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36 Escuela infantil ¿Por qué muerden? L “La semana pasada, al recoger a mi hijo de la escuela infantil, la tuto- ra me llamó aparte para decirme que Javier había mordido a varios compañeros, y que no era la primera vez. Me ex- trañó mucho. En casa no lo hace, siempre ha sido bueno y obediente. Temo que se convierta en el matoncito de la clase y que los otros niños le rechacen. No sé por qué se comporta así ni cómo puedo quitarle esa costumbre.” El testimonio de una lecto- ra que nos escribía pidiendo consejo ilustra bien la situa- ción que se da en muchas aulas de educación infantil, donde los mordiscos es- tán a la orden del día. Los padres se preocupan, y es comprensible, tanto si su hijo es de los que muerden como si llega a casa con la señal de un mordisco. Sin embargo, no hay que alarmarse. Se trata de un comportamiento normal entre niños de año y medio a tres años, y no es en absoluto un síntoma de agresividad. A estas edades, hablar de conductas agresivas está fuera de lugar. ¿Por qué lo hacen? Los pequeños son propensos a morder ante cualquier adversi- dad, por ejemplo, cuando otro les arrebata un juguete, o cuando quie- ren algo y lo quieren ya, y no saben cómo conseguirlo. Los educadores están habituados, pero a los padres no deja de sorprendernos. ¿Por qué los niños pequeños muerden con tanta frecuencia? ¿Y cómo hay que reaccionar?

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Los educadores están habituados, pero a los padres no deja de sorprendernos. ¿Por qué los niños pequeños muerden con tanta frecuencia? ¿Y cómo hay que reaccionar? ¿Por qué lo hacen? Los pequeños son propensos a morder ante cualquier adversi- dad, por ejemplo, cuando otro les arrebata un juguete, o cuando quie- ren algo y lo quieren ya, y no saben cómo conseguirlo. Escuela infantil 36

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¿Por qué muerden?

L“La semana pasada, al recoger a mi hijo de la escuela infantil, la tuto-ra me llamó aparte para decirme que Javier había mordido a varios compañeros, y que no era la primera vez. Me ex-trañó mucho. En casa no lo hace, siempre ha sido bueno y obediente. Temo que se convierta en el matoncito de la clase y que los otros niños le rechacen. No sé por qué se comporta así ni cómo puedo quitarle esa costumbre.”

El testimonio de una lecto-ra que nos escribía pidiendo consejo ilustra bien la situa-ción que se da en muchas aulas de educación infantil, donde los mordiscos es-tán a la orden del día. Los padres se preocupan, y es comprensible, tanto si su hijo es de los que muerden como si llega a casa con la señal de un mordisco. Sin embargo, no hay que alarmarse. Se trata de un comportamiento normal entre niños de año y medio a tres años, y no es en absoluto un síntoma de agresividad. A estas edades, hablar de conductas agresivas está fuera de lugar.

¿Por qué lo hacen?Los pequeños son propensos a morder ante cualquier adversi-dad, por ejemplo, cuando otro les arrebata un juguete, o cuando quie-ren algo y lo quieren ya, y no saben cómo conseguirlo.

Los educadores están habituados, pero a los padres no deja de sorprendernos. ¿Por qué los niños pequeños muerden con tanta frecuencia? ¿Y cómo hay que reaccionar?

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El enfado también puede llevarles a dar boca-dos: un niño al que han regañado por algo pue-de expresar su malestar clavándole los dientes al que tiene al lado. También hay críos que preten-den llamar la atención; en clase se dan cuenta de que son uno más, y pueden recurrir a las morde-duras para que el adulto se fije en ellos.

¿Y por qué manifiestan su disconformidad mor-diendo a diestro y siniestro? Pues porque aún no pueden expresar con palabras lo que sienten. In-cluso los que ya hablan un poco, lo hacen con muchas limitaciones. A falta de lenguaje, los mor-discos les sirven para comunicar emociones y de-seos. A algunos les da por usar los dientes, pero también son habituales los casos de niños que pe-gan o arañan.

A principio de curso es más frecuenteDicen los educadores que este hecho se da más durante el primer trimestre de clase. La ansiedad que provoca en los niños la adaptación a la es-cuela infantil puede llevarles a morder con cierta insistencia. Pasados los primeros meses, lo ha-bitual es que la ansiedad y los mordiscos vayan desapareciendo.

También afirman que algunos niños actúan así por imitación: en ocasiones, las mordeduras se contagian en el aula con tanta facilidad como los catarros. Y de la noche a la mañana, la conducta puede generalizarse entre los pequeños alumnos.

Cómo actuarQue morder sea un hecho normal y propio de esta edad no significa que debamos tolerarlo sin

más. Los padres, en coordinación con la escuela, pueden ayudar a que estos episodios disminuyan e incluso des-aparezcan.

Como ocurre con cualquier otro com-portamiento que se desea modificar, es fundamental que nuestras reacciones no sirvan para reforzar lo que el niño hace mal. Si el crío percibe que, cuando muerde, todos (padres y educadores) es-tán más pendientes de él, querrá seguir haciéndolo para mantener su atención.

Si en la escuela nos dicen que ha mordido Hablar a solas con su educador. Si queremos conocer las circunstancias, es preferible hacerlo cuando nuestro hijo no esté delante.

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¿Y si muerden a nuestro hijo?Un día, nuestro pequeño llega a casa con una llamativa mordedu-ra. Es la primera vez y nos coge por sorpresa. ¿Habrá sido por ne-gligencia del profesor? ¿Es que no les vigila lo su!ciente? ¿Acaso no tiene autoridad? ¿O hay dema-siados niños a su cargo?

Es lógico que los padres quie-ran asegurarse de que su hijo está en un ambiente agradable y seguro, y que recibe la atención que merece. Por eso, ante un he-cho así, pueden surgir muchos in-terrogantes y la primera reacción

suele ser pedir explicaciones en el centro.

Si tenemos dudas, lo adecuado es hablar con los educadores o responsables de la escuela y ex-poner abiertamente el asunto. Podemos interesarnos por cómo están manejando la si-tuación y qué pautas siguen ante estos comportamientos.Si nos preocupa algún aspecto del funcionamiento del centro, lo mejor es preguntar: ¿cuán-tos niños hay en la clase?, ¿es el aula lo su!cientemente

grande?, ¿tienen los pequeños espacio para jugar?, ¿cuántos educadores los cuidan en el patio?Ya hemos dicho que los mordis-cos son normales a esta edad y difíciles, casi imposibles de evitar cuando se juntan varios niños (¡son muy rápidos!). No hay que dramatizar, sobre todo si se trata de hechos aislados. Nunca se debe alentar al niño a defenderse a mordiscos. Cui-dado con estos comentarios: “Si te muerden, muerde tú”.

En casa, tampoco comentar el asunto en su presencia. No hagamos publicidad del inci-dente.

No recriminarle machaconamente. Evitemos echarle en cara su actitud con comentarios del tipo “te he dicho que no se muerde”, “eres malo”, “eso no se hace”, “que no se te ocurra volver a morder”, etc.

Elogiarle cuando no muerda. Sobre todo si el niño lo hace a menudo, es importante que reconozcamos su buen comportamiento con besos y abrazos. Aunque sea pequeño y nos parezca que no entiende, debemos explicar-le por qué nos alegramos tanto: “Estamos muy contentos porque hoy no has mordido a ningún niño”. También se le puede pre-miar, por ejemplo, haciendo con él algo es-pecial: “¿Sacamos el trenecito que tanto te gusta?”.

Si también muerde en casaPuede ocurrir que el niño empiece a dar mordiscos a los hermanos o incluso a papá y mamá; puede que lo haga cuando le llevemos al parque o cuando ven-gan amiguitos a casa. En tal caso, es aconsejable: Aislarle un rato. Nada más morder, hay que lle-varle a un sitio apartado de los demás; puede ser su cuarto, una silla en un rincón, otra habi-tación… Si estamos en un parque, hay que se-

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Estrategia para el aulaCuando los pequeños se relacionan a dente-lladas, la actuación de los educadores resulta fundamental. Las siguientes pautas pueden ayudar a afrontar y superar estas situaciones.

El niño que ha sufrido la mordedura debe ser atendido.

Al que ha mordido se le aparta del grupo durante unos minutos en el rincón de pensar. Hay que decirle, simplemente: “Eso no se hace; siéntate aquí hasta que te avise”.

A continuación, el niño que ha mordido par-ticipará en la reparación del daño. Puede ayu-dar a poner un paño frío o aplicar pomada en la mordedura. Hay que animarle a dar alguna muestra de cariño al agredido.

Si vuelve a morder, hay que actuar igual. Es importante evitar frases como: “¿Otra vez has mordido?”, “Voy a decírselo a tu madre”, “Ya es la tercera vez hoy”, etc.

Hay que hablar con los padres, pero nunca delante del niño. Se les puede informar con una nota o a través de la agenda.

Es imprescindible reconocer el buen compor-tamiento de los alumnos que son mordedores habituales. Se puede hacer al !nal del día, o justo después de la actividad en la que sue-len morder más (por ejemplo, cuando salen al patio).

Si los mordiscos se convierten en moneda corriente entre los pequeños alumnos, se pue-de establecer un sistema de recompensas: antes de ir a casa, se premiará a los niños que ese día no hayan mordido con una pegati-na en la camiseta, un dibujo en la frente, una medalla de cartulina...

pararle del grupo y buscar un banco o lugar donde pueda estar a solas. El tiempo en el que el niño tiene que estar aislado no superará el minuto por año de edad; es decir, si tiene dos años, dos minutos.

No reaccionar de forma exagerada. No hay que reprenderle a gritos ni hacer grandes as-pavientos. Basta con decirle, de forma clara y rotunda: “No debes morder; ahora quédate aquí hasta que yo te diga”.

Que pida perdón. Al cabo de unos pocos mi-nutos, pediremos a nuestro hijo que se acerque al agredido y le dé un besito, un abrazo, o in-cluso que aplique alguna pomada en la marca del damnificado. Después, podrá volver a jugar (evitemos lanzarle advertencias como “Si vuel-ves a hacerlo, verás”).

Olvidar el asunto. Una vez superado el inci-dente, es mejor no volver a mencionarlo. Como norma general, no hay que recriminar al niño por los mordiscos en momentos distintos a los de los ataques.

Suspender el juego. Siempre hay que avisarle antes de que si insiste en su actitud, interrum-piremos el juego: “Si vuelves a morder, nos va-mos a casa”. Y cumplir con la advertencia.

No ponerle etiquetas. En ningún caso hay que llamarle bruto, ni decirle que es un niño malo ni cosas así, ni mucho menos morderle para que vea que eso duele: “Si tú me muerdes, yo te muerdo a ti”.

Reforzar las conductas positivas. Siempre que juegue con sus hermanos o con otros niños sin usar los dientes, hay que alabarle por ello: “¡Qué bien has jugado hoy! ¡No has mordido! ¡Es estupendo!”.