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Pregón de – Las Virtudes Teologales – Por: Antonio Francisco Carmona Ruiz – Año 2013
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Pregón de la Semana Santa de Puente Genil 2013
Excmo. y Reverendísimo Señor Arcipreste de la Villa. Excmos. Señores, Presidente y miembros de la Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Puente Genil. Excmo. Sr. Alcalde de Puente Genil Manantero Ejemplar y mananteros.
Hermanas y hermanos.
Que gran honor es hablar alto de nuestra Semana Santa. Pero confieso que a pesar de mi edad estoy nervioso, no lo duden, nervioso como cualquier niño.
Este año tenía que pintar un cuadro, tal vez el
más difícil hasta ahora, solo que, con palabras. Pero al mismo tiempo también empecé a pintar otro cuadro, el de mi Virgen de la Soledad.
Esa Soledad que se convertiría en fuente de
mi inspiración. Cuando pinté su cara solo le pedí una cosa, que me hablara, que me hiciera soñar.
Y empecé a soñar, con un fondo de marchas celestiales, viendo a unos romanos cruzar
el puente para entrar a mi barrio de Miragenil, mi cuna. Cuna que ha sido testigo de unas nanas que me cantaba mi madre con letras de cuarteleras.
Y como si fuese un cuento, me veía vestido de San Pablo de mis Ataos, donde di mis
primeros pasos en el día de la cruz, de mi primer grupo de rebateo, mi primer costal bajo las trabajaderas de mi Virgen del Amor o vestido de capirucho en mi Primero de la Soledad.
Y en ese cuento aparecen figuras representando las sagradas escrituras. Espinas que se
clavan con fondos de saetas al son de martinetes a unos Cristos que nos bendicen a su paso por nuestras calles y unas Vírgenes, que ponen celosa la torre de la Concepción al verlas pasar, a cual más guapa. Y como no, una viejas, la cuaresmera.
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Un pueblo de gente sencilla al que dedico una reverencia, igual que el río cuando se
postra al ver a su Terrible atravesar el puente. Un cuento lleno de colores, que cada uno de ellos son los verdaderos pregoneros y
mananteros. Solo deciros, que mi Soledad me habló y que cada color que aparece, es cada uno de
todos vosotros. Y soñar, dormir soñando…
Una torre, será testigo mudo de las vivencias
de mi pueblo y una empedrada cuesta sentirá los pasos silenciosos de unas corporaciones que de iglesia en iglesia vienen recorriendo las estaciones.
Las puertas del Templo se cerrarán por unas
horas. Jueves y Viernes de rezos, hora santa de
promesas calladas, soñando en la mano del Nazareno un beso. Es una noche para acompañarlo junto al Sagrario.
Y unas mujeres que velan al Monumento acompañan a la voz de Balbina cuando
empieza a rezar, un rosario. Meditan, como un susurro suave y su alma se va fortaleciendo hasta encontrar a través
de las paredes esa saeta que se oye y que las acompañará toda la vida.
Que bonito está el monumento
con las velas “encendías”
mocitas que estáis en dentro
dispertad si estáis “dormías”
y alumbrarle al Sacramento.
Las puertas se abren nuevamente y de pronto unas sombras anónimas vestidas de negro me van rodeando, son los penitentes con el peso de una cruz que les ha tocado en el camino.
Una cruz, que como una constante, desapercibida pero persistente está trazada en
nuestro ser y en el cielo de Puente Genil.
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Cruz que será santo y seña; guía, camino y vida de la forma peculiar del Pontano de hacer penitencia y a esa cruz me abrazaré para hacer el camino junto a Jesús, en su vía dolorosa.
De nuevo Señor,
otra madrugada.
Nazareno, déjame por un instante
ser tu Cirineo,
déjame ser constante
y cargar con el peso del madero.
Apenas nadie me ve,
pero sé que tú me sientes.
Delante tienes la luna junto al lucero
para despedirse
anunciándote un sol de primavera.
Delante partituras con sones de amor,
movidas por el viento de blancos plumeros
harán que una suave brisa
te acaricie el rostro.
Rezos compartidos llevas delante.
Y delante, promesas pagadas de morado,
y pies descalzos llenos de razones.
Cera, incienso…
todo un pueblo tienes delante
gozando de la luz,
gozando de la gloria
de poderte ver la cara.
En esta corta travesía
que me trae a tu presencia,
tu cruz será mi vida
que me abre el camino.
Por eso, Señor, tras de ti,
déjame, ser tu Cirineo,
aunque no pueda verte la cara.
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Campana ¿Por qué me inquietas?
Si cuando me pones alas
están mis pies en prisión…
¡Ay, Campanita! Que haces que Puente Genil vuelva a renacer y nos despiertas con olor a primavera. La luz comienza a inundar nuestras huertas y riberas que reciben las primeras luces del alba, despertándolas de una negra noche.
Las túnicas nazarenas han salido del viejo baúl, donde han dormido un año entero. La
rosa, el clavel y el azahar inundarán el ambiente con suaves fragancias. Y se escucha el murmullo juguetón de los pájaros, que hasta ahora habían estado
escondidos, en algún lugar, resguardándose, parecen contentos al volver y encontrar un Puente Genil primaveral, que les da la bienvenida. De la misma forma que nos da la bienvenida la campanita, que dulcemente nos va despertando con su voz, que como un vibrar de campanillas de cristal, tintinean al compás de una suave brisa.
Y con esta música celestial en nuestros sentidos, nos traerá el recuerdo, de Pascual
Cuadra, Miguel Fernández, Manuel López, José Ruiz, Juan Cejas. Hombres humildes que han grabado sus nombres en nuestra memoria, convirtiéndose en seres privilegiados de dones dorados.
Son nuestros campanilleros, ellos tocan la fibra sensible de nuestro corazón,
sembrando sueños y anhelos, y hacen que el motor de nuestros sentimientos, siga caminando…
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El sonido de la campanita, va casi perdiéndose entre el murmullo de la gente. Miro a través del rostrillo y veo gente, gente nueva que van rellenando los vacios, dejados por otros que ya se fueron.
Y busco con la mirada, entre las cruces y la luz de la cera, a lo más sagrado de mi
vida, a mi Madre. Sin darme apenas cuenta, la noria del tiempo me ha hecho retroceder, a la más tierna infancia…
María Jesús Carmona en su Pregón nos dijo que: La historia del Nuevo Testamento empieza con una madre, María. La
madre del Dios vivo. María Santísima, la que está presente en todas las
procesiones, desde la Virgen de la Guía hasta la Virgen de las Lágrimas.
Y haciendo similitud, podemos afirmar que nuestra Semana Santa
también empieza con otra Madre, la de cada Pontano.
La primera figura, que con nosotros en
brazos, hace las primeras reverencias al Nazareno, la que ha ido sacando el falso a la túnica de rebateo, al paso de nuestros años.
Que me contaba a modo de cuento, porqué
San Pedro lleva un gallo, o la Fe una venda en los ojos, y me decía que un beso fue la señal para que prendieran a Jesús y que por treinta monedas de plata, Judas vendió al Señor. Y que hizo el Longino para quedarse ciego, ¿y los Jetones? Esos no daban tiempo ni a que te lo contaran, te escondías.
A las Vírgenes las conocíamos por el color
del manto. Verde el color de la Esperanza, la Amargura de rojo pasión; la Soledad, de negro por el luto… y así te van convirtiendo las advocaciones en colores.
Y que el Domingo de Ramos el que no
estrena no tiene manos; que el Jueves Santo en la Iglesia se pone el monumento, y ya de paso te dicen que hay tres jueves que relucen mas que el sol.
Te lo contaban todo como si fuese un cuento. Y al pasar de los años te das cuenta que
todas estas cosas que nos enseñó, son las que han mantenido vivas nuestras raíces.
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Nuestro primer casco
de cartón y de papel su plumero,
una escoba como lanza
y cualquier tela como capa.
Y de tambor, de tambor una lata
Santitos y San Pancracios
hemos bailado en lo alto de una silla
al son de Barrabás.
Clavellinas y flores arrancadas
de las mejores macetas de nuestros patios
para ponerlas alrededor
de una pequeña cruz.
A una foto del señor le cantábamos una cuartelerilla.
Pero llega el momento
en que unas manos privilegiadas
nos visten de figura por primera vez
y te ponen un martirio en las manos.
Gente a tu alrededor,
mirando tu paso firme,
y al parar ante el Nazareno,
ella está frente a ti,
con la mejor de las sonrisas
y te dice que ya es la hora
de hacer tu primera reverencia. Y con un gesto que apenas nadie ve
también ella levanta muy suave
sus manos hacia el cielo.
Manos que con mucho mimo
todos los años, nos coloca
en un lugar privilegiado
de nuestra casa,
el capillo, la túnica,
guantes y cordones.
Manos que la han convertido
en la mejor cocinera
para que junto a nuestro grupo de amigos
todo nos sepa a gloria.
En esta noria del tiempo,
los recuerdos han hecho que te busque
a través de mi rostrillo
y a pesar de los años,
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aún me siento como un niño.
Siento como si tus manos maternales
se posaran sobre mi pecho,
convirtiéndose en dos alas quietas sobre mi corazón.
Nunca habrá manos acariciadoras
como las de una madre,
tan de seda, tan de ella.
Son tus manos, Madre
las que nos han ido abriendo las puertas
de este templo manantero.
Bajo una bóveda, con reflejos, de un amanecer dorado, nuestro Terrible avanza muy despacio, encontrándose ante un paseo de colores, es nuestro Paseo del Romeral. Convertido por unos días, en un pedacito de altar sacado a la calle.
Paseo que en una dulce espera, ha estado
ansioso de que las Cofradías lo cubran con su cera, esos pequeños retablos, que nos irán representando a un Jesús en su Entrada triunfal guiado por una Estrella, Amor en la Santa Cena, Lagrimas ante un Sepulcro y Resurrección en primavera.
Alfombra multicolor, donde unos
molinillos de viento se convierten, en mariposas que revolotean alrededor de barquillos de canela y que un hombre de pelo canoso ofrece a unos niños.
Niños, que vestidos con una pequeña túnica, se soltaron de las manos de sus madres y
que aquel hombre les dijo: Déjalo, que ya comienza a caminar. Jóvenes años que aprisa caminan, como las horas del día, como esa juventud que
aprende música, pasando a formar parte en una agrupación o una banda y que siempre van acompañados por la sonrisa de sus padres.
Notas musicales convertidas en una vela rizada con una llama encendida que quiere
alcanzar el mismo cielo. Llama viva como la de nuestra juventud manantera. “Los clavitos”, “Los bilorios”, “Los siete diáconos”, “La bengala”, “Los amantes”, “Las llagas”, “El tucán”… y tantos y tantos grupos con capillos multicolores, que han ido y venido por nuestras calles dando vivas al señor de la Humildad.
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Una estampa que nos recuerda el ayer, otra gente tal vez, pero que bajo un varal, trabajadera, en una banda de música o con capillos de colores, se han hecho hombres y han encontrado un espacio para expresar su fe.
En este Romeral, un perfume a incienso en el aire se convierte en música y los colores
de unas flores, en letras para inspiración de nuestros poetas. Jardín, donde se entrelaza la rosa y el blanco azahar, la pasión y la gloria unidas. Jardín de arte, con nombres como los de Agustín Rodríguez y José Arcos, Miguel Romero y Miguel Gant, Germán Sanchiz Morell, Tomás Ureña, Antonio Cuevas, Joaquín Ruiz Millán, Carlos Delgado, Rafa Sánchez, Antonio Moreno y Eugenio Palomero.
Música y poesía unidas, que cuando uno los escucha, de repente se puebla nuestro
corazón.
Flores blancas de un altar
quieren hacer una poesía,
lo harán con una melodía
y dirán “Alma mía, levanta”
que estamos “Entre quinarios
sermones y letanías”
ya se escucha a nuestro Coro
cantar a Cristo y a María.
En nuestra cuaresma un
“Nuncio de paz y de amores”
se respira cuando cantan
“Alondras y ruiseñores”
Y entre flores y dolores
la joya de una corona
nuestra Schola Cantorum
que la primavera derrama
con azahares sus cantos
para que sus bellas estrofas
pongan perfume, a una soñada
Semana Santa.
Jesús va entrando por la calle Horno y se percibe otro aroma. Es el olor a alcanfor, el de rasos y terciopelos, de cascos y escudos brillantes, de martirios que ya se están preparando, para hacer las reverencias.
En nuestra calle Santos, huele a Cuartel…
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Quien no ha sentido alguna vez y dejándose llevar, que si entra, solo en un cuartel, todo empieza a cobrar vida y que la imaginación, se deje llevar, por nuestros cinco sentidos.
Es como si entrásemos en una caja de música, que al abrir la tapa, cada una tiene su
propia melodía. Esta música se convertirá en un bálsamo, será como un suspiro, que mientras dure esta música y la tapa esté abierta, habrá vida y la magia permanecerá siempre entre nosotros.
En cada una de las paredes, verás muchas fotos, donde hay hermanos que ya se
fueron, que perdimos en el camino, pero no sus recuerdos. Piensa que ellos han vuelto y empujarán la puerta; que están entre nosotros, que nos
traerán el aroma de los viejos cuarteles y que tocarán de nuevo aquella melodía. Y aunque ya nada sea igual, aunque no lleguen nunca, alza la tapa y me suene la
música, que ellos siempre estarán entre nosotros. En una de las paredes está nuestra Vieja Cuaresmera. Nuestro reloj Manantero, que
nos marca las horas que pasan implacables. Y al ir quitando cada una de sus siete patas, estas se quedarán convertidas en el minuto de gloria de cuarenta días, de una historia con un sentimiento, de un homenaje con un brindis, y de una lágrima con un abrazo.
Que bonitos son nuestros cuarteles… Sigue solo y por un instante crees escuchar una saeta, nuestra oración, pedacito de
nuestro evangelio grabado con letras de oro, sobre etiquetas de vino y que estas vibran al son de unos toques a modo de tambor, sobre una mesa.
Botellas que giran constantemente, porque un hermano invitado se quiera aprender la
letra y embargado por la emoción con la voz entrecortada, se levanta dejando hablar al corazón, porque dice sentirse como un hermano más, que se encuentra como en su propia casa. Estos son nuestros cuarteles, puertas abiertas al corazón.
Las sillas siguen vacías, no hay nadie, sólo tú, mirando a tu alrededor. Sin apenas
darte cuenta, el cuartel ha ido cobrando vida… el cuartel, se va llenando de poesía.
Pa ver pruisesiones güeñas y con gracia
vente chache, conmigo,
a la Puente pa Semana Santa.
Así es como nos da la bienvenida mi hermanito Miguelín, no sin avisar antes, que no sabe si le saldrá. Escuchamos el evangelio y tras un minuto de silencio, brindamos por la corporación, el hermanito Loren se levanta y con voz profunda despierta nuestros sentidos, avisando al santero de que abra las puertas.
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que redoblen las campanas,
que el aire ya huele a huerta,
que ya llegó la mananta.
Y el hermano decano le dice a otro, que escuche atentamente a Juan, que es el maestro del sentimiento, porque nos está diciendo, que no perdemos nada del pasado, mientras tengamos en la memoria, el recuerdo de un
cuartel antiguo,
cuatro paredes de cal
una tabla y dos banquillos.
Y sin dejarse nada ni nadie atrás, este hermano tributa un homenaje a todos los que en una labor callada, entregan su esfuerzo, por engrandecer nuestras tradiciones, porque
vosotros sois el cimiento
que a nuestra mananta apoya
y siempre seréis ejemplo
trabajando… y en la sombra.
Rostrillos antiguos que colgados sobre la pared en un sitio preferencial, parecen cobrar vida. Cuando Julio, el artista de la corporación, que de sus manos sale arte, nos hace ver que hasta las cosas mas sencillas nos pueden hacer sentir, como al ponernos un rostrillo.
un humilde cartón
¡quien lo diría!
Que poniéndote sentía
Siendo un humilde cartón.
Un silencio, una saeta por cuarteleras, oración para el Pontano.
Cirineo, si tú supieras
a quien le vas ayudando,
con lágrimas regarías
las huellas que va dejando.
Y entre el aplauso de todos, al escuchar esta cuartelera, José Manuel no puede contenerse y mirando a su Terrible, les dedica el más bello de los piropos:
No hay saeteros de renombre
de los que vienen de fuera.
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Para consolar sus penas,
tu pueblo, como un solo hombre,
te canta por cuarteleras.
Llega la hora de desmembrar a la Vieja Cuaresmera, y un día se la dedican al hermano Santiago, que con el corazón jubiloso pero lleno de nostalgia nos dice que
en la tierra oscura de un oscuro parque
pintas una “Vieja” con sus siete pies,
y le borras uno… ¡que pena que falte
la copa de vino que apague tu sed!
Y al unísono, cantamos, el himno de los ausentes, ¡Puente Genil de mi alma! Rincón, querido de España.
Llevados por el momento y con los ojos puestos en
unas fotografías antiguas, el hermano Carlos con voz muy serena nos conmueve el alma.
Momento en que crees que nuestros ausentes están
junto a nosotros, como si rompieran su silencio, las voces de ellos, han pasado a formar parte de nuestros más preciados tesoros.
Siempre estaré en vosotros,
hermanos que me amasteis,
siempre seré una luz junto al cuadro del Terrible.
siempre, eternamente,
seré un recuerdo en la pared
y una uvita brindada al cielo.
Así son nuestros cuarteles, sentimientos alrededor de una mesa, entre personas sencillas, pregonando a los cuatro vientos su Semana Santa.
Y al subiré, a las benditas y sagradas cumbres del Calvario, bajo el pórtico, una
plegaria buscando al lucero. Un Stabat Mater y un miserere, un gallo de los ataos altanero, música, uvitas, suspiros
y abrazos compartidos. …Dios mío, que bonitos son nuestros cuarteles, y aunque entremos solos pero
sintamos que queda esa música, alcemos la tapa, que le estamos dando vida. Y soñar, dormir soñando, que a los pies del Nazareno. Yo solo quiero, como dicen mis
pregoneros ¡Vivir la eternidad!
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Nuevamente el sonido de la campanita y detrás el estandarte, lo más deseado para Julián Molinero, nuestro querido “Tebeo”. Ancianito de los Desamparados.
Cualquiera puede soñar en un mundo mejor, pero el sueño de Julián, solo era que lo dejasen salir ese día del viernes santo y que mientras sus fuerzas no le flaqueen, poder seguir llevando el estandarte, tan alto como su fe al Terrible y a su Virgencita de los Desamparados.
Las figuras salen de sus cuarteles y van apareciendo por cada esquina. Momento especial, para meditar, que nos ayuda a sentir la calma, cuando vemos sus hermanos bastoneros, llevándolo en un suave mecida con el sol de una mañana plateada por nuestra calle Santa Catalina. Llega la hora de hacer las reverencias al que murió por nosotros.
Y tras un balcón, se escucha una promesa cantada al Terrible, mano en vilo y pena quieta y la voz rota de llanto, es la voz de una mujer, Josefa López la madre de nuestros Lavados.
Todo parece un sueño, cuando con paso firme, casi te dejas llevar por esa melodía envuelta entre blancos plumeros y vas viendo la silueta de una pesada cruz.
Figuras emblemáticas y centenarias, van desfilando al compás de las campanitas de un templo que sigue el paso firme de una Santa Religión. Una fe que levanta muy alto sus brazos al cielo, nos transmite que el alma puede ver. Una Sibila de Cumas que ya hoy cumplirá 350 años y que Puente Genil le seguirá dando lo que ella olvidó pedir, la eterna juventud. Un Longino perdido que parece pinchar el costado del Nazareno.
Unas palomas al vuelo se convierten en el aliento que nos llena el alma ante su serena mirada y se irán, se irán repartiendo mensajes de amor.
Apóstoles, Evangelistas, Profetas, Pretor, Ataos, Judea, Sectas, Testigos, Jetones, Reyes, Sayones… figuras y más figuras desfilando una tras otras, y un gallo de los Ataos nos despierta con su canto de ese sueño.
Y postrado ante su cara uno se olvida de todo el dolor para convertirlo en amor ante tan dulce mirada.
Y yo, yo Señor, te sigo soñando de luz, abrazándote a la cruz, lleno de serenidad.
Que bonita esa plazuela, el arco y el cerro, hacia la riberas. Y mirando al horizonte desde esta empinada cuesta, notas como la fiel vecindad, que
por la plazuela de Lara se asoma, buscan a media mañana el aroma de una brisa vestida con ritmo de habanera.
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Y cualquier pontano hará con su hijo lo mismo que Pepe, le enseñará a sus hijos a quererte y les dirá que el cielo tiene una puerta, el arco de la Calzá.
Un arco sencillo que parece coronado de azucenas donde Dios deja posar por un instante unos duendes. Son los duendes de la nostalgia, de jarales enredados, que surgen del fondo del latido, de ese latido del ausente, que ya no está ausente.
Doce “Apóstoles” custodian el arco durante todo el año y al pasar nuestro Terrible, hay miradas que se inclinan hacia arriba, viendo como sus “Potencias” en ese momento, tocan el cielo ahora más que nunca.
Uno se encuentra “Prendio” y “Atao” a este momento
y no habrá arcos ni primaveras, ni quien conciba en su seno una estampa más bonita.
Y en esa nostalgia del ausente, cogido de la mano de la gente a la que quiere y mirando al Terrible, dice que su orgullo mas ferviente es sentirse pontanés y que para creer en la gente solo hace falta un corazón para querer.
Melodías en el aire llena de embrujo que se sienten, es la canción de mi pueblo, la que está en cada uno de nuestros corazones. Y más aún en los corazones de todos cuantos tuvieron que partir a otras tierras y a pesa de todos los avatares de la vida, saludan a su pueblo venturoso, foco de radiante luz, la villa en que nació el encanto de nuestros amores.
Y en la luz pura de su hermosura reluce el nombre de Puente Genil, porque el embrujo y la gracia que tiene este pueblo, se las da Jesús.
Ahí quedó… Vamos a parar, valientes. Despacio…
Ahí quedó… Es la voz del hermano mayor que hace parar el paso, ante una casa a mitad de la cuesta, en una de sus habitaciones se encontraba Rafael, donde el sol y la luna se asomaban y sólo él podía sentirlo, a través de su ventana.
Por culpa de un accidente, quedó postrado en la cama, durante casi cuarenta años y a través de su ventana se dejaba abrazar por esa brisa eterna, que le devolvía la felicidad; aunque solo fuese por un momento, pero lo esperaba todo un año para verlo llegar, caminando a paso lento, Rafael sentía su mirada.
También veía como los demás pasos, se convertían en trozos de altar, arrancados de
las iglesias que se paraban ante él.
Pregón de – Las Virtudes Teologales – Por: Antonio Francisco Carmona Ruiz – Año 2013
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La labor de unos hermanos responsables, que miran y repasan durante día y hasta meses cada detalle para que todo salga bien y en ese instante en que ha sido plasmado ese ejemplar testimonio por nuestras calles, el corazón late fuerte, porque se han consumado una serie de sentimientos y vivencias.
Y pasa la Cofradía, por el balcón del hermano, de la familia vinculada a la Hermandad, por la casa de la camarera, por la habitación de un enfermo, por la puerta del indiferente.
Horas de penitencia en las calles, surgen
a cada momento pruebas y testimonios de fe, desde el niño que tira un beso al aire, hasta el hombre anciano que sólo pide un “hasta el año que viene”.
Y ¡ahí quedó!... Quedó ese momento en
el que a Rafael, unos hombres al que él llama sus ángeles le devolvieron esa esperanza que nunca perdió, sentir el aire nuevamente, pero a través de esa ventana.
A mitad de la cuesta, Alfonso, fiel bastonero de Jesús, le dice a su hijo que no se
preocupe, que viendo todas estas cosas, esto no pesa ”ná”, que es el corazón el que lo lleva. Como ese corazón de Dolores, que aunque apenas ya no podía ver, no paraba de piropear a todas las imágenes que pasaban por su lado, las conocía a todas, las sentía y les gritaba ¡Guapa y guapa…! Les pedía por todo y por todos.
Y preguntaba al aire que cómo sería su cara cuando en el cielo la viera, si sería como
la de su Virgen de la Guía. Y ante tanta ternura, ella le ofrecía un clavel a su virgencita, la de la carita divina.
Pero Dolores con ese clavel en las manos, un día se quedó dormida y despertó en el
reino de los cielos junto a la Madre de Dios, y aún se la oye decir ¡que bonita eres, madre!
Y ¡ahí quedó!
Quedó ese arco convertido en una venta abierta a la fe, una ventana que puede mover montañas, que todo lo puede alcanzar, una ventana que puede hacer milagros. Una ventana que puede hacer… que hable el incienso con la cera, la estrella con la luna, el río con sus riberas, y una paloma… Ciega, que bella eres, por ciega te llaman fe, yo te diría paloma, palomita que no ve… que Puente Genil tiene una ventana, una ventana abierta a la fe.
Que grande eres Terrible.
¡Vamos palante, valientes! Vámonos…
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Y un castillo, desde el cerro de los poetas como un centinela, en la madrugada de un Domingo de Ramos vio como unos ángeles se reflejaron en el bendito rostro de una madre y se posaron a los pies de su hijo amado, de ese Cristo de Las Penas que al madero llora abrazado.
Castillo, que en noches de primavera ha sentido los suspiros, de unas vírgenes que
lloran desconsoladas. Se despide ahora de nuestro Terrible que camina muy despacio para que su corazón lo roce y siga repartiendo todo su amor, al entrar por la calle ancha. Calle que poco a poco hará que el silencio vaya sonando.
Y nuestro Convento de los Frailes, entre el revuelo de unos rasos y terciopelos, verá
como estos colores se irán fundiendo nuevamente, entre una alfombra morada de hermanos nazarenos. Colores de os que se vestirá nuestra calle Don Gonzalo, quedando grabados sobre una fachada, “la casa de los cristalitos”. Tapiz multicolor, que cada cristal se irá convirtiendo en un momento ejemplar, en la vida de un pueblo nazareno y mariano. Casa de los cristalitos, cristalitos de colores
que el sol y la luna se funde en sus reflejos
adornando de poesía las dulces travesías
de Cristos que nos bendicen
y de lágrimas de María.
De figuras representando un Evangelio
y de música en los desfiles de un Imperio. Y sus resplandores serán luz
para nuestra Virgen de la Guía.
Colores brillantes como perlas
en un Rosario de misterios dolorosos.
Y opacos como sombras
de callejuelas estrechas
que miran con recelo como pasa el dolor
de la bendita imagen de una madre,
la del divino Consuelo.
Transparentes como las lágrimas
de una Veracruz a los pies de un calvario.
Dorados de velas rizadas
de una Esperanza bajo palio.
Plateados de candelabros de cola
de una Victoria.
Azules como el manto de la Virgen de los Dolores
que al cielo va clamando Misericordia.
Rojos de cofradía de mi Amargura,
la de la cara tan bella.
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Colores blancos de pañuelos de seda.
Y quizás alguno negro, el de mi Soledad
que de la noche es reina.
Sinfonía de cristales de colores
colores de lirios y rosas,
de rezos y plegarias,
de cera y de plata.
Figuras y romanos,
bastoneros y costaleros,
de filas de nazarenos.
Capillos, rasos y terciopelos.
Cristalitos brillantes
y de colores sin desvelo
sois orgullo de Puente Genil
y escaparate del cielo.
Y pasa el Imperio Romano, son los romanos de mi pueblo, que en perfecta armonía iluminan el cansado andar, que Puente Genil también espera.
Un cielo sereno lleno de aromas, recuerda a unos romanos veteranos, que parecen volver de un pasado, que la brisa del tiempo nos devuelve a un presente.
Un brillo especial en esos cristalitos, que ahora parecen moverse al compás de un águila plateada sobre lazos de colores que va presidiendo una bandera, bandera roja con escudo bordado que lleva Maura, el abanderado.
Y tras de él, Juan Pino, Fernando Estrada y Rafael Fernández, capitanes de un Imperio. Plumeros blancos sobre cascos brillantes, que cincelados en nuestra memoria, han mantenido viva esa solera que solo ellos podían darle, evocando una sonrisa.
Y les sigue, Manuel Gálvez “Chifarri”. Marcando el paso con su arte, estirando su figura y empuñando su espadín, ensanchando su corazón al entrar, a su barrio de Miragenil y diciendo a Julio Aranda, a Pepe Rivas y Alejandro González “navajas” que bonita está la puente.
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Y desde un balcón, la voz de un ángel, que revoca la sentencia proclamando la inocencia del amo de toas las cargas, que nuestro Pretorio Romano ha continuado el ejemplo de un Manantero, Francisco Moyano. Piropos y más piropos salidos de su alma para convertirlos en aire fresco, para aliviar el rostro de su bendito Nazareno. Rostro que vio cambiar Carmen Misas, manantera y nazarena donde las haya, cuando pidió al amo de toas las cargas que su niño se lo curara. Y en un descuido, ese viernes santo, mientras ella rezaba, el niño se levantó y empezó a andar, tal vez movido por el compás de los redobles de la música del Imperio. Y en un presente, Manuel Reina y Carlos Aguilar, manteniendo viva la esencia de las más puras tradiciones.
Judas con la chusma, escuadras de romanos, banderines de colores, pasodobles, eternos, y ahí está Carmen a sus 94 años diciendo: Ole, ole y ole ¡Viva Jesús Nazareno! Y ¡Viva su Imperio Romano!
Nos encontramos ante el puente; puente que ha visto el ir y venir y no volver; puente que une el cielo y la tierra, puente que une entre sus manos dos orillas, que une en esperanza las sendas que otros ya caminaron. Puente que cada Viernes Santo de mañana, ve pasar su Imperio Romano despertando al barrio de Miragenil a ritmo de pasodobles “La casa” “Sotos redondos” y “Banderas moradas”.
Y entonces el puente ve como viene un río inquieto y nervioso, que al atravesar bajo sus arcos y con el dulce aroma de sus riberas, se convierte en una serena alfombra color de plata. Y al pasar nuestro Terrible, este río de la vida, se arrodilla ante sus plantas. Y San Juan le dirá a su virgencita de la Cruz, que el río seguirá su curso, cantando año tras año con la historia, palabras puras convertidas en saetas, con sentimientos que llenarán esta bendita tierra.
Puente Genil tiene alma y no hay nada más bello, que atravesar este puente, a los pies del Nazareno.
Cuando pasas por el puente
te reflejas en el río
todos los pontanos se sienten
gritando con gran poderío
viva el Terrible y su gente.
Miragenil es mi barrio, barro de barrio y a barrio huele.
Miragenil, se convierte por unas horas en una dorada lata de carne de membrillo, que de cuando en cuando abrimos, para que la memoria no se nos haga adulta. Donde hemos guardado esas estampas que nos recordarán los rincones de nuestra nostalgia.
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Recuerdos de una infancia, tardes de juegos en la puerta de una iglesia, tardes de jazmines y damas de noche, besos y pellizcos de tías y abuelas...
Y en esta caja dorada llena de recuerdos están esas fotos que nos devolverán al tacto, el sabor y los olores de la gente y de su Semana Santa, que el velo del tiempo, nos ha ido dejando.
Mi plaza de Santiago, se impregna de olor a incienso y clavellinas, y nuestro párroco viene al encuentro de Jesús par darle la bienvenida, haciendo un gesto de hospitalidad por cruzar el puente para visitar nuestro barrio.
Las campanas tocan a duelo, cuando ven entrar a su Terrible que poco a poco se nos
va muriendo. Y para que su dolor no sea tan duro, Miragenil lo acunará cantándole una nana con
aires moriscos y de riberas.
Tilín, tilín, tilín
humilde y en silencio
llegaste con frío
tú único sonajero
fue la campanita de un cordero
Rey de Reyes
Maestro de Maestros
de amor y ultrajado
sencillo amabas
lo entiendo y ando perdido
tu amor me lo aclara
lleno de virtudes
hablaba tu magia
te entregaste a tu sino
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por mandato divino
ya no te canto Saeta
porque no vas muerto
te canto una nana
vas dormido
y despiertas mañana
tilín, tilín, tilín
humilde llegaste
y te fuiste sin ruido
tilín tilín.
Cristo muere y la tarde por un instante se detiene. Aparece en mi memoria nombres de gente buena, que también caminaron tras el Terrible y clamaron al aire, un padre nuestro.
Es mi deber, dejar que el pensamiento les tribute un homenaje a los que ya cruzaron
este puente, para estar más cerca de Dios. Mis mananteros del cielo. Mi carpintero, nuestro loco, que cada vez que nombraba a su Fe levantaba las manos
como si estuviese haciendo las reverencias, lo vivía, parecía ver a su Terrible, y te ubicaba en su mejor momento con solo decir: Viernes Santo, nueve de la mañana, Santa Catalina.
Velaba por la calle Santos, era nuestro guardián celestial. Cada sábado de romanos, al
subir a las benditas y sagradas cumbres del calvario, tras escuchar el Miserere y el Stabat Mater; se colocaba el primero, frente a la puerta de la iglesia y pegaba tres golpes. Le pregunté el porqué, solo me dijo: -Niño, he llamao a la puerta pa que sepa que he venío. Pero un día dejó de llamar, el Señor le abrió las puertas, las de la gloria, y ahora nosotros en su honor seguimos dando esos tres golpes. Y Emilio sigue estando entre nosotros.
Al igual que en mi Primero de la Soledad, también recordaremos siempre con un gesto
cariñoso, el pasar una mano suavemente por esa cruz de piedra que se encuentra frente al pórtico, en memoria de nuestro hermano Mariano Carrillo, manantero ejemplar y fiel defensor del Templo. Un hombre humilde que cuando acariciaba la cruz, seguro que no decía: “Dios mío… hasta el año que viene”, él era más humilde y sólo decía: “Gracias Señor… por dejarme que hoy llegue hasta aquí”. Y Mariano sigue estando entre nosotros.
Como sigue estando en mi corazón, mi hermano Luis Gálvez que seguro también me
estará escuchando desde el cielo. Luis era un enamorado de sus Jueces de Israel. Con paso cansado, pero fiel a su encuentro, avanzaba muy lentamente. Animándole, yo le decía: Vamos Luis, que ya estamos llegando. Pero hubo un momento, antes de lo previsto, en que se detuvo, me quedé mirándolo fijamente y me di cuenta como ese rostrillo se iba inclinando hacia arriba, no se movía, se había quedado estático, mirando la imagen del Terrible. Le hice un gesto para que hiciese las reverencias, no había forma, para Luis no existía el tiempo, el rostrillo seguía mirando en la misma dirección. Intenté levantarle el martirio y tiró hacia atrás, creyendo que se lo iba a quitar. Abrí paso entre la gente para pasar, y él casi se resistía,
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porque tal vez su oración no la había acabado. Pero su rostrillo seguía clavado en la misma dirección, el rostro del Nazareno.
Ahí me di cuenta que se nos puedan olvidar muchas cosas, que el reloj del tiempo se nos puede parar, que nos fallen las fuerzas, que alguna vez nos puede quemar la tristeza desde a inmensa soledad del alma…
Pero miraremos al cielo, recordaremos a todos nuestros ausentes y por ellos, Señor, yo
seguiré llamando a tu puerta, seguiré tocando tu cruz y buscaré tu mirada, porque sé, Nazareno, que a ti no te podré olvidar.
Una brisa fresca penetra serena por los ojos de mi rostrillo que nuevamente hace sentir en mí, la caricia de jóvenes recuerdos, cuando me encuentro ante la placita de la Veracruz.
Y otra vez ese sonido de un reloj, que marca las horas de esta bendita noria de la vida y que me devuelven a la niñez… al ver la imagen de unos niños que cuando pasan los romanos saltan de alegría y alguno que otro toca su pequeño tambor, otros que siguen escondiéndose de los jetones. Otros que miran con recelo a Barrabás, los que acarician con ternura la borreguita de las parábolas.
Miradas inquietas, al ver a ese Longino, como busca a su Lazarillo y después aplauden a los sayones de los ataos, cuando quieren escapar de unos fuertes romanos, niños que se afanan por pedir dulces caramelos a un Heli o a una Samaritana.
En ese momento, creo estar sobre los brazos de mis padres… en una noche de viernes santo, en una noche de luna blanca, donde se encuentran las hermandades luciendo sus mejores galas, que ya van tomando camino guiados por una pequeña luz, la del Ángel de la Aurora, que alumbra ese trocito de barrio, barrio de la Isla, que tiene olor a Cofradía.
Y en su pequeño recorrido la parroquia de la Purificación, bendice los pasos de un Cristo que se va en su Buena Muerte y una Virgen de las Angustias dolorida, que lo sigue, recordando tal vez, aquella Diana que antaño le tocaban los músicos del Imperio. Un Imperio de plumeros negros, un Trípili a San Juan, el del barrio bajo.
Un Judas ahorcado con la rama de un saúco, cuatro romanos portando la túnica de Jesús, tres marías vestidas de luto. Y los sonidos de unas cadenas de un demonio y una muerte junto a unos tambores destemplados, acompañando a las voces de nuestros queridos Miguelones, pidiéndole a su Soledad que les de la mano.
Manos unidas, de esa Soledad de caminar cansado, la más bonita que el lirio blanco y que la rosa en el rosal, la que detrás de un Sepulcro su pena iba llorando y la que mira el puente con nostalgia, que un día también dejó cruzar.
Camino de vuelta, entre el humo de unas bengalas, sus grupos de capiruchos van viendo como su silueta va casi perdiéndose y ese ángel de la Aurora que custodia esa plaza
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chiquita, donde se encierra la virgen mas bonita, se despide en una triste soledad, soledad de soledades.
Donde estás Madre,
dónde detuviste el reloj del tiempo.
Donde estás Madre,
que caminas como un sombra peregrina.
Escondiendo tu dolor,
tras las flores y la luz de la cera
bajo el palio de los cielos,
para que nadie vea el peso de tu pena.
Dios puso un pedacito de gloria
en esta tierra, en una plaza chiquita,
la del Dulce nombre.
Ahí Madre,
eres la luz de todas nuestras vidas
y esa luz, un puente hacia el cielo.
Como cada Viernes Santo
una humilde túnica iba a tu encuentro
con el blanco de cuna y negro de luto.
Siempre mirando la luna
escondida entre las negras nubes
para encontrarme contigo.
Pero un día,
las cosas cambian
como las que nacen y mueren,
como las estrellas que se apagan,
y esa túnica dejó de salir.
No me encontraba, Madre.
Te tenía frente a frente,
te buscaba en tu mirada
te buscaba en esas manos que se unen,
te buscaba en las flores y en su perfume
te buscaba en mis plegarias,
te buscaba y no te encontraba.
Cuando la angustia me llenaba
aparecía un recuerdo dormido
que ponía tu nombre en mi pena.
Soledad.
Una fría mañana de noviembre
le preguntaste al puente:
Dónde está mi pequeño cirineo,
que no viene a verme.
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Cuando se anhela la aurora,
cuando se ansia vivir
cuando en el alma se llora…
cuando yo más no podía,
apareciste tú, Madre,
en mi barrio de Miragenil
y parada ante mi puerta
llamaste a mi corazón
y sentí, que me decías:
No necesito tu túnica, te quiero a ti.
ahora entiendo, Madre
que tu reloj del tiempo nunca se detuvo,
que tu corazón siempre será la insignia
del dolor hecho orgullo.
Solo te puedo decir una cosa, Madre.
Que este pedacito de cielo
no me lo va a quitar nadie,
porque me queda claro,
que en Puente Genil
vive la Madre de Dios.
Y mi corazón sabe
dónde estas, Madre.
Y Jesús, ya está en la cumbre. Los bastoneros girarán el paso, poniéndote frente a tu pueblo para que nos des tu bendición, que nos brinda la esperanza, de que habitemos en tu corazón.
Los romanos, cambiarán sus plumeros blancos por otros de color negro y tocarán incansablemente el Gloria al muerto.
En este corto paseo por la vida, ese Cirineo ha sido testigo de vivencias y tradiciones, avanza muy despacio, mirándote frente a frente, gozando al fin de poderte ver la cara.
Es la hora de la despedida, la hora de hacer una sentida reverencia, que también yo haré como un pontano más, pero con alma de Cirineo.
Con Fe, con Esperanza y Caridad en homenaje a todos los hijos de Puente Genil.
Un año llevo esperando
para poderte ver la cara
para sentir sobre mis hombros
todo tu amor y caridad.
He querido ayudarte
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a llevar ese madero
a compartir tus penas y consuelo
y a decirle al mundo entero
que tenga fe en ti
en tu madre y en el cielo.
Cuando te miro,
y al verte tan moreno,
con esa cara de dulzura
y al mismo tiempo de desconsuelo,
se me hace un nudo en la garganta
que hablar ya no puedo.
Brotan las lágrimas,
se abren los corazones de la gente buena,
aparecen las gargantas
promesas cantadas por
Antoñín, Manu, Rufino y los Lavados.
Y las notas del Imperio
que nos hacen recordar
a los que ya se fueron.
Don Antonio de los Aires Lagares,
Don Antonio Liébana,
Don Manuel Montero, Ernesto Herrerías,
Miguel Velasco, Juan Pino,
Juan Ortega Melgar, José Segundo Jiménez,
Pablo Ruiz, Oscar Reina, Enrique Romero,
Francisco Luque, Francisco Parejas,
Moya, Sansón, Rafalillo, Cabecitas,
El tieso mi padre o el carpintero.
Yo quisiera que derrames
en este pueblo
todo tu amor y tu aliento,
que nos enciendas esa lucecita
que todos llevamos dentro.
Que nos amemos los unos a los otros
como nos enseñaste en tu mandamiento.
Y que podamos decir con alegría,
que ¡este es tu pueblo
y tú, mi alma y mi guía! A mi Madre Concepción Ruiz Jaén Domingo de Ramos 24 de Marzo de 2013 Año de la Fe