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1 Apuntes Hna. Ana de la Cruz

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Apuntes

Hna. Ana de la Cruz

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PORTADA DEL ORIGINAL MANUSCRITO

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Dedicatoria

A las muy amadas Hermanas de la Casa Madre, titulada de “San Miguel Arcángel” en

la ciudad de Córdoba (República Argentina), y demás Hermanas en Cristo:

Carísimas:

Estos pobres y desaliñados renglones, expresión del afecto que en el Corazón de

Nuestro Amo os profeso; sin mérito literario para llamar vuestra atención, os darán a

conocer la personalidad de nuestra digna Madre Fundadora, así como las virtudes

suyas que resplandecen en la narración de sus hechos y enseñanzas, no menos que en

sus palabras y escritos, que insertaré textuales, siempre que el caso lo pida.

Tal vez alguna de vosotras o algún amigo de nuestro Instituto estará destinado

por Dios para escribir ya su Historia, ya la vida de los Fundadores; de estos Apuntes

podrá servirse, aunque teniendo que hacer con ellos lo que el escultor para transformar

un tronco basto en una acabada imagen: desbastar, enderezar lo torcido, poner quizá

un remiendo, dar forma y luego pulir y embellecer.

Se encontrarán en estos Apuntes superfluidades de estilo que deberán

desaparecer; faltas en la cronología, que se han de corregir; nuevos e importantes

hechos que añadir. Se tendrá que expresar bajo formas adecuadas y elegantes lo que va

escrito en lenguaje de familia; y por fin embellecer para hacer su lectura amena y

atractiva.

Sin embargo, éste podrá ser el tronco de que se ha de formar la bella imagen.

Estos son los hechos de que fui testigo casi desde la infancia de nuestro amado

Instituto.

Por lo que toca a nuestra digna Madre Fundadora, estos hechos hubieran

quedado en el olvido, como ella misma lo confiesa en su libro “Memorias - Datos para

la historia de la Congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús”, pues su deseo

fue siempre desaparecer de la escena como Fundadora.

Recibid, pues, mi humilde trabajo, o más bien aceptad mi buena voluntad, que

es lo único que puedo ofreceros.

A.M.D.G. […]

Vuestra Hermana*

[Ana de la Cruz Moyano]

e.c.j.

Córdoba Sbre. de 1914

* En el original “N N”.

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PRÓLOGO

Al poner esta obra en circulación a casi un siglo de su elaboración lo hacemos

con el gozo de sacar a luz de las reservas históricas del Instituto “cosas nuevas y cosas

antiguas” (Mateo 13, 52), porque lo bueno y verdadero es de siempre.

La portada del manuscrito lleva el siguiente título:

Reverenda Madre Catalina de María Rodríguez

Fundadora del Instituto Religioso de las

Esclavas del Corazón de Jesús (Argentinas).

Apuntes biográficos por las Hermanas del mismo Instituto.

Pueblo General Paz. Córdoba.

1914

En las referencias a textos usados de este manuscrito se sintetiza el título bajo las

palabras “Apuntes Hna. Ana de la Cruz” como ella misma lo hace.

Hoy con esta publicación, con este paso, no sólo nos admiramos con lo

novedoso sino que valoramos las riquezas del pasado, tesoro que no puede ser

despreciado ni desconocido.

Es una importante fuente histórica de primer orden. Escrita por una

contemporánea de la hoy Venerable Catalina de María Rodríguez: la Hermana Ana de

la Cruz Moyano.

Testigo fiel que expresa con gran simplicidad pero ardiente amor: “Estos pobres

y desaliñados renglones, expresión del afecto que en el Corazón de Nuestro Amo os

profeso, sin mérito literario para llamar vuestra atención os darán a conocer la

personalidad de nuestra Madre Fundadora así como las virtudes suyas que

resplandecen en la narración de sus hechos y enseñanzas, no menos que en sus

palabras y escritos […] Estos son los hechos de que fui testigo casi desde la infancia de

nuestro amado Instituto”.

Siendo la Hermana Ana de la Cruz un testigo ocular o de primer orden en cuanto

al conocimiento de la vida y virtudes de la Venerable Sierva de Dios, y el desarrollo de

su obra, sus “Apuntes” fueron tenidos muy en cuenta por el Padre José María Blanco,

S.J. sirviendo de base al publicar en 1930 la biografía de “La Madre Catalina de María

Rodríguez Fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús (Arg.)” y la “Historia

documentada del origen y desarrollo del Instituto de las Esclavas del Corazón de Jesús

(Arg.)” obra contenida en 3 volúmenes. Dicho autor transcribe extensos párrafos

algunas veces, y otras se sirve del manuscrito, para transformarlo y hacerlo propio. De

esa manera se cumplió lo que la autora de los “Apuntes” expresa en la Dedicatoria:

“…algún amigo de nuestro Instituto estará destinado por Dios para escribir su Historia

[…] de estos Apuntes podrá servirse aunque teniendo que hacer con ellos lo que el

escultor para transformar un tronco basto en una acabada imagen”.

El 1 de noviembre de 1982, festividad de Todos los Santos; a raíz de haber

manifestado muchas Hermanas interés por conocer la historia doméstica de nuestro

Instituto, y en primer lugar los datos más familiares de nuestra Madre Fundadora se

procede a la confección de copias mecanografiadas para uso interno del Instituto.

Nuestra gratitud y reconocimiento a la Hermana Esilda del Carmen Bustos por su

trabajo y organización del mismo que figura en esta edición como antecedente.

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La obra de la Hermana Ana de la Cruz Moyano consta de dos grandes cuadernos

manuscritos de 33 por 22 cm., con un total de 275 páginas aproximadamente; la

paginación obedece al Nº impreso en el cuaderno en cuyas hojas impares está la mayor

parte del manuscrito con agregados en algunas hojas pares.

Expresa la Hermana Ana de la Cruz: Dígnese el Sagrado Corazón de Jesús, a

cuya mayor honra y gloria va dirigido este humilde trabajo, bendecirlo, y reproducir en

las hijas el ideal de la Madre, quien a su vez no tuvo otro que el de su Divino Amo el

Sagrado Corazón.

La obra consta de tres Partes, precedidas cada una de su Introducción.

El objeto de la Parte Primera con el título general: “La Madre Catalina en el

Siglo” es presentar a la Venerable Sierva de Dios como ejemplo de vida cristiana en el

mundo, y sobre todo, de incondicional entrega a la voluntad de Dios.

Se divide en ocho Capítulos con los siguientes temas:

I. Ambiente de la época y familia de la Venerable Sierva de Dios.

II. Primeros años, educación y vocación religiosa.

III. Juventud y matrimonio.

IV. Su vida de matrimonio, ambiente social y político de ese período; su

estadía en la ciudad de Paraná.

V. Regreso a Córdoba y muerte de su esposo.

VI. Método de vida durante su viudez.

VII. Nuevo despertar de su vocación religiosa.

VIII. La inspiración de su obra.

La Parte Segunda tiene como título general: “La Madre Catalina Fundadora”.

Su Introducción es una paráfrasis de trozos escriturísticos, aplicada a la realización del

pensamiento de la Venerable Sierva de Dios.

Está dividida también en ocho Capítulos, y abarca desde el año 1872 hasta 1875.

Los temas están distribuidos de la siguiente manera:

I. La intervención del Padre José María Bustamante, S.J. y la reanimación

del proyecto.

II. La fundación y sus comienzos.

III. El nombre de la Congregación y primeros pasos en el apostolado.

IV. Vestición del hábito religioso, vida comunitaria.

V. El servicio de los Ejercicios Espirituales. Disposiciones del Director de la

Congregación.

VI. La residencia definitiva: la “Casa Madre”. El Director como “Fundador”.

VII. Aprobación diocesana de las Constituciones. Profesión de las primeras

Hermanas. Instalación del Noviciado.

VIII. Adhesión de la Madre Catalina a la Compañía de Jesús. La participación

de los Padres de la Compañía de Jesús en la fundación.

La Parte Tercera con el título general: “La Madre Catalina en el Claustro”

abarca once Capítulos. La Introducción nos invita a conocer de cerca los distintos

aspectos de la vida de la Venerable Sierva de Dios en su papel de Fundadora y

Superiora.

I. La Madre Catalina Superiora.

II. Su espíritu de piedad y oración.

III. Su exterior. Recato en el hablar. Opinión de santidad en que era tenida.

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IV. La Gratitud en la Madre Catalina. Espíritu de mortificación. Libro de

“Las Costumbres”.

V. Su exactitud. Su Humildad. Fundaciones y visitas a las Casas. Últimos

años y muerte del doctor David Luque.

VI. Viaje a Roma. Breve Laudatorio de S. S. León XIII. Las Constituciones.

VII. Regreso de Roma. Fundación en Buenos Aires.

VIII. Espíritu de caridad que la anima. Solicitud y cuidado por las enfermas.

Los fines del Instituto.

IX. Últimos años de la Madre Catalina. Su testamento. Su muerte.

X. Sepelio de la Madre Catalina. Ecos del púlpito y de la prensa.

XI. Testimonio de gratitud de sus hijas. Favores obtenidos por su intercesión.

La autora utiliza sus propios datos como los de otros, como testigo de vista y de

oído de muchos años al lado de la Venerable Sierva de Dios y como conocedora de

quienes podrían ilustrarla sobre lo que ignoraba.

Es importante hacer notar que la Hermana Ana de la Cruz integra el primer

grupo que junto a la Venerable Catalina de María viste el hábito el 3 de mayo de 1874;

le ayuda en la redacción de sus “Memorias”; la acompaña en su viaje a Roma en 1893

y está presente en los últimos momentos de su vida el 5 de abril de 1896.

Estos “Apuntes” están escritos a una distancia aproximada de dieciocho años de

la muerte de la Venerable Sierva de Dios, y la autora cuenta con 58 años; factores que

influyen para que la serenidad y la objetividad se sobrepongan a cualquier arrebato

afectivo motivada por la separación definitiva.

Hay que admitir que, como fuente histórica, es en algunos puntos de la vida de la

Venerable Sierva de Dios, el único documento que nos trae noticia. No obstante, es

necesario recordar lo que admite la Hermana Ana de la Cruz en la “Dedicatoria”, que

hay “faltas en la cronología” y otros datos que han sido subsanados con notas

aclaratorias recurriendo a investigaciones de distintas fuentes fidedignas.

Algunos errores históricos han sido enmendados en su lugar; como así también

la transcripción fiel de las cartas o documentos citados que se escriben con letra cursiva,

conforme al original que se conserva en el Archivo; lo que provoca algunas diferencias

con el manuscrito de la Hermana Ana de la Cruz.

En esta edición para ser fieles a la narración primitiva, se mantiene el estilo que

es el usado en su época y no debe causar extrañeza, la frecuencia de exclamaciones o un

cierto tinte lírico de algunas expresiones.

Las notas aclaratorias se encuentran al pie de página; anexadas a las del

manuscrito original otras nuevas.

Las expresiones encerradas entre [ ] son colocadas como aclaración a lo que falta

o denota poca claridad en el texto original.

Para una mejor identificación de las personas mencionadas en el manuscrito

original, se han agregado los nombres completos, sin emplear los corchetes.

Con gratitud hacia aquellas que nos precedieron y legaron con sabiduría,

sencillez y humildad sus riquezas; ofrecemos estos “Apuntes” para que a través de su

lectura, gocemos penetrando en el misterio y obra del Señor en cada ser humano, y de

un modo especial en la respuesta fiel y amorosa a la voluntad de Dios de la Venerable

Catalina de María: mujer ferviente en el espíritu, sirvió al Señor alegre en la esperanza,

fuerte en la tribulación, perseverante en la oración, solícita a las necesidades de sus

hermanos. (Cfr. Romanos 12, 11 – 13).

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Que su testimonio nos conduzca por los caminos del Amor y Reparación,

finalizamos con palabras de la Hermana Ana de la Cruz: “¡Hermanas Esclavas!, leed y

volved a leer, recordad y meditad este ejemplo que vuestra Madre os dio en los

principios de vuestra Institución. Sois sus hijas imitad sus ejemplos!”

Emma Elena Paulinelli

e.c.j.

Córdoba. República Argentina. 29 de setiembre de 2010

Festividad de San Miguel Arcángel

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PRESENTACIÓN

Y

ADVERTENCIAS PRELIMINARES

A raíz de haber manifestado muchas Hermanas interés por conocer la historia

“doméstica” de nuestro Instituto y en primer lugar los datos más familiares de Nuestra

Madre Fundadora, hemos creído oportuno -aprovechando la tarea de investigación para

su Causa de Beatificación- extender a todo el Instituto la publicación de la primera

fuente que sirvió de BASE a la Historia escrita por el Reverendo Padre José María

Blanco, S.J.

Para ser fiel a la narración primitiva, esta reproducción respeta a la letra su

expresión, incluso en casos opuestos a las leyes gramaticales.

Las NOTAS aclaratorias van a final de cada capítulo.

Las expresiones encerradas entre [ ] son colocadas como aclaración a lo que falta

o está oscuro en el texto original.

Algunos errores históricos están enmendados en su lugar.

Esta parte 1 comprende el TOMO I de los “Apuntes” de la Hermana Ana, que

abarca la 1ª y 2ª parte de la historia, tal cual la dividió su autora.

Incluimos antecedentes que ilustran y dan razón del primitivo manuscrito que

hoy sale a luz con motivo de la INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DE DOCUMENTOS

para la CAUSA de beatificación de la Sierva de Dios.

Quiera el Señor que la divulgación de la vida de Nuestra Madre Fundadora

escrita por un testigo de primer orden, sirva de aliento en la tarea de hacerla conocer y

que así se aumente el deseo de encomendarse a ella.

Deseamos también, porque creemos que está en el pensamiento de la Sierva de

Dios, que su lectura no se ciña a una mera información, sino que nos haga profundizar

en los caminos de Dios respecto a esta alma que ÉL ESCOGIÓ para dar a su Iglesia una

nueva familia religiosa: ESCLAVAS DEL CORAZÓN DE JESÚS.

Y por fin, encomendemos a la Madre Catalina todo el trabajo que se realiza para

llenar las exigencias de la SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE

LOS SANTOS, en orden a su BEATIFICACIÓN.

Hna. Esilda del Carmen Bustos

e.c.j.

Córdoba - CASA MADRE - 1 de noviembre de 1982

Solemnidad de Todos los Santos

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DATOS BIOGRÁFICOS

de la

HERMANA ANA DE LA CRUZ MOYANO

Nació en Punilla (Provincia de Córdoba) el 19 de marzo de 1856, hija legítima

de José Eugenio Moyano y de doña Pía Capdevila. Nombre de Pila: Eugenia. Bautizada

el 17 de mayo de 1856.

El Colegio de Huérfanas la contó entre sus alumnas. Ingresó al Instituto el 19 de

marzo de 1874. Era hermana de nuestro Capellán, el Presbítero Belarmino Moyano.

Pertenecía al primer grupo de Esclavas QUE TOMARÍA EL HÁBITO

JUNTAMENTE CON NUESTRA MADRE FUNDADORA. Iniciaron los Ejercicios de

preparación el 15 de abril de 1874 dirigidos por el Reverendo Padre José María

Bustamante, S.J.

El Acta de su toma de hábito dice así: “El 3 de mayo del año 1874, en la Casa

Quinta de la Sra. Da. Indalecia Yániz de Sosa, en esta ciudad de Córdoba, el Sr.

Fundador y Director Pbro. Dr. David Luque, dio el hábito de la Congregación de

Esclavas del Corazón de Jesús a la Hna. ANA DE LA CRUZ de edad de dieciocho años,

llamada en el siglo Eugenia, hija legítima de D. Eugenio Moyano y de Da. Pía

Capdevila”.

Hizo su Profesión el 25 de febrero de 1879.

El 1 de marzo de 1875 llegó a la actual Casa Madre con el primer grupo de

Esclavas. En la distribución de los aposentos le correspondió el número 11. Esta

distribución fue realizada por Nuestro Padre Fundador (doctor David Luque).

El 1 de abril de 1875 se iniciaron las clases en el Colegio de la Casa Madre. En

una de las clases enseñaban las Hermanas María Margarita Correas y Ana de la Cruz

Moyano.

En los primeros años de su vida religiosa daba clases en los grados inferiores y

enseñaba bien al catecismo.

El 19 de enero de 1893 partió a ROMA acompañando a Nuestra venerada Madre

Fundadora juntamente con la Hermana María del Tránsito Gutiérrez.

Ayudó mucho en los primeros años del Instituto por su talento y preparación.

A su TESÓN Y EMPEÑO SE DEBIÓ EN GRAN PARTE LA

RECOPILACIÓN DE DATOS QUE SIRVIERON PARA LA PUBLICACIÓN DE LA

HISTORIA DEL INSTITUTO.

Desde el 11 de abril de 1906 permaneció en la Casa Madre hasta su muerte

ocurrida el 19 de enero de 1938.

En 1921 enseña la doctrina los domingos. Desde 1922 se aleja del apostolado

externo por su precaria salud. Solamente se ocupa de trabajos domésticos.

El 13 de enero de 1938 tuvo un derrame cerebral que la postró en cama. Recibió

la Santa Unción. En los momentos lúcidos repetía piadosas jaculatorias pues a pesar de

la gravedad del ataque no perdió el habla ni el conocimiento del todo. Manifestó varias

veces que padecía mucho, pero muy justamente a fin de disminuir su purgatorio y

expiar sus faltas. Que unía sus sufrimientos a los del Señor en su Pasión, y rogando por

el INSTITUTO.

Murió el día 19 de enero a las 4,20 horas, asistida por Nuestra Madre General y

varias Hermanas.

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Carta de la R. M. Victoria de María Ríos Superiora General*

otorgando el permiso para estos

“Apuntes biográficos de la Reverenda Madre Catalina de María Rodríguez

Fundadora del Instituto Religioso H. H. Esclavas del Corazón de Jesús (Arg.)”

Hermana Ana de la Cruz Moyano

Córdoba

Mi amadísima Hermana en el Sagrado Corazón

Tuve el gusto inmenso de recibir su estimadísima y cariñosa cartita, con la

satisfacción que usted ya puede figurarse tratándose del asunto que me hablaba y de su

voluntad para ocuparse con tanto ahínco e interés en él.

Reúna nomás todos los datos posibles sobre Nuestra venerada Madre que ella

desde el cielo la bendecirá.

Ya tiene todos los permisos que necesite (es decir mi consentimiento, aunque en

cada caso debe pedir a la Madre Rectora para lo que usted necesite). La Madre ya sabe

todo, y nada relativo que necesite, le negará.

Que N. Amo el Sagrado Corazón me la bendiga.

La abraza su afectísima

Victoria de María Ríos

e.c.j

Buenos Aires. Diciembre 29 de 191..

* Carta adherida como pequeño folio, al comienzo del manuscrito original de los Apuntes de la Hermana

Ana de la Cruz Moyano. La fecha de esta carta es anterior al 14 /08/ 1914 en que expira el período de

gobierno de la Superiora General Madre Victoria de María Ríos que gobernó el Instituto entre el 14 /08

/1908 a 1914.

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Carta de la Madre María Amelia Argañaráz*

Fragmento

Escribe a la Hermana ANA DE LA CRUZ MOYANO, autora de los “Apuntes

biográficos de la Reverenda Madre Catalina de María Rodríguez, Fundadora del

Instituto Religioso de las H. H. Esclavas del Corazón de Jesús (Arg.)”. En la carta alude a la “Historia del Instituto de las Esclavas” publicada en el año

1930, escrita por el Reverendo Padre José María Blanco, S.J. y que ha tenido como

fuente importante los “Apuntes” de la Hermana Ana de la Cruz.

Paraná, Octubre 31/1930.

Mi querida Hermana Ana de la Cruz:

Desde que comenzamos a leer la biografía de nuestra querida Madre

Fundadora, estoy con el deseo y el proyecto de escribirle; pero no me ha sido posible

darme ese gusto antes.

Ante la hermosa obra que tenemos en nuestras manos, (perdone que mortifique

su modestia) no he podido menos que pensar y decir: “mucho, mucho de esto se lo

debemos a la Hna. Ana”. Sí, mi querida Hermana, ha cumplido usted con una misión

sagrada, dando tantos datos importantísimos de hechos interesantes que hubieran sido

desconocidos si usted no los hubiera coleccionado.

Las Hermanas que no hemos tenido el consuelo de vivir con Nuestra Madre

Fundadora le debemos a usted mucha gratitud porque ahora parece que vivimos con

ella que sentimos las palpitaciones de su corazón, y que nos estimula su ejemplo de

santidad que divisamos en cada una de sus palabras y acciones.

La miro ahora a Nuestra Madre Fundadora como yo siempre me la he

imaginado: Madre! HUMILDE, MUY HUMILDE Y SANTA!

Pídale a Nuestro Amo, mi querida Hermana, que todas sus hijas sepamos

imitarla mientras yo le pido que Él le recompense con gracias especiales el favor que al

presente usted nos ha hecho. …

…Con cariños para toda esa querida Comunidad, la abraza su Hna.

María Amelia Argañaráz

e.c.j.

* La Madre María Amelia Argañaráz fue Superiora del “Liceo Pensionado del Sagrado Corazón de

Jesús”, de Paraná (República Argentina) desde 1928 a 1932 en que fue nombrada Superiora Provincial.

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LA REVERENDA MADRE CATALINA DE MARÍA

RODRÍGUEZ DE ZAVALÍA

SEGLAR - FUNDADORA - RELIGIOSA

PARTE I - II - III

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PARTE PRIMERA

LA MADRE CATALINA DE MARÍA EN EL SIGLO

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INTRODUCCIÓN

Como aparecen de tiempo en tiempo en el firmamento nuevos luminosos astros,

que, embelleciendo una vez más la azulada bóveda, envían a la tierra nuevas benéficas

influencias, y vienen a ser objeto de las investigaciones de la ciencia; así también en el

cielo de la Iglesia Santa se destacan, en los tiempos designados por la divina

Providencia, nuevos puntos luminosos que la adornan y que, derramando el buen olor

de Cristo en la sociedad, son para ella poderosos agentes de restauración ya moral ya

científica, siendo a la vez objeto de las complacencias de Dios y de la admiración y

gratitud de los hombres.

Uno de estos benéficos astros fue la Madre Catalina [de María] Rodríguez de

Zavalía: alma grande, noble y generosa, como destinada por la divina Mano para

Fundadora del Instituto religioso de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, en la

Argentina.

Primera institución nacional religiosa, canónicamente erigida, viene prestando

por casi medio siglo, grandes servicios a la sociedad, difundida como se halla en casi

todas las Provincias del Río de la Plata; y llamada más de una vez para implantar su

benéfica misión más allá de los mares o del otro lado de los Andes.

Justo es pues, hacer conocer a la Fundadora de dicha Institución, al instrumento

elegido por Dios para continuar la misión de la vidente de Paray le Monial, dando, no

más que al correr de la pluma, apuntes relativos más a su personalidad que a su obra;

reservando para otro lugar los que formarán más tarde la Historia del Instituto por ella

fundado.

Dígnese el Sagrado Corazón de Jesús, a cuya mayor honra y gloria va dirigido

este humilde trabajo, bendecirlo y reproducir en las hijas el ideal de la Madre, quien a su

vez no tuvo otro que el de su Divino Amo el Sagrado Corazón.

CAPÍTULO I

Córdoba, cuna de la Madre Catalina - La familia Rodríguez - Nacimiento y

primeros años - Queda huérfana - Señoras Orduña - Eustaquia del Signo - Su

piedad - Casa habitación.

Córdoba, colocada por Dios como el corazón en los seres que gozan de la vida,

en el centro de la República Argentina, como para impartir el calor vital de su

religiosidad en las Provincias hermanas; y con razón llamada pequeña Roma por su fe y

moralidad sin competencia, Córdoba fue la cuna de la Reverenda Madre Catalina de

María Rodríguez.

Córdoba, con sus elevadas cumbres cubiertas de perpetuas nieves, y de donde

fluyen sus límpidas corrientes; con sus bosques y pintorescos valles cubiertos de

exuberante vegetación; con sus ganados y sus aves de variados plumajes; Córdoba….

Con la Revolución de Mayo (1810) Córdoba había sacudido, como todas sus

hermanas las provincias las cadenas del coloniaje. La Argentina no era ya una esclava o

tributaria, era libre!

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Belgrano, tomando un retazo del azulado cielo y pidiendo su blancura a la nieve

de nuestras montañas, había solemnemente inaugurado la Bandera Patria, en la que el

Sol de Mayo tomara un lugar de preferencia.

Don Vicente López había dejado escapar de su corazón, en un arranque de

patriótico entusiasmo, el grito sagrado: “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”...

Mas, para llegar a esto, ¡cuántas preciosas vidas sacrificadas! ¡Qué de fortunas

perdidas y familias arruinadas! Sin tener [aún] las acomodadas otra cosa que lo

indispensable para sustentar la vida.

“Con el sudor de tu rostro comerás el pan”1, había dicho Dios a los culpables del

paraíso; y ahora había que someterse más que nunca a esta dura pena: debíase trabajar

con resignación y constancia, y después, contentarse con poco.

Además, al despertar de una nueva nación, siguiéronse las luchas entre

hermanos, sólo interrumpidas por los horrores de la más cruel y despótica de las

dictaduras, y continuadas por más de medio siglo, hasta la reorganización política del

país.

El progreso de la Argentina en sus fases moral, científico, pecuniario, era bien

mezquino, por no decir con más propiedad, estaba reducido a cero.

Éste era, a grandes rasgos descrito, el estado de Córdoba y de toda la Nación,

trece años más tarde de su gloriosa emancipación: esto era cuando vino al mundo la

Madre Catalina de María Rodríguez.

Los autores de la vida de San Ignacio de Loyola notan que en el mismo año que

Martín Lutero se reveló contra la Iglesia separándose de la obediencia al Papa, ocurrió

la ruptura de la pierna del Santo, de cuyo incidente se valió la divina Providencia para

llamarlo a vida más perfecta y fundar la Compañía [de Jesús], martillo de la herejía.

Aquí hemos de hacer notar que al mismo tiempo que el reformador Rivadavia

hostilizaba a la iglesia en la Argentina y en el año 1823 en que se decretaba la supresión

de las órdenes religiosas en Cuyo, en ese mismo año nacía la Madre Catalina de María

Rodríguez para ser Fundadora de una Institución religiosa.

Dios preparaba en ella, como dispusiera a un Agustín contra Pelagio, a un

Loyola contra Lutero, a una mujer que luchara, no como aquellos campeones contra las

herejías de su siglo, sino que, por medio de un instituto religioso, abriera su campo de

acción ante el socialismo de nuestros días, que asesta sus tiros contra la primera

educación; sabido es que, según lo que se siembra en los tiernos corazones, es el fruto

que la sociedad reporta, y que maleada la infancia, corrompida está la misma sociedad.

A prevenir este mal y a reparar los causados en los que incautos, cayeron en las

redes de Satanás, y a quienes mano amiga debiera ayudar a levantarse de su postración

moral; a estas necesidades de preservación y restauración debía atender el Instituto de la

Madre Catalina por medio de Escuelas y Catecismo, de Casas de Ejercicios y Asilos.

Si la familia Rodríguez que dio nombre y cuna a la Fundadora de las Esclavas

del Corazón de Jesús en la Argentina, fue una de las más distinguidas por su posición y

fortuna como por los puestos de honor que tuvieron sus miembros tanto en el clero

como en el estado civil, lo fue más por su religiosidad: Los nombres del Arcediano Juan

Justo Rodríguez y de su hermana Sor Marcelina de Jesús Rodríguez, monja Carmelita

muerta en olor de santidad2, así como el del sacerdote Emilio Rodríguez

3, hijo de Don

1 Génesis 3, 19.

2 El Arcediano don Juan Justo Rodríguez y Sor Marcelina de Jesús Rodríguez, en el siglo: Marcelina

Josefa; eran tíos carnales de don Pablo Hilario Rodríguez, padre de la Madre Catalina de María (tíos

abuelos).

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Victorino Rodríguez han llegado hasta nosotros como grato y perfumado recuerdo de la

fe y piedad tradicionales de nuestros antepasados, quienes lo hubieran sacrificado todo,

por no contemporizar con las ideas antirreligiosas del moderno socialismo.

Aquel “CLAMOR” grabado en la corteza de un árbol, en Cabeza del Tigre (Cruz

Alta) escrito con la sangre de ilustres víctimas, víctimas inocentes y víctimas necesarias

en el sacrificio para nuestra gloriosa emancipación nacional en la Revolución de Mayo

(1810), termina con la letra inicial del doctor Victorino Rodríguez próximo pariente de

la Madre Catalina4. Lleno de fe y de piedad, Rodríguez formuló al morir su testamento:

“Muero contento por mi Dios, por mi Patria, por mi Rey. Ellos, añadió, cuidarán de mi

desgraciada familia”.

La de Achával Rodríguez tan distinguida y renombrada no sólo en Córdoba sino

en toda la República, y de la que fue eco de ciencia y virtud el digno ciudadano

cordobés doctor Tristán Achával Rodríguez5. Tiene próximo parentesco con la

Fundadora, también la familia Malbrán Rodríguez6. Esto en cuanto a la familia

Rodríguez; y por lo que hace al apellido materno, la familia Montenegro es una de las

principales en Córdoba; oriunda de los Departamentos del Norte, Chañar, Tulumba, etc.

cuenta en ellos con sujetos que la honran.

Las de Zavalía, Paz y López vinieron a formar parte de aquélla por enlace con

las de Rodríguez; y otras familias no menos distinguidas, como las de Moyano,

Barbosa, Valladares y Loza, contrayendo matrimonio con las sobrinas de la Madre

Catalina.

También se enumeran entre sus parientes (políticos) el doctor Rafael García,

primo hermano del Coronel Zavalía y de quien habla ella en sus “Memorias”.

Don Pablo Hilario Rodríguez Orduña7 tuvo por esposa a la señora Catalina

Montenegro y Olmos, pertenecientes ambos, como queda dicho, a las familias más

notables por su posición, y más dignas de encomio por su piedad y religiosidad

características de aquellos tiempos en que las familias más distinguidas lo eran más que

todo por su profesión de fe católica y de ostensible piedad.

No sabemos que tuviesen más que cuatro hijas: Manuela, Petrona, Saturnina y

Estaurofila8.

Manuela casó con don Pedro Paz, primo hermano del General don José María

Paz. Don Pedro murió asesinado por una partida de bandoleros, juntamente con uno de

sus hijos, quedando otro gravemente herido, y la familia saqueada villanamente. La

muerte trágica de don Pedro fue como sigue: Nombrado Jefe Político del Departamento

Río Tercero, con el fin de perseguir gran número de salteadores que había allí; éstos,

anticipándose al cumplimiento del deber de aquél, lo sorprendieron una noche en

momentos que la señora Manuela se ocupaba de hacer cocer al horno el pan para la

familia; don Pedro la acompañaba en ese momento; llegan y asaltan la casa una partida

3 Emilio José Justo Antonio Rodríguez hijo de Felipa Antonia Tagle y Victorino Rodríguez, primo del

padre de la Madre Catalina (tío segundo). 4 Victorino Rodríguez hijo de Felipa Ladrón de Guevara y José Rodríguez, tío carnal del padre de la

Madre Catalina (tío abuelo). 5 Tristán Achával Rodríguez hijo de Tristán Achával y de Manuela Justa Pastora Rodríguez, hija del

doctor Victorino Rodríguez, prima del padre de la Madre Catalina (tía segunda). 6 Del matrimonio Achával Rodríguez es hija: Felipa Asaria del Niño Dios Achával Rodríguez (prima

segunda de la Madre Catalina) esposa de Tristán Malbrán. 7 Fue coincidencia que los padres de ambos Fundadores de las Hermanas Esclavas llevasen el mismo

nombre: Pablo Hilario Rodríguez el padre de la Madre Catalina; Hilario Luque, el del doctor David

Luque. Si Hilario se interpreta risa, alegría, ellos nos la dieron con esos frutos de bendición. 8 Las hijas del matrimonio son cinco: Manuela, Petrona Rafaela, Josefa Saturnina (Madre Catalina),

Elizarda Leonarda (muere a los diecisiete meses) y María de la Expectación o Estaurofila, cambia su

nombre de Bautismo el día de su Confirmación.

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de salteadores y quitan la vida a Baldomero el hijo mayor, que en ese momento se

paseaba rezando el santo rosario. Acude don Pedro en su defensa y cae víctima también

de sus ofensores, y Andrés [de Loreto], otro de los hijos, queda gravemente herido; y lo

dejan creyendo estaba muerto. “Imposible sería describir aquella escena de horror”,

decía una señora amiga de la familia, que se halló presente.

La señora Manuela Rodríguez, después de perder a su esposo e hijos, vivió en la

ciudad de Córdoba, en donde quedó reducida casi a la mendicidad, y murió

repentinamente, habiendo sido toda su vida un modelo de matronas cristianas, y

apurado con fe y resignación cristiana, el cáliz de una existencia pasada toda en el dolor.

De las hijas, Josefa Corina casó con el doctor Carlos María Valladares y se

establecieron en Salta.

Amelia9 tuvo por esposo al doctor Rafael Barbosa Castellano, hermano de la

Madre Filomena Barbosa, una de las primeras Madres del Instituto.

Manuela casó con el señor Guillermo Loza Rodríguez; quedando Rosa soltera.

Don Pedro Julián Paz, hermano de éstas vive aún (1919) establecido en

Tucumán.

La segunda hija de la Familia Rodríguez fue Petrona, que tuvo por esposo al

señor Juan Nepomuceno Paz, hermano de don Pedro Paz. De esta familia tenemos

menos noticia por que se establecieron en Buenos Aires, como leemos en los primeros

apuntes de la Madre Fundadora, quien refiriendo su viaje del Paraná a Buenos Aires,

dice que deseaba llegar pronto para ir a casa de su hermana Petrona.

Actualmente (1914) viven en Córdoba tres de las hijas de la señora Petrona:

Martina Adelaida del Corazón de Jesús Paz señora de Moisés Achával Rodríguez.

Manuela Catalina del Corazón de Jesús y Arminda del Corazón de Jesús.

Rita Pastora Etelvina falleció.

La tercera fue Saturnina, de quien nos ocupamos en estos Apuntes.

La menor fue Estaurofila que se casó con don José Martín López, de cuyo

matrimonio tuvieron un hijo que falleció en temprana edad, y una hija que es hoy la

señora María del Carmen Dolores del Corazón de Jesús López de Moyano10

.

Entre Saturnina y Estaurofila vemos una íntima unión, como que fueron el José

y Benjamín de la familia Rodríguez.

La casa propiedad y habitación de esta familia es la que hoy ocupan los

Tribunales (calle 27 de Abril entre Tucumán y Sucre). Parece haber sido propiedad de la

señora Teresa Orduña de Del Signo, tía carnal del señor Pablo Hilario Rodríguez, y que

habíale criado desde niño. Allí nació la Madre Catalina y sus hermanas. Más tarde se

vendió dicha casa, pasando del primer comprador a un segundo que la vendió al

Gobierno.

Saturnina nació el [27] de Noviembre de 182311

, siendo como queda dicho la

tercera de las hijas que tuvieron don Pablo Hilario y Doña Catalina.

9 Nombre que figura en el original, corresponde: Josefa Gregoria.

10 Esposa de Rafael Moyano.

11 El manuscrito original dice en pág. 23: “nació el 29 de noviembre de 1823, día de San Saturnino

Mártir”; porque es el onomástico en que celebraba su día. Y la siguiente nota al pie: “Cuando se

consagró el altar de mármol en la Casa Madre de las H. H. Esclavas, el Fundador [doctor David Luque]

hizo colocar en la piedra ara reliquias de dicho santo”.

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Fue bautizada en la Iglesia Catedral de esta ciudad de Córdoba por el Presbítero

Caballero; según se puede ver en la Partida de Bautismo, archivada en la Casa Madre

del Instituto (el 27 de noviembre de 1823).

Poco después de haber nacido Estaurofila, la última hija, falleció la señora

Catalina, quedando las pequeñas huérfanas a cargo de la señora Teresa Orduña de Del

Signo. Saturnina sólo tenía dos años cuando perdió a su madre.

Vivía en familia con la señora Teresa una joven llamada Eustaquia Del Signo, la

cual se hizo cargo de Saturnina, que siendo tan pequeñita y no habiendo conocido a su

propia madre, la llamó desde entonces, Mamita Eustaquia.

A la muerte de la señora Teresa se unió la familia con la de sus hermanas

Ignacia, Luisa y Catalina Orduña, y desde entonces las Rodríguez estuvieron a cargo de

ellas.

Tanto las Orduña como Eustaquia eran muy piadosas: siendo las principales

devociones en aquella familia las de Navidad, del Dulce Nombre de María [y de San

José].

Todos los años hacían el Pesebre conmemorativo de la Gruta de Belén, tomando

parte activa todo el personal de la casa. Navidad era en ella como un gran

acontecimiento, esperado con mucha anticipación y al cual todo el mundo se preparaba

no sólo con el ayuno prescrito por la iglesia, sino con la novena y la recepción de los

santos sacramentos y con los pañales; mortificación que consistía en privarse de las

primeras frutas hasta Navidad. Más no todo era mortificación: ella precedía, es cierto,

pero llegado el día de la fiesta, hasta las sirvientas lucían traje nuevo, y la dueña de casa

les hacía algún regalito.

En ese día así como en los de la Circuncisión y Epifanía se mandaban decir

misas al Niño Dios en alguna iglesia. Esta práctica continuó hasta la muerte de la Madre

Catalina; pues ella heredó el Niño que pertenecía a las Orduña, y aceptó la obligación de

mandar celebrar las misas en dichos días.

En sus “Memorias” escribe la Madre que tenían una hermosa imagen del Dulce

Nombre, a la que se le hacía la novena y se mandaba cantar una misa solemne en su

festividad. Dicha imagen fue objeto de una especie de contienda entre las que se creían

con derecho a heredarla de las Orduña, prevaleció el de la señora Teresa Derqui de

Níklison, prima hermana de las Rodríguez, quien la depositó en la sacristía de la iglesia

de Santo Domingo. Cayó un rayo en dicha sacristía y destruyó la imagen. Las del

Divino Niño y de la Inmaculada se conservan en la Casa Madre del Instituto, y San

Rafael, con otras imágenes, en poder de la señora Francisca Níklison de Pucheta.

Volviendo a Eustaquia12

, parecen referirse a ella las palabras de monseñor

Gaspar Martierena dirigidas a Saturnina al perder a su madre: “¡No sabes, le dice, la

madre que has perdido! Era una santa”. Esto se comprende ser así por que teniendo no

más de dos años a la muerte de la señora Catalina, no podían referirse a ella dichas

consoladoras palabras.

La casa de las señoras Ignacia, Luisa Orduña, en la cual se crió Saturnina, es

decir desde la muerte de la señora Teresa de Del Signo, se halla situada en el Boulevard

Vélez Sársfield, cuadra y media al sur de la iglesia de Santo Domingo y casi al frente de

la casa que habitó y en la que murió el Cofundador doctor David Luque. Dicha casa la

heredaron las Rodríguez, vendiéndola más tarde al señor Isaac Ahumada13

que la vendió

12

La sociedad de Beneficencia de esta ciudad de Córdoba la cuenta en el número de sus primeras

cooperadoras. 13

El señor Isaac Ahumada padre de la Hermana María Cecilia Ahumada e.c.j.

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al señor Mardoqueo Molina, y después se fraccionó; perteneciendo hoy una parte al

señor Manuel Perea Muñoz.

CAPÍTULO II

Primeros años de Saturnina - Su piedad - Su modestia - Su instrucción - Primeros

Ejercicios Espirituales - Sus primeros Directores.

“Jesús crecía en edad, en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres”14

,

nos dice el sagrado Evangelio, hablándonos de la vida de Jesús Niño en Nazaret y

ciertamente que no podía compendiarse en más breves palabras el más acabado elogio

del divino Jesús. Y ¿por qué, guardadas las debidas proporciones, no podremos aplicar

estas palabras a su fiel imitadora?

Saturnina crecía en edad, y a medida que aumentaba en años, progresaba en el

camino de la virtud. Dios nuestro Señor que la había prevenido con su gracia, la

derramaba en su alma copiosa y abundante, mientras que ella, por medio de una fiel

cooperación, se las atraía nuevas y más eficaces, viniendo a formar así una preciosa

cadena de oro cuyos eslabones correspondían a sus actos de virtud.

Dícese que sentía como natural atractivo a las prácticas de piedad; y ésta como

simpatía era secundada por el ejemplo de sus tías y de su mamita Eustaquia.

No sabemos a qué edad recibiese por primera vez la sagrada comunión, pero es

probable que la hizo en los primeros años, en la edad del candor, cuando la blanca

azucena de su alma aún no empañada por el soplo de las pasiones, entreabría sus

hermosos pétalos para exhalar los primeros perfumes ante su Dios.

Así debió ser, pues ella contaba a las Hermanas que siendo muy pequeña,

después de haberse confesado, como temiese manchar su alma con alguna falta, a causa

de la cual no pudiese presentarse tan pura a recibir a su Dios, para evitar o ponerse a

salvo de cualquiera ocasión, se acostaba a dormir.

El Espíritu Santo en el Libro de la Sabiduría, nos dice que es vana la hermosura

exterior y que sólo la mujer que teme a Dios es digna de alabanza15

. Si la hermosura

natural sin el temor de Dios es vana ¿cuánto más vana será la de los adornos que el

artificio y la moda inventaron, y que más de una vez son redes de satanás?

Saturnina no carecía de la primera hermosura a la que juntaba el temor de Dios,

y despreciaba la segunda. Era modesta y sencilla en el vestir, nos dicen las

contemporáneas, sin descuidar por eso el arreglo de su persona, que siempre, hasta en su

mayor edad reflejó pulcritud y elegancia si se quiere, pero sin afectación.

En la corte de Asuero, Esther será antepuesta a sus compañeras y merecerá las

miradas del Rey no por sus mujeriles atavíos sino por su modestia.

El señor Manuel Antonio Zavalía dice a su amigo el Capellán del Pilar16

, que esa

joven tan modestita que vive en casa de las señoras Orduña, es la que le agrada.

No es mengua de la mujer el que no iguale o sobrepase al hombre en

conocimientos científicos, que ni son de su competencia ni pueden prestarle utilidad,

antes suelen serle dañosos volviéndola más frívola y contagiando su corazón con la

vanidad.

14

Lucas 2, 32. 15

Proverbios 31, 30. 16

Presbítero Tiburcio López.

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Según la misión que Dios ha confiado a la mujer y lo que la sociedad de ella

exige, no debe ser una rival del hombre sino su coadjutora.

Saturnina no tuvo otra instrucción que la rudimentaria que se daba en su época;

pues recién en el último cuarto del siglo XIX empezó a tomar desarrollo la instrucción

en las escuelas femeniles. Leer, escribir, el Catecismo de la Doctrina Cristiana y el

manejo de la aguja, tal era el programa de aquel tiempo. Saturnina lo llenaba bien; y

sobre todo en el último número: manejaba la aguja, no a l´art nouveau, sino como la

mujer fuerte de que nos habla el Espíritu Santo: “Tejió lino y lana”17

… es decir, labores

de necesidad y utilidad; y así su esposo no tendría que recurrir a mano extraña; porque

la mujer de entonces confeccionaba los vestidos para sí y para los suyos, y sabía con

industria restaurar con sus manos los que al tiempo y al uso habían pagado tributo.

Tampoco carecía la mujer de entonces de conocimientos sobre los

acontecimientos bíblicos; y si bien la Historia Sagrada no entraba en el programa de las

escuelas, el padre o la madre de familia, en las veladas de invierno, o en los días de

fiesta, en que ni el primero iba a pasar la noche con sus amigos en el Café, ni la segunda

en un recibo o teatro como en nuestros días; ellos contaban a sus hijos y domésticos

reunidos en torno suyo, los ejemplos de nuestros padres en la fe; les hablaban de Dios y

les enseñaban que la verdadera felicidad está en la virtud.

En la ciencia religiosa no dejaba que desear la instrucción de Saturnina:

ciertamente que no sabría decirnos cuántos son los huesos del esqueleto humano ni

cuáles sus nombres, pero con el Catecismo del Padre Astete en la mano, podría enseñar

a más de un libre pensador el problema tan oscuro para ellos de la creación del primer

hombre por Dios, y no la del primer embrión por la famosa teoría de las evoluciones.

No les explicaría el desarrollo de un vegetal ni la metamorfosis de una crisálida, pero

con la Cartilla de los santos Ejercicios en la otra mano, les haría saber que “El hombre

ha sido criado para alabar y servir a Dios, y mediante esto salvar su alma”18

.

En suma, de instrucción, tenía la necesaria; y en la ciencia religiosa abundaba y

podía ser maestra.

A la edad de (diecisiete) 17 años hizo por primera vez los santos Ejercicios,

siendo su director el Reverendo Padre [Joaquín] Moreno de la Compañía de Jesús19

. Los

tomó en la casa que había entonces con ese destino, y que era atendida por la señora

Eustaquia Del Signo.

En los recreos contaba a sus hijas las Esclavas sus impresiones de entonces al

salir del santo retiro. Salió como otro Moisés después de haber hablado con Dios en la

montaña y contemplado su divino rostro… ¡Qué viles le parecían las cosas de la tierra

después de haber contemplado las del cielo! ¡Cuánta la pequeñez del hombre ante la

grandeza de Dios! Parecíale estar los hombres locos al verlos tan afanados por las cosas

caducas y perecederas; y se preguntaba como aquel santo anacoreta que estuvo cuarenta

años en el desierto: ¿Todavía se ocupan los hombres en edificar casas? Se construyen

aún ciudades de tierra y barro, estando el hombre destinado para vivir eternamente en el

cielo?

Tal vez fue en estos Ejercicios cuando se despertó en ella el deseo de la vida

religiosa.

17

Cfr. Proverbios 31, 10 – 31. 18

San Ignacio de Loyola - Ejercicios Espirituales: Principio y Fundamento Nº 23. 19

El Padre J. Moreno que estuvo algún tiempo fuera de la Compañía y sirvió entonces de Capellán en el

Santuario de Luján (Buenos Aires) obtuvo de la Santísima Virgen la gracia de ingresar de nuevo (1890).

Murió en ella santamente el 27 /05 /1895.

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En sus “Memorias” nos dice que: desde niña se sintió inclinada a la vida del

claustro, y que colocada en estado bien diferente no se extinguió en ella este deseo.

Los primeros directores espirituales que tuvo fueron los Reverendos Padres de la

Compañía de Jesús, quienes más tarde desempeñarán un papel tan importante en la

fundación y progreso del Instituto. Los Padres José Fondá20

, Ildefonso de la Peña y

Mauricio Colldeforms dirigieron los primeros pasos que diera en el camino de la virtud.

La divina Providencia lo había así dispuesto, preparando de antemano el terreno

y depositando en él los gérmenes de vitalidad que más tarde en su desarrollo formarán

el plan de una institución modelada por el espíritu y las Reglas del gran Ignacio de

Loyola.

Más tarde figuran en Córdoba los Reverendos Padres Juan Gandáseguis, Martín

Piñero (cordobés) y Joaquín Moreno, siendo los dos últimos los que más la ayudaron en

el arduo camino de la perfección.

CAPÍTULO III

El Coronel Zavalía - Saturnina en el Colegio de Huérfanas - Últimas tentativas de

Zavalía - Saturnina a los pies del confesor - Su espíritu de fe, de obediencia y celo

de las almas - Su matrimonio - Juicio de personas respetables, al respecto.

Hacia el año 1850 el Coronel Manuel Antonio Zavalía, caballero de muy

distinguida familia, había quedado viudo por muerte de su esposa la señora Josefa

Machado. Quedábanle sólo dos hijos, Benito y Deidamia.

Tenía relación con las señoras Orduña, y conociendo allí a Saturnina, prendado

de su mérito y relevantes virtudes, resolvió tomarla por esposa.

Ella que, como queda dicho sólo anhelaba consagrarse a su Dios en la virtud del

claustro21

dio una terminante negativa, y tal como para que desistiese de su pretensión22

.

Muy lejos estuvo de desistir; y empleó todos los recursos sin obtener por entonces

resultado alguno.

A este tiempo entró Saturnina al Colegio de Huérfanas regentado por las

Hermanas Carmelitas. Se cree que esta fue una medida tomada por su confesor o por

ella misma para ver si lograba disuadir a Zavalía de su pretensión. Alguien dice que el

mismo Zavalía fue quien la hizo entrar, por educarse allí su hija Deidamia, y que él

pagaba la pensión del colegio. Como quiera que esto sea, ese retiro del mundo y en

aquel jardín de virtudes como siempre fue el Colegio de Huérfanas, debió ser para ella

muy satisfactorio y conforme a sus aspiraciones.

Zavalía volvió como dicen, a la carga, y cada vez más empeñado en vencer la

heroica resolución de Saturnina; y habiendo agotado todos los medios, recurrió a uno

que le dio resultado; éste fue acudir al confesor de la joven23

valiéndose de pretextos

que alarmaron la conciencia timorata del sacerdote y le hicieron tomar la resolución de

obligarla por obediencia a dar su consentimiento24

.

La habló en efecto e hizo pesar en su conciencia la salvación de aquella alma

que corría peligro por su negativa, y le mandó que aceptase este partido por obediencia.

20

Muerto en olor de santidad en Roma (1885). 21

Su primera vocación fue a las monjas Catalinas. 22

La misma pretensión había tenido su primo Manuel Derqui, y recibido idéntica negativa. 23

El Presbítero Tiburcio López, Capellán de la Iglesia del Pilar. 24

Él creyó ver la voluntad de Dios en esto, y por eso se lo mandó.

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Al oír este mandato tan contrario a sus aspiraciones, sufrió su alma un rudo y

terrible combate pues fluctuaba entre la obediencia debida al guía de su alma y el

llamamiento divino a un estado más perfecto.

Era éste el momento que debía decidir de su suerte, momento supremo en que se

veía obligada a trocar el cielo por la tierra y aceptar la mano de un hombre mortal

posponiendo las bodas del Rey del cielo.

Si un designio de la Providencia no fuera el que dirigía los acontecimientos,

diríamos que ni el confesor podía mandar en este caso ni ella estaba obligada a

obedecer.

Aquí empieza el período de prueba para esta alma grande, y cuyo martirio

terminará con el holocausto de todo su ser en la vida religiosa; pero no se consumará

aún porque las grandes cruces están hechas para los grandes santos; y Dios nuestro

Señor quiso darle buena parte de la suya, pues la había destinado para madre de una

generación santa, a quien debía preceder con el ejemplo y conducir por el arduo camino

de la santidad: así que soltera, casada, viuda, aspirante de nuevo a la vida del claustro, y

por fin religiosa y Fundadora, en todos los estados la veremos acrisolada por el

sufrimiento, pero también siempre fiel a su Dios, siempre acatando con santa

resignación la divina voluntad.

La gran virtud de la obediencia y el celo por la salvación de las almas fueron

pues los móviles que la obligaron a dar su consentimiento; y para que no corriese

peligro el alma del que pretendía su mano25

, ella se entregó en las de su Dios con fe y

confianza inquebrantables. Es Abrahán que por obedecer a Dios consiente en sacrificar

al hijo de su amor, a su unigénito, sin perder la fe en la divina promesa de que será

padre de un gran pueblo, de una descendencia escogida y sin número.

Abrazará por obediencia el matrimonio, renunciando a la dulce esperanza de

consagrarse a Dios, de unirse más íntimamente a Él en místico desposorio; y el mismo

Dios la premiará más tarde no sólo con ser ella religiosa sino, madre de religiosas.

Dio pues, su consentimiento, pero sufrió tal violencia que cayó desmayada a los

pies del confesor. Esto ocurría en 185226

.

Llegado el día de su desposorio, en el momento en que el ministro del Señor

bendecía su unión, fue su alma presa de tan íntima pena que, a no sostenerla la divina

gracia, perdiera el juicio o la vida. Ella lo manifestó así a una íntima amiga y confidente

suya27

añadiendo que al volver de la iglesia después de la ceremonia, sintió un pesar tan

grande, que hubiera deseado huir de su casa como despavorida.

Mas ella decía después que a pesar de haber abrazado el estado del matrimonio

sin saber cómo y tan contra sus deseos, se creyó en él feliz, comprendiendo que había

sido disposición de Dios nuestro Señor, pero que siempre tuvo envidia a las que se

consagraban al divino servicio en la vida religiosa.

El Reverendo Padre José María Bustamante, S.J. refiriéndose a esto, decía, que

por muchas razones había sido conveniente que la Fundadora hubiese abrazado ese

estado, y entre otras por haber adquirido así mayor nombre y respetabilidad, ambas

cosas muy convenientes en su caso.

25

Hubo suficientes motivos para creer que las expresiones del Coronel Zavalía, no fueron sino palabras

propias del carácter violento del mismo, y que sólo pretendió conseguir su intento; sin un propósito

siniestro, cual lo manifestara entonces. 26

El matrimonio se llevó a cabo después del 14 de agosto de 1852, fecha en que se firma el Expediente

matrimonial. 27

La señora Vicenta del Castillo de Comas, por quien hemos tenido muchas de las noticias de la vida

seglar de la Madre Catalina.

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24

Monseñor Juan Martín Yániz en su discurso28

dijo que por ese medio había

servido de modelo en todos los estados; y el doctor Apolinario C. Casabal, gran

admirador de la Madre Catalina, decía que Dios nuestro Señor se había servido muchas

veces de viudas para realizar grandes obras, y citaba a la Baronesa de Chantal29

,

Madame de Lestonnac30

y otras.

En los sagrados Libros se registran nombres de santas e ilustres viudas: Judit,

Noemí, la viuda de Sarepta, Ana la profetisa, etc.

CAPÍTULO IV

Su vida en el siglo - Su generación - En el Paraná - Viaje a Buenos Aires - La

familia Comas - Un sacerdote infiel a Dios - Los Jesuitas.

La prueba a que Dios nuestro Señor había querido someterla no había hecho más

que empezar: un cáliz aún más amargo se le presentó, y debía beberlo. Su esposo,

aunque la apreciaba mucho, tenía un carácter y genio algo extravagante; y sin ser impío,

muchas veces se fingía tal, y hacía y decía cosas que en gran manera mortificaban a su

santa esposa y ponían en alarma su conciencia tan delicada y timorata.

Alguna vez fingió que iba a quitarse la vida; no siendo esto tal vez más que una

chanza, pero sí, demasiado pesada para que ella sufriese una especie de martirio.

A esto se agregaba el que Zavalía seguía la carrera militar; carrera en que los

hombres se creen autorizados para todo, siendo en ellos lo menos malo la disipación.

Respecto a Zavalía tenemos los siguientes datos, dice la Hermana María

Estanislada Luján31

: “Zavalía era un hombre vivo y muy político. Cuando estuvo casado

con la señora Josefa Machado, mi tía Nicasia pasó con ellos un año entero, porque

Zavalía la apreciaba mucho, así que supe de ella estos datos.

La señora Josefa era de carácter frío; así que, no siempre obraba con la actividad

que el de Zavalía exigía. Era caritativa y hacía muchas obras de beneficencia

especialmente con los perseguidos por Juan Manuel de Rosas. Como era de las pocas

casas que se respetaban, muchas familias perseguidas que tenían que emigrar,

depositaban sus muebles en su casa; así que, el año 40 tenía varias habitaciones

convertidas en depósito.

Un día que López había mandado poner en Capilla a un hombre, Zavalía quería

salvarle la vida, pero no quería pedirlo él mismo. Encargó a la señora Josefa que fuese

con la tía Nicasia a pedir la gracia. Llegada la hora de almorzar pregunta: «¿Fuiste,

Pepa, a pedir el reo?» -«No, lo pensaba hacer más tarde». Lleno entonces de disgusto le

dijo: «Permita Dios que yo me vea en igual caso y que nadie quiera hacerte el favor!».

Con esto la señora fue y consiguió la gracia.

Oí decir a una señora, esposa de un amigo político de Zavalía que según decía, le

había ayudado a voltear a Manuel López: «No sé cómo vino a casarse Saturnina cuando

siempre había sido tan recogida y quería ser monja». La misma recordaba el traje que

usaba ella en aquel tiempo: vestido negro de raso floreado y pañuelo de espumilla. Otras

28

Discurso en el sepelio de la Madre Catalina de María Rodríguez. 29

Juana Francisca Frémyot - Baronesa de Chantal (1572 – 1641) Fundadora de la Orden de la Visitación.

Beatificada por Benedicto XIV en 1751. Canonizada por Clemente XIII en 1767. 30

Juana de Lestonnac (1556 – 1640) Fundadora de la Compañía de María. Canonizada en 1949. 31

Hermana María Estanislada Luján: Toma el Hábito el 22 de abril de 1882. Profesa el 30 de agosto de

1883. Muere en Tucumán, el 24 de junio de 1948.

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recuerdan que usaba la mantilla española, que tan elegante como graciosa y modesta

cubría la cabeza y el talle de las señoras, y aderezos de oro que hacían realzar más el

brillante traje de seda”.

No consta que dicho señor cometiese ningún exceso: por el contrario sabemos

que cumplía con los principales deberes de cristiano; se confesaba en los tiempos

prescriptos por la iglesia32

y practicaba otras buenas obras; más su carácter y su

profesión tan liberal, formaban un contraste muy desfavorable entre él y su santa

esposa.

El temor de que se perdiese esta alma y los peligros a que lo exponía la carrera

militar era un martirio para ella, y motivo de continua y ferviente oración, de

penitencias y toda suerte de sacrificios.

Siendo Zavalía de carácter tan violento, muchas veces se mostraba airado y

prorrumpía en manifestaciones de ira. ¿Qué hacía ella? Con su cariño, con su

amabilidad, con su carácter pacífico doblegaba el de su esposo; con su humildad lo

rendía, hasta el caso de que, después de uno de esos arrebatos de cólera, cuando ella

había conseguido calmarlo, él se humillaba y le pedía perdón.

Siempre, nos dicen las contemporáneas, era fina, atenta, delicada y cariñosa en

prodigar cuidados a su consorte, a quien mucho amaba y de quien era correspondida. De

esta manera, aunque es cierto que sufría por la desigualdad de caracteres, con todo

reinaba en aquel hogar la paz, se vivía en familia, en cordialidad: ¿Por qué? Porque si de

una parte se daban motivos, de la otra había tolerancia, había humildad; ella sabía

acomodarse al carácter de su esposo, sabía ceder; sufría, callaba, disimulaba, y dando

lugar al tiempo, y sobre todo con la oración y ferviente plegaria todo lo conseguía de

Dios nuestro Señor y también de su compañero.

Esto nos dicen a una las que la trataron íntimamente; y vaya esta página y sea

leída por tantas familias en el día de hoy convertidas en verdaderos centros de discordia,

en campos de Marte, en donde se combate y no hay victoria; se lucha y no se triunfa, y

por tanto no hay corona.

Tantas esposas desgraciadas que por su culpa lo son, imiten a la señora de

Zavalía; tengan por lema el de ella: Orar, callar, sufrir.

¡Cuántos méritos para el cielo en esa vida de abnegación! ¡De cuántos peligros

de alma y cuerpo no libraría a su esposo con la aceptación de aquella cruz impuesta por

la mano de Dios! siendo Él y solamente su divina gracia quien la confortaba y hacía

salir airosa en la prueba.

Su esposo a pesar de lo dicho respecto a su carácter, no la privaba de seguir sus

prácticas piadosas; siendo este el único consuelo que le quedaba en aquella vida de

martirio: acudía a su Dios, se escudaba en la oración y confortaba su alma con la

recepción de los santos sacramentos y otras prácticas piadosas.

Dios nuestro Señor que tenía sobre ella tan altos designios, la había bendecido

para que creciese, se multiplicase y llenase la tierra33

; mas como su generación había de

ser espiritual, el primero y único fruto de su matrimonio, que fue una niña murió antes

de nacer, poniendo en grave peligro la vida de la madre.

Hacia el año 1860 se trasladó al Paraná, Capital entonces de la Argentina, a

donde llevaron al Coronel Zavalía asuntos políticos.

32

Se confesaba con el Reverendo Padre Buenaventura Rizo Patrón franciscano; más tarde Obispo de

Salta (07 /04 /1861). 33

Cfr. Génesis 1, 28. Monseñor Manuel Eduardo Álvarez, Obispo de Córdoba, visitando la casa en los

principios de la Fundación, dijo: “Las Esclavas, serán tan numerosas como las estrellas del cielo” Cfr.

Génesis 15, 5.

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Durante su permanencia en dicha ciudad vivió casi en familia con la señora

Vicenta del Castillo de Comas y asistió al nacimiento de Rosalía, la primogénita de

dicha familia. En esta ocasión la vida de la señora de Comas estuvo en grave peligro. A

la recién nacida la tuvieron por muerta, y nadie se preocupaba de la hija por atender a

salvar la existencia de la madre. Saturnina descubrió que la pequeñita vivía y le prodigó

sus cuidados. Debióle por entonces la vida y más tarde vino a ser su hija ingresando en

el Instituto34

. Vive aún, [1914] y postrada en el lecho del dolor, es una edificante

religiosa. Fue Superiora en las casas de San Juan de Cuyo y en la de Rivadavia

(Mendoza): es la Hermana María Rosalía Comas, que lleva la cruz de una larga y

penosa enfermedad, alegre y resignada en la voluntad divina.

Del Paraná el Coronel Zavalía fue a Buenos Aires, con motivo de ciertas fiestas

que tendrían lugar en obsequio del Presidente Derqui35

. La comitiva era de lo más

selecto formándola la Plana Mayor y las demás entidades políticas con sus familias.

Durante la navegación del Paraná, las señoras hablaban de trajes y aderezos para

el gran baile; y al oírlas uno de los señores Ministros dijo: “Mientras éstas se preocupan

de trajes y de baile, les aseguro que Saturnina piensa cuántas misas oirá en llegando a

Buenos Aires”. Y dice ella que era esto verdad. “Ansiaba por llegar a casa de mi

hermana Petrona, para seguir allí mi vida de recogimiento”.

Al mismo propósito Zavalía decía a uno de sus compañeros de viaje: “Ya verán

cómo lo primero que me va a preguntar cuando lleguemos es qué iglesia queda más

cerca para ir a misa”. No se equivocó: apenas llegaron, le hizo esta pregunta delante de

todos sin el menor respeto humano.

En el Paraná se confesó con un sacerdote que estaba afiliado a la masonería lo

que declaró él mismo a la hora de la muerte. Tuvo ella mucha parte en la vuelta de esa

oveja descarriada a su Dios, pues hizo venir a sus expensas de Buenos Aires al Paraná

un Padre Jesuita para que reconciliase con Dios y con la iglesia aquella alma, recibiendo

su pública retractación.

Aquel sacerdote había sido una de las primeras dignidades de la iglesia

paranaense; y aunque no sabemos porqué se hizo venir un Padre de la Compañía, es de

suponer o que él lo pidiera, o que fue para facilitar al pobre moribundo, que hallaría

dificultad al hacerlo con los de su pueblo o con los mismos que habían estado bajo su

dependencia.

En conversación con el señor Canónigo Juan Isidro Fernández, que fue Capellán

de la Casa Madre y en aquel tiempo estuvo en el Paraná siendo Canónigo de dicha

iglesia, en conversación con él recordaba conmovida el haberse confesado con aquel

sacerdote, ignorante de lo que pasaba, y parecía renovársele sus impresiones; pero como

era discreta y no carecía de instrucción, no dudaba de la validez del sacramento.

Dícese que trabajó mucho en aquella época porque los Jesuitas se establecieran

en el Paraná; pero si esto no consiguió tuvieron mejor resultado sus gestiones ante el

Presidente Santiago Derqui para que aquellos volviesen a ocupar su casa en Córdoba.

Dicha casa (calle Caseros) desde que Juan Manuel de Rosas expulsó a los Padres había

servido de cuartel militar, y en algunas épocas el Cura de la Catedral daba Ejercicios

Espirituales en ella.

34

Rosalía Comas nace el 24 /05 /1861. Ingresa al Instituto en 1883, Toma el Hábito el 03 /12 /1883,

Profesa 08 /12 /1884, con el nombre de María Rosalía. Muere en Santa Fe el 07 /10 /1918. 35

El doctor Santiago Derqui, era primo hermano de Saturnina. Segundo Presidente constitucional en la

Argentina, electo en 1860, renunció en 1861 después de la Batalla de Pavón. [14 de junio de 1861

Gobernador Interventor de Córdoba].

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CAPÍTULO V

Regreso a Córdoba - Muerte del Coronel Zavalía - Temores de Saturnina por su

salvación - Señora Petrona Núñez - Manifestación del alma de su esposo - Benito

Zavalía - Su muerte - Severa Cabrera - Domicilio de la familia Zavalía.

Cerca de dos años estuvo en el Paraná, siendo en aquella capital el modelo de las

más heroicas virtudes. Los años pasaron, y durante ellos conservó la sociedad

paranaense vivo, palpitante y muy grato el recuerdo de la señora de Zavalía que la

honrara con su amistad, y que habíala embalsamado con el aroma de sus virtudes y de

su piedad. Este recuerdo y este cariño guardado, como el rocío en el cáliz de las flores o

como la perla en su concha, en el corazón de las damas de aquella capital, no se ha

extinguido aún [1914]: ha pasado de generación en generación, y hoy sus hijas y las

hijas de sus hijas conocen a la señora Saturnina y hablan edificadas de cuanto ha llegado

hasta ellas por el órgano de la tradición.

Dos o tres años después de su vuelta a Córdoba, ocurrió la muerte de Zavalía en

un punto de campaña, estando la familia en la ciudad.

Zavalía habíase sentido mal de salud; y el triste anuncio de los médicos de que

en uno de los ataques que le habían dado dos o tres veces corría peligro su vida, vino a

verificarse estando él en El Tío (Departamento San Justo).

Apenas supo Saturnina que su esposo estaba malo, voló hacia el querido

paciente, pero como los viajes en aquel tiempo eran morosos, por más que ella quisiera

poner alas al carruaje, llegó tarde para prodigar sus cuidados al vivo, y sólo pudo

depositar sus lágrimas sobre los restos exánimes de su amado esposo… No siendo

posible conducir el cadáver a la ciudad, fue depositado en el cementerio de aquella

población. Esto ocurrió en Marzo de 1865(*)

.

Cinco años más tarde la viuda de Zavalía hacía trasladar los restos queridos al

Cementerio San Jerónimo de esta ciudad, en donde colocados en una urna y

decentemente depositados, en el mausoleo de la familia Machado, puso su lápida

conmemorativa, su Requiescant in pace 36

.

Grandes temores por la salvación del alma de su esposo agitaron la suya, pues la

muerte le había sorprendido casi repentinamente y sin darle tiempo para recibir los

santos sacramentos. No hay que decir cuántas oraciones y sacrificios ofreció a Dios

nuestro Señor por el descanso de alma que le era tan cara. Mandó asimismo celebrar

funerales y misas con el mismo fin.

Tenía íntima relación con la señora Petrona Núñez, alma muy favorecida por

Dios, y a quien todos tenían en opinión de santa. Le comunicó los temores que la

afligían, y Doña Petronita (así la llamaban) la tranquilizó diciéndole que se había

salvado; que a ella se le había manifestado y le había dicho: “¡Mis hijitos! Mis hijitos!”

y le dijo que si quería que se le manifestase el alma de su esposo, que ella se lo

alcanzaría de nuestro Señor. Saturnina aceptó, pero a condición de que fuera en la

iglesia y no en casa. Algunos días después, acabando de comulgar en la iglesia de Santo

(*)

No sabemos a qué se debe el error de este dato como el del párrafo siguiente: Zavalía fue llevado

inmediatamente a Córdoba y sepultado en el cementerio público de la ciudad el 1 de Abril de 1865 (Fol. 6

del Libro 7 de defunciones españoles. Archivo del Arzobispado de Córdoba). Muere el 30 de Marzo de

1865 a los 51 años. 36

La señora Carmen Zavalía de Bouquet mandó sacar dichos restos del Mausoleo de Machado y los

colocó en una urna junto con los de su padre Norberto Zavalía, hermano del Coronel. La placa quedó en

el Cementerio San Jerónimo.

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Domingo, sintió cerca de sí el alma de su esposo con señales muy evidentes de estar

gozando de Dios, quedando con gran consuelo y con la seguridad de que se había

salvado37

.

Benito Zavalía hijo mayor del Coronel Zavalía, seguía la profesión de Escribano.

Era un joven piadoso, muy reconcentrado, sin que en su carácter se pareciese a su padre,

y manifestando más bien que seguía los ejemplos de su segunda madre.

A la edad de veinticinco años contrajo una afección pulmonar, la que en breve

tiempo lo puso en los extremos de la vida. Pedía no se le ocultase su estado de

gravedad, y cuando él mismo lo comprendió, llamó al Reverendo Padre Jacinto Varela

de la Orden de Santo Domingo, que era su confesor, e hizo una detenida confesión

general de toda su vida. Severa Cabrera, sirvienta que era de la casa, cuenta que Benito

la llamaba y le decía: “Me he confesado desde tal a tal época de mi vida, ahora voy a

hacerlo desde tal a tal año”; y así hizo una prolija confesión.

Saturnina debía entrar a Ejercicios a ese tiempo; y como no se atreviese a

abandonar así al querido enfermo, éste le dijo que fuese sin cuidado, que lo dejase en

poder de Severa con quien tenía toda confianza, que ella lo atendería bien. Así se hizo,

viniendo además la madre de Severa a acompañarla por la noche.

A mediados de los Ejercicios el enfermo se agravó y hubo [que] avisar a

Saturnina, que al punto los interrumpió volando al lado del moribundo, que poco

después exhaló su pura alma acompañado en este trance por su madre y con todos los

auxilios de la religión.

Quedó Saturnina con Deidamia, que dejó su compañía cuando se fundó el

instituto, y Severa, la sirviente dicha, que entró en calidad de tal junto con la Fundadora.

Vive aún [1920] y es un modelo de virtudes en la Casa Madre del Instituto, y ha

dado y continúa dando edificación a todos con su santa vida.

Quebrantada su salud y llevando el peso de los años, se ocupa en la puerta de

abasto; y es allí un apóstol de celo y caridad, impartiendo la limosna espiritual del buen

consejo a quien viene a su puerta, enseñando la doctrina cristiana a los niños, a quienes

también prepara para la Primera Comunión, y a los que bien sabe atraer; reparte

asimismo el pan material a los pobres necesitados.

La casa de la familia Zavalía, en la que vivió Saturnina desde su matrimonio,

hállase situada en calle General Alvear entre 25 de Mayo y 24 de Setiembre, a espaldas

del templo del Pilar. Cuando fundó el Instituto, vivía en una casa de las monjas Teresas,

a espaldas del monasterio, (calle Trejo y Sanabria).

CAPÍTULO VI

Nuevo método de vida - El doctor Luque, su Director espiritual - Días de retiro -

Servicio de los Ejercicios - Caridad con los pobres - Señora Petrona Centeno - Las

Marías - A la madrugada.

A partir de esta época, no diremos con propiedad que la viuda de Zavalía, al

cambiar de estado, ha cambiado su método de vida en lo que se refiere al espíritu; no, su

amor al retiro y su abstracción de las cosas del mundo sólo han alcanzado mayor

37

Esto, tal como se apunta, lo contó la Madre Catalina muchas veces a las Hermanas, y quien lo escribe

lo oyó de su misma boca. Conoció a Doña Petronita Núñez y presenció su santa muerte (1866) siendo

testigo de la fama de santidad que gozaba. Vivía en el Boulevard hoy General Paz cerca de Santo

Domingo en donde hoy es la casa del Ex-Gobernador Félix Garzón. Allí también murió.

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amplitud, pues ahora podrá dedicarse con más tiempo y menos trabas, a la oración y de

más ejercicios de piedad.

Deidamia, su hija política, era una joven piadosa, que lejos de oponerse a su

régimen de vida, la acompañará muchas veces en sus ejercicios de piedad.

Parece que tomó por Director espiritual al doctor David Luque por los años 1863

o 64, pues a la muerte del Coronel Zavalía, acaecida en Marzo del 65, ya se confesaba

con él, y debió ser de las primeras penitentes que tuvo el doctor David Luque. Esto se

deduce de lo que ella apunta en sus “Memorias”, cuando dice que consultó con el doctor

David Luque el deseo de ser religiosa apenas rotos los vínculos que se lo impedían.

Con método y horario dados por el doctor David Luque hacía cada mes un día de

espiritual retiro, practicando las primeras distribuciones, oración, misa y comunión en la

iglesia; y volviendo a casa, tenía sus lecturas y otras horas de oración, sin omitir el santo

rosario y Vía Crucis.

Así pasaba el primer Viernes de mes, para honrar al divino Corazón de Jesús.

Más tarde la veremos continuar esta santa práctica en su Instituto, y legarla como punto

de Regla a sus hijas las Esclavas.

Como se lee en sus “Memorias”, su ocupación durante el año era el servicio de

los santos Ejercicios. Ocupación que le era muy grata, animada como se hallaba siempre

de un gran celo por la conversión de los pecadores.

En esta santa ocupación no sólo llevaba la dirección, sino que trabajaba

personalmente, ya haciendo las lecturas de capilla y comedor, para lo cual tenía especial

unción y leía no sólo con voz clara y grave, sino que sabía dar la expresión propia del

asunto; también desempeñaba con la misma corrección los cánticos piadosos de los

santos Ejercicios, el Padrenuestro, el Perdón, Saetas ya en el despertar ya al tiempo de

dormir y en la capilla. Tenía buena voz y daba como en la lectura, la expresión que

requería el canto.

Servía la mesa, lavaba los platos, barría los aposentos y cuidaba de las enfermas;

y cuando ocurría algún accidente por impresiones nerviosas o comprendía que eran

aspavientos infundados, aplicaba el remedio tal cual la enfermedad. En uno de esos

casos se dice que recetó hacer oler lana quemada, y fue eficaz remedio; la paciente

quedó perfectamente curada, volviendo de su fingido síncope y no se volvieron a repetir

los gritos, contorsiones y otros aspavientos.

Siempre fue muy caritativa con los pobres, sin que llegase alguno a su puerta

que no recibiese la limosna del pan material acompañada del espiritual del buen

consejo.

Más adelante tendremos ocasión de apuntar más de uno de estos rasgos de

caridad para con el prójimo y su tierna compasión hacia los necesitados, hacia los que

sufren presa de cualquier pena o dolor.

La señora Petrona Centeno era una anciana muy piadosa a quien la señora de

Zavalía socorría en sus necesidades, y con quien había trabado una íntima amistad: una

de esas amistades en que teniendo más parte el espíritu y los intereses del alma que

ningún otro, sólo llevan a Dios y a Él sólo tienen por fin.

La señora Centeno se levantaba todos los días antes de las cuatro de la mañana e

iba a llamar a la puerta de su amiga, quien con Severa la esperaba para ir a la primera

misa que se celebrara ya en Santo Domingo, en las Catalinas o en otra iglesia.

Gustaba mucho de levantarse temprano “Para dar, decía, a Dios las primicias del

día” y “¡qué bien, añadía, se siente el alma en esa hora!”.

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En esa hora, cuando la naturaleza aún duerme, ella con su amiga y su sirviente se

dirigen al templo para alabar a Dios, para invocarle, y diremoslo así, para ser las

primeras en recibir las gracias que el buen Dios dispensará en el nuevo día.

El sol no se ha dejado ver en el horizonte, y la aurora prepara sus tintas para

cambiar en oro y púrpura el azul del cielo, y ya estas solícitas Marías se encaminan no

al sepulcro de Jesús muerto, sino ante el tabernáculo del Dios vivo en la Eucaristía; y

como las Vírgenes prudentes del Evangelio38

con sus lámparas bien provistas del óleo

del amor, son admitidas al festín de las Bodas recibiendo al Esposo en sus pechos

abrasados por el fuego de la caridad.

El estrellado cielo que en el trayecto a la iglesia han contemplado, en esa hora

silenciosa, les ha servido de libro de meditación: en él han leído la inmensidad,

grandeza, hermosura, sabiduría y poder infinitos de Dios… ¡Cuánta mística poesía

encuentra el alma en la madrugada!

CAPÍTULO VII

Siente despertarse su primera vocación - Consulta al doctor Luque - Su respuesta -

Solicita entrar en la Catalinas - El vacío - Las Salesas - Pide a Dios le abra camino

- Institutos religiosos en esa época.

En el Libro “Memorias - Datos para la historia de la Congregación de las

Esclavas del Corazón de Jesús”, escrito por su Fundadora, leemos: “Habiendo nuestro

Señor roto el 30 de marzo de 1865, los vínculos que me servían de obstáculo para la

realización de mis deseos, sentí que ellos se despertaban con más vehemencia”.

Este deseo que durante los años de su matrimonio no se había extinguido, sino

que, detenido por disposición divina durante ese período, cual un torrente que encontró

a su paso un momentáneo estorbo, se precipita con mayor ímpetu; así debía renacer con

más fuerza y más vigor, y tomando mayores proporciones en su espíritu, hacerla

acometer todo lo dificultoso que se le opusiera, hasta verlo convertido en hermosa

realidad.

Continúa: “Consulté con el doctor Luque (su Director) y me dijo: Ya lo esperaba

yo”. No es de extrañarlo: el nuevo [Francisco de] Sales39

y la Baronesa de Chantal de

ahora, son dos almas en quienes Dios ha depositado su mismo espíritu, y las ha

identificado para que ambas sean los instrumentos de que ha de servirse para realizar

una grande obra.

Ese, ya lo esperaba yo, dice mucho en boca de un hombre como el doctor David

Luque: él comprende el espíritu de su dirigida y de cuánto es capaz con su abnegación,

su celo y el fuego de amor de Dios que arde en su alma.

Creyendo el doctor David Luque que en los monasterios de Córdoba no sería

admitida por su estado de viuda, su edad de más de cuarenta años y la falta de salud, le

aconseja solicite la entrada en las monjas Catalinas de Buenos Aires.

El Reverendo Padre Félix María Del Val de la Compañía, que entonces se

hallaba en aquella Capital, se encarga de la solicitud ante las Catalinas, a quienes ofrece

Saturnina todo su haber en dote.

“Me parece advertir aquí, (escribe ella) que a pesar de mis deseos y de haber

hecho esta solicitud, me quedaba cierta desconfianza, como si yo no tuviera espíritu

para esos monasterios”.

38

Evangelio San Mateo 25, 1 – 13. 39

San Francisco de Sales (1567 – 1622). Obispo y doctor de la Iglesia.

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31

Ese vacío que su alma sentía, era porque Dios la llamaba a otra parte: y así al

recibir la contestación negativa, diciendo aquellas religiosas que no se contaba ningún

ejemplar de haber admitido viudas, y que no querían abrir esa puerta, dice que no le

hizo mala impresión.

El Padre Del Val le propone llamar a la puerta de las Salesas, en donde no se

reparará ni en la falta de salud ni en la edad, admitiéndose allí también viudas; pero

responde al Padre que no acepta su indicación por estar ya ocupada de otro pensamiento

que la ha satisfecho40

.

Entretanto el doctor David Luque la anima, la alienta, y le dice lo espere todo de

Dios; y ora con ella para que Dios nuestro Señor le abra camino. Son almas de fe; y la

oración acompañada de una entera confianza hará violencia al corazón de Dios.

El doctor David Luque no duda que su penitente ha de consagrarse a Dios en la

vida del claustro, pero ignora el modo cómo esto ha de realizarse. Ella está firme en su

propósito, a pesar de los inconvenientes ya mencionados y que le parecen insuperables:

su fe y confianza la salvarán.

En la época a que hemos llegado (1865) no había en Córdoba más instituciones

religiosas de mujeres que las Monjas Catalinas y Teresas; y como educacionistas, Las

Hermanas Carmelitas, fundadas por San Alberto, que regentaban el “Colegio de

Huérfanas”. Las Hermanas de Caridad de Nuestra Señora del Huerto debieron por ese

tiempo hacerse cargo del “Hospital San Roque”; y aquí termina la nómina de dichos

institutos.

La aurora de un nuevo día anunciaba la creación de otros nuevos: Hermanas

Franciscanas, fundadas por el Reverendo Padre Quírico Porreca, Fr. en 1876;

Concepcionistas, por el Canónigo doctor Jerónimo Emiliano Clara, en 1877;

Adoratrices, por el Reverendo Padre José María Bustamante, S.J. en 1885; Dominicas,

por Monseñor Reginaldo Toro, O.P. en 1886; Mercedarias, por el Reverendo Padre José

León Torres, O.M. en 1888, y Esclavas del Corazón de Jesús, por el doctor David

Luque y la Madre Catalina, en 1872, siendo las últimas, a quienes toca el derecho de

primogenitura por haber sido la primera institución religiosa nacional.

Más tarde otras religiosas procedentes del viejo mundo se localizaron en

Córdoba, como las del Buen Pastor, Vicentinas, y nuevas Hermanas del Huerto para

Colegios y Asilos.

Si grandes males amenazaban sembrar en nuestro virgen suelo la devastación

moral, eficaz remedio y contraveneno preparaba la divina Providencia en la creación o

introducción de esos institutos de “ángeles de la Caridad que poseen el secreto íntimo

del corazón, que han hallado el medio de poseerlo todo, al dejar todas las cosas; y de

hacer prevalecer la abnegación sobre el interés, y el amor a sus semejantes -en Dios-

sobre el propio amor”.

CAPÍTULO VIII

Fiesta en Santa Catalina - Saturnina en el templo - El Gran Cuadro - Sus

impresiones - Comunica con su hermana Estaurofila - Consulta al doctor Luque -

Su respuesta - Rasgo de humildad.

40

El de la fundación.

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Seis meses habían pasado desde que vio romperse los vínculos que la ligaban e

impedían consagrarse enteramente a Dios, y durante los cuales había podido cantar con

el Salmista Rey: “Rompiste, Señor mis ataduras; yo te ofreceré sacrificio de alabanza e

invocaré tu santo nombre”41

.

Era el 15 de Setiembre de ese año: (1865) en el templo de Santa Catalina

celebrábase la fiesta de la Aparición de Santo Domingo en Soriano. Conocida es la

historia de esta hermosa aparición, cuando la Santísima Virgen acompañada de Santa

María Magdalena y Santa Catalina Virgen y Mártir, trajo del cielo y entregó al Sacristán

de aquel convento, un lienzo con la imagen de Santo Domingo dibujada por los ángeles.

En el mismo día (Domingo después de la octava de la Natividad de la Santísima

Virgen) celebraba la iglesia [la] fiesta del Dulce Nombre de María, de cuya advocación

era Saturnina muy devota, como lo apunta ella en sus “Memorias”.

El Santísimo Sacramento estaba expuesto a la pública adoración. El Espíritu

Santo por el profeta Oseas dice: “Llevaré el alma a la soledad y allí le hablaré al

corazón”42

. Este vaticinio se cumple ahora cuando Saturnina a eso de las dos de la

tarde, cuando los habitantes descansan de los trabajos de la mañana, y los templos por

esta causa suelen hallarse solos, reinando en torno del Prisionero del Sagrario el silencio

y la soledad, ella postrada delante del Santísimo, ora con su acostumbrado fervor.

“Cuán bella estaba así, del ara santa

postrada al pie de hinojos,

y alzando al firmamento

la incierta luz de sus dolientes ojos.

En sus trémulos labios palpitaba

la férvida oración. No eran más bellas

las castas hijas de Israel vestidas

con ropajes de nítida blancura,

coronada la frente de azucenas,

emblema de su púdica hermosura;

cantando al son de las hebraicas liras

con eco lastimero,

por aplacar el soberano enojo

de su Dios irritado y justiciero”.

(Plegaria de un Ángel por F.V.)

La Santísima Virgen, aunque no en forma visible como en Soriano, presenta ante

su fiel devota otro cuadro, no pintado por celestiales espíritus como aquel, sino trazado

en los consejos Eternos de Dios… el plan del Instituto que ella debía fundar.

En el cuadro se destaca en lugar de preferencia la conversión del pecador por

medio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio; luego la moralización de la mujer

extraviada, que, habiendo vuelto sobre sí en los santos Ejercicios, quiere perseverar en

el buen propósito; la niñez que necesita nutrirse con la enseñanza de los principios de

nuestra santa religión; y finalmente la juventud que corre peligro de caer en las redes de

satanás. Esto de jóvenes preservadas, la Madre no lo apunta en sus “Memorias”; pero es

cierto que fue lo primero que realizaron admitiendo a Jesús Álvarez y Secundina

Rodríguez cuando estaban en la casa de Ramallo. Por ello empezaron su misión. Así

que, Santos Ejercicios, Asilos, Catecismo a los niños, y jóvenes preservadas, he aquí el

41

Salmo 115, 16b - 17. 42

Oseas 2, 14.

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Gran Cuadro; y lo completa: Una comunidad religiosa, observando las Reglas de San

Ignacio de Loyola y encargada por institución de llenar dichos fines.

Los medios de realizarlo no faltan: cuenta con un terreno de su propiedad,

bastante grande en el que se podrá edificar la casa con sus dependencias43

.

En sus “Memorias” hay una página de oro en que relata este momento grandioso

y sublime de la divina manifestación; copiémoslo textual, dice así: “El 15 de Setiembre

del mismo año (1865) se celebraba [la] fiesta del Dulce Nombre de María y de la

Aparición de Santo Domingo en Soriano.

Esta devoción, del Dulce Nombre de María la conocí en casa desde que tuve uso

de razón. Teníamos una hermosa imagen con este título, le hacíamos la novena todos

los años, a la que se reunía toda la familia; y el día de la fiesta se le hacía cantar una

misa con toda solemnidad.

Aunque esta devoción por varios acontecimientos ya no existía en casa, fue en

este día cuando dirigiéndome a visitar al Santísimo que estaba expuesto en la iglesia de

las Catalinas, por la festividad de Santo Domingo, que allí se celebraba, me vino al

pensamiento que tenía un terreno bastante grande en el que se podía edificar una Casa

de Ejercicios, y formar una comunidad de Señoras que estuviese a cargo de ella. Me

parecía esto fácil contando con que tantas personas que tenían iguales aspiraciones a

las mías y daban en inconvenientes para ser admitidas en otros monasterios, se me

asociarían; que observaríamos las Reglas del Instituto de San Ignacio; enseñaríamos la

Doctrina los Domingos a las niñas, y asilaríamos a esas mujeres que se llevan a los

Ejercicios casi por fuerza, y después de concluidos éstos, no se sabe qué hacer con

ellas, y causa pena verlas volver a los mismos peligros, compelidas muchas veces de la

necesidad. Que con nuestra protección se moralizarían y aprenderían a trabajar; y

afianzadas en el bien, las casas particulares tendrían a donde acudir por sirvientas”.

Hasta aquí las “Memorias”; y aunque no apunta el asilar jóvenes que se encuentren en

peligro, sabemos que entró en el plan, y que fue lo primero que realizaron, como se verá

más adelante.

Mejor que nadie podrá ella misma revelarnos lo que pasó en su alma, sus

impresiones en esos momentos solemnes, en que el cielo había bajado a la tierra, Dios

se comunicaba íntimamente con su criatura… Sigamos copiando de sus “Memorias”.

“Me preocupó de tal modo este pensamiento que absolutamente no pude hacer

otra cosa en todo el tiempo que estuve en la iglesia; por más diligencia que hice para

visitar a lo menos al Santísimo Sacramento; pues me causaba temor pasar el tiempo

pensando sólo en esto que tanto me había satisfecho.

En este caso ya no sentía la falta de espíritu como para los otros monasterios…

Al fin de mucho tiempo, continúa, tuve que retirarme de allí, sin haber hecho otra cosa

que pensar en aquello que tanto me había satisfecho, y con la preocupación de que todo

lo vería pronto realizado”.

Esa noche fue a casa de su hermana Estaurofila, haciéndola su confidente y

primera depositaria de la merced con que Dios nuestro Señor la había favorecido. Ella,

gratamente impresionada le dijo: «Yo, en tu lugar, lo consultaría, no lo despreciaría».

Al relatar este paso Manuel E. Río hace un bello paréntesis diciendo de

Estaurofila “una cabeza ardiente, envuelta en un gran corazón”44

. Esa cabeza ardiente

43

Dicho terreno hallábase ubicado en el extremo sur de la Calle Ancha hoy Boulevard Vélez Sársfield

[frente al Colegio de Monserrat y vecino a la Cañada y cal y canto] 44

Manuel E. Río. - “La Madre Catalina de María y la fundación de las Esclavas del Corazón de Jesús” -

Imprenta Colegio Salesiano Ángel Zerda - Caseros 1250 - Salta - 1917. Página 10.

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comprendió lo grande y sublime del pensamiento; ese gran corazón dio acogida al

magno proyecto, y no creyó se debía despreciar, sino por el contrario, dar el primer paso

consultando a su director.

“A mí, escribe [ella], me pareció desatino su consejo, pues creía se reirían de mí

si iba con semejante cosa.

Tres o cuatro días después, como siguiese tan preocupada con esto, que cada

vez tomaba más dimensiones la casa en mi imaginación y me perturbaba en mis

ejercicios espirituales; ¡tan embebecida andaba en este pensamiento! tuve que

consultar al doctor Luque si sería tentación aquello que me pasaba. Él me prestó

mucha atención, me hizo varias preguntas, y por toda contestación me dijo: «No me

reserve usted nada de lo que le ocurra al respecto»”.

Aquí se hizo la luz para el sabio y prudente Director. Tan lejos estuvo de

menospreciar como fantástica ilusión la consulta de su dirigida que, con solas esas

pocas palabras da ella por aprobado su pensamiento, y así escribe: “Cuya respuesta fue

una aprobación para mí, que me satisfizo enteramente.

Desde aquel momento, continúa no pensé más que en verlo realizado: esto era

mi sueño dorado. Cuando me veía con mi hermana, no hablaba de otra cosa, pero solo

con ella…”

Es de notar que cuando apunta este paso, y cuando más tarde lo contaba a sus

hijas las Esclavas en los recreos, le llamaba en su humilde sencillez: el primer

pensamiento; no habiendo sido un simple pensamiento o fantasía de su imaginación,

sino una clara y distinta manifestación de la divina voluntad.

El ya citado [Manuel] E. Río se pregunta aquí: “¿Era una inspiración de lo alto

o el simple dictado de un corazón generoso, agigantado por la fe? Quién sabe! Tal vez

ambas cosas, porque las inspiraciones de Dios y las aspiraciones de los hombres,

sugeridas por su amor, se unen frecuentemente como los fluidos eléctricos para

producir rayos benéficos de perdurable luz”45

.

[Continuando la relación de la Madre] Dice que asaltaron a su alma temores por

encontrarse ante la divina majestad ocupada con este pensamiento que tanto la había

satisfecho, sin poder ni siquiera visitar al Santísimo, y que procuraba desecharlo y no

podía. Temores muy propios de un alma humilde, que no se fía de sí, y que, lucha

digámoslo así, con el mismo Dios, por temor de desagradarle. ¿Y cómo había de poder

apartar de sí aquello que un poder superior, el de Dios, había dibujado e impreso en su

mente?

En su humildad no se daba cuenta que nunca estaba más presente ante nuestro

Señor que cuando Él la hacía depositaria de su voluntad, encarnando en su espíritu la

obra salvadora de la sociedad, y el pensamiento magno de cooperar con Dios a la

salvación de las almas. Su humildad repito, no la dejaba entrever nada de esto; y

siempre llamó la atención el que, después de ver realizada la obra, objeto de la divina

manifestación, ella lo contaba con la mayor sencillez, sin pensar siquiera en darle el

nombre de divina revelación que le era propio.

NOTA

Al llegar aquí, remito a quien hubiere de escribir la Biografía de la Madre

Catalina, a la noticia que ella misma da de todo lo ocurrido hasta la realización de la

obra (Setiembre 15 de 1865 a Setiembre 29 de 1872). Ella apuntó estos sucesos por

orden del doctor David Luque; y en 1880 los hizo reunir en el libro en que hoy están

45

Manuel E. Río. - Op. cit. Página 9.

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apuntados bajo el título: “Memorias - Datos para la historia de la Congregación de las

Esclavas del Corazón de Jesús”. Dictaba ella, quemando después los papeles de su

letra.

Dicho libro se encuentra en el Archivo de la Casa Madre; y está escrito hasta

donde ella dictó46

.

Cuando visitaba las Casas de las provincias, quiso traer ese libro que estaba en

mi poder; encontrándome yo en San Juan de Cuyo, con el fin de que se leyese en las

demás casas [del Instituto] y deseando al mismo tiempo que yo continuase escribiendo

desde donde ella dejara, hizo sacar copia de él para llevar a las Casas. Dicha copia,

como que se hizo de prisa, tiene algunas inexactitudes y errores. A continuación [de

dicha copia] escribió Luisa Vidart (Ex-Esclava) no ya como apuntes de Nuestra Madre,

sino en forma de historia, y en nombre propio. También hay en lo que ella escribió algo

no tan exacto, pues ella no estuvo en los principios del Instituto, y escribió por lo que

oyó decir.

Confieso mi culpa: años y años pasaron en que Nuestra Madre me pedía

continuase el relato desde donde ella dejó de escribir, pero no sé lo que me pasaba. ¿Fue

temor de que se hiciera notar el contraste entre lo escrito por ella y mis pobres apuntes?.

No lo sé. ¿Sería tal vez mi inutilidad acompañada de poca humildad que me hacía temer

para más tarde una justa crítica por haberme atrevido a escribir sin ser capaz?. No sé

qué fue; pero yo no pude añadir una palabra más a lo que ella escribió. Por el contrario,

al emprender los apuntes relativos a su personalidad, ningún temor me ha asaltado; nada

me preocupa al respecto, y he contado sí, con la indulgencia de mis Hermanas, que

leerán, no lo que yo escribo ni cómo va escrito, sino lo que ella fue, lo que nos enseñó y

lo que practicó, y cuánto “sufrió para abrirnos paso a la vida religiosa, a la dicha de ser

Esclavas del Corazón de Jesús!”.

Refiriéndose a esos apuntes [“Memorias”], escribe Manuel E. Río: “El

inolvidable doctor Luque, con rara previsión, que ocultara quizás un secreto designio,

ordenó un día a la Fundadora de las Esclavas que escribiera «en los tiempos

disponibles los datos históricos de la fundación, con la mayor certidumbre, sin omitir

cosa alguna favorable o desfavorable».

La sumisa religiosa se inclinó ante el mandato, y escribió un libro.

Precediéndolo de estas sencillas palabras: «A no haber sido mandada por mi superior,

no me habría atrevido a emprender esta obra: además de otras razones, hubiera

desistido convencida de mi incapacidad; pero la obediencia me asegura la protección

del cielo, con la que cuento para cumplir lo que se me ha ordenado»”47

.

Pasando por alto aquella época (en que hay tanto que escribir de la Madre

Fundadora) y dando por terminada la Parte Primera de estos Apuntes, pasaremos a

bosquejar la personalidad de la viuda de Zavalía bajo muy distinta faz, convertida en

Fundadora y Madre de una familia religiosa, o sea del Instituto de las Hermanas

Esclavas del Corazón de Jesús (Argentinas).

46

[Dictó] hasta donde se trata de la construcción de la Casa de la Villa del Tránsito. (Departamento San

Alberto, Córdoba). 47

Manuel E. Río. - Op. cit. Página 6.

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PARTE SEGUNDA

LA MADRE CATALINA FUNDADORA

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INTRODUCCIÓN

“Gran contento tuve, dice el Salmista, cuando se me dijo: Iremos a la Casa del

Señor”48

. Estas palabras que, en boca de cualquier alma que deja el mundo para

consagrarse a Dios en la vida del claustro, expresión de la satisfacción que siente la

misma alma al seguir el divino llamamiento, debieron ser doblemente satisfactorias para

la Madre Fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús.

No irá ella sola a la Casa del Señor: “Iremos”, dice con el profeta Rey: irá ella

con un cortejo de vírgenes de quienes será Madre y guía; con un séquito tan numeroso,

cuántas son y serán las que formarán la familia religiosa de las Hermanas Esclavas.

Tras larga y penosa noche, la aurora aparece más bella que de ordinario;

contemplamos más hermoso el cielo después de huracanada tempestad; el náufrago,

salvo ya, cree admirar graciosos paisajes en las desnudas playas, después de la lucha

con las olas y del peligro en que ha visto su vida. Pálidas imágenes de lo que debió

experimentar la Fundadora de las Esclavas cuando tras los amargos y crueles

desencantos soportados en los siete años que mediaron entre la divina manifestación y

la realización de la obra, en el colmo de la felicidad, pudo exclamar con Simeón:

“Dejad, Señor, que tu sierva muera en paz”49

porque ve realizada la obra de tu santa y

adorable voluntad. Pero no, no quiere morir aún sin ofrecer a Dios el sacrificio

completo, el holocausto de todo su ser, consagrándose a Él, como lo deseara desde los

años de su juventud.

Considerémosla desde este momento al frente de su Obra, desplegando toda su

actividad y energía en favor de ella; siendo Madre y guía de sus hijas, y velando hasta

su último suspiro por la amada familia religiosa que la divina Providencia le confiara.

A. M. D. G.50

CAPÍTULO I

El Reverendo Padre José María Bustamante en Córdoba - Misión del señor

Obispo - Situación de Saturnina - Consulta al Padre Bustamante - Se retira éste a

los Santos Ejercicios y conoce la voluntad de Dios - Animación del proyecto.

En Enero de 1872 vino a Córdoba el Reverendo Padre José María Bustamante,

S.J. como Superior de la casa que los Reverendos Padres de la Compañía tienen en ésta.

Reemplazó al Reverendo Padre Molas que fue destinado por su Superior a otra casa.

El Reverendo Padre Félix María Del Val, de quien se hizo ya mención y que

estuvo en Córdoba en años anteriores, escribió a una familia que él había dirigido,

recomendado al Padre José María Bustamante como un excelente Director espiritual,

siendo su vocación especial la dirección de las almas.

También la Madre Rufina Echenique, religiosa carmelita del Monasterio de

Santa Teresa, escribió a Estaurofila, hermana de Saturnina, comunicándole la venida de

este Padre con dos más51

. Ésta dio la noticia a Saturnina, añadiendo estas proféticas

palabras: “¿Quién sabe si alguno de estos Padres que han llegado viene para ayudarte en

tu empresa?”.

48

Salmo 122, 1. 49

Cfr. Lucas 2, 29. 50

A MAYOR GLORIA DE DIOS. 51

Era uno el Padre Manuel Poncelis, del otro Padre no se recuerda el nombre.

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A principios de Marzo salió el señor Obispo (doctor José Vicente Ramírez de

Arellano) a una misión, y designó al doctor David Luque entre los sacerdotes que

debían acompañarlo. Éste aconseja a Saturnina que durante su ausencia se confiese con

el Padre José María Bustamante. ¡Cómo la divina Providencia va dirigiendo los

acontecimientos para la realización de sus designios!

La Madre Catalina escribe que llamó mucho la atención del público el que el

doctor David Luque fuese designado para los trabajos de una misión, estando

convaleciente de una grave enfermedad; pero éste fue el medio de que nuestro Señor se

valió para que Saturnina entrase en relación con el Padre José María Bustamante.

Había ella llegado al colmo de sus sufrimientos, sin saber qué partido tomar

respecto a su proyecto, pues, como se lee en sus “Memorias”, el doctor David Luque

más de una vez le había asegurado ver en él la voluntad de Dios. El Padre Antonio Pou

de la Compañía y la señora Petronita Núñez la habían visto, en sobrenaturales

ilustraciones, actuando en la proyectada casa. Otro respetable Padre de la misma52

le

había dicho: “Mire, señora, han de llegar momentos en que le ha de parecer que todo

está acabado, ¡Cuidado con desfallecer, porque Dios la ha de castigar!”.

Está convencida de todo esto, mas la estrella se ha escondido; todo se ha vuelto

tinieblas. Desde el doctor David Luque, y sus compañeras en el proyecto, todos la han

dejado sola y en el mayor aislamiento.

Comunica al Padre José María Bustamante su proyecto, con todas sus

dificultades, y el actual estado de las cosas. Pídele con humilde sumisión le diga si será

voluntad de Dios que continúe en la empresa o que la abandone.

Siete años de sufrimientos, y durante ellos la voluntad de Dios claramente

manifestada; más ahora se somete de nuevo, y espera la decisión del Padre como la voz

de Dios y la última expresión de su adorable voluntad.

De San Ignacio de Loyola se lee que era tal la conformidad que tenía en todas

las cosas con la voluntad de Dios que, si hubiera visto disolverse la Compañía como la

sal en el agua, después que tanto le había costado y teniendo la seguridad que tenía de

que era obra de Dios; con todo, un cuarto de hora le habría bastado para ponerse tan

tranquilo y sereno, como si tal cosa hubiera acaecido.

Cierto que para un carácter como el de nuestra Saturnina hubiera sido difícil

abandonar su empresa, “su sueño dorado” como ella le llamaba; pero cuánto más difícil,

más meritorio y heroico hubiera sido el desistir al oír del Padre que no era voluntad de

Dios. Preparado está, Señor, mi corazón, Preparado está!… Fiat mihi.

La respuesta del Padre fue que haría los santos Ejercicios para conocer allí la

voluntad de Dios. Volvió por la respuesta, y el Padre dijo que aún no había podido

ocuparse del asunto, que muy poco había hecho; que en el Octavario del Corpus haría

los Ejercicios, y quería llevar a ellos este asunto.

Los hizo en el tiempo dicho, y terminados, su respuesta fue: que él una vez

conocida la voluntad de Dios, no había cosa que lo detuviese; que quería ayudarla; y

que dijese al doctor David Luque que él no veía la mayor gloria de Dios en el

aplazamiento de esta obra.

“Habiendo vuelto el doctor Luque de la misión, escribe, pude darle el mensaje

del Padre, a lo que respondió (no sin hacerme apurar hasta las heces el cáliz de la

amargura) que esa noche se vería con el Padre”.

El doctor David Luque conocía a fondo el temple del alma de su dirigida. A

pesar de su buena voluntad y de estar pronto a ayudarla, mostraba indiferencia, y le

52

El Reverendo Padre Joaquín Suárez, al despedirse para Europa.

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decía que se sometiese en todo al Padre [Bustamante] y a su decisión, y que él todo lo

dejaba en sus manos por no encontrarse capaz para dirigir la obra.

“Esto era para mí una espina terrible, dice, pues tenía la persuasión de que su

prescindencia desprestigiaba la obra; no obstante, continué haciéndolo todo bajo la

dirección del Padre”.

Pinta aquí su situación, llamando “espina terrible”, al temor que siente de ser la

prescindencia del doctor David Luque un obstáculo para la realización de su proyecto.

Y en verdad que tenía razón humanamente considerada la cosa, pues el doctor David

Luque era bien conocido por su prudencia y sano criterio. Todos miraban y apreciaban

en él al hombre de discreción y consejo, en una palabra, al santo; y al verlo ahora

prescindir siendo él el Director de Saturnina y quien había dado los primeros pasos, ver

ahora que se retira y deja la obra en manos de un recién llegado… era esto como para

sentir las punzadas de una espina, que le llegaría al alma tocándole en lo más vivo del

sentimiento, el temor de que su proyecto diese por tierra.

Mas los que esperan en el Señor, dice el Profeta53

son fuertes como roca o

baluarte inexpugnable. Ella se somete con un espíritu de fe y de obediencia, tanto más

admirables, cuanto no se ha ligado con el voto que más tarde hará; ni tiene la práctica de

la vida religiosa en que el ejercicio de someter el propio juicio, al de quien manda en

nombre de Dios, llega a hacerlo, si no fácil, al menos no tan violento a la pobre

naturaleza.

El Padre, dice, puso en mi conocimiento el resultado de la entrevista con el

doctor Luque, y fue haber determinado que se buscasen socias para elevar una nueva

Presentación (solicitud) ante Su Señoría Ilustrísima pidiendo permiso para instalarnos

en casa particular.

El 10 de Diciembre (1866) habíase elevado una Solicitud ante el señor Obispo,

acompañada de las Bases que redactó el Padre Joaquín Suárez, Superior entonces de

esta Misión de la Compañía en América. Dicha Solicitud, redactada también por el

mismo Padre, había sido firmada por las cinco socias aspirantes: Saturnina Rodríguez

de Zavalía, Carolina Prado de Casas (viuda), Gavina San Millán, Genoveva la Torre y

Ramona Martínez. De éstas sólo había quedado Saturnina: unas habían sido arrebatadas

por la muerte, otras habían defeccionado en vista de las dificultades y habiendo perdido

toda esperanza de realización; sólo ella, como la roca en medio de embravecido mar…

sólo ella había permanecido.

Necesario era, pues, buscar nuevas cooperadoras. “El Padre trabajaba, escribe

ella a este respecto, con un fuego y entusiasmo, que parecía haber recibido comisión del

cielo para llevar a cabo esta empresa”. ¿Y cómo ser de otro modo si él en el retiro de

los santos Ejercicios había conocido ser la voluntad de Dios, y “no miraba la mayor

gloria divina”, este hijo del grande Ignacio, “en el aplazamiento de la obra?”.

CAPÍTULO II

Nuevas Socias - Nueva prueba - La Solicitud y su despacho - El doctor Luque

Director - Ejercicios de instalación - El cuadro del Corazón de Jesús Fundador -

Las cinco piedras del torrente - Nombramiento de oficios - La Sacristana - Los

asuntos de la casa - Habitación de la Fundadora - Un incidente - Primeras Reglas.

53

Isaías 40, 31.

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40

Como queda dicho en el Capítulo anterior, de las cinco socias que firmaron la

Solicitud en tiempo del Padre Joaquín Suárez, solo había quedado Saturnina. Anselma

Fernández se había presentado en tiempo del Padre José Guarda, es decir, cuando este

Padre se propuso llevar a cabo el proyecto, y esperaba verlo realizado para formar

recién entonces parte de la nueva institución.

Al tomar animación el proyecto, se presentó Josefa Luque, hermana del doctor

Adolfo Luque Fiscal Eclesiástico en este Obispado y Vicerrector del Seminario; y por

invitación de Anselma Fernández, se asoció Griselda Ramallo.

Hasta aquí éramos cuatro, y se hacía necesario buscar otra, pues temía el Padre

que a menor número no concediera Su Señoría el permiso. Algún trabajo costó

conseguir la quinta socia, pues todo se hacía en la mayor reserva; y además no daban

crédito. El Padre José María Bustamante decía a este propósito: “No puedo hacerles

creer que esto se va a realizar, pero ellas lo van a ver” (“Memorias” de la Fundadora).

Estaurofila Moncada, residente en Villa del Rosario, había encargado al doctor

Adolfo Luque, en épocas anteriores, que la presentase. Dicho señor propuso al Padre

que la llamaría; y habiendo ella aceptado, se completó el número de cinco.

Aunque estos apuntes no tienen por objeto la Historia del Instituto de las

Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, sino dar a conocer la personalidad de su

Fundadora; con todo en los hechos históricos está tan encarnado su espíritu, que no

pueden dejar de citarse como testimonios fehacientes de las virtudes que en el desarrollo

de los acontecimientos se la vio practicar.

Apuntaremos lo que pasó a este tiempo y que sirvió para acrisolar más la virtud

de esta mujer fuerte.

Monseñor Juan Martín Yániz54

había dicho en una reunión de señores clérigos,

entre los cuales se hallaba el doctor Adolfo Luque, que la obra proyectada por la señora

Saturnina no subsistiría, que tendría un fin ridículo como otra que en tiempos anteriores

se había proyectado; y, añadiendo otros conceptos poco favorables, puso en alarma al

doctor Adolfo Luque por su hermana [Josefa Luque]. Ambos fueron al Padre José María

Bustamante y le manifestaron lo que ocurría.

“El Padre, escribe la Fundadora, con la grande serenidad de ánimo que le era

característica, con la firmeza de su fe y su inquebrantable constancia, ante la cual no

había contradicción que lo turbase ni hiciese vacilar, los reanimó y quitó todo temor”.

Añade que la idea de que la prescindencia del doctor Luque y del señor Yániz fuesen

aparentes y por vía de prueba para ella, había algunas veces templado el sufrimiento que

le ocasionaba; mas ahora al saber la libertad con que el señor Yániz se había expresado

en contra de su proyecto, le hizo comprender que ni uno ni otro tomarían parte;

descubriendo al mismo tiempo desbarajustado un plan favorable a la obra, que ambos

habían formado.

Esto me manifestaban los hechos en aquel tiempo; o fue lo que permitió nuestro

Señor para ejercicio mío, escribe en sus “Memorias”.

La virtud en la prueba se ve acrisolada como el oro en la fragua. Humilde y

sumisa se presenta ante el doctor David Luque pidiéndole que “por amor de Dios y por

su mayor honra y gloria tome parte en la Obra” (“Memorias”). Pero ¡oh designios de

la Providencia! ¡Esta nueva tentativa se le convierte en mayor humillación! El doctor

Luque le manifiesta indiferencia por su proyecto; le muestra su desagrado, la humilla, y

54

Monseñor Juan Martín Yániz y Paz, primer Obispo de Santiago del Estero (República Argentina) y uno

de los primeros bienhechores del Instituto de las Esclavas del Corazón de Jesús; cedió por contrato a

dichas Hermanas la actual Casa de Ejercicios, fundada por el señor Mariano Vicente González, y de la

cual fue dicho Monseñor primer Administrador.

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esto no como quiera, sino de manera que pudieron notarlo las muchas personas que

rodeaban el confesionario. “Salí tan abochornada, dice, que me parecía que todas las

personas fijaban en mí sus miradas”.

La pobre naturaleza, dice Tomás de Kempis, teme la confusión y el desprecio;

más la gracia hará que siga una reglita de espíritu que el mismo señor David Luque le

ha dado: Hacer en todo lo que más repugne a la naturaleza. Con esto se anima y alienta

para vencer la resistencia que siente aún para volver al confesionario.

Este triunfo de la gracia sobre la naturaleza será contado por Dios, justo

apreciador de nuestros actos, en el número de los que han de formar la aureola de

santidad de su sierva.

Redactando el Padre Bustamante la nueva Solicitud, pidiendo instalarse en casa

particular y como Director de la Obra al doctor David Luque (con cuya voluntad por

entonces se contaba) fue firmada por las cinco socias y elevada ante Su Señoría

Ilustrísima el señor Obispo Diocesano, doctor José Vicente Ramírez de Arellano.

Dicha Solicitud fue favorablemente despachada, y por Auto de fecha 9 de

Setiembre de 1872, otorgado el permiso para instalarse en casa particular y confiada la

Dirección al doctor David Luque.

“Éste, asumiendo desde el momento la responsabilidad de la Obra, se puso al

frente de ella, preparándose antes con los santos Ejercicios”. (cfr. “Memorias” de la

Fundadora).

En casa particular, propiedad del señor Dionisio Ramallo, ubicada en calle San

Martín (hoy General Paz [175]) entre 9 de Julio y Colón55

se dieron los santos

Ejercicios de instalación (Sábado 29 de Setiembre de 1872 se dio principio a ellos) a los

que entraron cuatro de las socias aspirantes, pues Anselma Fernández hallábase

convaleciente de una grave enfermedad56

; también entraron otras que deseaban conocer

la voluntad de Dios acerca del estado que debían abrazar, y de éstas, varias vinieron más

tarde a formar parte de la nueva institución.

El arreglo del pequeño oratorio, con su altar provisorio, estuvo a cargo de los

Hermanos de la Compañía. El Padre Bustamante proporcionó (mediante una retribución

de 40 pesos) un antiguo cuadro del Corazón de Jesús pintado al óleo, el cual había

recibido cultos en su altar, en la iglesia de la Compañía, desde que los Padres después

de la expulsión de Juan Manuel de Rosas, volvieron a ocupar la casa y la iglesia cerrada

por muchos años. Ésta fue la primera imagen del Sagrado Corazón de Jesús que

tuvieron las Hermanas Esclavas; éste fue, dicen ellas, su primer Fundador.

Cuando la Madre Fundadora fue a Roma (1893) tuvo el gusto de contemplar el

mismo cuadro en el altar del Sagrado Corazón en la iglesia del Jesús (Casa Profesa de la

Compañía).

El cuadro Fundador se conserva en la Casa Madre del Instituto, en la sala de

labor de las Hermanas. Él presidió la Fundación, él veló por ella: preside ahora los

recreos y labor de sus Esclavas, por tanto, no dudamos cuidará para que no desdigan

jamás de su primitivo espíritu: del espíritu que animó al doctor David Luque, al Padre

José María Bustamante y a la Madre Catalina.

55

Dicha casa la había comprado el señor Dionisio Ramallo a la familia de Monseñor Uladislao

Castellano, más tarde Arzobispo de Buenos Aires. Hoy [1914] pertenece a la señora Rosa Rivero de

Gigena. 56

Anselma Fernández desistió de su propósito. Murió en Diciembre de 1913.

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42

Una palabra más sobre el histórico cuadro: conviene aquí hacer un paréntesis,

pues al hablar del dicho cuadro, viene a la memoria un hecho que no podemos pasar en

silencio sin ser infieles al propósito que tenemos de manifestar que el Instituto de las

Esclavas nació de la Compañía de Jesús.

El mismo Padre Bustamante refirió a las Hermanas Esclavas en la casa de

Buenos Aires lo siguiente:

Estando él en Burgos (España) el Sagrado Corazón de Jesús y la Santísima

Virgen se le presentaron y lo reprendieron porque no entraba a la Compañía. No dijo en

qué forma se le presentaron o si le hablaron algunas de sus imágenes, lo que parece

probable por lo que ocurrió más tarde. Obedeciendo a este llamamiento, partió para

Francia57

en donde fue admitido en el Noviciado de la Compañía. Dijo: “Allí vi la

fundación de las Esclavas…”.

Preguntado por las Hermanas: “¿Cómo?, cómo Padre, fue?”

-“¡Curiosas!” les dijo, “si después de mi muerte los Superiores quieren que lo sepan,

ellos lo dirán”.

Poco antes de la venida del Padre Bustamante a Córdoba, el cuadro de que

hemos hablado, había sido reemplazado por otro en el altar y colocado en la portería.

Cuando vino el Padre al verlo por primera vez, dejó escapar estas palabras: “¡Éste es el

que me habló en Burgos!”.

¿Sería el mismo cuadro que los Padres trajeron de Burgos a la Argentina o uno

igual? No lo sabemos. Más como los Padres perseguidos en esa época en España,

vinieron a este país, no es difícil sea el mismo por el cual nuestro Señor habló al Padre

Bustamante.

Volviendo a la instalación, dice la Madre que el Padre Bustamante les dio los

Ejercicios y que fueron especialísimos, como era muy especial el objeto que los

motivaba, y especialísimas las luces que el Padre tenía y el interés que se tomaba.

Terminados éstos el 7 de Octubre (fiesta del Santísimo Rosario) salieron las que no

estaban resueltas o que tenían que practicar algunos arreglos antes de ingresar, y

quedaron las cinco Fundadoras: Saturnina Rodríguez, Estaurofila Moncada, Josefa

Luque, María Cáceres y Griselda Ramallo.

En las Bodas de Plata del Instituto (1897), comparó Monseñor Juan Martín

Yániz, en su Discurso alusivo al acto, las cinco [Hermanas] que lo fundaron, dirigidas

por el doctor David Luque, a las cinco piedras que el pastorcillo David tomara, a

elección, del torrente, para derribar con ellas al gigante Goliat58

.

Y en efecto, no dejó de ser apropiada la comparación, y podemos aplicarla a

nuestro caso: Un David, ungido Rey de Israel y que desempeñaba el oficio de pastor, es

el elegido por Dios para la magna empresa; las piedras son en número de cinco y son

tomadas del torrente; son lisas y elegidas a propósito para el fin que el pastorcillo se

propone, y con una de ellas derriba al fiero gigante y obtiene completa victoria.

Otro David que ha recibido la unción sacerdotal y es pastor de las almas por su

ministerio, es el designado por la divina Providencia para realizar una grande obra; él es

quien elige los candidatos, quien prueba las vocaciones; las nuevas piedras son también

en número de cinco, y tomadas del torrente del mundo, y han de ser lisas, es decir, a

propósito para la vida religiosa, suaves y dóciles para dejarse dirigir y manejar.

57

Esto ocurrió en 1855, época en que la Compañía era perseguida y suprimida en España. Partió sin

conocimiento de sus padres, y sin llevar un solo papel de familia que acreditase quién era; sin embargo

fue admitido en el Noviciado de la Compañía de París, hasta que pudo recibir de Burgos sus papeles. 58

I Samuel 17, 40 – 50.

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Finalmente, cinco son las elegidas y todas son aptas y están prontas y dispuestas

para llenar los fines del Instituto, mas una sola hiere al gigante. ¿No podremos ver en

esta piedra a la Madre Fundadora? Ciertamente que sí; pues ella es quien ha precedido a

las otras, llevando el peso del día y del calor, soportando siete años de sufrimientos

hasta ver realizada su obra.

¿Y el incircunciso Filisteo? A nadie mejor cuadra este dictado que a satanás con

todo su séquito de impiedad, socialismo, liberalismo y demás agentes suyos.

Repitamos los nombres de estas cinco Hermanas, de estas cinco piedras que

fueron el sólido fundamento de la Institución de Esclavas del Corazón de Jesús, y ya

que nos dejaron para ir a ser fundamentos de la misma institución en otro mundo mejor,

honor a la memoria de la señora Saturnina Rodríguez de Zavalía, Estaurofila Moncada,

María Cáceres de Cabrera, Griselda Ramallo y Josefa Luque59

.

En la tarde de ese día (7 de Octubre de 1872) el Director reúne en la Capilla a las

Hermanas, les dirige palabras de felicitación, aliéntalas a la perseverancia en la

empresa, y nombra Oficios provisorios hasta que la casa tome nueva forma o la

necesidad lo exija.

Pone al frente de la nueva institución a Estaurofila Moncada con el título de

Rectora; Secretaria, Procuradora y Provisora María Cáceres ayudada por Griselda

Ramallo, Portera Josefa Luque, “y yo, escribe la Fundadora, fui nombrada Sacristana,

oficio que me pareció el mejor de todos. Desde ese momento, (añade) no supe más de

los asuntos de la casa”.

Triste herencia de la humanidad decaída es la ambición de honores, el deseo de

mandar y la repugnancia a la sujeción y dependencia: de aquí que, quien no busca

honores y acepta al ser mandado es digno de encomio y alabanza; pero más lo será

quien, superior a sí mismo, huye aquella y ama la obediencia. Quien desprecia la honra

es grande, pero más grande se muestra quien ama el desprecio y la abnegación; mas, el

heroísmo de la humildad el non plus ultra de esta celestial virtud está en gozarse en ser

despreciado, pospuesto, arrinconado; y más cuando asiste el derecho a favor de quien,

renunciándose a sí mismo, se abraza por Cristo con la ignominia de la Cruz.

Aquí llegó Nuestra Fundadora cuando al establecerse el gobierno de la pequeña

Comunidad, se ve colocada en un rincón, con un humilde oficio, y confiado a otra el

gobierno que por derecho a ella correspondía; pero su humildad está muy lejos de alegar

derechos: se goza en su humillación, y con la satisfacción de quien ha encontrado un

tesoro tras el cual afanoso corriera, dice: “Yo fui nombrada Sacristana, oficio que me

supo muy bien y me pareció el mejor de todos. Desde ese momento, añade, no supe más

de los asuntos de la casa”. De esa casa que le había costado siete años de oraciones, de

lágrimas y sacrificios; de esa casa, por la que había soportado otros tantos años de

pruebas y humillaciones; hasta enfermar a causa de tanto sufrimiento, como lo apunta

en sus “Memorias”. Ahora ve instalada esa casa, ve que a una recién llegada se le

confía el gobierno y administración, y que ante ella tendrá que presentarse como

humilde novicia a requerir su voluntad hasta para beber un vaso de agua; y en todo esto

se goza, poniendo de manifiesto que no se ha buscado a sí misma sino la mayor gloria

de Dios en todos los sacrificios soportados hasta ver realizada la obra.

¡Cuánta doctrina encierran sus palabras cuando dice: “Yo quedé muy contenta

con el oficio, y ya no supe más de los asuntos de la casa!”

¡Hermanas Esclavas! Leed y volved a leer, recordad y meditad este ejemplo que

vuestra Madre os dio en los principios de vuestra institución, y no os quejaréis jamás

59

Esta última vive (1923) aunque fuera del Instituto, como se verá.

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por veros depuestas, humilladas, arrinconadas; o cuando la obediencia os haya

destinado a un oficio ínfimo, a pesar de vuestras dotes, talentos o méritos, que podrá

pareceros reclaman algo más elevado, más digno… Sois sus hijas, ¡imitad sus ejemplos!

Visitando la casa quien escribe estos Apuntes, y antes de pensar en ingresar en el

Instituto, vio la pieza habitación de la Fundadora que, sin ninguna exageración en la

descripción que hace de ella en sus “Memorias”, era bien incómoda.

Ubicada en el segundo patio de una casa pequeña en relación a habitarla una

familia religiosa, inmediata a la cocina y oficinas de servicio, estaba bañada por el sol

naciente; húmeda, con mal piso de ladrillo, expuesta a la lluvia, vientos, etc. por no

tener galería, y en todo sumamente incómoda para cualquiera, y más para una persona

de salud delicada y acostumbrada a su casa cómoda.

Tenía, dice, que pasar algunos ratos en las celdas de las otras Hermanas lo que

me hacía sufrir por el temor de serles incómoda. No tenía un punto fijo donde estar,

(añade), lo cual por razón de mi enfermedad, me era muy necesario; y en noches de

lluvias o excesivo calor, trasladaba su cama a la sala de recibo, volviéndola temprano a

su celda. Idas y venidas que su Ángel Custodio no dejaría de anotar para reclamar un

día el premio a favor de quien todo lo hacía con espíritu de fe y de caridad.

Así pasó los ocho meses que habitaron la casa del señor Dionisio Ramallo; y

nótese de paso, que era esto en los meses de más calor: de Octubre a Abril del siguiente

año, y que la pequeña habitación miraba al Este, sin tener más que una puerta, y

ninguna ventilación.

Pero todo le parecía muy llevadero con su grande espíritu de mortificación, y

con la satisfacción que sentía al ver realizada la obra de sus desvelos; y «por la utilidad,

(escribe) que traían estas cosas a mi espíritu, el que el Señor Director se había

propuesto formar en ese tiempo que fue para nosotras como noviciado».

Refiere una de las contemporáneas60

que en los principios ocurrió cierto

incidente en que a la Fundadora no sólo no se la tuvo en cuenta, sino que se pasó como

suele decirse, por sobre sus derechos, y de modo que se le hacía poco honor. Alguien,

con espíritu de caridad se lo comunicó en reserva para que volviese por sí; más ella, no

por despecho, sino con toda tranquilidad, respondió: “Deje, Hermana, poco importa que

me hagan un banco”.

Dos o tres días después del nombramiento de empleadas, dio el Director las

primeras Reglas que la nueva comunidad religiosa debía empezar a practicar. Dichas

Reglas marcaban las horas y el tiempo que debían dedicar a la oración, exámenes,

lectura espiritual, etc.; las cuales no fueron sino un primer ensayo de los que más tarde

habían de practicar61

.

“Con esto, escribe la Madre, empezamos a practicar la vida religiosa, aunque no

teníamos hábito, y usábamos los vestidos sencillos que habíamos usado fuera”.

En ese tiempo tenían misa diaria, pues el solícito Director y el Padre José María

Bustamante no dejaron de proveer a esta necesidad, sin que un solo día tuviesen que

salir fuera de casa para oírla.

60

Hermana Inés de María Pastrana: Ingresa al Instituto el 24 /12 /1872; previamente en Setiembre del

mismo año participa de los Ejercicios Espirituales preparatorios a la fundación del Instituto. Toma el

hábito el 03 /05 /1874. Profesa el 08 /12 /1875. Muere en la Casa Madre 08 /10 /1922. 61

El horario de distribuciones espirituales que dio entonces el Director Padre David Luque, es el mismo

que se observa hasta hoy [1920].

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CAPÍTULO III

Nombre de Esclavas - Admisión de dos niñas - Nuevas Hermanas - La prueba -

Cambio de casa - Nuevos arreglos en la Comunidad - Apertura de escuelas

gratuitas - El Catecismo - Primera Comunión de niñas - Cambio de traje - El

escudo.

Siguiendo los apuntes (“Memorias”) de la Madre Fundadora, leemos que el

doctor David Luque trabajaba con el mayor ardor por el bien espiritual y material de la

nueva familia religiosa confiada a sus cuidados, sin separarse un punto del consejo y

opinión del Padre José María Bustamante, que le aventajaba en la práctica de la vida

religiosa como el mismo doctor Luque decía.

Dicho Padre fue quien dio nombre a la nueva Institución. Dícese que un

Hermano de la Compañía sorteó los nueve Oficios del Corazón de Jesús y tocó en suerte

el de Esclavo. Tanto al Padre como al doctor Luque agradó mucho este título; y la

Madre Fundadora escribe que el Padre deseoso de propagar más y más el culto y

devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en cuyo celo ardía; y por otra parte, fundarlas en

humildad, les dio un nombre que correspondiera a su estado y a los fines del mismo. Y

para que se cumpliese en ellas la divina sentencia: “El que se humilla será ensalzado”62

,

dióles el humildísimo nombre de Esclavas, luego las levantó y sublimó llamándolas: del

Corazón de Jesús. “Con este lema glorioso, con este título que debió ser inspirado por

[el] mismo Sagrado Corazón, se comenzó a hacer conocer nuestra Institución; con él

vive, y espero permanecerá siempre para gloria de Aquél que quiso ser Nuestro Amo”

(“Memorias” de la Fundadora).

El Padre Bustamante, hablando en 1904 a las Hermanas de la casa de Buenos

Aires; dijo: “Recuerdo que cuando hice la Novena al Santísimo Sacramento pidiendo

luz al Corazón de Jesús; y andando por las quintas con don David Luque, pensando en

el nombre, elegimos ése” (el de Esclavas del Corazón de Jesús).

Más tarde, cuando las Constituciones de las Esclavas fueron presentadas ante la

Sede Apostólica, para pedir su aprobación, supo la Madre que en Roma había

repugnado algo el nombre de Esclavas creyendo era algo impropio o menos decoroso

para religiosas. Mucho lo sintió y mucho temió se sustituyese por otro, el nombre para

ella tan querido, tan significativo y honroso de Esclavas del Corazón de Jesús.

En verdad que tomado en su propio sentido, y como lo interpretaban en Roma,

no era tan apropiado, pues la esclavitud fue siempre un estigma de degradación social,

una verdadera bajeza y un yugo ominoso y cruel. La barbarie de los amos, más que la

propia miseria, constituían al esclavo en un ser inferior a las bestias. El dueño cruel, que

tenía una caricia para su perro y con él jugaba, se divertía, dándole no sólo las migajas

que caían de su mesa, sino a veces el sabroso bocado que debía él gustar, ese hombre

era duro y feroz con su esclavo, y le escatimaba las bellotas que servían de alimento a

viles animales.

¡Qué ignominia, qué degradación para el hombre que tenía la desgracia de haber

nacido esclavo, o a quien un vencedor imponía este duro servilismo!

Pero, volvamos la hoja: esto y mucho más que la pluma se resiste a escribir, y

que tampoco hace a nuestro propósito, era la esclavitud mirada desde ese punto de vista;

pero tomándola en el sentido que pide nuestro caso: “Servir a Dios es reinar”63

; “Mi

yugo es suave, nos dice Jesús, y mi carga ligera es”64

. La tiranía de las pasiones

62

Evangelio San Lucas 18, 14. San Lucas 14, 11. 63

José Gras y Granollers (1834 – 1918) Fundador de las religiosas Hijas de Cristo Rey. 64

Evangelio San Mateo 11, 30.

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constituye la verdadera degradación del hombre ante Dios, ante sus semejantes, ante sí

mismo; pero haciendo guerra a éstas, sirviendo a Dios somos verdaderamente libres.

“Servir a Dios es reinar”.

Por tanto, este nombre dado a una Institución dedicada al servicio del divino

Corazón de Jesús cuadraba muy bien, y era para ella un timbre de gloria y de realeza

antes que de esclavitud. Repitamos con la Beata Margarita de Alacoque65

: “Servir al

Corazón de Jesús es reinar”.

El Padre Fortunato Devoto, predicando a las Hermanas en Buenos Aires con

motivo de la fiesta del 50 aniversario de la Inspiración de la Madre Catalina, se expresó

en estos términos: Dijo que acababa de estar arrodillado delante [de] Su Divina

Majestad pidiendo le inspirase sobre qué había de hablar a la Comunidad en aquella

ocasión, pues había venido sin ninguna preparación, y sí con el propósito de dirigirles la

palabra, pero sin saber sobre qué.

Hizo allí confesión de que siempre le había sabido mal, muy mal el título de

Esclavas dado a las esposas de nuestro Señor, que le había repugnado en extremo, y que

apreciando tanto el Instituto, sólo el nombre le había sentado mal. Más, en el momento

de pedir inspiración a nuestro Señor para su plática, había encontrado mucha analogía

entre el misterio de la Anunciación de la Santísima Virgen y la manifestación de nuestro

Señor a la Madre Fundadora. En aquél, Dios por medio de un Arcángel, manifiesta a

María que es la elegida para Madre de Dios; en ésta, no un mensajero celestial, sino el

mismo Dios, tras los velos eucarísticos, revela a la Madre Catalina que será madre de

una descendencia escogida; y como María ha de ser corredentora del género humano,

aquélla lo será por medio de un Instituto todo dedicado a la salvación de las almas.

María, la más grande y excelsa entre todas las mujeres, la Esposa predilecta del

Espíritu Santo, respondió: ¡He aquí la Esclava del Señor! Hágase en mí66

Así pues, María fue la primera en llevar este título, la primera Esclava del Señor,

desde este momento, dijo el citado orador, es para mí vuestro nombre de Esclavas el

más simpático, el más honroso de todos los títulos y del que más debéis gloriaros.

Concluyó diciendo que en ese momento había comprendido la alta significación

de tal nombre, y el que debían llevar con santo orgullo en atención a su origen, todas las

Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.

Las oraciones y fervientes plegarias de la Madre Fundadora [y de sus hijas]

alcanzaron de Dios nuestro Señor que se confirmase el Instituto con el nombre de

Esclavas del Corazón de Jesús, añadido el calificativo Argentinas para distinguirla de

otra institución fundada casi al mismo tiempo y con idéntico nombre en España a la que

se denominó: Esclavas del Corazón de Jesús (Españolas)67

.

Las Hermanas inauguraron su misión admitiendo dos niñas huérfanas muy

pobres y necesitadas no sólo de educación sino también de asilo.

A pesar de la incomodidad de la casa fueron recibidas, gozándose las Hermanas

de poder empezar a hacer el bien al prójimo con el propio sacrificio, y reduciéndose a

mayor estrechez; pues bien entendían que el dar de lo superfluo no es la fina caridad, y

que ésta aumenta su mérito cuando por socorrer al necesitado se carece de lo

65

Santa Margarita María de Alacoque (1647 - 1690). Declarada Venerable por el Papa León XII el 30 /03

/1824. Beatificada por Pío IX el 18 /09 /1864. Canonizada por Benedicto XV el 13 /05 /1920. Por este

motivo la nomina “Beata”. 66

Evangelio San Lucas 1, 38. 67

Santa Rafaela María del Sagrado Corazón (1850 – 1925) Cofundadora de la Congregación Esclavas del

Sagrado Corazón de Jesús.

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conveniente y más cuando se asimila a aquél a quien socorre quedando como él en

necesidad.

Las dos primeras agraciadas por las Esclavas fueron Jesús Álvarez y Secundina

Rodríguez. La primera, después de haber recibido conveniente educación y

permanecido algunos años en la casa, ingresó en las Hermanas Sacramentarias en

Buenos Aires, y Secundina en las Hermanas Concepcionistas de esta ciudad.

Las Hermanas Felisa Funes (Teresa del Sacramento), Gregoria Colazo

(Margarita de María) y Jesús Pastrana (Inés de María) ingresaron en ese año (1872) y

la comunidad se componía ya de ocho Hermanas, dos niñas y tres sirvientas.

Para quien ama no hay mayor pena que la de carecer de la presencia del ser

amado: a esta prueba quiso Dios nuestro Señor someter a la Madre Fundadora y a las

Hermanas. “Todo marchaba muy bien y vivíamos en mucha unión y paz”, escribe la

Madre; el señor Director doctor David Luque, el Padre Bustamante y el doctor Adolfo

Luque daban instrucciones a las Hermanas sobre la vida religiosa. “Todos [los] tres

cultivaban con el mayor celo este pequeño plantel de Esclavas del Corazón de Jesús”;

pero un incidente inesperado vino a privarlas del mayor de los consuelos que puede

tener un alma religiosa, la presencia real de Jesús Sacramentado y la santa misa y

comunión diaria.

No se sabe por qué motivo retirase el señor Obispo la licencia que para esto él

mismo había dado; permitiendo ahora tan solo la misa los Domingos y días festivos, y

luego, a petición del doctor [Rafael] García, la permitió también los jueves.

“Mucho tuvimos que sufrir, escribe la Madre, especialmente en los días de

Cuaresma y Semana Santa”.

Jesús perdido en Jerusalén68

era el misterio que a la consideración de sus almas

desoladas se ofrecía en aquella ocasión; y cada una entrando en cuenta con su alma, se

preguntaba: ¿Seré yo, por ventura la causa de esto? Dónde está el que aman nuestras

almas? Y con la Esposa de los Cantares: ¡Oh, tú, el más hermoso entre los hijos de los

hombres, muéstranos el lugar en donde apacientas tus rebaños o donde descansas al

mediodía! ¿Dónde te has ido, ¡oh amado de nuestras almas!, y por qué nos has dejado?

Para el corazón de la Madre Fundadora tan piadoso y tan enamorado de su Dios,

debió ser esta prueba muy amarga y parece que duró hasta la muerte del doctor José

Vicente Ramírez de Arellano (30 de Agosto 1873), pues sabemos que el nuevo Prelado

renovó el permiso para la misa y comunión diaria, así como para reservar en su oratorio

el Santísimo Sacramento.

En Abril del 73 terminaba el contrato con el señor Dionisio Ramallo, y era

preciso pensar en otra casa para trasladarse. Se hacía necesaria una casa que ofreciese

comodidad para abrir una escuela y dar amplitud a las varias oficinas ya demasiado

estrechas para el personal que componía la familia.

La señora Indalecia Yániz de Sosa, hermana del señor Juan Martín Yániz,

proporcionó mediante un alquiler mensual de cincuenta pesos bolivianos, una casa

quinta de su propiedad, a dieciséis cuadras de la Plaza, hoy San Martín, situada dicha

casa en el barrio denominado Las Quintas, por estar formado de ellas, estando las casas

diseminadas, y a lo más una o dos en cada cuadra, era muy adecuada para una

comunidad religiosa por la tranquilidad y silencio que se echa de menos en los centros

de población.

La parte Oeste de la ciudad de Córdoba, con su Paseo Sobremonte, sus quintas y

frondosas alamedas, separadas de la ciudad por una Cañada que en las grandes lluvias

68

Evangelio San Lucas 2, 41 – 50.

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encauzaba las aguas, llevándolas al Río Primero, que de otro modo inundarían la

población; con sus puentes sobre las calles Caseros, 9 de Julio, Colón, etc. ofrecía

muchas ventajas para la vida de retiro y abstracción de las cosas del mundo; pero lo más

importante y que hacía buena falta, era abrir allí una Capilla pública y una escuela

gratuita con su Centro de Catecismo, para los hijos de aquellos labriegos que por la

distancia, no habiendo entonces vehículos de tránsito al alcance de ellos, se les hacía

difícil el poder concurrir a las iglesias y escuelas de la ciudad.

La casa de la señora Indalecia Yániz de Sosa tenía un oratorio en el que de vez

en cuando, algún día de fiesta o cuando el señor Yániz visitaba la familia, se celebraba

la santa misa.

El señor Director doctor David Luque hizo, con permiso de su dueña, algunas

modificaciones en la casa: mandó levantar una muralla paralela a la verja de fierro que

daba a la calle, quedando el primer patio invisible a los transeúntes; cerróse la galería

que ocupaba el otro frente y quedó ésta convertida en coro para la comunidad, ropería y

un zaguán entre ambas piezas. Con éstos y otros arreglos, ofrecía la casa la necesaria

comodidad para las Hermanas, para la escuela y el Catecismo.

Luego de trasladarse a dicha casa, hizo el doctor Luque nuevos arreglos en la

comunidad. “En esta ocasión (escribe la Madre) fue donde de Sacristana pasé a ser

Rectora con grande humillación mía, pues, me creía incapaz de desempeñar este

destino”. Pero añadiremos, con grande provecho y edificación de la familia religiosa.

Para esto, el prudente Director habló por separado a cada una de las Hermanas e

inquirió su parecer; y con el voto unánime de las ocho, nombró Rectora a la Hermana

Saturnina. Desde entonces (Abril de 1873) hasta su muerte (Abril de 1896) gobernó el

Instituto, primero como Rectora y más tarde cuando éste se propagó, con el título de

Provinciala y atribuciones de Superiora General.

Nota aclaratoria: Como se ve, en Abril de 1873, luego de haberse trasladado a la Casa

de Las Quintas, “la Sacristana pasó a ser Rectora”, y como esto pudiera traer alguna

confusión respecto a fechas, pues existe un documento oficial en que el doctor Luque la

nombra, con la aprobación del Prelado (Fecha 24 de Noviembre de 1874) Rectora,

creemos hacer una aclaración, ya que lo primero, y que ella misma lo apunta, es verdad

diciendo que dicho documento de fecha posterior, no es otra cosa que una formalidad

que el Director ha creído deber llenar.

Quien escribe estos Apuntes; fue admitida [en el Instituto] por ella siendo

Rectora, el 25 de Diciembre de 1873 e ingresó el 19 de Marzo de 1874 y vistió

juntamente con ella el hábito el 3 de Mayo de 1874. Y era Rectora la Madre Saturnina,

(después Madre Catalina) el documento es pues posterior.

Con esto parece quedar salvada la dificultad que parece haber entre el

nombramiento de Abril del 1873 y el de Noviembre del 74, siendo el segundo una

confirmación del primero.

Al frente ya de la Obra, desplegó la actividad propia de su carácter y de su celo.

La formación del espíritu religioso para sí y para sus hijas era todo su anhelo; y mucho

llamaba la atención el tino y acierto en el gobierno, y cómo era maestra en la vida

religiosa una persona a quien faltaba la práctica. Ésta no se echaba de menos porque en

todo caso de duda era como una niña para consultar y someterse al doctor Luque y al

Padre Bustamante y hasta a las Hermanas.

Al mismo tiempo del nombramiento dicho, el Director dio el cargo de

Vicerrectora a la Hermana Josefa Luque, Secretaria Hermana Josefa de San Miguel

Moncada, Sacristana Hermana María Magdalena Ramallo, Enfermera Hermana Inés de

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María Pastrana, Portera y Maestra de sala Hermana Teresa del Sacramento Funes;

quedando la Hermana María de San José Cáceres en su oficio de Procuradora.

Las Hermanas Josefa de San Miguel Moncada y Margarita María Colazo debían

encargarse luego de la escuela gratuita, y ayudar con su consejo a la Superiora cuando el

caso lo pidiese o no hubiera fácil recurso al señor Director.

A este tiempo se abrió la nueva escuela, la que muy pronto estuvo más

concurrida de lo que el local permitía. Aquellas pobres gentes recibieron como una

bendición del cielo el recinto de ciencia y virtud que para sus hijas ofrecía el nuevo

Instituto.

El 30 de Abril se abrió la escuela, y pocos días después contaba con más de cien

alumnas, sumamente ignorantes en todo sentido: la mayor parte, por no decir en total,

no habían hecho su primera comunión, e ignoraban lo más necesario para hacerla.

Otro de los fines entrevistos por la Fundadora en la divina manifestación del

Instituto, era la enseñanza del Catecismo a las niñas. Había llegado el tiempo de

inaugurarse.

Los Domingos por la tarde a eso de las tres y media, la campana con su vibrante

sonido, hacía saber a los habitantes de aquellos barrios que había quien impartiese a sus

hijas el alimento de la instrucción religiosa, del Catecismo, sin el cual la vida moral se

extingue en la primera edad o queda debilitada sin el vigor y fuerza que el hombre en

todas las edades de su vida necesita para luchar contra sus pasiones, contra el mundo y

el demonio. Esa ciencia de las ciencias, el Catecismo, y con la cual un niño puede

desafiar a toda la sabiduría mundana, aunque se hallase junta en un solo individuo que

careciera del conocimiento de Dios, de su alma, de su existencia en este mundo con

inmortal destino a una vida futura.

Concurrían pues, las niñas a la capilla en donde eran enseñadas por las

Hermanas. Cada una, sin exceptuarse la señora Rectora, tomaba su local, y rodeada de

chiquillas no muy atrayentes por cierto a causa de su extremada pobreza en el vestir y su

falta de aseo, les enseñaban desde la señal de la cruz porque nada sabían.

El doctor David Luque, el Padre José María Bustamante, S.J. y en defecto de

alguno de ellos, algún Hermano de la Compañía, hacían otro tanto con los niños, los que

eran admitidos en las clases que estaban fuera del departamento de las Hermanas, y se

les hacía entrar por la puerta de abasto.

El resultado de estos primeros ensayos no pudo ser más satisfactorio. Tanto en la

escuela como en el Catecismo de los Domingos, las Hermanas pusieron tal empeño y

Dios nuestro Señor bendijo su trabajo, que en Junio, es decir en dos meses se hallaban

aptas para hacer la primera comunión las que no la habían hecho, y las otras

suficientemente preparadas para cumplir con el precepto de la comunión Pascual.

El día 8 de dicho mes, Domingo de la Santísima Trinidad69

, tuvo lugar esta

primera fiesta en la que el Señor Director dio la comunión [a] unas ochenta niñas; y

enseguida les hizo una interesante plática.

“Este día, escribe la Fundadora, fue de grande regocijo para nosotras porque en

él presentamos a nuestro Señor los primeros frutos de nuestro pequeño huerto. Dios a

quien nadie excede en bondad, continúa, nos pagó pronto estos pequeños sacrificios”.

De ello hablaremos en el siguiente capítulo.

69

Durante los años que el doctor David Luque dirigió el Instituto de las Hermanas Esclavas, el Domingo

de la Santísima Trinidad las alumnas hacían la comunión Pascual y tenía lugar la primera Comunión. En

dicho día (año 1875) se bendijo solemnemente la Capilla de la Casa Madre del Instituto, que fue también

la primera que tuvo el mismo.

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Muy luego de haberse instalado en la nueva casa, el Director doctor David

Luque solicitó del Prelado doctor José Vicente Ramírez de Arellano el permiso para que

las Hermanas Esclavas vistiesen hábito regular; no creyendo aún bien afianzada la

nueva institución, Su Señoría negó el permiso.

La Madre Fundadora escribe que esta negativa fue para ellas un motivo de pena,

pues creían, y con razón, que el hábito religioso influiría mucho en el aprovechamiento

espiritual de las Hermanas y sería de no poca edificación para la sociedad. Por otra

parte, ni el Director ni ellas temían por la estabilidad de la obra, puesto [que] como

tenían toda su confianza en Dios nuestro Señor, y habiendo hasta entonces marchado sin

tropiezo la nueva institución.

El Director, sin contravenir en nada a la voluntad del Prelado, dispuso vistiesen

un traje uniforme de color negro, el mismo que más tarde les serviría de hábito, pero sin

la toca ni cosa alguna que pareciese contraria a la voluntad del señor Obispo.

Desde entonces llevaron sobre el pecho el escudo del Sagrado Corazón de Jesús,

con la inscripción: Esclava del Corazón de Jesús: Amor y Desagravio.

CAPÍTULO IV

Servicio de los Ejercicios - Muerte del señor Obispo y contrato con el señor Yániz -

Benita Pereira - San José Síndico - Memorias de una de las primeras Hermanas -

El Pescador de corazones - Gratos recuerdos - Ejemplo de la Madre Fundadora -

Nuevas Hermanas - Solicitud pidiendo vestir el hábito, y su Despacho - Se aprueba

el nombre de Esclavas del Corazón de Jesús - Entusiasmo de las Hermanas - El

hábito en su forma - Ejercicios Espirituales y vestición del hábito de las primeras

Hermanas - Acto heroico de la Madre Catalina - El anillo - La circuncisión.

“Un incidente de mucha importancia, (y feliz augurio de progreso para el

instituto) sucedió de cerca a la Primera Comunión” (“Memorias” de la Madre

Fundadora).

El Señor Juan Martín Yániz se presenta al doctor David Luque pidiéndole vayan

las Esclavas a servir los Ejercicios. Ofrece la casa70

con aumento de edificio en la planta

alta para habitación de las Hermanas y once mil pesos bolivianos para la subsistencia de

las mismas; quienes debían trasladarse a la casa, servir en adelante las datas de

Ejercicios y administrarla como propia.

El prudente Director comunica tan fausta noticia en reserva a la Madre

Fundadora hasta recabar la voluntad del Prelado. Pide a éste, permiso para que vayan las

Hermanas a servir los Ejercicios del 24 de Junio y datas siguientes de mujeres,

reservando para mejor oportunidad el comunicarle el plan por completo.

El permiso fue otorgado. “Con el mayor consuelo de mi alma, escribe la Madre,

volví a esa casa de todo mi cariño, después de tantos años y de tantas amarguras”.

Aquí ve completarse el gran Cuadro que a su espíritu se presentara ocho años

atrás en el Templo de Santa Catalina.

Habíase dado principio por asilar niñas pobres necesitadas; luego abriéronse

escuelas gratuitas, y el Catecismo, bendecido por Dios, daba resultados mayores de lo

que se podía esperar. Ahora se abre la puerta al servicio de los Ejercicios, y de éstos a

la creación de Asilos para las mujeres que se convierten en ellos, no habrá más que un

paso.

70

La Casa de Ejercicios fundada por el señor Mariano Vicente González y administrada por el señor

Presbítero Juan Martín Yániz (calle 9 de Julio entre San Martín y Rivera Indarte).

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Acompañada de las Hermanas Teresa del Sacramento Funes, Margarita María

Colazo e Inés de María Pastrana, de una niña y una sirvienta, se traslada la señora

Rectora y sirven los Ejercicios dichos en los meses de Junio, Julio y Agosto.

Terminados éstos se presenta el señor Presbítero Juan Martín Yániz no sólo a darles las

gracias, sino sumamente complacido por el servicio prestado. Manifiesta su satisfacción

de la manera más expresiva, y no halla palabras bastantemente adecuadas para ponderar

el buen desempeño de las Hermanas; y desde ese momento quedó reanudada la antigua

amistad con el señor Yániz, que habíase momentáneamente interrumpido por los

sucesos ocurridos antes de la fundación, y que apunta la Madre en sus “Memorias”.

Desde entonces se constituye protector de las Esclavas, y éstas encuentran en él

un padre, un fiel amigo y su primer bienhechor71

. Él, asimismo aprecia a las Esclavas,

acude a ellas en cualquier caso que se le ofrezca y en que necesite personas de

confianza, y sólo parece tenerla en las Esclavas; el respetable anciano es un niño

mimado por ellas; y nadie hay para él como las Esclavas. ¡Cómo cambia Dios los

corazones! ¡Cómo premia la humildad, la fe y confianza de su sierva!

El 31 de Agosto (1873) la muerte hace su presa en el señor obispo José Vicente

Ramírez de Arellano, antes [de] que se hubiese elevado la solicitud del señor Yániz. En

Sede Vacante gobierna [la Diócesis] el señor Protonotario Apostólico doctor Gaspar

Martierena, íntimo amigo del doctor David Luque. Ante este Prelado se eleva la

Solicitud, se firma el Contrato con el señor Yániz, y las Esclavas desde entonces son de

hecho las administradoras de la Casa de Ejercicios; y después de la muerte del señor

Yániz lo serán por derecho, según el Contrato.

Entre las niñas agraciadas por la nueva institución, cuéntase Benita Pereira,

quien debió su ingreso al Instituto a un milagro de San José.

Entró a la casa en circunstancias muy tristes: huérfana de ambos padres, la había

recogido una prima suya, joven viuda, también pobre; pero que no queriendo parecer

tal, ni carecer de pasatiempos que, aún siendo lícitos y ordenados, comprometían su

situación pecuniaria y la de Benita que había de acompañarla. La Conferencia de San

Vicente de Paúl, que solicitó asilo para ella en las Esclavas, tuvo que abonar crecidas

sumas en tiendas y casas de modistas.

Muy luego de estar en la casa, sintióse llamada a la vida religiosa. Difícil se

hacía entonces, en los principios de una fundación pobre, el admitir postulantes sin dote;

pero más difícil, por no decir imposible, era el que Benita tuviese con qué satisfacerla.

Siendo muy devota de San José y poniendo en él toda su confianza, promete al santo

hacer la devoción de los Siete Domingos en su honor. Al mismo tiempo dirige una carta

a un hermano suyo residente en Buenos Aires y de quien no tenía otra noticia que la de

haberse marchado a esa capital doce años hacía, y en circunstancias tan tristes que no

teniendo como costearse de otra manera, había hecho su viaje a caballo, y éste era

prestado.

Antes de terminar los Domingos, recibe contestación de su hermano, pero solo le

dice que vendrá a hacerle una visita. El 19 de Octubre se presenta, aprueba su

resolución de hacerse religiosa y entrega al Instituto como dote por su hermana, la suma

de 1570$ bolivianos, y ésto sin contar con mayores recursos.

De propósito se omitió en la primera parte de estos Apuntes el hablar de la

devoción que la Madre Catalina tuvo desde su infancia a San José: aquí la dejaremos

constatada.

71

Entre otros obsequios debidos a la generosidad del señor Yániz se cuentan: una Hectárea de terreno en

el Pueblo General Paz, en cuya mitad se edificó la nueva Casa de Ejercicios; un armonium, una custodia,

una araña de cristal y varias sumas de dinero.

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Cuenta ella en sus “Memorias” que, comunicando con una amiga su proyecto y

las grandes dificultades que se le presentaban; y como aquella fuese muy devota de San

José, le aconsejó recurriese a él y le encomendase el proyecto dándole la Sindicatura de

la obra. Saturnina gustó mucho de esta idea, y encargó a su amiga diese en su nombre

dicho cargo (el de Síndico) al Santo. Hízolo así; y escribe la Madre que a dicha amiga

(Nicolasa Ferreira) le pasaron cosas muy particulares al respecto con el Santo.

El Padre Bustamante le aconseja consagrar el proyecto a San José, y que le

ofrezca que en el Instituto se cantará todos los años, en su día, la misa en su honor. La

Fundadora contrae esta obligación con el Santo a nombre del Instituto de las Esclavas.

Este voto viene cumpliéndose sin interrupción durante los cuarenta y dos años [1914] de

su existencia.

Más tarde, en 1910, la Superiora General Victoria de María Ríos; consagra

solemnemente el Instituto a San José, y en particular el Noviciado, colocando una

hermosa estatua del Santo en la galería de entrada. La protección de éste se deja sentir

benéfica en el Instituto y en el Noviciado: aumento de vocaciones, recursos aportados a

la casa, por medios casi prodigiosos; dificultades vencidas sin saber el cómo; todo

atestigua que el Santo se muestra propicio a las Esclavas.

La Madre General dispone entonces que todos los días, en una visita al

Santísimo se rece en comunidad la estación de siete Padrenuestro en honor de San José

y el Acto de Consagración: “Oh Santo, sobre todos los santos” etc. en que pone bajo la

protección de San José al instituto y todas sus cosas.

Además, dispone que el ejercicio del 19, que antes se hacía en privado, se haga

en público con exposición de Su Divina Majestad72

.

Copiaremos algunos párrafos de las memorias escritas por una de las primeras

Hermanas, por una de aquellas que ingresaron en la Casa de Las Quintas, en la Cuna del

Instituto: apunta sus impresiones, aún antes de pensar en formar parte de la institución;

y hablando de la Madre Catalina, dice: “Tenía un atractivo especial no sólo para

conquistarse el aprecio de la sociedad en todas las esferas de ella, sino muy especial

para conquistar vocaciones; no se podía hablar con ella sin sentirse como impregnado

de un aroma de virtud; y hubiérase deseado que no terminase el tiempo de una visita

hecha a ella… Quien estas líneas apunta, tiene la gloria de ser una de esas conquistas.

Cuando íbamos de visita nos mostraba una estampita del Corazón de Jesús Niño,

que, sentado a orillas de un lago, se ocupaba en pescar corazones. Tenía varios en un

cajoncito, y se mostraba en actitud de echar el anzuelo para pescar otro a quien

envolvían las olas. «Mire, me dijo, mire cómo este Divino Niño está pescando

corazones, y usted ¿no quiere dejarse coger por él?». ¡Éste fue para mí el momento de

la gracia! ¡Si me fuese dado poner de manifiesto mis impresiones de entonces! ¡Éste fue

el precioso momento del principio de mi vocación, para Hermana Esclava! A ella, a la

Madre Fundadora, debo, después de Dios tan inmenso beneficio.

Tres meses más tarde ingresé en el amado Instituto, y cuarenta años de vida feliz

en él, son para mí como el día de ayer que ya pasó!73

¡Cuántas y cuántas podrán contar

lo mismo, es decir que son felices y a la Madre Fundadora debieron su vocación!

Recuerdo, continúa la misma Hermana, aquellos primeros años… en la Casa de

Las Quintas… aquello era como un remedo del Paraíso terrenal en el estado de

inocencia de nuestros primeros padres… Qué atractivo, qué suave y dulce imán tenía

para todas nuestra querida Madre, la señora Rectora, como entonces la llamábamos. Ni

un momento de la recreación queríamos perder por estar con ella; y el mayor sacrificio

era entonces el hacer la semana de recreación con las niñas. La rodeábamos; y el

72

Esta frase está reordenada. 73

Salmo 90, 4.

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procurar ganar asiento a su lado, era falta de que nadie quería hacer propósito de la

enmienda.

¡Con qué suavidad y dulzura, con qué entusiasmo e interés, y sobre todo, con

qué dependencia del señor Director doctor David Luque y del Padre José María

Bustamante, iba introduciendo todo aquello que era conducente a la formación religiosa

y a la práctica de sólidas virtudes!

Su ejemplo era eficaz; allí donde ella iba, allí nosotras. Como el Capellán venía

del centro, demoraba, quedando por consiguiente un intervalo de tiempo libre después

de terminada la oración hasta la misa; este tiempo no se había de perder; había que

prepararse para recibir la sagrada comunión, y a la preparación que se había hecho en la

meditación, debía seguir la práctica.

Nada mejor para atraer al Corazón de Dios que la humildad, y no en teoría sino

de obra. Ella aprovechaba esos momentos libres para [hacer] el aseo de las oficinas de

servicio: había que imitarla, y así cada una se apresuraba por anticiparse a ella y a las

otras y ganar el turno; y de esta manera, este acto de humildad llegó a serlo de

competencia”. Hasta aquí la referida Hermana.

Háblenos ahora la Madre Fundadora sobre el progreso del Instituto: “Nuestro

Señor, dice, derramaba sus bendiciones sobre el nuevo plantel; y de día en día el

Instituto de las Esclavas tomaba más crédito y se iba granjeando las simpatías

especialmente entre las jóvenes de nuestra sociedad, presentándose cada día nuevas

pretendientes que anhelaban asociarse a nuestro Instituto, y a las cuales el Corazón de

Jesús hacía oír su divina voz y daba esfuerzo para romper los vínculos de la carne y de

la sangre y dar un eterno adiós al mundo para abrazar la cruz del retiro y abnegación”

(“Memorias” de la Madre Fundadora).

Las Hermanas Rosaura Maldonado (Luisa de María), Petrona Ponce de León

(Ignacia de San José), Benita Pereira (Isabel de San José) y Adelaida Cabanillas

(Carmen de la Cruz), ingresaron en la Casa de Las Quintas, antes de la vestición de

hábito. La Hermana Josefa Luque tuvo que dejar el Instituto por su falta de salud, que la

imposibilitaba para llenar los deberes de la vida religiosa. Muy a pesar suyo y con no

menos sentimiento de todas las Hermanas tuvo que dejar su amada compañía a

principios de Abril (1874).

En vista de tan rápidos progresos y del entusiasmo entre las jóvenes de Córdoba

por ingresar en el nuevo Instituto, y habiendo muerto el señor Obispo José Vicente

Ramírez de Arellano, que poco antes había negado el permiso para que vistiesen hábito

religioso, creyó el doctor David Luque llegado el tiempo de hacer una nueva solicitud.

Al efecto, presentóse ante el señor Gobernador del Obispado doctor Gaspar Martierena,

quien sin la menor dificultad despachó favorablemente la Solicitud, y por Auto de fecha

16 de Abril de 1874, otorgó el permiso. Juntamente con el permiso para vestir hábito

religioso había solicitado el Director, se aprobase el nombre de “Esclavas del Corazón

de Jesús” para el Instituto, y ambas cosas fueron concedidas en dicho Decreto.

La Fundadora describe en su Libro (“Memorias”) lo que pasó entonces en la

nueva familia: “Comenzamos, dice, con grande alegría de nuestras almas, a coser

tocas y velos. Aún no estaba decidido el hábito que llevaríamos, y nuestro Director con

el Padre Bustamante se ocupaban de esto”.

“Era tal el entusiasmo que teníamos por vestir el hábito que al día siguiente de

haber comenzado a preparar cada una el suyo, ya varias lo habían casi concluido; y

fue de grande regocijo, en la tarde de un Domingo, ver a dos Hermanas que con toca y

velo se presentaron en la sala ante el doctor Luque y el Padre Bustamante. Aquél

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aunque de carácter serio, dejó entrever en una dulce sonrisa cuánto se complacía en

ver a sus hijas con el hábito religioso”.

En esa tarde se trató de adoptar definitivamente el hábito para las Esclavas. El

doctor Luque quería que fuese sencillo y apropiado para el servicio de los Ejercicios: la

capa, que otras religiosas llevan, sería incómoda, sin ella no le parecía que anduviesen,

es decir, en talle.

El Padre Bustamante había mandado el día anterior un gran cuadro con modelos

de hábitos religiosos, y de él se adoptó el de las religiosas de la Abadía de Fontevrault,

con algunas modificaciones: aquellas abadesas llevaban traje de cola, y para las

Esclavas no decía esto bien; se resolvió que fuese una saya, no más larga por detrás que

por delante; la túnica era ondeada, y tampoco decía bien con la sencillez, quitáronse

pues las ondas; y las mangas menos anchas que el modelo, ofrecían economía de tela y

comodidad para el trabajo.

Varias manifestaron el deseo de llevar el cinto y el rosario visible por asemejarse

más a los religiosos de la Compañía, pero el prudente Director dio razones por las

cuales era más conveniente la túnica suelta que ceñida, y sobre todo, el hábito no hace al

monje: más quería él que las Esclavas se asemejasen a los jesuitas en el espíritu que en

el traje.

El 25 de Abril se dio principio a los santos Ejercicios que debían preceder como

preparación a la toma de hábito. Los hicieron las doce Hermanas y fueron admitidas

cuatro pretendientes: Catalina Fragueiro (Catalina Luisa), Filomena Pucheta (Micaela

de María), Rosa Juárez (Rosa de Santa María) y Emilia Moyano; las tres primeras

ingresaron al Instituto; Emilia Moyano, o desistió o no fue admitida por los Fundadores.

No hay que encomiar el celo con que el Director doctor David Luque y el Padre

José María Bustamante trabajaron infatigables tanto en la predicación como en todo lo

que ellos creían más conducente a la formación del espíritu de las Hermanas y a

prepararlas para acto tan importante y significativo como es el cambio del traje seglar

por el hábito religioso.

Despojaos del hombre viejo con todas sus concupiscencias74

, nos dice el

Apóstol ¿Y qué otra cosa significa el dejar al comienzo del noviciado, en los institutos

religiosos, el traje que se llevaba en el mundo, y que para muchas fue escollo de la

inocencia, veneno de vanidad para el corazón y lazo de satanás con que a tantas

especialmente a las jóvenes trae enredadas? Revestíos de nuestro Señor Jesucristo75

, nos

dice el mismo Apóstol: el hábito religioso es la librea de Cristo y el distintivo de las

almas que más de cerca quieren seguirle.

El soldado en el hecho de vestir el uniforme de un regimiento, jura defender su

bandera, exponerse a todos los peligros por defenderla; y si es necesario morir, muera,

pero sea envuelto en sus pliegues. Esto mismo parece decir el hábito religioso de una

institución: seguir a Cristo, defender su causa, sacrificarse y si es necesario morir,

muera también siempre que sea fiel a su Rey, a su esposo, a su Dios.

“El 3 de Mayo (1874) fiesta de la Invención de la Santa Cruz, terminaban

nuestros Ejercicios, escribe la Madre, y era el día designado para la vestición del santo

hábito. Todas esperábamos con ansia ver llegar tan hermoso día; y el acto en que

vestiríamos el distintivo de Esclavas del Corazón de Jesús, nos parecía que no llegaba

tan pronto como deseábamos”.

Intérprete de los sentimientos de sus hijas, pinta aquí la Madre los suyos propios:

desde niña ha deseado ser religiosa, cuando Dios la coloca en otro estado mira con

envidia a las que tienen la dicha de consagrarse a Dios en la vida del claustro; y ahora

74

Efesios 4, 22. 75

Romanos 13, 14.

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quisiera no se retardase el momento feliz de este importante paso; pero parece que Dios

se complace en hacerla esperar: como la madre que llena de ternura y amor con su hijo

pequeñito, le muestra un dulce o juguete, y cuando él va a cogerlo ella lo levanta en

alto; tienta el niño de nuevo, y se lo esconde a la espalda. No es esto por hacer sufrir a

su hijito, al contrario estas dilaciones en la posesión del objeto anhelado, estás pruebas

repetidas no son otra cosa que gajes de amor y ternura.

El momento de la ceremonia parecía haber llegado: el Director había venido

temprano, y en la sala de recibo, a puerta cerrada, se preparaba para dirigir la palabra a

la comunidad en el acto de la vestición del hábito. Sobre el altar estaban colocadas las

tocas en número de doce; y en el momento en que las Hermanas se reúnen en la Capilla

para la ceremonia, sin que precediese temblor de tierra ni otro accidente que lo motivase

una gran vara de yuca vence el florero en que estaba colocada y un río de agua corre

sobre el altar, y sin que fuese posible impedirlo empapa las tocas y los manteles que por

cierto no había con que reponerlos.

Todo el mundo se pone en movimiento: y, [una] calienta planchas, [otra]

extiende los manteles al sol… en poco más de una hora estuvo todo arreglado.

El doctor Luque sale de su encierro, se dirige a la Capilla, y revestido de

sobrepelliz y estola, después de algunas preces dictadas por su piedad y de bendecir el

hábito, (no había entonces ceremonial para la vestición de hábito de las Esclavas), da

lectura a la Solicitud hecha ante el Prelado, y al Decreto de éste concediendo el permiso

para que las Hermanas vistan hábito regular y aprobando [al mismo tiempo] el nombre

de Esclavas del Corazón de Jesús dado a la Institución. En seguida, empezando por la

señora Rectora, entrega a cada una por orden de antigüedad, las tocas que ellas mismas

se visten, dejando el pequeño velo negro con que antes cubrían la cabeza.

Enseguida les dirige la palabra demostrándoles lo significativo del acto que

realizan y a cuánto les obliga. Sensible es en verdad no tener siquiera un extracto de esta

plática en que el santo Director doctor David Luque, hablaría a sus hijas con el lenguaje

de su alma que participaba tan de cerca, que compartía con ellas esos momentos felices,

y que quisiera entonces más que nunca, hacer de cada una la Copia fiel del Hombre

Dios, como se expresó en esa ocasión.

La Madre Fundadora interpreta los sentimientos del doctor Luque, lo que no hay

duda pasaría en su alma en aquellos momentos solemnes: en el fondo de su alma, dice,

se sucederían la alegría y el reconocimiento por el beneficio que el cielo dispensaba a

sus hijas, y bendeciría por todas, las misericordias del Corazón de Jesús. “No podía,

escribe la Madre a este propósito, a pesar de su carácter tan serio disimular la alegría

que le causaba aquel paso que había dado la obra de sus desvelos”.

Y mientras la Fundadora así nos pinta las gratas emociones del Director ¿quién

podrá describirnos las suyas? ¡Qué reconocimiento, qué nuevo amor para con su Dios

no se despertarían en su alma, pues la adquisición de lo que mucho ha costado es

motivo de mucha y muy grande satisfacción!

De las doce que en ese día vistieron el hábito, nueve con la Madre Fundadora al

frente, han dejado este valle de lágrimas y cantan victoria en la mansión de la paz, como

piadosamente podemos creerlo; tres sostienen aún [1914] las luchas de la vida76

;

aquéllas triunfaron, éstas pelean a la sombra de la cruz.

Terminado el acto, pasó la comunidad a saludar al Director. Estando allí

reunidos; serían las 11 a.m. cuando de improviso se presenta el Padre Bustamante que

76

Antes de terminarse estos “Apuntes”, murió el 25 /09 /1914 la Hermana Teresa del Sacramento Funes,

que era una de las tres; sólo quedan dos siendo una de ellas la Hermana Inés de María Pastrana (muere el

08 /10 /1922) y la autora de estos “Apuntes”: Ana de la Cruz Moyano (muere 19 /01 /1938).

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venía a felicitarlas. La alegría se dibuja en su semblante al ver a las Hermanas vestidas

con el hábito religioso; y para recuerdo de tan memorable día, les distribuye una

fotografía del Árbol Genealógico de la Compañía de Jesús.

Ocurrió en esos momentos una cosa que si bien en otras circunstancias pudiera

tenerse por casualidad, en estas no carecía de misterio; al menos las Hermanas en el

lenguaje del espíritu lo encontraron muy significativo. La Madre Fundadora lo apunta

en sus “Memorias”. Fue el caso, que la Hermana Rosaura Maldonado (Luisa de María)

que era despensera, luego que terminó la función, (llama así al acto de la vestición de

hábito) “se retiró a la despensa a desempeñar su oficio. Abre allí una bolsa de frutas

secas para dar a la cocinera, y metiendo la mano dentro se le coloca en el dedo un

anillo de oro con dos corazones de plata”. Hasta aquí la Madre.

¡Hermosa casualidad! ¡Un anillo de oro con dos corazones de plata! Un anillo

que tal vez se le cayó al vendedor dentro de la bolsa, se explica; pero colocarse en el

dedo de la Hermana… en aquel día… y con dos corazones… ¿No parece decir que el

Sagrado Corazón de Jesús había aceptado el voto de cada una de sus Esclavas, y que

celebraba con ella sus místicos desposorios, y que en adelante su Divino Corazón y el

de ella no formaría, más que uno, que se abrasaría en las ardientes llamas de la Caridad,

simbolizadas por el oro?

Una vez más la Madre Fundadora dio en ese memorable día un bello ejemplo de

la generosidad de su corazón y de cuán desprendida se hallaba de todo lo que el mundo

ama, y cómo estaba pronta a sacrificarlo todo. El hecho a que nos referimos lo apunta

una de las primeras Hermanas, en sus Memorias: “El día de la vestición de hábito de las

primeras Hermanas Esclavas (3 de Mayo, 1874) después de la recreación de mediodía,

nos retiramos a descansar como de ordinario; en ese momento la señora Rectora nos

daba un hermoso ejemplo: de pie a la puerta de su celda por donde debíamos pasar para

ir a las nuestras, con toda galanura y sin hablar palabra (era hora de silencio) nos

muestra sus hermosas trenzas de cabello que acababa de cortarse. Luego, muy luego

tuvo imitadoras: más de una estaba esa noche tonsurada por sus propias manos”.

“Al saberlo, como ella no daba paso sin consultar con el señor Director doctor

David Luque o el Padre Bustamante, entró en temores por lo que había hecho sin pedir

su consentimiento; y así mandó que no se pasase adelante”. Hasta aquí la referida

Hermana.

Al día siguiente por la tarde, el señor Director con el Padre Bustamante y la

señora Rectora, recorrían las celdas de las Hermanas y sacaban fuera los objetos que no

creían tan conformes con la estricta pobreza religiosa y que ellos mismos habían antes

permitido o tolerado. “A esto llamaban las Hermanas la Circuncisión”, escribe la

Madre.

Mas, no se crea que le fuese tan dolorosa esta circuncisión, antes ellas mismas

con el buen espíritu que las animaba, presentaban los objetos a los visitantes. “Este

cuadrito, dijo una, me lo dio el Padre Bustamante”. El Padre se sonrió; y el Director

dijo: “Úsalo, pues es el Santo de tu nombre”. “No, Señor, -repuso ella- que vaya con

todo lo demás”; y el querido cuadrito estuvo luego en la galería en donde se iban

depositando estos despojos para que la señora Rectora les diese luego colocación.

Una mesita negra, de un pie fue también objeto que se debía quitar de la celda de

una Hermana. “Esto es muy lujoso, -dijo el doctor Luque- que sirva en el coro”; y por

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más de cuarenta años la mesita cumple la voluntad del Director y sirve para aguardar los

libros de uso común en el cajón77

.

77

Hoy instalada en el Museo Habitación de la Madre Catalina de María Rodríguez, en la Casa Madre.

CAPÍTULO V

Se trata de edificar la Casa Matriz - Servicio de los Ejercicios después de la toma

de hábito - Se da principio a la construcción de la casa en el Pueblo General Paz -

Hermana Concepción del Niño Dios Soria - De nuevo en la Casa de Ejercicios -

Hermana Elisa del Corro - Preparación para trasladarse a la nueva casa - Cambio

de nombre de las primeras Hermanas.

“Una nueva circunstancia vino a hacer para nosotras memorable aquel día 3 de

Mayo de 1874, escribe la Madre, y fue la de darse el primer paso para la construcción

de la Casa Madre del Instituto”. En la tarde de ese día, el Director y el Padre

Bustamante se dirigían al Pueblo General Paz, población de reciente creación al

noroeste de la ciudad de Córdoba, y separada de ésta por el Río Primero sobre el cual

habíase construido el Puente Sarmiento.

El terreno era propiedad del señor Augusto López, quien ofreció gratuitamente

al doctor Luque una hectárea de terreno para la construcción de la casa.

Varias ofertas hubieron en ese tiempo en distintos puntos de la ciudad y sus

alrededores; pero el doctor Luque dio la preferencia a la del señor Augusto López no

sólo por las dimensiones del terreno que era de mayor capacidad que los otros, más

también por sus favorables condiciones higiénicas, ubicado como se halla en los altos

que circundan la ciudad; y sobre todo, porque de una capilla y una escuela gratuita en

una población nueva se reportaría mayor bien. Se vendió al mismo tiempo el terreno

que habían antes comprado, y otorgada por el señor Augusto López la Escritura de

donación, se contrató la obra con el constructor Anselmo Quintero.

El 15 de Junio fueron llamadas de nuevo las Hermanas para servir los Ejercicios

de mujeres; se trasladaron a la casa seis Hermanas, dos niñas y dos sirvientas: personal

poco suficiente para atender a trescientas noventa ejercitantes que entraron en esa data y

la siguiente que fue de cuatrocientas treinta. Más con la gracia de nuestro Señor suplía

al número el fervor y entusiasmo con que cada una se multiplicaba trabajando por tres o

cuatro. Esto se comprenderá mejor copiando lo que al respecto escribe la Madre: “Un

número tan crecido (de ejercitantes) sirvió en una y otra vez para probar el fervor de

las Hermanas, que tuvieron buena ocasión para practicar en este noviciado todas las

virtudes. Especialmente en la última data fue el trabajo muy pesado, pues para dar la

comida a cuatrocientas treinta personas, era necesario hacerlo por partes, de manera

que llamando a las 12 el primer refectorio, terminaba el último a las 4 ½ de la tarde”.

Interrumpamos esta narración que parecería exagerada si no se tuviera en cuenta

las circunstancias en que se hallaba entonces la Casa de Ejercicios por la falta de las

comodidades necesarias. El refectorio era de menos capacidad que la precisa para tanta

gente, y a lo más podía contener cien personas; y así habíase de llamar [una] quinta vez

para las treinta restantes. Faltaban los utensilios para servir con alguna comodidad; el

agua, por no estar aún instaladas las aguas corrientes, había que sacarla a brazos de un

pozo de balde; los pisos en malísimo estado para tener que transitar las Hermanas a

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veces con objetos pesados. En fin, todo, por la incomodidad de la casa hacía el servicio

doblemente pesado.

Oigamos de nuevo a la Madre: “Siendo las Hermanas tan pocas para llevar

tanto peso, sin que nadie las aliviase, era natural que a veces casi desfalleciesen de

cansancio. Sucedía que en el intervalo de uno a otro refectorio, se reclinaban fatigadas

sobre los bancos; pero luego, leyendo la inscripción del escudo: Esclavas del Corazón

de Jesús Amor y Desagravio se reanimaban e iban a trabajar con mayor fervor. Llegó a

tanto el peso del trabajo que de tanto caminar, a casi todas se les llagaron los pies

hasta el punto de ser imposible calzarse.

Mas no era esto solo, continúa la Madre, sino que hasta del alimento hubo vez

que se privaron, ya por falta de tiempo para tomar la refección, ya también porque

haciéndose difícil el cálculo para tanta gente, llegó a faltar la comida para las

ejercitantes y hubo que echar mano de la que se había preparado para las Hermanas.

Con el mayor gozo de mi alma, las oí felicitarse de esto, pensando en vista de la

necesidad que eran verdaderamente pobres y gozándose en tener ocasión de cumplir de

este modo tan efectivo, uno de los votos que privadamente habían hecho el día de la

toma de hábito”. Hasta aquí la Madre.

¿Y qué diremos de la solicitud y ternura con que ella se compadecía y compartía

el trabajo de sus hijas? Viérasela con gusto, con su blanco delantal, ya barriendo los

corredores, y levantando las basuras, ya lavando o secando los platos, sirviendo la

comida; y todo esto después de haber cumplido su tarea de cantos y lecturas de Capilla.

¡Quién dijera al verla en esos humildes trabajos que era la misma señora Rodríguez

viuda del Coronel Zavalía, que aún habiendo llevado vida sencilla en su casa, no estaba

con todo acostumbrada a esos trabajos, porque su posición y circunstancias no se lo

habían permitido! Siempre había actuado en la alta sociedad, había sido [respetada]

como una de las primeras matronas de la sociedad cordobesa; y ahora, confundida hasta

con las sirvientas y desempeñando los humildes oficios de éstas…

Mas, no era esto solo: su solicitud y cuidados por las Hermanas eran

verdaderamente maternales. Una noche descubrió que varias se acostaban sin cenar,

porque habiendo a las once de la noche terminado recién sus tareas, prefiriendo el

descanso al alimento, habían hecho caso omiso de éste. Al momento de saberlo fue

personalmente a la despensa, y habiendo provisto un canasto, lo llevó y repartió a las

Hermanas un ligero alimento. Inútiles fueron los ruegos, las excusas y el alegar razones:

su caridad triunfó, y las Hermanas descansaron después de haber tomado alimento.

En la primera de estas datas, escribe la Madre, nos llevó nuestro Director una

botella de agua del pozo de balde que se había abierto en la nueva casa del Pueblo

General Paz78

. “Todas tomamos del agua, alegrándonos en el Señor al ver que quería

darnos casa propia en qué establecernos, y llenar los fines de nuestro Instituto para su

mayor honra y gloria”.

Estos adelantos materiales eran como preludio del vuelo que se preparaba a dar

la nueva institución.

El entusiasmo iba haciéndose general: la señora Saturnina de Zavalía y su obra

era el objeto de todas las conversaciones, y un despertar fecundo de vocaciones al

claustro. Era una de esas novedades que llenan todos los ámbitos sociales, de que se

habla en todas las reuniones y de que todos preguntan, inquieren y pretenden noticias y

78

Este pozo cavado en el centro del terreno, quedó cubierto cuando se hizo la vereda bajo la galería de

zinc. Está en el muro oeste de la cocina.

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detalles; y esto no sólo en Córdoba: el Sagrado Corazón de Jesús llamaba también a

otras almas fuera de ella, y su voz dulcísima y eficaz se dejaba oír en las provincias

hermanas.

La señora Concepción Soria, viuda, vino de Catamarca con motivo del ingreso

de su sobrina Dolores Mola en las monjas Teresas de esta ciudad. Con este motivo

conoció a las Esclavas y muy luego se determinó a ser una de ellas.

El 19 de Setiembre de ese año [1874] ingresó en el Instituto, y por humildad

quiso ser Hermana Coadjutora. Fue la primera Hermana de esta clase, y edificó durante

su vida a todo el Instituto con sus virtudes. Era una niña en la sumisión y obediencia; la

más pobre en sus vestidos y ajuar del aposento; siempre colocándose en el último lugar:

todo en contraposición a lo que había sido y a lo que había dejado.

Pertenecía a las primeras familias de Catamarca, y había sido como el ídolo no

sólo de los suyos, sino de toda la sociedad catamarqueña. Su cuantiosa fortuna, al

mismo tiempo que su piedad y caridad con los pobres, la habían hecho más respetable

en su pueblo; y viuda desde muy joven, siempre dueña de su voluntad no le había

negado nada dentro sí, de los límites de la justicia y honestidad.

Cuando terminó su noviciado, no se atrevía a pronunciar los votos religiosos por

humildad, diciendo que no era digna. Fue necesario que interviniese en este caso la

obediencia. Murió en la Casa Madre del Instituto el 4 de Mayo79

de 1886.

Por muerte de la Hermana Gertrudis Niz, acaecida unos meses antes que la de la

Madre Fundadora, hubo que desocupar el nicho que en el cementerio San Jerónimo

ocupaban sus restos. Se la encontró entera y flexible, tanto que el sepulturero la dobló

por la cintura para colocarla en el osario.

Al saberlo la Madre Fundadora, obtenido el permiso de la Municipalidad, la hizo

conducir a la Casa Madre.

“Varios días, escribe una de las contemporáneas, la tuvimos con nosotras y

contemplamos con religiosa admiración aquellos santos despojos en que si bien es

cierto, la muerte había hecho su presa, la sentencia te volverás en polvo80

parecía no

haber sido para ella. La corrupción había respetado aquel cuerpo ofrecido y consagrado

a Dios en olor de suavidad por los Votos religiosos y por una vida toda de abnegación y

sacrificio”.

Estaba su cuerpo íntegro y tan flexible como si estuviera viva. La Madre

Fundadora al verla, exclamó: “¡Oh ésta viene a convidarnos para el cielo! Ya ha

comenzado a desgranarse la mazorca de las viejas81

y ha de seguirse desgranando”.

Estas palabras encerraron una profecía: [En 1896] la Hermana Gertrudis de San

José Niz murió en Febrero; en Abril 5, acaeció la muerte de la Madre Fundadora, y el

23 del mismo murió la Hermana Josefa de San Miguel Moncada.

La Madre mandó hacer una urna de cedro bruñido, con llave, y en ella se

colocaron los restos de la Hermana Soria, depositándolos en el sepulcro de la familia

Yániz Paz.

Aquel: Dios exalta a los humildes82

se cumplió a la letra en la Hermana

Concepción del Niño Dios Soria.

Un movimiento político que puso la ciudad en grande alarma, dio ocasión al

traslado momentáneo de las Hermanas a la Casa de Ejercicios.

79

En el manuscrito original dice erróneamente: “en Abril de 1886”. 80

Génesis 3, 19. Job 34, 15. 81

Aludía a la Hermana Gertrudis de San José Niz que acababa de morir el 08 /02 /1896. 82

Cfr. Evangelio San Lucas 1, 52.

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La Madre Fundadora escribe a este respecto: “Hallábase la ciudad en grande

alarma: el General [José Miguel] Arredondo se aproximaba a ella pretendiendo tomar

su plaza. El Gobernador [Enrique Rodríguez], como era natural, opondría defensa; y

como para esto era necesario valerse de las armas, se suponía que habría heridos y

para el caso se buscaba una casa a propósito para hospital de sangre. Pidieron al

señor Presbítero Juan Martín Yániz la Casa de Ejercicios con este objeto. Él pudo muy

bien salvar el compromiso diciendo que las Esclavas tenían derecho a la casa, y que si

se veían en algún apuro, tendrían que ocuparla.

Inmediatamente dio aviso al señor Director, quien, no sólo por evitar el que a

dicha casa se le diese tal destino, como por ponernos más a salvo trayéndonos al

centro, dispuso nos trasladásemos a ella, lo que hicimos el 24 de Octubre, no sin

grandes dificultades que vencer, pues en aquellas circunstancias no había quien nos

condujese el equipaje, pues los hombres huían por el peligro que corrían, y ni un

caballo para tirar el carro se conseguía. Dios nos salvó esta dificultad por medio de

una viejecita que tenía un jumento, el que atado a un carrito y conducido por ella

misma, nos trasladó el equipaje.

Pasado el conflicto volvimos después de ocho o nueve días que habíamos estado

en la Casa de Ejercicios, a nuestra Casa Quinta, en donde abrimos de nuevo las

escuelas públicas, suspendidas por aquellas circunstancias, y comenzamos a

prepararnos para la traslación a la nueva casa”. Hasta aquí las “Memorias” de la

Madre.

A propósito de la viejecita, cuentan las Hermanas que fue saludada con las risas

y dichos burlescos de los centinelas que había en cada bocacalle y silbada por los

muchachos83

; pero ella como si tal cosa, hizo varios viajes de las quintas al centro. No

hay que decir que su servicio fue bien remunerado por el señor Director y por la señora

Rectora; y sobre todo, su caridad hallaría un premio ante Dios nuestro Señor.

“En toda la relación hasta aquí hecha, escribe la Madre, está de manifiesto el

cuidado que Dios nuestro Señor tenía, y ha tenido siempre, de mezclarnos los consuelos

con las amarguras. Una nueva prueba nos tenía reservada para prepararnos con ella a

recibir el consuelo de tomar posesión de nuestra casa, cuya construcción iba a pasos

agigantados a pesar de los inconvenientes que los trastornos políticos antes

mencionados, habían opuesto a ello, habiendo tenido que trabajar los albañiles medio

escondidos por el peligro que corrían”.

La admisión de Elisa del Corro (Hermana Matilde de San Luis) dio lugar a tanta

habladuría y calumnias contra la Hermana, contra las Esclavas y sobre todo contra el

Padre Bustamante y la Compañía de Jesús.

El caso fue como sigue, según las “Memorias” de la Madre Fundadora y lo que

informan las contemporáneas.

Elisa del Corro, huérfana de ambos padres, vivía en compañía de dos hermanas

mayores que ella; y por su edad de cuarenta años, era completamente libre. Se

confesaba con el Padre Bustamante, y, sintiéndose llamada a abrazar el estado religioso

en las Esclavas, consultó, como era natural con su confesor. Obtenida su aprobación, se

presentó a los fundadores, quienes teniendo en cuenta su buen espíritu, sin atender ni a

su edad ni a la falta de dote, la recibieron.

Llegado el día señalado para su ingreso (26 de Diciembre de 1874) se dirigió a

casa de las Hermanas Esclavas acompañada de su prima la señora Justa Armaza de

83

Es de notar que en aquellos tiempos era muy extraño por la falta de costumbre, el que una mujer

manejase las riendas de un caballo atado a carro o coche; en nuestros días nada tiene de extraño, pues lo

hacen las vendedoras.

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Posse; y por evitar a sus hermanas lo amargo de una despedida, les ocultó el momento

de dejar su compañía.

Cuando éstas (Clementina y Pastora del Corro) se dieron cuenta de lo ocurrido,

pusieron el grito en el cielo. Alarmaron a toda la familia de parientes, que eran muchos;

y uno de ideas muy liberales, por desgracia periodista84

, tomó el asunto por suyo para

insultar, calumniar y desahogar su odio sectario contra las Esclavas y la Compañía de

Jesús.

Al Padre Bustamante, que no había hecho otra cosa que dejar proceder con

libertad a una persona bajo todos los conceptos libre, al Padre, digo, se le calumnió

hasta el punto de suponer a Elisa una jovencita robada clandestinamente por el Padre

Bustamante para colocarla en casa de las Esclavas. Además, la suponía el báculo de la

familia a la que dejaba en la más triste orfandad.

A ese tiempo el señor Director doctor David Luque y el Padre José María

Bustamante se hallaban en Tanti, punto de campaña al noreste de la Ciudad de Córdoba,

a donde salían las familias a veranear; y este año como el anterior lo habían elegido para

ocuparse allí, durante las vacaciones, en la redacción de las Constituciones porque se

había de regir el Instituto de las Esclavas del Corazón de Jesús.

Por los diarios como por cartas de la señora Rectora estaban al corriente de lo

que pasaba en la ciudad, y el Padre que de todo procuraba sacasen las Hermanas

provecho para el espíritu; el Padre Bustamante que era hombre de fe y en todo miraba a

Dios nuestro Señor, escribía a las Hermanas desde el punto de campaña dicho:

“Dos cosas conviene hacer siempre en estas circunstancias: 1ª. Examinarnos

para ver si hay en nosotros alguna infidelidad para con Dios o alguna soberbia oculta

con que provoquemos la ira divina; y 2ª. Arrepentirnos cordialmente y con toda

compunción de nuestras faltas o infidelidades, y recurrir con mucha frecuencia al

Corazón de Jesús para que deshaga ésta y las demás tormentas que vengan, y convierta

en bien de nuestras almas y de toda la comunidad todas estas oposiciones y guerras,

como lo ha hecho siempre y en todos tiempos con tantas y tan santas comunidades.

El mundo nunca paga sino a sus amigos, y los enemigos del mundo son los

amigos de Dios. Además, ser discípulo de Jesús y estar a su lado sin sufrir las injurias y

persecuciones, es imposible.

Por consiguiente, ánimo y confianza en Dios, por una parte; y por otra, orar

mucho, porque el tiempo de prueba es tiempo de oración”85

. Hasta aquí el Padre

Bustamante en su carta.

La Madre Fundadora escribe a este propósito: “La tempestad fue muy terrible,

porque las injurias y calumnias eran muchas y muy graves, y tenían por fin expulsar a

los Padres de la Compañía y en especial al Padre Bustamante, y destruir nuestra

Congregación; para lo cual encontró el periodista cooperación en algunos diarios (tan

liberales como el suyo) de Buenos Aires y del Rosario de Santa Fe, con quienes

congeniaba en ideas. Éstos gritaban a la par de aquél; pero felizmente esto no sirvió

más que para afianzarnos a unos y otras”.

La Hermana Elisa del Corro (Matilde de San Luis) dirigió a la prensa, con

permiso de sus Superiores, una carta en que hacía constar la verdad de los hechos,

confundiendo de este modo la injusticia de sus detractores. Dicha carta se publicó en

“El Eco” y el “Pueblo Católico” periódicos que habían tomado voluntariamente nuestra

defensa. Después de esta pública manifestación hecha y firmada por la misma Hermana

84

Doctor Ramón Gil Navarro, Redactor de “El Progreso”. 85

AGE. “Cartas y Escritos José María Bustamante S.J.” JB 1 1875 01 15 Tanti a la Madre Catalina

de María Rodríguez. (Caja Nº 1).

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del Corro, debieron sus adversarios haber callado; y así hubiera sido si no fueran ellos

enemigos de la verdad: si ésta los confunde por un lado, ellos esgrimen por otro las

armas de la mentira y de la calumnia.

Continuaron pues con el mismo satánico desenfreno, en vista de lo cual el

Director dio al público un escrito en que manifestaba los fines y objetos benéficos para

la sociedad, del Instituto de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús; la aprobación

de los Prelados para su instalación; su marcha progresiva; la protección de personas

respetables de esta ciudad, entre otros la del señor Juan Martín Yániz; y haciendo ver

además la conducta prudente y la circunspección con que se había procedido en la

admisión y entrada de dicha Hermana.

Este escrito puso fin a la persecución; haciendo a la vez resaltar más la opinión

en que era tenido el doctor David Luque y el respeto que hasta los más liberales le

tenían; así como el aprecio y simpatías de la sociedad cordobesa por el Padre José María

Bustamante. Por este medio vino a ser la nueva institución más conocida y apreciada de

la gente sensata.

¡Cuán bueno es Dios! y cómo sabe Él sacar el bien del mal! Para los que aman a

Dios todas las cosas contribuyen a su bien86

. Este es el espíritu de fe que anima a las

almas interiores, haciéndolas mirar en los acontecimientos contrarios o adversos la

mano bondadosa de un Dios que ama a sus criaturas y que nada permite que no sea para

su bien.

La Madre Fundadora vivía esta vida de fe; y por eso, a pesar de su carácter vivo

y muy impresionable, siempre se la oía exclamar: ¡Hágase la voluntad de Dios!

Se iniciaba ya el año 1875, y la obra de la Casa Matriz del Instituto iba a

terminarse. El Padre Bustamante, había de acuerdo con el doctor Luque, encargado al

Hermano Juan Puigdellivol de preparar la nueva casa proveyéndola de útiles de cocina,

despensa y comedor. El Hermano (cocinero de la Compañía) dedicaba todos los

momentos libres a llenar este encargo; de modo que cuando la comunidad se trasladó,

todo estaba listo.

Las Hermanas se ocupaban de confeccionar ornamentos de iglesia. Monseñor

Juan Martín Yániz regaló un género blanco de seda (damasco) y [de él] se hizo un

terno87

. Una de las Hermanas bastante diestra para el crochet, tejió randas con las cuales

se hizo la primera alba confeccionada en la casa, y que sirvió con el terno, para la

bendición de la Capilla, y fue el lujo que se ostentó por algunos años en las funciones de

la casa.

Práctica muy común, usada no sólo en institutos de mujeres sino también en

órdenes religiosas de hombres, es el cambio de nombre en la profesión.

Para unos, el dejar el nombre con el cual eran conocidos y apreciados en el

mundo, supone un acto de desprendimiento y abnegación al trocarlo por otro con el cual

apenas se caerá en la cuenta de quienes fueron; y su nombradía con su personalidad

queda muerta al mundo. Para otros el cambio de nombre supone su devoción ya a la

Santísima Virgen, ya a un santo o santa que se proponen por modelo en la vida religiosa

o de quien imploran su intercesión para con Dios nuestro Señor. De todos modos, y

cualquiera que sea el motivo, en este despojo de todo lo que fue en el mundo, en esta

muerte mística, todo se ha de dejar y hasta el nombre que se llevaba.

El doctor Luque propone a las Hermanas este cambio de nombre poco antes de

la traslación a la nueva casa.

86

Romanos 8, 28. 87

La capa existe aún [1914] en la Casa Madre.

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Para esto entregó a la señora Rectora un pliego con los nombres de las Hermanas

y encabezaba con el de aquella: “La señora Rectora Saturnina Rodríguez se llamará

Catalina de María”.

Para ella elige el Fundador el nombre de Catalina; y este nombre tiene muchos

puntos de contacto con la vida de la Fundadora: su madre se llamó Catalina; a la Orden

religiosa de Santa Catalina fue su primera vocación; Catalina era el nombre con que

iban a llamar a la niña con que Dios bendijo su matrimonio, aunque no alcanzaron a

imponérselo por su prematura muerte; cuando queda viuda, solicita entrar en el

monasterio de Santa Catalina en Buenos Aires; y cuando, en 186588

, visita al Santísimo

Sacramento en el Templo de Santa Catalina, Dios nuestro Señor le revela el plan del

Instituto que ella debía fundar. Más tarde (1893) visitando la ciudad eterna, lo primero

que se ofrece a su veneración es el cuerpo incorrupto de Santa Catalina de Siena, en

Santa María de la Minerva, en donde oye la santa misa en el momento de llegar a Roma.

Finalmente, entrega su preciosa alma a Dios el 5 de Abril de 1896, mes en que la iglesia

celebra la fiesta de Santa Catalina89

.

Muy bien por todos estos motivos le venía el nombre de Catalina, pero mejor, y

mucho más apropiado por su grande amor de Dios y por el celo de las almas en que su

corazón se abrasaba a imitación de su santa patrona Catalina de Siena.

Continuaba la nómina, y el Director dio nombre a algunas, y a otras pedía

escribiesen al lado del nombre de pila el que deseaban llevar en religión.

La Hermana Estaurofila Moncada tomó el de Josefa de San Miguel; María

Cáceres, María de San José; Griselda Ramallo, María Magdalena; Felisa Funes, Teresa

del Sacramento; Gregoria Colazo, Margarita de María; Jesús Pastrana, Inés de María;

Rosaura Maldonado, Luisa de María; Petrona Ponce de León, Ignacia de San José;

Benita Pereira, Isabel de San José; Eugenia Moyano, Ana de la Cruz; Adelaida

Cabanillas, Carmen de la Cruz; Mercedes Cabanillas, Clara Ignacia; Concepción Soria,

Concepción del Niño Dios; Elisa del Corro, Matilde de San Luis.

Éstas fueron las Hermanas que ingresaron de 1872 (Setiembre) a 1874

(Diciembre) antes de la traslación a la Casa Madre, en el Pueblo General Paz, efectuada

el 1º de Marzo de 1875. Eran hasta el Nº 16 (Hermana Corro) pero faltaba el Nº 2 que

era la Hermana [Josefa Luque] hermana del doctor Adolfo que salió antes.

CAPÍTULO VI

Traslado a la nueva casa - Incendio del Colegio del Salvador - Nuevas Hermanas -

Apertura de Escuelas - Traslación a la Casa de Ejercicios - Títulos otorgados al

doctor Luque - Humildad y firmeza de la Madre Catalina.

Nueve meses habían transcurrido desde que se dio principio a la construcción de

la casa, y en Febrero (1875) se había llevado a cabo el plano levantado por el doctor

David Luque. La casa estaba en condiciones de ser habitada y ofrecía comodidad no

sólo para las presentes Hermanas, sino que había capacidad para admitir otras.

El último día de Febrero todo estaba en movimiento en la Casa de Las Quintas:

cada Hermana acomodaba con prolijidad los objetos de su oficio y el ajuar de su uso. El

Padre José María Bustamante habíase anticipado con una plática preparatoria a la

comunidad para el acto de tomar posesión de la nueva casa, que debía efectuarse el

Lunes 1º de Marzo a las 5 a.m.

88

En el manuscrito original dice erróneamente: “1872”. 89

Esta frase está reordenada. El 29 de abril se conmemora el día de Santa Catalina de Siena.

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El Constructor don Anselmo Quintero no faltó a esa hora con cinco carruajes y

catorce carros de carga, de modo que a un tiempo se pudiese trasladar el personal y el

equipaje.

El día antes habíanse enviado dos sirvientas para que tuvieran todo listo y

esperaran a las Hermanas.

Para la descripción del cambio de casa, copiemos a la Madre Catalina, dice así:

“El señor Director nos esperaba en la nueva casa desde temprano para darnos

posesión y colocación a cada una. Al bajarnos de los carruajes nos recibió en la puerta

primera de la calle90

y nos hizo pasar de allí a la Capilla, en donde después de

colocada la imagen del Corazón de Jesús91

que habíamos traído, rezamos el Acto de

Consagración, y después de cantar la letrilla «Corazón Santo», pasamos a conocer la

casa, acompañadas por el señor Director que iba delante de todas”. Dícese que a cada

una de las Hermanas decía el Director: “Entre, Hermana, ésta es su casa”.

“Nos hizo subir al coro alto de la Capilla, continúa la Madre, y al entrar, tocó la

campana mayor y nos dijo: «Ésta es la campana del Corazón de Jesús»”92

. Hasta aquí

la Madre Catalina.

La primera campana que se oyó en el Pueblo General Paz, e hizo saber a sus

pobladores que habíase levantado para ellos un lugar de oración, un templo en donde

todos serían admitidos a depositar en el Corazón de Dios sus penas; a buscar en Él el

remedio de las necesidades del alma y también las materiales del cuerpo, y a cumplir

con los deberes que la iglesia en nombre del mismo Dios, impone a sus hijos.

Continúa la Madre Catalina: “Luego de esto, se revistió la sobrepelliz y bendijo

la casa…”. En seguida distribuyó las habitaciones leyendo una lista que de antemano

había preparado.

Empezó por la derecha, colocando a la Hermana María Magdalena Ramallo, que

era Sacristana, en la pieza más próxima al coro93

y siguiendo, terminó con la que está a

mano izquierda entrando de la portería: “Número 14 -dijo- la señora Rectora”.

En dicha pieza94

vivió y también murió la Madre Fundadora.

90

Hoy la puerta de fierro. 91

Era la imagen de bulto, obsequio de las monjas Catalinas, aquella que primero fue San José. 92

“El Lunes 18 de Febrero de 1895 trajeron la campana del Corazón de Jesús nuevamente fundida y

agrandada, lleva la inscripción CORDI JESU – ANNO MDCCCXCIV.

El Viernes 1º de Marzo el obispo Rosendo de la Lastra consagró la campana del Sagrado Corazón.

Asistieron como padrinos y madrinas el Intendente Municipal Benigno Acosta y su Sra., Eloísa López,

María de Clariá. Esta campana ha sido consagrada el 1º de Marzo y también el 1º de Marzo de 1875 fue

cuando Nuestro Padre la hizo oír por primera vez a las Hermanas diciendo: «Ésta es la campana del

Corazón de Jesús»”. AGE. “Diario para la Historia de la Congregación -Casa Madre- 1895”.

(FEBRERO: Lunes 18 – MARZO: Viernes 1).

En el manuscrito original figura la siguiente nota: “Esta Campana la dio la Madre Provinciala Ignacia de

María Castellano a la casa de Deán Funes en 1904”. Lo que llama la atención porque en la espadaña se

encuentra dicha campana y a su izquierda la consagrada por el obispo Fray Reginaldo Toro el 30 de Mayo

de 1894 con la inscripción: “VIRGO MARIA ORA PRO NOBIS – 1894”, además de una tercera más

pequeña en la parte superior. 93

Hoy, pasadizo al cual caen las cuerdas de las campanas. 94

Actualmente [1914] Biblioteca, y a la cual pertenecía el pasadizo que ocupa la escalera del coro de las

niñas. * En 1923 se reconstruye la celda de la Madre Fundadora, recuperando las dimensiones originales

y colocándole piso de madera. En 1939 se reúnen los objetos personales de la Madre Catalina que con

veneración se habían conservado en la Casa Madre, distribuyéndolos en la habitación de la misma forma

que estuvieron en vida de la Madre Fundadora. En 1996 con motivo del centenario del fallecimiento de la

Madre, se restauró la habitación conservando las modificaciones posteriores realizadas buscando

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Sus hijas y todas las que la conocieron y trataron íntimamente con ella,

conservarán gratos e íntimos recuerdos al ver esa pieza en donde tantas veces las animó

a la práctica de la virtud, en donde otras tantas veces derramó el bálsamo del consuelo

en sus almas agitadas por las contrariedades de la vida; en donde recibieron sus

maternales enseñanzas, así como sus caritativas correcciones, y en donde finalmente,

entregó su alma pura en las manos de Dios.

De nuevo oigamos a la Madre Catalina: “Inmediatamente comenzamos a

acomodarnos en los aposentos designados. Es imposible explicar el contento y alegría

que reinaba en todas al vernos en nuestra casa propia, y que nuestra Institución se

afianzaba cada día más y progresaba bajo la visible protección del Corazón de Jesús”.

Consecuente la Madre Catalina con lo que antes nos dijera, que Dios nuestro

Señor había tenido buen cuidado de mezclarles los consuelos con las amarguras, narra

enseguida la que tuvieron pocas horas después de hallarse en posesión de su nueva

habitación. Oigámosla de nuevo: “Esta alegría, aunque tan justa, dice, quiso nuestro

Señor mezclárnosla con una terrible amargura. Entre [las] 10 y 11 de esa mañana

tuvimos la noticia del fatal acontecimiento acaecido el día anterior (28 de Febrero de

1875) en el Colegio del Salvador, en Buenos Aires. Dicho Colegio había sido reducido

a escombros por los incendiarios. Los Padres y Hermanos de la Compañía saqueados y

estropeados hasta dejarlos por muertos; y lo que era todavía peor, saqueada la iglesia

y profanado el Santísimo Sacramento, hasta el punto de arrojar las sagradas formas a

la calle y al fuego.

Tan fatal noticia obligó al señor Director a retirarse, dejándonos en la mayor

amargura por las funestas nuevas de aquéllos a quienes tanto debíamos; y más por las

ofensas cometidas contra la divina Majestad”.

En la tarde de ese día ingresaron las Hermanas Benigna Moyano (Trinidad de

María) y Zenobia Niz (Gertrudis de San José) las que vistieron el hábito el 19 de

Abril95

.

El 1º de dicho mes se abrieron las clases para niñas externas gratuitas; y como

fuese la primera escuela que hubo en el Pueblo General Paz, y por el atractivo y

simpatías que gozaban las Hermanas, en pocos días estuvieron dos espaciosos salones

completamente llenos. Las alumnas [del barrio] de Las Quintas lamentaban que se

hubiesen cerrado para ellas la que durante dos años les había reportado tanto bien.

Aquellas pequeñitas no podían resolverse a no concurrir a la escuela de las Hermanas, y

sus padres queriendo complacerlas, las enviaban salvando la distancia entre los

extremos oeste y noreste de la ciudad de Córdoba, la que equivaldría a unas 25 o 30

cuadras; distancia que recorrían todos los días de ida y vuelta a pie, pues no había

entonces tranvías ni otros vehículos de tránsito al alcance de ellas. Hubo familias de

aquellas que en el barrio de Las Quintas cursaron en la escuela de las Hermanas, que

continuaron asistiendo a las del Pueblo General Paz, hasta haber educado ocho de sus

hijas, no queriendo ni ellas ni sus padres asistir a otra.

Asimismo se inauguró el Catecismo los Domingos; durante algunos años

enseñaron los Hermanos de la Compañía a los niños, en local separado. El Catecismo

reportó en ambos sexos frutos de moralidad e instrucción.

El 8 de Junio de ese año (1875) tomaron las Hermanas posesión de la Casa de

Ejercicios, según el Contrato con el señor Yániz. “Hasta entonces, escribe la Madre, es

decir en los años anteriores, sólo habíamos servido las datas de mujeres; retirándonos a

provocar un entorno de austeridad que contenga exclusivamente los objetos que usó y se conservaron.

Hoy (2010) es lugar de oración y veneración. 95

En el “Registro de Hermanas Profesas” figura 5 de Marzo de 1875. AGE.

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casa; pero ahora se nos dio la administración, bajo la dependencia del señor Yániz”.

Desde entonces pudo la Madre Fundadora, como que estaba en posesión de la casa,

arreglarlo todo de manera que se pudiese atender mejor y con menos recargo que en los

años anteriores.

¡Cuánta satisfacción no sería para ella la adquisición de esa casa tan deseada por

su celo! Con doce Hermanas se trasladó a ella, dejando en la Casa del Pueblo General

Paz a la Hermana Ignacia de San José Ponce de León como Vicerrectora.

Desde entonces funcionó la Casa de Ejercicios con regularidad bajo la dirección

de las Hermanas; hasta que en 1907 Monseñor Yániz vendió dicha casa96

. Desde 1908

se dieron Ejercicios en el antiguo Seminario (calle 27 de Abril) hasta que en 1913 se

inauguró la nueva Casa de Ejercicios en el Pueblo General Paz.

Una contienda de humildad entre el doctor David Luque y la Madre Catalina se

ofrece a nuestra edificación y enseñanza. Caso raro y en el mundo desconocido y que

sólo puede ocurrir entre almas desprendidas de sí mismas y que no buscan en todo más

que a Dios. La Madre Catalina quiere para el doctor Luque los títulos honoríficos de

Padre y Fundador de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, y él no sólo lo

rehúsa, sino que impone mandato de no hacerlo; y cuando tiene ocasión escribe a

Monseñor Aquilino Ferreira (entonces Vicario General y Gobernador de la Diócesis de

Córdoba en Sede Vacante) diciéndole que él no ha sido más que un encargado de los

Prelados para dirigir la Obra; y que los verdaderos Fundadores son el Padre Bustamante

y la Madre Catalina97

.

La Madre por su parte insiste en que él, ya que lleva la carga, tenga el título; y

para vencer en esta contienda, ella encuentra un medio y es elevar secretamente una

Solicitud al Prelado pidiendo para el señor Director dichos títulos; alegando en favor de

su demanda no sólo el que por sus trabajos es acreedor a ellos, sino también el que sus

hijas las Esclavas tengan la gloria de ser conocidas por tales.

La solicitud fue redactada por la Madre Catalina, y es digna de ocupar una

página en estos Apuntes; dice así:

Señor Provisor y Gobernador del Obispado

Licenciado don Gaspar Martierena.

Animadas de la confianza que nos inspira la paternal bondad de Su Señoría y

las consideraciones que se ha dignado dispensarnos, nos resolvemos a hacer una

Solicitud, muy justa en nuestro concepto.

Hace mucho tiempo que deseamos las Esclavas del Corazón de Jesús e hijas

espirituales del doctor David Luque, dar a éste el título de Padre y Fundador, por

haber sido él el elegido por Dios para dar vida a esta Congregación: carga que aceptó

a pesar de sus innumerables ocupaciones y desempeña con la mayor abnegación;

sacrificando su paz y tranquilidad sin reservar ni sus pocos recursos pecuniarios y

soportando con una admirable paciencia todas las penalidades que traen consigo

empresas de esta clase.

96

Ubicada en calle 9 de Julio, entre San Martín y Rivera Indarte. 97

Carta del doctor David Luque a Monseñor Aquilino Ferreira Vicario Capitular de Córdoba. Dicha carta

escribió el doctor Luque en 1885, hallándose gravemente enfermo en Santiago del Estero; en ella

manifiesta su voluntad de que el Padre Bustamante, cuando muera, sea depositado delante del altar

mayor, él en el coro de la derecha y la Madre Catalina en el de la izquierda.

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Por tanto pedimos a Su Señoría nos permita darle el título que merece de Padre

y Fundador de esta Congregación, porque, aun cuando de hecho lo es, creemos que

dichos títulos deben ser autorizados por Su Señoría.

Al hacer esta solicitud, nos acompaña el temor de excitar el disgusto de este

señor, pues en diferentes ocasiones nos ha prohibido darle este título, imponiéndonos

precepto de no hacerlo; pues él tan solo acepta las penalidades y fatigas, rehusando

todo aquello que pueda redundar en su propia honra.

Esperamos, no obstante, que la autorización de Su Señoría le obligará a

concedernos el consuelo de que sepa el mundo entero y las posteridades venideras

quién fue el elegido por el Corazón de Jesús para Fundador de sus Esclavas, del que tal

vez nos veríamos privadas por la diversidad de acontecimientos y sucesión de los

tiempos que todo lo destruye y borra.

Esperamos ser atendidas por Su Señoría y nos felicitamos de repetirnos, como

siempre, sus más fieles servidoras, que pedimos su paternal bendición, y rogamos por

su importante conservación.

A continuación firma la Madre y las Hermanas que eran en número de diecisiete.

[Firmas: Catalina Rodríguez – Josefa de San Miguel Moncada – Teresa del Sacramento

Funes – Margarita María Colazo – María Magdalena Ramallo – Inés de María

Pastrana – Luisa de María Maldonado – Ignacia de San José Ponce de León – Isabel

de San José Pereira – Ana de la Cruz Moyano – Carmen de la Cruz Cabanillas – Clara

Ignacia Cabanillas – Matilde de San Luis Corro – Concepción del Niño Dios Soria –

María de San José Cáceres – Gertrudis de San José Niz – Benigna de la Santísima

Trinidad Moyano].

Esta Solicitud fue favorablemente despachada; y con fecha 30 de Noviembre de

1875, extendidos por el Prelado los títulos de Padre y Fundador en favor del doctor

David Luque.

Más adelante apuntaremos lo que ocurrió al recibirse este despacho.

Volviendo a la Madre Catalina, no sólo por los motivos por ella alegados,

trabajó y obtuvo el título de Fundador para el doctor Luque, sino que ella misma quiso

siempre desaparecer de la escena, diciendo que ella no era Fundadora, y que no tenía

otra parte en la obra que el haberlo deseado y pedido a Dios.

En solo una ocasión se le oyó darse este título, y fue cuando el deseo de la

mayor observancia en un punto delicado de la Regla, lo exigió. El caso fue como sigue:

Un sacerdote, fundador de una casa de las Esclavas en la Argentina, y a cuyo cargo

estaba la dirección espiritual de las Hermanas, atendiendo también a las temporalidades

de la casa por convenio con el doctor David Luque, creía él que para tratar algunos

asuntos relativos a la dirección que se le había confiado, podía hablar con la Madre

Rectora sin ser ésta acompañada por otra Hermana como lo mandan las Reglas. La

Madre Catalina no lo consentía, aunque tenía plena confianza en aquel sacerdote.

Él alegaba razones de necesidad y conveniencia; y para terminar el asunto, la

Madre le dijo: “Señor, yo con ser Fundadora y viuda, no hablo nunca sola con nadie en

la sala”98

. Con esto se dio fin a la cuestión; y la Madre puso una vez más de manifiesto

su firmeza cuando se trataba del cumplimiento de las Reglas, y su delicadeza en este

punto, cuya observancia ha mantenido a las Hermanas Esclavas, en más de cuarenta

años que cuentan de existencia [1914], sin que jamás haya habido entre ellas, a este

98

Palabras textuales de la Madre Catalina que oyó quien escribe estos Apuntes.

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respecto, es decir en el trato con seglares, una sola nota discordante, un solo punto que

les haga poco honor.

¡Bendito sea por ello el Divino Corazón! ¡Él las guarde siempre!

CAPÍTULO VII

Nuevas construcciones - Aprobación diocesana de las Reglas - Títulos otorgados al

doctor Luque - Día 8 de Diciembre de 1875 - Promulgación de las Reglas - El texto

de Josué - Apertura del Noviciado - Toma de hábito de dos Hermanas - Profesión

de la Madre Catalina y las primeras Hermanas.

En el mes de Julio (1875) se había dado principio a la construcción de un

departamento para noviciado, pues las circunstancias y el número de Hermanas ya lo

exigían. Al mismo tiempo se edificaba un salón para clases externas gratuitas, pues los

dos en que en Abril se habían instalado, resultaban pequeños e insuficientes para el

crecido número de alumnas; y debíase destinar uno de ellos para dar ensanche al de

niñas internas agraciadas que también eran muchas y no cabían en el primer salón.

Dichas construcciones se terminaron en Noviembre.

El doctor David Luque habíase presentado, ante el Prelado pidiendo la

aprobación de las Constituciones que él mismo con el Padre José María Bustamante

habían redactado; y por dos años de experiencia con la práctica se creyó llegado el

tiempo de dar este paso.

El señor Vicario Capitular Gaspar Martierena nombró en comisión para

examinar las Constituciones al doctor Adolfo Luque, Padre José María Bustamante y

Padre Félix María Del Val, de la Compañía. Dicha comisión se expidió favorablemente

con fecha 22 de Octubre de 1875, y con la misma fecha se expide el Fiscal Eclesiástico

conformándose con el dictamen de la Comisión examinadora, y pide que el doctor

David Luque, en su carácter de Director y Fundador, continúe por el tiempo de su vida

organizando la nueva institución, con las mismas facultades que ha ejercido desde el

tiempo de su instalación.

Mas para el caso de muerte o ausencia permanente del doctor David Luque, el

Fiscal propone la manera de elegir las empleadas del Instituto para establecer el

Gobierno propio de él. También propone en su Vista algunas disposiciones de carácter

permanente con relación a las Novicias que salen del Noviciado antes de hacer los

votos, etc.

Por Auto de fecha 30 de Noviembre de 1875, el señor Vicario Capitular doctor

Gaspar Martierena decreta en conformidad con la Vista Fiscal.

El doctor David Luque comunica la noticia a la Madre Catalina; y es entonces

cuando se da cuenta de la Solicitud que ella ha elevado ante el Prelado pidiendo para él

los títulos de Padre y Fundador. El doctor Luque dijo al saberlo que él había creído

hasta entonces que era cosa del Padre José María Bustamante, y que ni había

sospechado nada de lo ocurrido.

Al saber que la Madre en su Solicitud expone los sacrificios que él hace en favor

del Instituto, “sin reservar ni sus pocos recursos pecuniarios”, dijo: “¡Qué adelantadas

han estado, mucho han adivinado!”

La Madre Fundadora comunica a las Hermanas la noticia. Hállanse éstas en

recreo por el ingreso de las postulantes Margarita Correas (Hermana María Margarita)

y Catalina Fragueiro (Hermana Catalina Luisa) y por haber llegado las Hermanas de la

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Casa de Ejercicios, que, concluida la tarea de éstos, venían a pasar el verano en el

General Paz. El doctor Luque se presenta en el recreo, y todas al verlo exclaman:

“¡Nuestro Padre! ¡Nuestro Padre! ¡Nuestro Padre Fundador!” él acepta las aclamaciones

de sus hijas con una dulce sonrisa.

La Madre Catalina también repite: “¡Nuestro Padre, Nuestro Padre Fundador!”.

Y para ella es no sólo una dulce satisfacción sino un eco de triunfo en la contienda que

entre su humildad y la del doctor Luque se viene sosteniendo hace tres años. Ella cree

haber llenado un deber de justicia dando al doctor David Luque el lugar y títulos que se

merece por sus trabajos en favor del Instituto y al mismo tiempo cree verse ella

desaparecer de la escena como Fundadora.

Mas, Dios que exalta a los humildes, se encargará de que se cumplan en ella las

palabras: El que se humilla será ensalzado99

.

Había llegado el 8 de Diciembre; día más de una vez grande para todos los hijos

de la Santísima Virgen: día de la Declaración Dogmática del más bello y sublime de los

privilegios de María, de su Pura e Inmaculada Concepción. Día también grande para las

Esclavas que, al consagrarse al culto y amor del divino Corazón de Jesús, tienen por

lema: Honrar de un modo especial y con especiales cultos al Corazón Purísimo de

María; y desde los primeros bosquejos de las Constituciones, figura como día de

primera clase el de la Inmaculada Concepción; en cuya vigilia se prescribe como punto

de Regla el ayuno; debe anteceder la Novena, y el día de la fiesta celebrarse con la

mayor solemnidad religiosa posible, y tener la comunidad recreo de primera clase.

Es que la devoción a María Inmaculada fue devoción predilecta del doctor David

Luque, lo fue del Padre José María Bustamante, y la más dulce y tierna de las

devociones para la Madre Catalina de María.

Desde 1875 este día será memorable en los fastos históricos de las Esclavas del

Corazón de Jesús. Este día se reviste de nuevo esplendor, irradia nuevos fulgores y es

objeto de todas las simpatías, de todo el amor de las hijas del doctor Luque y de la

Madre Catalina. En este día se promulgaron las Reglas de las Hermanas Esclavas, se

inauguró el primer Noviciado del Instituto e hicieron sus Votos religiosos la Madre

Catalina y nueve de las primeras Hermanas.

Una palabra relativa a cada uno de estos gloriosos acontecimientos: En los días

5, 6 y 7, las Hermanas hicieron un triduo de espiritual retiro. El Padre Bustamante leía y

les explicaba las Constituciones, que conociendo ellas en la práctica recién se les iban a

dar por escrito.

El día 8 el Fundador, doctor David Luque reúne la comunidad en la Capilla,

dirige a las Hermanas una exhortación relativa al acto; y, llamando a la señora Rectora

(Madre Catalina) se acerca ésta a la barandilla del presbiterio, y él le hace entrega del

libro de las Constituciones haciéndola su guardiana, y depositaria y primera responsable

de su observancia; la exhorta a preceder siempre con el ejemplo y a velar solícita por su

observancia. Al entregarle el libro, lee este texto de Josué que acababa de escribir en él

como introducción: “No se aparte de vuestra vista el libro de esta ley; sino que

meditaréis en él de día y de noche para enderezar vuestros caminos”100

.

Hermanas Esclavas, la ley se os ha dado: no apartéis vuestra vista de ese libro

que es para vosotras la ley, que contiene la expresión de la voluntad de Dios. Lo habéis

de leer y meditar no solamente de día, leedlo y meditadlo después de las fatigas, en las

horas de reposo; y si algún mal paso disteis, si la humana fragilidad hizo deslizar

vuestro pie, con su lectura meditada, con el examen sobre los puntos de esa ley,

99

Evangelio San Lucas 18, 14. 100

Cfr. Josué 1, 8.

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enderezaréis lo torcido, repararéis lo defectuoso de vuestras operaciones, os alentaréis

para las fatigas de un nuevo día. No se aparte, pues, de vuestra vista el libro de esa ley:

leedlo y meditadlo Hermanas novicias y jóvenes profesas que estáis en la mañana de la

vida religiosa, y formaréis vuestro espíritu, el espíritu que debe animar siempre a una

Esclava del Corazón de Jesús.

Leedlo también y meditadlo bien antiguas y ancianas que os halláis tal vez en la

tarde de la vida; y comparando la vuestra con el libro de esa ley, podréis comprender si

habéis aflojado en el fervor primero, o si habéis hecho los progresos que vuestros años

de religión reclaman de vosotras.

Leedlo y meditadlo todas, en todas las horas y en todos los momentos, sea que

os halléis en el estado de consolación, de espiritual alegría, o por el contrario oprimidas

bajo el peso del trabajo y de la prueba, o en la noche de la desolación.

Este libro será como el maná del desierto que para los hijos de Israel contenía

todos los sabores: él os sabrá a obediencia, a humildad y mortificación; él os enseñará la

verdadera discreción, la prudencia en el obrar, la rectitud en todas las cosas. El combate

y la victoria, la pelea y el triunfo y la corona, todo se sintetiza en el libro de esta ley.

El Fundador dispuso que las Hermanas que habían estado un año en la casa y se

hallasen preparadas, emitiesen los votos simples (perpetuos entonces) acostumbrados en

los Institutos religiosos; y las que no, pasasen al noviciado a enterar el año canónico. De

este modo quedó inaugurado el primer noviciado en el Instituto de las Hermanas

Esclavas; designándose para Maestra de novicias a la Hermana Teresa del Sacramento

Funes, y entrando como novicias las Hermanas Matilde de San Luis Corro, Gertrudis de

San José Niz, Trinidad de María Moyano, Dolores de María Ordónez, Rosa de Santa

María Juárez, María Teresa Olmos, Marta de María Loza, Mariana de Jesús Torres,

Micaela de María Pucheta, Tomasa de María Aguirre, y María Margarita Correas que,

con Catalina de María Fragueiro, vistieron en ese día el hábito; siendo éstas las primeras

que lo vistieron después de la Aprobación Diocesana de las Constituciones.

Eran, pues doce las que, a imitación de los Apóstoles, se recogieron en este

nuevo cenáculo para formar en él sus espíritus con la práctica de las santas Reglas que

se les acababan de dar; y salir de allí a continuar la misión que el mismo Jesucristo

legara a sus Apóstoles, la de cooperar con Dios a la salvación de las almas.

La Madre Catalina con nueve Hermanas emitieron en ese memorable día los

Votos religiosos de Pobreza, Castidad y Obediencia; y si al número de las doce novicias

lo hemos comparado al Colegio Apostólico, en estas nueve que hoy se consagran a Dios

nuestro Señor, y a quienes preside la Fundadora, parécenos ver un coro de Ángeles cuya

pureza han de emular con su Voto de Castidad; cuyo desprendimiento de las cosas de la

tierra por el de Pobreza, las volverá algo como celestiales; y finalmente, por la renuncia

de su propia voluntad por el Voto de Obediencia, estarán prontas para hacer en todo

momento la voluntad de Dios en la tierra cual la cumplen los ángeles en el cielo.

Éste fue el gran día para la Madre Catalina; y pudo entonar de nuevo el cántico

que pusiéramos en sus labios el día de la instalación: “Rompiste Señor, mis

ligaduras”101

; y no promete para el porvenir sino de presente: “hoy te ofrezco el

sacrificio de alabanza y de acción de gracias porque has oído mi incesante plegaria:

invocaré siempre tu Santo Nombre”102

.

101

Salmo 115, 16. 102

Cfr. Salmo 115, 17

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No ofrece como en la ley vieja sacrificio de carne y sangre ajena; ella misma es

el hostiam laudis, el holocausto que se inmola sobre el altar de su Dios, y este sacrificio

es oblación perpetua, en olor de suavidad.

CAPÍTULO VIII

Carta del doctor Luque a la Madre Catalina - Los Reverendos Padres de la

Compañía de Jesús en la Argentina - Expulsión y vuelta de los mismos - Adhesión

de la Madre Catalina a la Compañía - Parte que tuvieron los Padres en la

fundación de las Esclavas - Reverendos Padre Suárez, Padre Pou, Padre Guarda,

Padre Carlucci y Padre Pujol - El Reverendo Padre José María Bustamante, lleva

a cabo el proyecto.

En carta que con fecha 3 de Diciembre de 1873, escribiera el doctor David

Luque a la Madre Catalina, y con la cual ella encabeza su libro: “Memorias - Datos

para la historia de la Congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús”, leemos:

“Tenga usted, la bondad de poner por escrito en los tiempos disponibles, y con

la claridad y detalles que le sean posible, los datos históricos de esta fundación de

Esclavas del Corazón de Jesús; principiando desde la primera idea que la ocupó al

respecto, y continuando hasta el presente, sin omitir acontecimiento alguno, con sus

fechas; las personas que firmaron el primer Convenio; los individuos de la Compañía

que de alguna manera tomaron parte, ya con sus pareceres y consejos, ya con la

redacción de las Bases fundamentales, como el Padre Suárez y otros hasta el Padre

Bustamante…”103

.

La Madre llenó su cometido; y de su libro tomamos lo que se refiere a la

cooperación de los Reverendos Padres Jesuitas.

Una de las más puras glorias del Instituto de las Hermanas Esclavas del Corazón

de Jesús, es la de haber nacido de la Compañía, observar sus mismas Reglas y tener su

espíritu, persiguiendo los mismos idénticos fines: la mayor gloria de Dios por medio de

la propia santificación, y procurar la del prójimo. No es extraño, pues, que el Fundador

quiera legar a la Historia de ellas la nómina de los Reverendos Padres que tomaron parte

en la fundación; pidiendo la gratitud y justicia se haga lugar entre ellos a los que más

tarde cooperaron a su desarrollo y progreso, formando el espíritu de sus individuos,

ayudando en los Colegios, cooperando a la fundación de nuevas casas, y siendo siempre

los más decididos auxiliares y consejeros de las Hermanas.

La nómina de dichos Padres con la parte de acción de cada uno, daremos a

conocer en este capítulo, que, como broche de oro, ha de cerrar la segunda parte de

estos Apuntes biográficos; ya que la Madre Catalina ha llenado su misión de Fundadora,

dejando como hemos visto, la institución con sus Reglas aprobadas, instalado el

Noviciado y un número de Hermanas consagradas a Dios por los votos religiosos.

También satisfaremos en esta parte los deseos del doctor David Luque.

Los Padres de la Compañía se establecieron en la Argentina, como sabemos, en

la época de la colonización; sembrando las primeras semillas de civilización y

cristianismo en los naturales, y ayudando a los conquistadores con la evangelización de

los pueblos y colonia sujetos a la corona de España.

103

AGE. “Cartas y Escritos David Luque” DL 65 1873 12 03 a la Madre Catalina de María

Rodríguez. (Caja Nº 1).

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En 1767 un Decreto de Carlos III los manda salir de sus dominios; y desde

entonces por más de medio siglo la Argentina se ve privada de sus celosos e infatigables

misioneros.

En 1836, Juan Manuel de Rosas los llama de nuevo y se establecen en Buenos

Aires, viniendo dos años después a Córdoba los Padres José Fondá, Ildefonso de la Peña

y Francisco Colldeforns104

, y estos Padres, como dejamos apuntado en otro lugar,

fueron los primeros directores espirituales de la Madre Catalina.

A continuación figuran los nombres de los Padres Juan Gandáseguis, Mauricio

Colldeforns, Martín Piñero (cordobés) y Joaquín Moreno105

. Los dos últimos fueron los

que más la ayudaron en el camino espiritual.

El Padre Moreno, en cierta ocasión en que ella le manifiesta su pena por verse

imposibilitada de ser religiosa, le dice (o escribe) estas proféticas y consoladoras

palabras: “No temas, tú serás toda de tu Dios”.

En 1843, Juan Manuel de Rosas, los expulsa de Buenos Aires; y en 1848 de las

demás residencias de la Argentina. Los Jesuitas evangelizan entretanto las naciones

vecinas; y Córdoba por espacio de diez años, llora su ausencia. La casa de los Padres se

ve convertida en cuartel militar; y una que otra vez el Presbítero Genaro Carranza da en

ella los santos Ejercicios.

Entre las damas y señoritas que concurren a ellos, es de las primeras Saturnina.

Ellas riegan con lágrimas aquel suelo bendito, besan respetuosas aquellas santas

murallas teatro de desolación; y buscando en vano a sus moradores, repiten con el

corazón destrozado, las lúgubres lamentaciones del Profeta sobre las ruinas de

Jerusalén. Tantas lágrimas y tanta oración harán violencia al corazón de Dios.

Ni Juan Manuel de Rosas que había expulsado a los Jesuitas de nuestra nación ni

el gobierno de Uruguay que le imitó más tarde, manejaron, como ellos lo intentarán, la

cortante espada que destruye, sino que fueron el instrumento que en manos de Dios,

podó la viña para hacerla fructificar más y más.

Los Padres que habían salido expulsados de Montevideo, se detienen en Buenos

Aires; y recordando entonces el Padre José Sató, Superior de la Misión, que en Córdoba

clamaban por la vuelta de los Padres, envía a los Padres Pedro Saderra, José Barceló,

Pedro Brindisi, Mariano Rueda y Hermano Gabriel Fioli. Estos vinieron en 1858 y

ocuparon desde entonces la actual casa de la Compañía en Córdoba.

En 1860 el doctor Santiago Derqui106

, subió a la Presidencia de la República

Argentina; y como los Jesuitas no estaban aún bien afianzados y necesitaban la

protección de los gobiernos, las damas cordobesas, y Saturnina en primera línea, la

solicitan del Presidente; y aunque no hay duda que, como dice el Reverendo Padre

Rafael Pérez, en su Historia de la Compañía en Sud América, personas de mayor

respetabilidad movieron a Derqui a escribir al Reverendo Padre Pierre Beckx, Superior

General, pidiendo Padres para la Argentina, también consta que las damas cordobesas

habíanse anticipado ante el Presidente con esta demanda.

Entre las primeras personas que concurren al templo de la Compañía está la

señora de Zavalía; ella también implora la protección del pueblo para los recién

104

Vinieron en el año 1838 llamados por el Cura de Anejos doctor Genaro Carranza. En 1839 se

establecieron definitivamente. En 1840 dieron Ejercicios en una casa improvisada; y éstos debieron ser

los primeros que tomara Saturnina, y de los cuales apuntamos en la Parte Primera. 105

En el manuscrito original figura “Fermín”. Según el censo de 1840 corresponde “Joaquín Moreno”.

(A.H.C. “Jesuitas residentes en Córdoba, según el censo de 1840”. Original Censo 1840 – Folio 26). 106

Primo hermano de Saturnina Rodríguez de Zavalía (Madre Catalina de María).

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llegados, que lo necesitan todo porque de todo carecen; es también de las primeras en

ponerse bajo su dirección.

La Madre Catalina amaba y amó siempre a la Compañía; y deseaba como

entrañar en todas y cada una de sus hijas el espíritu de San Ignacio: “No os separéis

jamás de la Compañía, decía a las Hermanas en cierta ocasión, porque si lo hacéis vais

perdidas”.

Cuando por disposición superior, los Padres dejaron de ser confesores ordinarios

en las casa religiosas de Hermanas, tocó la ley general a las Esclavas, y la Madre

Catalina lo sintió mucho. Escribió al Reverendo Padre Superior de la Misión pidiendo

se le hiciese gracia, exponiendo que un Instituto nuevo, necesitaba nutrirse desde sus

comienzos con el alimento que le era como natural, es decir, el espíritu de la Compañía;

que iría éste en creces confesándose las Hermanas con los Padres Jesuitas, y corría

peligro de disminuir en el caso contrario.

Además alegaba a favor de su demanda, que lo que los Padres perderían en sus

ministerios por atender a la dirección de las Hermanas, lo hallarían compensado en la

formación del espíritu de las mismas, que ganarían en pro de las almas lo que

aparentemente parecía perdían ellos.

El Padre Superior concedió, por una temporada que el Padre Lorenzo Wolter

viniese una vez por semana a confesar a las Hermanas.

Los libros que se han de usar en la comunidad, son con preferencia los de

autores jesuitas: para meditación, Luis de la Puente, Nicolás Avancini, Bruno

Vercruysse, etc.; y lo mismo para lectura espiritual: el pan cotidiano en las lecturas ha

de ser el “Ejercicio de Perfección y virtudes cristianas” del Padre Alonso Rodríguez, el

que no se deja de leer en ningún tiempo, ya en el coro ya en el refectorio y en particular.

A propósito de la adhesión de la Madre Catalina a la Compañía, copiamos de

una carta suya, autógrafa, lo siguiente: “…Tuve el gusto de conversar más de una vez

[con su hermano], el Padre [Sandalio] Vocos al que le encuentro mucha semejanza con

usted (escribe a una de las Hermanas Esclavas). Cuando volvimos de Mendoza, los

Padres Jofré, Pou y Vocos estaban dando misión en San Luis. Los dos últimos fueron al

tren a saludarnos y estuvieron hasta que marchamos. Ya puede imaginarse cuánto

gusto tendría con estas visitas.

Ahora me escriben de Mendoza diciendo está ahí el Padre Agustín Muzás, que

les da conferencias y explicación de Reglas, y las confiesa; y que cuando vuelva el

Padre Jofré de la misión, irá a San Juan a hacer lo mismo con aquellas Hermanas.

Yo espero de nuestro Señor que a ustedes, también les ha de hacer igual gracia

algún día; no dejen de pedirlo y esperarlo”107

.

Por estos conceptos se ve cuánta importancia daba y cuánto deseaba también

para las Hermanas, la dirección de los Padres de la Compañía.

Entremos ya en lo que más directamente se relaciona con la fundación del

Instituto.

Cuando la Madre Catalina trata de fundarlo era penitente del doctor David

Luque; y por consejo de éste, que siempre fue muy adicto a la Compañía, y novicio de

ella cuando la segunda expulsión, solicitó del Reverendo Padre Buenaventura Escatllar,

Superior de la casa de Córdoba, si los Padres podrían tomar parte en la obra. El Padre

contesta que para darle la respuesta va a escribir al Reverendo Padre Joaquín Suárez,

Superior de la Misión, y que lo hará a la mayor brevedad porque gusta mucho del

107

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 96 1886 11 ?? a la Hermana María

Ignacia Vocos que se encuentra en la Comunidad de Santiago del Estero. (Caja Nº 1).

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proyecto. En efecto, escribe y muy luego se recibe contestación favorable del Padre

Suárez.

El Padre Félix María Del Val había estado en Córdoba y tratado a Saturnina; y

cuando ésta queda viuda y siente renacer su primera vocación, el Padre se encontraba en

Buenos Aires; y es él quien se encarga de solicitar su ingreso en las monjas Catalinas y

como no obtiene resultado, le ofrece llamar a las puertas de las Salesas, en donde cree la

recibirán. Le responde manifestando su agradecimiento, y le comunica el proyecto, que

desde luego merece todas las simpatías del Padre y se propone ayudarla.

El señor Mariano Vicente González tenía mucha decisión por los Ejercicios, y

era Administrador de la casa que entonces había. Además proyectaba, como lo realizó

más tarde, trabajar una casa de Ejercicios a sus expensas. A este tiempo se hallaba en

Buenos Aires, y el Padre Del Val le comunica el proyecto de la señora Saturnina

Rodríguez, deseando se asociase a él con su casa de Ejercicios.

En 1866 vino a Córdoba el Padre Joaquín Suárez, en circunstancias que se daban

Ejercicios en una casa particular. El Padre dio una data en Setiembre; y con ese motivo

habló a la señora Saturnina Rodríguez preguntándole con interés en qué había quedado

el proyecto de que le había escrito el Padre Buenaventura Escatllar.

Ella satisfizo a la pregunta informándolo de todo lo ocurrido. Dijo el Padre que

él no miraba la dificultad en la falta de recursos, sino en obtener el permiso del señor

Obispo.

La Madre Catalina en sus “Memorias” dice que los Padres que iban a confesar

en la casa de Ejercicios, le preguntaban lo mismo que el Padre Suárez; y que uno108

le

aseguraba con la mayor certidumbre que el proyecto se llevaría a cabo.

Saturnina visita a la señora Petronita Núñez, de quien hemos hecho ya mención,

por la opinión de santidad en que se la tenía. Apenas la ve, le dice entusiasmada: “Sabes

que te he visto en una casa muy grande, muy linda; y muy desprendida de las cosas de

la tierra y ocupada de las de Dios; en mucho movimiento y contento, y que me decías:

¡Gracias a Dios, doña Petronita, que no tengo que ocuparme sino de mis asuntos!

¿Qué me habrá querido decir con esto nuestro Señor?

Al día siguiente me fui -escribe la Madre- a hablar con el Padre que queda

indicado me aseguraba que la obra se realizaría, y le conté lo que la señora me había

dicho. Él me prestó grande atención a lo que le refería, y me preguntó si no me había

dicho dentro de qué tiempo se realizaría; porque él, (el Padre) me había visto lo mismo,

y con otras varias personas que no había podido distinguir quiénes eran; y que había

comprendido que esto se realizaría dentro de pocos años”109

.

A continuación escribe la Madre que en el mes de Octubre se le presentó el

Padre Suárez con un entusiasmo sorprendente acerca de la obra, le manifestó que él

quería ver si hacía algo para llevarla a cabo. Dijo que contaba con un amigo que tenía

mil pesos para una obra pía. Además una penitente suya que pretendía ser monja Teresa

y tenía ocho mil pesos; que acababa de hablar con las monjas, y le aseguraban que no la

recibirían, por lo que él quedaba en libertad para inclinarla.

Habló el Padre [Suárez] con el doctor Luque, y quedó éste tan entusiasmado, que

dijo a Saturnina, que si antes lo había creído difícil, ahora le parecía todo realizable; que

esa noche iría a verse con el señor Obispo, según habían convenido con el Padre Suárez.

108

El Reverendo Padre Antonio Pou. 109

También parece que al Padre Bustamante, en épocas muy anteriores, le fue manifestada esta

fundación, según él mismo lo dio a entender a las Hermanas de la casa de Buenos Aires; quienes le

preguntaron llenas de santa curiosidad: ¿Cómo, cómo, Padre fue? -“¡Curiosas! les respondió, si después

de mi muerte, los Superiores quieren que lo sepan, ellos lo dirán”.

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La Madre en sus “Memorias” atribuye todo el entusiasmo de este Padre a la

manifestación divina con que Dios nuestro Señor había favorecido al Padre Pou en

conformidad con la señora Núñez.

La entrevista del doctor Luque con Su Señoría ilustrísima fue en gran manera

favorable; pero hacíase necesario buscar socias. La indicada por el Padre Suárez quería

ver las Constituciones que aún no existían ni era tiempo que las tuviesen.

Dice la Madre que, por indicación del doctor Luque, fue personalmente a verse

con el señor Obispo [José Vicente Ramírez de Arellano], y fue muy bien recibida. Dijo

Su Señoría, que hiciese la Solicitud; que él la ayudaría no sólo con su bolsillo, sino

pasando a la obra los fondos de la Casa de Ejercicios que administraba el señor Mariano

Vicente González.

Pidiendo el señor Obispo un abogado para los asuntos que pudieran surgir

respecto a la obra, la señora Saturnina indicó al doctor Rafael García, pariente político

suyo.

Puesto en conocimiento del Padre Suárez y del doctor Luque el resultado de la

entrevista con el señor Obispo, acordaron tener una reunión con el doctor García para

deliberar sobre la Solicitud y las Bases de la fundación. Dicha reunión tuvo lugar el 6 de

Noviembre de 1866 en el Colegio de la Asunción que estaba a cargo de los Padres de la

Compañía. En ella quedó el Padre Joaquín Suárez encargado de redactar la Solicitud y

las Bases del Instituto.

Escribe la Madre en las “Memorias”: “El Padre Suárez para dar el lleno con

más acierto a su comisión, se preparó haciendo los santos Ejercicios; después de los

cuales, redactó la Presentación y Bases de que estaba encargado; las que sujetó al

examen de la comisión y de las interesadas, para ver si estábamos conformes con todo

lo expresado en ellas. No encontrando cosa que más satisfaciese nuestras aspiraciones

y deseos, y mereciendo la aprobación de los de la reunión, la firmamos para que fuese

elevada ante Su Señoría ilustrísima el día 10 de Diciembre del año 1866”.

El señor Obispo por Auto de fecha 15 de Enero de 1867, aprueba las Bases y

permite la instalación; asimismo concede permiso para implorar la caridad pública.

Al recibir el doctor Luque el interesante Despacho, lo comunica antes que a las

interesadas a los Padres de la Compañía, quienes a su vez, pasan a casa de la señora

Saturnina a felicitarla; “y no habiéndome encontrado, escribe ella, se tomaron la

molestia de volver con el mismo objeto; y continúa: fui acompañada por ellos (los

Padres) en esos momentos de felicidad para mí, en que mi corazón se encontraba lleno

de contento, del cual participaban ellos como si les perteneciera”.

Queriendo el Padre Suárez que un Hermano de la Compañía (era arquitecto)

levantase el plano para la obra, fuese con él a tomar las dimensiones del terreno que

teníamos con ese destino; pero resultó escaso para el edificio, por lo que nos vimos en la

necesidad de pensar en otro. (cfr. “Memorias” de la Madre Catalina).

Dióse principio a la recolección de limosnas, pero el resultado fue muy

mezquino; por lo que se determinó ir a Buenos Aires y Montevideo con el objeto de

implorar en esas Capitales la caridad pública; pero en ese tiempo se suscitó la guerra

entre la Argentina y el Paraguay, lo que era no pequeño inconveniente. Además, la

señora Marquesa Piñero de Garzón se había anticipado con el mismo fin a favor de una

empresa semejante, pero que no tuvo éxito. En vista de estos inconvenientes, suspendió

su viaje.

Había llegado el tiempo de la partida del Padre Joaquín Suárez a Europa. Él vino

a Córdoba en Setiembre, por uno o dos meses, y sin saber cómo, demoró hasta Febrero

del siguiente año; dejando así arreglados los asuntos relativos a la obra de la señora

Saturnina. Le prometió el Padre que a su paso por Buenos Aires y Montevideo

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exploraría el campo en lo relativo al éxito que podría tener la demanda de limosnas,

para que no hiciese el viaje inútilmente.

El Padre al despedirse dice a la señora Saturnina estas memorables, al par que

proféticas palabras: “Mire, señora, han de llegar momentos en que le ha de parecer que

la cosa está acabada y que no hay esperanza alguna para usted; ¡Cuidado con ir a

desistir, porque Dios la ha de castigar!

¿De dónde sacaba el Padre tanta seguridad? escribe la Madre. Esto, continúa,

vino a confirmarme en que el Padre Suárez tenía conocimiento de la manifestación que

nuestro Señor había hecho al Padre Pou, en conformidad con la señora Núñez, para

obligarlos a tomar parte en la obra.

Como el Padre Suárez ya se nos ausentaba, prosigue la Madre, le pedí que

nombrase dos Padres para que nos ayudasen en las cosas que se nos ofreciesen; y me

dijo que la Compañía entera quedaría encargada de hacerlo. Con tanta generosidad se

mostró este respetable Padre, tan benemérito de nuestra casa. Conseguí su retrato,

añade, con el fin de que fuese algún día conocido de esta comunidad (Institución) y que

su memoria se conservase siempre en ella. Desgraciadamente dejó de existir antes de la

fundación tan deseada y procurada por él”.

Siendo, como queda dicho, insuficiente el terreno que tenían con destino al

edificio, trátase de procurarse otro de mayor capacidad; y estando en las cuarenta horas

de la fiesta de San Ignacio, cuya protección la señora Saturnina imploraba a favor de su

obra, le ofrecen una media cuadra de terreno propiedad de la señora Teodora Rodríguez.

Dicho terreno por su ubicación, capacidad y precio (8000 pesos bolivianos) era un

hallazgo; así lo creyó la señora Saturnina y sus compañeras, que, unánimes lo

atribuyeron a la intercesión del Santo.

El doctor Luque consultó también esta vez a los Padres, quienes opinaron se

hiciese la compra. Efectuada ésta, y al día siguiente fue el Padre Pou con el Hermano

que debía levantar los planos, a tomar las dimensiones; pero, como aún no era llegada la

hora prevista por Dios nuestro Señor para dar a su sierva este consuelo, y restábanle

años de pruebas y sufrimientos antes de conseguir su anhelada fundación; al volver el

Padre Pou se encuentra con la orden del Padre Bernardo Parés, Superior de la Misión de

que dicho Hermano se marchase a Buenos Aires a dirigir la obra del Colegio del

Salvador.

El Hermano deseoso de contribuir por su parte, indica la idea de dirigirse al

Padre Parés pidiéndole permiso para hacer el plano en los ratos libres. Así se hizo; y

debido a la generosidad del Padre Superior y al trabajo del Hermano, en Octubre

tuvimos en nuestro poder el plano, escribe la Madre.

La señora Indalecia Paz de González, [madre del señor Presbítero Juan Martín

Yániz] habíase asociado al proyecto, pensando ingresar como socia; después desistió. El

señor Yániz, su hijo, quería cumplir por su parte el compromiso formado de

proporcionar la casa para que se instalasen. El doctor Luque y la señora Saturnina

acuden, como siempre a su ordinario refugio la Compañía, y el Padre Antonio Garcés

opina que el señor Yániz no debe marchar en oposición con su señora madre.

Ha llegado un momento para la Fundadora en que ve desaparecer toda

esperanza, pues la única socia que le quedaba, Ramona Martínez, se presenta a pedir lo

que le pertenecía, pues no veía indicio alguno de realización. “El único consuelo que me

quedaba en tanta desolación, escribe, era necesario que lo perdiese. Los Padres

Escatllar y Garcés partieron de aquí en Enero de 1869, lo que me causó mucha pena y

amargura, pues no quedaba ninguno de los que me ayudaban con su consejo y me

animaban con el interés que mostraban por mi proyecto y para que no desfalleciese en

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medio de tantas contradicciones; con lo que me hallé en la mayor desolación. Ya no

tenía con quién contar: todo parecía haber acabado para mí”.

Han llegado los momentos, un año antes pronosticados por el Padre Joaquín

Suárez; ella lo tiene bien presente y está muy lejos de desistir.

Oigámosla de nuevo:

“Después de esto sí, que quedé verdaderamente sola, y tan sola que no tenía

más consuelo en todos los instantes que recurrir a Dios de quien todo lo esperaba, cuya

confianza no me faltó jamás ni en los casos más difíciles que se me presentaron.

Parecía, continúa, que mi oración estaba reducida a esta súplica; y tal era la

vehemencia de mi deseo, que si estaba en casa, salía a la calle o iba a la iglesia,

siempre me hallaba con esta solicitud en la presencia de Dios nuestro Señor. Tanto,

que el doctor Luque me prohibió que cuando fuese a la oración me ocupase de esto

hasta el tiempo de los coloquios; y hubo vez que me sentí tan inclinada a hacerlo desde

que me puse en la presencia de Dios, que, llorando amargamente, deposité mi deseo en

el Corazón de Jesús, hasta que llegase el momento designado por la obediencia”.

En Marzo de 1868, habiendo el doctor Luque vuelto del campo, al hablar con la

señora Saturnina, le dice “que durante las vacaciones, se ha ocupado en buscarle [el]

camino; y le propone vaya a las Salesas de Montevideo. Ella le hace ver la

imposibilidad de fijarse en otra cosa, que no puede inclinarse a nada; que este

pensamiento (el de la fundación) está como entrañado en su alma y que no está en ella

el arrancarlo; pídele con humildad que le permita esperar otro tiempo más.

El doctor Luque lleno de admiración le pregunta si tiene aún alguna esperanza

de que su pensamiento se realizará, y como le respondiese que así lo esperaba de Dios

nuestro Señor, él en tono de desprecio, le dice: ¡Admiro, señora, su fe! Me dijo, escribe,

que su opinión era que devolviese todo lo ajeno que tenía (las limosnas recolectadas

para la obra) y que pidiese a Dios me hiciese conocer lo que quería de mí.

Esta sentencia, añade, fue como un rayo para mí; tanto, que no me animaba a

retirarme sin que la revocase. Comprendiéndolo él añadió que no tenía otra cosa que

decirme; con lo que me dejó en el mayor desconsuelo”.

Comunica todo esto con su hermana Estaurofila, única confidente de sus penas;

y ella con instancia le dice vaya a la Compañía y hable con alguno de los Padres; pero,

dice, que por más que lo deseaba, no se atrevía por no tener relación con ninguno de los

que entonces estaban. “Me entregué, dice, a nuestro Señor y esperé de Él el remedio de

mi aflicción”. En buenas manos ha puesto su causa: Ella ha esperado en Dios, Él la

librará!

Algún alivio, aunque momentáneo, le da el doctor Luque dándole a entender que

la opinión de devolverlo todo había sido una prueba; pero continúa en mostrarse frío e

indiferente.

De nuevo la Compañía de Jesús es instrumento de las misericordias de Dios

nuestro Señor. La señora Saturnina recibe aviso de uno de los Padres, con quien no tenía

ninguna relación, diciéndole que se viese con el Padre [José] Guarda (Superior de la

casa de Córdoba) que le interesaba y que era tiempo de aprovechar.

“A pesar de serme tan violento, dice, ir al Padre sin saber qué decirle, me

resolví a buscarlo ese mismo día. Luego de verme me dijo que habían estado con el

Padre [Cayetano] Carlucci a visitarme y que no me habían encontrado; que habían ido

con el fin de informarse de los inconvenientes que tenía para llevar a cabo mi proyecto;

que le hiciese el favor de informarlo de todo: pues deseaba ayudarme. Le conté cuánto

pasaba, y le hice notar en particular el desaliento del doctor Luque, que era lo que más

me afligía.

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A toda mi relación, me respondió que al doctor [David] Luque lo dejase a su

cuidado; que hablaría con él y verían los medios de activar esta obra. Que contase con

él y los demás Padres de la Compañía. Con lo que me dejó, añade, llena de consuelo.

Pocos días después, continúa, tuve otra entrevista con el Padre y me dijo que

había hablado con el doctor Luque y oído razones de mucho peso que él tenía para

estar desalentado, pero que él (el Padre) no desistía de lo propuesto; que esperaba

dentro de quince días al Reverendo Padre [Juan Bautista] Pujol, Superior de la Misión,

a cuya decisión someteríamos el asunto, en razón de ser un Padre de mucha capacidad

y experiencia y acostumbrado a ver fundaciones. Que intertanto venía el Padre,

pidiéramos a nuestro Señor nos hiciese conocer su voluntad por medio de dicho

Padre”. Hasta aquí la Madre Fundadora.

Luego de llegar el Padre Pujol, quiso el Padre Guarda que ella lo informase de

todo, desde el primer pensamiento. Hízolo así; y habiéndola oído el Padre respondió que

él no miraba inconveniente alguno que obligase a abandonar la empresa; que se debía

principiar en casa particular, que era el mejor modo de comenzar, y no esperar a que se

construyese el edificio propio; pues se presentarían más dificultades. Tampoco le

parecía se costeasen fundadoras; bastando un Director que formase el espíritu de las

primeras Hermanas.

Luego tuvieron una conferencia sobre el proyecto, el Padre Pujol, Padre Guarda,

doctor Luque y doctor Rafael García. El Padre Pujol dio ante ellos la misma opinión

antes dicha; y aceptada por los otros volvieron a reanimarse las cosas que habían estado

casi muertas.

Los Padres Guarda y Carlucci tomaron por suyo el asunto: éste recomendaba la

obra desde el púlpito, y recolectaba limosnas por medio de sus penitentes; y el Padre

Guarda estaba tan preocupado que “me aseguraba, dice la Madre, no hablaban los

Padres de otra cosa en sus horas de recreo, buscando entre todos, los medios de

allanar las dificultades”.

A este tiempo, la señora Saturnina tuvo que presentarse en juicio ante el señor

Obispo, porque un pariente político de una de las socias finadas reclamaba lo que ésta

había dado para la obra y alegaba que el proyecto no se realizaría jamás. Entonces el

doctor García, allí, presente, dijo que en esos días había tenido lugar una reunión en la

Compañía, compuesta de sujetos muy respetables y entre ellos el Reverendo Padre Juan

Bautista Pujol, para resolver si los inconvenientes que se presentaban eran bastantes

para abandonar la empresa; y refirió el dictamen del Padre. Esto satisfizo al señor

Obispo José Vicente Ramírez de Arellano; y así dispuso quedase a favor de la obra la

parte invertida en el terreno, y lo demás se devolviese; y así se hizo.

La Madre escribe que la mayor parte del año 69 tuvo animación el proyecto por

la influencia y trabajo de los Reverendos Padres José Guarda y Cayetano Carlucci; pero

a fines de ese año partió el Padre Guarda; y aunque el Padre Carlucci trabajó algo,

volvió a estacionarse el proyecto.

El doctor Luque en conversación con la señora Estaurofila le manifiesta deseos

de que su hermana se haga dirigir por algún Padre de la Compañía, pues él no se

encontraba capaz. Dice la Madre que por complacerlo lo hizo por un corto tiempo; pero

como comprendía que él (el doctor David Luque) era el destinado por Dios para llevar a

cabo la obra, volvió a ponerse bajo su dirección.

Más había en esto: los Padres por su institución, de ninguna manera podían

ponerse al frente de la obra ni asumir las responsabilidades de una fundación;

cooperaban en la parte y modo que les era permitido; por lo que si el doctor Luque

desaparecía de la escena, quedaba la señora Saturnina sola.

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En esto se presentaron dos señoras de las que habían ayudado a recolectar

limosnas, pidiendo se les devolviesen pues ellas tenían vergüenza de presentarse ante

los donantes que preguntaban por la obra ¿en qué había quedado?

Saturnina consulta al doctor Luque, y él le responde que devuelva, que no

importa nada eso. Con esta opinión ella no queda tranquila, pues parece haberla dado el

doctor Luque con ligereza y por estar completamente desalentado. Para ella la

devolución de las limosnas en este caso puede interpretarse que desiste de la empresa, y

es lo que menos quiere que ni se piense por un momento. “Como él tenía el propósito

de despreciarlo todo, escribe, no quedé tranquila”. Acude entonces a su ordinario

refugio, a la Compañía, y consulta el caso con el Reverendo Padre Jerónimo Mordeglia,

quien le encarga “diga al doctor Luque que en conciencia no se puede proceder en esto

sin licencia del señor Obispo, puesto que con la misma se habían recolectado las

limosnas. Al dar este mensaje al doctor Luque, éste le responde diga a las señoras que,

habiendo consultado con un Padre de la Compañía, opina éste que no se puede

devolver sin licencia del señor Obispo [José Vicente Ramírez de Arellano]”.

A continuación escribe la Madre: “Como el doctor Luque insistiese en que había

de consultar a los Padres de la Compañía, le dije haberlo hecho con el Padre

Mordeglia y otro Padre más, los que me aseguraban ver matemáticamente la voluntad

de Dios”: así habíase expresado uno de ellos.

Los sufrimientos de la Fundadora han llegado al colmo; ha bebido hasta las

heces el cáliz de amargos desprecios, decepciones, desolaciones y pruebas de todo

género; y todo esto ha comprometido demasiado su salud. En Enero de 1872 sale al

campo para restablecerla, y vuelve en Marzo, dice ella: “a continuar mi tarea de

sufrimientos”. Mas la hora en que estos deben tener fin, va a sonar: a las tinieblas del

calvario sucederá la alborada del día de resurrección.

No intentamos aquí hacer un paralelo, que no lo puede haber entre Dios y los

hombres; entre las realizaciones divinas y los acontecimientos humanos; mas esto no

nos priva de valernos de comparaciones que ilustran los hechos y presentan el cuadro

biográfico con más vivos colores.

Jesucristo nuestro Señor con su venida al mundo cierra la época de la ley

mosaica y abre la era cristiana, pone fin a la ley dura y de terror y da comienzo a la de

suavidad y de gracia.

La Fundadora ha pasado siete años de rudos sufrimientos, desamparos,

desolaciones y desprecios hasta comprometer su salud a fuerza de tanto sufrir, como ella

misma nos lo dice. Un Padre de la Compañía, un benemérito hijo de San Ignacio,

aparece como la aurora de un nuevo día, y poniendo fin a la noche de la prueba, abre la

era de luz, de esperanza y de hermosa realidad.

Es el Reverendo Padre José María Bustamante a quien toca la gloria de haber

descorrido el velo tras el cual se ocultaba el gran cuadro presentado al espíritu de la

Madre Fundadora en Santa Catalina el 15 de Setiembre de 1865; disipando las sombras

de dudas y perplejidades que habíanla torturado; y habiendo en los santos Ejercicios

conocido la voluntad de Dios, nada le detiene, y pone manos a la obra; y con el doctor

Luque a quien alienta y comunica su entusiasmo, y con la señora Saturnina cuyo amor

ha sido ya purificado como el oro en el crisol y cuya perseverante paciencia ya quiere

Dios premiar, fundan el Instituto religioso de Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús

que, una vez más hemos de decirlo: tiene la gloria de haber nacido a la sombra de la

Compañía de Jesús110

.

110

El Padre José María Bustamante cuando refirió a las Hermanas en Buenos Aires aquello de que el

Corazón de Jesús, en Burgos, lo había reprendido porque no entraba en la Compañía, dijo también que

allí se le mostró la fundación de las Esclavas.

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NOTA

En el desarrollo de estos Apuntes veremos más de una vez la cooperación de la

Compañía, ya ayudando en la fundación de nuevas casas del Instituto, ya en la

formación del espíritu religioso de sus miembros, como en la dirección de sus colegios;

y siendo siempre para las Hermanas Esclavas luz, guía y decididos protectores.

Dignos de especial mención, bajo estos conceptos, son los nombres de los

Reverendos Padres Andrés Jofré, Lorenzo Wolter, Vicente Campos, Juan Cherta,

Agustín Muzás, Martín Rando, Salvador Barber y Moisés Dávila.

El Reverendo Padre Juan Santandreu de la Compañía; predicando en la Capilla

de las Hermanas Esclavas en Villa del Tránsito (fiesta del Corazón de Jesús) hizo un

paralelo entre San Ignacio de Loyola y la Madre Catalina de María: a San Ignacio dio la

Santísima Virgen el libro de los Ejercicios, y a ésta le inspiró la fundación del Instituto

dedicado al servicio de los Ejercicios, y a procurar hacer efectiva la Obra del gran San

Ignacio.

Dijo que él era testigo, que había visto y palpado el bien que esta institución

hacía; que conocía a fondo el Instituto, el espíritu de muchas de las Superioras, etc.

Llamó al Instituto “Ignaciano”.

Comparó también a la Madre [Fundadora] con la Beata Margarita María de

Alacoque111

a quien fue revelada la devoción al Corazón de Jesús, siendo aquélla

encargada de difundirla por medio de su Instituto.

111

Santa Margarita María de Alacoque (1647 – 1690). Declarada Venerable por el Papa León XII el 30

/03 /1824. Beatificada por Pío IX el 18 /09 /1864. Canonizada por Benedicto XV el 13 /05 /1920. Por este

motivo la nomina “Beata”.

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PARTE TERCERA

LA MADRE CATALINA EN EL CLAUSTRO

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INTRODUCCIÓN

La misión de la Madre Catalina sobre la tierra fue la que, con mucha razón;

llamó San Dionisio Areopagita: La más divina entre las obras divinas: cooperar con

Dios a la salvación de las almas.

A esto vino el Hijo de Dios al mundo; éste fue el fin de la Encarnación y el que

tuvo al padecer y morir, al establecer la Iglesia y al quedarse con los hombres en la

divina Eucaristía.

Es también la más noble y grandiosa misión que puede Dios dar al hombre; y Él

que con un fíat sacó de la nada al ser los mundos, y con la misma facilidad puede salvar

a todos, quiere valerse del hombre para salvar al hombre; y asociándole a su divina

misión, permítase la frase, diviniza la acción del hombre.

La Madre Catalina de María al ser elegida por Dios para Fundadora y Madre de

una institución religiosa que se dedica por especial profesión a la salvación de las almas,

fue objeto de esta divina predilección.

Ella correspondió por su parte a tanta prueba de amor de Dios nuestro Señor,

llenando debidamente, en cuanto al hombre es dado, esta divina misión.

Vamos a considerarla desde ahora correspondiendo a su vocación; y empezando

por perfeccionarse a sí misma para ser instrumento adecuado y tener después

ascendiente al corazón de los prójimos, para llevarlos a Dios.

Éste es también el gran medio que las Constituciones de las Hermanas Esclavas

les señalan para llegar al fin de la Mayor Gloria de Dios que se proponen: la perfección

propia, y cooperar a la salvación del prójimo, por todos los medios prudentes y

cristianos que estén a sus alcances.

He aquí sintetizada la misión de una Hermana Esclava del Corazón de Jesús: he

aquí también el programa que la Madre Catalina supo con la divina gracia completar y

fielmente llenar.

La veremos desde luego cumpliendo estos deberes como Superiora y Madre de

la familia religiosa a ella confiada por Dios; precediendo a todas con el ejemplo y

derramando el buen olor de Cristo en la sociedad.

CAPÍTULO I

La Madre Catalina Superiora - Su celo por la observancia regular - Ejemplos de

este celo - Su firmeza en tratándose de observancia - La Circular - Anhelo por el

perfeccionamiento de las Hermanas.

Hemos visto como, por voto unánime de las Hermanas, el Director nombró

Superiora a la Madre Catalina en Abril de 1873. Más tarde, cuando el Instituto funda

casa en la Villa del Tránsito, el doctor David Luque reúne la comunidad y da a la señora

Rectora el título de Madre Provinciala; y a la muerte del doctor Luque (11 de Agosto de

1892) recae en ella el gobierno del Instituto con todas las atribuciones de Superiora

General, aunque no llevó el título por no ser aún tiempo de conferirlo. Estas

atribuciones las había hasta entonces tenido el doctor David Luque por delegación o

encargo de los Prelados.

Desde su primera elevación al cargo de Superiora, hasta el término de su carrera

mortal, es decir en el espacio de veintitrés años de gobierno, no cesó de trabajar

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infatigable, desplegando todas sus energías, no omitiendo sacrificio y dando hasta la

última gota de su vida por el amado Instituto.

“Sacrificarse es amar y amar es vivir”, leemos en la vida de la Madre Sofía

Barat112

: y la salud y vida de la Madre Catalina se dio toda, se sacrificó y consumió por

su Instituto, porque lo amó, y lo amó en Dios y por Dios.

Dirigida por el doctor David Luque y el Padre José María Bustamante, a quienes

como se dijo ya, consultó siempre, y siempre sumisa y dócil como una niña se les

sometió, no es extraño que tuviese tanto tino y acierto en todo. La humildad y

dependencia y el no fiarse de sí, debían producir sus frutos; y estos fueron los de un

gobierno sin tacha y todo de Dios.

Al hablar de su celo por la observancia regular, alguien pudiera clasificarlo de

exagerado o demasiado estricto, atribuyendo a su carácter vivo y en verdad muy

impresionable ciertas minuciosidades que no escapaban a su vista, y que eran objeto de

sus enseñanzas y a veces de severas reprimendas; pero débese tener muy en cuenta que

se trataba de formar una comunidad religiosa, que en los principios habíanse reunido

personas, si bien animadas de muy buen espíritu, pero que no traían la educación y

formación especialísimas que deben caracterizar a una religiosa, y religiosa

educacionista, responsable de sus actos ante Dios y ante la sociedad.

Por otra parte, su máxima favorita era, cortar en su principio lo que más tarde

pudiera convertirse en abuso, inobservancia o transgresión de las Reglas. Al

amonestarnos en sus Conferencias, escribe una Hermana: Decía, “No quiero ser perro

mudo, y cargar con responsabilidades que tenga que dar estrecha cuenta a nuestro

Señor”.

En tratándose de observancia, no admitía amplitudes ni interpretaciones que aun

remotamente pudieran abrir puerta a la relajación. En esto se patentizaba su amor

grande al Instituto, en velar con esmerada solicitud en conservarlo inmaculado.

El caso siguiente, que puede citarse entre mil, lo pone de manifiesto: Una

Sacristana se demoraba por la noche después de la hora de recogerse arreglando lo

necesario en la sacristía para la celebración de la santa misa del día siguiente. La Madre

la llamó a cuentas en el recreo, diciéndole: -que esto no podía ser. Dijo ella: -que se

quedaba para arreglar los ornamentos, etc.

-¿Por qué no los acomoda temprano?

-Porque, dijo la Hermana, estando desde temprano se llenan de polvo.

-Pues, cúbralos.

-Los acomodaré en recreo.

-El recreo también es de Regla y no puede usted faltar.

-¡Tendré que hacerlo antes de la meditación, porque de ésta se pasa al refectorio, del

refectorio a recreo y del recreo, a tomar los puntos!

-Sí, acomódelos antes de la meditación y cúbralos para evitar el polvo.

Miren, añadió, si al escribirse las Reglas se hubiese visto que tal o cual oficiala

necesitaba trasnochar, esto se hubiera expresado en ellas; y puesto que se nos manda

recogernos a las diez, no debe haber tal caso, excepto en alguno extraordinario como en

vísperas de funciones, cuarenta horas, etc.; pero de ordinario, no. Así usted Hermana,

cerrará las puertas a las diez cuando salga la comunidad.

112

Santa Magdalena Sofía Barat (1779 – 1865). Fundadora de la Sociedad del Sagrado Corazón.

Canonizada por Pío XI el 24 /05 /1925.

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Las Superioras, decía en una ocasión no deben despreciar nada por ser cosa

pequeña, porque de lo pequeño se pasa a lo grande, de lo leve a lo grave; y lo que hace

una, si lo hacen todas: ¿en qué vendrá a parar la disciplina religiosa?

Así eran objeto de su celo, un mueble fuera de su lugar, una puerta que no se

dejase bien asegurada, una falta de aseo etc. Revela pereza, decía, y la pereza no es

virtud, el dejar las cosas fuera de su lugar, el tirar al suelo los fósforos apagados, los

restos de la labor que cosen, cualquiera de estas cosas que impida tener a toda hora la

casa aseada: ¿por qué no ponen los fósforos en el candelero para que vayan después a la

basura?

Me han dicho que alguna usa las tijeras en vez de despabiladeras, ¿qué no las

hay? A la Madre Vicerrectora que provea: las tijeras no son para ese destino.

Poco antes de su muerte fue un día a la despensa y dijo a la Hermana María del

Tránsito Gutiérrez: “Me preocupa una idea: quisiera que todas cuiden en sus respectivas

oficinas, de los útiles que les corresponden, como pobres, para que así se conserven las

cosas; porque un descuido continuo a este respecto, puede traer la ruina de la

Congregación. Siento cerrar los ojos sin dejar todo arreglado”.

No calcen las puertas con piedras ni pedazos de ladrillo decía, porque queda feo

y las puertas se destruyen. Que se pongan aldabas en las puertas y ventanas, y si no las

tienen, calcen con un pedacito de madera, no con piedras ni ladrillos. Cuando pasen por

una puerta que encontraron cerrada, ciérrenla; y no, porque ya van a volver a pasar, la

dejen suelta y expuesta a que se golpee y se rompan los vidrios o la puerta. Cierren las

puertas despacio, con la mayor suavidad; no destruyan las puertas y las murallas con los

golpes y no falten al silencio con tanto ruido.

Al cortar el pan, no lo hagan sobre el mantel porque pueden romperlo.

Cuando dejen de escribir, sequen la pluma y tapen el tintero, y no lo dejen ni por

un momento destapado porque pueden olvidarse, y la tinta se seca y faltan a la santa

pobreza.

Acuérdense siempre que somos pobres, y el pobre cuida lo que tiene porque no

tiene más; y si ustedes ahora tienen y no cuidan las cosas, puede Dios castigarlas con

quitarles lo que tienen.

En el silencio fue estrictísima, no sólo para guardarlo ella, hablando siempre

como prescribe la Regla, lo necesario y en voz baja, sino para inculcarlo y exigirlo.

“Jamás permitía, escribe una Hermana, que el silencio se interrumpiese; y ni a las

sirvientas les era permitido hablar alto en lugares donde se perturbase el silencio; y no

sólo se había de guardar en el hablar sino evitando todo ruido; si alguien había de

martillar o golpear algún objeto, debía ir a la quinta para evitar el ruido. Si oía golpes de

puertas o ventanas nos apercibía y enseñaba que cuando ofreciesen dificultad se buscase

la causa que ordinariamente sería falta de aceite en los pasadores o goznes. A este

propósito contaba que unas religiosas tenían unas tiras de paño en las cerraduras para no

hacer ruido”.

En los principios del Instituto se tocaba una campana a las diez de la noche, lo

que se llamaba tocar a silencio. El Padre Bustamante dijo que para nosotras todas las

horas eran de estricto silencio, y que ese toque era usado en comunidades que tenían

silencio medio y silencio estricto. La campana se dejó de tocar, pero la Fundadora

exigió siempre que a esa hora se guardase riguroso silencio, y que no se dejase asunto

alguno para esa hora ni aun con las Superioras. Que las jarras de agua no se habían de

proveer en esa hora etc. y ni podíamos entrar al refectorio a tomar agua por evitar el

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ruido de puertas; y que un cuarto de hora después de la última distribución todas las

luces estuviesen apagadas, y nadie se quedase en pie. Todo asunto con la enfermera y

toda curación se había de hacer antes; salvo caso imprevisto y urgente de enfermedad.

Al acostarse exigía el mismo silencio para no molestarse unas a otras.

Nada se escapaba a su mirada y todo era objeto de sus maternales enseñanzas:

“Hoy he estado mirando mi crucifijo y considerando como lo debemos tener

bien limpio, brillante; es la imagen del esposo!... ¡He visto los de algunas manchados!

Madre Vicerrectora recorra usted los aposentos y vea si todas tienen esa joya bien

limpia, bien bruñida, brillante!”

Interminables nos haríamos con estos ejemplos de su celo por la observancia

regular; allí está su libro de “Costumbres”, expresión de su voluntad.

Llamó un día a la Hermana a quien había encargado llevase un apunte de sus

disposiciones sobre el manejo de la casa, para escribirlas en dicho libro: “Me han

avisado, le dijo que han visto escudos viejos rodando por los cajones en los depósitos de

muebles, escriba en las “Costumbres” que el escudo cuando esté viejo se ha de

presentar a la Madre Vicerrectora y que ella vea si no está en estado de usarlo para que

se queme. ¡La imagen de nuestro Amo rodando por los cajones! ¡Qué descuido!”

Esto bien pudo suceder sin un descuido culpable en el traslado de las Hermanas

de una casa a otra, o por un olvido etc.; mas ella quiso por este medio que no se

repitiese el caso.

“Era grande, escribe la Hermana María Angelina Marchand, el deseo que tenía

de nuestra observancia regular: y para esto me dio una libretita que llevase en el

bolsillo, y apuntase cualquiera disposición u orden que se nos diese, con el fin de

pasarlo al libro de las Costumbres, después de haber ella pasado vista por los apuntes”.

Otra Hermana dice: “No podía ver que deshiciésemos el pan, y decía que

dejando los pedazos útiles servirían para los pobres; y lo contrario era crueldad con

ellos, pues les quitábamos el pan que les podía servir para matar el hambre”.

“Viéndome limpiar el candelero, dice otra, y que sólo hacía en la parte visible,

me enseñó que lo debía asear también en el asiento”. La misma escribe: “Más de una

vez me reprendió porque llevaba los brazos sueltos”. Siempre recomendaba la suavidad

para caminar, y muy especialmente en el coro por la interrupción que el ruido causa.

Reprendió severamente a una Hermana que se levantó de la mesa (era día de

recreo) a conversar con las de las otras mesas después de haber ella acabado de comer.

Le dijo que no quisiera introducir abusos; y a la misma corrigió porque durante el recreo

de mediodía iba por los claustros entonando un canto que entonces estudiaba.

Se encontró en la Ermita un cuaderno de prácticas piadosas en que se variaba el

régimen dado por el Padre David Luque para el día de retiro. La Madre preguntó quién

era la autora: “Temo, dijo, que apenas cierre los ojos ya van a comenzar a cambiar las

cosas”. Se supo que era una novicia la que había escrito el cuaderno113

.

Cuando reprendía mostraba firmeza, pero jamás hería ni rebajaba la dignidad

personal; siempre enérgica, pero fina y delicada sin ultrapasar jamás los límites de la

cultura en sus palabras, menos los de la caridad.

Una de las primeras Hermanas escribe: “La primera falta que cometí y también

la primera enseñanza y corrección que recibí de nuestra Madre Fundadora, a los pocos

113

El cuadro horario que rige en la Ermita del Buen Pastor es de puño y letra del Padre David Luque, así

como los libros (excepto el de la Pasión por el Padre Luis de La Palma) que después de su muerte se puso

en sustitución de la Madre María de Jesús de Agreda.

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días de mi entrada114

fue la siguiente: Propio de mis pocos años, de mi falta de espíritu y

formación religiosa, era el creer que al otro día de haber franqueado los umbrales del

claustro, ya estaba desprendida de mi familia; y tentada me hallaba de decir con San

Pablo: ¿Quien me separará de la caridad de Cristo?115

Un día de visitas dije (no tan

bajito que no lo oyera la señora Rectora) ¿Qué horas se irán estas visitas? ¡Ojalá se

fueran pronto!

-Venga acá, me dijo, ¿por qué falta al silencio? y, ¿por qué manifiesta deseos de que se

vayan las visitas? Esto está muy mal, Hermana mía; esas personas tienen gusto en estar

con ustedes; ¿por qué hemos de querer que se vayan antes de la hora prefijada?

Quedé bien enseñada y comprendí que mi heroica virtud no llegaba a tanto que

pudiese ocultar mis impresiones sin manifestarlas con perjuicio del silencio”.

Otra Hermana refiere que siendo recién profesa la mandaron a dar clase. Se le

ofreció una duda y consultó a la Madre Vicerrectora, porque la Madre estaba en la

sala116

. Aquélla no se atrevió a resolver el caso de la Hermana, así que ésta hubo de

esperar a que la Madre Fundadora saliese de la sala. Al consultarle le dijo porqué no

había acudido a la Madre Vicerrectora? Informada de lo que, había ocurrido, llamó a la

Vicerrectora y en presencia de la Hermana la mandó que resolviese el caso; y le dijo que

si lo hacía bien, aprendería a gobernar, y si mal, ella le enseñaría lo que debía hacer en

tales casos.

Para demostrar más aún la actividad de su celo por la observancia y el deseo que

la animaba de ver crecer a sus hijas en las sólidas virtudes, quitando todo aquello que

pudiera ser obstáculo a la realización de sus aspiraciones, citamos una carta suya escrita

no para corregir grandes abusos ni grandes faltas, que, por la misericordia de Dios no

las hubo ni en esa casa a donde escribe ni en las otras. Parece que no había más que

algunos descontentos, algunas miserias humanas, no entenderse tan bien algunas

súbditas con la Superiora… mas para ella estos principios podrían traer graves

consecuencias si con tiempo no ponía remedio.

La carta a que nos referimos, y que para nadie debe ser motivo de desaliento

menos de escándalo, antes debe servir para ponerse en guardia, copiamos con permiso

de la Hermana a quien se dirigió117

, dice así:

Madre Vicerrectora N. N.

Esclava del Corazón de Jesús.

Mi muy querida hija en nuestro Señor:

Recibí su apreciable cartita con el gusto de siempre, aunque su contenido no era

agradable. Verdaderamente que Nuestro Padre ha sufrido en la visita a aquella casa, la

única que está en desacuerdo y desunión. ¡Qué fatalidad!... No me parece razón la

pesadez del gobierno de la Madre, porque si hubiera virtud y observancia, todo se

convertiría en bien, aprovechándose de este incidente para santificarse y adelantar en

virtud; como que se ha venido a la Congregación con el fin de ser santas; y si se

desprecian los medios y las oportunidades que Dios nuestro Señor nos presenta

¿cuándo llegaremos a serlo?

114

No estaba aún instalado el Noviciado. 115

Romanos 8, 35. 116

La Madre Fundadora desempeñaba en este tiempo el gobierno mediato de la Casa, pues no había

Rectora. 117

Esta carta no se encuentra en el archivo de “Cartas y Escritos de los Fundadores” (AGE.).

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Nunca creí que está en eso la falta de virtud de las Hermanas sino en ellas

mismas que quieren ser santas sin sufrir y sin que nada les mortifique: ¡Esto sí que

sería camino raro!...

...¡Qué terrible es para las que tenemos tanto interés en que se adelante en

virtud, y se cumpla con los fines del Instituto, que es la santificación propia y la de las

almas; pero perdiendo el tiempo en desuniones!... ¡y se llegará así al fin de la vida con

las manos vacías a dar cuenta de nuestros extravíos!

Yo esperaba que usted trabajase por hacer entrar en camino a las descarriadas.

Mucho deseo ir por allí, pero la enfermedad de Nuestro Padre me lo prohíbe; si

él se mejora, creo pronto lo haré.

Sin duda que las Hermanas esperan que les pongan una Superiora muy buena y

prudente, que en nada las contraríe ni mortifique, para ser santas ¡qué ridiculez de

espíritus se ven a veces a causa de la poca virtud!...

Dígales a esas Hermanas que trabajen por ser lo que Dios nuestro Señor quiere

que sean y a lo que ellas se han obligado por medio de sus votos; y que no esperen ser

santas cuando no tengan que sufrir... En fin, Dios nuestro Señor ponga remedio a tan

grandes males.

El Sagrado Corazón de Jesús la haga santa, son los deseos de su pobre Madre

en el Señor.

Catalina de María

Esclava del Corazón de Jesús

En una ocasión en que supo que las Hermanas en la Casa de Ejercicios (la casa

de la ciudad, calle 9 de Julio) se habían allegado a los balcones altos para ver pasar una

procesión, lo reprobó altamente y con términos muy enérgicos: “¡Cómo es esto! ¡Las

Hermanas en los balcones mirando a la calle! ¡Que no se repita el caso, dijo, porque he

de dar una severa penitencia!”

Debe advertirse que no estaban las ventanas abiertas y que sólo habían mirado

por las rozaduras de los vidrios que estaban ahumados, y de ninguna manera podían ser

vistas.

Caso análogo sucedió en Mendoza estando hospedadas en las monjas Hijas de

María (de la Buena Enseñanza). Éstas invitaron a las Hermanas a subir a un mirador que

en el interior de la casa había; las Hermanas subieron y miraron y conocieron así la

ciudad (sin ser vistas). Una de ellas lo contó a la Madre, quien lo tuvo muy a mal, y dijo

que las Esclavas debían guardar la clausura de la vista.

Encargaba mucho que al abrir o cerrar ventanas que diesen a la calle, no sólo no

habían de mirar para fuera, sino que habían de evitar cuidadosamente el hacerse

visibles. Bien se ve que estos no eran ni escrúpulos ni exageraciones, como pudiera

parecer: el mirar a la ciudad, a la calle, la procesión, etc., no revela mortificación en la

que lo hiciera; y el dejarse ver una Hermana en un mirador o ventana, cuán impropio

sería.

Reprendió severamente a una portera por haber estado un buen rato con la puerta

abierta en conversación con una niña que siempre venía a la puerta. Le eran muy poco

simpáticas esta clase de visitas que hacían perder el tiempo a las Porteras, que por otra

parte debían ser visitadas como todas en lugar y hora señalados.

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Al oírla reprender, sobre todo al tratarse de ciertos puntos de disciplina en que

temía se introdujesen algunos abusos, dice una de las Hermanas, nos parecía estar en el

Sinaí, entre truenos y relámpagos; más luego, casi en el mismo momento, nos

hallábamos en la llanura, tranquilas, familiares con ella, y ella con nosotras, llena de

amabilidad y cariño; y quedábamos bien persuadidas de que no reprendía llevada de

pasión, sino compelida del deber que pesaba sobre ella.

“He oído a las Hermanas, dice la Hermana Berrotarán, que al corregir se

mostraba severa; pero inmediatamente de pasar la corrección, se mostraba madre

amorosa”.

La Madre María Fidela Vázquez refiere que siendo ella Vicerrectora en la Casa

Madre, recibió una orden de la Madre Fundadora: alguien de la casa intervino o la

aconsejó mal, y sin darse cuenta, hizo distinto de la orden recibida. Lo supo la Madre, y

como no dejaba pasar nada, la llamó a cuentas “¿Qué es esto, le dijo, y cómo ha

cambiado usted mi disposición?” La culpable se humilló y le confesó su error,

añadiendo que, aunque era así, ella esperaba que le había de servir siéndole útil con su

trabajo.

“¡Ah! sí, sí! repuso la Madre; no lo dudo; así lo espero” y cambiando

completamente la escena, continuó llena de amabilidad y dulzura.

Un día Domingo, las Hermanas de una de las casas de fundación en donde hacía

la visita la Madre, pidieron a ésta les permitiese no asistir a la doctrina y despachar las

niñas para estar en el recreo con ella. Justa parecía la demanda, más la celosa

Fundadora, toda conmovida, les dijo: “¡Las almas piden pan, y no hay quien se los dé!,

¿y por estar conmigo se les negará? No, mis Hermanas, ¡a enseñar la Doctrina!” De

paso sea dicho que las Hermanas tomaron bien la lección aprendiendo de su Madre a

sacrificar los más legítimos goces, por atender a su deber.

No permitía que las Hermanas anduviesen de una parte a otra ni que estuviesen

paradas en los recreos, y así lo expresó en el libro de “Costumbres”. Un día que la

Madre Vicaria Ignacia de María Castellano (era entonces Maestra de novicias) entró al

recreo en circunstancias en que la Madre Fundadora hablaba a las Hermanas, tal vez por

no interrumpir se paró cerca de la puerta. Luego que la vio dijo: “¿Cómo, la Hermana

Ignacia parada?”

Esto prueba además que en tratándose de observancia y de corregir una falta no

había para ella distinción de personas y que lo mismo corregía lo que no estaba bien en

una Superiora que en la ínfima de las Hermanas.

Recomendaba mucho el recogimiento, y así en una Conferencia dijo que cuando

alguna Hermana fuese mandada a ayudar en la sacristía u otra oficina, luego de terminar

la ocupación se retirase a su aposento, a su ordinario recogimiento.

Llamada a la sala una novicia, se demoró para salir, y tanto se demoró que la

visita cansada de esperar, se marchó a su casa. Luego que lo supo la Madre, la reprendió

diciéndole: “¡Así desacredita usted la casa! Mire, que no se vuelva a repetir porque no le

he de dar la profesión”.

Después en instrucciones generales recomendó mucho el que no se hiciese

esperar a las visitas. También lo prescribió en el libro de “Costumbres de la Casa”.

Reprendió en cierta ocasión en público una falta que se ignoraba su autora. Afeó

tanto la cosa y usó palabras tan graves que todas (refiérelo una Hermana) estábamos

sumamente impresionadas. Dijo que la culpable fuese al día siguiente a su aposento a

declarar que ella era. Mas la aludida tuvo tanta humildad, que allí mismo ante todas dijo

que ella lo había hecho y dio sus explicaciones. “Mucho lo siento, hija mía, dijo la

Madre; y cambiando por completo su aire de severidad, siguió conversando como si tal

cosa hubiera pasado”.

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Una novicia quebró de una vez seis jarras del refectorio; y como se hallase la

pobre muy afligida, discurrió ir a la Madre antes que la comunidad fuese al refectorio.

Ésta se hallaba en el coro, y sólo faltaban 5 minutos para salir; la novicia, bañada en

lágrimas, iba a esperarla a la puerta, pero por no sé qué motivo había salido antes y

estaba en su aposento. Corre a ella, se arroja a sus pies.

-¿Qué hay, Hermana, qué le pasa?, le dice la Madre.

-Nuestra Madre, he quebrado seis jarras del refectorio y vengo a usted antes que nadie

lo sepa.

-¡Ah, hija, las jarras que dio Nuestro Padre para la fundación...! Y los pedazos ¿dónde

están?

-Allí, Nuestra Madre, en la puerta del refectorio.

-Corre y tráelos aquí! La novicia va volando, levanta en el delantal las lozas y las trae a

la Madre. Ésta le dice:

-Déjalas aquí en ese rinconcito, y dirás tu falta en el refectorio. No llores más.

La Hermana salió toda confusa al ver el proceder prudente y caritativo de la

Madre. No en vano había acudido a ella antes que a otro tribunal: era éste el de la

misericordia siempre que veía humillada a la culpable. El no querer quedasen en la

puerta del refectorio las señales del destrozo, fue pura caridad para evitar la confusión

que debía sufrir la novicia.

En casos como estos demostraba el dominio que sobre sí tenía, y cómo era dueña

de sí aún en los momentos en que el deber y el celo por la observancia la obligaban a

tomar actitud tan enérgica.

En otra ocasión dijo a la Hermana Secretaria que escribiese al doctor David

Luque sobre cierto asunto; y al darle la orden, añadió: “Ya lo había yo previsto”. La

Hermana escribió este concepto, y al leer la Madre la tarjeta, le dijo con gravedad: “Es

este modo de escribir a un Superior! Rompa esa tarjeta y escriba otra como se debe”.

La Hermana María Angelina Marchand escribe: “Sabiendo nuestra Madre que

yo me había reído en el refectorio, en el acto de decir la culpa (era novicia) dio una

Conferencia a la comunidad en que manifestó lo mucho que le había desagradado esta

falta de respeto en ese acto. Hizo ver el mal que esto podía ocasionar, sobre todo si se

repetía. Habló con tanta energía sobre el particular, que me eché a llorar allí mismo

pensando que había sido causa de desedificación y que otras podrían seguir mi

ejemplo”. Hasta aquí la citada Hermana.

Reírse, no dominarse en un acto de humillación como era el que se practicaba,

era como para desvirtuar el acto y convertirlo en una vulgaridad: éste fue el sentido en

que se expresó y con razón la Madre Fundadora.

Confirma más lo dicho una Circular dirigida en 1895 a las casas del Instituto, la

cual es digna de figurar en estos Apuntes, dice así:

118

Jhs.

Carta Circular a las Superioras de las Casas de la Congregación.

La Rioja.

Muy amada hija en el Señor:

El día santo de Pascua de Resurrección me dio un fuerte ataque de opresión al

pecho, estando en el coro, el que temí me causara la muerte; y como en estos casos siento

mas vehemente el deseo de la santificación de todas mis hijas, previendo que, quizá

118

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 1166 1895 04 20 a la Madre María

Vicenta Luque, Rectora de La Rioja. (Caja Nº 4).

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pronto las dejaré: he visto en la presencia de Dios la gran necesidad que existe de que las

superioras se ajusten cada día más y más a la observancia de nuestras Reglas, y las

impriman, por decirlo así, en el corazón de sus súbditas por medio de la palabra y muy

principalmente por el ejemplo; pues tendrán que dar al Señor muy estrecha cuenta, como

la daré yo también de no haber cumplido con mi deber exactamente.

Para poder fácilmente llevar a cabo esta importantísima empresa, he considerado

en la presencia de nuestro Amo el Corazón de Jesús que nos servirá de grande ayuda y

estímulo la lectura de ciertos tratados del Padre Alonso Rodríguez119

, pues en este libro

de oro, tenemos la mas preciosa y perfecta explicación de nuestras Reglas, por lo que me

ha parecido proponer a la consideración de ustedes los capítulos siguientes: Parte 1ª -

Tratado 4°, Capítulos 18, 19 y 20 y Parte 2ª - Tratado 2° Capítulos 13 y 14 que se leerán

repitiéndolos por dos o tres veces.

De esta lectura no podrá quedar exceptuada ninguna.

Léase esta Circular en un acto de Comunidad.

Colegio de San Miguel Arcángel.

Córdoba Abril 20 de 1895.

Catalina de María

Esclava del Corazón de Jesús

Provinciala

Son los últimos encargos de una Madre a sus hijas, pues presiente próxima la

partida; y en verdad que sólo un año le faltaba de vida cuando enviaba esta carta a las

casas del Instituto.

Con el celo por la observancia iba junto el deseo del aprovechamiento espiritual

de todas y cada una de sus hijas. Así dispuso que en los recreos después de mediodía se

dedicase un cuarto de hora para tratar sobre algún punto espiritual; y esto con el fin de

cumplir mejor la Regla, que les prescribe entretenerse santamente en los recreos.

Refiere la Hermana Rosa de Santa María Juárez, que recomendaba la Madre con

gran empeño, no se omita la conversación espiritual en los recreos, para que con este

rato espiritual se repare la disipación de espíritu que pudo producir alguna conversación,

no tan prudente, que por inadvertencia pudiera haberse hecho y así reparábamos la falta.

“Aunque poco traté con nuestra Madre Fundadora, escribe la Hermana

Berrotarán, pude notar cuánto la animaba el espíritu de mortificación y de unión con

Dios; y quería fuésemos fieles en corresponder a las inspiraciones de la gracia,

excitándonos a la generosidad con nuestro Señor, y a observar con perfección los santos

votos y hasta las más menudas reglas”.

A una Hermana escribe: “Cumplí con su encargo... pero no olvide en estos casos

la máxima de la Beata Margarita María120

: El Corazón de Jesús quiere serlo todo para el

corazón a quien ama, pero a condición de que sufra por Él”.

119

Alonso Rodríguez, S.J. - “Ejercicios de Perfección y Virtudes cristianas”. Colección de clásicos

católicos. Editorial Poblet. Buenos Aires (Argentina) 10 de Marzo de 1942 – Tomo I pág. 279 – 286 y

Tomo II pág. 173 – 178. 120

Santa Margarita María de Alacoque (1647 – 1690). Declarada Venerable por el Papa León XII el 30

/03 /1824. Beatificada por Pío IX el 18 /09 /1864. Canonizada por Benedicto XV el 13 /05 /1920. Por este

motivo la nomina “Beata”.

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Su más ardiente deseo era el que sus hijas adquiriesen virtudes sólidas: y así

prevenirlas contra ciertos defectillos en que no pocas veces incurren las personas dadas

a la piedad, especialmente cuando ésta no se entiende bien. Uno de estos puntos era el

modo de confesarse: “No vayan con historias al confesionario; confiésense con claridad

y brevedad”. “Cuánto me cuesta -escribe a una que por su debilidad de cabeza, decía

tener necesidad de que la ayudase el confesor- cuánto me cuesta el que usted se haga

examinar tanto, y se esté horas en el confesionario, perdiendo el tiempo y haciéndose

notar aún de la gente de fuera”. En este punto, si alguna vez hubo algún defecto,

consiguió completa reforma.

A propósito de esto, escribe a una Superiora:

121

Jhs.

Córdoba Setiembre 28 del 93.

Madre Rectora María Agustina.

San Juan.

Mi hija queridísima:

Ayer tuve el gusto de recibir la suya del 22, aunque su lectura no ha dejado de

amargarme viendo lo que tienen que sufrir y usted sobre todo con la contradicción del

confesor: quiera Nuestro Amo poner remedio a este mal como se lo pido. Entretanto es

necesario que usted cumpla con su deber por más oposición que le hagan y llame al

Padre que usted me indica siempre que lo crea necesario; no haga caso de lo que digan;

esté tranquila, cumpliendo usted con su deber como lo prescribe la Iglesia en lo que toca

al confesor. No puede imaginarse cuanto deseo encontrarme allí para aliviarla; pero

Nuestro Amo no me lo ha permitido; es necesario conformarse. Lo que creo que podría

convenir, es que yo escribiese una carta a las Hermanas para tratar de corregir este

defecto…

Entraron las Hermanas a Ejercicios, y el Reverendo Padre Juan Cherta, Superior

de la Compañía, que era quien los daba, dijo a la comunidad que pidiesen con libertad el

Padre que quisiesen para confesarse. Como entonces eran por lo menos cuatro los

confesores ordinarios, añadidos a éstos los que pidieron las Hermanas, llegaron a ocho o

nueve confesores para unas cuarenta Hermanas aproximadamente122

.

Hay que advertir que en ese tiempo no estaba dada por la Iglesia la puerta franca

para pedir [confesor] extraordinario, y no estaban vigentes las actuales y tan amplias

leyes al respecto, las que siempre la Madre hubiera respetado y cumplido como hija fiel

y sumisa de la santa Madre Iglesia. El caso fue que a ella le pareció esto un abuso que

debía corregir en las Hermanas; y así no dejó de hacer al respecto sus advertencias bien

enérgicas por cierto, pero encaminadas a la formación del espíritu de las Hermanas y de

ninguna manera a restringir o privar lo necesario.

Otro punto que combatía con ahínco era la susceptibilidad: “Santos de nicho,

decía, que hay que tocarlas con guante de seda, y si no... ¡Adiós con la santidad!”

Y sobre este punto ponía en guardia a la Maestra de novicias para que lo

combatiese con tesón, “y no haya que andar con tantas contemplaciones”, decía.

121

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 401 1893 09 28 a la Madre María

Agustina Amuchástegui, Rectora de San Juan. (Caja Nº 3). 122

En el manuscrito original dice: “próximamente” en lugar de “aproximadamente”.

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La Hermana Encarnación del Señor Tissera refiere que recién profesa ella, le

dieron la clase de Historia Patria, en cuyo ramo estaba bien preparada. Luego de dar

algunas clases de este ramo, fue a la Madre y le dijo que si a ella le parecía le diese

todos los otros ramos menos la dicha Historia, porque en la oración, le dijo, va allí

Moreno y Belgrano, y Rivadavia, y todas las fechas, y no me dejan hacer oración. La

Madre le dijo: “Está bien, Hermana, más quiero su espíritu que la maestra de Historia” y

la retiró de la clase. Debe advertirse que fue este un caso excepcional y que en otros

análogos, exhortaría a luchar con las distracciones y no pedir ser eximidas de las clases.

Las Hermanas habían formado una como colección de máximas espirituales,

tomadas de las cartas, pláticas y dichos del Padre David Luque. La Madre quiso que en

los recreos se sacasen por suerte dichas máximas. Decía también que era bueno se

comunicasen en los recreos las luces con que nuestro Señor las favorecía, para alentarse

así unas a otras y animarse a la virtud.

CAPÍTULO II

Su espíritu de piedad y oración - El pajarito - El agua bendita - Con el santo Ángel

de la Guarda - La noche de Navidad - La visita del Fundador - Los apuntes - Modo

con que oraba.

Poco ora el que solamente ora cuando se halla en el templo o se prosterna ante

los altares: el alma unida a Dios ora siempre; porque, si la oración es una elevación del

alma a Dios, quien está a Él unido por el espíritu de fe, ora siempre, pues en todo ve a

Dios.

La Madre Catalina se hallaba animada de este espíritu y vivía esta vida de fe: en

todo veía a Dios nuestro Señor, su mano que le enviaba el consuelo y la misma que la

visitaba en la tribulación. A Dios atribuía el buen éxito en sus empresas, y de Dios

recibía lo contrario y adverso. “¡Bendito sea Dios!”123

era su expresión favorita. Al

saber la noticia de la muerte de su querida hermana Estaurofila, dijo: “Se acabó la

familia”124

. “¡Dios sea bendito!” y quedó por un momento callada y meditabunda.

Luego siguió recreándose con las Hermanas, como si nada le pasara125

.

Todo lo atribuía a Dios, acatando sumisa ya su voluntad como sus permisiones.

Todas las cosas la llevaban a Dios y le servían de libro para contemplar su grandeza y

divinos atributos. Todo lo espiritualizaba y era para ella punto de meditación: el agua,

las flores, las aves, el estrellado cielo... todo el armonioso y magnífico conjunto de la

naturaleza. Al presentarle el agua fresca, sacada de un aljibe, decía: “¡Ah! agua

llovida!... ¡agua del cielo! ¡qué rica, qué rica es, y qué bueno Dios que nos la envía!”

Todas las noches, al acostarse, permanecía un rato con el crucifijo en las manos,

estrechándolo contra el corazón. Algunas deseaban saber qué devoción practicaba en

esos momentos, o qué rezaba. Una vez dijo que pedía a nuestro Amo126

la guardase en

la llaga de su costado y la tuviese allí encerradita.

En el coro durante la oración no quería que nadie se moviese ni a tomar el libro

de la meditación, y procuraba que la Hermana que daba los puntos permaneciese en un

lugar desde el principio hasta el fin. Inculcaba que debía haber tal silencio y

123

Efesios 1, 3. Salmo 66, 20. 124

Era la última de las tres hermanas que moría; falleció el 18 /10 /1895. 125

Estaba en recreo de comunidad. 126

El Sagrado Corazón de Jesús.

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recogimiento que ni el vuelo de una mosca se oyese durante la oración, a la que

llamaba: “La llave del cofre de los tesoros de Dios”.

A la muerte del doctor David Luque, escribe a una Superiora: “Dios nos lo dio,

Dios nos lo ha quitado. ¡Bendita sea su santa voluntad!”127

En sus últimos años, cuando por su falta de salud ya no podía ir al coro, hacía la

meditación de la mañana en su aposento. Un día dijo a la Hermana que la atendía: “Esta

mañana ha estado un pajarito a la puerta, en ese rosal, cantando las alabanzas de su

Creador”; y ponderaba cómo el pajarito le alababa y le enseñaba a ella a hacer lo

mismo. Otro día dijo: “¿Saben que ha vuelto el pajarito? ¡Que cantar tan hermoso,

alabando a su Dios!”

¿Fue un pajarito? Así lo decía ella; más esto dio lugar a pensar que fue algo más

que un pajarito, por las dulces y santas impresiones que dejó en su alma. ¿No sería de la

familia de aquel otro pajarito de quien refieren las historias, que cantó a aquel monje

durante cientos de años, sin apercibirse éste más que de algunas horas? Dios lo sabe;

pero dio lugar a sospecharlo.

En cierta ocasión, estando enferma, le presentaron el agua bendita: “¡Ah, si, el

agua bendita, dijo, mi devoción predilecta!”; y, con qué devoción la usaba!

La Hermana María Angelina Marchand escribe: “En abril de 1886 partimos para

la fundación de Santiago del Estero128

acompañadas por Nuestra Madre. En el momento

de ponerse el tren en movimiento, hizo la señal de la Cruz y rezó el Magníficat”.

Llamó a una Hermana recién profesa, y le dijo: “La voy a mandar a la casa de

Ejercicios, con el encargo de desempeñar los cantos; me han dicho que tiene buena voz:

¿a ver?” Entonó ella una saeta de las que se cantan en los Ejercicios, para darle el tono.

La Hermana cantó en su presencia. Entonces le dijo la Madre: “Mire, Hermana, que con

el canto se pueden ganar muchas almas para Dios. Hágalo siempre con espíritu”.

La Hermana confiesa que hasta el presente, cada vez que canta, se le renuevan

las gratas impresiones que tuvo al recibir esta lección de la Madre Fundadora. “Esto me

sirve y me ha servido mucho para mi espíritu”, dice ella129

.

La Hermana Rosa de la Cruz Castellano nos da idéntico dato, refiriendo que la

Madre reunía a las novicias que iban a servir los Ejercicios y les decía que al cantar, lo

hiciesen con espíritu, y que el canto era uno de los medios [de] ganar las almas para

nuestro Señor.

Cuando hubo de hacerse la fundación en Villa del Tránsito (hoy Villa Cura

Brochero) reunió a las Hermanas designadas para dicha casa y les dio instrucciones

sobre el modo de conducirse en el servicio de los santos Ejercicios. Insistió sobre todo

en el porte exterior no sólo en los puntos que marcan las Constituciones, sino también

en ciertos detalles conducentes al mayor aprovechamiento espiritual de las ejercitantes:

“No sólo han de evitar, decía, el reír, el hablar una con otra delante de las ejercitantes (y

menos lo harán con ellas mismas) sino que deben presentar un semblante grave y

compungido, que eso solo las mueva a compungirse ellas mismas”.

Recomendaba ser muy atentas con las ejercitantes, pero evitar el hablarlas y si

ellas las hablasen, responderles lo necesario, y no seguir conversación.

Para esto recomendaba que hiciesen el arreglo de los aposentos y los proveyesen

de lo necesario en horas que las ejercitantes estuviesen en distribución, y no cuando

estuviesen en las piezas, para no exponerse a que las hablasen o a hablar ellas mismas.

127

Job 1, 21. AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 288 1892 08 11. (Caja Nº

2). 128

Primera fundación fuera de la Provincia de Córdoba. 129

Hermana Josefa de las Mercedes Barros.

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La misma Hermana Josefa de las Mercedes Barros refiere que le dijo la Madre

no tuviese pena por no haber traído dote al Instituto; que a éste más le convienen sujetos

de verdadero espíritu, que los que careciendo de él traen dote.

Una de las primeras Madres del Instituto130

refiere que siendo ella joven profesa,

tuvo en cierta ocasión necesidad de hablar con la Madre Fundadora. Vino en efecto a su

puerta y oyó que hablaba con otra persona, y creyendo era con alguna de las Hermanas,

se determinó a esperar. El tiempo pasaba, y la interlocutora de la Madre no salía; por lo

cual hizo solicitar audiencia por medio de la Hermana Enfermera que penetró en el

aposento a prestarle algún servicio a la Superiora. Con el mayor gusto, dijo que entrase

la Hermana. Al penetrar ésta como no viese persona alguna, le dijo que la había creído

ocupada con otra, y por eso no había entrado antes. “¡Ah! exclamó entonces la Madre,

son tantos los beneficios que debemos al santo Ángel de la Guarda!” Estas palabras, y el

estar su rostro encendido y con muestras de algo sobrenatural, hicieron creer a la

Hermana que la persona con quien había tenido tan larga comunicación, no había sido

otra que el santo Ángel Custodio.

Entre las festividades de la Iglesia eran especialísimas para ella Navidad, la

Circuncisión y Santos Reyes: colocada ante el Pesebre, quedaba como enajenada; “y

nosotras, dice una de las contemporáneas, la contemplábamos en una actitud en que se

traslucía algo de sobrenatural, algo que no era de la tierra y sí, un destello de lo del

cielo”. Hay quien afirma que no podía dejar de estarla mirando en esos preciosos

momentos en que estaba toda enajenada en Dios131

. “¡Dios Niño y por nosotros!”, se le

oía exclamar a menudo.

Una noche de Navidad pidió el Niño Dios en los momentos en que iba a ser

colocado en el pesebre, y entrando en dulces y tiernos coloquios con Él, quedóse en

actitud extática; el tiempo pasaba, y había que colocar el Niño antes de abrir la Capilla

al público para la misa de medianoche. Las Hermanas se acercaban a pedirle el Niño,

pero nadie se atrevía a despertarla de su dulce sueño; ella parecía no darse cuenta de lo

que pasaba en torno suyo ni de lo avanzada de la hora, no estaba en este mundo, no era

de la tierra, antes parecía gozar en esos momentos de lo que un día llenaría su corazón

en la Patria feliz.

No hay que decir que las Hermanas hubieron de resignarse a esperar, pues creían

oír el pedido del Esposo en el divino Cantar, cuando conjura a las hijas de Jerusalén que

no despierten a mi amada hasta que ella quiera132

, hasta que se haya saciado con los

besos y caricias de su amado Jesús.

Una Hermana133

refiere que después de la muerte del doctor David Luque,

hallábase ella afligida en su espíritu. La Superiora de la Casa de Ejercicios, en donde se

encontraba la Hermana, lo comunicó a la Madre Fundadora. Ésta, que tenía verdadero

corazón de madre y no podía ver sufrir a sus hijas sin procurar aliviarlas, hizo llamar a

la Hermana y le preguntó qué la afligía. La Hermana empezó a manifestarle su pena,

pero la Madre no le prestaba atención, y callaba sin darse cuenta, al parecer, del asunto.

La Hermana al ver esto y el semblante de la Madre todo demudado, se asustó;

mas la Madre, volviendo de su estado de abstracción, le dijo: “Va a creer, Hermana, que

todos los días viene Nuestro Padre a hacerme la visita?” Dijo esto, y pidió le hiciese de

130

Madre Tránsito de San Luis Torres Castellano. 131

Testimonio de la Hermana Victoria de María Ríos, Superiora General del Instituto desde el 14 /08

/1908 hasta el 14 /08 /1914. 132

Cantar de los Cantares 2, 7 ; 3, 5. 133

Hermana Catalina Rosa Castellano.

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nuevo la manifestación de su necesidad, pues antes no se había dado cuenta de nada. La

oyó, la consoló y dejó tranquila.

En 1878 el nombre de las Esclavas y su benéfica labor, eran conocidos en toda la

República; y desde Salta, la señora Benigna Saravia de Gigena se dirigía al doctor

Luque ofreciéndole una casa de su propiedad para instalar un colegio. Dicha señora vino

a Córdoba y entabló relaciones con el doctor David Luque y el Padre José María

Bustamante, a quienes presentó el plano de la casa ofrecida, que, dicho sea de paso,

hacía poco favor a la solicitud. Conoció también a la Madre Catalina y visitó el interior

de la casa, manifestando serle todo muy simpático y conforme a lo que ella deseaba.

Entre las Hermanas había gran entusiasmo por la fundación; y fueron designadas

para ella las Hermanas Carmen de la Cruz Cabanillas, Isabel de San José Pereira, María

Ignacia Vocos, María de los Ángeles Comte, Rita de los Dolores Fernández y Tránsito

de María Ludueña. El Padre Bustamante les daba conferencia explicando las Reglas, e

instruía a las viajeras.

Solamente la Madre Fundadora se hallaba cavilosa y mortificada con esta

fundación; sentía gran repugnancia al tratar de ella, y no podía explicarse la causa de su

contrariedad. Inclinaba la cabeza ante lo aceptado y dispuesto por el doctor Luque, pero

le quedaba el vacío interior, ese como presentimiento de lo que ocurrió después. Vino la

señora Saravia a arreglar los últimos detalles de la proyectada fundación; y mientras se

entendía con el doctor Luque y el Padre Bustamante, la Madre Catalina fue a su único

recurso, la oración; y haciendo los Quince Minutos ante Jesús Sacramentado, pedía a

Dios hiciese conocer su voluntad. De la entrevista resultó todo arreglado; y la Madre

sumisa y resignada, activaba los preparativos de la fundación.

La señora partió para Buenos Aires; y poco después se supo que pasaba llevando

a Salta las Hermanas Sacramentarias que había conocido en la Capital. Un año después

dichas Hermanas, tenían que abandonar la fundación, no sin haber pasado grandes

dificultades y sin poderse arreglar con la señora. La Madre Fundadora se felicitó de que

este fracaso no hubiera pasado a sus hijas las Esclavas.

En cierta ocasión, después del sepelio de una Hermana, la Madre tuvo que salir a

la sala; y como ante las personas que allí estaban se mostrase más alegre que triste, ella

misma dándose cuenta, dijo después a las Hermanas: “¡Qué habrá dicho la gente al

verme alegre en estas circunstancias! pero no lo puedo disimular: en la muerte de cada

Hermana me parece que se estrechan más nuestras relaciones con el cielo; y éste es el

motivo que me hace sentir alegría”.

Vivía con el cuerpo en la tierra; pero su corazón y su espíritu siempre aspirando

al cielo.

¡Aspira a lo celeste,

Que siempre dura!

Fiel y rico en promesas,

Dios no se muda134

.

Había cantado la Seráfica Teresa de Jesús, de quien era muy devota la Madre

Catalina, a quien invocaba siempre, y a quien en los años de sus mayores pruebas había

tenido, juntamente con San Juan de la Cruz135

, por Protectores de año, como lo apunta

ella en sus “Memorias”.

134

Santa Teresa de Ávila (1515 – 1582). Poesía “Nada te turbe” 5ª estrofa. 135

San Juan de la Cruz (1542 – 1591).

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Por no anticipar los sucesos, dejamos para otro lugar otros casos en que se

dieron demostraciones del espíritu de oración y de unión con Dios de que se hallaba

animada la Madre Catalina.

Su humildad nos ha privado de conocer muchas de estas sobrenaturales

comunicaciones; pues debió quemar por sí misma algunos papeles en que por mandato

de sus directores las había escrito. A su muerte se buscaron en vano dichos apuntes, que

una de las primeras Hermanas supo de ella misma que los tenía; y esta manifestación la

había hecho consultando a la misma Hermana sobre conservar o no, unos apuntes

relativos a ella, escritos por obediencia. Perdiéronse sensiblemente sus papeles; más

toda su vida, todos sus actos, sus conversaciones y enseñanzas, estaban impregnados de

un aroma de piedad que revelaba su unión con Dios, y como sólo aspiraba al cielo,

viviendo en la tierra. A menudo hacía suya la exclamación de su protector San Ignacio

de Loyola: ¡Qué despreciables me parecen las cosas de la tierra, cuando contemplo el

cielo! y esta máxima evangélica: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo

lo demás se os dará por añadidura136

.

Resta solo una palabra sobre el modo cómo oraba; sobre su actitud humilde,

reverente, y sobre manera recogida cuando hablaba con Dios; sobre el fervor con que

enviaba al cielo la plegaria suplicante, y la reverencia con que tomaba en sus labios la

palabra de alabanza a Dios nuestro Señor o la devota invocación a la Santísima Virgen o

a los Santos.

Los afectos de su alma se expresaban bien en la recitación de las divinas

alabanzas, que iban acompañadas de la voz clara y sonora y de una unción que movía al

fervor. “Han de rezar en voz alta, decía, y como quien alaba a Dios, como que la

alabanza nace del corazón; y así unas a otras se moverán a devoción”.

Quien la haya oído, allá en los primeros años del Instituto, cuando leía los

puntos de meditación a las ejercitantes, diga si no se sentía con nuevo recogimiento

cuando oía a la Madre Catalina: “¡Pongámonos en la presencia de Dios… por tanto,

adoremos a Dios!” y cuando con el mismo fervor rezaba el Ánima Christi.

Este espíritu de piedad y su celo por la salvación de las almas, debían causar

enojo a satanás, quien, cuando más no puede, cuando no le es dado impedir el bien, trata

de tomar venganza de los siervos de Dios que le arrebatan las almas. Esto parece debió

ser lo que ocurrió en la Casa de Ejercicios, que, según relación de Hermanas que lo

presenciaron137

, ocurrió de esta manera:

Estando la Madre Fundadora en la Casa de Ejercicios en actual servicio de ellos,

a las 5 ½ de la mañana se dirigía a la Capilla para empezar la primera distribución de los

Ejercicios; no pudo llegar la primera, como lo pretendía porque al pasar por un zaguán,

se vio rodeada por un grupo de ejercitantes, y de entre ellas, una de muy alta estatura y

fornida, que se destacaba entre las demás; al verla levantando la voz, dijo: “¡Ésta es la

que yo buscaba!” y al mismo tiempo empezó a darle por la cabeza con la alfombra

doblada, diciéndole palabras hirientes. La Madre inclinó la cabeza y llamó a la Hermana

María del Tránsito Gutiérrez, que iba tras ella, la que procuró defenderla, y la muchacha

Juana Santillán (la negra que llamaban) que iba tras ella, tomó a la mujer por la cintura

y la desvió. La Madre, con la Hermana, continuó su marcha a la Capilla, y tomó su

puesto para empezar la meditación, como si tal cosa [no] hubiera pasado.

La mujer se perdió o desapareció entre el grupo; y después no se vio mujer

alguna en la casa, de esa altura y fisonomía.

136

Evangelio San Mateo 6, 33. 137

Una de ellas fue la Hermana María del Tránsito Gutiérrez.

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Si no hubo alguna ilusión en las que presenciaron el caso y que con el susto

hubiesen visto una mujer gigantesca, debió ser el enemigo en forma de tal, o alguna

verdadera mujer de quien él se sirvió para desahogar su rabia contra la Madre.

CAPÍTULO III

Su exterior - Su atractivo - La Postulante - Curación de una posesa - Recato en el

hablar - Cultura y Urbanidad - Opinión de santidad en que era tenida.

Aunque Dios se ha reservado el juzgar del interior; y el juicio humano a menudo

yerra en la apreciación de las manifestaciones exteriores, tomándolas por actos de la

voluntad; y la caridad con el prójimo nos prohibe el juzgarle desfavorablemente solo

por lo que aparece fuera; con todo, no podemos negar que el exterior es casi siempre

reflejo del alma; que la palabra en nuestros labios expresión es de lo que tenemos en el

corazón: siendo los actos externos el eco de lo que pasa dentro de nosotros, de lo que

nos afecta, de lo que amamos o aborrecemos, pues el alma se manifiesta por los sentidos

y por las operaciones externas.

En el exterior de la Madre Catalina, su fisonomía, como sus actos, revelaban un

alma noble, de sentimientos elevados, capaz por su inteligencia clara y despejada, por su

carácter vivo y corazón generoso, de concebir y llevar a cabo grandes empresas.

“Los rasgos salientes de Catalina de María, dice Casabal, fueron la caridad, la

dulzura y la humildad. Su obra, continúa, fue de audacia suma, aunque santa, propia de

un carácter resuelto y firme, y digno sólo de un alma ardiente y abnegada”138

.

Parece que Dios nuestro Señor al formar la personalidad de la Madre Catalina

guardó un orden distinto del que muchas veces observamos en la naturaleza, pues reunió

en ella cualidades tanto físicas como morales, que de ordinario no se hallan juntas en un

mismo sujeto.

No siempre las flores que exhalan más exquisita fragancia son a la vista las más

hermosas; otras hay que, de bellísima forma carecen de perfume o de hermosos colores:

no sucedió así en nuestro caso, antes el exterior de la Madre Catalina se presentaba

modesto y grave a un mismo tiempo; su carácter firme y resuelto, a la vez que humilde,

suave y sencillo. Estas y otras bellas cualidades formaban en ella un todo armónico,

simpático, atrayente, respetable y diríamos, hermoso.

En ese todo armónico; como en su fisonomía descubríase lo ilustre de su cuna, lo

noble y grande de su alma; se dejaba sentir la compasión por el que sufre y el celo para

encaminar con prudente energía a quien dejara los límites del deber.

En su rostro se dibujaba nobleza y dignidad; su mirada, suave expresión de la

bondad de su corazón, era pura como de la inocencia personificada en la niñez; su

palabra persuasiva, y en tratándose de reprimir abusos, se revestía de enérgica firmeza,

tornando, luego que la necesidad ya no lo exigía, a su natural dulzura, y recobrando la

calma que aparentemente había perdido para dejar escapar el dardo de la severidad a

que el deber la compeliera.

Esa misma palabra alentaba al cumplimiento del deber; y en cierta ocasión en

que las maestras se quejaban de las alumnas trabajosas, con quienes según ellas, todo

era inútil y trabajo perdido, les dijo: “Trabajen, trabajen, dentro de veinte o veinticinco

años verán el fruto”. ¿Fue esto una profecía? Al menos varias de dichas Profesoras,

dentro del tiempo por ella predicho, tuvieron el consuelo de saber y casi palpar que

138

Manuel E. Río. - Op. cit. Página 30 - 31.

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aquellas chiquillas trabajosas hasta lo insoportable, eran las señoras de tal y tal,

distinguidas damas de esta sociedad; ejemplar de madres cristianas; y por alguna de

ellas, el esposo vino a dar las gracias a las Hermanas porque le habían formado una

esposa modelo de virtud.

De otra dijo un respetable sacerdote que por solo esa señora valía la pena de

haberse establecido el “Colegio de María”, pues era un modelo no sólo en el hogar sino

para toda la sociedad. No pocas de esas insoportables abrazaron más tarde el estado

religioso y fueron modelo de virtud, ya en el Instituto de las Hermanas Esclavas que las

formaron a costa de tantos sacrificios, ya en otros no menos florecientes y beneméritos

institutos.

Ya que tocamos los frutos de bendición que para la sociedad reportaban los

colegios de las Esclavas, séanos permitido apuntar aquí dos anécdotas posteriores a la

época de la Madre Fundadora y que prueban cómo el árbol por ella plantado sigue

produciendo los mismos óptimos frutos.

En uno de los colegios, explicaba la Maestra de Grado Infantil a las pequeñitas

(era en clase de moral) cómo, para alcanzar de nuestro Señor alguna gracia, era medio

eficaz el portarse bien. La lección fue más que escuchada, fue puesta en práctica por una

de aquellas pequeñitas. Al volver de la escuela, ve entrar a su papá todo desconcertado,

triste, y casi maldiciendo en su impío lenguaje el día en que no había vendido nada en

su negocio de vinos; venía con las manos vacías y estaba casi furioso. La chiquilla

recordando la lección de la Hermana, le dice:

-“Mire, papá, yo voy a portarme bien en el colegio para conseguir de Dios le haga

vender vino, así nos lo ha enseñado la Hermana hoy”.

-“¡Veremos!” le responde aquel hombre sin fe y sin confianza en la oración.

Vuelve la niñita al colegio y sin decir nada, toma un aire de gravedad en la clase,

no habla con nadie ni quiere escuchar a quien la provoca a hablar. La Hermana lo nota y

piensa si estará enferma al verla tan quieta y circunspecta, pero no le dice nada. Más

tarde, dice la chiquilla:

-“Hermana, ¿qué no ha notado nada en mí?”

-“Sí, he notado que ha estado usted muy juiciosa, que se ha portado bien en la clase”.

-“Pues sepa que es para que Dios me conceda la gracia de que mi papá venda vino”.

Vuelve a casa, y el papá vuelve de su ordinaria gira por la ciudad; pero ahora

vuelve contento, “Con los bolsillos llenos de dinero”, decía la niña al día siguiente a la

Hermana.

Dios había premiado el sacrificio de la pequeñita, y dado una lección a aquel

hombre descreído. Las lecciones de Moral de la Hermana María del Salvador Ríos

habíanse puesto en práctica.

Otra vez dijo la misma Hermana a sus pequeñas discípulas que no habían de

guardar rencor con nadie, y que para quitar la mala impresión que deja una ofensa

recibida, no había cosa mejor que prestar un servicio a quien nos hubiera dado que

sufrir.

Poco después se vio en el caso de reprender ella misma a Saharita Luque

pequeña que apenas tendría siete años. Por la tarde la encuentra, escoba en mano,

afanada por barrer la clase.

-“¿Qué haces, Saharita?” pregunta la Hermana.

-“Estoy haciendo un bien para que se me quite lo que tengo aquí (en el corazón) por

haberme usted retado hoy”.

Eficaz lección; y como estos podían citarse mil otros casos, que prueban el bien

que deja en los pequeños corazones la semilla de la virtud que en ellos se deposita y los

frutos que la sociedad reporta de la educación cristiana. No así de la enseñanza sin Dios.

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Refiriéndose al libro que con el nombre: “Memorias - Datos para la historia de

la Congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús”, nos dejó escrito la Madre

Catalina, dice Manuel E. Río: “La Madre ha puesto en él de manifiesto no sólo la

bondad y el poder de Dios, como ella se expresa, sino su propia alma toda entera, con

las grandes virtudes que la santificaron: con su fe profunda, su piedad robusta, su

voluntad inquebrantable, su constancia invencible, su caridad ardiente, su humildad

preciosa, su abnegación heroica. Y todo ello, con una modestia sin afectación, con una

naturalidad encantadora; creyendo sinceramente que mostraba «su vileza», según frase

de ella, cuando sin quererlo, coronaba su gloria”139

.

Dijimos en otro lugar que la Madre Catalina tenía un especial atractivo sobre

todo para conquistar vocaciones; ese mismo atractivo se dejaba sentir por cualquiera

persona que la tratase: todos se le aficionaban, a todos era su trato dulce y a la vez

provechoso; y después de un rato con ella, sentíase uno mejor que antes. A quien afligía

una pena cualquiera, encontraba en la Madre Catalina la palabra de aliento, sabiendo

con maestría arrancar la espina que punzaba aquel corazón y haciendo ver con su

espíritu de fe, la mano de Dios en los acontecimientos adversos.

“Desde que la vi por primera vez, escribe la Hermana Encarnación del Señor

Tissera, me ganó todo el cariño, de modo que, con solo verla se me quitaba toda

inquietud o temor que tuviese; y me inspiraba tanta confianza, que me manifestaba a

ella con más franqueza que a mi Maestra”.

Nos contó la Madre María Fidela Vázquez que el día de su ingreso al Instituto

como viniese acompañada de su señora mamá, que era muy anciana, y de sus hermanos

de quienes partíasele el alma al dejarlos; la Madre Fundadora permitió que dichos

acompañantes entrasen a conocer el establecimiento140

quedando ella con la postulante

en la sala. “Como usted va a conocer luego la casa, le dijo, quédese aquí; y si quiere

evitar la despedida de su familia, podemos pasar desde luego al noviciado”. La

postulante dijo que sufriría más con no despedirse. Le dijo entonces la Madre: “Hace

bien; ofrezca entero su sacrificio a Dios nuestro Señor”; y dicho esto, se quedó en

profundo recogimiento. Pasados unos momentos efectúase la despedida sin la impresión

que se temía de ambas partes. La Madre María Fidela Vázquez no dudó que en esos

momentos en que se quedó tan recogida, le había conseguido de Dios esta gracia.

Varias Hermanas fueron testigos de lo que ocurrió en la Casa de Ejercicios con

una mujer que fue acometida de un acceso, no sé si epiléptico, pero con verdaderas

señales de intervenir en ello el maligno espíritu.

El caso fue que estaba furiosa; sus ojos eran centellas de fuego aterradores;

sacaba la lengua negra y desmedidamente larga; daba gritos con que tenía aterradas a las

demás ejercitantes. Todo cuanto se hizo durante varias horas para calmarla, fue inútil;

hasta que presentándose la Madre Catalina y quedando sola con aquella infeliz,

instantáneamente la curó, volviéndole con sola su presencia la tranquilidad perdida.

Nadie supo cómo la Madre logró efectuar el cambio.

“Nuestra Madre Fundadora, dice la Hermana Berrotarán, era sumamente amable

y poseía una exquisita y fina educación. A su espíritu de oración y unión con Dios,

sabía bien hermanar el arte de complacer y atraer a la gente; y quería que en especial las

Hermanas Porteras fuesen muy atentas y amables con las personas que venían a la

portería. Reprendió a una que no le había dado pan a un niñito que viendo el que dejaba

el panadero, lo pidió como criatura y la Portera no le dio porque no tenía licencia”.

139

Manuel E. Río. - Op. cit. Página 6 - 7. 140

En los primeros tiempos permitíase dicha visita.

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100

Las colegialas la amaban tiernamente; en los primeros tiempos del Instituto iba

los Jueves a tener el recreo con las alumnas internas agraciadas; y era de ver cómo estas

chiquillas las rodeaban y se disputaban por estar a su lado.

Como quería complacerlas a todas, hacía que por turno se sentasen junto a ella.

Dirigíales entonces importantes instrucciones, que después de muchos años recordaban

ellas con cariño y manifestaban cuán útiles les habían sido sus enseñanzas.

La Hermana Encarnación del Señor Tissera escribe: “el día de mi entrada al

Instituto, fui por primera vez a casa de las Esclavas; la Madre me recibió con tanta

amabilidad y sencillez que me ganó la voluntad: de modo que durante mi noviciado más

amor y confianza le tenía a ella que a mi Maestra de novicias. Para mí era lo más

agradable que ésta me dijese fuese a pedir algún permiso a Nuestra Madre.

Con mi familia era sumamente amable y deferente, dando permiso a la tía que

había hecho conmigo oficio de madre, para que me visitase y nunca dejaba de salir a

saludarla. Con tanta amabilidad y obsequios la tenía sumamente complacida”.

Cuando visitaba las casas del Instituto, al llegar el día de la partida, no podían ni

las Hermanas, ni las alumnas y sirvientes de la casa, conformarse con verla partir: era

ese día, día de lágrimas en contraposición al de la llegada que era de la mayor alegría y

regocijo no sólo para las personas de la casa, sino para la sociedad de ese pueblo que

demostraba con sinceras manifestaciones cuán grata les era su visita; y en especial las

damas de la alta sociedad que a su llegada acudían a la estación del ferrocarril a

recibirla, disputándose más de una vez por llevarla cada una en su coche. Las mismas

no se contentaban con una o dos visitas sino que habían de hacerle tantas cuantas

pudiesen en los días que estaba la Madre; la cual para hacer sus ejercicios espirituales

había de echar mano del tiempo de descanso, pues habiendo pasado casi todo el día en

la sala, le faltaba éste para los asuntos de su visita a la casa.

El doctor Feliciano Barbosa decía a su hermana Manuela que fuese a conocer a

la Madre Catalina, y la instaba y apremiaba a ello asegurándole que no le pesaría: “Es

de esas personas, le decía, cuyo trato cuesta dejar y tener que retirarse”. La aludida

hermana del doctor Barbosa no es otra que la Madre Margarita María Barbosa,

Superiora del Colegio “Divino Corazón” de Buenos Aires.

Avisaron a la Madre que la Hermana Úrsula141

estaba disgustada porque le

habían cortado o le exigían diese unas flores de su jardín, y no estaba por entonces en

disposición de darlas. Díjole la Madre:

-“¿Por qué mezquinas lo que no es tuyo? Tú no tienes nada.

-¡Ah, sí, repuso ella, es cierto, no tengo nada; pero tengo Madre!” dando con esto a

entender cuánto la amaba; y que para ella era mejor la Madre que todas las cosas que

voluntariamente había dejado.

Su cultura y fina educación fue más de una vez objeto de las conversaciones de

las personas que la trataban. “¡Que Madre tan completa!” decía cierto individuo muy

capaz de valorar lo que afirmaba. “¡Que Madre tan cortesana!” decía otro de alta

representación social; y a todos, por exigentes que fuesen en este punto, llamaba la

atención la delicadeza de su trato, la rectitud de sus juicios y apreciaciones; su sano

criterio, acompañado todo de un exterior culto y elegante, pero sin afectación y con la

mayor naturalidad y sencillez.

141

Úrsula Cáceres, sordomuda, admitida por los Fundadores a vivir en la casa, llevando el Hábito por

devoción. Habiendo quedado sorda a la edad de 5 años, no había aprendido a hablar bien. Aunque de muy

buen espíritu; conservaba las regalías en que se había criado.

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Las primeras alumnas pensionistas recibían con frecuencia la visita de la Madre:

Nosotras, dice la Hermana María Ignacia del Salvador Cuestas, nos sentábamos en torno

de ella, en nuestras pequeñas sillas, y la Madre nos daba importantísimas instrucciones

sobre urbanidad y economía doméstica. Nos eran tan gratas e interesantes sus palabras

que durante su visita no se oía el vuelo de una mosca, tan atentas estábamos; y después

que se retiraba decíamos a una todas: “¡Que Madre tan culta, tan educada!”.

Era al mismo tiempo prudente y recatada en el hablar; y sobre todo casi nunca

hacía mención del estado que antes había tenido, ni nombraba casi al que fue su esposo.

Apercibió de esto a una Hermana que también era viuda, y con alguna frecuencia hacía

alusión al estado que tuvo en el mundo. Díjole la Madre que esto era muy impropio en

una religiosa, y que de esas cosas debía estar completamente olvidada.

Siendo cosa que a tantas almas, aún en los claustros impide la verdadera libertad

de espíritu el apego a confesores y directores espirituales, la Madre Catalina fue en este

punto no solo muy medida y recatada, sino hasta exigente para que no incurriesen sus

hijas en tal defecto. “¡Cuán ridículo es esto, decía, de estarse ocupando del confesor, y

cuánto tiempo hace perder al alma que no debe tener más que a Dios en su corazón!

¡Oh, si supiesen, añadía los grandísimos males que esto trae!”. Prohibió severamente las

conversaciones sobre confesor y asuntos de confesionario; y ya en las Conferencias; ya

en sus instrucciones, en recreo, manifestaba su repugnancia por estas conversaciones

“propias, decía, de las falsas beatas de la calle”. “¡Cuán ridículo es esto de estarse

ocupando del confesor!” repetía.

Manifestaba su voluntad de que ninguna se dejase de confesar porque no estaba

su confesor; sino que deseaba, en caso de necesidad todas estuviesen dispuestas para

confesarse con cualquier confesor. “Ordinariamente, decía, me basta que tenga facultad

de dar la absolución”.

En vacaciones faltó el confesor, y había que pedir un Padre a la Compañía; una

dijo:

-“Sería bueno, Nuestra Madre, que se sorteasen los Padres N. y N. para ver cuál a de

pedir para que nos confiese.

-¡Bueno está, dijo ella, que me ponga a sortear confesores! ¡No faltaba más!”. Calló por

un momento, y luego manifestó cuánto le había desagradado el dicho de la Hermana.

Más que las conversaciones dichas tenía por impropio y muy ajeno de religiosas

el que éstas tomasen parte en asuntos de matrimonios.

En una casa de fundación sucedió que habiéndose casado el cochero de la casa,

se le mandó un obsequio el día de la boda, el cual debía figurar en la mesa de los

desposados como obsequio de las Hermanas: lo supo la Madre Fundadora, y después de

reprobar altamente el caso, dio una penitencia a la autora del regalo con el fin de que no

se repitiese el caso.

En esto quiso que hubiese mucha delicadeza; y cuando por algún compromiso

inevitable se permitió celebrarse bodas en nuestra Capilla, cerrábanse las puertas de los

coros, y de ninguna manera se permitía la entrada de las Hermanas.

Hemos de emular la pureza de los ángeles por el voto de castidad luego, lejos de

nosotras todo lo que aún remotamente no diga con ella, por santo y bueno que sea.

Asimismo hablaba bien de todos, como lo pide la caridad; persuadida de que con

solo una palabra menos favorable dicha del prójimo, puede menoscabarse su reputación

o deslucir el brillo de la fama y buen nombre ajeno; y por el contrario: el hablar bien de

todos y siempre que la prudencia lo dicte ¡cuánta caridad encierra! y ¡qué buen

ambiente se deja sentir, especialmente en los claustros religiosos cuando todos hablan

bien de todos!

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La señora Segunda Ferreira de Olmedo, que por muchos años trató íntimamente

con la Madre Catalina, dice que en las primeras veces que se comunicó con ella, como

la oyese hacer tantos elogios de una Hermana, dijo para sí: esta Hermana de quien así

habla la Madre ha de ser la que ella más quiere. No hay duda es su predilecta. En otra

ocasión la oyó hablar de la misma manera de otra, y después de otra y otra; por lo que se

persuadió que la Madre hablaba siempre bien de todas y que a todas llevaba en su

corazón.

Recomendaba mucho a las Hermanas el estudio y prácticas de las reglas de

urbanidad. “Estas son, decía, el complemento de la vida religiosa”. “La virtud sin una

fina educación es más repelente que atractiva”. En otras ocasiones llamaba a la

urbanidad, ya “el aroma”, ya “el pimpollo de la virtud”.

Una de las primeras Hermanas escribe a este propósito: “en esto de la urbanidad,

era Nuestra Madre incansable y muy minuciosa: “He visto, decía, una Hermana

afirmada a la puerta hablando con la Superiora”. “No accionen, por Dios, al hablar, que

esto es muy feo e impropio en una religiosa y revela muy mala educación”. “Cuiden,

decía en una instrucción a la comunidad, cuiden de no andar con la mano en el bolsillo

de la saya o del delantal”. “No se afirmen en la pared cuando estén sentadas en la mesa;

en el coro pueden apoyarse en los respaldos de los bancos, pero es recomendable lo

contrario, para practicar la mortificación”. “Al estar paradas o sentadas, siempre el

cuerpo recto; y para esto me gustaría que usasen corsé”.

Mucho recomendaba evitar el extremo opuesto a la sencillez y cultura religiosa,

esto es la coquetería y demás resabios de mundo, ya en el andar, en el arreglo del hábito,

movimientos, etc.

Habiéndose hospedado en la Casa Madre unas Hermanas del “Buen Pastor”, al

marcharse éstas, hizo mención de los edificantes ejemplos que de ellas habían recibido,

y exhortó a imitarlos. Tratándose de la pobreza las propuso por modelo; y desde

entonces dispuso, que como ellas lo hacían, se comiesen en la mesa lo pequeños

pedacitos de pan, y que el sobrante que no hubiésemos de tomar, quedase en un pedazo

que pudiera ser útil, y no en desperdicios. Asimismo que cada una se había de servir lo

que necesitase y no más, para no dejar sobrantes.

De la que pedía algo en el refectorio, y porque se demoraban en servirle se

retiraba, juzgaba que no tenía verdadera necesidad, si por no esperar prescindía de ello.

En el mismo acto en que notaba o sabía se había incurrido en alguna falta de

urbanidad o se había quebrantado alguna de las reglas, amonestaba o corregía, según el

caso; siempre con prudente energía y firmeza: “¡Que no se vuelva esto a repetir!” decía

en estos casos.

Una Hermana llamó a la puerta del zaguán de la portería, y como se demorase la

Hermana Portera en atenderla, se retiró, y cuando ésta vino, no encontró a nadie ni supo

quien había llamado. Supo el caso la Madre Fundadora, y reprendió en público para que

no se repitiera el caso y para enseñanza de todas.

Continúa la Hermana citada: “No sólo tenía gran empeño en la formación del

espíritu religioso, y en todo lo que se relacionaba con las Reglas, sino que se tomaba

gran empeño por la cultura y fina educación: la urbanidad es la que hace la virtud

atractiva, y es su complemento y mejor adorno. No podía ver que alguna se parase

apoyada en la pared o en otro objeto ni tomada de la puerta etc.; cosas en que sin darse

cuenta, no pocas veces se incurre en familia. En esto nos precedió con el ejemplo, pues

aunque anciana y enferma, toda su persona y sus maneras, eran sin ninguna ficción, las

de una persona la más fina y aristocrática”.

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La Hermana Rosa de la Cruz Castellano cuenta que siendo ella recién profesa la

pusieron de portera. Vinieron a visitar a la Madre las señoras Rosario Gacitúa de

Moyano y Gumecinda Bustamante, íntimas amigas y parienta de la Madre la primera.

Al saludarlas, como al despedirse, lo hizo con su acostumbrada amabilidad y fina

cultura, tomándoles ambas manos entre las suyas. La Hermana Portera como joven y

nueva, no hizo otro tanto ni dio muestras de tanta amabilidad, por lo cual la Madre no

dejó de hacerle una advertencia, diciéndole que se había mostrado terca con personas

tan amigas de la casa. “Hija mía, lo cortés no quita lo valiente; ha sido poco culta y

atenta, esto no está bien, no lo vuelva a hacer”.

Siempre, siempre insistió en lo de la cultura y amabilidad de las Hermanas

Porteras.

De las que salían a la sala y no procuraban en los días de visitas generales sobre

todo ponerse cerca de otra que pudiese escuchar sus conversaciones, decía que no

revelaban buen espíritu, porque entre nosotras y los seglares, aunque sean deudos, no

debe haber ningún secreto.

Le repugnaba mucho el abrazo a las seglares, y lo prohibió en los primeros años

después de la fundación.

Recomendaba, que nunca se dejase de dar desayuno a cualquier sacerdote que

viniese a celebrar; y una vez que hubo descuido en esto no se cansaba de reprobarlo a la

Superiora y a la Portera.

En una carta escribe: el aseo y limpieza son signos de la virtud, del orden y de la

disciplina religiosa. No es de extrañar, pues, que en su libro de “Costumbres” descienda

a minuciosidades que tal vez pudieran parecer superfluas y hasta vulgaridades; ella veía

que en la práctica era necesario descender a esas superfluidades y pequeñeces; ella lo

creyó necesario. Hasta aquí la referida Hermana.

Ocurrió una vez que fue un leñador a la Casa de Ejercicios, y para entenderse en

la venta de su leña, dio tales gritos que causó viva impresión, en las que lo oyeron,

siendo una de ellas la Madre Fundadora, la cual bien supo aprovechar este incidente

para demostrar a las Hermanas cuán feo es el hablar en voz demasiado alta: y así cuando

alguna incurría en esto, le decía: “¡Ah, el leñador!” Ésta era suficiente corrección: nadie

quería parecérsele.

Hizo repartir textos de Urbanidad, con la obligación de leerlos las Hermanas en

tiempo determinado. “Me han dicho que en la cocina ponen vela en una botella ¿qué no

tienen candelero esas muchachas? ¡Qué se compren si no los hay! ¡No faltaba más que

pongan la vela en un hueso, como hacen en los ranchos! ¡Ah, estas faltas no se pueden

tolerar en casa religiosa, en donde se enseña y da educación!”.

El aseo y arreglo de su persona, como de todo lo que manejaba, fue estrictísimo

pero sin ninguna exageración que desdijera de la fina cultura, que excluye todo lo que es

exagerado. Citamos aquí el testimonio de la Hermana Berrotarán, dice así en una carta:

“No solo andaba ella siempre muy limpia y arreglada, sino que nos enseñaba a ser muy

aseadas y llevásemos bien arreglado el hábito, prendiéndonos ella misma el velo cuando

estaba mal arreglado. Nos decía que debíamos tenerlo todo tan limpio y ordenado que la

casa se encontrase siempre en estado de que la gente de fuera penetrase a todas partes,

sin necesidad de andar antes arreglando las cosas”.

La misma Hermana escribe: “Recuerdo que nos corregía el no observar la

circunspección y madurez que piden las reglas de la modestia; y así no permitía que

soltásemos los brazos al andar, ni que nos fuésemos arreglando el velo o cosas así en

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que no apareciera nuestro porte exterior con aquella compostura y modestia que pide la

regla”.

En su visita a una de las casas, vio una vasija destinada para la leche en un punto

menos propio. “¡Ah, exclamó, me han dicho que ese balde se usa para la leche, y está al

lado de esa oficina!”

Cuenta la Hermana María Angelina Marchand que en el viaje a Santiago [del

Estero cuando se hizo la fundación] procuraba la Madre guardasen142

en todo

recogimiento y compostura religiosa; y cuando habían de tomar alimento en el tren

hacía bajar las persianas, queriendo que todos nuestros actos fuesen lo menos visibles a

los seglares.

La Hermana Berrotarán escribe: “No permitía que las muchachas [sirvientas]

adornasen sus vestidos, sino que fuesen muy sencillos, y le gustaba usasen todas el

mismo color para que anduviesen uniformes. Decía que ellas también observaban la

vida religiosa en cierto modo; y dedicaba una Hermana para que las instruyese en el

modo de hacer la meditación, exámenes, etc.”.

“Tenía especial cuidado, escribe la misma, cuando se le pedía permiso para

hacer alguna fiestita literaria, en el día de la Madre Rectora, de encargar que las

composiciones, ya en prosa, ya en verso, no contuviesen alabanzas, y que se hiciese

poca cosa para no ocupar el tiempo de las niñas”.

Escribe a una Superiora: “Tengo muchas cositas que pueden servirle para el

bazar… Le prevengo que no me parece bien el que haya suspendido las clases ni menos

ocupado a las niñas en obras para el bazar, esto no podemos disponerlo nosotras; no nos

pertenece su tiempo”143

.

Ya apuntamos como quería que a toda hora estuviese la casa perfectamente

aseada, “Como para que entre de un momento a otro un gran personaje”, decía.

En los primeros tiempos del Instituto, se permitía entrar personas de fuera a

conocer el establecimiento; la Madre para compeler a que todo estuviese siempre bien

arreglado, dispuso que no se diese aviso anticipado, de la entrada de dichas visitas y que

sólo se hiciese la señal en el momento de penetrar en la casa. Esta medida daba por

resultado el que las encargadas de los varios departamentos estuviesen siempre alerta y

todo perfectamente arreglado.

La Madre Catalina no solamente atraía las simpatías por sus dotes personales

exteriores y por el don de gente que poseía, sino y más que todo por la opinión de

santidad en que se la tenía.

Viajando en 1886 a las Provincias de Cuyo cuando hizo las fundaciones en San

Juan, “Colegio de La Inmaculada” y el “De Jesús” en Rivadavia (Mendoza), se produjo

un incendio en un vagón de carga. A los pasajeros se les ocultaba, hasta que se llegó a

un desvío en donde pudieron desprender el vagón incendiado; pero todos comprendían

que algo alarmante ocurría. Preguntó la Madre al conductor144

qué pasaba.

-“Nada, nada, respondió éste; todo pasó ya; ¿qué nos puede suceder, añadió, teniendo

una Madre santa?”145

.

142

En el manuscrito original dice: “fuesen” en lugar de “guardasen”. 143

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 780 1894 06 26 a la Madre María

Agustina Amuchástegui, Rectora de la Comunidad de San Juan. (Caja Nº 4). 144

El Conductor Cristini (F.C.G.O.A.). 145

Hermana Ana de la Cruz Moyano que escribe estos “Apuntes” era una de las compañeras de viaje y

presenció el caso y oyó al Conductor.

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Una de las Hermanas antiguas146

cuenta que visitando la Madre Fundadora el

“Colegio de Jesús” en Rivadavia (Mendoza) las colegialas decían: “La Madre es una

santa”. No lo dijeron tan bajo que no llegase a oídos de la Madre, la cual dijo a la

Hermana: “¡Por el amor de Dios, quiten a las niñas esa idea! ¡Yo no soy santa!”. La

Hermana le respondió que ella no podía hacer eso; (no podía obrar en contra de sus

sentimientos y de su conciencia). “¡Bueno! dijo, con muestras de mucho desagrado,

sobre ustedes… y sobre sus conciencias pesará esto”. Nadie temió cargar con

responsabilidad alguna al respecto, porque nadie mejor que las Hermanas estaban

persuadidas de la santidad de su Fundadora.

Escribe la Hermana Encarnación del Señor Tissera: “No es extraño que a mí me

pareciese santa mi Madre; mi tía cuando hablaba con ella, decía: «Creo que esta Madre

es una santa: deja una cosa en mi alma cada vez que hablo con ella, que no sabré

explicar»; y así jamás me visitó sin que Nuestra Madre saliese a saludarla, a petición

suya”.

“Estando en Santa Fe, escribe la Hermana María de la Cruz Torres, fui mandada

a acompañar en la sala a una de las alumnas internas, donde la esperaban su papá y

hermanos que venían a visitarla. Al entrar encontré al señor Clemente Sañudo147

de pie

delante del retrato de Nuestra Madre Fundadora, y hablando de ella con su hijo.

Después de saludarnos, nos dijo: «Estaba mirando el retrato de esta santa señora,

¿es su Fundadora?». Al oír mi respuesta afirmativa, añadió: «la conocí mucho en la

ciudad de Paraná, donde pasé varios años de mi juventud, y tuve a honra el frecuentar su

casa; pues el coronel Manuel Antonio Zavalía que era mi amigo y muy alegre, le

gustaba estar siempre rodeado de amigos divertidos, como era yo en esos tiempos; pero

la santidad y seriedad de su esposa nos imponía respeto porque sabía unir en su trato la

cultura y finos modales de una dama de corte, con la seriedad y estrictez de una santa»”.

Hasta aquí la Hermana Torres.

El doctor Apolinario Casabal cuando llevaba a su hija María Victoria para

dejarla en el colegio de las Hermanas le dijo: “Mira que vas a conocer ahora a una

santa”.

Al mismo doctor Casabal le ocurrió algún tiempo después de la muerte de la

Madre lo siguiente: Habíasele extraviado un documento de importancia y siéndole

urgente el hallarlo, lo buscó repetidas veces revolviendo estantes y cajones de su

escritorio; por la noche antes de entregarse al sueño, tomó el pequeño retrato de la

Madre Catalina, e invocando su intercesión para con Dios nuestro Señor, besó el retrato,

lo puso bajo la almohada y se acostó a dormir tranquilo y sin la zozobra de los días

anteriores. A la mañana entra en su despacho, y en el primer cajón que abre, lo primero

que se le presenta es el documento buscado. Él mismo refirió esto a las Hermanas,

atribuyendo a la mediación de la Madre tan importante favor.

Hablando con el mismo doctor Casabal, la Hermana que escribe estos Apuntes,

le manifestó la opinión de santidad en que él tenía a la Madre Catalina en estos

conceptos:

“Puedo decirle que conocí y traté a una santa; que me llamó mucho la atención

el cariño que profesaba a cada una de las Hermanas, y cuánto se interesaba por el

146

Hermana Rita de los Dolores Fernández. 147

El señor Clemente Sañudo era persona de sano criterio y discreción, capaz de apreciar lo que afirmaba.

Persona espectable por su cuantiosa fortuna, y enrolado en la familia Lasaga, cuyos miembros

desempeñaron altos cargos, ya nacionales, ya en la Provincia de Santa Fe.

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bienestar de cada una de ellas. ¡Qué placidez de alma, qué placidez! repetía; era un San

Francisco de Sales y un Vicente de Paúl148

, en su dulzura y amabilidad!

Otra virtud que admiré en la Madre y dice mucho, fue el saber escuchar. La

Madre sabía escuchar; y esto yo sé lo que importa149

. ¡Cuánto vencimiento, cuánta

mortificación no requiere el escuchar! y escuchar sin turbarse sin aburrirse, sin mostrar

fastidio, etc. Todo esto era familiar y como natural en la Madre Catalina”. [Hasta aquí el

doctor Casabal].

CAPÍTULO IV

Gratitud de la Madre Catalina - Cartas de Hermandad - Su mortificación - El

mate - La tempestad - Sistema homeopático - Las “Costumbres” - Sufrimiento

doméstico.

Refiérenos el sagrado Evangelio que, habiendo el divino Salvador curado

milagrosamente a diez leprosos150

, solo uno se mostró agradecido a su benefactor,

solamente uno vino a darle las gracias. Jesús, que había venido al mundo a enseñarnos

la doctrina de verdad, manifestó su extrañeza por los nueve desagradecidos que

desaparecieron, ingratos, tan luego como obtuvieron el beneficio de recobrar la salud.

Y, razón tuvo para extrañarlo, pues la gratitud es un deber sagrado; un deber que

cumplen instintivamente hasta los seres privados de razón, como lo vemos en los

animales que, a su manera, devuelven con caricias los cuidados que por ellos nos

tomamos.

A Dios, que es nuestro primer benefactor debemos nuestra primera gratitud,

nuestro mayor agradecimiento; y la Madre Catalina supo bien llenar este deber con sus

fervientes y continuas acciones de gracias por los beneficios recibidos de la divina

bondad.

De desagradecidos el mundo está lleno, repite un dicho vulgar; pero la Madre

Catalina estuvo muy lejos de formar parte de éstos; antes, por el contrario, se mostraba

agradecida hasta por el más insignificante acto o servicio que se le hiciera, ya a favor de

su persona, ya del Instituto. Los benefactores de éste tuvieron en su corazón y en su

gratitud un lugar de preferencia: “No olviden, decía a menudo, de encomendar a Dios a

los que nos hacen bien, a los que nos sirven”; y en este número entraban hasta las

sirvientas de la casa, los operarios y peones que en ella trabajaban. Recomendaba a la

Hermana hortelana el cuidado de éstos: “Esos pobres, decía, que trabajan tanto por

nosotras, que, aunque se les pague su jornal, ¡cuánto sacrificio hacen!”.

Era Nuestra Madre muy agradecida, escribe una de las contemporáneas, a

cualquier servicio o atención que se le prestase; y todo cuanto se relacionaba con sus

necesidades personales lo pedía con tanta humildad como si no tuviese derecho a nada.

Un día me pidió que le hiciese la lectura espiritual en su aposento, por hallarse enferma

y no haber podido ir al coro con la comunidad. Lo hice con el mayor gusto, pues lejos

de ser una molestia, era para cada una de nosotras la mayor satisfacción el poderla servir

en algo. Al concluir la lectura, me dijo: “¡Dios se lo pague Hermana! ¡Qué Dios se lo

pague!”.

148

San Vicente de Paúl (1581 – 1660). Fundador de la Congregación de la Misión y las Hijas de la

Caridad. 149

Hablaba como abogado, quienes tienen que escuchar tanta impertinencia. 150

Evangelio San Lucas 17, 11 – 18.

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Otra Hermana que se hallaba presente me dijo: “Hermana, no deje de escribir en

la “Historia de la Casa” ese ¡Dios se lo pague! tan bien dicho. Yo confieso que estas

palabras me penetraron el alma y me edificaron en gran manera”.

A la muchacha Juana Santillán le mandó decir en sus últimos días, que le estaba

muy agradecida por los servicios prestados a la casa, y que si al partir de este mundo

hallaba buen lugar, pediría por ella para que nuestro Señor la sostuviese: “¡Y me

sostiene!” dice ella, al relatar esto.

Enfermó don Juan, el hachador, y la Madre lo supo por la noche:

inmediatamente hizo venir a don Pedro Venier (el quintero) y lo envió con dinero y

alimentos a atender a don Juan.

A su antigua amiga doña Petronita Centeno, aquella que venía todos los días a la

madrugada a buscarla para ir juntas a la misa del alba, no la olvidaba su gratitud.

Atacada dicha señora de una penosa enfermedad, la Madre Catalina le enviaba socorros

con frecuencia: “Ven, Carlota, decía a una de las sirvientas, aunque es casi de noche,

lleva este dinero a doña Petronita, ¡pobrecita! ¡Tal vez está sufriendo necesidad!”

“Un ¡Dios se lo pague! de nuestra Madre, dice una de las Hermanas antiguas,

¡cuán grato era, y cómo nos movía a ser también agradecidas! ¡Qué de corazón lo

decía!”

La muchacha Eduarda Ferreira cuenta que la Madre Fundadora la llamó y le

dijo: “Mira, te voy a mandar a San Luis porque no tengo otra; pero si te sientes mal o si

quieres volver, te hago traer prontito”. Así lo hizo, y Eduarda quedó a la Madre muy

agradecida.

Cuenta la Hermana Rita de los Dolores Fernández que siendo ella recién profesa,

le dijo un día la Madre: “Mire, Hermana, la Hermana N. N. es muy combatida del sueño

en el coro, haga usted el favor de despertarla, pues queda cerca de ella”. Dijo la

Hermana que no se animaba a hacer eso con una Hermana tan respetable y antigua. La

Madre insistió en que practicase este acto de caridad, y así tuvo que hacerlo, no sin gran

violencia.

Ese día le sirven a la Madre una compota de duraznos, la que tomaba por motivo

de salud; llama a la que servía la mesa y le dice: “Lleve este plato a la Hermana Rita y

dígale que es para pagarle el vencimiento que hoy ha hecho”. La Hermana quedó más

confundida al ver cómo la Madre por este medio quería animarla y alentarla para los

vencimientos.

La casa de Santa Fe pasaba por grandes dificultades no siendo la menor la

horrible difteria que hizo desalojasen el Colegio, y de la cual fueron víctimas la

Hermana Ignacia de la Cruz Oliva151

y una de las alumnas Ramona Cuestas. A más, la

pobreza era suma, y la incomodidad de la casa, que había sido trabajada, diríamos,

improvisadamente para lazareto de coléricos, todo esto y muchos otros detalles que se

omiten, hacían de aquella casa un algo poco grato, y que, en obsequio a la verdad,

hemos de confesarlo, no todas llevaban con el espíritu de fe que en estos casos se

requiere.

La Madre Fundadora creyó conveniente el cambio de Superioras en aquella

Casa, y se fijó en la Madre María Fidela Vázquez que entonces atendía la Casa de

Ejercicios.

Un día fue el Padre Vicente Campos de la Compañía, y dijo a la Madre María

Fidela Vázquez: “¿Usted por acá? yo creí que ya estaba en Santa Fe”. La Madre

Vázquez no sabía nada; y al ser llamada por la Superiora, ésta le dijo:

151

Muere el 12 /07 /1890. AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 205 1890 07

14 a la Madre Tránsito de San Luis Torres, Rectora de la Comunidad de Villa del Tránsito (Córdoba).

(Caja Nº 2).

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-¿Usted quería o me había pedido un retiro en la Ermita?…

-¡Sí, Madre; pero me va a mandar a Santa Fe!

-¿Y, cómo lo sabe? yo no lo he dicho a nadie… Y viendo la violencia que se hacía al

tener que acatar esta orden en las difíciles circunstancias de aquella casa, la Madre

Fundadora, al imponerla de todo, le hizo ver que esas contrariedades y lo que se sufría

en aquella casa eran efecto de la rabia de satanás contra ella y para impedir el bien. La

Madre Vázquez dice que la dejó cambiada, y fue con gusto y ánimo a desempeñar su

misión.

Más tarde se constató lo que la Madre en ese tiempo preveía: grandes frutos de

salvación y santificación de las almas se reportaron en dicha Casa.

Cuando fundó la casa de Santiago del Estero, el señor Vicario Rainerio J.

Lugones mandó preparar en una de las Estaciones, un almuerzo para las Hermanas. Ella

aceptó con grandes demostraciones de agradecimiento; mas a las Hermanas previno que

sólo aceptasen lo necesario, para no ser gravosas al Fundador152

.

“Era sumamente agradecida, dice la Hermana Berrotarán, y procuraba obsequiar

a todas aquellas personas que dispensaban favores a la casa. Encargaba a la Hermana

despensera que anotase las fechas onomásticas de estas personas para cumplimentarlas

entonces”.

Con el mismo fin, y creyendo era el mejor modo de manifestar su gratitud, dio

Cartas de Hermandad, a nombre del Instituto a muchos de estos bienhechores; y en cuyo

fallecimiento no olvidaba hacer aplicar por ellos los sufragios que las Constituciones

prescriben en la muerte de las Hermanas. A ejemplo suyo, las Superioras que le

sucedieron han continuado, contándose hoy [1914] más de cuarenta de esas Cartas

otorgadas por el Instituto.

Hemos de tocar ahora un punto de sumo interés; hemos de hablar de una de las

virtudes en que más se distinguió, de su espíritu de mortificación.

Bien sabemos que ésta no consiste en grandes asperezas, ayunos y otras

penitencias con que se aflige el cuerpo para someterlo a la ley y al deber: las pequeñas

mortificaciones, el hábito de no darse con el gusto en nada, de aceptar con ánimo

tranquilo las inclemencias de una temperatura que o nos hiela o nos abrasa; lo insípido

de un alimento; lo fastidioso del bullicio; lo impertinente de quien apura nuestra

paciencia; un desprecio sobrellevado; una ingratitud que nos desencanta etc.; todo esto

continuado y sin variar en el propósito de sufrirlo, de llevarlo con paciencia y calma y

por Dios ¿no es un prolongado martirio? Las pequeñas virtudes, como las llama un

escritor ascético153

, son como las menudas arenas, cuyo conjunto, desafiando a las

nubes y a las tempestades, forman nuestras montañas.

Nuestra Fundadora tenía como encarnado en su alma el espíritu de

mortificación; había declarado guerra a la naturaleza; y nada inculcaba tanto en las

exhortaciones que hacía a su familia religiosa como el combatir sin descanso la

sensualidad.

A este propósito escribe la Hermana María Ignacia Vocos: “…tampoco nos

disimulaba las faltas de humildad y mortificación; y faltas de mortificación en la

comida; desagradábanle mucho. Cuando corregía estas faltas, solía decir: «¡La

sensualidad, mis Hermanas, la sensualidad!» y ella nos daba buen ejemplo en esto,

porque los alimentos que tomaba eran bien insípidos”. Hasta aquí la Hermana Vocos; y

añadimos para confirmar esto, que los condimentos, a veces indispensables, de azúcar y

sal, no los usaba en ningún alimento o bebida.

152

Memorias de la Hermana María Angelina Marchand. 153

Padre Roberti S.J.

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En su visita a una de las casas preguntó a una Hermana:

-Qué tomaba en la merienda.

-Chocolate en agua, respondió.

-¡Ah, hija mía, eso es mucha regalía! y la Hermana sin más, desistió de tomar el

chocolate.

La Hermana Berrotarán escribe: “No solamente era ella muy mortificada, sino

que perseguía en nosotras todo cuanto pudiera ser incentivo a la sensualidad; nos

reprobaba que nos echásemos aire con el pañuelo, que nos apoyásemos para hacer la

genuflexión, al estar de pie, etc. etc.; y como ella era tan educada y culta, todas estas

maneras, le causaban mala impresión”.

Aunque no lo prohibía, recomendaba no apoyar la espalda en los asientos; y

miraba como poca mortificación, dice la Hermana María Angelina Marchand, el que no

estuviésemos arrodilladas al terminar los actos de Comunidad en el coro.

Un día hablaba en el recreo de la admirable obediencia de San Ignacio y

refiriéndose al caso en que por obediencia al médico tomó un pollo en Semana Santa,

dijo una Hermana en tono de broma a la Madre, que cómo no imitaba al Santo en casos

semejantes, tratándose de su salud, a lo que respondió con mucha gracia: “Ayer, día de

fiesta, me quedé sin misa, y otro día lo pasé todo en cama por obedecer a la Hermana

María del Tránsito [Gutiérrez]: ¿No veis como ya me voy pareciendo a San Ignacio en

la obediencia?”

Edificó a todas con este chiste, así como con su obediencia y su libertad de

espíritu.

Cuando se le quería hacer ropa nueva se oponía diciendo a la Hermana que la

atendía: “No me sirva de demonio; yo como todas tengo voto de pobreza y debo usar

también ropa vieja”.

Siempre que el tiempo se lo permitía, tomaba el delantal de la Hermana y servía

la mesa. “Nunca, dice una Hermana, estábamos mejor servidas que cuando nos servía

Nuestra Madre Fundadora”.

Si veía que alguna por cortedad y respeto no le pedía, ella le preguntaba qué

necesitaba.

Cuando servíamos los Ejercicios, encargaba no manifestásemos a las ejercitantes

que nos hallábamos fatigadas del trabajo.

A las que usaban de singularidad en la comida decía que cuando se les

concediera excepciones, no era para toda la vida sino para que las tuvieran mientras

durase la necesidad, y no más.

Escribió a una Hermana que sufría una contrariedad:

154

«Mi hija querida en el Corazón de Jesús

No pierda nada, ni lo más pequeño de su sacrificio, sin ofrecérselo a nuestro

Señor. Olvide todo lo que es de la tierra para que su corazón no aspire ni quiera más que

lo del Cielo. Sería una vergüenza que una esposa de Jesucristo se inclinara a las cosas

bajas del mundo, después de haberse entregado y esclavizado al Sagrado Corazón de

Jesús. No sea que si nos descuidamos nos suceda lo que a las vírgenes necias que no

tuvieron aceite en las lámparas cuando vino el esposo155

y tal vez para usted no este muy

lejos ese momento.

Dios nuestro Señor la bendiga. Su Madre.

Catalina Esclava del Corazón de Jesús.

Enero 15 de 1880».

154

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 24 1880 01 15. (Caja Nº 1). 155

Evangelio San Mateo 25, 6 – 7.

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En sus enfermedades no usaba ni de hierbas medicinales, a no ser un poco de

manzanilla sin azúcar, que por cierto no tiene nada de agradable al paladar; y aún esto

sólo lo tomaba cuando se sentía mal del estómago. Su desayuno invariable, en armonía

con el anterior remedio era té con leche sin nada de azúcar. Ni vinos ni refrescos ni cosa

alguna de esas tomaba, y por única bebida el agua pura, solo en las comidas. Prefería el

agua de lluvia porque le sentaba bien, y porque, decía: “¡Es agua del cielo!”

Una excesiva transpiración la obligaba a cambiarse la ropa interior varias veces

al día; y no pocas veces terminaba esta operación para volverla a empezar. Desde luego

se comprende cuánto la hacía esto sufrir. Un día hizo llamar a la Hermana María Fidela

Vázquez, y ésta tuvo que esperar a la puerta que estaba cerrada por el motivo dicho.

Cuando entró le dijo “¡Ah, la he hecho esperar! Cruz de floja es el estarme cambiando

ropa todo el día”. Esa cruz de floja la llevaba con toda resignación, y a todas nos parecía

cruz pesada y que solo ella podía cargarla sin queja ni murmuración: “Aquí estoy en mi

Vía Crucis”, solía decir a este respecto.

Jamás usó para lavarse otro jabón que el ordinario fabricado en la casa para la

ropa, y sólo para el médico permitía se usase el jabón de olor.

En el tiempo anterior a la fundación, había comprendido que Dios, para

concederle lo que ella deseaba, le pedía el sacrificio del mate. Sabido es cuánto cuesta a

las personas acostumbradas a tomar mate el dejarlo, y cuántas veces preferirían no

comer antes que dejar de tomarlo; pues ella, comprendiendo que con esta privación

agradaba a Dios nuestro Señor, lo dejó, sin que lo tomase ni una sola vez desde que se

propuso.

¡Cuán generoso es Dios en recompensar los pequeños sacrificios que se le

ofrecen! David deja de beber un vaso de agua, y tiene asegurada la victoria sobre156

sus

enemigos: la Madre Catalina ofrece un sacrificio pequeño en sí, pero no menos costoso

a la naturaleza que el del ungido de Israel, y se le concede la deseada fundación.

En los tres primeros años, permitió a las Hermanas tomar mate, en vista de que

lo acostumbraban en sus casas; pero habíase de tomar en común y con una pequeña

lectura. Esto había sido una condescendencia; y por cierto que ella deseaba quitarlo, y el

medio que su prudencia le dictó para que no hiciese impresión fue el siguiente:

Una tarde de primavera, precisamente a la hora que se acostumbraba tomar el

mate, se produjo una horrorosa tempestad: lluvia torrencial, granizo, no solo abundante

sino de tamaño extraordinario, que rompió cornisas y techos; todo esto con vientos

huracanados, quedando destrozados y como en pleno inverno, jardines y huertas. A más,

el huracán derribó la muralla (lado sur) que cercaba nuestra quinta sobre la calle 9 (hoy

Sarmiento); dicha muralla medía cuatro metros de altura en una extensión de cien

metros; y desquició ventanas de las piezas de las Hermanas que miraban al sur.

“Después de pasado el susto, que en verdad no fue poca cosa, dice una de las que lo

presenciaron, fuimos algunas a la pieza de Nuestra Madre, que estaba en su puerta

contemplando el cielo ya sereno. Al vernos, nos dijo:

-¿Quieren que hagamos un trato?

-¿Cuál?

-Que dejen el mate, y yo les haré servir tempranito un rico café con leche. Era oportuno

el momento: nos hallábamos hondamente impresionadas con lo que acababa de pasar;

nos habíamos visto a las puertas de la muerte, y, ¿quién no deja el mate?”. Hasta aquí la

Hermana.

156

En el manuscrito original dice: “de” en lugar de “sobre”.

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En sus enfermedades incluso de la que murió, no quiso usar de remedios ni

consultar médicos alópatas; era muy adicta a la Homeopatía, creyendo ver en dicho

sistema la acción más directa de la providencia, que más de una vez se ha manifestado

en llegar a grandes resultados por pequeños medios: esto, que en el mundo moral es casi

ordinaria economía de Dios, lo encontraba ella en la homeopatía que en dosis tan

pequeñas obra con tanta actividad en el cuerpo humano; a la manera que una pequeña

cantidad de agua en estado de vapor es más poderosa para mover una máquina, que no

una masa en estado líquido. “Éste es el remedio de los pobres, decía, y Dios nuestro

Señor lo ha inspirado para los pobres, que no tienen con qué comprar las medicinas

costosas”: y no carecía de razón al decir esto.

Cuando en 1893 hizo su viaje a Roma, llevó en su compañía una Hermana

[María del Tránsito Gutiérrez] que entendía algo de dicho sistema para si enfermaba

durante el viaje, como se temía, tener este recurso, y, “no ir a caer, como ella decía, en

manos de los médicos”.

En cumplimiento de su deber, llamaba médicos alópatas, cuando el caso lo

requería o no estaba el señor Jorge Poulson (médico homeópata), pero, aunque

respetaba en ellos la ciencia, no le inspiraban fe en el resultado de sus recetas porque,

decía, “me parece que vienen con los ojos vendados”; y miraba muy deficiente la

ciencia cuando no interviene la providencia de Dios.

Para llegar a ser copia fiel de Jesucristo, no debía faltar a la Madre Catalina el

sufrimiento doméstico: Vino a los suyos, y ellos no lo recibieron157

, nos dice de Jesús el

sagrado Evangelio.

Persona hubo en casa (se supone que procedió con toda buena intención)

persona autorizada y de influencia ante el doctor David Luque, que ocasionó ratos muy

amargos a la Madre. “Yo no puedo vindicarme, decía ella confidencialmente a la

Hermana que escribe estos Apuntes, yo no puedo vindicarme, repetía, con el corazón

traspasado de dolor al ver a una de sus hijas proceder así contra ella, pero Dios nuestro

Señor hará ver las cosas claras”. Habiendo venido dicha Hermana (la confidente) a

pasar las vacaciones en la Casa Madre, se apercibió de lo que pasaba, porque era muy

notorio. Compadecida y más, traspasada de pena al ver sufrir así a su Madre Fundadora

y deseando aliviar su situación, le ofreció que a su regreso escribiría al doctor Luque

diciéndole lo que había notado y la sinrazón con que se procedía contra ella; aceptó la

Madre, y, “cuando llegué a mi destino, dice la Hermana escribí a Nuestro Padre con el

objeto indicado, pero cometí una indiscreción, y pensando acertar, erré. Remití la carta

bajo cubierta de Nuestra Madre, con el fin, (y así se lo escribí a ella) con el fin de que la

leyese y viese si estaba en los términos convenientes, pues el asunto era delicado”.

“Su carta, me escribió, vino en condiciones que no era posible enviarla a su

destino, pues yo misma debía remitirla; así que, su paradero fue el fuego; no tema que

se haya extraviado. ¿Cómo cree que tratándose de ese asunto, iba a remitir yo misma la

carta? Ya nuestro Señor ha remediado todo: hablé y fui escuchada y bien recibida”.

Hasta aquí la Hermana. Pero ¡qué cáliz tan amargo había apurado la Madre, y por años,

y sin vindicarse…!

El libro de las “Costumbres” en que la Madre Fundadora expresó su voluntad, y

lo que en la práctica había visto era conveniente y necesario se observase en su Instituto,

empezó del modo siguiente: “Copiaba yo, dice la Hermana que lo apunta, copiaba yo en

157

Evangelio San Juan 1, 11.

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mi librito de Memorias, no solo las conferencias del Padre José María Bustamante y del

Padre Andrés Jofré158

y extractos de pláticas, etc., sino también las disposiciones o

mandatos de Nuestra Madre Fundadora que daba en sus instrucciones a la comunidad;

todo relativo al mejor orden y observancia regular. Un día que ella estaba enferma le

dije si quería le hiciese lectura de las conferencias del Padre Andrés Jofré; aceptó con

mucho gusto, pues dichas instrucciones eran muy importantes y apropiadas para

nosotras. Luego le dije:

-¿Y las de usted, Nuestra Madre?

-¡Cómo, las mías!

-Sí; es que yo apunto aquí (le mostré mi librito) apunto lo que usted, nos enseña y

manda en las Conferencias.

-¿A ver?

Hizo leyese dichos apuntes, y hallándolos conformes con sus enseñanzas, me dijo:

-Siga, Hermana, anotando, que esto nos ha de servir para formar el libro de

“Costumbres”.

En seguida, cuando disponía algo, o si recibía aviso de cosa que no anduviese

tan bien en la casa, me llamaba y decía: «Sé tal y tal cosa; escriba al respecto esto o lo

otro en el libro de apuntes». En 1889 hizo arreglar dichos apuntes consultando con sus

Consejeras sobre las disposiciones en ellos anotados.

Terminado el trabajo, aunque no del todo puesto en orden ni tan correctamente

redactado, lo sometió al examen de Nuestro Padre. Para esto hacía leyesen en presencia

de ambos, y Nuestro Padre le dirigía las preguntas y hacía las observaciones del caso;

ella satisfacía dando la razón y el porqué de lo dispuesto.

Otras veces él decía: «¡Esto está muy bien! Así lo deben practicar. Esto es muy

conveniente por tal y tal razón».

Después mandó escribir la Advertencia que encabeza el libro e hizo sacar copias

que envió a todas las casas.

Más tarde la Superiora que le sucedió159

hizo redactar y poner en orden el libro,

suprimiendo, aumentando y cambiando algunos artículos que creyó conveniente”. Hasta

aquí la referida Hermana.

CAPÍTULO V

Su exactitud - La soberbia y la humildad - Fundaciones y visitas a las casas -

Últimos años del doctor David Luque - Su preciosa muerte - Exequias y sepelio en

la Casa Madre - El Reverendo Padre Juan Cherta de la Compañía.

La Madre Catalina enseñó con el ejemplo a sus hijas, y no como quiera, sino a

costa de grandes sacrificios personales, cuánto importa en la vida religiosa la exactitud

en todas las cosas: “La campana es voz de Dios que nos llama” hizo escribir en el libro

de las “Costumbres”.

Fue exactísima en asistir a los actos de comunidad, y manifestaba su pena

cuando por enfermedad u ocupación imprescindible no podía asistir o llegaba tarde a

ellos.

158

El Reverendo Padre Andrés Jofré de la Compañía fue uno de los que más ayudaron con el Padre

Bustamante a la formación del espíritu religioso de las primeras Hermanas. Murió a los cuarenta y cuatro

años en Mendoza el 27 /06 /1888, en grande opinión de santidad. Sus restos incorruptos fueron traídos a

Córdoba. 159

Madre Ignacia de María Castellano.

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Cuenta la Madre María Fidela Vázquez, que fue un día a hablar a la Madre, la

cual exclamó al verla: “¡Ah, Madre, Madre!” y poniendo la mano sobre el corazón,

añadió: “¡El alma gime! ¡Hasta esta hora no he podido ir a hacer una visita al

Santísimo! Desde esta mañana que comulgué, no he vuelto”. La Madre Vázquez

compadecida, le dijo: “Sí, sí, Nuestra Madre, vaya, vaya a visitar; yo la esperaré o

volveré más tarde”.

Casi hasta lo último de su vida se levantó a las cinco de la mañana, aún en crudo

invierno; y esto lo recomendaba mucho a las Hermanas, en primer lugar, “para dar a

Dios, decía, las primicias del día”, y luego como provechoso a la salud. “¡Qué bien se

siente el alma en esa hora!” solía decir. Y en otra ocasión: “¡Ah, hijas mías, nuestro

Señor llamándonos, esperándonos con sus gracias en la capilla, y nosotras,

durmiendo...! ¡tendidas en la cama...! ¡qué feo, qué impropio es!”.

Esto decía para corregir o quitar abusos y prevenir contra ellos; y para que no se

incurriese en la falta de hacerlo sin verdadera necesidad; por el contrario a las enfermas

o que estaban delicadas de salud, ella misma les ordenaba levantarse más tarde.

Esta misma puntualidad exigía en todos los demás actos y distribuciones,

“haciéndonos pesar, escribe una de las contemporáneas, la responsabilidad con que

cargábamos mientras nos hacíamos esperar por las niñas en las clases, las que viéndose

solas, podían cometer faltas de que nosotras éramos responsables”.

Al saber que una Hermana se demoraba para abrir la puerta de la escuela

pública, dijo: “Sobre esa Hermana pesan todas las faltas que las niñas cometan en la

calle mientras están reunidas esperando que les abran”. Mandó llamar a la Hermana y le

dio una buena reprensión.

Procuraba y encarecía el que cada una cumpliese fielmente el oficio de semana

que se le había encargado; y en tratándose de una portera la mandaba sustituir, para que

no se acostumbrase, decía, a descuidar lo que se le encomendaba; y luego de haber

servido a todas el desayuno, permitía se sentase a la mesa para que la que la sustituía

pudiese venir a la segunda.

Decía que no parecía casa religiosa sino hotel, cuando venían al refectorio a toda

hora: tercera mesa no la admitió la Madre, ni la hubo en su tiempo.

Poco antes de morir dijo que había visto por experiencia que no convenía tener

mucho tiempo a las Hermanas en un mismo oficio, por el peligro de cobrar libertades en

la administración de las cosas y tratarlas como dueñas o propietarias.

También quería que a ninguna Hermana se eximiese del todo de desempeñar

alguna ocupación; decía que como religiosas no debían desentenderse del todo de los

deberes a que como tales están obligadas. No quería que entrasen las seglares a limpiar

vidrios por ser ocupación liviana y que bien podían hacerlo las Hermanas.

Otro punto de importancia y en que insistía siempre, era el que se cumpliese lo

dispuesto de estar las oficialas en sus respectivos puestos a las horas designadas; y así

reprendió a la Secretaria General160

que se había descuidado en esto por ir donde ella

estaba a tratar ciertos asuntos, y hacía esperar a las Hermanas en la Biblioteca que

estaba a su cargo.

Un día en que hubo profesión de Hermanas, las cantoras no estuvieron a tiempo

en el coro; el celebrante entonó el Veni Creator, y no hubo quien respondiese.

Terminado el acto, llamó la Madre a cada una de las ocho Hermanas que formaban el

coro y reprobándoles altamente su falta de exactitud, les mandó decir su culpa en el

refectorio, una en pos de otra; e hizo escribir en el libro de las “Costumbres” que la

160

También desempeñaba por entonces, el cargo de Bibliotecaria.

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Hermana Sacristana había de llamar con la campana a las cantoras cinco minutos antes

que a la comunidad. El caso no se repitió.

Su exactitud era tal cual esta palabra lo expresa: quería, y así ella lo practicaba,

que dejando la letra comenzada, estuviésemos a la hora en punto en cualquiera

distribución: capilla, recreos, comedor, etc. “La campana, repetía, es la voz de Dios que

nos llama”; y cuando alguna distribución debía comenzarse al marcar el reloj la hora o

la media, quería se diese principio al sonar la campana del reloj y no antes. La oí, dice

una de las Hermanas, reprobar a la Madre Vicerrectora el que hubiese empezado la

meditación de la noche antes que el reloj diese la media; y en la casa de Rivadavia

(Mendoza), mandó empezar de nuevo el rosario porque se había dado principio antes

que el reloj marcase la hora, que es a las 2,35 p.m.

“Se dan, decía, tres minutos de espera para reunirse la comunidad y si se

empieza antes de la hora, alguna que no ha podido acudir tan ligero aparece ante las

demás como que ha faltado, y es porque han empezado antes que suene la hora”.

También dispuso, y se escribió en el libro de las “Costumbres”, que cuando la misa

empezase pasados ya tres cuartos de hora de la meditación, se comulgase antes de la

misa, porque haciéndolo en ella, faltaría tiempo para la acción de gracias o habría que

salir del coro después de las siete.

Con el mismo fin dispuso que, si por haberse pasado la hora de despertar,

empezase la meditación después de las 5 y ½, si dicho tiempo no pasaba de cinco

minutos, la comunidad lo enterase; pero si fuese más, la comunidad se retirase a las

siete, y cada una en particular hiciese a otra hora el tiempo de meditación que había

faltado; porque de no hacerse así, sucedería lo que ella no permitía, esto es que la

comunidad saliese después de las siete, y se demorase el desayuno, o faltase el tiempo

para el arreglo de los aposentos prescrito en esa hora, o las maestras no pudiesen asistir

con puntualidad a las clases, etc.

Con estos ejemplos traídos con el fin de demostrar cuánto amaba la exactitud, no

queremos en manera alguna desaprobar si razones de circunstancias hubiesen hecho

alguna vez variar éstas u otras prescripciones suyas. De desear es, y así lo inculcan

especialmente las Superioras, que se conserven intactas todas sus enseñanzas; pero la

razón y la experiencia enseñan que éstas no pueden ser invariables y que su alteración

autorizada, no destruye estas mismas enseñanzas. Por lo demás y fuera de estos casos

¡vivan ellas siempre en el espíritu y en el corazón de sus hijas las Esclavas!

Un hecho prueba aún más lo que dejamos apuntado respecto a su amor a la

exactitud: una Hermana le consulta qué hará cuando llegada la hora de una de las visitas

al Santísimo, prescritas, está ella planchando; si deja la plancha caliente se enfriará, y

esto es menos conforme a la pobreza, y si continúa hasta enfriarla, demora para hacerla.

La Madre, sin titubear, suelta la dificultad diciendo a la Hermana que vaya a la hora

prefijada para hacer la visita y deje la plancha en el fuego para que no se enfríe.

La soberbia con su contraria, la humildad, eran con frecuencia el tema interesado

de sus enseñanzas y exhortaciones: persuadida como estaba del desquicio moral que

opera en el alma la soberbia, no se cansaba de prevenir contra sus primeros asomos.

“¡Cuánto mal, decía, nos causa la soberbia! ¡Ah, hijas, Esclava y soberbia, que mal

dice! que feo es!” E insistía, dice una Hermana, para que se nos grabasen estas palabras.

La susceptibilidad, como nacida de la soberbia, la combatía sin tregua: “Eso de

no poderlas tocar, decía, sin que se den por ofendidas, sin que se hiera el amor

propio...”, y añadía: “La Maestra de novicias esté alerta con esas santas de nicho, a

quienes no se puede tocar sino con guantes de seda”.

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A este propósito cuenta la Hermana María Angelina Marchand que poco tiempo

después de haber salido del noviciado, recibió una fuerte reprensión de la Madre por

una falta de que le habían dado aviso, y de la cual ella no se reconocía culpable... “Tuve

la debilidad, dice, de echarme a llorar en su presencia; entonces fue cuando le dirigió

esas palabras: «¡Es usted una santa de nicho, no se le puede tocar!»”.

Supo que en una conversación se había tratado sobre cargos de superioridad, etc.

y dijo, hablando al respecto:

-¡Dios nos libre por siempre jamás de puntos de honra! Y sepan, añadió, que en la

Compañía no se puede elegir para Superior a sujeto que alguna vez se le ha oído hacer

alguna manifestación de ser Superior.

-Pues yo, dijo una Hermana con toda sencillez, yo he hablado de eso.

-Pues, replicó la Madre, por eso mismo nunca será Superiora; y así se verificó, por más

que la Hermana parecía tener cualidades para esos cargos, y por más que en distintas

ocasiones se pensó en ella, no fue nunca Superiora.

“Recomendó en cierta ocasión la sencillez en los juicios, escribe una Hermana,

respecto a juzgar que las Superioras hacen preferencias con tales o cuales Hermanas

para darles cargos o empleos. Hizo ver la bajeza de sentimientos que había en aquélla o

aquéllas que se ocupasen en discurrir si eran o no estimadas; distinguidas o preferidas

por las Superioras o por las Hermanas; debiendo todas y cada una estar persuadidas que

sólo merecen el último lugar y oficio como verdaderas Esclavas de Amo tan humilde

como el Corazón de Jesús.

Todo lo que tuviese el menor tinte de soberbia o que desdijese de la verdadera

humildad, lo combatía y reprendía con gravedad y firmeza. Supo que una había

manifestado compasión de una novicia que hacía el mes de cocina, diciendo ¡pobrecita!

Reprendió públicamente diciendo que la que así se había expresado había hecho el

oficio de satanás; que esta falsa compasión de los que practican la humildad es propia

solo del mal espíritu y que solo satanás la tiene”.

“Habíamos vestido el hábito cinco, dice la Hermana Encarnación del Señor

Tissera161

, y como éramos muy jovencitas, nos decía mis criaturas y nosotras nos

gozábamos con este título.

Díjole la Maestra que éstas eran muy miedosas, y la Madre le dijo que en eso no

las hiciera vencer porque eran chicas y podían enfermar; pero, «en el amor propio y

voluntad propia, eso sí, no les deje pasar nada; hágalas vencer mucho».

De todas las virtudes nos hablaba, pero de la humildad y caridad nos hablaba con

tanta energía y tan posesionada de eso, que hasta hoy (hacen 33 años162

), me parece

sentir la impresión que entonces sentía”.

No es pues de extrañar que teniendo tal horror a la soberbia, su contraria la

humildad, se hallase tan arraigada en su alma; lo que debió costarle más de una

violencia, pues por su carácter vivo y de natural dominante, era más para mandar que

para someterse; y ya tocamos arriba cómo dependía del doctor David Luque y del Padre

José María Bustamante, cómo no daba paso sin consultarles y someterse a su dictamen.

En esto pasaba aún más adelante: consultaba también a las Hermanas, y de éstas,

¿cuántas veces a las de menos representación en la casa, y hasta en casos de conciencia?

“He faltado esta mañana a la obediencia lavándome fuera de las cortinas, dijo a la que

161

El 26 /03 /1883 visten el hábito las Hermanas María Ascensión Colazo de 17 años; Juana Rosa

Kolhaisen de 15 años; Margarita María Cuestas de 16 años; Bernardina de María Pereira de 15 años y

Encarnación del Señor Tissera de 20 años. 162

Este dato es aproximadamente del año 1916, teniendo en cuenta la fecha de toma de hábito de la

Hermana Encarnación del Señor Tissera: 26 /03 /1883.

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esto escribe y a la Hermana Coadjutora que la atendía, ¿les parece que deberé

comulgar?”.

Esto no preguntaba porque ignorase que sólo el pecado grave impide la santa

comunión, ni porque ella creyese que aquella falta lo era, sino más bien para reparar

ante nuestro Señor su pecadillo con este acto de humildad de consultar a Hermanas que

tanto distaban de ella. Esto ocurrió en Mendoza cuando, al hacer las fundaciones en

Cuyo, se hospedó en las Hermanas de la Buena Enseñanza (Hijas de María) [Compañía

de María].

Excelente ejemplo de humildad nos dio en el viaje a Santiago del Estero, escribe

la Hermana María Ignacia Vocos: sucedió que refiriéndonos el señor Vicario Rainerio J.

Lugones un artículo que había salido en un diario con motivo del Colegio que iban a

regentar las Esclavas, dicho artículo decía que las Hermanas sólo sabrían rezar el rosario

y escasamente leer y escribir... Nuestra Madre dijo sencillamente y sin inmutarse:

“Señor, la persona que escribió eso me conocía a mí, y por mí ha juzgado a las demás”.

Hasta aquí la Hermana Vocos.

Dijimos que la Madre Catalina era de carácter vivo y por natural dominante,

hecho más para mandar que para depender, y lo confirmamos con un dato que nos

suministra una persona que la conoció a fondo en su vida seglar, y lo traemos aquí

precisamente porque hace resaltar más su humildad y pone de manifiesto que su virtud

no le era natural, antes debían ser muchas veces sus actos de humildad y dependencia,

como trofeos de las victorias de la gracia sobre la naturaleza. Hablando de las

Rodríguez dice la persona a quien nos referimos: “Todas han sido de carácter altivo y

dominante. (Esto hará resaltar más tarde las virtudes de la Madre, puesto que no fue así

por natural). No se doblegaban en la adversidad. Cuando se trataba de llevar a cabo la

fundación, y creían difícil su realización daban este motivo el carácter dominante de las

Rodríguez; y después de efectuada y en vista de su buena marcha: el doctor David

Luque primero la puso de súbdita y después la nombró Superiora”.

“En otra ocasión tratándose de una persona que deseaba ingresar en el Instituto:

no ha de permanecer, porque tanto ella como Saturnina son de carácter muy fuerte.

Todo esto servirá para hacer resaltar más su virtud y el dominio que tuvo sobre sí

misma”.

Próxima a llegar a Santiago del Estero cuando hizo allí la fundación, dijo

Monseñor Rainerio J. Lugones que todas las iglesias se estarían preparando para repicar.

“Señor, dijo la Madre, en tono suplicante, ¿no será posible lleguemos en silencio? Para

qué tanto aparato?” Él le contestó: “No se aflija Madre, el tolle, tolle, vendrá después”;

como efectivamente sucedió; pues esta fundación dio mucho que sufrir a los

Fundadores.

Cuentan que en los principios de la fundación, cuando ella era Sacristana, se le

pasó la hora de llamar a una distribución. La Madre Rectora (Josefa de San Miguel

Moncada) le dijo en tono de broma: “Ahora la voy a poner en cruz”. La humilde y

abnegada Sacristana no lo echó ni a broma ni a olvido. Llegada la hora de la bendición

de la mesa, se arrodilló y extendió los brazos en presencia de la comunidad. La Rectora,

al verla, se sorprendió tanto, que dejó escapar un “¡ay!” y corrió a levantarla, quedando

todas muy edificadas de su humildad y obediencia.

Cuenta la señora Crisanta Kolhaisen de Farías (ex-alumna del “Colegio de

María”) que estando en casa de la Hermanas Adoratrices, oyó al Padre Bustamante que

en cierta ocasión habíase sentido inspirado por Dios nuestro Señor para humillar a la

Madre Fundadora. No dijo de qué manera, pero sí que habiéndole dicho algo a este fin,

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no sólo lo recibió ella muy bien, sino que pidió al Padre le repitiese, “para que se me

grabe” lo que le había dicho. El Padre al referirlo dijo: “No he visto persona más

humilde que la Madre”.

La Hermana Rosa de la Cruz Castellano refiere que en cierta ocasión trajeron a

la Casa Madre dos Hermanas enfermas. La Madre las hizo examinar con tres médicos, a

saber, los doctores Samuel Castellano, Manuel Vidal Peña y Froilán Ferreira, siendo

uniforme el diagnóstico respecto a ambas enfermas; y de una que dijeron, no tenía nada

y que siguiese en todo la Comunidad, parece que a ésta no le cayó bien y ocurrió con

sus reclamos al doctor David Luque. Él después de oírla largamente, habló con la Madre

Fundadora. El desenlace fue que ésta habló con toda humildad a la Comunidad en

recreo dando por orden del doctor Luque, explicación del porqué de algunas

excepciones en los alimentos. Esto arrancó más de una lágrima a las presentes, mas ella

lo hizo con la mayor naturalidad.

Cuando estuvo en el Paraná (era aún seglar) ocurrió que la planchadora había

cumplido mal su cometido arreglando improlijamente unos pañuelos de seda de Zavalía;

Saturnina que era de carácter vehemente y muy impresionable, pagando tributo a la

pobre naturaleza, dio en un acto primo, señales de enojo; dicen que tiró al suelo los

pañuelos; mas, al momento, cayendo en la cuenta de su falta, se arrodilló y besó la tierra

en presencia de las personas a quienes creía haber desedificado, con su ligereza de

genio.

En carta a una Hermana le dice: «Es necesario pues que tengamos presente, que

nuestra vida debe componerse de continuos actos de humildad y mortificación; y que en

esto consiste todo el secreto de la perfección religiosa, pues estas dos virtudes lo

comprenden todo»163

. Y en otra a la misma Hermana, «Siento que esté tan equivocada

en sus creencias respecto a los frutos de mis Ejercicios, es verdad que mi retiro y

soledad han sido completos, pero esto sólo ha servido para que yo pudiera ver mejor lo

que soy, por esto es que mucho conocimiento propio es todo cuanto he sacado, y estas

mayores noticias que de mí he adquirido, me proporcionó muy malos ratos»164

.

Sometida como todos a las humanas miserias y debilidades de la pobre

naturaleza, le sucedía a veces dormitar en los ejercicios espirituales lo que le causaba

tanta pena, que, siempre quería y pedía la despertasen. En una de estas ocasiones le

ocurrió en una plática de Ejercicios. Al terminar, dijo a la Madre María Fidela Vázquez:

“¡Ay! me he dormido! Ahora me tiene usted que contar la plática, y otra vez no deje de

despertarme”.

Su mala salud, insomnios a causa de la misma y un excesivo trabajo, le

ocasionaban esta pesadez en el coro; pero ella hacía cuánto podía poniéndose de pie y

sobre todo mandando a las que estaban cerca se lo advirtiesen. Era pues una cruz que

tenía que soportar y no una debilidad o condescendencia de su voluntad. Ya dijimos

antes que siempre fue puntual en levantarse al primer toque de la campana a las cinco de

la mañana en toda estación.

La primera fundación fuera de la Provincia de Córdoba fue la de Santiago del

Estero, pedida por el señor vicario foráneo Rainerio J. Lugones, en la antigua Casa de

Belén; cuyas religiosas quisieron incorporarse a las Esclavas y les donaron la casa. En

abril de 1886 fue la Madre Fundadora llevando las Hermanas e instaló la casa.

163

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 994 1895 01 26 a la Hermana María

Ignacia Vocos que se encuentra en Santiago del Estero. (Caja Nº 4). 164

Ibíd. MC 123 188? ?? ?? (Caja Nº 1).

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118

En agosto del mismo año acompañó a las Hermanas que fundaron en Mendoza,

(Departamento Rivadavia) fundación solicitada por el Padre Pedro Pascual Olguín, y en

San Juan de Cuyo, por el Presbítero Manuel José Castro, a nombre de las señoras

Rosario y Luz del Socorro Castro, que hicieron donación de sus propiedades para la

fundación. En estas fundaciones y en la de Buenos Aires acompañó personalmente a las

Hermanas; a las de Salta, Tucumán y La Rioja no fue, por no llegar aún el tren a esos

puntos, no permitiéndole su salud hacer el viaje en mensajería. De éstas, a las dos

primeras fue el doctor Luque acompañando a las Hermanas, y a La Rioja, el señor

canónigo Eleuterio Mercado que había pedido esta fundación.

La de la casa de Mendoza (ciudad) fue encomendada al Reverendo Padre

Agustín Muzás de la Compañía. Ninguno de los Fundadores pudo hacer la instalación;

acompañó a las Hermanas el señor el presbítero doctor Pablo Cabrera165

.

Cuando se estableció la casa en San Luis ya no existía el doctor David Luque, y

la Madre Catalina ya no podía viajar por el mal estado de su salud.

La casa de Deán Funes no estuvo en vida de la Madre Catalina, capaz de ser

habitada; y solo cuando hubo de levantarse la de Rivadavia (Mendoza), la Madre

Provinciala Ignacia de María Castellano trasladó la Comunidad de ésta a Deán Funes

(año 1903).

Todas estas casas, (excepto La Rioja y San Luis) así como la de Villa del

Tránsito visitó la Madre Fundadora anualmente y con más frecuencia cuando la

necesidad lo exigía, hasta 1895 en que el mal estado de su salud no le permitió viajar.

La visita a la casa del Tránsito, en 1887, merece especial mención. Esta casa,

fundada en 1880, había sido visitada por el doctor Luque y el Padre Bustamante, pero la

Madre Catalina no había podido ir por no serle posible pasar la sierra a caballo, y no

haber entonces otro medio de viajar. El señor presbítero José Gabriel del Rosario

Brochero para allanar esta dificultad, abrió el camino carretero por Soto, valiéndose

para esto del prestigio que tenía entre los vecinos o propietarios de Soto a Villa del

Tránsito. Dicen que les repartió el trabajo a cada uno de tal a tal punto, y después

pagaba a los trabajadores con quesos o cosas semejantes. Lo cierto es que en 1887 pudo

la Madre Catalina hacer el viaje en coche, y éste se lo había también hecho regalar el

señor Brochero para que ella fuera. El primer vehículo que hizo la carrera al Tránsito

por Soto, fue éste.

Al llegar la Madre dice una Hermana, fue indecible el gozo y entusiasmo de la

Comunidad y de la población. Se habían levantado arcos de triunfo: el señor Brochero

vivaba a la Madre, y hacía eco la población; las campanas se echaron a vuelo, y se

entonó solemne Te Deum en acción de gracias.

Al día siguiente, la Madre les dio una de sus muestras de caridad y maternal

ternura. Estaban las Hermanas en recreo, y dijo a una de sus compañeras de viaje166

que

le trajese un lío167

que venía en el baúl. Lo desató ella misma, y llamando a cada una de

las Hermanas, fue midiéndoles unas tricotas de lana que había llevado, diciendo: “Estos

días pensaba qué poderles traer, y me ocurrió comprar estos abrigos de lana.

¡Pobrecitas, están en un clima tan helado! Cuide, Madre, que tengan los abrigos

necesarios”.

165

Presbítero Pablo Cabrera Mercado se desempeña como Capellán en el período 1884 – 1896. En 1893

se le otorga Carta de Hermandad; acreedor al aprecio y gratitud de este Instituto por los importantes

servicios que le ha prestado como Capellán de la Casa Matríz y como insigne colaborador en la sublime

misión de formar la juventud. 166

En estos viajes la acompañaban su Secretaria Hermana María Margarita Correas y la Hermana María

del Tránsito Gutiérrez. 167

Porción de ropa o de otras cosas atadas. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. “Diccionario de la Lengua

española” Tomo II - Vigésima primera edición. Madrid 1992. Editorial Espasa Calpe S.A.

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Al medirles las tricotas, dice la que esto relata, nos tomaba de la mano y

examinaba los abrigos que teníamos como pudiera hacerlo la más solícita y cariñosa

madre.

A la llegada de la Madre habían las Hermanas ingeniosamente fabricado un

globo con una paloma dentro; al entrar ella, el globo se abrió, salió la paloma y dejó

caer una lluvia de flores.

El doctor David Luque que infatigable había trabajado por la formación y

crecimiento del Instituto de la Madre Catalina, y con ella y el Padre José María

Bustamante habían logrado se consolidase, fuese propagado, conocido y estimado en

casi toda la República Argentina, el doctor Luque, decíamos, tocaba en sus últimos

años: en 1888 hallábase ya en extremo quebrantada su salud; y las Esclavas, que tanto

lo amaban y tanto le debían, empezaban a presentir que su amado Padre pronto las

dejaría.

“La prueba, que si no precede a la santidad la acompaña o la corona”168

, se

presentó al terminar los últimos años del doctor Luque.

Las tinieblas en el espíritu del que siempre había sido luz para otras almas; los

temores en el que siempre los había desvanecido en sus dirigidas; la inutilidad de su

vida sacerdotal, llena toda por una fecunda labor, mas para él vacía de méritos; el

desamparo del cielo y de la tierra... todo esto y más que es imposible expresar, había

reducido al doctor Luque a un estado de sufrimiento, de desolación y casi de muerte.

Pasaba las noches en vela, y durante más de un año no pudo conciliar el sueño.

Se levantaba por la noche y desolado, triste y meditabundo se paseaba en la habitación,

ansioso por ver la aurora del nuevo día, en el que sin embargo se habían de repetir las

escenas de sufrimiento del pasado.

Venía a veces a la Casa Madre, y la Madre Catalina, habiéndose trocado los

papeles, era quien lo alentaba y trataba de reanimar su espíritu abatido. “Yo no he hecho

nada, nada, que me pueda valer para la eternidad” repetía con frecuencia. Entonces la

Madre le enumeraba los trabajos de su vida de labor en el santo ministerio; con lo que

en el momento que la escuchaba, parecía reanimado, volviendo luego a entrar en la

noche de la prueba. “¿No hay quién me diga una palabra de aliento? ¡Paso penas

terribles, como la muerte!” exclamaba.

La Madre le hacía las mismas reflexiones con que él en otros tiempos la alentara

en sus sufrimientos, y se empeñaba en demostrarle que sus temores eran infundados;

pero él había entrado de lleno en la noche de la prueba y no veía ni palpaba sino negras

sombras.

“Los sufrimientos de entonces y la fundación de las Esclavas fueron la causa de

su predestinación” dijo el Padre Bustamante a las Hermanas en Buenos Aires, y que así

se lo había escrito al mismo doctor Luque en su última carta.

Así pasó de 1890 a 1892, cuando a principios de Agosto de ese año fue atacado

de un fuerte síncope, que, repetido al tercer día, terminó con su preciosa existencia.

Durante ese fatal triduo, las Esclavas no habían bajado las manos suplicantes para

obtener del cielo la vida de un Padre tan querido. La hora había sonado en el reloj de la

eternidad, y el justo había oído la dulce voz que le invitaba a entrar en el gozo del

Señor.

El doctor Pablo Cabrera, Capellán de la Casa Madre, recibe comunicación por

teléfono de que el doctor David Luque acaba de morir. Avisa a la Hermana Portera, sin

declararle definitivamente lo ocurrido, y atenuando la fatal noticia con la idea de un

nuevo síncope; vuela a casa del doctor Luque.

168

Presbítero doctor Pablo Cabrera.

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La campana de comunidad llama a ésta al coro, y la Madre Fundadora y sus

hijas oran por el amado Padre a quien esta plegaria no devolverá la existencia, pero le

servirá de sufragio en el lugar de expiación o le acompañará en su triunfante entrada en

el cielo. Él presentará los votos de sus hijas ante el trono de Dios.

La esperanza y confianza en Dios alientan aún a la Madre a quien se ocultaba

por prudencia la triste noticia; ella llena de fe sigue orando, hasta que su mismo corazón

le dice lo que un momento después dijo a las Hermanas que con ella oraban: “Nuestro

Padre ya no existe; roguemos por él”; y entró en la Capilla, en donde hicieron en

comunidad el Vía Crucis por el eterno descanso de su alma.

La fortaleza y presencia de ánimo de la Madre en este caso fueron admirables:

Perdía a su Padre, a su Director, al Padre y Director de su familia religiosa, quedando

ella sola al frente de su Instituto, pues el Padre Bustamante ya no estaba en Córdoba;

con todo, mostró tanta entereza de ánimo, tanta fuerza de espíritu que enjugó más de

una lágrima de las muchas que en esos momentos tan justamente derramaban sus hijas y

las hijas del doctor David Luque.

Al día siguiente dirigió la Madre una Solicitud a la Municipalidad pidiendo

permiso para inhumar los restos del doctor Luque en la capilla de la Casa Madre.

Otorgado éste, fueron trasladados de la casa mortuoria al Convento Santa Catalina, de

donde había sido muchos años Capellán, y de dicha iglesia, al Pueblo General Paz169

.

Velado esa noche por sus amadas hijas, fueron al día siguiente170

depositado los

preciosos restos en una bóveda que se abrió delante del altar mayor. Sobre ella se puso

aquella misma lápida que el doctor David Luque colocara en el coro de las Hermanas

cuando éstas tomaron posesión de la Casa Matriz del Instituto. En dicha lápida había él

escrito: “¡ESCLAVAS DEL CORAZÓN DE JESÚS, OBEDECED HASTA LA

MUERTE!” y ahora la Madre Fundadora, queriendo conservar tan precioso testamento,

mandó grabar al revés de la piedra las mismas palabras del doctor Luque, añadiéndole la

leyenda: “¡ES SU TESTAMENTO! QUEDARÁ GRABADO ETERNAMENTE EN EL

CORAZÓN DE SUS HIJAS”.

¡Cuánto habla a las Hermanas Esclavas esa losa que cubre las reliquias de su

amado Padre, y en la que por ambas faces pueden leer la celestial doctrina de la santa

Obediencia que los Fundadores, más que en el mármol, quisieron se grabase en sus

corazones!

Huérfanas habían quedado las Esclavas, pero tenían un Padre mejor que todos

los padres, el Sagrado Corazón de Jesús. Él no faltó en su providencia en deparar una

ayuda, un consejero para la Madre Catalina y sus hijas: éste fue el Reverendo Padre

Juan Cherta, Superior entonces de la Compañía en Córdoba, a quién Monseñor

Reginaldo Toro nombró Director del Instituto de las Hermanas Esclavas del Corazón de

Jesús.

Dicho Reverendo Padre había sucedido al Padre José María Bustamante en el

cargo de Superior y Maestro de novicios en Córdoba, y fue el Director espiritual del

doctor David Luque desde que vino a ésta (1887).

El Padre Cherta, eximio Director espiritual y que gozaba alta opinión por su

ciencia y relevantes virtudes, ayudó mucho a la Madre Fundadora después de la muerte

del doctor David Luque siendo su consejero en los asuntos del Instituto así como de las

Hermanas en la dirección de sus espíritus.

169

Murió a la edad de 64 años; el Jueves 11 de Agosto de 1892 a las 6 p.m. aproximadamente, y los restos

fueron trasladados el Viernes 12 a las 4 p.m. 170

Sábado 13 de Agosto a las 10 a.m.

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“Nuestra Madre, escribe una Hermana contemporánea, estaba muy preocupada y

con grandes temores por el Instituto y por quién reemplazaría a Nuestro Padre como

Director. En la Meditación de la Multiplicación de los Panes171

se sintió confortada y

recibió luz del cielo comprendiendo en aquellas palabras de nuestro Señor: Buscad

primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura172

, que

lo que teníamos que buscar era el perfeccionamiento en nuestra vocación; y que de lo

demás, cuidaría nuestro Señor; y que Nuestro Padre velaría desde el cielo por el

Instituto”.

«Hijas mías, escribe a las Hermanas de la casa de San Juan de Cuyo, hemos

quedado huérfanas; hemos perdido al mejor padre de los padres, (después de Dios),

dejándonos un vacío, que sólo nuestro Amo puede llenar; pero no hay que desfallecer,

porque él está en el cielo donde es más poderoso, y desde allí vela por nosotras sus

pobres hijas que tantos desvelos le hemos costado. A nosotras toca ahora corresponder

a todo lo que él ha hecho en favor nuestro, practicando sus consejos, e imitando las

virtudes de que nos ha dado ejemplo. Ahora más que nunca es necesario que unamos

nuestros espíritus con el firme propósito de trabajar con todo empeño en nuestra

santificación, por medio del fiel cumplimiento de nuestras santas Reglas, porque ésta

ha sido su principal aspiración respecto a nosotras, siendo cierto que si esto hacemos,

daremos grande gloria a Dios porque habremos llenado en todo los fines de nuestro

Instituto, propagando también la devoción de nuestro Amo el Corazón de Jesús, tan

amado del corazón de nuestro Santo Padre.

No seamos flojas en tan santo empeño para que no suceda con nosotras lo que

sucedió a las Salesas que, visitando San Francisco las casas del Instituto, encontró

algunas que no reconoció por hijas suyas; pero yo espero que por la misericordia de

Dios, no habrá ninguna de las nuestras que, si Nuestro santo Padre se digna visitarla,

no la reconozca por suya»173

.

CAPÍTULO VI

Las Constituciones en Roma - Monseñor Celestino Del Frate - Breve Laudatorio

de Su Santidad León XIII - Temores de la Madre Fundadora - Viaje a Roma -

Salida de Córdoba - A la vela - En Génova - En Roma - Visita a la Ciudad Eterna -

En San Pedro - Viaje a Loreto - En el Hotel - El carretón - En la Basílica -

Congregación de la Santa Casa - De regreso a su hospedaje - En el Vaticano.

Un año antes de su muerte había el doctor David Luque enviado ante Su

Santidad León XIII las Constituciones que aún no tenían más aprobación que la

diocesana, y según el parecer de personas muy respetables y entre ellas el Reverendo

Padre Juan Cherta y otros Padres de la Compañía, era llegado el tiempo de darse este

paso, pues el Instituto estaba bastantemente consolidado, y la experiencia con la práctica

de casi veinte años eran más que suficientes para el caso.

La Reverenda Madre María San Agustín de Jesús Fernández Concha, Superiora

del Instituto del Buen Pastor en Chile, fue quien indicó se debía dar este paso, y puso a

la Madre Fundadora en relación con Monseñor Celestino Del Frate Obispo de Tívoli en

171

Evangelio San Lucas 9, 10 – 17 ; San Mateo 14, 15 – 21 ; San Marcos 6, 35 – 44. 172

Evangelio San Mateo 6, 33. 173

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 291 1892 08 23 a la Madre María

Agustina Amuchástegui, Rectora de la Comunidad de San Juan. (Caja Nº 3).

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Roma y más tarde Arzobispo de Camerino. Fue Nuncio Apostólico en Chile, y con este

motivo tenía relación con la Madre Fernández Concha.

Se enviaron, pues, las Constituciones a Roma siendo portadora de ellas la Madre

Superiora de las Hermanas del Huerto, dirigiéndose el doctor David Luque a Monseñor

Del Frate por la recomendación de la Madre María San Agustín de Jesús Fernández

Concha. Mas, como otro Moisés debía el doctor Luque ver de cerca la tierra Prometida,

pero no le fue dado entrar en ella. El Breve Laudatorio del Instituto, otorgado por Su

Santidad León XIII, el 31 de Julio de 1892, llegó el 8 de Setiembre, y el 11 de Agosto el

doctor David Luque había terminado su existencia en este mundo; venía, pues, en

camino el Decreto Pontificio, cuando él murió.

Juntamente con el Elogio del Instituto fueron comunicadas por la Santa Sede

algunas advertencias sobre algunos puntos de las Constituciones de los cuales pedía

Roma la práctica por algún tiempo, según estilo de la Sagrada Congregación que da sus

intervalos entre una y otra aprobación hasta la definitiva en que se confirma el Instituto

y se aprueban las Constituciones.

Aunque la Madre Fundadora fue y se mostró siempre hija fiel y sumisa de la

Santa Iglesia, y en esta vez también lo estuvo, acatando las órdenes dadas por el Jefe de

ella, el Papa, con todo, preciso es confesarlo, esta vez fue presa de infundados temores,

a lo que dio lugar su falta de práctica en estas cosas. Hasta entonces ningún otro

Instituto de los que se habían fundado en la Argentina después de las Esclavas, había

ocurrido174

a Roma pidiendo aprobación; así que, todo el camino que debía recorrer era

para ella desconocido. Las gestiones ante la Corte Romana y el procedimiento de ésta

en dar largas treguas entre el Elogio de un Instituto o sea Breve Laudatorio y su

Confirmación y Aprobación definitiva de sus Constituciones, todo esto lo había hasta

entonces ignorado, y pensó sin duda que en la primera solicitud podrían ser aprobados

el Instituto y las Constituciones. Además, en las Advertencias que comunicaba Roma,

hallaba algo que le infundía temores para el porvenir; y por otra parte, la habían

informado que la Fundadora de cierto Instituto habíase personado a Roma y conseguido

de una vez la aprobación definitiva. Todo esto le hizo concebir también el deseo de ir a

Roma, lo cual creyó el Padre Cherta, así como el Consejo de la Madre y otras personas

de respetabilidad, que era conveniente, sobre todo para su mayor tranquilidad, pues allí

vería las cosas más de cerca y sería mejor informada.

También la decidió a este viaje el deseo de practicar algunas diligencias para

promover la introducción de la causa de beatificación del doctor David Luque.

A este tiempo se organizó en Buenos Aires una peregrinación a Roma con

motivo de las Bodas de Oro episcopales de Su Santidad el Papa León XIII.

Se resolvió, pues, a emprender el viaje a la ciudad Eterna, animada por su

piedad, como por los motivos dichos.

El Padre Cherta ayudó a la nueva redacción de las Constituciones haciendo en

ellas las reformas que Roma pedía.

Obtenida la debida licencia de la autoridad Eclesiástica175

partió el 19 de Enero

de 1893, llevando en su compañía dos Hermanas, la una como Secretaria176

, y la otra

Hermana María del Tránsito Gutiérrez que la atendía de inmediato. Fue como Capellán

el doctor Pablo Cabrera, y también la acompañaba el Presbítero Manuel José Castro,

Fundador del Colegio de la Inmaculada en San Juan de Cuyo. La comitiva no podía ser

174

Léase: “acudido”. 175

Monseñor Reginaldo Toro hallábase entonces en un punto de campaña, por lo que se obtuvo dicho

permiso de Monseñor Uladislao Castellano, entonces Vicario General de la Diócesis de Córdoba. 176

Hermana Ana de la Cruz Moyano, autora de estos “Apuntes”.

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más selecta, pues la formaban diecinueve sacerdotes: Monseñor Mariano Soler Obispo

de Montevideo, los señores: José Américo Orzali, Cura de Santa Lucía (Buenos Aires)

hoy [1914] Obispo de San Juan de Cuyo; Juan Nepomuceno Terrero actualmente [1914]

Obispo de la Plata; el Reverendo Padre José León Torres, Provincial de los

Mercedarios; Presbíteros Juan N. Kiernan, Faustino Arrospide, y otros; además

distinguidos caballeros y señoras de las Repúblicas Argentina y Oriental del Uruguay.

Llegando a Buenos Aires, se hospedó en casa de las Hermanas del Buen Pastor

(calle Belgrano), y al día siguiente se hizo a la vela en el vapor “La Veloce” (Compañía

Italiana trasatlántica) tocando los puertos de Montevideo, las Palmas, (Islas Canarias),

Barcelona, y finalmente en Génova en donde desembarcó el 10 de Febrero. También

aquí se hospedó en el Buen Pastor (calle San Francisco d'Adaro). Allí la esperaba una

carta de la Reverenda Madre Fernández Concha que se hallaba entonces en Roma. La

Madre Catalina le había comunicado su viaje y pedido hospedaje en sus casas de dicha

ciudad. La Madre Fernández Concha, en su carta se disculpa de no poder dárselo en sus

casas, por falta de local, y le dice siente vivamente no darle el hospedaje que le debe177

,

y que lo ha solicitado en las Hermanas del Santísimo Sacramento (Vía dei Riari 41).

Al día siguiente se une a los Peregrinos en el Hotel de Génova, y por la noche

toma el tren para Roma costeando el Mediterráneo.

El 12 de Febrero, Domingo de Carnaval a las 9 a.m. llegaba a la estación de

Roma en donde la Madre Fernández Concha la esperaba con carruaje.

Oigamos el relato de este viaje, por una de las Hermanas (Ana de la Cruz

Moyano) que la acompañaban:

“Nuestra Madre, dice, no quiso fuésemos a nuestro hospedaje sin haber antes

cumplido con la obligación de la santa misa que oímos en Santa María de la Minerva.

Allí lo primero que se ofreció a su piedad y veneración fue el cuerpo de su amada Santa

Catalina de Siena, visible en una urna en el altar mayor; y no sólo entonces sino en los

días de su permanencia en Roma fue a satisfacer su devoción contemplando el santo

cuerpo que se conserva íntegro. Allí se detuvo largos ratos en tiernos y dulces coloquios

con su santa Patrona: «¡Ah! exclamaba, el anillo que le dio nuestro Señor en su místico

desposorio!» Luego se ponía a detallar las facciones de su rostro, su estatura, etc.

Solicitó visitar la celda de la Santa, que de Siena había sido trasladada a ese

convento de los Reverendos Padres Dominicos, pero se le respondió que eso no se

permitía sino un día en el año.

Al día siguiente de su llegada visitó la Basílica de San Pedro; y cuando llegó a la

Confesión del Santo Apóstol, cayó de rodillas en uno de esos indescriptibles transportes

que solo la fe y la religión saben hacer sentir en los momentos de la gracia a las almas

de fe y acendrada piedad, cual era la de la Madre Catalina. Al caer arrodillada,

prorrumpió en copioso llanto; y hubiérase quedado allí por largas horas si la señora que

nos acompañaba no le hubiera hecho notar que el tiempo pasaba y que debíamos estar

en casa a la hora de almorzar.

Fue al Colegio Pío Latino Americano, en donde se hospedaba Monseñor Soler,

Obispo de Montevideo, y compañero de viaje en la Peregrinación. Con él quiso

consultar algunos puntos relativos a las diligencias que debía practicar en Roma. Allí

conoció al joven seminarista cordobés David Luque Ferreira178

, y al presentárselo dijo:

177

La Madre Fernández Concha se había hospedado en la Casa Madre de las Hermanas Esclavas del

Corazón de Jesús, y varias veces en la de San Juan de Cuyo, cuando fundó sus casas en la Argentina. 178

Sobrino del Canónigo Honorario doctor David Luque. Ordenado Sacerdote en Roma, a fines de 1893;

dos años después el 11 /09 /1896 a su llegada a Buenos Aires, celebra misa por primera vez en la

Argentina en la Capilla de las Hermanas Esclavas. El 01 /05 /1897 comenzó a servir la Capellanía de la

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«Otro David; éste irá a sustituir al primero» Algo proféticas fueron estas palabras, pues

el doctor David Luque, apenas llegado de Roma ocupó la capellanía de la Casa Madre,

en donde prestó importantes servicios, coadyuvando a llevar a cabo los asuntos más

trascendentales del Instituto como fue el de la aprobación y confirmación del mismo.

También estuvo la Madre en el Colegio Romano en donde conoció al Reverendo

Padre Luis Perelló, entonces Procurador General de la Compañía de Jesús. Al

presentarse a dicho Padre, le dijo la Madre con gracia:

-Las Esclavas del Corazón de Jesús, nietas de San Ignacio.

-¡Oh, sí! ¿Cómo, nietas de San Ignacio?

-Somos hijas de la Compañía, fundadas por el Padre Bustamante, así que venimos a ser

nietas de San Ignacio.

-¡Bien, bien!, dijo el Padre con toda amabilidad, e invitándonos a tomar asiento, se

sentó él, al lado de la Madre en el mismo sofá. Ella le dio razón del motivo de su venida

a Roma y de los asuntos que traía entre manos. El Padre, después de solucionarle

algunas dudas, la aconsejó se presentase al Cardenal Luis Masella, (jesuita) y le dio su

tarjeta.

Esa tarde fuimos al Colegio Germánico, y tuvo la entrevista con Su Eminencia el

Cardenal. Ella le manifestó el deseo de que él fuese Cardenal Protector del Instituto, y

con el mayor gusto lo aceptó el Cardenal indicando él mismo los pasos que debía dar

para obtenerlo179

.

Bien sabido es que en aquella gran ciudad el visitante ha de contentarse con ver

a la ligera un millón de cosas de gratos recuerdos, de importancia artística, y sobre todo

de piadosa edificación, pues de lo contrario tendría que pasar no días o meses sino años

enteros para contemplar y saborear tanta maravilla como la religión y el arte supieron

allí juntar. Pero Nuestra Madre en llegando a uno de esos puntos, como el arriba dicho,

no sabía, no podía desprenderse de aquel venerando sitio. Lo mismo pasó en San Pedro

ad víncula180

: besaba y volvía a besar las cadenas del Príncipe de los Apóstoles, y

hubiera querido quedarse allí aherrojada en ellas.

Otro de los venerandos sitios que con mayor devoción visitó fue la celda de San

Ignacio de Loyola en la Iglesia del Jesús. Allí oyó la santa misa, y dos veces más estuvo

en la bendita habitación de su amado Santo. Y mientras oía la misa, hizo depositar el

ejemplar de las Constituciones en el armario de reliquias de santos y beatos de la

Compañía que hay en dicho sitio. Contempló aquella ventanita por donde el Santo

Fundador miraba al cielo, exclamando: ¡Qué viles me parecen las cosas de la tierra

cuando contemplo el cielo!181

.

Asimismo y con idéntica devoción visitó las celdas de los Santos Luis Gonzaga

y Juan Berchmans, en San Ignacio, oyendo en ambas la santa misa; y otro día la de San

Estanislao de Kostka en San Andrés. Estuvo en San Pablo extramuros, y en San

Sebastián, en cuyas catacumbas penetró pero no le fue dado proseguir por acometerla

síntomas de asfixia por la falta de aire; en Santa María la Mayor y en San Juan de

Letrán, visitando en ésta la Santa Cruz de Jerusalén en donde adoró devota los trofeos

de nuestra santa religión: Lignum Crucis, Clavos, espinas de la santa corona, el dedo del

Casa Madre nombrado oficialmente el 15 /10 /1897; prestando importantes servicios, hasta que parte a la

diócesis de Paraná como Vicario el 11 /12 /1910. Muere el 17 /11 /1922 en Córdoba. 179

Nuestra Madre lo deseó, pero a su vuelta a Córdoba hubo opiniones de que mientras viviese Monseñor

Celestino Del Frate, no debía pedirse Cardenal Protector. Tanto más que se creía que pronto sería él

elevado a la dignidad de Cardenal, y así podía él mismo ser el Protector. 180

= “San Pedro en cadenas” (Basílica). 181

Esta era máxima favorita de la Madre Catalina. En una de estas visitas obtuvo una reliquia del quitasol

que San Francisco Javier usaba en la India, y a cuya sombra bautizaba los infieles.

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incrédulo Apóstol Santo Tomás, etc.

Quien la viera en esos solemnes momentos había de experimentar una doble

emoción ante los gratos recuerdos de fe y de piedad y el éxtasis de un alma amante, que,

dando expansión a los puros sentimientos de su corazón, dejaba entrever algo como de

divina fruición”.

Mi incapacidad y la pobreza de mi espíritu hacen más bien palidecer el cuadro,

digno por cierto, de mejor pincel que el mío; más es de esperar que quien escriba la

Biografía de Nuestra Madre Fundadora sabrá interpretar lo que yo no acierto a expresar.

Aquello que presencié en los veintiún días que estuvimos en Roma es indescriptible...

“Sobrepasa a todo lo dicho e imaginable la visita a la Santa Casa de Loreto. El

25 de Febrero a las 10 p.m. tomamos el tren para Loreto. Nos acompañaban el señor

doctor Pablo Cabrera, el señor Manuel José Castro y la señora Cenobia Arias de Tello

que venía con nosotras desde Córdoba. Después de una corta estación en Ancona,

continuamos nuestro viaje con felicidad, amaneciendo en Loreto.

Lo primero que se ofreció a nuestra vista, un momento después de dejar el tren

fue el bendito collado de Loreto y la cúpula de la Basílica en que brillaba con los

primeros rayos del sol naciente, la estatua de la Santísima Virgen que parece de oro

puro bruñido.

No era fácil llegar tan pronto como el piadoso corazón de la Madre Catalina

deseaba: había que repechar, y el carruaje iba pesado con seis personas y otras tantas

valijas; ella por momentos apuraba el cochero con el ¡Súbito, súbito! de los italianos.

Llevábamos recomendación de la Madre María San Agustín de Jesús Fernández

Concha para el Hotel Ferrari; más al llegar a la ciudad, en donde para nosotros todo era

desconocido, nos hicieron parar el coche diciéndonos que si íbamos al Hotel Ferrari,

que allí era casa sucursal. Bajamos, pero muy luego el señor Cabrera se dio cuenta del

embuste. No sólo no era casa sucursal de Ferrari, sino que era una miserable gente que a

la entrada de la ciudad sorprendía así a todos los peregrinos que llegaban a Loreto para

disputar así el alojamiento que debían tomar en aquel Hotel. Se les dio una propina por

los momentos que habíamos estado, y para conseguir sin dificultad que nos entregasen

nuestras valijas de viaje.

A todo esto, ya no teníamos coche ni de donde conseguirlo; y no sabiendo que

estábamos a un paso del Hotel Ferrari y de la Santa Casa, subimos a un carretón que el

señor Cabrera alquiló a un campesino, y sentadas sobre la paja, (por cierto no muy

limpia) que tapizaba el piso del vehículo y en nuestras valijas, entramos a Loreto,

pudiendo meditar en la entrada de Jesucristo el Domingo de Ramos montado en un

pollino; pero no había ahora ni vivas ni hosannas, y quien sabe si no fueron sustituidos

para alguna risa de burla...

Dejemos aparte otras consideraciones por ver a toda una señora Rodríguez de

Zavalía, a la Fundadora del Instituto de las Esclavas del Corazón de Jesús, en un

Carretón descubierto... Mas ella, como si tal cosa pasase.

Serían como las 9 a.m.: dejamos nuestro equipaje en el Hotel, y nos dirigimos a

la Basílica, atravesando diagonalmente la gran plaza, deseosísimas de llegar cuanto

antes para oír la santa misa y comulgar.

No sin trabajo, penetramos en la Santa Casa de la Virgen porque estaba

completamente llena de gente de toda clase y categoría; todos estaban de pie porque de

otra manera no cabían.

El centinela nos abrió paso y llegamos hasta el presbiterio en donde en el

extremo de la barandilla pude yo arrodillarme y Nuestra Madre con las otras en la

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baranda misma. Comulgamos en la misa que se estaba celebrando y en seguida oímos

otra, pues era día Domingo.

Los sacerdotes que nos acompañaban celebraron en otros altares de la Basílica,

pues de esperar su turno en los altares de la Santa Casa debían esperar a la 1 p.m. por

haber treinta sacerdotes antes que ellos.

Sólo Dios sabe lo que debió pasar en el alma de la Madre al contemplar aquellas

santas reliquias, aquellos recuerdos de un Dios Hombre, de Jesús Niño... de la Madre

Virgen… de San José y de los santos padres de María, San Joaquín y Santa Ana,

primeros dueños y habitantes de la Santa Casa. Todo lo contempló en silencio en esos

momentos para desahogar más tarde con nosotras sus dulcísimas impresiones.

Y, ¿quién podrá decirnos lo que pasaría en su alma en el momento de comulgar,

al recibir sacramentado al mismo Dios autor y consumador de aquellos santos

misterios?

Terminada la misa y después de visitar el magnífico salón de exvotos, volvimos

al Hotel a tomar nuestro desayuno; y más tarde pasada la comida visitamos de nuevo la

Santa Casa. Allí curioseamos con religiosa veneración tanta grandeza encerrada en

aquellas desnudas paredes que hablan al alma un lenguaje del mundo desconocido.

Nuestra Madre dilataba su alma en amorosos coloquios con Dios nuestro Señor,

al contemplar cada uno de los objetos que se le decía habían pertenecido a la Sagrada

Familia y prestándole sus servicios: «¡Aquí en esta cocinita (estufa) hacían la comida!»

decía, y enternecida la besaba. «¡Aquí, en esta alacena, guardarían esto o lo otro! ¡Aquí

tendría tal o cual cosa el divino Niño! ¡En estos platitos comía la Sagrada Familia! ¡Por

aquella ventana entró el Arcángel a saludar a la Santísima Virgen…! ¡Le anunció que

sería Madre de Dios, llamándola llena de gracia y bendita entre todas las mujeres...!» y

se deshacía en amorosos coloquios con cada una de las personas de la Sagrada Familia”.

Ni mi poca capacidad ni mi memoria después de veinte años que presencié estas

hermosas escenas, me permiten describir lo que por otra parte confieso es indescriptible,

a saber las impresiones de la Madre Fundadora, dignas, como se dijo en otro lugar, de

que mejor pluma las apunte y dé el colorido y expresión que les es propio y que yo no

acertaré a darles; tanto más cuánto no quiero ultrapasar los límites de simples y

sencillos Apuntes dedicados a la familia religiosa a que tengo el honor de pertenecer.

“El Reverendo Padre Pedro María de Málaga182

, Capuchino, Director de la

Congregación de la Santa Casa, fue quien nos hizo conocer todo aquel tesoro de santas

reliquias, y nos hizo palpar cómo se halla dicha Santa Casa en el aire, es decir, separada

del pavimento: para esto introdujo entre el espacio que hay entre éste y la base de las

murallas, una cerilla encendida; y nosotras, echándonos al suelo, pudimos ver cómo la

luz se esparcía dentro, haciendo el Padre girar la cerilla en todas direcciones, lo cual no

pudiera suceder si las murallas no estuvieran separadas del piso.

Luego nos hizo entrar el Padre al Archivo de la Santa Casa, en donde nos habló

de la “Congregación” allí establecida, nos alistó en ella dándome a mí [Hermana Ana de

la Cruz Moyano] el cargo de Celadora de la Santa Casa y encargándome de una

Centuria. A nuestro regreso, cuando estuvo llena dicha lista, Nuestra Madre se la

remitió, adjuntándole una buena suma de dinero recolectada entre los asociados. El

Padre Málaga, al acusarle recibo de dicho envío, le adjuntó el Diploma de Camarera de

182

Primer Director desde 1883 a 1904 de la Congregación Universal de la Santa Casa fundada en 1883.

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la Santa Casa.

En la noche de ese día (26 de Febrero) tomamos el tren de regreso para Roma a

donde llegamos a las 6 a.m. del día Lunes 27. Mas, no se crea que por haber pasado las

dos noches de viaje ni por hallarse a causa de ello resfriada, dejase Nuestra Madre de

asistir al coro a oír la santa misa y comulgar. Grande confusión fue para sus dos

compañeras de viaje que, siendo jóvenes, no pudimos hacer lo mismo, pues en crudo

invierno, después de pernoctar, nos hallábamos desprovistas del valor que ella tuvo para

acallar los justos reclamos de la naturaleza.

Hicimos ya mención de Monseñor Celestino Del Frate, quien gestionó ante la

Corte Romana las tres Solicitudes para obtener la aprobación y confirmación del

Instituto, prestando sus desinteresados servicios desde 1892 en que se envió la primera,

hasta 1907 en que Su Santidad el Papa Pío X confirmó el Instituto y aprobó las

Constituciones.

Cuando la Madre fue a Roma, dos días después de su llegada, vino de Tívoli a

saludarla, personándose después con ella en la Cancillería para tratar allí algunos

asuntos y solicitudes relativas al Instituto. La Madre le obsequió algunos escudos del

Corazón de Jesús bordados en Córdoba, y al verlos, los alabó diciendo que eso no se

conocía tan bueno en Roma; y le pidió algunos más para darlos a los miembros de la

Sagrada Congregación; contando después que sus Eminencias, los Cardenales, se los

habían disputado.

La víspera de la partida de Roma, habíamos salido, y al volver a casa nos

encontramos con Monseñor Del Frate que por segunda vez había vuelto para despedir a

la Madre.

Quedamos esta vez más edificadas, escribe la relatora del viaje, al encontrarlo en

la portería en donde nos había esperado una hora entera. Monseñor obsequió a la Madre

un buen número de reliquias en preciosos relicarios y con sus Auténticas. Ella por su

parte, como era tan agradecida, le dio mil liras para su iglesia”.

Monseñor Celestino Del Frate falleció en 1907, en Camerino de donde era

Arzobispo. El entonces Capellán de la Casa Madre183

estuvo ese año en Roma e

ignorando el fallecimiento de Monseñor Del Frate, fue a visitarlo y cumplir con los

encargos que llevaba de las Esclavas para él; y con gran sorpresa supo su fallecimiento.

Trajo su retrato pintado al óleo, y es el que está en la sala de recibo de la Casa Madre.

En gratitud a los servicios prestados por él, le ofrece la comunidad, el 13 de cada

mes, la santa comunión, por ser el día 13 de Noviembre su fiesta onomástica. Monseñor

Del Frate es reconocido como uno de los primeros benefactores del Instituto.

Continúa el relato:

“Al día siguiente de la visita a la Santa Casa de Loreto debía tener lugar la

Audiencia de Su Santidad León XIII a las Peregrinaciones Sudamericanas. ¡Cuánto

deseaba la Madre besar el pie a Su Santidad y postrarse como hija fiel de la Santa

Iglesia ante el Vicario de Cristo en la tierra! Desde Córdoba llevaba preparada una caja

de ricos escudos del Corazón de Jesús bordados en seda y oro; y siendo fama que los

escudos hechos por las Esclavas no tienen rival, los que esta vez se prepararon, no

tuvieron competencia en los hechos y por hacer de manos de las mismas Hermanas.

Caja y escudo todo era bordado con el mayor esmero y gusto artístico. Añadió a los

escudos algunas monedas de oro que, como óbolo de su adhesión al Santo Padre, le

183

Doctor David Luque Ferreira, hoy [1914] Vicario General del Paraná.

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envió junto con su tarjeta.

Por la mañana temprano fuimos al Palacio del Vaticano, en donde a más de la

Peregrinación americana, esperaban dos más que debían tener audiencia, primero que

nosotros. Después de tres cuartos de hora de espera, apareció el Santo Padre y fue

aclamado por los ¡Vivas! de la triple peregrinación.

Besaron el pie de Su Santidad los alemanes, contestando éste al discurso de un

Prelado húngaro. En seguida pasó la peregrinación francesa y como a la anterior

contestó Su Santidad al discurso en francés. Tocaba el turno a los americanos, cuando el

médico del Papa le mandó retirarse, pues había trabajado más de dos horas, y su salud

podía comprometerse con mayor trabajo. Antes de retirarnos, habló en español uno de

los familiares de Su Santidad a los peregrinos de América, diciendo que el Santo Padre

le encargaba agradeciese a los americanos su visita; que los bendecía a todos, y

concedía a los respectivos Párrocos de los lugares en que se hallasen establecidos que a

su regreso les diesen la Bendición Papal; que a todos bendecía y bendecía también a sus

familias.

Con el mayor sentimiento vimos retirarse al Santo Padre, después de haber

contemplado por más de dos horas aquella plácida y simpática figura, que en su rostro

reflejaba el lumen in coeli, con que lo designa la Profecía de los Papas; después de

haber gozado de aquella dulce mirada que de cuando en cuando nos dirigía a nosotras

que juntamente con tres Hermanas de Caridad, también argentinas, estábamos en el

extremo de la sala frente al Trono.

Se nos avisó que el día 3 de Marzo daría el Santo Padre audiencia a nuestra

peregrinación; pero aquí fue lo amargo para Nuestra Madre; y puede decirse que fue

verdaderamente un momento de prueba. En esa misma fecha debía partir de Génova el

vapor en que teníamos tomados los pasajes de vuelta, y para esperar otro viaje del

mismo o de alguno de la Compañía “La Veloce” habíamos de demorar un mes o más en

Roma, lo que no era posible por falta de recursos. La señora Cenobia Arias de Tello

había prestado dinero para este viaje. Ella, al embarcarse en Buenos Aires, perdió el que

llevaba para su viaje. Había que proporcionarle del mismo que ella prestara y pagar

hospedaje por el señor doctor Pablo Cabrera y las tres nosotras. Con el mayor dolor de

su alma tuvo que renunciar al anhelo de su corazón, de besar el pie a Su Santidad”.

En cuanto a uno de los motivos de su viaje a Roma que fue ver si se podía hacer

algo conducente a la introducción de la causa de beatificación del Canónigo Honorario

doctor David Luque, Monseñor Celestino Del Frate le dio algunas instrucciones de lo

que convenía hacer; y fuese lo primero escribir su vida antes que desapareciesen las

personas que lo habían conocido. Inmediatamente de regresar, puso manos a la obra

haciendo tomar apuntes para la Biografía.

CAPÍTULO VII

Despedida de Roma - El viaje de regreso - Llegada a Buenos Aires - Primera idea

de fundación en esa Capital - Llegada a Córdoba - Mensaje de Monseñor Aneiros -

Señor Luis I. de la Torre y Zúñiga - Fundación en Buenos Aires - Designios de Dios

- La prueba - La Capital y las Provincias - Doctor Ayerza - Señora Felisa Dorrego

de Miró - Los Salesianos - 20 pesos - Los Jesuitas - Monseñor Toro - Pobreza en

esta Fundación - Chocolate y salmón.

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En vista de las dificultades para permanecer por más tiempo en Roma, y

habiéndose despachado algunos asuntos relativos al Instituto, hubo que resignarse a

regresar sin esperar la deseada audiencia de Su Santidad.

Después de la visita a Loreto, la hizo a otros santuarios de la ciudad Eterna.

Visitó la iglesia de los Padres Salesianos, dedicada al Corazón de Jesús, casa de las

Hermanas del Buen Pastor, y otras, siendo su última visita a la Cárcel Mamertina, en

donde sufrieron prisión los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Allí contempló con

religiosa veneración y besó llena de piedad la faz del Santo Apóstol grabada

milagrosamente en la roca al contacto de su rostro cuando el carcelero de un violento

empujón lo estrelló contra la piedra. Bebió de la fuente que la divina Providencia hiciera

brotar para dar al Príncipe de los Apóstoles la materia necesaria para bautizar a los

compañeros de prisión.

Dio una limosna para que se comprasen velas para el altar, obteniendo para sí las

que entonces servían para la celebración del santo sacrificio en dicho subterráneo.

Este venerando sitio fue lo último que visitó en Roma; y a la verdad que era a

propósito para traerlo como último recuerdo. “¡Aquí en este calabozo oscuro, frío,

húmedo, sin ventilación, exclamaba la Madre, aquí estuvo ocho meses el Príncipe de los

Apóstoles! ¿Quién podrá quejarse de no tener aposento cómodo? Gran confusión es esto

para nosotras”, añadía.

Era el 2 de Marzo, y en esa noche tomó el tren de Roma a Génova embarcándose

en el mismo Vapor que la condujera de América a Europa, el “Duchessa di Genova” de

La Veloce, comandado por Mascasini.

En el viaje de regreso se echó mucho de menos la santa misa y comunión porque

el Comandante olvidó de embarcar en Génova lo necesario para celebrar. Venían con

nosotras el señor doctor Pablo Cabrera y el Presbítero Luis C. Galleano, pero por la

razón dicha no podían celebrar. Al tocar el puerto de Barcelona, la Madre compró un

altar portátil, pero habíase de consagrar el cáliz, lo que procuró el señor Cabrera en las

Islas Canarias en donde hizo escala el Vapor. Mas, no encontrando al señor Obispo de

Las Palmas, tuvo que reembarcarse con el sentimiento de vernos privadas de estos

auxilios espirituales que en un viaje de navegación se hacen desear mucho más.

La navegación fue feliz, y tanto lo fue, que Mascasini (el comandante) decía:

“Vamos demasiado bien, es preciso que algo nos pase; esto no se ha visto”; y es de

advertir que coincidió con el equinoccio de Marzo. El 23 desembarcamos en Buenos

Aires (Ensenada de Barragán).

Monseñor Antonio Rasore, Cura de La Plata, envió a su Teniente184

a recibir a la

Madre Fundadora, y con él se trató de una fundación de Esclavas, lo que él creía fácil

sobre todo en la ciudad de La Plata.

Después de un par de horas en tren, estuvimos en la ciudad de Buenos Aires,

siguiendo luego viaje a Córdoba por el Rosario de Santa Fe. A eso de las 6 a.m.

estuvimos en dicha ciudad, pero en ese momento había partido el tren que debíamos

tomar para Córdoba; pues a causa de estar en etiquetas las empresas ferroviarias, ponían

en movimiento el tren antes que los pasajeros del contrario tuviesen tiempo de tomarlo.

Esto nos ocasionó un conflicto, porque, aunque el señor Cabrera activó cuanto

fue posible el traslado a la otra Estación, y no omitió gastos para conseguir con

prontitud los equipajes, etc., todo fue inútil, ya el dicho tren había marchado. ¿Qué

hacer entonces? El señor Cabrera creyó conveniente no nos retirásemos de la Estación

por si había algún otro tren en que pudiésemos marchar. Nos hizo dar alojamiento en un

184

Un sacerdote italiano, cuyo nombre no recuerdo.

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Hotel de mala muerte que estaba próximo y allí esperamos unas dos horas hasta que,

prefiriendo marchar en un tren de carga, a pasar en aquel hospedaje o tener que ir a la

ciudad a buscar otro más a propósito, optamos por lo primero.

No hay que decir lo incómodo de tal viaje, en el que ni camarotes ni cosa que se

pareciera a comodidad había, y sí mucho de molesto pues en un coche único, que en su

primera edad debió ser de segunda clase, y ya no actuaba ni en tercera, hubo que

acomodarse. Preguntado el Conductor ¿Cómo es que habiendo tomado pasajes en

primera nos ponen este mal coche de segunda? respondió: “Es que ha sido elevado a la

categoría de primera”. Felizmente éramos Esclavas y según nuestra humilde condición

no nos venía tan mal tanta incomodidad y tanto retardo para llegar a Córdoba; viaje que

hicimos en veintisiete horas pasando la noche sentadas en tan malos asientos; y dicho

sea de paso, bastante mal alimentadas. El señor Cabrera compartió humilde y resignado

tantas privaciones.

Próximas ya a llegar a Córdoba, recibió la Madre Fundadora la noticia del

fallecimiento del señor Félix María Olmedo185

, esposo de Segunda Ferreira y Síndico de

las Esclavas, en quien la Madre tenía puestas todas sus esperanzas para los arreglos de

los intereses del Instituto. Grande fue su sorpresa y pesar tanto por lo inesperado del

caso, como por la confianza y estima que este señor le había merecido. “¡Hágase la

voluntad de Dios!”, exclamó, y guardó silencio, meditabunda, por un largo rato,

ocupándose en adorar en el secreto de su alma los designios de Dios, e identificar su

voluntad con la divina. Mas no fue esto solo: en seguida recibe aviso de que la Hermana

María Cristina Comte se hallaba en la Casa Madre enferma de fiebre tifoidea, lo que le

fue ocasión de nuevo sufrimiento, siendo como es dicha enfermedad grave y epidémica,

y tratándose de una Hermana joven y de esperanzas para el porvenir. Como a Job,

venían uno tras otro los mensajes de estas desgracias, pero ella a imitación del Patriarca

del dolor repetía: Si de Dios recibimos los bienes ¿por qué no recibiremos los males?186

Apenas llegó, quiso visitar a la enferma, y sin temor alguno por el contagio, penetró en

el aposento; y dispuso que al día siguiente se le diese la santa comunión.

Un recibimiento entre arcos de triunfo en la Casa Madre, un solemne Te Deum

cantado por Monseñor Aquilino Ferreira, Obispo titular de Amiso y auxiliar de

Córdoba, junto con las sinceras demostraciones de muchas personas de relación de la

Madre Fundadora que se asociaron al justo regocijo de las Hermanas, fue el feliz

coronamiento del viaje a Roma.

A poco de haber llegado, recibe un mensaje de Monseñor Federico Aneiros,

Arzobispo de Buenos Aires, pidiéndole una fundación en dicha Capital. El mensaje fue

remitido por la señora Eugenia Cerda de Brid; y con el antecedente de la conversación

tenida con el señor Cura de La Plata, la Madre no vaciló, y luego, cuanto antes pudo, se

personó en la Capital, acompañada de su Secretaria Hermana María Margarita Correas y

de la Hermana María del Tránsito Gutiérrez. Se hospedaron en el Buen Pastor, calle

Belgrano.

Muy luego supo que en el mensaje de la señora Eugenia había una mala

inteligencia: el señor Arzobispo no la llamaba, y sólo parece había sido una

conversación con la señora de Brid... mas como los yerros de los hombres muchas veces

son aciertos de Dios, la divina Providencia se valió de esto para que las Hermanas se

estableciesen en la Capital de la Argentina. Un mes de expectación en Buenos Aires

transcurrió para arreglar dicha fundación, pues no contaba la Madre ni con casa ni con

185

Félix María Olmedo, 1er

Síndico de la Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús muere el 16 /01 /1893. 186

Job 2, 10.

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recurso alguno, sino sólo con su fe y confianza en Dios(*)

.

El señor Luis Ignacio de la Torre y Zúñiga, Cura de la Parroquia de la

Concepción fue el primer protector que el cielo le deparó. Él proporcionó una pequeña

casa (Independencia 1495) cuyo alquiler de 200 m$n, él pagaba, y en la que se

instalaron y permanecieron hasta que pudieron proporcionarse otra más a propósito187

.

El 29 de Junio de 1893 fueron Hermanas de la Casa Madre y se hizo la fundación,

siendo la primera Superiora la Hermana Matilde de María Altamira.

Copiamos aquí un párrafo de una carta de la Madre a la Rectora de la casa de

San Juan, Madre María Agustina Amuchástegui dice:

«... Ya quedan las Hermanas instaladas en una casa chica que se ha alquilado

por 200 m$n y en la que solo podrán recibir diez o doce niñas internas con dificultad;

pero se busca otra para que puedan mudarse y recibir más, aunque sea pagando más

cara la casa.

El señor Arzobispo se ha portado con la mayor amabilidad; nos ha visitado varias

veces y cuando fuimos a avisarle que habíamos encontrado casa, me dio 1000 m$n para

comprar algunos muebles y ayudar al alquiler en los primeros meses; pero ya desde el

principio nos había recomendado al señor Cura de la Concepción don Luis Ignacio de la

Torre [y Zúñiga] quien presta la más decidida protección: es el Capellán gratis, ha dado

un lindo altar de madera, dorado y está ofreciéndose a pagar las cosas que él nota que

faltan con toda generosidad; y sobre todo él va a pagar el alquiler de la casa o a lo

menos la mayor parte.

Todavía no se han recibido niñas por falta de bancos; pero él ha mandado hacer

algunos como para cuarenta niñas.

El otro protector que tenemos allí de gran importancia, es el doctor Apolinario C.

Casabal que también ha dado muchas cosas y todo lo que hemos comprado para proveer

la cocina y refectorio creo que quedará a su cargo, pues a más de habernos acompañado

él en persona a los almacenes para que eligiésemos las cosas, todavía no consigo las

cuentas y ni quería que preguntásemos el precio, sino que eligiésemos, diciendo que él

tenía relación allí y haría dar al más bajo precio. A más de esto nos presta toda clase de

servicios que sería largo contar»188

. Hasta aquí la carta.

Estos protectores había deparado la divina Providencia, pero no bastaba esto

para una fundación que no contaba con nada, y hecha en circunstancias en que el

Instituto se hallaba casi exhausto de recursos de que poder echar mano para ayudarla.

Durante su permanencia en Buenos Aires tuvo que pasar por grandes

humillaciones y sacrificios, que viene bien apuntar aquí para que se vea cuál fue

siempre el camino por donde nuestro Señor llevó a la Madre, a quien, como dijimos al

principio de estos Apuntes, en todo tiempo la veremos probada por la tribulación.

Siempre anduvo por camino de cruces, y aceptándolas siempre, fabricó su corona.

A nadie es desconocida cierta especie de rivalidad entre la Capital de la

Argentina y las Provincias, mirando aquélla a éstas desde la parte superior de la escala,

colocadas a sus pies; y esto por aventajarlas en adelantos materiales, comercio,

industria, lujo, suntuosidad de edificios, número de habitantes, etc.

Aunque el carácter porteño es franco, generoso, hospitalario y hasta pródigo, con

(*)

En el manuscrito original dice: “si no es con su fé y confianza en Dios”. 187

Más tarde se trasladaron a la calle Santa Fe, también en casa alquilada, hasta que el Instituto compró la

que hoy ocupa - Charcas 3586 - actualmente (2010) República Dominicana 3586. 188

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 356 1893 07 12 a la Madre María

Agustina Amuchástegui, Rectora de la Comunidad de San Juan. (Caja Nº 3).

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todo, una fundación traída de las Provincias a la gran Capital de Buenos Aires, no cayó

tan bien. Confírmalo lo que apuntamos a continuación. Se presentó la Madre ante un

respetable caballero189

persona de elevada posición y de las más espectables en Buenos

Aires, confiando en que por ser tal y muy piadoso, le prestaría protección. La respuesta

que obtuvo fueron estas textuales palabras: “Madre, yo estoy descorazonado para con

ustedes”. Poco después dicho señor manifestó a la Madre Rectora de la casa que él no

había podido contestar de otra manera. Sus palabras fueron éstas: “Ustedes estarán

resentidas conmigo: yo no podía hablar de otra manera a esa Madre. Ahora estoy a sus

órdenes; soy Ingeniero, y lo que ustedes quieran hacer trabajar ofrezco mis servicios

gratis”. ¿Quién lo había obligado a hablar así? Ciertamente Dios nuestro Señor, en

cuyos designios la Madre había de apurar hasta las heces y en todas ocasiones el cáliz

de la humillación.

El doctor Ayerza cumplió su generoso ofrecimiento confeccionando

gratuitamente los planos para la construcción del colegio del Sagrado Corazón en calle

Charcas (año 1916) y entregando a la Madre Rectora tres ejemplares de dicho plano en

quince pliegos.

Se llamó primero “Colegio de la Sagrada Familia” y en 1909 al inaugurarse esta

primera parte del edificio, se le dio el nombre que lleva: “Divino Corazón”, teniendo en

vista que había otro establecimiento con aquél, en Buenos Aires, y también por haber en

el Capítulo General de 1908 tratado de que las casas de las Esclavas llevasen el título

del Corazón de Jesús.

Asistamos ahora a la entrevista con una dama porteña de no inferior condición al

anterior190

. Después de una antesala bastante larga, se presentó arrastrando sedería. La

Madre Fundadora le manifestó su objeto que era pedirle protección para la nueva casa.

“Pueden ustedes, respondió, pueden marcharse a las Provincias; aquí no hacen falta”.

Se dirigió la Madre Catalina, con la Rectora y Hermana Secretaria a los Talleres

de los Padres Salesianos con el objeto de mandar hacer unos muebles para el nuevo

colegio.

Al presentarse, el Padre Director pregunta: -¿Quiénes son ustedes?

(La Hermana Secretaria presentando a la Madre) -La Provinciala de las Esclavas del

Corazón de Jesús.

(Padre Director) -Hermano, (alargándole un telegrama), ¿habrá hoy comunicación?

Conteste.

(Padre Director a las Madres) -Ustedes si quieren pueden ir a almorzar con nuestras

Hermanas; son las doce, ¡Adiós!; y sin más se retiró.

¿Quién dirá cuánta impresión debió causar tal recibimiento? Con todo, lo llevó

en paciencia articulando su favorito: “¡Bendito sea Dios!” “¡Hágase la voluntad de

Dios!”.

Sigamos: un eclesiástico pudiente, cuya protección imploraron, les dio 20 m$n,

con el añadido: “Las Esclavas no son para educar la primera sociedad; podrían ir a los

arrabales, a instruir a la ínfima clase; a la Chacarita, por ejemplo, a las afueras”.

Pasemos más adelante y hagamos otra estación en este Vía Crucis que la Madre

Catalina ha de recorrer en la Capital de la Argentina. “Vino a los suyos, y éstos no le

recibieron”191

, dice de Jesús el sagrado Evangelio. La Madre Fundadora debió sufrir

doblemente cuando de los Padres de la Compañía, de aquellos a quienes más aprecia

recibe un desengaño. Más de una vez hemos consignado en estos Apuntes cómo los

189

Doctor Ayerza. 190

Señora Felisa Dorrego de Miró - Palacio Miró ubicado entre las calles Viamonte, Córdoba, Libertad y

Talcahuano. 191

Evangelio San Juan 1, 11.

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Padres de la Compañía guiaron sus primeros pasos en la vida espiritual; más tarde,

cuando concibe la idea de fundar el Instituto en lo primero que piensa es en que en él se

observarán las Reglas de la misma Compañía; durante los años de prueba siempre la

vemos a la sombra de la Compañía de Jesús, siempre consultando a los Padres y

recibiendo de ellos la palabra de aliento, la palabra profética de que ha de ver brillar la

realidad tras el nublado horizonte de la prueba... Y cuando el Instituto ha de aparecer, la

Compañía es el alma y vida de esta obra; y el Padre José María Bustamante de la

Compañía es el amigo a quien el doctor David Luque consulta y quien le ha de ayudar a

vencer todas las dificultades hasta salir con la empresa.

El Reverendo Padre José Guarda, como escribe la Madre, fue uno de los que

más la ayudaron y se mostraron más adictos al proyecto; más ahora se presenta al Padre

Guarda de la Compañía de Jesús, y el Padre Guarda la recibe con la mayor indiferencia,

cree no recordar ni siquiera su nombre.

-¡Buenos días, Madre Camila!, le dice.

-Usted Padre me confunde; no soy la Madre Camila192

.

-¿Y quién es?

-(La Hermana Secretaria la presenta como la Provinciala de las Esclavas del Corazón de

Jesús). La Madre manifiesta su objeto que es pedir al Padre Guarda algunos datos para

la Biografía del doctor David Luque. El Padre se muestra indiferente, no recuerda nada,

no tiene datos con qué satisfacer el pedido de la Madre Fundadora.

Idéntica cosa pasa con el Padre Camilo Jordán quién conoció el Instituto en sus

principios, lo visitó y le prestó importantes servicios en Córdoba; y ahora, aquel hombre

todo cultura, todo amabilidad y cariño con las Esclavas en aquel tiempo, se muestra

ahora frío, displicente y hasta diríamos, descortés con la Madre. ¿Quién lo había así

cambiado?

Hay que repetir que los designios de la divina Providencia sobre la Madre

Catalina eran el llevarla por camino de cruces, humillaciones y desprecios para hacerla

más semejante a Jesús despreciado y humillado por aquellos a quienes tanto amaba y

por quienes se dio hasta la muerte.

Tampoco en esta vez se desmiente su amor al padecer y su entera conformidad

con la divina voluntad; y por más que éste es uno de los desaires más difíciles de

sobrellevar por venir de su amada Compañía de Jesús, siempre su primera y su última

palabra y la de todos los momentos fue el Fiat voluntas tua193

.

Pero no hemos concluido: nos falta otro incidente, otro paso de su vía dolorosa,

que, cuanto ella fue más sumisa a sus Superiores, tanto más debió costar a su naturaleza

el saborear lo amargo de este caso.

Había ido a Buenos Aires, como ya se dijo, por llamado del señor Arzobispo, y

por tanto no tuvo en cuenta que debía pedir la venia del Diocesano de Córdoba para

llevar Hermanas fuera de la Provincia. Monseñor Reginaldo Toro, que era el Obispo de

Córdoba, fue a Buenos Aires al tiempo que se hizo la fundación, y en más de un mes

que estuvo la Madre Fundadora en Buenos Aires, no fue Su Señoría a casa de las

Esclavas; más tan luego como ella dejó la Capital y se trasladó a Santa Fe, fue el señor

Obispo Reginaldo Toro a habérselas con la Madre Rectora Matilde de María Altamira.

Un serio y duro reproche le dirigió diciéndole que la Madre había sacado Hermanas de

Córdoba sin su permiso. Inútiles fueron las explicaciones de la Madre Altamira para

tranquilizar a Su Señoría: “Mientras más quiere usted disculpar a su Madre, decía, más

192

Venerable Camila de San José Rolón (1842 – 1912). Fundadora de la Congregación de Hermanas

Pobres Bonaerenses de San José. 193

= “Hágase tu voluntad”. Cfr. Evangelio San Lucas 1, 38.

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la embarra”.

La Madre Rectora al referir esto, dice que aquello fue como el juicio final, y que

las Hermanas que la acompañaban estaban en extremo impresionadas al ver que no

había razones que al señor Obispo satisficiesen.

La Madre Rectora habló al respecto con el señor Arzobispo Federico Aneiros y

éste la tranquilizó diciendo que él ya había hablado con Monseñor Toro y le dijo que las

Esclavas habían venido llamadas por él.

La Madre Fundadora, al saber lo ocurrido, sufrió mucho por haber dado, aunque

involuntariamente, este motivo de sufrimiento al Prelado, e hizo llamar a Santa Fe a la

Madre Altamira para hablar con ella al respecto, pero no hubo lugar porque, como

dijimos, el señor Arzobispo logró tranquilizarlo.

Vuelta a Córdoba, en la primera entrevista con Su Señoría, y antes por escrito, le

dio entera satisfacción, confesando su inadvertencia y humillándose, como siempre lo

hacía en estos casos, antes que disculparse y volver por sí.

De todas las fundaciones que las Hermanas Esclavas realizaron en la Argentina,

ninguna se hizo con mayor pobreza que la de la gran Capital de Buenos Aires.

Un cajón de querosén, con el añadido de haber prestado antes sus servicios como

depósito de basuras, fue la primera mesa en que la Madre Fundadora de las Esclavas y

sus compañeras comieron por varios días, hasta que la Providencia les proporcionó una

mesa de construcción tal que sufría modificaciones de tamaño según el servicio a que se

la destinaba. Dicha mesa era para todos los usos: en ella se comía, se planchaba, etc.; y

en cierta ocasión en que se necesitaba una mesa para el Colegio, dijo la Madre Catalina:

“¿No tienen allí la mesa con alas? Sírvanse de ella también para el Colegio”.

Alguien les obsequió un poco de chocolate, y la Madre dijo que se preparase

para el desayuno de las Hermanas. Ese día ya no tenían aspecto de tan pobres, pues iban

a desayunarse con chocolate. Mas, ¿qué sucedió? La chocolatera se desvió de su centro

de gravedad, perdió el equilibrio y el chocolate corrió por el pavimento, como un

espumoso río y por tanto ese día no hubo con qué desayunarse: fueron más pobres que

nunca. Lo propio sucedió con un tarro de salmón, se le volcó a la cocinera y no hubo

con qué reponerlo.

En vista de tantas dificultades, se le partía el alma al tener que dejar a las

Hermanas en esas circunstancias y no compartir con ellas las privaciones; pero otros

asuntos reclamaban su vuelta a Córdoba.

La Madre María Matilde Altamira dice que el tener ella que quedarse al frente

de aquella casa le era en extremo penoso. Al manifestárselo así a la Madre Fundadora,

ésta cobraba ánimo para alentarla y hacerle menos duro el caso.

CAPÍTULO VIII

Cómo la Madre Catalina se hallaba animada del espíritu de caridad - Solicitud y

cuidados por las enfermas - Cariños imprudentes - Rasgos de prudencia - Sobre los

fines del Instituto - Las visitas.

Acercámonos al término de estos Apuntes, y viene muy bien coronarlos

hablando del espíritu de caridad que animó siempre a la Madre Fundadora.

La caridad en su doble objeto, es decir, el amor de Dios y del prójimo por Dios.

Y en cuanto al primero, si obras son amores, bien se deduce de todo lo que hizo

y sufrió para procurar la mayor gloria de Dios; de su unión con Él, de su empeño por

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agradarle y conformarse en todo con su adorable voluntad y del celo por la salvación de

las almas para llevarlas a Dios.

De la segunda especie de caridad, que es complemento de la primera, el amor de

nuestros semejantes, apuntaremos algunos hechos y testimonios de las mismas personas

que fueron objeto de su caridad.

Las enfermedades son la piedra de toque con que se prueba la virtud; y para

quien es probado con ellas no hay mayor acto de caridad que el ver se le atiende y

prodigan solícitos cuidados. La Madre Catalina fue eximia en esto, y su maternal

solicitud no dejó qué desear al respecto.

“Mire, dijo a una enfermera, le recomiendo mucho a la Hermana N. N.;

cuídemela mucho, hágala bañar todos los días, etc., porque si esta enferma sana,

tenemos en ella una Hermana interesante”. No se equivocó: dicha Hermana es una de

las primeras Madres del Instituto, y de las que han prestado y prestan importantes

servicios; lo mismo hubiera recomendado respecto a las que no estaban llamadas a

tanto, y a la última y menos útil de las Hermanas. Su caridad era universal, y bajo su

manto cabían todas sus hijas.

La Superiora de la casa de La Rioja, aprovechando la venida de otras Hermanas,

envió con ellas a una enferma, sin haber antes pedido permiso a la Madre, porque creía

había necesidad. Ella misma lo contó en recreo diciendo: “Entre el señor Vicario y la

Madre han arreglado que viniese esta Hermana porque no había tiempo de pedir el

permiso, y han hecho bien. ¿Y qué se iban a hacer con esta enferma en aquella casa tan

reducida? y siendo por otra parte tan pocas las Hermanas para atenderla. ¡Muy bien han

hecho!”.

Y muy bien hacía ella recogiendo en su caridad a todas las enfermas y a las

inutilizadas en la Casa Madre.

“Se preocupaba, escribe la Hermana Berrotarán, de la alimentación, abrigo, etc.,

etc., de todas las Hermanas, sin olvidar aún a los trabajadores que servían en la casa, y

encargaba se atendiese a los pobres.

Cuidaba con solicitud, dice la misma Hermana, de cada una de las Hermanas,

sirvientes y asiladas. La vi pasar horas enteras en la sala amonestando y aconsejando al

esposo de una asilada y velar como madre por esa alma, hasta que consiguió se uniesen

esos consortes”.

Pidiéndole licencia la Hermana Procuradora para comprar algo que una sirviente

necesitaba, le contestó: “Sí; y tengan cuidado de dar todo lo preciso a las muchachas,

porque es un deber de conciencia el atenderlas. Si no se les llenan las necesidades no se

les puede exigir trabajo”.

La Hermana María Angelina Marchand escribe: “Uno de los actos de maternal

caridad que experimenté en el tiempo de mi noviciado fue que, sin haber dicho yo nada,

mi Maestra fue a decirme que tenía orden de Nuestra Madre de hacerme dar alimentos

en horas extraordinarias; y cuando profesé me ordenó tomar algo a las diez de la

mañana. En una enfermedad de reumatismo hizo se me prodigasen esmerados cuidados.

Cuando se hizo la fundación en Santiago del Estero, escribe la misma Hermana,

durante el viaje, en casos en que teníamos que marchar a pie, hacía que fuésemos de dos

en dos, y como yo no podía seguir el paso de las otras, hizo que ellas se acomodasen al

mío, diciendo que así se hacía en la Compañía, que los sanos se acomodaban al paso de

los enfermos.

Tampoco se olvidó en este caso de aliviar mis males: como los asientos del tren

eran demasiado altos, me era penoso ir tanto tiempo con las piernas colgadas, y así se

industrió para que poco a poco las fuese subiendo sobre el asiento, y que otras

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Hermanas colocadas delante, me ocultasen a las miradas de los pasajeros. No puedo

expresar cuánta era mi gratitud para con ella al sentirme así aliviada”.

En 1894, cuando la Madre Fundadora hacía la visita en la Casa de Buenos Aires,

una de las Hermanas, le dijo que la Hermana María del Salvador Ríos andaba triste y

que varias veces la habían visto llorando. En seguida la hizo llamar y le preguntó la

causa por qué lloraba y andaba triste. La Hermana le confesó sencillamente que a ciertas

horas sentía necesidad de alimento, tenía verdadera hambre. La Madre, compadecida de

su necesidad, con aquella bondad y ternura que la distinguía, le ordenó que cuantas

veces sintiera necesidad fuera a la despensa a pedir algo de alimento. Pero ella nunca lo

hizo, quedando enteramente satisfecha con aquella acogida tan maternal; y esto sólo le

bastó, quedando admirada cómo esta buena Madre se acomodaba hasta en las más

pequeñas necesidades.

Otra vez que la Madre tomaba unas gelatinas alimenticias, la misma Hermana

María del Salvador Ríos la miraba complacida y riendo, y quizás deseando lo que ella

comía. La Madre comprendiéndolo, y con aquella luz y caridad propias de una santa, le

preguntó por qué reía. Ella le contestó que deseaba comer gelatinas. La Madre llena de

complacencia y dulzura, mandó a una Hermana que trajera gelatinas para la Hermana

María.

Ahora, después de tantos años [1914], la Hermana María del Salvador Ríos

recuerda con cariño las bondades de nuestra Madre Fundadora y al manifestar estos

pequeños detalles, quiere poner su granito de arena en los Apuntes para su biografía.

La Hermana María del Salvador Ríos refiere que la Madre comprendiendo que

ella tendría gusto en hablarla y que lo deseaba (aunque sin especial necesidad) la llamó

para oírla por pura complacencia; y que en otra ocasión en que supo que lloraba dijo que

había de ser por debilidad y mandó que le diesen unas gelatinas alimenticias.

En una grave enfermedad de la Hermana María Ana Capdevila194

, como

estuviese la Hermana desahuciada de dos médicos, encargó la Madre a quien escribe

estos Apuntes, de tener cuidado de la enferma: “Procure alimentarla, me dijo, y no me

pregunte con qué. Pida en la despensa y mande preparar en la cocina todo lo que crea

conveniente y a la hora que crea le puede venir bien a la enferma”.

Así lo hice, y Dios premió la caridad de la Madre haciendo que la Hermana, que

llevaba dos años de enfermedad, y que ya se tenía por incurable, en cosa de un mes de

esta prolija atención, se restableció y pudo dar clases. Enferma y enfermera no

olvidamos jamás el admirable resultado de la caridad de la Madre.

La Hermana María Ignacia Vocos escribe: “Traté de cerca a nuestra Madre

Fundadora desde mi ingreso al Instituto hasta que fui enviada a otra Provincia (unos

nueve años). Tenía a mi parecer un espíritu generoso y un corazón grande; y en ese

corazón cabían todas sus hijas, porque a todas nos amaba con cariño de verdadera

Madre. Recuerdo que yo le decía en una carta que le escribí estando ella en la Casa de

Ejercicios, que las Hermanas de allí eran sus hijas y las que estábamos en el Pueblo

General Paz, como sus entenadas. «No crea que para mí hay separación de hijas ni

entenadas, a todas las quiero lo mismo en el Corazón de Jesús, y tanto las que están allí

como las que están aquí valen inmensamente para mí»195

.

Este amor que nos tenía, añade, le hacía creer que era mucho lo que hacíamos

(trabajábamos). No recuerdo haberle oído decir ni una sola vez: «esta Hermana trabaja

poco o está de balde».

194

Muere en Deán Funes (Córdoba) el 15 /04 /1935. 195

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 123 188? ?? ?? (Caja Nº 1).

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Por lo mismo que nos amaba como madre, no nos dejaba pasar la más pequeña

falta; y aunque lo hacía con seriedad y energía, según el carácter de la falta, nunca le oí

palabras ofensivas o humillantes”. Hasta aquí la Hermana Vocos.

Dignas de copiarse íntegras en estos Apuntes son las cartas que dirige a las casas

damnificadas [y a todas del Instituto y otros] por el temblor196

del 27 de Octubre de

1894, pero la falta de espacio hace lo omitamos197

. Cuánto la aflige en los primeros días

después de la catástrofe el no tener noticias detalladas de esas casas; y cuando las tiene,

cómo sufre al saber que en la Rioja la Hermana Dionisia del Niño Dios Gaitán ha sido

aplastada por una muralla y en pocas horas termina su existencia; y la Madre María

Vicenta Luque (Rectora de esa casa) está gravemente herida.

Y en San Juan, aunque no hubo desgracia personal, con todo, el edificio ha

sufrido considerables rupturas, y como continuase temblando, tienen las Hermanas que

estar día y noche en la quinta, algunas bajo carpas y otras a la intemperie… y hay

enfermas.

Se han mandado cerrar las iglesias y sólo las Hermanas en todo el pueblo de San

Juan, logran la dicha de tener la divina Eucaristía, también en la quinta, bajo carpa...

Todo esto es para el compasivo y piadoso corazón de la Madre Fundadora un motivo de

amargo sufrimiento al par que de gratitud a nuestro Señor que se digna acompañar y

compartir con sus Esclavas las privaciones de esta campaña.

La Madre escribe a la Superiora de Mendoza que gaste cien pesos por su cuenta

en comestibles y envíe a las Hermanas de San Juan; y luego les remite doscientos pesos

lamentando no poder ayudarlas con más; y cuando cambian las circunstancias y la

Madre Rectora quiere devolverle el dinero, ella se da por ofendida y le dice que no le ha

prestado, que cómo cree que no había de ayudarlas, que lo que tenemos es de todas...

Cómo exhorta a las Hermanas a conformarse y aprovechar estos sufrimientos, y

cómo también se felicita al saber cuán bien los llevan!

“De las alumnas se mostró siempre abogada, escribe la Hermana Berrotarán; no

se cansaba de encargarnos la caridad con ellas, y la dulzura, suavidad y cultura para

tratarlas: «Acuérdense, decía, que las pobres llevan la pesadísima cruz de los estudios,

en una edad tan necesitada de jugar y de holgar»”.

Volvamos a las enfermas: Refiere la Hermana Encarnación del Señor Tissera

“que estando ella enferma, la Madre ordenó a la Madre Rectora en su presencia, que la

hiciese entrar en cama y que ella misma le diese un sudor y fricciones porque hacía tres

días que estaba resfriada y no la habían atendido. Dijo que a ella le costaban mucho las

Hermanas, y que no se debía mirar con indiferencia un resfrío.

La Madre Rectora cumplió todo, añade la Hermana, con tanta humildad y

obediencia que yo quedé sumamente confundida y no sabía lo que me pasaba de

vergüenza.

En otra parte escribe la citada Hermana: Su caridad para conmigo fue sin límites;

y la manifestó de un modo especial cuando vine enferma de Rivadavia: llamó médico, y

196

Se refiere al terremoto ocurrido el 27 de Octubre de 1894 a las 4½ p.m. que azota a la ciudad y

produce enormes estragos en las Provincias de La Rioja y San Juan. 197

El número de cartas que se refieren al siniestro son 46. AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María

Rodríguez” MC 858 a MC 876. MC 879 a MC 893. MC 895. MC 897. MC 904 a MC 905. MC

908. MC 912. MC 919. MC 921. MC 923. MC 935 a MC 937. Fechadas entre el 28 de Octubre y el

8 de Diciembre de 1894. (Caja Nº 4).

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me envió al Taller198

para que allí me pudiese asistir mejor, y me dijo que había escrito

a la Madre Superiora de esa casa para que me hiciese atender.

No se crea, dice la misma, que su caridad era sólo por la salud del cuerpo: me

dio una buena reprensión una vez que tuvo noticia que no había puesto atención en la

clase”.

“Para con las enfermas, escribe otra Hermana, tenía gran caridad,

proporcionándoles cuánto creía conveniente a más de lo necesario. Se afligía cuando las

oía toser en el coro, y no pocas veces las mandó salir a tomar algún calmante. Varias

veces ocurrió que después de haberse acostado, oyó toser y envió a su enfermera que les

prestase algún auxilio. A una que sufría gran irritación de estómago le hacía dar,

reservadamente helados, frutas, etc. Antes de morir fue su primer cuidado recomendar

se atendiese a las enfermas y débiles. Sin embargo, temía los abusos, y para cortarlos y

obrar con tranquila conciencia al exigir la vida de comunidad, llamaba al médico y

hacía examinar individuo y alimentos para exigir lo justo.

Más de una vez se despojó de su propio calzado para remediar la necesidad de

alguna enferma de los pies a quien mortificaba el calzado estrecho”.

«Muy querida hija mía en el Señor:

He recibido su cartita en que me hace saber el estado de su salud. Cuánto me

aflige su mal estado, quisiera volar, hija mía, a darle algún alivio; pero por más que

pienso, no encuentro el medio de procurárselo; porque no hay una Hermana a quien

mandar para que la sustituya.

Encomiéndese a Nuestro Padre, pídale que le alcance de Dios nuestro Señor la

salud para trabajar para su gloria; y si no es ésta su Divina Voluntad, que le dé siquiera

fuerzas para continuar sus tareas hasta terminar el presente año escolar; y, usted haga lo

posible por soportar con verdadera resignación y serenidad de ánimo lo penoso de la

enfermedad, tratando de unir a las obras de caridad y celo, el espíritu de sacrificio. No

desperdicie, mi buena y querida hija, un chiquito de ese precioso tesoro que nuestro

Señor pone en sus manos para que acumule méritos para la eternidad»199

.

Refiere la Hermana Rita de los Dolores Fernández, que estando ella en la Casa

de Ejercicios y sintiéndose resfriada, la Madre, que atendía, dice, a todas las

necesidades de alma y cuerpo, le envió por la noche un frasco de aceite medicinal; y por

la mañana, apenas sonó la campana de recordar, le envió a decir que no fuese a lavarse

con agua fría por el romadizo, que esperase le trajesen agua templada. Así fue, luego

vinieron a su puerta trayéndole agua caliente por orden de la Madre Fundadora. “Yo era

una jovencita, añade la Hermana, y no como para que toda una Fundadora se ocupase de

mí... quedé confundida por tanta caridad”.

Oyendo toser a una niña en el coro, preguntó, “¿A qué división pertenece esa

niña que tose? Avisen a la Maestra para que la atienda”.

En una enfermedad que tuvo la Hermana María Ana Capdevila se le oyó decir:

“Estoy preocupada pensando cómo alimentar a esa Hermana”.

Escribe a una Superiora:

198

El Taller de la Sagrada Familia es atendido por las Esclavas desde el 14 de Abril de 1882 hasta el 10

de Enero de 1889. 199

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 821 1894 08 20 a la Hermana María

Ignacia Vocos que se encuentra en la Comunidad de Santiago del Estero. (Caja Nº 4).

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“Tengo noticia que ha dejado los alimentos que tomaba en Mendoza; ésta es

una tentación de satanás para inutilizarla y ponernos en nuevos conflictos; siga

tomando los mismos alimentos que tomaba en Mendoza sin variar en lo más mínimo.

Me dicen también que se levanta a las tres de la mañana porque no puede

dormir: trate de hacerlo que quizás será por la falta de alimentos buenos; y sólo le

permito levantarse a las 4½ cuando más temprano”200

.

A otra escribe:

“Mucho siento que no esté bien su salud; pero ésta es la cruz principal de las

Esclavas, y nos conviene abrazarnos con ella; pero no quiero decirle con esto que deje

de hacer cuanto esté de su parte para conservarse, conforme lo dicta la prudencia”201

.

Sospechando que alguna no tenía suficientes cobijas, le daba las de su uso; esto

sucedió una vez estando ya en cama, se despojó de ellas en favor de una que creía las

necesitaba.

Entró una Hermana a su aposento en circunstancias que la Madre estaba con la

Hermana Despensera. “¡Ah! dijo, que pálida está esta Hermana!” y dirigiéndose a la

oficiala le encargó la cuidase y alimentase bien.

El cuidado de las enfermas fue, pues, punto capital para ella. Se han encontrado

instrucciones suyas al respecto las que copiamos aquí:

Instrucciones de la Madre Fundadora a las Enfermeras

“1º. Cuando haya enfermas de cuidado, y que se supone pueden tener alguna

necesidad, luego de levantarse irá una de las Enfermeras a ver cómo han amanecido y

ofrecerles sus servicios.

2º. Inmediatamente que yo salga del coro me avisarán cómo han pasado la

noche dichas enfermas; y en el caso que hubiese habido novedad, me darán el aviso

antes de ir al coro.

3º. Cuando la enfermedad fuese de tal naturaleza que no se pudiese dejar sola a

la enferma, las enfermeras se turnarán para ir a la santa misa; y la comunión la hará

una primero para ir a sustituir a la otra que comulgue a segunda hora.

4º. Para asistir a los demás actos de comunidad se turnarán asistiendo a ellos

un día una, y la otra al otro día.

5º. Cuando hubiese muchas enfermas pedirán quien les ayude a servirles la

comida en primera mesa; quedando una de las enfermeras para segunda mesa, la que

dará aviso de lo que falte que hacer, e irá inmediatamente a segunda mesa.

6º. Cuando hubiere que pasar mala noche no conviene quede la enfermera

porque hace falta durante el día.

7º. A las enfermas no se les haga esperar; y cuando necesiten algo y yo esté

200

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 228 1891 04 30 a la Madre María

Agustina Amuchástegui, Rectora de la Comunidad de San Juan. (Caja Nº 2). 201

AGE. “Cartas y Escritos Catalina de María Rodríguez” MC 1516 1895 11 27 a la Hermana

María Ignacia Vocos que se encuentra en la Comunidad de Santiago del Estero. (Caja Nº 5).

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ocupada, llamen a la puerta, porque para las enfermas mi puerta siempre estará

abierta.

8º. Las enfermeras sean muy unidas entre sí, y ayúdense mutuamente sin

confundirse; y para esto divídanse el trabajo, atendiendo una a unas y la otra a las

restantes, sin que esto sea inconveniente para que una visite y preste servicios a las

enfermas que atiende la compañera.

9º. Sirvan con toda caridad a las enfermas, y comprendan que yo sufro más que

ellas mismas cuando sé que no se les remedian sus necesidades; pero tampoco quiero

que usen regalías sin necesidad como sería darles de comer en la boca o cosas

semejantes.

10º. Tengan especial cuidado al administrar los remedios de botica de hacerlo

según las instrucciones del médico.

11º. Al salir del coro una dará a las enfermas lo que necesiten tomar, y la otra

prestará con toda caridad los demás servicios de aseo del aposento etc.; y esto último

lo recomiendo mucho”.

Hasta aquí dicha instrucción, que bien pone de manifiesto el cuidado maternal de

la Madre Fundadora, y cuánto le interesaba el que las enfermas estuviesen siempre bien

atendidas.

La caridad de la Madre Catalina estaba basada en el amor de Dios; era la

verdadera caridad; y si en algún punto de disciplina se mostró inflexible y hasta severa,

fue respecto a las demostraciones impropias y de exagerado cariño de las alumnas para

con las Hermanas. Éste era el tema obligado de sus exhortaciones a la comunidad:

“¡Ah! Hijas mías, decía, el corazón que ha sido creado para Dios ¿lo hemos de dar a las

criaturas? ¡Qué repugnante, qué feo, qué impropio esos cariños de las niñas! No den

ustedes, por Dios ocasión a ello! Y cuando las niñas les falten así al respeto debido con

esas demostraciones tontas, repréndanlas severamente y de manera que no lo vuelvan a

hacer. ¡Qué! ¡Mi Hermanita, lindita!... y les besan el hábito, y hacen cédulas con el

número que marca la Hermana que ellas idolatran, y se las tragan como píldoras... ¡Qué

ridiculez!”

“Enséñenles a respetar el hábito que llevan y a ustedes. Les aseguro, añadía, que

de ustedes depende todo. Hay Hermanas a quienes respetan y jamás dirigen esos

cariños, porque ellas saben hacerse respetar; pero a las tontas...”

Mandó escribir en el libro de las “Costumbres” que no se permita a las niñas

acercarse a la Tribuna de la Maestra y que ésta no podrá dar la clase sino desde aquélla,

a excepción de las de caligrafía y labor, en que irá ella donde las niñas. Y en un

Reglamento de clases, que tenemos a la vista firmado por ella, dice: “...Cuiden, además

que no se acerquen a las Hermanas cuando por necesidad tengan que hablar éstas entre

sí”.

Todo esto para evitar familiaridades entre niñas y Hermanas, y el que aquéllas se

impongan de lo que éstas hablen.

En otra parte del citado Reglamento, prohibe a las Hermanas el hablarse delante

de las niñas, aunque sean asuntos de clase.

Ella puso todo su conato y empeño en arrancar de raíz(*)

el abuso si lo había y

(*)

En el manuscrito original dice: “empeño en arrancar y arrancar de raíz”.

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prevenir a las Hermanas.

“Las faltas que más le desagradaban, escribe la Hermana María Ignacia Vocos, a

juzgar por el modo como las reprendía, eran las amistades particulares, ya fuese entre

las Hermanas o con las niñas, sirvientas, asiladas, etc. Muchas veces la oí decir que el

corazón de una Esclava era todo de Dios, y que poner el corazón en las criaturas era

usurpárselo a Dios mismo”.

Dio muestras de poseer la virtud de la discreción y prudencia no sólo en el

acierto con que gobernaba dando muestras de ellas en todas sus operaciones, sino muy

especialmente en que jamás reparaba en volver sobre sí y rectificar sus juicios cuando

después de obrar comprendía haber sido menos acertados. “Decir: ayer me equivoqué,

es hacer ver que hoy eres más prudente”, dice un proverbio.

Aconsejada por Hermanas que habían cursado en escuelas Normales, no muy

católicas, (lo hacían con toda buena fe y creyendo hacer un bien) aceptó para sus

Colegios algo que pudiera interpretarse enseñanza objetiva202

. Pocos días después,

dándose cuenta, llamó a la Hermana Secretaria y en presencia de la Comunidad le dijo:

“¿Qué es esto, que me han hecho hacer ustedes? ¡La enseñanza objetiva es masónica!

¡Yo no he firmado eso! Vaya usted inmediatamente, en este momento, despache

telegramas a todas las casas para que se borre eso de los Prospectos”.

Así se hizo como lo mandó; y es de advertir aquí, que como la Madre en asuntos

de enseñanza y Programas de Colegios no tenía sino muy pocos conocimientos, se fiaba

de las Hermanas más competentes, y que éstas en la ocasión a que nos referimos parece

no se explicaron bien, y sólo pensaron acomodarse en ese punto a las exigencias del día.

Ni la Madre ni las Profesoras dichas hubieran jamás aceptado cosa que ni aún

remotamente tuviera visos de enseñanza materialista o laica.

A propósito de lo que vamos diciendo, refiere la Hermana Encarnación del

Señor Tissera que siendo ella novicia pidió permiso a la Madre Maestra para hacer un

día de retiro; y ésta le dijo lo pidiese a la Madre Provinciala203

quien lo concedió sin

dificultad. Alguien dijo a la Madre que la Hermana estaba en retiro, y, fuese que se

olvidó de haberle dado el permiso o que se lo hubiese concedido sin darse entera cuenta

de ello, lo cierto es que, a las ocho de la mañana, dice, me mandó llamar; y cuál sería mi

sorpresa cuando al verme cambió de semblante y tomando el aire de severidad de que se

revestía cuando quería hacer pesar la gravedad de una falta, me dijo: “¿Está usted en

retiro? ¿Cree usted que ha venido acá a hacer su voluntad? ¡Pues se ha equivocado! Una

Esclava no tiene voluntad propia”; y me mandó salir del retiro. Fui al noviciado y

preguntada por la Madre Maestra le dí cuenta de todo. A las nueve, cuando estábamos

en la Visita, se llegó a mí y me dijo con toda amabilidad: “Siga su retiro; ya recuerdo

que me ha pedido permiso”.

Ocurrió otra vez que una Hermana se indispuso por la noche y las compañeras se

levantaron a prestarle los servicios del caso; y por la mañana mandó pedir permiso con

una de ellas para levantarse a segunda hora. La encargada se olvidó, y ella creyendo

tener el permiso, se quedó en cama, y no solo se durmió rendida por la mala noche sino

que ni oyó llamar a misa. Cuando despierta y se da cuenta que era Domingo, se levantó

más que de prisa y llega al coro estando ya la misa empezada.

202

Trátase de la enseñanza objetiva que tiene por objeto la materia, que limitándose al mundo de los

sentidos, no tiene otra moral que la del paganismo; es atea, pues prescinde de la revelación. En este

sentido lo había tomado el doctor Apolinario C. Casabal al leer el Prospecto, y escribió a la Madre

Catalina haciéndoselo notar. 203

La Madre Fundadora desempeñaba por entonces el cargo de Rectora.

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Al salir del coro llama la Madre a la Hermana y le da una fuerte reprensión

imponiéndole una penitencia que debía cumplir ante la comunidad. La Hermana calló,

aunque se creía sin culpa. Informada la Madre por la otra Hermana que se había

olvidado de pedir el permiso e impuesta por la misma del accidente ocurrido, en la

noche, esperó la Madre Fundadora a la Hermana en la puerta del refectorio, en donde

debía cumplir la penitencia para levantársela.

Siempre manifestó el deseo de que se tomasen con empeño aquellas obras que

fueron las que nuestro Señor le manifestó en su primera inspiración: los santos

Ejercicios, los Asilos y el Catecismo de los Domingos a las niñas. El asilar a las que se

hallasen en peligro moral, no entró en el primer plan, pero hemos visto que fue lo

primero a que se dedicaron las Hermanas al principio de la fundación.

“Nuestra Madre, en más de una ocasión, dice una de las primeras Hermanas204

,

manifestó que el fin de la fundación no habían sido los Colegios, sino los Ejercicios, los

Asilos y la enseñanza del Catecismo a las niñas.

Los Pensionados tampoco entraron en dicho plan; y si ella misma los aceptó, fue

con el fin de hacer también a la primera sociedad el bien que de una educación cristiana

ella reporta, y como medio para la subsistencia de las casas del Instituto. Pero tanto ella

como el doctor David Luque tuvieron especial predilección y cariño por las pobrecitas

hijas del pueblo; y más de una vez manifestó el doctor Luque que no por tener Colegios

de pensionistas se habían de descuidar los otros fines, sino tomarlos con todo empeño.

¡Ah, que grande misión es la nuestra, decía la Madre, llevarle almas a nuestro Señor!

Las ricas ya tienen como proporcionarse la educación, pero estas pobrecitas...”

Más de una vez la oí, dice una Hermana, y la oímos todas, manifestar su

voluntad de que ciertas Hermanas mejor preparadas, habían de llevar algunas clases con

las pobres y que no habían de ir “las inservibles” a enseñar a éstas, y las mejores

maestras a las pensionistas: Esto no le parecía justo, le repugnaba, y lo creía contrario al

espíritu de las mismas profesoras.

Una de las primeras Hermanas escribe: “Cumplíase a la letra lo que dice el santo

Evangelio: El que deja padre, madre, hermanos, etc., hallará el ciento por uno...205

La

tranquilidad, el contento y cariño que hallábamos en nuestra querida Madre, ya nos

valía el haber dejado nuestros padres, parientes, etc.; y hubo vez que deseamos no nos

molestasen en nuestro retiro”.

Permitíase al principio recibir visitas Jueves y Domingos, y algunas no muy

prudentes, especialmente las mamás acudían ambos días tarde y mañana. Le pedimos

nos retirase las de los Jueves, y complacida nos lo concedió. Después, viendo que no

nos contrariaba las redujo a un día en el mes, como se practica hasta ahora. Decía que

no habíamos dejado el mundo y a los nuestros para que ellos viniesen a pasar los días en

casa, y que una vez al mes era suficiente para ellos y para nosotras.

CAPÍTULO IX

Últimos años de la Madre Catalina - Las Dimisorias - Última enfermedad -

Anuncio de su partida - Su Testamento - Su muerte.

La Madre Catalina en sus últimos años dio mayores muestras de santidad. Las

que la trataron íntimamente confiesan que notaban, de día en día, mayores crecimientos

204

Hermana Inés de María Pastrana. 205

Evangelio San Mateo 19, 29.

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en su unión con Dios, desprendimiento de la tierra, y en todas las virtudes.

El sol en el ocaso, al despedirse de la tierra, proyecta sobre ella rayos de luz más

intensa, rayos de fuego, que no enviará desde el meridiano; como si quisiera dar de sus

tesoros de luz y de calor cuánto le queda.

Así la Madre Fundadora, al aproximarse al ocaso de su vida, se mostraba más

amante de sus hijas, más interesada por el caro Instituto, y sus virtudes se manifestaban

de manera que aún viéndola todos los días, en las mismas cotidianas ocupaciones, se le

notaba crecer en observancia regular, en mortificación, prudencia, humildad y caridad.

Sentada delante de su mesita, oía a las que iban a hablarla y despachaba los

asuntos; allí comía, allí oraba… ¡Cuántos actos edificantes vieron sus hijas en ese como

encierro o prisión de su celda!

Desde allí, no obstante todo lo preveía, de todo se informaba, a todo atendía y

todas las necesidades remediaba.

Allí estaba cuando a una Hermana infiel a su vocación206

dio el pase, las

dimisorias para dejar el Instituto e irse al mundo; lo que debió costar mucho a su

corazón de madre; pero no por eso dejó de purificarlo, separando por la exclaustración

un miembro que se había hecho indigno de vivir en él.

“Siento, decía, no haber dado antes este paso, pues así se hubieran evitado otros

males con que ella misma se ha perjudicado”.

El Sábado 28 de Marzo (1896) salió de su aposento y por última vez penetró en

el interior de la casa. El Domingo 29 por la tarde asistió a la clase que el doctor Genaro

Pérez, Profesor de Pintura, daba a las Hermanas. Allí estuvo jovial, alegre, amable más

que nunca; y de allí pasó a la sala a recibir una persona que la buscaba.

Su salud hallábase ya demasiado comprometida, y al día siguiente no pudo

levantarse de la cama. Dos días después el médico de la casa doctor Jacobo Wolf

declaraba el caso grave por una complicación. Nuevos médicos y nuevas consultas: los

doctores Ortiz Herrera y Samuel Castellano declararon el caso perdido.

Las Hermanas, las colegialas, todas las personas de casa y los amigos de la

Madre y de las Esclavas, todos oran y envían al cielo la suplicante plegaria… todos oran

con lágrimas, porque por momentos van perdiendo la esperanza.

La Hermana María Ana Capdevila que le asistía de inmediato, nos refirió que

pocos días antes de enfermar oyó la Madre por tres veces una voz que la llamaba. Era la

voz del Esposo convidándola a entrar en el gozo sempiterno!207

Permítasenos antes de asistir a la muerte de la Madre Fundadora, abrir su

testamento; y cada una de sus hijas las Hermanas Esclavas, recoja el precioso legado

que en herencia le deja su amada Madre.

Son sus Siete Palabras, y las mismas que se grabaron en la losa que cubre sus

venerados despojos: “Hijas mías, os recomiendo la Paz, la Obediencia y la santa

Caridad”, dijo, y se durmió en el Señor.

La Paz: fruto de la buena conciencia, pues ella moría habiendo saboreado desde

la niñez las dulzuras de la Paz, sin experimentar la guerra que destroza el corazón y el

alma de quien no obra rectamente y en la presencia de Dios.

La Paz, porque sabía muy bien el valor de la paz en la vida de comunidad;

porque pesaba los inconvenientes para la marcha regular, no diré cuando se pierde, sino

206

Hermana María Rita Saravia sale de votos perpetuos el 24 /03 /1896, expulsada del Instituto. 207

Los detalles de su última enfermedad y preciosa muerte se enviaron en Carta Circular a todas las casas

del Instituto; y en su lugar les daremos cabida.

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aún cuando se interrumpe la paz, y cuando aún en pequeño entra la discordia.

La Obediencia: Esta cláusula de su Testamento no necesita comentarios: baste

decir que su Instituto nació de la Compañía de Jesús, en que la obediencia es

característica de aquella institución, y en la que no puede subsistir sujeto que no sea

verdadero obediente. Y si esto se estila en la Compañía, escuadrón militar ¿qué se dirá

de una Esclava más ajena a su voluntad que un soldado?

Y la santa Caridad: Con este último encargo coronó los demás y toda la doctrina

que de ella habían recibido, pues la Caridad fue para ella lo que en esta celestial virtud

se sintetiza: el amor de Dios y de nuestros hermanos en Dios.

Caridad y humildad fueron sus virtudes predilectas, y las que más inculcaba ya

en sus conversaciones familiares, ya en sus Conferencias a la Comunidad; presentando a

la humildad como base y fundamento de toda virtud y a la caridad como su

complemento y corona. “Ninguna virtud tendréis, les decía, sin el fundamento de la

humildad y sin la caridad”. Hermosas lecciones había dado de estas virtudes,

corroborándolas con el ejemplo, pues nunca enseñó sin preceder con la práctica; y

cuando va a dejar a sus hijas para ir a su Dios se las deja en testamento… Es el último

esfuerzo de su alma al dejar la tierra; es su despedida para el cielo y su última palabra

para el amado Instituto. Repitámoslo ahora: “¡Hijas mías, os recomiendo la Paz, la

Obediencia y la santa Caridad!”

Reverendas Madres, ejecutoras testamentarias de la última voluntad de la Madre

Catalina de María, no olvidéis que a vosotras toca la grave obligación de procurar su

cumplimiento en toda su extensión, y de velar porque no se defraude ni en lo más

mínimo este anhelo de su alma, su última voluntad.

CARTA CIRCULAR

“Detalles de los últimos días de nuestra Madre Fundadora Catalina de María,

arrebatada a nuestro cariño el 5 de Abril de 1896

La muerte no sorprendió a nuestra amadísima Madre: su vida santa fue una

continua preparación; y parece que este año nuestro Señor le dio una luz especial,

anunciándole que su vida tocaba al fin, como ella lo manifestó repetidas veces.

Pidiéndole el señor [Pablo] Cabrera que visitase la casa de La Rioja, le contestó:

«Yo no pienso ya en viajar sino en prepararme para morir».

Al empezar los santos Ejercicios (Enero 1896) dijo a una Hermana: «Entremos a

estos Ejercicios a prepararnos para morir».

En vacaciones, hablando con varias Superioras de las otras casas, les dijo que

sería la última vez que se hallasen así reunidas, y que ella no sobreviviría a ninguna.

Con ocasión de la muerte de la Hermana Gertrudis Niz208

, dijo con gracia en el

recreo: «Ahora es preciso que nos preparemos las viejas: nuestro Señor ha empezado a

desgranar la mazorca de las viejas y ha de continuar; yo he de seguir a la Hermana

Gertrudis».

Un día le dijo la Hermana María del Tránsito [Gutiérrez] que era necesario se

cuidase, pues sus enfermedades eran muy graves, a lo que contestó: «¡Oh, yo me voy a

ir!, doy mucho trabajo y ocupo demasiado tiempo a las Hermanas».

208

La Hermana Gertrudis de San José Niz, muere el 08 /02 /1896.

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A la Hermana Ignacia [de María] Castellano repetía con frecuencia: «Hermana

Ignacia, es preciso buscar otra Provinciala».

Desde algunos meses proyectaba un viaje a Buenos Aires; pero un poco antes de

enfermarse dijo a su Secretaria: «Yo no iré ya a Buenos Aires».

En distintas ocasiones y con mucha frecuencia repetía que ella iba a morir

pronto.

A la muchacha Juana Santillán, que le preparaba la comida, le dijo con cariño:

«Juana, ya falta poco para que descanses, ya voy a dejar de darte trabajo».

Habiendo manifestado una Superiora de otra casa deseos de llevar a la Hermana

Bernardina [de María] Pereira, le preguntó Nuestra Madre, si quería ir. Contestó la

Hermana que estaba dispuesta a lo que ordenase. Entonces le dijo: «¡Ah, y te quieres ir!

¿Entonces no me vas a cantar el funeral?».

Al doctor [Rafael] López Cabanillas dijo unos días antes de enfermarse: «Señor,

yo ando por irme».

Convencida de su próximo fin, se hallaba dominada por dos afectos únicos que

la preocupaban y la absorbían completamente: Un amor grande a las cosas espirituales y

un intenso anhelo por el adelanto y perfeccionamiento del Instituto.

El 8 de Marzo, cumpleaños del Fundador [Canónigo Honorario doctor David

Luque], asistió al recreo general de la Comunidad; ese día mostró grande expansión de

espíritu, tratando de alegrar a las Hermanas de todos modos; instaba a las Hermanas

Catalina Favre, Micaela Pucheta y Marta Loza porque tocasen la guitarra209

y cantasen,

lo cual hecho, ella festejó mucho.

Después habló de la sinceridad que deseaba hubiese con los Superiores, y de

varios otros puntos importantes.

En el recreo del 20210

dio también importantes instrucciones: habló de la

urbanidad y cultura que una religiosa debe observar en todas sus acciones y maneras; y

dispuso que la Hermana Ignacia [de María] Castellano diese clase de Urbanidad a las

Hermanas una vez al mes.

Dijo que se hallaba satisfecha de la conducta observada en la casa con motivo de

la preparación a la fiesta de San José; que su alma había gozado viendo el silencio y paz

con que se hacían todas las cosas; que desde algunos años a esa parte el Instituto había

adelantado mucho, lo que la llenaba de consuelo. Como siempre, chistosa para hablar,

dijo: «Yo me les presenté en la sacristía para ver como iban las cosas, a ver si las

sorprendía en algo; pero todo se hacía bien, y hasta las muchachitas del Asilo me

llamaron la atención por la manera de conducirse. Yo fui la única que hablé fuerte ese

día».

Muchas otras cosas importantes habló en aquel recreo, y todas pasamos un día

muy feliz pues la tuvimos casi toda la tarde en nuestra compañía. Ese día por la mañana

se sintió mal e hizo cama por un rato. El Sábado 21, estuvo en pie y se confesó con el

señor Rafael López Cabanillas.

El Domingo 22, estuvo por última vez en el recreo. Comentó la plática que,

como Domingo de Cuaresma, había hecho el Padre Cherta ese día. Del recreo pasó al

coro, y tuvo mucha fatiga con el aumento de distribuciones: Septenario, Mes de San

José, Meditación; y después rezó el rosario. A pesar de sentirse mal, por su gran fervor

no quiso perder ninguna distribución, lo que le causó un empeoramiento esa noche, y al

día siguiente no pudo levantarse. De aquí empezó su enfermedad, pero sin síntomas

alarmantes ni muestra alguna de gravedad.

Los días 27 y 28 se levantó, y por una excesiva transpiración, tuvo que

209

Guitarra de juguete, no un instrumento. 210

Recreo por el día de San José.

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cambiarse muchas veces la ropa; esto le era muy penoso, y así decía: «Estoy en mi vía

crucis».

El Viernes, acordándose del sermón de soledad, se unió en Espíritu durante las

tres horas de esta fiesta religiosa: «Yo también voy a cumplir tres horas en mi vía

crucis», decía; y al efecto, preguntaba la hora para llenar el tiempo.

El Sábado, habiendo quedado sola durante la primera mesa, se fue al coro, de allí

pasó al claustro y se detuvo mirando el parral del segundo patio; dijo que cortasen uvas

y diesen a las Hermanas. En seguida pasó a la pieza de la Hermana Margarita [María]

Cuestas, (enferma de gravedad) se informó de su estado, habló con la enfermera, y entre

otras cosas le dijo: «¿Cómo te va con las enfermitas? Cuídalas mucho a todas; no te

canses. Aunque el oficio es muy pesado, da mucha gloria a Dios. Cuídame mucho a la

Hermana Margarita María para que pueda dedicarse a la atención de las niñas; y así

aunque vos no enseñes, tendrás parte en el bien que ella haga por ese medio».

Esta salida le hizo mucho mal: al día siguiente, Domingo de Ramos estuvo peor.

Por la tarde fue a la clase de Pintura que el doctor Genaro Pérez daba a las Hermanas;

allí estuvo, aunque fatigada, alegre y jovial. De allí pasó a la sala, en donde estuvo hasta

la noche, empeorando su salud cada vez más. El Lunes no pudo levantarse.

Se llamó al doctor Jacobo Wolf, quien encontró principios de bronquitis y

congestión al pulmón.

Como ya hemos dicho, no tenía fe en el sistema alopático, así que sólo aceptó un

sudor y ventosas.

El Martes se levantó un rato por última vez, y esa noche hubo un aumento

notable en su temperatura (39º). Al día siguiente aceptó un purgante con el que declinó

algo la fiebre, y también aplicaciones de yodo a la espalda, por receta del médico.

Ese día pidió llamasen al señor [Juan Martín] Yániz, su confesor, pues deseaba

comulgar al día siguiente; y dijo que si él no podía venir, llamasen al señor [Rafael]

López Cabanillas. Se buscó al primero, pero contestó el sacristán de la Catedral que no

se le podía hablar, y que se desocupaba del Coro muy tarde. El señor López Cabanillas

tampoco vino por hallarse enfermo; ambos ignoraban que era la Madre quien los

llamaba, y su estado de gravedad.

El Miércoles (1º de Abril) se agravó; vino el médico y la encontró mal; la fiebre

muy alta, pero él ignoraba la causa. Repitiéronse las aplicaciones de yodo y las

ventosas, con las que sentía alivio.

El Jueves amaneció mejor; sin embargo el doctor Wolf creía podía declararse la

fiebre tifoidea, e indicó se llamase otro médico porque él tenía que salir al campo.

Por la mañana preguntó la enferma a la Madre Rectora211

si habían terminado los

Oficios (era Jueves Santo) y diciéndole que sí, preguntó con interés, si ya estaba nuestro

Amo arriba, en el Monumento, y respondiéndole afirmativamente, añadió: «Dígale a

nuestro Amo que yo estoy aquí muy tranquila haciendo su santa voluntad». Luego

fijando la mirada en la Madre, le dijo: «¡Qué Madre que está acabada!».

El día anterior había indicado que deseaba hablar con el Padre Cherta, el cual

vino el Jueves por la mañana, la confesó y dijo que le podían dar la comunión al día

siguiente. Quedó llena de gratitud al Padre Cherta por haberle proporcionado este bien

de la santa comunión. No hallaba cómo expresar lo mucho que le agradecía, quiso que

se le mandase algún obsequio; y recordando la proximidad de la Pascua de

Resurrección: «¡Ah, que gratitud, dijo, me queda para con en el Padre Cherta!

Hermana María del Tránsito, prepare un obsequio lindo para la Pascua; él me ha

211

Madre Luisa de las Mercedes Ramos.

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abierto este camino y otro más», (referíase a la santa comunión y a otro punto que no

declaró).

Después decía a las Hermanas: «¡Qué envidia me van a tener ustedes!, no?» (era

Viernes Santo y primer Viernes de mes).

Obsérvese que Nuestra Madre en todas sus palabras revela una sencillez y

candor como de niño; jamás se le notó la más pequeña intranquilidad, y generalmente

hablaba de ese modo chistoso y jovial. En todas sus acciones y palabras mostró una

suavidad encantadora; de modo que no podíamos hacernos presentes a ella sin dirigirle

palabras de respetuoso cariño y llorar de ternura.

Siempre fue agradable en su trato y edificante en sus maneras; pero jamás la

vimos más devota, suave y graciosa como en sus últimos días; y sobre todo mostraba un

amor grande, intenso, inexplicable a su Instituto. No se puede expresar lo que hemos

presenciado: desde que se sintió grave, después del amor de Dios, no manifestaba otra

cosa sino el que abrigaba hacia el Instituto, y el deseo de que progresase y se conservase

hasta el fin de los siglos.

Durante la Semana Santa, a pesar de la fiebre, estaba su espíritu en todo lo que

se hacía en la iglesia, recordando a cada instante los misterios de esos días, y

acompañando al Salvador en los pasos de su sagrada Pasión; manifestando sentimiento

por no poder hacer más; pero en todo conforme con la voluntad de Dios.

Como aumentase la fiebre, se llamó por la tarde al doctor Samuel Castellano

quien declaró grave el caso; la fiebre había subido a 40º. Dijo el doctor que había

complicación al corazón y riñones, con ambos pulmones congestionados y el vientre

muy mal, de lo que se producía la fiebre; y que no podía combatir ésta por el estado del

corazón. Así que presentó el caso casi perdido.

La enferma, cada vez que recordaba por la noche, se preparaba para la santa

comunión con amorosas aspiraciones y jaculatorias. Al día siguiente la recibió de manos

del señor Eleuterio Mercado. Por motivo de la fiebre estaba siempre como dormida; y

así, después de la comunión dijo con graciosa sencillez: «¡Qué beneficio tan grande me

ha hecho nuestro Señor en venir, y yo, qué mal hospedaje le he dado! He estado

durmiendo y he oído un recito… cuándo me veo entrar a nuestro Amo!».

Las Hermanas que se hallaban presentes dicen que al ver entrar al sacerdote con

el Santísimo exclamó, juntando las manos, afligida por no haberse hallado despierta:

«¡Jesús, mi Señor… y yo tan distraída!».

Era el sopor de la fiebre y ella lo atribuía, a una negligencia en haberse dormido.

Esa mañana estuvo algo calmada y tomó alimento con algún apetito. El médico

la encontró mejor. Le pidió levantarse, mas él le contestó: «Todavía no; hoy hemos

dado un pasito, mañana daremos otro y el Domingo se levantará».

Como a las 5 p.m. se puso muy mal: fuerte dolor de estómago, náuseas y

descompostura general. Ella exclamó: «¿Qué me pasa? ¡Estoy muy mal! ¡Que se haga

la voluntad de Dios!».

Se llamó de nuevo al médico, quien dijo: «¡Sólo un remedio del cielo la puede

sanar! Es preciso que vayan buscando otra Madre».

En ese momento la Comunidad hacía el Vía Crucis. Las oraciones por la querida

enferma fueron muchas: durante la enfermedad se hizo la Novena de nuestro Amo,

varias veces al día; el Triduo de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, el de San José,

etc., etc. y desde el Miércoles se tomó disciplina en comunidad. Las niñas, las asiladas y

cada una de las Hermanas en particular multiplicaron súplicas y oraciones. Algunas

Colegialas ofrecían sus vidas por la de la Madre. Los Hermanos (novicios) de la

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Compañía, al terminar la Doctrina212

, oraron con los niños por la Superiora enferma.

Especialmente desde el Viernes, día en que se declaró la gravedad, se tomó con mucho

mayor empeño el alcanzar su salud; mas todo en vano; desde ese día ya no hubo

esperanza alguna.

De todas las casas del Instituto se recibían telegramas preguntando por la

enferma, y la Madre Rectora [Luisa de las Mercedes Ramos] las tenía al corriente,

según el informe del médico.

Después de retirarse éste, entró la Hermana Ignacia213

con el fin de avisarle su

estado de gravedad; y como para suavizar lo violento del caso, le dijo: «¡Ahora cayó en

manos de sus hijas!».

Ella, comprendiéndolo, dijo: «¡Cómo será el estado de gravedad en que estoy,

cuando la traen a la Hermana Ignacia!».

Ésta le contestó: «Como los remedios de la tierra no le hacen nada, vamos a

acudir a los del cielo. ¿No le parece que se le dé la Extremaunción?».

«¡Qué tan grave estoy! ¡Cómo no, cómo no!».

Inmediatamente vino el señor Mercado y la confesó y administró la

Extremaunción. La enferma en nada mostraba ni intranquilidad ni temor de la muerte.

Su alma se hallaba en una paz admirable; y al verla venía a la memoria el caso de aquel

religioso que diciéndole se confesase como para morir, respondió que sólo necesitaba

reconciliarse como para comulgar.

La Casa Madre hallábase en la mayor consternación: las Hermanas no podían

retirarse de la puerta de la amada enferma, preguntando, indagando pormenores de lo

que pasaba, y cómo se hallaba, derramando sentidas lágrimas; y escuchando doloridas

sus tiernos quejidos.

El Viernes todas se acostaron tarde; y a algunas fue necesario mandarlas, pues

era inútil se quedasen tantas.

Esa noche la enferma [la] pasó muy mal, no pudo dormir, y se presentaron

nuevos síntomas alarmantes.

El Sábado por la mañana el médico la encontró muy mal; y sólo se le pudo dar

un pequeño alivio por medio de ventosas.

Con frecuencia se dormía, y cuando despertaba, sus palabras eran edificantes y

manifestaciones de hallarse completamente ocupada de Dios y de su amado Instituto. Se

notó que hablaba mucho con Dios, y algunas veces su espíritu parecía no estar en la

tierra. De cuando en cuando se le oían exclamaciones como éstas:

«¡Qué dulce es hacer la voluntad de Dios!... ¿Qué dirá nuestro Señor de esta

inmortificada cuando llegue al cielo?».

Y, nótese bien, lo que encierra esta doble exclamación: Por su humildad se llama

inmortificada, y por la misma abriga la confianza en Dios y dice sin la menor duda de

su afirmación: «Cuando llegue al cielo». Parece que su conciencia, que por otra parte

fue siempre tímida y más bien inclinada al escrúpulo que a la anchura y libertad; la

conciencia, juez infalible especialmente en esos momentos supremos, no le hace temer

un arresto en el viaje a la eternidad. No lo temía, es cierto, pero tampoco presumía de no

ir al Purgatorio; y así dijo a varias que rodeaban su lecho: «No me dejen estar en el

Purgatorio: lo que ustedes hagan es el único auxilio con que cuento; yo soy una

pobrecita».

Más tarde dijo: «No me dejen estar en el Purgatorio. Hermana Ignacia, usted

cuide de esto».

212

Los Hermanos enseñaban entonces en nuestra capilla a los niños. 213

La Hermana Ignacia de María Castellano, era la primera Consejera y Vicaria de la Madre Provinciala.

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A la Madre Rectora dijo: «Bueno Madre yo no tengo más que encargarle, sino

que trabajen todas por conservar el espíritu que supieron infundirles Nuestro Padre, el

Padre Bustamante y el Padre Cherta... ¿Saben ya en las otras casas mi estado?».

Se le respondió que sí. Entonces añadió: «Que nuestro Señor tenga misericordia

de mí, que siempre he sido una inservible. Yo, si alguna cosa llego a tener, será para

ustedes, para el Instituto, para que se conserve».

La Madre Rectora le pidió la bendición para todo el Instituto. «Sí, contestó,

nuestro Amo las ha de bendecir a todas».

Más tarde dijo: «Les recomiendo la paz, la obediencia y la santa caridad».

Refiriéndose a su muerte, recordó que hacía mucho la estaba anunciando y dijo

que no lo había dicho sin fundamento, dando a entender que lo había sabido de cierto.

Temiéndose que la fiebre causase alguna interrupción que la hiciese perder la

lucidez en que hasta entonces había conservado sus facultades intelectuales, se resolvió

darle los últimos auxilios espirituales.

A las 2 p.m. del Sábado [día 4 de Abril] el señor Mercado, acompañado del

señor Capellán Cabrera, le dio el Santo Viático, con asistencia de toda la comunidad y

también las novicias.

Hizo la Protestación de Fe de un modo que llamó la atención por la entereza con

que respondía a los artículos del Credo, acompañando cada «Sí creo», de un

movimiento de cabeza afirmativo muy marcado y expresivo. Terminada, empezó con

voz clara y sonora la Fórmula de los Votos:

«Omnipotente y Sempiterno Dios, yo Catalina de María…» (desde aquí continuó

ayudada por la Hermana Secretaria).

En seguida le preguntó el señor Mercado si quería le aplicase la Indulgencia

plenaria de Benedicto XIV in articulo mortis.

«¡Cómo no, señor, y todas las que pueda, por que soy Cofrade de todas partes, y

no quiero perder ninguna!». Se le aplicó dicha Indulgencia.

En otra ocasión, diciéndole la Hermana Ignacia que hiciese intención de ganar la

Indulgencia por la invocación del nombre de Jesús: «Sí, le contestó, y usted cuide de

que no se me escape ninguna».

También le recordaron hiciese intención de ganar la que tiene concedida el

Instituto para la hora de la muerte, y asintió como en las anteriores.

Después de la comunión que recibió por viático, se le oyó repetir: «¡Qué tesoros

y gracias he recibido!».

Después de reservar el Santísimo volvieron los Capellanes a la celda de la

enferma. El señor Cabrera le aplicó otra Indulgencia.

Con este motivo, Nuestra Madre les dirigió la palabra: «Me alegro, les dijo, que

nuestro Señor no haya permitido que ustedes me dejen primero214

para poder

encargarles mi gente; acuérdense que Nuestro Padre [Canónigo Honorario doctor

David Luque] nos recomendó a ustedes. Ellas (las Hermanas) son buenas, los han de

servir».

Al darle el señor Cabrera la bendición, dijo: «Que se extienda a todo el Instituto;

esto pide el Corazón de Jesús a ustedes».

Y a la promesa que el Capellán le hizo de que se vincularía más la amistad por

quedar las Hermanas huérfanas, le contestó: «Le agradezco mucho…» Él le hizo

presente que su grano de arena había fructificado en casi toda la República, con el bien

que se hace por medio del Instituto. Ella, alarmada, exclamó: «¡Yo no he hecho nada!

¡Soy una miserable!».

214

Parece que el señor Cabrera había tratado antes de dejar la Capellanía para aceptar el curato del Pilar, y

a esto se refería la Madre.

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Él repuso: «Por su misericordia ha hecho grandes cosas el Corazón de Jesús por

medio de usted aunque sea miserable, como lo dice».

Ella respondió tranquila: «¡Ah, sí! ¡Así, sí!».

Al señor Mercado, que le hizo presente su satisfacción por haberle prestado los

auxilios espirituales en aquel caso, respondió: «No lo dudo; yo estoy muy agradecida.

¡No me han dejado qué desear!».

En seguida entró la Hermana Rosa [de Santa María] Juárez, se arrodilló y le

pidió la bendición. La enferma manifestó contento de verla, y le dio la bendición,

diciéndole: «Que nuestro Amo la bendiga a usted con sus hijas» (las niñas internas

agraciadas).

Luego vio entrar a la Hermana Mercedes Rosa Ferreyra, y dijo a la Hermana

María del Tránsito [Gutiérrez]: «Es preciso alimentar esta gente».

Como a las 4 p.m. vino el señor Yániz, y al preguntarle por su estado, contestó:

«Aquí vamos, señor, santificándonos con la cruz».

En seguida entró el señor presbítero Rafael López Cabanillas y le aplicó las

Indulgencias del Carmen y de la Purísima. Ella le dijo: «¡Aquí vamos! ya parece que

estamos muy próxima».

A este señor manifestó mucha gratitud; le agradeció sus muchos servicios, y

añadió: «¡Por todos lados nos ayuda!» (Referíase a los servicios que entonces prestaba

el señor López).

Luego añadió: «¡Qué cosa tan grande morir Esclava del Corazón de Jesús!» y

saboreaba las dulzuras de los tesoros que, según ella, había recibido.

Desde el Viernes repitió muchas veces estas palabras: «¡Qué cosa tan dulce es

morir Esclava del Corazón de Jesús!» y otras veces: «¡Qué cosa tan dulce es morir en

el estado religioso!».

El Sábado a las 5 p.m. tuvieron consulta los médicos Castellano y Escalera; éste

le preguntó si lo conocía: «¡Cómo no! El doctor Escalera, uno de nuestros primeros

médicos. Su esposa (Rosa Molina) se ha educado en nuestro colegio». Dejóse examinar

por los médicos; y al retirarse éstos, mandó que les diesen escudos del Corazón de

Jesús, diciendo: «Son muy buenos y muy católicos; es necesario ser agradecidas».

Adviértase que cuando entraron los médicos, tuvo cuidado de que les pusiesen

sillas y les sirviesen café; y como no lo trajesen tan pronto, mientras el doctor Escalera

la examinaba, dijo en voz baja a la Hermana Ignacia: «¡El café!».

La consulta no dio resultado favorable; la enfermedad estaba demasiado

avanzada y la enferma no anhelaba vivir ni esperaba en remedios de la tierra. Su alma

estaba toda en Dios y en los intereses del Instituto amado. La Madre Vicerrectora215

le

oyó decir: «Me voy acabando, pero estoy conforme con la voluntad de Dios».

Siempre recordaba los tesoros del Corazón de María, y mostró mucho amor a la

divina Reina. Tomó agua en el vaso de Nuestra Señora de Luján (grabada en él la

imagen de la Santísima Virgen) y exclamó tomando hasta la última gota: «¡Qué agua

tan rica, ya la Santísima Virgen me está participando de los tesoros de su Corazón!».

El Sábado, como a las 7 p.m. vino el Padre Cherta; se le dejó hablar sola con él;

pasado un rato, llamó y preguntó cómo había venido el Padre, (llovía copiosamente) y si

estaba listo el coche, y si no, que lo hicieran arreglar pronto. El Padre al despedirse, le

ofreció un medicamento sencillo que en esos días había dado muy buen resultado al

Padre Campos, y le prometió volver al día siguiente a las 10 a.m. Tomó el medicamento

ofrecido por el Padre, pero sin ningún resultado.

Esa noche la pasó muy mal. Se le oyó decir:

215

Madre Tomasa de María Aguirre.

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«¡Nos hiciste acreedoras a tus consuelos, Madre mía!».

El Domingo por la mañana, como la Hermana Ignacia la acomodase con

almohadas para darle algún descanso, le dijo: «Dios se lo pague. ¡Qué linda es la

caridad!».

A pesar de su estado gravísimo, la fiebre, el caimiento y postración en que se

hallaba su cuerpo, su corazón de Madre se preocupaba de proporcionar contento a sus

hijas, y así dijo a la Madre Rectora: «¡Vaya, hágameles dar chocolate a las Hermanas,

por ser Pascua!», y en seguida a la Hermana Ignacia: «Acuérdese que es Pascua,

arreglen el recreo para las Hermanas».

Antes de las 10, ya estaba con el cuidado que no se pasase la hora de enviar el

coche al Padre Cherta. Toda esa mañana pasó muy preocupada; llamaba la atención lo

mucho que rezaba: los actos de contrición tan fervorosos, especialmente al golpearse el

pecho, el ansia con que repetía: «¡Me pesa, Señor, me pesa!».

Repetía por instantes las palabras del Magnificat: «Mi alma engrandece al Señor

y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador»216

.

Otras veces decía: «¿Cómo será? ¡Tan miserable yo, mi Señor!», o bien:

«¿Cómo hará a la hora de la muerte ésta tu Esclava tan inservible, Señor?».

De cuando en cuando se le oían frases como éstas: «¡Yo quiero, Señor, pero no

puedo! ¡No quiero sino tu santa voluntad en todo!»; «¡Oh, Madre mía, riquísima

Madre mía!»; «¡Oh, mi Señor, dichosos los que os aman!»; «Dios mío, ¡qué lindo es

hacer tu santa voluntad!»; «¡Ah, qué sombra tan linda es la protección de nuestro

Amo!»; «¡María, Madre mía, María! Yo me quiero ir a verte, Madre mía, y a nuestro

santo Padre! ¿Cuándo, cuándo me iré?, ¡En tu misericordia, Señor, confío!».

A la Madre Rectora dijo: «¡Tanto asunto entre manos!».

Se le respondió que Dios ayudaría. Ella dijo: «Ya sé que nosotros no hacemos

nada; somos tan miserables…».

También recordó la enseñanza y dijo que no admitiesen ni aun entre las externas,

niñas que no fuesen de buena conducta y que con su mal ejemplo pudiesen perjudicar la

moralidad de las otras. Otras veces decía: «¡Cómo serán las clases este año!».

Se le preguntó si quería diesen aviso al señor Obispo de su estado de gravedad, a

lo que respondió: «¡Cómo no! Háganle saber que estando yo para partir de este mundo,

le recomiendo el Instituto y todo lo que le pertenece; que espero no dejará de hacer

cuánto pueda en su favor. Que le pido la bendición para mí y para el Instituto».

Inmediatamente se transmitieron textuales sus palabras al señor Obispo217

, pero

ese día había salido al campo, por lo que no se obtuvo respuesta del Prelado.

Dominada por la idea del bien que aún podía hacer al Instituto, quiso por última

vez dirigir la palabra a sus hijas, y llamó [a] su Consejo junto a su lecho.

Pidió fuese la Madre Rectora y las Consejeras; y fue de admirar el vigor de su

espíritu y la voz entera y grave con que habló en este acto. Conservaba toda la lucidez

de su inteligencia, y nada pasaba desapercibido para ella.

Salió la Hermana Ignacia, y como se le dijese que iba a hacer retirar a las

Hermanas que estaban a la puerta, se dirigió a la Madre Rectora y le dijo: «Es a usted,

Madre a quien corresponde hacer retirar a las Hermanas».

Su deseo fue hablar ese día a todas, como lo significó cuando dijo: «Llamen a la

Madre Rectora, Hermana Ignacia y Hermana María Trinidad Otero218

; a las demás las

iré hablando cuando pueda».

Sin embargo ya no le fue posible hacerlo.

216

Evangelio San Lucas 1, 46 – 47. 217

Monseñor Fray Reginaldo Toro, O.P. 218

Estas dos últimas y la Hermana María Margarita Correas formaban el Consejo.

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Estando con ellas entró el Padre Cherta; la Madre continuó hablando, pero

fueron interrumpidas por el médico. En seguida entró el Padre Campos de la Compañía,

y se le preguntó si deseaba hablarlo sola, a lo que respondió que no tenía necesidad, y

dio por ello gracias a Dios. El Padre complacido de su tranquilidad, le dijo: «Repita

siempre esas palabras: ¡Gracias a Dios!».

En la reunión de Consejeras, dijo estas textuales palabras: «Este Instituto ha

nacido en la Compañía y allí permanecerá hasta que nuestro Señor disponga de él».

Después que se retiraron los Padres quedó muy agitada por la fiebre; y hablaba

sin cesar de lo que estaba posesionada: Dios y el Instituto.

«No cambien ni las cosas más pequeñas de las Reglas. ¡No den un patatús!

¡Quién sabe qué les pase! ¡Tengan mucho cuidado con el espíritu del Instituto! ¡No nos

paremos en el camino de la perfección! ¡Vamos adelante, no hay que pararse!… ¿Por

qué estoy distraída, cuando tengo que comparecer ante la justicia de Dios?». Viendo a

su lado a la Hermana Ignacia [de María Catellano] (era Maestra de novicias, y a ella

también tocaba reemplazarla a su muerte) [dijo]: «No es cosa sencilla; mucho siento

someter a las novicias a esa dura prueba. No es cosa sencilla el cambio de Maestra».

Después de las 12 ya casi no habló; todas tuvieron el consuelo de verla, pues

desde el Viernes se permitió a las Hermanas entrar, y lo hicieron en el mayor silencio;

entraban de a dos o de a tres y la contemplaban paradas a los pies de la cama. A las

primeras que entraron, algo tuvo que decirles: «¿Qué anda haciendo?, ¿Cómo le va?

Vaya a acostarse, puede hacerle mal. ¡Cuánto siento darles tanto trabajo!».

La Hermana Dolores [de María] Pruneda le preguntó si la conocía: «¡Bah, qué

se me va a escapar!» le contestó con gracia.

La Hermana Secretaria le hizo la misma pregunta: «La Hermana Margarita»

dijo. Ella le replicó: «Margarita María, me llamo». Contestó: «¡Uf! Ésta parece loca».

Otra dijo que el Viernes que había oído el sermón de Agonía: «Me alegro,

respondió, porque no es de las más devotas».

Otra le pidió que la llevase con ella al cielo; «¿Para qué, le contestó, si es tan

inservible?».

El Viernes, como lloviese mucho, recordó que el quintero no estaría bien

resguardado en su nueva habitación: «¡Pobre Luis! ¿Se han acordado de hacerle

componer la casita para que no se moje?».

El Domingo entraron también las novicias de dos en dos, a verla. Algunas

profesas también entraron y tomándole las manos, se las cubrieron de besos.

El Capellán señor Cabrera, vino como a las 5 y ½ p.m. y le aplicó nuevas

indulgencias. Al entrar se acercó a la cama de la enferma y le dijo: «¿Madre, me

conoce?».

Ella lo miró y dijo: «¡Ah, cómo no! Nuestro Capellán Cabrera».

Éstas fueron las últimas palabras que pronunció en su conocimiento; después

parecía no darse bien cuenta de lo que hablaba. Entró en una especie de delirio, pero era

recordando las bondades de nuestro Señor para con ella, pidiendo misericordia, y sobre

asuntos de las Reglas del Instituto.

Como la esperanza es lo último que se pierde, le aplicaban remedios caseros, y

más los celestiales: agua de Lourdes, agua de San Ignacio, medidas de Nuestra Señora

de Luján, del Valle, reliquias de San Ignacio y de otros Santos de la Compañía, y

también reliquias de nuestro Cofundador.

Se empeñaban en alimentarla, pero todo era en vano. La hora de la recompensa

había llegado. El caimiento aumentó como a las 7 p.m.; la enferma se acostó rendida; ya

no hizo más movimiento. A las 7 y ½ se hizo entrar al señor Capellán Cabrera que no

quería retirarse, permaneciendo en la sala para estar listo en un momento que se le

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necesitase. Se revistió el roquete y estola, y empezó la Recomendación del Alma. Se

llamó a comunidad; todas, profesas y novicias rodearon el lecho. La amada enferma,

acostada sobre el lado derecho, ayudándola a sostenerse la Hermana Secretaria María

Margarita Correas. Tenía los ojos cerrados, el rostro apacible y tranquilo, el color algo

pálido, pero no descompuesto ni desfigurada y desencajado el rostro, como están de

ordinario los moribundos. El crucifijo sobre el corazón que tenía notablemente

hinchado. Todas rezaban y lloraban en respetuoso silencio: la Hermana María del

Tránsito Gutiérrez le humedecía los labios con un algodón; la Hermana Ana de la Cruz

Moyano tenía el acetre y le rociaba la cama con agua bendita. El señor Cabrera, cerca

del lecho, recitaba las preces del caso; las niñas y asiladas oraban en la Capilla. A las 8

menos 10 minutos hizo un movimiento con la boca y los hombros por dos veces;

continuó boqueando suavemente y sin abrir los ojos.

Se oyó la campana mayor de nuestro Amo que tocaba agonía; un momento

después, entregaba su preciosa alma al Señor en la paz de los justos, el día de Pascua de

Resurrección, Domingo 5 de Abril de 1896 a las 8 p.m.

Algunas de las presentes decían: Ha concluido; otras aseguraban que estaba

viva, que se le sentían pulsaciones en las arterias del cuello.

El señor Cabrera dijo: «Es un síncope, esperen».

Se esperó un rato, se hicieron las indagaciones del caso para descubrir un soplo

de vida; repetidas veces se le aplicó un espejo, las manos contra la luz, etc.; por fin fue

necesario convencerse de la triste realidad: ¡había muerto!

El señor Capellán recitaba las preces de la iglesia por los difuntos. Los sollozos

de las Hermanas se oían sofocados por el respeto, queriendo no perturbar con ellos el

dulce sueño de la Madre amada. Las colegialas y asiladas lloraban a gritos en sus

respectivos departamentos. La comunidad rezó el santo Rosario en la pieza mortuoria; y

en seguida se retiraron las Hermanas a rezar el Vía Crucis, quedando las necesarias para

arreglar el cadáver: las Superioras, Hermanas María Margarita Correas, María Ana

Capdevila, Josefa de San Miguel Moncada, María Trinidad Otero, Dolores de María

Pruneda, María del Tránsito Gutiérrez y Hermana Ignacia de María Castellano.

Después de vestida con el santo hábito, se le colocó en la misma pieza, (hoy

[1914] Biblioteca) frente a la puerta de la izquierda, rodeada de luces. Allí había

constantemente Hermanas que no cesaban de orar; le besaban la frente, manos y pies, y

la llenaban de caricias. Poníanle flores en las manos, en el escudo y sobre la cabeza.

Nuestra querida Madre estaba hermosísima, y mejor que cuando vivía,

representando treinta años menos de su edad, que era de 72 años, 5 meses y 6 días. El

cutis terso, sin arrugas y de una blancura animada. En las manos tenía el santo Cristo,

sostenidas éstas por dos cintas blancas de seda.

Esa noche la comunidad fue a refectorio a las 9 y ½, y de 10 a 10 y ½ se hizo la

última distribución.

Veláronla profesas y novicias, rezando toda la noche el santo Rosario. A la

mañana, las que no la habían velado, apenas sonó la campana, volaron a la pieza de la

Madre amada, hasta que la campana de [la] obediencia las arrancó de allí, quedando

algunas a su lado.

La primera impresión de esa mañana fue indecible: la fisonomía de la extinta

había cambiado después de las 12 de la noche en mejor de lo que hemos apuntado; y

esto lo notaron las que la velaban a esa hora. Dicen que fue una transición instantánea.

Las que vinieron por la mañana lo notaron al momento. El cutis de un color alabastrino

transparente, nada de amarillez, y la sonrisa más pronunciada. Se deseó hacerla

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fotografiar, pero una respetable opinión se opuso a ello”219

.

Permítase aquí a quien apunta estos hechos y transcribe la Carta Circular, hacer

en ella un paréntesis para narrar sus propias impresiones a vista de los restos

inanimados de una Madre querida.

Inmediatamente de espirar la Madre mía, fui por obediencia a ayudar a la

Hermana Sacristana en el arreglo de la Capilla para el día siguiente. Vuelta de allí, me

ocupé con la Hermana Secretaria en registrar papeles que el señor Pablo Cabrera

necesitaba para enviar temprano a la prensa. Cuando terminé esta doble obediencia, vine

presurosa a ver a mi Madre y me encontré (sería la 1 a.m.) no con un cadáver sino con

una visión celeste. Si todas unánimes no aseguraran lo mismo que yo veía, diría: la

pasión me ciega; mucho la amé y al separarme de ella la amo más y me parece que está

linda como un ángel del paraíso, como un santo del cielo; pero no, no sufría engaño; la

muerte le había restituido lo que los años y la enfermedad le habían robado. No estaba

muerta, tampoco dormía, pero sí, parecía que su alma, luego de dejar el cuerpo, le había

traído noticias de lo que se ve y goza en la eternidad feliz, y de lo que gozará también el

cuerpo fiel compañero del alma.

No me fue permitido pasar el resto de la noche junto a ella, como lo solicité con

instancia; mi falta de salud era un inconveniente para que se me concediese. A la

mañana, confieso que apenas pude estar en la oración y santa misa. Unos cuantos

metros me separaban de la pieza mortuoria, pero para mí era como una gran distancia

que hubiera de recorrer. Lo primero que hice al salir del coro fue irme a donde yo quería

estar.

Luego de un rato, me dicen de orden de la Madre, que con la Hermana Isabel de

la Cruz Álvarez fuéramos a recoger de los jardines, rosas blancas y jazmines del país,

con los que debíamos tejer coronas para adornar a Nuestra Madre. Grata fue para mí la

ocupación, cierto, pero había de separarme de su lado y dejar de estarla contemplando.

Fui, y luego, muy luego, estuve de vuelta, dejando a mi compañera el encargo de cortar

ella las flores y traerlas a donde yo quería estar: allí tejería, sí, las coronas. Un

importuno mensaje me llegó diciendo, ¿qué hacía? ¿Y las flores? ¿Y las coronas?

Yo no sabía nada, ni sé qué respondí: solo sé que yo no me podía separar de

aquel lugar, que sentía un atractivo irresistible y que esperaba en Dios que no me

tomaría tan estrecha cuenta de lo imperfecta de mi obediencia en aquel caso

excepcional.

No quiero abusar de la paciencia ajena: mi paréntesis va demasiado largo y sólo

para mí es muy interesante; concluiré; pues, diciendo, que por una natural timidez jamás

me familiaricé con los muertos: he visto morir y he ayudado en aquel trance a muchas

de mis Hermanas en religión; pero tan luego como el alma sale del cuerpo, salgo yo y

me alejo de aquel lugar; confesando que jamás me he animado a vestir un cadáver, y

que ando lo más lejos posible para no ver ni las candelas que arden junto a él.

Todo lo contrario sentí en la muerte de mi Madre: la besaba en la frente, le

cubría de besos las manos, guardé en mi relicario de sus cabellos, y me apoderé de la

toquita de cama con la que había muerto y de un pañuelo de manos. ¡Era tan santa! ¡Era

mi Madre! ¡Estaba tan linda!

Sigue la Carta [Circular]:

“El Lunes celebraron por el eterno descanso de su alma el señor Capellán

Cabrera, el Padre Cherta y el Provincial de la Merced, Padre Pedro N. Oro.

219

Del Reverendo Padre Juan Cherta.

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A las 8 a.m. se colocó el cuerpo en el cajón y fue llevado por las Hermanas a la

Capilla. Allí la señora María de Clariá con su hija María, esperaban llorando y

rigurosamente enlutadas. Dicha señora pidió por especial favor que se le permitiera

llevar el cajón desde el coro a la Capilla, lo que le fue concedido.

Se le colocó en el catafalco, rodeada de gran número de luces y coronas

fúnebres. La Hermana Ignacia subió al féretro y le colocó un hermoso jazmín en las

manos. El cajón estuvo abierto hasta las 5 y ½ p.m.

A las 9 y ½ empezó la Vigilia de Difuntos cantada, y luego la misa que celebró

el señor Mercado, diaconado por los Presbíteros López Cabanillas y Correa. Terminó a

las 11, hora en que se cerró la Capilla y las Hermanas pudieron nuevamente estar con su

Madre amada. No faltó allí la señora Segunda Ferreira de Olmedo, que apenas supo la

noticia, se vino de su casa de campo dejando allí la familia. Como buena y fina amiga,

acompañó a las Esclavas en su duelo y en sus oraciones; y tuvo el consuelo de palpar220

los restos de su amada Madre Catalina.

Se comenzó a abrir la fosa en el coro de las Hermanas, como a la 1 y ½ y se

continuó hasta las 12 de la noche.

Esa tarde se abrió la Capilla, a petición de muchas personas de fuera que

satisficieron su piedad hasta las 10 de la noche.

Allí estaba María Clariá y las niñitas Moyano López, sobrinas de la extinta.

El Lunes por la mañana vino a ofrecer sus servicios un empleado Municipal

enviado por el señor Intendente para que lo ocupasen en todo lo que fuese del caso. En

la noche del mismo día, el señor Comisario del [Pueblo] General Paz envió un centinela

que hizo la guardia en el pretil, atenciones que merecieron la gratitud de las Esclavas.

Mientras estuvo el cuerpo visible, las colegialas entraban a la Capilla sin temor

alguno, y hasta las más pequeñitas subían al catafalco, y besaban respetuosas, con

cariño, las manos de la que habían amado como verdadera Madre.

En la tarde la Comunidad de Dominicos (en número de 12) cantaron en la

Capilla solemnes responsos por la finada; y en seguida los Reverendos Padres Cherta y

Campos, de la Compañía.

Antes de cerrar el cajón, se puso un frasco lacrado, con cédulas que contenían

peticiones de las Hermanas a su Madre Fundadora.

El Martes celebraron el señor Mercado, el Capellán Cabrera, Monseñor Yániz,

dos Padres Franciscanos y un Dominico.

El día antes la Madre Rectora pidió misas a todos los conventos, y al de San

Francisco, cuántas pudieran aplicarle.

El Martes 7 a las 10 comenzaron los Oficios del sepelio: Monseñor Yániz

pronunció desde el púlpito un hermoso discurso, y en seguida se cantó el Responso.

Los señores Vélez, Olmedo, García Montaño, Augusto López, Ríos, el

Reverendo Padre Visitador de la Merced y otros, condujeron el cajón hasta la fosa

abierta en el coro de las Hermanas.

Allí dos pequeñitas (María Laura Otero y Aída Escuti) arrojaron flores sobre el

cajón. Éste quedó en el coro esperando que la fosa estuviera más seca para descenderlo,

lo que se efectuó a las 2 y ½ p.m. del día 7. A las que cupo la gloria de prestar este

último homenaje a la Madre, nombramos aquí: Hermanas Tránsito de San Luis Torres,

María Margarita Correas, María Inés Freites, Isabel de la Cruz Álvarez, Natividad [de

María] Gómez, María Ana Capdevila, María Serafina Ávila, la Madre Rectora Luisa [de

las Mercedes] Ramos y la Hermana Ignacia [de María Castellano] (Vicaria)”.

220

Ya estaba ciega.

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¿Y la pobre autora de estos Apuntes? ¿Volverá a interrumpir esta narración para

dar cabida a los últimos momentos con su difunta Madre? ¡No se lo prohíban! que

crueldad sería, al terminar ella estas líneas, no permitir a su pluma dejarlo consignado.

El ataúd quedó sobre el pavimento del coro, a la izquierda de la fosa abierta,

delante del reloj. Allí le fue dado abrazarse al cajón, y aunque no veía ni oía a su Madre

amada, lo regaba con lágrimas, hablaba con ella, demandaba su perdón por cuántas

veces la hubiera disgustado; le dijo cuánto una hija, que queda huérfana, dice y quiere

decir a la Madre que lo fue todo en vida para ella. Deposité en ella muchos secretos de

mi alma... todo mi porvenir... y cuando más tarde ocurriéronme dificultades, no

pequeñas por cierto, le recordé mi último abrazo y cuánto en él le había confiado.

Llamaron a un acto de comunidad en el coro y la Madre Vicaria no juzgó

prudente dejarme estar más tiempo abrazada al cajón; díjome me retirase, y fue para mí

el alejarme de allí un dolor más grande que la separación de mi propia madre cuando la

dejé para venir a ser hija de la que ahora perdía.

Sigue la [Carta] Circular:

“En la cabecera se colocó una hermosa cruz de violetas artificiales y otro frasco

de cédulas de las niñas agraciadas. Dentro del cajón habíase puesto un cuadro pequeño

del Corazón de Jesús.

Algunas Hermanas conservaron el escudo, crucifijo y sobrevelo que cambiaron

por los respectivos que ellas usaban. Estas prendas fueron quitadas de su cadáver antes

de cerrar el cajón.

Los albañiles cerraron la fosa; y desde el siguiente día una canastilla de flores

adornaba la tumba.

Los sufragios, a más de los dichos fueron a medida del cariño y piedad de sus

hijas, y para cumplir su encargo de no dejarla estar en el Purgatorio.

Se empezaron el día 6, misas de San Gregorio en nuestra Capilla, en la

Compañía y en el Pilar, y un Novenario de misas en Santo Domingo. Esto, fuera de los

sufragios ofrecidos en las demás casas del Instituto.

Durante el novenario las novicias rezaron en común, una parte de rosario por la

finada.

El día 13 tuvieron lugar solemnes funerales en la Capilla de la Casa Madre.

Celebraron misa rezada los señores Mercado, César, Cabrera, Yániz, Correa, Gordillo y

el Padre Cherta. En el funeral cantado oficiaron Monseñor Aquilino Ferreira con los

señores Correa y Pignolo. La concurrencia fue de lo más selecto: entre los asistentes los

señores Rafael Moyano, Genaro Pérez, Augusto López, Cáceres, Escalante, Pogi,

Echenique, Oliva, Aguilera, Temístocles Castellano, [Nicolás] Berrotarán, García

Montaño, Arturo Cabrera, [Manuel E.] Ríos, Presbíteros Echenique, Gordillo y Bazán;

tres Mercedarios y el Intendente Municipal Benigno Acosta. Monseñor [Juan Martín]

Yániz presidió el duelo.

La tumba se cubrió de flores, y dos hermosas lámparas ardían en la cabecera.

El señor Intendente envió una hermosa corona tomada con una cinta en que se

leía en letras doradas: LA MUNICIPALIDAD DE CÓRDOBA. Era un testimonio que

los poderes públicos le daban, reconociendo a la extinta como bienhechora de la

sociedad. El portador traía encargo de colocarla él mismo, y lo hizo colgándola en la

reja del coro.

La señora Segunda [Ferreira de] Olmedo ayudó en el canto a las Hermanas,

contribuyendo con su hermosa voz a esta solemnidad fúnebre”.

Termina aquí la Carta Circular.

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CAPÍTULO X

En el sepelio de la Madre Catalina - Homenaje de la Prensa: “La Madre Catalina

de María” (Manuel E. Río) - “La Fundadora de las Esclavas” Su Sepelio (de Los

Principios) - Discurso de Monseñor Yániz - “La Madre Catalina de María,

Fundadora de las Esclavas” (de la Revista de Buenos Aires) - “La Provinciala de

las Esclavas del Corazón de Jesús” (de Los Principios) - “La Fundadora de las

Esclavas” (de la Voz de la Iglesia) - “Fallecimiento de la Madre Catalina” (de la

Prensa) - “La Madre Catalina de María” (Doctor Apolinario Casabal).

La autora de estos Apuntes, Hermana Ana de la Cruz Moyano remite a las

publicaciones impresas hechas con motivo de la muerte de la Madre Catalina.

Homenaje de la Prensa

LA MADRE CATALINA DE MARÍA

y la fundación de las Esclavas del Corazón de Jesús221

El inolvidable doctor David Luque, con rara previsión que ocultaba quizás un

secreto designio, ordenó un día a la Fundadora de las Esclavas que escribiera en los

tiempos disponibles que le sea posible, los datos históricos de la fundación con la mayor

certidumbre, sin omitir cosa alguna favorable o desfavorable.

La sumisa religiosa se inclinó ante el mandato y escribió un libro, precediéndolo

con estas sencillas palabras: “A no haber sido mandada no me habría atrevido a

emprender esta obra; además de otras razones hubiese desistido convencida de mi

incapacidad; pero la obediencia me asegura la protección del cielo, con la que cuento

para cumplir lo que se me ha ordenado”.

He dicho sencillas y hubiera podido añadir, admirables palabras. Y todo el libro

que anoche tuve ocasión de recorrer ávidamente, es así, sencillamente admirable y

admirablemente sencillo. La Madre ha puesto en él de manifiesto no sólo la bondad y el

poder de Dios, sino su propia alma toda entera, con las grandes virtudes que la

santificaron, con su fe profunda, su piedad robusta, su voluntad inquebrantable, su

constancia invencible, su caridad ardiente, su humildad preciosa, su abnegación heroica.

Y todo ello con una modestia sin afectaciones, con una naturalidad encantadora,

creyendo sinceramente que mostraba “su vileza” cuando, sin querer, coronaba su gloria.

[…] La Madre debió resignarse a referir en un libro precioso la historia de su

grande obra.

[…] En estos momentos en que trescientas religiosas, tres millares de niñas y un

millar de asiladas lloran con la sociedad de Córdoba y la del país entero sobre la tumba

recién abierta de la fundadora de las Esclavas, es oportuno revelar algo siquiera del

contenido de esas páginas trazadas por la mano de una santa.

[…] No es mi ánimo por ahora relatar los hechos, los triunfos y la sorprendente

prosperidad de las Esclavas, que todos aplauden y admiran en el país entero. Me había

propuesto dar a conocer la parte que le cupo en la fundación a la ilustre religiosa que

221

Extracto del artículo del ingeniero Manuel E. Río con motivo de la muerte de la Madre Catalina de

María Rodríguez, publicada en diario Los Principios, Córdoba, 7 de abril de 1896. Original impreso en

AGE. Para su comentario se sirve el autor de las “Memorias” escritas por la fundadora. Véase: Manuel E.

Río. - Op. cit. Páginas 1 a 23.

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acaba de bajar al sepulcro entre lágrimas y bendiciones. […] No se vea en estas líneas

una historia… mírese más bien un tributo de admiración a la mujer fuerte, al

instrumento providencial y un homenaje de gratitud y cariño a la memoria de la santa

religiosa que en vida me honró con su simpatía y benevolencia.

La obra benéfica que ha dejado grande y floreciente será aquí en la tierra, con la

memoria de sus méritos y los recuerdos de los que la amaron, el monumento perdurable

de su gloria. En el cielo ya habrá recibido la recompensa prometida a los justos y a los

que pelean como buenos las batallas del Señor.

Han sido, las suyas una existencia empleada en el bien y una vocación altísima,

satisfechas con aliento heroico.

Felices los que así pueden, con tan valiosos méritos, abandonar el valle de

lágrimas, para afrontar tranquilos el misterio de la eternidad.

Manuel E. Río

LA FUNDADORA DE LAS ESCLAVAS Su Sepelio

Discurso del señor Canónigo Juan M. Yániz222

(De Los Principios)

Verificóse ayer en la Capilla de las Esclavas del Corazón de Jesús, el entierro de

la virtuosa Madre Catalina de María, fundadora de esta congregación religiosa.

El acto fue a la vez solemne y conmovedor.

En un severo catafalco levantado en el centro de la Capilla y rodeados de una

porción de cirios encendidos, encontrábanse los restos mortales de la extinta.

Y, agrupadas allí cerca, sus hijas en religión y un centenar de niñas educandas de

las Esclavas, lloraban desconsoladas la irreparable pérdida.

Antes de comenzar los oficios el señor Canónigo Yániz, director de este diario,

pronunció conmovido el discurso que más abajo publicamos.

Luego, revestido de los ornamentos sagrados, recitó, acompañado de varios

sacerdotes los oficios del caso, terminando la tocante ceremonia con el entierro de los

restos de la extinta, que fueron depositados en una bóveda subterránea, construida al

efecto en uno de los coros de la Capilla.

No obstante el mal tiempo, asistió al sepelio de la Madre Catalina de María una

numerosa y selecta concurrencia de damas y caballeros.

He aquí ahora el

Discurso del señor Canónigo Juan M. Yániz

Señores:

Mi actual estado físico y psicológico, no es ventajoso para hacer uso de la

palabra en estos momentos verdaderamente solemnes para Córdoba, y en especial para

la Casa en cuyo recinto nos encontramos reunidos; pero tengo un deber ineludible que

cumplir, que me impone la amistad, y haré el esfuerzo necesario para historiar siquiera a

222

Discurso del señor Canónigo Juan Martín Yániz en el acto del sepelio de la Madre Catalina de María

Rodríguez. Córdoba, 7 de abril de 1896. Original impreso en el diario Los Principios, del 08 /04 /1896.

Archivo del diario. Véase: Manuel E. Río. - Op. cit. Páginas 25 a 29.

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grandes rasgos, los puntos más salientes de la vida de la fundadora de las Esclavas del

Corazón de Jesús, cuya existencia acaba de tronchar la parca inexorable, y cuyos

despojos mortales vamos a depositar en la huesa que los ha de guardar hasta el día de la

resurrección universal.

Que la Madre Catalina no fue un peso inútil en la tierra, es una verdad

indiscutible para cuantos la hemos conocido y nos hemos honrado con su amistad.

Descendiente de una familia ilustre y eminentemente cristiana, puede decirse

que la virtud fue innata en ella.

Prevenida del cielo con gracias especiales, baja a la tumba cubierta de gloria,

dejando en pos de sí la estela luminosa de grandes méritos, conquistados en los cuatro

estados que santificó con su vida fecunda e irreprensible.

En temprana edad conoció bien claro la vanidad de las cosas terrenales, y que

sólo en el amor de Dios se encuentra la verdadera felicidad, y su espíritu se penetró del

deseo vehemente de las eternas riquezas.

Repudió al mundo y sus pompas, para buscar la preciosa margarita del

Evangelio, y el anhelo de su propia santificación y de la salvación de las almas, ocupó

todo su corazón, y a estos dignísimos fines, encaminó su infatigable actividad.

Quiso Dios que tanta virtud resplandeciese también en el santo estado del

matrimonio, y, abandonando su retiro, se desposó con un respetable caballero. Vosotros

sabéis, señores, como cumplió los deberes de tan delicado estado. Vosotros sabéis que

fue el tipo de la matrona cristiana, perfumando el hogar con el aroma de edificantes

ejemplos.

Sin descuidar un punto el cumplimiento de las obligaciones domésticas, no le

faltó tiempo ni fortaleza para entregarse a la práctica de una piedad sólida y eficaz,

fundada en el sacrificio del corazón y en la reforma del hombre interior.

Fue por esto que el nuevo estado no disminuyó en un ápice su celo por la

salvación de las almas, que procuraba por diversos medios, siendo de su predilección, el

cuidar y servir a las personas que hacían los Ejercicios Espirituales. Sólo Dios sabe

cuantas almas se habrán santificado o convertido, merced a los buenos oficios y

saludables consejos que de ella recibieron.

Pero el estado del matrimonio, había de ser una etapa de tan preciosa vida, y

nada más. Era menester, según los designios de la Providencia que tan esplendorosa luz

reflejase sus claros destellos aún en medio de Babilonia, para que fuese conocida íntima

y ventajosamente la que destinada a mayores empresas, y aquel estado la puso en

condiciones favorables para demostrar a la sociedad cordobesa y a la de algunas

ciudades del litoral, cómo aún en medio del siglo, es practicable la piedad.

Terminada por la muerte de su consorte la sociedad conyugal, emprendió con

nuevos bríos el camino de su santificación.

La que había actuado en el escenario del mundo, sin recibir el contagio de sus

máximas deletéreas, empieza a sentir entonces un vacío en su corazón, que no lograba

llenar con sus prácticas de piedad y sus obras de celo. Algo y mucho más necesitaba. La

inmolación completa de su ser en aras de la caridad, crúzase por su mente, rápida y

fugaz, bien así como el destello del relámpago al desprenderse el rayo de las nubes; pero

dejando en su alma huellas indelebles y emociones inefables, que acaricia y alienta,

porque con ellas su corazón siéntese feliz.

Concibe entonces el proyecto de fundar un instituto religioso de señoras, que

tuviese por fin principal el promover la grandiosa obra de los Ejercicios Espirituales y

de enseñar la doctrina cristiana a la niñas, y más tarde en revelarlo, que en descubrir su

magnitud y las dificultades, casi invencibles, con que tendrá que luchar, si en él insiste.

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Pero la inspiración era de Dios, ella lo comprendió perfectamente, y las

borrascas solo conseguirán agigantar su constancia.

Siento, señores, no haber podido disponer del tiempo necesario, para referiros

con sus interesantes detalles, esta etapa de la vida de la Madre Catalina. Su fortaleza y

perseverancia fueron probadas como el oro en el crisol. Puesta su confianza en sólo

Dios, luchó sola, sin otro apoyo que su fe.

Así recorrió el Vía Crucis, que es siempre la preparación de las obras de Dios; y

devorando angustias, y soportando desengaños, y apurando en ocasiones, hasta las

heces, la amarga copa del sufrimiento, vio por fin premiado sus sacrificios, con la

realización de sus anhelos.

Señores: vosotros conocéis, y la República toda conoce también, el instituto de

las Esclavas del Corazón de Jesús.

He aquí, pues, la obra de la Madre Catalina.

Bien alto pregonan su mérito los raudales de lágrimas que en estos momentos

humedecen su tumba, desde Buenos Aires hasta Salta, y desde Córdoba hasta Cuyo, y

los corazones palpitantes de dolor, de millares de niñas que se educan en los colegios

fundados por la ilustre extinta, son la prueba más concluyente de que la Madre Catalina

no fue un peso inútil en la tierra. ¡Qué Dios haya premiado sus méritos! R.I.P.

La Madre Catalina de María Fundadora de las Esclavas223

(De la Revista De Buenos Aires)

Digno de los grandes merecimientos y virtudes de la Reverenda Madre Catalina

de María, fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús, ha sido el homenaje tributado

por nuestro Prelado, el Excmo. señor Arzobispo, con el funeral solemne que le dedicó el

lunes próximo pasado, en la Capilla del Colegio de la Sagrada Familia, a cargo de dicha

Congregación, celebrando él mismo el pontifical, asistido de los Presbíteros señores

Elzaurdia, García Insúa, De León y Zavaleta y del familiar señor Frías.

Elegantes colgaduras de negro y oro tapizaban las paredes, la bóveda y el altar

de la Capilla.

El nombre y dignidad de la extinta, estampado con caracteres dorados,

destacábase en las cenefas que coronaban el altar. Cerca de éste, levantábase artístico y

severo túmulo, en cual ardían centenares de cirios, y, formando contraste con el fúnebre

aparato multitud de coronas de hermosas y fragantes flores, símbolos de la que habrá ya

ella recibido en el cielo, atestiguaban los sentimientos de cariño y de gratitud, a la par

que de dolor sinceros, por parte de las que se las ofrecían, que eran sus hijas en religión

y algunas de las muchas educandas favorecidas por su benéfica obra.

El señor Canónigo de la Torre y Zúñiga, Cura de la Concepción, queriendo

asociarse a la iniciativa del señor Arzobispo, costeó el ornato de la Capilla y celebró allí

mismo, antes del funeral, el santo sacrificio. Lo propio hicieron los otros cuatro

sacerdotes antes nombrados y el señor Presbítero F. Vilanova Sanz. Además envióles a

las Hermanas Esclavas algunos centenares de piadosas tarjetas conmemorativas del

fallecimiento de la Madre Catalina de María, las cuales distribuyéronse a la terminación

del funeral entre los concurrentes, que ascendieron a número considerable, y que todos

fueron espontáneamente, pues no se hicieron invitaciones.

223

Véase: Manuel E. Río. - Op. cit. Páginas 34 a 35.

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El coro estuvo a cargo de las Hermanas. Cinco de éstas oficiaron con mucha

maestría la Misa y el último Réquiem, ambas composiciones del Ilustrísimo señor

Costamagna.

Por estos detalles verán nuestros lectores cuán cumplidamente ha sido honrada

aquí la memoria de la esclarecida fundadora del Instituto religioso de origen nacional,

más fecundo que existe entre nosotros.

De una y otro hemos de volver a ocuparnos más tarde, con la detención que se

merecen. Mientras tanto, reproducimos a continuación un bello y justiciero elogio de la

Reverenda Madre Catalina de María, hecho por el señor Canónigo doctor Juan M.

Yániz en el acto de la inhumación de sus restos, el cual tuvo lugar en la ciudad de

Córdoba, ante numerosísima y selecta concurrencia, el martes 7 del corriente.

La Provinciala de las Esclavas del Corazón de Jesús224

La noticia del fallecimiento de la Madre Provinciala de las Esclavas del Corazón

de Jesús, Hermana Catalina de María, acaecida antenoche, cundió ayer en esta ciudad

rápidamente, causando dolorosa impresión en los ánimos de cuantos la conocieron, y en

el seno de las distinguidas familias a que estaba vinculada con los lazos del parentesco.

Su muerte constituye un motivo de duelo para Córdoba y más aún para la

República entera, donde están esparcidas por centenares sus hijas de religión.

En compañía del venerable sacerdote doctor David Luque cúpole a la extinta la

misión providencial de fundar el floreciente instituto de las Esclavas del Corazón de

Jesús, lo que ya por sí solo y humanamente hablando constituye un timbre glorioso que

le hace altísimo honor.

En el siglo, donde llevaba el nombre de Saturnina Rodríguez de Zavalía, fue una

virtuosa dama adornada con todos los tesoros de la mujer fuerte de la Sagrada Escritura.

Por eso no es extraño que a la muerte de su esposo, el Coronel don Manuel

Antonio Zavalía, Dios la escogiese para llevar a cabo la obra de la fundación por ella

realizada.

Sus virtudes se acrecentaron en la religión: fue una santa religiosa en la

verdadera acepción de la palabra que despedía por todas partes el perfume celestial de

las almas puras, comprobando así que su obra era obra de lo alto y que tenía el sello

divino. Éste es el mejor elogio que se puede hacer de la Madre Catalina de María.

Por nuestra parte nos asociamos al duelo causado por su fallecimiento, y

enviamos nuestro sentido pésame a sus hijas en religión, las beneméritas Esclavas del

Corazón de Jesús.

Ya el Divino Juez habrá otorgado a la digna religiosa el galardón prometido a

los que como ella les son fieles en la vida.

_____

Hoy a las 9 de la mañana se verificará el sepelio de la Madre Provincial, el que

tendrá lugar en la Capilla de las Esclavas.

Promete revestir este acto los caracteres de un acontecimiento.

Harán uso de la palabra varias personas.

224

Véase: Manuel E. Río. - Op. cit. Páginas 36 a 37.

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_____

El Intendente Municipal accediendo a una justa solicitud del Síndico de las

Esclavas, señor Osvaldo Vélez ha concedido la correspondiente autorización para que el

sepelio se haga en el mismo colegio de las mencionadas religiosas.

La Fundadora de las Esclavas225

(De la Voz de la Iglesia)

Falleció anoche, en Córdoba la Reverenda Madre Catalina de María, conocida

en el siglo con el nombre de Saturnina Rodríguez de Zavalía, Superiora General y

Fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús, el instituto religioso más fecundo que

ha producido la República.

Ha muerto a la edad de 72 años, con la muerte edificante de los justos.

Deja la Congregación de su fundación con cerca de trescientas religiosas y trece

colegios, distribuidos en las principales ciudades de la República y en los que se educan

cerca de tres mil niñas. Su muerte resonará hoy en toda la República y muy

especialmente en Córdoba, patria y teatro principal de los desvelos y afanes de la finada.

Era allí considerada la ilustre finada, como una santa. Mujer de temple

extraordinario abandonó el mundo después de viuda, y ya en edad madura para fundar

la Congregación religiosa que la ha reconocido como superiora, desde el año 1872.

Auxiliada por los consejos del venerable Canónigo doctor don David Luque de

santa memoria, dio cima a su santa obra, con el éxito a que antes hemos aludido.

Los colegios de las Esclavas en muchas ciudades de las provincias son los

primeros y más reputados que se conocen, el centro preferido de las primeras familias y

los que han obtenido mejores resultados. Sus últimas fundaciones han sido en esta

Capital y San Luis.

Fáltanos el tiempo y el espacio para detallar los méritos de la finada.

Terminamos por esto, asociándonos a las oraciones de sus hijas, aunque persuadidos de

que la muerte que lamentamos no ha sido sino el triunfo de la ilustre finada, la que

seguramente seguirá desde el cielo protegiendo con doble eficacia a la benemérita

Congregación de sus desvelos.

Fallecimiento de la Madre Catalina226

(De la Prensa)

Ha fallecido en Córdoba la Superiora General de la Institución de las Esclavas

del Sagrado Corazón de Jesús, Sor Catalina de María, que en el mundo se llamó

Saturnina Rodríguez de Zavalía, emparentada con las principales familias de Córdoba.

Fundó trece casas religiosas en la República.

El fundador de la institución de la cual era Superiora la extinta, fue el célebre

Canónigo doctor David Luque.

225

Véase: Manuel E. Río. - Op. cit. Páginas 38 a 39. 226

Véase: Manuel E. Río. - Op. cit. Página 40.

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La Iglesia argentina pierde una de sus fieles servidoras en la Hermana Catalina.

La Madre Catalina de María227

La página destinada a conmemorar los méritos de los grandes servidores de Dios

en la República está en blanco todavía. Cuando Dios nos depare la pluma de oro

destinada a llenarla, seguros estamos de que figurará en primera línea el nombre de la

Reverenda Madre Catalina de María, conocida en el siglo por Saturnina Rodríguez de

Zavalía.

La vida de esta religiosa es la más llena y fecunda, de origen nacional, de las que

conocemos en el país. Ninguna mujer argentina se ha excedido en mérito, ni ninguna

como ella ha contribuido tanto a la cultura y civilización nacional, porque ninguna

tampoco, antes ni después de ella, puede ostentar los óptimos frutos que nos han

procurado su asidua labor, su ardiente caridad y su extraordinaria perseverancia.

Veinticuatro años cuenta apenas el instituto de su fundación, y está ya esparcido

en toda la República: una legión de trescientas religiosas, casi todas argentinas, el

noviciado más numeroso del país, sin excluir los que tienen aquí los institutos

extranjeros, trece Colegios con tres mil niñas en su seno, más de mil asiladas en

secciones especiales e independientes, incorporadas a algunos de esos Colegios, varias

Casas de Ejercicios Espirituales, donde se reforman y purifican millares de almas; he

ahí resumida y compendiada la obra legada por la Fundadora de las Esclavas del

Corazón de Jesús a la fecha de su reciente y llorada muerte.

¡Loado sea Dios! que así tiene presente las necesidades crecientes de esta

sociedad en formación!

Los rasgos salientes de Catalina de María fueron los de la caridad, la dulzura y la

humildad. Su obra maestra fue en cambio, de audacia suma, aunque santa, propia de un

carácter resuelto y firme, y digna sólo de un alma ardiente y abnegada.

Si prescindimos de un pequeño instituto que no tuvo jamás fuerza expansiva y

que vegetaba hacía cerca o más de un siglo a la aparición de las Esclavas, la Provincia

de Córdoba, lugar del nacimiento y teatro principal de la acción y desvelos de nuestra

heroína, no había presenciado ni visto la fundación de un instituto nacional, que fuese

sustancial e íntegramente carne de su carne y sangre de su sangre.

Un día, día memorable en los anales de la Congregación, una piadosa viuda

penetra en la Iglesia de las Catalinas, donde se encontraba expuesto el Santísimo

Sacramento, arrodíllase y principia a orar. De repente un pensamiento extraño cruza su

mente y la distrae; trata ella de desecharlo como importuno e irreverente en tan solemne

ocasión, pero lucha en vano. Su imaginación la transportaba fuera de la Iglesia y

evolucionando con persistencia le hace ver que faltan colegios en la República, que allí

en Córdoba hay urgente necesidad de Asilos para preservar millares de niñas expuestas

a la deshonra y corrupción, y que la prodigiosa concepción de los Ejercicios Espirituales

no pueden instrumentarse convenientemente y dar su preciosos frutos propios, porque

no había casas adecuadas y faltaban elementos auxiliares para atenderlas y

administrarlas.

Ciertas eran todas estas necesidades.

La Madre lo comprendía, pero ¿cómo satisfacerlas, con qué medios, por qué

procedimientos?

227

Artículo del doctor Apolinario C. Casabal, en el diario Los Principios, Córdoba, 6 de abril de 1897.

Original impreso en archivo del Diario. Al cumplirse el primer aniversario de la muerte de la Madre

Catalina de María Rodríguez. - Manuel E. Río - Op. cit. Páginas 30 a 33.

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No; a nuestra heroína no le asaltaron dudas al respecto, ni siquiera se hizo tales

interrogaciones. Los santos en estas ocasiones no preguntan; pueden vacilar

sobrecogidos en su humildad ante la inspiración divina y cuando Dios les habla; pero

apenas reaccionan y se dan cuenta de que no son víctimas de una alucinación, toman el

cayado y marchan sin dar vuelta, animosos siempre y sin detenerse ante nada ni ante

nadie.

La viuda de que hablamos, o sea la futura Madre Catalina, así lo hizo.

Confirmada en la realidad de su misterioso coloquio por sus directores espirituales, no

descansa un día, ni una hora. Burlas, desaires, contrariedades de todo género, todo lo

vence.

La lucha dura siete años, pero al fin triunfa y nace a la luz esplendorosa de la

vida cristiana la Congregación religiosa de las Esclavas del Corazón de Jesús, que debía

realizar con asombro general, lo que se consideraba sueños cándidos de una pobre

beata, satisfaciendo una por una todas las necesidades palpadas por su fundadora en

aquella su visita inolvidable al Santísimo Sacramento.

Fundado el Instituto, debía inoculársele espíritu, espíritu de caridad, de

sacrificio, de abnegación. Esclavas, obedeced hasta la muerte, era la divisa que les

predicó y legó su primer gran Capellán, Confesor, Consejero y Cofundador, el

venerable Canónigo doctor David Luque.

También era esa la palabra de orden [de] la Madre Catalina, que fue durante su

vida modelo de obediencia. Amaos las unas a las otras, es también el consejo contenido

en una de las últimas circulares de la Madre, dirigidas a sus hijas en religión, en la que

también habla de su fin, por lo que se la considera hoy en la Congregación como su

sagrado testamento.

La obediencia y el amor es todo: porque la primera encierra y comprende la

humildad, el sacrificio, el desinterés, la abnegación, la caridad, la fuerza; y el amor es

toda la doctrina del Salvador, porque es la paz y la alegría, que son a su vez las dos

condiciones propias y esenciales del servicio del Señor.

Tal fue el espíritu que trató de inocular la fundadora en su Instituto, y aunque no

lo supiéramos, por conocimiento propio, la obra y acción del Instituto mismo proclaman

bien alto el logro completo de su propósito. En las casas de las Esclavas se siente la

presencia de Dios; lo dicen todos los que como yo, han tenido la dicha, para su

consuelo, de frecuentar alguna de ellas. En su seno todo edifica, todo eleva; es que

Catalina de María, la privilegiada del Señor, se ve reproducida en cada una de sus hijas.

Que sea siempre así, para gloria de Dios y bien de la República, aquí, allí y en

cualquier punto del mundo donde las conduzca el celo por la salvación de las almas y el

santo amor al Divino Corazón de Jesús, en cuyas dulces redes vivió y murió esclava,

esta nuestra querida, venerable e inolvidable amiga, la Reverenda Madre Catalina de

María.

Apolinario C. Casabal

CAPÍTULO XI

Testimonios de gratitud de las hijas de la Madre Catalina - Las Placas - Favores

obtenidos por intercesión de la Madre Fundadora - Providencia de Dios en las

casas del Instituto de la Madre Catalina de María.

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A la muerte del doctor David Luque, la Madre Fundadora hizo escribir algunas

líneas, como dijimos en su lugar, al pie de aquel Testamento que, grabado por él en su

losa sepulcral, venían leyendo sus hijas desde que tomaron posesión de la Casa Madre

en el Pueblo General Paz: “¡ESCLAVAS DEL CORAZÓN DE JESÚS, OBEDECED

HASTA LA MUERTE!”. La Madre mandó añadir: “Nuestro Padre Fundador escribió

tan hermosa sentencia sobre esta lápida que hoy cubre sus cenizas. Es su testamento”.

Y como intérprete de todas y responsable por todas, añadió: “Quedará grabado en el

corazón de sus Hijas”.

¡Preciosa leyenda que, colocada al pie del santo altar, cubre los restos del Padre

y Fundador de las Esclavas!

Presbítero

Dr. David Luque

+ Agosto 11 de 1892

R.I.P.

“¡ESCLAVAS DEL CORAZÓN DE JESÚS

OBEDECED HASTA LA MUERTE!”

Nuestro amado Padre y Fundador

Escribió tan hermosa sentencia sobre esta lápida

que hoy cubre sus cenizas

¡ES SU TESTAMENTO!...

Quedará grabado eternamente

en el corazón de sus hijas228

Al depositarse los de la Madre Catalina en la fosa, sus hijas quisieron grabar en

el mármol el elogio que los Sagrados Libros hacen de la Madre de los Macabeos: “Era

una madre admirable y digna de vivir en la memoria de los justos”229

.

Luego sintetizaron su más acabado elogio en estas breves palabras grabadas a

continuación: “Consagró su vida toda a la mayor gloria de Dios”. Elogio que acredita

su filiación con el grande Ignacio de Loyola, cuyo lema y blasón fue: AD MAIOREM

DEI GLORIAM230

.

Y creyendo no poder honrar mejor la memoria de la Madre que con su promesa

de fidelidad, añaden: “Sus hijas, fieles a sus virtudes y ejemplos, perpetuarán sobre la

tierra, mediante el divino auxilio, la obra de su celo, no olvidando jamás el precioso

consejo que ella les legara al dormirse en el Señor: Hijas mías, os recomiendo la paz,

la obediencia y la santa caridad”231

228

Epitafio sobre la tumba del doctor David Luque, ubicada al pie del altar en la Capilla de la Casa

Madre. 229

II de los Macabeos VII, 20. 230

= “A mayor gloria de Dios”. 231

Leyenda sobre la lápida que cubre los restos de la Madre Catalina de María Rodríguez.

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Lección que se ofrece a su vista sobre todo al acercarse a la sagrada mesa,

porque sobre esa tumba venerada han de arrodillarse para recibir la santa comunión; y

cuya práctica (del consejo) las hará llegar más puras y más agradables a recibir al Dios

de la paz, al Dios que se inmoló por obediencia y que se nos da por amor.

Esclavas del Corazón de Jesús

Amor y Desagravio

Las Esclavas del Corazón de Jesús

a su Amada Madre Fundadora

CATALINA DE MARÍA

+ El 5 de abril de 1896

R.I.P.

“Era una madre admirable y digna de vivir

en la memoria de los justos”

(II de los Macab VII – 20)

Consagró su vida toda a la mayor gloria de Dios

- Sus hijas fieles a sus virtudes y ejemplos,

perpetuarán sobre la tierra, -

mediante el divino auxilio la obra de su celo

no olvidando jamás el precioso consejo

que ella les legara, al dormirse en el Señor:

“Hijas mías, os recomiendo

la Paz, la Obediencia y la santa Caridad”232

En el primer aniversario de la muerte del doctor David Luque, las Damas de

Córdoba colocaron a la derecha de su tumba la siguiente Placa como un testimonio de

gratitud a su digno Director de la Sociedad Vicentina, a que en su mayor parte

pertenecían:

Damas Católicas de Córdoba

A la memoria del ilustre sacerdote

Dr. DAVID LUQUE

Más que el mármol y el bronce, tus virtudes, tus obras,

tus ejemplos, inmortalizarán tu recuerdo,

en el corazón de las que admiraron en ti,

– durante tu vida mortal, – la grandeza incomparable del justo233

En el segundo aniversario, la Madre Catalina hizo colocar otra Placa, frente a la

primera, a nombre del Instituto:

La Congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús

a la Memoria de su Fundador el Canónigo

Dr. DAVID LUQUE

en el 2º aniversario de su muerte

232

Epitafio en la lápida de mármol que cubrió la tumba de la Venerable Catalina de María Rodríguez en

el coro de las Hermanas, desde su sepultura hasta el 30 de Setiembre de 1972 en que fueron exhumados

sus restos; ubicada desde entonces en la Habitación Museo de la Madre Catalina. 233

Placa ubicada en el presbiterio de la Capilla de la Casa Madre, a la derecha.

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Córdoba Agosto 11 de 1894.

Casa Matriz del Instituto fund. en Córdoba 29 de Sbre. de 1872

Colegio del Tránsito fund. en San Alberto (Córdoba) Fbro. 2 de 1880

Colegio de Belén fund. en Stgo. del Estero 14 de Abril de 1886

Colegio de Jesús fund. en Rivadavia Mendoza 21 de Agto. de 1886

Colegio de la Inmaculada fund. en San Juan 26 de Agto. de 1886

Colegio del Corazón de Jesús fund. en Salta 12 de Oct. de 1887

Colegio del Corazón de Jesús fund. en Sta. Fe 9 de Abr. de 1889

Colegio del Corazón de Jesús fund. en Tucumán Nov. 15 de 1889

Colegio de S. José fund. en Mendoza 6 de Marzo de 1890

Colegio del Corazón de Jesús fund. en La Rioja Abril 1º de 1891

Colegio de la Sgda. Familia fund. en Bos. Aires 29 de Jun. de 1893234

Esta Placa representa un pergamino desarrollado en que están, como se ha dicho,

representadas las Casas; y en la parte inferior que aún está plegado, se interpretan las

por venir después de la muerte del Fundador. La dedicación de esta Placa fue obra de la

Madre Catalina.

En el primer aniversario de la muerte de la Madre Catalina de María Rodríguez,

sus hijas quisieron ofrecerle un nuevo testimonio de su filial amor, colocando, cerca de

su tumba y en frente de la primera del doctor Luque, otra Placa a su memoria. Para esto

se creyó conveniente colocar la segunda más abajo, con el fin de que guardaran más

uniformidad a la vista, como por ser cada una de ellas dedicadas a la memoria de cada

uno de los Fundadores. Dice:

A LA R. M. FUNDADORA

CATALINA DE MARÍA

Le dedican

este recuerdo de gratitud y amor

sus hijas en religión

a quienes formó y edificó en vida

ABRIL 5 de 1896235

En este aniversario tejió la corona fúnebre de la Madre Catalina el distinguido

orador Presbítero Genaro Silva, amigo y benefactor de las Esclavas y gran admirador de

las virtudes de la Madre Fundadora.

Entre otros favores obtenidos por intercesión de la Madre Fundadora, merece

ocupar una página el que obtuvo María Clariá236

quien no duda en asegurar le debió su

entrada en religión.

María Clariá habíase educado con otras de sus hermanitas, en el “Colegio de

María”. De carácter suave, dulce y apacible, descollaba entre sus hermanas por su

modestia y piedad. Éstas, aunque buenas, eran más que lo común de los niños, vivas,

inquietas y traviesas.

María, sintiendo el divino llamamiento, se enamoró de la vida del claustro, quiso

234

Placa ubicada en la Capilla de la Casa Madre, fuera del presbiterio al lado de la puerta de la sacristía. 235

Placa ubicada en el presbiterio de la Capilla de la Casa Madre, hacia la izquierda. 236

Su nombre de pila: María Tomasa. Toma el hábito el 24 /09 /1896. Profesa el 02 /12 /1898 con el

nombre de María Luisa. Muere en la Casa Madre (Córdoba) el 06 /02 /1920.

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ser Esclava del Corazón de Jesús; pero había que vencer dificultades insuperables; o

había de renunciar a su deseo de ser religiosa o había de pasar por sobre el cadáver de su

propia madre, para llegar a serlo.

La señora María Ceballos de Clariá, ya viuda y con siete hijos, tenía todo su

descanso en María su hija mayor; era ella el todo de la casa; y con su prudencia y

suavidad, ahorraba a la señora María más de un mal rato de los muchos que a cada

momento le daban los bulliciosos chiquillos. Y así, hubiera dado su cuantiosa fortuna,

antes que desprenderse de su María.

Tenía ésta por Director espiritual al doctor Pablo Cabrera, Capellán entonces de

la Casa Madre de las Esclavas; y como íntimo amigo de la familia Clariá y muy

apreciado en ella, tocó cuántos recursos pudo, seguro como estaba de la vocación de

María: todo fue en vano.

Poco antes de morir la Madre Fundadora había él aconsejado a su dirigida que

pidiese plazo. Pensaba en venirse callada, pero no tenía ánimo para dar este paso; le

faltaba valor. Un día vino a la Capilla con el fin de quedarse, pero un incidente

inesperado se lo estorbó.

El 5 de Abril de 1896 muere la Madre Catalina, y María le pide con toda el alma

le alcance de Dios nuestro Señor la gracia de vencer los obstáculos.

El 13 de dicho mes tienen lugar los funerales por el eterno descanso del alma de

la Madre; la familia Clariá es invitada, y asiste a ellos; María no falta, y redoblando allí

su plegaria, siéntese revestida de una fuerza y valor desconocidos: aprovechando el

momento de la gracia, pasa de la Capilla a la sala y de ésta al claustro.

La señora María al saberlo, cae desmayada y permanece largo tiempo sin

sentido. Vuelta en sí, llora, clama, protesta, se queja de las Esclavas; y en ese momento

toma la resolución de llevarse consigo a Dominga su hija menor, retirándola del

Colegio. María sabe todo esto, pero está firme.

La borrasca pasó; ella siguió el divino llamamiento, dejando al mundo, a los

suyos y a los extraños que llamaran locura su resolución.

Ella asegura que debió a la intercesión de la Madre Fundadora el valor que tuvo

para dar aquel paso, sin lo cual, por otra parte, no hubiera jamás podido llenar sus

deseos de entrar en religión.

En el Capítulo III página 105 de esta Parte Tercera, se cita otro favor obtenido

por el doctor Apolinario C. Casabal después de la muerte de la Madre Catalina, el cual

no duda asegurar que lo debió a la intercesión de la Madre.

En 1913 se presentó a la Madre Rectora Margarita María Romero, una antigua

alumna que se hallaba en tristísimas circunstancias por desacuerdos con su esposo, lo

cual había llegado a tal punto que le era imposible permanecer en su casa.

Se presentó, pues a la Madre, habiendo dejado antes una carta a su esposo en que

le decía se venía a las Esclavas, y le pidió la admitiese en el Asilo de San José; pero la

Madre no pudo aceptarla por falta absoluta de local.

Al oír esta respuesta la pobre señora que se ve imposibilitada de volver a su

casa, se halla en un verdadero conflicto; pide se le permita entrar a la capilla; ora allí

ante la tumba de la Madre Fundadora a quien aunque no había conocido ni tratado en el

tiempo que fue alumna del Colegio, conocía sí su nombre y la fama de santidad en que

era tenida: ora y sale confortada.

En esos momentos llega el esposo todo cambiado: háblala con dulzura... le pide

perdón... y desde ese momento es el más atento y cariñoso de los esposos, sin que una

sola vez más se repitiesen las escenas pasadas.

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El señor José Ruiz de los Llanos (natural de Salta) hallábase enfermo a causa de

una inyección que se le había afistulado. Se hacía atender en Tucumán por el doctor

Corbalán; y éste recetó la operación y dio dos meses de plazo para que pudiese salir del

Hospital. Hallábase al mismo tiempo apurado de recursos por habérsele disminuido el

sueldo de su empleo.

La Hermana María Margarita Ruiz (hermana del paciente) lo encomendó a la

Madre Catalina, pidiéndole le alcanzase la salud y el remedio de la otra necesidad.

El doctor Corbalán al despedirse de la Hermana por un corto viaje a Salta, le

dijo: “Es cuestión de dos meses para que pueda caminar; pero dentro de un mes podrá

salir del Hospital en una camilla”.

Dos días después de este fallo, el enfermo se encuentra bien, y tan bien, que no

tenía ni cicatriz de un corte en forma de triángulo que el doctor le había hecho en la

pierna, y podía caminar perfectamente. El médico a su vuelta, lo dio de alta sin saber a

qué atribuir la repentina y prodigiosa curación. El mismo día recibía del Ministerio un

pliego en que se le anunciaba el aumento del sueldo.

Dicha Hermana refirió este caso, asegurando que una y otra gracia la había

obtenido por intercesión de la Madre Fundadora.

Léense en las vidas de los santos y en la Historia de los Institutos religiosos,

algunos hechos que, si no se constatara en ellos la acción providencial con que Dios

vela por aquellos que han depositado en Él todos sus cuidados, no sabríamos cómo

explicarlos: el hombre sin fe los atribuye a la casualidad, es decir, ignora el porqué se

realizan; y otros los miran como vulgaridades, como [cosa] de ninguna importancia.

Mas para quien sabe que nada se mueve sin la voluntad positiva o permisiva de Dios,

estos hechos por insignificantes que sean, alcanzan las proporciones de prodigios de la

divina bondad, que vela por sus criaturas.

Apuntamos aquí para gloria de Dios, algunos de esos hechos acaecidos con

frecuencia en la familia religiosa de la Madre Catalina de María.

En 1886 se fundó la Casa de Rivadavia (Mendoza) denominada “Colegio de

Jesús”. El Fundador, Presbítero Pedro Olguín era por convenio con el doctor David

Luque, responsable de la subsistencia de dicha casa hasta que tuviese vida propia, y con

la mayor solicitud llenaba su compromiso a pesar de ser él pobre.

Apenas fundada la Casa, el cólera morbo invade fiero la población, contándose

entre sus primeras víctimas el señor Olguín. Murió sin dejar cosa alguna con que se

pudiera sostener aquella casa, que por otra parte, estando recién establecida, las

Hermanas no tenían relaciones a quién acudir en sus apuros; además siendo tiempo de

vacaciones, no podían abrir sus aulas, para subvenir a sus propias necesidades con la

retribución de las alumnas pensionistas.

Se presentó un día la Hermana Despensera a la Superiora Madre Victoria de

María Ríos y le dijo:

- Madre, hace ocho días que no comemos pan, hay en la despensa un poquito de harina,

pero nada de grasa. ¿Quiere que haga unas tortillas?

La Madre la miró con aire de compasión y le dijo:

- Sin nada de grasa, Hermana, eso no servirá para nada, no se podrá comer.

La Hermana se retira, y la Superiora se dirige al coro, pues era hora de una de las visitas

que se hacían al Santísimo, según costumbre. Apenas se ha arrodillado, Jesús sabe lo

que necesita y qué va a pedirle. Suena la campana de la portería llamando a la

Superiora; acude ésta, y la Hermana Portera, llena de risa le presenta una fuente de

grasa que le envían de regalo. Inmediatamente la Hermana Despensera se pone a la obra

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de las tortillas. Ocho días hace que las Hermanas no comen pan, y hoy gustan el que la

divina Providencia les envía!

En la Casa de San Luis (Cuyo) ocurrió otro caso no menos providencial. Aquella

casa fundada a expensas de la divina Providencia, y sin renta alguna que respondiese a

la subsistencia, cargaba además con el gravamen de un subido alquiler de casa que

debía abonarse mensualmente. Era tiempo de vacaciones en que los recursos merman o

se agotan, y esto último era entonces una realidad. Se tomaba el pan por vales, al fiado.

Un día se presenta el panadero con la cuenta, y dice a la Madre que tiene necesidad de

que le paguen, que él es pobre y no puede continuar trabajando sin eso. La Madre le

responde que no tiene ni diez centavos en caja, y que le haga el favor de esperarla. Pide

el buen hombre le den la mitad (cien pesos) y la esperará por lo demás. La misma

respuesta de la Superiora:

- Su dinero está seguro, y se lo pagaré apenas lo consiga, pero ahora, ni diez centavos

tengo.

Quiera que no quiera, el panadero se conforma, pero con este añadido:

- Bien, Madre, pero no podré continuar dejándoles el pan; me es imposible si ustedes no

me pagan.

La Madre le da las gracias por el servicio que hasta entonces les ha prestado, le

dice que le encuentra razón en proceder así, y le garantiza el pago.

Luego que el panadero se retira, la Madre dice a las Hermanas lo que ocurre: “ya

no comeremos pan”. Las Hermanas se felicitan de poder ejercitar en esto la santa

pobreza; y no quieren que la Superiora se preocupe ni se aflija por no poder llenarles

esta necesidad.

Al día siguiente, van como de costumbre a hacer su hora de oración en un

saloncito que daba a la calle y les servía de oratorio. Antes de la meditación todas han

dicho a nuestro Señor: “Padre nuestro que estás en los cielos...! El pan nuestro de cada

día dánosle hoy...” Bien claro lo han dicho; el Amo lo ha oído; le han pedido el pan de

cada día... Se oye el rodaje de la jardinera del panadero a la misma hora que hasta el día

anterior les había fiado el pan... pero se oye al mismo tiempo que azota la cabalgadura,

que tira de la jardinera, y que por más de media hora flagela sin piedad al pobre animal

y no consigue que pase adelante.

La campanilla de la puerta se oye, la Hermana Portera acude, y el panadero le

dice: “Hermana, traiga el canasto, voy a dejarles pan hoy y todos los días aunque no me

paguen, porque este animal no quiere pasar, y hace media hora que lo castigo, y aquí me

tiene usted que Dios quiere que les deje el pan”.

Así terminó esta escena, nueva y patente prueba de la paternal providencia de

Dios para con sus Esclavas.

No fue menos visible en la Casa de San Juan de Cuyo, fundada al mismo tiempo

que la de Rivadavia, y con no menor pobreza y dificultades en sus comienzos.

El Presbítero Manuel José Castro había formado el mismo compromiso en San

Juan, que dijimos del señor Olguín, en Rivadavia. Él era pobre, y habiendo gastado lo

que tenía disponible en la instalación de la Casa, quedó más pobre. A esto se agregó el

caer enfermo de gravedad; había recibido los últimos sacramentos, y los médicos

declaraban que no tenía remedio.

En esas circunstancias enferma de fiebre tifoidea la Hermana Margarita María

Cuestas; y para colmo de dificultades, el cólera morbo empezó a hacer estragos en la

ciudad de San Juan. Ésta fue una nueva prueba para las Hermanas pues la enferma era

una de las profesoras mejor preparadas y que llevaba una gran parte del peso de las

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clases; y no hacía más que un mes se habían abierto las clases y el internado, cuando

ella cayó enferma.

Para la asistencia médica de la enferma no sabían a quien llamar porque no

conocían a nadie ni había con qué costear médico, botica, etc. La Superiora hizo

indagaciones al respecto, y de tres médicos que le recomendaron, mandó llamar al que

estaba más cerca. Era éste el doctor Miguel Echegaray. Asistió con esmero a la enferma

durante un mes; y cuando la dio de alta y se le pidió la cuenta dijo que él no cobraba

otra cosa sino que lo encomendaran a Dios, y que lo ocuparan siempre. Desde entonces

fue el desinteresado médico de la casa por varios años, y prestó otros importantes

servicios. ¡Cuán bueno es Dios!

Continuando lo difícil de la situación en aquella Casa, al mismo tiempo que la

Hermana entraba en convalecencia, que el señor Castro237

estaba muriendo y que el

cólera sembraba el terror y la desolación en San Juan, se tomaban medidas por causa de

la epidemia que ponían a la pobre comunidad en mayores dificultades. No tenían agua

para beber por no estar instalada el agua corriente, y la de una acequia de regadío que

corría por el interior de la casa y que era bien desaseada, fue quitada por la

Municipalidad, por creerla, y en realidad lo era, antihigiénica. En la plaza, a cuadra y

media había una llave de agua potable, pero las Hermanas no tenían con qué pagar para

que se la trajesen y las sirvientas no alcanzaban para los quehaceres de la casa y el

acarreo de agua. Vino la Providencia en auxilio por medio del señor Canónigo

Francisco Cambil que pagaba para que les dejasen todos los días un poco de agua; pero

ésta por orden de la Municipalidad había de ser agua cocida.

En esas circunstancias se hallaba la casa y con varias Hermanas enfermas,

cuando Dios suscitó un nuevo protector: fue el Canónigo doctor Abel Balmaceda, que

ofreció su casa quinta en el Departamento Trinidad y para que se trasladaran las

Hermanas a ella, dio a la Madre cien pesos, costeó las reparaciones necesarias en la

casa, para asearla, clausurarla, etc., dirigiendo personalmente carpinteros, albañiles y

peones. La señora Virginia Barboza de Oro proporcionó carruajes y carros para el

traslado, acompañando ella y sus hijas a las Hermanas hasta dejarlas acomodadas en la

nueva casa; la misma proporcionó ocho vacas para que tomasen leche en abundancia.

Allí estaban bien las Hermanas: buen aire, abundante fruta, baños, etc.; pero

debían pasar otra prueba, y la divina Providencia velar una vez más por ellas.

Una de las sirvientas, la que salía a la calle, hacía las compras, etc., la buena

Máxima Luna, cayó víctima del cólera. Se habían dado leyes bajo severas penas al que

ocultase un caso de cólera. Se contaban horrores que hacían con los coléricos,

quemando los cadáveres y algunos antes de espirar. Fuese o no cierto esto, para las

Hermanas era muy duro denunciar el caso, y de no hacerlo, incurrir en las penas,

multas, desalojamiento, etc. “Era muy duro, escribe una Hermana, entregar a nuestra

Máxima para ser llevada a los lazaretos... entre extraños”.

Se llamó a un sacerdote italiano que curaba con homeopatía (Presbítero Caballi)

y éste le recetó, prometiendo guardar el secreto si daba resultado la medicina, y si no, no

había más remedio que dar el aviso. Dios bendijo su caridad, y en poco tiempo la

enferma se puso bien.

En la misma casa de San Juan ocurrió otro caso, de esos en que Dios nuestro

Señor muestra a las claras el cuidado que tiene de los suyos, aún en cosas pequeñas.

Era el verano, tiempo en que las frutas tempranas se habían concluido y las otras

aún no estaban en sazón; las conservas del año anterior se habían agotado, y faltaba

237

Muere en San Juan el 23 /08 /1900 repentinamente. (AGE. Carta del 23 /08 /1900 a la Madre

Bernarda de María Castellano. “Copiador Cartas Nº 3”. Folio 457b).

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dinero para comprarlas, no lo había. La Madre Vicerrectora no quería que faltase el

postre, sobre todo a las niñas, que entonces había algunas que pasaban las vacaciones en

el Colegio, y no tenía con qué comprarlo.

Eran cerca de las 11 a.m. dice a la que hoy lo apunta: “Voy a pedir postre a

nuestro Amo”. Y entró a la Capilla. Apenas había entrado, suena la campanilla de la

Portería, acude la Hermana Portera, y una mujer desconocida, entrega a la Hermana dos

hermosos quesos que enviaba el señor N. N. para las Hermanas. ¡Qué sorpresa para la

Hermana!

-¿El señor N. N. manda esto? -pregunta a la portadora.

-Sí, Hermana.

-¿Y para quién lo envía?

-Para ustedes, para las Hermanitas.

-¿No será para otras Hermanas? (las del Buen Pastor, pensaba).

-No, Hermana, es para ustedes.

La sorpresa y duda de la Hermana Portera y sus repetidas interrogaciones a la

portadora eran motivadas porque el señor N. N. era un sacerdote, persona tan poco

adicta a las Esclavas, que jamás por más atenciones que se hubieran usado con él, como

a dignidad eclesiástica, y por más que el señor Castro lo había invitado a presidir actos

de Distribución de Premios, a cantar misas solemnes, predicar en las Esclavas, etc.,

jamás había conseguido que llegase a sus puertas.

La Madre Vicerrectora pudo con añadido de alguna confitura, dar más de un

postre a las niñas y también a las Hermanas.

Otro caso ocurrido en Santa Fe. En el primer aniversario de la muerte del doctor

David Luque, como se hallase la casa en suma pobreza, la Superiora (Madre María

Fidela Vázquez) consultó a las Hermanas si les parecía se mandasen celebrar misas

rezadas por el doctor Luque, pues no había con que costear los gastos de un funeral

solemne. “¡De ninguna manera! Eso no”, dijeron a una las Consejeras. La Madre cedió

a su propio deseo. El señor Genaro Silva proporcionó de su Parroquia la ornamentación

fúnebre para arreglar la Capilla, cantó la misa, sin estipendio, etc. Sin embargo, los

gastos indispensables ascendieron a 62 pesos y unos centavos; y ni eso había.

Por la tarde se presenta la señora Margarita Gálvez de Martínez diciendo que,

habiendo recolectado una limosna, como tenía de costumbre para repartirla en las casas

de las Hermanas del Huerto, Hermanas Adoratrices y Hermanas Esclavas, había esta

vez conseguido tan poco, que no le había parecido repartirla y que se las traía toda. Eran

62 pesos y los mismos centavos, suma exactamente igual a los gastos ocasionados por el

funeral del doctor David Luque.

Refiere la Madre Tránsito de San Luis Torres que, llamada por la Superiora

General, salió de Rivadavia (Mendoza) en medio de una lluvia torrencial. El trayecto

que debía recorrer en coche hasta la Estación del Ferrocarril era de dos leguas, y durante

todo el [trayecto], llovió sin cesar.

Al acercarse a un puente, le dijo el cochero: “El puente está en malísimo estado,

hay peligro”. Resolvieron bajarse y pasarlo a pie. Apenas bajaron cesó repentinamente

la lluvia, y poniendo el cochero unas piedras de trecho en trecho, pudieron pasar sin

mojarse los pies.

Más el coche que aún estando vacío, debía repechar para subir el puente, no

pudo efectuarlo durante una hora. Las Hermanas invocaron a San José y luego pudo

subir el coche. La Madre pregunta al cochero cómo ha hecho para hacerlo subir; y él le

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contesta que se le había presentado un hombre a caballo, lazo a la cincha, y había

cuarteado.

-¿Dónde está para agradecerle y darle algo? (pregunta la Madre).

-No sé, ni lo conozco; me ayudó y se fue (dijo el cochero).

Las Hermanas se persuadieron que debían el favor a San José.

Otro caso ocurrió a la misma Madre en San Juan. Se presentó un individuo a

cobrarle no sólo lo que debía sino, mucho más de lo justo, subiendo mucho la cuenta.

La Madre estaba enferma en cama, y así le hizo decir que volviese otro día.

Cuando tuvieron la entrevista, la Madre le pidió gracia, es decir, alguna rebaja

del precio que le cobraba; él no cedía.

-Mire, (le decía ella), hágame este favor y el de esperarme porque no tengo con qué

pagarle. Lo que usted me cobra es demasiado, le pagaré lo justo, y espéreme.

Nada conseguía. Por fin le dice:

-Si usted me hace esta caridad, Dios se lo pagará en el cielo.

Responde airado: -Usted irá al cielo, yo no.

-Por la misma razón que usted no espera el cielo, puede Dios hacer que lo gane por esta

caridad.

Queda el hombre suspenso, entra algo en sí, y luego:

-Bueno, Madre, le dice, sea como usted pide. Le dispensa 300 pesos y la espera por lo

demás.

Nada más se supo de tal individuo; y quien sabe si esta caridad no le mereció la

gracia de la conversión y de merecer el cielo.

En la casa de Tucumán se dejó sentir también benéfica la acción de la divina

Providencia: enviadas a ella dos Hermanas enfermas, a quienes los médicos habían

recetado como indispensable la operación, fueron recibidas, con muy especiales

muestras de caridad por la Superiora y las Hermanas. No habiendo en la casa suficiente

comodidad, fue necesario desalojar la Biblioteca, depositando los libros en un rincón de

la galería, para dar aposento a una de las enfermas, y para la otra se hizo lo propio con

la sala de recibo. Sabido es que la caridad y sobre todo la que se dispensa a los enfermos

atrae las bendiciones del cielo; y en esta vez, dice la Hermana Inés de María Pastrana,

que era una de las enfermas, Dios premió la que tuvieron con nosotras.

Los cirujanos habían dispensado sus servicios profesionales con todo desinterés,

pero la Botica cobró mil pesos por los remedios. ¡Mil Pesos! y de dónde sacarlos?

La divina Providencia no faltó: se presenta al mismo tiempo del cobro, la señora

Tránsito Barbosa de Castellano, que iba de Córdoba a visitar a su hija [Hermana María

Magdalena] que se hallaba en aquella casa, y obsequia mil pesos, que pasaron íntegros a

cubrir la cuenta de la Botica.

Esto lo he oído de boca de la Madre Provinciala Ignacia de María Castellano.

Viajando la Madre Provinciala de San Juan a Córdoba, escribió a las religiosas

Lourdistas residentes en Villa Mercedes pidiendo hospedaje en la noche del Sábado al

Domingo, y quiso ante todo informarse si habría misa que pudiesen asistir las viajeras

antes de la marcha del tren en que debían continuar viaje. La Superiora contestó

afirmativamente; mas, al avistarse con las religiosas supieron que la misa era más tarde

y que en la iglesia Parroquial era a las 9 horas. Duro les era quedarse sin misa en día

Domingo, mas si dejaban marchar el tren tenían que esperar varios días sin seguir viaje:

y aunque en el caso no les obligara la misa no se resolvía la Madre a no oírla. Pasó la

noche en esta cavilación cuando a eso de las 4 de la mañana oye llamar misa en la

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Parroquia. Más presto de lo que se puede suponer se pusieron en marcha no habiendo

aún clareado el día; llegan, oyen la misa y comulgan, y volviendo a casa toman el tren a

horario.

Se encuentran con el sacerdote que había celebrado la misa y con sorpresa saben

de él lo que le había ocurrido.

Viajando en el mismo tren en que vinieran las Hermanas perdió su valija en

Mercedes, y echándola de menos, una estación más allá, tomó otro tren y se volvió a

Mercedes en busca de su valija.

Tuvo que pasar allí esa noche, y para tomar el tren del Domingo a las 6 a.m.

celebró a esa hora en la Parroquia, de modo que el fracaso a él ocurrido, fue el medio de

que se valió la divina Providencia para que las Hermanas oyesen misa y recibiesen la

santa Comunión. ¡Dios sea bendito!

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ÍNDICE GENERAL

Portada del original manuscrito

Dedicatoria .……………………………………………………………………………..

Prólogo …………………………………………………………………………………..

Presentación y Advertencias preliminares (01 /11 /1982) ………………………………

Datos Biográficos de la Hermana Ana de la Cruz Moyano …………………………….

Carta de la R. M. Victoria de María Ríos, Superiora General ………………………….

Carta de la Madre María Amelia Argañaráz (Fragmento) ………………………………

PARTE PRIMERA

La Madre Catalina en el siglo

CAPÍTULO I ………………………………………………………………………

Córdoba, cuna de la Madre Catalina - La familia Rodríguez - Nacimiento y primeros

años - Queda huérfana - Señoras Orduña - Eustaquia del Signo - Su piedad - Casa

habitación.

CAPÍTULO II ……………………………………………………………………..

Primeros años de Saturnina - Su piedad - Su modestia - Su instrucción - Primeros

Ejercicios Espirituales - Sus primeros Directores.

CAPÍTULO III …………………………………………………………………….

El Coronel Zavalía - Saturnina en el Colegio de Huérfanas - Últimas tentativas de

Zavalía - Saturnina a los pies del confesor - Su espíritu de fe, de obediencia y celo de las

almas - Su matrimonio - Juicio de personas respetables, al respecto.

CAPÍTULO IV …………………………………………………………………….

Su vida en el siglo - Su generación - En el Paraná - Viaje a Buenos Aires - La familia

Comas - Un sacerdote infiel a Dios - Los Jesuitas.

CAPÍTULO V …………………………………………………………………………

Regreso a Córdoba - Muerte del Coronel Zavalía - Temores de Saturnina por su

salvación - Señora Petrona Núñez - Manifestación del alma de su esposo - Benito

Zavalía: Su muerte - Severa Cabrera - Domicilio de la familia Zavalía.

CAPÍTULO VI ………………………………………………………………………...

Nuevo método de vida - El doctor Luque, su director espiritual - Días de retiro -

Servicio de los Ejercicios - Caridad con los pobres - Señora Petrona Centeno - Las

Marías - A la madrugada.

CAPÍTULO VII ………………………………………………………………………..

Siente despertarse su primera vocación - Consulta al doctor Luque - Su respuesta -

Solicita entrar en las Catalinas - El vacío - Las Salesas - Pide a Dios le abra camino -

Institutos religiosos en esa época.

CAPÍTULO VIII ……………………………………………………………………..

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Fiesta en Santa Catalina - Saturnina en el templo - El gran Cuadro - Sus impresiones -

Comunica con su hermana Estaurofila - Consulta al doctor Luque - Su respuesta -

Rasgo de humildad.

PARTE SEGUNDA

La Madre Catalina Fundadora

CAPÍTULO I ………………………………………………………………………..

El Reverendo Padre José María Bustamante en Córdoba - Misión del señor Obispo -

Situación de Saturnina - Consulta al Padre Bustamante - Se retira éste a los santos

Ejercicios y conoce la voluntad de Dios - Animación del proyecto.

CAPÍTULO II ………………………………………………………………………..

Nuevas socias - Nueva prueba - La Solicitud y su despacho - El doctor Luque Director -

Ejercicios de instalación - El cuadro del Corazón de Jesús Fundador - Las cinco piedras

del torrente - Nombramiento de oficios - La Sacristana - Los asuntos de la casa -

Habitación de la Fundadora - Un incidente - Primeras Reglas.

CAPÍTULO III ……………………………………………………………………..

Nombre de Esclavas - Admisión de dos niñas - Nuevas Hermanas - La prueba - Cambio

de casa - Nuevos arreglos en la Comunidad - Apertura de escuelas gratuitas - El

Catecismo - Primera comunión de niñas - Cambio de traje - El Escudo.

CAPÍTULO IV ………………………………………………………………………

Servicio de los Ejercicios - Muerte del señor Obispo y contrato con el señor Yániz -

Benita Pereira - San José Síndico - Memorias de una de las primeras Hermanas - El

Pescador de corazones - Gratos recuerdos - Ejemplo de la Madre Fundadora - Nuevas

Hermanas - Solicitud pidiendo vestir el hábito, y su Despacho - Se aprueba el nombre

de Esclavas del Corazón de Jesús - Entusiasmo de las Hermanas - El hábito en su forma

- Ejercicios Espirituales y vestición del hábito de las primera Hermanas - Acto heroico

de la Madre Catalina - El anillo - La circuncisión.

CAPÍTULO V …………………………………………………………………………

Se trata de edificar la Casa Matriz - Servicio de los Ejercicios después de la toma de

hábito - Se da principio a la construcción de la casa en el Pueblo General Paz - Hermana

Concepción del Niño Dios Soria - De nuevo en la Casa de Ejercicios - Hermana Elisa

del Corro - Preparación para trasladarse a la nueva casa - Cambio de nombre de las

primeras Hermanas.

CAPÍTULO VI …………………………………………………………………………

Traslado a la nueva casa - Incendio del Colegio del Salvador - Nuevas Hermanas -

Apertura de Escuelas - Traslación a la Casa de Ejercicios - Títulos otorgados al doctor

Luque - Humildad y firmeza de la Madre Catalina.

CAPÍTULO VII …………………………………………………………………………

Nuevas construcciones - Aprobación diocesana de las Reglas - Títulos otorgados al

doctor Luque - Día 8 de Diciembre de 1875 - Promulgación de las Reglas - El texto de

Josué - Apertura del Noviciado - Toma de hábito de dos Hermanas - Profesión de la

Madre Catalina y las primeras Hermanas.

Page 177: PORTADA DEL ORIGINAL MANUSCRITO · La obra de la Hermana Ana de la Cruz Moyano consta de dos grandes cuadernos manuscritos de 33 por 22 cm., con un total de 275 páginas aproximadamente;

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CAPÍTULO VIII ………………………………………………………………………..

Carta del doctor Luque a la Madre Catalina - Los Reverendos Padres de la Compañía de

Jesús en la Argentina - Expulsión y vuelta de los mismos - Adhesión de la Madre

Catalina a la Compañía - Parte que tuvieron los Padres en la fundación de las Esclavas -

Reverendos Padre Suárez, Padre Pou, Padre Guarda, Padre Carlucci y Padre Pujol - El

Reverendo Padre José María Bustamante lleva a cabo el proyecto.

PARTE TERCERA

La Madre Catalina en el claustro

CAPÍTULO I ………………………………………………………………………

La Madre Catalina Superiora - Su celo por la observancia regular - Ejemplos de este

celo - Su firmeza en tratándose de observancia - La Circular - Anhelo por el

perfeccionamiento de las Hermanas.

CAPÍTULO II ………………………………………………………………………

Su espíritu de piedad y oración - El pajarito - El agua bendita - Con el santo Ángel de la

Guarda - La noche de Navidad - La visita del Fundador - Los apuntes - Modo con que

oraba.

CAPÍTULO III ……………………………………………………………………….

Su exterior - Su atractivo - La Postulante - Curación de una posesa - Recato en el hablar

- Cultura y urbanidad - Opinión de santidad en que era tenida.

CAPÍTULO IV ………………………………………………………………………

Gratitud de la Madre Catalina - Cartas de Hermandad - Su mortificación - El mate - La

tempestad - Sistema homeopático - Las “Costumbres” - Sufrimiento doméstico.

CAPÍTULO V ……………………………………………………………………….

Su exactitud - La soberbia y la humildad - Fundaciones y visitas a las casas - Últimos

años del doctor David Luque - Su preciosa muerte - Exequias y sepelio en la Casa

Madre - El Reverendo Padre Juan Cherta de la Compañía.

CAPÍTULO VI ……………………………………………………………………….

Las Constituciones en Roma - Monseñor Celestino Del Frate - Breve Laudatorio de Su

Santidad León XIII - Temores de la Madre Fundadora - Viaje a Roma - Salida de

Córdoba - A la vela - En Génova - En Roma - Visita a la Ciudad Eterna - En San Pedro

- Viaje a Loreto - En el Hotel - El carretón - En la Basílica - Congregación de la Santa

Casa - De regreso a su hospedaje - En el Vaticano.

CAPÍTULO VII …………………………………………………………………….

Despedida de Roma - El viaje de regreso - Llegada a Buenos Aires - Primera idea de

fundación en esa Capital - Llegada a Córdoba - Mensaje de Monseñor Aneiros - Señor

Luis I. de La Torre y Zúñiga - Fundación en Buenos Aires - Designios de Dios - La

prueba - La Capital y las Provincias - Doctor Ayerza - Señora Felisa Dorrego de Miró -

Los Salesianos - 20 pesos - Los Jesuitas - Monseñor Toro - Pobreza en esta fundación -

Chocolate y salmón.

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CAPÍTULO VIII ………………………………………………………………………..

Cómo la Madre Catalina se hallaba animada del espíritu de caridad - Solicitud y

cuidados por las enfermas - Cariños imprudentes - Rasgos de prudencia - Sobre los

fines del Instituto - Las visitas.

CAPÍTULO IX ………………………………………………………………………..

Últimos años de la Madre Catalina - Las Dimisorias - Última enfermedad - Anuncio de

su partida - Su Testamento - Su muerte.

CAPÍTULO X ………………………………………………………………………..

En el sepelio de la Madre Catalina - Homenaje de la Prensa: “La Madre Catalina de

María” (Manuel E. Río) - “La Fundadora de las Esclavas” Su Sepelio (de Los

Principios) - Discurso de Monseñor Yániz - “La Madre Catalina de María, Fundadora

de las Esclavas” (de la Revista de Buenos Aires) - “La Provinciala de las Esclavas del

Corazón de Jesús” (de Los Principios) - “La Fundadora de las Esclavas” (de la Voz de

la Iglesia) - “Fallecimiento de la Madre Catalina” (de la Prensa) - “La Madre Catalina

de María” (Doctor Apolinario Casabal).

CAPÍTULO XI ………………………………………………………………………….

Testimonios de gratitud de las hijas de la Madre Catalina - Las Placas - Favores

obtenidos por intercesión de la Madre Fundadora - Providencia de Dios en las casas del

Instituto de la Madre Catalina de María.