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Esperando la carroza III La resistencia de los videoclubes frente a la piratería. 40 años en la Luna Curiosidades y secretos del primer alunizaje. Ângela Corrêa “Soy el cable a tierra de Pino Solanas”. + Bayly Cucurto Viajes Moda Comidas Beber actualidad a diario Año 2. Nro. 73. C . actualidad a diario, se entrega gratuitamente con el diario Crítica de la Argentina del 19 de julio de 2009. Prohibida su venta por separado. 01-TAPA-190709.indd 1 15/07/2009 21:09:16

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Esperando la carroza IIILa resistencia de los videoclubes frente a la piratería.

40 años en la Luna Curiosidades y secretos del primer alunizaje.

Ângela Corrêa“Soy el cable a tierra de Pino Solanas”.

+BaylyCucurtoViajesModaComidasBeber actualidad a diario

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Siguiendo la Luna

Entre todos los recordatorios de los 40 años de la llegada del hombre –de tres hombres, en rigor– a la Luna (ver pág. 34), la edición de Moonfire, un nuevo libro de Taschen, es tal vez el más glamoroso. Se consigue en Europa por unos mil dólares. Para los que gastan fortunas en coffee-table books, el libro incluye textos de Norman Mailer –quien cubrió el hecho para la revista Life en su momento y luego escribió un libro, tocayo de éste, extracta-do aquí por primera vez– y espectaculares fotografías, documentación y apuntes de los archivos de la NASA; todo material restaurado, en muchos casos inédito, perte-neciente a coleccionistas pri-vados y a los propios astron-autas del Apolo XI. También hay una edición limi-tada de doce ejemplares, apta para millonarios, llamada Lunar Rock, porque cada uni-dad viene con una muestra del extremadamente raro meteorito lunar. Comprar este libro es, sin duda, un peque-ño paso para un hombre... siga usted la frase.

Museo viejo y querido

Algunos recordarán haber correteado de niños por las escalinatas del Museo Pueyrredón, en San Isidro. Un

paseo familiar ideal, porque están las pie-zas de museo y también los jardines para que los pequeños se despachen. Es una típica construcción de fines del siglo XVIII, patrimonio de la patricia familia de César Banana, que reabrió las puertas con el edi-ficio y su patrimonio restaurado. Eche un vistazo a los grandes óleos de Prilidiano Pueyrredón con retratos de per-sonajes de la burguesía de otra época –como para recordar que el arte argentino no empieza y termina en ArteBA–, y de toda la belleza de una casa colonial con muebles, objetos y documentos que perte-

necieron a Juan Martín de Pueyrredón. En el parque– un enorme jardín que da al río– se conserva el viejo algarrobo donde, según cuenta la leyenda, se ideó la Campaña Libertadora.

Museo Pueyrredón, Rivera Indarte 48, Acassuso; martes y jueves de 10 a 18 y fines de semana de 14 a 18. Entrada gratuita.

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Cuando revista C entrevistó a Elena Roger en Londres, donde

hacía poco que estaba protagonizando el musical Piaf, con sala llena y ovación final en todas las funciones, una de las cosas que más la conmovió fue que la noticia y las fotos se pudieran leer en Barracas, el barrio donde creció. Ahora la argentina ganadora del premio Laurence Olivier a Mejor Actriz se da el gusto y presenta la misma producción en Buenos Aires, en el teatro Liceo. En la obra de Pam Gems, Roger canta trece canciones, de las más conocidas. Más de uno, desde las butacas, se desgañita por acompañar en “La vie en rose”.

Piaf. Teatro Liceo, Rivadavia 1499; miércoles, jueves, viernes y sábado a las 20.30 y domingos a las 20; entradas desde $ 80.

Roger juega de local

ño paso para un hombre... siga usted la frase.

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Chicos en gel

Para los padres que siguen a rajatabla la recomenda-ción de quedarse en casa, Laberinto (animadores, creadores del espectáculo Animaladas) inventó por

estos días un servicio a la comunidad: una especie de newsletter, que llega por mail, con propuestas de activi-dades para cada día y para pibes de distintas edades.No es que hayan descubierto la pólvora: mandan links, recomiendan germinar porotos o recortar revistas. Y tam-bién otras cosas menos fáciles, como recetas de masa o una forma barata de fabricar bloques de madera sin gas-

tar fortunas en jugueterías cool. Pero realmente organizan la cua-rentena y además lo hacen con un buen humor y un criterio que se agradecen. Para recibir Laberinto en gel sólo hay que escribir a [email protected].

El diseño también es brasileño

Un bowl para frutas realizado en caña de azúcar, madera y fibras de coco que está inspirado en un ciempiés; floreros verdes de vidrio que parecen

hojas milenarias del Amazonas; monederos y cartucheras de plástico con la imagen del Corcovado: son algunos de los 30 obje-tos creados por artistas brasileños que pronto se podrán encontrar en la Tiendamalba. La selección de los dise-ños viene de Nueva York, estuvo a cargo del The Museum of Modern Art en colaboración con el Malba. Los objetos evo-can las formas, los colores y la alegría brasileña. Se incluyeron diseños de creadores consagrados y tam-bién emergentes.Destination Brazil en Tiendamalba (Av. Figueroa Alcorta 3415), desde el 5 de agosto.

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O tro dibujito animado llega a las tablas, algo que se ve cada vez

más en la cartelera porte-ña. Pero pocos son tan adorables como Pucca, que tiene la virtud de gus-tarles tanto a los nenes como a las nenas. El uni-verso de esta niña de 10 años que se transforma en ninja sólo para gustarle a su amigo Garu –que no quiere saber nada– y robar-le un beso, se materializa en escena con diez acto-res. Ahora que los espectá-culos están volviendo, y si la amenaza de gripe A aflo-ja, es, de los espectáculos salidos de la cultura televi-siva, uno de los que más entusiasma a muchos padres, al menos a los modernos que rinden culto al animé y alrededores. La idea fue adaptar lo mejor posible las historias de su soporte original, muy animé, a un musical. Tanto estéticamente como en el

argumento. Los actores elegidos no superan el metro treinta de altura –así se mantiene la sensación de pequeñez y naturalidad de Pucca y sus amigos–, además de que como siempre en estos casos, se busca con las máscaras y los trajes acercarse lo más posible al original y no “reversionar”. Las voces son las del doblaje original de la serie.La dirección del ya experi-

mentado en adaptaciones Leandro Panetta– trabajó en Hi 5, Spider man y Barbie–, mantiene una estética oriental. La obra está basada en los aspec-tos visuales de Pucca, aunque el guión es de armado criollo. En este caso no es tan fácil tradu-cir la animación al lengua-je teatral, porque Pucca tiene tiempos y climas de videoclip. Musicalmente el dibujito es ecléctico:

popurrí de jazz, rock y blues. Y aquí también se utilizan como recurso muchas proyecciones.Originalmente el personaje de Pucca fue creado por la compañía surcoreana Vooz como la imagen de un ser-vicio electrónico de posta-les que tuvo un éxito inusual. La compañía comenzó a realizar una serie de 24 episodios de tan sólo dos minutos y medio de duración por segmento. Luego, con capitales canadienses, se transformó en una serie animada de 26 episodios de media hora (cada epi-sodio tenía tres cortos). La nueva versión trajo un nuevo tema musical, nue-vos personajes y diálogos entre los distintos perso-najes, exceptuando a Pucca y Garu.

Pucca. Teatro El Nacional, Corrientes 960, entradas desde $ 40.

Pucca les gusta a todos

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“Soy el cable a tierra de Pino”

Actriz brasileña de raíces africanas, Ângela Corrêa es, desde hace dieciséis años, el amor de Fernando Solanas, diputado

electo y estrella porteña de los recientes comicios. Política e intimidad en el caserón rosado de Olivos.

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“Soy el cable a tierra de Pino”

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POR ANDRES FIDANZAFOtOS PAtRIcIO PIDAl - EDuARDO cARRERA

Ângela Corrêa le gustan los juegos mentales del tipo: “Si hace cinco o diez o veinte años me hubieran dicho que hoy… yo habría pensado

que…”. En fin, “la imprevisibilidad de la vida”, según resume con tonada graciosa y, a la vez, reflexiva. ¿Se hubiera imaginado, entonces, esta postal para sí misma, hace unos dieciocho o veinte años atrás? “Nunca, imposible, jamás”, enfatiza la ex musa brasileña del artista, actua-lizada en su rol de soporte emocional del dipu-tado-estrella de la última elección porteña.

Tampoco había motivos para sugerir esa pro-yección: desde su San Pablo natal hasta esta tarde lluviosa de Olivos, ella sentada muy cómoda en la silla favorita de su caserón rosa-do, esperando que su marido vuelva de una nota en Radio Cooperativa; algo inquieta por-que a las ocho le cierra la verdulería de la otra cuadra y todavía no compró el tomate ni el atún para la cena light que le prometió.

Es que Fernando Ezequiel Solanas, populari-zado como Pino, 73 años, cineasta de profesión y, más recientemente, héroe electoral del pro-gresismo porteño, sobre todo entre los meno-res de 30 años, se puso a dieta. Desde que arrancó su campaña proselitista, Pino –como ella también lo llama– ya bajó cinco kilos, gra-cias, en parte, a los cuidados de Ângela, su mujer brasileña, 55 años, descendiente de afri-canos, actriz, diseñadora de ropa con telas nigerianas, mil trenzas en el pelo y, por qué no, un aire a la mulatona que volvía loco a Clemente, el personaje de Caloi.

Hace doce años que Solanas y Corrêa convi-ven en este caserón de Olivos, ubicado en una esquina tranquila como un fotograma. Pino

nació y se crió en una casaquinta de ese partido y, de grande, ahí quiso volver. Por afuera, es de un rosado fuerte, casi fucsia; por adentro, ya no caben cuadros ni adornos en las paredes, en las mesitas y en las repisas. Cuelgan sin falta los pósters de todas las películas de Pino y el rasgo multicultural del matrimonio se escenifica en el cuadro del pack Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo, al lado de una imagen de Yemanjá, diosa de las aguas saladas. Africanismo y militancia nac & pop, los moti-vos estéticos más destacados de la casona.

Además de la perra Garota, en la casa vive el único hijo de Ângela, Flexa D’arco Iris Corrêa, un morochón de 25 años que se viste con tur-bante y estudió cocina, producción de tevé y danza con Julio Bocca.

Esta mismísima tarde oscura de Olivos, toda esa filosofía sobre la “imprevisibilidad de la vida” también le sirve a Ângela para relativizar una hipótesis vinculada a la política, remota aún pero ya vislumbrada por el matrimonio Solanas. Que, en un futuro, 2011, 2016, ponga-mos, “Pino se plante en la Casa Rosada”. Tal será el eslogan de campaña, como es de supo-ner. Si “Solanas presidente”, entonces, “Corrêa primera dama“. ¿Será posible la ecuación mul-tirracial?

–Pino eligió el camino de la política y cuanto más lejos llegue, mejor. Pero hay que andar paso a paso. No saltearse ninguna etapa. Ahora, está en el Congreso y creo que va a hacer un trabajo maravilloso. Él ya fue diputado, yo vi cómo defendió sus ideas. Para la Argentina es un orgullo tener un hijo como Pino, que impul-se leyes para su pueblo de manera tan contun-dente. Ni la ropa que use ni el lugar en el que se siente deben cambiar su ideología y su amor por el país. Si más tarde se da esa posibilidad, es porque hizo el trabajo suficiente, porque se lo mereció– asegura la quinta esposa de Solanas.

En lo formal, al menos, su apología de lo imprevisto conecta con la trayectoria nómade de Ângela: principalmente, brasileña; un poco argentina y otro, africana. Ese aire liberal que despliega en sus frases y gestos se contradice, quizás, con sus dieciséis años acumulados de relación con Pino. Su mirada no idealista del amor y su reivindicación del libre albedrío, posiblemente, también colisionen con su actual preocupación por conseguir una lata de atún para la ensalada dietética de su marido.

Pero esta descendiente de africanos tiene intereses personales, todo un mundo propio: “Soy inquieta, muy inquieta”. No rechaza el título de “sostén emocional” de Pino, el cineas-ta, el político y los dos mezclados, aunque exceda ese papel, tan difundido entre los varo-nes de los asuntos públicos.

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“Ângela está inquieta: teme que cierre la verdulería y aún no compró los ingredientes para la cena light. Gracias a sus cuidados, Solanas ya bajó cinco kilos.

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–Uno no puede convivir, dormir y despertar con alguien que te saque de quicio. Debo representar algo parecido a un cable a tierra. Si no, no se justificaría la convivencia. Con Pino, pasamos muchas horas juntos, desde hace dieciséis años: almorzamos, cenamos y viaja-mos. Seguro que le genero paz –admite.

En el hotel cooperativo Bauen, el domingo en que el partido Proyecto Sur se consagró como segunda fuerza porteña con más de 400 mil votos, Ângela estuvo junto a Pino, toda de negro y muy elegante. En la campaña estuvo menos, por “un laburo que pegué en San Pablo”, explica, muy aporteñada. Corrêa fue Margaret Megi en el culebrón televisivo Revelación. Por casi seis meses, Ângela encar-nó a una mujer evangélica, cuyos padres de sangre la abandonaron entre bolsas de basura. Ya de grande, el panorama de Margaret tendió, naturalmente, a mejorar: se casó con un agen-

te de policía y tuvo una hija abogada. “Mi per-sonaje tuvo una vida muy sacrificada”, admite Ângela con un dejo de sorna.

A Revelación no le fue nada mal en términos de audiencia. Pero el novelón que fue un suce-so, un verdadero fenómeno popular en todo Brasil, fue Esclava Anastacia, allá por el año 1990. Entonces, Ângela hacía de una esclava díscola que, a fuerza de carisma y autoconcien-cia, lideró un movimiento rebelde y terminó amordazada por sus crueles amos.

Su performance sufrida la cotizó a tal punto en el mercado brasileño, que fue la candidata indiscutida para actuar, en 1991, en una pro-ducción extranjera, dirigida por el, entonces, reciente ganador del Festival de Cannes como Mejor Director por la película Sur. Así llegaron Fernando “Pino” Solanas y el film El viaje a su vida. En definitiva, el big bang amoroso del cineasta y la actriz.

“Además de la perra Garota, en la casa vive el único hijo de Ângela, Flexa D’arco Iris Corrêa, un morochón de 25 años que se viste con turbante y estudió cocina, producción de tevé y danza con Julio Bocca.

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Ângela tuvo un papel breve en ese film, aun-que de enormes consecuencias emocionales. El viaje fue lo que hoy se denomina una road movie, regada de alegorías y metáforas sociales sobre el hambre, la corrupción y los gobiernos serviles de Latinoamérica. Ângela interpretó a la esposa brasileña del papá de Martín (un adolescente Walter Quirós), obsesionado con encontrar a su padre. No fueron más de tres minutos en escena y –hay mil antecedentes parecidos– el director se enamoró de su actriz.

En la versión mitológica oficial, la de la pro-pia pareja, Pino no mezcló trabajo con placer y, recién cuando terminó de editar su película, volvió a San Pablo y comenzó el noviazgo.

Por esa época, ya en Buenos Aires, Pino reci-bió seis balazos en las piernas y la advertencia: “La próxima es en la cabeza”. El atentado, que Pino endilgó al “menemismo con mayúsculas”, lo decidió a meterse en política. Pero eso fue después. El día de los balazos, mientras lo metían en una ambulancia, Pino alcanzó a indi-car: “¡Avísenle a Ângela, para que no se asuste!”. Su novia aún vivía en Brasil. “Me fui enseguida para Buenos Aires y, desde ese momento, lo cuidé, lo bañé y hasta lo llevé a upa cuando no podía caminar”, recuerda Ângela.

Al año siguiente se casaron y hay una foto muy linda de ese mismo día; sonrientes y abra-

zados, ella de blanco y él de saco oscuro.“Prefiero no decir que Pino me flechó o algo

parecido. Pasó hace dieciséis años. De eso se habla en determinados momentos. Él fue dulce y sensible; toda la situación fue muy agradable y estamos juntos hasta hoy. Yo a Pino lo quiero y respeto mucho. Es un hombre fantástico y un apasionado de su país. La única mujer que me bate de celos, a la que Pino mira con toda admiración y cariño es a la Argentina.”

A Ângela la apasiona otra causa: “Explorar la influencia africana en la cultura y la vida de los argentinos. Una presencia que, si bien tuvo mucha fuerza hasta la primera mitad del siglo XIX, hoy es ignorada”.

Con esa misión, organizó una muestra de cine “Afro en foco”, en el museo Malba, y publi-có el libro A los negros argentinos, salud!, recopilación de poemas y fotos viejas de hom-bres y mujeres negros en la Argentina: pasean-do por la rambla de Mar del Plata, en una plaza porteña, estudiando en un colegio públi-co y casándose con blancos.

El librito arranca con la cita “El hombre es tierra que camina”, una premisa influyente y pesada para la conciencia de Ângela, quien se puso a investigar sobre sus raíces africanas: “No encontré ninguna pista. Es una deuda pendiente. Es muy difícil porque, en Brasil,

“–¿Alguien la discriminó cuando se casaron? –Algunas cositas escuché. Decían ‘ah, el blanco y la negra’, chistecitos de mal gusto, más tontos que discriminatorios. Que tocarme la rodilla daba suerte... pavadas así”.

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muchos archivos fueron quemados”. Ângela también armó muestras de cine

argentino en Río de Janeiro: proyectó pelícu-las de Pablo Trapero, de Albertina Carri, Tristán Bauer y, obvio, de Pino. “Cuando estoy en mi casa, en la Argentina, escucho cantantes, veo obras y películas que me gustan mucho; y pienso, ‘qué lindo sería que en Brasil vieran esta maravilla’. Y cuando estoy en Brasil, lo mismo pero al revés. Es una forma de integrar mis afectos. Un buen terapeuta podría explicar qué significa”, sonríe.

–¿Se siente más cómoda acá o allá?–Ayer, justamente, caminé por Olivos: todo

estaba tranquilo, no había gente; parecía un país fantasma. Cruce por una plaza y dije “qué olor es éste que me gusta tanto. Es el olor de la Argentina, me gusta este país”. En realidad, Brasil y Argentina forman una casa dúplex, con dos puertas principales de entrada. Mi historia está allá, pero mi lugar actual es acá, donde cuido a mi marido, mi hijo, mi perro y la casa. Cuando no estoy, las plantas, los cua-dros y la casa entera terminan dados vuelta.

–¿Qué averiguó de la cultura negra en la Argentina?

–En 1810, el 30% de la población argentina era africana. Yo quiero poner en debate el tema

de los negros y su herencia cultural en este país. Cuando fui al Archivo General, me dije-ron, como a la defensiva, “en este país casi no hay negros, señora. Apenas, muy poquiiitos” (exagera el tono porteño).

–¿Hay discriminación en la Argentina?–Siempre hay, tanto en la Argentina como

en Brasil. Los negros tenemos menos oportu-nidades, menos poder adquisitivo, claro. Pero no quiero aparecer como una llorona.

–¿Alguien la discriminó cuando se casó con Pino?

–Algunas cositas escuché. Decían “ah, el blanco y la negra”, chistecitos de mal gusto, más tontos que discriminatorios.

–¿Por ejemplo?–Decían que daba suerte tocarme la rodilla.

Pavadas así.–¿Alguien le reprochó su casamiento con un

hombre blanco?–No, sería una payasada y le gente no tiene

tanto coraje. Yo creo en las mezclas y no en algo estático tipo: blanco con blanca; negro con negra; y argentino con argentina. Me gusta la fusión y, a la vez, respeto las raíces y la historia de cada uno. Se puede decir yo soy esto, sin necesidad de sacar una bandera a cada rato.

“El día que un atentado mafioso dejó seis balas en sus piernas, Pino gritaba dos cosas en la ambulancia: “Fue el menemismo” y “¡avísenle a Ângela, para que no se asuste!”.

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–Su marido tiene un discurso muy duro sobre los trenes y los recursos naturales. Sus temas, en cambio, parecen más sensibles. ¿Piensa que Pino debería ablandar su discurso?

–Si a la hora de trabajar mis temas, no va a haber agua, luz, petróleo, transporte y nada para comer, qué hago. ¿Voy con una vela? Hay temas prioritarios, que son los que les gustan a Pino. Él no está en lo superficial, que también es importante, pero no deja de ser un polvillo sobre los asuntos más profundos.

–Pino no oculta sus orígenes peronistas. ¿Usted también es peronista?

–Uy, ¿yo también tengo que hablar de pero-nismo? Soy extranjera, estoy exenta (se ríe). Supongo que Perón y Evita hicieron cosas maravillosas en una época, pero ahora hay peronistas que acusan al otro de no serlo, de haberlo sido, no sé. Creo que hay peronistas que están más confundidos que yo.

–¿Y cómo se define ideológicamente?–Si son las leyes de Perón, Cristo o Buda y

favorecen a la población, me identifico. Estoy en la otra vereda de la gente que come todo y tira las sobras. Estoy del lado de compartir. Si eso es ser de izquierda, soy de izquierda.

–¿Se alegró con el triunfo de Barack Obama?

–Por supuesto. A los que decíamos, y exage-rábamos, que era un país fascista, nos hicieron oooleee. Los yanquis hicieron un movimiento muy rápido, como siempre, y se quedaron con lo mejor de la fiesta. Algunos dicen que fue un mecanismo planeado, pero no importa. Es algo histórico para un país que hace 50 años discriminaba en los colectivos.

–¿Y la mujer de Obama, Michelle Robinson, le cae bien?

–Me encanta, es una mujer fuerte que me llena de orgullo. Entre las primeras damas, es muy distinta a Evita, claro. Pero creo que es un gran modelo para todas las mujeres.

Ângela Corrêa, por ahora, “ni piensa“ en una nueva transición matrimonial que la formalice en el rol de primera dama, de “nuestra Michelle”, etiqueta que no faltará quien use llegado el caso. Pero ése es otro asunto, y a futuro. Aquí y ahora, la preocu-pación de Ângela es el cierre del mercadito en la otra cuadra, hacia donde Ângela ya se va. Ya se fue.

“Estoy en la otra vereda de la gente que come todo y tira las sobras. Estoy del lado de compartir. Si eso es ser de izquierda, soy de izquierda.”

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el canalla sentimental

en un baño público, pero no tenía más remedio) y busqué, debajo de los cobertores metálicos, el papel que alivia-ría mi orificio mancillado. Para mi horror, tampoco había papel higiénico en ese retrete y ya no había más inodoros en el baño de varones.

En una libre adaptación de la canción de Juan Luis Guerra, me dije: Tranquilo, Jimmy, tranquilo. Pasarás el Niágara en bicicleta.

Caminé, si a ese andar oscilante y errático se le puede llamar caminar, hasta el lavatorio y busque papel de manos, ese papel rugoso que, sin embargo, en aquel trance desesperado habría sido de incalculable valor y utilidad, pero no era mi día de suerte, o era uno de esos días diseñados para que aprendas algo y no lo olvides más.

D icen que todos los días se aprende algo nuevo. Si aprendés

algo viejo, supongo que ya lo sabías pero lo habías olvi-dado. Digamos que todos los días se aprende algo nuevo o viejo. Digamos incluso que, con suerte, o con mala suerte (porque no todo lo que se aprende resulta placentero de apren-der), todos los días se aprende un puñado de cosas, varias cosas a la vez.

El otro día fue uno de esos días en los que aprendí varias cosas a la vez, cosas que tendría que haber sabi-do pero que, por tonto o por viejo o por viejo tonto, había olvidado o no había registra-do en mi memoria debida-mente.

Todo comenzó en el baño de un aeropuerto. En gene-ral, no soy partidario de visi-tar los baños de un aero-puerto. Pero hay momentos en los que es urgente, impostergable, correr al baño más cercano. Es lo que me pasó el otro día. Sentí un cataclismo intesti-nal y atropellé mis pasos hasta sentarme en el inodo-ro del baño del aeropuerto. Hice conforme a ley mis deposiciones. Sin entrar en detalles escatológicos, dejé una bomba de neutrones. Cumplida la violenta eva-cuación intestinal, acerqué mi mano en busca del papel sanitario. No había tal cosa. Miré en los alrededores del retrete y comprobé con pavor que no había nada de papel higiénico. En el basu-rero habían arrojado pape-les arrugados con secrecio-

nes innombrables: un míni-mo sentido de la dignidad me previno de limpiarme con tales desechos.

Con las posaderas sucias y sin papel a la vista, me dije: si quieres ser presiden-te de tu país, tienes que ser capaz de salir de esta crisis. Es tu prueba de fuego. No pierdas la calma. Piensa. No entres en pánico. No grites. No llores. Piensa.

Lo único que fui capaz de pensar fue lo siguiente: con suerte en el inodoro vecino encontraré papel higiénico, sólo tengo que esperar a que se desocupe y luego reptar sigilosamente, como un soldado en combate, hasta el rollo de papel ultra-suave.

Mientras esperaba a que el caballero que ocupaba el inodoro adyacente termina-se de hacer sus deposicio-nes conforme a ley, me hice dos preguntas que hasta ahora no soy capaz de res-ponder: ¿quién inventó el papel higiénico? ¿Cómo se limpiaban el trasero los hombres antes de que se inventase dicho papel? También me asaltó la siguiente reflexión: en los siglos pasados en que no se había inventado el papel sanitario y los hombres defecaban y se limpiaban con las hojas de los árboles o con sus recias manos, esos hombres mal limpiados debían de vivir escaldados, y el escozor o las irritaciones provocadas por las escalda-duras debieron de ser el ori-gen de muchas guerras y asesinatos. Un hombre escaldado tiene que ser un

hombre peligroso, un hom-bre a punto de cometer un crimen.

Apenas se desocupó el inodoro vecino, una pesti-lencia salió de aquel recinto envenenado y me hizo dudar de que sería capaz de asaltarlo. Eché una mira-da y me cercioré de que no hubiese nadie espiando mis movimientos. Con los panta-lones y los calzoncillos caí-dos, y con las posaderas al aire crudo, atravesé gallar-damente el corredor de la muerte, desde una trinchera a la otra. Apenas entré, trabé la puerta y me indigné al comprobar que el pasaje-ro recién salido no había tenido la cortesía de jalar la cadena. Me ocupé yo mismo de que desaparecie-ra tamaña miasma inhuma-na. Luego me agaché (ya sé que es peligroso agacharse

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Tranquilo, Jimmy, tranquilo

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Por lo pronto, y sin saber cómo me limpiaría el trasero antes de subir al avión, ya había aprendido una cosa esencial: nunca hagas tus deposiciones conforme a ley sin antes verificar que dispo-nes de papel sanitario al alcance de tu mano. Dicho de otro modo: primero tocas el papel, luego eyectas la bomba de neutrones. Pero nunca dispares desavisada-mente sin haber sentido en las yemas de tus dedos el confort del papel higiénico.

Dado que no sobraba el tiempo y que me sentía comprensiblemente humilla-do con los pantalones abajo y el trasero maculado, y puesto que no era una opción subir de ese modo al avión ni subir al avión con los pantalones arriba y el trasero maculado, no me quedó otra opción (y no era la primera vez que lo hacía, desde luego) que entrar al baño de mujeres. En muchas otras ocasiones, por muy diversas razones, había entrado a los baños de mujeres, a veces solo o con otras mujeres, y siem-pre me había sentido muy a gusto y en general guarda-ba un bonito recuerdo de esas incursiones guerrille-ras. Pero nunca antes había penetrado en los servicios higiénicos de mujeres con los pantalones y los calzon-cillos caídos y mis órganos sexuales expuestos a la libre contemplación de quien quisiera o no quisiera contemplarlos.

Pensé: esto puede termi-nar mal, o puede terminar muy bien, pero tienes que

entrar como una dama y encontrar el maldito papel higiénico y limpiarte el culo antes de que se vaya el avión. Pensé: en ciertas ocasiones, la vida te obliga a comportarte como una perra, y ésta parece ser una de esas ocasiones.

Nada más entrar arras-trando los pies al baño de mujeres, bajé la mirada, la clavé en el piso con olor a lejía, evité todo contacto visual y escuché que dos señoras hablaban en espa-ñol:

–Es el peruano de la televi-sión.

–Salió en el periódico que quiere ser mujer.

–Se nota que ya se siente una mujer.

–Déjalo, pobrecito, son las pastillas.

–Está más loca que una cabra.

–Cómo sufrirá su mamá. Cómo sufrirán sus hijas. Pobres criaturitas.

–Voy a escribir una carta al periódico contando que este señor se mete calato a los baños de mujeres.

–No pierdas tu tiempo. Todo el mundo sabe que es un degenerado.

–Por lo menos ya sabe-mos que todavía no le han cortado el pipilín.

–Pobre su mamá. Imagínate que un día la señora está en el baño haciendo sus cositas y se encuentra a su hijo. Pobre señora. Cómo sufrirá.

Mientras las mujeres que habían atestiguado mi incur-sión exhibicionista seguían comentando sobre mi deca-dencia moral y los sufrimien-

tos que imponía a mis fami-liares, me encerré en uno de los retretes y encontré el rollo de papel higiénico más redondo, blanco, luminoso y espléndido que he visto en mi vida. Nunca un rollo de papel higiénico me pareció una obra de arte como ese rollo que me ocupé de devastar entero. No quedó nada de él. Lo usé todo en limpiar una y otra vez, obse-sivamente, las partes macu-ladas.

Cuando salí del pequeño habitáculo fecal, ya con los pantalones subidos, osé mirar a las señoras de len-guas viperinas y me sentí toda una dama y acallé sus comentarios insidiosos con mi helada mirada.

Esta fue otra de las cosas que aprendí ese día: a veces, un hombre tiene que actuar como una mujer. A veces, para sobrevivir, un hombre tiene que sentirse una mujer. Porque cuando me limpié las nalgas, lo hice como una mujer, me sentí una mujer. Y cuando salí del baño, nadie hubiera podido convencerme de que, a pesar de andar vestido como un hombre, yo no era una mujer.

Cuando el avión aterrizó seis horas después, subí a un taxi y me dirigí a una clíni-ca en la que me esperaba un médico muy atento. Ordenó que me sacaran sangre y que dejara mues-tras de orina y de heces. Le dije que no tenía ganas de hacer heces ni eses ni zetas. Me dio una pequeña (muy pequeña) vasija de plástico y me dijo que podía irme a

mi casa y que cuando tuvie-ra ganas de hacer mis depo-siciones conforme a ley, las dejase caer en la vasija de plástico y se las llevase enseguida, bien tapada la vasija, claro está.

Pensé que el asunto sería sencillo o que sería menos complicado que encontrar papel higiénico en el baño del aeropuerto. Pues ésa fue la tercera y última lección que aprendí aquel día peri-patético y accidentado: ten mucho cuidado con los aná-lisis de heces. Quiero decir, ten mucho cuidado de que tus heces terminen exacta-mente en el diminuto cubo de plástico. Quiero decir, es virtualmente imposible (al menos para mí) hacer mis deposiciones conforme a ley y, a la vez, apuntarle al vaso de plástico. Quiero decir, puedo apuntar con el viril colgajo de mi entrepierna, pero no he perfeccionado aún la técnica de apuntar con el ano, de tener recta puntería rectal.

Dicho lo cual, y sin entrar en detalles escatológicos, aprendí esta otra cosa: cuando debas entregar una muestra fecal para que te sometan a un análisis de heces, mejor defeca en un balde o en una batea, por-que las probabilidades de que aciertes en esa peque-ña vasija de plástico son una en un millón.

Como no quisiera pasar de nuevo por esos trances denigrantes, ahora viajo con un rollo de papel higiénico y tengo en casa un balde rojo de plástico, y no precisa-mente para ir a la playa.

Por jaime baylyTranquilo, Jimmy, tranquilo

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glenDa, 31 añoS, y gUSTavo, 34; amboS Son De caRloS paZGlenda: saco (unos $ 270, en liquidación) Complot; suéter (unos $ 320) y pantalón (alrededor de $ 230, en liquidación) de María Cher; botas también de Complot; y cartera de María Lombardi (Tienda Tres). Gustavo: campera (unos $ 350) Ona Sáez; remera comprada en Brasil; pantalón Diesel; bufanda de Complot; y zapatillas (alrededor de $ 400) Nike.

Tapa

dos

La gente sale poco, por el frío y por la gripe. Y el que sale, se tapa hasta el cuello.

FoToS: leanDRo SÁncHeZ

pRoDUccIÓn:maRía FeRnanDa

maInellI

moda real

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Sol, 25 añoSSaco de Zara de hace dos años: pollera vintage comprada en Berlín: cartera (unos $ 200) Puro; botas sin marca y gafas Orbital.

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ISabel, 28 añoS, y Rocío, 29 Isabel: todo lo que tienees de su marca de diseño Think Pink. La pollera tiene cinco años y salía unos $ 200 y el saco $ 120. Botas Sybil Vane (arriba de $ 280). Rocío: lo que lleva también es de otras temporadas de Think Pink, no recuerda los precios.

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amelIa, 30 añoS, y JoRge, 32Amelia: toda su ropa es de una feria americana de Pompeya; borcegos de Ona Sáez. Jorge: campera Ufo; buzo Levi’s; jean Wrangler; y zapatillas (unos $ 250) Puma.

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olIvIa, 28 añoS; eS eSpañolaEl saco es del diseñador Custo; no sabe el precio porque fue un regalo de sus padres. La cartera es de la marca española Privata y las botas también de una marca de su país, Hispanitas.

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FloRencIa, 22 añoSSaco heredado de la mamá; jean Levi’s (arriba de $ 250); zapatillas All Star; y cartera ($ 80) de las diseñadoras Chimichanga (se vende por internet).

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Por M. F. M.

La mujer trató de persua-dir al ladrón de que no se llevase su anillo –un

diseño de Celedonio Lohidoy–, diciéndole que era falso, que no valía nada y que nadie se lo iba a querer comprar. Pero el hombre le contestó: “No importa, este anillo lo llevo igual porque me gusta mucho”. El diseña-dor de aquel objeto, nacido en Azul y criado en el campo, arquitecto y decora-dor, recuerda la anécdota entre risas pero advierte que justamente de esto se trata su arte: “Ese ladrón decidió robar el anillo porque le pareció bello y mis clientas compran mis diseños no por el valor monetario, sino por-que los consideran bellos; compran, en definitiva, un objeto de arte que contiene diseño y mucho tiempo detrás”.

Lohidoy no hace joyas con piedras preciosas, ni diamantes, ni platino; tampoco funde oro y rara vez usa plata. Lo suyo está hecho de todo tipo de materiales que valen poco o nada, pero tienen la cualidad de mutar en otra cosa siempre hermosa: huesos, canutillos, botones viejos, trapos, pasamanería, perlas, alambres, virulana, algunas piedras que recoge por todos lados, otras semipreciosas y hasta elementos que ofrece la naturaleza o, como él

prefiere explicar, “materiales que tienen un significado espiritual”. Por ejemplo, varios collares de su última colección están hechos con las hojas del árbol ginkgo biloba, que el diseñador encontró una tarde andando en bicicleta por la ciudad: “Hice unos collares efímeros, porque las hojas tienen un proceso de envejecimiento”, explica Lohidoy y agrega que le resulta increíble ver cómo pasa el tiempo a través de una obra suya: “En definitiva, el tiempo pasa para todo y para todos, por eso hay aprender a cuidar las obras, los elementos, el medio ambiente, las relaciones, a los seres queridos, porque

nada es eterno”. –Su trabajo pasa,

entonces, por rescatar lo que no es bello.

–Diseño a partir de elementos que no son esencialmente bellos y se convierten en bellos gracias al diseño. Priorizo mucho más el diseño que el

como los diamantes, está rodeado de violencia; no son materiales bondadosos sino que conllevan tragedias. Cuando pienso en oro tengo imágenes que me parecen poco felices, por la forma en que se consigue, se vende, se compra, porque es más fácil que te roben una joya de oro y, en definitiva, apunto a hacer objetos que protejan, no que destruyan.

–¿Para qué sirven las joyas?

–Las mías funcionan como amuletos. Esto, relacionado con un proceso personal. En un momento empecé a sentir que necesitaba objetos protectores y que los demás también podían necesitar algo de qué agarrarse para vencer miedos o para agradecer, como un placebo.

–¿Funciona?–Claro que sí. Si yo te doy

una piedra y te digo que te va a ayudar en un examen que tenés que dar, en definitiva, te estoy transmitiendo una energía especial, te estoy dando algo que te acompañe y te dé fuerzas, como cuando una abuela le prende una vela a su nieta para que salga bien en un parcial de la facultad. Me parece genial que alguien te dé alguna seguridad, justamente en un mundo tan inseguro.

Lohidoy nació circunstancialmente en Azul, pero toda su infancia vivió en Tapalqué, en el campo, en el seno de una familia

vidrieras

material intrínseco y trato de llevar mi trabajo a una categoría de obra de arte. Es el mismo esfuerzo y tiempo el que invierte un artesano en hacer una pieza que el que invierte un pintor en un cuadro. ¿Por qué es más valorado el tiempo de un pintor que el de un artesano? Una pintura tiene desde el inicio un valor bastante despreciable, sólo una tela, óleo y pinceles, y lo que se paga es la obra del artista, y eso es lo que pagan mis clientes. Mis joyas tienen el valor del tiempo que le dedico. Reivindico el trabajo manual; valen mucho las horas de todos, la tuya, la mía, las de la señora que trabaja en mi casa, porque son las horas que un ser humano le dedica a otro.

–¿Qué elementos no utiliza por ideología?

–No trabajo con materiales de animales que son sacrificados con el fin de hacer un objeto; no uso marfil, por ejemplo, porque me dan mucha pena los elefantes. Hago algunas cosas en plata pero casi no uso oro, porque,

El arte de transformar lo feo en bello Celedonio Lohidoy hace joyas cuyo valor no está en el alto precio de los materiales, sino en el tiempo que les dedica y el objeto artístico que es el resultado final. “Casi no uso oro –dice–, porque está rodeado de violencia.”

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El arte de transformar lo feo en bello

acomodada. Allí, asegura, se abstraía tanto observando la naturaleza que hasta se olvidaba de comer; podía pasarse horas persiguiendo a un bicho bolita para que siguiera siendo bolita porque así era más lindo, más horas armando flores con la piel de cebolla y hasta 21 días seguidos mirando a una gallina clueca hasta que tenía a los pollitos.

Ese contacto estrecho con la naturaleza, dice, marcó el estilo de su diseño: “De chico me gustaba apreciar los cambios que precipita la naturaleza, lo mágico de las estaciones y eso intento plasmar en mis obras. Adoro la metamorfosis que se produce en algo que no es esencialmente bello y se puede convertir en algo bello. El gusano es despreciado hasta que se convierte en mariposa. Esa metamorfosis logró que algo que no es agradable se convierta en algo divino y a mí me encantan esos procesos de convertir algo feo en algo hermoso”. A los 15 sus padres se separaron y él se mudó con su mamá a Buenos Aires. Volvió un tiempo después a Tapalqué, donde vivió solo y cuando se

dio cuenta de que no podía mantenerse, regresó a la Capital, donde, después de hacer de todo consiguió un trabajo en el estudio de las arquitectas Mónica Melhem y Anne Bazán y decidió estudiar arquitectura. “Si ahora tuviese que elegir, no haría una carrera, sino que aprendería un oficio; pero en aquella época era joven”.

–¿En qué momento llega el diseño de joyas?

–Cuando empecé a pensar que debía ornamentar más a las personas que a las casas. Fue una época en la que prefería quedarme en el departamento que salir, y como siempre me pregunto por qué hago lo que hago, por qué no hago lo otro y cuánta energía consumo, descubrí que quería estar rodeado de mis objetos y que debía llevarlos conmigo por

la vida cada vez que salía de casa. Ahí empecé a hacer unos cuadros con collage, sacaba pedazos de los cuadros y los usaba como collares y cuando volvía a casa los volvía a poner en los cuadros. En este proceso entendí que quería llevar encima objetos lindos y ellos se fueron convirtiendo en joyas o amuletos.

Es ahí cuando la historia oficial del joyero Celedonio Lohidoy comienza a tomar forma. Fue por el año 99, ya había dejado el estudio de arquitectura, había fundado otro con un amigo, que también dejó, y todos los días partía para el barrio del Once a comprar mostacillas para fabricar joyas que de a poco se iban vendiendo entre clientas que ya lo tenían como arquitecto. El resto es más o menos conocido: ganó

premios aquí y en el exterior; sus joyas viajaron por el mundo, adornaron los cuerpos de Máxima Zorreguieta, que lo sigue eligiendo, y de las actrices de Sex & the City; diseñó para marcas internacionales pero prefirió ser “cabeza de ratón que cola de león”; tiene

dos locales, uno en Recoleta y otro en la galería Promenade de la Avenida Alvear, y un taller propio en el que trabajan nueve personas que reproducen sus diseños mientras que él, además, crea piezas exclusivas para pedidos especiales.

–¿Alguien le enseñó sobre este oficio?

–Mis clientas, siempre las escucho, les pregunto cómo se sienten, qué les pasa, qué necesitan, las ayudo para que conformen un todo en el que se incluya además una joya. Ahí me hago una idea mental de la pieza y les paso un presupuesto, nunca cobro seña y nunca hago algo que no me represente o no me guste. Si después la clienta no quiere la pieza, me la quedo, feliz. También suelo reformular piezas mías que tienen desde hace tiempo, para darles otra forma, otro sentido.

–¿Cómo son sus clientas?–Son mujeres sensibles, no

son ostentosas, no necesitan mostrar poder a través de una joya, no les hace falta porque saben que son poderosas.

–¿Se copian sus diseños?–Muchísimo, de hecho

existen talleres en los que se enseña a copiarme. Pero no puedo hacer nada, aunque sí he llamado a más de uno para decirle que no le hace bien copiarme y que mejor invierta su tiempo en descubrir lo que tiene adentro. No se puede copiar un estilo, se puede copiar una pieza que jamás tendrá la energía ni el magnetismo de la original. 2

FOTOS LEANDRO SANCHEZ

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Esperando la carroza III24-31-VIDEOS-190709.indd 24 15/07/2009 19:48:27

Esperando la carroza III Lejos del boom de los 90, los videoclubes, sean de grandes cadenas o entrañables locales de barrio, resisten como pueden el avance de la piratería y las descargas caseras por internet.

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POR NATALIA GELOSfOTOS E. CARRERA, D. PARuELO, L. SáNChEz

Hubo un tiempo, hace ya unos veinte años, en el que los hogares tuvieron cine a domicilio y eso fue novedad. De pronto, el VHS,

un ladrillo mágico con cinta magnética, permi-tía ver estrenos en pantufla y bata, callar a los niños por un rato o crear una cita perfecta, a metros nomás de la cama. Los videoclubes surgieron, así, como los proveedores de esa nueva vida. El negocio creció con rapidez. Junto a la fiebre de los parripollos y las canchas de pádel, floreció en la Argentina el localcito de alquiler de videos.

El VHS surgió en 1976 y recién a fines de los ochenta su uso se popularizó en el país. Fue a principios de la década del noventa, entonces, el boom de los videoclubes, empujado por las indemnizaciones menemistas a los expulsados del mercado de trabajo. El recorrido fue irre-gular, con crisis marcadas y golpes de suerte. El aterrizaje de la cadena Blockbuster, en 1995, trajo polvareda. Con sello norteamericano y timbre para permitir la entrada, el monstruo de alquileres les hacía sombra a muchos locales de barrio. Luego llegó el devedé; un disco tor-nasolado que prometía mejor calidad que la vieja cinta magnética. El DVD avanzó a paso agigantado. En 2001, el 1,2% de los hogares tenía un reproductor para ese formato. En 2007, según el Sistema de Información Cultural de la Argentina, ya lo tenía 50% de los hoga-res.

Sin embargo, con el avance tecnológico vinie-ron efectos no esperados por muchos. La pira-tería, las descargas caseras, propiciadas por el acceso hogareño a internet, cambiaron el campo de juego. En las veredas, en los negocios ajenos al rubro, empezaron a venderse copias piratas que se burlaban de la publicidad antipi-ratería de las copias legales. Todos esos cam-bios generaron una nueva situación que obligó a los dueños de videoclubes a repensar estrate-gias. Muchos –en general los que no se intere-saban por el cine, sino por la rentabilidad del negocio– quedaron en el camino. Otros se rein-ventaron: incorporaron deliveries, venta de golosinas, venta de películas –una vuelta ines-perada que se hizo especialmente fuerte en muchos–, relanzaron promociones. Varios se unieron al enemigo y cedieron ante el ahorro que permite el video pirata. Variopintos y en muchos casos heroicos, los videoclubes aguan-tan con expectativa las vueltas que depare el negocio.

La cinefilia de Uriel Barros lo llevó a iniciar-se en el mundo del videoclub allá por 1993. Tenía 19 años y junto a cinco amigos buscó

especializarse en películas que no llegaban al país. “Teníamos una colección privada y enca-ramos todo medio como una fantasía –cuenta Barros, el único que se mantiene de aquel quinteto inicial–. Hicimos todo a mano, pinta-mos el local y nos mandamos.” Hoy por hoy, Mondo Macabro es un lugar de culto. Una cueva bizarra en la que aflora el clásico Godzilla, que espanta desde la puerta, gordo, verde, con cierto aire ingenuo. El local de la galería Taurus (Corrientes y Talcahuano) es una explosión visual que encanta a los desprevenidos. Barros cuenta: “A lo largo de estos años pasamos varias crisis. La primera fue durante el gobier-no de Menem y la batalla fue contra el cable. Ahora, el problema son las descargas, pero no todo está en internet y no todos saben qué bus-can”. Mondo Macabro se hace fuerte en la especialización. La voz del experto es la carac-terística que muchos de estos negocios han fortalecido para acentuar la especificidad y remarla. “Muchos entran a buscar un video sin una idea. Entonces caen en la novedad, porque saben que es lo que no vieron. Mucha gente no se acuerda de lo que vio. Y compran en los quioscos de revistas. El público ése no es el que suele venir acá. Acá pasa algo distinto. Al tener películas muy específicas, nuestro público está compuesto por freaks, nerds, estudiantes de cine, cinéfilos”, describe.

No obstante, Barros reconoce: “El público está mutando. Ahora hay un afán de coleccio-nismo y compran las películas. Esto hace que se facture lo mismo y a la vez voy perdiendo stock”. El material de Mondo Macabro llega de lugares misteriosos, nada de la masividad de las distribuidoras. Acá, las piezas vienen de coleccionistas, productoras y la impronta se hizo fuerte en ciertos círculos. Hubo sí un cam-bio de estrategia, una manera de afinar la pun-tería: “Tratamos de conseguir lo que uno siem-pre quiso ver aunque no sepa cómo se llama. Ese servicio me encanta. Hacés feliz a la perso-na. El tipo se va contento y después vuelve”.

En la avenida Córdoba la mirada queda atra-pada a la altura de la calle Mario Bravo. La vidriera coquetea con los transeúntes. Un esce-nario alusivo a algún estreno cinematográfico es la característica de New Planet Films, que por estos días se empapela de cartelitos y guar-dapolvos para recrear Entre los muros, el film francés que indaga en la vida escolar de un barrio obrero. Adrián Solares, el dueño, afirma que no son estos tiempos fáciles para los del rubro: “Nos afecta terriblemente el hecho de que se vendan películas en la calle y el Gobierno no haga nada”. Solares, en sincronía, se dedica al marketing y sabe cómo atraer a los clientes. Por eso el local es una vedette emperifollada. “La idea es generar impacto –explica–, el con-

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RESISTIRé. Pablo Waisgol en su video. La efímera fama de Cuestión de peso lo ayudó.

“Si las ventas callejeras de DVD atraen al gran público, ávido de ver enseguida el estreno que exhiben las carteleras, algunos videos han fortalecido su lugar desde la especialización y el cine arte.

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cepto es que siempre se trata de una película de culto o no comercial que llame la atención y, si se puede, que esté en el límite. Tuvimos vidrieras sobre el aborto, el nazismo, sangre”. Además de la apuesta visual, el videoclub había salido a pelear el mercado desde la calle: “¿Cansado de Hollywood? Vení a New Planet”, decía el afiche. Aquí también funciona la idea de mostrar un universo exclusivo. Solares apostó por la búsqueda de figuritas difíciles y, por eso, la página web de New Planet hace alarde de “una de las más grandes colecciones del país”. Un estreno puede conseguirse por nueve pesos y hay abonos especiales.

Si las ventas callejeras de DVD atraen al gran público, ávido de ver enseguida el estre-no que exhiben las carteleras de cine, algunos videos han fortalecido su lugar desde la espe-cialización. Entre estudiantes de cine, cinéfi-los y otros mundillos exclusivos, el videoclub se ha vuelto un lugar de culto y varios son los locales en Capital Federal que han ganado adeptos en este sentido: desde la tradicional Liberarte, con la videoteca nostálgica en pleno centro porteño, hasta Esto es Cineramma, que se hizo marca registrada imponiendo su propio merchandising. Este local de la calle Lambaré al 800 se caracteriza por tener un manifiesto un tanto renegado. “No tenemos mail. No tenemos teléfono. No tenemos deli-very”, reza la biblia del lugar, y sigue: “No recomendamos películas. No sabemos dónde

para el 92. No contamos los argumentos”. Entre estos especializados, donde los catálo-

gos son por autor o país y un estreno de Hollywood mejor pedirlo en voz baja, para no escandalizar (solicitar Crepúsculo sería un sacrilegio), lo que más cotiza es el tesoro, el santo grial perdido en alguna videoteca, pron-to a ser rescatado. Solares lo cuenta: “Seguí con una estrategia que encaré desde hace mucho tiempo que es tener películas que nadie tiene, es decir, de cine de autor y de culto, y con eso podemos seguir funcionando los días de semana que es realmente cuando se siente la caída”. Esa tarea de coleccionista hace que los que desarrollan la actividad la sientan casi como una tarea social: “Alentamos a nuestros clientes a ver buenas películas. Es importante el director, no los actores, y todas las películas están ordenadas por el país del cual es el direc-tor”. Por eso mismo, para afianzar esa línea es que los dueños de los videoclubes reclaman que las editoras locales apunten al cine arte. De las cuatro distribuidoras nacionales hoy quedan tres: Gativideo, AVH y Transeuropa.

El cine comercial, ya se ve, es ganado por la venta callejera y online, donde, como promo-ción, se consiguen trece películas a $ 150 con envío exclusivo, aunque en la calle se consi-guen hasta por cinco pesos. La venta non sanc-ta no termina ahí. En los lugares de trabajo, de estudio, en los gimnasios, suele haber siempre algún vendedor que, cartuchera de DVD en

fIGuRITAS DIfÍCILES. Adrián Solares apuesta a las películas que ni los piratas pueden conseguir.

“Hay zonas totalmente piratas especialmente en el nordeste y noroeste. Otras son mixtas, como sucede en Capital o, en menor medida, en Rosario.”

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mano, logra las delicias del fin de semana. Su argumento, ademas del precio (menos que un alquiler en el video) es que la película queda en casa del comprador y la ve cuando quiere, cuantas veces quiere, él su familia y, si es gene-roso, sus amigos también.

Siempre hay momentos pico: vacaciones de invierno, fines de semana largo, días de lluvia y también hay sorpresas. Alejandro Botbol, el presidente de la Cámara Argentina de Videoclubes (CAV), dice que con la emergen-cia sanitaria y la reclusión que vino con la gripe A, el negocio recibió una bocanada de aire fresco. Sin embargo, luego de que pase la fie-bre preventiva, la situación de incertidumbre retomará su fuerza. “Entre la piratería y la bajada de internet, desde 2005 ha habido una baja del 10% anual en la actividad. No hay porcentajes definidos, pero muchos locales añaden nuevos rubros o se pasan a la pirate-ría”, explica Botbol desde Rosario.

Paradójicamente, la caída de muchos afian-za la posición de otros, que reabsorben clien-tela y se hacen más fuertes. Ésos, los que sub-sisten con el sistema de alquiler y venta de copias legales, se las han ingeniado para ofre-cer mayor calidad al público. Eso es lo que indica Botbol, que asegura: “Satisfacen a los clientes y sobreviven porque ven a la piratería como una realidad y la toman como una com-petencia más. Apuntan entonces a la calidad, a una página de internet linda, al delivery”.

“Hay zonas totalmente piratas –indica Botbol–, especialmente en el nordeste y noroeste del país. Otras son mixtas, como sucede en Capital o, en menor medida, en Rosario”. La expansión o no de la venta ilegal depende de los controles realizados por las autoridades locales. La caída de ingresos ante el acceso exprés a una copia en simultáneo del estreno cinematográfico se confabula con el alto precio de las copias originales (de entre 70 y 120 pesos) y la carga impositiva que un dueño de videoclub tiene que calcular en impuestos. “Nosotros pagamos un impuesto al video que se destina al INCAA, pero que es muy elevado en comparación con el impuesto al libro, y entendemos que el video tiene el mismo valor cultural”, se queja Botbol.

El público que aún asiste con frecuencia a los videoclubes, que se pierde entre las bateas y camina con una mano en la barbilla exami-nando cada cajita es, en general, mayor de 30 años. Son los que crecieron con el auge del VHS y forjaron así un ritual que, si bien no puede compararse con el del cine, se ajusta, único, a esas pequeñas rutinas que a veces dan placer. Hay un público nuevo, sin embargo, que ronda los 15 y los 20 años y que, lejos de la visita al videoclub, tiene los dedos hábiles de tanto manejar teclados para descargar pelí-culas en sitios online. Los que antaño reserva-ban el video estreno, pasados seis meses de su paso por el cine (hoy tardan cerca de dos meses en llegar al DVD) se mantienen fieles a eso que prometía buen rato frente a pantallas que lejos estaban de ser planas y en vivos colo-res como el plasma actual. El panorama mutó. Hoy las distribuidoras lanzan unos cuarenta títulos por mes. Las novedades, según el Prensario del Video, se han reducido un 12% con respecto al año anterior, aunque el precio de los alquileres ha subido un 7%. La comedia es el género estrella, dejando por debajo al drama, que coronaba la lista el año pasado.

No todo es matemático y la receta de la especialización que aplicaron algunos no siempre funciona. Los videoclubes de barrio, por ejemplo, no resistirían a puro cine arte. El dueño de Wais, en la calle Avellaneda y Bolivia, lo reconoce: “Acá la gente no busca tanto el

“Blockbuster sufrió bajas de sucursales en Buenos Airesy el exterior. Y fue mutando al incorporar la venta de películas prealquiladas o nuevas, golosinas y electrónica, haciendo de éstassu punto fuerte.

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cine de autor, pero igual vienen porque les brindamos un servicio. Están acostumbrados al ritual de buscar, ver, devolver el video”. Pablo Waisgold tiene 39 años y hace catorce que se inició en el tema. Era el 95, época de pleno auge, y su local destacaba –y aún lo hace– por la entrada antigua de grandes ven-tanales. Sin embargo, fue hace un par de años que se volvió centro de miradas y el barrio se alborotó. Pablo y Sabrina, su mujer, ingresa-ron en el programa Cuestión de peso, conduci-do por Andrea Politti. La pareja ingresó al reality para intentar bajar de peso y buscar un hijo. La historia de amor conmovió. Mucha gente iba al local y, entre alquiler y alquiler, le pedía autógrafos. “Bajé 60 kilos –recuerda Waisgold–. Me gustaba estar en la televisión, pero me llevaba mucho tiempo”. Hoy, Video Wais se diferencia de la luz blanquecina y la claridad freezada del Blockbuster. Hay olor a barrio en sus rincones. La publicidad de los productos Cormillot cuelga, ya caduca, de una de las paredes. “Vendí los productos durante un tiempo, cuando estaba en el programa, pero ya no”, explica Waisgold. Como ingresos extras, él y su socio agregaron el revelado de rollos y la venta de juegos, aunque la PlayStation, dice, “es complicada, porque hay mucha copia y poca cosa legal”.

Aunque acepta que el negocio está difícil, Waisgold resiste: “Hasta que me dé, voy a aguantar, luego cerraré la cortina”. Mientras tanto, en el local arman promociones (dos alquileres por ocho pesos, durante cuarenta y ocho horas) y eso apunta a competirles a lo golpeados Blockbuster, que en los últimos meses han cerrado varias sucursales en Capital y que en el exterior también han sufrido bajas: en Perú, México, España y Ecuador, por ejem-plo. De hecho, el mismísimo Blockbuster mutó a lo largo de los años al incorporar la venta de películas, golosinas y electrónica, haciendo de éstas su punto fuerte.

Lejos de las grandes ciudades, Dante cuenta sus años en el negocio del videoclub por tem-poradas, como se cuentan las series. Ya va por la número dieciséis. Su local en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires resiste al embate de las distintas crisis y lleva un poco de cine a un lugar que, para apreciar al sépti-mo arte, no tendría otra opción que viajar a la ciudad más cercana. En la primera temporada de Dante, entonces, allá por 1995, el boom de los videoclubes había llegado al pueblo. Tres videos para cinco mil almas sonaban a bestia-lidad, pero durante un tiempo convivieron.

Con el sistema satelital de cable (Sky o DirecTV), la actividad se redujo. Terminaba la

“Nosotros pagamos un impuesto al video que se destina al INCAA, pero que es muy elevado en comparación con el impuesto al libro, y entendemos que el video tiene el mismo valor cultural.”

mONDO mACAbRO. Uriel Barros en un lugar de culto. Factura pero pierde stock.

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década de los noventa y la televisión por cable con infinitos canales se volvía una amenaza. Sólo su negocio quedó en pie. “A mí me gusta mucho el cine, siempre me gustó. Y durante esos años trabajaba a pérdida”, confiesa Dante, mientras atiende a pibitos que a la hora de la siesta llegan para jugar a la PlayStation, el recurso que encontró el dueño para ayudar al bolsillo. La idea le rinde: “Con la Play hago diferencia. Uno tiene que andar buscando siempre alguna entrada extra. Pero me costó acostumbrarme a tener el negocio lleno de chicos. Yo soy muy pulcro y los pibes te revolu-cionan el negocio”.

El fantasma de los sitios de descarga casera no asusta todavía a su negocio. En el pueblo, hay pocas casas que tienen internet. La conexión no es buena y la descarga entonces se hace muy lenta. Sí compite, sin embargo, con la venta de películas en pollerías, quioscos y mercerías. “Acá hay códigos, yo no puedo lla-

mar para denunciar a nadie. Cada uno cuida su quinta y listo. No me meto y no se meten conmigo. Además, hay que sobrevivir y vos vas a sobrevivir.”

Ese sobrevivir implica para Dante la renun-cia a la compra de películas originales. Reconoce que utiliza réplicas: “Son de calidad. Las chequeo a todas. Tienen que ser buenas, así hago la diferencia. Con internet, esto se volvió tierra de nadie. Y hasta que las distribui-doras no se den cuenta de que $ 120 por un DVD es mucha plata, esto no va a cambiar. Yo a las copias las consigo por $ 20. Acá te llega una boleta de gas a $ 400 y hay que pagarla y para eso tiene que entrar plata”, fundamenta. Entonces compra las réplicas de buena calidad y sacia el hambre de los que exigen lo que está en cartel, lo que él llama “preestrenos”. Sin

embargo, igual que en la ciudad, ir al video es para muchos una tradición. En el pueblo, en las tardes de fin de semana, los jóvenes se jun-tan para ver películas. “Todavía les gusta eso de tener la cajita en la mano, de mirar la tapa, de elegir. Y yo recomiendo mucho”, dice Dante, que hace unos meses archivó los VHS y dejó sólo en exhibición los DVD.

Dante alquila las películas a cuatro pesos y asegura que los videos porno son los que siem-pre se mantienen. “Acá yo conozco los gustos de todos. Sé a quién le gusta las de terror, a quién las comedias, y también les saco la ficha a los que buscan las pornos. Por las miradas te das cuenta. Y la mayoría de mis clientes las han pedido”. Recuerda con asombro una visita pasada a la Capital, cuando alquiló en Blockbuster. “Para sacar una película, tuve que pagar la deuda de mi primo, que había devuel-to una a destiempo. Acá no pasa eso. A mí me llama la atención cuando vienen a devolver el DVD al día siguiente, porque acá se los quedan hasta una semana. A lo sumo, les mando un mensaje de texto para que vengan a traerlas, si es que alguien quiere la película.”

Era 1976 cuando Ryan Kugler incursionaba en el negocio del VHS y con ese gesto introdu-cía en el mundo del consumo una nueva expe-riencia: la del cine en casa. La tecnología, esa criatura que muchas veces se come su propia cola, daba un nuevo paso. En 2006, Una histo-ria violenta, de David Cronenberg, se convir-tió en el último lanzamiento de Hollywood en VHS. El DVD pasó a ser la niña bonita duran-te estos años. Ahora, quienes están en el nego-cio del video preanuncian un nuevo idilio: el Blu-ray, que promete aún mayor calidad. Este nuevo formato les despierta esperanzas. “Es un mercado muy incipiente, pero lo veo con opti-mismo. Algunos videoclubes lo están trabajan-do y, con el abaratamiento de los reproducto-res, que en Estados Unidos ya se venden a cien dólares, el año que viene puede ser bueno para su implementación”, asegura Botbol, que infor-ma que, al menos hasta el momento, es muy costosa la realización de una copia pirata en ese formato. El original tendría un respiro hasta que alguien descubra ese antídoto que, en tecnología, siempre aparece.

Internet y las nuevas tecnologías en general plantean discusiones universales sobre los derechos de autor, consumo cultural y produc-ciones artísticas. Por debajo, esos debates se encarnan en lo cotidiano. El panorama cambia tan rápido que son pocos los que predicen el sentido del vendaval tecnológico que espera siempre a la vuelta de la esquina. Mientras escampa, son muchos los videoclubes que esperan, esquivan el “Eject” y se resisten a bajar la persiana.

“En los lugares de trabajo, de estudio, en los gimnasios, suele haber siempre algún vendedor que, cartuchera de DVD en mano, logra las delicias del fin de semana.

“Todas las esperanzas están puestas en el Blu-ray, que promete aún mayor calidad. Para este nuevo formato que promete explotar en 2010, las copias son aún muy costosas.

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POR LEONARDO m. D’ESPóSITO

Hay algo más que el virus combinado de internet y cable detrás de la agonía de los videoclubes: todo el negocio de lo audiovisual cambió radicalmente para favorecer un

modelo de concentración económica que, hoy, se está fagocitando directamente –e incluso– al cine de gran presupuesto. Vamos por partes. En primer lugar, apareció, se extendió y popularizó el cable, al punto de desplazar poco a poco a la televisión de aire (algo que los canales aún no advirtieron en toda su magnitud). Esto afectó al videoclub porque antes un film aparecía en video por lo menos ocho meses después de su estreno en salas –lo que, además, ampliaba su vida en la pantalla grande– y disminuyó las “ventanas” (el período de explotación exclusiva en uno u otro formato). En un año, hoy, un film pasó al cable. Al video, en mucho menos tiempo (a lo sumo, seis meses). Por otro lado, apareció internet, que no sólo es una ampliación de la capacidad para el entretenimiento, sino también una forma creciente de ver films –bajándolos de la web o mirándolos directamente en algunos sitios–. Hay más problemas: cuando las grandes cadenas –especialmente Blockbuster– llegaron a la Argentina, se reprodujo el esquema de negocio que está destruyendo el cine: muchísimas copias de pocas películas. Si ya el consumidor medio iba poco al videoclub (olviden las “colas de domingo”, que ya se extinguieron) ahora va menos. ¿Para qué, si además de tener mínimas alternativas y ser atendido por gente que puede ser muy voluntariosa pero le da lo mismo alquilar películas que vender una sopa (que también venden, porque en el videoclub hay alfajores, cigarrillos, pochoclo y sopas), la película en algún momento se verá en el cable o “ya está para bajar”? Los videoclubes de cadena han evitado que un empleado que sepa de cine realmente se ocupe de orientar al consumidor (ya no “espectador”) no sólo porque se trata de gente que sólo tiene que facturar, sino porque una mínima orientación podría conspirar contra el negocio. Mejor recomendar aquello de lo que hay mucho, no sea cosa. Otro problema es que la manera como se nutren de películas ha desvirtuado completamente

la oferta y la demanda. En efecto: compran al por mayor, con precios menores al del videoclub que accede a una o dos copias de cada estreno, desnaturalizando la oferta. Y después esas copias “prealquiladas” se venden por mucho menos de su valor en el mercado, lo que también altera la idea de “ir y alquilar”. Sin embargo, lo peor que sucedió con las cadenas es que desactivaron toda curiosidad. Es muy difícil encontrar clásicos o films con poca difusión. Esa tarea que también tiende a desaparecer de las librerías (ni hablar de las cadenas de música, donde el estado de situación es desesperante) afecta el componente “club” del video. Es cierto que siempre fueron minoría los buenos videoclubes atendidos por gente con amor por el cine, por personas que realmente vieran las películas y pudieran compartir sus impresiones. Pero la alteración del negocio lo redujo aún más. El problema es que hoy uno puede encontrar cientos de copias de la película que se estrenó en otros cientos de salas mientras que es tarea insalubre encontrar ese pequeño film francés que nos recomendaron seis meses atrás. De hecho, el problema afecta incluso a grandes éxitos estadounidenses: hay films que sólo salen en video –ejemplo, muchas comedias muy buenas con Will Ferrell o Adam Sandler– pero como no tuvieron la prensa del estreno, muchas veces aparece sólo una copia escondida por ahí. Si aparece. El cine del resto del mundo, olvídenlo: sin posibilidad de tener mercado de videoclub, muchas editoras optan por no publicar films que sería importante ver. ¿Alguien encontró copias en DVD de Felices juntos, Madre e hijo, Detrás de los olivos o La anguila, grandes films contemporáneos? ¿Alguien sabe dónde se puede conseguir para ver una copia legal y buena de El desprecio, La mujer de la próxima puerta o La ceremonia? Estas ausencias también incentivan –hasta justifican– la bajada ilegal de internet. Lo interesante es que las cadenas cada vez alquilan menos y cada vez tienen precios más caros. Es decir, cada vez tienen menos público. Quizás eso sirva para replantear el negocio y que la solución no pase por ofertas de día martes solamente, sino por una mayor variedad y amabilidad a la hora de generar el interés del espectador.

Las cadenas que nos oprimen

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autos

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E s la estrella de Nissan. El primer ejemplar fue lanzado en 2003, en

Japón, con un motor V6. El objetivo era forjar una serie de modelos off road para conquistar ese segmento y superar su índice de ventas mundiales. Hoy llega la nueva generación del Murano, con un notorio nuevo diseño exterior –algu-nos detalles de interior tam-bién– y mayor tecnología.

La sensación de manejo, placentera, se mantuvo.

Este nuevo Murano es un vehículo al que se le nota el origen francés –Nissan está asociada con Renault–, no sólo en el diseño sino tam-bién en el precio, que es bien europeo para sus dos versiones: Comfort (47.000 euros) y Premium (50.600 euros).

Como hizo con la Frontier y la Xtrail, la marca japone-sa trata de agregar cambios notorios cada vez que equi-pa un modelo preexistente y le hace modificaciones, por pequeñas que sean. En este caso, se trabajó en el refinamiento del motor V6 hasta llegar a un potente y furioso 3,5 litros, que entre-ga 260 caballos de fuerza. Se ganaron unos 31 CV con respecto a la línea anterior.

Su nueva carrocería es

fina y ruda a vez: la idea básica que busca expresar un crossover.

La trompa –donde más se ven los cambios– presenta una parrilla que le da perso-nalidad al modelo, con amplias luces delanteras más alargadas que las anteriores. Son nuevos los faros antinieblas, tan fla-mantes como los paragol-pes, el capot y las llantas de 20”. El baúl se extiende

en armonía hasta las diná-micas líneas de los latera-les. La parte trasera del Murano ha sido retocada y presenta un vidrio que le da una mayor visibilidad y un tubo de escape doble con acabado en cromo. El dise-ño posee un perfil más aerodinámico que antes.

Dentro del equipamiento se destaca el sistema de arranque a través de botón, múltiples detalles en made-ra y aluminio, llave inteligen-te –recuerda la posición de manejo del dueño– opcio-nal, navegador con DVD, disco duro de 9,3 GB, conexión para iPod y techo solar. Además, ofrece en la caja las variantes de trac-ción simple o integral.

Dos modelos se venderán en los concesionarios Nissan a partir de la segun-da mitad de este año.

nissan murano

Nueva generación

a los clientes –de todas las marcas– les encanta. El mercado,

a pesar de la crisis, sigue pidiendo modelos como éstos. BMW cumple y apor-ta su 4x4 de tamaño com-pacto. Este nuevo modelo de la marca alemana fue anticipado el año pasado en el Salón del Automóvil de París, con el nombre de prototipo X1 Concept. Llegaría al país en la prime-ra mitad de 2010, con un corazón de seis cilindros en línea de 3 litros, que entrega una potencia de 258 CV. Mientras que los propulsores diésel son todas variantes de un motor de 2 litros con rango

de potencia de 143, 177 y 204 caballos.

Tendrá versiones de doble y simple tracción (tradicionalmente trasera). Los motores serán un naftero y tres opciones gasoleras.

Se sumará a la pelea del lujo con el Q5 y el GLK, de Audi y Mercedes-Benz res-pectivamente. El X1 tendrá unas medidas excelentes para la ciudad, con 4,4 metros de largo y una dis-tancia entre ejes de 2,78 metros, además de su con-fort de marcha y su espa-cio interior –puede trasla-dar cómodamente a cinco pasajeros–, característico de la marca alemana.

La nueva 4x4 de BMW

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Carlos, 56 años, mecánico

¿Hace cuánto que se dedica a la mecánica?–Hace cuarenta años. Mi padre tenía taller y empecé cuando

estaba en el secundario. Ayudaba a mi viejo, súper entusias-mado. Hice cursos de mecánica pero casi todo lo aprendí con él.

–¿Hay secretos?–Tiene que haber mucha pasión por esto. “Cualquier falla me lo

trae”, ésa es mi frase de cabecera. Muchos vienen sólo a consultar y uno les da su parecer. Con los años me armé una clientela importante, se ha forjado todo de boca en boca, supongo que por el trabajo que uno brinda. La verdad, me divertí mucho en todos estos años.

–¿Su especialidad?–Lo que más me gusta son los motores, carburación, inyección.

Hago mecánica general también –frenos, tren delantero, suspensión trasera, diferenciales–. Hacer andar un motor muerto es bárbaro. Uno lo va haciendo de a poquito. De abajo. Cuando lo oigo encender me da la misma sensación que cuando comencé con esto.

–¿Su primera vez? –A los 15 o 16 años armé un motor Ford 59, V8 de aquella

época. Cuando le di marcha y escuché ese ruido me sentía espec-tacular, es una satisfacción. Es pasión, nunca pensé en el dinero, pero por suerte, con esfuerzo, puedo vivir dedicándome a esto.

–¿Cuál fue su máximo logro?–Pregunta difícil. He hecho de todo. Un coleccionista me trajo un

BMW al que no le andaba el motor, fue una satisfacción muy grande ponerlo de nuevo en carrera. Antes había pasado por tres mecánicos que no lo habían podido poner en marcha; yo lo logré. Un deleite. Hasta he logrado meter motores diésel en autos nafteros. Cambié suspensiones de años por modernas, a una F-100 le puse un motor Isuzu, japonés y gasolero. Ya no hay tantos de esos pedidos.

–¿Cómo son los clientes?–Hay todo tipo de clientes. Antes tenían más paciencia, hoy quie-

ren los coches para ayer, si es posible. No tengo pósters de chicas, por si vienen clientas con chicos. Siempre fuimos respetuosos.

En la calle

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La nueva 4x4 de BMW

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A 40 años de la llegada del hombre a la Luna, una revisión de la historia con anécdotas y curiosidades muy poco conocidas. Política y religión a bordo del Apolo XI, que a punto estuvo de estrellarse.

Lunáticos

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POR FEDERICO KUKSO

Lo peor ya había pasado. Después de 109 horas de viaje, 6.540 minutos de tensión y algo más de 384 mil kilóme-tros de pura ansiedad y adrenalina,

finalmente estaban ahí, en la Luna. No podían asegurar en ese momento que regresarían, pero al menos sabían que habían llegado. Era domingo y el comandante de la misión, Neil Alden Armstrong, alias “Capitán Frío”, aún no había abierto la escotilla. Fue entonces cuando aprove-chó: Edwin Eugene Aldrin, Jr., rebautizado Buzz por su hermana, pidió permiso y se apropió de la radio. “Houston, éste es el piloto de Módulo Lunar Eagle hablando –dijo con determinación y confianza desde allá arriba o abajo dependiendo desde donde se lo viera–. Me gustaría pedir algu-nos momentos de silencio. Me gustaría invitar a cada persona que está escuchando, quienquiera o dondequiera que él pueda ser o estar, a contem-plar por un momento los acontecimientos de las últimas pocas horas, y dar gracias en su propia manera individual”.

Y entonces, silencio. Sin que nadie lo escuchase –salvo Armstrong que lo contemplaba atónito sin poder creer lo que estaba viendo–, Aldrin, un presbiteriano devoto, sacó de la nada un kit o estuche de comunión que le había obsequiado su pastor, un tal Dean Woodruff de la Iglesia Presbisteriana de Webster en Texas. No era más que un cáliz de plata en miniatura y un dedal de vino. Improvisando un altar en el anaquel de plástico que estaba frente a la pantalla de la com-putadora, vertió el vino en el cáliz, con todas las dificultades de la gravedad lunar (un sexto de la terrestre), comió la mini hostia y tomó de un tirón el vino mientras por dentro leía el versículo Juan 15:5 (“Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto”) y daba las gracias, como recordaría muchos años después, “por la inteligencia y el espíritu que habían llevado a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad”.

Faltaban cuatro horas para que Armstrong abriera la escotilla del Águila –el módulo lunar– y descendiera por los nueve escalones de la escalera para decir su famosa frase luego de estampar su bota en una superficie sembrada de cráteres. Y ahí estaban ellos, en el comienzo de una de las relaciones más tensas y más ocultadas de la histo-ria. Ahí estaba Aldrin, quien siempre quiso ser el primero y por ende, acaparar toda la gloria, echándole leña al fuego de las contradicciones de la historia: en la mayor hazaña técnica de la espe-cie humana, la primera comida de un hombre en la Luna había sido una hostia.

“Había tenido la intención de leer mi pasaje de comunión, pero en el último minuto de los prepa-rativos en la Tierra, el director de operaciones,

Deke Slayton, me pidió que no lo hiciera eso –dijo varios años después el segundón más famoso del mundo, aquel que se zambulló en más de una oportunidad en la espiral del alcoholismo, quien se hizo un lifting facial a los 77 años y hoy cobra 30 mil dólares por aparición–. La NASA estaba ya embrollada en una batalla legal con Madelyn Murray O’Hare, la célebre oponente de la reli-gión, sobre la tripulación del Apolo VIII que leyó el Génesis mientras orbitaba alrededor de la Luna en Navidad. Estuve de acuerdo a regaña-dientes”.

El cielo rojoEn realidad, lo de Aldrin no fue muy de otro mundo. Una vez que se abandona la mirada inge-nua, que sólo se obnubila ante “fotos impacto” o infografías de lo infografiable, los viajes espacia-les, como cualquier proyecto humano, van mos-trando sus dimensiones de irracionalidad. En el caso de las misiones Apolo (desde la Apolo I donde murieron sus tres tripulantes –Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee– a la Apolo 13 –la fallida– y la Apolo 17, que bajó el telón a la edad de oro espacial) esos juegos de palabras y de significados se evidencian en el mismo nombre: fue un dios griego, de la luz y el sol, la música y la poesía y hasta del tiro con arco, el que identificó a la mayor hazaña tecnológica del homo sapiens, una especie “recién llegada” que en sólo 300 o 200 mil años –nada en térmi-nos espaciales– descendió de los árboles hacia la sabana, aprendió a caminar erguida, fabricó herramientas de piedra, domesticó el fuego, inventó la agricultura, levantó ciudades, dominó la Tierra y arrinconó al átomo.

Son las contradicciones internas que luego se minimizan, se olvidan. Estados Unidos necesita-ba de toda la ayuda y el empuje posible –de dio-ses, de vino bendecido y del cuerpo de Cristo- para llegar antes, para pisar primero y gritar “¡ganamos!”. No lo dijeron así, pero casi: si el descenso triunfal de Armstrong, acompañado 20 minutos después por Aldrin, quien se aseguró de no cerrar la puerta del módulo pues no tenía picaporte exterior, no hubiera sido televisado, el impacto tal vez no habría sido el mismo.

Y otro condicional: si los astronautas norte-americanos no hubieran plantado su bandera en el suelo gris –bandera que le costó a la NASA 5,50 dólares y que hoy ya no está ahí plantada–, sino la de las Naciones Unidas, como en algún momen-to se especuló y después se descartó, la historia espacial, política, internacional y demás sería otra. Nadie lo sabe. Ni ahora ni nunca.

Lo que sí se sabe es que todo empezó con una bola metálica del tamaño de una pelota de bás-quet llamada Sputnik. Fue el 4 de octubre de 1957. Con su desesperante bip bip, el artefacto soviético –el primer satélite artificial humano–

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“En la mayor hazaña técnica de la especie humana, la primera comida de un hombre en la Luna fue una hostia. Aldrin, presbiteriano devoto, sacó de la nada un kit de comunión que le había obsequiado su pastor en Texas.

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paralizó de asombro a los estadounidenses y al mundo.

El espacio comenzaba a teñirse de rojo: el 3 de noviembre de 1957, la perra moscovita y callejera Laika fue el primer animal vivo en recorrer una órbita alrededor de la Tierra. El 12 de abril de 1961, el cosmonauta Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en asomarse al universo, pegar una mirada y una vuelta de 108 minutos para luego volver (vivo).

Mientras los discursos de John F. Kennedy no hacían más que inflar los egos norteamericanos (y su patriotismo casi genético), la Luna comen-zaba a ser vista como territorio soviético. Los commies (forma despectiva de referirse a los comunistas) ya habían llegado a ella con sus son-das Lunik o Luna, obra del gran ingeniero Sergei Koroliov: la Luna 1 pasó rozando, a seis mil km del satélite a principios de 1959; la Luna 2 se estrelló en su superficie el 14 de septiembre de ese año; la Luna 3 envió a la Tierra imágenes de su cara oculta. Y así, año tras año. Hasta la Luna 24 que el 14 de agosto de 1976 llegó, excavó unos dos metros y volvió a la Tierra con muestras.

Las Pirámides del siglo XXLa pregunta, que se sitúa hoy en el epicentro de la exploración espacial, también aguijoneó en plena Guerra Fría: ¿qué es mejor?, ¿mandar al espacio una sonda robot o seres humanos? Los Estados Unidos eligieron la opción número dos, con bastante ayuda de un grupo de ingenieros alemanes expatriados, a la cabeza de los cuales figuraba Wernher von Braun (versión condensa-da de Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun), Mr. Rocketman, el creador del cohete Saturno V que llevó a Armstrong, Aldrin y Collins a Luna. Los norteamericanos necesitaban un show y lo tuvieron ahí, en aquella roca inerte en el cielo, causante de las mareas y, durante eones, metáfora de lo inalcanzable, lo imposible.

El programa espacial estadounidense fue algo así una construcción contemporánea de las Pirámides. Participaron más de 400 mil ingenie-ros –400 mil héroes anónimos– sólo en la misión Apolo 11, por ejemplo, y se invirtieron varias decenas de miles de millones de dólares. No se podía fallar. Y aunque se vendió siempre como una hazaña científica, en verdad siempre la intención fue otra: política, económica, estratégi-ca, militar.

Por entonces, mucho no se hablaba de la inten-ción de descubrir cómo había surgido la Luna, de dónde había aparecido, cómo se había formado, o qué secretos sobre la formación del Sistema Solar las rocas lunares traídas a la Tierra podrían reve-lar. El único imperativo era mandar alguien –estadounidense, hombre, blanco– a la Luna, exhibirlo pletórico al mundo y traerlo de vuelta. En términos artísticos, realizar una performance.

Si el ánimo hubiera sido meramente explorato-rio, por amor a la ciencia y al saber, se podría haber imitado el modelo ruso y enviado, como se hizo en estos años en Marte, Venus y Titán, luna de Saturno, sondas robots manipulables a la dis-tancia.

“El programa Apolo terminó cuando el primer científico pisó la Luna –escribió Carl Sagan, a fines de los setenta–. Harrison Jack Schmitt, geó-logo, formado en Harvard, fue uno de los dos hombres que tripularon el módulo lunar del Apolo 17 en diciembre de 1972. Fue el primer científico que estudió la Luna desde su superficie. Resulta irónico que, cuando el programa Apolo había logrado este importante progreso en la exploración científica de la Luna, se cancelara. Por consiguiente, el primer científico que pisó la Luna fue el último hombre en llegar a la Luna, al menos en un previsible futuro”.

El sabor de las ironías“Aquí, hombres procedentes del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna en julio de 1969 d. C. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad. Firman: Neil Armstrong (astronau-ta), Michael Collins (astronauta), Edwin Aldrin, Jr. (astronauta) y Richard Nixon (presidente de los Estados Unidos de América.” La placa conme-morativa está aferrada a una de las patas del módulo lunar que hoy descansa como pieza de museo en el Mar de la Tranquilidad en la Luna. Los historiadores del presente ya advierten el sabor de la ironía y los historiadores del futuro lo advertirán aún más: mientras Estados Unidos regaba el sudeste asiático con siete megatones de explosivos, los firmantes auguraban paz.

“Al aterrizar el módulo lunar, Armstrong estuvo a 20 segundos de quedarse sin combustible y estrellarse contra el suelo.

PRImEROS. Aldrin, Collins y Armstrong, los astronautas que llegaron a la Luna hace cuarenta años.

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El (verdadero) lado oscuro de la lunaMucho se ha dicho sobre la hazaña del hombre en la Luna. Entre lo que

se ha dicho que existe la hipótesis de que, en realidad, este hecho nunca

existió. Ese lado oscuro de la conquista lunar no ha tenido tanta prensa.

Infografía lunática de Norberto Baruch B.

Crítica de la Argentina Fuente: Tom Wolfe, The Best of Rolling Stone, Straight Publishers, Inc; James R. Hansen, First Man: The Life of Neil A. Armstrong, Simon & Schuster; www.clavius.org/

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viento en la Luna

2 No había avanzado tanto la tecnología fotográfica ni las películas para hacer fotos en la Luna, soportando las altas temperaturas 3 Por qué el Telescopio Hubble no tomó fotografías del alunizaje

Homenaje a la portada del disco de Pink Floyd (Dark Side Of The Moon), de junio de 1972, realizado por Hipgnosis

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eros satélites y poniendo astronautas en órbita, porque todavía no han podido llegar a la Luna 5 El experto David Mackey sostuvo que las rocas obtenidas pertenecían a la Luna (sin decir que era em

pleado de la Nasa)

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10 Sostienen expertos que la Luna se debería ver como la tierra de noche y el fondo debería estrellas que, por alguna extraña razón, no aparecen en ninguna de la fotografías de la misión

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5 videos de aquel primer alunizaje. Esta, tal vez, sería la única prueba real de que la misión Apolo 11 existió y tuvo éxito, poniendo al primer hombre sobre la superficie de nuestro satélite

11 razones

para dudar de

la Apollo 11

11 canciones

del disco

de Pink Floid

que tienen razón

EE.UU. estaba en medio de la guerra fría contra Rusia

Stanley Lebar adaptó las cámaras para que filmaran todo, menos las estrellas

Neil Alden Armstrong se mantiene escondido, sin hablar con la prensa

Conflictos

armados

Mentiras

Locura

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El objetivo era otro: llegar, mostrarse, plantar una bandera, dejar una placa, sacarse fotos, vol-ver, pasar a otro tema. Por algo las seis misiones que le siguieron a la Apolo XI fueron –televisiva-mente– tan intrascendentes (salvo, claro, la Apolo XIII, el pico del drama luego llevado obviamente al cine): el paso lunar (antes de que Michael Jackson lo resignificara y popularizara a su genial modo) se había naturalizado.

La lógica del espectáculo cayó como un manto sobre el mundo espacial: los astronautas en la Luna dejaron de ser una novedad. No había nada nuevo para mostrar. Los segundos actos nunca fueron considerados muy buenos. La televisión había matado la distancia, los 385 mil kilómetros que separan la Tierra de la Luna. Y eso que todo podría haber sido el mayor ridícu-lo de la historia estadounidense: al aterrizar el módulo lunar, Armstrong estuvo a 20 segundos de quedarse sin combustible y estrellarse contra el suelo. El descenso, de hecho, se realizó en medio de un coro de alarmas. A Armstrong, quien supo el 23 de diciembre de 1968 que iba a comandar la misión, no lo convencía el lugar designado para estacionar y continuó buscando. Hasta que lo encontró. Y ahí, tranquilizó: “Houston, aquí base Tranquilidad. El Águila ha aterrizado”.

El hombre soloArmstrong y Aldrin estuvieron en la superficie lunar un poco más de 21 horas, seguidos bien de cerca –desde arriba– por Michael Collins, quien cada dos horas daba una órbita a bordo del módulo de mando de la nave Columbia alrededor de la roca que acompaña a la Tierra desde hace 4.000 millones de años. Su trabajo fue uno de los más solitarios en esta experiencia: durante 48 minutos, Collins se ocultaba en el lado oscuro de la Luna, solo acompañado por sus pensamientos, hasta que volvía a aparecer e intentaba divisar desde arriba lo que sus compañeros hacían ahí abajo, en la llanura pedregosa del Mar de la Tranquilidad: iban y volvían. Dormían. Salían y regresaban, de nuevo, repletos de polvo lunar, aquel que, según Aldrin y Armstrong, le daba al módulo Águila su particular olor interno, tan irreproducible como inimaginable. Michael Collins estuvo cerca pero al mismo tiempo lejos. Pero sobre todo, solo: en esos dos días, 20 y 21 de julio de 1969, estuvo más solo que ningún otro ser humano en toda la historia de la especie.

El espectáculo fue televisivo por donde se lo mirase. Erik Barnouw, un historiador de los medios, llegó a definir la misión Apolo como "la serie de televisión de más rating de la historia". Incluso, más que el final de M.A.S.H. en 1983 que convocó a 125 millones de personas frente a las pantallas.

No había sensación de extrañeza: 2001: Odisea espacial de Stanley Kubrick (y, claro, Arthur C.

Clarke) se había estrenado un año antes, en 1968, y había preparado el camino. La llegada a la Luna, así, fusionó en las mentes de los millones de televidentes realidad y ficción, hechos con mitos, certezas con deseos.

Cuando se pensaba que los hoteles lunares iban a ser moneda corriente en los 80, todo se frenó. En lugar de avanzar “hacia el infinito y más allá”, como impulsaba la ciencia ficción –el folklo-re del siglo XX– , no se salió del vecindario: con los transbordadores espaciales los viajes sólo fue-ron de cabotaje. Ni colonias en la Luna, ni vaca-ciones en Titán. La “generación Apolo” quedó frustrada, sin explicaciones. Habían sido tenta-dos y excitados para luego caer en la promesa permanente, como la que ahora asegura que para 2020, por fin, se regresará a ahí arriba.

Mientras esa fecha llega, mejor desempolvar el LP o bajar el MP3 y darle Play al himno espa-cial por excelencia, Space Oddity de David Bowie, y comenzar a tararear: “Ground Control to Major Tom / Take your protein pills and put your helmet on..." 2

“Mientras los discursos de John F. Kennedy no hacían más que inflar los egos norteamericanos, la Luna comenzaba a ser vista como territorio soviético. Los commies ya habían llegado a ella con sus sondas Lunik.

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La historia de la reloje-ría está sembrada de grandes proezas téc-

nicas, o de grandes microproezas sin utilidad alguna, al menos en tér-minos prácticos. El tourbi-llon, sin ir más lejos, no tiene en la actualidad más sentido que el del asom-bro y la admiración. Y lo mismo pasa con la haza-ña histórica sentada por la manufactura suiza Girard-Perregaux y su mecanismo sobre tres puentes de oro. De hecho, la reputación de esta marca, que hoy se encuentra entre las diez grandes de la haute horlo-gerie, se filia directamente en su obra maestra técni-ca y estética, el tourbillon sobre tres puentes de oro, resultado de una vida –la del relojero fundador, Constantin Girard– dedi-cada a la investigación y el desarrollo de los arte-factos en miniatura. Claro que fue, en su origen, el mecanismo que animó un reloj de bolsillo. Y como tal ganó dos medallas de oro en las exposiciones universales de París, en 1867 y 1889. Hoy, en los modelos de pulso de dama o caballero, sigue llamando la atención ese cuadrante casi vacío en el que el mecanismo está montado en un solo eje y sin embargo funciona con una precisión óptima.

Pero las innovaciones, una vez echadas a andar en el mercado, pertene-cen al terreno común. Y en relojería, como en cual-quier industria, las ideas vuelan de aquí para allá. Entre las novedades 2009 que presentó otra casa suiza, la renovada Corum, aparece un raro modelo dotado de un nuevo cali-bre llamado Ti-Bridge. Nobleza obliga, la casa anuncia en su presenta-ción que se trata de un reloj inspirado en el legen-dario mecanismo Golden Bridge, pero de uno que “llega todavía más lejos”. En principio, quiere des-marcarse por su estilo contemporáneo, un dise-ño moderno para un con-cepto creado hace ya unos cuantos años como alternativa formal de los calibres que laten en el interior de las cajas de los relojes. Es, como el de Girard-Perregaux, un mecanismo lineal que combina referencias al diseño y a la arquitectura e incorpora componentes como el titanio –un mate-rial liviano pero exigente a la hora de trabajarlo–, tanto en el mecanismo como en la caja. Con el puente mayor en este metal, la máquina de Corum tiene una autono-mía de marcha de 72 horas y va en una caja combada, de forma de

tonel –tonneau, que se le dice– que mide 42,5 mm por 41,5 mm y está prote-gida por un ancho cristal de zafiro abombado en la parte superior. La caja combina superficies puli-das y satinadas, y la esfe-ra tiene agujas caladas y luminosas, que permiten la lectura de la hora en la oscuridad. Muy exclusivo, sujeto con una correa de cuero de cocodrilo, el modelo Ti-Bridge llega para resucitar un antiguo saber de los maestros relojeros y se produce en una edición limitadísima –sólo 750 ejemplares– que se lanzará en este 2009.

tiempo

Proeza técnicaUn nuevo modelo –esta vez de Corum– basado en el mecanismo sobre tres puentes de oro creado por Girard-Perregaux en el siglo XIX. ¿Para qué sirve? Bueno, ya se sabe que los relojes no están solo para dar la hora.

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tres puentes. Sobre el triple puente de oro, el mecanismo del Ti-Bridge. La proeza no hace a la función, sino a despertar asombro.

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Por Julio López

E l 2 de julio de 2007, el rey de las búsquedas anunció la compra de

una compañía especializa-da en las comunicaciones telefónicas a través de inter-net (GrandCentral.com). No se reveló el monto de la operación, que fuentes financieras estimaron en 50 millones de dólares. Pero quedó claro el mensaje, incluido en el comunicado de prensa: “¿Por qué hay que tener muchos números de teléfono y no poder cen-tralizarlos todos en uno?”.La respuesta tardó dos años. Nació y se llama GoogleVoice.Por ahora, el servicio está disponible sólo para Estados Unidos, para acce-der a él hay que recibir una invitación de otro usuario, tal

como fue con Google Mail en sus comienzos.En el mundo actual, la canti-dad de números asignados a una persona no baja de tres. En la mayoría de los casos: celular, hogar y telé-fono laboral suelen ser los registros recurrentes en las agendas digitales. Localizar a una persona es, entonces, una cuestión de prueba y error. Y no siempre se cono-ce el número móvil de quien intentamos localizar.Google Voice es un servicio que intenta ordenar ese trí-pode y da al usuario un número de cabecera único. Obtenido el número, le deci-

mos a Google cuáles son nuestros teléfonos reales. El de la casa, el del celular, el de la oficina y los que crea-mos necesarios. Googlephone administra esos números, maneja las prioridades, sobre la base de nuestras preferencias desvía las llamadas a distin-tos teléfonos de destino.Una vez activado, el servicio permite:• Diferenciar, según la pro-cedencia de la llamada, en qué lugar tiene que sonar. Si un familiar cercano llama a su Googlephone, éste se va a derivar a su celular, si es que así primero lo estable-

ció. Pero si llama alguien desconocido puede setear-se para que atienda siem-pre el contestador. O "escu-char" a ver quién llama para atender o no. • ¿Cuántas veces deseó grabar una llamada para tenerla de referencia? Aquí, está hablando y con sólo tocar una tecla, listo, el sis-tema está registrando su conversación. • En caso de almacenar todos los mensajes de su contestador, el problema histórico fue la búsqueda de un mensaje específico. Googlevoice resuelve ese triángulo de las Bermudas porque no sólo almacena las llamadas en formato de audio, sino que además las transcribe a texto. Sí, leyó bien: reconoce lo que se habla y lo transcribe. Y por ende se busca fácil.• Si estableció una comuni-cación en un teléfono fijo y necesita movilidad, con sólo apretar “asterisco” el celular sonará, y allí se habrá deri-vado la comunicación. • Y la yapa: Googlear por teléfono es parte del servi-cio: llamando a un número establecido y dictando la búsqueda, se obtienen los resultados de manera audible.

tecno

Hay un Google en mi teléfonoCómo funciona el novedoso sistema Googlevoice, recién implementado en Estados Unidos. Un usuario argentino lo probó y cuenta la experiencia.

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Q ueridos lectores, hace diez días que aterricé en Berlín, por esas

duras cosas del laburo y no veo la hora de rajarme de esta ciudad no ciudad; de este país de tergopol, señores. Vine dos semanas por laburo. Pero, ojo, no me malinterpreten, jamás me vendría a Europa de inmigrante para laburar de mozo para estos gringos choborras que pasan las horas en vela dorándole la píldora a una botellita de cerveza. Estos gordos chanchos colorados, come falaf o donner de la peor calaña. No me va ésa de hacerles de estatua vivien-te o el mono bailarín de cumbia. Nada de folklore ni simbolismos. A cada ale-manucha que se me acer-ca le digo bien claro: “No bailo salsa, no me interesa la cumbia, no cojo”.

Berlín, la ciudad supues-tamente más interesante de Europa, la cumbre del cosmopolitismo y el inter-cambio cultural y todas esas güevonadas. Sí, sí, sí, la más abierta (que hay que tomarlo con pinzas, pues si hay algo que los alemanes no son, eso es abiertos, son unos estruc-turados de mierda; un canto a la robótica, a la industrialización del alma, al sabotaje de la imagina-ción).

Por supuesto que no todos los alemanes son así. Tengo amigos que son diez puntos, tengo conocidos que valen más que la pier-na izquierda de Diego Maradona o de Cristiano

Ronaldo. Mi querido her-mano y traductor de lujo, Timo Berger, debe ser el hombre más sensato del mundo. Un intelectual en serio. Ya me lo dijo Gabriela Massuh: “Timo, te mejoró en alemán”.

Más, queridos lectores, no puedo mentirles, ni quiero que ustedes me digan como en el bolero “miénteme que tu maldad me hace feliz”.

Soy sincero, no ando con circunloquios, ni flo-res carmesí, estas socie-dades europeas me pare-cen de terror, son el canto al buen vivir consumista y al espíritu libertino del burgués panzón. No puedo creer que estos brutos muñecos dominen el mundo con tan poco. Me cuesta creer que la parte bondadosa del capitalismo sea cien veces peor que la parte mala. No lo acepto, ni lo creo y ando como loco en la línea de trenes U-Bhan, de un lado para otro, recorriendo las miles de estaciones perdiéndome con la pequeñez de un anillo que se pierde en la playa.

Les digo más, sin miedo a repetirme, Berlín es una ciudad no ciudad, una ciudad de juguete. Acá no labura nadie, ni existen los compromisos, todo es sencilla y vulgar joda. Las minas andan igualitas, con las medias de náilon rotas. Son natu-ristas, andan en bicicleta, pero si no te corrés, te pisan. La gente es correc-

tras cartón

Miénteme que tu maldad me hace feliz

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Miénteme que tu maldad me hace feliz

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Washington CuCurto

ta, te saluda, no te roban nada, pero si cruzás el semáforo en rojo te meten una multa de 50 euros; si te colás en el subte vas en naca. Sin reglas no pueden ni tirar-se un pedo. Son el colmo del estructuralismo. Berlín es un río de gente blanca y blonda que res-peta a rajatabla a los semáforos.

“Cucu, son increíbles acá estos alemanes, tie-nen un nivel altísimo en la universidad”, me dijo mi amigo Tarijeño de Alma, obnubilado con los ale-manes y su orden, su progreso y su genial Mercedes-Benz berreta.

A mí no me engaña nadie y no me va Berlín, toda su historia del Muro no me conmueve. Aunque sea un aconteci-miento histórico, exclusi-vo para alemanes. También, ahora que lo pienso, debo ser un pési-mo cronista turístico. Pues no se puede hablar mal de una ciudad tan linda como Berlín.

No quiero mentirles ni que ustedes me digan miénteme otra vez…

No escribo esta entre-ga para hablar mal, bajar línea cerrada. Escribo esto para que en mi país la gente sepa que Europa no es lo que parece, que está pésimo mirar pa’ este lado; que acá no hay nada más que plata y no mucha tampoco. Que después de varias guerras en su haber lo máximo que

consiguieron es orden y progreso. Que todas las vidas son felices y viven subsidiadas y habría que preguntarle al Estado ale-mán de dónde saca tanta tagui.

Pero no todas son páli-das, Berlín, más allá de su gente, podría calificarse de sensacional. Vale la pena de ser caminada, vale la pena ser “aspirada” porque tiene unos árboles y unos parques de pelícu-la. Cualquier café de Berlín podría calificarse entre los más lindos de Europa.

Debe haber muchos, una cantidad infinita de cafés donde la gente se sienta a ver pasar el día; donde la gente se sienta a fumar y conversar hasta altas horas de la noche.

Y hablando de noches, hace un par de noches estuve en Kroisberg, un barrio turco, sin ir más lejos. Mi Once en Berlín. Gran barrio, colorinche y multiforme, lleno de nego-cios turcos, de africanos preciosos por todos lados. Un barrio cosmopolita, como mi queridísimo Once al que le mando un gran saludo. Y todo iba bien

hasta que descubrí que los negros y los latinos eran igualitos a los alemanes, comían su mismo donner de mierda, leían su misma revista y viajan en bicicle-tas iguales. Dije, basta, Berlín es una ciudad de pajueranos.

Yo sé que no importa lo que diga, ni lo que piense, nunca podré destruir a Berlín, que Berlín se impo-ne ante todo y todos estos perejiles que vienen a vivir del Estado y levantar movi-mientos okupas para no tener que ir a laburar y pagar un alquiler.

Sé, tristemente sé, que Berlín es muy a pesar mío, de lo más lindo del mundo, que volveré cuando sea viejo; que Berlín es la cuna de mis amigos más queri-dos (Nikola, Tarijeño de Alma, Ausias, Timolín, El Ruso, Troung, el Vietnamita; Rery…). Que es una ciu-dad malditamente románti-ca en la cual lloré un buen par de veces, que me cobi-jó siempre y soy un des-agradecido de mierda.

Berlín no se agotará, es immortal, mientras que yo me moriré pronto, pero no ahora que estoy sentado en el cordón de la vereda de la calle Goethestrasse. Y que cuando eso suceda, cuando en verdad palme, tilde, haga capút; la quede definitivamente, habrá un habitante de Berlín, un pajuerano, un soñador inexorable con su botellita de birra en la mano que saldrá a decir “pongamos la Cucuestrasse”. Y para mí será un honor.

“Estas sociedades me parecen de terror. Me cuesta creer que la parte bondadosa del capitalismo sea cien veces peor que la parte mala.

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Por Nicolás E. Peralta

¿Cuáles son sus cinco libros de cabecera?

–Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart; Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire; Fútbol a sol y sombra, de E. Galeano; La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein, y cualquier libro de cuentos de Cortázar.

–¿Algún libro que compró y lo desilusionó profundamente?

–Un best seller que compré para despojarme de ese prejuicio. Creo que se llama La sombra del viento y el autor es un español de apellido Zafón (N. de la R.: efectivamente, se llama así y el autor es Carlos Ruiz Zafón). Había vendido millones de ejemplares. Era tan pero tan malo, que no pude pasar de la página cuatro. Horrible.

–¿Cuánto dinero sería capaz de gastar hoy en libros?

–Nunca se me ocurrió pensar cuánto gastaría en libros. Tampoco soy un lector desaforado, así que no habría problemas.

–¿Compró libros para adornar la biblioteca?

–(Risas) No, compro libros para adornar mi cabeza, nada más.

–¿Cuáles son las situaciones ideales para leer? ¿En qué lugares lee habitualmente?

–Por las mañanas bien temprano, cuando hay silencio y tengo tiempo, sin teléfonos ni nada que me perturbe.

–¿En qué momentos no soporta leer?

–En la cama. Me duermo a los cinco minutos y además no encuentro la postura ideal.

–¿Qué primer libro regalaría un enamorado a alguien con quien recién empieza a salir?

–A mi mujer le regalé El cumpleaños de Juan Ángel, de Mario Benedetti, y él nos lo firmó en la Feria del Libro de Madrid, que funcionaba por esos días.

–¿Cuál fue el primer libro que recuerda haber leído?

–El primer libro que compré para leer fue Reflexiones sobre la cuestión judía de Sartre. Lo compré para presumir con una chica de mi edad, para hacerme el intelectual y en realidad no entendí nada. Tendría 15 o 16 años.

–¿Qué libros le gusta regalar?

–Regalo generalmente los que me gustaron. Con mucha inseguridad, porque es posible que al que se lo

regalo no le guste.–¿Quiere conocer a los

autores de los libros que le gustaron?

–Prefiero no conocer a los autores, aunque muchas veces los conozco. Conocí

a muchos de ellos. A Mario Benedetti por ejemplo. A Eduardo Galeano.

–¿Libros que le pediría a un ladrón que no se llevara?

–Veamos: Los santos inocentes, de Miguel Delibes, cualquiera de Borges, Las mil y una noches, Cien años de soledad, de García Márquez, las obras completas de Onetti, las obras completas de Julio R. Ribeyro, y cuentos de fútbol de Osvaldo Soriano.

–¿Quemaría algún libro?–No. Todos sirven. Incluso

los escritos por fascistas y gentes de derecha, para descubrir el fondo de su pensamiento.

–¿Un libro que le haya gustado escribir a usted?

–Me gustaría escribir un buen cuento alguna vez, pero no tengo esa virtud.

–¿Anda por la calle con un libro para que los demás vean qué lee?

–Sí, e incluso los voy señalando con el dedo por si no lo han visto... Por favor ¿qué pregunta es ésa?

–¿Robó algún libro? ¿Cuáles? ¿Cuándo? ¿Adónde? ¿Iría a pagarlo?

–No, nunca robé nada, pero sólo porque no me animé, no creas que soy tan bueno.

–¿Odia a algún escritor pero ama lo que escribe?

–Vargas Llosa me parece un personaje despreciable por su militancia política en favor de los que mandan, de los poderosos, y en contra de la lucha de los pueblos, pero muchos de sus libros son magníficos.

*DT de Huracán

los libros de

Ángel Cappa*

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“Compré un best seller para despojarme del prejuicio”

Los santos inocentes, de Miguel Delibes. “No permitiría que me robaran ese libro. Lo cuido mucho.”

–La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein. “Es uno de mis libros de cabecera.”

–Reflexiones sobre la cuestión judía, de Jean Paul Sartre. “Fue el primer libro que me compré, a los 15 o 16 años.”

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Marcos Zimmermann es el autor de una

original serie de fotos de desnudos

masculinos realizada en varios países de

Sudamérica, que se muestra en el Palais

de Glace. Lejos del estereotipo,

sorprende ver a un gaucho, a un

campesino cocalero o a un torero del Perú.

“No se trata de desnudos eróticos,

sino de gente desnuda”, dice el

fotógrafo.

Y a los GritoS

Por Fernanda nicoliniFotos diego levy

“¿te puedo hacer desnudo?” La pre-gunta del fotógrafo genera un nooo de “o” estiradas y después una leve carcajada, como si de esa manera

Marcos Zimmermann se hiciera cargo de lo paradójico de su respuesta: durante los últi-mos años, viajó por el continente con el objeti-vo de retratar hombres desnudos. Esos que se pueden ver en el Palais de Glace hasta el domingo que viene y que forman parte del libro Desnudos sudamericanos. “te aseguro que cualquier otra persona está mucho más dispuesta a sacarse la ropa que yo”, refuerza, mientras va hasta la cocina de esta casa paler-mitana llena de árboles, fotos y libros –que no comparte con su pareja, Humberto tortonese, por un sabio pacto de casas separadas– en busca de café.

En más de treinta años de carrera, se fueron sucediendo varios Zimmermann. El que estu-dió cine y trabajó de fotógrafo en películas como Quebracho, La Raulito, Camila y Miss Mary; el que se aventuró como free-lance durante tres años por las calles de roma y expuso en una muestra en París junto a obras de Cartier-Bresson, robert Doisneau, robert Frank y Joseph Koudelka; el que en 1989 vol-vió a la Argentina con la idea de fotografiar su geografía y desentrañar la esencia nacional; el que para conseguirlo recorrió la Patagonia, la zona del río de la Plata y el Noroeste y, después de muchos kilómetros y varios libros, se con-virtió en el fotógrafo que supo capturar y narrar la identidad de un país.

“En roma me di cuenta de lo que era la Argentina, desde afuera pude ver qué significa-ba para mí y para el mundo. No desde un lugar de nostalgia, sino de deconstrucción ideológica: en este sentido, soy un fotógrafo que ha hecho fotografía básicamente en el interior y de eso que llaman ‘identidad’. Sé que no es algo origi-nal, lo original probablemente sea el haber sido sistemático”, define.

Además de esta continuidad sistemática, hay en Zimmermann una necesidad de que sus imágenes aporten información más allá de lo que podría ser un paisaje bonito o cautivante, atravesada por cierto espíritu historicista que se expresa en la cronología de sus trabajos. Él lo explica: “Patagonia, un lugar en el viento, por ejemplo, es un libro sobre el territorio más viejo de la Argentina y sobre ese vacío infinito. Mi segundo libro, Río de la Plata (río de los sue-

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“también es un homenaje a esa cosa sencilla, adusta y machista que tiene el hombre sudamericano. Por eso el libro tiene textos de Borges, Lemebel, Scorza, que hablan de la masculinidad y del machismo”.

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ños), es sobre la entrada de la conquista, con textos de época, y Norte argentino, la tierra y la sangre es una tercera etapa del país, la del mes-tizaje. incluso hay un cuarto libro que quiero hacer sobre la actualidad y que completaría esta idea de la Argentina en espacio y en el tiempo”.

–¿Qué descubrió o comprobó a través de estos trabajos?

–Comprobar no comprobé nada, porque sabía poco sobre la Argentina concreta, sabía de la Argentina teórica. Así que investigué, me contacté con historiadores... cuando saqué mi primer libro mucha gente me cuestionó que las fotos tuvieran textos al lado. Pero lo que yo quise hacer fue transmitir todo eso que fui aprendiendo, como el hecho de que en el prin-cipio de todo está la clave de muchas cosas que suceden ahora: acá hubo una conquista frus-

trada, no como la de México o la de Perú, que fue fructífera. Argentina y el río de la Plata se llaman así por la fantasía de encontrar plata, algo que nunca sucedió. El país, entonces, está fundado en un problema tautológico. interesante, ¿no?

Al Zimmermann de los paisajes argentinos le sucedió otro que quiso ir un poco más allá, cruzar la frontera y rastrear el hilo invisible de una misma región, Sudamérica, a través de una sola figura: el hombre. La idea surgió en una comida con los dueños de la editorial Larivière, suerte de mecenas que se animan a financiar sus ocurrencias, sus proyectos locos y a veces absurdos como los describe él. “Me gustaría hacer desnudos masculinos por toda América del Sur”, les comentó mientras el vino corría en la mesa. “Adelante”, dijeron ellos después de darle un sorbo a la copa. Era el 2000 y

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Zimmermann salió en busca de esos hombres dispuestos a desnudarse frente a su lente, pri-mero en la Argentina y después en Uruguay. Pero al poco tiempo, la debacle de 2001 lo obli-gó a volver y acovacharse en casa por un rato. Hasta que el panorama escampó y pudo reto-mar la expedición, esta vez más allá del río de la Plata.

Pero no fue en busca de cualquier hombre y tampoco de cualquier desnudo. “Casi todos los libros de desnudos masculinos se encuadran dentro de algo estetizante en donde el único protagonista es el cuerpo, o incluso el pene como objeto, y yo no quería hacer eso”, aclara. Para alejarse de esa tradición de la que proba-blemente robert Mapplethorpe sea el mayor exponente, con sus modelos de musculatura esculpida y miembros intimidantes, Zimmermann eligió una veta que él llama antropológica: el hombre en su contexto, rodea-

do de su cotidianidad, y el continente sudameri-cano como fondo. Algunos pensados como íco-nos de cada país y otros surgidos de manera azarosa a lo largo del recorrido, todos los perso-najes están atravesados por una misma mirada: “Me gusta decir que no son desnudos eróticos sino que es gente desnudada”.

Y entre los desnudados están el gaucho regor-dete y parco de pene diminuto junto a su vaca malhumorada; la pareja de uruguayos con el infaltable mate; el cocalero boliviano sobre un colchón de hojas puestas a secar; el torero peruano al que le falta su traje enseñando su destreza con una capa; el militar paraguayo mostrando su cuerpo con la misma soberbia con la que alguna vez se colgó sus medallas; el porteador de La Paz con su espalda vencida por tanta carga; los chicos lustrabotas que no tienen vergüenza en mostrar su desnudez, pero sí su oficio, y por eso se cubren la cara con un

pasamontañas; la travesti que abraza a su ado-nis en un cabaret de Maldonado.

“Si tuviera que definir el resultado, diría que es un homenaje al hombre, que es uno solo y muchos a la vez, que ha atravesado mi vida en diferentes sentidos. también es un homenaje a esa cosa sencilla, adusta y machista que tiene el hombre sudamericano. Por eso el libro tiene textos extraídos de Borges, Pedro Lemebel, Manuel Scorza, entre muchos otros, que no están relacionados directamente con la imagen pero que hablan de la masculinidad y el machis-mo.”

–¿Y cómo logró que se desnudaran?–Al principio empecé encarando yo a los per-

sonajes y me encontré con que muchos de ellos, cuando me acercaba en un bar, en la calle o en una pinturería y les hacía la propuesta, pensa-ban que yo quería otra cosa (risas). Entonces contraté a una chica que había hecho produc-

ción para libros míos, Gaby Carpaneto, y yo elegía a la gente y ella se acercaba. Porque cuan-do una chica en la calle le dice a un hombre “¿querés desnudarte para una foto?”, lo primero que hace el tipo es reírse, y a partir de ahí es más fácil que acepten. Además, les ofrecíamos un contrato con una pequeña paga. igual hubo un enorme porcentaje de frustración de lo que yo quería hacer y no pude. De hecho el recorte social tiene que ver con eso: a las clases altas fue imposible fotografiarlas.

–¿Siempre la plata era el estímulo?–No siempre, nos encontramos con personas

que se ofrecían sin problema, como en Santiago de Chile, donde uno que pasaba por donde está-bamos trabajando se sacó los walkman, se des-nudó, hicimos la foto, se volvió a poner los walkman y se fue.

Como el cuento del chileno, cada imagen trae consigo anécdotas que Zimmermann evoca y

“Casi todos los libros de desnudos masculinos se encuadran dentro de algo estetizante en donde el único protagonista es el cuerpo, o incluso el pene como objeto, y yo no quería hacer eso.”

varones. Algunas de las fotos que se muestran en el Palais de Glace. Un chamán en Perú, una pareja de uruguayos, un gaucho y un porteador de La Paz.

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forman parte de una narración que no se orga-niza en torno de la mera desnudez sino a la relación del cuerpo con el lugar en el que se encuentra, y que define a cada retratado como trabajador, como padre, como hijo, como pare-ja, como amante, como miembro de una clase o como excluido de una sociedad. Y todo esto se potencia cuando el autor de las fotos revela el detrás de escena y cuenta, por ejemplo, que la foto que más le costó fue la del cocalero en la región boliviana de Coroico, un lugar casi inac-cesible de rutas literalmente mortales. “Estuvimos tres días buscando, nadie quería, especialmente porque ahí está la DEA dando vueltas y están muy paranoicos. Finalmente Gaby convenció a éste”. o el raid policial en Paraguay, donde lo quisieron llevar preso bajo sospecha de trata de blancas: “Yo quería reflejar la época paraguaya conocida como el Paraíso de Mahoma, en la que un hombre tenía sesenta

mujeres, así que hicimos unas fotos en un pros-tíbulo. Cuando nos fuimos, al kilómetro nos encerraron unas camionetas de la policía, me metieron en una, me llevaron a la comisaría y me dijeron que me iban a hacer un juicio por tratante de blancas. Creían que estábamos haciendo una película pornográfica. Al final comprobaron que teníamos permiso y me lar-garon”. o la reticencia de los brasileños a parti-cipar, lejos del clisé de que sólo basta bajarles la zunga: “Son todos muy religiosos y hay cierto misticismo que los volvía muy esquivos a esto, les daba miedo”. o el chamán peruano que, en cambio, no tuvo problema en mostrarse, al punto de que trasladó todo su altar sagrado hacia un lugar más amplio para que lo pudieran fotografiar: “Me dijo que antes tenía que hacer unas misas, sólo eso”.

–¿Cómo operaba la desnudez al momento de hacer las fotos?

–Al principio era un poco incómodo para todo el mundo, la situación era extraña. Pero al rato de estar sin ropa –y, la verdad, era un rato largo– empezaba a ser algo normal y la gente se relajaba. Me pasó con uno de los uruguayos que estaba muy propenso a la desnudez, que des-pués de las fotos hizo una pizza en su horno de barro y se sentó a comer ¡y en ningún momento se puso la ropa! Por otro lado, una de las cosas más lindas que me dijeron es que al rato de mirar el libro, terminás viendo más las expre-siones de la gente que sus cuerpos desnudos. Si logré eso, estoy satisfecho.

Algunos de los desnudos que ahora cuelgan de las paredes del Palais de Glace ya estuvieron allí: fue hace tres años, cuando Zimmermann presentó parte de su trabajo en el marco de la segunda edición de Buenos Aires Photo y desa-tó una polémica que persiste hasta hoy y que lo convirtió en referente del bando que aboga por la libertad de hacer copias de cada obra, frente a los que levantan el estandarte de la foto única. “Parto de la idea de que la fotografía, para mí, es una manera de narrar y en este sentido está más cerca de la literatura que de la pintura, más cerca de la vida real, más allá de que hay muchos que hacen fotografía de sus propios pensamientos. Pero yo creo que la fotografía cobra valor y se pone más interesantes cuando muestra cosas que uno no ha visto. Y por eso no puede participar del mercado del arte igual que la pintura.”

–Es algo que está sucediendo ahora, ¿no?–Sí, hay muchos fotógrafos que hoy limitan

su obra porque los dealers y los coleccionistas provienen de la pintura y tienen ese concepto de la obra única, pero yo creo que la naturaleza de la fotografía es todo lo contrario: uno de sus atributos es la posibilidad de reproducirse. A esto se suma que hay dos tipos de coleccionis-tas: el que le gusta la fotografía, que es a quién me interesa venderle, y el que le gusta coleccio-nar por coleccionar y quiere tener la pieza única. Ese tipo de coleccionista es avaro e ideo-lógicamente está en contra de lo que yo pienso.

–¿Y cómo hace con sus fotos?–Las numero y las certifico con mi firma

diciendo que se compra la copia número tal, pero no las limito, lo cual me trae bastantes problemas porque en la Argentina creo que soy uno de los únicos que todavía se mantiene en esta postura, pero el agua me está subiendo cada vez más (risas).

–¿Qué Zimmermann nos falta conocer, cuál sigue ahora?

–Quizás el que escribe… Escribí un par de novelas, pero como dice un amigo: “tenés demasiado buen nombre como fotógrafo para arruinarlo como escritor”. Y creo que, por ahora, voy a hacerle caso. 2

“Al principio empecé encarando yo a los personajes y me encontré que muchos de ellos, cuando me acercaba en un bar, en la calle, o en una pinturería y les hacía la propuesta, pensaban que yo quería otra cosa (risas)”.

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Por AnA WAjszczuk

Era el mediodía del 19 de julio de 1979. Sin mediar partidos, la Plaza de la República, en el cora-zón de Managua, empezaba a

rebosar de gente. En primer plano, diez, veinte, cincuenta hombres, mujeres, niños, todos jóvenes y sonrientes, flacos y exhaus-tos, sobre una tanqueta de guerra pintarra-jeada con vivas al Frente Sandinista de Liberación Nacional, el Palacio Nacional de fondo, los fusiles Galil arrebatados a la guar-dia de Somoza en alto, y coronando la pirá-mide humana, ondeando al viento que cae recto y áspero sobre Managua, una bandera roja y negra: la bandera del FSLN, homenaje a la bandera que Augusto César Sandino había levantado por primera vez en las mon-tañas de las Segovias al empezar su guerra contra la intervención estadounidense en 1927. En 1979, Nicaragua (o nic-atl-nahuac, “aquí junto al agua”, en el original nahuátl), el país mas grande de Centroamérica, de lagos enormes como mares y cadenas de volcanes como centinelas, de playas de postal y miseria encarnizada, por donde pasaron desde tiempos inmemoriales terremotos y huracanes, filibusteros y piratas, buscadores de tesoros y poetas, dictadores como los muchos del clan Somoza y revolucionarios como el héroe nacional Sandino, era el lugar donde –se sentía, se palpaba– estaba ocu-rriendo la última gran utopía del siglo XX: la Revolución Sandinista. Hoy la foto en blanco y negro se repite en las tiendas como postal.

“Ese día fue inmaculado. Nos sentíamos con el poder de barrer con el pasado, esta-

blecer el reino de la justicia, repartir la tie-rra, enseñar a leer a todos, abolir los viejos privilegios, expulsar a los mercaderes del templo, restablecer la independencia de Nicaragua y devolver a los humildes la dig-nidad que les había sido arrebatada por siglos. Era ése el primer día de la creación”. Así fue, según el escritor y ex vicepresidente Sergio Ramírez, ese mes de julio hace trein-ta años, cuando entraba a una Managua con todo el pueblo en la calle, junto a los otros cuatro integrantes de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Entre ellos estaba Daniel Ortega, el mismo presidente que hoy, treinta años después, cuelga en esta Managua donde el sol sigue cayendo áspero y recto estrellas con el número 30 en los arbolitos de Navidad que siguen impávidos desde diciembre pasado en cada rotonda de la capital, portando la leyenda “Cumplirle al pueblo es cumplirle a Dios” o “30 aniversa-rio, vamos por más victorias”.

Hoy, mientras Nicaragua se despereza ante el auge turístico que la redescubre para vacacionar, ahora que los sueños revolucio-narios parecen lejanos –tras una década de guerra, una Contra financiada por Estados Unidos, 50 mil muertos, pobres que siguie-ron siendo pobres mientras las jerarquías se volvían ricas– y los hoteles boutique y el ecoturismo –los parques nacionales y las áreas protegidas abarcan casi el 20% del territorio– es la segunda fuente de divisas, Managua parece un fósil extraño: una ciu-dad sin centro, donde las direcciones indi-can, por ejemplo, “2 cuadras al Lago y 25 varas al Sur”, donde se suceden carreteras, baldíos y edificios cinco estrellas.

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Turismo y revolución

Las huellas de la Revolución Sandinista,

que entró triunfal a Managua hace hoy exactamente treinta años, son una excusa

para viajar por Nicaragua. Una mezcla de historia y maravillas naturales –es un país de volcanes y lagos enormes

y playas casi vírgenes– que están convirtiendo al país en un de los destinos

cada vez más deseados por el turismo

internacional. Tras la revolución y la guerra

con la Contra, ecoturismo y hoteles

boutique.

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De paseo por el viejo centro de Managua, por todos lados hay historia: el Palacio Nacional de la Cultura, donde entra triunfante la revolución en 1979; la Catedral de Santiago aún en pie des-pués de dos terremotos; la Fuente de las Luces que ilumina la plaza por las noches; el Teatro Rubén Darío mirando al malecón de cara al contaminado Lago de Managua; el Parque de La Paz donde se enterraron las armas, como símbo-lo de una nueva etapa, en 1990. Y en el centro de la Plaza de la República –ex “de la Revolución”, donde el FSLN tomó su foto para la historia–, un pequeño mausoleo dedicado a los fundadores del partido revolucionario, donde corren el vien-to y las hojas secas.

Es difícil imaginar este sitio desangelado repleto de gente, como dicen que solía estar en cada aniversario de ese julio. “Aquella vez fue una revolución natural, una necesidad vital de acabar con el tirano. Ahora es todo a nivel de partido –dice Marta González, editora de La Prensa Libre, uno de los diarios más importan-tes del país–. “En los actos oficiales del gobierno siempre está el lema del 30 aniversario de la revolución, pero a nivel del pueblo hoy nadie celebra nada...”

Una ciudad de dos caras, esta Managua, capi-tal del país desde 1857. Se puede pasar, por ejemplo, del serpenteante y popular Mercado Roberto Huembes a una vernisagge de escultu-ras de Ernesto Cardenal –sacerdote, ex ministro de Cultura, revolucionario, el poeta vivo más famoso de la Tierra de Darío, hoy enemigo encarnizado del dos veces presidente Ortega–, y mientras se va por la carretera a Masaya, una de las vías más importantes de Managua, ver en lo alto de la Loma de Tiscapa la ex prisión de Somoza devenida centro cultural, una enorme escultura de su autoría: la silueta de Sandino

que cuida o vigila, según quien lo mire, a Managua desde lo alto. Se puede entrar a la galería dentro del Nuevo Edificio Pellas, en plena “zona rosa” de la ciudad, que se levanta imponente, modernísimo… sobre un baldío. El sueño eterno de la revolución y el pasado de hacienda somocista de este país se mezclan con los signos –idénticos donde sea– de la ciudad globalizada, y en ese contexto el poder y el arte parecen haber entrelazado sus hilos desde que Nicaragua es Nicaragua. Puede haber mozos y brindis en la galería con el mismo Flor de Caña –ron y orgullo nacional– que en el Huembes vale apenas algunos córdobas. Hay centros comerciales a precio de duty free y barriadas miserables donde ondean, como si fueran un símbolo terco de la esperanza de una vida mejor, la mayor profusión por metro cuadrado de banderas rojinegras de la ciudad, a la vuelta de la esquina de barrios como Los Robles, el de quienes circulan por vernissages.

Un acceso directo al corazón de Nicaragua es una noche en La Casa de los Mejía Godoy, un café concert/bar/galería de arte donde escuchar lo mejor de la música popular de este país. Los hermanos Carlos y Luis Mejía Godoy son los cantantes más reconocidos de Nicaragua, tro-vadores de la época revolucionaria y creadores de la famosa Misa campesina. Escucharlos a ellos –y a la nueva generación– junto con probar delicias hipercalóricas como nacatamales (plati-llo hecho con masa de maíz, papa, arroz y trozos de cerdo o pollo bien adobados) y repochetas (una especie de quesadilla que se come mejor con las manos) en una de las tantas fritangas del Huembes, es el mejor city tour de Managua.

Así, por una ciudad difícil de asir, que a pri-mera vista puede resultar atemorizante, caótica, directamente fea, se entra a Nicaragua.

Mercados y volcanes“¡Masaya, Masaya, Masaya…!”, gritan en las paradas los choferes de las camionetitas que a toda velocidad, una tras otra, parten desde Managua hacia otras ciudades. El Antiguo Mercado de Masaya, la “cuna del folclore”, a 36 kilómetros de Managua, levanta sus decenas de puestos de todo tipo y color dentro de paredes de adobe del mercado original que cubren una manzana. El turista desprevenido se entera luego: todo lo que aquí deslumbra, las tinajas de cerámica con dibujos precolombinos, las hama-cas tejidas, los juguetes de madera, los muebles tallados de caoba o cedro real, las botas, los cinturones y las billeteras de piel de serpiente, las cajas y cajitas, los vestidos típicos de colo-res… todo se consigue más barato saliendo del mercado. En las calles de los barrios San Juan o Monimbó, por ejemplo, o el Malecón de la lagu-na: resulta que éste es el centro neurálgico de

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“Los hoteles boutique y el ecoturismo –los parques nacionales y las áreas protegidas abarcan casi el 20% del territorio– están dentro de la segunda fuente de divisas del país.

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toda la artesanía nicaragüense y hay más de 500 talleres de artesanos para visitar. Los jue-ves por la noche el mercado abre hasta media-noche en sus tradicionales verbenas con cantos y bailes típicos, pero lo verdaderamente imper-dible, aconsejan los lugareños, es llegar para el carnaval. Los nicas tienen una bien ganada fama de gente divertida: en Nicaragua, a salir de fiesta se le dice ir de bacanal.

El Parque Nacional Volcán Masaya es el otro hito de la ciudad: una carretera asfaltada con-duce hasta la mismísima boca del cráter Santiago, uno de los tres volcanes del Parque, que forman parte de la cadena de volcanes sobre el Pacífico que se extiende a El Salvador y Costa Rica, conectando el istmo en una colum-na vertebral volcánica.

En 1529 los conquistadores clavaron allí una cruz que aún está, subiendo 184 escalones, para espantar al diablo que, creían, vivía aquí, y per-suadirlo de terminar de una buena vez con sus continuas erupciones. Antes, dicen, los indíge-nas chorotegas sacrificaban vírgenes a la boca del Volcán para aplacar su furor. Pero si ya no hay erupciones –por ahora– las fumarolas nunca pararon, y envuelven el paisaje dándole un toque casi tenebroso, lunar, con miles de cotorritas verdes (“chocoyos”) viviendo dentro del cráter, adaptadas a los gases sulfúricos que Santiago nunca se cansa de expeler, rueguen lo que rueguen sus continuos visitantes.

Para una vista de 360 grados de Masaya, sus volcanes y el Lago de Managua, en las afueras está El Coyotepe, antigua fortaleza colonial y luego cárcel del régimen somocista que hoy regentean y fungen de guías autorizados los boy scouts. En Nicaragua, de todas maneras, literal-

mente todo el mundo tiene una historia para contar de los días de la Revolución: los mayores hablan del desabastecimiento, la mítica Cruzada Nacional de Alfabetización, las expropiaciones, los entrenamientos militares en Cuba, la leva obligatoria, las larguísimas marchas por la montaña. Los más jóvenes contarán que mate-máticas se aprendía contando: “2 balas + 2 balas = 4 balas” y que Viva Sandino era libro escolar obligatorio, hablan de los desfiles y los discursos que marcaron su época escolar. Y todo sigue, aún, siendo parte de la atmósfera, de la música que se escucha en las calles y de la primera plana de los diarios.

Granada ciudad boutiqueA Nicaragua le dicen la “tierra de lagos y volca-nes”: son casi cuarenta los volcanes, algunos en plena actividad; y entre los lagos hay dos (el de Managua o Lago Xolotlán, y el de Nicaragua o Lago Cocibolca), tan enormes que en el siglo XVI los conquistadores españoles creyeron encontrar nuevos mares cuando los divisaron. A orillas del Cocibolca, a menos de 60 kilóme-tros de Managua, se extiende la divina Granada, la ciudad más turística del país, por donde pasaron desde el pirata Morgan (que la vio “espléndida, tan grande como Portsmouth”) hasta Mark Twain, que fue el centro de la van-guardia literaria de los años 20 y hoy el sitio preferido de los pensionados estadounidenses para vivir la dolce vita.

En un mosaico sobre una pared del centro, un verso dedicado a la Granada española la resu-me: “Dale limosna mujer / que no hay en el mundo nada / más triste que ciego ser / y estar viviendo en Granada”. Fundada en 1524, es la

Pequeña guía literaria imprescindible

La atmósfera que irradia Nicaragua se realza conociendo algo de su pasado. Son muchos los libros que cuentan las mil y una caras de esta historia. Algunos se consiguen sólo en Nicaragua:

• Adiós muchachos, las inoxidables memorias de Sergio Ramírez.• La revolución perdida, tres tomos autobiográficos de Ernesto Cardenal.• La Revolución Sandinista: una crónica política 1855-1979 de Claribel Alegría y D. J. Flakoll. • El país bajo mi piel, la novelesca vida de la escritora y ex sandinista Gioconda Belli.• Las hijas de Sandino, una antología de entrevistas a las más importantes mujeres sandinistas, de la escritora estadounidense Margaret Randall.• Perra vida, de Juan Sobalvarro, uno de los libros que por primera vez cuentan el sufrimiento de los adolescentes reclutados por el FSLN para luchar frente a la Contra.

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más antigua en tierra firme del continente. Piratas y filibusteros la saquearon e incendia-ron, pero conservó su talante de Gran Sultana, como fue llamada. Fue fabulosamente rica en la época colonial: está a sólo 20 kilómetros del Pacífico y era sitio de tránsito para galeones que llevaban oro hacia Europa a través del río San Juan, del lado Atlántico, y durante la fiebre del oro, en viceversa hacia California, a los aventu-reros. Hoy de esa época quedan detalles rena-centistas y barrocos en las iglesias, los museos y los pórticos de las casas coloniales pintadas de color salmón, lavanda o amarillo. La vida trans-curre aún con las puertas abiertas y las sillas mecedoras en la calle. Muchas de estas casonas de patios con piscinas internas y tejas de barro, restauradas, hoy son restaurantitos donde pro-bar guapote (una especie endémica del Lago) y hoteles boutique donde uno se quedaría a vivir. Difícil: del sandinismo al real state en menos de treinta años, el negocio inmobiliario florece, y ya es casi imposible encontrar una casita por menos de 70 mil dólares.

En febrero, el Festival Internacional de Poesía vuelve a convertirla en el centro de la cultura nica: hay recitales en el Parque Central y en el mercado, en los colegios y en las universidades. Granada, cuna conservadora e intelectual, se enorgullece de ser culta, y vivió siempre en dispu-ta con León, la otra ciudad colonial de Nicaragua, que guarda uno de los tesoros más preciados del país: el mausoleo con los restos del gran Rubén Darío, venerado tanto por los intelectuales como por los borrachos en las cantinas.

Entre los paseos por los alrededores, se puede subir a la cumbre del volcán Mombacho en un antiguo camión de guerra hoy devenido “eco-móvil” o dar un paseo en un bote de ensueño hacia las Isletas, más de trescientas, partiendo desde Puerto Asese, desde donde también se puede llegar, con mucha paciencia, hasta el archipiélago de Solentiname, donde Enesto Cardenal fundó a fines de los 60 una colonia de artistas primitivistas.

Las palmas sin embargo se la llevan las excur-siones a nadar a la Laguna de Apoyo (otro crá-ter volcánico de aguas cristalinas y tibias) o a los “pueblos blancos” como Catarina o San Juan de Oriente, donde se pasea entre viveros y talleres de alfarería. Pero por sobre todo en Granada los extranjeros desfallecen de amor por la ciu-dad y su gente. Dos opciones: o se quedan como voluntarios en algún proyecto social o abren un restaurante, hotelito o bar que pronto se pone de moda.

Diecisiete iglesiasLeón, la ciudad de tradición docta –sede de la primera universidad de Centroamérica– y cora-zón revolucionario, queda a 92 kilómetros de Managua. Fue la primera ciudad importante liberada por el FSLN en ese julio hace treinta años y hoy continúa siendo un fuerte bastión sandinista. Casi en cada calle del casco históri-co, tanto como comedores al paso –las popula-res fritangas- que las amas de casa arman en las veredas y los puestos callejeros que ofrecen des-comunales sandías y papayas, pueden verse murales, plazas y mausoleos a los “héroes y mártires” caídos durante la Revolución y la guerra de los años 80.

León fue una de las ciudades que más fuer-temente combatió la dictadura de la dinastía Somoza, que gobernó el país entre 1936 y 1979. La artillería de Somoza se desquitó bom-bardeándola hasta dejar buena parte de la ciudad en ruinas. Hoy los visitantes empiezan a descubrir, además de la historia en sus pare-des, la cercanía de León con Poneloya y Las Peñitas, las playas extensas y blancas del Pacífico; y la corona de volcanes que se recor-tan contra el horizonte.

Entre las visitas se impone una vuelta por la enorme Catedral, donde está la tumba de Rubén Darío (1867-1916) y otros poetas leoneses. Sus cúpulas y campanarios tienen vistas espectacu-lares de la ciudad y la cadena de volcanes Maribios. Sin embargo, tal vez el tesoro más sorprendente en una ciudad abundante en igle-sias y museos sea el de la Fundación Ortiz-Gurdián, que guarda una colección privada de arte sacro y contemporáneo (Correggio, Picasso y Tamayo, entre sus obras, además de una exce-lente muestra de arte centroamericano) que deja boquiabierto a más de uno.

En las afueras, la majestuosa “línea de fuego” de los volcanes rodea León. A 20 kilómetros, se puede intentar el ascenso al volcán Cerro Negro, muy popular para practicar sandboard. Para trepar a los volcanes más altos, Quetzaltrekkers es una asociación de voluntarios que organiza programas de ascenso incluso a los más difíci-les, como el Momotombo o el Cosigüina (desde 30 dólares, www.quetzaltrekkers.com).

BásicosEn todas las ciudades hay hostels bien puestos (sobre todo en Granada), desde u$s 10 por per-sona, pasando por muy buenos hoteles desde u$s 45 la doble. Las opciones boutique y cinco estrellas arrancan en los u$s 80. Vale la pena visitar el lujoso hotel ecológico Morgan’s Rock (Playa Ocotal, desde u$s 150). • DÓNDE COMER: En Managua, Intermezzo del Bosque y La Cocina de Doña Haydeé. En Granada, Doña Conchi´s y El Tercer Ojo o El Club para el loun-ge. En San Juan del Sur, Josseline para mariscos y pesca-dos en la rambla. En Masaya, La Cazuela de Don Pancho es un clásico. En León, El Sesteo para almorzar con vista al Parque Central. Un almuerzo promedio ronda los u$s 15.• CÓMO MOVERSE: Las distancias son cortas, los micros son cómo-dos y baratos (unos u$s 10 pro-medio, www.ticabus.com ). Hay que chequear horarios de los ferries si se va a Ometepe. Para llegar al Caribe, lo mejor es un avión desde Managua (alrededor de u$s 100 a Bluefields). Los taxis son colectivos, pero muy baratos (hay que regatear). El aéreo desde Buenos Aires trepa a u$s 750 + impuestos (www.taca.com).• MAS INFO: www.intur.gob.ni (Instituto Nicaragüense de Turismo), www.managua.gob.ni , www.visitanicaragua.com, www.vianica.com (donde se pueden encontrar todos los hoteles y res-taurantes)

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Las tardecitas veraniegas de León terminan en El Sesteo, un bar tradicional en una esquina del parque principal, desde donde ver los bai-les de gigantonas y enanos, disfraces que los chiquitos de León usan para bailar al son de marimbas y trompetas a cambio de unos cén-timos de córdobas. O en el mítico bar de Prío, una antigua venta de dulces donde todos, desde Rubén Darío hasta los revolucionarios, se sentaron alguna vez a tratar de reinventar el mundo.

Otras tierras prometidasA veinte minutos de la frontera con Costa Rica, San Juan del Sur es una bahía de pescadores y surfistas abrazada por un malecón donde se mecen los barquitos en el agua y donde ver el atardecer es un ritual imprescindible. Lo sigue siendo, aun cuando más que botecitos son pequeños yates los que se ven. San Juan cam-bió, como tanto han cambiado todos los lugares turísticos del país: hoy se ven en las colinas las iluminadas casas de los extranjeros que hace diez años ni se asomaban por este rincón del mundo.

Para los surfistas, las playas que cercan a esta bahía, como Maderas y Popoyo, son el paraíso: agua cálida, oleaje constante. Y San Juan es también la playa preferida para vacacionar para los locales.

Al norte (10 kilómetros) está Bahía Majagual, y al sur (17 kilómetros), el Parque Marítimo El Coco. A 20 minutos por la playa desde el parque, se llega al Refugio de Vida Silvestre La Flor, donde todos los años, entre julio y enero, miles de tortugas marinas llegan a poner sus huevos. Los tours (25 dólares por persona) llegan al par-que de noche. Hay noches que se pueden ver hasta 5 mil de estos gigantes marinos.

A San Juan del Sur se llega desde el pequeño poblado de Rivas, desde donde se puede ir en bus, hacia el otro extremo, a tomar el ferry que cruza hacia una de las islas más increíbles del mundo: Ometepe, la “tierra de dos volcanes” en nahuátl, una isla de menos de 300 kilóme-tros cuadrados, en el corazón del Cocibolca, en forma de un ocho formado por dos volcanes unidos por un istmo. Es la isla más grande del mundo en agua dulce, dentro de uno de los veinte lagos más extensos de la Tierra, repleta de petroglifos y de playas de arena blanca. Fue refugio de perseguidos políticos en los 80 bajo la Revolución Sandinista, muchos de los cua-les se convirtieron en los dueños de los pocos hoteles de la isla, aún prácticamente virgen de turismo. Allí está el cono casi perfecto del Concepción (1.610 metros), un “Monte Fuji sin nieve” según National Geographic, y la cima irregular y boscosa del Maderas (1.394 metros), su hermano menor.

Desde que Nicaragua empezó a aparecer en el mapa como destino turístico en los últimos años, la larga tradición organizativa de los cam-pesinos locales encontró una nueva veta: el turismo rural comunitario, una práctica con antecedentes en los 80, cuando en los tiempos de la Revolución Sandinista las cooperativas campesinas germinaron por todo el país. Desde la cooperativa cafetalera Finca Magdalena (www.fincamagdalena.com), construida en 1888 y expropiada o repatriada –según quien lo cuente– por el FSLN, se puede curiosear un poco del muy organizado turismo rural y comu-nitario de Nicaragua, mientras se exploran petroglifos, se asciende por el sendero del Maderas o se disfruta de un plato de “comida corriente” (pescado o alguna otra carne con arroz, frijoles, queso y tostones de plátano).

Del lado del Caribe las Regiones Autónomas, destino de piratas y de buscadores de tesoros, son todavía casi una terra incógnita para el turismo: se habla inglés o dialecto miskito, se canta gospel en las iglesias moravas, los arreci-fes de coral son inmensos y la arena parece azúcar. Fue la zona más afectada cuando el Huracán Mitch devastó el país en 1998 y sólo había mangos verdes para comer. Sigue siendo la zona más castigada por la naturaleza y olvi-dada por los gobiernos. El sitio más visitado es Little Corn Island, a una hora de vuelo de Managua hasta Bluefields y otra media hora en bote: una isla blanca y diminuta.

Treinta años después de que se partió en Nicaragua otro hierro candente, el espectro de Sandino, para bien o para mal, sigue en pie, descubierto ahora por quienes se asoman, ade-más de a la épica historia de un pueblo, a uno de los escenarios naturales más imponentes del mundo. 2

“En Nicaragua todo el mundo tiene una historia para contar de los días de la Revolución, que sigue siendo parte de la atmósfera, de la música que se escucha en las calles y de la primera plana de los diarios.

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Por Silvina Pini

l a cocina peruana no tiene sentido sin el rocoto, su ají picante.

Quitárselo es desalmarla. Es como ir a la cancha y aplaudir un gol sentado o tomar café descafeinado o tener novio por internet. Pozo Santo es un restau-rante peruano abierto hace pocos meses que ha hecho oídos sordos al legendario temor argentino por el picante. Su dueño, Rodrigo Villa Sana, trae la experiencia de más de tres décadas del restau-rante limeño de su padre, La Carreta, que administró en el último tiempo, y junto con el chef Rafael “Rafo” Rivera se jugó por una carta de sabores tradicio-nales en una ambientación muy lograda.

Se trata de un gran salón de techo parabólico con imponentes santos, puertas y portones anti-guos embutidos en la pared de ladrillo que, junto con telares, estribos y pla-tería, logran un clima de monasterio del siglo XVIII, la época colonial limeña. El nombre Pozo Santo pro-viene de un cura francis-cano, hoy en proceso de beatificación en Roma. Se cree que el cura andaba por el desierto de Ica con un grupo de esclavos muertos de sed y cavó con sus manos un pozo, de donde brotó agua.

Fundó allí una iglesia que hasta hoy se conoce como Pozo Santo y que es punto de encuentro para los amantes de la pesca. El patio del fondo y el de adelante son dos oasis verdes para el clima monacal.

Es muy interesante pedir el menú degusta-ción, que trae cuatro entradas, tres platos de fondo y tres postres, ya maridados con un pisco sour, una copa de vino y un cóctel a base de pisco ($ 160 con agua también). La presentación es muy estética y armónica de sabores.

Las entradas son las clásicas peruanas: anticu-chos, ceviche, papas a la huancaína y causa rellena. La única concesión de toda la carta está en los anticuchos –brochete de lomo marinado en salsita picante–, que en Perú son de corazón, y los argenti-nos comemos todas las glándulas y tripas de la vaca a excepción del corazón. La causa es un puré frío de papa amarilla, en este caso relleno de atún. Acompaña un vaso de pisco sour de prepara-ción perfecta.

Los principales son el lomo saltado, el ají de gallina y el tacu tacu. El lomo, tiernísimo, está sal-teado con ají, cebolla y tomate y no está acompa-ñado por papas como en

otros platos peruanos. El ají de gallina es un guiso a base de miga de pan remojada en leche, con pollo desmenuzado y polvo de nueces pecanas. El tacu tacu es otro clási-co, una mezcla de arroz y pallares. Una copa de andeluna syrah es la com-pañera ideal.

Los postres peruanos tradicionales son excesi-vamente dulces. Por eso Rafo Rivera los presenta inteligentemente por tres y en porciones mini, casi de cuchara. Ellos son el sus-piro limeño, una especie de mousse de leche con-densada, una teja iqueña rellena de manjar blanco (dulce de leche) y baño glacé y otro postre de convento, el maná del cielo. Los argentinos Verónica Vera y Emiliano Fernández, responsables de la barra, idearon para este postre el cóctel Mamá Quilla, con pisco

platos

Sin miedo al picante

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Pozo Santo

Público: al mediodía trabajadores de mundo Palermo en una pausa. De noche, parejitas que mezclan pisco y romance.noche: la iluminación nocturna destaca todavía más el arte y la arquitectura religiosos.arte religioso: si viajó a Perú, si le gusta la estética monacal anti-gua, pasee por el salón y advier-ta los detalles. Son todos origina-les del siglo XVIII.Panera cinco estrellas: no está en la mesa, el mozo pasa con la bandeja y uno elige; los grisines de rocoto son increíbles.Menú con reserva: la degusta-ción la sirven sólo con reserva previa. Masticar ilustrado: amantes de la historia, encontrarán en una carta el origen de cada plato. Estado de ánimo al pagar: se fue a los tres dígitos con el menú degustación, pero además de comer rico, tuvo una clase de his-toria de yapa. Si pide dos platos a la carta, puede ceñirse a las dos cifras.

Siguen abriendo restós peruanos. Esta vez, un lugar en Palermo con ambientación colonial y el sazón que honra la tradición. El dueño trae experiencia limeña.

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acholado fusionado con hojas de coca, apio, ají amarillo, lima y jugo de manzana. El final está al mismo nivel, el café es Illy.

El chef Rivera se acerca a cada mesa a presentar los platos, que llegan tam-bién con una carta con una breve referencia histó-rica de cada uno. Estos platos de la degustación pueden pedirse a la carta, donde hay más opciones.

Un plato de cocina popular es una polaroid de la cultura de un pueblo. Y en Pozo Santo, el comen-sal sale con un álbum lleno de fotos.

DatosEl Salvador 4968, Palermo. Tel. 4833-1611. Abierto de lunes a sábados mediodía y noche. Degustación de tres pasos con pisco sour, copa de vino y trago para postre (sólo con reserva), $160; menú ejecutivo todos los medio-días, dos platos a elegir entre 16 opciones, agua y copa de vino, $ 65. Descuento por pago en efectivo.

–¿Siempre fuiste mozo?–Empecé en la cocina, pasé por la bacha grande, después por la bacha chica, ayudante de coci-na, cafetero y por fin llegué al salón.–¿Por qué preferís el salón?–Por las propinas y porque es más divertido; además hay mucho turista, que es bueno para las dos cosas.–¿Cómo afectó la gripe porcina? –No sólo afectó a los turistas, sino también a los habitués; el público se redujo a la mitad o menos en lo peor de la crisis.–¿Tomaron alguna precaución en particular? –Sí, trabajamos con criterios bro-

matológicos, vivimos con el alco-hol en gel, sobre todo los chicos de cafetería, que se lavan las manos después de cada café que hacen.

–¿Vos tenés miedo de que algún turista te contagie?–Tomo mis recaudos. Atiendo gente de Perú, Brasil, México, Canadá… Lo que hago es tratar de acercarme lo menos posible al plato, cuando lo traigo y cuan-do lo llevo. Hay técnicas para eso, como llevar el plato de abajo con una servilleta. –¿Hacés alguna otra cosa?–No, trabajo doble turno. A la noche es otro público, suelen ser grupos que hacen la previa acá, antes de ir a bailar al lado, a Brujas.

Madagascar, Jorge Luis Borges 1636, Plaza Serrano.

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Arte y cervezaLa cerveza de alta gama Otro Mundo convocó a los artistas Hernán Salamanco, Max Gómez Canle y Dani Dan a partici-par de una mues-tra de arte exhibi-da en las etiquetas de sus tres varie-dades, Strong Red Ale, Nut Brown Ale y Golden Ale. Cada una de las piezas fue seleccionada y adaptada por los artistas para esta edición limitada. Dani Dan es el autor de Quiero ser un gaucho pampeano, que puede verse en la variedad Golden Ale; Hernán Salamanco de Familia, que se aprecia en la variedad Nut Brown Ale; y Antiventana, de Max Gómez Canle presentada en la varie-dad Strong Red Ale.

Vino y diseñoLa Escuela Argentina de Sommeliers, EAS, organizó Vinartes 4, la cuarta edición de la feria de vino y diseño, donde se podrán disfrutar más de 500 etiquetas de los mejores vinos y apreciar la ropa que los alumnos avanzados de Mariano Toledo diseñaron inspirados en los diferentes varietales. Los visitantes podrán recorrer la feria guiados por sommeliers. Habrá un circuito didáctico en el que los vinos se agruparán por cepa y estilos. Además se conocerá el ganador del concurso de diseño organizado para la ocasión, que viajará al Fashion Week de San Pablo en enero de 2010.Ventas anticipadas en EAS, Maipú 934 y en los locales de Winery.27, 28 y 29 de agosto, de 19 a 23 en Visionnaire Estación de Eventos, Dorrego 3307.

imperdibles

el mozo

Luis Cabral, 27 años, seis meses en Madagascar

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Por ElisabEth ChECa

l os expertos consideran que un mágnum, equi-valente a dos botellas

de 750 cm3, es el tamaño ideal para el añejamiento de los vinos finos, que se produ-ce lentamente. Me lo contó Hervé Joayaux, el francés de la bodega Fabre Montmayou, quien embotella su notable malbec en diferentes versio-nes: en las clásicas botellas de 750 mm y también en mágnum, con las que uno queda tan bien a la hora del asado. Y hay muy buenas opciones a precios más que sensatos, por ejemplo, Pequeña Vasija, blend clási-co de La Rural que cambió de estilo, buenísimo por pocos pesos. Otra ventaja de las mágnum: si son cuatro o más en un restaurante, el vino tendrá tiempo de airear-se y, además, uno no se encuentra con eventuales sorpresas como las diferen-cias entre una botella y otra.

En algunos países, EE.UU. por ejemplo, las botellas mágnum no van, se las con-sidera ordinarias, baratas. Seguramente lo fueron en un pasado lontano. Como fue-ron las damajuanas no sólo en esta parte del mundo. Recuerdo una cocina de la juventud atiborrada de damajuanas de Tittarelli, aun en los inicios del varietalis-mo. En San Juan hace unos años descubrí pequeñas, estéticas damajuanas de tres litros con viognier y cabernet franc de Casa Montes,

asombrosamente buenas.Y en cuanto a grandes

mágnum (valga la redundan-cia) argentinos, Finca La Anita presentó el año pasado su merlot Varúa en botellas normales y mágnum. Los pocos botellones se agota-ron, pese que orillan los 1.000 mangos.

En el polo contrario se encuentran las misérrimas botellitas del avión servidas en clase turista, de 180 ml, casi siempre oxidadas. Para peor en muchas nuevas com-pañías aéreas hay que com-prar a tres euros esos vinitos muertos. Por algo en las cla-ses superiores se sirven copas de la botella normal.

Sólo la bodega Trapiche, siempre innovadora, comer-cializaba ese tamaño de botellitas, equivalentes a una copa y media, pero casi des-aparecieron, suplantadas por el vino por copas, un recurso moderno si se trata, espe-cialmente, de probar un menú degustación con vinos para cada plato. En general el vino por copas es caro. Y frustrante. Gusto a poco. No siempre sirven la medida indicada, el ecuador de la

copa o incluso un poco más abajo. Ciertos restaurantes sacan mucho más de cuatro copas de una botella. Negoción. La moda wine bar y el estilo vino por copa en restaurantes de aquí y del mundo se presta a interpreta-ciones grotescas. Porque hay lugares en que sirven el copón casi lleno para que el cliente no proteste, una exa-geración. Así, el vino no puede expresarse, queda apelmazado.

La opción de buenos vinos modernos en botellas de 350 mm es tentadora. No es nueva, el siglo pasado recuerdo haber visto a dos genios amigos del escabio, el dibujante Oski y su amigo León Ferrari, invadir una mesa del Dorá, en aquellos tiempos bohemio y barato, con pequeñas botellas, supongo que habrá sido de vinos de López. Todavía las botellas de 350 mm de Vasco Viejo constituyen una opción

posible en bodegones de barrio, como El Preferido de Palermo ($ 10). Cumplen con la cuota justa del vino para el mediodía cuando hay que seguir en el yugo sin cabe-ceos.

Tambien Trapiche sacó hace unos años una botella de medio litro de un excelen-te syrah. Sólo se lo comercia-lizaba en esta medida. Todos o casi todos los vinos de cosecha tardía se venden en botellas de medio litro, flacas y elegantes. Bien, los vinos dulces sirven para un toco y me voy al final de la comida, con los quesos o los postres. Si no se termina la botella, pueden sobrevivir algunos días en la heladera.

Entre las nuevas opciones de botellas de 350 cl, figuran los varietales Alta Vista Premium, malbec y cabernet sauvignon, el cabernet sau-vignon de Lurton, varietales Santa Julia de Familia Zuccardi, los de la línea Trumpeter y San Felipe de La Rural, en una variada gama de precios, en general posi-bles. Son perfectas también para el restaurante –y no sólo para solitarios. A veces en las mesas de dos hay uno que no bebe, una botella normal resulta demasiado; en la conversa, en el levante o en la pelea, uno se la toma sin darse cuenta, especial-mente si el mozo sirve sin preguntar ni esperar a que se termine la copa. En casa de solos y solas la botellita cumple la función de botella abierta, botella muerta. Evita la tentación de una copa más o finiquitar la botella, para que no se arruine.Y se arruinan, eso si, las neuronas y el hígado.

El tamaño ¿importa?

copas

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Callia alta reserve 2008 ($ 20)

Nueva cosecha de este corte de uvas que tan bien se dan bajo el sol sanjuanino: 40% shiraz, 30% cabernet franc y 30% bonarda. Moderno a ultranza, por ser blend y explorar en varietales fashion.No es la modernidad de los vinos petróleo, espesos y opacos, ya fueron. Tuvo un sensato paso por roble americano y francés que le depara cierta complejidad. Es amable, sensual, brioso y fresco

al mismo tiempo. Para guisos de invierno, curries y cordero grillado.

Ventajas y desventajas de botellones y botellitas. Cada vez hay mas mágnum (1½ litro) y envases de 350 cl para vineros solitarios.

la botella

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Buscando a Eric

Así se llama la película que acaba de estrenar el director inglés Ken Loach y en la que Eric Cantona hace de sí mismo. La extrella e ídolo eterno del Manchester United, ahora actor, productor y posiblemente director de cine, habla aquí sobre sus pasiones: el fútbol, el cine y tocar la trompeta.

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Buscando a Eric

Así se llama la película que acaba de estrenar el director inglés Ken Loach y en la que Eric Cantona hace de sí mismo. La extrella e ídolo eterno del Manchester United, ahora actor, productor y posiblemente director de cine, habla aquí sobre sus pasiones: el fútbol, el cine y tocar la trompeta.

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Eric Cantona dejó el fútbol hace doce años, cuando tenía treinta, llevaba la camiseta número 7 del Manchester United y para los hinchas de ese

equipo era Dios. Y eso que era francés, de carácter irascible y tenía una extraordinaria relación con sus fanáticos. Después de dejar el fútbol, siguió jugando: se dedicó a actuar y lo hizo en unas doce películas. Pero la que acaba de estrenar en Europa es posiblemente la más especial. Porque actúa de sí mismo, y porque lo dirige su admirado –y futbolero– director inglés Ken Loach.

La película, Looking for Eric, cuenta la rela-ción que establece el jugador con un fan suyo, Eric Bishop (interpretado por el actor Steve Everts), un cartero en crisis con todo: con su trabajo, su mujer, sus hijos adolescentes. Cantona lo aconseja, filosóficamente, sobre la vida, en la primera comedia que filma Loach en veinte años, en la que además pretende reírse del endiosamiento de las estrellas de fútbol y desacartonar la figura de la celebridad.

Cantona tiene su propia productora –que coprodujo Looking for Eric–, con sus hermanos Joel y Jean-Marie, también ex jugadores, de Marsella, donde se criaron. “Está Warner Bros. y ahora está Cato Bros”, bromea el ¿ex futbolista? ¿actor? ¿futuro director? En 2002 dirigió su primer corto, Bring Me Your Love (Muéstrame tu amor), basado en un cuento de Charles Bukowski. Y no oculta que le gustaría dirigir un largo. Con su esposa, la actriz Rachida Brackni, va a coprotagonizar The Pelvis Moves (Los movi-mientos de pelvis), “un burlesque tragicómico y una película de acción”, dice. “Me apasiona la actuación. Dejé de jugar al fútbol cuando tenía treinta años porque había perdido la pasión por el juego”, repite una y otra vez en las entrevistas, ya volcado completamente a otro juego.

–¿Por qué perdió la pasión por el fútbol?–No sé. Simplemente murió. Sentí esa pasión

por mucho tiempo, desde que tenía 17 años y jugué mi primer partido en Primera, en Francia. Estaba cansado y tenía otras pasiones. El fútbol es demasiado intenso y yo quería concentrarme en el futuro. Para alguien como yo es fácil can-sarse pronto de algo, porque me voy a morir y no voy a llegar a hacer todas las cosas sobre las que soñé.

–Otra de sus pasiones es tocar la trompeta y lo hace en la película.

–Sí. Cuando llevaba nueve meses retirado del fútbol, tenía mucha energía que no volcaba en ningún lado y probé con la trompeta. Y me gustó mucho. Todavía necesito practicar mucho. Cuando Paul Laverty (el guionista de Loach) estaba escribiendo la película, una vez me pre-guntó qué hacía cuando apenas me había retira-do, y cuando le conté sobre la trompeta, lo puso en la película. Le pifié a unas cuantas notas cuando toqué La Marsellesa para el film. Cuando los músicos que hicieron la banda de sonido grababan en Londres, Ken me mandó un men-saje contándome que ellos decían que yo no tendría que haber dejado el fútbol, y yo le con-testé que tal vez ellos creían que les iba a sacar el trabajo.

–Ken Loach dirige hace cuarenta años. ¿Cuál fue la primera película de él que vio?

–La canción de Carla, pero después vi unas cuantas.

–¿Y fue usted el que le llevó a Loach la idea de Looking for Eric?

–Primero fui a una productora francesa, Why Not, que solía trabajar con la distribuidora Wild Buch; entonces, todos juntos, apasionados por el fútbol y el cine, pusimos un nombre y ése fue Ken Loach.

–¿Por qué quería trabajar con él?–Porque es uno de los mejores directores del

mundo. En todos los tiempos. Para esta pelícu-la, todos coincidíamos en que tenía que ser un director inglés, porque la historia es sobre la relación que tengo con los fans en Inglaterra. Y también tenía que ser un amante del fútbol, para entender; tenía que ser alguien que com-partiera el sentimiento, la experiencia.

–¿Cómo desarrollaron la idea?–Yo tenía una idea sobre un fanático real, que

me había seguido de Leeds a Manchester United, dejó su casa y su familia para seguirme. El guio-nista Paul Laverty pasó un tiempo conmigo en París. Conoció algunos hinchas, hizo mucho trabajo de campo. Fue importante para el guión. Paul engendró su propia historia, que es una gran historia. Cuando la leímos, la amamos.

–¿Cómo fue estar de nuevo en Manchester?–Fue lindo. Adoro a la gente de Manchester.

Eso nunca se pierde, al menos para mí. Parece siempre igual. Yo vuelvo a Old Trafford al menos una vez por año, para ver al equipo. Me emociona escuchar las canciones que cantaban

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“Cantona pretende reírse del endiosamiento de las estrellas de fútbol y desacartonar la figura de la celebridad.

“Como jugador, necesitaba trabajar mucho en el entrenamiento. Jugaba según cómo me había entrenado en la semana. En el cine es igual: trabajar, sentirse confiado, encontrar la libertad.”

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cuando yo jugaba. Cada año, pienso que en el siguiente, cuando vuelva, esas canciones ya no van a estar.

–¿Hay algo de cierto en los rumores sobre que le gustaría suceder al DT Alex Ferguson cuando se retire?

–¿Existe ese rumor? No, no estoy interesado. Tengo muchos planes para el futuro?

–¿Cómo andaría Roy Keane?–Es un gran jugador y estoy seguro de que

sería un gran manager para el Manchester United. Hay técnicos que son buenos para equi-pos promedio, pero si los ponés en un equipo mejor tal vez no lo hagan bien. Pienso que Roy Keane es el tipo de manager que puede ser muy bueno, con muy buenos jugadores. Me gusta. Es mi amigo y fue compañero de equipo por largo tiempo.

–Volviendo a la película, ¿cómo se llevó con Steve Everts?

–Lo adoro. Loach es muy bueno en muchas cosas, pero sobre todo eligiendo gente. Él ve cosas en tu interior. Conoce a alguien y sabe que va a ser el que interprete a un personaje. Steve es perfecto para Eric Bishop. Cuando Steve me vio por primera vez en su habitación, no sabía que yo iba a participar en persona en la película. Ken me escondió detrás de una cortina, y yo empecé a hablar y Steve se dio vuelta, tuvo una reacción real, no actuada. Fue un momento especial. Pero, de nuevo, eso muestra por qué Ken Loach es tan bueno. Estoy seguro de que si el actor hubiera leído el guión y dijera “vas a

conocer a tu ídolo en este momento” no hubiera actuado de la misma manera. Lo que sucedió fue una reacción real. Parecía que había visto un fantasma. Es muy difícil actuar la sorpresa.

–¿Se siente tan confiado frente a una cámara como en su puesto en Old Trafford?

–Sí. No al principio. El primer año no pensé que tenía que trabajar tanto. Sentía que no tenía que trabajar cuando estuviera en el set, que sólo tenía que estar ahí y eso era suficiente. Cuando estuve en el lugar, no me sentí tan con-fiado, porque debés tener una respuesta para cada pregunta, y siempre muy rápido. Tenés que tener un sentido de la anticipación. Descubrí

Cannes. Cantoná y el director Ken Loach en la presentación de Looking for Eric. Abajo: el afiche y el actor Steve Everts.

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hace siete años que tenés que trabajar mucho. Trabajás y encontrás la libertad, y con la liber-tad encontrás el placer de estar ahí. Trabajé mucho y ahora me siento confiado. No sé si soy bueno, esa no es la pregunta, pero me siento confiado.

–Entonces tuvo que entrenarse duro, igual que cuando era futbolista. ¿Todo tiene que ver con la preparación?

–Sí. Pero hay diferentes tipos de preparación. Tenés que encontrar la manera de prepararte según como sos. Yo necesito trabajar. Cuando era jugador, necesitaba trabajar mucho en el entrenamiento. Jugaba según cómo me había entrenado en la semana. En el cine es igual: trabajar, sentirse confiado, encontrar libertad. Pero somos todos diferentes. No sé en Inglaterra, pero en Francia algunos actores no quieren leer el guión, no quieren trabajar, o es su propia manera de trabajar. Es la forma en que se sienten confiados, libres. Somos diferen-tes, cada uno tiene que encontrar su propia manera de trabajar.

–En ese sentido, ¿en qué lo ayudaron sir Alex Ferguson en el fútbol y Ken Loach en el cine?

–Uno es un gran director técnico, el otro es un gran director, y los dos tienen una gran humanidad, y mucha humildad. Siempre te dan energía. Con Ferguson, cuando jugábamos un partido, era siempre como si fuera su primer partido, es muy apasionado y te transmite su ambición. Ken trabaja del mismo modo, son muy parecidos.

–La actuación, como el fútbol, es un oficio inestable. ¿Qué pensaron sus padres cuando les dijo que quería ser jugador de fútbol?

–Se lo tomaron bien, creo… Sí. Me dieron libertad. Cuando me fui a Auxerre (el primer club de Cantona), era a 700 kilómetros de casa

Corazón y pocas pulgasPor Roberto D. Fernández

Eric Cantona parece convencido de haber llegado al mundo al solo efecto de ser amado u odiado en dosis altas. Jamás ignorado, inadvertido. Parisino por naci-miento, marsellés de crianza, al parecer con sangre gitana y antepasados españo-

les, paseó su clase futbolística indiscutible por los campos de Europa, a uno y otro lado del Canal de la Mancha, hasta que se cansó de esas rutinas y dijo au revoir en el punto más ele-vado de su carrera. “Eric Cantona es Dios” revelaba una pancarta colgada de un balcón de Manchester aquel día de 1997 en que se conoció que ya no se lo vería vestido de jugador. Sonaba a exceso, habida cuenta de que militó en el United, en el que dejaron huellas imbo-rrables próceres autóctonos tales como sir Bobby Charlton (758 partidos oficiales, 249 goles), Denis Law (404 y 237) y George Best (470 y 179), elevados al Olimpo mucho antes de que él se enfundara la camiseta roja número siete para hacer su parte. La hizo a lo gran-de, según como sea analizada.

Debutó en un club de tercera categoría de su país, el Auxerre, a los 17 años, en 1983. Alguien lo calificó de "culo inquieto" porque fue saltando de equipo en equipo, a medida que sus pocas pulgas le cerraban puertas mientras su calidad de delantero notable, incisivo, le abría otras. Fue estrella del Martigues, Olympique, de Marsella, Girondins, de Burdeos, Montpellier y Nimes Olympique. A los 21 llegó a la selección francesa, de la que salió eyectado después de describir en televisión al técnico nacional Henri Michel con la única síntesis que halló a mano: “Bolsa de mierda”. Punto y aparte.

En 1991 cruzó el mar para asentarse en Inglaterra: una semana en el ignoto Sheffield Wednesday y unos pocos partidos en el Leeds United, los suficientes como para ufanarse de haber sido parte del plantel que ganó la Premier League de 1992. De allí saltó al Manchester United, el teatro de los sueños. En el célebre reducto de Old Trafford le tocó ser pieza impor-tante de la camada que devolvió la felicidad a los hinchas del Manchester. tras una larga sequía: dos Copas Inglesas y cuatro títulos de Liga, prólogos de la conquista de la Liga de Campeones de Europa y la Copa Intercontinental, logros estos últimos que no figuran en su currículum sólo porque él decidió retirarse prematuramente.

Característico por llevar el cuello de la camiseta levantado, un “descuido” bien estudiado, jamás privó de nada a su lengua. Hombre de palabra y acción, peleó con medio mundo, aun-que nada superó aquella patada voladora que descargó sobre un militante de extrema dere-cha, Matthew Simmons, de 21 años, que osó insultarlo desde una platea ubicada al borde del campo en el estadio Crystal Palace, el 25 de enero de 1995. Lo suspendieron por seis meses pero volvió con mayor ímpetu, con mejores contratos y la distinción de ser una de las imáge-nes publicitarias de Nike.

“El fútbol es como hacer el amor. Si no puedes aguantar 90 minutos como yo, no ganas”, dijo, cuando descubrió que el juego ya no lo seducía. Se fue al cabo de 432 partidos y 161 goles anotados. A Dios, al Rey, a Eric Daniel Pierre Cantona, le aguardaban otras empresas.

Juntos son Dinamita. Con Diego, fundó el sindicato mundial de futbolistas.

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y mis padres lo aceptaron: “¿Querés hacerlo? Muy bien”. Pero para ellos fue difícil, especial-mente para mi madre. Pero me dieron la base, una muy buena educación, mucho amor. Y sigue siendo igual: vamos a verlos, hacemos un picnic con los chicos. Nada especial. Cosas pequeñas. El placer de las pequeñas cosas.

–¿Vieron la película?–No todavía. Creo que va a ser difícil para

ellos. Muy emocional.–Fue uno de los primeros jugadores extranje-

ros de la liga inglesa. ¿Cree que debería haber un límite para los jugadores extranjeros en los clu-bes de Inglaterra?

–Sí. Alex Ferguson (DT del Manchester United) encontró el mix entre extranjeros y jóvenes locales. Los demás… creo que es malo para el fútbol inglés, para la selección nacional. Quizás en el futuro sea peor que ahora. Porque hoy todavía tenés jugadores de hace cinco o diez años; de mis tiempos, que eran diferentes. Esos jugadores todavía están jugando. ¿Pero en el futuro, en diez o quince años? ¿Dónde están los jóvenes jugadores ingleses? Cada club en el que juegan tiene extranjeros: los chicos, los grandes, todos. Creo que va a ser un gran problema para la selección inglesa, en el futuro.

–Ken Loach es un gran hincha del Bath City, ¿cuánto cree que sabe de fútbol?

–Bueno, solamente alguien que es fanático del fútbol puede dirigir este tipo de película. Muchos directores hacen películas sobre cosas que no conocen. Ves directores que hacen pelí-culas sobre la mafia y no conocen nada sobre el tema, ¡nunca conocieron a nadie! ¿Cómo piensan que pueden ir al fondo? Que pueden entender a la gente, mostrar algo especial, ir al fondo de las emociones, como esta película. Creo que sólo la gente que conoce lo que es ser

hincha puede hacer este trabajo.–¿Cree que algunos pueden cambiar su opi-

nión sobre usted después de verlo en la película?–No me importa mucho. Me gustaría que les

gustara la película tanto como a nosotros. Pero el juicio que tengan sobre mí, no me importa. Quiero ser yo mismo. Si piensan que en la pelí-cula me ven a mí, entonces está todo bien.

–En la película aconseja sobre la vida a un fan suyo que está pasando por un mal momen-to. En los créditos del final, usted aparece diciendo “cuando las gaviotas siguen al buque pesquero, es porque creen que está por arrojar sardinas al mar…”

–Todo el mundo trata de encontrarle senti-do a eso que dije, pero no pretendía que hubiera ningún sentido profundo. Solamente estaba poniendo una palabra detrás de la otra. Creo que cada uno le pone el sentido que quie-re. El sentido no fueron las palabras: solo quería decir algo que no significara nada por-que creo que todos tratan de convertir esa situación en algo muy serio, y la vida está llena de cosas serias. Pero no creo que el mundo del fútbol sea tan serio. Es importante tomar dis-tancia de las cosas y de uno mismo. Si creemos que somos reyes o dioses, nos vamos a volver locos. Todos sabemos que es un juego y todos lo disfrutamos.

“Le pifié a unas cuantas notas cuando toqué La Marsellesa para el film. Cuando los músicos que hicieron la banda de sonido estaban grabando en Londres, Ken me mandó un mensaje contándome que ellos decían que no tendría que haber dejado el fútbol.”

Juntos son Dinamita. Con Diego, fundó el sindicato mundial de futbolistas.

RaChiDa bRaCkni. Con su esposa va a protagonziar Movimientos de pelvis.

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m i v i d a y y opor carolina balducci

Al principio, me decía Mariana mientras almorzábamos en la oficina, le iba a celebrar todo a Diego. Todo en él me iba

a parecer una maravilla, sus ideas: las de un genio. Como eso de poner el despertador media hora más temprano para que tengamos tiempo de bañarnos los dos y no lleguemos tarde al labu-ro. Y que cuando se tomara el café y dejara la taza sucia porque “si no corre no llega”, yo iba a decir-le, amorosa: “Yo la lavo, amor, andá”; y que, a la tarde, cuando regresara a casa y quisiera subir los pies en la mesita y mirar tele un rato antes de la cena –que por supuesto yo prepararía–, yo le diría: “Tranqui, mi amor, si me encanta cocinar”. Cuando todo el mundo sabía que cocinar no le encantaba a nadie.

Le expliqué que en nuestro caso no era tan así, que a veces él también cocinaba, pero que otras veces llegaba muy cansado y…

–¿Y vos? ¿Acaso vos no llegás cansada? Ya sé que acá el trabajo consiste en hacerle creer al jefe que estamos ocupadas, pero eso también cansa, ¿o no?

Yo alcé los hombros y le dije que, igual, ése no era el punto. –¿Cuál es el punto, Caro? ¿Qué a vos no te importa cocinar y

hacerle todo porque “lo amás”? ¿Ahora me vas a decir que descu-briste que no sos del tipo loca feminista fanática? Ja.

–¿De qué hablás? ¿Cómo “ja”?–Así empezamos todas, Carito, y ya yo tengo unas cuantas sepa-

raciones encima. Si no te parás firme ahora, si no le decís: “Lavá tu taza, che”; o “cociná vos, que estoy cansada” –aunque no lo estés–; si no te ponés mandona vas a terminar esclavizándote.

Me levanté de la mesa. Le dije a Mariana que tenía que enviar unos mensajes del jefe por mail. La verdad es que no estaba para oír su discurso del fracaso, ya yo había tenido mucho de eso; yo era la líder espiritual del fracasismo. Ella torció la boca, como queriéndome decir: estás defendiendo lo indefendible, pelotuda. Empecé a enardecerme. “¿Qué te pasa, por qué torcés la boca?”. Ella hizo otra mueca: ésa de simular que se sella los labios con un cierre invisible. ¡Pero qué creatividad abrumadora, por favor! Me abroché la pollera, me la había soltado para comer. Respiré pro-fundo. Quería salir de la cocina pero no podía, las palabras de Mariana me palpitaban en la sien.

–Sos una resentida, Mariana, estás envenenada. Yo sé lo que te digo.

–Ja –volvió a decir ella. Me puse las manos en las caderas, miré el piso sin saber cómo responder ese nuevo “ja” sin darle una cachetada. Hablé:

–El hecho de que te estés cogiendo a ese putito y de que, por pelotuda que sos, te hayas enamorado, no quiere decir que las relaciones para el resto del mundo sean igual de injustas y enfermizas.

–¿De qué hablás, Carolina? Por favor, ¿eso qué tiene que ver?

Ni yo misma sabía qué tenía que ver, pero sabía que se iba a molestar. La mandíbula le temblaba.

–…Claro, Mariana, si se te nota a leguas que estás enamorada del mariquita ése, pero también se nota que no estás satisfecha y por eso lo pagás conmigo. No te culpo, debe ser jodido estar cogiéndose a ese chabón que es casi una minita, me da asco nomás de imaginarme.

Puse cara de asco y sacudí la cabeza. Como si estu-viera masticando algo podrido. Mariana levantó los platos, puso uno sobre el otro, ruidosa, y camino a la

pileta me esquivó, pero no tanto: alcanzó a rozarme con un borde emplatado de ketchup, y me manchó la camisa.

–¡Pero qué hija de…!–Prefiero cogerme al putito ése, que ser una gorda pelotuda que

se traga las lágrimas de un tipo que sigue sufriendo por su ex. Me le mandé encima con un manotazo que no sé de dónde me

salió. No podía creer lo que estaba oyendo, todo lo que le había contado alguna vez lo estaba usando en mi contra. Ella me esqui-vó, pero alcancé a rozarle, según dijo, un ojo con la uña.

Salí furiosa de la cocina y me senté en mi cubículo. Le mandé un mail a Diego, un mail muy amoroso. Le puse una posdata donde le decía que esa noche llegaría más tarde, que tendría que cocinar él. Mariana venía del baño con el ojo irritado. Se acercó a mi cubículo:

–Mirá lo que me hiciste, ¡loca de mierda! –No me jodas –contesté. Ella se acercó más. Se inclinó para

hablarme de cerca y me dieron ganas de hacerle tragar el mouse. Me pongo violenta, ya sé, cuando me tocan a mi chico, no lo resisto.

–Escuchame bien, gordita pelotuda –empezó Mariana. Yo me eché hacia atrás y le dije que se fuera, que perdón por lo del ojo pero no podía permitir que me hablara mal de Diego en mi propia cara. Estábamos hablando al mismo tiempo, casi gritándonos.

–…y vos vas a terminar tragándote su mierda y la de su ex, ya vas a ver. –Insistía con lo de la ex, ¿para qué mierda le conté eso?

–Andate, Mariana, dejame en paz, andá con tu mariquita a chupar…

–…porque al final sos una puta regalada.Linda charla tuvimos. Después me encerré en baño con mi

celular y le mandé un par de sms a Diego. Nada importante: que lo extrañaba, que estaba feliz de vivir con él. No contestó. Cuando salí de la oficina tomé el colectivo en vez del subte, para demorar-me más; ya le había dicho a Diego que llegaría tarde. Me bajé en un parque cerca de casa y di vueltas en círculo. No había nadie y hacía un frío de cagarse. Pero tenía que darle tiempo a Diego de preparar la cena. Me senté en un banco y esperé un rato más, hasta que sentí que la saliva se me estaba congelando. Me harté, me levanté, me froté los brazos, caminé hacia casa. En el camino me pregunté si todo esto valdría la pena... Cómo saberlo.

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c. actualidad a diario, es una publicación propiedad de Papel 2.0 s.a. Maipú 271, ciudad de Buenos aires.registro de la propiedad intelectual 722.212. impresión: Kollorpress s.a. uruguay 126 - avellaneda. distribuidora sanabria s.a.

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