Poniatowska, Elena (2001) - Marta Portal, Revolución y Literatura
Poniatowska - La Identidad
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La identidad
Elena Poniatowska (Francia-Mxico, 1932)
Yo vena cansado. Mis botas estaban cubiertas de
lodo y las arrastraba como si fueran fretros. La
mochila se me encajaba en la espalda, pesada.
Haba caminado mucho, tanto que lo haca como
un animal que se defiende. Pas un campesino en
su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con
trabajo me sent a su lado. Calaba fro. Tena la
boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la
saliva se me haba hecho pastosa. Las ruedas se
hundan en la tierra dando vuelta lentamente. Pens
que deba hacer el esfuerzo de girar como las
ruedas y empec a balbucear unas cuantas palabras.
Pocas. l contestaba por no dejar y seguimos con
una gran paciencia, con la misma paciencia de la
mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la
paciencia del mismo camino, seco y vencido,
polvoroso y viejo, hilvanando palabras cerradas
como semillas, mientras el aire se enrareca porque
bamos de subida casi siempre se va de subida-,
hablamos, no s, del hambre, de la sed, de la
montaa, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de
pronto, en medio de la tosquedad de nuestras ropas
sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos
atraves blanco y dulce, una tregua transparente. Y
nos comunicamos cosas inesperadas, cosas
sencillas, como cuando aparece a lo largo de una
jornada gris un espacio tierno y verde, como
cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era
forastero y slo pronunci unas cuantas palabras
que saqu de mi mochila, pero eran como las suyas
y nada ms las cambiamos unas por otras. l se
entusiasm, me miraba a los ojos, y bruscamente
los rboles rompieron el silencio. Sabe, pronto
saldr el agua de las hendiduras. No es malo vivir
en la altura. Lo malo es bajar al pueblo a echarse
un trago porque luego all andan las viejas
calientes. Despus es ms difcil volver a
remontarse, no ms acordndose de ellas
Dijimos que se iba a quitar el fro, que all lejos
estaban los nubarrones empujndolo y que la
cosecha poda ser buena. Caan nuestras palabras
como gruesos terrones, como varas resecas, pero
nos entendamos.
Llegamos al pueblo donde estaba el nico mesn.
Cuando baj de la carreta empez a buscarse en
todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revs,
inquieto, ansioso, retenindome con los ojos:
Qu le regalar? qu le regalo? Le quiero hacer
un regalo Buscaba a su alrededor, esperanzado,
mirando el cielo, mirando el campo. Hurgone de
nuevo en su vestido de miseria, en su pantaln
tieso, jaspeado de mugre, en su saco usado,
amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo.
Mir hacia arriba, con una mirada circular que
quera abarcar el universo entero. El mundo
permaneca remoto, lejano, indiferente. Y de
pronto todas las arrugas de su rostro ennegrecido,
todos esos surcos escarbados de sol a sol, me
sonrieron. Todos los gallos del mundo haban
pisoteado su cara, llenndola de patas. Extrajo
avergonzado un papelito de no s dnde, se sent
nuevamente en la carreta y apoyando su gruesa
mano sobre las rodillas tartamude:
-Ya s, le voy a regalar mi nombre.
De noche vienes (1979), Mxico D.F., Ediciones
Era, 1985, pgs. 16-17