados en los corrales. Consternado por aquella situación, pues “él había dejado con llave las puertas del corral, y sin orden para que las abriesen”, este mayordomo se encaminó hacia los arreadores, y estando cerca, reconoció que uno de ellos era don Francisco Guerra. Pero antes que Lazo dijera palabra alguna, el referido Guerra le dijo: “yo veré si Hermida te otorga la vida”, y echando mano a un trabuco comenzó la terrible persecución contra este infeliz.

Al ver su vida en peligro, Julián Lazo procuró como pudo huir al ritmo de su mula mientras trataba de esquivar el punto del arma, llegando incluso a botarse “sobre el pescuezo de la mula” para evitar perecer en aquel lugar, pues la bala pasó zumbando sobre “su cabeza”, esto frente a la mirada atónita de quienes transitaban por aquel lugar.

Sin embargo, con el estruendo de aquel disparo, don Francisco Guerra fue lanzado por su bestia. En ese momento, y mientras Julián Lazo volvía la rienda hacia donde estaba don Francisco Guerra, éste lo llamó diciéndole “ven que todavía me queda otro”. En efecto, este temible hacendado sacó de la cintura un segundo trabuco, lo que dio inicio a una segunda huida hacia las casas ubicadas en la Dehesa. En esta situación se encontraba Julián Lazo cuando encontró el caballo de don Francisco Guerra, y en un intento de arrearlo (pues era más rápido que su mula), se encontró con un hijo de Guerra, el cual corría hacia él provocándolo a pelear con cuchillo en mano. Viéndose en desventaja y aprovechando la situación, este mayordomo logró huir a paso acelerado a su casa, y sin poder hacer algo para evitarlo, don Francisco Guerra y su hijo arrearon las bestias y se llevaron a su finca sin más que la débil resistencia de este miserable mayordomo.

No obstante, la violencia y agresividad ejercida por Guerra, sería objeto de quejas y reproches al interior del tribunal. Según la información entregada por don Antonio Hermida, “su mayordomo no hizo caso [a las provocaciones] y se retiró a refugiarse en las casas”, pero al llegar a ellas, su mujer le informó que don Francisco Guerra y su hijo habían entrado allí preguntando: quién mandaba en aquel lugar y dónde se encontraba el referido Lazo. Y mostrando dos trabucos, este violento hacendado vociferó que uno de ellos era “para Lazo el ladrón y el otro, para el ladronazo de Hermida”. Sin embargo, las palabras de amenaza y provocación no acabaron ahí. Intuyendo que Julián Lazo podría estar en la chacra de arriba, y aún en casa de la mayordoma Narcisa Campos, Guerra volvió a dar cuenta de su odiosidad y sed de venganza contra quienes exigieron la restitución de lo justo según la costumbre. Y con tono desafiante e indolente, manifestó que “quién le quitaría la vida [a Lazo] sería él”, y junto a “otros insultos, los más denigrantes”, fue en busca del “mayordomo para matarlo”, y como no lo halló, fue con su hijo al corral, y echando abajo la puerta, sacó los animales, prometiendo a toda voz, cometer después contra don Antonio Hermida.

A los ojos de este hacendado el problema no sólo radicó en el fallido intento por asesinar a su hombre de confianza, tampoco en los pesos que don Francisco Guerra le adeudaba por el paso ilegal de sus animales, sino que en el trasfondo de dicha querella, un conflicto mucho más poroso comenzaba a visualizarse, sobre todo cuando éste

15 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. ff. 2-2v.

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manifestó que “era deudor el que se aprovecha de lo ajeno”16. Una carga simbólica recayó en las palabras de este hacendado, el que junto con dar cuenta la calaña de “los Guerra”, marcó un importante punto de referencia desde el cual establecer distanciamientos y posicionamientos respecto a los comportamientos que un hombre de su esfera debía de tener. Pero además, la querella interpuesta contra don Francisco Guerra daba cuenta de los profundos contrastes que yacieron en la “aparente homogeneidad” de los grupos de hacendados, y donde la violencia no fue un ejercicio exclusivo de las relaciones contractuales y de dependencia al interior de estos espacios, sino que además, junto con visualizar la fuerza y dependencia de los lazos familiares al interior de estos espacios, las acusaciones de don Antonio Hermida dejaron entrever uno de los rostros más violentos que asumieron los procesos de consolidación de la autoridad rural.

En esto último quisiera detenerme. Pues la búsqueda del respeto no solo debió resguardarse al interior de dichos espacios, sino que además, estos tuvieron que afrontar los lances que significó cada intento de usurpación, pues ahí, no sólo se disputaban los límites territoriales, sino además, las fronteras y dominios del poder local. Ahí la importancia social y simbólica que adoptó el ejercicio de la violencia y la provocación por parte de los hacendados, pues ahí, en sus límites se pusieron en juego los posicionamientos jerárquicos y sociales de estos patrones.

Sin embargo, a medida que finalizaba el siglo XVIII, el ejercicio de la violencia comenzó a ser objeto de rechazo y cuestionamiento al interior de estos grupos, dando cuenta además, de lo friccionado y ambiguo que resultaron procesos de incorporación de los principios de legalidad en el Chile tradicional, por su puesto, la friccionada convivencia ente formas dispares de comprender el orden y los procesos de configuración de la autoridad rural.

De este modo, los alegatos de don Antonio Hermida, solo fueron el puntal para acceder no sólo a una restitución económica amparada en la legalidad, sino que además, la justicia penal se perfilo como un importante mecanismo desde el cual poder ejercer fuertes presiones cuando reconocimiento de la autoridad fue puesta en juego por la violencia injustificada. La promoción de una retórica de civilidad se presentó entonces, como la vía más efectiva para evitar sangrientos lances y resguardar así, las posiciones jerárquicas que estos denotaron. Aún más, la instancia judicial visibilizó una realidad social bastante friccionada al interior y en las fronteras de las haciendas, y donde la vigilancia no fue exclusiva para con a los sectores populares, daban cuenta de cómo la tiranía muchas veces traspasó las fronteras y dominios privados y se constituyó como uno de los principales mecanismo de acceso al poder en el Chile rural, el que en ocasiones debió ganarse en públicos y violentos lances, donde comunidades enteras fueron testigos privilegiados de cómo sus patrones acrecentaban sus atributos con cada puñetazo.

Para finalizar, quisiera mencionar que este tipo de conflictos nos permiten indagar más a fondo en una historia social de la violencia al interior de estos espacios y en sus fronteras, por supuesto, comprender la violencia, más que como una práctica, como una situación que representó las debilidades y debacles de la sociedad una colonial sumida en fuertes fracturas y distanciamientos. De este modo, peones, inquilinos e incluso otros hacendados fueron los protagonistas de las más violentas formas de comprender lo justo y ejercer la autoridad local. Y fue en este escenario, en las fronteras de sus haciendas, que quedaron registros de las más feroces manifestaciones del poder y autoridad. No solo por la crueldad e indolencia que estos hombres mostraron al interior de estas comunidades, sino por las violentas y agresivas confrontaciones que resultaron del

16 ANHRA. Vol. 771, pza. 1. ff. 2-2v.

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rencor y los intereses particulares, arrastrando además, a una masa laboriosa que estuvo sujeta “a sueldo” y que incluso, debió dar su vida cuando fuese necesario, situación que nos permite comenzar a repensar y reflexionar sobre las relaciones sociales y la organización social al interior de las haciendas.