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Qin Thana

PSICOLOGIA Y LENGUAJE

I.S.B.N.: 84-600-8957-6 Nº Reg.28189

Dep.Legal: M-23689-1994 © Qin Thana

Reservados todos los derechos

(Portada: Internet)

ICEUCM

1994

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INDICE TEMÁTICO

PRESENTACION por Isabel Gutiérrez Zuloaga 11

INTRODUCCION 14

1.- EL HOMO LOQUENS 21

Del homo habilis al homo loquens 21

La capacidad de hablar 24

El homo loquens como ser inteligente 25

Bibliografía y referencias bibliográficas 26

2.- EL LENGUAJE COMO FACULTAD 27

Las facultades del ser humano 27

La facultad del lenguaje 29

La espontaneidad como propiedad del lenguaje 31

Bibliografía y referencias bibliográficas 32

3.- EL LENGUAJE COMO CONDUCTA 33

Lenguaje y conducta 33

Conducta lingüística y organización cerebral 34

La emergencia de la conducta: teorías 36

La teoría verbalista 38

El seguimiento de los procesos conductuales

del habla 40

Bibliografía y referencias bibliográficas 41

4.- EL CONCEPTO DE LENGUAJE 43

El lenguaje interno 43

Noción 44

Funciones del lenguaje interno 45

El lenguaje externo 45

Noción 45

El lenguaje como conjunto de símbolos 46

Funciones del lenguaje externo 49

Bibliografía y referencias bibliográficas 51

5.- EL LENGUAJE Y LA INTELIGENCIA 53

La tendencia natural a expresar los pensamientos 53

La naturaleza de la expresión 53

Hablar y entender 54

Lenguaje e inteligencia 56

El papel de la inteligencia 58

El papel del lenguaje en los comportamientos

de la inteligencia 59

El papel del oído en el lenguaje hablado 62

Bibliografía y referencias bibliográficas 63

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6.- EL LENGUAJE HUMANO, EL LENGUAJE

DE LOS ANIMALES Y EL LENGUAJE

DE LAS MAQUINAS 65

El lenguaje humano 65

El lenguaje de los animales 69

Diferencias respecto del lenguaje humano 69

Los experimentos con animales 71

Incapacidad de los animales para el lenguaje 72

El lenguaje animal como conjunto de señales 75

Otros ejemplos 75

El lenguaje de las máquinas 76

Bibliografía y referencias bibliográficas 78

7.- LENGUAJE Y COMUNICACION 81

Nociones 81

Los problemas de la comunicación humana 81

Bibliografía y referencias bibliográficas 84

8.- PROCESOS PSIQUICOS IMPLICADOS EN LA

PRODUCCION DEL LENGUAJE 85

Introducción 85

La determinación del mensaje 86

Decisión y expresión 87

Coherencia del mensaje 87

Selección del medio material 87

Codificación 89

La naturaleza de la codificación 90

La estructura morfológica y sintáctica 90

La toma de decisiones y la ejecución del mensaje 91

La ejecución material del habla 93

La evaluación del lenguaje propio 93

La vinculación entre las partes del proceso 93

Bibliografía y referencias bibliográficas 94

9.- PROCESOS PSIQUICOS IMPLICADOS EN LA

RECEPCION DEL LENGUAJE 95

Introducción 95

La fase física del lenguaje 96

La fase fisiológica del lenguaje 96

La fase psíquica del lenguaje 98

La identificación de las palabras 98

La identificación de las unidades

lingüísticas 99

La descodificación 101

La producción de información nueva 102

El constructivismo del conocimiento

humano 103

Los procesos afectivos concomitantes 103

La planificación de la conducta 103

Bibliografía y referencias bibliográficas 105

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10.- ANALISIS DEL HABLA Y DEL LENGUAJE 107

Análisis del habla 107

Análisis del lenguaje hablado 108

Análisis del lenguaje hablado desde las

distintas gramáticas 111

Bibliografía y referencias bibliográficas 114

11.- LAS ESTRUCTURAS LATENTES Y LOS

UNIVERSALES LINGÜÍSTICOS 115

Las estructuras latentes 115

Estructuras latentes y estructuras lógicas del

lenguaje 120

La estructuras del lenguaje, las estructuras

de la mente y las estructuras de la realidad 124

Bibliografía y referencias bibliográficas 126

12.- CATEGORIAS LINGÜÍSTICAS 127

Las categorías reales 127

La categorías mentales 128

Las categorías lingüísticas 132

Bibliografía y referencias bibliográficas 138

13.- LOS NIVELES DEL LENGUAJE HUMANO 139

El lenguaje objeto 139

El metalenguaje 140

El lenguaje de grado tres 140

Otros niveles del lenguaje 140

Los niveles del lenguaje y la coherencia del

pensamiento 141

14.- EL USO DE LAS PALABRAS 143

Introducción 143

El uso material de las palabras 145

El uso metafórico 145

El uso formal 146

El uso real 146

El uso de las palabras y sus leyes 147

15.- LA BASES FISIOLOGICAS DEL LENGUAJE 149

Los hemisferios cerebrales 144

Cerebro y masa neuronal 150

El lenguaje y el cerebro 153

El espíritu y la materia 153

Los experimentos y su alcance 155

La edad crucial 156

Bibliografía y referencias bibliográficas 156

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16.- EL ORIGEN DEL LENGUAJE 159

El origen filogenético del lenguaje: teorías 159

La evolución y la espontaneidad de

la naturaleza 159

La imitación 161

La vida laboral y social 161

El origen divino y la necesidad 162

El origen ontogenético del lenguaje 163

El condicionamiento operante 163

El aprendizaje seriado 164

El aprendizaje pasivo 166

La imitación 167

Los factores biológicos 168

Los factores sociales 170

La estructura racional del ser humano 170

El origen cronológico del lenguaje 172

El niño ferino 172

El niño normal 172

Bibliografía y referencias bibliográficas 173

17.- PENSAMIENTO Y LENGUAJE: RELACIONES 175

La distinción e independencia entre pensamiento

y lenguaje 175

La dependencia del lenguaje respecto del

pensamiento 176

La dependencia del pensamiento respecto del

lenguaje 177

La cooperación entre pensamiento y lenguaje 180

El lenguaje y la conducta 181

El lenguaje y la clase social 183

La unidad pensamiento-habla 184

Bibliografía y referencias bibliográficas 185

18.- EL LENGUAJE Y EL ESTILO DE VIDA 187

19.- BIBLIOGRAFIA 190

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PRESENTACION

El lenguaje es el medio humano más significativo para transmitir nuestros

pensamientos y nuestros sentimientos. No es, pues, de extrañar que, en cada etapa

histórica, encontremos pensadores que se plantean a fondo la reflexión sobre el

sentido del lenguaje. Y se ha llegado a afirmar que, si bien en el renacimiento se

pasa de una filosofía del ser a una filosofía del pensar, en el momento actual se

pasa de una filosofía del pensar a una filosofía del lenguaje controlado.

Desde semejante perspectiva no cabe duda del interés que ofrece un libro

como el que ahora presentamos, en cuanto que supone una nueva aproximación

reflexiva a este tema eterno y siempre crucial para el sujeto humano, así como un

elemento tan sumamente decisivo para la comunicación, puesto que el presente

trabajo, dedicado al estudio del lenguaje, aprovecha las conclusiones de las ciencias

obtenidas por los métodos propios de las ciencias experimentales. Pero, además,

traspasando la nebulosa del fenómeno del lenguaje y dejando al lado las hipótesis

científicas sobre el mismo, se plantea su objetividad ontológica al cuestionarse:

¿qué es el lenguaje? ¿a qué tipo de categoría ontológica pertenece? ¿qué es el

hombre que habla? ¿qué es la comunicación y cuáles son sus posibilidades reales?

¿cuál es el origen del lenguaje?, etc.

El concepto de lenguaje que aquí se defiende está basado en una

concepción metafísica del hombre. Lejos queda la idea de un hombre, constructo

mental hecho a base de datos obtenidos mediante el experimento científico, de un

hombre relativizado, como el que nos ofrecen ciertos sectores del pensamiento.

Porque la entidad esencial del ser humano no cambia al albur de las diversas

opiniones, más o menos fundamentadas. La naturaleza humana posee unas

capacidades específicas. Cuando en estas capacidades interviene el conocimiento,

bien porque ellas mismas tienen el conocimiento como acto propio, o bien porque su

acto lo presupone, estas capacidades pueden denominarse facultades. De aquí que

todos los seres humanos poseen como inherente a su naturaleza y de modo innato

y necesario, una serie de propiedades. Pero en este tratado se distingue muy bien

entre las "facultades" y el "uso" que de ellas se hace. Porque, mientras aquéllas son

innatas, el uso es adquirido. Por medio del ejercicio aprendemos a ver, a oir, a

imaginar, a recordar, a hablar, a andar, a cantar, o a manejar un ordenador...;

aunque además del ejercicio hemos de reconocer que intervienen otras variables,

como la salud, las neuronas, la inteligencia... Por eso nos encontramos seres

humanos que, teniendo todas las propiedades en potencia, carecen, por una u otra

causa, del uso adecuado de alguna de ellas.

Sobre estas bases teóricas se aborda el estudio de los procesos de

producción y recepción del lenguaje, del lenguaje externo e interno, de los procesos

de comunicación, de la constitución y estructura de los enunciados, de las

categorías, de los niveles, del uso y la génesis del lenguaje, de su interacción con el

pensamiento, de su relación con el estilo de vida, etc. Porque se considera que el

lenguaje, si bien no deja de ser un fenómeno analizable y experimentable desde el

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laboratorio, es también una realidad inasible por el experimento. Ya que, si bien el

autor no deja de reconocer que las aportaciones de la psicología y de la lingüística

poseen un valor incalculable, también reclama el paso del fenómeno a la realidad,

de la ciencia a la filosofía, de la descripción a la comprensión, de los hechos al

sentido de los mismos.

Uno de los capítulos de esta obra está dedicado a analizar el origen del

lenguaje, desde las diversas hipótesis que este tema ha generado. Se trata, en

primer lugar, de interpretar el fenómeno de su surgimiento en los albores de la

humanidad, esto es, desde el punto de vista filogenético, y se aportan cuatro

enfoques: la teoría del origen espontáneo, la teoría de la imitación, la teoría

sociológica y la teoría del origen divino; y, en segundo lugar, en cuanto a su

aparición en cada uno de los individuos -o punto de vista ontogenético- son

analizadas varias explicaciones: la del aprendizaje por condicionamiento, la del

aprendizaje pasivo, la de la imitación, la biológica y la del origen racional.

Pues bien, sobre tema tan controvertido, nosotros queremos aportar

algunas otras ingeniosas hipótesis. Así recordamos al pensador TIEDEMANN el

cual, basándose en el concepto rousoniano del Contrato Social, describe, en 1772,

que en un principio los hombres se entendían por signos; pero, como después

observaron que las emociones les llevaban a producir sonidos, decidieron

aprovechar dichos sonidos para utilizarlos como signos de sus pensamientos. Y es a

partir de esta experiencia colectiva, cuando se ponen de acuerdo entre ellos para

inventar el lenguaje. Ideas de TIEDEMANN que van a ser consideradas, a modo de

mofa, por el filosofo PAULSEN. Comenta éste lo extraño que es entender que el

hombre que inventara el lenguaje, no descubriera antes la inteligencia y se la

comunicara a los demás, aunque fuera por persuasión. Y se cuestiona irónicamente

sobre el modo de proceder en este descubrimiento: " ¿Trabajaban muchos

conjuntamente en la obra? ¿Se nombró acaso una comisión para la invención del

lenguaje, que es lo que seguro se haría hoy?" Lo curioso es que el propio

ROUSSEAU había escrito: "Me parece que ha sido necesaria la palabra para

inventar la palabra".

Pero nos parece de lo más sugerente la aportación de nuestro original

filósofo MIGUEL DE UNAMUNO, cuando se plantea e intenta dar solución en un

artículo -publicado en Barcelona en 1902- a la tan debatida cuestión sobre el "origen

del lenguaje". Claro está que el pensador vasco duda seriamente de la extraña

afirmación tiedemaniana de que el surgimiento del lenguaje sea producto del

"sufragio universal directo". Este modo de justificar la aparición por medio de un

"referendum" le parece sencillamente absurdo. Unamuno utiliza su ingenio y

comenta con su seco gracejo lo extraño que supone pensar que "designaran por

gestos, por supuesto, a los representantes de la asamblea mímica en que se trató

de tan importante función pública y privada como es el hablar", así como el que de

aquella asamblea saliera "una comisión y de la comisión una ponencia".

No puedo renunciar a traer aquí sus comentarios subsiguientes: "¡Lástima

que no se haya hallado en caverna alguna, junto a los huesos de un ursus spelaeus,

las actas de aquella asamblea!. Y no se me diga que no puede haber actas de una

asamblea mímica, anterior a la invención del lenguaje y enderezada precisamente a

inventarlo, porque tengo muy buenas razones para creer que el lenguaje escrito fue

anterior al hablado, que la escritura -en forma primitiva e imperfecta, claro está-

precedió a la palabra." Continúa en el mismo tono burlesco: " Es de suponer que la

tal asamblea la provocó un sabio paleolítico que había inventado en sus ratos de

ocio un lenguaje y que quiso darle sanción pública"

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Total, que al rector de la universidad salmantina, la hipótesis de una

comisión nombrada por una asamblea de hombres paleolíticos aún no dotados de

palabra, para que inventaran el lenguaje, le parece la idea más sugestiva, pero

también la más inaudita, que se le pueda ocurrir a un investigador de la prehistoria.

De todos modos, la originalidad del escritor vasco no puede reducirse a este aspecto

crítico e irónico de la cuestión. Este dará un paso más y nos ofrecerá una

perspectiva inédita y profundamente significativa del tema. Con el Génesis en la

mano (c. II, v. 19 y 20 ) nos va a explicar, no sólo el "cómo", sino también el "para

qué" fue inventado el lenguaje. Según su versión, nada de asambleas ni de

comisiones con nadie fueron necesarias para que nuestro primer padre Adán

descubriera y practicara el lenguaje. Pero además, la finalidad de dicha invención

está para él muy clara; el Génesis la narra a continuación (v. 21 al 25), porque

inmediatamente da cuenta de la formación de Eva. Así razona DON MIGUEL: "... se

nos cuenta la formación de Eva inmediatamente después de la invención del

lenguaje,..., lo que claramente nos da a entender que el hombre habló para recibir a

la mujer". Y aquí está la hermosa solución unamuniana a la motivación inmediata del

surgimiento del lenguaje en el hombre: la comunicación a través de una relación

directa, personal y amorosa. "Porque -aclara- ¿para qué quería Adán hablar si no

era para comunicarse con Eva?"

Para el profesor Qin Thana, si el lenguaje es el instrumento fundamental de

la comunicación, está muy claro que no puede existir sin el pensamiento, sin la

inteligencia, sin la razón. Ningún acuerdo es posible con los seguidores de la

"Volker-psychologie" cuando defienden que el lenguaje ha nacido al mismo tiempo

que la razón, y hasta que es aquél quien ha dado lugar al nacimiento de ésta.

Podemos resumir así, por tanto, la tesis fundamental de la obra que ahora

prologamos: la subordinación del lenguaje al pensamiento como efecto y, a su vez,

como instrumento del mismo. Porque para nuestro autor, es el pensamiento el que

permite existir al lenguaje y le otorga la posibilidad de llenarse de contenido, y como

consecuencia, de enriquecer a las demás personas, en cuanto vehículo de la

comunicacion.

ISABEL GUTIERREZ ZULOAGA

El Escorial, 31 de mayo de 1994

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INTRODUCCION

Se recoge en este libro una serie de trabajos, algunos de ellos ya

publicados, con la finalidad de facilitar a los alumnos del Master de Logopedia un

instrumento cómodo y adaptado a sus posibilidades académicas, habida cuenta de

la heterogeneidad de los estudios que han cursado y la diversidad de sus puntos de

procedencia.

La Psicología del Lenguaje está de moda en nuestros días; lo mismo que lo

está la Filosofía del Lenguaje. Ambas tendencias constituyen un fiel exponente de la

orientación que toman algunas direcciones de dichas ciencias cuando se han dejado

llevar en exceso por las exigencias del 'método científico experimental' derivado del

empirismo que impregna el conocimiento científico general en los tiempos actuales

como una exigencia ineludible. Esta exigencia es sana y encomiable, pero, cuando

se presenta como praxis científica en exclusiva, o con la euforia, el desprecio o el

rechazo hacia otros métodos del conocimiento humano, los resultados pueden ser

demoledores, tanto para las ciencias antes mencionadas, como para las demás

ciencias que tienen algo que ver con ellas. De una manera especial estos resultados

pueden resultar destructivos cuando se trata de entender la naturaleza del ser y del

pensamiento humanos; así como la naturaleza y el papel del lenguaje respecto del

pensamiento.

Los métodos del pensamiento humano, para la inteligencia del investigador,

son varios. El experimento científico es sólo uno de ellos, si bien es el más aceptado

por los científicos actuales. Y el resultado positivo de dicho método cabe esperarlo

únicamente si el investigador que lo utiliza tiene en cuenta también los otros

métodos, sobre todo, el método racional. Aceptamos que la única fuente del

conocimiento humano es la experiencia. Pero sería una verdadera temeridad afirmar

a estas alturas que la única experiencia de la que el hombre es capaz, desde la

inteligencia que posee, es la constatación derivada del experimento científico. Hay

otras formas de experiencia mucho más importantes y más seguras, que son las

formas de la experiencia intelectual, sin las cuales la experiencia del laboratorio

quedaría automáticamente vaciada de todo contenido científico.

El lector que haya recorrido algunas páginas de este libro se habrá dado

cuenta de que los problemas del lenguaje, los verdaderos problemas, no se

encuentran al alcance del experimento científico. Cuando alguien se empeña en

entenderlo así, corre el riesgo de llegar a los extremos a los que muchos han

llegado, por ejemplo, al extremo de afirmar que la única dimensión intelectual del

hombre es la dimensión del lenguaje, o a la afirmación de que el pensamiento

posible que puede formular el hombre es el pensamiento hablado, es decir, el

pensamiento que se identifica con el lenguaje. Mas allá de las palabras no hay en la

conciencia absolutamente nada.

Lo que en la Filosofía Clásica, para todos los seres, era la composición de

esencia y operación (acción), para muchos sectores de la psicología actual, esa

composición es el entramado de estructura y función. Es cierto que no pueden

identificarse sin más la esencia de un ser y su estructura, por más que la esencia de

los seres finitos sea estructurada; como tampoco pueden equipararse sin más las

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operaciones de un ser y sus funciones. Cuando la psicología actual habla de

estructura, se entiende por tal la estructura de la conciencia, no la estructura del

sujeto o elemento sustantivo de las acciones; una estructura consistente en la

conexión de procesos distintos o discontinuos en desarrollo, relacionados o

vinculados en virtud de leyes psíquicas. Y, cuando esta misma psicología moderna

habla de función, por ésta se entiende la aptitud para un determinado tipo de

comportamientos consistente en el flujo unitario e indivisible de la conciencia que

selecciona la dirección de la acción más apta para satisfacer las propias

necesidades, entre las cuales se encuentra principalmente la conservación del

propio ser y la adaptación al medio ambiente.

Ahora bien, el hecho de que la conciencia de la psicología estructuralista se

encuentre 'estructurada' (articulada) a base de unidades discretas, y la conciencia

del funcionalismo se encuentre formada por una corriente continua de pensamiento

(fluyente), no constituye una diferencia radical entre ambas tendencias, pues para

ambas la dimensión psíquica de cada individuo es el mundo de los procesos

psíquicos, el mundo del comportamiento o de la acción, considerado, sobre todo, en

su dimensión temporal. Y la gran diferencia de ambas respecto de la psicología y

filosofía tradicionales estriba en el rechazo de toda tentativa substancialista para

vincular los procesos psíquicos a un supuesto substrato metafísico estructurado (la

esencia como estructura de materia y forma, el sujeto, la sustancia, la naturaleza). El

campo de la psicología no tiene nada que ver con este substrato metafísico,

tampoco está constituido por los objetos (lo dado), sino por nuestra experiencia

personal de esos objetos.

Otras consideraciones muy similares podríamos hacer en relación con otras

corrientes de la psicología actuales: el conductismo y neoconductismo, la psicología

de la forma, la psicología soviética, el cognitivismo, etc. La tendencia siempre es la

misma en el sentido de ignorar o rechazar positivamente la existencia de un sujeto

metafísico o una estructura ontológica como sujeto de los procesos psíquicos, o la

negación del derecho que asiste a este sujeto metafísico para entrar en el campo de

la psicología. Esta instancia superior a un sujeto ontológico impuesta por el sentido

común es puesta de relieve con bastante frecuencia por algunos autores que

proceden tanto del campo de la psicología general como de la psicología del

lenguaje: 'la psicolingüística no se ocupa de prácticas sociales determinadas

arbitrariamente, sea por capricho o por designio inteligente, sino de prácticas que

surgen en forma orgánica de la estructura biológica del hombre y de las

capacidades lingüísticas del infante humano. En esa medida por lo menos es

posible definir un sector de hechos empíricos bien dentro del alcance de nuestros

métodos científicos' (G. A. MILLER, 1974). Como he insinuado antes, la referencia a

las estructuras subjetivas y a las facultades constitutivas de esas estructuras es una

referencia obligada en cualquier teoría medianamente coherente.

El rechazo de la terminología clásica deriva, como acabo de afirmar, de la

exigencia del método. A través del experimento jamás podremos llegar a la esencia,

o a la estructura de la esencia a base de materia prima y forma substancial, como

elementos fundamentales de esa estructura. En cambio, de acuerdo con los

postulados de la psicología wundtiana en su laboratorio de Leipzig, sí podemos

llegar, por experiencia inmediata, hasta los datos de la conciencia, que son los que

constituyen la estructura del ser psíquico. Otro tanto cabe afirmar acerca del poder

del método científico para llegar hasta las funciones del ser psíquico consistentes en

el fluir unitario de la conciencia.

En cualquier caso, los comportamientos del ser suponen una estructura

(esencia-naturaleza), es decir, un sujeto ontológicamente estructurado. Aunque en la

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psicología actual no se hable de ello en muchos casos, el hecho es que la estructura

funciona como tal sujeto y constituye un supuesto del cual la psicología actual no ha

podido desembarazarse. Los procesos psíquicos se encuentran entre el sujeto y el

objeto. Constituyen el vínculo esencial en virtud del cual, no sólo se encuentran

relacionados, sino que, además, en virtud de ellos el sujeto es sujeto y el objeto es

objeto. Es absurdo afirmar que un proceso psíquico cualquiera se encuentra

vinculado al objeto, pero desvinculado completamente del sujeto. Sin sujeto no hay

objeto, pues son correlativos (relación recíproca), y viceversa. No puede existir uno

sin el otro. Y si esto es así por una exigencia lógica y ontológica elemental, ¿con

qué derecho se dice que la psicología y la ciencia pueden hablar de la vinculación

de los procesos psíquicos con el objeto, pero no de su vinculación con el sujeto?.

Los procesos psíquicos descansan en ambos por igual, no sólo en el objeto. El

objeto no puede darnos una explicación adecuada de la existencia y naturaleza de

los mismos.

Otros psicólogos modernos y actuales se desentienden de este sujeto o de

esta estructura metafísica, también por razones del método, para quedarse sólo con

las funciones, es decir, con la conducta material (conductismo) o con la conducta

mental (cognitivismo). Pero, aun en estos casos, la referencia al sujeto (estructura

ontológica) es inevitable. En el caso de la conducta humana este sujeto es el

organismo humano.

Pues bien, desde las páginas de este libro emerge una firme convicción

según la cual, no en virtud del experimento material, sino en virtud del razonamiento

que parte de algunas evidencias, el psicólogo, el filósofo y el científico en general, se

encuentran capacitados para llegar al conocimiento del sujeto que piensa y que

habla, obteniendo acerca de él un conocimiento más firme que el conocimiento

meramente experimental, el cual, por naturaleza, jamás puede acreditar mayor

consistencia que la que se deriva de la naturaleza del método, es decir, la

consistencia que se caracteriza por la provisionalidad de las hipótesis. Es de sobra

sabido que las teorías científicas, aun siendo demostradas, jamás dejan de ser

hipótesis o juicios provisionales acerca de los fenómenos que tratan de representar

o expresar.

Cuando el psicólogo, utilizando exclusivamente el método experimental, se

ocupa de las estructuras y funciones del ser humano, se encuentra absolutamente

incapacitado para llegar a la capa ontológica profunda de ese ser que es la

estructura esencial. Pero obtiene algunas evidencias. Pues bien, en las páginas de

este libro se aceptan esas evidencias de buen grado. Se consideran bienvenidas y

altamente valiosas, ya procedan de la psicología estructuralista o de la psicología

funcionalista, de la psicología conductista o de la psicología gestaltista, de la

psicología analítica o de la psicología cognitiva, de la lingüística o de la antropología,

de la hermenéutica o de la historia. Insisto, se aceptan de buen grado. Se aceptan

de una manera especial cuando describen con acierto y profundidad los

comportamientos específicos del ser humano. Pero las páginas de este libro dan un

paso más y, echando mano de otros recursos de la inteligencia que son mucho más

evidentes y mucho más seguros (los primeros principios, los axiomas, etc.), se

adentran en el campo de la esencia o naturaleza del hombre, llegando a la

conclusión de que el sujeto psíquico humano existe y tiene realmente una estructura

psíquica, de la cual se derivan unas funciones psíquicas determinadas. La existencia

de este sujeto es una exigencia dialéctica impuesta por la existencia y el

reconocimiento del objeto, como ya hemos visto. Pero también es una necesidad

ontológica que se deriva de la exigencia de las causas por parte de sus efectos

respectivos.

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Esta estructura psíquica es el conjunto de sus facultades psíquicas, entre

las cuales se encuentran la inteligencia y el lenguaje. El hombre entiende (función)

porque posee la facultad de entender que es la inteligencia (elemento estructural); el

hombre habla (función), porque posee la facultad del lenguaje (elemento

estructural).

Los comportamientos de entender y hablar son evidentes. Mucho más

evidentes que los datos de la conciencia de la psicología estructuralista y

funcionalista. Su constatación por parte de la inteligencia del científico no requiere

demostración alguna. El ascenso que hace la inteligencia del científico desde las

funciones a sus facultades respectivas está garantizado por el uso espontáneo que

hace esa misma inteligencia del principio de causalidad. Es legítimo el paso racional

de la existencia y el conocimiento de las funciones a la existencia y el conocimiento

de las estructuras (facultades) respectivas como causas de los mismos. Pero no

viceversa. Pues el individuo, el humano y el no humano, puede estar en posesión de

la estructura completa (las facultades que derivan necesariamente de su naturaleza)

y no tenerlas todas en ejercicio.

Como puede observarse, para este paso de la inteligencia razonadora no se

necesitan métodos experimentales sofisticados. Basta con la experiencia normal y

espontánea de la percepción que es la que nos suministra la primera evidencia, la

evidencia de la existencia de las funciones psíquicas en cada sujeto; en este caso,

la evidencia del habla propia y la evidencia del habla de los demás, o la evidencia

del uso de otras formas del lenguaje.

Cabe el reproche de „realismo ingenuo‟ que puede hacerse a este modo de

pensar. Esto es evidente. Pero el uso refinado del método experimental en estos

casos no mejora sustancialmente la calidad de esa primera evidencia; tampoco la

invalida. Pues entiendo que se encuentra más cerca de la realidad el que oye la voz

de los demás sin otro medio que las ondas del aire, que aquel que la oye a través de

las ondas hertzianas, a través de un micrófono u otro aparato de estos que se

utilizan para medir la frecuencia, la intensidad, el tono y el timbre de la voz.

Tanto el experimento como los instrumentos usados en él, contribuyen al

esclarecimiento de algunos aspectos del lenguaje, pero otros aspectos quedan en la

penumbra o permanecen completamente ignorados. El lenguaje conocido a través

del experimento no es el lenguaje real, sino el lenguaje ideal, el lenguaje abstracto,

el lenguaje manipulado, condicionado o mutilado por aquel que lo somete al estudio

del laboratorio. Todavía no se ha diseñado un experimento en este campo que

abarque o comprenda todas las dimensiones del lenguaje real. Esto no constituye

ninguna excepción respecto de todos los fenómenos que son estudiados con el

método científico experimental en cualquier campo del saber.

Mi punto de vista no es, pues, el puramente científico. La ciencia ayuda o

contribuye al conocimiento de la estructura psíquica, contribuye al conocimiento de

las facultades del ser humano; también contribuye al conocimiento del lenguaje en

tanto que facultad. Pero el conocimiento, en cuanto tal, de todas estas cosas supera

con mucho las posibilidades de la ciencia. Este conocimiento es posible sólo desde

la filosofía.

Los psicólogos de nuestros días suelen distinguir entre competencia o

'competence' y actuación o 'performance' (McNEIL). La competencia es el

conocimiento que posee el hablante; el conocimiento que le permite entender cual-

quiera de los infinitos enunciados gramaticales que pueden formularse en su lengua.

La actuación es la expresión de la competencia que tiene lugar cuando se escucha

o se habla. Pues bien, esta distinción puede ser transferida a los problemas del

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lenguaje, pudiendo emparejar con la competencia la 'lange' de SAUSSURE, y, con

la actuación, la 'parole'.

La 'lange' es el conjunto de estructuras subyacentes de una lengua que

obedecen a una serie de reglas y relaciones. Constituye el conocimiento o la infor-

mación acerca del idioma. Esto es lo que damos a entender cuando decimos de

alguien que 'habla español'. Evidentemente el que lo habla lo hace porque conoce

las palabras, el propio léxico y las estructuras que pueden construirse con esas

palabras, así como las reglas gramaticales conforme a las cuales se configuran esas

estructuras. En cambio, podemos decir de alguien que 'está hablando en español',

es decir, emitiendo sonidos que corresponden al habla de los españoles, no al habla

de los ingleses. En este caso, no estamos refiriéndonos a los conocimientos de la

lengua española, sino al ejercicio físico-orgánico de esos conocimientos. La

actuación es el ejercicio de la competencia. Supone, pues, que todos los que

ejercen la misma actuación son poseedores de la misma lange, es decir, de las

mismas estructuras subyacentes.

Pues bien, parece ser que el estudio de la competencia le es asignado

preferentemente a la lingüística, mientras que el estudio del ejercicio o la actuación

le es asignado a la psicología: es de la incumbencia del lingüista 'la construcción de

modelos de competencia basados en descripciones estructurales de los fenómenos

del lenguaje: el sistema de sonidos sobre el que se basa (fonología), las reglas para

formar palabras u oraciones (morfología y sintaxis), y las reglas para inferir el

significado de las secuencias de sonidos (semántica)'. Por el contrario, es de la

incumbencia de la psicología 'la expresión de la competencia en situaciones reales y

los mecanismos psicológicos y fisiológicos que subyacen a la actuación lingüística'

(TAYLOR).

Entre ambos, el lingüista y el psicólogo, se encuentra el psicolingüista o el

psicólogo del lenguaje. Es de su incumbencia el estudio de la actividad psíquica

consistente en el lenguaje (función), pero, a esos efectos, le es necesario conocer

las reglas y estructuras de la lingüística (competencia) sobre las que se desarrolla,

como sobre su soporte, la actividad del lenguaje. En este sentido, 'el psicolingüista

se acerca a los conceptos lingüistas describiendo su competencia y pasa después a

ver si tales conceptos son útiles para predecir la actuación; en otras palabras, si las

reglas del lingüista tienen realidad psicológica' (ibidem).

El carácter de principalidad se le atribuye, pues, a la lingüística. Este es el

caso de CHOMSKY para quien lo fundamental en los comportamientos lingüísticos

es la estructura de la frase, es decir, las estructuras profundas que se encuentran

jerárquicamente organizadas (competencia) y que, en virtud de las reglas

tranformacionales, pueden convertirse en estructuras superficiales (actuación) que

son las que materialmente suenan en nuestros oídos.

En este caso, pues, la psicología del lenguaje descansa sobre la lingüística.

Y es una disciplina descriptiva, pues se limita a describir esas estructuras para

diseñar a continuación los procesos psíquicos que esas estructuras permiten

realizar. En el lenguaje chomskiano hay unas reglas que afectan a las estructuras

profundas del lenguaje, a su constitución (reglas básicas o de formación de estruc-

turas) y unas reglas que afectan a su ejecución (reglas transformacionales de esas

estructuras) o reglas de la traducción de las estructuras profundas a estructuras

superficiales. En esto consistiría la 'performance' de la psicología actual. Las

primeras son reglas básicas o categoriales; son las reglas de la 'lange' y su

conocimiento supone el conocimiento de la lengua. Son las reglas que definen: a)

los componentes del enunciado, por ejemplo, el sujeto y el predicado, el poseedor y

la cosa poseída, el sujeto y el objeto, el agente y la acción etc.; b) la derivación de

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unos enunciados a partir de otros más fundamentales; c) la naturaleza de los

enunciados (enunciativos, interrogativos, afirmativos o negativos, etc.); c) la elección

de las palabras o componentes léxicos en un contexto determinado, por ejemplo, la

palabra 'quien' o 'que' según que el contexto esté referido a personas o a cosas, etc.

Es decir, determinan el contenido del enunciado. Las reglas tranformacionales, por

el contrario, determinan la forma externa o forma física de ese contenido, reor-

denando y modificando los contenidos adaptándolos o eligiendo para ellos la

expresión convencional que se corresponde con una lengua determinada. Este es el

ejercicio (actuación) del lenguaje cuyo estudio corresponde a la psicología.

Por tanto, mientras que la lingüística se mueve en el campo de las

estructuras profundas e innatas, en el campo de la competencia, en el campo de la

lengua y en el campo de los signos naturales, sobre todo en el campo de los signos

formales, la psicología se mueve en el campo de las estructuras superficiales o

adquiridas, en el campo de la actuación o la „performance‟, en el campo del habla,

en el campo de los signos convencionales. La psicología del lenguaje no puede ser

ajena a ninguno de estos campos.

Ahora bien, la naturaleza y la jerarquización que corresponde a los

comportamientos lingüísticos del ser humano se asienta sobre el supuesto de que

esos comportamientos son racionales; por consiguiente son comportamientos

objetivos, no caprichosos o aleatorios. Esto supone, a su vez, que esos

comportamientos obedecen a unas reglas o leyes que se les imponen, en última

instancia, desde el exterior, es decir, desde el objeto. Si el individuo humano,

cuando obra racionalmente, no piensa lo que quiere y como quiere, sino que trata de

atenerse a la realidad, tampoco habla lo que quiere y como quiere. Trata de hablar

de lo que sabe y ateniéndose a las estructuras del discurso que forman parte de la

información que hay en su mente. Por tanto la dimensión psíquica de la conducta lin-

güística es también una dimensión objetiva.

Este es uno de los aspectos que se desarrollan en este libro con especial

insistencia: las categorías verbales tienen su fundamento en las categorías men-

tales, y éstas, a su vez, lo tienen en las categorías reales. Una vez más, el ejercicio

del lenguaje depende de la competencia del mismo en cada caso y en cada uno de

los individuos humanos. Puede haber un ejercicio del lenguaje que no se

corresponda con la competencia que le es debida, pero ese no es un lenguaje

humano. El lenguaje del papagayo es un buen ejemplo para estos casos de incom-

petencia.

Madrid, mayo, 1.994

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Cap. I.- EL HOMO LOQUENS

El objeto de la psicología actual son los comportamientos de los seres

humanos o los comportamientos de los seres animales para entender mejor los

comportamientos humanos. Ahora bien, los comportamientos no se producen solos.

Son comportamientos de un sujeto el cual ejerce su acción por medio de sus

facultades, es decir, poniendo en ejercicio esas mismas facultades. Por otra parte,

todo comportamiento, toda acción, tiene un efecto. Si a veces nos parece que este

efecto no se produce, es porque se trata de un efecto inmanente. Sin embargo esto

no constituye obstáculo alguno para que la inteligencia del científico estudie estos

comportamientos con independencia del sujeto que los produce, con independencia

incluso de la facultad y de la acción que el sujeto ha ejercido para producirlos.

Por esta misma razón, cuando se trata del lenguaje humano, es necesario

hacer un análisis del sujeto que habla, de la facultad mediante la cual ejerce la

acción de hablar, de esta misma acción como ejercicio de sus facultades y del efecto

o resultado de esta misma acción. En este apartado nos corresponde hacer el

análisis del sujeto que habla, es decir, del 'homo loquens'.

1.- DEL HOMO HABILIS AL HOMO LOQUENS

Las etapas del proceso evolutivo de la humanidad suelen ser determinadas

por los científicos utilizando para ello algunos criterios que tienen una relación muy

estrecha con las capacidades intelectuales. a) La primera de esas etapas es la del

homo habilis cuya vida se sitúa en torno a los dos o tres millones de años respecto

de la época actual: sus manifestaciones culturales de las que tenemos constancia

se reducen a la vida en familia, a la caza y al uso de algunas herramientas

construidas por ellos, como los guijarros toscamente tallados por una de sus caras.

b) La segunda etapa es la del homo erectus cuya vida se sitúa en torno al millón

de años respecto del momento actual: algunas de sus manifestaciones culturales de

las que tenemos constancia quedan reducidas al uso del fuego y a la utilización y

construcción de herramientas de madera y hueso. c) La tercera etapa es la del

homo sapiens cuya vida se sitúa alrededor de los cienmil años: entre sus

manifestaciones culturales está la construcción y uso de instrumentos más per-

fectos, la inhumación de cadáveres con alimentos y utensilios, etc. A esta etapa

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pertenece también la vida del homo sapiens sapiens que ya es una especie más

evolucionada cuya existencia se sitúa en torno a los treinta y cincomil años en

relación con nuestros días: su manifestación cultural más elevada en un primer

momento es probablemente la construcción de viviendas y las pinturas rupestres1.

A lo largo de la historia del pensamiento occidental han ido apareciendo

muchos constructos mentales que se corresponden con las distintas especies de

'homo', tal como es concebido por los distintos pueblos y las diferentes culturas, por

ejemplo, el homo religiosus, el homo oeconomicus, etc. Hay, sin embargo, otra

especie de la cual se habla muy poco. Tal vez sea por la dificultad que supone la

tarea de situarla en un momento cronológico aproximado. Es la especie del homo

loquens, es decir, la especie del 'hombre que habla' cuyas manifestaciones

culturales son el lenguaje y las derivadas del lenguaje. Desde otro punto de vista

podríamos hablar del 'simius loquens', puesto que ese ser sería el primer mono

dotado de la facultad de hablar. Sin embargo he preferido evitar esa denominación

porque ese ser, aunque tuviera las formas y los hábitos del mono, si tenía la facultad

de hablar „con sentido‟, ya no era mono, sino hombre. He subrayado lo del 'homo

loquens' para diferenciarlo del 'homo loquax', pues éste no es el que habla

simplemente, sino el que habla demasiado. Así al menos lo entendía CICERÓN

cuando describía la vejez con estas palabras y, a veces, con poco sentido:

'senectus est natura loquatior'. La capacidad natural de 'homo loquens' no es

tampoco la 'loquela', que es el acento o el deje que delata al hablante, tal como es

entendido en los textos bíblicos: 'loquela tua manifestum te facit'.

La aparición sobre la faz de la tierra de esta especie de ser humano

constituye un problema para la Historia, para la Geología, para la Paleontología y

para otras ciencias. Algunos creen que el 'homo erectus' no era todavía un 'homo

loquens' por la sencilla razón de que la cavidad de la boca era insuficiente para

albergar la lengua permitiéndole la libertad de los movimientos que son necesarios

para la articulación de las palabras. No obstante estos argumentos carecen de la

consistencia que exigen las aseveraciones y los métodos científicos. De hecho son

rechazados por otros científicos que han estudiado el tema con más profundidad2.

Las ciencias antes mencionadas carecen de argumentos para fijar la fecha

más o menos aproximada de la aparición del 'homo loquens', como acabo de

indicar. Pero la Antropología y Psicología Filosófica se encuentran capacitadas en

cierta medida para fijar esa fecha. En efecto, sin temor a equivocarnos, podemos

afirmar que los individuos de los distintos eslabones de la evolución ya pertenecen a

la especie 'loquens' desde el momento en que tienen inteligencia y la ponen en

juego para producir representaciones universales de las cosas. Estas

representaciones son las que les permitieron independizar sus comportamientos

respecto del mundo material en que vivían. Es la sustitución de los estímulos físicos

y de la energía física de la naturaleza, a través del instinto, por las ideas al objeto de

establecer la dirección de la conducta, aunque estas ideas en un primer momento

fueran muy elementales. Tenemos constancia de que esto ya acontecía en los

individuos del tipo 'habilis'. Por eso, a su manera, el 'homo habilis' ya era un 'homo

loquens'. La vida en familia, el ejercicio de la caza y la talla de los guijarros para la

convivencia y la captura de los animales exigían el uso de la palabra como

instrumento para poner en común las ideas o la planificación de la conducta y así

poder llevarla a efecto. La palabra, u otro signo que hiciera sus veces. Para la

psicología soviética, socialista-comunista, el lenguaje tiene su origen en el trabajo,

es decir, en la necesidad de comunicarse que impone la actividad laboral. En

cualquier caso se trataba de un signo elegido por ellos como expresión de sus ideas

rudimentarias3.

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La segunda consideración importante en torno al 'sujeto que habla' es la que

se refi

su esen

utilizarlo para expresar sus ideas o representaciones acerca de la realidad?.

2.- LA CAPACIDAD DE HABLAR

Lo primero que cabe decir acerca del 'homo loquens' es que se trataba de

un individuo que estaba dotado de la capacidad de hablar, entendiendo esta

capacidad en un sentido muy amplio, es decir, en el sentido de expresar, no sus

estados afectivos, sino „lo que él pensaba‟ acerca de la realidad, acerca de sí mismo

y acerca de sus propios comportamientos por medio de cualquier signo, aunque

este signo no fuera el habla.

Ahora bien, para esto, para ser poseedor de esta capacidad, el ser en

cuestión previamente tuvo que ser un ser inteligente. Sólo los seres que están

dotados de inteligencia son, a su vez, capaces de hablar. Evidentemente esta

manera de entender la naturaleza del ser hablante no cabe en un tipo de psicología

que se configura como behaviorismo. Tampoco cabe en el seno de otras psicologías

como las de VIGOTSKY y LURIA4. En efecto:

a) El lenguaje, desde el punto de vista objetivo, es un conjunto de signos

arbitrarios de los cuales se vale el individuo para expresar sus pensamientos, sus

ideas, empleándolos o utilizándolos de una manera discrecional; es decir, usándolos

para comunicarse con los demás como efecto del deseo o la determinación libre de

comunicarse. La exteriorización o manifestación de sus estados afectivos que hace

el hombre algunas veces (los animales, siempre) son signos naturales y no cumplen

ninguno de estos requisitos como veremos en su momento.

b) El lenguaje supone, pues, que hay ideas o representaciones de las

cosas. Supone también que el que las tiene puede elegir un medio material para

expresarlas o comunicarlas asociándolo a ellas de una manera libre, es decir,

después de haberlo elegido y haberlo dotado de sentido o significación: después de

haberlo convertido en símbolo.

c) El lenguaje supone igualmente la capacidad de utilizar estos símbolos

con independencia de las cosas representadas en sus ideas, de tal forma que, para

comunicar a los demás lo que sabe acerca de las cosas, no necesita mostrarles las

cosas, le basta con enhebrar un discurso acerca de ellas.

Todo esto se encuentra en la base de los procesos lingüísticos y constituye

el fundamento del propio lenguaje. Puede hacerlo el ser que se encuentra dotado de

inteligencia y que, además, la pone en ejercicio. Los seres que carecen de in-

teligencia expresan sus estados afectivos, como he indicado antes, pero no sus

conocimientos acerca de las cosas. Eso que en ellos parece comunicación, no es

más que un proceso de contagio de los estados afectivos en virtud de una señal o

un signo natural producido por aquel que desencadena el proceso, por ejemplo, el

graznido del cuervo cuando provoca el levantamiento del vuelo de toda la bandada.

El perro de caza que muestra la pieza a su dueño, o el perro guardián que ladra y se

inquieta cuando un extraño aspira a entrar en la vivienda, no pretenden expresar

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nada acerca de ese hecho, sino que, de una manera instintiva, y por tanto, involun-

taria, manifiestan sus estados afectivos en ese momento determinado y en esa

situación concreta.

3.- EL HOMO LOQUENS COMO SER INTELIGENTE

Por tanto el 'homo loquens' originariamente es un ser inteligente. No es este

el momento de determinar el grado de inteligencia que el hombre necesita para

poder hablar o expresarse por otro medio semejante. La inteligencia es la misma

para todos los hombres y la poseen todos desde el primer momento, es decir, desde

el momento en que la primera célula del ser es una célula inteligente. Momento que

coincide con la concepción pasiva o momento en que se fusionan los gametos

constituyéndose una célula de cuarenta y seis cromosomas. Otra cosa es el desa-

rrollo de la inteligencia y el ejercicio del que deriva ese desarrollo. En esto somos

diferentes todos los seres humanos. Refiriéndonos a la inteligencia, sólo en esto.

Por eso tiene sentido la pregunta indirecta que hacía ant

se necesita para que el individuo pueda ser considerado como 'homo loquens'?.

Es sabido que nadie se ha comprometido con una respuesta exacta a esta

pregunta concreta. Sin embargo podemos adivinar o, mejor, inferir que el individuo

humano es 'homo loquens' desde el momento en que tiene una inteligencia

incipiente y la pone en ejercicio. Hay un paralelismo entre el desarrollo de la

inteligencia y el desarrollo del lenguaje. Lo hay en los casos normales. Pero también

es ostensible en los casos anormales, pues se ha demostrado que, aun en esos

casos, después de una reeducación o después de una facilitación de los medios

sustitutivos del lenguaje objetivo, el individuo ha encontrado un tipo de expresión

que es comparable con el grado de desarrollo de la inteligencia. De la misma

manera que hay un CI (cociente intelectual) para la inteligencia debe arbitrarse un

CL (cociente lingüístico) para el lenguaje. Los psicólogos, los cultivadores de la

filología y los logopedas tienen aquí un inmenso campo para sus investigaciones.

Conviene insistir una vez más en la idea general de este apartado: el

hombre, por naturaleza, es un ser parlante.

En efecto, la naturaleza del hombre es distinta de la naturaleza del animal. Y

es esta naturaleza la que le permite y, a la vez, le impulsa a crear un lenguaje y a

utilizarlo para expresar sus pensamientos y sus estados afectivos. Conviene reparar

en esto: a) la naturaleza le impulsa a expresar sus pensamientos y sus sentimientos;

en otras palabras, habida cuenta de que los pensamientos y los sentimientos son

cualidades inalienables del sujeto de las cuales no puede desprenderse, la

naturaleza le impulsa a seleccionar y utilizar otros medios materiales (cosas,

acciones, posturas, gestos, etc.) como sustitutivos de los pensamientos y los

sentimientos para expresarlos o comunicarlos al exterior; es, por tanto, una

tendencia natural; b) pero la naturaleza no le impulsa y obliga a expresar sus

pensamientos y sus sentimientos de una manera determinada, es decir, no le obliga

a utilizar unos medios materiales determinados con preferencia sobre otros medios.

Esto es evidente, pues todos tenemos la experiencia personal de que somos libres

para utilizar palabras, gestos, escrituras y otros recursos materiales tomados de la

naturaleza física para estos mismos fines. Estos medios que utilizamos son signos

de los pensamientos y los sentimientos, o, si se quiere, símbolos. El origen de los

símbolos, pues, se encuentra en la naturaleza humana en cuanto tal.

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Como consecuencia de esta tendencia, el hombre es definido a veces como

un 'ser productor de símbolos'5 a diferencia de los animales que utilizan con

frecuencia esos mismos medios materiales, pero que, en su caso, no son símbolos,

pues con ellos no pretenden significar absolutamente nada. Las palabras del

papagayo, los ladridos del perro, la balada del cordero, etc., no son símbolos, como

veremos en su momento. Es decir, en la praxis de estos animales estos recursos no

tienen correlato semántico alguno. Tienen su origen en la naturaleza del animal,

pero este origen es inmediato, como reflejos condicionados o incondicionados. Y,

respecto de los otros animales, son meros estímulos desencadenantes de

comportamientos condicionados o incondicionados similares. No hay en estos

recursos de los animales propiedad alguna que permita compararlos con los

símbolos utilizados por el hombre. Esas propiedades son físicas y fisiológicas, pero

sólo eso. No son propiedades psíquicas o semánticas como las que tienen los

recursos elegidos y utilizados por el hombre a manera de símbolos. Esta es la

diferencia esencial entre los símbolos y los meros estímulos de la conducta que,

para ellos, no pasan de ser meras señales. Todos los símbolos son estímulos, pero

no viceversa, pues hay estímulos que no han sido elevados a la categoría de

símbolos. A lo más que llegan algunos estímulos es a la categoría de señales.

Por esto mismo, a las afirmaciones anteriores, hay que añadir estas otras: a)

los símbolos tienen su origen en la naturaleza humana, b) este origen es mediato,

pues proceden de la naturaleza humana a través de sus significaciones, es decir, a

través de los contenidos semánticos. El hecho de que una cosa material o una

acción física sea un símbolo depende de que el hombre lo haya decidido así, es

decir, depende de que alguien establezca una relación o dependencia inmaterial o

intencional entre el símbolo y la cosa simbolizada. Para esto se requiere que el que

lo hace sea libre; en otras palabras, que tenga la capacidad de hacerlo, la

capacidad de seleccionar el medio y la capacidad de vincular intencionalmente ese

medio a aquello que quiere expresar. Como puede comprenderse, sólo el ser

humano se encuentra en este caso. La dimensión semántica es inseparable del

símbolo. Y esta dimensión sólo se encuentra en poder de la inteligencia humana.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS: c.1.- 1) Almagro, 1960;

Crusafont, 1966. 2) Jolivet, 1956; Qin Thana, 1993. 3) Luria, 1980. 4) Pavlov, 1964;

Watson, 1953; Vigotsky, 1964; Luria, 1980. 5) Stones, 1969; ver Aristóteles, 1967;

Gredt 1961; Brennan, 1965, 1982.

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Cap. II.- EL LENGUAJE COMO FACULTAD

1.- LAS FACULTADES DEL SER HUMANO

Los griegos concebían las facultades como potencias. Para ARISTÓTELES

la potencia era la 'dínamis'. Tanto en él como en otros autores clásicos, la 'dínamis'

era entendida en dos sentidos diferentes: a) como capacidad de un ser para actuar

en otro ser, produciendo en él un cambio o una alteración, y b) como capacidad de

un ser para pasar a otro estado o a otra forma de ser. Esta última es la interpreta-

ción más genuina de los textos de Aristóteles; la potencia como contrapuesta al

acto, que es esa nueva forma de ser. En realidad la potencia no es un ser, sino un

estado del ser. El estado de potencialidad o de posibilidad1.

Los escolásticos seguidores de Aristóteles a esta posibilidad del ser la

llamaron 'potentia'. Pero, a la hora de analizarla, introdujeron en ella otros matices

interesantes. a) una es la potencia objetiva consistente en la mera posibilidad

metafísica; esta posibilidad está referida a la compatibilidad de las notas o

elementos esenciales de una cosa en orden a su existencia; b) otra es la potencia

subjetiva consistente en la capacidad real de un ser para poseer una cualidad

determinada o para realizar un comportamiento determinado2.

La potencia, por otra parte, puede ser positiva o negativa. Es positiva

cuando consiste en una capacidad real para ser algo que todavía no se es, para

poseer algo que todavía no se tiene o para realizar alguna acción que todavía no se

ha realizado, por ejemplo, la capacidad que tiene el perro para ladrar. Frente a ella

está la potencia negativa que consiste en la ausencia de obstáculos para que un ser

exista o para que ese ser ejerza una actividad que de hecho no ejerce, por ejemplo,

la capacidad de un árbol para ladrar, o la capacidad de un perro para echar un

discurso. En realidad no hay obstáculo ninguno para que esto ocurra, pero tampoco

hay nada positivo que permita la producción de estos fenómenos. Por eso, a esta

potencia, más que potencia, debemos llamarla 'impotencia'. No es propiamente una

capacidad, sino la ausencia de ella.

De otro lado los escolásticos introdujeron la distinción entre potencia activa

y potencia pasiva. Ambas son potencias positivas, pero, mientras que la primera es

la capacidad que permite al ser hacer algo, producir algo, etc., la segunda es la

capacidad que le permite recibir algo como complemento que le hace ser más

completo o más perfecto. Un ejemplo de la potencia activa es la capacidad que yo

tengo para escribir estas páginas. Y un ejemplo de potencia pasiva es la capacidad

que tiene la madera para recibir la forma de mesa. Evidentemente esta capacidad,

aun siendo pasiva, es algo real, pues se supone que el ser que recibe una nueva

forma de ser, aunque esta sea accidental, tiene una disposición o una constitución

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entitativa que le capacita para esa recepción de la nueva forma. La potencia, pues,

es siempre algo, es decir, una realidad3.

Esta última distinción introducida en el seno de la potencia es lo que divide a

los filósofos de todos los tiempos. La tradición aristotélica carga todo su énfasis en la

potencia como mera posibilidad, pues entiende que sólo, si la naturaleza del ser es

receptiva, sólo en este caso, puede recibir formas nuevas, posibilitando de esta

manera todos los cambios y todos los movimientos que se producen en el universo,

desde los cambios substanciales hasta los cambios accidentales y los movimientos

topológicos. Los pensadores de la tradición platónica, en cambio, resaltaron siempre

la dimensión activa de la potencia. Este modo de entender la potencia tiene su

máxima expresión en PLOTINO, según el cual, el 'Uno' que es la realidad radical

originaria y originante de todas las demás realidades por emanación, es actividad

pura, dinamismo puro; con lo cual la potencia ya no es un estado del ser, sino el ser

mismo, la substancia única. La materia que se encuentra al final del proceso

evolutivo o emanativo, en realidad ya no es ser, sino sombra de ser. Esto constituye

una derivación consecuente de la concepción que tenía Platón acerca de los seres

materiales. Recuérdese el mito de la caverna4.

En ARISTÓTELES y la tradición aristotélica, la realidad radical originante de

todas las demás realidades es igualmente una potencia pura en el sentido de

omnipotencia. No obstante, frente a ella, está la materia que también es una

realidad, pero como potencia pura en el sentido de receptividad absoluta: 'neque

quid neque quale neque quantun, neque aliud quid quibus ens determinatur'.

Uno de los representantes de la tradición platónica a este respecto es

LEIBNITZ. Lo que los griegos llamaron 'dúnamis' y los latinos 'potentia', LEIBNITZ lo

llama 'facultad'. En efecto, con los escolásticos distingue una potencia pasiva y otra

potencia activa. Pero reconoce que la potencia pasiva es irreal (ficción). Sólo la

potencia activa es real, pues toda la realidad es acción por esencia. Es de sobra

sabido que para LEIBNITZ toda la realidad está constituida a base de elementos

indivisibles que son las „mónadas‟ y las mónadas por esencia son fuerza o energía:

'ens vi agendi praeditum'. Reconoce que la potencia es la posibilidad de cambio.

Pero el cambio supone la acción en un sujeto y la pasión o la receptividad en otro.

La acción es la que recibe el nombre de facultad, mientras que la recepción o

receptividad recibe en este autor el nombre de simple capacidad. La verdadera

potencia, pues, es sinónima de energía.

Esta interpretación de la potencia en el sentido de actividad o energía fue

evidente ya en DESCARTES y lo fue más tarde en los empiristas ingleses, aunque

HUME, a finales de la época, afirmara que de tal potencia no podíamos tener

ninguna idea clara, al encontrarnos incapacitados para deducirla de los hechos

internos o externos. La escuela escocesa, con HAMILTON, vuelve a la noción de la

potencia activa como facultad. KANT termina reconociendo la prevalencia de la

dimensión dinámica del universo objetivo sobre la dimensión estática o matemática

y SCHELLING resalta el carácter dinámico del Absoluto como potencia activa,

situándose así en la misma línea de los neoplatónicos. Otros nombres importantes

son los de WHITEHEAD y ZUBIRI para quien la potencia no es sólo la posibilidad

vacía de hacer, ni la realidad de lo que se hace, sino algo que incluye ambas cosas,

la posibilidad y la realidad de lo que se da como 'poder hacer'6.

En los textos de psicología, no obstante, suele entenderse la facultad como

aquella potencia activa que se encuentra vinculada esencialmente al conocimiento;

bien porque ella misma capacita para el conocimiento, bien porque lo supone o lo

facilita. Por tanto las facultades sólo se encuentran en los seres humanos o en los

seres animales.

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2.- LA FACULTAD DEL LENGUAJE

Pues bien, en el caso del hombre, una de estas facultades es el lenguaje. Si

el hombre habla o expresa sus pensamientos de alguna manera, eso acontece

porque tiene la facultad que le capacita para ello. Esto es evidente: 'de facto ad

posse valet illatio'. De la existencia de los hechos puede inferirse con seguridad

absoluta la existencia de sus causas. En el orden ontológico esto no tiene vuelta de

hoja. Tampoco tiene vuelta de hoja en el orden físico. Lo que sucede es que muchos

no quieren saber nada de ello. No quieren saber nada, ni del orden ontológico, ni de

la existencia de las causas, ni de la existencia de las facultades. Esto constituye un

supuesto fundamental del positivismo científico: empirismos, conductismos, mate-

rialismos, etc. Para sus defensores los enunciados que tratan de esos temas son

enunciados carentes de sentido7.

La facultad del lenguaje, por consiguiente, existe. 'En este caso nuestras

expectativas están basadas en la idea de que se da una facultad propia del

lenguaje, cuyo funcionamiento obedecería a principios específicos de procesamiento

de la información, relativamente independientes del tipo de tareas (comprensión-

producción) y de la modalidad receptivo-expresiva en que se llevara a cabo'8.

Esta facultad no puede identificarse con el lenguaje entendido como un

conjunto de signos hechos para la comunicación de los pensamientos, de la misma

manera que no puede identificarse la mano del pintor con el cuadro pintado. El ser

humano posee esa facultad que es completamente distinta del ejercicio de la misma

y del lenguaje como efecto de este ejercicio. La facultad la posee siempre, mientras

que el uso o ejercicio los posee temporalmente, a intervalos, a lo largo de su vida.

Esta tesis que tiene su origen en la psicología metafísica constituye un hecho

fundamental del que se hacen eco algunas teorías y algunos pensadores cuya

procedencia tiene muy poco que ver con la anterior. Este es el caso de SAUSSURE

con su 'faculté de langage' concebida por él también como facultad innata9.

Otra dimensión del lenguaje en tanto que facultad es su naturaleza. A este

respecto cabe afirmar que es una cualidad del ser inteligente. Pero no una cualidad

cualquiera, sino una cualidad que brota necesariamente de su esencia y la

acompaña siempre, sin que quepa la posibilidad de que exista algún ser de su

especie que no la posea. La facultad del lenguaje acompaña al ser inteligente de la

misma manera que la redondez acompaña a la esfera, y la extensión, a todos los

cuerpos. El ser humano puede ser concebido o pensado sin la facultad del lenguaje,

pero no puede existir sin esa facultad. A este respecto resulta inverosímil aquella

valoración supuestamente aristotélica según la cual los seres carentes de esta

facultad no son personas: inverosímil y, además, incoherente con los principios on-

tológicos de la filosofía del Estagirita; sobre todo, con el principio del acto y la

potencia, como luego veremos.

Esto parece chocar de frente con la existencia de algunos individuos

humanos que no dan muestras algunas de poseerla, por ejemplo los mudos. Sin

embargo la afirmación anterior sigue en pie. En primer lugar, porque el lenguaje en

tanto que facultad es mucho más que la capacidad para el habla. Aquí es entendida

como la capacidad que el hombre posee para expresar sus pensamientos de alguna

manera. Son las palabras, pero son también los rasgos de la escritura, los gestos y

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la mímica, los símbolos o cosas utilizados como medios de expresión, etc. En

segundo lugar, porque no hay ser humano que se encuentre absolutamente

incapacitado para expresar de alguna manera algo de su vida interior, como lo hacía

HELEN KELLER. Está demostrado que aun aquellos que tienen muy deteriorado el

cerebro y se encuentran privados de todos los sentidos, aun aquellos que han

sufrido grandes amputaciones o pérdidas de la masa cerebral, si conservan un

mínimo del uso de la inteligencia, siempre encuentran alguna manera de expresar

mínimamente algunas incidencias de su vida interior. El lenguaje tomado en sentido

amplio es una consecuencia de la facultad de entender. Si esto acontece con el uso

del lenguaje, acontece también, y con mucha más razón, con el lenguaje en tanto

que facultad.

El lenguaje en tanto que facultad es una cualidad del ser inteligente, como

acabo de afirmar. Pero, aunque parezca extraño, es una cualidad inmaterial. Esto

no puede entenderlo aquel que no sea capaz de abstraer o separar mentalmente el

lenguaje en tanto que facultad del lenguaje en tanto que uso de esa facultad o en

tanto que efecto o producto de ese uso o ejercicio. Las palabras articuladas o

habladas, por ejemplo, son materiales. Ya lo veremos en su momento, pero la

facultad en virtud de la cual son producidas y, sobre todo, la facultad en virtud de la

cual son vinculadas a un significado (la idea, el objeto-contenido de la idea o la

cosa), es inmaterial. No existe dificultad ninguna para que esto sea así. Acontece lo

mismo en el orden material de los comportamientos humanos. La carrera del atleta

vencedor es material, tiene una extensión determinada y una duración muy

concreta; pero la capacidad (facultad) del atleta para realizarla ya no lo es. En último

término la causa adecuada de la carrera es la energía que tiene en las piernas, no

las piernas, pues estas son patrimonio de todos, los corredores y los no corredores,

y no por esto son vencedores. La energía de las piernas es inmaterial y se

encuentra en ellas de una manera inmaterial, pues resulta de toda forma imposible

señalar un punto concreto como sede o lugar de esa energía; lo mismo que resulta

de todo punto imposible establecer la correspondencia entre las distintas partes de

las piernas con las distintas partes de la energía. Esto es así por la sencilla razón de

que la energía vital no tiene partes materiales o partes físicas en absoluto.

Las cualidades del ser vivo en tanto que ser vivo son todas ellas

inmateriales. Otra cosa muy distinta son los órganos en los cuales se encuentran

esas cualidades, es decir, las partes del organismo que son puestas al servicio de

esas cualidades como sujeto material necesario para su existencia o como

instrumentos para la acción que de ellas dimana de forma natural. El lenguaje es

una de esas cualidades destacadas o más representativas del ser inteligente. Tanto

es así, que puede afirmarse de él, el lenguaje, no el habla, que es una cualidad

específica. En efecto, los seres de la especie humana, en virtud del lenguaje, son

seres humanos, se distinguen radicalmente de los seres que no lo poseen, y, para

ellos, el lenguaje (lenguaje interno) es la razón de todas las demás propiedades o

rasgos que le definen como hombre.

Esto último encaja perfectamente en un pensamiento del tipo del de

VIGOSTKY y LURIA10

. Sin embargo no es mi propósito exagerar las cosas hasta

esos extremos. En primer lugar, porque la posesión del lenguaje es un efecto de la

inteligencia como he afirmado antes; no su causa, como ellos afirman. En segundo

lugar, porque el lenguaje no es una facultad original y originaria del ser humano, sino

una facultad secundaria u originada de la anterior. En tercer lugar, porque la facultad

del lenguaje para ellos es una facultad inherente a las neuronas cerebrales, mientras

que, en esta interpretación que aquí se expone, el lenguaje, lo mismo que todas las

demás facultades humanas, es anterior al cerebro en el orden ontológico, de tal

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forma que sus neuronas tienen la capacidad del habla con sentido porque

previamente son neuronas inteligentes y hablantes, es decir, porque hay en ellas un

principio metafísico que hace que esas neuronas sean precisamente neuronas

cerebrales propias de un ser humano. La capacidad del lenguaje no la tienen porque

brote de ellas el habla como brotan las propiedades de una esencia, sino porque ya

han sido constituidas como tales neuronas en virtud de esta propiedad. Por eso he

afirmado anteriormente que el lenguaje no le corresponde al cerebro porque tiene un

número mayor o menor de neuronas, sino porque las neuronas que tiene son

neuronas inteligentes: 'hablar y entender un lenguaje no depende de ser inteligente

(CI) o tener un cerebro grande, sino de 'ser humano'11

. Hablar o no hablar no es

cuestión de trabajo o aprendizaje, sino de 'competencia', es decir, de capacidades

innatas. Los intentos de hacer hablar a los animales 'fallarán siempre en el futuro por

la misma razón que haría fracasar el intento de enseñar a los peces a caminar o a

los perros a volar. Tales esfuerzos parten de una concepción errónea acerca de la

base de nuestra competencia lingüística: contradicen abiertamente hechos

biológicos'12

.

Lo que para la filosofía y la psicología antiguas eran la potencia y el acto,

para la psicología moderna es la facultad y su uso, para la psicología actual es la

estructura y la función, por una parte, y la 'competence' y la 'performance', por otra.

No es que, por fuerza, hayamos de equiparar estas cuatro parejas de conceptos, ni

mucho menos. Cada pensador los utiliza desde un plano o desde una perspectiva

distinta, pues cada uno trabaja sobre sus propios supuestos. Pero hemos de

reconocer que entre estas cuatro parejas de conceptos hay una correspondencia

estrecha, sobre todo cuando se trata de explicar el comportamiento de los seres

humanos, reconociendo como una exigencia en cada caso determinados factores

que capacitan al sujeto para la actuación y la actuación que se deriva de esos facto-

res13

. Estas parejas de conceptos, cada una de ellas desde su perspectiva, son de

inmediata aplicación a la naturaleza y el uso del lenguaje, como veremos a través de

los capítulos siguientes.

3.- LA ESPONTANEIDAD COMO PROPIEDAD DEL LENGUAJE

La naturaleza de esta facultad del lenguaje se caracteriza esencialmente por

muchos rasgos, como hemos visto. Uno de ellos es la dinamicidad. En esto es

forzoso reconocer la parte de verdad que le corresponde a la tradición platónico-

leibnitziana cuando hablaba de las facultades. En efecto, por una parte, la facultad

del lenguaje capacita al sujeto para la acción, es decir, para el ejercicio del lenguaje

a base de palabras u otros símbolos; y, por otra parte, constituye para él una

tendencia o una incitación (estimulación interna) para hacerlo. Como veremos más

adelante, el niño tiende a expresar de una manera espontánea lo que piensa y lo

que hace; el adulto siente esta misma tendencia, si bien en él predominan los

mecanismos inhibitorios; esos mecanismos que pone en juego cuando llega el

momento de la edad en que se da cuenta de cuál es el momento en que debe

expresar esos pensamientos y cuál es el momento en que debe reducirlos al

silencio. En cualquier caso no existe inhibición alguna para expresárselos a sí

mismo por medio del lenguaje interior, del cual nos ocuparemos posteriormente.

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Cuenta la tradición bíblica en forma de parábola que un ama de casa perdió

una moneda, en concreto una dracma. Cuando se dio cuenta, empleó todo su

esfuerzo en revolver la casa y barrer todas las habitaciones. Pero la fuerza de la

narración pone su énfasis en la alegría que sintió cuando encontró la moneda, hasta

el punto de salir corriendo para comunicárselo a sus vecinas. Esa tendencia es

natural e irresistible. La tendencia a comunicar lo que conocemos o 'encontramos'

con la inteligencia es algo que sienten todos los seres normales. Podemos emplear

los mecanismos inhibidores para suprimir la acción de comunicarlo, pero no

podremos jamás suprimir o eliminar la tendencia.

Esta inserción de la facultad del lenguaje en la naturaleza del ser humano

nos permite definirlo, no sólo como el ser capaz de entender o razonar, sino como el

ser capaz de expresarse, es decir, capaz de construir y emplear un lenguaje

experimentando en todo momento la tendencia espontánea a emplearlo.

Antes de dar por finalizado este capítulo conviene volver sobre la tradición

aristotélica a la que me he referido antes expresamente. Esta revisión de la teoría de

las facultades es imprescindible en este lugar, toda vez que lo que se afirma acerca

de la facultad y el uso del lenguaje en esa tradición no se encuentra en consonancia

con la teoría aristotélica del acto y la potencia, la cual constituye el eje de toda su

filosofía. En efecto, la tradición supuestamente aristotélica entiende que los sordos

de nacimiento no son seres racionales, es decir, no son personas. La razón es muy

sencilla: el oído es la única fuente de la que recibe sus contenidos mentales la

inteligencia. Por tanto el deterioro del oído supone el deterioro de la inteligencia. Si

aquel deterioro es absoluto, el deterioro de la inteligencia también es absoluto. Por

tanto los sordos absolutos son seres irracionales absolutos.

Sin embargo no es esta la idea que tenía ARISTÓTELES acerca del oído y

la inteligencia, es decir, no es esta su idea acerca de la dependencia de la segunda

respecto del primero. El hecho de que la razón, a la que acabo de referirme, sea

sencilla no implica que dicha razón sea verdadera. Esto lo veremos más

detenidamente en el capítulo dedicado a las relaciones entre la inteligencia y el

lenguaje. Lo que está claro es que en este caso la tradición aristotélica ha

interpretado mal al propio ARISTÓTELES.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS, c.2.- 1) Aristóteles, 1967.

2) Tomás de Aquino, 1964, 1967. 3) Gredt, 1961; Juan de Santo Tomás, 1948;

Ferrater Mora, 1980. 4) Aristóteles, 1967, Platón, 1969, Plotino, 1963-67. 5) Leibnitz,

1929. 6) Descartes, 1980; Hume; 1983; Kant; 1960; Hamilton, 1974, 1983;

Whitehead, 1969., 1973; Zubiri, 1967, 1980. 7) Whitehead, 1969; Bochensky, 1974;

Círculo de Viena: Ayer, 1965, 1980. 8) García Albea, 1982. 9) Saussure, 1961. Qin

Thana, 1992, 1993. 10) Vigotsky, 1973; Luria, 1980, 1985. 11) Miller, 1974. 12)

Miller, 1974. 13) Aristóteles: De anima (1967), Historia de los animales, cap. 9; De

sensu et sensato, cap 1; Tomás de Aquino, 1964, 1967; Brennan, 1960, 1965;

Jolivet, 1956; Descartes, 1980, 1990; Leibnitz, 1946, 1988; Kant, 1960; Fodor y

otros, 1966; Hymes, 1971a, 1971b; Dever y otros, 1970; Clark, 1974; Bouma y otros,

1984; Fillenbaun, 1974; Jarvis, 1978; Lamb, 1970; Mehler y otros, 1968; Parisi y

otros, 1970; Quillian, 1962; Savin, 1963.

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Cap. III.- EL LENGUAJE COMO CONDUCTA

1.- LENGUAJE Y CONDUCTA

Lo que constatamos de una manera inmediata de este proceso que

llamamos lenguaje es lo que de él se corresponde con un cierto tipo de conducta

externa1. Esta conducta no es más que el movimiento material de ciertos órganos, la

actividad material de ciertos miembros, la posición de ciertas partes del cuerpo, la

utilización de ciertas cosas materiales, la pronunciación de ciertas exclamaciones,

etc.

Ahora bien estos movimientos o alteraciones del cuerpo no son más que la

fase terminal de un proceso mucho más profundo que se inicia en el organismo en

esa zona que es la fuente de todos sus movimientos, en el cerebro.

Sin entrar en muchos detalles podemos decir que el proceso psíquico en su

conjunto se desarrolla a través de cuatro fases. a) La primera de esas fases es la

fase física. Es la fase en la que se ponen en acción los estímulos materiales que

actúan de una manera mediata o inmediata sobre los órganos de los sentidos de

acuerdo con las leyes de la física; esta fase termina con la conversión de la acción

de estos estímulos en impulsos nerviosos; a esta conversión suele llamársele

'transducción'. b) La segunda fase es la fase fisiológica; consiste en la acción de

estos impulsos nerviosos que son llevados por las vías nerviosas aferentes desde

los órganos de los sentidos hasta los centros cerebrales del córtex que son los

centros del conocimiento; esta fase termina cuando los impulsos nerviosos son

convertidos en datos de la conciencia o en información acerca de la realidad; esta

conversión ya no es de naturaleza fisiológica. c) La tercera fase es la fase del

conocimiento en cuanto tal (conocimiento racional) consistente en la combinación o

estructuración de estos datos de la conciencia para obtener conocimientos nuevos o

más profundos acerca de la realidad; utilizando la terminología actual, es la fase del

procesamiento de la información. En ella se producen la estructura eidética, la

estructura apofántica y la estructura lógica con vistas a la formación de conceptos, la

adaptación al medio, la solución de problemas, la transferencia, el razonamiento, la

creatividad, la toma de decisiones, etc. Esta fase no termina nunca. Pero a veces,

cuando se produce la toma de decisiones a propósito de alguno de esos procesos,

se produce la conversión de algunos de estos datos de la conciencia en nuevos

impulsos nerviosos eferentes, con lo cual se desencadena una cuarta fase. d) La

cuarta fase es la fase de la motricidad o fase de la conducta. Esta fase consiste en

la ejecución material de una conducta determinada como consecuencia de las

decisiones tomadas desde la conciencia. El modo de producirse es harto complejo,

pero puede describirse a grandes rasgos como la traslación de esos impulsos

nerviosos a través de las vías nerviosas eferentes hasta los extremos de los

miembros, los órganos ejecutivos, los músculos, las articulaciones, ciertas glándulas

y ciertas vísceras, etc., donde se convierten en movimientos físicos, los cuales

pueden ser considerados, sólo en cierta medida, como respuestas a los estímulos

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que actuaron en la primera fase. Una de estas respuestas es el lenguaje, ya sea el

lenguaje articulado con los órganos de la boca, el lenguaje escrito producido por los

movimientos de la mano, el lenguaje mímico configurado a base de los movimientos

del rostro, etc.

La Fisiología, la Medicina y la Psicología, cada una de ellas a su manera,

nos suministran una explicación coherente del paso entre la primera fase y la

segunda, es decir, la transducción. Pero ninguna de ellas nos da una explicación

satisfactoria del paso entre la fase dos y tres y entre la fase tres y cuatro. Al menos

para mí las explicaciones que encontramos en los libros o en las investigaciones

llevadas a efecto sobre el tema son completamente insatisfactorias. Yo tampoco voy

a intentarlo, pues tengo la convicción de que estas ciencias desde sus propios

presupuestos y utilizando sus propios métodos se encuentran radicalmente

incapacitadas para encontrar esta explicación. Por eso, más que una solución,

trataré de aproximarme al problema describiendo los hechos.

A este respecto son varias las cuestiones que se nos plantean. La primera

de ellas consiste en la localización de esas zonas cerebrales que son los órganos

originarios de los movimientos del lenguaje, tratando de explicar su funcionamiento y

las condiciones que se requieren para que esa actividad pueda constituirse en

lenguaje. La segunda consiste en describir en la medida de lo posible el proceso

mediante el cual los datos de la conciencia (toma de decisiones) se convierten en

impulsos eferentes que se inician en esos puntos concretos del córtex cerebral para

ser llevados luego a los órganos y miembros del lenguaje utilizando como cauce el

sistema nervioso eferente. La tercera consiste en hacer un seguimiento de las

órdenes (impulsos eferentes) emanadas de esos puntos centrales del cerebro hasta

que ponen en movimiento los órganos externos del lenguaje, los miembros y el

cuerpo entero en general.

2.- CONDUCTA LINGÜISTICA Y LOCALIZACION CEREBRAL

En lo que concierne a la primera de estas cuestiones es muy poco lo que

podemos decir acerca de la localización y el funcionamiento de estas zonas

cerebrales. Más que un panorama claro a los ojos del científico, es para él una

tremenda nebulosa. En cualquier caso las teorías acerca del origen fisiológico del

lenguaje que centran su atención en el cerebro están referidas todas ellas a un tipo

especial de lenguaje, el lenguaje hablado; o, a lo sumo, a lenguaje escrito, pero no a

los otros tipos de lenguaje, los cuales tienen su explicación en las leyes generales

de la psicomotricidad.

Las opiniones acerca de este punto son muy encontradas. No obstante la

ciencia se aventura a hacer algunas aproximaciones. Así nos dicen los científicos

que en el hemisferio izquierdo existen tres zonas vinculadas al lenguaje. Esas tres

zonas son el área de Broca, el área de Wernike y la región del pliegue curvo. Esto

no quiere decir, ni mucho menos, que sean esas tres zonas, y sólo ellas, las que

intervienen en el lenguaje. Está demostrado que existen otras zonas implicadas,

tanto de las partes corticales como de las subcorticales, como los ganglios basales,

el tálamo, etc., pues hay evidencias suficientes, desde la medicina, según las cuales

una lesión en estas zonas produce un determinado trastorno del lenguaje.

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El área de Broca se encuentra situada en la parte posterior de la tercera

circunvolución frontal, muy cerca del córtex motriz primario de la cara. Esta área es

la responsable del lenguaje articulado o el habla y las lesiones que se padecen en

ella provocan trastornos conocidos con el nombre de afasia transitoria (afasia de

Broca). A estas lesiones se suman las de otras zonas afines como las de la región

inferior del córtex motor primario, las de la parte anterior del lóbulo parietal inferior,

las de la región superior de la ínsula y las de la zona estriada: la afasia puede ser

total y persistente. La zona de Broca, pues, es el punto en el que se originan los

impulsos nerviosos eferentes que, llevados a los órganos de la boca, producen los

movimientos constitutivos del habla en su dimensión fónica. Para explicar su

dimensión sintáctica se requiere la colaboración de otras zonas, por ejemplo la de la

zona anterior de esa misma circunvolución.

El área de Wernike se encuentra situada en la parte posterior de la

circunvolución temporal superior. Es la responsable, no de la producción del

lenguaje, sino de la comprensión y repetición del mismo. Las lesiones en esta zona

dan lugar a las afasias que llevan su nombre o afasias de Wernike. 'Las correla-

ciones anatomoclínicas permiten sugerir que el procesa-miento fonológico radica en

las regiones parietal inferior y supraparietal izquierda. Las comprensiones fonológica

y lexical se centrarían en la primera circunvolución temporal. La asociación

semántica y lexical probablemente se produce en regiones más posteriores y

circundantes'2.

El área del pliegue curvo situada en la confluencia de la zona temporal con

la parietal y occipital es la responsable del lenguaje escrito.

La participación del hemisferio derecho en los movimientos del lenguaje hoy

se encuentra suficientemente demostrada, pues, cuando la lesión del hemisferio

izquierdo se produce antes de la pubertad, es el hemisferio derecho el que asume

sus funciones. Es específico de este hemisferio el procesamiento de la comprensión

del lenguaje, la prosodia o la entonación del lenguaje oral, etc.

La asignación de funciones específicas del lenguaje a ciertas zonas

específicas del cerebro por parte de muchos científicos, tal como acabamos de ver,

constituye una hipótesis que se encuentra muy lejos de haber sido demostrada.

Frente a esa hipótesis tradicional, la que hoy se baraja es la de la inespecificidad

natural de las zonas cerebrales3. Está demostrado que las zonas y sistemas

neuronales del hemisferio izquierdo son las primeras en asumir estas funciones,

pero también está demostrado que las zonas y sistemas del hemisferio derecho

pueden asumirlas cuando el izquierdo padece una lesión, sobre todo, cuando esto

le permite ejercer esta sustitución pasados los once o doce años?. Puede que sea

así, pero no parece verosímil. Parece más bien que la inespecificidad congénita de

las zonas cerebrales va dejando paso a la especificidad de las mismas, pues,

conforme pasan los años, cada zona va asumiendo una función específica, es decir,

va poniéndose a disposición de una función específica de la mente. Cada parte va

controlando una función determinada en la medida en que se encuentra libre para

asumirla. Si a partir de los once o doce años ya no se produce esta asumpción por

parte del hemisferio derecho es porque sus zonas y sistemas ya se encuentran

ocupados con otras funciones y no están libres para asumir las funciones del

lenguaje4. Acontece lo mismo que en el universo físico: si la tarea consiste en llevar

de la estación al aeropuerto una cantidad grande de maletas, dicha tarea es posible

en la medida en que haya hombres libres (disponibles) para llevarlas, pues damos

por supuesto que cada hombre sólo puede llevar una.

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3.- LA EMERGENCIA DE LA CONDUCTA: TEORIAS

El segundo problema es el de la iniciación de la conducta. Como he

indicado en repetidas ocasiones, el origen de los movimientos constitutivos del

lenguaje no tiene lugar en estos puntos concretos del cerebro. Su origen se

encuentra en la conciencia, es decir, en la toma de decisiones y en las órdenes que

la conciencia formula al objeto de que esas decisiones sean ejecutadas. Hablamos

porque queremos, hacemos gestos porque queremos, utilizamos el timbre o la

bandera porque queremos, etc. Por esto mismo las zonas cerebrales compro-

metidas en el lenguaje no son más que órganos o instrumentos al servicio de estas

órdenes superiores. Las neuronas constitutivas de estas zonas específicas del

cerebro no son capaces de ponerse en movimiento por sí mismas. Poseen una

carga energética como todas las neuronas, pero esa energía no entra en acción por

sí misma. Es energía meramente potencial. Necesita ser activada para ponerse en

movimiento y generar los impulsos nerviosos eferentes.

Y aquí es donde se plantea el gran problema de la motrici

puede ser activada esta energía que es material y extensa por los datos de la

conciencia (decisiones) que son inmateriales e inextensos?.

Esta acción desde la conciencia es necesaria no sólo para activar la energía

almacenada en los centros nerviosos responsables del lenguaje; es necesaria

también para la dirección de los movimientos derivados de esa energía, puesto que

los movimientos constitutivos del lenguaje no son movimientos instintivos o

movimientos reflejos realizados de acuerdo con unos patrones innatos e invariables.

Todos sabemos que los movimientos del lenguaje, son todo lo contrario de los movi-

mientos instintivos, pues son aleatorios y están sujetos únicamente a la voluntad

libre del ser que habla adaptándolos u orientándolos hacia los fines libremente

elegidos por él. Cada uno puede decir las palabras que quiera utilizando las ya

existentes o inventando otras nuevas, puede combinar los sonidos como quiera para

expresar sus pensamientos personales; puede intercambiar o mezclar palabras de

distintos idiomas; puede emplear diferentes estilos para expresarse; puede elegir

otros medios que no sean el habla o la escritura, seleccionando a este fin, como

signo, las cosas materiales que sirvan a su antojo, etc. Esto no pueden hacerlo las

neuronas cerebrales por sí mismas, en tanto que neuronas. Hay una orden superior

que, desde la conciencia, introduce en el comportamiento esta dirección selectiva de

los movimientos. Y este es el problema, como he indicado antes. ¿En virtud de qué

mecanismo una orden que es psíquica o inmaterial produce esta dirección de los

movimientos del lenguaje que son por esencia movimientos físicos o materiales?.

Las explicaciones a lo largo de la historia del pensamiento son muchas.

Estas son algunas de ellas:

La teoría espiritualista.- a) Según la tradición aristotélico-escolástica la

voluntad incita o espolea a las demás facultades sobre las que tiene dominio político

o despótico aplicándolas a la acción que les es propia, obligándolas a actuar como

causa determinante; esta acción de la voluntad es ejercida primero sobre la

imaginación, la cual produce imágenes que excitan el apetito sensitivo; este apetito,

puesto en acción, activa la fuerza motriz que hay en las facultades ejecutivas:

órganos de la fonación, rostro, manos, etc.5; b) la tradición galénica, por su parte,

describe la trayectoria de esta manera: 'motus fit sic: de spiritu impellente (causa

eficiente) moventur nervi, moventur lacerti, moventur ligamenta, moventur osa, et sic

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movetur totum membrum et cerebrum'6; c) DESCARTES explica este proceso

mediante la acción de los espíritus animales, los cuales, a través de la glándula

pineal, llevan los mensajes del alma (la voluntad) a los distintos miembros del

cuerpo7; d) para LEIBNITZ no existe el problema, puesto que las mónadas

constitutivas del cuerpo (miembros y órganos del lenguaje) actúan en virtud de su

energía propia; la correspondencia de los movimientos del cuerpo con los

movimientos del alma (inteligencia, voluntad) quedan garantizados por la armonía

preestablecida'8.

La teoría ideomotriz.- Para JAMES las ideas de movimiento se encuentran

almacenadas en el sistema nervioso (memoria) como consecuencia de los

movimientos involuntarios anteriores; estas ideas (ideas fuerza), cuando versan

sobre las consecuencias del movimiento, tienen la misma energía estimuladora que

un estímulo externo, incitando a la acción o inhibiéndola. Esta interpretación ha

resurgido nuevamente en la psicología cognitiva con la teoría de la retroalimen-

tación: el hecho de que se reproduzca una imagen o representación de una

respuesta conduce inevitablemente a la producción de esa respuesta9.

La teoría del instinto.- Para MCDOUGALL el origen de la conducta son las

propensiones que se encuentran vinculadas al instinto, en tanto que unidades

funcionales de la organización total de la mente, factores hereditarios dinámicos,

principios radicales de conducta10

. LOEBB incide en esta misma idea, si bien los

instintos no son factores hereditarios sino reacciones producidas por los

mecanismos de adaptación al medio (reac-ciones de naturaleza físico-química)11

.

Para FREUD los instintos constituyen el factor fundamental de toda conducta:

energías para la acción, fuerzas indiferenciadas, potencia general, etc. (instinto de

vida, la libido, e instinto de muerte); la conducta concreta es el resultado de un

proceso que va de la indiferenciación inconsciente a la diferenciación consciente; en

el nivel superior y con su origen en los instintos surgen las ideas que son

representaciones dinámicas con capacidad energética suficiente para desencadenar

la acción12

.

La teoría del esquema ER.- Para WATSON 'la acción del estímulo

despierta una excitación nerviosa en la terminación del nervio que está en contacto

con la célula epitelial, la cual se transmite por una cadena de neuronas al sistema

nervioso central y, desde allí, a algún músculo o glándula' (boca, manos, etc). El

habla que es la acción terminal de estos músculos es una conducta condicionada

por los estímulos procedentes del medio social13

. Para SKINNER el origen de la

conducta es el mismo que el de WATSON, pero la forma de producirse es la del

condicionamiento operante y en virtud de la ley del efecto14

.

La teoría de las pulsiones.- El 'drive' es una especie de energía interna

que es aplicada a los mecanismos de la conducta para activarla. Se trata de un

factor orgánico que da origen a la conducta mediante la activación de ciertos

sistemas nerviosos, los cuales mantienen la acción y establecen su dirección. La

fuerza le viene de la insatisfacción que siente el organismo en unas situaciones

determinadas. Los nombres más destacados en esta teoría, separados por diversos

matices, son los de HULL, TOLMAN, MULLER, LEWIN, LORENZ, etc15

.

La teoría de los estados afectivos.- La acción de los estímulos produce

efectos cognitivos y efectos afectivos u orécticos (placer, dolor). Sólo estos son

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estimuladores de la conducta orientándola a su objeto y eligiendo un modelo en

cada caso. Estos estados producen ciertas huellas en el sistema nervioso, las

cuales se consolidan con el ejercicio y, en virtud de ello, fijan la conducta16

. Merecen

destacarse en este campo los nombres de PEACK, LINDSLEY, MALMO, HEBB,

SULLIVAN, FROOM, HORNEY, RAUP, FESTINGER, FREEMAN, JERSILD, ETC.

4.- LA TEORIA VERBALISTA

Esta es una teoría, la más difícil para la comprensión. El denominador

común o elemento que se repite en estos autores es la afirmación según la cual el

lenguaje no es efecto de los movimientos de los órganos y miembros (conducta),

sino la causa de los mismos. Uno de los autores es STAATS, que milita en las filas

de la psicología de la conducta17

. Según él, 'algunas conductas motoras son

importantes en sí mismas... Otras son importantes, sin embargo, por las conductas

motoras que ellas controlan en el individuo... Después de varias repeticiones

instigadas del estímulo de comunicación (lenguaje del emisor), el comunicando

(receptor) adquirirá la secuencia de respuestas verbales. Este mecanismo ER recién

adquirido controlará entonces una secuencia de conductas motoras cuando las

condiciones externas sean apropiadas. Debido a que los estímulos verbales pueden

controlar las respuestas motoras, cuando el individuo adquiera nuevas secuencias

de respuestas verbales, su conducta manifiesta puede alterarse. Este tipo de

mecanismo es muy importante para la comunicación y puede observarse en muchos

aspectos de la conducta humana desde los más complejos de aprendizaje

intelectual hasta las tareas más simples de la vida diaria'. Por tanto el proceso es el

siguiente: estímulo de comunicación o lenguaje del emisor, secuencia de respuestas

verbales (en el receptor) formada sobre la base de la comunicación y conducta

motora controlada por los estímulos verbales producidos por las respuestas

verbales. El otro autor es LURIA18

que dedica todo un apartado a la exposición del

'papel del lenguaje en la organización del acto voluntario'. En esto sigue la línea de

VIGOTSKY. Como puede verse, LURIA va más allá que STAATS: el papel

regulador del lenguaje ya no se ejerce sobre la conducta externa, sino sobre los

presupuestos de esa misma conducta que son las decisiones de la voluntad. El

lenguaje de adulto provoca la atención en el niño que separa el objeto mencionado

de todas las demás cosas. En este momento la acción voluntaria del niño se

subordina al adulto (a la madre), niega la subordinación a las leyes del reflejo de

orientación provocado por el estímulo y comienza a subordinarse a la acción del

adulto (función interpsíquica). La segunda etapa consiste en la regulación de la

conducta en virtud de su propio lenguaje externo. En la tercera etapa esta función

interpsíquica comienza muy pronto a convertirse en intra-psíquica interiorizándose al

interiorizar su lenguaje (lenguaje interno). Este es el momento en que la conducta se

convierte en conducta autónoma, es decir, voluntaria. Por tanto el lenguaje no es

efecto de la conducta externa, sino su origen y su verdadera causa. El lenguaje,

pues, no va de dentro (conciencia, voluntad) a fuera (sociedad), sino al revés, de

fuera (sociedad) a dentro (conciencia, voluntad) para regular la conducta a través de

la orientación y control de la propia voluntad.

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Estas son las teorías más representativas que tratan de explicar el origen de

la conducta humana y animal. Como teorías para explicar el origen del lenguaje en

tanto que conducta o en tanto que resultado o efecto de la conducta, me parecen

todas ellas deficientes. Algunas de ellas no logran superar el dualismo de las

antiguas filosofías y otras eliminan el problema haciendo caso omiso de muchos

factores que intervienen en la conducta. En efecto, unos olvidan la conciencia; otros,

el cuerpo y la materia; otros la libertad y discrecionalidad de las decisiones o las

decisiones mismas, etc.

Esto que sigue no se propone como solución definitiva, ni mucho menos.

Pero tiene la virtualidad de superar el dualismo en el origen de la conducta, que es

el origen del problema; y la virtualidad de tener en cuenta todos los factores que la

experiencia personal, la observación objetiva, la historia de la humanidad y las

conclusiones de las ciencias entienden que son factores o variables intervinientes en

la conducta de los seres humanos.

En efecto, la causa eficiente adecuada de la conducta, en este caso, el

lenguaje, es el individuo, la persona real. La raíz última de la conducta es la

naturaleza de la persona, pues cada ser obra de acuerdo con la naturaleza que

tiene. El hombre obra como hombre porque tiene naturaleza de hombre; el perro

obra como perro porque tiene naturaleza de perro, etc. Por tanto, la causa última de

la conducta es el individuo como un todo (suppositum), no la conciencia o el alma, ni

tampoco el cuerpo o el cerebro. El alma y el cuerpo, por una parte, y la mente y el

cerebro, por otra, no son dos cosas, sino dos principios de una misma cosa que es

el individuo humano. Y las acciones son de la cosa, del sujeto. Esto es obvio; no son

acciones de los principios que lo constituyen. El individuo actúa en virtud de su

naturaleza, como hemos visto; de tal forma que la naturaleza es: a) el principio

radical de la producción de la acción, y b) el principio radical de la dirección de la

misma. Los factores individuales que acompañan a esa naturaleza en cada caso

son variables intervinientes, pero, de ninguna manera, determinantes.

Sabemos, además, que la naturaleza del individuo que habla es racional,

ciertamente, pero también es virtualmente vegetal y animal. Importa mucho entender

correctamente esto de 'virtualmente', pues, por el hecho de ser así, los compor-

tamientos humanos, animales y vegetales pueden coexistir en un mismo sujeto,

siendo este sujeto la causa única de los mismos. Sabemos, por otra parte, nos lo

dice la experiencia propia, que la naturaleza humana no es inmediatamente

operativa. Cuando actúa, lo hace por medio de sus facultades, las cuales son

racionales, pero, como en el caso anterior, virtualmente son también animales y

vegetales, es decir, fisiológicas y orgánicas o biológicas, en tanto que capacidades

de las que dispone el ser racional par realizar funciones vegetales y animales. Por

tanto los comportamientos racionales y voluntarios del individuo, así como los

comportamientos fisiológicos y orgánicos (conducta), no son acciones emanadas de

naturalezas distintas sino de la misma y única naturaleza que el hombre posee que

es la naturaleza humana. Cuando ese comportamiento es realizado por medio de

sus facultades racionales la conducta es voluntaria y libre; cuando es realizado por

medio de sus facultades fisiológicas y biológicas es una conducta instintiva. Pero,

siendo una y única la naturaleza que actúa como causa de esos comportamientos,

no es absurdo pensar que en ciertos casos una misma conducta material, que de

suyo es instintiva, puede ser elevada a la categoría de conducta voluntaria o

racional, por ejemplo, el lenguaje de los gestos. Esencialmente esa conducta es

racional o voluntaria pero 'virtualmente' es física y fisiológica. No son, entonces, dos

conductas. Es la misma conducta racional que tiene esa resonancia o esas

consecuencias en el orden físico (movimientos, sonidos, escritura, etc.).

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5.- EL SEGUIMIENTO DE LOS PROCESOS CONDUCTUALES DEL HABLA

El tercer problema era el del seguimiento de esos impulsos nerviosos

originados en las zonas del cerebro compro-metidas con el lenguaje hasta que se

convierten en movimientos externos: el habla, la escritura, la producción y empleo

de las señales de humo, etc.

En realidad este problema ya no es de la competencia de la Psicología, sino

de la Fisiología y la Física. No obstante hay algunos datos que el psicólogo debe

tener en cuenta.

El sistema corporal encargado de ejercer la conducta está compuesto de

varios elementos, sobre todo, de los huesos y los músculos. Parece demostrado que

la acción está a cargo de los músculos. Los huesos no son más que el soporte

material de la misma. Los músculos, por su parte, se contraen cuando son estimula-

dos que reciben a través de los impulsos que reciben a través de los nervios

eferentes. Esta contracción es la que provoca el movimiento y la posición de los

huesos. Cuando cesa la estimulación, los músculos se relajan, con lo cual los

huesos y los mismos músculos vuelven a su estado anterior. Este segundo

movimiento suele llevarse a efecto por la contracción de otros músculos situados en

la parte opuesta del miembro. Es cierto que la estimulación de los músculos se debe

a la acción de los excitantes, pero el excitante natural está constituido por la acción

de los impulsos nerviosos. A esta acción de los nervios sobre los músculos se le

llama 'enervación'. Los músculos lisos se enervan muy lentamente, por ejemplo, las

vísceras; mientras que los músculos estriados se enervan con mucha rapidez, por

ejemplo, los músculos de los órganos y miembros del lenguaje. Es sabido que estos

músculos y órganos no tienen el movimiento por sí mismos. Los impulsos nerviosos

que los enervan proceden del cerebro por las cadenas de nervios eferentes, como

ya hemos dicho anteriormente. La naturaleza de estos impulsos es equiparable a la

de los impulsos eléctricos. Por eso a la llegada a los músculos se produce una

especie de descarga que es la que desencadena la enervación. Esta descarga se

mantiene más o menos constante hasta que se cumple la decisión tomada en la

conciencia. El cese de la descarga coincide con la finalización del proceso conduc-

tual. La ley que gobierna este comportamiento de enervación es la del 'todo o nada':

si la estimulación a base de los impulsos se produce con la intensidad suficiente, la

acción se desencadena con normalidad y con la intensidad específica que

corresponde a cada uno de los movimientos; si esa estimulación llega insuficiente, el

movimiento no se produce en absoluto. Los movimientos de la boca, los del rostro,

los de las manos y los del cuerpo en general, cuando se producen como lenguaje,

no constituyen una excepción en el cumplimiento de esta ley18

.

Como epílogo de este apartado cabe la posibilidad de comentar el interés

de las posibles respuestas a esta pregunta: ¿el lenguaje, por su naturaleza, es

simplemente un problema de formación de hábitos de conducta o, más bien, un

problema de formación de conceptos?. Es decir, ¿el lenguaje es un efecto del

condicionamiento de la conducta o, más bien, un despliegue de las propias

facultades cognitivas?. Las investigaciones actuales en el campo de la gramática y

la psicolingüística parece que no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza generativa

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del lenguaje, su prioridad lógica y ontológica respecto de la conducta y su

pertenencia real a los niveles del pensamiento humano. Eso que algunos llaman

conducta lingüística en este sentido no es más que un efecto o una consecuencia

del comportamiento cognitivo universal y abstracto.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS, c. 3.- 1) Bever, 1970;

Bollnow, 1966; Graham y otros, 1971; Hull, 1943; Kleinmuntz, 1958; Lashley, 1951a,

1951b; Long y otros, 1958; Miller y otros, 1974; Skinner, 1957. 2) Bagunjá y Peña-

Casanova, 1994; Rodríguez Delgado, 1973, 1994; 3) Luria, 1973; Penfield, 1951; 4)

Miller, 1974. 5) Gredt, 1961; Brennan; 1960, 1965; 6) Isagoge de Toledo 8/44. 7)

Descartes, 1980, 1990 ; 8) Leibnitz, 1946, 1988; 9) James, 1945, 1947; Vega, M.,

1984; 10) McDougall, 1932, 1933. 11) Loebb, 1912; 12) Freud, 1976. 13) Watson,

1953, 1977; Qintana, J., 1985. 14) Skinner, 1957, 1981; Qintana, J., 1985. 15)

Cerdá, 1960, 1981; Qintana, J., 1985; Hull, 1951, 1952; Tolman, 1926, 1927, 1932;

Muller, 1974; Lorenz, 1950, 1957 16) Cerdá, 1981; Lindsey, 1951; Malmo, 1957;

Hebb, 1949. 17) Sataats, 1983. 18) Luria, 1980. 18) Pinillos, 1978, 1982.

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Cap. IV.- EL CONCEPTO DE LENGUAJE

La definición del lenguaje es uno de esos intentos que más interés ha

suscitado a lo largo de la historia del pensamiento desde todas las perspectivas1.

Sin embargo, a pesar de las críticas de VIGOTSKY, pienso que hay que volver a la

asociación de las palabras con las ideas si queremos entender la naturaleza del

lenguaje. Tanto las imágenes como las ideas están dotadas de una energía que

hemos llamado 'poder dinamogénico'. Este poder, en el caso de las ideas, tiene dos

direcciones: la tendencia del conocimiento a ser expresado y la tendencia a

desencadenar ciertos comportamientos cuya dirección está marcada por las mismas

ideas.

1.- EL LENGUAJE INTERNO:

a) Noción:

Los conocimientos (ideas) tienden por naturaleza a ser expresados por el

sujeto a sí mismo o a los demás. En efecto, la expresión es inseparable del

conocimiento intelectual. Las propias ideas son ya expresiones del conocimiento

elaborado por la propia inteligencia. Constituyen el lenguaje interior mediante el cual

la inteligencia se expresa a sí misma sus propios conocimientos, es decir, sus

propios objetos. Por esta razón cada idea es un 'verbum mentis', en contraposición

al 'verbum oris' que es la palabra. En tanto que „palabras de la mente‟ constituyen el

lenguaje interior de la inteligencia. Las palabras de la boca constituyen el lenguaje

exterior dirigido a otros sujetos2.

La existencia de este lenguaje interno de la mente es un hecho del que cada

uno tiene constancia en virtud de su propia experiencia interna. Cada uno tiene

constancia, además, del lenguaje interno de los otros por ciertas manifestaciones del

mismo aunque no sea precisamente a través del lenguaje corriente. En efecto, el

sujeto se dice a sí mismo lo que las cosas son para él. También se dice a sí mismo

lo que él cree que es en su dimensión psíquica, moral, ontológica, social, etc.

(autoconcepto). Este lenguaje puede darse aun sin manifestaciones externas y ser

mucho más rico que el lenguaje externo, por ejemplo, el lenguaje interno del sordo-

mudo o el del ciego, el lenguaje del que padece parálisis cerebral, etc. La prueba es

que, cuando se le facilitan los instrumentos, ese lenguaje sale al exterior con toda su

riqueza. Esos instrumentos pueden ser el 'braille' de los ciegos, los gestos de los

sordomudos, un conjunto de electrodos pegados al cerebro para recoger las ondas

nerviosas y llevarlas a un sintetizador de voz a través de una computadora, etc. Es

de sobra conocido el caso de HELEN KELLER, ya mencionada, cuyo lenguaje

interno produjo obras tan maravillosas como las suyas3.

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b) Funciones del lenguaje interno:

El primero de los efectos (otros autores les llaman 'funciones') del lenguaje

interno es el marcaje de la cosa (objeto) y del sujeto, la diferenciación o

distanciamiento entre ambos y la estructuración de los mismos en una unidad de la

cual son los polos antagónicos entre los que se establece una relación dialéctica e

intencional.

Otro de los efectos inmediatos del lenguaje interno es la categorización de

los objetos. Nuestra experiencia interna nos da testimonio de que, tanto en el campo

de la ciencia, como en el campo de la vida común, a medida que vamos conociendo

nuevos objetos, vamos colocándolos en un 'lugar' determinado de la conciencia. No

caen en ella desordenadamente como los granos de trigo en un saco o las gotas de

agua en un cántaro. Cada objeto nuevo va a un lugar concreto, determinado por una

idea que es la que marca su espacio mental, diciéndolo o señalándolo internamente:

'esto es un polígono' o pertenece a la categoría de los polígonos, su lugar mental es

el de los polígonos; 'esto es un roble' o pertenece a la categoría de los robles, su

lugar es el de los robles, etc. Esta clasificación mental, en una inteligencia normal se

corresponde con la agrupación de los seres reales en el mundo exterior. Cuando no

hay esta correspondencia es cuando se produce el error; o la ignorancia si falta uno

de los extremos. Por donde quiera que se mire, esto ya es un lenguaje, pues es la

expresión de un conocimiento. Esta operación es realizada por la mente

(inteligencia) sobre la base de los datos de la percepción, no sobre los datos del

lenguaje como afirman las tesis de WHORFF, LURIA y otros4.

El tercero de los efectos inmediatos del lenguaje interno es el análisis y la

síntesis, sobre todo el análisis inmediato de los objetos nada más ser conocidos.

Nuestra experiencia interna nos da testimonio igualmente de que nada más conocer

un objeto nuevo, la idea que tenemos de él no sólo nos lleva espontáneamente a

colocarlo en el seno de su categoría correspondiente señalándonosla o expresándo-

nosla, sino que nos impele a fijarnos en él invitándonos a examinar su estructura

para descubrir en ella elementos más simples (elementos inteligibles, no partes

físicas), cada uno de los cuales constituye un objeto nuevo susceptible de ser

expresado y categorizado, a su vez, por otras ideas todavía más simples que las

anteriores. Este movimiento de la mente es inevitable, pues son precisamente los

elementos resultantes de este análisis los que le permiten a la inteligencia realizar la

operación anterior, es decir, la de asignar el objeto a una categoría. Paralelamente a

este movimiento está el movimiento contrario o de síntesis mediante el cual la

inteligencia produce sus estructuras de objetos, dando lugar a conceptos o

categorías mentales nuevas. Esta operación es realizada por la inteligencia sola, lo

mismo que la anterior, sin el recurso del lenguaje como afirmaban los autores antes

mencionados.

El cuarto de los efectos inmediatos del lenguaje interno es la gene-

ralización del conocimiento que la inteligencia se expresa a sí misma, en virtud de

la cual amplía espontáneamente sus conceptos a otros objetos que tienen rasgos

esenciales comunes o semejantes.

El quinto de los efectos del lenguaje interno es la referencia potencial del

conocimiento a la realidad. Este movimiento de la mente también es espontáneo.

La inteligencia descansa cuando sabe que lo que piensa tiene su correlato en las

cosas del mundo que le rodea, es decir, cuando contrasta que las cosas son como

ella las piensa.

El sexto, mediante los anteriores, es la facilitación para situarse en el

mundo.

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El séptimo es la toma de decisiones, la dirección y el control de la

conducta, etc. La toma de decisiones no es entendida únicamente como selección o

preferencia entre dos ideas o entre dos verdades o dos opiniones, sino como

selección o pronunciamiento entre dos opciones prácticas, es decir, entre dos o más

posibilidades de conducta para llevar a la práctica una de ellas. En toda situación de

este tipo, tanto en la opción teórica, como en la opción práctica, interviene de alguna

manera la voluntad libre que, en fin de cuentas, es la que 'decide'. Por esto mismo

es sobre ella sobre quien recae la responsabilidad de la acción.

El octavo es la construcción de los contenidos culturales: ciencia,

religión, artes, etc.

De esta manera la dinamicidad intrínseca de las ideas como expresión de

los objetos constituye la base fundamental del progreso del pensamiento y de la

ciencia en general.

2.- EL LENGUAJE EXTERNO:

a) Noción:

Aparte de este lenguaje interno está el lenguaje externo o lenguaje consti-

tuido por las palabras de la boca. A este lenguaje es asimilable el lenguaje

constituido por la escritura u otros sómbolos, por los gestos, la mímica, las

posiciones del cuerpo, la forma de vestir, etc. Todas estas cosas en el hombre

constituyen la expresión de sus ideas; mediante sus ideas, la expresión de sus

objetos o contenidos, y, mediante esos contenidos, la expresión de las cosas a las

que pertenecen esos contenidos5.

Esto constituye una nueva dimensión de los procesos lingüísticos, una

exigencia propuesta repetidas veces como base para la intelección de los procesos

psíquicos cognitivos: la distinción clara y precisa entre cosas, objetos, ideas y pala-

bras. Las cosas son los seres concretos de la realidad, considerados según su

existencia fáctica, con independencia de que sean conocidos o no. Los objetos son

los aspectos, facetas o elementos que la inteligencia u otra facultad conoce de esas

mismas cosas. Las ideas son las representaciones intelectuales de esos objetos. Y

las palabras son las expresiones de las ideas hacia el exterior. Pues bien: a) Las

palabras expresan de forma inmediata las ideas, ya que, cuando hablamos o

hacemos algún gesto o adoptamos una postura, lo que queremos significar de forma

directa son nuestros pensamientos, nuestras intenciones, nuestros deseos, etc., no

otra cosa. Claro que podemos mentir, pero, aun en ese caso, la finalidad directa e

inmediata del lenguaje es nuestro pensamiento o nuestro deseo, el deseo de mentir.

b) En los casos normales, por ejemplo, cuando el profesor trata de explicar un tema

de biología sobre los hábitos de las hormigas, mediante las ideas o pensamientos,

el lenguaje expresa los objetos (la naturaleza) de los mismos, es decir, lo que el

profesor conoce de las hormigas y sus hábitos. c) Por fin mediante los objetos, el

lenguaje expresa también las cosas, pues, como hemos indicado, los objetos en la

realidad pertenecen a las cosas, son tomados de ellas por medio de la abstracción y

son los elementos inteligibles que sirven para identificarlas. Los hábitos de las

hormigas, objeto del conocimiento del profesor, son los de las hormigas, no los del

profesor o sus ideas6.

Las palabras, los gestos, las posturas del cuerpo, y otros signos de los que

nos valemos para la expresión, no son, por consiguiente, la expresión inmediata de

las cosas. Si lo fueran no habría lugar para la mentira, pues las palabras signi-

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ficarían la cosa o no significarían absolutamente nada. Tampoco habría lugar para la

metáfora, la anfibología, la equivocidad, la analogía, ni para ninguna de las otras

figuras de dicción que tanto enriquecen los idiomas y gustan de prodigar los

literatos.

La conexión entre las palabras y las cosas es, por tanto, muy compleja y no

es exactamente la misma, cuando se trata de palabras, gestos, posturas, etc., que

cuando se trata de gritos, interjecciones u otros movimientos espontáneos. Todos

ellos constituyen un lenguaje, pero mientras el lenguaje resultante de los segundos

es un lenguaje natural, el lenguaje de los primeros es un lenguaje artificial como

veremos.

Por tanto un lenguaje es un conjunto de signos mediante los cuales el

sujeto se propone expresar directamente sus ideas o pensamientos. Como

puede comprenderse vamos a reducirnos al análisis del problema del lenguaje al

nivel de la psicología, dejando para otra ocasión el análisis ontotolínguistico del

propio lenguaje como estructura que trasciende o se encuentra más allá de los

idiomas, las lenguas, los dialectos y el habla, de acuerdo con las ideas de

pensadores ilustres como Sausure, L. Strauss y otros

b) El lenguaje como conjunto de símbolos: para comprender el alcance

de esta definición es preciso tener en cuenta cada una de las palabras que la

constituyen: a) conjunto de signos, b) intención o finalidad del sujeto ('se propone'),

c) función de expresar, d) vinculación directa con los pensamientos7. En efecto:

a) El lenguaje es un conjunto de signos. Signo es todo aquello que nos

lleva al conocimiento de algo distinto de sí mismo; por ejemplo, el humo es signo del

fuego, porque, cuando lo vemos a lo lejos, aun sin ver el fuego, sabemos que allí

hay fuego. El signo puede ser formal e instrumental. Es formal cuando todo su ser

consiste en ser signo, por ejemplo, la idea como hemos visto en el capítulo anterior;

o la imagen, cuyo papel es similar al de la idea cuando el objeto o contenido que

representa es singular. Son signos y sólo signos. Por eso son tan perfectos.

Los signos instrumentales son cosas materiales o acciones físicas

observables y medibles. Tienen, por tanto, su propio ser y su propia naturaleza, por

ejemplo, el humo. A esas cosas se incorpora secundariamente el carácter y la

función de signos; es decir, además de su ser físico y sus propiedades físicas,

tienen otro se intencional que es esa virtualidad de llevarnos al conocimiento de otra

cosa o de otro acontecimiento.

Esta virtualidad secundaria pueden tenerla por sí mismas, por su naturaleza;

por ejemplo, el humo como signo del fuego, o el llanto como signo del dolor; o

pueden tenerla porque el hombre voluntariamente se la ha dado, por ejemplo, el

semáforo como signo de prohibición de pasar. En el primer caso tenemos los signos

naturales; en el segundo, los signos arbitrarios o artificiales. En fin de cuentas, que

el semáforo rojo nos lleve al conocimiento de que no se puede pasar, es algo que

acontece porque el hombre, algunos hombres, lo han querido así, no porque lo

signifique por naturaleza la luz roja. Lo mismo sucede con la bandera respecto de la

patria, la toga respecto del catedrático o el doctor, las insignias respecto de la

graduación del militar, etc. Todos ellos son signos arbitrarios, pues la conexión con

la cosa significada no es debida a su naturaleza, sino a la decisión libre o al arbitrio

de los hombres. Esta conexión accidental y artificial o arbitraria con la cosa significa-

da es lo que hace que estos signos sean más imperfectos que todos los anteriores,

pues, por ser accidental y arbitraria, es postiza y rompible, cancelable o modificable,

según la medida de los deseos o los caprichos de los hombres. Algunos de estos

signos, como hemos visto, reciben también el nombre de símbolos, pues no están

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constituidos por la naturaleza y, a la virtualidad que tienen para significar o dar a

conocer un objeto, se une una cierta carga afectiva; por ejemplo, la bandera

respecto de la patria o las condecoraciones que uno recibe como señal de sus

méritos. Evidentemente esta definición del símbolo no encaja en el marco de

muchas teorías que son parte principal de la psicología contemporánea7b

; pero yo lo

entiendo así.

En las obras de ARISTÓTELES, para referirse a la 'palabra' como parte del

lenguaje, se emplean los vocablos griegos 'foné', 'logos', 'fasis', 'orós', 'ónoma', etc.

Todas estas palabras griegas tienen en este autor diferentes matices. Sin embargo

en el uso que se hace de las mismas, sin excepción, se impone la misma exigencia:

que no sean simples sonidos o simples voces, sino que en cada caso vayan acom-

pañadas de una carga significativa. Para que las palabras constituyan un lenguaje

tienen que tener esta condición: 'no todo sonido emitido por un ser vivo es una

palabra, sino aquel que, causando un impacto, debe poseer un alma y emplea cierta

imaginación ('fantasias tinós'); la voz, en efecto, es un sonido que significa algo y no

es meramente indicador del aire inhalado como lo es la tos' (De anima, II, 8). Los

autores latinos resumieron estos textos con la siguiente frase: 'sonus ab ore animalis

prolatus cum imaginatione quadam'. Cuando STO. TOMÁS comenta este pasaje,

utiliza esta expresión: 'cum imaginatione ad aliquid siginificandum'7c

.

b) El lenguaje es un conjunto de signos instrumentales arbitrarios. Por ser

instrumentales constituyen una ayuda para el conocimiento humano. En efecto,

constituyen una ayuda, pero, por las razones apuntadas, pueden constituir también

un obstáculo o una dificultad para el mismo: para poder ser utilizados con éxito el

sujeto tiene que conocer esa conexión y el sentido de la misma, lo cual a veces

resulta extremadamente problemático.

Las palabras y los otros elementos del lenguaje (ciertos gestos, mímica,

algunas posiciones del cuerpo, etc.) son signos de este tipo. Su conexión con las

ideas o los pensamientos no es una conexión derivada o radicada en la naturaleza

de las palabras. Por sí mismas no significarían nada. Si ciertas palabras nos llevan

al conocimiento de ciertos pensamientos y ciertos objetos, es porque los hombres,

ciertos hombres, han asociado libremente esas palabras precisamente con esas

ideas o con esos pensamientos concretos y no con otros. Si la palabra 'mesa',

significa o nos lleva al conocimiento de la idea de mesa, y, mediante la idea de

mesa, al conocimiento del objeto 'mesa' y a la cosa 'mesa', es porque a ciertos

hombres, los españoles, se les antojó que fuera sí, es decir, porque establecieron

libremente la conexión entre ambas. La endeblez de esta conexión queda patente si

consideramos que la cosa, el objeto y la idea de mesa se encuentran en todos los

países y en la mente de todos los hombres; sin embargo la palabra 'mesa' como

signo de la mesa material sólo tiene validez para los españoles, pues sólo ellos han

establecido esta conexión; no los franceses, pues para ello han elegido la palabra

'table'; ni los ingleses, los alemanes o los chinos que han elegido la suya. La palabra

'mesa' significa la idea de mesa para los españoles, pero, el día de mañana puede

significar otra idea; e incluso para la misma idea los españoles pueden inventar otra

palabra8.

Como puede observarse, no ocurre lo mismo con el humo respecto del

fuego, o con el llanto respecto del dolor, o el grito respecto del miedo, etc. La

conexión con la cosa significada, en estos casos, es fija, inamovible y universal, es

decir, válida para todos los hombres, de todos los países y de todas las épocas de la

historia, pues la virtualidad de representar algo o llevarnos al conocimiento de algo

deriva de la naturaleza real del signo elegido, por ejemplo en la naturaleza física del

humo respecto del fuego.

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El poder significativo de los elementos del lenguaje está pues, en manos del

hombre, es decir, en manos del pueblo, como he indicado al principio de este

apartado. El desarrollo y la evolución de los hombres en su dimensión cultural es lo

que hace posible esa elasticidad de las relaciones del lenguaje con el pensamiento,

de la cual hablaba VIGOSTSKY. Esto es también lo que hace posible la elasticidad

del lenguaje que tiene como efecto inmediato la vida y el colorido del mismo en

manos de los grandes oradores y literatos.

Las palabras, pues, son signos instrumentales arbitrarios, pues son voces

afectadas accidentalmente por la relación de significación. Las palabras son

instrumentos lógicos, es decir, instrumentos utilizados por el logos (inteligencia) para

expresar sus contenidos mentales. Esta relación de significación es arbitraria, como

hemos dicho. Algunos autores, para demostrar que esto es así, echan mano de dos

argumentos: 1) uno, aposteriorístico, consistente en la constatación de que las

lenguas sobre la tierra (las palabras) son muy distintas, mientras que los signos

naturales son los mismos para todos, por ejemplo, la risa y el llanto; 2) otro,

apriorístico, consistente en la constatación de que los signos arbitrarios significan

algo concreto, relativo o limitado, la palabra „torre‟ o el ejemplo el semáforo de la

esquina, mientras que los signos naturales significan algo universal, por ejemplo el

llanto del niño. Cuando un niño llora, ese llanto significa o nos lleva al conocimiento

de su dolor, pero también al conicimiento del dolor en general o al conocimiento del

dolor de todos los niños.

c) Otro de los elementos esenciales para que un conjunto de signos

constituya un lenguaje, es la intención de significar las ideas o los pensamientos; es

decir, la propositividad. Esta propiedad del lenguaje se deriva de la anterior. El

sujeto quiere significar o dar a conocer expresa o tácitamente aquello que piensa. El

fin primario del lenguaje es la comunicación. Esta es la razón por la cual hay ciertos

conjuntos de signos que no son lenguaje, por ejemplo, las palabras del loro o del

papagayo y las letras de la pantalla del ordenador. Ninguno de ellos pretende de

una forma expresa y personal significar sus pensamientos, entre otras razones,

porque no los tienen a este respecto. La palabra hablada que en casos muy aislados

emplea el animal no está vinculada a una representación mental por medio de una

relación significativa arbitraria o libre; es decir, esa significación no depende de su

elección libre o de su libre aceptación, sino de la voluntad y libertad del experimenta-

dor o adiestrador que es el que ha establecido esa conexión utilizando los

procedimientos del condicionamiento clásico, del condicionamiento instrumental o

del condicionamiento operante.

De alguna manera constituirían un cierto lenguaje, desde este punto de

vista, el balanceo de la pinzas del barrilete para indicar a otros machos la prohibición

de acercarse a su territorio, la danza de la abeja en forma de ocho y en la vertical

para indicar a sus compañeras que allí se encuentra el alimento (estudios de VON

FRISCH), los rodeos del macho de la paloma a manera de galanteo para indicar el

deseo de cubrir a su pareja, los sonidos infrasónicos de los elefantes para llamar la

atención de sus compañeros, los mensajes sonoros elementales de los delfines para

establecer su vida de relación (experimentos de LILLY), la emisión de ciertas

sustancias químicas por parte de las hormigas para indicar dónde se encuentra el

alimento y la dirección o la senda que debe trazarse para transportarlo, etc. Sin

embargo, a esto le falta mucho para ser un verdadero lenguaje, toda vez que la

conexión de los signos con las representaciones y los objetos no es una conexión

arbitraria, intencionada, querida y libremente establecida9.

d) Otro de los elementos esenciales del lenguaje es la conexión inmediata

con las ideas, los pensamientos, deseos, inclinaciones, decisiones, etc. El contenido

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fundamental e inmediato del lenguaje es, por tanto, subjetivo; no, objetivo. Los

objetos y las cosas a las que pertenecen esos objetos constituyen solamente su

contenido mediato. Como hemos visto, no hay lenguajes de cosas, sino de

pensamientos acerca de las cosas.

e) El contenido directo e inmediato del lenguaje son las ideas y los

pensamientos. Ahora bien, las ideas, aunque son constructos mentales, en un

primer momento, son universales, y los pensamientos son pensamientos en la

medida en que en ellos interviene un factor universal, como hemos visto en la

primera parte de este capítulo. Por tanto el verdadero lenguaje es patrimonio

exclusivo de aquellos seres que son capaces de producir conocimientos universales.

Se habla con frecuencia del lenguaje de los animales. Pero también, y por las

mismas razones, puede hablarse del lenguaje de las flores y del lenguaje de las

estrellas (PITAGORAS). Sin embargo sólo el hombre puede producir y utilizar un

verdadero lenguaje; pues sólo él puede tener ideas y pensamientos universales, y

sólo él puede establecer la conexión arbitraria entre ellos y las palabras de la

manera que se ha expuesto en los párrafos anteriores. En último caso, el de los

animales sería un lenguaje natural, hermético, inamovible, condicionado,

homogéneo e instintivo.

Como consecuencia de todo lo anterior parece claro que no hay lenguaje si,

aparte de los contenidos semánticos, no se dan los siguientes factores: a) las

palabras como signos arbitrarios, b) la estructura de las mismas y c) las reglas

morfosintácticas para la composición de las palabras y la estructuración de las

mismas en forma de enunciados con sentido10

.

c) Funciones del lenguaje externo:

Hay un cierto paralelismo entre el lenguaje externo y el lenguaje interno.

Salvadas las diferencias que se derivan de la naturaleza de cada uno de ellos en

tanto que signo, cabe la posibilidad de establecer algunas comparaciones sin que

ello suponga una equiparación de sus propiedades. En efecto, las propiedades del

lenguaje externo no son, ni mucho menos, las propiedaes del lenguaje interno. Otro

tanto cabe afirmar de las funciones de uno y otro.

En lo que concierne al lenguaje externo, estas funciones pueden ser

esenciales o accidentales. La función esencial del lenguaje externo es una sola: la

expresión del pensamiento y, correlativamente, la comunicación del mismo; enten-

diendo por pensamiento cualquier dato de la conciencia, ya sean estos datos las

imágenes, los recuerdos, las ideas, los razonamientos, los estados afectivos, etc.

Las funciones accidentales, por el contrario, son muchas; entre ellas cabe citar la

función estética, la función moral, la función religiosa, la función jurídica, la función

científica, la función pedagógica, la función terapéutica, etc. Todas estas funciones

son secundarias y derivadas de la función comunicativa.

En ese campo las opiniones de los autores son muchas y muy variadas. Por

el interés que tiene para la historia de la psicología merecen destacarse las

funciones que le atribuye LURIA, funciones que en gran parte son las mismas que

en este libro se atribuyen al lenguaje interno, como hemos visto en el apartado

anterior: a) función designativa, denotativa o referencial, en cuanto que la palabra

designa objetos o cosas, no estados afectivos, como el lenguaje de los animales;

estas cosas 'designadas' son los objetos, las cualidades de los objetos, las acciones

de los objetos y las relaciones de los objetos; por eso en todo lenguaje hay

sustantivos, adjetivos, verbos, preposiciones y conjunciones; la palabra siempre está

dirigida hacia afuera; en esto se diferencia el lenguaje humano del animal; b)

función duplicativa del mundo en cuanto que, por medio de la palabra, se crea un

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mundo mental como distinto y paralelo al mundo real; ese mundo mental nos

permite operar intelectualmente con objetos aun en ausencia de ellos; c) función

directiva de la conducta, en cuanto que el lenguaje hace posible la aparición de la

acción voluntaria o acción planificada desde la conciencia; d) función empírica, en

cuanto que el lenguaje nos facilita la experiencia mental de las cosas, permitiéndo-

nos conocer sus propiedades aun sin entrar en contacto material con ellas, por

ejemplo, saber si podremos levantar un objeto con un peso determinado sin tomar

ese objeto en nuestras manos; e) función acumuladora de experiencias y

transmisora de las mismas a otras generaciones; en esto también se diferencia el

lenguaje del hombre del lenguaje del animal, pues las relaciones que tiene el animal

con el mundo o con la conducta respecto de él cuenta solamente con dos recursos:

la experiencia fijada hereditariamente en sus instintos y la experencia individual en

cada caso; en virtud del lenguaje el hombre, para esa conducta, puede servirse

también de la experiencia ajena; f) función analítica, en cuanto que, por medio de

la palabra, el individuo separa o aisla las cualidades de las cosas para trabajar con

ellas sin el contacto físico de las cosas a las que pertenece; estas cualidades

aisladas le permiten introducir las cosas en sistemas complejos de enlaces y

relaciones, en sistemas de códigos, etc; g) función generalizadora, en cuanto que,

en virtud del lenguaje, cada cosa es incluida en su propia categoría; h) función

abstractiva, en cuanto que el lenguaje nos permite aislar o separar los rasgos de

las cosas; es la misma función analítica de la cual acabamos de hablar; i) función

comunicadora, en cuanto que el lenguaje es el instrumento del pensamiento y el

vehículo de la transmisión de los pensamientos. En otros lugares detalla aun más

estas funciones, por ejemplo, la función consistente en ser instrumento del

pensamiento se ampliada a la función de condicionar y orientar otros actos

mentales, por ejemplo, el acto de la percepción, situándose así en el campo de las

tesis whorffianas. En un solo párrafo se resumen todas estas funciones:

'gracias al lenguaje el pensamiento permite delimitar los elementos más

esenciales de la realidad, configurar en una misma categoría cosas y fenómenos que

en la percepción directa pueden parecer distintos, reconocer los fenómenos que, no

obstante la semejanza externa, pertenecen a esferas diversas de la realidad. El

lenguaje permite elaborar conceptos abstractos y formular conclusiones lógicas que

rebasan los marcos de la percepción sensorial; posibilita los procesos del

razonamiento lógico y descubrir en el desarrollo del mismo las leyes de los

fenómenos inasequibles a la experiencia directa, permite reflejar la realidad con

hondura incomparablemente mayor que la percepción sensorial directa y sitúa la

actividad consciente del hombre a una altura inconmensurable por encima del

comportamiento animal'.

En muchos de estos puntos la teoría que acabo de exponer no parece sino

un eco de otras teorías anteriores, cuyo origen no tiene nada que ver con el origen

de la teoría de LURIA, por ejemplo, la teoría de HOBBES. Para este pensador las

funciones del lenguaje escrito, las 'letras', son dos: mantener 'la memoria del tiempo

pasado' y 'la vinculación de la humanidad dispersa en tantas y tan distintas regiones

de la tierra'. En lo que concierne a las funciones del lenguaje oral consistente en la

'transformación del discurso mental en discurso verbal' o en la 'secuencia de

pensamientos en una secuencia de palabras', nos sugiere que tiene dos funciones

complejas: a) registrar las secuencias de nuestros pensamientos permitiéndonos

recordarlas gracias a las palabras con las cuales se troquelaron, por lo cual las

palabras son marcas o notas de rememoración, b) indicar lo que unos y otros

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concebimos o pensamos de cada objeto, y también lo que deseamos, tememos,

etc.; por lo cual las palabras son 'signos'. A continuación se expresa en estos

términos: 'hay los siguientes usos del lenguaje: registrar aquello que por el

pensamiento descubrimos como causa de alguna cosa presente o pasada, y aquello

que las cosas presentes o pasadas pueden producir (adquisición de artes), mostrar

a otros el conocimiento por nosotros alcanzado (aconsejar y enseñar), expresar a

otros nuestra voliciones y propósitos (recabar ayuda), satisfacernos y deleitarnos a

nosotros y a los demás (placer u ornamento)‟11b

.

Entre nuestros pensadores es, tal vez, J. MAYOR el que recoge con más

detalle las series de funciones del lenguaje propuestas por los distintos autores12

. El

lector que esté interesado en el tema puede acudir a la fuente citada o asomarse a

uno de sus textos recogido en el capítulo dedicado a los 'procesos psíquicos que

tienen lugar en la producción del lenguaje', en este mismo libro.

Parece innecesario insistir en que estas funciones, en su mayor parte, son

funciones del lenguaje interno. Las opiniones de LURIA, y las opiniones de estos

autores a los que acabo de referirme, son muy respetables, pero da la impresión de

que presionan fuertemente sobre ellas los supuestos de la corriente cultural a la que

pertenecen. Vienen exigidas por esos supuestos, pero no por la observación

desinteresada de la realidad. Si se hace excepción de la función 'designadora' o

referencial a los objetos y la consiguiente función 'comunicadora', las otras funciones

se realizan en la conciencia, sin necesidad de recurso alguno al lenguaje externo.

Son acciones sobre objetos o sobre ideas, no sobre cosas. Los impedidos para este

lenguaje también las realizan. Y lo hacen además con toda perfección. A estos

efectos, el lenguaje externo es absolutamente innecesario. Por eso mismo las

distancias que LURIA y VIGOTSKY quieren marcar respecto de la psicología

conductista, en realidad, no son tales distancias, pues, a la postre, lo que se está

haciendo es una equiparación entre el lenguaje interno y el lenguaje externo,

volviendo así al isomorfismo de la teoría mencionada.

BIBLIOGRAGIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. C. 4.- 1) Aranguren, 1979;

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1967, 1970, 1974; Oleron, 1951, 1957, 1981; Olson, 1980; Osgood 1953, 1974,

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Premak, 1971, 1972; Quine, 1962; Quirós, 1985; Richelle, 1978, 1982, 1978;

Riviere, 1985; Rodrigo, 1984; Rodríguez Santos, 1990; Rondal, 1988; Rosch, 1977b;

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Inhelder y otros, 1972; Jaspersen, 1922; Mowrer, 1960a, 1960b; Paivio, 1964; Sapir,

1929; Sheridan, 1964; Werner y otros 1963. 2) Scheler, 1969, 1980, 1991; Anould y

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Nicol, 1970; Jolivet, 1956;, 1956; Gredt, 1961. 3) Sullivan, 1938. 4) Luria, 1980,

1985; Whorff, 1971;, 1971. 5) Vigotsky, 1972, 1973; Jolivet, 1956; Gredt, 1961;

Gusdorf, 1953; Maritain, 1962, 1968. 6) Bochensky, 1967, 1974; Maritain, 1962,

1968. 7) Ockam, 1967, 1974; Gredt, 1961; Jolivet, 1956; Brennan, 1960, 1965. 7b)

Siguán, 1984, Schaeffer, 1986; Paulus, 1975; Halliday, 1983; Garrony, 1975;

Cassirer, 1971, 1976; Werner y otros, 1963; Sheridan, 1964; Sapir, 1929; Paivio,

1964; Mowrer, 1960a, 1960b; Jaspersen, 1922; Inhelder y otros, 1972; Furth, 1965.

1971; Cassirer, 1923; Critcheley, 1939; Bühler, 1950. 8) Bochensky, 1967, 1974;

Maritain, 1962, 1968, Arnould y Nicol, 1970; Gredt, 1961. 9) Von Frisch, 1957, 1967;

Root, 1976; Lenneberg, 1967; Linden, 1976; Hockett, 1964, 1967. 10) Maritain,

1962, 1968; Gredt, 1961; Alejandro, 1966. 11) Luria, 1980, 1985;, 1980. 12) Mayor,

1985; Dale, 1980a, 1980b, 1980c.

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Cap. V.- EL LENGUAJE Y LA INTELIGENCIA

La convicción de que los seres humanos hablan no es objeto de inferencia

alguna, pues no la necesita. Es más bien efecto de una simple constatación o

evidencia inmediata. Constatamos de una forma inmediata que hablan los demás y

constatamos también que hablamos nosotros. Constatamos de la misma manera

que empleamos otros signos para expresarnos distintos del habla e independientes

de ella. En esto no se plantea problema alguno. Los problemas a este respecto se

dan en otros niveles de la reflexión científica. Y uno de ellos es el que surge cuando

se plantean las relaciones entre le lenguaje y la inteligencia1.

1.- LA TENDENCIA NATURAL A EXPRESAR LOS PENSAMIENTOS

Constatamos incluso que sentimos la tendencia a hablar en los términos ya

señalados en el capítulo anterior. De una manera indirecta constatamos que

también los que nos rodean experimentan esa misma tendencia. En algunos casos

constatamos que esta tendencia es tan fuerte que no puede ser inhibida ni siquiera

en aquellas circunstancias en las cuales estamos más obligados al silencio, por

ejemplo, en un acto religioso, en una ceremonia funeraria o cuando el profesor se

encuentra exponiendo una lección que exige una reflexión profunda por parte de los

alumnos. Si bien se mira, son muchas más las ocasiones que suponen para

nosotros un sacrificio guardar silencio que las ocasiones en que ese sacrificio se

produce por la necesidad de hablar.

2.- LA NATURALEZA DE LA EXPRESION

El otro problema, el problema de la naturaleza de esta actividad que

llamamos lenguaje es mucho más delicado. Tan delicado, que son muy pocos los

autores que se disponen a abordarlo. Se habla con frecuencia del lenguaje como

efecto de esta actividad o de la actividad misma en tanto que ejercicio de la

causalidad que produce el lenguaje. Pero nadie o casi nadie se ocupa de analizar su

naturaleza. Hay algunos nombres en la tradición aristotélica que expresaron su

preocupación por el tema1b

. En la filosofía moderna y en la psicología actual suenan

otros nombres como el de WATSON, el de CHOSMSKY, el de PIAGET, el de

VIGOSTKY y LURIA, el de OSGOOD, el de LENNEBERG, el de BROWN, etc., que

también se lo plantean de una manera explícita, pero, en unos casos la atención

deriva hacia el lenguaje en tanto que facultad, y en otros, hacia el lenguaje como

efecto de esa facultad o a los efectos del lenguaje que son las funciones que el

lenguaje ejerce en los procesos de la vida psíquica individual y social2.

Se trata, pues, de saber en qué consiste esencialmente esa actividad que

llamamos 'expresarse' con independencia de los medios o símbolos que se elijan

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para llevar a efecto esa expresión y el papel que desempeña la inteligencia en esa

actividad.

La primera exigencia que se impone a estos efectos es la de diferenciar bien

entre la acción de expresar los pensamientos y la elección de un medio concreto

para llevar a efecto esta expresión. Como acabo de indicar, el lenguaje en tanto que

actividad no es más que la acción de expresar los pensamientos. Si nos atenemos a

esta distinción y no la perdemos de vista, podemos afirmar de una manera absoluta

que la expresión también es una actividad inmaterial. En primer lugar, porque es

ejercida por el cerebro, no en tanto que es materia, sino en tanto que es cerebro3;

entendiendo esta distinción en el mismo sentido que ya se ha expuesto en el

apartado anterior. Quiere esto decir que la expresión es efecto adecuado e

inmediato, no de las neuronas, sino de aquel principio metafísico en virtud del cual

las neuronas son neuronas de un cerebro humano, es decir, neuronas inteligentes.

La acción de expresarse se debe, pues, a uno de los principios constitutivos del

cerebro, al principio inmaterial, toda vez que el principio material es totalmente

pasivo e inerte como toda materia. En segundo lugar, esta acción es inmaterial por

razón del contenido. En efecto, lo que pretendemos expresar por medio del lenguaje

de una manera inmediata son las ideas, no las cosas representadas en esas ideas.

Esta función de expresar las cosas la cumple el lenguaje de una manera secundaria

y derivada. Utilizamos el lenguaje con la finalidad inmediata de manifestar lo que

pensamos, o para ocultarlo, pues la ocultación del propio pensamiento ya es un

pensamiento que, respecto de la mentira, es más inmediato que el pensamiento que

se pretende ocultar.

Por tanto en la actividad del lenguaje son materiales los recursos o el

soporte de la expresión y la comunicación, pero no la expresión misma.

Si nos fijamos ahora en la expresión del pensamiento en tanto que proceso

psíquico, cabe la posibilidad de descubrir en ella una determinada estructura. Es un

acto inmaterial, pero no es un acto simple. La expresión se encuentra integrada por

una serie de actos más simples o más elementales. Esos actos son: el conocimiento

de la expresabilidad del objeto (el pensamiento), el conocimiento de una variedad de

recursos como elementos aptos para la expresión (palabras, gestos, exclamaciones,

movimientos, cosas y acciones materiales, etc.), el conocimiento expreso de la

aptitud mayor o menor de cada uno de ellos para cumplir esta función expresiva, el

conocimiento de la conveniencia de utilizar uno u otro de estos recursos, la elección

efectiva de uno de ellos prescindiendo de los demás, la orden de ejecución material

de esta elección, etc. Advirtamos que no se trata de la ejecución misma, pues ésta

está a cargo de los órganos materiales o de los miembros del sujeto, los cuales ya

son materiales y, en consecuencia, ejercen una actividad material en el proceso

lingüístico. La expresión del pensamiento es de naturaleza psíquica como el

pensamiento mismo. La naturaleza material corresponde a los recursos de los que

nos valemos para emitirla al exterior poniéndola a disposición de los demás4.

3.- HABLAR Y ENTENDER

Entre el emisor y el receptor de la comunicación hay un estrecho

paralelismo. Al primero le corresponde expresar sus pensamientos y al segundo le

corresponde captarlos, entenderlos o asimilarlos. Estas acciones son inmateriales,

pues son actividades de una facultad inmaterial. Pero en medio de ambos están los

recursos de la expresión que son, a su vez, los recursos de la comunicación, los

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cuales son materiales, como hemos visto. Por eso mismo el primero, la expresión,

quiere elevarlos a la categoría de símbolos, codificándolos, y el segundo, la

comunicación, tiene que interpretarlos descodificándolos. La codificación consiste

en añadir al ser material de una cosa un contenido inmaterial, el significado

(contenido semántico), mientras que la descodificación consiste en separar ese

contenido para poder entenderlo. No puede ser de otra manera. Una cosa material

que es portadora de una carga inmaterial es algo que va en contra de la naturaleza.

Eso puede acontecer de una manera accidental y transitoria. Para que la inteligencia

del receptor pueda entender el mensaje tiene que separarlo de la cosa material para

colocarlo en el lugar natural que le corresponde, es decir, en la inteligencia; en la

suya propia, no en la de otros. Sólo puede entenderlo si lo contempla tal cual es, es

decir, como mensaje, no como cosa material. Si no fuéramos capaces de producir

esta separación del mensaje respecto de los medios o recursos materiales de la

comunicación, esos mensajes serían absolutamente ininteligibles. La comunicación

sería de todo punto inviable. La simbolización, por una parte, y la interpretación, por

otra, son las acciones que hacen posible el lenguaje y la comunicación. Es más, la

simbolización ya es un acto muy importante que forma parte del lenguaje como

actividad del 'homo loquens'. La actividad que llamamos lenguaje termina con la

orden de ejecución de la que he hablado antes. La ejecución misma consistente en

la asunción de un recurso material o una cosa para ser convertida en símbolo

(código) del pensamiento o la idea, así como la transmisión de este símbolo o

código a los demás, ya no forma parte de la actividad del lenguaje. Ni siquiera es

algo que deba hacer necesariamente el hombre. Puede hacerlo una máquina.

Puede hacerlo incluso la naturaleza por medio de las vibraciones del aire, las ondas

de la luz, la energía eléctrica, la presión física sobre las células, la irritación química

de los órganos, la coordinación de los distintos movimientos, el equilibrio de las

energías vitales, etc. Esta parte del lenguaje, si es que puede llamarse lenguaje, ni

siquiera es una actividad específicamente humana.

Es sabido que algunos autores derivan su reflexión o análisis hacia lo que

puede ser considerado como función del lenguaje. En este sentido hablan de la

función del lenguaje como constitución de la propia conciencia, como designación y

diferenciación de las cosas, como duplicación de estas mismas cosas, como

proceso de donación de sentido e inserción de la denotación y connotación en las

cosas conocidas, como acción de operar con las cosas mentalmente, como

regulación del acto volitivo, como dirección de la conducta externa, etc5. Todo esto

es una teoría aceptable, sin duda alguna, pero sólo sobre la base de entender el

lenguaje como lenguaje interno, es decir, como actividad de producir ideas y como

actividad de desplegarlas siguiendo el curso que marcan las leyes lógicas y

psicológicas hasta llegar a la configuración de la conducta externa del individuo.

Tomado en el sentido en que lo interpretan y exponen estos autores constituye una

teoría no demostrada en absoluto. El verdadero lenguaje es una actividad que

deriva de todos esos procesos. No es una actividad que los precede. En cualquier

caso esta teoría no nos dice lo que es el lenguaje como actividad, sino las funciones

que derivan de la aplicación del lenguaje a ese tipo de actividades. En las páginas

de este libro también se habla de esas funciones del lenguaje. En concreto, cuando

se habla del lenguaje interno, se pone de relieve el marcaje del objeto, la

categorización y generalización del conocimiento, del análisis y la síntesis de los

conceptos, etc. El lenguaje externo, que es el que tienen en cuenta estos autores, ya

supone constituidas estas funciones. La función suya es únicamente expresarlas de

una manera material.

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3.- LENGUAJE E INTELIGENCIA

Si consideramos que el lenguaje no es tal si no es la expresión de nuestros

pensamientos, hemos de convenir en que no es posible establecer una

desvinculación entre una cosa y otra. El lenguaje es la expresión genérica de

nuestros pensamientos. Esta expresión puede ser verbal, escrita, gestual, mímica,

etc. Cada una de estas formas de expresión da lugar a una especie de lenguaje

constreñido a una sociedad o un pueblo determinado, por ejemplo, el pueblo

español. Es el idioma o la lengua. Por su parte el idioma o la lengua toman cuerpo

en unas formas singulares de las que forman parte esencial las palabras concretas

con su estructura morfológica, su pronunciación, sus variantes tónicas, sintácticas y

semánticas, que ya son propias de un grupo reducido, un pueblo, una aldea, una

tribu, etc.; esto es el habla mediante la cual se expresa cada uno, el hecho físico del

habla: la lengua española, la lengua inglesa, la lengua alemana, hablada por cada

grupo inglés, por cada grupo alemán, por cada grupo español. En efecto, lo que nos

diferencia a los españoles de los ingleses es el idioma como conjunto de sonidos

materiales. Y lo que nos diferencia a los grupos de españoles, alemanes e ingleses

en el interior de estos países, los grupos y los pueblos o aldeas, es el habla. Hay un

idioma español para todos los españoles, pero hay un habla distinta para cada

grupo o para cada pueblo de los que consta la sociedad española. Lo que hay

detrás de esos sonidos materiales, las ideas y los procesos psíquicos mediante los

cuales se llega a la producción del habla es común a todos los seres parlantes, o, al

menos, puede serlo.

En capítulos posteriores de este libro se hacen repetidas alusiones a la

teoría de CHOMSKY acerca de las estructuras profundas del lenguaje. Pues bien,

estas estructuras, como veremos, son anteriores al habla material, y no son

específicas de cada pueblo, sino comunes a todos los seres humanos y a todas las

lenguas, por ejemplo, la estructura 'sujeto-objeto', la estructura 'poseedor-objeto

poseído', etc. Junto a estas estructuras profundas se encuentran las reglas en virtud

de las cuales se constituyen y transforman estas estructuras en estructuras

superficiales que son las que suenan ante nuestros oídos. Estas estructuras y estas

reglas son las que determinan el lenguaje y el habla haciéndolos posibles6.

Esta nueva dimensión del lenguaje ya no pertenece a los músculos que

pronuncian materialmente las palabras (verbalización), sino a la inteligencia, pues es

la inteligencia la única facultad humana que es capaz de seleccionar los datos de la

conciencia (conceptos) que son aptos para formar parte de esas estructuras

colocando cada uno de ellos en el lugar que le corresponde; la única facultad capaz

de comprender las reglas para esta selección y estructuración; y la única facultad

capaz de aplicar estas reglas al objeto de que la expresión sea correcta. Ni la

percepción, ni la imaginación o la memoria, ni las facultades motrices son capaces

de hacer esto, pues el manejo de estas estructuras y estas reglas supone el

conocimiento de la dimensión universal de los datos y las reglas, cosa que está

fuera del alcance de estas facultades.

La forma más sencilla del pensamiento humano es la forma 'S es P', es

decir, la forma atributiva o forma 'sujeto-predicado' unidos por la cópula 'es'. Esta es

su forma lógica que tiene su correlato en la forma gramatical correspondiente. La

diferencia que hay entre esta estructura y la estructura chomskiana 'sujeto-objeto'

está en que, mientras esta forma es una estructura o esquema mental puro, la forma

chomskiana es un esquema de contenidos muy generales. En efecto 'S' y 'P' puede

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ser cualquier contenido de la conciencia, mientras que el 'sujeto' y el 'objeto' de la

segunda forma ya son un contenido determinado, por ejemplo, el contenido 'causa-

efecto'. Lo mismo acontece con los elementos de la estructura o forma 'poseedor-

objeto poseído'. Mientras que 'S' y 'P' son categorías lógicas, 'sujeto' y 'objeto' son

categorías ontológicas. Sin embargo no hay una separación o independencia radical

entre ambas estructuras o formas. La estructura ontológica sujeto-objeto tiene que

ser pensada y expresada por medio de la estructura lógica sujeto-predicado. No

cabe otra posibilidad.

Pues bien, la inteligencia es la facultad encargada de seleccionar los

contenidos teóricos de conciencia que son aptos para desempeñar el oficio de

predicado, así como los contenidos teóricos que son aptos para desempeñar el

oficio de sujeto. Y esto lo hace de una manera racional, es decir, respetando las

reglas del pensamiento que son las reglas de la lógica en tanto en cuanto que están

fundamentadas en las reglas y leyes de la realidad, reglas y leyes de la física y la

metafísica: en el caso que nos ocupa, las reglas de las causas y los efectos. Son

estas las reglas que le permiten construir las estructuras profundas del lenguaje, las

cuales, en fin de cuentas, son las que garantizan su verdad. El lenguaje expresa

información y proporciona información en la medida en que estas estructuras son

correctas. Las estructuras superficiales (verbales) carecen de esta garantía: contem-

pladas desde el que las utiliza, pueden construir una mentira; y contempladas desde

el que las recibe, pueden llevarle al error. Las estructuras verbales ya no dependen

de la inteligencia sola. Dependen también de la voluntad (toma de decisiones). Por

esta razón pueden ser utilizadas para fines distintos (finis operantis) de los fines

naturales del lenguaje (finis operis). Dependen también de las limitaciones de las

facultades motrices, las cuales pueden no haber sido adiestradas convenientemente

en el aprendizaje de los movimientos conducentes a la pronunciación de las

palabras propias de una lengua determinada.

Las estructuras lógicas son propias de la inteligencia y son innatas. Las

estructuras ontológicas profundas del lenguaje no son innatas. Lo que es innato es

la exigencia que experimenta la inteligencia en virtud de la cual se siente empujada

a considerar unos objetos como causas y otros como efectos, unos objetos como

poseedor y otros como cosa poseída, etc. Como estas exigencias son universales

(son patrimonio de todos los individuos humanos), las propiedades de todas las

lenguas son también universales y los individuos de todas las razas las aprenden de

la misma manera, es decir, descubriendo por sí mismos las mismas reglas de

construcción y transformación de estructuras (gramática generativa), utilizando los

mismos mecanismos psicológicos y recorriendo los mismos pasos. Este carácter

innato es el factor que explica el hecho de que, al estudiar una lengua, el individuo

aprende mucho más de lo que le enseñan7. Los ambientes familiares, escolares y

sociales no constituyen más que un estímulo necesario (pero sólo un estímulo) para

que se desarrollen estos factores innatos que se encuentran vinculados a la

inteligencia. Esta dimensión profunda del lenguaje confirma una vez más el carácter

de la espontaneidad como propiedad de todos los actos vitales; sobre todo, los

actos de la vida racional.

En cualquier caso no conviene exagerar esta pretensión de vincular la

facultad del lenguaje a la facultad de la inteligencia. Una cosa es aprender y utilizar

el lenguaje y otra muy distinta, aprender y utilizar una lengua concreta o el habla de

un grupo cualquiera. El aprendizaje y utilización del lenguaje en general forma parte

de la capacidad general de aprender que es innata en cada ser humano. Esta

capacidad general de aprender o es la inteligencia o está toda ella dirigida y

orientada por la inteligencia. En esto caben muy pocas posibilidades para la

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vacilación o la duda, pues el aprendizaje consistente en la adquisición de formas de

expresión en tanto que símbolos discrecionales de las ideas no puede

hacerse sin la intervención de la inteligencia. Los animales carecen de ella; por eso

no disponen de un lenguaje verdadero. Otra cosa muy distinta es el aprendizaje y

el uso de una lengua cualquiera en forma de lenguaje hablado. Para los empiristas y

positivistas en esta tarea el niño no posee ninguna capacidad especial innata que le

permita aprender y utilizar una lengua. La lengua y su uso son inducidos de la

experiencia sensible, de la misma manera que son inducidos otros conocimientos y

otras habilidades mentales. Para los racionalistas, por el contrario, cada individuo

humano posee una capacidad innata especial que es la que le permite aprender y

utilizar una lengua determinada o una serie de ellas: 'no hay nadie tan necio, ni

siquiera los idiotas, que no sea capaz de juntar distintas palabras para formar a base

de ellas una oración para expresar su pensamiento'8.

Se trata de ver si esta facultad especial es la inteligencia misma o se deriva

de ella de una manera necesaria e inmediata. Pues bien, en principio parece que la

vinculación no es tan estrecha, pues está comprobado que el desarrollo de la in-

teligencia y el desarrollo del lenguaje no son correlativos. En una población normal

el CI va de 80 a 150 aproximadamente. Si la correlación fuera tan estrecha como

algunos estiman, las habilidades lingüísticas de un individuo de CI bajo deberían ser

bajas, mientras que las de un individuo de CI alto deberían ser altas. Pero en la

realidad no acontece así. La correlación del sistema lingüístico con el CI se refiere al

dominio del léxico, a la posesión y el dominio de las ideas, a la tendencia y facilidad

para expresarlas, etc., pero no al dominio del sistema general del lenguaje. En este

punto concreto las diferencias son muy pequeñas entre un individuo fronterizo y otro

superdotado9.

Esta desvinculación entre el desarrollo de la inteligencia y la adquisición y el

uso de una lengua concreta nos confirma la teoría anteriormente expuesta según la

cual el lenguaje es una facultad innata, pero distinta de la facultad de la inteligencia.

Como, por otra parte, esta facultad que no poseen los individuos en tanto que

individuos, sino que es poseída por ellos como capacidad propia de la especie

humana, todos los miembros de la misma la comparten de la misma manera y en la

misma medida. La diferencia está en que unos la desarrollan más que otros. Pero

aun esos que la desarrollan poco, aun esos, insisto, la desarrollan poniendo en

juego los mismos principios y reglas universales las cuales facilitan la construcción

de las mismas estructuras lingüísticas para todas las lenguas por muy diferentes que

ellas sean (universales lingüísticos). La lingüística es la ciencia encargada de

estudiar estos principios genera-lísimos que facilitan las estructuras universales que

son comunes a todas las lenguas, mientras que la gramática de cada lengua debe

reducirse al estudio de los principios específicos y a las estructuras que le son

propias, por ejemplo, la gramática española.

4.- EL PAPEL DE LA INTELIGENCIA

Pues bien, según esto, el contenido de la lingüística es innato: principios

generales, estructuras universales, reglas de formación y transformación de estas

estructuras, etc. Por el contrario, el contenido de la gramática es adquirido: rasgos

peculiares de su lengua, estructuras morfosintácticas, transformaciones y

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estructuras superficiales, etc. La lingüística como ciencia debería ser únicamente

una reflexión sobre lo que el niño ya sabe, porque tiene una capacidad innata que le

habilita para saberlo, la capacidad del lenguaje. La gramática en tanto que ciencia

tendría como finalidad el desarrollo de esta capacidad en una línea determinada, la

línea de su propia lengua.

En cualquier caso, la facultad del lenguaje no es la facultad de la

inteligencia, pero no puede desarrollarse en absoluto sin la ayuda de la inteligencia.

Esta dependencia del lenguaje respecto de la inteligencia queda patente, además,

por la naturaleza psíquica de los procesos mentales que constituyen el lenguaje. El

propio CHOMSKY10

resalta este trabajo (procesos) de la inteligencia que compete

estudiar al psicólogo: 1) 'des-cubrir el esquema innato que caracteriza la existencia

de lenguas posibles, el que define la esencia del lenguaje humano; esto es tarea de

la rama de la psicología humana llamada lingüística'; 2) 'estudiar detalladamente el

verdadero carácter del estímulo y de la interacción entre el organismo y el ambiente

que pone en marcha los mecanismos cognoscitivos innatos'; 3) 'determinar lo que

significa exactamente que una hipótesis de la gramática generativa del lenguaje sea

consistente con la información que recibe del exterior'; 4) 'descubrir una gramática

generativa que explique toda la información lingüística que le ha sido presentada y

que proyecte esa información sobre una gama infinita de posibles relaciones sonido-

significado'; 5) 'diferenciar entre las expresiones que evidencian directamente el

carácter de la gramática subyacente (expresiones correctas) y las que debe

rechazar, porque, según la hipótesis que ha escogido, son divergentes,

fragmentarias o están mal estructuradas'. Todo individuo se encuentra capacitado

para realizar esta diferenciación, como hemos constatado anteriormente a propósito

de un texto de DESCARTES. En esa misma línea se mantiene la teoría de

CHOMSKY. Pero esto se hace mediante un proceso restrictivo: 'el que aprende una

lengua tiene que elegir una hipótesis que rechaza en gran parte la información en la

que esta hipótesis debe apoyarse' (CHOMSKY). Como puede observarse, en todas

estas actividades mentales se encuentran implicados serios procesos que corren a

cargo de la inteligencia11

.

5.- EL PAPEL DEL LENGUAJE EN LOS COMPORTAMIENTOS DE LA

INTELIGENCIA

Hasta el momento hemos hablado del papel de la inteligencia en los

procesos lingüísticos, pero no hemos insistido suficientemente en el papel del

lenguaje en los comportamientos de la inteligencia. En efecto los comportamientos

fundamentales u originarios, los comportamientos específicos de la inteligencia, son

los actos de entender y razonar. De esos comportamientos se derivan otros que ya

no son tan fundamentales. Estos comportamientos son la solución de problemas, la

toma de decisiones, el transfer, la creatividad, la metacognición, etc.

Pues bien, de una supuesta teoría aristotélica, tomada de varios pasajes

secundarios e irrelevantes de sus obras, surge una tradición que declara el papel del

lenguaje como un papel insustituible para que el pensamiento racional pueda

desarrollarse. En esto hay una consonancia sorprendente entre la psicología antigua

y la psicología actual protagonizada por los autores más destacados: CONDILLAC,

VIGOSTSKY, LURIA, WHORFF, ETC.

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Sin embargo, ni hay razones serias para hacer derivar esa tradición

partiendo de las tesis aristotélicas, ni las razones de ARISTÓTELES y su tradición

tienen nada que ver con las razones del fenómeno que estudian los psicólogos

actuales.

Entiendo que es improcedente dar por finalizado este capítulo sin volver

sobre la tradición aristotélica a la que me he referido antes expresamente. Esta

revisión de la teoría de las facultades es ineludible en este lugar, toda vez que lo que

piensa esta tradición acerca de la facultad y el uso del lenguaje no se encuentra en

consonancia con su teoría del acto y la potencia que constituye el eje de toda su

filosofía.

En efecto, dice esta tradición que en la 'Historia de los animales' el autor

defiende una idea según la cual los sordos de nacimiento son individuos de inferior

calidad intelectual respecto de los ciegos de nacimiento. Aun más, los sordos de

nacimiento ni siquiera tienen la categoría de personas. El razonamiento que lleva a

esta conclusión se desarrolla de la siguiente manera: lo que hace que un ser sea

persona es el pensamiento racional. Ahora bien, el sordo de nacimiento se

encuentra incapacitado para el pensamiento racional, toda vez que se encuentra

impedido para el lenguaje que es la fuente de la que el pensamiento se nutre. Por

tanto el sordo de nacimiento no es persona. En otras palabras, si el sordo de

nacimiento se encuentra incapacitado para la recepción del lenguaje, se encuentra

incapacitado también para el pensamiento racional. Por eso mismo el sordo de

nacimiento es un ser irracional.

Esta teoría tuvo su vigencia desde entonces hasta bien entrada la Edad

Moderna, y sus consecuencias se dejaron sentir, tanto en el campo de la psicología,

como en el campo de la moral y el derecho. Es conocido el caso de la ilustre familia

Velasco (siglo XVI) poseedora de grandes dominios en Castilla la Vieja. Por el hecho

de que sus dos hijos eran mudos, la ley declaraba a los padres incapacitados para

transmitirles la herencia. A su vez, los hijos eran declarados incapaces para recibirla.

Por esta razón el padre buscó a alguien instruido en las artes de enseñar a hablar y

tuvo la suerte de encontrarlo. Ese gran maestro de sordomudos fue PEDRO

PONCE DE LEÓN, en el monasterio de Oña, en la provincia de Burgos. Sus hijos no

sólo aprendieron a hablar, sino que, además, llegaron a declamar correctamente y a

formar parte del coro del convento. Tan arraigada estaba esta tradición, que Fray

Pedro Ponce trató de ocultar los resultados del experimento ante el temor de que la

Inquisición interpretara sus prácticas educativas como superchería.

Sin embargo lo más sorprendente de esta historia no son los hechos, sino la

procedencia de esta teoría en relación con la psicología de ARISTÓTELES. La

teoría aristotélica de la potencia y el acto, aplicada a los fenómenos de este tipo, es

incoherente con este modo de entender la realidad. Los historiadores que se hacen

eco de dicha tradición intentan apoyarla en algunos pasajes de ARISTÓTELES

tomados de la 'Historia de los animales', que acabo de citar, y en otros supuestos

filosóficos que forman parte de los fragmentos de los 'Problemas'. Pero ninguno de

estos libros autoriza para hacer semejantes deducciones. En primer lugar, porque el

primero de estos textos apenas si hace referencia al tema que nos ocupa: su

objetivo se centra en la diferenciación que debe establecerse entre los sonidos, la

voz y el lenguaje. En segundo lugar, porque el segundo de los textos aducidos se

ocupa de otros temas, entre ellos, temas de medicina, sin que quepa la posibilidad

de inferir de los mismos la dependencia absoluta del pensamiento racional respecto

del lenguaje y el sentido del oído. Hay, por el contrario, otros textos aristotélicos que

tienen más peso a la hora de entender las relaciones entre la razón o inteligencia y

el sentido del oído. Estos textos son el tratado 'De anima', el 'De sensu et sensato' y

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el de las 'Refutaciones sofísticas'. Por su importancia he optado por referirme de

manera especial al 'De sensu et sensato', en su capítulo primero, últimos párrafos12

.

Un análisis pormenorizado del texto aristotélico nos permite establecer los

siguientes puntos:

1.- El olfato, la vista y el oído son los sentidos que garantizan la

'subsistencia' del sujeto (necesidad), pues son los que permiten buscar y seleccionar

los alimentos y evitar los factores que provocan el deterioro y la destrucción.

2.- Por otra parte, estos tres sentidos, para aquellos que están dotados de

inteligencia, son los que garantizan el 'bienestar', pues son los que facilitan el

conocimiento de las diferencias de los objetos. Estas diferencias son las que

permiten comprender lo 'pensable' (comprensión de los objetos: las cosas tal como

son) y lo 'factible' (comprensión de la conducta: las cosas tal como pueden ser

producidas o hechas por el hombre).

3.- De estos sentidos: a) para satisfacer las 'necesidades generales', el más

importante es el sentido de la vista (per se); b) para satisfacer las 'necesidades

especiales', es decir, las necesidades de los seres dotados de inteligencia, el más

importante es el oído (per accidens). El oído contribuye a la inteligencia en mayor

medida que los demás sentidos.

4.- La razón de esto último estriba en lo siguiente: el discurso (la palabra

hablada) es el factor determinante del aprendizaje por ser audible. Esta función la

cumple el discurso no de manera esencial, sino accidental (per accidens); es decir,

no en cuanto que está constituido a base de palabras, sino en cuanto que está

constituido a base de símbolos (palabras con significado).

5.- La consecuencia que se deriva de esto es la siguiente: los que están

privados del oído, padecen graves deficiencias de aprendizaje. Consecuentemente,

padecen también graves deficiencias de razonamiento.

6.- Por eso concluye que, entre los que están privados de estos sentidos

desde el nacimiento, los ciegos son más inteligentes que los sordos.

7.- Esto no supone, ni mucho menos, que el sordomudo de nacimiento esté

privado de la inteligencia como facultad. Tampoco supone que esté privado del uso

de la inteligencia en absoluto, pues nos ha dicho unas líneas más arriba que los tres

sentidos (vista, oído y olfato) contribuyen de alguna manera, no sólo a la

subsistencia del sujeto, sino también a su bienestar, que es la satisfacción de sus

necesidades especiales entre las cuales está el servicio o la ayuda a la inteligencia

(la comprensión de lo pensable y lo factible).

8.- Por tanto la inteligencia, en tanto que facultad, para esta comprensión

que es su actividad esencial, dispone de otras fuentes; menos eficaces, ciertamente,

pero eficaces, que son los otros sentidos, mediante los cuales puede obtener la

información que ella necesita para ejercer el acto de entender o comprender.

9.- En la frase final del párrafo se dice que los sordos de nacimiento son

menos inteligentes que los ciegos de nacimiento. Pero no nos dice que los sordos

sean en absoluto carentes de inteligencia. Todo lo contrario: el desarrollo de la

inteligencia es reconocido en estos casos. Ese desarrollo es inferior o de menos

alcance, pero no nulo.

10.- Cuando algunos autores analizan estos pasajes del Estagirita remiten

también al tratado de las 'Refutaciones sofísticas'. En ese mismo lugar, y

refiriéndonos a la importancia del lenguaje para el razonamiento correcto y

verdadero, establece una distinción clara entre: a) la investigación que el hombre

establece con otros hombres a base diálogo (palabras), y b) la investigación que

hace él solo a base del contacto con las cosas. Pues bien, la inteligencia se muestra

más proclive al engaño (error, sofisma) en el primer caso que en el segundo. Para la

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inteligencia importa más el contenido de las palabras que las palabras mismas. Y

ese contenido puede obtenerlo también por otros cauces, aunque esos cauces no

sean tan fáciles y expeditos como las palabras percibidas por el sentido del oído, por

ejemplo, el cauce o el contacto personal con las cosas del mundo material. Por tanto

es evidente que la inteligencia y el ejercicio de la inteligencia no tienen tanta

dependencia del sentido del oído y del lenguaje como piensan esos autores

antiguos que han desencadenado esa tradición inveterada según la cual los

sordomudos son seres irracionales. Estas ideas apenas si han tenido eco en los

autores que acabo de citar, por ejemplo, CONDILLAC.

6) EL PAPEL DEL OIDO EN EL LENGUAJE HABLADO:

Conviene recordar algo que ya ha sido expuesto repetidas veces en este

libro: el ser humano es poseedor de todas las facultades específicas de la

naturaleza humana, toda vez que estas facultades son propiedades de la naturaleza

y las propiedades son inseparables del sujeto o de la naturaleza a la que

pertenecen. Las facultades, pues, son poseídas de una manera innata, y además,

poseídas en su totalidad. El uso de las mismas (desarrollo), por el contrario, puede

no ser el mismo en todos los individuos. Incluso puede acontecer que algunos

sujetos no desarrollen algunas de ellas de ninguna manera. Por tanto el sordo de

nacimiento, posee la facultad de la inteligencia, posee la facultad del lenguaje y

posee la facultad del oído.

Ahora bien, en el sordo de nacimiento el desarrollo del oído padece una

carencia absoluta. Esto puede ser debido a alguna lesión del córtex cerebral o

alguna lesión o deformación de los órgamos de la audición. En cualquier caso se

trata de una lesión orgánica, no psíquica, pues, aunque esto pueda parecer

sorprendente, los factores psíquicos del individuo humano no pueden padecer lesión

alguna.

Poseemos las facultades todas de una manera innata, pero el uso o el

desarrollo de las mismas es adquirido. Y esa adquisición se debe al aprendizaje.

Ahora bien, para que el aprendizaje pueda producirse es necesaria una estimulación

de la facultad correspondiente desde el exterior, bien sea de una manera directa,

bien de una manera indirecta.

La razón de esta afirmación que sirve de soporte a todas las técnicas o

estrategias de aprendizaje estriba en un principio filosófico según el cual una

facultad sólo puede ser sacada de su potencialidad por su propio objeto. La

estimulación, por tanto, tiene que venirle de su propio objeto. Y esta es la función

que cumple el medio ambiente físico y social: suministrar a los individuos, a sus

facultades, el objeto que les es propio o específico para sacarlas de su estado de

potencialidad, obligándolas a ponerse en movimiento y a desarrollarse.

En lo que concierne al sordo de nacimiento, es evidente que el medio

ambiente social, familias, escuelas, etc, pueden suministrarle esos estímulos que

necesita para su desarrollo. Pero también está claro que algunos de esos estímulos

no son eficaces. Es decir, algunos de esos estímulos no cumplen la función de

estimular por causa de la lesión orgánica a la que acabo de referirme. El sordo de

nacimiento no percibe el estímulo del habla de los demás. Por consiguiente jamás

podrá desarrollar su facultad del lenguaje hablado.

Ahora bien, eso no supone que el sordo de nacimiento se encuentre

incapacitado para todo tipo de lenguaje. No supone tampoco que el sordo de

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nacimiento sea menos inteligente que el ciego, como se reconoce en los textos aris-

totélicos y en la tradición que de ellos se deriva. El sordo de nacimiento tiene la

facultad del lenguaje diversificada como todos los demás sujetos humanos. Por esto

mismo puede desarrollar otros lenguajes diferentes del lenguaje hablado. Y de

hecho los desarrolla con éxito notable. De tal forma que a través de ellos muestra un

desarrollo de la inteligencia que es equiparable al desarrollo de la inteligencia de

otros sujetos que padecen otras carencias procedentes de otros sentidos.

Acabamos de decir que una facultad cualquiera, para desarrollarse, tiene

que ser estimulada desde el exterior. La facultad del habla, para adquirir el uso de la

misma, tiene que ser estimulada con el habla de los demás. Sin este requisito no

hablará nunca. Pero también hemos dicho que esa estimulación puede ser indirecta,

a través de otros órganos y otros sentidos. Hoy en día, de la misma manera que se

estimula a los ciegos para que puedan ver, para que puedan tener una leve noción

de los colores y las formas, cabe la posibilidad de establecer esta estimulación

dirigida a los sordomudos, utilizando para ello potentes instrumentos fabricados con

las técnicas más avanzadas. Esta es la razón por la cual los sordos de nacimiento

pueden aprender a hablar, es decir, a expresarse por medio de palabras articuladas

como los individuos normales. Su lenguaje hablado no será tan perfecto, pero ya es

un lenguaje hablado que les permite liberarse de la servidumbre de los signos de las

manos y los gestos, de los movimientos de los labios, de la expresión del rostro,

etc., que siempre constituyen un lenguaje más torpe e impreciso.

Todo esto es posible si el individuo en cuestión es poseedor de la facultad

de la inteligencia (si es un ser humano) y si esa inteligencia la tiene desarrollada a

un nivel aceptable para poder establecer las relaciones que son necesarias entre las

ideas y los signos, las relaciones entre los propios signos para poder hacer la

sustitución de unos por otros, las relaciones fonéticas, sintácticas y lógicas entre las

palabras para poder construir frases, aunque sólo sea en conformidad con unas

estructuras elementales, etc.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c.5.- 1) Lenneberg, 1973, 1982, 1983; Beltrán, 1984; Furth, 1985; Bever, 1970; Brown y Lenneberg, 1954; Chapell, 1971; Irwing, 1949; Lantz, 1964; Luria, 1980, 1985;, 1980; Piaget, 1967; Slobin, 1972; Jolivet, 1956; Brennan, 1960, 1965; Maritain, 1962; Qin Thana, 1993. 1b) Gredt, 1961; Maritain, 1962; Palacios, 1962; Millán, 1967, 1981. 2) Watson, 1920; Chomsky, 1986; Piaget, 1926, 1945, 1965; Vigotasky, 196O, 1964; Luria, 1980, 1985; Osgood, 1963, 1986; Lenneberg, o.c. 3) Qin Thana, 1992, 1993. 4) Qin Thana, 1993; Jolivet, 1956; Brennan, 1960, 1965. 5) Luria, 1980, 1985;, 1980. 6) Chomsky, 1979, 1986, 1989; Lenneberg, 1982; Luria, 1980, 1985; Miller, 1974. 7) Lenneberg, 1982. 8) Descartes, 1980, 1990; Dale, 1980. 9) Descartes, 1980, 1990;

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Cap. VI.- EL LENGUAJE HUMANO, EL LENGUAJE DE LOS ANIMALES Y EL LENGUAJE DE LAS MAQUINAS

En casi todos los libros y publicaciones de psicología y psicolingüística se

plantea abiertamente el tema de las diferencias del lenguaje humano respecto del

lenguaje animal. Por la preponderancia que han tomado la informática y la

cibernética, en la actualidad se plantea también el problema de las diferencias del

lenguaje humano respecto del lenguaje de las máquinas. Aunque muchos se

nieguen a reconocerlo, estas diferencias son meridianas. Esos lenguajes ni son

idénticos, ni son paralelos, ni existe una relación de continuidad entre los más

elementales y los más elaborados y complejos. Para caer en la cuenta de esas

diferencias es imprescindible hacer algunas reflexiones sobre las propiedades de

cada uno de estos lenguajes, sobre los efectos que producen en cada caso y sobre

las relaciones mutuas que los vinculan.

1.- EL LENGUAJE HUMANO

Frente al lenguaje de los animales que es innato, mímico y concreto, el

lenguaje de los hombres o el lenguaje de la palabra hablada, tiene las siguientes

propiedades:

a) Es adquirido: Esta propiedad que constatan casi todos los autores que

se ocupan del tema merece un pequeño comentario. Igual que en otros momentos

es preciso distinguir la facultad del lenguaje del uso de esa facultad.

El lenguaje, en tanto que facultad (facultad del lenguaje o el habla), es

innato, lo mismo que todas las facultades como ya hemos sugerido anteriormente.

Hay en el hombre ciertos factores psíquicos y orgánicos que le capacitan

radicalmente para el habla. Por eso el hombre llegará a hablar (uso) cuando esos

factores u órganos se hayan desarrollado convenientemente. Los seres que carecen

de estos factores no llegan a hablar nunca como los demás por mucho que se

desarrolle su organismo.

El uso del lenguaje o lenguaje fáctico (su utilización en cada caso) es

adquirido por medio del aprendizaje.

No obstante, aun a este nivel del lenguaje, hay una dimensión medular que

también es innata. Cuando CHOMSKY establece la relación ineludible entre las

estructuras de la mente y las estructuras lingüísticas, está poniendo los fundamentos

para la consolidación de un sistema común de estructuras y principios invariantes

poseídos por todos los hombres de una manera innata. Las formas externas del

lenguaje, las peculiaridades, los giros, los términos locales, las inflexiones morfológi-

cas, los refranes, etc., constituyen los elementos del caparazón externo del lenguaje.

Estos elementos son los que el sujeto comienza a tener cuando los aprende1.

b) Es articulado. Frente al lenguaje mímico, el lenguaje humano de las

palabras habladas es articulado2; por dos razones: 1) porque las palabras en el

orden material son sonidos producidos por el aire cuando el individuo articula o

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combina las distintas posiciones de los órganos de la fonación humana: lengua,

paladar, dientes, cuerdas bucales, etc.; b) porque cada palabra resulta de la

articulación o combinación voluntaria de dichos sonidos de acuerdo con las reglas

de la gramática y las posibilidades mismas de la combinación, la cual es práctica-

mente infinita.

c) Es simbólico. La razón de esta propiedad ya quedó expuesta al dejar

sentado que el lenguaje de los hombres está constituido por signos arbitrarios, es

decir, por signos libremente elegidos por él o libremente aceptados para expresar

sus ideas. El simbolismo puede revestir las formas más diversas y más o menos

bellas de acuerdo con las habilidades del que lo utiliza. Las ideas son signos de las

cosas y las palabras son signos de las ideas. En la terminología de PAVLOV esta

relación no es tan evidente. Pero en la sucesión que las vincula, las ideas, si se nos

permite emplear esta palabra, constituyen el 'primer sistema de señales', mientras

que el lenguaje o las palabras constituyen el segundo de estos sistemas ('segundo

sistema de señales')3. Hay, pues, un corrimiento de la escala en relación con la

terminología pavloviana.

d) Es convencional. La conexión significativa de la palabra con la idea o

con el objeto depende de la libre voluntad de los hombres. Ahora bien esta voluntad,

en cuanto al uso, no es nunca la voluntad de uno solo, sino de muchos, es decir, del

pueblo. Las palabras adquieren carta de ciudadanía cuando son inventadas por el

pueblo o aceptadas por él en virtud de un acuerdo (convención) expreso o tácito.

Cabe la posibilidad de que sea un solo hombre el inventor de una palabra y el

propulsor de la asignación de esa palabra a una idea concreta. Este es el caso de

los científicos cuando hacen algún descubrimiento. La sociedad les reconoce el

derecho a imponerle un nombre. Pero ese nombre pasará inmediatamente al olvido

si el pueblo no lo acepta como tal.

e) Es productivo. Las estructuras lingüísticas de CHOMSKY de las que

hemos hablado antes, conectadas ineludiblemente con las estructuras mentales del

sujeto, son las que le permiten construir frases y expresiones nuevas y originales

indefinidamente sin que se agote su capacidad4. Esta misma posibilidad de producir

combinaciones infinitas puede ser aplicada a los sonidos o elementos tónicos del

lenguaje. En cada una de las lenguas, en su misma base, los sonidos o voces

simples son muy pocos y carecen de contenido semántico casi todos ellos. Sin

embargo su combinación tiene posibilidades ilimitadas siendo cada una de ellas

portadora de un mensaje. La productividad del lenguaje humano es entendida

también por los psicólogos y lingüistas como creatividad

Esta propiedad de la articulación fónica de las palabras es consecuencia de

otra no menos importante y que consiste en la posibilidad de ser analizadas desde

varios niveles distintos. Uno es el nivel de las frases; otro, el nivel de las palabras;

otro, el nivel de las sílabas, y otro, el nivel de los sonidos. En este último nivel los

sonidos vocales y consonánticos, a diferencia del nivel de las frases y las palabras,

como acabo de indicar, no tiene correlato semántico alguno, es decir, los sonidos

por separado no son símbolos de nada. Precisamente por esto, porque los sonidos

no poseen significación alguna, al combinarse en infinitas estructuras, pueden ser

asumidos por la inteligencia humana para significar cualquier contenido semántico.

En cada lengua, acabamos de decirlo, estos sonidos son pocos. Casi nunca pasan

de cien. Pero sus combinaciones son muchas, dando lugar así a la producción de

muchas estructuras o formas de expresión con una capacidad potencial para

expresar todas las formas posibles de pensamiento.

f) Es abstracto. Existe el riesgo de confundir el lenguaje abstracto con el

lenguaje formal o lenguaje formalizado. Este último es el lenguaje de la lógica y el de

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la matemática. Tanto uno como otro son lenguajes desprovistos de significación.

Son conjuntos de signos (functores y argumentos) que no significan ideas u objetos,

pero que constituyen un sistema correcto o coherente en virtud de las leyes de la

sintaxis lógica, por ejemplo, este: si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es

igual a C. Por carecer de significación o correlato semántico, son lenguajes

universales cuyos signos pueden ser sustituidos por cualquier contenido, dando

como resultado un lenguaje igualmente correcto5.

El lenguaje humano normal es abstracto; pero es, al mismo tiempo, un

lenguaje con contenido. No obstante ese contenido está constituido por ideas

universales y objetos universales. Por ejemplo, 'el pino crece en la ladera', 'Pierre es

un ciudadano de París'. Las palabras 'pino', 'ladera', 'ciudadano' son palabras que

sustituyen o significan ideas universales y objetos universales. La primera está

referida a los pinos en general; lo mismo le acontece a 'ladera' y a 'ciudadano'.

Salvo en los enunciados tautológicos, por ejemplo, 'Juan es Juan', siempre

interviene una palabra universal con un correlato semántico también universal. En

otras palabras, el lenguaje puede estar refiriéndose a su contenido con indepen-

dencia de las coordenadas espaciotemporales de las cosas a las que se refiere.

g) Es connotativo. La connotación de una palabra va siempre acompañada

de su denotación. Ésta es el significado del término, es decir, el objeto, la cosa o la

acción que constituye su correlato semántico. La denotación de la palabra 'casa' es

la vivienda física en que se habita. La connotación, sin embargo, está constituida por

los contenidos semánticos asociados a la denotación que la palabra evoca:

emociones, sentimientos, valoraciones, preferencias, situaciones, vivencias, etc. En

el lenguaje humano no hay denotaciones químicamente puras. Posiblemente

tampoco las hay en el de los animales. Pero la riqueza de las connotaciones en

nuestro lenguaje constituye una riqueza inmensa para la vida psíquica. Constituye

también un factor de equivocidad e imprecisiones. Por esto mismo se han inventado

los lenguajes formales que son los que mejor sirven a los intereses de las ciencias.

h) Es transmisible de generación en generación. Esta transmisión tiene

lugar por la vía de la enseñanza-aprendizaje, a diferencia de los animales que no

transmiten nada de lo que adquieren por aprendizaje. Lo que ellos transmiten es lo

que tienen por razón de su naturaleza, es decir, sus facultades y sus movimientos

instintivos. Pero esto lo hacen por la vía de los genes6. En la actualidad existe la

convicción de que los animales también son capaces de transmitir representaciones

y conductas aprendidas.

i) Es, por último, jerarquizado. Esto quiere decir que los distintos

fragmentos del lenguaje, las palabras y los enunciados, no tienen todos ellos la

misma importancia. Unos dependen de otros. Los adjetivos y los verbos dependen

de los sustantivos, las oraciones subordinadas dependen de las subordinantes o

principales, etc. Esta primariedad o secundariedad se desprende de la naturaleza de

cada una de ellas y se manifiesta a través de los signos externos de las estructuras

superficiales del lenguaje y del habla: utilización de conjunciones, preposiciones,

desinencias nominales y verbales, entonación o acentuación, etc. Este es otro de los

rasgos del lenguaje humano que no se encuentra en absoluto en el lenguaje de los

animales y las máquinas.

En la opinión de CHAUVIN estas propiedades son tan importantes y tan

profundas, que ellas, por sí mismas, son suficientes para trazar una línea divisoria

infranqueable entre el hombre y el animal. A estos efectos de la distinción, todas son

importantes, pero de una manera especial lo son el simbolismo convencional y el

carácter abstracto de las palabras7.

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Hay otras propiedades que son tenidas en cuenta por los autores, si bien

estas propiedades carecen de la importancia que tienen las que hemos expuesto

anteriormente. Entre estas propiedades merece destacarse el carácter cultural del

lenguaje humano. En efecto, el lenguaje forma parte de la cultura de un pueblo. Aun

más, creo que el lenguaje es el eje vertebrador de la cultura. El lenguaje es el pilar

sobre el que descansan todos los recursos que están al servicio de las capacidades

perceptivas, las capacidades intelectivas y las capacidades motrices o

psicomotrices. Por eso el lenguaje es la base de la cultura y la civilización.

De esas propiedades se infieren muchas ventajas para el lenguaje humano,

algunas de ellas ya han sido tenidas en cuenta a propósito del lenguaje interno.

Desde el punto de vista de las ideas, la posesión de las mismas nos permite llevar

nuestro conocimiento hasta los factores esenciales de las cosas que no nos han

llegado a través del cauce normal de la percepción o experiencia sensible, por

ejemplo, el conocimiento que un hombre del siglo veinte tiene de la naturaleza de los

árboles que crecen en los bosques del Canadá aunque jamás haya estado allí

físicamente para contemplarlos. Como afirmábamos entonces, el conocimiento del

hombre que tiene ideas, por razón de los objetos que están representados de

alguna manera en esas ideas, no tiene límites. No los tiene, ni en el tiempo ni en el

espacio. Desde el punto de vista del lenguaje acontece lo mismo. El lenguaje es un

instrumento para que el que lo oye pueda construir su propio conocimiento con más

facilidad. Esta facilidad consiste sobre todo en esto: a) con independencia de lo que

acabo de afirmar unas líneas más arriba, todo nuestro conocimiento comienza por la

acción de los sentidos o la percepción; b) los sentidos y la percepción se ponen en

funcionamiento gracias a la acción de los estímulos que actúan sobre ellos, el color

o las ondas luminosas, el sonido o las vibraciones del aire, la irritación química de

los alimentos sobre la lengua, etc.; c) mediante el lenguaje podemos poner ante los

sentidos una cantidad inmensa de estímulos cuando la presencia física es

imposible, por razón de la cantidad, el tiempo, el espacio, etc.; por ejemplo,

utilizando palabras adecuadas, según sea la lengua en la que se habla, y el desarro-

llo de las capacidades del que escucha, podemos poner ante sus ojos o ante sus

oídos cosas como el átomo, su estructura y sus órbitas internas, el universo celeste

con su estructura y la trayectoria de sus estrellas, la célula con su estructura y sus

funciones esenciales, las ecuaciones diferenciales con su estructura y sus

virtualidades para prefigurar el comportamiento de los sistemas, el alma y sus

capacidades esenciales, el sistema de valores de una sociedad cualquiera, la vida

de los australopitecos y sus capacidades evolutivas, etc. d) cuando ese lenguaje

está referido al átomo, a los cuerpos celestes, a la célula, a las ecuaciones

diferenciales, las palabras están referidas a todos los átomos, a todos los cuerpos

celestes, a todas las células, a todas las ecuaciones, etc., sin limitación alguna; a los

actuales y a los posibles. Y ya sabemos que en el campo de la posibilidad, para

cualquier ser, el número siempre es infinito. Por tanto el uso de las palabras u otros

símbolos del lenguaje nos permite poner ante los sentidos de los demás, a manera

de estímulos, cosas, cualidades de las cosas, acciones y relaciones, en número

infinito, ampliando de esta manera el alcance del conocimiento que él pueda

producir en su mente. Este es el valor incalculable que el lenguaje tiene para la vida

social, para la educación, para la formación de la persona y para la construcción y el

desarrollo de la vida misma.

Cada palabra, pues, constituye una síntesis de estímulos individuales o un

sistema complejo de estímulos desencadenantes de la acción cognitiva. Sin

embargo esto no debe ser entendido de una manera bruta o mostrenca: a) en primer

lugar, la palabra, en relación con su contenido semántico, no es un estímulo primario

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o inmediato, sino secundario o sustitutivo (suppositio); la palabra tiene una función

vicaria; a los efectos del conocimiento, actúa en sustitución de la cosa o cosas a las

que se refiere; b) en segundo lugar, la palabra, de acuerdo con las reglas de la

'suppositio' de la que se habla en este libro, no es que ponga ante los sentidos,

como estímulo, una colección material de cosas, cualidades, acciones o relaciones.

La palabra va dirigida a la inteligencia, aunque lo haga a través de los sentidos (el

oído). Y lo que pone delante de ella es el rasgo esencial o los rasgos esenciales

simples de esas cosas, esas cualidades, esas acciones o esas relaciones. La

palabra 'célula' pronunciada por el maestro ante sus alumnos, no coloca ante la vista

de ellos todas las células una por una, individualmente consideradas, sino el rasgo

esencial o los rasgos esenciales en virtud de los cuales un cuerpo determinado es

una célula. Esta es la razón por la cual la palabra, tomada en este sentido y sólo en

este sentido, es un instrumento poderoso y eficaz para la tarea de la inteligencia que

consiste en llegar a la esencia o a los factores esenciales de las cosas (inteligencia

viene de intus legere).

Otra de las ventajas de las palabras (lenguaje humano) consiste en el

servicio que prestan al hombre para identificar las cosas. En efecto, identificamos

una cosa cuando conocemos que es ella misma, es decir, cuando comprobamos

que la cosa en cuestión tiene la esencia o naturaleza que se corresponde con sus

apariencias. Por ejemplo, el policía que identifica a una persona que encuentra por

la calle como ladrón cuando logra demostrar que realmente ha robado algo. El

carnet de identidad sirve para identificar a la persona porque garantiza que los datos

individuales del individuo (realidad) se corresponden con la fotografía (apariencia).

La identidad, pues, radica en la realidad, no en la apariencia, en lo externo. Pues

bien, sería absurda la pretensión de identificar las cosas a base de las palabras que

empleamos para designarlas. Las palabras, en este caso, son la apariencia, lo

externo, tan externo como la fotografía respecto de la persona fotografiada. Al juez

no le basta con tener la fotografía del reo. Tampoco le sirve que los acusadores le

llamen 'criminal'. Para identificarlo tiene que demostrar que ha matado realmente a

alguien.

Las palabras sirven para identificar las cosas sólo si designan una

naturaleza que realmente se da en las cosas a las que ellas se refieren. Por tanto la

función de identificar la ejercen las palabras de una manera indirecta. La ejercen a

través de las ideas que expresan y, sobre todo, a través de la naturaleza o esencia

representada en esas ideas. De otra manera, las palabras cumplen la función de

identificar las cosas a través de sus correlatos semánticos.

2.- EL LENGUAJE DE LOS ANIMALES

a) Diferencias respecto del lenguaje humano: La observación de los

comportamientos de los animales, aunque ésta sea poco profunda, permite deducir

que ellos también utilizan un lenguaje con unos fines semejantes a los fines para los

que los utiliza el hombre: avisar del peligro cuando un extraño entra en el propio

territorio, despertar el instinto sexual en la pareja, ahuyentar o amenazar a los

enemigos, demostrar el cariño o el afecto, despertar el interés por ciertas cosas, por

ejemplo, el alimento, iniciar y fomentar el juego, establecer y conservar la estructura

de la familia, la ralea, la bandada, la jauría, el rebaño etc. Esta 'hechura' del lenguaje

hace pensar en la semejanza o la homogeneidad que cabe establecer entre el

lenguaje de los animales y el lenguaje de los hombres8 (interpretación

antropomórfica).

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Esta afinidad puede ser entendida en términos de continuidad o en

términos de discontinuidad.

Los que defienden la continuidad9 (FLEMING, LINDEN, GARDNER,

PREMAK Y PREMAK) entre ambos lenguajes, el humano y el animal, entienden que

la diferencia es accidental y que esa distancia entre uno y otro no está en que el

hombre sea poseedor de unas dotes o rasgos (facultades, en el sentido tradicional)

que el animal no tiene, sino en que el hombre posee esas dotes o rasgos en mayor

cantidad, por ejemplo, posee más inteligencia. A esta razón se añade otra, por parte

de otros pensadores: mientras que los animales poseen algunas de las destrezas

necesarias para el lenguaje, el hombre las posee todas, por ejemplo la capacidad

para la simbolización, la capacidad orgánica derivada de la complejidad del aparato

vocal, las estructuras sociales que permiten una mayor interacción, el refuerzo que

supone la comunicación social, etc. Esta continuidad específica entre ambos

lenguajes es defendida en general por todos aquellos que se han dedicado a la

enseñanza del lenguaje a los animales, por ejemplo, a los monos. De ello nos

ocuparemos enseguida.

Los defensores de la discontinuidad10

o detractores de la continuidad son

también muchos (BROWN, LENNEBERG, MCNEIL, LIMBER). Los argumentos que

sirven de base a esta teoría son los siguientes: la diferencia entre el lenguaje de los

animales y el lenguaje de los hombres no sólo es de grado, es, sobre todo, una

diferencia específica, lo cual supone que el lenguaje de los hombres sólo es de

ellos, se encuentra vinculado en exclusiva a la especie humana, a la naturaleza

humana; por tanto jamás podrán poseerlo o ejercerlo los animales. Por otra parte,

parece probado que: 1) el ejercicio del lenguaje y su desarrollo no correlaciona con

el ejercicio y el desarrollo de la inteligencia como afirmaban los anteriores; tampoco

correlaciona con el adiestramiento o el aprendizaje; 2) hay una especie de progra-

mación biológica (genética) del lenguaje, que es fija o válida para todos los niños,

pues todos lo desarrollan de la misma manera; 3) la dificultad que aparece en la

enseñanza del lenguaje a los animales contrasta vivamente con la dificultad que

supone suprimirlo en los seres humanos; 4) aunque las lenguas habladas son

distintas, sin embargo todas ellas tienen unos elementos comunes, que son los

universales lingüísticos; 5) como consecuencia de 2) y 4), todo niño nace con una

especie de gramática universal (innatismo) que es común para todos ellos y que les

permite configurar el lenguaje de la sociedad en la que ha tocado vivir e inferir las

reglas de la gramática de esa misma lengua con independencia del aprendizaje o la

interacción social (dispositivo de adquisición del lenguaje)11

.

En cualquier caso parece que las diferencias que más separan al lenguaje

de los animales respecto del lenguaje de los hombres son las que ya hemos

apuntado en el apartado anterior: a) el carácter abstracto del lenguaje humano en

virtud del cual el hombre puede hablar acerca de objetos ausentes y acerca de

objetos universales; b) el carácter de productividad o apertura, en virtud del cual el

hombre puede producir estructuras o frases jamás oídas o pronunciadas en número

potencialmente infinito, mientras que el lenguaje de los animales es un repertorio

fijo o cerrado, limitándose únicamente a los movimientos o gestos aprendidos, sin

que le quepa posibilidad alguna de construir algo por su cuenta; a esta característica

le hemos llamado otras veces 'espontaneidad'; c) la jerarquización en virtud de la

cual los distintos componentes del lenguaje no tienen la misma importancia; unos

dependen de otros y se subordinan a otros; d) la articulación en virtud de la cual,

con una gama muy limitada de sonidos, el hombre puede construir un vocabulario

de enormes dimensiones; de la misma manera y por las mismas razones, las frases

o enunciados son potencialmente infinitos; e) la transmisión en virtud de la cual la

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información que posee un individuo puede ser transferida a otros individuos que

pertenecen a la suya o a otras generaciones posteriores, utilizando el lenguaje como

vehículo, haciendo posible la acumulación de experiencias y la construcción de la

cultura en general: 'algunos animales son capaces de transmitir una pequeña

cantidad de saber de generación a otra: principalmente el conocimiento sobre las

charcas, los lugares donde hay alimento y los hábitos de los enemigos; pero casi

todo lo que el antropoide sabe muere con él; el chimpancé joven empieza a vivir,

como hace milenios, partiendo de cero'12

.

En este párrafo elemental parece que el autor deja un pequeño resquicio

para el carácter comunicativo o transmisivo del lenguaje de los animales. Sin

embargo los estudios actuales de estos fenómenos se encuentran en disposición de

dar una explicación de ese hecho de transmisión de conocimientos animales

simplemente por el ejercicio de la conducta instintiva. Por tanto en estos casos no

existe transmisión alguna.

b) Los experimentos con animales: Los experimentos llevados a cabo

con animales para comprobar su capacidad adquisitiva del lenguaje son muchos. De

una manera especial han proliferado a partir de los años setenta13

. Estos experi-

mentos se han realizado sobre todo con monos.

Ya antes de esa fecha se había llegado a la conclusión de que los monos y

los demás animales jamás podrían hablar, porque su aparato bucofaríngeo carecía

del espacio y la flexibilidad suficientes para la articulación de las palabras (HAYES,

KELLOG Y KELLOG). Esto hizo que los investigadores llevaran el intento con otros

medios, por ejemplo, con el lenguaje de los sordomudos consistente en signos

gestuales: sustitución de las palabras por los movimientos de la mano, los signos del

lenguaje americano, las fichas con diferentes formas y colores, etc., con el propósito

de darles a cada uno de estos elementos un significado concreto y unas reglas

elementales que permitieran hacer una combinación equivalente a la combinación

de las palabras que constituyen una frase hablada correcta14

. Entre estos lenguajes

se encuentra el AMELSAN americano.

BEATRICE y ALAN GARDNER trataron de enseñar al chimpancé el

lenguaje de los sordomudos. Sus esfuerzos parecían tener un éxito considerable.

Los testimonios de FOUTS, PREMACK Y PREMACK, RUMBAUGH Y GILL,

TERRACE y otros que cuentan los éxitos obtenidos igualmente con chimpancés,

causaron una verdadera conmoción en el mundo de la psicología: a) el mono

Washoe definió al pato como un 'pájaro de agua', b) la mona Sarah construyó frases

como esta: 'Sarah mete las manzanas en el plato de los plátanos', c) el mono Lana

llegó a decir: 'por favor, máquina da zumo', d) por su parte Nin se expresaba en los

siguientes términos: 'dar naranja, dar comer naranja, yo comer naranja, darme

comer naranja, darme tú'. Con estos datos obtenidos del experimento las fronteras

entre el hombre y el animal parecían borradas definitivamente (PATTERSON)15

.

Sin embargo estos testimonios, aunque son sumamente valiosos, no

constituyen una base suficiente para extraer esas conclusiones. El lenguaje, aunque

no sea el lenguaje de palabras, es un conjunto de signos que tiene una vinculación

intencionada, consciente y libre con las representaciones mentales; y, a través

de las representaciones, con los objetos y las cosas a las que pertenecen esos

objetos. El lenguaje, además, incorpora un conjunto de reglas que permiten al

individuo construir frases correctas y con sentido potencialmente infinitas (virtualidad

creadora). Todas estas cosas son necesarias para que haya verdadero lenguaje,

aunque esos signos no sean precisamente palabras. Pues bien, en el caso de los

monos, es difícil admitir que esa vinculación sea intencionada; pero, lo que está

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claro es que, ni es consciente, ni es libremente elegida y establecida, ni es creadora.

La elección del signo y la vinculación del mismo con sus representaciones, en el

caso del mono, es cosa del experimentador y constituye con la representación una

asociación mecánica y automática, no una asociación consciente y libre. El análisis

posterior de las cintas de vídeo que contienen las respuestas del chimpancé Nim

demuestra que en la construcción de esas frases no utilizó una gramática (reglas):

las secuencias de sus palabras no son frases. Comparadas con las preguntas y

frases de su profesora, han resultado ser unas respuestas muy hábiles del mono

producidas por imitación de los movimientos, gestos y acciones de su profesora o

experimentadora. En otros casos esas respuestas son movimientos debidos al

condicionamiento operante. La existencia del pensamiento y el lenguaje en estos

monos, en lo poco que tiene de pensamiento y lenguaje, se debe más a la acción y

a los estímulos del experimentador que a las capacidades innatas del animal15

.

Por otra parte en el lenguaje de los animales la asociación no se produce

entre los signos materiales y las representaciones, sino entre los signos y sus

necesidades vitales o estados afectivos, entre los signos y ciertas reacciones del

organismo espontáneas o provocadas. Esta asociación no tiene su origen en la

inteligencia, sino en el condicionamiento de la conducta; en las conexiones

neuronales, no en la elección libre de la voluntad dirigida por la inteligencia, la cual,

cuando se trata del verdadero lenguaje, opta por un signo determinado de entre

otros muchos que se le ofrecen como posibles medios para expresar sus

representaciones mentales.

En cualquier caso, a este lenguaje le son aplicables las cuatro diferencias

que le separan del lenguaje humano que ya hemos visto en los primeros párrafos de

este apartado. Para MCNEIL este lenguaje carece de la estructura jerárquica del

lenguaje natural, y la productividad, en su desarrollo, es prácticamente nula,

limitándose en su uso exclusivamente a lo que aprende del experimentador o

adiestrador de una manera artificial, por condicionamiento de la conducta y por

discriminación, sin que le sea posible el acceso a las representaciones simbólicas

que constituyen la dimensión semántica de todo lenguaje natural. LIMBER, por su

parte, entiende que la creatividad de este tipo de lenguaje es muy discutible lo

mismo que su carácter abstracto (desplazamiento), y esboza la sospecha de que

este modo de comportamiento lingüístico de los animales está sobrevalorado por

sus defensores cuando tratan de explicar su comprensión a base de los criterios

probabilísticos de respuesta a unos determinados estímulos16

.

En contra de la teoría de WHORF de la que hablaremos más adelante,

existe la convicción generalizada de que el lenguaje es signo y efecto del

pensamiento; no, su causa. Esto parece confirmarse, toda vez que el lenguaje

cumple la función de expresar ideas e imágenes no presentes, permite al hombre

desvincularse de sus experiencias actuales y refleja, además, sus vivencias

interiores, conscientes y reflexivas. El verdadero lenguaje es fiel exponente de la

autonomía del individuo tanto en el orden lógico como en el orden gnoseológico y en

el orden práctico17

.

c) Incapacidad de los animales para el lenguaje: Esta autonomía e

independencia se hacen más patentes cuando observamos que el hombre combina

ideas y palabras libremente sin que pese sobre él la necesidad de atenerse al dato

presente o a la vivencia del momento actual (proyectos en el futuro, creaciones de la

imaginación, relatos e intrigas novelescas, etc.). Esta es otra de las grandes dife-

rencias entre el lenguaje humano y el animal. Los gritos, los gestos, los movi-

mientos, las emisiones de señales químicas y acústicas de los animales, etc. se

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hallan ineludiblemente vinculadas a reflejos emocionales innatos o a estados

afectivos y emociones instintivas cuyos procesos están atados, a su vez, a las

vivencias del momento presente (KOHLER, YERKES, etc.)18

. Esto constituye otra de

las razones por las cuales el animal no posee un verdadero lenguaje. La libertad del

pensamiento y el lenguaje tiene su base en la formación de representaciones

universales y en el uso de palabras universales. Los recursos lingüísticos del animal

no sobrepasan lo presente, el dato singular y concreto de la percepción; y aun esto,

con muchas limitaciones. Pues el mono más perfecto, el chimpancé, cuando parece

manipular sus representaciones sobre los datos presentes, lo hace de una manera

rudimentaria, débil e incoherente, como ya hemos podido comprobar por el análisis

de algunos experimentos. Por supuesto en esa manipulación no aparece signo

alguno de libertad que le permita desvincularse del presente espacial y temporal.

Para explicar o entender la esencia del lenguaje es de suma importancia el

papel de las representaciones universales (ideas). En efecto:

a) Las estructuras del lenguaje se corresponden con las estructuras del

pensamiento. Tanto unas como otras, son universales. Por esta misma razón el

individuo, dotado de inteligencia, las emplea en distintas situaciones y con fines

completamente distintos, cambiando los contenidos de acuerdo con sus necesida-

des o sus caprichos. Si el mono Nim estuviera dotado de inteligencia, tomando

como base su discurso anterior, debería estar capacitado para decir: 'dar palo', 'dar

romper palo', 'yo romper palo'. Sin embargo no acontece así. Puede hacerlo efecti-

vamente, pero para ello necesita de un aprendizaje semejante al aprendizaje que le

permitió emplear esas mismas estructuras respecto de la naranja. En todo caso,

para él, serían estructuras lógicas y lingüísticas completamente distintas.

b) En cualquier expresión lingüística, aunque sea la más elemental,

interviene siempre una representación universal, por ejemplo, 'Juanito tiene hambre'.

Esto ya lo hemos constatado varias veces en los capítulos precedentes de este libro.

El primero de los elementos es singular, en efecto, pero el segundo es universal: el

hambre es una cualidad que tiene Juanito, pero es una cualidad genérica,

compartida por igual por todos aquellos seres que sienten la necesidad de alimento.

Es, por tanto, una cualidad universal, aunque de hecho Juanito sólo sienta la suya.

Pues bien, el hambre puede ser saciada utilizando para ello cualquiera de los

alimentos digeribles por el individuo que la padece. Esto supone que el individuo en

cuestión, para saciarla, utilizando la misma estructura lingüística, puede emplear,

como contenido de ella, cualquiera de esos alimentos, pues todos tienen la misma

relación con el hambre. En este mismo sentido el mono Nim, sin necesidad de

nuevos aprendizajes, debería estar capacitado para pedir: 'dar pan', 'dar comer pan',

'yo comer pan'. Sin embargo, no lo hace sin un nuevo aprendizaje. Para el mono la

estructura y el contenido de un lenguaje forman una unidad; son indisociables. A su

lenguaje le falta la elasticidad propia del verdadero lenguaje que es la arbitrariedad

de los signos y la generalización de los mismos fundamentada en la generalidad de

las representaciones.

Tomando como base las propiedades que comparten el lenguaje animal y el

humano, hay autores que buscan un acercamiento entre ambos sin llegar, no

obstante, a establecer una identificación entre ellos o el origen del segundo a partir

del primero por evolución. Este es el caso de THORPE, en el análisis que hace del

lenguaje de ciertas aves, por ejemplo los loros, cuando dice que ambos lenguajes

son 'intencionales', 'sintácticos' y 'proposicionales'. En efecto, el lenguaje humano y

animal son intencionales en cuanto que en ellos 'hay una intención definida de

obtener algo de alguna otra persona cambiando su conducta, sus pensamientos y

su actitud general con respecto a una situación'. Son sintácticos por el hecho de que

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sus enunciados tienen su estructura, su organización interna y su coherencia, por

ejemplo, el lenguaje del papagayo. Son proposicionales en cuanto que están

destinados a transmitir información19

.

El comentario que merecen estas teorías es obvio. Sin rechazar en absoluto

las teorías de THORPE, está claro que en este apartado las palabras 'intencional',

'sintáctico, y 'proposicional' están tomadas en un sentido muy distinto del sentido

que hemos querido darles en este capítulo. En nuestra teoría la intencionalidad no

es negada. Lo que se niega o rechaza es que la intencionalidad del lenguaje de los

animales sea una intencionalidad consciente y libremente elegida. La suya es una

intencionalidad aprendida por medio del condicionamiento de la conducta y utilizada

en virtud de las leyes de este mismo condicionamiento, lo mismo que el del mono.

Otro tanto cabe decir de la sintaxis y el carácter proposicional de su lenguaje. La

combinación que hace de esos signos no obedece a las leyes de la sintaxis (sintaxis

gramatical), sino a las leyes de la mecánica, y el carácter proposicional está referido

a la estructura externa del lenguaje. Detrás de ella no hay un lenguaje interno en el

sentido que se ha expuesto en este mismo capítulo. En ese lenguaje es imposible

descubrir el simbolismo del lenguaje humano cuyos signos libremente elegidos

llevan como carga semántica un mensaje de alcance universal.

Otro de los autores que defiende la naturaleza lingüística de ciertos

movimientos o ciertas manifestaciones de los animales es BUTLER:

'si bien gruñir y ladrar no pueden ser considerados como lenguajes muy

especializados..., de todos modos hay un hablante, algo que es dicho, y un símbolo

convenido que se utiliza con un propósito. Nuestro propio lenguaje está vertebrado y

articulado por medio de nombres, verbos y las reglas de la gramática. El lenguaje de

un perro es invertebrado, pero no veo cómo es posible negar que posee los

elementos esenciales del lenguaje'20

.

A esta teoría suya se puede responder con los mismos argumentos de

antes y, sobre todo, con las palabras de MILLER escritas un año antes y ya

recogidas en este libro:

'los perros que gruñen y ladran no dejan ninguna duda en la mente de otros perros o

gatos, y aun del hombre, de lo que eso significa; pero gruñir y ladrar no son

lenguajes, ni siquiera contienen los elementos del lenguaje'.

En otras palabras, los perros se comunican. Esto no puede negarse. Pero el

medio del que se valen para comunicarse no es un verdadero lenguaje. El ladrido

del perro no lleva mensaje alguno. Es una manifestación natural, espontánea,

universal e invariable, del estado afectivo, la cual sirve de estímulo natural para que

en los otros perros se produzca ese mismo estado afectivo o su contrario; la comuni-

cación, pues, en este caso no es transmisión discrecional de información, sino

simpatía o contagio de estados psíquicos más o menos coherentes21

. Lo que es una

simple reacción ante un estímulo, por ejemplo, el ladrido, no puede ser interpretado

como un símbolo destinado a transmitir un mensaje. No hay en absoluto pruebas

que indiquen que esto es así. La conducta del perro puede ser descrita como un

'porque', no como un 'para que'. Producen esas manifestaciones porque ha

acontecido algo, no para comunicar algo. Conviene insistir en esto: la reacción en

los otros obedece al contagio, no a la comunicación. Los animales se hacen eco de

la acción de las causas eficientes, pero no de las causas intencionales o causas

finales.

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d) El lenguaje animal como conjunto de señales: Para comprender la

gran diferencia que existe entre el lenguaje del hombre y el del animal es preciso

tener en cuenta la disparidad que hay entre 'señales' y 'símbolos'. Estos últimos son

cosas, acciones, posiciones, etc. elegidas por el hombre y utilizadas a manera de

signos discrecionales para expresar sus pensamientos, sus sentimientos, sus

estados afectivos, etc. Las señales, por el contrario, son simples manifestaciones ,

dinámicas o estáticas, que ejercen sólo la función de estímulos desencadenantes de

un patrón fijo de conducta o de acción (PFA); por ejemplo, el silbido del tordo

respecto del levantamiento del vuelo de todos los de la bandada. A estas

manifestaciones podemos llamarlas 'sucesos', pues no hay en ellas intencionalidad

alguna en el sentido de propositividad. En el símbolo, como hemos precisado ya,

hay un mensaje ideológico y hay intencionalidad expresa de transmitirlo. En la señal

no hay mensaje; tampoco hay intencionalidad, como acabo de afirmar. Son cosas,

cualidades de cosas o acciones de las cosas que se producen con absoluta

espontaneidad. Si el símbolo actúa desde el conocimiento o a través del

conocimiento, la señal actúa desde el condicionamiento de la conducta o a través de

él. Ambos procesos suponen un aprendizaje. Pero a nadie se le escapa que este

aprendizaje es de naturaleza distinta en cada caso.

Pues bien, mientras que el hombre reacciona ante los símbolos, el animal

reacciona sólo ante las señales o sucesos. Para el animal un ruido o una voz

humana no es una voz con carga semántica o ideológica, sino un suceso, algo que

ocurre. Lo normal es que su conducta siga produciéndose aunque deje de existir el

suceso una vez comenzada. El perro cuando se encuentra enterrando el mendrugo

de pan, si se le cae a la zanja, a pesar de eso, sigue empujando la tierra con el

morro. El estímulo es el pan y el PFA es la conducta de enterrarlo. Esto no acontece

cuando el factor desencadenante es el símbolo, es decir, cuando el que actúa es un

ser humano o ser inteligente.

Es por esto por lo que en el animal se da sólo la conducta instintiva o

reactiva (reflejos), es decir, la conducta fija, uniforme, inflexible, estereotipada;

mientras que en el hombre se dan la conducta instintiva y la conducta cognitiva,

caracterizada esta última por la flexibilidad, la variedad y la innovación o la

creatividad22

.

Si en las simples señales no hay mensaje (información), las señales no

constituyen lenguaje alguno. La vida de los animales se desarrolla

correspondiéndose mutuamente en virtud de la armonía y la jerarquización de la

naturaleza. La vida de los hombres, por el contrario, se desarrolla

correspondiéndose en virtud del intercambio de las ideas y los sentimientos a través

del lenguaje. Por eso, si al hombre se le privara del lenguaje, de toda forma de

lenguaje, automáticamente se convertiría en vida animal.

e) Otros ejemplos: El afán de elevar el lenguaje de los animales al nivel del

lenguaje de los hombres no tiene límites. La abundancia de casos estudiados con

éxito notable, pero ficticio, parece estar a favor de sus teorías. Algunos de estos

ejemplos ya han sido analizados en este mismo capítulo.

En efecto, los loros y los papagayos utilizan un lenguaje en apariencia muy

semejante al lenguaje de los seres humanos; el chimpancé es capaz de aprender y

utilizar una parte del lenguaje de los sordomudos (experiencia de Beatrice y Allan

Gardner); las abejas utilizan la danza del vuelo para indicar a sus compañeras

dónde se encuentran las flores (estudios de Von Frichs); los delfines intercambian

mensajes sonoros muy sencillos (experimentos de Lilly); las hormigas utilizan

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procedimientos químicos para hacer posible su vida de relación; el barrilete

(cangrejo de mar) balancea sus pinzas para impedir que otros se acerquen o

invadan su terreno, etc. La existencia de estos lenguajes de los animales es, por

tanto, un hecho comprobado. Pero este hecho, este lenguaje, no tiene, ni con

mucho, el nivel de significación que tiene el lenguaje de los hombres. Aun más, ya

he afirmado repetidas veces que esto no es un verdadero lenguaje. Por eso en este

apartado me he propuesto demostrar dos cosas: a) que las diferencias entre ambos

lenguajes el de los hombres y el de los animales, es esencial y b) que la causa de

esas diferencias está en que el hombre tiene inteligencia, mientras que los animales

no la tienen. En conclusión, pienso que las grandes distancias entre el lenguaje de

los hombres y el de los animales está en que el lenguaje humano lleva siempre una

carga significativa discrecional y arbitraria, aparte de la dimensión intencional o

propositiva de sus mensajes, que no llevan los otros lenguajes. Pienso, además,

que sólo un ser inteligente es capaz de establecer la conexión discrecional entre el

lenguaje y esta carga significativa. Y pienso, por fin, que, con independencia de la

materialización lingüística de estos contenidos, es decir, con independencia del

establecimiento de las relaciones semánticas y pragmáticas que implica todo

lenguaje en relación con el medio ambiente, con independencia y con anterioridad al

establecimiento de esas relaciones, insisto, el hombre posee la capacidad para

establecerlas. Pues, aparte de las exigencias que impone la causalidad ontológica,

con anterioridad e independencia de esas relaciones, existen otras que son

estructurales y más profundas, más necesarias y universales: las relaciones

lógico-sintácticas que no dependen en nada de la experiencia y el medio ambiente,

pues ellas mismas son independientes del contenido.

3.- EL LENGUAJE DE LAS MAQUINAS

Ya hemos visto que la dimensión esencial del lenguaje es la propia de los

signos o elementos de la expresión del pensamiento. Ahora bien, para que una cosa

pueda ser signo, tiene que serlo para alguien (dimensión pragmática del lenguaje).

Sin esta referencia al sujeto y al destinatario no hay signos; y el primer destinatario

es el propio sujeto que utiliza el lenguaje. Cualquier cosa de la realidad puede ser

elevada a la categoría de signo siempre que sea posible y se lleve a efecto esta

referencia. La palabra 'casa' es un signo para los españoles que hablan y para los

españoles que escuchan, pero no lo es para los ingleses, pues para ellos no tiene

esta referencia.

Pues bien, los impulsos que manipula (procesa) una máquina, al menos

para ella, carecen de esta referencia. La tienen únicamente para el hombre. Por eso

son lenguaje para él. Los impulsos eléctricos y sus combinaciones, para la máquina,

tienen únicamente propiedades físicas, tales como intensidad, duración, energía,

etc. Pueden tener incluso propiedades sintácticas, considerados en abstracto y no

como meros impulsos, pero no tienen propiedades lógicas, gnoseológicas e

intencionales, que son las que corresponden a la referencia significativa. Haciendo

uso de estos impulsos la máquina jamás llegará al conocimiento de otra cosa

distinta de ellos; entre otras razones, porque ni siquiera es consciente de su

presencia y de sus propiedades. Para ella el resultado final (eferencia) serán

también impulsos eléctricos, iguales que los impulsos que recibió (aferencias);

puntos iluminados en la pantalla, y nada más; datos que tienen la misma naturaleza

que los datos recibidos del teclado. Estos datos, para el hombre, pueden ser

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cantidades de dinero, cuantos de energía, capacidad intelectual, fuerza de la opinión

pública, etc. Por eso precisamente, porque estas cosas son de naturaleza distinta de

los impulsos eléctricos, para el hombre los datos de la pantalla constituyen un

verdadero lenguaje. Para la máquina no son nada de esto.

Posiblemente la diferencia más destacada entre el lenguaje de las máquinas

y el lenguaje de las personas sea la carencia que padece el primero para expresar

ideas o contenidos (objetos) universales. El hombre utiliza una sola palabra para

expresar cosas tan distintas como un coche, una bicicleta, un carro de mulas, un

avión: la palabra 'vehículo'. El ordenador produce en la pantalla un solo signo, una

sola palabra para cada impulso eléctrico o para cada grupo de impulsos. Es la

referencia de uno a uno, no la referencia de uno a muchos. No tiene capacidad

tampoco para la anfibología, la polisemia, la equivocidad, la analogía, etc. Los impul-

sos eléctricos que han provocado la aparición de la palabra 'vehículo' en la pantalla

de un ordenador son muy pocos y todos iguales, es decir, son de la misma

naturaleza. Y, por supuesto, el ordenador, con esa palabra, no pretende significar

absolutamente nada. Si pudiéramos preguntarle por el origen de su palabra y él

pudiera contestarnos, con toda seguridad nos diría que su origen son los impulsos

eléctricos; no, el contenido semántico de la misma23

.

Por otra parte la capacidad del lenguaje que el hombre posee es una

capacidad ilimitada. Los elementos procedentes del léxico son finitos y limitados,

pero su capacidad para incorporar otros nuevos, así como la capacidad para

combinar o articular los ya existentes, es ilimitada. Para una combinación correcta le

basta con conocer las reglas de dicha combinación, las reglas de la sintaxis y las

reglas de la lógica. Estas reglas son las que le permiten distinguir las estructuras

correctas (gramaticales) de las incorrectas (agramaticales). La máquina también

puede hacerlo, pero siempre de una forma limitada, y, por supuesto, sin ser

consciente de lo que hace, o de si lo que hace está bien hecho.

De otro lado, tanto la construcción de las estructuras lingüísticas como las

reglas necesarias para esa construcción carecen de sentido sin una información

previa o sin unos datos recibidos a través de la percepción que son los que hay que

estructurar. Pues bien para que la actividad de una computadora pueda tener la

consideración de verdadero lenguaje debería tener todo esto: a) una serie de datos

(información), b) una serie de estructuras expresivas correctas aceptables, c) una

serie de estructuras incorrectas desechables, d) una serie de reglas para distinguir

unas de otras, e) una serie de reglas para articular unas estructuras correctas con

otras también correctas, fonéticas o gráficas, etc., e) una serie de reglas para la

interpretación semántica de esas estructuras, f) una serie de reglas para la

conversión de los datos resultantes en datos de la conciencia, es decir, en infor-

datos y generar estas estructuras?.

Hay que tener en cuenta que los lenguajes humanos son potencialmente

infinitos. ¿Habrá alguna computadora que trabajando con estos datos nos pueda

determinar o describir una gramática para cada una de las lenguas?.

Evidentemente, no. Para que pudiera hacerlo tendríamos que suministrarle, aparte

de los datos empíricos, algunos principios a priori (reglas de formación y

transformación de estructuras). Utilizando estos principios, podría discernir las frases

correctas de las incorrectas para un tipo de datos empíricos, es decir, podría

descubrir una serie de gramáticas posibles en número finito, aplicables a los datos

que son comunes a las lenguas de las que proceden esos datos, los universales

lingüísticos, sin posibilidad de transferir esas reglas a otras lenguas y a otras

gramáticas. En cualquier caso, sería necesaria la intervención de la inteligencia

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humana para suministrarle esos datos y los principios generalísimos para la

construcción y transformación de las estructuras lingüísticas. El lenguaje sólo es

lenguaje para los seres que poseen inteligencia.

Si queremos calar más hondo en las diferencias que separan al lenguaje de

las máquinas respecto del lenguaje de los animales y el lenguaje de los hombres,

hemos de volver a una idea ya expuesta en el apartado anterior. En efecto, si los

hombres reaccionan ante símbolos y los animales reaccionan ante señales, las

máquinas reaccionan únicamente ante impulsos físicos (eléctricos), los cuales son

recibidos del exterior y se desplazan a través de sus circuitos. Los signos y las

señales tienen una característica común: para producir sus efectos tienen que ser

percibidos (conocidos) por el sujeto. Actúan, pues, desde el conocimiento o desde la

conciencia. El hombre conoce el símbolo y conoce el mensaje que es su contenido

semántico. El animal conoce la señal, si bien no conoce el mensaje o contenido

porque no lo tiene. La máquina no conoce los impulsos porque está privada de la

capacidad de conocer en absoluto. Las respuestas de la máquina (el ordenador) son

respuestas físicas inmediatas, mientras que las respuestas del hombre y del animal

son respuestas psíquicas o mediatas: el estímulo, en el caso de los animales, y el

objeto, en el caso de los hombres, actúan sobre la conducta a través de la concien-

cia o desde los contenidos de la conciencia. Entre la acción del estímulo y la

producción de la respuesta, por parte del sujeto, ha habido un proceso de

asimilación de la energía propia del estímulo, y, a la hora de emitir la respuesta, el

hombre y el animal actúan en virtud de su propia energía, cosa que no acontece en

el caso de la máquina. En el caso del animal los contenidos de la conciencia de los

que arranca la acción son sus estados afectivos. En el caso del hombre son sus

imágenes, sus ideas, sus decisiones, sus sentimientos, etc. Las imágenes, las ideas

y los sentimientos, seguidas de una toma de decisiones, son los que constituyen el

motor específico de la actividad lingüística humana.

Los impulsos eléctricos, pues, no constituyen lenguaje alguno para la

máquina. Ahora bien, si el hombre los toma como símbolos, de la misma manera

que toma libremente como signo otra cosa material, por ejemplo las palabras,

entonces sí que constituyen un verdadero lenguaje. Pero, en ese caso, ya no es un

lenguaje de la máquina, sino un lenguaje del hombre.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. C. 6.- 1) Chomsky, 1986,

1989; Lenneberg y otros autores en la misma obra, 1982; 2) Aristóteles, De anima,

de sensu et sensato; Historia de los animales, 1967. 3) Pavlov, 1959; Pinillos, 1982.

4) Chomsky, 1986, 1989; 5) Bochensky, 1967; Jolivet, 1956; Chauvin, 1969;, 1969;

Bruner, 1983, 1986, 1988 .6) Luria, 1980, 1985; Dale, 1980; Miller, 1974. 7) Jolivet,

1956, Chauvin, 1969. 8) Hockett, 1964; Chomsky, 1968; Fleming, 1975; Gardner,

1969; Gardner y Gardner, 1971; Goodall, 1964; Huxley, 1969a; Irwing, 1964;

Lancaster, 1968; Le Boeuf, 1969; Lieberman y otros, 1971; Limber, 1977; Linden,

1976, 1985; Marler, 1956, 1961, 1967, 1970a, 1970b, 1975; Menzel, 1971; Hockett,

1967, 1968; Premack y Premack, 1972; Purkonen, 1967; Strushsaker, 1967, 1971;

Thorpe, 1967, 1972; Von Frisch, 1967. 9) Fleming, 1975, Linden, 1976; Gardner,

1969, 1976; Premak y Premak, 1962. 10) Brown, 1965, Lenneberg, 1964, McNeil,

1970; Limber, 1977; Qin Thana, 1993. 11) Taylor, 1986. 12) Brown, 1965. 13)

Linden, 1976; Papalia, 1987; Hochett, 1959; Von Frisch, 1962; Esch, 1967; Fotus,

1974; Gardner, 1971, Lenneberg, 1964. 14) Hayes, 1971, Kellog y Kellog, 1933. 15)

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Fotus, 1974; Premack, 1971; Premack y Premack, 1972; Rumbaugh y Gill, 1973;

Terrace, 1979, Patterson, 1967; Papalia, 1987. 15) Papalia, 1987; Pinillos, 1975;

Jolivet, 1956. 16) McNeil, 1970b, 1971b; Limber, 1977. 17) Whorff, 1971; 18) Köhler,

1960, 1972; Yerkes, 1916. 19) Thorpe, 1963. 20) Butler, ver Milller, 1974. 21) Miller,

1974. 22) Sinclair, 1967, 1975; Lenneberg, 1982. 23) Morton, 1968; Hays, 1967;

Garvin, 1963; Weizenbaum, 1878; Saparina, 1972; Macenery, 1992; Harris, 1987;

Gross, 1976a; Hauser, 1989; Delclaux, 1982.

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Cap. VII.- LENGUAJE Y COMUNICACION

De los temas que surgen a propósito del lenguaje el de la comunicación es

tal vez uno de los más interesantes. Al menos es uno de esos que ha despertado

mayor interés entre los científicos, los psicólogos y los filósofos en general1. El

lenguaje de las palabras habladas es el lenguaje articulado y es, a su vez, el más

corriente entre los seres humanos, el más natural y el más espontáneo. Aun con sus

limitaciones, es también el más perfecto. Sin embargo no es tan perfecto como para

permitir establecer por medio de él una verdadera comunicación.

1.- NOCIONES

En efecto, la comunicación de la que se trata, no es la comunicación física o

material de las cosas, sino la comunicación de las ideas, los pensamientos, los

deseos, las intenciones, los afectos, etc., es decir, la comunicación de lo que

acontece en la conciencia del ser que quiere llevar a la conciencia de los otros, los

destinatarios del lenguaje, esas mismas ideas, esos mismos pensamientos, esos

mismos deseos, intenciones y afectos. Comunicar es poner algo en común, hacer

partícipes a los demás de una misma cosa, de una misma idea o mensaje. Eso es

precisamente lo que pretenden los oradores políticos, los predicadores religiosos,

los escritores científicos y literarios, los padres respecto de sus hijos, el maestro

respecto de sus alumnos, etc. La finalidad del lenguaje parece ser ésta: que los

otros tengan las mismas ideas que yo o los mismos ideales, los mismos pensamien-

tos, los mismos sentimientos, etc, como si las ideas, los pensamientos y los

sentimientos fueran igual que las monedas que pasan de mano en mano con toda

facilidad.

2.- LOS PROBLEMAS DE LA COMUNICACION HUMANA

No todos los científicos dedicados a la filología, a la psicología y a las

ciencias de la comunicación están de acuerdo con esta interpretación de los

procesos comunicativos entre los sujetos2. Sin embargo, de una manera espontánea

somos llevados a pensar que las ideas por sí mismas no pueden ser transferidas de

un ser físico a otro porque ellas mismas no tienen naturaleza física; pero, asociadas

a un elemento físico como es la palabra articulada o la palabra escrita, sí pueden ser

objeto de esa transferencia. La palabra misma les sirve de vehículo o de cauce. De

esta manera puede haber ideas comunes, opiniones comunes (opinión pública),

ideales comunes, sentimientos colectivos, principios comunes, creencias comunes,

moral común, ciencias universales, etc.

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Los que piensan así olvidan algo muy importante: las ideas son cualidades

de la inteligencia, cualidades profundamente arraigadas en forma de hábitos

especulativos. Salvadas las diferencias, están grabadas en la mente lo mismo que el

sello en el papel. Son, por consiguiente, intransferibles. No pueden repartirse a los

demás como se reparten los gajos de una naranja. Cada uno tiene sus ideas, las

suyas, las que él ha producido personalmente; no, las de los otros. Las ideas sólo

pueden poseerse produciéndolas en el mismo acto de la intelección y

conservándolas en la memoria. No hay ideas prestadas o compartidas. Creerlo así

es un espejismo, como lo es creer que uno participa de los dolores y sufrimientos de

los otros disminuyendo así la cantidad y la intensidad de los mismos en el que los

padece. Eso puede hacerse únicamente con las cosas materiales. Por el hecho de

tener partes, esas partes pueden distribuirse entre muchos. Pero las ideas y los

pensamientos, ni son materiales, ni tienen partes que puedan distribuirse. Tampoco

pueden multiplicarse como se multiplican los rayos del sol cuando caen sobre un

espejo. Entre otras razones, porque ahí tampoco hay multiplicación alguna. La física

demuestra que a cada rayo incidente corresponde un rayo reflejo y sólo uno.

Podemos hablar de haces de rayos y de haces de ideas. Pero a cada objeto

corresponde sólo una de ellas y en cada sujeto hay una sola respecto de él cuando

ha logrado producirla. La metáfora del banquete de las ideas, donde todos los

comensales podían participar de las mismas es una hipótesis que sólo sirve para las

ideas de PLATON, las cuales, en su contexto filosófico, no son ideas, sino cosas.

Esto que acontece con las ideas acontece también con todos los procesos

de la vida psíquica y la vida fisiológica. Somos organismos cerrados, como las

mónadas de LEIBNITZ; sin ventanas. Todos poseemos la vida y la ejercemos

mientras la poseemos; pero cada uno vivimos la nuestra. Con independencia de las

teorías leibnitzianas, la única posibilidad que tenemos de salir de nuestra mónada

para llegar a la mónada de los demás es el lenguaje. Su función fundamental

consiste en ejercer el papel de estímulo para que los demás produzcan en sí

mismos unas ideas, unos pensamientos, unos deseos, unos afectos y unas

intenciones semejantes a las nuestras, es decir, unas ideas y pensamientos que se

correspondan con los pensamientos que nosotros tenemos o pretendemos expresar

con nuestro lenguaje el cual es un estímulo especial o un conjunto de estímulos que

son elevados al nivel de la intencionalidad psíquica, la cual les confiere una

virtualidad especial que supera con mucho la virtualidad de las simples señales.

Pero, en cualquier caso, esas ideas y esos pensamientos serán propios y exclusivos

del que los produce, no, nuestros.

No podemos aspirar a otra cosa. Aunque nuestro lenguaje sea muy

perfecto, entre nuestras ideas y las ideas de los que nos escuchan hay sólo

correspondencia. No hay igualdad; mucho menos, hay identidad. Las ideas de unos

no son copias exactas de las ideas de los otros. No hay dos ideas iguales. Las

cosas y los objetos son los mismos para todos los hombres, pero las ideas que cada

uno se forma acerca de ellos en contacto directo o por medio del lenguaje de los

otros, son muy diferentes. Si son producto de cada uno, cada uno pone en ellas su

nota personal. La idea de átomo de DALTON, la de RUTHERFORD y la de

EISNTEIN son muy diferentes. La realidad, el átomo, es la misma, pero la idea de

cada uno de estos sabios no es la misma, ni siquiera es una copia. Hay entre ellas

una mera correspondencia referencial. Pensamos sobre las mismas cosas, pero no

tenemos los mismos pensamientos. De ahí que el lenguaje, como medio para

establecer las coincidencias ideológicas en cualquier campo del saber humano,

resulte ser un medio muy precario. A veces su servicio queda reducido a la

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posibilidad que nos suministra para ponernos de acuerdo sobre nuestras propias

diferencias.

En tanto que instrumento del pensamiento, el lenguaje participa de la acción

de la causa principal que, en este caso es la facultad del lenguaje y, en último

término, la inteligencia. Como todos los instrumentos, participa de la acción de la

causa que lo maneja, pero su naturaleza es distinta o heterogénea respecto de esa

causa. Por ejemplo, esta pluma con la que estoy escribiendo es un instrumento que

facilita el contacto entre mi mente y las letras materiales que voy dejando sobre el

papel, pero el lenguaje ni tiene la naturaleza de la mente ni tiene la naturaleza de la

tinta en forma de letras. Únicamente participa de la acción de escribir que yo realizo.

Mejor que participar de la acción de la causa principal, quizá deberíamos decir que

participa en la acción. El tenedor es un instrumento que facilita el contacto físico del

hombre con el alimento, pero el tenedor, ni tiene la naturaleza del hombre, ni tiene la

naturaleza de los alimentos. Si no tiene la naturaleza, tampoco puede ejercer las

operaciones específicas que de ella se derivan. Por eso el lenguaje (los sonidos, los

rasgos sobre el papel, etc.) ni tiene naturaleza mental ni puede ejercer por sí mismo

las operaciones propias que derivan de la mente, es decir, ni posee las ideas, ni las

produce por su cuenta.

Respecto del que habla, el lenguaje es un instrumento, como he dicho

antes, utilizado como estímulo para que el que lo escucha produzca sus propias

ideas, su propia información. La información, por tanto, no viene de fuera. De fuera

vienen los estímulos sensoriales (colores, sabores, sonidos, etc.), pero ellos mismos

todavía no constituyen información alguna. La información acontece cuando esos

estímulos son convertidos en datos de la conciencia. Ahora bien, esta conversión

corre a cargo de la mente de cada uno. Por eso cada uno produce su propia

información, y, en consecuencia, cada uno tiene sus propios datos de conciencia:

sus imágenes, sus ideas, sus razonamientos, sus tomas de decisión, sus deseos,

sus sentimientos, etc. La única fuente inmediata de la información humana es la

mente de cada uno cuando abstrae esa información de los datos de la percepción o

del lenguaje de los demás que también es un conjunto de datos de la percepción,

pues el lenguaje nos entra por los sentidos (el oído). Los medios universalmente

conocidos, la radio, la prensa, la televisión, etc., en realidad, no son fuentes de

información inmediata, sino estímulos para poner en actividad una única fuente que,

en este caso, es la mente del hombre, el espectador, el oyente, sobre el que inciden

esos medios.

En consecuencia, la comunicación se lleva a efecto cuando la información

producida de esta manera espontánea por el receptor se corresponde con las cosas

de las cuales proceden esos estímulos sensoriales, o con la información que hay en

la mente del que habla (emisor), vertida al exterior en forma de lenguaje que es un

estímulo para el que escucha.

Este supuesto de la incomunicabilidad de las ideas que forma parte de la

tradición aristotélica no suele ser tenido en cuenta por la mayor parte de los

representantes de la psicología actual. Más bien se da por supuesto que las ideas

son comunicables por medio del lenguaje, e, incluso, se establece como principio

fundamental que las ideas o los conceptos son engendrados por el lenguaje como

causa adecuada de los mismos.

Uno de esos autores que se hacen eco de los supuestos aristotélicos a este

respecto es STONES cuando afirma rotundamente que 'es imposible la transmisión

de conceptos del profesor al alumno por medio del lenguaje'. Este mismo autor se

hace eco de otro pasaje de VIGOTSKY: el profesor que pretendiera transmitir sus

conceptos al alumno por medio del lenguaje... 'no lograría más que un huero

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verbalismo, una repetición mecánica, por su parte, de palabras, simulando un

conocimiento de los conceptos correspondientes, pero en realidad, cubriendo un

vacío conceptual'3.

Esto es así porque el origen, el verdadero origen de nuestros conceptos o

ideas es la experiencia personal interna o externa, sobre la cual la inteligencia

ejercita sus funciones abstractivas, las cuales le permiten conocer la naturaleza de

los objetos que caen bajo esa experiencia. El lenguaje no es más que un

instrumento cuya función esencial consiste en facilitar, e, incluso, hacer posible esa

experiencia. Y tanto los conceptos como el pensamiento constituido a base de esos

conceptos, son personales. Como he afirmado anteriormente, cada uno construye

los suyos. Nadie puede sustituirle en esa tarea. La afirmación según la cual hay

personas y sociedades que viven gracias a los pensamientos y las ideas prestadas

no pasa de ser una metáfora.

Esto que parece una deficiencia para el pensamiento y la comunicación,

constituye, por otra parte, uno de sus valores más destacados. En fin de cuentas

esto es lo que permite que los pensamientos sean originales, creadores y

progresivos. El alumno puede aventajar a su profesor y el hombre de una época

determinada puede tener unos pensamientos y unas ideas mucho más ricas y

originales que los hombres de la etapa inmediatamente anterior. El lenguaje es un

instrumento muy pobre, pero permite que se produzcan estos efectos.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c.7.- 1) Aranguren, 1975;

Akmajian y otros, 1979; Alajpuanine y otros, 1964; Buyssens, 1967, 1978; Kellog,

1968; Miller, 1951, 1967, 1969, 1970; Rowell y otros, 1962; Spradlin, 1963. Basil,

1994; Brown, 1981; Taylor, 1986; Luria, 1980, 1985; Nakazima, 1982; Halliday,

1975, 1983; Perelló, 1980; Pita y otros, 1986. 2) Osgood, 1986; Pask, 1976; Peraita,

1988; Shanon y otros, 1949; Stewart, 1970; Foucault, 1974; Gortázar y otros, 1989;

Heineman, 1980; Martín Serrano y otros, 1976. 3) Stones, 1969.

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Cap. VIII.- PROCESOS PSIQUICOS IMPLICADOS EN LA PRODUCCION DEL LENGUAJE

1.- INTRODUCCION

Cuando hoy se habla del lenguaje es imprescindible echar mano de un

concepto nuevo, el concepto de 'código' y su derivado, el concepto de 'codificación'.

La ciencia actual maneja este concepto con mucha frecuencia, debido tal vez a la

tremenda influencia que ejercen sobre ella la Informática y la Cibernética. En este

caso el código es un conjunto de signos que materializan o contienen una

información dada o un conjunto de normas destinadas a expresar la información a

base de caracteres materiales. Se trata de la sustitución de lo inmaterial, la

información, por lo material, el código o el signo, de una maneara semejante a la ya

expuesta con el nombre de suppositio. La facilidad para manipular (procesar) los

elementos de estos códigos, tanto por lo que se refiere a la cantidad de los mismos

como por lo que se refiere a la velocidad, es lo que permite manipular o procesar

con estas mismas ventajas la información o los mensajes en ellos representados.

Esto es así en virtud de la correspondencia que previamente se ha establecido de

una manera arbitraria entre los códigos y los mensajes con anterioridad al inicio del

proceso. Los códigos que utiliza la informática constituyen un vocabulario conven-

cional equiparable al vocabulario constituido por las palabras habladas o escritas.

Son símbolos más artificiales, y más elaborados en los que cuenta de una manera

exclusiva la dimensión sintáctica. La dimensión semántica solo aparece al principio

del proceso, cuando de hecho son elegidos para expresar un mensaje determinado,

y al final, cuando se desea obtener el mensaje elaborado. La dimensión pragmática

carece de relevancia, puesto que su valor es siempre unívoco o invariable, toda vez

que en los distintos momentos o partes del proceso ese valor se encuentra

protegido o garantizado por las leyes de la física y de la mecánica las cuales, por

naturaleza, son invariables.

Por la semejanza que tiene con todas estas cosas, al lenguaje natural, al

lenguaje de las palabras habladas y al lenguaje de las palabras escritas se le llama

'código'. Algunos autores, como M. GROSS1, llevan esta semejanza hasta extremos

inconcebibles tratando de descubrir en el lenguaje ordinario estructuras que son

equiparables a las estructuras de la matemática. Por esta razón a las funciones que

ejerce la inteligencia cuando emplea el lenguaje se les llama 'codificación'. Esto,

desde el punto de vista del emisor del lenguaje. Desde el punto de vista del receptor,

se le llama 'descodificación' o 'decodificación'. Tanto la codificación como la descodi-

ficación son funciones complejas. De ellas nos ocuparemos un poco más adelante.

Esta complejidad es contemplada por los autores desde muchos puntos de

vista. MAYOR hace una síntesis de estas opiniones: BÜHLER entiende que esa

función del lenguaje es triple: expresión (lenguaje como síntoma), apelación

(lenguaje como señal) y representación (lenguaje como símbolo); JAKOBSON

constata que hay una función emotiva, una función denotativa y una función

connativa; para HALLIDAY estas funciones son la ideativa, la interpersonal y la

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textual; LEFEVRE entiende que las funciones del lenguaje son cuatro, la

comunicativa, la acumulativa, la situacional y la racional; OGDEN Y RICHARDS,

aumentan el numero de estas funciones: la cognitiva, la referencial, la informativa, la

emotiva y la evocativa; ROBINSON, por su parte, las amplía hasta el número de

catorce: escapisno verbal, conformismo verbal, estética, reglamentadora del

encuentro, productora, reguladora, etc. El propio MAYOR hace una síntesis que es

su propia opinión:

“nosotros creemos que éstas y otras muchas podrían reducirse a dos grandes

funciones: la comunicativa y la cognitiva. La primera englobaría las ya citadas

funciones, expresiva, apelativa, fática, metalingüística, poética, comunicativa, y, en

parte, la acumulativa, la situacional y el uso emotivo del lenguaje; se pone de relieve

en situaciones comunicativas, potencia la capacidad de comunicación y facilita el

intercambio y la interacción social. La segunda, que podríamos denominarla también

simbólica, englobaría las ya citadas funciones representativa, denotativa , referencial,

racional, y, en parte, la acumulativa y el uso cognitivo del lenguaje; a través suyo los

hablantes representan la realidad y la manipulan a través de procesos mediadores

verbales, se facilita y potencia la actividad del pensamiento o cognitiva en general y

permite un manejos sustitutivo de los objetos y relaciones del mundo, contribuyendo

al desarrollo de la cultura. La comunicación y la cognición constituyen así, no sólo los

contextos básicos del lenguaje, sino sus principales funciones”2.

Cuando este mismo autor se refiere a los procesos psíquicos que tienen

lugar en el sujeto que produce y emplea el lenguaje, señala en este mismo orden los

siguientes: planificación del mensaje, estructuración sintáctica, búsqueda lexical,

ajuste morfológico y control motor.

No es este el momento indicado para enmendarle la plana a un autor de

tanto prestigio. No obstante considero necesario introducir algunos matices. Es el

caso que, a lo largo de muchos años en el ejercicio de la enseñanza, he podido

analizar detenidamente el pensamiento y el lenguaje de los alumnos de bachillerato.

Como resultado de ese estudio prolongado, he podido constatar que los procesos

que desarrollan estos sujetos son los siguientes y se suceden en este mismo orden:

a) planificación o determinación del mensaje, concepción de la idea o el

pensamiento y toma de decisión de comunicarlos, b) estructuración lógica del

mensaje, c) búsqueda de las palabras adecuadas según las posibilidades de cada

uno, d) toma de decisión en orden a la expresión o codificación del mensaje,

elección de las más aptas de entre las disponibles, e) codificación, f) configuración

de las estructuras morfosintácticas, g) toma de decisión sobre la ejecución material,

emisión del habla o de la escritura, h) emisión o ejecución efectiva, i) reflexión o

evaluación del lenguaje emitido. Estamos hablando de un individuo normal. En los

disminuidos u oligofrénicos, o no se dan algunos de estos procesos, o estos

procesos no se dan en este orden. Algunos de estos procesos merecen un breve

comentario.

2.- LA DETERMINACION DEL MENSAJE

Para poder comunicar algo es necesario tener algo que comunicar. Para

comunicar ideas y sentimientos hay que tener ideas y sentimientos. No hay

lenguajes vacíos. La razón es la misma de siempre. Los lenguajes vacíos no son

lenguajes. La dimensión semántica es imprescindible para que la voz o el gesto

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puedan convertirse en símbolos. La esencia misma del lenguaje implica que los

símbolos lingüísticos son realmente símbolos cuando son elegidos y utilizados como

tales y cumplen su función esencial de llevarnos al conocimiento de los contenidos

mentales del que los emplea.

3.- DECISION Y EXPRESION

La concepción del mensaje tiene que ir acompañada de la decisión de

comunicarlo. De otra suerte el pensamiento no se convertiría jamás en mensaje. El

lenguaje interno seguiría siendo lenguaje interno en el más absoluto de los secretos.

Sólo los disminuidos psíquicos o aquellos que no tienen control sobre su conciencia

hablan lo que no han pensado, es decir, expresan lo que pertenece a la

inconsciencia o la subconsciencia. El verdadero lenguaje tiene su origen en la

conciencia, es decir, en la inteligencia, por las razones ya expresadas en párrafos

anteriores. El lenguaje que no procede de la conciencia no es un verdadero

lenguaje.

4.- COHERENCIA DEL MENSAJE

Las ideas y los pensamientos, antes de ser expresados, tienen que ser

vistos por el hablante como 'aptos para ser expresados'. Ahora bien, esta aptitud

implica un mínimo de coherencia, es decir, un mínimo de enlace o ilación de los

elementos que lo componen entre sí, y un mínimo de ilación o enlace del mensaje

en su conjunto con los demás contenidos de la conciencia que le sirven de contexto.

Esta coherencia es la base fundamental sin la cual no se produce la decisión de

convertir un pensamiento en mensaje. La decisión que es un acto de la voluntad

tiene siempre como base la coherencia de las ideas que son el acto de la

inteligencia o el efecto de ese acto. Esto, por una parte; por otra, el mensaje está

destinado a ser expresado o codificado por medio de palabras, las cuales son su

vehículo adecuado si tienen un mínimo de coherencia morfosintáctica. Ahora bien,

aunque en abstracto puede darse la dimensión sintáctica (leyes sintácticas) sin la

dimensión semántica del lenguaje (leyes lógicas y ontológicas), en concreto esta

independencia es imposible. Para que el lenguaje sea un auténtico vehículo de la

comunicación y cumpla sus objetivos, las relaciones y leyes de la sintaxis tienen que

estar fundamentadas sobre las relaciones y leyes de la lógica y la ontología. Es el

razonamiento al que se recurre con frecuencia en este libro. En efecto, una palabra

no puede desempeñar el oficio de sujeto de un predicado en un enunciado

cualquiera (dimensión sintáctica) si la naturaleza, las relaciones y las leyes del

contenido semántico de la misma en relación con el predicado no la hacen apta para

desempeñar el papel de sujeto. Evidentemente estas relaciones del contenido del

sujeto con el contenido del predicado son relaciones lógicas y relaciones ontológi-

cas. Con independencia de estas relaciones, podemos formular enunciados, pero

esos enunciados jamás podrán ser portadores de verdaderos mensajes.

5.- SELECCION DEL MEDIO MATERIAL

Es la búsqueda de las palabras o símbolos adecuados para la expresión del

mensaje. En esto acontece lo mismo que en todos los problemas de la vida.

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Ciñéndonos al tema de las palabras, lo normal es que el sujeto busque entre las

palabras ya existentes, y de éstas, entre las que él conoce de acuerdo con su nivel

cultural. Sucede con frecuencia que la penuria del lenguaje tiene lugar, no porque

las palabras no existan, sino porque no se conocen. La primera búsqueda, pues, se

produce entre las palabras disponibles para un sujeto determinado. Pero hay

ocasiones en que las palabras no existen. Este es el caso de los científicos o los

grandes sabios. Los nuevos descubrimientos, los nuevos objetos o las nuevas

características, las nuevas relaciones entre las cosas descubiertas por ellos no

encuentran en el diccionario la palabra que les corresponde. Entonces, para ellos,

se impone la necesidad de crear palabras nuevas. Una de las funciones esenciales

de las Reales Academias de la Lengua es precisamente ésta: el estudio y la

aceptación de estos neologismos que están creándose de una manera

ininterrumpida en todos los contextos culturales. Esta experiencia de penuria del

lenguaje que padece el sabio en el terreno de su propia ciencia es también la

experiencia del artista, la experiencia del teólogo, la experiencia del literato, la

experiencia del místico, etc. Nadie mejor que ellos conoce la inmensa distancia que

existe entre lo que la realidad es y lo que de la realidad puede expresarse de una

manera efectiva.

Sin embargo esto no es lo normal en los procesos lingüísticos, pues la

mayor parte de los individuos de una sociedad cualquiera, ni son sabios, ni son

artistas, ni son literatos, ni son teólogos, ni son místicos. Lo normal para ellos es

todo lo contrario: la existencia de muchas palabras para expresar una misma idea o

un mismo pensamiento. Por ejemplo, para expresar la idea de 'gordura' u 'obesidad'

el sujeto de habla española dispone de muchas palabras, algunas de las cuales son

las siguientes: abultado, atocinado, adiposo, amondongado, bamboche, barrigón,

botija, carigordo, cebado, ceporro, corpulento, cuadrado, chaparro, gordezuelo,

gordete, gordinflón, graso, grueso, imbunche, inflado, jergón, lleno, mantecoso,

mofletudo, mollejón, morcón, mostrenco, obeso, panzudo, pesado, potoco,

rechoncho, redondo, retaco, repolludo, regordete, robusto, rollizo, rubicundo, tripero,

tripón, tripucho, tripudo, ventrudo, voluminoso, zaborro, zamborotudo. Todas estas

palabras expresan la misma realidad, el mismo rasgo físico. Pero el empleo de estas

palabras para cada uno de los casos concretos no es indiferente, ni mucho menos.

Cada una de ellas tiene un matiz específico que es el que tiene que corresponderse

con el matiz de la idea y el objeto que se quiere expresar. Los términos sinónimos

que permitirían el uso de estas palabras con indiferencia, tal como los entiende la

gente, son inexistentes. Los sinónimos de una palabra no son sinónimos de ella,

sino de alguna de sus acepciones. Esto forma parte de las convicciones más

arraigadas de los lingüistas de nuestros días. Por eso se impone la necesidad de

determinar el matiz que se quiere expresar para elegir la palabra adecuada, y esta

elección impone, a su vez, la necesidad de elegir entre las palabras disponibles

(toma de decisión). Para esto se necesita mucha finura de espíritu; mucha

sensibilidad. Cuando esto no se toma en serio, el lenguaje se convierte en una garla

o en mera charlatanería. Esto es lo que acontece en los discursos de nuestros

políticos y en la inmensa mayoría de las intervenciones de nuestros profesionales de

la radio: filatería, labia, palabreo; sólo eso. Es el intento o el recurso de suplir con

palabras vacías la pobrería de las ideas o el conocimiento superficial de las cosas.

La toma de decisiones es siempre cosa de la voluntad, pero tiene sus raíces en la

inteligencia, pues la voluntad elige únicamente una de las opciones que le presenta

la inteligencia.

Las variables independientes que intervienen en esta decisión de la

voluntad son muchas: la idiosincrasia del sujeto, la cultura y la civilización en que

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vive, los usos y las costumbres, los estilos, los gustos y preferencias, las modas o

las presiones sociales, etc. Sin embargo la única variable que debería tenerse en

cuenta es esa a la que me he referido antes: el matiz de la idea o el objeto que se

quiere expresar. Los estilos cognitivos influyen en la configuración del lenguaje,

pero, a veces, ellos mismos son efecto de esta misma configuración que se debe, al

menos en parte, a otros factores, como acabamos de ver.

6.- CODIFICACION

La codificación es, sin duda, el proceso más importante en la producción del

lenguaje. El 'codex' o 'caudex' para los clásicos era el libro de cuentas (codex

accepti et expensi, en CICERÓN) o el libro simplemente (codiecem scribere:

CICERÓN). Con posterioridad vino a significar el libro en el que se encontraban las

leyes o normas de convivencia de una sociedad e, incluso, el conjunto de leyes

escritas, por ejemplo, el Código de Justiniano. Este mismo significado tiene en la

actualidad: Código de Derecho Civil, Código de Derecho Canónico, para expresar el

conjunto de leyes civiles o religiosas respectivamente. Hay, pues, tres cosas en el

código: a) una que es material o tangible, por ejemplo, el libro o la ley escrita

(código), b) otra que es inmaterial e invisible que es el contenido, las ideas, la

norma, la convivencia espiritual, las relaciones jurídicas entre los miembros de la

sociedad, etc. (mensaje), y c) el carácter normativo o prescriptivo del código, pues,

mediante el código, los sujetos tienen conocimiento de cómo deben comportarse o

de lo que deben hacer. Incluso la naturaleza se comporta de acuerdo con sus

propios códigos, por ejemplo, el código genético. El comportamiento y la vida entera

de un ser vivo se desarrolla inevitablemente de acuerdo con las directrices

determinadas o fijadas en el código de sus propios genes. El código, por

consiguiente, es una cosa material y visible de forma directa o indirecta, que sirve

de cauce para el conocimiento de otra cosa inmaterial e indivisible. En otras

palabras, es un sistema de signos visibles y reglas que permiten formular y conocer

un mensaje secreto.

En la actualidad la palabra código es empleada con mucha profusión en los

más diversos campos de la actividad humana. Pero en el terreno de la lingüística su

uso se encuentra condicionado por las directrices de la informática y la cibernética.

En efecto, los códigos que utiliza la informática son combinaciones de elementos

físicos (impulsos eléctricos) o bits que tienen la función de representar mensajes

(números, letras). Mediante ellos puede expresarse cualquier número en base 2, en

base 4, en base 6, en base 8, etc. Por ejemplo el Código Binario de Exceso Tres y el

Código de Aitken utilizan configuraciones de seis bits para expresar sus símbolos

elementales. En cualquier casos se trata de elementos muy simples materiales y de

fácil manipulación con la ayuda de una máquina (el ordenador) que expresan

mensajes de otro orden (palabras, números), los cuales expresan, a su vez, otros

mensajes inmateriales (ideas y pensamientos). La posibilidad de sustituir estos

mensajes por las configuraciones de bits es lo que permite procesar los

pensamientos y las ideas con esa facilidad y ahorro de energía. La codificación en

este caso tiene lugar al comienzo de todo el proceso y consiste en la asociación de

las ideas a estas configuraciones o combinaciones de bits. En la vida normal esta

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asociación consiste en la vinculación mental de las ideas y los pensamientos a las

palabras y los enunciados materiales.

7.- LA NATURALEZA DE LA CODIFICACION

He resaltado la palabra 'mental', porque la vinculación de las ideas a las

palabras o codificación acontece sólo en la mente. Fuera de ella no existe

vinculación alguna. Esto supone que la codificación es un proceso mental

exclusivamente. Las palabras llevan su carga significativa (mensaje) en la medida

en que se hallan en la mente, es decir, en la medida en que son conocidas por la

inteligencia. Para uno que no las conozca, las palabras pueden ser percibidas por el

oído, pueden ser leídas por el sentido de la vista, pero para él no llevan carga sig-

nificativa alguna, es decir, no son portadoras de mensaje alguno. Esto es lo que nos

acontece cuando oímos una conversación en otra luenga que no es la nuestra. Las

palabras son las mismas, pero para nosotros, no significan nada. La vinculación

entre la palabra y la idea tiene que ser conocida por el que habla (emisor) y por el

que escucha (receptor). Esto constituye una exigencia del lenguaje por la sencilla

razón de que sus elementos son signos convencionales. Los sonidos materiales son

llevados a la mente (conocidos) y allí son convertidos en símbolos de las ideas en

virtud de una decisión libre tomada por el que habla (signos arbitrarios). Esta

decisión es insustituible. Las decisiones sólo se dan en la mente, no en la realidad.

Por tanto la elevación de un sonido material articulado a la categoría de símbolo

acontece en la mente y sólo en la mente. La condición de símbolos le corresponde a

las palabras, no en razón de su ser de „cosa', sino en razón de su 'ser de objeto'. En

fin de cuentas la codificación es la conversión de las palabras o las cosas en

símbolos de las ideas o los pensamientos.

8.- LA ESTRUCTURA MORFOLOGICA Y SINTACTICA

La configuración de las palabras en estructuras morfológicas y sintácticas es

una exigencia de la dimensión pragmática del lenguaje. De una manera indirecta, es

también una exigencia de la dimensión lógica y ontológica de las ideas y los pensa-

mientos. Las ideas que constituyen el mensaje tienen una estructura lógica impuesta

por la naturaleza racional o dialéctica de la inteligencia humana (logos). Pues bien,

esa estructura, para ser expresada correctamente, exige un correlato en la

estructura morfosintáctica de las palabras. No es que haya identidad entre ambas

estructuras, la mental y la verbal, pero sí hay correspondencia. El sentido de las

palabras no depende sólo de ellas, depende también de las otras que se encuentran

a su lado (contexto). Este contexto no es únicamente el conjunto de las palabras que

tiene alrededor, sino la forma de presentarse en relación consigo mismas y la forma

de relacionarse con las demás. Estos factores pueden variar completamente el

sentido del mensaje. Por ejemplo, la relación o estructura sintáctica del oráculo de

Delfos es fundamental para fijar o interpretar el mensaje del mismo: 'ibis redibis non

peribis'. En muchos casos la posición de los signos de puntuación (en este caso, las

comas) es el factor que decide el sentido del enunciado. En este enunciado

concreto, la posición de estos signos hace que el mensaje sea completamente

contradictorio: 'ibis, redibis, non peribis', o bien 'ibis, redibis non, peribis'. Por

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consiguiente para que el lenguaje cumpla su cometido de transmitir un mensaje

determinado, una vez elegidos los símbolos o las palabras, estas palabras tienen

que ser estructuradas convenientemente de acuerdo con las reglas de la sintaxis

que vienen exigidas por las reglas de la lógica y la ontología. La estructura

morfosintáctica tiene que ser precisamente aquella que satisface estas exigencias,

no otra.

Sin embargo, para satisfacer esta exigencia, las estructuras sintácticas del

lenguaje humano no son herméticas o cerradas, sino abiertas o flexibles. En esto se

diferencia el lenguaje humano del lenguaje de las máquinas o lenguaje del

ordenador. La riqueza en el manejo de esta variedad de estructuras morfosintácticas

es uno de los factores que constituyen los estilos literarios. Evidentemente el estilo

de AZORÍN se parece muy poco al estilo de CERVANTES y, sin embargo, las

estructuras morfosintácticas que emplean uno y otro son completamente correctas y

satisfacen esa exigencia de la que he hablado anteriormente. El estilo de ORTEGA

se parece poco el estilo de UNAMUNO, sin embargo, aparte de la belleza de la que

hacen alarde ambos autores, las estructuras sintácticas y morfológicas del lenguaje

de ambos constituyen un fiel correlato de las estructuras de las ideas y los

pensamientos que brotaban de sus mentes privilegiadas.

Estas estructuras morfosintácticas son muy diferentes en cada una de las

lenguas, en cada una de las culturas, en cada uno de los individuos, etc. Pero hay

algunas estructuras superiores que se repiten en todos ellos como una especie de

denominador común. Son las estructuras profundas, o estructuras latentes, de las

que las otras estructuras no son más que manifestaciones, ejemplares, o concrecio-

nes. Esas estructuras profundas derivan de la estructura lógica y ontológica a la que

me he referido antes, la cual exige que las partes del lenguaje que expresan la

causa o el sujeto de una acción, en el orden lógico y ontológico, sean un sustantivo

o una expresión equivalente en el orden morfológico, y desempeñe el oficio de

sujeto en el orden sintáctico; que las partes del lenguaje que expresan relaciones,

cualidades o determinaciones, en el orden ontológico, sean adjetivos o expresiones

equivalentes en el orden morfológico, y desempeñen el oficio de predicado o atributo

en el orden sintáctico; que las partes del lenguaje que expresan acciones, pasiones

u operaciones, en el orden ontológico, sean verbos en el orden morfológico y

desempeñen el oficio de tales en el orden sintáctico. Las leyes y las estructuras

lógicas y ontológicas imponen la exigencia de que los elementos del lenguaje, de

cualquier lenguaje, reducidas a sus estructuras más simples, como fundamento de

todas las demás estructuras, se configure como la forma 'S es P'. La necesidad que

experimenta la inteligencia humana de formar o construir mentalmente estas

estructuras elementales es una exigencia innata; no, adquirida. Por tanto es una

exigencia para todos los hombres, sea cual sea la cultura a la que pertenecen y la

lengua que hablan. La diferencia entre los hombres no está en estas estructuras

más simples, sino en el uso discrecional de las contexturas desinenciales y la ayuda

de las composiciones sincategoremáticas.

9.- LA TOMA DE DECISIONES Y LA EJECUCION DEL MENSAJE

Una vez transcurridas las fases anteriores, el proceso se continúa con la

ejecución material del lenguaje, que en unos casos es el habla; en otros casos, la

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escritura; en otros casos, los gestos; en otros casos, ciertos movimientos del cuerpo;

en otros casos, la utilización de otros cuerpos materiales seleccionados para ser

cauce de los mensajes mentales tal como lo hemos descrito en los párrafos

anteriores. La nueva fase consiste en la ejecución material de los movimientos

conducentes al habla, a la escritura, a los movimientos del rostro o del cuerpo, al

ejercicio de las manos o los pies, etc. Pero esta ejecución supone una nueva toma

de decisiones por parte de la voluntad o la continuación o renovación de la decisión

previamente tomada sobre la elección de los símbolos o palabras que se estiman

más adecuadas. Esta decisión es formulada por la voluntad como todas las

anteriores sobre los datos u opciones posibles que le presenta la inteligencia. Esta

decisión es ejercida, no por el cerebro, sino sobre el cerebro, en los centros que

corresponden a la motricidad. En esos centros se producen los impulsos eferentes

que descienden por las vías nerviosas eferentes hasta llegar a los músculos que son

activados (enervados) de la forma que ya hemos descrito en el apartado dedicado al

lenguaje como conducta del 'homo loquens'.

Hay, no obstante, una gran diferencia entre los efectos de esta toma de

decisiones y las tomas de decisiones anteriores referidas a la formulación mental del

mensaje y a la selección de los símbolos más adecuados para expresarlos. Esta

diferencia consiste en lo siguiente:

a) Lo propio de la voluntad humana es la autodeterminación. Por otro nombre, a

esta determinación se la conoce como 'libertad' o 'libre albedrío'. Este es el mayor

exponente de la característica fundamental de la vida, que es la espontaneidad en

grado sumo. La voluntad, pues, se autodetermina. Este es su acto específico o

comportamiento natural. Pero, en virtud de la unidad física y psíquica del ser

humano, ella misma determina de alguna manera a las demás facultades cuyo

ejercicio depende de la inteligencia. Este dominio de la voluntad es doble: político y

despótico. El dominio político es aquel respecto del cual las otras facultades pueden

no obedecer, por ejemplo, la memoria, cuando la voluntad le ordena recordar una

lista de nombres propios para un examen; unas veces obedece, pero otras, no. El

dominio despótico es aquel respecto del cual las otras facultades carecen de la

capacidad suficiente para resistirse al mandato, negarse a obedecer, por ejemplo,

cuando la voluntad le ordena a un brazo que se levante, o cuando le ordena al ojo

dirigirse a un objeto cualquiera. Naturalmente estamos hablando de un individuo

normal o individuo sano; no de un individuo anormal o enfermo.

b) Este imperio o mandato de la voluntad dirigida por la inteligencia,

utilizando los impulsos nerviosos eferentes, puede ser proyectado sobre los órganos

de la fonación humana para que articule una serie de palabras en forma de

lenguaje o habla, o ser dirigido a la mano para que describa sobre el papel unos

trazos en forma de letras equivalentes a otros tipos de lenguaje. Pues bien, este

dominio de la voluntad sobre estas facultades (los órganos de la fonación y las

manos) es un dominio despótico, de tal suerte que dichas facultades, si el individuo

está sano, se encuentran incapacitadas para resistir y no obedecer. El individuo que

quiere hablar o escribir, si el resto de las variables intervinientes son favorables o no

lo impiden físicamente, ese individuo habla o escribe con absoluta seguridad. Si

aparece algún fallo en el proceso, acontece por otras razones o causas, pero no por

deficiencias de la orden que procede de las facultades superiores que son la

inteligencia y la voluntad; por ejemplo, porque tiene los órganos deteriorados o

impedidos física o fisiológicamente, porque no sabe escribir, porque no tiene nada

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que decir, es decir, porque no tiene ideas, etc. Por tanto, desde el punto de vista de

la voluntad y la inteligencia, estas decisiones cumplen siempre sus objetivos.

10.- LA EJECUCION MATERIAL DEL HABLA

El paso siguiente es la ejecución material del habla, la ejecución de la

escritura, etc., las cuales son acciones materiales que derivan del ejercicio físico de

las facultades ejecutivas u órganos (instrumentos) del lenguaje, activados por los

impulsos nerviosos eferentes que proceden del cerebro. En la psicología actual, esta

fase es conocida con el nombre de 'emisión'. En el paralelismo que los psicólogos

establecen entre el hombre y el ordenador, esta fase es la equivalente a la ejecución

material de la resolución final del proceso para que salga en la pantalla o en la

impresora. Esta ejecución material del habla, de la escritura o de otros símbolos,

sigue las pautas ya descritas en el referido apartado sobre 'el lenguaje como

conducta del homo loquens'.

11.- LA EVALUACIÓN DEL LENGUAJE PROPIO

El último paso del proceso de la producción del lenguaje es la evaluación del

mismo por parte de la inteligencia. El individuo normal es consciente de lo que

acaba de decir o expresar y, de una forma automática, es arrastrado por la

curiosidad que le plantea al menos tres interrogantes: a) si lo que ha dicho o

expresado lo ha dicho o expresado bien, es decir, si realmente era ese el mensaje

que quería transmitir, b) si lo que ha dicho o expresado es lo que en ese momento

debía decir o expresar, c) si lo dicho o expresado por medio de estos símbolos es

aceptado por el destinatario o no es aceptado, etc. Si constata que la respuesta a

estos interrogantes es afirmativa, el proceso se concluye con una nueva afirmación:

'sí efectivamente esto es así'. Esta nueva afirmación puede ser interna o externa.

No es infrecuente que, después de esa breve reflexión, esta afirmación se produzca

de una manera externa.

12.- LA VINCULACION ENTRE LAS FASES DEL

PROCESO

Acabo de describir el proceso psíquico del lenguaje como una sucesión de

actos que se desarrollan a través de varias etapas. Esta sucesión no puede

entenderse exclusivamente como una sucesión cronológica, sino como una

sucesión lógica y ontológica. El hecho de ser una sucesión no implica que entre

fracción y fracción de la misma haya de transcurrir un tiempo determinado. Hay una

dependencia entre estas fases; esto es evidente. Pero no tenemos datos para

afirmar que esta dependencia sea una dependencia según el antes y el después. En

cuanto al tiempo, algunas de estas fases son completamente simultáneas, por

ejemplo, la elección y la codificación, en muchos casos.

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BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c.8.- 1) Gross, 1976,

Mayor, 1985. 2) Ver Mayor, 1985; Beltrán, 1984; Butterworth, 1980; Jenkins y otros,

1964; Luria, 1980, 1985; y otros, 1956; Searle, 1980; Sánchez Zavala, 1982; Torres,

1984; Olerón, 1977; Nakazima, 1983; Antimucci y Parisi, 1983; Peraita, 1988.

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Cap. IX.- PROCESOS PSIQUICOS IMPLICADOS EN LA RECEPCION DEL LENGUAJE

1.- INTRODUCCION

En algunos libros de psicología suelen sintetizarse los procesos parciales

que intervienen en el lenguaje como si ellos mismos formaran parte de una cadena

cuyos eslabones son los siguientes: elección del mensaje y el medio, codificación,

emisión, recepción, descodificación, comprensión. Los tres primeros corren por

cuenta del que habla y los otros tres corren por cuenta del que escucha o recibe la

información. Otros autores simplifican todavía más el proceso de comunicación

reduciéndolo a dos actos fundamentales, el acto de 'hablar' o expresarse, por parte

del emisor, y el acto de 'comprender', por parte del receptor. Sin embargo un análisis

más detenido nos obliga a introducir otros procesos parciales no menos importantes

como parte de esa misma cadena, tal como ha quedado expuesto en el capítulo

anterior a propósito de los actos que realiza el que habla o emite un mensaje si

quiere que ese mensaje sea efectivo1.

El objeto de la Psicolingüística es la descripción de los procesos psíquicos

que tienen lugar cuando los hombres utilizan enunciados verbales. Estos procesos,

por parte de aquel al que va dirigido el lenguaje, son los siguientes: oír o escuchar

el enunciado, identificarlo, aceptarlo, interpretarlo, entenderlo, creer o asumir su

validez en relación con la propia conducta. Sin embargo 'los límites entre estos

niveles (procesos) no son claros y precisos' (MILLER)2. Esta serie de procesos que

intervienen en la recepción del lenguaje no es la misma en todos los autores que se

ocupan del tema. No obstante, en los rasgos principales, las coincidencias son

altamente significativas.

Por mi parte, entiendo que, en lo que concierne al destinatario del lenguaje,

esos procesos parciales son los siguientes: a) percepción sensorial del habla, b)

análisis e identificación de los sonidos con los sonidos que ya tiene en su memoria,

c) identificación de las unidades lingüísticas que se contienen en esos sonidos, d)

descodificación (interpretación) o producción de la idea y el pensamiento propios,

e) inserción de esa idea o pensamiento en las estructuras mentales que ya posee, f)

modificación de esas estructuras o producción de otras nuevas, g) sensación de

plenitud o satisfacción, h) eventual planificación de la conducta, en su caso. Como

puede observarse, en líneas generales, este proceso complejo es el mismo que

ejerce el emisor, pero en sentido contrario. Esto acontece, sobre todo, en la parte

principal que es la descodificación.

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2.- LA FASE FISICA DEL LENGUAJE

En el lenguaje, en este caso, el habla, la recepción del mismo consiste en la

llegada de una serie de estímulos a las partes sensibles del oído consistentes en

una serie de ondas de aire producidas por las vibraciones de los órganos de la

fonación humana del emisor, sobre todo, por sus cuerdas vocales. La transmisión de

estas ondas sonoras constituye la fase física o proceso físico de la audición, pues su

desarrollo obedece exclusivamente a las leyes de la física.

En efecto: en los procesos auditivos interviene como causa eficiente un

estímulo material constituido por las ondas sonoras. Estas ondas no son más que

partículas de aire que se mueven de una manera cíclica a una velocidad aproximada

de 332 m/s. Este movimiento cíclico de las partículas de aire produce una especie

de vibración que choca con los elementos receptores del oído, dando lugar al sonido

que es, en fin de cuentas, la sensación auditiva. La medida de estas vibraciones se

expresa en unidades por segundo. La sensibilidad del oído humano está preparada

para recibir estas unidades cuando se producen entre 15 y 20.000 ciclos por

segundo. Cuando la frecuencia de los ciclos está por encima o por debajo de estos

umbrales, el sonido no es perceptible por el hombre, pero sí por otros animales, por

ejemplo, el perro o el murciélago (120.000 c/s), etc. Las vibraciones extremas llegan

efectivamente a los órganos receptores, pero en estos casos, o carecen de la

energía suficiente para activarlos, o rebasan el nivel de energía tolerable, causando

una perturbación en el funcionamiento de los mismos. Y, si los activan, en el primer

caso, el impulso nervioso resultante es tan pequeño o tan débil que no llega a la

zona correspondiente de la corteza cerebral, y, consiguientemente, no se convierte

en dato de la conciencia (conocimiento, información). No obstante la llegada a los

elementos receptivos del oído (lo mismo, en el caso del ojo) de los ciclos que se

hallan fuera de estos umbrales puede tener la virtualidad de introducirse en la

conciencia en forma de percepción subliminal o incluso, de percepción

extrasensorial3.

Acerca del sonido hay que tener en cuenta: a) la intensidad, es decir, la

fuerza o sonoridad que se corresponde con la diferencia entre la cantidad de

compresión y descompresión del aire producidas por la vibración del cuerpo

generador del fenómeno; b) el tono o frecuencia de la vibración, y c) el ciclo, que es

la suma de una comprensión y una descompresión completas. Cuantos más ciclos

por segundo, más elevado es el tono del sonido. Es preciso tener en cuenta todos

estos factores en el caso del habla, pues la disposición y la proporción de los

mismos puede alterar considerablemente los contenidos del mensaje.

3.- LA FASE FISIOLOGICA DEL LENGUAJE

A esta fase sigue la fase fisiológica. El proceso fisiológico se desarrolla de la

siguiente manera: con la ayuda de la oreja y a través del canal auditivo penetran las

ondas sonoras hasta el tímpano, que es una membrana que se mueve hacia

adelante y hacia atrás (vibra) cuando chocan con ella las ondas sonoras que

proceden del exterior. Al vibrar el tímpano, roza un huesecillo (martillo) el cual

mueve, a su vez, el yunque, conectado con el estribo al que comunica su movi-

miento. El estribo, por su parte, ejerce una presión sobre la ventana oval que es otra

membrana que da paso al oído interno. El movimiento de la ventana oval es

transmitido a la cóclea que está llena de un líquido en el cual se dejan sentir las

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correspondientes vibraciones u ondas de presión. Estas ondas de presión causan, a

su vez, un movimiento cíclico en la membrana basilar que se corresponde con los

ciclos u ondas sonoras. Sobre esta membrana se encuentran la células ciliares

dotadas de pequeños pelos (cilios). Estos pelos son precisamente los que se

mueven de arriba abajo produciendo así un flujo de corriente que se desplaza por

las células ciliares. La conversión de los impulsos mecánicos físicos o vibraciones

en impulsos nerviosos en los que en el lenguaje actual se llama transducción. Por

último, esta corriente es transmitida a las fibras auditivas produciendo en sus

dendritas la liberación de neurotransmisores en una cantidad proporcional a la

intensidad y a las demás modalidades de la vibración. Las fibras auditivas, que ya

han recogido por medio de sus dendritas ese flujo de corriente nerviosa, lo

transportan a la zona auditiva del córtex cerebral. Lo que ocurra a partir de aquí ya

no es de la competencia de las ciencias. El paso siguiente es la conversión de estos

impulsos recibidos en el córtex en datos de la conciencia (información,

conocimiento). Ahora bien, esto no puede ser objeto del experimento científico. Lo

más que puede hacer la ciencia es un seguimiento de las irradiaciones de esos

impulsos recibidos en el córtex. Pero, ni los impulsos, ni sus radiaciones, son hechos

de conciencia. Ya quedó dicho en el párrafo anterior: lo psíquico comienza

precisamente donde acaba lo experimental.

Las teorías más destacadas acerca de la recepción de los estímulos u

ondas sonoras en el órgano del oído son las siguientes: a) la teoría de la resonancia

(HELMHOLTZ) o de la vibración simpática4. Es el fenómeno consistente en la vibra-

ción de todas las cuerdas DO del piano cuando el pianista canta un DO sobre la caja

de resonancia. En el caso del oído, las vibraciones u ondas sonoras pasan a través

del caracol y chocan con la membrana basilar sobre la que se halla el órgano de

Corti con sus 24.000 fibras que actúan como las cuerdas del piano. Cada sonido

tiene su fibra correspondiente. Si ésta ha desaparecido o se encuentra deteriorada,

la audición de ese sonido no se produce. La disposición graduada de estas fibras

permite la audición graduada de los sonidos. Por tanto cada sonido es registrado

con independencia de los demás. b) La teoría telefónica (RUTHERFORD): La

membrana basilar vibra como un todo, no de manera fragmentaria como afirmaba la

teoría anterior5. Es decir, en el caracol no se separan los tonos del conjunto de los

sonidos, sino que son sentidos en conjunto y remitidos a la zona correspondiente de

la corteza cerebral donde se lleva a cabo el verdadero análisis de los mismos. Hay,

pues, una correspondencia exacta entre la frecuencia e intensidad de los sonidos y

la frecuencia e intensidad de la corriente nerviosa. Esta teoría es difícil de aceptar,

pues la velocidad de los segundos es más lenta y no puede explicar la celeridad de

las vibraciones sonoras, por ejemplo, las de la cuerda de un violín. c) La teoría de la

descarga (E. WEBER Y CH. BRAY): Esta teoría resume los datos de las dos

anteriores. Las fibras auditivas actúan en grupos o constelaciones y de modo alter-

nativo. Cuando una constelación descarga una condensación de ondas, se abstiene

de hacerlo cuando recibe la carga siguiente para aumentar su potencialidad,

dejando paso a la descarga de otra constelación6. Esto permite explicar el hecho

según el cual el nervio auditivo puede transmitir a más de mil ciclos por segundo,

cuando cada fibra por separado responde con una frecuencia muy inferior. d) La

teoría de la configuración tonal (J. EWALD): La membrana basilar en general vibra

por el simple choque de cualquier onda sonora, pero configura de manera distinta

cada nota o conjunto de notas7. Por tanto la configuración del sonido se debe a la

membrana; no al estímulo (HELMHOLTZ).

He hecho este análisis de la recepción de los sonidos por ser el lenguaje

hablado el más usado para la comunicación. Pero, para ser justo, debería seguir con

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el estudio o el análisis de la recepción de los demás signos por parte del sentido de

la vista, del sentido del gusto, del sentido del tacto, del sentido del olfato, etc., pues

también a través de estos sentidos pueden ser captados los signos portadores de

mensajes.

4.- LA FASE PSICOLOGICA DEL LENGUAJE

a) La identificación de las palabras:

El análisis y la identificación de los sonidos del habla con los sonidos del

glosario (léxico) conservados en la memoria es un proceso absolutamente necesario

para que el lenguaje cumpla su cometido de transmitir un mensaje. Ya hemos dicho

que el código tiene que ser conocido por el que habla y por el que escucha, es decir,

tiene que ser un elemento común que sirve de cauce y que es elegido o aceptado

por ambos. Para que la corriente eléctrica encienda una bombilla, el cable tiene que

estar en conexión con la fuete de energía (emisor) y con la propia bombilla

(receptor).

El conocimiento del código por parte del receptor implica el conocimiento del

símbolo, en este caso, el conocimiento de la palabra. Ahora bien este conocimiento

se produce cuando es capaz de identificar esos sonidos articulados con los sonidos

articulados que ya conoce previamente y que conserva en su memoria, de la misma

manera que conozco una cosa, por ejemplo, una manzana, cuando la comparo y la

identifico con la idea o la imagen de manzana que ya poseo en mi mente con

anterioridad. El conocimiento se consuma cuando me doy cuenta de que la esencia

o naturaleza de manzana que en mi mente existe en razón de su „ser de objeto‟,

existe también en esa cosa material que tengo delante en razón de su „ser de cosa‟.

La palabra 'pebetero' que acabo de escuchar en la radio es conocida por mí

como símbolo de una realidad (el perfumador) cuando la comparo con esa misma

palabra o conjunto de signos articulados que ya existen en mi mente con esa misma

carga semántica. Cuando no es posible establecer esta identificación, las palabras

son sonidos y como tales son percibidos, pero no son símbolos; por tanto el habla

en estos casos no es un lenguaje. Como hemos dicho, es el mismo ejemplo ya

analizado del que oye palabras de un idioma que no conoce en absoluto.

Ahora bien esta identificación de las palabras ya no es cosa de la

sensibilidad, sino de la inteligencia. La sensibilidad no es capaz de percibir o

analizar las relaciones. Y mucho menos la relación de identidad, la cual surge entre

dos seres, no por razón de la cualidad o la cantidad, sino por razón de la esencia o

la substancia.

Las teorías que intentan explicar este proceso de identificación son muchas.

Entre ellas se encuentra la teoría del 'patron de rasgos' o 'logogen' que entra en

acción impulsado por los datos sensoriales y contextuales para introducirse en la

memoria; la teoría de la 'búsqueda activa' que actúa de abajo arriba tomando nota

además de los factores léxicos, sintácticos y semánticos; la teoría de los

'archivadores' fonológicos, semánticos y ortográficos como depósitos mnémicos en

los que se guardan las palabras; etc. (MAYOR)9. Evidentemente estas teorías no

son más que hipótesis no demostradas de forma absoluta, pues las técnicas

experimentales no tienen acceso a los objetos y los procesos a los que todas ellas

se refieren. G. ALBEA hace un resumen de las teorías de otros autores que

destacan la importancia del léxico y se ocupan de los procesos implicados en esta

tarea de identificación o reconocimiento de la palabra. Estos procesos son los

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siguientes: “1) Ante un determinado imput sensorial, por ejemplo visual, en el

lenguaje escrito, se efectúa un análisis que daría por resultado la unidad perceptiva

que llamamos 'palabra'. 2) La palabra en cuestión deberá estar representada de

alguna manera en la memoria del sujeto, conteniendo la información que le sea

pertinente (léxico interno, diccionario mental)... La entrada léxica no sería otra cosa

que la representación mental de una palabra... 3) El sujeto reconoce tal imput

sensorial como tal palabra cuando el resultado de su análisis perceptivo se

corresponda con la entrada léxica pertinente..., reconocer una palabra sería una

actividad análoga a la de encontrar en un diccionario la información correspondiente

a una entrada determinada. 4) Dadas las características de rapidez, efectividad y

tolerancia a la distorsión que acompañan al reconocimiento de las palabras, tal

como es llevado por el sujeto humano en las circunstancias normales de comunica-

ción, el sistema computacional que subyace a esta actividad debe estar regido por

unos principios de optimización de recursos que haga esto posible”10

.

Las gramáticas estructurales y transformacionales están siendo

desplazadas por las gramáticas lexicales, como hemos visto en capítulos anteriores.

El interés de los psicólogos y lingüistas está derivando hacia el estudio de las

palabras y el léxico en general. Por eso estos mismos autores hablan del 'alto

contenido informativo de las palabras: “conocer o, si se quiere, reconocer, una

palabra equivale a disponer de una gran cantidad de información de todos los

niveles; primero implica saber que eso que reciben nuestros órganos sensoriales o

eso que produce nuestro sistema musculatorio, es una palabra y no una mera

sucesión de sonidos más o menos conexos; pero además se sabe cómo se

pronuncian (y en algunos casos, incluso, cómo se escriben), se sabe cómo

combinarlas y modificarlas, si es preciso, para formar frases u oraciones y se sabe lo

que significan y la manera de usarlas en la práctica para transmitir un determinado

mensaje a los demás. Este alto contenido informativo de la unidad-palabra, junto a

su probada realidad psicológica... puede ser un gran aliciente para el estudioso del

procesamiento de la información en el hombre, de cara a establecer la forma

concreta que tiene éste de llevar a cabo dicho procesamiento en el caso del

lenguaje”11

.

La identificación de la palabra es un proceso común que tiene lugar en

ambos extremos del lenguaje: en el que habla y en el que escucha. Hay, pues, un

doble léxico: el externo y el interno, el real del diccionario y el mental de la

conciencia o la memoria. El verdadero problema está en la descripción de la

organización del léxico mental y en el diseño de las relaciones que hay entre uno y

otro. Las investigaciones actuales parecen encaminarse a la descripción del proceso

consistente en el acceso al léxico mental. Es el problema de la correspondencia

entre el imput sensorial y la entrada de ese dato en los ámbitos de la memoria.

Cuando estos procesos se desarrollan correctamente es cuando se produce el

reconocimiento de la palabra.

b) La identificación de las unidades lingüísticas:

El paso siguiente es la identificación de las unidades lingüísticas contenidas

en el habla. En efecto, una cosa es la percepción e identificación de las palabras y

otra es la constatación e identificación de las unidades lingüísticas que están

formadas a base de ellas. Las palabras sueltas pueden sugerir ideas, pero las

unidades lingüísticas sugieren juicios y razonamientos, que es lo propio de la

inteligencia humana. Más aun, las palabras sueltas sugieren ideas posibles (valor

potencial del lenguaje); pero la inteligencia del que escucha lo que busca es una

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idea concreta, un mensaje determinado que esté referido a algo real (valor

existencial). Pues bien, esta idea concreta o este mensaje determinado es sugerido

por la palabra en la medida en que ésta se encuentra incardinada en una estructura

morfolingüística. El lenguaje está hecho para comunicar unos mensajes

determinados, no unos mensajes posibles cuya determinación queda al albur de los

factores subjetivos del que escucha. Si me tomo la molestia de hablar es para que el

otro tenga unas ideas que se correspondan con las mías, no para que el otro forme

en su mente de forma indeterminada cualquier idea o pensamiento utilizando como

estímulo el habla que yo pronuncio. Esto es lo que pretenden hacer los pintores y

artistas modernos cuando utilizan unos símbolos totalmente indefinidos. En virtud de

esta indefinición ese lenguaje se encuentra desposeído de todo contenido. Allí no

hay mensaje alguno. Por tanto tampoco hay comunicación. El mensaje, dicen, se

produce al final cuando el destinatario interpreta sus símbolos. Pero, aparte de que

no hay nada que interpretar como acabo de decir, ese mensaje final o esas ideas y

sentimientos que surgen en el que contempla esos cuadros no son mensajes, sino

invenciones, fantasmas o fabulaciones. Una cosa es la comunicación de ideas o

pensamientos consistente en la producción de símbolos para que las ideas y

pensamientos del que habla y del que escucha se correspondan, y otra cosa es la

provocación desconsiderada, irreverente y temeraria consistente en la producción

de estímulos indiferenciados o amorfos para que el que escucha produzca las ideas

que quiera. En el primer caso hay ideas y pensamientos en el que habla y en el que

escucha. En el segundo caso en el que habla no hay ideas; por tanto tampoco hay

pensamientos. Lo único que hay es una ambición desmedida por encontrar un

medio en el exterior que compense la vaciedad interior para justificar el renombre o

la diadema del genio que se atribuye. Desgraciadamente muchos discursos políticos

y académicos hechos con palabras son comparables, por su contenido, a estos

cuadros llenos de rasgos o manchas amorfas.

Ni en estos cuadros ni en estos discursos es posible identificar las unidades

lingüísticas o las estructuras morfosintácticas mínimas que les habiliten para ser

portadores de un mensaje. Por lo que atañe a los cuadros y esculturas no hay nada

equivalente a estas estructuras. La comunicación o transmisión de información, en

estos casos, es suplantada por la provocación vacía y presuntuosa, como acabo de

afirmar unas líneas más arriba.

Para explicar este proceso de identificación de las unidades lingüísticas se

han diseñado unos modelos: el 'modelo tranformacional' consistente en la

transmutación o cambio de la estimulación sensorial en una estructura superficial

que luego se transforma, a su vez, en una estructura profunda latente en el

enunciado; el 'modelo de las estrategias cognitivas', por ejemplo, la suposición de

que la estructura lingüística más frecuente es la de sujeto verbo y predicado (S es

P); el 'modelo de la computadora' que toma como base la secuenciación que hace el

ordenador; el 'modelo HERSAY' constituido por un programa computacional y una

central de mensajes; el 'modelo RTA' o 'redes de transmisión ampliada que trata de

identificar estas estructuras sin necesidad de los recursos transformacionales de los

que hemos hablado antes; y otros modelos12

.

Como en el caso anterior, estos modelos y las teorías que los protagonizan

o avalan no son más que hipótesis no demostradas, pues, por las mismas razones,

ni los procesos, ni los objetos de esos procesos, pueden ser sometidos a los

tribunales del experimento científico. Es evidente que para la identificación de estas

estructuras lingüísticas es necesario que la inteligencia tenga acceso a la memoria.

Pero también es cierto que la memoria no la tiene tan lejos como si fuera un

departamento contiguo o lejano. La memoria intelectiva es la propia inteligencia. Y

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para conocer lo que hay en ella le basta con un sencillo proceso de reflexión, o,

como se dice actualmente, una operación concisa estrictamente metacognitiva. Las

otras facultades, no; pero la inteligencia sí puede hacerlo.

c) La descodificación:

La descodificación, desde el punto de vista del que escucha o recibe el

mensaje, es sin duda la acción más importante en el proceso de comunicación, de la

misma manera que la codificación lo era desde el punto de vista del que habla. Este

proceso no consiste como suele creerse en la separación de las ideas respecto de

las palabras a las cuales habían sido asociadas o vinculadas mentalmente por el

emisor. Las palabras y los símbolos en general, desde el momento en que son

desprendidos del emisor, ya no llevan contenido psíquico alguno. Con ellos no van

las ideas, los pensamientos, las imágenes, los sentimientos del emisor. Entre otras

razones, porque esas ideas, pensamientos, imágenes y sentimientos son cualidades

suyas, exclusivamente suyas, y no puede desprenderse de ellas. Las ideas sólo

pueden existir en la mente del que las ha formado. Con las palabras o símbolos

tampoco va una copia de esas ideas, pensamientos, imágenes y sentimientos. Las

ideas no tienen copias como las tienen las fotografías del laboratorio. Cada imagen y

cada idea entitativamente son únicas para cada uno de los sujetos que las poseen y

para cada uno de los objetos. Las palabras y los símbolos son sólo sonidos, ondas,

vibraciones, impulsos eléctricos o mecánicos. Fuera de la mente no es posible

semejante asociación, pues, como acabo de afirmar, las ideas, los pensamientos,

las imágenes y los sentimientos se encuentran radicalmente incapacitados para

existir fuera de ella. Si hiciéramos la prueba de dotar al mejor de los investigadores

de los medios más sofisticados y le pidiéramos que investigara el contenido de unas

palabras grabadas en la cinta magnética, en las vibraciones del aire o en las líneas

de una carta, nos encontraríamos con la sorpresa de que allí debajo, como

elementos últimos, no había ideas o imágenes, sino sólo partículas de metal más o

menos ordenadas, movimientos de las partículas del aire o montoncitos de tinta en

forma de rasgos.

Esto es lo que acontece cuando alguien intenta analizar una palabra

hablada o escrita en una lengua totalmente desconocida. Las posibles ideas las

forma él siempre que se den estas dos condiciones, al menos estas dos: a) que

conozca esos elementos en tanto que códigos, es decir en tanto que factores

elegibles por el emisor con la finalidad de ser códigos, b) que el conocimiento de

estos elementos, en tanto que códigos, tenga alguna conexión con su experiencia

personal presente o pasada, como luego veremos.

La descodificación, por tanto, no consiste en la separación del mensaje

respecto de las palabras u otros signos, porque allí no hay nada que separar. La

descodificación es la acción del receptor, el que escucha o recibe materialmente el

símbolo, consistente en la formación o producción mental de unas ideas, unos

pensamientos, unas imágenes y unos sentimientos que se correspondan con las

ideas, los pensamientos, las imágenes y los sentimientos del emisor. Pero entonces

son ideas suyas, pensamientos suyos, imágenes y sentimientos propios, no una

copia o una parte de los contenidos mentales del emisor. Esta manera de interpretar

los procesos cognitivos se encuentra mucho más cerca de la posición de algunos

autores modernos como OSGOOD, que de la posición de los pensadores aris-

totélico-tomistas. El lenguaje desempeña el papel de mediador entre el que habla o

escribe y el que escucha o lee. Pero cada uno de ellos ejerce sus propios procesos

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cognitivos. En otras palabras, la función de simbolizar que se le atribuye al lenguaje

no es la función fundamental suya. La función fundamental consiste en suscitar una

serie de ideas, imágenes, pensamientos o sentimientos en aquel que lo recibe, sin

que por esto el lenguaje tenga la consideración de causa eficiente de estos

procesos cognitivos o afectivos. Cuando PINILLOS resume la teoría de OSGOOD, a

este respecto, se expresa así: 'la función del símbolo verbal no consiste en servir de

signo a las palabras, sino en suscitar componentes desgajables de la conducta real

suscitada por los objetos asociados a la estimulación fonetográfica en que consiste

la palabra hablada o escrita'13

. Para mí esos componentes desgajables de la

conducta real son las ideas, los pensamientos, las imágenes, los sentimientos, etc.

El lenguaje tiene la virtualidad de suscitar una serie indefinida de ideas, imágenes,

sentimientos, etc. en el que lo recibe, pero lo cierto es que no hay comunicación

mientras que no se produzca la elección de una de ellas que es precisamente la que

se corresponde con el mensaje o la idea que el emisor ha asociado a su código. Si

no se produce esta correspondencia, lo que tiene lugar entre ambos no es una

comunicación real; y lo que tiene lugar en el que escucha es el error. Una

interpretación mala o incorrecta jamás dejará paso a la verdadera comunicación.

Ahora bien, esta elección sólo es posible si el receptor tiene en cuenta el contexto

de todo el proceso: las ideas que él posee, las ideas que se supone tiene el que

habla o emite el lenguaje, las ideas que ya ha recibido de él con anteriorodad, la

consecuencia o ilación lógica que vincula unas ideas a otras, los estados

emocionales o afectivos de ambos, la situación ambiental, etc. Todo esto es lo que

permite la 'anticipación' de la cual se habla en el apartado siguiente.

La base fundamental para que se produzca esta correspondencia entre las

ideas del emisor y las ideas del receptor está en la utilización del símbolo como

elemento común, pues ambos le otorgan el mismo valor cuando va incardinado en

unas mismas estructuras psicolingüísticas. Esto último que acabo de afirmar es lo

que permite al receptor anticipar en cierta manera el mensaje, es decir, esperar que

el emisor, a través de estas estructuras, va a poner los medios para que él produzca

en su mente unas ideas o unos pensamientos determinados. En toda comunicación

se da esta anticipación. Cuando el habla responde a estas expectativas, se

establece la comunicación. Cuando no hay posibilidad en absoluto de anticipar las

líneas generales del mensaje, percibimos los sonidos, advertimos que esos sonidos

son palabras y que forman oraciones, incluso oraciones correctas, pero la

comunicación no se produce en absoluto porque nosotros, utilizando ese lenguaje

como estímulo, somos incapaces de producir idea o pensamiento alguno. La des-

codificación, por tanto, consiste en darse cuenta de que eso que percibimos no es

un mero sonido material o un conjunto de sonidos, no es un rasgo sobre el papel o

un conjunto de rasgos, no es un movimiento del cuerpo o una serie de movimientos

materiales, sino que es un símbolo o un conjunto de símbolos para los cuales hay

un sentido en la mente del que los oye o los lee.

d) La producción de información nueva:

La producción de una idea o un pensamiento no consiste en descubrir el

contenido semántico de los símbolos del lenguaje sino en hacer donación de

contenido a esos símbolos, de una forma paralela a como hizo donación de ese

contenido el emisor. Pero hay algo más, la donación de contenido es también la

donación de sentido. La comunicación es efectiva cuando las ideas o pensamientos

nuevos tienen sentido. Ese sentido tiene que dárselo el mismo que las produce,

pues nadie puede intervenir o violar el santuario de las ideas de los demás.

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Los símbolos que son recibidos como parte de un lenguaje cualquiera

adquieren sentido cuando desde la mente es posible atribuirles un contenido

semántico y, además, cuando ese contenido semántico puede ser insertado al lado

de otros contenidos semánticos que ya forman parte de las estructuras lógicas que

ya existen en la mente del receptor. Este contenido semántico no es absolutamente

nuevo para él, pues, para la mente humana no existen contenidos o ideas

absolutamente nuevas. Cualquier contenido o idea, nacido de esta manera a

propósito de la recepción de un símbolo como parte del lenguaje, ya estaba

presente de una manera implícita en las estructuras de la conciencia del que lee o

escucha. En virtud del lenguaje lo que era implícito se hace explícito, lo que era

solamente virtual se hace actual, y lo que era tácito u oculto se convierte en

explícito, claro, terminante o formal. El que oye o escucha, cuando recibe las partes

elementales del lenguaje debidamente estructuradas, expresa su propio

conocimiento, su propia idea; la declara o la dice mentalmente, la da a luz, de la

misma manera que la dio a luz el emisor en virtud de este u otros procesos de los

cuales habla la psicología, entre ellos, la abstracción. El lenguaje en este caso,

desempeña el papel de estímulo del pensamiento, sin que quepa la posibilidad de

interpretar ese estímulo en el sentido mecanicista de la psicología behaviorista.

El lenguaje y las partes que lo constituyen adquieren sentido en el

destinatario que lo recibe cuando estas ideas nacientes emergen de las ideas

anteriores y vuelven a ellas para formar una estructura nueva y más perfecta o más

rica, es decir, más apta para conocer e interpretar la realidad.

Cada vez que surge una idea nueva, cada vez que emerge de las demás

ideas en las que ya se encontraba de una manera implícita o latente, se produce un

aprendizaje. Pues bien, cuando esta idea es susceptible de ser incardinada o

insertada en las estructuras anteriores con la ayuda de las leyes lógicas, ese

aprendizaje es un aprendizaje significativo. Esta inserción puede ser llevada a efecto

en virtud de las leyes del pensamiento eidético, las leyes del pensamiento apofántico

o las leyes del pensamiento lógico. En cualquier caso el pensamiento resultante es

un pensamiento nuevo; más rico y más perfecto.

e) El constructivismo del conocimiento humano:

La psicología actual entiende que la formación del pensamiento humano

obedece al paradigma del 'constructivismo'. En efecto, no sólo el alumno que se

entrega a las tareas del aprendizaje en las aulas, sino también el hombre en

general, desarrollan una serie de procesos conducentes al aprendizaje. Estos

procesos duran absolutamente toda la vida. Durante mucho tiempo la psicología de

la educación ha estimado que este aprendizaje era un aprendizaje directivo,

interpretando estos procesos como una actividad del maestro o educador

conducente a trasladar a la mente del alumno sus ideas o sus conocimientos en

general; como una acción consistente en copiar en la mente del alumno las

estructuras mentales, los hábitos, las destrezas, las habilidades y los valores que

había en su propia mente. Hoy la psicología interpreta los procesos educativos

según los paradigmas del constructivismo en el sentido de considerar al alumno, no

como receptor, sino como actor, creador, moldeador y configurador de sus propias

ideas y de sus propias estructuras mentales. La producción de información que tiene

lugar a propósito del lenguaje, tal como se expone en los apartados anteriores, se

sitúa en esta misma línea. Hasta tal extremo, que en muchos casos, la nueva idea

concebida a propósito del lenguaje, cuando es profunda e innovadora, obliga a

cambiar las estructuras mentales existentes, para sustituirlas por otras en las cuales

quede mejor representada la realidad. Uno de estos casos es el de COPÉRNICO,

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cuando concibió la idea del heliocentrismo. Esa idea, le obligó a cambiar sus

estructuras mentales, pero también obligó a cambiar las estructuras mentales de la

humanidad entera para representarse la realidad y el funcionamiento del universo

celeste. Si las estructuras renovadas son importantes, tienen una cierta coherencia,

y, por otra parte, si son homogéneas, esas estructuras constituyen una nueva

ciencia.

f) Los procesos afectivos concomitantes:

Los procesos psíquicos cognitivos nunca se producen solos. Cada uno de

ellos arrastra detrás de sí una serie de procesos afectivos. Pues bien, el primero de

estos procesos, cuando el lenguaje cumple su función, es el sentimiento de

satisfacción o placer mental. Cuando esto acontece, uno tiene la sensación de

plenitud. 'Ya lo sé', 'me he enterado', 'tengo la noticia', 'estoy al corriente'. La

sensación es siempre de plenitud. Lo es, aunque la noticia sea mala o dolorosa. El

dolor procede de otros factores; no precisamente de la información en cuanto tal.

Este sentimiento de placer se experimenta de una manera especial cuando el

receptor tiene que ejercer mucho esfuerzo para producir su idea a propósito del

lenguaje que le dirigen, por ejemplo, cuando hablamos una lengua que conocemos

poco y vamos entendiendo algunas palabras o algunas frases. La sensación de

satisfacción se produce, sobre todo, porque la intelección es una actividad espontá-

nea, fruto de la creatividad mental propia de la inteligencia. En este sentido la alegría

de entender es comparable a la alegría de la madre cuando da a luz su propio hijo

contemplándolo después de haber nacido.

g) La planificación de la conducta:

La última de las fases del lenguaje por parte del receptor del mismo es la

eventual planificación de la conducta. Esto es lo que entienden algunos autores,

pero suprimiendo de la frase la palabra 'eventual'. Entonces el lenguaje es entendido

como un proceso destinado a desencadenar una conducta en el que escucha. Este

es el caso de STAATS cuando dice que el lenguaje cumple su función sólo cuando

esta conducta se produce; por ejemplo cuando la madre le dice a su hijo que vaya a

comprar pan y éste, de hecho, coge el camino y va a la panadería14

.

Dos cosas conviene constatar a este respecto: a) Ni el lenguaje, ni el

pensamiento que emerge en la mente del individuo que recibe el lenguaje, tienen

como efecto necesario e inmediato la conducta. El individuo humano es libre para

realizar una conducta o no realizarla. La conducta no tiene como causa inmediata

las ideas o los pensamientos, sino las decisiones de la voluntad que pueden

encontrar motivaciones suficientes en esas ideas o pensamiento o no encontrarlas.

En cualquier caso, estas decisiones son completamente libres. El lenguaje estimula,

pero no produce la conducta. En cuanto a la planificación de la misma por parte del

lenguaje, son muchas las teorías que pululan por las páginas de los libros de la

psicología actual. Parece que el niño va dirigiendo su conducta por medio del

lenguaje, es decir, por medio de las palabras que va pronunciando mientras ejecuta

los movimientos del juego o de otro tipo de actividad15

. Sin embargo estas teorías

piagetianas distan mucho de ser contundentes. Frente a los argumentos en favor de

la dirección de la conducta por parte del lenguaje hay otros argumentos paralelos y

no menos respetables o ponderados según los cuales, tanto el lenguaje, como los

movimientos que está efectuando, son efecto del pensamiento que en ese momento

se desarrolla en su mente. El lenguaje no es necesario para la acción. La prueba

está en que, no tardando mucho, el niño comienza a prescindir de él, sin que quepa

interpretar esto como una internalización del mismo. b) El fruto o efecto indirecto del

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lenguaje en el que lo recibe es la producción de ideas o pensamientos como ya

hemos visto. Ahora bien hay ideas y pensamientos que no están destinados a ser

llevados a la conducta, por ejemplo, los pensamientos acerca de la naturaleza de los

seres, los pensamientos acerca de las propiedades de las figuras y los volúmenes

de la geometría, los pensamientos e ideas acerca de la belleza del firmamento, los

pensamientos e ideas acerca de la naturaleza y los atributos divinos, los

pensamientos e ideas acerca de la propia personalidad ontológica y del yo, etc. Los

pensamientos y las ideas más profundos, así como los valores y los sentimientos

más sublimes, están hechos para ser admirados y disfrutados, pero no para ser

materialmente producidos o ejecutados.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c. 9.- 1) Mayor, 1985;

Beltrán, 1988; Ervin-Tripp, 1970, 1971; Donaldson y otros, 1970; Gibson y otros,

1969; Eimas, 1971; Di Vesta y otros, 1962, 1967. 2) Miller, 1965; Peraita, 1988;

Ajuriaguerra, 1983; Nelson, 1988; Castilla del Pino, 1972; Garagalza, 1990; Mura,

1987; Oleron, 1977; Nakazima, 1983. 3) Luria, 1980, 1974. 4) Helmholtz, 1912. 5)

Rutherford, ver Jolivet, 1956. 6) Weber, 1939. 7) Ewald, ver Jolivet, 1956. 9) Mayor,

1985. 10) García Albea, 1982, 1986, 1987. 11) García Albea, 1982, 1987. 12)

Mayor, 1985, Rumelhart, 1977; Clark y Clark, 1972, 1977; Lenneberg, 1982.;

Osgood, 1986; Weizembaum, 1978. 13) Pinillos, 1975; Osgood, 1986. 14) Staats,

1983; Luria, 1980, 1985, 1980. 15) Piaget, 1983.

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Cap. X.- ANALISIS DEL HABLA Y DEL LENGUAJE

1.- ANALISIS DEL HABLA

De la misma manera que se hace un análisis del lenguaje hablado en tanto

que expresión del pensamiento, cabe la posibilidad de hacer un análisis del habla en

tanto que conducta fisiológica con independencia de su significación. En este

sentido cabe afirmar que el habla es un conjunto de sonidos articulados producidos

por los órganos de la fonación humana, es decir, un conjunto de sonidos que son

voces. Por tanto no se trata de cualquier tipo de sonidos.

En efecto, el habla es un conjunto de sonidos vocálicos apto para

convertirse en lenguaje, es decir, apto para expresar un pensamiento o una serie

de ellos. Pues bien, de este fenómeno forman parte: a) los movimientos de los

órganos, b) la producción del sonido (voz) y c) la articulación del mismo. Los

miembros de esta serie, tomados de atrás adelante son independientes, pero no

viceversa. Es decir, puede haber movimientos de los órganos y no haber sonido

(voz); de la misma manera puede haber sonido (voz) y no haber articulación. En

cambio, es imposible que haya articulación si no hay sonido (voz); lo mismo que es

imposible que haya sonido (voz) si no hay movimiento de los órganos.

a) Forman parte del movimiento de los órganos: la acción de los pulmones

que impelen el aire; el choque del aire con las cuerdas vocales productoras del

sonido y su roce con el paladar, la lengua, los dientes y los labios; la acción y la

fuerza de estos órganos en cada caso, las vibraciones de las cuerdas vocales

mediante las cuales el sonido se convierte en voz; la posición de la lengua y los

dientes, y la oclusión y apertura alternativas de los labios, el desplazamiento de

estos órganos, la presión y el choque en movimientos recíprocos, etc.

b) Forman parte del sonido o de la voz: el volumen o intensidad que deriva

de la amplitud de las ondas sonoras medidas en decibelios; el tono o entonación

que deriva de la frecuencia de esas mismas ondas en una unidad de tiempo (el

segundo) medida en herzios, en un margen que va de 100 a 3.500; y el ritmo o

adaptación de las divisiones de que es susceptible esta sucesión de sonidos, algo

así como la forma peculiar de combinarse la duración de cada uno de ellos en cada

uno de los intervalos; en los sonidos musicales esta sucesión es el compás.

c) Forman parte de la articulación de los sonidos o las voces: el paso del

aire por las distintas zonas de la boca; la simple vibración de las cuerdas para la

emisión de sonidos vocales; la apertura y el cierre de los órganos (lengua, dientes,

paladar) para la emisión de sonidos consonánticos (modificación o alteración

voluntaria de la salida del aire al exterior); la combinación física de ambos sonidos

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para la formación de las sílabas; la combinación física de los sonidos silábicos para

formar las palabras, etc.

d) También forman parte del habla, como fenómeno general, otros

movimientos físicos asociados o concomitantes como las embolofrasias y las

sinkinesias: movimientos de manos, pies, ojos, músculos faciales, posiciones del

cuerpo, etc.

e) Son frecuentes, de la misma manera, otros movimientos físicos

concomitantes, si bien algunos de ellos tienen un carácter parcialmente psíquico:

sudoración, hipersalivación, taquicardias, espasmos, alteraciones respiratorias,

alteraciones del pulso, subida o bajada de la tensión arterial y de la tensión muscular

(fenómenos electromiográficos), etc.

2.- ANALISIS DEL LENGUAJE HABLADO

Desde el punto de vista de la psicología resulta mucho más interesante el

análisis del lenguaje1. El habla, en tanto que conjunto de sonidos físicos (voces)

articulados, cuando es asumida para expresar un mensaje o un pensamiento, se

convierte en lenguaje hablado. Pues bien, el lenguaje hablado, considerado como

un todo, también es susceptible de un análisis, lo mismo que el habla. Como

habremos podido observar, se trata de un todo integral en el que los elementos no

son partes metafísicas, ni partes lógicas, sino partes físicas o partes integrales.

Estas partes integrales, en un primer nivel, son los fonemas; en un segundo nivel,

son los morfemas; y, en un tercer nivel, son los enunciados u oraciones.

El estudio científico de cada uno de los tres niveles a los que acabo de

referirme corresponde a una ciencia especial: el estudio de los fonemas es el objeto

de la Fonética; el estudio de los morfemas es el objeto de la Morfología; y el estudio

de los enunciados u oraciones es el objeto de la Sintaxis gramatical. Esto exige una

precisión importante, pues entiendo que la Fonética no tiene como objeto esencial el

estudio de los sonidos materialmente considerados, esto es cosa de la Física, sino

el estudio de la naturaleza y constitución de los sonidos vocales o consonánticos

(voces) en tanto en cuanto que son aptos para formar estructuras de mayor alcance,

es decir, estructuras que sean aptas para formar parte de un lenguaje o de una

estructura portadora de un mensaje. A su vez, la Morfología no tiene como objeto el

estudio de las palabras como entidades físicas, sino de las palabras como

estructuras articuladas aptas para soportar un contenido semántico y para formar

parte de otras estructuras superiores dotadas igualmente de significado. Por último,

el objeto esencial de la Sintaxis no son las oraciones en tanto que entidades físicas

constituidas por unos sonidos determinados, sino en tanto que son entidades

significativas de pensamientos completos y, además, partes potenciales de una

estructura compleja que obedece a las leyes de la coordinación, la subordinación y

la yuxtaposición.

a) El nivel uno del análisis es el nivel de las sílabas o los fonemas. Estos

elementos del lenguaje, tomados aisladamente unos de otros, no poseen carga

semántica alguna, es decir, no significan nada. Sin embargo no son elementos

indiferenciados. Ante todo son una parte de la voz humana que es apta para unirse

o articularse con otras partes de la misma voz y así poder recibir una carga

significativa determinada. Los fonemas pueden estar constituidos por el sonido vocal

o consonante correspondiente a una sola letra, por ejemplo, 'a', o pueden estar

constituidos por sonidos que corresponden a varias letras vocales o consonánticas,

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por ejemplo, 'al'. Se da la circunstancia de que algunos de estos fonemas, aun

siendo partes elementales del lenguaje, tienen significado por sí mismos (carga

semántica). Tal es el caso de los dos ejemplos que acabamos de proponer.

Los autores actuales procedentes del campo de la lingüística hacen un

análisis todavía más detallado y que en muchos aspectos no coincide con en

analisis que acabamos de hacer. En este sentido no dudan en afirmar que el analisis

de la palabra tiene como resultado tres factores elementales, los fonemas, las

sílabas y los monemas: a) los fonemas son fragmentos de la palabra que se

corresponden con los sonidos de las letras vocales o consonantes, por ejemplo, el

sonido correspondiente a la i o a la s; los fonemas tomados aisladamente no tienen

carga significactiva alguna; b) las sílabas, son fragmentos de las palabras

constituidos por una sola emisión de voz, por ejemplo, des-o-rien-ta-do; las sílabas,

tomadas independientemente de las otras que constituyen la misma palabra,

tampoco tienen carga significativa; c) los monemas son fragmentos de la palabra

que sí tienen carga significativa, aun tomados por separado, por ejemplo, des-

orient-ado. La división de la palabra en fonemas y sílabas es una división fonética,

mientras que la división en monemas es una división significativa o semántica (L.

CARRETER)2.

Los monemas, por su parte, pueden ser morfemas o lexemas: a) los

lexemas son los monemas que tienen significado pleno, es decir, tienen un

contenido semántico propio: contenido semántico; este es el caso del monema

orient de la palabra anterior; b) los morfemas tienen significación pero no es propia;

se limitan a relacionar o modificar el significado de los morfemas; este es el caso del

monema ado de la palabra anterior, utilizado para expresar que la acción del

morfema es una acción pasiva y pasada; por eso nos dicen que su significado en

meramente gramatical, en el sentido de que su valor consiste en servir para

expresar las variaciones, los accidentes o formas gramaticales de los lexemas, por

ejemplo, la s del plural, la a del femenino, el artículo, los prefijos y los sufijos, las

desinencias verbales, etc. Hay excepciones en las que, no obstante, los lexemas

son también morfemas, por ejemplo, 'extra'.

b) El nivel dos del análisis del lenguaje es el nivel de las palabras o los

morfemas. Estos elementos del lenguaje ya tienen un contenido semántico por sí

mismos, es decir, lo tienen con independencia de otros elementos de su misma

categoría. Tomados aisladamente, salvo raras excepciones, los morfemas no

expresan pensamientos completos, pero son símbolos verbales de los noemas (las

ideas) los cuales, por naturaleza, son mentales. Como podemos comprobar, esta

nomenclatura, referida a los morfemas, no se ajusta del todo a la nomenclatura

utilizada en el párrafo inmediatamente anterior. Los fonemas son más o menos los

mismos en todas las lenguas, pero los morfemas son distintos, pues cada lengua

hace una articulación propia de sus fonemas. Aun dentro de una misma lengua, los

morfemas pueden presentarse bajo distintas formas (singular-plural, masculino-

femenino, etc.), pueden presentarse como categoremas o como sincategoremas,

pueden ser palabras primitivas o palabras derivadas, etc. La referencia a los

contenidos noemáticos en cada uno de estos casos es siempre distinta, bien porque

cambian estos contenidos al cambiar los morfemas, bien porque cambia la

referencia que las palabras tienen con las ideas. En casos excepcionales, hay

morfemas que sí expresan pensamientos completos, por ejemplo, 'vete'. En casos

más excepcionales todavía, hay fonemas que tienen este mismo valor, por ejemplo

'i', que en la lengua latina significa lo mismo que 'vete' en el ejemplo anterior.

c) El nivel tres del análisis del lenguaje es el nivel de los enunciados u

oraciones, es decir, los fragmentos del lenguaje que se comportan como patrones

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de pensamiento completos o pensamientos en los cuales hay por lo menos una

afirmación o una negación. Estas estructuras están constituidas por otros elementos

más simples que son los morfemas. Las estructuras o patrones más simples, en

este tercer nivel, son aquellas que constan de sujeto, verbo copulativo y atributo ('S

es P'), o aquellas que constan de sujeto y verbo predicativo. El verbo predicativo ya

es un atributo. Por eso cualquier enunciado simple es reducible a la formula general:

S es P. La articulación de varias estructuras simples da lugar a una estructura o

enunciado compuesto. Estas estructuras compuestas pueden ser yuxtapuestas, si

entre los miembros no existe vínculo alguno desde los contenidos semánticos.

Pueden ser coordinadas, si entre la acción o el estado expresado por el verbo de

cada una existe una relación meramente temporal o espacial, sin que esto suponga

dependencia ontológica alguna entre los contenidos semánticos (aspecto discutible

desde el punto de vista de la lógica matemática). Y pueden ser subordinadas si

entre la acción o el estado expresado por cada uno de los verbos hay alguna

relación más profunda, por ejemplo, relación de causa-efecto, relación de

antecedente-consiguiente, relación adjetiva, relación temporal, relación condicional,

relación consecutiva o relación concesiva, etc.

d) Hay un nivel cuatro del lenguaje. Este nivel es el metalenguaje, del cual

se habla también en este libro. El metalenguaje es un lenguaje sobre el lenguaje

que empleamos para expresar nuestras ideas. Aparte de su dimensión lógica y

gnoseológica, el metalenguaje también tiene una dimensión língüística. Por

supuesto, los niveles del metalenguaje son los mismos que los niveles del lenguaje:

nivel de los fonemas, nivel de los morfemas y nivel de los enunciados.

Algunos autores dan por supuesto que la inteligencia recorre estos cuatro

niveles empezando por el primero. Es decir, que va desde los fonemas a los

enunciados, pasando por los morfemas. Sin embargo entiendo que la marcha de la

inteligencia se produce siempre en sentido contrario. La inteligencia humana

practica el análisis antes que la síntesis. Se lanza a la operación de sintetizar sólo

después de conocer los elementos que maneja, es decir, los elementos que son

susceptibles de composición o estructuración. Y éstos los conoce por medio de la

síntesis. Por tanto el niño, cuando nace, comienza oyendo enunciados complejos y

el extraño que aprende la lengua de un país extranjero comienza igualmente oyendo

enunciados complejos. Su entendimiento de la lengua, en el caso del niño, se

produce a medida que va practicando el análisis sobre aquello que oye. En el caso

del extranjero que se enfrenta con una lengua nueva, acontece exactamente lo

mismo. Conviene reflexionar sobre esto: la inteligencia no sintetiza más que los

elementos de que dispone y estos elementos los ha obtenido de la realidad por

abstracción o por análisis.

Que esto sea así, es decir, que la inteligencia se comporte de esta manera,

no tiene nada de extraño. Bien vistas las cosas parece lo más natural del mundo. En

la naturaleza hay cosas, no elementos de cosas. Lo primero son las síntesis, las

totalidades, por ejemplo, la sangre, el aire, los cuerpos en general, etc. Los glóbulos

rojos y blancos, el oxígeno y el hidrógeno, las moléculas y los átomos

independientes o separados vienen después, cuando el científico ha practicado el

análisis. Si trasladamos esto al campo del conocimiento humano y animal hay que

reconocerle su parte de razón a la psicología gestaltista, según la cual no percibimos

elementos o cualidades simples y aisladas de las cosas, sino cosas como

totalidades. La percepción de los elementos o cualidades viene después por análisis

del objeto de la percepción.

Todas nuestras facultades son abstractivas. Lo son incluso las más

elementales, por ejemplo, el sentido de la vista cuando, de todas las cualidades de

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las cosas, selecciona y elige sólo el color o la forma. La facultad abstractiva por

antonomasia es la inteligencia. En el orden ontológico, de todos los elementos que

constituyen la cosa material, en tanto que objeto de la percepción y la imaginación,

la inteligencia selecciona o elige la esencia o alguno de sus elementos esenciales,

constituyéndolo en objeto propio de su conocimiento. Abstraer es analizar, es decir,

realizar una acción mental sobre un todo (síntesis) preexistente. Pues bien, el

hombre tiene una facultad especial que es el lenguaje y, en esto, no constituye

excepción alguna. El lenguaje también es una capacidad abstractiva (ahora la

llaman 'restrictiva)3.

Lo primero que oímos son enunciados complejos, discursos,

conversaciones, etc. De ahí, por análisis, pasamos al conocimiento de las palabras,

y posteriormente, también por análisis, pasamos al conocimiento de los monemas,

las sílabas y los morfemas. Cuando hoy se reconoce, a propósito de las teorías de

CHOMSKY, que el niño aprende mucho más de lo que le enseñan, es precisamente

por esto: el análisis de los enunciados complejos, que es lo que le enseñan, lo que

oye, es a su vez lo que le permite inducir las reglas del lenguaje aun antes de

aprender las palabras y las sílabas. La prueba de ello es que el niño ya las aplica

cuando aprende las palabras nuevas de su lengua materna o de otra lengua

cualquiera. El resultado inmediato del análisis del discurso verbalizado no son las

palabras, sino las reglas que afectan a la naturaleza, a las formas y al régimen de

las mismas. Mientras que las palabras son aprendidas, las reglas del lenguaje son

inferidas en su mayor parte4.

El metalenguaje merece una consideración aparte respecto de los otros

niveles del lenguaje. En efecto, 'la conciencia metalingüística, la capacidad de

pensar en el lenguaje, la capacidad de comentarios sobre el lenguaje, no sólo la

capacidad de generarlo y comprenderlo, se desarrolla tardíamente. El instrumento

fundamental del lingüista que se ocupa del lenguaje adulto es la capacidad de los

hablantes para decidir si una oración es gramatical o ingramatical, y para corregir las

oraciones ingramaticales. Pero el hablante no da muestra de esta capacidad hasta

más o menos los cinco años' (DALE)5. Otros autores demuestran que esta

capacidad comienza a desarrollarse incluso antes de esa edad6. En otras palabras,

los niños de corta edad utilizan las reglas de formación y transformación de

estructuras lingüísticas a poco de nacer; sin embargo no son conscientes de ello

hasta una edad un tanto avanzada que ronda los cinco años.

3.- ANALISIS DEL LENGUAJE HABLADO DESDE LAS DISTINTAS GRAMATI-

CAS

Los distintos tipos de gramática que hoy tienen su vigencia propia pueden

servir de punto de vista o criterio para hacer otros tantos tipos de análisis del

lenguaje humano. Estas gramáticas son la gramática descriptiva, la gramática

estructural, la gramática generativa, la gramática de casos, etc. También cabe

la posibilidad de hacer una análisis del lenguaje desde la lingüística. En efecto:

a) Desde la lingüística7 es posible hacer un análisis del lenguaje y el

resultado del mismo son los universales lingüísticos a los que ya nos hemos referido

en repetidas ocasiones: las estructuras profundas y las reglas transformacionales en

virtud de las cuales estas estructuras se convierten en estructuras superficiales en

cada una de las lenguas vigentes. Aun más, de este análisis, los elementos

resultantes son los proceso psíquicos más simples mediante los cuales resultan

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estas estructuras profundas y son descubiertas estas reglas fundamentales. La

lingüística queda incompleta sin una psicolingüística que le sirva de base.

b) Desde la gramática descriptiva8 puede hacerse también un análisis del

lenguaje; y sus resultados, como elementos, son las unidades lingüísticas probables

en una lengua determinada, los criterios que suelen utilizarse para formularlas y la

clasificación de las mismas. La descripción consiste en determinar qué palabra debe

venir (probabilidad) detrás de otra palabra dada. Por ejemplo, después del artículo

'el' debe venir un nombre masculino y singular; después del nombre debe venir el

verbo, etc. Partiendo de una palabra que marca el comienzo de la frase se pueden

determinar con cierta probabilidad los elementos y la configuración concreta de la

misma ateniéndonos a estas reglas que son las mismas para todas las frases o

enunciados del la misma especie. Son líneas de palabras o series en cadena de

izquierda a derecha. Ahora bien, está demostrado que estas leyes secuenciales no

son invariables; tampoco son necesarias y universales. Por tanto, no garantizan que,

dado un comienzo, la oración haya de desarrollarse de esa manera determinada, ya

que las combinaciones posibles de las palabras en una lengua cualquiera son

prácticamente infinitas. Tampoco garantiza que la oración resultante sea correcta, es

decir, sea una oración gramatical.

c) Desde la gramática estructural9 también puede practicarse un análisis del

lenguaje. Los elementos resultantes de este análisis son las partes constituyentes

de la oración: los morfemas y la estructura de la oración. Esta estructura de

elementos constituyentes o palabras puede ser simple, si se la considera como una

totalidad; y puede ser compleja o jerárquica, si se la considera como formada por

varias estructuras más elementales o por oraciones que forman parte unas de otras,

por ejemplo: 'el niño rompió un cristal de la ventana'.

Tomado como totalidad, este enunciado es una estructura constituyente

simple, es decir, es una oración gramatical.

Tomado por partes, hay en él varias estructuras constituyentes que forman

una jerarquía: 1) el niño, 2) rompió un cristal de la ventana. A su vez, la primera

estructura parcial consta de dos elementos constituyentes: 1) 'el' y 2) 'niño'. 3) Por

su parte, la segunda estructura parcial 'rompió un cristal de la ventana' consta de

otras dos estructuras más elementales subordinadas: 1) 'rompió' y 2) 'un cristal de la

ventana'. Este mismo análisis podemos practicarlo con la segunda de estas

estructuras elementales: 'un cristal' y 'de la ventana'. Cada una de estas últimas

estructuras elementales parciales tiene dos constituyentes; 1) 'un', y 2) 'cristal'; 1)

de' y 2) 'la ventana'.

Puesto en esquema esto sería algo así como un árbol invertido y sin tronco

o como una bombilla bajo una pantalla de la cual emergen una serie de rayos de luz.

Una cadena de palabras, si se tiene en cuenta sólo las palabras, suele ser

ambigua, por ejemplo, el pronóstico de la sibila de Delfos al que nos hemos referido

en capítulos anteriores. El significado se determina por la estructura de la frase. La

estructura jerárquica permite determinar este significado y permite además combinar

los componentes en un número elevado de formas casi infinito para configurar un

enunciado gramatical, es decir, un enunciado correcto o enunciado con sentido.

Una oración completa, sometida a análisis, da como resultado dos

estructuras constituyentes: una estructura constituyente nominal (EN) y otra

estructura constituyente verbal (EV). A su vez, la estructura EN sometida a análisis

es descomponible en otras dos estructuras constituyentes más elementales, el

artículo (A) y el nombre (N). Por su parte, la estructura EV sometida a análisis es

descomponible en otras dos estructuras constituyentes, el verbo (V) y otra estructura

nominal (EN), la cual, en un análisis ulterior, es descomponible en A y N.

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Pues bien, la descripción de la oración puede hacerse en forma de árbol

utilizando estas letras sustitutivas de las palabras, de la misma manera que en

lógica matemática se sustituyen las palabras por los functores y los argumentos para

analizar un enunciado cualquiera. Esta estructura se completa con una serie de

reglas mediante las cuales el individuo puede detectar la ambigüedad de una frase y

la aceptabilidad de las frases correctas entre todas las posibles. Este es el objeto de

las gramáticas de estructura de frase o gramáticas generativas. Por ejemplo, en

el caso anterior, una de estas reglas declararía inaceptable la estructura

constituyente AV. Como hemos indicado en otro lugar, estas reglas son restrictivas,

toda vez que, en virtud de ellas, el mundo del lenguaje queda reducido sólo a

aquellas secuencias de sonidos que son aceptables en una gramática determinada.

d) La gramática transformacional10

también nos facilita un tipo de análisis del

lenguaje hablado. Si las gramáticas estructurales describen la estructura

constituyente de un enunciado (que es su estructura superficial), las gramáticas

transformacionales describen las estructuras profundas o estructuras latentes, las

cuales a veces no coinciden con las estructuras superficiales. El resultado del

análisis, en este caso, son los universales lingüísticos, sus elementos, las reglas de

formación y transformación de estas estructuras que dan paso a las estructuras

superficiales. Las reglas transformacionales indican la forma en que están

relacionadas las estructuras latentes con las estructuras superficiales.

Algunas de estas reglas son las siguientes: a) si un enunciado consta de SN

(estructura profunda) y de SV, el SN es el sujeto del enunciado y el SV es el

predicado, b) Si el SV consta de un V y un SN, el V es el verbo principal de la

estructura completa y el SN es el complemento, c) Si el SN consta de un N y de otro

término, el N es el sustantivo principal y el otro término (el determinante) es el

modificador, d) la regla de la pasividad: en la transformación de un enunciado de

activa a pasiva se invierten ambos sintagmas y la forma del verbo añadiendo 'por'.

Esta última ley es un claro ejemplo de generalización del lenguaje, y, como

puede verse, este proceso es posible sólo desde las estructuras profundas, pues

desde las estructuras superficiales los enunciados son muy diferentes. En otras

palabras, la ventaja de este análisis desde las estructuras profundas está en que

pueden explicarse las relaciones que hay entre enunciados que se presentan con

diversas formas superficiales, por ejemplo, la identidad entre dos enunciados uno en

voz activa y otro en voz pasiva, pero con los mismos constituyentes. En fin de

cuentas, de lo que se trata es de buscar generalizaciones del lenguaje

independientes de las estructuras superficiales.

En resumen, los elementos resultantes del análisis transformacional son: la

estructura profunda o de base compuesta de otras subestructuras profundas, el

componente transformacional o conjunto de reglas de transformación aplicables a

las estructuras profundas y la estructura superficial que es la resultante de aplicar a

la estructura profunda las reglas que acabo de mencionar.

En cualquier caso, un enunciado cuya estructura profunda es EN+V+EN,

para ser sometido a las reglas transformacionales, necesita el complemento de las

reglas de subcategorización que son las que determinan los distintos usos de una

palabra. No basta con conocer las propiedades fónicas y semánticas de una

palabra. Para un lenguaje correcto tenemos que saber en qué contextos puede

utilizarse con esos fonemas y esos significados. Es el tema de la 'suppositio' de la

que se habla en capítulos posteriores.

e) La gramática de casos11

también puede facilitar un tipo peculiar de

análisis del lenguaje en ese nivel de las estructuras profundas. Este tipo de

gramática permite analizar aun más las estructuras profundas, es decir, constituye

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un análisis todavía de mayor calado. En efecto, en los enunciados a) 'Luis escribió

una carta', b) 'la pluma escribió una carta', y c) 'Luis escribió una carta con la pluma',

hay similitud de estructura profunda entre a) y b) , mientras que en principio, parece

que no la hay entre b) y c).

Pues bien, la gramática de casos nos permite determinar que entre estas

dos últimas oraciones también hay similitud (generalización), toda vez que el análisis

a este nivel nos hace ver que el sujeto de un enunciado, sin dejar de serlo, puede

tener dos funciones en el mismo: la función de agente (causa eficiente) y la función

de instrumento o medio (causa instrumental, que también es causa eficiente). Lo

mismo acontece con el predicado y con el complemento. Estas diferencias

funcionales del sintagma nominal son precisamente las que constituyen los

casos. En esto las lenguas clásicas, el latín y el griego, ofrecían considerables

ventajas para este tipo de analisis.

Los elementos resultantes de este análisis son 'pues' los casos. Para las

lenguas clásicas eran seis estos casos. Este número varía en las lenguas actuales.

Las lenguas clásicas los especificaban por medio de desinencias; así lo hacen

también algunas lenguas actuales, por ejemplo, el alemán y el ruso. Otras lenguas

marcan las diferencias de los casos por medio de preposiciones o locuciones

preposicionales. En cualquier caso, tanto las desinencias o las flexiones, como las

preposiciones entre nombres, indican las diferentes funciones de la estructura EN en

relación con la acción del verbo o estructura EV. En las lenguas modernas que no

utilizan desinencias, sólo el sujeto prescinde de las preposiciones. También

prescinde de ellas el complemento directo cuando es un nombre de cosa.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. C. 10.- 1) Aristóteles:

Historia de loa animales, c. 9; Bosch, 1983, 1984; Borzone, 1980; Anderson, 1990;

Alarcos, 1968; Acero Fernández, 1986; Bowerman, 1983; Bresnan, 1978; Bustos,

1986; Coseriu, 1977; Chomsky, 1976; Dale, 1980; Ferguson y otros, 1983; Gazdar,

1981; Gil, 1990; Gili Gaya, 1971; Gross, 1976b; Hernändez Alonso, 1984; Lázaro

Carreter, 1980; Lyons, 1980, 1981; Malmberg, 1964; Martínez Celdrán, 1989; Miller,

1985; Oleron, 1985; Quilis, 1981, Reyes, 1990; Sánchez Zavala, 1982; Trujillo, 1986;

Miller y otros, 1960; Abercrombie, 1967; Alarcos, 1968; Berko, 1958; Bierwisch,

1972; Clark, 1969; Crocker, 1969; Greene, 1970; Halle, 1962; Halliday, 1967;

Hockett, 1964; Jakobson, 1971; Kiefer, 1970; Linell, 1979; Malmberg, 1966;

McCawley, 1968; Marshal, 1970, 1971; Postal, 1964, 1968; Sapir, 1974: Suppes,

1970; Trubetzkoy, 1962; Brown, 1981; Chomsky 1965; Lenneberg, 1982; Lepschy,

1983; Staats, 1982; Beltrán, 1984; Bowerman, 1982; Slobin, 1972; Savia, 1965;

Knebel, 1971; Bloch, 1948; Derrida, 1967; Apresian, 1960, 1974; Antinucci y otros,

1975; Katz y otros, 1964; Klima, 1964; McNeil, 1970; Savin y otros, 1970; Ver Brown

pág. 212. Weinreich, 1970; 1b) Arsióteles, Historia de los animales, c. 9. Cauquelin,

1990. 2) Lázaro Carreter, 1980. 3) Chomsky, 1968. 4) Chomsky, 1968; Lenneberg,

1982; Luria, 1980, 1985;, 1980. 5) Dale, 1976, 1980. 6) Gleitman, 1970; Gleitman y

Gleitman y Shipley, 1972; de Villier y Villiers, 1973. 7) Lázaro Carreter, 1980; Crystal,

1971, 1983; Antinucci y otros, 1975; Bloch, 1948; Beltrán, 1984; Lenneberg, 1982;

Chomsky, 1976, 1989; Brown, 1981; Staats, 1983. 8) Parisi, 1982, Miller, o.c.;

Beltrán, 1984. 9) Parisi, 1982, Miller, 1974; Beltrán, 1984; Apresian, 1974. Savia y

otros, 1965; Weinreich, 1970. 10) Chomsky, 1968; Parisi, 1982; Beltrán, 1984; Miler,

0.c. 11) Parisi, 1982, Brown, 1981, Miller, o.c.; Lenneberg, 1982.

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Cap. XI.- LAS ESTRUCTURAS LATENTES Y LOS UNIVERSALES LINGÜÍSTICOS

1.- LAS ESTRUCTURAS LATENTES

La actividad lingüística consiste esencialmente en formular o crear un

despliegue indefinido de frases inéditas partiendo de unas estructuras generativas

(innatas) profundas, invariables y comunes a todos los hombres y a través de otras

estructuras más superficiales adquiridas y variables en relación con las distintas

lenguas (CHOMSKY)1. Pues bien, estas estructuras han polarizado la atención de

los psicólogos y los lingüistas en su afán por facilitarnos una comprensión más

profunda de la naturaleza y los mecanismos del lenguaje2.

Las estructuras genéticas o innatas son las que ya hemos descrito

anteriormente y obedecen sobre todo a las leyes y reglas de la lógica, las cuales no

son aprendidas, sino poseídas por el individuo a través de los genes. Ningún

individuo humano, sea de la raza que sea, confunde en su mente el papel que le

corresponde al sujeto que hace la acción con el papel del objeto que la recibe; al

poseedor de una cualidad, con la cualidad poseída; la transitoriedad de una acción,

con la permanencia en el ser del que la realiza, etc. Las estructuras derivadas de

estas exigencias son innatas. Por el contrario las estructuras lingüísticas

construidas a base de frases hechas, de términos conocidos como parte de una

lengua determinada, entonación y cadencia de la dicción material del discurso, etc.,

son estructuras adquiridas, es decir, aprendidas juntamente con la adquisición de

dicha lengua. Estas estructuras ya no son comunes o universales, sino particulares

o específicas de una lengua determinada. Estas estructuras, por otra parte, pueden

ser objeto del condicionamiento de la conducta, tal como lo describen sus

defensores (SKINNER). Sin embargo entiendo que este condicionamiento no es

necesario para que estas estructuras se produzcan. Pueden ser expresiones que

emergen de una manera espontánea de las estructuras profundas del lenguaje en

virtud de la creatividad y originalidad del individuo.

Desde las filas chomskianas suele decirse que el aprendizaje del niño,

referido al lenguaje, consiste en descubrir las reglas sintácticas de la lengua que oye

a sus padres o a otras personas. Estas reglas son las que le permiten construir por

su cuenta frases nuevas y originales de esa lengua, pues las aplica con absoluto

rigor, sin hacer concesiones a los casos excepcionales. Por eso, entre otras cosas,

hace regulares los verbos que en esa lengua son irregulares. Esto último viene a

demostrar una vez más que la conducta lingüística del niño no es una conducta

condicionada por los refuerzos, pues esta conducta no ha sido nunca reforzada. La

dirección de la conducta lingüística del niño procede de dentro a fuera, no de fuera a

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dentro, como acabamos de ver. Lo que mejor la caracteriza es, pues, la

espontaneidad. Ya lo hemos visto en repetidas ocasiones. El aprendizaje o la

deducción de estas reglas sintácticas, en primer lugar, es posible porque tiene a su

base las estructuras lógicas que forman parte del patrimonio racional de todo

hombre (también del suyo), y, en segundo lugar, es un aprendizaje fácil o elemental,

porque en realidad las reglas sintácticas que configuran una lengua son pocas y

muy coherentes cuando se trata del desarrollo regular de esa lengua. La

complejidad aparece cuando la regularidad se ve interrumpida o alterada por las

irregularidades y las excepciones de las partes que lo constituyen, por ejemplo, las

excepciones de las formas y relaciones de sustantivos y verbos.

El aprendizaje o la deducción de las reglas sintácticas libera a los individuos

de la servidumbre a los estímulos externos derivados del lenguaje del medio

ambiente y le sitúa ante las posibilidades de un sistema abierto en el que son

posibles muchas estructuras o muchas combinaciones cuya limitación depende sólo

de su originalidad o creatividad. El niño emplea frases hechas (procedentes del

medio ambiente), pero esto no lo hace de una manera necesaria. Siempre tiene

abierta la posibilidad de hacer otras frases nuevas que no ha oído nunca. Sus

posibilidades son ilimitadas. Esto sería imposible en la concepción skinneriana del

lenguaje (sistema cerrado).

De otro lado, las estructuras profundas son universales, pero no son

contingentes, como puede interpretarse desde la psicología chomskiana. Por el

contrario, son necesarias, pues son propiedades de la naturaleza racional. Desde la

ontología hemos de convenir que las propiedades son necesarias respecto de la

naturaleza de la que emergen y a la que acompañan siempre. Este carácter de

necesidad les pertenece, no porque se encuentren impresas o grabadas en los

genes o en el sistema nervioso, sino porque son propiedades (proprium) de la

naturaleza racional. Aun más, el carácter de necesarias se aviene perfectamente

con su peculiaridad lógica de la que hemos hablado antes. Por eso podemos decir

que son consecuentes respecto de la naturaleza en el orden ontológico; pero en el

orden lógico y gnoseológico son anteriores o apriorísticas respecto de las

estructuras superficiales o estructuras lingüísticas materiales de una lengua

determinada3.

El tema del uso de las palabras (el papel que desempeñan en el enunciado)

es un tema de corte clásico como veremos en su momento, sin embargo la

psicolingüística actual no lo ha olvidado. Es cierto que no se encuentran referencias

a los clásicos en los libros de nuestros días, pero el tema en cuanto tal está ahí, si

bien hoy es presentado con otro ropaje o sometido a una nueva interpretación. Este

nuevo ropaje es el que viene etiquetado modernamente con los epígrafes de las

'estructuras latentes' y sus relaciones con las 'estructuras superficiales'.

'Todos los niños son capaces de entender y construir oraciones que nunca

han oído, pero que, no obstante, han formado bien en términos de reglas generales

que están implícitas en las oraciones que el niño ha escuchado. En cierta forma todo

niño procesa el habla a la que está expuesto a manera de inducirla a partir de una

estructura latente. Esta estructura latente de reglas es tan general, que un niño

puede ir infiriendo sus implicaciones a lo largo de toda su vida. Es tanto semántica

como sintáctica. El descubrimiento de dicha estructura latente es el más grande de

todos los procesos involucrados en la adquisición del lenguaje y el más difícil de

comprender' (BROWN)4. Esta estructura latente, unas veces, es la construcción del

núcleo del nombre a base de una palabra acompañada de unos 'modificadores',

'pivotes' o 'cuantificadores' que en la filosofía clásica, al menos algunos de ellos,

eran llamados 'sincategoremas'; otras veces, es la estructura elemental de sujeto y

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objeto (objeto de la acción), o la estructura atributiva (sujeto-predicado), la estructura

de nombre y verbo, la estructura negativa, la estructura interrogativa, la estructura

imperativa, etc., y son también las reglas de transformación de estas estructuras en

virtud de las cuales otras estructuras, las superficiales o propias de una lengua

determinada, resultan ser gramaticales o agramaticales, es decir, correctas o

incorrectas, aceptables o inaceptables. Ya hemos constatado que los fomenas y los

morfemas de una lengua determinada son finitos, pero las combinaciones que

pueden hacerse con ellos son infinitas. De estas combinaciones no todas son

aceptables para una lengua. Lo son únicamente aquellas que se hacen de acuerdo

con las reglas transformacionales del lenguaje radicadas en las estructuras

profundas. Por eso se dice que los universales lingüísticos en buena parte son

universales formales y además restrictivos, pues restringen las posibilidades

generales o indiferenciadas del lenguaje a la hora de formular enunciados correctos

en un idioma determinado5.

El conjunto de estas reglas tansformacionales es lo que constituye la

gramática generativa: 'conjunto de cientos de reglas de varios tipos organizadas de

acuerdo con determinados principios de organización y de aplicabilidad... que son

comunes a todas las lenguas' (CHOMSKY)6

No obstante estas estructuras isomorfas del lenguaje que tienen validez

para todas las lenguas desde el punto de vista de la sintaxis, está demostrado que,

cuando el niño comienza a descubrir estas estructuras, tiene en cuenta únicamente

su dimensión semántica. Por eso muchas veces sintácticamente dichas estructuras

son incorrectas; por ejemplo, 'two foot', 'a bags', 'a this truck', 'a your carr'; y en

nuestra lengua 'niño lloran', 'una suya pelota', 'perro malos', 'la mi casa'. Sólo con

posterioridad el niño comienza a analizar los modificadores y a hacer explícita la

acción o la atribución en estructuras más completas teniendo en cuenta la

dimensión sintáctica: 'hit ball', 'made a ship', 'mommy get in ladder', etc.

SINCLAIR hace referencia a este mismo hecho: 'otro rasgo importante de

las estructuras lingüísticas que generan las reglas es que estas estructuras no son

oraciones reales, sino patrones más abstractos que tienen que redisponerse y

rellenarse para producir oraciones. Se puede disponer una estructura profunda de

modos diversos: 'el chico rompió la ventana', 'la ventana fue rota por el chico', 'fue el

chico quien rompió la ventana', son tres disposiciones distintas de una misma

estructura profunda. Se denominan transformaciones a tales operaciones

secundarias y el individuo las hace utilizando para ello una serie de reglas que él

mismo ha descubierto como algo que se encuentra oculto en el lenguaje normal

(estructura latente). Generalmente estas transformaciones no cambian la

interpretación semántica básica del patrón profundo. Por último se supone que todas

las lenguas utilizan los mismos tipos de operaciones para construir oraciones

gramaticales, independientemente de las diferencias que pueda haber entre las

oraciones de las distintas lenguas. Constátase, además, que, aunque la sintaxis sea

independiente del significado léxico de acuerdo con esta teoría, ello no implica que

sea anterior al significado ontogenéticamente. Parece que es cierto lo contrario, ya

que la representación significativa mediante gestos y en el juego simbólico precede

al lenguaje, y las emisiones holofrásticas preceden a las emisiones de dos elemen-

tos'7.

Tanto en el texto de BROWN como en el texto de SINCLAIR se hace

referencia a un mismo hecho: la existencia de patrones o estructuras fundamentales

que constituyen la base del lenguaje del niño. Patrones o estructuras que son

comunes a todos los niños, sean del país que sean y pertenezcan a la familia que

pertenezcan, aunque estas familias hablen las lenguas más diversas. Son, pues,

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patrones o estructuras universales. Por esta misma razón, y porque el niño las

utiliza sin necesidad de haberlas aprendido, son patrones o estructuras innatas.

Aunque algunos autores se muestren opuestos al tema, parece que pueden

identificarse, o al menos ponerse en relación, las estructuras latentes con los

universales lingüísticos. Para muchos autores (CHOSMKY) estos patrones o

estructuras innatas son los 'universales lingüísticos' de los cuales el niño tiene un

conocimiento 'tácito' (innato): 'el niño se enfrenta a estos datos con el supuesto de

que pertenecen a una lengua de un cierto tipo previamente bien definido. El

problema del niño es determinar cuál de las lenguas (humana-mente) posibles es la

de la comunidad que le ha tocado en suerte. El aprendizaje del lenguaje sería

imposible si esto no fuera así'. El problema entonces es el de determinar cuáles son

los 'supuestos iniciales' que el niño aporta al aprendizaje de esa lengua, cuál es la

especificidad de ese 'esquema innato' que va haciéndose explícito poco a poco

conforme el niño va aprendiendo una lengua8.

En un enunciado cualquiera podemos distinguir tres cosas: la expresión

material sonora o gráfica, la representación mental de esta expresión y los

elementos o contenidos de esta representación junto con las relaciones objetivas

(semánticas) que los vinculan. En la psicología clásica a estos elementos se les

llamaba 'oración', 'proposición', o 'enunciado' según los casos; al segundo se le

llamaba 'juicio lógico'; y al tercero se le llamaba 'realidad' o parte de la realidad, cuya

estructura objetiva era expresada por medio de las representaciones mentales

(lenguaje interno). A esto se añadía el 'juicio psíquico' que era el proceso o acto

mental mediante el cual era conocido este sector de la realidad y formulado el juicio

lógico co-rrespondiente.

A estos tres elementos se les reconocía su propia estructura: la del

enunciado estaba constituida fundamentalmente por nombres y verbos; la del juicio

lógico, por el sujeto y el predicado; y la de la realidad, por las substancias y los

accidentes, las causas y los efectos, entendidos siempre en el más amplio sentido.

Pues bien, en el lenguaje de CHOMSKY la estructura profunda del lenguaje

es precisamente la representación mental o juicio lógico porque es la que mejor

configura las relaciones semánticas entre los objetos o cosas que forman parte de

esa representación como contenidos de la misma. El enunciado verbal es la

estructura superficial en cuanto que no representa con fidelidad las estructuras de

las cosas reales y las relaciones entre las cosas, relaciones que son las que

confieren especi-ficidad a esas estructuras.

La causa de estas diferencias entre ambas estructuras apenas si se nos

deja entrever. Pero yo creo que está suficientemente clara: mientras que las

representaciones o estructuras profundas son constructos mentales hechos a base

de signos formales, las oraciones o enunciados externos son constructos verbales

hechos a base de signos arbitrarios cuyo comportamiento dista mucho de ser o

desarrollarse en estrecha co-rrespondencia con el ser, las estructuras y el desarrollo

de la realidad, como hemos visto al estudiar este tipo de signos.

Así nos encontramos con estructuras superficiales idénticas cuyo correlato

mental o estructura profunda es completamente diversa, por ejemplo, ' el techo se

derrumbó con la lluvia', 'el techo se derrumbó con gran estrépito'. La similitud de la

estructura verbal es evidente. Sin embargo la estructura profunda, es decir, la que

expresa o representa los contenidos reales y las relaciones semánticas, junto con

los comportamientos de las cosas o factores que intervienen, es enteramente

distinta. Pues en la realidad, mientras que la lluvia fue la causa efectiva del

derrumbamiento, el estrépito es el

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efecto del mismo, aunque en ambos casos la relación se exprese por medio de la

misma palabra, la palabra 'con'.

Por el contrario, podemos encontrar idénticas estructuras profundas a través

de estructuras superficiales comple-tamente diversas, por ejemplo, 'el niño rompió la

ventana', 'la ventana fue rota por el niño', 'fue el niño el que rompió la ventana'. Es el

ejemplo anterior tomado de SINCLAIR.

Es la gramática transformacional y son las reglas transformacionales las que

nos permiten pasar de la estructura profunda a las estructuras superficiales para

comprobar su verdadero sentido, toda vez que la estructura superficial es ilusoria o

falible, y, virtualmente, muy pobre para conducirnos al conocimiento de la realidad

(relaciones semánticas).

Esta es una de las razones por las cuales la adquisición y el uso del

lenguaje no es de la competencia de los mecanismos de la conducta, sino más bien,

de los procesos mentales del conocimiento, tales como la comprensión o intelección

de la naturaleza de las cosas, la percepción intelectual de sus propiedades, la

constatación de sus relaciones y estructuras objetivas, el aprendizaje de las reglas o

leyes que afectan a esas relaciones, la posibilidad de elegir libremente un nombre

para cada una de ellas, etc. Esto es lo que constituye la dimensión semántica del

lenguaje, y ello es posible únicamente desde las estructuras profundas; nunca

desde las estructuras superficiales. Pero téngase en cuenta que los elementos de

estas estructuras latentes no son las categorías reales en el sentido aristotélico, sino

las categorías formales (aunque esta interpretación de la misma se encuentre muy

lejos de las categorías kantianas): agente-acción, acción-objeto, poseedor-poseído,

objeto-localización, etc., como luego veremos.

Con independencia de estos estudios avalados por el método científico del

que hacen alarde sus autores, cualquiera puede comprobar que, en todas las

lenguas, los que las aprenden y utilizan emplean nombres (sustantivos y adjetivos),

pronombres y adjetivos demostrativos, palabras para expresar la causalidad, la

acción, el número, el espacio y el tiempo, expresiones para designar lo verdadero y

lo falso, ciertos functores para poner de manifiesto la dependencia lógica y

ontológica de unos conceptos o pensamientos respecto de otros, etc. No se conoce

lengua alguna que omita la utilización de estos recursos. Tampoco se conoce

lengua alguna en la que sea una excepción el sometimiento de estos elementos a

las mismas reglas elementales del lenguaje, tanto desde el punto de vista de la

semántica como desde el punto de vista de la sintaxis. Por eso, con todo derecho, a

estos elementos puede llamárseles universales lingüísticos.

Especial consideración merecen las reglas transformacionales que son

las que permiten convertir las estructuras profundas y universales del lenguaje en

estructuras superficiales propias de cada una de las lenguas. Estas

transformaciones, como vimos, son prácticamente infinitas, sin que esto suponga

que todas ellas sean correctas. Las transformaciones concretas son distintas y

propias de cada una de las lenguas, pero no se puede negar que hay profundas

semejanzas en estas transformaciones, por ejemplo, las transformaciones de las

oraciones activas en pasivas. En todas las lenguas este proceso se lleva a efecto

mediante adiciones, elisiones, traslaciones o sustituciones de unos constituyentes

por otros.

Constatamos el hecho de la universalidad, pero los métodos empleados

para estos fines no nos permiten descubrir las causas. Esa pretensión de atribuir

esta universalidad a la constitución biológica de los individuos humanos carece de

fundamento. Los métodos de las ciencias empíricas, ni por asomo pueden acercarse

a los umbrales de la causalidad ontológica o causalidad real de los fenómenos que

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se investigan. Y si alguna vez lo hacen, ellos mismos resultan adulterados para

convertirse en métodos filosóficos o métodos racionales.

2.- ESTRUCCTURAS LATENTES Y ESTRUCTURAS LOGICAS DEL LENGUAJE

Mientras que unos autores, como CHOMSKY tienen en cuenta las

dimensiones y leyes sintácticas de estas estructuras profundas o estructuras

latentes, otros autores toman en consideración las dimensiones y leyes semánticas

(BRESNAN) o las dimensiones y leyes pragmáticas (GAZDAR). En efecto: a)

Para CHOMSKY, tanto la construcción del lenguaje como el aprendizaje del mismo,

dependen de las estructuras generales o estructuras profundas de los contenidos,

de los principios generales o reglas que determinan la organización de esos

contenidos y de los principios o reglas en virtud de las cuales esas estructuras

profundas pueden transformarse en estructuras superficiales. b) BRESNAN, por el

contrario, estima que la construcción y aprendizaje de una lengua depende del

léxico y sus funciones, pues la información, como contenido del lenguaje, depende

del léxico, no de la sintaxis. Por eso, además de la 'estructura constituyente' que es

comparable a la estructura superficial de CHOMSKY, hay en todo lenguaje otra

estructura funcional constituida sobre la base de relaciones gramaticales aptas para

la interpretación semántica del enunciado. En otras palabras, se tiene en cuenta, no

ya la corrección del mismo, sino la verdad o correspondencia con la realidad. Son

reglas que afectan a la estructura de la frase, pero le afectan en razón de los

morfemas y en razón de los lexemas que son los elementos que soportan la carga

semántica del enunciado. c) GAZDAR, por su parte, entiende que las reglas de la

gramática transformacional de CHOMSKY son innecesarias, pues las transformacio-

nes de estructuras profundas en estructuras superficiales pueden hacerse de una

manera simple y espontánea. Por otra parte ciertos enunciados sometidos a esta

transformación, que parecían idénticos, resultan ser bastante diferentes. Para una

correcta interpretación semántica no hay que descender a las estructuras profundas

del enunciado. Las reglas de la interpretación pueden ser aplicadas directamente a

las estructuras superficiales, pues hay una correlación entre las reglas de la sintaxis

y las reglas de la semántica. Como el uso del lenguaje está constituido precisamente

por las estructuras superficiales, es el uso el que nos permite hacer una interpre-

tación correcta de sus enunciados9.

Parece, no obstante, que la dimensión que los niños tienen en cuenta en los

primeros años es únicamente la dimensión semántica, ya lo hemos dicho

anteriormente. BROWN llega a decir que para el niño en ese primer momento la

deducción de reglas para la construcción de ese patrón o estructura lingüística es un

hecho demostrado, pero que los elementos de la misma a los efectos de la sintaxis

tienen todos ellos el mismo valor10

.

Sin embargo SINCLAIR, tomando como base de la argumentación la

existencia previa de frases holofrásticas y juegos simbólicos antes del habla, piensa

que la dimensión sintáctica es tenida en cuenta por el niño mucho antes que la

dimensión semántica11

. En otras palabras, el niño descubre o deduce antes las

reglas de la sintaxis que las reglas de la semántica.

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Entiendo que la contradicción entre ambos autores es sólo aparente. Creo

que la exposición de estas teorías está siendo desarrollada desde dos puntos de

vista distintos: el punto de vista de la lógica y el punto de vista de la ontología.

En efecto, en más de una ocasión he insinuado mi opinión según la cual las

reglas de la sintaxis tienen su base en las reglas y leyes de la lógica, mientras que

las reglas de la semántica tienen su base en las reglas y leyes de la ontología.

Vamos a verlo sobre algunos ejemplos.

a) Una de las estructuras lingüísticas mas corrientes o más elementales es

la estructura de la frase nominal: 'S es P', donde S es el sujeto y P una de sus

determinaciones. De acuerdo con las reglas de la sintaxis S es un nombre o una

expresión equivalente y P es un adjetivo o una expresión equivalente. La unión entre

ambos se encuentra representada por el verbo 'es' en su tercera persona del

singular del presente de indicativo del verbo ser.

De acuerdo con estas mismas reglas se exige que haya concordancia entre

S y P, tanto por lo que se refiere al género como por lo que se refiere al número o

cuantificación de ambos. En algunas lenguas se exige, además, que concuerden en

caso, es decir, que ambos estén en nominativo, por ejemplo, 'nox erat opaca'

(VIRGILIO); o que estén en acusativo si la frase que constituyen depende de un

verbo transitivo, por ejemplo, del verbo decir, ver, pensar, etc: 'vidit nubes esse

opacas' (OVIDIO). En las lenguas modernas esta exigencia se mantiene en toda su

vigencia, sólo que la expresión de los casos a base de desinencias es suplida por la

misma expresión a base de preposiciones. Se exige, además, que, tanto S como P,

ocupen o desempeñen cada uno de ellos su papel, y que no puedan intercambiarse

sin más estos papeles a menos que las estructuras sean tautológicas o

totalizantes12

.

Ahora bien, aunque esto parezca una redundancia, es evidente la necesidad

de preguntarse por el fundamento de todas estas exigencias que impone la sintaxis.

fundamento de una ley científica, el último fundamento, no se encuentra en la

ciencia que ha descubierto o establecido esa ley. Por eso el último fundamento de

las reglas y leyes de la sintaxis no se encuentra en la sintaxis. A mi entender ese

fundamento se encuentra en la lógica.

En primer lugar la exigencia de que el sujeto sea un sustantivo o una

expresión equivalente tiene su fundamento en otra exigencia lógica según la cual

las propiedades de un con-cepto (expresado por el sustantivo) constituyen la

comprehensión de ese concepto y sólo tienen sentido cuando están referi-das a él.

La 'atribución lógica' va de las propiedades al sujeto de las mismas, pero no

viceversa. Entre el sujeto y sus pro-piedades hay la misma distinción que entre el

poseedor y la cosa poseída. Las funciones que ejercen uno y otra son completa-

mente distintas. Por eso no pueden invertirse los papeles. Ahora bien, la ley que

determina la comprensión de un concepto es una ley lógica, y las leyes lógicas son

innatas. Pueden ir haciéndose conscientes para el niño o para la persona mayor con

el tiempo, pero en modo alguno son adquiridas. Las leyes lógicas determinan la

estructura de los conceptos, es decir, de las esencias de las cosas en tanto que

conocidas. Esto implica que dichas leyes no son independientes de las leyes de las

cosas en tanto que cosas. Por eso como veremos enseguida, las leyes lógicas

tienen como fundamentos las leyes de la realidad. Está claro, por otra parte, que en

las estructuras de la realidad el factor que sirve de soporte a las cualidades es la

cosa, la substancia, no los accidentes o las determinaciones de la substancia.

En segundo lugar, la concordancia sintáctica entre S y P es una ley que

viene exigida por la ley lógica de la identidad entre S y P. La concordancia, pues,

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tiene a su base la identidad. En efecto, la concordancia tiene sentido sólo si hay

identidad entre el contenido semántico de S y P. Y tiene sentido sólo en este caso

porque, de otra suerte, la estructura sintáctica sería incorrecta. En un lenguaje

cualquiera tienen que cumplirse dos condiciones: que sea correcto y que sea

verdadero. Es decir, que se corresponda con la realidad o con lo que se piensa de

ella. Estas condiciones no son independientes o disociables, pues el lenguaje que

no expresa la realidad o no dice lo que se piensa de ella, en realidad no es un

lenguaje. Por eso, cuando la forma externa cumple con los requisitos de la

concordancia, esta concordancia tiene que tener su fundamento en la concordancia

interna o concordancia de los contenidos, es decir, en la identidad entre el contenido

semántico de S y P.

La identidad es entendida hoy: a) como identidad entre dos cosas

singulares de tal forma que, no son dos, sino una sola, por ejemplo, la identidad

entre la 'luna' y el 'satélite de la tierra'; b) como pertenencia de un individuo a una

clase, por ejemplo, la pertenencia del individuo Pedro a la clase de los alumnos de

esta Universidad; c) la inclusión de una clase en otra, por ejemplo, la inclusión de la

clase de los españoles en la clase de los europeos. Esta identidad triple es

expresada por medio de verbo 'es' que es el que une a S y P. Sin embargo un

análisis profundo de estas estructuras hace poco menos que imposible la

interpretación del verbo 'es' con esa carga semántica de identidad salvo en el caso

a). Por eso la identidad que sirve de garantía a la concordancia sintáctica entre S y

P tiene que ser una verdadera identidad entre ellos. Es decir, entre los contenidos

semánticos, no entre las funciones, pues las funciones de S y P nunca pueden ser

las mismas. Los contenidos semánticos o las esencias de las cosas constituyen, a

los efectos del lenguaje, una dimensión mucho más profunda que las estructuras

profundas de las que habla la psicología actual.

La identidad no es la igualdad entre las cosas, la cual es efecto de la

posesión por parte de ellas de una misma cantidad, por ejemplo, un kilo de arroz y la

pesa que se coloca en el otro platillo de la balanza para medirlo. Tampoco es la

semejanza, pues la semejanza emerge del hecho de tener una misma cualidad

compartida, por ejemplo un color determinado. La identidad se da únicamente entre

las esencias de las cosas, de tal manera que, cuando se dice que dos cosas son

idénticas, no son dos, sino una, pues ambas tienen la misma esencia, por ejemplo,

Madrid y capital de españa, Cervantes y autor del Quijote. Esta misma relación es la

que existe entre dos mamíferos en razón de la naturaleza que ambos poseen, o

entre dos grupos de mamíferos en razón de esa misma naturaleza. Son distintos en

tanto que individuos o en tanto que grupos, pero no lo son en tanto que especies o

géneros. En otras palabras, la distinción en estos casos es sólo numérica, no

genérica o específica. La identidad que maneja la inteligencia y sobre la cual

descansan sus juicios y sus razonamientos es la identidad entre los géneros y las

especies contenidas en ellos, ('roedor' y 'ratón') o la identidad entre las especies y

los individuos contenidos en ellas ('hombre' y 'Juan').

Pues bien, los elementos de una estructura sintáctica sometidos a la

concordancia cumplen las leyes de la sintaxis cuando la forma externa desinencial o

preposicional es la adecuada; pero es la adecuada cuando entre los contenidos

semánticos hay identidad entendida en este sentido. Cuando decimos que 'Juan

Carlos I es el rey de España', la concordancia es correcta, pero lo es porque hay

identidad entre ese ser que se llama 'Juan Carlos I', que es el sujeto, y ese ser

concreto que es considerado como el 'rey de España', que es el predicado. Cuando

decimos que 'Pedro es un alumno de la Universidad', la concordancia es correcta,

pero lo es porque hay identidad real entre ese ser que es Pedro y 'alumno de la

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universidad', toda vez que la lógica establece que el predicado de un enunciado

afirmativo no es universal sino particular, 'supone por' aquellos individuos

expresados en el término sujeto; en este caso, por uno solo que es Pedro. Por tanto

hay identidad como en el caso anterior. Cuando decimos que los españoles son

europeos, la concordancia es correcta, no porque haya identidad entre la clase de

los europeos y la de los españoles, pues es evidente que no existe tal identidad,

sino por la identidad entre el grupo de los españoles y el grupo de los europeos que,

además, son españoles. Por tratarse de otro enunciado afirmativo su predicado es

particular como en el caso anterior, por eso el predicado no expresa a todos los

europeos sino sólo aquellos que se identifican con los españoles. Tanto las reglas

de la 'suppositio' como las reglas de la comprehensión y la extensión de los términos

de un enunciado que emergen de la identidad entre sujeto y predicado, son reglas

lógicas. Por esto mismo la concordancia sintáctica emerge de la concordancia lógica

que en este caso recibe el nombre de identidad. Si la concordancia sintáctica no

fuera una exigencia de la identidad lógica, no habría dificultad alguna para admitir

como correcta una estructura como esta: 'Napoleón será la maestras de Sócrates'.

Si la forma repugna incluso al oído, es, en último término, porque hay

incompatibilidad entre los contenidos.

Esta concordancia o identidad lógica tiene otra exigencia. Esta nueva

exigencia deriva de los valores del verbo copulativo que son dos, el valor atributivo

y el valor existencial. Del valor atributivo (identidad fundamental) ya hemos hablado

al analizar la identidad de los contenidos semánticos de S y P. El valor existencial es

el valor temporal del verbo o tiempo verbal. La identidad tiene que darse de acuerdo

con las exigencias temporales de la cópula. La concordancia es correcta si la

identidad entre sujeto y predicado se da en el tiempo expresado por el verbo 'es'; por

ejemplo, desde el punto de vista de la sintaxis, es correcta esta estructura: 'Lincoln

es el presidente de los Estados Unidos'; sin embargo, desde el punto de vista de la

lógica, esta estructura es incorrecta. La lógica, pues, va mucho más allá que la

sintaxis. Por eso he indicado antes que la lógica suministra su fundamento a la

sintaxis pero no se identifica con ella.

Hemos hecho un análisis de las estructuras elementales atributivas o

nominales. Pero esto es aplicable a todas las estructuras, pues las estructuras

latentes todas ellas son de esta naturaleza. Puede suceder que la forma externa no

sea así, pero la forma de un enunciado, cualquiera que sea, puede ser reducida a

esta; por ejemplo, la estructura lógica del enunciado 'los romanos vencedores

asimilaron (acción) la cultura de los griegos vencidos', equivale a esta otra: 'los

romanos vencedores son (identidad) los ciudadanos que asimilaron la cultura de los

griegos vencidos'. Esta reducción hay que hacerla siempre si queremos comprobar

la corrección y la verdad de nuestros enunciados. Hay que hacerla, sobre todo,

porque el pensamiento del hombre, también el del niño, es un pensamiento de

identidades o no identidades. Los dos principios básicos de todo pensamiento son el

de identidad y el de contradicción. Y estos principios son innatos como todos

sabemos. Constituyen la estructura de la mente lo mismo que las redes y las

conexiones constituyen la estructura del ordenador.

b) Las reglas de la semántica tienen su base en las reglas y leyes de la

ontología. Ya lo hemos visto en el apartado anterior al comprobar que las leyes del

pensamiento tienen su base, a su vez, en las leyes de la realidad. Pero conviene

analizar el problema desde otros puntos de vista. Las leyes lógicas son leyes del

pensamiento y tienen su valor para construir y analizar las estructuras de conceptos.

Aquí es donde se sitúa preferentemente BROWN13

. Por el contrario, las leyes de la

ontología son leyes de la realidad y tienen su valor para construir y analizar las

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estructuras de cosas, con independencia de que se las conozca o no, es decir, con

independencia de que se piense o no se piense en ellas. Aquí es donde se sitúa

preferentemente SINCLAIR14

.

Pues bien, cuando este autor nos dice que por debajo de las expresiones 'el

chico rompió la ventana', 'la ventana fue rota por el chico' y 'fue el chico el que

rompió la ventana', existe un mismo patrón o una misma estructura profunda, se

sitúa en la perspectiva de la semántica, no en la perspectiva de la sintaxis, pues a lo

que atiende es al contenido, no a la forma de expresarlo. Lo que aparece con

absoluta evidencia, y lo que más se quiere resaltar a través de sendas frases, es

que fue el niño el que ejerció la acción física de romper la ventana, siendo éste el

sujeto o agente, y la ventana, el objeto de su acción. Se trata, pues, de cosas, no de

pensamientos acerca de las cosas. Por tanto las leyes que gobiernan estas

estructuras son leyes ontológicas, no leyes lógicas. Estas leyes son físicas y

metafísicas. Son físicas la que afectan a la acción material de romper, determinando

su potencia, su dirección, su incidencia en el cristal, la resistencia de éste, etc. Son

metafísicas las que afectan a la acción en tanto que acción, al sujeto en tanto que

causa de la misma y al fraccionamiento del cristal en tanto que efecto. En el primer

caso son las leyes de los fenómenos; en el segundo, son las leyes de las causas. El

principio de causalidad es ya un principio eminentemente metafísico.

Por tanto la existencia de un patrón común a todas esas frases, a manera

de una estructura profunda o latente, constituye el universal lingüístico del que

hemos hablado antes. Este patrón o estructura latente del lenguaje, considerado

como estructura semántica, tiene valor cuando tiene a su base otras estructuras que

ya no son semánticas sino ontológicas, como acabamos de ver. Ahora bien, el

cumplimiento de las leyes de la ontología (no la existencia de ellas), tanto de las

leyes físicas como de las leyes metafísicas, aunque sea de una manera elemental,

forma parte de la experiencia de todos los individuos humanos. También, a su

manera, forma parte de la experiencia del niño. Por eso las estructuras lingüísticas

emergentes de ese hecho son universales.

3.- LAS ESTRUCTURAS DEL LENGUAJE, LAS ESTRUCTURAS DE LA MENTE

Y LAS ESTRUCTURAS DE LA REALIDAD

Los conceptos que se exponen en los párrafos anteriores pueden parecer

extraños para todos aquellos que no se encuentran en situación de manejar con

soltura los conceptos de la filosofía, o para aquellos que sienten un profundo

rechazo hacia ella. Por esto mismo estimo necesario insistir una vez más en la

relación que existe entre las estructuras del lenguaje, las estructuras de la mente y

las estructuras de la realidad.

Aunque esto no constituya una evidencia, para muchos autores las

estructuras profundas del lenguaje son estructuras semánticas como hemos dicho.

Es decir, son estructuras de contenidos. Cuando decimos que son innatas no

pretendemos decir que en la inteligencia del individuo aparezcan ya como tales

estructuras dotadas de contenidos. Lo innato es la estructura, y, si se quiere, la

predisposición de la inteligencia para formularlas de una manera explícita. El

individuo, cuando es concebido, ya está dotado (programado) para configurar

cualquier contenido de la experiencia como agente o como paciente, como poseedor

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o como poseído, etc. Esta es su capacidad. Ahora bien, el ejercicio o el uso de esa

capacidad, es decir, la configuración efectiva de uno de esos contenidos de acuerdo

con la estructura que le corresponde ya no es innato. Depende del conocimiento que

tenga de esos contenidos. En efecto, para que un objeto pueda ser estructurado

como poseedor, antes tiene que ser conocido como tal. Es decir, el individuo tiene

que darse cuenta de que en la realidad tiene unos rasgos que le permiten

desempeñar esa función. Esos rasgos ya no son subjetivos o a priori respecto del

conocimiento, sino objetivos o dados en la realidad. Por tanto las estructuras

profundas son estructuras que obedecen a unas relaciones determinadas que pone

la inteligencia en sus contenidos, pero que se encuentran fundamentadas o

emergen de otras relaciones que son relaciones entre cosas o entre propiedades de

las cosas con independencia de que esas cosas sean conocidas o no. Por eso

hemos dicho que las relaciones semánticas de los contenidos del lenguaje tienen a

su base otras relaciones que son relaciones reales o relaciones que, al margen del

conocimiento de la inteligencia, tienen su ser de cosa.

Esta vinculación de las relaciones semánticas de los contenidos del

lenguaje con las relaciones reales de las cosas no es una vinculacion inmediata. La

inteligencia la hace sirviéndose de las relaciones lógicas que ella misma establece

entre los contenidos del conocimiento humano. En efecto, las relaciones lógicas son

relaciones entre conceptos, no entre cosas, por ejemplo, la relación que establece la

inteligencia entre el sujeto y el predicado de un enunciado cualquiera. Ser sujeto o

ser predicado de un enunciado son relaciones, pues algo es sujeto en la medida en

que hay un predicado y viceversa; lo mismo que, en el orden real, alguien es padre

en la medida en que hay un hijo que procede de él. Los conceptos o

representaciones mentales, considerados de una manera aislada, ni son sujetos ni

son predicados. El ser una cosa u otra les viene por el hecho de ser puestos en

relación mutua por la inteligencia.

Pues bien, la inteligencia no hace esto de una manera arbitraria, como

hemos indicado ya en repetidas ocasiones. A uno de estos elementos (concepto) le

hace desempeñar el oficio de sujeto porque en la cosa representada en el concepto

descubre una propiedad o un rasgo que le permite hacerlo así. Otro tanto acontece

con el otro elemento al que hace desempeñar el oficio o la función de predicado. Por

ejemplo, 'los ratones son roedores'; entre los factores que descubre la inteligencia

en esas cosas que son los ratones selecciona uno que es substancial o esencial, el

de ser ratones, y, en virtud de ello, le hace desempeñar el oficio de sujeto (poseedor

de la cualidad); por su parte, a esa propiedad, la de ser roedores, le hace

desempeñar el oficio de predicado (cualidad poseída). La inteligencia con esto no

pone nada real en el pensamiento que construye. Lo único que pone es una relación

lógica que viene exigida por la relación real. La prueba más evidente de que esto es

así está en que la inteligencia no puede invertir a sabiendas este orden o la

estructura que resulta de esta relación, es decir, no puede construir una estructura

como esta: 'los roedores son ratones', pues es consciente de que hay otros roedores

que no son precisamente estos animales, por ejemplo, las ardillas.

La base del pensamiento correcto son pues la relaciones lógicas, de la

misma manera que la base del pensamiento verdadero son las relaciones reales.

Sin salirnos del paralelismo entre ambas estructuras cabe decir que la base del

lenguaje correcto y verdadero son las relaciones sintácticas que, a su vez, tienen

como base las dos anteriores, es decir, las relaciones lógicas y las relaciones

ontológicas, como hemos dicho. Si la inteligencia está programada para colocar

como sujeto de una oración determinada una palabra o un nombre determinado, es

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porque esa función sintáctica viene exigida por la estructura profunda del lenguaje,

es decir por la estructura lógica subyacente. Si uno dice que los ratones son

roedores, en circunstancias normales, es porque lo piensa a así, es decir, porque en

ese concepto que representa a todos los ratones descubre unas propiedades

semánticas determinadas que le exigen poner en el puesto del sujeto a la palabra

que sirve para designarlos. En un lenguaje normal una palabra desempeña el oficio

de sujeto o de poseedor de una cualidad cuando detrás de esa palabra hay un

concepto que tiene estas mismas propiedades o estas mismas exigencias en un

enunciado mental o juicio lógico.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c.11.- 1) Chomsky, 1957,

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Sto. Tomás, 1964, 1967; Juan de Sto. Tomás, 1948; Ockam, 1967-74. 13) Brown,

1981. 14) Sinclair, 1982; Valdés, 1989.

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Cap. XII.- CATEGORIAS LINGÜISTICAS

Las teorías de CHOMSKY, las de BROWN, las de SINCLAIR y otros acerca

de las estructuras latentes del lenguaje ponen todo su énfasis en el lenguaje interno,

con preferencia sobre el lenguaje externo, considerando a éste como una

consecuencia o un efecto del anterior. Algo completamente distinto de lo que

defienden las teorías conductistas que consideran el lenguaje interno como un

efecto o consecuencia del lenguaje externo o conducta lingüística, (lenguaje

internalizado).

Las investigaciones actuales parecen estar de parte de los primeros. Las

estructuras latentes del lenguaje son prioritarias en el orden lógico y ontológico,

respecto de las estructuras sintácticas, o simplemente, respecto de las estructuras

gramaticales. Desde el punto de vista de la filosofía esto parece coherente en grado

sumo, pues las palabras categore-máticas, antes de ser tales, son categoremas en

el orden lógico y son categorías en el orden ontológico.

En una línea que va desde ARISTÓTELES a ENMANUEL KANT Y NICOLAI

HARTMAN el tema de las categorías ha estado siempre sometido a las exigencias

de las más diversas interpretaciones. No es este el momento de ir desgranando una

por una estas teorías. Pero conviene tener en cuenta que el proceso histórico de la

evolución del problema ha venido a desembocar en una concepción de las

categorías en el sentido cognitivista, entendiendo la acción de la inteligencia como

la acción de categorizar; y las categorías, como el resultado de esa misma acción

(BRUNER)1. Sin embargo el interés de la psicología actual se centra en las

categorías verbales o categorías lingüísticas2.

En efecto, hay categorías reales, categorías mentales y categorías verbales

o categorías lingüísticas.

1.- LAS CATEGORIAS REALES

Las categorías reales son precisamente las categorías aristotélicas. Son

modos reales de ser o modos de ser de las cosas; modos que afectan a las cosas

con independencia de que estas sean conocidas o no. Estos modos tienen su ser de

cosa lo mismo que las cosas. Pero no son afecciones accidentales de las cosas

como pudiera pensarse, sino esenciales, pues cada cosa, como consecuencia de su

estructura ontológica, tiene su modo real de ser, el cual para ella es esencial y se

identifica con el ser que ella realmente es. El modo de ser substancial no les es

accidental a las cosas que son substancias y sirven de soporte a los accidentes,

sino que les es esencial, pues los seres reales esencialmente son substancias o

accidentes.

Estas categorías en tanto que géneros supremos de ser son pocas.

ARISTÓTELES las reduce a diez. En otros pasajes figuran incluso en número

inferior. Pero, si prescindimos de esa consideración generalísima que tiene en

cuenta la ontología aristotélica, las categorías son muchas más. La categoría

'substancia' tiene otras subcategorías que son los modos de ser que estudia cada

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una de las ciencias en forma de especies y subespecies de seres bajo ese género

supremo, por ejemplo, la categoría o modo de ser que corresponde a los cuerpos, la

categoría o modo de ser que corresponde a los árboles, la categoría o modo de ser

que corresponde a los hombres, etc. En este sentido puede decirse que la botánica

trata de las categorías de plantas, y que la zoología trata de las categorías de

animales. Otro tanto acontece con la categoría suprema de la cantidad, la categoría

suprema de la cualidad, la de relación, etc. Dentro de cada una de ellas hay otros

muchos modos de ser reales que se corresponden con las especies y subespecies

de cantidades, cualidades y relaciones. En este sentido el modo de ser de la

cantidad continua es una categoría distinta de la categoría que es el modo de ser de

la cantidad discreta. El modo de ser del calor como cualidad es una categoría

distinta de la categoría que es el modo de ser de la temperatura; y el modo de ser de

la paternidad como categoría de relación es una categoría distinta del modo de ser

de la filiación o de otro de los parentescos que vertebran las familias. Las categorias

reales se multiplican en la medida en que se multiplican las especies de los seres de

la realidad, ya sean substanciales o accidentales. No obstante hay que tener en

cuenta algo muy importante: las categorías son distintas unas de otras en la realidad

porque la esencia o los rasgos esenciales de cada una de ellas (estructura

ontológica) son distintos; por ejemplo, la esencia de hombre y la esencia de árbol.

Las categorías vienen determinadas por esta esencia o por estos rasgos esenciales

realmente presentes, no por otros rasgos. Hay muchas de estas categorías que ni

siquiera son conocidas, pues la historia de las ciencias humanas es testigo de que

cada día que pasa son descubiertas categorías nuevas y más sorprendentes. Las

categorías reales, pues, no son las cosas, sino los modos reales de ser de las cosas

que son esenciales o comunes a grupos de ellas (especies o subespecies)3.

2.- LAS CATEGORIAS MENTALES

b) Las categorías mentales son los conceptos o las ideas en tanto que

representaciones de las categorías reales conocidas y en la medida en que son

conocidas. Hay una correspondencia rigurosa entre las categorías reales y las

categorías mentales. Las ideas son signos formales de las cosas, representan a

esas mismas cosas con toda fidelidad. No obstante es necesario entender esto en

sus justos términos. Las ideas son signos de las cosas en la medida en que son

representaciones mentales, no físicas, de las categorías de las cosas, es decir, en la

medida en que el contenido o referente de esa representación es la esencia o

naturaleza o los rasgos esenciales de las cosas a las que me he referido antes. En

la categoría mental no se encuentran reflejados los rasgos individuales. Un individuo

no es una categoría. Así en la categoría mental o idea de 'hombre' no están

representados todos los hombres uno por uno, sino los rasgos esenciales que hacen

que cada uno de ellos sea hombre. No los rasgos que le hacen que cada uno sea

alto, rubio, grueso, joven, moderno o ignorante. Cada uno de estos rasgos

desprendido del sujeto al que se encuentra vinculado existencialmente puede ser

objeto de otra categoría mental cuyo contenido es el accidente de cualidad

correspondiente.

Otra limitación que afecta inexorablemente a la co-rrespondencia entre la

categoría mental y la categoría real es la que tiene su origen en las deficiencias que

padece la inteligencia humana cuando trata de conocer las categorías reales. Los

rasgos esenciales de las cosas pueden ser más o menos profundos. Es evidente

que la inteligencia del hombre no siempre cala hasta las capas más hondas de las

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cosas para captar los rasgos fundamentales originarios y originales. Esa capacidad

a la que hace referencia el 'intus legere' a veces se queda en lo más superficial, es

decir, en aquellos rasgos que, sin ser accidentales, o periféricos, no son tan

principales o no se derivan de una manera tan radical de los rasgos profundos o

más esenciales. Incluso cabe la posibilidad de que la inteligencia tome en considera-

ción ciertos rasgos que ella cree esenciales cuando en realidad son sólo rasgos

accidentales. Esto es lo que constituye el error.

Pues bien, la inteligencia construye la categoría mental en la medida en que

conoce la categoría real. Por eso las categorías mentales, no es que se

correspondan rigurosamente con las categorías reales, sino con aquello que la

inteligencia conoce o cree conocer de las cosas. Es evidente que no hay categorías

reales falsas. No puede haberlas. Pero sí puede haber categorías mentales falsas.

Son las que nacen del error o desajuste entre la inteligencia y la realidad. Por esta

razón la idea de 'cuerpo que gira alrededor de la tierra' como representación mental

de todos los planetas es una categoría falsa, aunque la humanidad haya pasado

mucho tiempo teniéndola por verdadera.

Por tanto la categoría mental no es un grupo de seres reales. Tampoco es

una representación mental (una especie de fotografía) en la que están

representados individualmente todos los seres reales que pertenecen a una misma

especie o categoría real; no es tampoco una especie de saco o una especie de

departamento o almacén en el que van metiéndose todas las sensaciones y

percepciones de las cosas que también son individuales como sabemos. La

categoría mental es una representación universal, cuyo contenido, a diferencia del

contenido de la persona retratada en la fotografía, es la naturaleza o esencia

universal compartida unívocamente por todas las cosas individuales que constituyen

la categoría real.

Esta es la razón por la cual me he opuesto repetidas veces a identificar esta

categoría con la categoría kantiana o con la categoría de BRUNER y otros

pensadores de la psicología cognitiva4. a) Las categorías kantianas son estructuras

o formas a priori de la inteligencia, las cuales, aplicadas a los fenómenos de la

sensibilidad, pueden dar lugar a los conceptos empíricos o categorías reales,

advirtiendo que esta realidad es paradójicamente la realidad de los fenómenos o

apariencias de las cosas, no la realidad de su ser o realidad nouménica. Las

categorías mentales kantianas, con independencia del fenómeno al que van

destinadas, no representan absolutamente nada. Son conceptos puros, es decir,

estructuras a priori del pensamiento o conceptos vacíos. No hay, pues,

correspondencia alguna entre estas categorías mentales y las categorías reales, las

cuales para KANT son absolutamente incognoscibles para la inteligencia. b) En lo

que concierne a las categorías de BRUNER y los pensadores de la psicología

cognitiva es de advertir que no se trata de categorías innatas como las categorías

kantianas, sino de categorías producidas o construidas por la inteligencia. El

proceso mental en el que se originan las categorías mentales es el proceso

mediante el cual la inteligencia clasifica los estímulos que le llegan a través de los

sentidos y la percepción. Las categorías resultan del acto de clasificar los objetos.

Por esta razón las categorías de BRUNER son clases, es decir, agrupaciones de

objetos, constructos que la inteligencia hace tomando como criterio un atributo o una

serie de astributos que, ni son esenciales ni son compartidos unívocamente o en el

mismo grado por cada uno de los objetos agrupados. Por esto mismo es forzoso

reconocer que, mientras las categorías mentales aristotélicas o ideas son

universales, las categorías de BRUNER no lo son en absoluto, pues los individuos

en ellas representados parece que no son iguales ni participan en el mismo grado

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de un atributo o de una serie de atributos. Hay algunos individuos más

representativos que otros. Por otra parte, así como la esencia de 'hombre' es única y

la misma en todos los individuos humanos, es decir, así como la esencia de 'hombre'

se repite o multiplica en todos y cada uno de los individuos humanos, la clase

hombre, ni existe como algo netamente definido, ni se multiplica en cada uno de

ellos. La clase como grupo no es universal, es decir, no es una en muchos, sino una

en absoluto, única. Por eso la clase como representación contiene un sólo objeto o

una sola cosa.

Esto nos hace pensar que entre las categorías mentales de la psicología

cognitiva y las categorías reales no hay correspondencia alguna, pues la clase como

grupo es de naturaleza mental, son grupos hechos por la mente y para la mente, en

beneficio suyo, pero en la realidad no existen semejantes grupos. No existe el grupo

aislado de hombres, ni el grupo de árboles, ni el grupo de gatos, ni el grupo de

papagayos, etc. Las cosas en la realidad se encuentran mezcladas como los

elementos de la sangre antes de haberse practicado el análisis de laboratorio. El

conocimiento que puede tener la inteligencia reduciendo las cosas a clases o grupos

mentales es un conocimiento muy pobre y, por supuesto, no es un conocimiento

científico, a menos que el criterio que tome en consideración para construir esas

clases sea la esencia de las cosas que clasifica o uno de sus rasgos esenciales. De

una clase a sus subclases o a los individuos que la constituyen no es posible el

'transfer', pues las propiedades de una clase cualquiera no son en absoluto

propiedades de los individuos que la constituyen, mientras que las propiedades de la

esencia o naturaleza o los rasgos esenciales que son el contenido del concepto o

categoría mental sí son propiedades de los individuos y de las subespecies que la

constituyen. Salvadas las diferencias referenciales entre la especie y el concepto o

idea, cabe afirmar que las categorías mentales son las especies de la filosofía

aristotélica. Y, como acabamos de indicar, hay una diferencia esencial entre la

especie aristotélica y la clase de la psicología cognitiva y de la lógica positivista o

neopositivista. En el campo de las especies el 'transfer' es posible. En el campo de

las clases o grupos, como hemos dicho anteriormente, es radicalmente imposible.

Por otra parte, sin el 'transfer' la actividad de la inteligencia queda absolutamente

paralizada, no sólo en el campo del conocimiento científico, sino en todo tipo de

conocimiento intelectual.

En la psicología cognitiva cabe la posibilidad de considerar a las clases

como grupos reales (no mentales) de seres. Pero entonces el problema es mucho

más grave, pues ni las propiedades del grupo son transferibles a los seres que lo

componen, ni las propiedades de estos seres, en tanto que individuos, son

transferibles a los demás dentro del mismo grupo. Entre los individuos, existencial-

mente considerados, no hay intercambio de propiedades o rasgos. Por eso

precisamente son individuos: 'indivisum in se et alteri prorsus incommu-nicabile'. La

única transferencia posible es la que va de la esencia a los individuos que de ella

participan. Esto es así, tanto en el orden ontológico, como en el orden lógico.

El sistema de categorías mentales es el medio del que se sirve la

inteligencia para ordenar intencionalmente la naturaleza, es decir, el medio del que

la inteligencia se sirve para producir un orden mental que se corresponda más o

menos con el orden real de las cosas. Esto constituye la exigencia fundamental de la

mente humana: la búsqueda de la verdad y la posesión de la misma. Este orden

mental del universo en sistemas de categorías depende del nivel de desarrollo de la

inteligencia, pero también depende del nivel de desarrollo de las ciencias en un

ámbito cultural determinado y del nivel de desarrollo del lenguaje del cual se sirve la

sociedad depositaria de esa cultura.

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Si las categorías mentales aristotélicas son construidas por la inteligencia en

el acto de abstracción y las categorías de BRUNER son construidas en el acto de

clasificar los objetos, las categorías de LURIA son construidas por la mente a través

del lenguaje: 'la facultad que tiene un vocablo de designar los objetos

correspondientes mediante un signo convencional y suscitar las imágenes de los

mismos, no es, sin embargo, la función única de la palabra. Esta tiene otra función

más compleja: nos da la posibilidad de analizar los objetos, destacar en ellos las

propiedades esenciales y situarlos en una determinada categoría'... 'Gracias al

lenguaje el pensamiento permite delimitar los elementos más esenciales de la

realidad, configurar en una misma categoría cosas y fenómenos que ... pertenecen a

esferas distintas de la realidad'. El lenguaje, pues, tiene una función categorial5.

Los textos de LURIA a veces se presentan un tanto confusos. Por una parte

parece que es el pensamiento el que utiliza el lenguaje como instrumento para

proceder a la categorización de la realidad, siendo el pensamiento anterior al

lenguaje e independiente de él; y, por otra parte, parece que el pensamiento se

produce gracias al lenguaje, siendo éste anterior e independiente del pensamiento.

El contexto de sus obras parece estar a favor de esta segunda interpretación: el

lenguaje se hace pensamiento al interiorizarse y al mismo tiempo el pensamiento

utiliza el lenguaje para construir su estructura categorial de la realidad. Por tanto el

criterio del que se sirve la mente para colocar una cosa en una u otra categoría son

los rasgos de la cosa que le es dado conocer a través del lenguaje. Esta

interpretación hace que la teoría de LURIA sea una copia de la teoría de WHORFF

segun la cual es la cultura de los pueblos cuyo exponente principal es el lenguaje la

que permite a sus habitantes clasificar las cosas reduciéndolas a los correspondien-

tes sistemas categoriales; por ejemplo, la clasificación y categorización que hacen

de los colores los distintos pueblos que disponen de distintas palabras en razón de

sus distintas lenguas6.

En la primera de estas citas afirma que estos rasgos son los 'elementos más

esenciales de la realidad'. Esto es lo más sorprendente y, a la vez, incomprensible:

la realidad es que a través del lenguaje, aunque éste sea el más perfecto, nadie

puede acceder a esos elementos esenciales. Si a veces el lenguaje cumple ese

papel es porque el contenido semántico del lenguaje está constituido por esos

rasgos esenciales que otra inteligencia ha obtenido de la realidad por medio de la

abstracción. Lo propio de la inteligencia es lo que expresa su etimología: el 'intus

legere', la lectura o conocimiento de lo que hay dentro, en las capas más profundas

de la realidad, la esencia y los elementos esenciales. Al lenguaje le está vedado

este acceso. Su vinculación con las cosas y con las esencias de las cosas es

tangencial y periférica. Lo que podemos conocer de las cosas a través del lenguaje

no es la esencia universal de las mismas de una manera inmediata. Por tanto el

conocimiento y la categorización que de ahí pueda derivarse no sirve para alimentar

la dinámica de la inteligencia humana. Por supuesto ese sistema categorial obtenido

a través de las palabras no sirve para la contrucción de un sistema científico.

3.- LAS CATEOGORIAS LINGÜISTICAS

Las categorías verbales o categorías lingüísticas son las palabras. En un

sentido amplio son categorías verbales los enunciados simples y los enunciados

complejos. De una forma metafórica lo son también los gestos y los movimientos del

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cuerpo. Siguiendo el paralelismo entre las dos categorías anteriores, las reales y las

mentales, habríamos de decir que las categorías verbales se corresponden con las

dos anteriores. Pero esto no es así en absoluto.

Las categorías lingüísticas, las palabras, expresan las categorías mentales,

y, a través de ellas, como vimos en su lugar, expresan las categorías reales. Las

categorías lingüísticas son la verbalización de las categorías mentales. Pero aquí se

rompe el paralelismo, pues las palabras no son signos naturales de las ideas, de la

misma manera que éstas sí lo son respecto de las cosas, como ya se ha dicho. Las

categorías lingüísticas son signos arbitrarios, es decir, signos elegidos libremente

por el hombre para expresar sus ideas.

El hombre no es libre para formar su ideas como quiera. Las forma teniendo

en cuenta y ajustándose a los datos de las cosas que posee de ellas a través de la

percepción. No podemos formar nuestras ideas o conceptos de otra manera.

Formamos nuestras ideas acerca de las cosas ateniéndonos inevitablemente a los

que de ellas percibimos. Por eso en cada hombre y en cada caso hay una

correspondencia exacta entre las categorías mentales y las categorías reales. Pero,

cuando se trata de las palabras, esto no acontece en absoluto. Cada uno es muy

libre para elegir la palabra o el signo que quiera para expresar sus ideas. Es libre,

incluso, para elegir las palabras que quiera para ocultarlas (la mentira). En este

sentido hay muchas palabras para expresar una misma idea, y, a veces, hay

muchas ideas para ser expresadas por medio de una misma palabra. Por tanto la

correspondencia entre la categorías verbales y las categorías mentales es muy

elástica o muy imprecisa.

Las categorías verbales son los nombres (sustantivos y adjetivos) y los

verbos. Como hemos visto, la tradición llamaba a estas palabras 'categoremáticas',

es decir, expresiones verbales que significan categorías mentales y, a través de

éstas, categorías reales. Las otras palabras son 'sincategoremáticas', pues no

expresan categoría real alguna, ningún modo de ser que se corresponda con las

cosas reales, sino alguna determinación o concreción de los modos de significar de

los categoremas, por ejemplo, el artículo femenino 'la'. Los sincategoremas se

llaman así porque siempre van acompañando a los categoremas y, con

independencia de éstos, no significan nada. Es decir, no son categorías de la

realidad. En la terminología actual a los primeros se les llama 'categorías

gramaticales mayores' y su conjunto constituye el vocabulario. Constituyen una

clase abierta (vocabulario abierto) por la posibilidad que hay de incrementarlo a base

de la invención de otros nuevos vocablos o de la transformación de los ya existen-

tes. Suele dárseles también el nombre de 'categorías estructurales'. A los segundos

se les llama 'categorías gramaticales menores' y su conjunto constituye el

vocabulario cerrado por sus pocas posibilidades de invención o alteración. También

suelen llamárseles 'categorías funcionales'. Esta distinción es importante para la

adquisición del lenguaje y otros procesos psíquicos como son la construcción de

estructuras lingüísticas y la expresión de los pensamientos7.

Una psicología no mentalista, como la conductista, elimina de un plumazo

las categorías mentales y establece una correspondencia directa entre las

categorías verbales y las supuestas categorías reales, reconociendo, a su vez, una

prioridad lógico-ontológica de las segundas sobre las primeras. El esquema

asociacionista obliga a establecer la conexión entre ambas comportándose las

pretendidas categorías reales como estímulos y las categorías verbales como

respuestas8. En efecto, para esos autores, en la naturaleza existen cosas, pero no

categorías de cosas. Las categorías de cosas son construidas por el individuo

utilizando para ello las categorías verbales, es decir, las palabras o el lenguaje. El

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individuo organiza mentalmente el universo material utilizando el lenguaje (nomi-

nalismo). Clasifica debajo de cada palabra los cosas que pueden ser significadas

con esa misma palabra. No hay entre las cosas otro nexo, otro elemento común,

pues para el conductimo, el positivismo y el neopositivismo de los que se deriva,

carece de sentido hablar de las esencias, y de los elementos o rasgos esenciales de

las cosas como factores constitutivos de las categorías de la realidad. La

organización mental es la misma organización verbal u organización lingüística. La

mente se encuentra incapacitada para hacer otra organización. Ni siquiera la mente

del científico es capaz de hacer otra cosa.

Para medir las carencias que tiene esta forma de entender la actividad

intelectiva es preciso tener en cuenta algunas consideraciones. En efecto, las

categorías verbales, a diferencia de las estructuras profundas del lenguaje, no son

innatas, sino aprendidas. Ahora bien, no sólo aprendemos las categorías o las

palabras de una lengua, sino que también aprendemos el uso de las mismas. Por su

parte, como veremos, el uso de las palabras es múltiple. Merece destacarse el uso

real. En virtud de este uso las palabras designan cosas, es decir, nos sirven para

referirnos a las cosas, habida cuenta de los problemas que surgen de la naturaleza

de la comunicación humana. En virtud de esta referencia, mientras que las catego-

rías verbales han de ser determinadas de acuerdo con el contexto, las categorías

mentales han de ser determindas de acuerdo con las capacidades cognitivas, de

cuerdo con el ejercicio de las mismas y de acuerdo con la realidad que pretenden

estructurar.

Esta referencia a las cosas puede ser de dos clases. Hay una referencia

superficial y una referencia profunda:

a) La referencia superficial es aquella en virtud de la cual una palabra nos

sirve para clasificar una serie de cosas. En efecto clasificamos cosas bajo la etiqueta

común del nombre del que nos servimos para designarlas en un contexto cultural

determinado, por ejemplo, la clasificación de todos gorriones debajo del nombre o de

la palabra 'gorrión' con que nos referimos para designarlos. Con harta frecuencia

grandes sectores de la población humana no tienen otro criterio para clasificar series

de cosas que este del nombre o de la palabra que ha aprendido en un momento

determinado para significarlas. Lo único que saben de esa serie de cosas es que

tienen el mismo nombre. En cualquier caso, se trata de una clase de cosas. Pues

bien, para muchos pensadores actuales esta es la función esencial del lenguaje, la

función de clasificar los objetos o las cosas. Se piensa que la clasificación que el

hombre hace en virtud de la categorías verbales es suficiente y la única de que

dispone el sujeto para hacer una construcción mental del universo, incluso cuando

se trata de la construcción mental que llamamos ciencia.

b) La referencia profunda es aquella en virtud de la cual una palabra nos

sirve para designar el rasgo esencial en virtud del cual esas cosas pertenecen a una

misma clase o categoría real con independencia del nombre del que nos servimos

para designarlas. Ese rasgo es compartido por igual por todos los miembros de la

clase (universal). Esto es una condición indispensable para que puedan pertenecer

a ella. Es decir, pertenecen, de hecho, a la misma clase, no en virtud del nombre

que se utiliza para designarlos, sino en virtud de este rasgo que tienen compartido.

Por tanto la reunión de todos ellos, no es una simple clase arbitraria o contingente,

sino una categoría real entitativa o esencial. Por esto mismo la referencia profunda

no es inmediata sino indirecta o mediata. La categoría real está ahí; tiene una

existencia fáctica. Para que esa categoría pueda ser designada por medio de una

categoría verbal, tiene que ser previamente conocida, es decir, la inteligencia tiene

que conocer ese rasgo esencial que la constituye formando así su propia categoría

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mental o idea. La palabra o categoría verbal, en tanto que signo arbitrario, es elegida

por el individuo para expresar sus ideas, y, mediante ellas, para expresar las cosas.

La referencia profunda, por tanto, es profunda porque requiere un conocimiento

profundo de la realidad: el conocimiento de ese rasgo esencial mediante el cual se

constituye la categoría real. Para la inteligencia humana el uso de las clases es

posible con un conocimiento superficial de las cosas que se clasifican. Por el

contrario el uso de las categorías es imposible sin un conocimiento profundo de las

mismas. La utilización de la clases como procedimiento para la construcción del

mundo mental como representación de la realidad es una versión moderna del

nominalismo del siglo XIV.

Las consecuencias que derivan de las teorías conductistas y positivistas en

general son funestas para el propio conocimiento humano. Si lo único que tienen en

común las cosas y los grupos de cosas es el nombre con el que son designadas,

tanto la transferencia como la generalización, esenciales para la ciencia, deberían

hacerse a través del nombre. Lo cual resulta radicalmente imposible, pues las

propiedades del nombre en manera alguna son las propiedades del objeto que

significa. Por otra parte, los nombres pueden ser equívocos. Si tuvieran esta

propiedad, entonces, de las propiedades de un gato (animal), es un ejemplo,

podríamos inferir las propiedades del aparato que sirve para levantar las ruedas de

un coche.

Si las categorías mentales cognitivistas son radicalmente incapaces para

darnos una explicación del conocimiento humano vulgar y científico, las categorías

verbales los son más todavía. Las categorías verbales designan clases. También

designan categoría mentales o ideas representativas de esencias o rasgos

esenciales de las cosas. También designan individuos. Esto es comprensible por la

elasticidad del lenguaje a la que nos hemos referido antes. Para saber cuando

cumplen una de estas tres funciones en cada caso las categorías verbales tienen

que ser interpretadas, es decir, descodificadas. Y esto sólo es posible si se tiene en

cuenta el contexto en el que son utilizadas. Si en el orden ontológico no puede haber

cosas aisladas, en el orden lógico no puede haber ideas aisladas, y en el orden

semántico no puede haber palabras descontextualizadas. Una palabra descontex-

tualizada no es una categoría verbal, pues, en virtud de la elasticidad que deriva de

su carácter arbitrario, de facto no significa nada. Una palabra, un sonido cualquiera,

un gesto o un movimiento producido arbitrariamente por el hombre está abierto,

completamente abierto, a todo aquello que el sujeto quiera significar por medio de él.

Por eso precisamente se requiere una interpretación por parte del que se lo

encuentra delante. Las cosas y las ideas tiene naturaleza categorial por sí mismas,

es decir, por derecho propio. Las palabras tienen naturaleza categorial en la medida

en que el que el que habla o el que escucha les confiere ese carácter. No hay

sonidos que sean categoriales por sí mismos.

Cuando hago esta crítica de las tesis cognitivistas y conductistas no estoy

negando que la inteligencia realice esas operaciones de categorizar clasificando o

de clasificar verbalizando. Lo que intento decir es que esto no constituye la esencia

de la actividad intelectiva y, por supuesto, que no es precisamente esto lo que hace

cuando construye los conocimientos científicos. Cuando la inteligencia piensa

simplemente o cuando piensa construyendo parcelas científicas, desarrolla su

actividad guiada por las relaciones lógicas y ontológicas. Ese camino y esa dirección

no es otra que la de los géneros y las especies y, como efecto de ello, la dirección

de la 'consecuencia' que hay entre el antecedente y el consiguiente de todo

razonamiento. Sin esto no son posibles las demostraciones. Y, sin demostraciones,

ni hay ciencia, ni hay vida racional. El que en su razonamiento se deja guiar

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únicamente por las exigencias de las relaciones y leyes de las palabras puede que

obtenga conclusiones, pero esas conclusiones no se derivan de las premisas.

Puede que sean conclusiones verdaderas, pero en modo alguno son verdaderas

conclusiones.

La inteligencia humana está programada para formar categorías mentales

de acuerdo con los datos de la percepción que tiene acerca de las categorías reales.

Y está programada para moverse en el campo de los géneros y las especies de

acuerdo con las leyes lógicas, construyendo así nuevas catego-rías, pero no está

programada para elegir y asignar una categoría verbal determinada a una categoría

mental determinada. Tampoco está programada para moverse en el campo de las

palabras o categorías verbales con independencia de las categorías mentales o de

las categorías reales. Esto puede hacerlo, pero necesita un aprendizaje o una

programación adquirida, la cual dista mucho de ser universal o común, pues cada

pueblo o cada país tiene sus propias leyes y su propia programación. En la

programación fija que afecta al lenguaje, lo universal (los universales lingüísticos, las

estructuras profundas) es lo que recibe de las categorías mentales y las categorías

reales. Por eso se afirma actualmente que lo profundo del lenguaje, es decir, aquello

que lo convierte en categorial, no está en el habla, sino en la dimensión cognitiva del

individuo (en los conceptos) de la cual quiere ser fiel expresión.

Esto nos lleva a enfatizar insistentemente sobre la importancia de la

formación de los conceptos. Cuando estos respetan lo que deben respetar,

entonces son verdaderos conceptos, y, por análisis y síntesis, podemos obtener de

ellos conceptos nuevos, los cuales constituyen auténticas categorías mentales

representativas de la realidad aunque de forma inmediata no surjan de las

percepciones. Para que esta representación sea completa no basta con reproducir

intencionalmente las cosas. Es preciso reproducir también las acciones y las

relaciones que vinculan unas cosas a otras. Si el universo real es dinámico, el

universo mental también lo es. La inteligencia va incesantemente de unas

categorías a otras, pues esto es una exigencia de las propias categorías mentales

por estar mutuamente implicadas en virtud de su natural subordinación o

supraordinación. Cuando la inteligencia sigue la dirección de la subordinación, esta

actividad se llama 'deductiva'; y, cuando sigue la dirección de la supraordinación,

se llama 'inductiva'. La inteligencia no tiene otras posibilidades. Pues bien, estos

procedimientos o estos caminos no son practicables desde las categorías verbales.

Por su parte, la dirección de la actividad de la inteligencia que no es ascendente ni

descendente, sino que va de igual a igual, es decir de una categoría a otra que se

encuentra a su mismo nivel o de una cosa singular a otra cosa singular, es una

actividad posible (demostración analógica), pero, ni suministra conocimientos

seguros, ni aporta nada positivo para el progreso de la ciencia. En cualquier caso,

este tránsito de la inteligencia tampoco es posible desde la categorías verbales. Por

eso la función de las categorías verbales, a los efectos de la inteligencia, no es una

función principal, sino subordinada o subsidiaria de la función de entender y razonar.

Las categorías verbales ayudan al desarrollo de la actividad propia de la inteligencia,

pero no la constituyen o suplantan, no son su objeto principal. A los efectos del

pensamiento las categorías mentales son esenciales e insustituibles9.

Conviene insistir un poco más en estas ideas. Las categorías verbales o

categorías lingüísticas son elegidas o producidas libremente por el hombre, pues

cada hombre puede expresar estas ideas con los sonidos que crea convenientes.

Estos signos o palabras inventadas podrán ser aceptadas por los demás o podrán

ser rechazadas. Pero a él nadie puede negarle ese derecho de inventarlas y

utilizarlas como quiera.

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Por el contrario, las categorías mentales son formadas por la inteligencia

sujetándose en todo a eso que ella misma conoce de la realidad o de la categorías

reales. Pensamos acerca de la realidad sujetándonos en todo a lo que de ella

conocemos. Eso que llaman libertad de pensamiento es otra cosa muy distinta.

Precisamente por eso, porque formamos nuestras ideas y nuestros pensamientos

acerca de la realidad en íntima dependencia de lo que de ella conocemos a través

de la percepción, nuestra categorías mentales son adquiridas. La formación de

estas categorías en esencia es, como hemos visto, nuestro aprendizaje. En esto,

tanto ARISTÓTELES (con su 'tabula rasa') como LOCKE (con su cuartilla en blanco)

tenían toda la razón. Sin embargo, no todo lo que hay en el conocimiento procede

de la experiencia (KANT, CHOMSKY, ETC.). Hay en nuestra mente una exigencia

innata a categorizar ciertos objetos como substancia y otros objetos como accidente;

ciertos objetos como cantidad y otros objetos como cualidad; ciertos objetos como

relación y otros objetos como acción o pasión (afectación), etc. Como consecuencia

de esto mismo hay también en nuestra mente una exigencia ineludible que nos lleva

a categorizar algunos de estos objetos como causas y otros objetos como efectos,

ciertos objetos como sujetos y otros objetos como atributos, ciertos objetos como

poseedores y otros objetos como cualidades o cosas poseídas, etc. Lo innato no es

la categoría mental o concepto, sino la exigencia de que cada concepto sea

encajado en una parte muy concreta del esquema general o estructura objetiva de la

inteligencia humana10

.

Una cosa es la categoría y otra cosa muy distinta es la estructura mental

general de la cual forman parte cada una de las categorías mentales. Cada

categoría es un fragmento de información acerca de la realidad. La estructura en la

que se engarzan esas categorías mentales, por el contrario, no constituye

información alguna. Pues bien, la mente humana está programada para formar

categorías y colocar cada una de ellas en el lugar mental que le corresponde. Esta

estructura es innata y a priori respecto de las categorías mentales.

A mi entender es esto precisamente, no otra cosa, lo que constituye la

aprendibilidad (learnability) de la cual hablan los psicólogos actuales (WESCHLER,

CALICOVER, PINKER, ETC.) interpretándola en sentidos diversos11

. La formación y

sistematización de las categorías mentales es nuestro único aprendizaje, es decir, el

aprendizaje humano en tanto que humano. Pues bien, el aprendizaje en cuanto tal

es adquirido, pero esa adquisición es posible gracias a esa capacidad innata del

individuo que se llama aprendibilidad.

Esa estructura mental es, por otra parte, universal. Se encuentra compartida

por todos los seres de la especie humana. Todos la poseen en la misma medida. Lo

que acontece es que no todos la han desarrollado de la misma manera. En los

individuos sanos, y refiriéndonos al lenguaje interno, está constituida por las

estructuras profundas elementales de las que habla CHOMSKY, pues aun los

individuos más alejados o marginados de la cultura experimentan estas exigencias

de categorizar y engarzar o relacionar las categorías de esta manera. En los

individuos más arropados por las corrientes culturales, la estructura mental se hace

más compleja o se desarrolla con otros compartimentos nuevos proporcionando así

el lugar adecuado para categorías nuevas o para subcategorías de las categorías

anteriores. Esto es, en fin de cuentas, lo que hace posible la ciencia en general o el

pensamiento del hombre en cualquier campo del saber.

A primera vista parece que esto conduce al formalismo del conocimiento al

estilo kantiano. Sin embargo no es así, ni mucho menos. El conocimiento humano

es un conocimiento de contenidos, no de formas de contenidos. Las formas son

precisamente las que hacen posibles esos contenidos. No hay conceptos o

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categorías puras o a priori. Lo que es a priori es la exigencia de que esos conceptos

o categorías, una vez formados por la mente tomando sus contenidos de la

percepción, sean situados en un lugar determinado de la estructura mental. La

mente, pues, forma o construye sus propias estructuras de conceptos

(pensamientos sobre las cosas), pero lo hace en virtud de una exigencia innata que

impone a priori el esquema general. Estas son las 'restricciones del aparato

cognitivo' de las que hablan algunos autores. Estas restricciones son las que

impiden la arbitrariedad del pensamiento, es decir, las que imponen las reglas

profundas de la sintaxis y la lógica, sobre todo las reglas de la lógica. Reglas que,

como hemos dicho, no son independientes de las leyes de la cosas. Por donde

quiera que se mire hay una correspondencia bastante ajustada entre las estructuras

de la mente y las estructuras de la realidad (QIN THANA)12

.

En el terreno de las categorías verbales hemos de tener en cuenta sus

múltiples dimensiones, la fonética, la sintáctica, la semántica y la pragmática, etc. En

virtud de la relación fonética las categorías verbales no son innatas en absoluto. Son

totalmente adquiridas o inventadas; nadie nace hablando, y, mucho menos,

articulando unas voces determinadas. Tampoco son innatas en virtud de su

dimensión sintáctica, pues, si bien es cierto que existen estructuras ocultas del

lenguaje o universales lingüísticos comunes a todos los seres humanos; si bien es

cierto que existen categorías lógicas con sus estructuras y sus relaciones, como

fundamento de las estructuras y relaciones sintácticas, no es menos cierto que en la

inteligencia del que viene a este mundo no se encuentran sino de una manera

potencial; para ponerlas en uso, cada uno tiene que hacerlas explícitas con su

trabajo intelectual, transformándolas; lo innato es la exigencia ontológica de esta

transformación, pero no la transformación efectiva o el uso fáctico de estas

estructuras. Las categorías verbales no son innatas en razón de su dimensión

semántica, pue son signos arbitrarios; los contenidos semánticos son los rasgos de

las cosas, los rasgos esenciales, en la mayor parte de las ocasiones, los cuales son

inmutables; pero las palabras nacen y mueren o cambian de carga según los usos y

las prefencias del pueblo (HORACIO). Por último, las categorías verbales no son

innatas por razón de su dimensión pragmática, pues el uso que hacemos de ellas

depende del contexto en que son empleadas y depende también de los intereses. El

uso es accidental, momentáneo, discrecional, advenedizo, histórico, hipotético y

tornadizo.

La psicolingüística actual concede una importancia enorme al componente

léxico del lenguaje. Como ya hemos constatado, las gramáticas estructurales, las

descriptivas, las transformacionales y las de casos van dejando paso a las

gramáticas lexicales que ponen toda su atención en las palabras como partes o

elementos de la oración, teniendo en cuenta sus propidades morfológicas al objeto

de entender las relaciones que hay entre ellas (SIEGEL, JACKENDORFF,

ARONOFF). Pues bien, las palabras o categorías verbales constituyen el principal

elemento del lenguaje, el cual es aprendido. El otro, el componente innato son las

estrucuras comunes o estructuras profundas, como hemos visto, o mejor, la

exigencia ontológica y psicológica de formular esas estructuras de una manera

determinada. En realidad, de acuerdo con esta tendencia, no aprendemos a hablar.

Aprendemos, eso sí, las palabras que necesitamos para ello. Las categorías

verbales son adquiridas o inventadas, y son, a su vez, transmitidas como tesoro

cultural de los pueblos. Las reglas mediante las cuales los individuos construyen sus

estructuras lingüísticas, ya lo hemos dicho, también son adquiridas, pero no por

transmisión de unos a otros, sino por inferencia personal del sujeto partiendo del

lenguaje que se oye (percepción), de las propiedades fonológicas y morfológicas de

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las categorías verbales y de las propiedades sintácticas y semánticas que esas

mismas categorías tienen en la frase o enunciado.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c. 12.- 1) Bruner, 1986,

1988; Aritóteles, 1967; Kant, 1960; Hartman, 1957, 1960. 2) Ayer, 1984; Bunge,

1983; Espejo, 1982; Gómez Bosque, 1985; Montero, 1976; Quine, 1968, 1992;

Vázquez, 1986; Russell, 1983; Bruner, 1983, 1986, 1988; Brown, 1956; Carroll,

1964; Kendler y otros, 1954, 1955; Kiefer, 1970; Hjemslev, 1936; Piaget, 1965;

Piaget e Inhelder, 1966; Sapir, 1927; Bierwisch, 1969; Chark, 1974. 3) Aristóteles,

1967. 4) Bruner, 1986, 1988; Kant, 1960; Luria, 1980, 1985. 5) Luria, 1980, 1985. 6)

Whorff, 1971. 7) Brown, 1956, 1981; Brown y Fraser, 1963; 8) Qin Thana, 1963;

Watson, 1920. 9) Qin Thana, 1993. 10) Aristóteles, 1967; Locke, 1960; Kant, 1960;

Chomsky, 1957, 1971. 11) Ver Gardner, 1988. 12) Qin Thana, 1993. 13) Siegel,

1964; Aronoff, ver Gardner, 1988.

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139

Cap. XIII.- LOS NIVELES DEL LENGUAJE HUMANO

Una de las diferencias altamente significativas que tiene el lenguaje humano

respecto de los otros lenguajes, el de los animales y el de las máquinas, es la

producción y el uso del mismo a diversos niveles. Cada uno de estos niveles es un

grado del lenguaje.

1.- EL LENGUAJE OBJETO

El primero de ellos es el llamado 'lenguaje objeto'. Sencillamente es el

lenguaje que se refiere directamente a las ideas o a los contenidos de las ideas.

Como las ideas y los contenidos de las ideas están referidos directamente a las

cosas, el lenguaje objeto es el que se refiere a las cosas expresándolas; por

ejemplo, el enunciado 'la tierra es redonda'. Lo que se quiere expresar con este

enunciado es una cosa, es decir, la existencia de una cosa que es la tierra, y la

posesión de una cualidad por parte de esa cosa: la redondez. Es, por tanto, el

lenguaje referido a la realidad a través de las ideas que se tienen de ella. Este es el

lenguaje de las ciencias en general, pues todos sus enunciados pretenden expresar

la existencia de ciertos fenómenos de la realidad con sus propiedades, sus

relaciones y las medidas de esas relaciones. A este lenguaje se le llama también

lenguaje de grado uno.

Se le llama 'lenguaje de grado uno' porque existe también otro lenguaje que

puede ser considerado como 'lenguaje de grado cero'. Este lenguaje está constituido

por las cosas mismas, las singulares, las propiedades de esas cosas y las

relaciones que emergen de esas propiedades, toda vez que las cosas singulares,

las propiedades y las relaciones son la expresión o manifestación externa de la

realidad interna o esencia que hay en cada una. Si entendemos el lenguaje en

sentido riguroso, esto no es un lenguaje, ya que falta en él lo más esencial de un

verdadero lenguaje, que es su condición de signo arbitrario. La relación que hay

entre estas manifestaciones externas de las cosas y su realidad interna es una

relación establecida por la naturaleza. Su efectividad en tanto que signos no

depende de la libre elección o aceptación de los hombres. Son, pues, signos natura-

les.

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2.- EL METALENGUAJE

El segundo nivel del lenguaje es el lenguaje que versa sobre el lenguaje

objeto; es decir, el enunciado que expresa algo acerca del lenguaje de grado uno;

por ejemplo, 'la tierra es redonda es un enunciado seriamente contrastado por las

ciencias'. En realidad hay aquí dos enunciados: el primero pertenece al nivel de

grado uno y el segundo al nivel de grado dos. A este lenguaje se le llama también

metalenguaje. Es, como digo, el lenguaje acerca del lenguaje de grado uno. A este

nivel del lenguaje pertenecen todos los enunciados de la lógica y los enunciados de

la epistemología.

3.- EL LENGUAJE DE GRADO TRES

El tercer nivel del lenguaje es el lenguaje que versa sobre el lenguaje de

grado dos o metalenguaje. Por eso recibe también el nombre de metametalenguaje

o lenguaje de grado tres. Por ejemplo, "el enunciado 'la tierra es redonda' es un

enunciado suficientemente contrastado por las ciencias es, a su vez, un enunciado

compuesto". A este nivel del lenguaje pertenecen los enunciados de la sintaxis.

Pertenecen, también a este nivel del lenguaje enunciados de este tipo: "quiero

dejarlo bien claro: 'la tierra es redonda' es un enunciado suficientemente contrastado

por las ciencias". En realidad son tres enunciados cada uno de los cuales pertenece

a uno de los niveles del lenguaje. El más elevado es el nivel que se corresponde con

el enunciado 'quiero dejarlo muy claro' que expresa ya un sentimiento o una decisión

propia del sujeto, no una virtualidad del lenguaje, ni una propiedad de las cosas de

la realidad.

4.- OTROS NIVELES DEL LENGUAJE

Hipotéticamente hay otros niveles superiores del lenguaje: lenguaje de

grado cuatro o metametametalenguaje, lenguaje de grado cinco o

metametametametalenguaje, etc. Evidentemente cada uno estos lenguajes se

refiere de una manera inmediata al lenguaje de grado inferior que le sigue en la

escala de los lenguajes.

La posibilidad de situarse en los distintos niveles del lenguaje es una de las

capacidades parciales más significativas o más específicas de la inteligencia. Una

prueba que tuviera como objeto la constatación de estos niveles sería un magnifico

test de inteligencia para medir el cociente intelectual de un individuo. Por otra parte,

si para producir o usar un verdadero lenguaje es necesaria la posesión y el uso

explícito de la inteligencia, para producir y diferenciar sus niveles o grados el uso de

la misma tiene que ser de mayores alcances. Por supuesto, el planeamiento de

estos niveles o saltos del lenguaje no tiene cabida en el lenguaje de los animales y

en el lenguaje de las máquinas.

Para moverse con soltura en los grados del lenguaje trasladándose de un

nivel a otro es preciso poner en ejercicio casi todos los procesos intelectivos como

comportamientos específicos de la inteligencia. Es necesaria la formación de

conceptos, el procesamiento de la información, el razonamiento, la solución de

problemas, la toma decisiones, etc. Es necesaria también la transferencia, pues el

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paso entre los distintos niveles hacia arriba o hacia abajo sólo es posible si hay

cierta correspondencia entre esos niveles y si la consistencia de cada uno de ellos

es transferida a los demás con la debidas reservas. Pero, de una manera especial,

es necesaria la metacognición. Sin un conocimiento del propio conocimiento no es

posible un lenguaje acerca del propio lenguaje. Esto es evidente. Sólo el conoci-

miento de los propios procesos cognitivos puede dar paso a la expresión lingüística

del contenido de esos procesos. Por tanto el metalenguaje en cualquiera de sus

niveles es el comportamiento que resume o sintetiza todos los comportamientos de

la inteligencia.

5.- LOS NIVELES DEL LENGUAJE Y LA COHERENCIA DEL PENSAMIENTO

La importancia que esto tiene para la educación de la inteligencia es grande.

La inteligencia bien educada sabe identificar el objeto de sus pensamientos, el

objeto de sus ideas, el objeto de sus decisiones y el objeto de sus aspiraciones.

Pero también sabe identificar el objeto de sus enunciados. Esto es propio de la

inteligencia bien educada, insisto, porque es el caso que hay inteligencias o

individuos que constitutivamente son inteligentes, pero no son capaces de identificar

el objeto de sus enunciados. Esto puede hacerlo únicamente el que cae en la cuenta

del nivel desde el que se produce el lenguaje y del nivel desde el que se utiliza. La

confusión de estos niveles es harto frecuente en individuos con cociente intelectual

bajo. Pero también es harto frecuente en niveles de cociente intelectual alto, cuando

pretenden hacer valer una opinión que es verdadera respecto de un lenguaje de

nivel determinado, pero que no lo es respecto de otro lenguaje de grado inferior o de

el lenguaje de grado cero. Por ejemplo este enunciado: 'suprimir la vida de los seres

humanos no nacidos es un signo de progreso para la sociedad que lo hace o lo

propugna'. Evidentemente la realidad (lenguaje de grado cero), es decir, la

supresión efectiva de la vida de los no nacidos, no constituye progreso alguno, sino

todo lo contrario, es el indicador más evidente de la regresión y la insensatez de esa

sociedad, pues con ello está minando sus propios cimientos. Por el contrario, el

hecho de llegar a la formulación del enunciado 'suprimir la vida de los seres

humanos no nacidos' como un deseo o una decisión, esto sí es un signo de

progreso, pues es un enunciado que se constituye en denominador común de las

sociedades que paradójicamente se llaman progresistas. Insisto, sólo las

inteligencias bien educadas son capaces de discernir el nivel que corresponde a

cada lenguaje para desenmascarar el verdadero rostro de algunos enunciados que

son expuestos como principios absolutos.

La historia del pensamiento no ha reparado suficientemente en la

importancia que tienen los niveles del lenguaje y en la necesidad de delimitarlos

para una correcta comunicación entre las personas y las generaciones. Los antiguos

ya se dieron cuenta de ello, y entendieron que, sólo desde esta perspectiva, pueden

aclararse las conciencias y resolverse ciertos problemas como el problema del

enunciado: 'te estoy mintiendo'. Hay que reconocer que no es fácil saber si miente o

no miente; en qué sentido miente y en qué sentido dice la verdad. Muchas paradojas

como esta del mentiroso dejan de ser paradojas si se las examina desde el punto de

vista de los niveles del lenguaje.

A veces tenemos claro lo que pensamos, pero no tenemos nada claro lo que

decimos. El hecho es que con frecuencia decimos lo que no pensamos o lo que no

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queremos decir. Si la educación de la inteligencia tiene por objeto poner orden en

nuestras ideas, esa aspiración debe extenderse de la misma manera a poner orden

entre nuestras palabras y nuestros enunciados. Lo cual implica no sólo la

estructuración de las palabras, los enunciados y las argumentaciones, sino la

especificación, al menos implícita, del nivel del lenguaje desde el que se pretende

que tengan validez esas palabras, esos enunciados y esas argumentaciones.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c. 13.- 1) Bruner, 1986,

1988; Aritóteles, 1967; Kant, 1960; Hartman, 1957, 1960. 2) Ayer, 1984; Bunge,

1983; Espejo, 1982; Gómez Bosque, 1985; Montero, 1976; Quine, 1968, 1992;

Vázquez, 1986; Russell, 1983; Bruner, 1983, 1986, 1988; Brown, 1956; Carroll,

1964; Kendler y otros, 1954, 1955; Kiefer, 1970; Hjemslev, 1936; Piaget, 1965;

Piaget e Inhelder, 1966; Sapir, 1927; Bierwisch, 1969; Chark, 1974. 3) Aristóteles,

1967. 4) Bruner, 1986, 1988; Kant, 1960; Luria, 1980, 1985. 5) Luria, 1980, 1985. 6)

Whorff, 1971. 7) Brown, 1956, 1981; Brown y Fraser, 1963; 8) Qin Thana, 1963;

Watson, 1920. 9) Qin Thana, 1993. 10) Aristóteles, 1967; Locke, 1960; Kant, 1960;

Chomsky, 1957, 1971. 11) Ver Gardner, 1988. 12) Qin Thana, 1993. 13) Siegel,

1964; Aronoff, ver Gardner, 1988.

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Cap. XIV.- EL USO DE LAS PALABRAS

1.- INTRODUCCION

Para entender las exigencias que impone el uso correcto de las palabras es

preciso tener en cuenta algunos datos ya expuestos a lo largo de este libro.

Conviene recordar una vez más que la inferencia es imposible si no

interviene al menos un concepto universal en el discurso. Si no figura este concepto,

los conocimientos que se desarrollan en el proceso podrán estar relacionados entre

si como unum in alio o como unum post alium, pero no como unum ex alio, que

es de lo que se trata.

El procedimiento para obtener los datos necesarios de las cosas para la

formación de los conceptos es la abstracción y la intelección, sin que quepa hacer

una separación o diferenciación cronológica entre estos dos actos, pues de hecho la

inteligencia entiende o comprende al mismo tiempo y en la misma medida en que

abstrae. La comprensión e intelección se consuman cuando la inteligencia produce

una idea o concepto de la cosa o de un elemento esencial de ella. Esta idea es la

expresión mental o lenguaje interno como hemos dicho.

Las palabras externas constituyen la expresión 'ad extra' de las ideas o

conceptos de las cosas. De una manera directa e inmediata son la expresión de

las ideas o conceptos. De una manera indirecta son la expresión del contenido de

los conceptos o ideas, es decir, de la esencia de las cosas o de algún elemento

esencial de ellas representado en esas ideas. Y, de una manera más indirecta

todavía, son la expresión de las cosas mismas en su singularidad. Conviene tener

muy en cuenta estas relaciones esenciales de las palabras con las cosas en tanto

que cosas y con las cosas en tanto que objetos, es decir, las relaciones de las

palabras con sus contenidos semánticos13

.

Ya hemos visto la imposibilidad absoluta que padecemos de comunicar

nuestras ideas a los demás de una manera directa. Por eso las palabras y otros

signos hay que tomarlas según lo que son, es decir, hay que tener en cuenta que su

valor, a los efectos de la comunicación, no pasa de ser el valor de un signo

arbitrario.

A la hora de expresar nuestras ideas, la inteligencia presenta a la voluntad

múltiples opciones, es decir, una pluralidad de signos mediante los cuales pueden

ser expresadas esas ideas. De entre estas opciones la voluntad elige una que, de

ordinario, es la que cree más conveniente en ese momento para lograr sus efectos:

por ejemplo, una entre varias palabras de distintos idiomas, o una palabra de entre

otras sinónimas del mismo idioma.

Por tanto el uso que la inteligencia hace de las palabras en cada caso

concreto tiene una elasticidad considerable. Depende: a) de lo que el individuo

quiere expresar, b) del idioma que sabe o elige, c) de las palabras de que dispone

un idioma, etc. Pero depende también de sus gustos o caprichos, pues, aparte de la

carga afectiva que quiera expresar, de hecho, le es dado elegir la palabra o signo

que prefiera, aunque no exista en idioma alguno para expresar eso que quiere

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expresar. En realidad la creación de las palabras o signos arbitrarios no está

sometido a norma alguna. En la referencia que ya hemos hecho a HORACIO parece

que esta facultad o este poder corresponde al pueblo, pero en realidad no es así,

pues cada uno puede llamar a las cosas y a los contenidos de las ideas como

quiera. Esto no implica que el resultado de esta arbitrariedad constituya un verda-

dero lenguaje, pues, por estar éste constituido por una serie de signos arbitrarios,

está también en el arbitrio del que escucha aceptar estos signos o no aceptarlos. La

arbitrariedad es un atributo de la nominación, pero no del uso y de la comunicación.

En este sentido cabe afirmar que, para establecer la comunicación entre

varios individuos, es necesario partir de algo en lo cual todos estén de acuerdo, es

decir, de algo conocido y aceptado por todos. Este algo es el código lingüístico.

Podemos pensar lo que queramos, pero, si queremos llegar a un mínimo de

comunicación acerca de los cromosomas de la célula humana (cuarenta y seis),

pongo por caso, tenemos que conocer y estar de acuerdo en que el signo 4 y el

signo 6 en el número total de cromosomas, tomados por separado, significan cuatro

y seis unidades respectivamente.

No es este el momento de determinar la elasticidad que supone esa facultad

que capacita para elegir una entre varias palabras de distintos idiomas, o una

palabra de entre muchas que son sinónimas, sino la elasticidad que supone utilizar

una misma palabra con distintos sentidos, es decir, una misma palabra para

expresar diversas informaciones o datos que hay en la mente referidos a las cosas

singulares, a las esencias de las cosas o a los elementos inteligibles constitutivos de

esa misma esencia o, incluso, algo que se encuentra relacionado con ella.

El problema que estoy planteando ahora es el problema de la suppositio de

la psicología y la lógica tradicionales. La suppositio es la sustitución de las ideas y

las cosas por las palabras en el lenguaje hablado. Esto es lo normal, pues en una

conversación no manejamos cosas, sino ideas y palabras; o mejor, palabras en

sustitución de las ideas y las cosas. Efectivamente esto es, en primer lugar, un

problema lógico, pero también es un problema psicológico. El individuo tiene que

elegir una palabra para expresar cada uno de los contenidos de sus ideas, pero

Acabo de decir que esa elección es arbitraria, pero no lo es absolutamente.

Es arbitraria respecto del contenido directo del pensamiento, es decir, de las ideas.

Pero no lo es respecto de otros factores que intervienen en la comunicación. El uso

de las palabras, pues, no es absolutamente arbitrario. En efecto:

a) La elección de la palabra tiene que corresponderse con aquello que

quiere comunicar y con las capacidades fácticas del interlocutor; ya hemos dicho

que el código de cualquier comunicación tiene que ser conocido y aceptado por

ambos, es decir, tiene que ser común.

b) Las mismas palabras de un lenguaje pueden ser elegidas por un mismo

individuo para expresar contenidos diferentes, habida cuenta de las exigencias que

impone el párrafo anterior; por ejemplo, la palabra 'batalla' pata expresar la

confrontación entre dos ejércitos y la distancia que hay entre los dos ejes de un

coche.

c) La sustitución de una idea o un objeto (contenido) por una palabra suele

hacerse en el contexto de un enunciado. En este caso la sustitución sólo es

admisible si se hace de acuerdo con las exigencias existenciales del objeto al que

sustituye. Por ejemplo, 'Alejandro Magno es el rey de Macedonia'. La sustitución es

válida para el momento pasado, pero no para el presente. Ahora bien esa existencia

puede ser real o irreal, actual o posible, presente, pasada o futura. Así, es legítima la

sustitución en los siguientes casos: 'la vida en la luna será normal', 'el centauro es

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mitad hombre y mitad caballo', 'España estuvo unida a Africa por el estrecho de

Gibraltar', etc. El uso de las palabras desde este punto de vista no tiene nada de

arbitrario.

Sin embargo el punto de gravedad en torno al cual gira el lenguaje o el uso

que hacemos de él es el contenido de la inteligencia que puede ser objeto de

comunicación. Pues bien, este contenido es el contenido del pensamiento. Y en este

momento puedo estar pensando en el 'perro' como 'animal de compañía', pero

también puedo pensar en el perro como 'especie de animal', la cual no es un animal

de compañía, al menos no lo es en tanto que especie; puedo estar pensando en el

perro como 'colectivo' de animales, o en un 'grupo' más o menos numeroso de

perros, o en 'cada uno' de los perros por separado, o en la palabra 'perro', o en lo

'perro que es un hombre' cuando se vuelve agresivo. La palabra es la misma, pero

el uso que puedo hacer de ella en cada uno de estos casos es completamente

distinto. Es decir, en cada caso la empleo con un sentido semántico distinto. Para

que el interlocutor entienda el mensaje tiene que conocer o darse cuanta de aquello

a que estoy refiriéndome cuando empleo una palabra concreta. Y, como acabamos

de ver, puedo estar refiriéndome a mis ideas, a las cosas representadas en mis

ideas, a las palabras que estoy usando prescindiendo de las ideas y las cosas, y a

otras cosas a las cuales se extiende el uso de la palabra, no por lo que son en sí

mismas, sino por el parecido que tienen con el objeto con el que la palabra tiene una

vinculación semántica concreta (metáfora). Por tanto la relación que las palabras

tienen con su contenido puede ser muy diversa. El uso lo hacemos siempre de

acuerdo con esta relación. Por esto mismo el uso también es muy diverso.

Antes de comenzar a hacer uso del lenguaje, la inteligencia se ve obligada a

practicar todas estas discriminaciones. Está claro que sólo puede hacerlas el ser

inteligente. Para los seres no inteligentes, el uso del lenguaje no tiene esa

vinculación con esta variedad de contenidos y relaciones.

2.- EL USO MATERIAL DE LAS PALABRAS

Cuando la palabra está utilizada refiriéndose a sí misma, el uso del lenguaje

es un uso material, pues se refiere al sonido o a la grafía de la palabra, es decir, a

sus elementos materiales, por ejemplo, 'perro tiene cinco letras'. Es evidente que

estoy refiriéndome a la materialidad de la palabra 'perro', pues, ni el perro como

animal, ni la idea que tengo de él tienen cinco letras.

3.- EL USO METAFORICO

Cuando la palabra está utilizada refiriéndose a otro objeto que tiene una

cierta semejanza con el objeto que significa la palabra en el lenguaje normal, el uso

del lenguaje es un uso metafórico, por ejemplo, 'el perro de tu padre salió con un

palo dando voces detrás de mí'.

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4.- EL USO FORMAL

Cuando la palabra es utilizada refiriéndose a la idea o concepto, o mejor, al

contenido de la idea (la cosa según su ser de objeto), el uso del lenguaje es un uso

formal o simple, por ejemplo, 'el perro es una especie de animal'. Está claro que la

palabra perro está referido a una idea, pues sólo las ideas son especies y géneros.

Las cosas, en razón de su ser de cosa, no lo son en manera alguna.

5.- EL USO REAL

Cuando la palabra es utilizada refiriéndose a las cosas, en razón de su ser

de cosas, entonces el uso del lenguaje es un uso real, por ejemplo, 'los perros son

fieles guardianes de la casa y amigos del hombre'. Evidentemente ni las ideas ni las

palabras son fieles guardianes y amigos de los hombres.

El uso real es triple: a) uso universal colectivo, cuando la palabra sustituye

a todos los individuos de un grupo de seres tomados en conjunto, por ejemplo, 'los

meses del año son doce'; aquí la palabra 'doce' está referida a los meses tomados

todos a la vez, no uno por uno, pues uno por uno no son doce; b) uso universal

distributivo, cuando la palabra sustituye a todos los individuos de un grupo

tomados 'uno por uno' (distributivamente), por ejemplo, 'los perros son vertebrados';

el rasgo de vertebrados les conviene a todos y cada uno, es decir, a cada uno con

independencia de los demás; c) uso particular, cuando la palabra sustituye o está

tomada por algunos individuos de un grupo determinado. Puede suceder que estos

individuos sean determinados, es decir, que quepa la posibilidad de identificarlos

(uso particular disyuntivo), por ejemplo 'algunos perros han sido devorados por

los lobos': si se hace una investigación, hasta puede saberse de qué perros se trata;

pero no es necesario, pues está claro que han sido unos perros muy concretos

aunque no los conozcamos. Por su parte, puede suceder que estos individuos no

sean determinados porque el que usa la palabra no tiene interés en ello, con lo cual

no hay posibilidad de identificarlos (uso particular disyuncto), por ejemplo,

'algunos perros son necesarios para la cacería de mañana'; lo único cierto es que

algunos perros son necesarios, pero no se nos dice cuáles en concreto.

Acabamos de decir que el acto de razonar es el comportamiento específico

de los seres inteligentes, toda vez que sólo los seres inteligentes pueden realizarlo.

Y lo realizan precisamente porque tienen inteligencia, es decir, en virtud de ella.

Cuando esa inferencia es expresada en forma de palabras se llama argumentación.

Pues bien, antes de dar un paso, la inteligencia tiene que tener muy claros los

objetos a los cuales está refiriendo las palabras si no quiere cometer inferencias

ilegítimas o enhebrar argumentaciones en forma de sofismas. La conclusión de una

argumentación legítimamente inferida depende rigurosamente del uso que se hace

de las palabras en las premisas. Así sería una mala argumentación está: 'los días de

la semana son siete (uso colectivo); ahora bien el lunes y el martes son días de la

semana (uso distributivo), luego el lunes y el martes son siete'.

6.- EL USO DE LAS PALABRAS Y SUS LEYES

A la inteligencia no le es dado cambiar a capricho el uso de las palabras

a lo largo del proceso de una misma inferencia. Esta es una ley muy estricta que

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debemos añadir a las leyes de la inteligencia que se analizan en este libro. La falta

de respeto a esta ley es la causa de muchos errores que se cometen en la vida

cotidiana y en la construcción de las ciencias más ambiciosas. Ese fue el error del

califa Omar cuando quemó los libros de la Biblioteca de Alejandría: 'los libros son

inútiles o nocivos (uso distributivo), luego hay que quemarlos (uso colectivo)'. O el de

Nerón con los cristianos de Roma: 'los cristianos (los que él tenía bajo su dominio)

son criminales e incendiarios (uso particular disyuntivo), luego los cristianos como

totalidad (uso colectivo), deben ser quemados o arrojados a las fieras'.

Estos errores, como acabo de decir, suelen ser cometidos en la vida diaria o

en la vida política; por ejemplo, de la falta de honestidad de unos cuantos militantes

de un partido político se pasa a la deshonestidad del partido político como tal. Pero

esto no tiene mayores consecuencias. Lo grave es cuando se pasa del uso formal o

simple al uso real, es decir cuando se pasa a atribuir a los seres cualidades o

determi-naciones que sólo pertenecen a las ideas. Este es el defecto que padece el

famoso argumento ontológico que ha sido utilizado para demostrar la existencia de

Dios (SAN ANSELMO, DESCARTES, ETC.). En resumen, el argumento es como

sigue: existe en mi mente la idea de Dios, luego en la realidad también existe Dios.

La existencia de la idea que es un atributo de ella o atributo ideal es transferido

ilegítimamente a un ser real. El golpe de gracia se lo dio KANT cuando

argumentaba: 'puede existir en mí la idea de cien táleros, pero, por eso, no existen

cien táleros en mi bolsillo'. De la existencia de la idea (uso ideal o formal de la

palabra) no puede inferirse un uso real de la cosa representada por esa idea.

Acabo de insinuar que esto puede acontecer también en las ciencias y en la

vida política. Este es el espejismo padecido por los regímenes socialistas y

comunistas con tan tristes consecuencias para los que los han soportado. Existe en

su mente una sociedad ideal perfecta (a priori), integrada por una serie de atributos,

entre ellos la igualdad de clases, la supresión de la propiedad, la eliminación de las

ideologías, sobre todo la religiosa, la concepción materialista de la persona, etc. (uso

formal o simple del lenguaje: juego de conceptos). Pues bien, de ahí infieren que los

seres humanos reales son así, es decir, que en la realidad cada uno de ellos

radicalmente tiene esa naturaleza y esos atributos sin ser conscientes de ello en la

mayoría de los casos (uso real). La realidad ha demostrado que los hombres no son

así. La palabra 'sociedad perfecta' en el sentido riguroso vale para la idea de

sociedad, pero no para la realidad constituida por los individuos humanos, pues ésta

nunca es perfecta.

Esto nos hace pensar que el uso de una palabra no puede ser determinado

si esa palabra no se encuentra en un contexto, es decir, en un enunciado. El

enunciado, por tanto, delimita el contenido semántico de las palabras y, gracias esto,

la comunicación es posible. El lenguaje a base de monosílabos o de palabras

sueltas sólo es lenguaje si se presupone un enunciado que subyace, es decir, un

enunciado en el que algunos de los elementos, incluso elementos esenciales, se

encuentran implícitos. Esto es lo que nos sucede cuando viajamos a un país cuya

lengua desconocemos. Si nos encontramos desorientados en medio de la ciudad,

cogemos un taxi y le decimos al conductor: 'Oxford street'. De sobra sabemos que

él ha entendido: 'lléveme a la calle de Oxford', no a la idea de calle Oxford o a la

palabra 'calle de Oxford', etc.

No podemos comunicar nuestras ideas. Lo que enviamos a los demás (las

palabras) son códigos de ideas. Pues bien, al descodificar esos signos, el que

escucha tiene que poner en juego su inteligencia para interpretarlos de la misma

manera que nosotros la hemos puesto en juego para codificarlos. Esto implica por

su parte la constatación intelectual del uso que estamos haciendo de nuestras

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palabras. Él tampoco puede interpretar nuestros códigos de acuerdo con un uso

distinto del uso que nosotros estamos empleando. Sin este requisito tampoco hay

comunicación posible. Por el contrario, cuando esto se lleva a efecto, él, en su

mente, construye su propio conocimiento que es fiel porque se corresponde con el

nuestro.

Conviene tener muy en cuenta estos principios, pues, sin ellos, es inviable

una verdadera educación de la inteligencia.

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Cap. XV.- LAS BASES FISIOLÓGICAS DEL LENGUAJE

Este capítulo está en relación estrecha con el capítulo III en el que se

expone el tema del 'lenguaje como conducta del ser inteligente'. Es como una

prolongación suya, pero tiene una finalidad especial, la finalidad de poner de

manifiesto que el lenguaje se encuentra íntimamente vinculado al cerebro, pero que

él mismo no es el cerebro, en tanto que facultad, ni es tampoco una acción del

cerebro en tanto que conducta inteligente. Entiendo que esto es así porque las

propiedades del lenguaje y las propiedades de cerebro son completamente

heterogéneas. El hecho de que el cerebro haya sido considerado como la base

fisiológica del lenguaje y de la inteligencia no quiere decir que el cerebro sea la

causa eficiente del lenguaje, ni mucho menos. El cerebro interviene, por supuesto,

pero esta intervención suya no es la que se corresponde con la de la causa

principal. El tema del cerebro es uno de los más destacados en el campo de la

psicología, sobre todo en ciertas parcelas suyas que se ven continuamente

invadidas por la fisiología1.

El lenguaje de la psicología, la fisiología y la medicina actuales padece

muchas deficiencias de imprecisión, porque no tiene en cuenta el concepto de

'causa' en su sentido más genuino. Este conocimiento de las causas es propio de la

filosofía. Por tanto sólo desde ella, y aprovechando los conocimientos de las

ciencias actuales acerca del cerebro y del sistema nervioso, sólo desde ella, insisto,

puede determinarse con precisión qué tipo de causalidad o qué tipo de acción ejerce

el cerebro sobre el lenguaje.

1.- LOS HEMISFERIOS CEREBRALES:

En la figura que va a continuación pueden observarse las distintas áreas

corticales donde se sitúan los centros del lenguaje. Estos centros están constituidos

por una serie de neuronas que son las responsables de los movimientos voluntarios

de los músculos; por tanto, también, de los músculos que ponen en movimiento los

órganos de la fonación humana: lengua, cuerdas vocales, laringe, pulmones para la

compresión y la expulsión del aire, etc. Estas zonas concretas son: el centro práxico

de la articulación del lenguaje o del habla oral, vinculado al centro de BROCA (F), el

centro gnósico de la sensibilidad muscular de los músculos de la fonación humana o

centro por medio del cual somos conscientes de nuestros propios movimientos

vocales cuando hablamos (P); el centro gnósico de los sonidos del lenguaje o grupo

de neuronas que nos permite entender a quien nos habla (T); el centro gnósico

visual para la comprensión de la lectura o conjunto de neuronas que nos permite

entender lo que leemos (O).

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Tanto el cerebro humano como los órganos de la fonación requieren un

período de desarrollo bastante prolongado. Posiblemente se completa a los siete

años, pues se estima que es entonces cuando ya se han establecido todas las

conexiones sinápticas, la mielinización y la elasticidad y fuerza de los músculos del

habla. Hasta esa edad o, incluso, unos años después (la pubertad) la plasticidad del

cerebro permite recuperar ciertas funciones cuando una parte del mismo se

deteriora; está demostrado que las lesiones producidas hasta esa edad no eliminan

el habla definitivamente. Otras partes del cerebro se encargan de ejercer esas

mismas funciones. Más en concreto, el habla parece vinculada de una manera

especial al hemisferio izquierdo. Si este hemisferio se deteriora irre-misiblemente

antes de la pubertad, es el hemisferio derecho el que asume sus funciones

(LENNEBERG). Con posterioridad a esa edad, la pérdida del lenguaje por lesiones

cerebrales es irreversible2.

El académico G. SALVADOR en uno de sus viajes a Méjico fue invitado a

visitar un hospital de enfermos con problemas mentales. En esa visita se encontró

con un sacerdote que había sufrido un accidente de circulación por un golpe fuerte

en la cabeza. Este sacerdote a partir de entonces sólo podía hablar francés, cuando

su lengua era el español. La explicación de este hecho deriva, al menos en parte, de

lo que acabamos de decir. El español lo tenía 'fijado' en su hemisferio izquierdo, el

que fue afectado gravemente por el golpe. Como esto aconteció en la edad adulta,

esa capacidad y el ejercicio de la misma ya no pudieron ser asumidas por el

hemisferio derecho. La pérdida del español, para él, era irreversible.

La otra parte del fenómeno que no queda explica

la zona del cortex encargada de las funciones propias del francés?. Debería ser

igualmente el hemisferio izquierdo, puesto que, cuando lo aprendió, ya había

pasado la adolescencia ciertamente, pero esa zona todavía la tenía sana; no había

recibido ningún golpe en ella. Debería haber perdido también el francés. Como no

ha sido así, hemos de concluir que hay en el córtex distintas zonas para las distintas

que las investigaciones fisiológicas se encuentran en estado muy inmaduro, con lo

cual la asignación de una función concreta a una zona concreta no pasa de ser una

mera hipótesis.

En cualquier caso, tanto la localización de las zonas cerebrales del habla

como el desarrollo o la madurez de las mismas, no puede llevarnos a la conclusión

de que es el cerebro la causa eficiente adecuada del lenguaje y de su uso. Las

neuronas y los sistemas neuronales especializados en estos fenómenos facilitan a

manera de instrumentos la adquisición y el uso del lenguaje, cuya causa real es de

orden superior: el espíritu con su inteligencia y su voluntad libre. Las neuronas lo

facilitan, pero no lo producen.

2.- CEREBRO Y MASA NEURONAL:

En muchos apartados de este libro se hace una distinción clara entre lo que

es el lenguaje como facultad y lo que es el ejercicio del lenguaje. El lector puede

repasar esas ideas por su cuenta. Las considero necesarias para entender este

apartado.

En lo que concierne al ejercicio del lenguaje es evidente que el cerebro no

habla. La actividad que ejercen las neuronas no es precisamente la articulación de

las palabras o la producción de gestos. Tampoco es la acción de salir al exterior

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para tomar en sus manos otras cosas materiales para convertirlas en símbolos y

transmitir sus mensajes. La actividad de las neuronas es otra cosa muy distinta:

producir impulsos nerviosos y transmitir los que reciben de otras neuronas. Las

neuronas, por consiguiente, no ejercen por sí mismas esa actividad que llamamos

lenguaje. Por más que esa corriente de impulsos eléctricos a través de la redes

nerviosas haya dado en llamarse la 'lingua franca' del sistema neurológico, la

realidad es que esa corriente de impulsos tiene muy poco de lenguaje. Esos

impulsos intervienen en esa actividad, por supuesto, pero de hecho, ya lo hemos

visto, la masa neuronal no ejerce, como causa efectora, la función o la actividad que

llamamos lenguaje.

Otra cosa muy distinta es el lenguaje entendido como facultad del

pensamiento o facultad de hablar. Son muchos los pensadores que entienden que el

cerebro es la causa eficiente del lenguaje. Esto equivale a decir que el cerebro

produce el lenguaje como una actividad propia, comportándose, respecto de esta

actividad, como una verdadera facultad. Evidentemente esto no es un lenguaje,

pues el positivismo que impregna las obras de estos autores les impide tener otra

visión más profunda de la realidad que es la visión metafísica de los hechos. No es

un lenguaje, aunque de hecho, sea esto lo que quieren decirnos.

Cuando la ciencia sigue el rastro de los impulsos nerviosos que mueven los

órganos de la articulación de las palabras, su seguimiento termina en el cerebro,

pues los mencionados impulsos eferentes parten de los centros cerebrales a los que

me he referido hace unos instantes. El método científico empleado no les permite

llegar más allá en la dimensión eferencial de este tipo de conductas. Al método no

se le puede pedir otra cosa.

Sin embargo esta es una visión muy parcial del fenómeno del lenguaje. En

esa trayectoria que va desde los centros cerebrales del habla, centros de Broca y

Wernicke, los factores intervinientes no son sólo los impulsos nerviosos. Esos

impulsos eferentes van acompañados de una carga semántica, una estructura

sintáctica y un contenido pragmático que es muy complejo, una de cuyas partes es

la finalidad o intencionalidad psíquica. Estas tres cosas intervienen en el fenómeno

del lenguaje siendo utilizadas con una buena dosis de discrecionalidad por parte del

individuo. Sin estas tres cosas y sin esta discrecionalidad no hay lenguaje.

e sea

capaz de suministrar un mínimo de evidencia acerca de la intervención de estas tres

método experimental de los que hoy se utilizan que pueda suministrarnos alguna

evidencia de que estas tres variables son producidas, manejadas y dirigidas por las

neuronas cerebrales?. Está claro que la naturaleza de estas tres variables está por

encima de la naturaleza de las neuronas. Y está todavía más claro que el uso de

estas tres variables no es de la competencia de las neuronas, pues el

comportamiento de las mismas no es en absoluto discrecional, sino físico o

mecánico.

La facultad del lenguaje, por consiguiente, ni son las neuronas cerebrales ni

les pertenece a ellas como una cualidad o acción suya. Mientras que ellas son

materiales, la facultad del lenguaje es inmaterial, como ya he afirmado en el capítulo

III al que me he referido antes.

En efecto, en la producción del lenguaje hablado, por ejemplo, intervienen

los órganos y los músculos de la boca, intervienen los nervios eferentes

transmisores de los impulsos que nacen del cerebro, intervienen las zonas

correspondientes de la corteza cerebral que se corresponden con la producción del

lenguaje, el reconocimiento y la recepción del mismo, intervienen los

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neurotransmisores que permiten el paso de los impulsos de una neurona a otra a

través de las dendritas y los axones, etc. El tramo recorrido es muy largo y los

e estos

facultad?

La primera respuesta a estas preguntas, la más espontánea, es la que pone

de relieve que la facultad del lenguaje, ni se identifica, ni se encuentra en ninguno de

estos factores intervinientes en el lenguaje. La facultad del lenguaje sería alguna de

estas cosas si su acción, la acción de ellas, pudiera ser considerada como lenguaje.

Pero no es así, ni mucho menos: a) la acción de los músculos y órganos de la boca,

por sí mismos, desligados de su conexión con el cerebro, no son lenguaje, pues

esos movimientos pueden ser producidos artificialmente sin que los sonidos o la voz

sean transportadores de mensaje alguno; b) la acción de los nervios transmisores

tampoco es lenguaje en absoluto: la transmisión de impulsos a través de ellos no es

más que una función fisiológica homogénea e inespecífica, lo mismo que el

transporte de impulsos eléctricos a través de los cables; los impulsos eléctricos, ni

son la luz, ni son el movimiento de una turbina; la especificidad del resultado o

efecto depende de otros factores, pero no de los impulsos o de la corriente eléctrica

en cuanto tal; c) la acción de las neuronas musculares tampoco constituyen un

lenguaje: la recepción de los impulsos que llegan de los nervios transmisores a

través de las sustancias neurotransmisoras (la acetilcolina) no es más que la

apertura de ciertos poros por los que atraviesan los iones de sodio y potasio que son

los que desencadenan los cambios eléctricos estimulantes de la contracción y

relajación del músculo produciendo unos movimientos estrictamente mecánicos; d)

la acción de las neuronas cerebrales tampoco puede ser considerada como lenguaje

en absoluto, por las razones que ya he expuesto en el párrafo anterior; en la masa

neuronal, desde las distintas zonas relacionadas con el lenguaje, se producen los

impulsos nerviosos que enervan los músculos del habla, pero su producción es

igualmente mecánica e inespecífica, lo mismo que los impulsos eléctricos que

produce un generador eléctrico, una dínamo o un alternador. Nadie ha demostrado

que estos impulsos sean específicos ya desde su nacimiento, como tampoco se ha

demostrado en absoluto que las neuronas cerebrales seleccionen y establezcan por

su cuenta la dirección de los mismos. Lo que la ciencia ha demostrado en este

campo no pasa de ser simple conjetura o meras hipótesis. En cualquier caso resulta

difícilmente creíble o asimilable que cada neurona sea capaz de producir 'libremente'

estos impulsos y dotar 'discrecionalmente' a cada uno de ellos de un mensaje

intencional con carga cognitiva y afectiva. La neurona, ni conoce, ni ama. Por tanto

ya es difícil que pueda dotar de conocimiento y amor a eso que es producto de su

actividad. Nadie da lo que no posee. Esto no tiene vuelta de hoja.

La razón de esta imposibilidad estriba en que el lenguaje, en tanto que

facultad y en tanto que ejercicio de esa facultad, es inmaterial, como he afirmado en

el capítulo de referencia. El lenguaje no son los factores intervinientes en el

fenómeno a los que cabo de referirme; tampoco es el conjunto de todos ellos. Ni la

acción conjunta de los mismos tiene como resultado el lenguaje. La dimensión

esencial del lenguaje no es material, sino inmaterial. Por eso, ni se encuentra en

ninguno de los órganos de la materia, ni resulta de la acción de los mismos. La

facultad del lenguaje se encuentra vinculada a esos órganos vocales y cerebrales,

pero su naturaleza es de orden superior.

No existe para mí inconveniente alguno en admitir que el lenguaje es una

facultad del cerebro. Estoy dispuesto a aceptarlo siempre que se dé por sentado que

el cerebro no es la masa neuronal.

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3.- EL LENGUAJE Y EL CEREBRO:

El cerebro humano, por su parte, no es un constructo mental, sino un

constructo real, compuesto por dos elementos heterogéneos, pero complementarios:

la masa neuronal en tanto que materia, y otro elemento que es el que confiere

especificidad a esa materia, es decir, el elemento que hace que esa materia sea

materia humana y no materia animal, materia vegetal o materia inerte. Ese otro

elemento es el espíritu.

Es inútil el intento de llegar a estas capas profundas del ser humano

utilizando solamente los métodos experimentales propios de las ciencias. Ya lo he

puesto de relieve muchas veces a lo largo de este libro. Por eso es necesario admitir

la existencia y la intervención el espíritu si queremos encontrar una explicación para

las dimensiones semántica, sintáctica y pragmática del lenguaje, sin las cuales

ningún proceso lingüístico sería tal. El espíritu es el elemento en virtud del cual la

masa neuronal es cerebro. El individuo que acaba de morir por un accidente en el

que resultó dañado el corazón tiene una masa cerebral tan perfecta y completa

como la tenía unos minutos antes del accidente, pero esa masa ya no es cerebro.

Por eso, ni piensa, ni habla, ni utiliza otro signo en forma de lenguaje. Le falta lo

principal, es decir, lo que confiere especificidad a las neuronas y a los

comportamientos de las neuronas, capacitándolos para el lenguaje.

Por consiguiente el cerebro humano produce efectos como el lenguaje, no

en virtud de las neuronas materiales, sino en virtud del espíritu que es el que hace

que esas neuronas sean neuronas hablantes. Aquí acontece lo mismo que en los

cuerpos materiales. Si una naranja se convierte en alimento para el hombre, no lo

hace en virtud del agua que contiene (elemento genérico, pasivo) sino en virtud de

los principios nutritivos, entre los cuales se encuentran las vitaminas y las sales

minerales (principios específicos, activos). El agua y la pulpa sólo sirven de soporte

para la existencia y para la acción. La función de las neuronas en tanto que

neuronas es asimilable a la función del agua y de la pulpa de la naranja. Hacen

posible la acción del espíritu que en este caso es la función del lenguaje, pero no la

producen. La facultad del lenguaje es, por tanto, patrimonio del cerebro, pero no de

las neuronas cerebrales, ni de ninguno de los otros órganos o miembros que

intervienen en el ejercicio del habla.

4.- EL ESPIRITU Y LA MATERIA:

Materia y espíritu son los dos principios metafísicos que constituyen el ser

humano, o, más en concreto, el cerebro del hombre. a) Son metafísicos porque, ni

su existencia, ni su naturaleza pueden ser conocidas utilizando en exclusiva los

métodos de la ciencia física. Con estos métodos llegamos al conocimiento de las

neuronas, pero no al conocimiento de que esas neuronas sean neuronas humanas,

por más que en ellas podamos observar con potentes instrumentos los cuarenta y

seis cromosomas. El compuesto de materia y espíritu pertenece a una capa más

profunda de la realidad que es inasequible a los métodos de las ciencias

experimentales. Son principios metafísicos también porque no preexisten por

separado al compuesto que forman, ni pueden existir después de la destrucción de

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ese compuesto como tales principios. La neurona que ya no se encuentra unida

sustancialmente al espíritu ya no es una neurona humana. Ni siquiera es una

neurona. Y el espíritu separado de la masa neuronal, si bien conserva su existencia,

queda convertido en substancia incompleta, al menos en el orden de la naturaleza,

al experimentar la privación de las funciones propias de sus especie. b) Entre

ambos, espíritu y materia neuronal, hay una interacción que se queda muy lejos de

la mutua independencia platónico-cartesiana y de la mutua identificación positivista

defendida por las ciencias y psicología actuales. Hay entre ellos una verdadera

interacción, pero la acción recíproca de cada uno de ellos tiene propiedades

distintas. Por tanto esa acción tiene que ser necesariamente diferente. Por eso el

espíritu actúa sobre las neuronas y su acción facilitándoles la naturaleza que ellas

por sí mismas no poseen, es decir, proporcionándoles la dimensión semántica,

sintáctica y pragmática, para que su acción resulte un lenguaje. En fin de cuentas es

lo que sucede, al menos en parte, a otros seres materiales, por ejemplo, a esta

pluma con la que estoy escribiendo. Si su acción resulta ser un lenguaje es por la

carga que en ella deposita el sujeto que la maneja que en este caso soy yo. La

pluma y yo formamos una unidad de acción de la cual resulta la escritura. Ambos

somos necesarios. Sin la pluma y sin mí, la acción de escribir (lenguaje) es

imposible: la pluma como causa instrumental y yo como causa principal. Pues bien

en virtud de esta unidad física y metafísica, la causa principal confiere a la causa

instrumental una capacidad superior que ella no posee, en virtud de la cual puede

realizar acciones cuya naturaleza supera con mucho la naturaleza de las acciones

que normalmente ella realiza por sí misma. La pluma por sí sola jamás podrá

producir acción alguna equiparable a un lenguaje. La neurona por sí sola se

encuentra igualmente incapacitada. El lenguaje que ella produce lo produce en

virtud del espíritu que le confiere intrínsecamente esa virtualidad esencial.

Este ejemplo tomado del mundo material tiene su validez para entender la

unión de ambos y la acción recíproca del espíritu y la materia en esa actividad que

llamamos lenguaje. Pero esta validez es sólo parcial, pues el comportamiento de la

masa neuronal no es exactamente el mismo que el de la causa instrumental de la

pluma en manos del que la maneja. El lenguaje espontáneo nos lleva a identificar la

acción de la masa neuronal con la acción propia de un intrumento. Por eso decimos

'pensamos con la cabeza' o 'pensamos con el cerebro'. En realidad, su acción,

desde este punto de vista, es también una acción instrumental. Sin embargo esa

acción de las neuronas se encuentra más cerca de la acción de la causa material o

subjetiva. La masa neuronal es, más bien, el soporte o la base material necesaria

para que el espíritu pueda ejercer su actividad en el mundo de la materia, es decir,

en el mundo físico, toda vez que el lenguaje es lenguaje porque comprende un

soporte físico para un contenido o mensaje que no es físico o material. Utilizando

una expresión más rigurosa, podemos decir que la masa neuronal no ayuda en la

acción del lenguaje, sino que la ejerce o produce como 'coprincipio' intrínseco o

formal del ser que es la causa eficiente de la misma.

4.- LOS EXPERIMENTOS Y SU ALCANCE

Los instrumentos con los que hoy cuenta la ciencia tienen unas capacidades

enormes para la exploración del cerebro sin necesidad de emplear electrodos, ni

sensores, ni sustancias químicas, como venían empleándose hasta no hace mucho

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tiempo. El Congreso de los Estados Unidos ha declarado la década de los noventa

como la década del cerebro humano y, acto seguido, no menos de trescientos mil

científicos se han aprestado a la conquista de los secretos que encierra. Los

aparatos más sofisticados, los más potentes a estos efectos son el TAC (tomografía

axial computerizada) y el RMN (resonancia magnética nuclear), mediante los cuales

es posible describir la anatomía de la masa encefálica con todo detalle; el SPECT

(tomógrafo de emisión de fotón único) y el TEP (tomógrafo de emisión de

positrones), mediante los cuales puede ser filmada la actividad metabólica de los

sistemas neuronales; el SQUID (Superconducting Quantum Interference Device),

mediante el cual pueden analizarse los campos magnéticos de las distintas zonas

cerebrales que se encuentran relacionadas con algún proceso psíquico: una visión,

una audición, un recuerdo, un acto de atención, etc., pudiendo seguir la trayectoria

de la respuesta cuando se presenta el estímulo correspondiente.

Uno de estos aparatos es el llamado 'detector de mentiras' o 'máquina de la

verdad'. Su fundamento estriba en la alteración que experimentan ciertas zonas del

cerebro por las radiaciones que se producen cuando el sujeto enuncia (lenguaje)

algo que no está de acuerdo con la realidad, siendo consciente de ello. Esas

radiaciones pueden ser recogidas en este aparato que actúa como testigo de la

propia mentira. Ciertamente los efectos del lenguaje se dejan sentir en las zonas

correspondientes del cerebro de manera distinta según el sujeto se ajuste o no se

ajuste a la realidad cuando habla. No es que las neuronas de esas zonas cerebrales

estén afectadas de una manera u otra según los casos; parece más bien que dichas

neuronas actúan de distinta manera cuando se dice la verdad (lenguaje vedadero) y

cuando se dice la mentira (lenguaje mendaz). De todas maneras, la fiabilidad del

aparato es muy escasa; pues se ha comprobado que en situaciones muy similares

los sujetos no actúan de la misma manera, es decir, las reaciones cerebrales son

muy diferentes según el momento en que se producen y los sujetos que los

protagonizan. Tal vez sea por esto por lo que esos resultados del instrumento no

han sido aceptados por los tribunales de justicia en los que, de no ser así, debería

ser sumante útil.

Nuestro cerebro tiene aproximadamente cienmil millones de neuronas que

funcionan como una vasta red de cables eléctricos pudiendo establecerse entre

ellas unas 1014

conexiones. Una cifra astronómica, como puede observarse. Un

diálogo excesivamente denso y complejo para poder ser analizado aun con los

instrumentos más sofisticados. Un diálogo que, por otra parte, no tiene nada de

diálogo, como acabamos de indicar. Pues bien, esa actividad neuronal se encuentra

afectada de forma desigual en las distintas zonas del cerebro cuando, el orden

psíquico, se produce una sensación, un proceso de aprendizaje, un intento de

recordar algo pasado, un esfuerzo por suscitar una imagen nueva, un estado

afectivo, etc. La actividad del hipocampo aumenta cuando el individuo intenta pensar

en un acontecimiento pasado; la del lóbulo frontal, cuando trata de recordar palabras

ya vistas; la del lóbulo occipital cuando el sujeto quiere expresar la primera imagen

que surge en su fantasía, etc.

El TEP es un instrumento que puede fotografiar estas alteraciones del ritmo

normal de la actividad cerebral tal como se produce en las diferentes zonas. Es a

esto a lo que hoy llaman la 'lectura de los pensamientos'. Pero, en realidad, de

lectura no tiene absolutamente nada. Se lee, eso sí, el paso de la corriente nerviosa

de unas neuronas a otras con diferente ritmo e intensidad, la transferencia de

energía a través de esas redes neuronales de ingentes proporciones; pero ya

hemos dicho que esa transferencia de energía, ni es el pensamiento, ni es el

lenguaje correspondiente a ese pensamiento. Entre esas alteraciones y el

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pensamiento o lenguaje hay una correlación, pero esa correlación dista mucho de

ser unívoca en los distintos sujetos y en las distintas ocasiones para un mismo

sujeto.

Por lo que se refiere al lenguaje, van a continuación cuatro fotografías de lo

que acontece en el cerebro cuando el sujeto oye el lenguaje, cuando lee el

lenguaje, cuando pronuncia el lenguaje y cuando produce el lenguaje. Como

puede verse, las zonas más iluminadas son distintas en cada caso. Pero conviene

insistir en esto: la afectación de ciertas zonas (zonas físicas) mientras se desarrolla

la actividad lingüística (actividad psíquica) no supone que esas zonas sean las que

producen el lenguaje como causas eficientes. En cada caso, esa zona coopera en la

producción del lenguaje, pero sólo como causa material o como soporte físico de la

acción. La capacidad efectora, idónea, competente y adecuada del lenguaje se

encuen-tra en otra parte, es decir, en el espíritu o en algunas de sus facultades.

Estas cuatro fotografías se corresponden en cierta medida con el gráfico que va en

páginas anteriores.

5.- LA EDAD CRUCIAL

Los autores plantean el problema de la edad crucial en relación con

individuos normales y sanos. Pero también tiene su importancia para los que no son

tan nomales, pues ya hemos visto que el desarrollo del lenguaje se produce con

cierta independencia respecto del desarrollo del CI. La edad de la pubertad es muy

importante para esta adquisición del lenguaje; por eso se le llama edad crucial. Esta

es la razón por la cual el aprendizaje de una lengua extranjera antes de esa edad

resulta relativamente fácil. La plasticidad del cerebro hace que se asimilen con

facilidad las palabras, los tonos, los acentos, las cadencias, los estilos, etc. La

experiencia demuestra que el aprendizaje de una lengua con posterioridad a esa

edad resulta mucho más difícil y nunca será perfecto. El endurecimiento de las

neuronas las hace menos maleables y, a la vez, menos flexibles. Sin embargo,

como hemos visto, esta no es la razón que aceptan algunos autores destacados en

la materia. Para ellos el aprendizaje después de esa edad resulta más difícil o

imposible porque las neuronas que deberían encargarse de esa función ya no están

libres, pues se encuentran vinculadas a otras funciones que consumen toda su

energía vital.

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Cap. XVI.- ORIGEN DEL LENGUAJE

La importancia que el lenguaje ha adquirido en la psicología actual ha

llevado a los pensadores a preguntarse por su origen1. En general se busca una

respuesta que dé satisfacción a esa curiosidad que todos sentimos por la génesis de

nuestras facultades y, en fin de cuentas, por la génesis de todo nuestro ser, más allá

del principio material que para nosotros han sido nuestros progenitores. El problema

del origen del lenguaje tiene dos dimensiones: a) el origen del lenguaje en general,

es decir, del lenguaje en los albores de la humanidad, y b) el origen del lenguaje en

un individuo concreto.

1.- EL ORIGEN FILOGENETICO DEL LENGUAJE: TEORIAS

Este problema es más bien de carácter antropológico y filosófico. Sin

embargo tiene gran importancia para la psicología. Es la única forma de entender

algunos aspectos del pensamiento emergente de la humanidad y el desarrollo

incipiente de la vida racional en las especies vivientes. En torno a este tema nos

encontramos con las siguientes teorías científicas:

a) La evolución y la espontaneidad de la naturaleza:

Los autores que propugnan esta teoría ponen de relieve la procedencia del

lenguaje a partir de ciertos signos naturales que utilizan el hombre y el animal para

expresar ciertos fenómenos de la vida psíquica: gestos, gritos, exclamaciones. El

lenguaje vendría a ser una continuación de los mismos, su desarrollo evolutivo.

En efecto, esos signos expresivos de los fenómenos del psiquismo eran, y

siguen siendo, signos naturales, pues: a) la conexión entre ellos y los fenómenos

que expresan está estable-cida por la naturaleza; b) son, por tanto, involuntarios; c)

son subjetivamente universales (no objetivamente), es decir, por el hecho de que la

naturaleza es universal, sus efectos también son universales; por tanto son

producidos de la misma manera por todos y tienen la misma validez y el mismo

significado para todos los seres de la misma especie. El grito de dolor del hombre es

el mismo para todos los hombres; de la misma manera que el grito de dolor de los

animales de una especie es el mismo para todos los animales de esa especie.

Ahora bien, el hombre, dede hace muchos miles de años, se ha dado

cuenta de que puede utilizar esos mismos signos para expresar estos mismos

fenómenos a voluntad. Se ha dado cuenta también de que puede cambiarlos o

perfeccionarlos e, incluso, sustituirlos por otros. Es decir, se ha dado cuenta de que

puede manipularlos. Por ejemplo, gritar más o menos fuerte, gritar de otra manera o

gritar, incluso, cuando no siente dolor, utilizando el grito para significar otros

fenómenos psíquicos distintos del dolor, por ejemplo, para llamar la atención de

las personas que tiene alrededor o para pedir el alimento. Cuando esto acontece,

los signos que antes eran naturales se convierten en signos arbitrarios o símbolos,

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que son los propios del lenguaje humano, como hemos visto. El desarrollo y

perfeccionamiento de los signos naturales (gritos, exclamaciones, gestos,

interjecciones, etc.), ha dado origen al lenguaje ordinario tal como nosotros lo

conocemos y utilizamos.

Entre los autores que defienden esta teoría se encuentran: LUCRECIO, DE

BROSSES, DARWIN, HUMBOLDT, etc. Sin embargo el propósito que anima a

muchos autores cuando invocan estas teorías no es exactamente el mismo que

acabo de desarrollar en este párrafo. Si el lenguaje natural de los animales es de la

misma naturaleza que el lenguaje de los seres humanos, los animales están en

camino de obtener un lenguaje semejante al nuestro y, con el lenguaje, un

pensamiento semejante al nuestro. Sólo falta que se consume en ellos el proceso

evolutivo que ya se ha consumado en el hombre2.

Esta hipótesis parece muy coherente a primera vista. No obstante tiene una

gran deficiencia: a) de hecho el lenguaje de los animales no ha evolucionado a

pesar de los millones de años de existencia; b) la hipótesis supone que los animales

están dotados de inteligencia, pues sólo la inteligencia permite convertir un lenguaje

natural en lenguaje arbitrario o convencional; hecho éste que tampoco está demos-

trado, ni mucho menos; c) la hipótesis supone igualmente que los animales son

capaces de dotar a su lenguaje de intencionalidad o propositividad, lo cual

constituye otro hecho que tampoco está demostrado. Cuando se dice que el perro

ladra para ahuyentar al enemigo, estamos haciendo una interpretación antropo-

mórfica de su conducta. Por dos razones: 1) el ladrido es un signo natural; por tanto

la conexión del mismo con el fenómeno psíquico que expresa no necesita intencio-

nalidad alguna; la naturaleza se encarga de ello; 2) la conducta del ladrido parece

más bien una conducta mediante la cual el perro adapta su organismo al medio

ambiente que ha cambiado en ese momento por la presencia de un ser extraño. La

adaptación en los animales y las plantas se produce de forma automática, por con-

dicionamiento, sin necesidad de intencionalidad o propositividad alguna.

La transformación de los signos naturales en signos artificiales, arbitrarios o

convencionales es uno de los indicadores más expresivos de que el ser que lo hace

posee inteligencia.

En esta línea del origen espontáneo del lenguaje cabe incluir también la

teoría de POPPER según la cual el lenguaje humano procede del lenguaje animal

por evolución, lo mismo que su organismo. En efecto, piensa POPPER que hay un

'estadio inferior' o espontáneo del lenguaje en el cual se emplean sonidos vocales

para expresar ciertos estados psíquicos, por ejemplo, los emotivos, y un 'estadio

superior' en el cual se emplea el lenguaje para expresar el pensamiento abstracto, la

reflexión. Entre ambos estadios hay una continuidad evolutiva, pertenecen a un

mismo proceso, hay un desarrollo progresivo de lo simple a lo complejo, de lo

imperfecto a lo más perfecto; el mismo desarrollo evolutivo que la ciencia constata

en la aparición de los organismos de la serie evolutiva 2b

.

Sin embargo en el texto de POPPER no se aporta argumento alguno, es

decir, no se aportan datos suficientes para determinar el mecanismo que permitiría

la transición a un estadio concreto desde el estadio inmediatamente anterior. Está

claro que el tránsito entre ambos estadios está marcado por la conversión de los

signos naturales en signos convencionales tal como lo hemos expuesto

anteriormente. Ahora bien esta conversión no es fruto de una continuidad evolutiva.

Supone un

salto cualitativo y de mayor trascendencia. Este salto puede darlo únicamente el ser

que ya es inteligente y en virtud de su inteligencia.

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161

b) La imitación:

De acuerdo con esta teoría el lenguaje tiene su origen en el instinto de

imitación. Este instinto en realidad es una tendencia que lleva al hombre a imitar

todo lo que percibe reproduciéndolo de alguna manera: la pintura, la música, los

gestos y posturas del cuerpo, etc. En el caso del lenguaje este proceso tiene lugar

por medio de las onomatopeyas o palabras que imitan los sonidos o ruidos que

producen las cosas. Hoy tenemos palabras como 'chirriar' para expresar el ruido de

una puerta desengrasada, 'rugido' para expresar los sonidos del león, 'trueno' para

expresar la descarga del rayo, etc. En el origen del lenguaje hay palabras como

'guau, guau' para expresar el perro, 'tantán' para expresar el tambor, etc. Estas

palabras primitivas, por evolución, han dado lugar al lenguaje tal como hoy lo

conocemos.

Son defensores de esta teoría LEIBNITZ, HERDER, TYLOR, SAUSSURE,

etc. La hipótesis de la imitación de los sonidos de las cosas como origen del

lenguaje se desmarca de la anterior desde el momento en que esos primeros

elementos del lenguaje son ya signos arbitrarios o convencionales. El hecho de esa

semejanza con los sonidos naturales de las cosas no impide el margen de libertad

suficiente para que los primeros hombres hayan utilizado esos elementos como

verdaderos signos convencionales. La simple semejanza por naturaleza no es una

significación. La virtualidad significativa les viene de la intencionalidad o del hecho

de que el hombre los haya utilizado precisamente con esa finalidad3.

No sabemos si todos los elementos del lenguaje han tenido este origen

onomatopéyico, pero sí estamos seguros de que las onomatopeyas se convierten en

verdadero lenguaje desde el momento en que el sujeto supera o trasciende la mera

imitación de los ruidos de las cosas; es decir, desde el momento en que el sujeto las

utiliza para expresar la idea que tiene de las cosas que producen esos sonidos, con

independencia de la experiencia sensorial de los mismos.

c) La vida laboral y social:

La escuela sociológica constata el hecho de la aparición del lenguaje, pero

no el modo concreto de producirse. En este sentido defiende que el lenguaje tiene

su origen en el pueblo; es decir, es un producto de la vida común nacido de la

'transmi-sión de los éxitos y proyectos técnicos del hombre y de los lazos múltiples y

fuertes de colaboración que producen' (DURKHEIM, REVECZ)4.

Esta hipótesis que tantos éxitos parece haber cosechado, cuando expone el

origen social de muchos procesos psíquicos de la vida del hombre y cuando afirma

que el uso de la palabra no puede organizarse si no es en la comunidad de seres

hablantes (DURKHEIM), se presenta oscura y enigmática a la hora de exponer el

origen del lenguaje. En efecto, en todo ser humano se da la tendencia a comunicar o

hacer partícipes a los demás de sus éxitos y sus fracasos, de sus necesidades y

aspiraciones. Pero, aun en aquel momento remoto y primario de la humanidad, esta

comunicación o intercambio material de experiencias hubo de ser expresada de

alguna manera utilizando algunos elementos significativos. La propia 'transmisión' de

la que habla la escuela sociológica debió hacerse por medio de ciertos objetos

materiales o por medio de ciertas acciones o conductas, las cuales, por el hecho de

servir a esta finalidad, ya tienen una carga significativa, es decir, constituyen un ver-

dadero lenguaje. En otras palabras, la coherencia ontológica de los fenómenos

impone la exigencia de que los elementos significativos hayan sido establecidos con

anterioridad y utilizados luego para esa transmisión de éxitos, proyectos y lazos de

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colaboración. El lenguaje, por tanto, no es efecto de la transmisión, sino su causa o

un instrumento de ella. En la sociedad el lenguaje no es un producto de la acción

pragmática, sino un medio para ella.

Salvadas las debidas distancias, esta es también la línea del pensamiento

de HEGEL Y HERBART. Cabe situar igualmente en esta línea la teoría de

STEINTHAL quien pone el origen del lenguaje en el espíritu del pueblo (volkgeist) o

núcleo interno unificador de las distintas manifestaciones de las comunidades

humanas, con posibilidades de creencias y mitos diferentes en cada comunidad.

Las psicologías soviética y anglosajona desarrollan aun más estas ideas,

por ejemplo, ENGELS. LURIA, por su parte, llega a afirmar que 'tenemos una amplia

base para pensar que la palabra, como símbolo que designa un objeto, surge del

trabajo, de las acciones con objetos, y que es en la historia del trabajo y la

comunicación, como señaló repetidamente ENGELS, donde hay que buscar las

raíces que llevaron al surgimiento de la primera palabra'. La palabra, por tanto, tenía

en sus comienzos un caracter 'simpráctico', es decir, tenía sentido, si iba unida la

práxis o a la acción física; independientemente de ella no tenía contenido semántico

alguno. Tenía también un caracter 'situacional', tomando su origen de una situación

dada y cambiando de significado al cambiar esa situación. Esto es un hecho, pues la

lengua de algunos pueblos primitivos es ininteligible si se la separa de la situación

en la que son pronunciadas las palabras y las frases que la constituyen. La situación

y la entonación de las palabras son dos factores que determinan su significado.

d) El origen divino y la necesidad:

Es la teoría creacionista según la cual Dios creó todos los seres de la

naturaleza mediante una acción directa suya. Una acción física, al menos desde el

punto de vista del término de dicha acción (terminative). Entre esas cosas creó al

hombre infundiéndole, con el alma, todas sus facultades, incluida la del lenguaje.

Por tanto la facultad del lenguaje procede directamente de Dios por creación.

Pero, no sólo la facultad. De Dios procede también el uso de esa facultad.

Dios enseñó al hombre a hablar, o mejor, le obligó a ello, pues, conforme iba

creando las cosas de la tierra, sobre todo los animales, iba haciéndoles pasar por

delante de Adán para que él les impusiera un nombre en señal de dominio. La

facultad moral de imponer el nombre a una cosa siempre ha sido considerada como

un derecho muy claro que es la potestad de dominio sobre esa cosa.

Otros autores (HOBBES) entienden los textos sagrados como si Dios

hubiera 'instruido a Adán en la denominación de las criaturas por Él presentadas

ante su vista'. Este mismo autor añade que la Escritura no dice más, pero que fue

suficiente esta 'instrucción divina' para que el propio Adán fuera añadiendo más

nombres 'a medida que iban dándole ocasión la experiencia y el uso de las

criaturas', y así, con el paso del tiempo, 'fue consiguiendo el hombre tanto lenguaje

como cosas a designar'; pero siempre sobre la base del uso de palabras sobre

cosas materiales, pues no hay nada en los Textos Sagrados que nos permita inferir

el origen divino, inmediato o mediato, de otras palabras, tales como 'universal',

'general', 'optativo', 'entidad', 'quiddidad', 'intencionalidad', etc. que, para este autor,

son palabras sin sentido. El lenguaje, por consiguiente, es de origen divino en

cuanto a su uso; adquirido o aprendido en virtud de la enseñanza divina. Pero

aconteció luego lo de la Torre de Babel, con lo cual se perdió el lenguaje de origen

divino ('olvido de su lengua anterior'), viéndose los hombres obligados a dispersarse

por regiones muy distintas y lejanas, en cada una de las cuales apareció una nueva

raza y un nuevo lenguaje 'inventado' por cada uno de estos grupos. El origen de

este segundo lenguaje es la 'necesidad' de organizarse para vivir y la 'necesidad' de

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procurarse lo necesario para la vida: 'es necesario que la actual diversidad de

lenguas proceda gradualmente de ellas (de las razas o grupos) teniendo a la

necesidad, madre de todas las invenciones, como maestra; y con el transcurso del

tiempo esta diversidad se hizo en todas partes más copiosa'4b

.

2.- EL ORIGEN ONTOGENETICO DEL LENGUAJE: TEORIAS

El otro problema es el del origen y la evolución del lenguaje en un

individuo determinado:

sujetos?. Esta pregunta no es menos importante que la anterior. De hecho la

respuesta ha preocupado a una infinidad de pensadores, sobre todo en estos

últimos tiempos5.

a) El condicionamiento operante:

Quizá la teoría más explícita es la de SKINNER: el niño aprende el lenguaje

de la misma manera que las demás conductas, por medio del condicionamiento

operante (refuerzo), la discriminación y la generalización. El niño oye los sonidos del

habla de los padres; esos sonidos son seleccionados y elegidos por él y repetidos

cuando son reforzados, es decir, cuando de su pronunciación obtiene alguna

recompensa. Aprende a usar las reglas de la gramática, es decir, aprende a hablar,

cuando de alguna manera ha sido premiado al respetarlas, o castigado al infringirlas.

Discrimina los estímulos y las respuestas gratificantes y posteriormente generaliza

estas respuestas a otros estímulos semejantes6.

Para un behaviorista como SKINNER el lenguaje es una conducta adquirida

por medio del aprendizaje: respuesta aprendida en presencia de un estímulo. El

niño adquiere el uso habitual de una palabra de una manera muy semejante a como

la rata adquiere el hábito de presionar una palanca cuando de esa acción recibe una

recompensa (refuerzo: un trozo de comida). Cuando dice 'agua', su madre le da

agua. Este proceso repetido basta para que el niño asocie permanentemente la

palabra al líquido que sacia la sed. Si la madre no le diera agua, no volvería a

pronunciar semejante palabra y, por supuesto, jamás asociaría la palabra al líquido.

La única diferencia con el animal está en que la rata recibe la comida directamente

(reforzamiento directo), mientras que el niño la recibe de su madre (reforzamiento

indirecto). Este reforzamiento, a su vez, puede venir por la vía del 'mandato' o del

'tacto'. Viene por la vía del mandato, cuando es el público el que ha realizado el

reforzamiento (asociación), por ejemplo el reforzamiento que supone para una

petición hecha 'por favor' la concesión de lo que se pide. Viene por la vía del tacto,

cuando es el sujeto el que establece la asociación por sí mismo entre la palabra y el

objeto en virtud del contacto que tiene con él y de la recompensa que luego recibe,

por ejemplo, el niño que dice 'fuego' cuando se encuentra en presencia de las

llamas.

El paso siguiente a la adquisición de una conducta verbal es la generaliza-

ción y la abstracción. Está demostrado que los bebés educados en casa balbucean

más que los educados en orfanatos y otras instituciones (BRODBECK E IRWIN). A

su vez, los niños educados en casa experimentan un retraso en el uso de las reglas

gramaticales respecto de los otros (BROWN, CAZDEN Y BELLUGI). Todo esto

acontece así en virtud del refuerzo que ambos experimentan en sendos medios

educativos.

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Evidentemente el experimento científico que sirve de base a esta teoría no

puede tener mayores alcances que los que se expresan por medio de estos

paradigmas. Sin embargo la aparición del lenguaje como tal queda sin explicar. El

refuerzo explica muy bien la aparición y el uso por parte del niño de ciertos sonidos

que cada vez son más perfectos, pero no explica la utilización de esos sonidos en

forma de signos del pensamiento, ni el uso concreto del lenguaje en cada uno de los

casos o la utilización de frases que no han podido ser condicionadas porque no las

ha oído nunca. El elemento esencial del lenguaje es la significación y no está

demostrado que la significación tenga su origen en el refuerzo. Al menos los

experimentos de SKINNER no lo demuestran. Parece más bien que el origen de la

significación se encuentra en la tendencia innata que siente todo individuo a

expresar sus necesidades y comunicar sus pensamientos. Por otra parte la teoría no

explica en absoluto qué tipo de condicionamiento se requiere para el aprendizaje de

la lengua que es algo muy concreto cuando la estimulación de la madre y de la

sociedad en general es muy imperfecta y asistemática.

Por otra parte el lenguaje adquirido en virtud de la acción de los estímulos

externos no explica en absoluto el carácter opcional o arbitrario de los elementos del

lenguaje, cuando sabemos que la asociación entre E y R constituye un comporta-

miento mecanicista regido por las leyes de la física o la fisiología. En contra de la

experiencia personal de cada uno, en la teoría skinneriana, los signos del lenguaje

(conducta) son impuestos por el estímulo; el individuo no tiene libertad alguna para

elegirlos. Esta teoría tampoco explica la posesión radical de la facultad del habla, es

decir, la capacidad radical de asimilar esos sonidos incorporándolos a la conciencia.

La experiencia, por su parte, está en contra de esta teoría: a) los niños

hablan solos, aunque no les escuche nadie ni les premie o castigue; b) hay sectores

grandes de la población en los que los padres se desentienden del habla de los

niños, es decir, no los aprueban ni los reprenden por el hecho de que hablen bien o

mal, y sin embargo esos niños aprenden a hablar correctamente lo mismo que los

otros; c) el refuerzo a veces se produce en sentido contrario: se aprueban los

errores (al niño gracioso se le ríen las gracias del lenguaje incorrecto), se repiten o

recalcan, etc. Hay estudios según los cuales no existe relación entre el habla

gramaticalmente correcta y la aprobación o el reconocimiento de los padres6b

.

LENNEBER recoge el caso de un niño disártrico que jamás había sido reforzado por

la incapacidad que suponía su dolencia y, sin embargo adquirió un nivel de

comprensión satisfactorio. El aprendizaje y el condicionamiento ayudan en los

procesos de adquisición del lenguaje, pero no los determinan.

b) El aprendizaje seriado:

Esta teoría hace referencia al aprendizaje en virtud de cadenas de estímulo-

respuesta:

A la vista de las deficiencias que presenta el condicionamiento de la

conducta para explicar el aprendizaje de una lengua, otros autores creen haber

descubierto otros procesos psíquicos conducentes a esta misma meta. Se suman a

la teoría de la adquisición del lenguaje tomando postura en favor del 'aprendizaje

asociacionista' sobre el esquema E-R o del 'aprendizaje mediacional' sobre el

esquema E-O-R. Sin embargo entienden que esta vinculación entre estímulos y

respuestas puede producirse en virtud de un doble proceso: el aprendizaje

instrumental u operante, que es el que acabamos de analizar, y el aprendizaje

serial:

a) El aprendizaje instrumental o el condicionamiento operante, según los

casos, es el que consiste en la adquisición de una conducta nueva, por ejemplo, el

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habla del niño, en virtud de los mecanismos ya descritos de SKINNER y otros

autores; estos mecanismos tienen como correlato la generalización de las respues-

tas lingüísticas y la abstracción de las mismas en la medida en que la madre va

recompensando cualquier sonido que se acerque a la palabra correcta hasta que el

niño adquiere el control de su propia conducta verbal.

b) El aprendizaje serial es el aprendizaje de cadenas o series de E-R. En

estas series cada palabra constituye la respuesta a la palabra anterior y, a la vez es

el estímulo de la palabra siguiente, en un proceso que va siempre de izquierda a

derecha. La prueba de que este es el proceso de aprendizaje para una lengua

estriba en que es distinta la frecuencia con que aparecen las palabras y las frases

en el habla normal de los individuos. Hay letras que se producen con poca

probabilidad, por ejemplo, la Q, la Ñ, la Z. Por el contrario, hay otras que ocurren con

mucha más probabilidad, por ejemplo, la A, la E, la M. Lo mismo les sucede a las

palabras y a las frases o patrones de frases. Por tanto la construcción de oraciones

gramaticales depende de la frecuencia e interdependencia relativa de las unidades

lingüísticas. Por su parte, la comprensión del lenguaje hablado se atiene a esta

misma frecuencia o probabilidad. Tendemos a interpretar lo que oímos basándonos

en esta probabilidad. A esto yo le he llamado 'anticipación' del mensaje. La teoría

serial lo que hace es suministrar el fundamento o la base de esta anticipación. La

base matemática de esta probabilidad es lo que suministra muchas de las

evidencias de los procesos de MARKOV y ayuda a entender el sistema gramatical

que subyace a la actividad lingüística. Otros autores se han empleado en la

construcción de secuencias verbales para cada una de las lenguas (MILLER Y

SELFRIDGE), llegando incluso a establecer tres órdenes distintos de esta seriación:

el primer orden es el de la frecuencia de las palabras individuales, por ejemplo, el

artículo 'el'; el segundo orden es el de la frecuencia de series de dos palabras, por

ejemplo, el artículo y el nombre: el tercer orden es el de la frecuencia de grupos de

tres palabras, por ejemplo, el nombre, el verbo y el atributo. Hay un cuarto orden, un

quinto, un sexto, etc, dependiendo siempre de la complejidad del lenguaje en cada

caso7.

Estos órdenes ponen en evidencia su importancia para la percepción, la

comprensión y la producción del lenguaje, es decir, para la adquisición del mismo.

Los experimentos demuestran que las oraciones en las que hay errores sintácticos o

errores semánticos, es decir, en los enunciados en los que no se respeta esta

secuenciación o seriación probabilística, los sujetos encuentran más dificultades

para su aprendizaje que en las oraciones normales u oraciones seriadas. Los

factores que perturban las expectativas de probabilidad son factores distorsionantes

que entorpecen los procesos de percepción y comprensión del lenguaje8.

Las deficiencias de la teoría skinneriana ya las hemos visto en los párrafos

que preceden. En cuanto a las series probabilísticas de MARKOV cabe decir lo

siguiente: a) el lenguaje humano está constituido por series probabilísticas de

distintos grados, como hemos visto; esto no puede negarse; debe admitirse, incluso,

que estas series facilitan la anticipación del mensaje también con un alto grado de

probabilidad; pero, además de seriado, el humano es un lenguaje jerarquizado, y

esto ya no lo explica satisfactoriamente la teoría; b) es imposible que una gramática

hecha sobre la base de los principios de MARKOV pueda dar explicación de las

disitintas secuencias posibles, por el hecho de que esas secuencias son siempre

potencialmente infinitas; es imposible igualmente que esa gramática pueda

determinar los distintos grados de dependencia que pueden darse entre las distintas

oraciones que un sujeto medianamente culto pueda formular; c) es imposible de la

misma manera que el niño adquiera por este procedimiento una información tan

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completa del lenguaje como la que posee normalmente si tiene que partir de cero en

un proceso cognitivo que dura pocos años, con un organismo inmaduro, una expe-

riencia limitada e imperfecta y un adiestramiento pobre o incompleto9.

Por tanto el aprendizaje por refuerzo de SKINNER, como el aprendizaje

por contigüidad o seriación de MARKOK, acusan serias deficiencias a la hora de

explicar los procesos de aprendizaje de una lengua cualquiera. Esta es la acusación

que hacen CHOMSKY y otros a esta teoría, poniendo de relieve la necesidad del

factor genético o de los 'dispositivos de aprendizaje' innatos para dar explicación de

estos procesos.

c) El aprendizaje pasivo:

Según esta teoría de BRAINE el lenguaje se aprende por la mera exposición

a los comportamientos lingüísticos de una sociedad determinada. El lenguaje queda

impreso en el organismo de la misma manera que la imagen queda impresa en la

placa fotográfica por la simple exposición a la luz. 'El modelo consiste en un

scanner y un componente de memoria. El scanner recibe la oración entrante, la

analiza y encuentra sus propiedades de pauta, que quedan registradas en el

almacén intermedio de la memoria. Cuando una propiedad de pauta ha sido

registrada un número suficiente de veces, va del almacén intermedio de la memoria

al almacén permanente (memoria a largo plazo), y por eso se hace operativa como

una regla de la gramática. Mientras la regla está en el almacén intermedio, puede

ser olvidada después de un cierto período de tiempo'. De acuerdo con esta teoría no

es necesario un refuerzo negativo, como en la anterior (fallos en la probabilidad);

basta con que el sujeto se halle expuesto a enunciados gramaticalmente correctos.

'Cuanto mayor sea la frecuencia con la que se reciba una propiedad dada en el

almacén intermedio, antes alcanzará el almacén permanente'. Como consecuencia,

el niño aprenderá antes las propiedades más generales, las más específicas, y

después las excepcionales; y, en último lugar, los casos especiales o casos

concretos.

Parece que los experimentos de este autor confirman estos hechos: en los

primeros años la gramática se aprende cuando el niño es expuesto al habla de los

mayores. No se requiere esfuerzo alguno. Los estudiantes, sometidos al aprendizaje

de un lenguaje a base de palabras sin sentido pero estructuradas según las reglas

de la gramática, han aprendido ese lenguaje a base de escuchar exclusivamente

esas oraciones muchas veces. Otros experimentos parecen conducir a la misma

conclusión. Sin embargo, como observa SCHLESINGER, esto explica el aprendizaje

de la gramática, pero no explica el aprendizaje de una lengua en tanto que

entramado de estructuras gramaticales dotadas de significación. Es decir, el proceso

da cuenta del aprendizaje de la dimensión gramatical o sintáctica del lenguaje, pero

no da cuenta del aprendizaje de la dimensión semántica y pragmática del mismo, sin

las cuales, el discurso en cuestión no es un verdadero lenguaje. Se sugiere,

además, que en estos casos es difícil aislar un proceso o una conducta de los

factores gratificantes que intervienen en ella. Estos elementos no están constituidos

únicamente por el reconocimiento o el premio de la sociedad. La misma

comprensión del lenguaje propio es ya una recompensa. En este sentido lo que

creemos que es una mera exposición al lenguaje de los demás o un aprendizaje

pasivo, puede ser un aprendizaje por condicionamiento operante, en cuyo caso esta

teoría no se encontraría muy lejos de la teoría anterior.

Una teoría que tiene algo que ver con la del aprendizaje pasivo es la de las

'situaciones de aprendizaje' (familia, escuela, grupo social, etc.). Hoy se sabe que

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el niño es estimulado con resultados más positivos si se le coloca en estas

situaciones en las cuales la interacción es la forma normal de la conducta, habida

cuenta de que los procesos lingüísticos no son meramente conductuales, sino, ante

todo y sobre todo, cognitivos y comunicativos. La exposición al lenguaje de los

demás en esta situación de aprendizaje produce sus efectos en la adquisición del

lenguaje, pero los produce sobre el conocimiento, desde el conocimiento y a través

del conocimiento del niño11

que es lo que no reconocen expresamente los

defensores de esta teoría.

d) La imitación:

Otra de las teorías importantes es la de BANDURA. Los bebés adquieren el

habla como efecto de la observación y la imitación (MOWRER). Los primeros

sonidos los emiten imitando los sonidos del habla de los padres o de las personas

que tienen alrededor. Esos sonidos son reforzados y terminan por convertirse en

hábitos12

.

De acuerdo con las observaciones de BROWN Y BELLUGI la imitación está

muy cerca de la espontaneidad. Por tanto, no se encuentra vinculada al aprendizaje.

Esto es así porque en la imitación se omiten las inflexiones, muchas palabras

funcionales y, a veces, las palabras mismas (estilo telegráfico); sin embargo se

mantiene el orden o la estructura gramatical originaria. Las explicaciones de estos

hechos son recogidas igualmente por SCHLESINGER: a) el niño reduce algunas

palabras de la oración que oye porque son las menos acentuadas y, por tanto, las

menos cuidadas, atendiendo sólo a las palabras que tienen contenido; b) el niño

retiene las últimas palabras que ha escuchado; por tanto la oración gramatical del

niño está constituida por los elementos a los que atiende y recuerda (BROWN Y

BELLUGI); c) el niño, cuando imita, reconstruye la oración según las reglas de la

gramática que tiene disponibles, las cuales le permiten construir oraciones

elementales o rudimentarias (SLOBIN Y WELSH); d) los experimentos confirman

que el niño, al imitar el habla de los mayores, no construye estructuras de rango

superior al habla espontánea (ERVIN)13

.

Esta teoría explica coherentemente el origen material de los sonidos en el

niño, pero, lo mismo que la de SKINNER, tampoco explica la posesión radical de la

facultad de hablar ni la función significativa de esos sonidos. Esto también es

necesario, pues los sonidos no son lenguaje mientras no están dotados de

significación. A este respecto está claro que algunos sonidos, en cuanto a su

materialidad, pueden tener su origen en la imitación, pero su virtualidad significativa

no puede tener ese origen. Esta virtualidad no puede tener otro origen que la

inteligencia infantil del niño, aunque sus funciones se produzcan a un nivel muy

elemental.

Por otra parte la imitación explica el origen de algunos elementos del

lenguaje; sólo algunos. Los demás elementos tienen su origen en otras expresiones

que tienen únicamente un parecido o una mera relación semántica, o en la propia

capacidad inventiva del niño. Mi sobrina Sara no sabía pedir un racimo; pero sí tenía

la capacidad para inventarse una expresión equivalente; por eso, a media lengua,

pidió un 'palito con uvas'. En hechos como este no hay rastro alguno de procesos

imitativos.

Se ha defendido alguna vez que el niño imita únicamente aquello que él

mismo puede producir espontáneamente (ERVIN). Con lo cual esta vía de la imita-

ción queda totalmente prohibida para la explicación del aprendizaje de la lengua. Sin

embargo hoy sabemos, en contra de este autor (así lo confirman los estudios más

recientes) que la imitación puede ser progresiva, pues, tanto el niño como el adulto,

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en lo que concierne al lenguaje, si se les coloca en situación de imitar las de sus

padres o maestros, pueden producir expresiones mucho más perfectas que las que

utilizan espontáneamente, por ejemplo, cuando se le pide que lo hagan o cuando se

les adiestra convenientemente. Incluso la imitación espontánea puede ser progre-

siva cuando la imitación es un fragmento del modelo de lenguaje o una modalidad o

matización del mismo de acudo con el modo de ser o la idiosincrasia del niño. Todos

hemos tenido la experiencia según la cual a veces el niño supera a sus padres o al

profesor en la construcción o el pronunciamiento de alguna frase, o en la ejecución

de algún movimiento simbólico utilizado a manera de lenguaje. Para esto el niño se

sirve probablemente de estructuras que ya posee, pero que todavía no forman parte

de su lenguaje habitual.

El niño, pues, puede imitar el lenguaje de los adultos siendo esta imitación

una especie de aprendizaje. Ahora bien, las deficiencias antes señaladas siguen en

pie. La imitación no explica la configuración del lenguaje normal en toda su exten-

sión y en todas sus dimensiones: la sintáctica, la morfológica y la semántica. Ni

siquiera queda explicada la dimensión pragmática del lenguaje, pues a la hora de

utilizarlo, cada uno, también los niños, lo acomoda a sus conveniencias personales

integrándolo siempre en su contexto14

.

e) Los factores biológicos:

Es la teoría de LENNEBERG y otros pensadores15

. Para estos psicólogos y

científicos el lenguaje de cada uno de los individuos tiene su origen en las

capacidades biológicas que hacen posible, tanto el conocimiento, como el lenguaje

en tanto que capacidades específicas del ser humano. Reconocen, no obstante, que

el conocimiento como algo propio o específico del ser humano es anterior y más

fundamental que el lenguaje. El conocimiento, pues, se encuentra vinculado a la

especie humana en virtud de factores biológicos. Pero el lenguaje también se

encuentra vinculado a estos mismos factores considerados como factres propios o

específicos de la especie humana. Las pruebas en favor de esta teoría son las

siguientes: 1) la falta de paralelismo entre conocimiento y lenguaje; el hombre y el

animal tienen un desarrollo cognitivo similar en algunos momentos del ciclo vital, sin

embargo el niño está preparado para hablar y, de hecho habla, mientras que el

animal no lo logra, pues el lenguaje no se encuentra vinculado a sus genes; 2) la

existencia de las estructuras profundas del lenguaje, las cuales son universales; si

son universales, su origen tiene que ser también universal, y lo más universal en el

seno de la especie humana son los factores biológicos, es decir, los genes; 3) la

imposibilidad material de que el niño aprenda todas las estructuras posibles del

lenguaje por la limitación de sus capacidades biológicas.

En cualquier caso, de acuerdo con esta teoría, el lenguaje no es aprendido,

es decir, no ese adquirido en virtud de ningún condicionamiento clásico u operarte,

pues: a) como hemos hecho notar en muchas ocasiones, hay en el lenguaje del niño

mucho más de lo que le han enseñado; el aprendizaje, por una parte, y la imitación,

por otra, no dan cuenta suficiente de las estructuras del lenguaje infantil, de las

reglas que emplea para la construcción y transformación de esas estructuras; lo que

más caracteriza su uso es la espontaneidad; b) la enseñanza que recibe en la

familia o en la escuela no se encuentra en la línea de la espontaneidad, sino en la

línea de la inhibición del lenguaje: expresiones ya hechas, giros consagrados,

costumbres establecidas, estilos predefinidos, etc.; c) esta misma inhibición la

experimenta el niño cuando se le impone una gramática, en virtud de la cual tiene

que sacrificar la espontaneidad en favor de la corrección (CAZDEN); d) los recursos

lingüísticos que le suministra la sociedad no explican tampoco la riqueza de los

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conocimientos que el niño posee en un momento dado. Por esto mismo parece

evidente que el lenguaje como expresión del pensamiento emerge de las

capacidades innatas del individuo. Ahora bien, estos argumentos no demuestran

que estas capacidades hayan de ser precisamente los genes o el cerebro. Por la

naturaleza del lenguaje y por las funciones que está llamado a desempeñar el

lenguaje, parece más bien que su procedencia no está en estas partes materiales

del organismo, consideradas como tales partes materiales, sino en las capas más

profundas del ser, es decir, en ese factor inmaterial en virtud de la cual los genes y

el cerebro tienen naturaleza humana. El cerebro piensa, no porque es cerebro, sino

porque es humano; y los genes determinan la estructura y las funciones del

organismo del hombre, no porque sean genes, sino porque ellos mismos están

determinados a ser lo que son en virtud de la naturaleza humana que hay en ellos.

Otra es la teoría de CHOMSKY a la que me he referido ya otras veces a

propósito del lenguaje. Con matices altamente significativos, CHOMSKY insiste en

los mismos argumentos anteriormente expuestos: el cerebro y la mente del niño

tienen la capacidad innata para el lenguaje; es decir están programados para

cualquier tipo de lenguaje y, más en concreto, para extraer las reglas del lenguaje

que oyen, las cuales le permiten construir de forma mecánica nuevas frases o

expresiones que jamás ha oído. Sólo necesita unas experiencias básicas en una

lengua determinada para estimular esta capacidad innata16

.

Algunos autores como SCHLESINGER hacen notar que la teoría de

CHOMSCKY, y también la de MILLER, suponen que la adquisición del lenguaje, en

el caso del niño, sigue un proceso similar al proceso del científico cuando descubre

las leyes de la naturaleza: en un primer momento formula hipótesis y luego trata de

verificarlas. Las hipótesis están referidas a las reglas de la gramática; y la verifica-

ción, a la comparación de estas reglas con el lenguaje que oyen para seleccionar las

más simples, las que están más de acuerdo con el habla de los adultos. Esto se

encuentra en consonancia con la teoría de las 'fuertes restricciones' congénitas de

las posibles estructuras lingüísticas y las posibles reglas gramaticales, las cuales

limitan el número de las hipótesis que deben ser sometidas a comprobación. El

resultado satisfactorio de esta práctica depende de 'la disponibilidad de

retroalimentación negativa' en el sentido de que el niño, no sólo debe saber cuándo

una estructura lingüística es gramatical, sino también cuándo no lo es.

Con independencia de estas teorías, es evidente que las reglas de la

gramática son utilizadas por los niños espontáneamente. Son utilizadas por ellos,

incluso, con más rigor que por los adultos. Y así dicen 'abrido' en vez de 'abierto',

'morido' en vez de 'muerto', etc. Descubren las reglas muy pronto, pero desconocen

las excepciones. Su mentalidad lógico-sintáctica es un hecho, como lo es la existen-

cia de un lenguaje interno o medular. Su innatismo también lo es en cierto sentido,

pues esas reglas nadie se las ha enseñado. Sin embargo tampoco esta teoría

explica en su totalidad el fenómeno de la aparición del lenguaje en el niño: la

significación o la atribución de unas palabras concretas a unas representaciones

concretas y no a otras, las preferencias por una lengua sobre todas las demás, el

descubrimiento y la utilización de las reglas lógico-sintácticas a esa edad con toda

soltura y no en edades posteriores, etc.

Las tesis de CHOMSKY, hoy por hoy, parecen las más plausibles. Sin

embargo, para la explicación completa de la aparición del lenguaje, la acción de los

factores internos tiene que ser completada con la acción de los factores

medioambientales; sobre todo, con la acción de las personas adultas que el niño

tiene a su alrededor suministrándole los elementos materiales del lenguaje externo.

Tiene que ser completada también con la presencia de un mundo mental constituido

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por las ideas y los pensamientos, por las imágenes y los sentimientos, etc., que a su

vez son los factores constitutivos del contenido o del mensaje. Por último, tiene que

ser completada con la presencia y la acción específica de una facultad que emerge,

no de los genes o el cerebro, sino de la naturaleza o principio intrínseco ontológico

en virtud del cual los genes y el cerebro, son genes y cerebro humanos.

f) Los factores sociales:

Esta teoría es una variante de la teoría anterior. Una de las figuras más

representativas es LURIA: 'puede parecer que el lenguaje del niño pequeño

comienza con aquellos sonidos que produce cuando es pequeño, y que el desarrollo

del lenguaje es sólo la prolongación o continuación directa de estos sonidos

iniciales. Así pensaron muchas generaciones de psicólogos, pero esto no es cierto.

Esos sonidos son de hecho la expresión de estados (afectivos) y de ninguna manera

la designación de objetos'.

Después de analizar estos sonidos y afirmar que todos ellos están

condenados a desaparecer, pues ninguno de ellos se conserva en la vida posterior,

afirma que 'las palabras nacen de aquellos sonidos del lenguaje que el niño asimila

de habla del adulto que él escucha...; este proceso no ocurre ni con mucho de

golpe, tiene una historia muy larga...; el comienzo del verdadero lenguaje del niño y

la aparición de la primera palabra que es el elemento de este lenguaje, está siempre

ligada a la acción del niño y a su comunicación con los adultos. Las primeras

palabras, a diferencia de los primeros sonidos, no expresan sus estados, sino que

están dirigidas a los objetos y los designan... Un tiempo después de la aparición de

las primeras palabras, difusas, elementales, simpráxicas (aproximadamente a los

1,6-1,8 años), el niño comienza a adquirir la morfología elemental de las palabras'.

Por consiguiente, el origen del lenguaje es doble. Por una parte la acción

física o el trabajo, lo mismo que el origen del lenguaje respecto de la humanidad; y,

por otra, la sociedad o la comunicación con los adultos. Ahora bien, el proceso

mediante el cual se produce este origen social del lenguaje no está muy claro.

Podemos deducirlo unos capítulos más adelante cuando dice que la dinámica del

lenguaje estriba en que el niño primero, y después el adulto, elige libremente (acción

de la voluntad) para cada palabra cualquiera de los significados posibles dentro de

un 'sistema de alternativas emergentes', dentro de los 'significados posibles' de la

palabra. En realidad elige de entre aquellos que son aceptados por la sociedad. Las

estrategias de las cuales se sirve la mente para esta elección son similares a las que

hoy se emplean en el laboratorio: las de las asociaciones libres y las de los campos

semánticos. Está demostrado que con estos métodos se puede 'establecer un

sistema de las conexiones semánticas que se ocultan tras de cada palabra y que en

el sujeto normal dichas conexiones tienen un carácter lógico, y no sonoro y externo'.

Resulta sorprendente el reconocimiento que hace este autor de la primacía de la

dimensión 'lógica' del lenguaje sobre la dimensión morfológica o sintáctica en el

momento crucial de la aparición del lenguaje; algo que ya habíamos hecho resaltar

con insistencia en las páginas que preceden de este libro. Y resulta más

sorprendente todavía su interpretación del proceso lingüístico como la elección

libre de un significado entre muchos para cada palabra en vez de la elección libre

de una palabra entre muchas para cada sinificado.

g) La estructura racional del ser humano:

Es la teoría que se expone a lo largo de casi todas las páginas de los

capítulos que preceden. Forman parte de esta teoría: la existencia en cada uno de

los seres humanos de una facultad especial que es la facultad del lenguaje como

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parte de otra facultad de orden superior que es la inteligencia; la afirmación de que

esta capacidad emerge de la naturaleza humana de una manera necesaria como

todas las propiedades brotan de su sujeto; la afirmación de que esta facultad es

poseída por el sujeto desde el primer instante de su ser, es decir, desde el momento

en que la primera célula tuvo los cuarenta y seis cromosomas (quaestio juris); la

afirmación de que el ejercicio o el uso de esta facultad no comienza hasta tanto el

organismo que sirve de soporte no se encuentre suficientemente desarrollado para

ejercer las funciones de la fonación y la articulación; la convicción de que el uso

(quaestio facti) de esta facultad no tiene lugar hasta que el sujeto dispone de una

serie de contenidos semánticos (datos de la conciencia racional) aptos para ser

transmitidos; la inclinación natural que siente el individuo a transmitir esos mismos

contenidos; la libertad del sujeto para elegir cualquier medio material (palabra) para

llevar a efecto la transmisión de esos contenidos sin necesidad de atenerse a los

medios (palabras) ya establecidos o aceptados por la sociedad; la toma de

decisiones libres, no en favor de una idea o un pensamiento frente a otras ideas u

otros pensamientos, sino en favor de un lenguaje u otro para expresarlos, etc. Por

tanto el origen del lenguaje se encuentra en la facultad que llamamos lenguaje, de

una manera radical e inmediata, pero, de una manera mediata o remota, se

encuentra en la inteligencia, que es la que facilita el mensaje y la elección del medio

de transmisión; y en la voluntad, que es la que toma la decisión de hacerlo poniendo

en juego una de sus propiedades, la propiedad esencial suya, que es la libertad.

Los factores externos condicionan la aparición del lenguaje, pero no lo

producen. Estos factores son el adiestramiento, la corrección, el modelado y las

situaciones de aprendizaje de las que ya nos hemos ocupado en apartados

anteriores.

Quizás el más importante de estos factores sea el adiestramiento

acompañado de la corrección. En principio parece que el adiestramiento que utiliza

la corrección de los errores por parte de los padres y maestros resulta contraprodu-

cente. Los niños a veces muestran fuerte resistencia a que se les corrijan sus

errores y reaccionan en sentido contrario (NELSON). Sin embargo esto no

constituye la norma. El adiestramiento y la corrección suponen una poderosa ayuda

para la acción de las facultades de la inteligencia y el lenguaje, sobre todo, porque

los padres y maestros, de una manera espontánea, suministran al niño una

diversificación de situaciones de ayuda para evitar precisamente las situaciones de

rechazo: faclitación de modelos gramaticales a base del habla corriente, pronuncia-

ción exagerada o recalcada de las frases correctas, comentarios adecuados de lo

que el niño dice, estimulación en favor de expresiones nuevas, recitación de cuentos

y poesías, tarareo de canciones pegadizas, formulación de preguntas y respuestas

correctas y acertadas, sugerencia de palabras nuevas y diseño de nuevas

estructuras gramaticales congruentes con la edad y el modo de ser del niño, etc.

Estas y otras estrategias son las que constituyen la intervención en los

procesos de aprendizaje de la lengua en todas sus dimensiones. Pero, en cualquier

caso, el lenguaje de los adultos es el modelo que se propone para ser imitado por el

niño, utilizando para ello el adiestramiento y aprovechando todos los recursos que

facilitan la interacción derivados de las situaciones de aprendizaje. Se insiste en que

la intervención a base de estos factores no produce el lenguaje pero lo condiciona

haciendo más productivas las actividades lingüísticas de los niños y los adultos.

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3.- EL ORIGEN CRONOLOGICO DEL LENGUAJE

a) El niño ferino:

La existencia del lenguaje de los niños ferinos es un problema que no

explican suficientemente ninguna de estas teorías. Son niños encontrados en

lugares solitarios o en contacto con los animales salvajes. De ahí el nombre de 'feri-

nos'. En cualquier caso han crecido sin el contacto con otros seres humanos. Suele

citarse el caso del salvaje Aveyron encontrado a los doce años y muerto a los

cuarenta; o el caso de las dos niñas aparecidas en Midnapore en el Indostán criadas

entre lobos en perfecta armonía; la primera tenía dos años cuando fue encontrada

(murió muy pronto), y la segunda, ocho (murió a los diez y siete).

Estos niños habían desarrollado su organismo con toda normalidad. Por

tanto reunían los requisitos de la madurez necesaria para la posesión y utilización

del lenguaje. Sin embargo, aunque fueron introducidos en el seno de la sociedad y

educados esmeradamente, no aprendieron a hablar. El primero aprendió muy pocas

palabras y la mayor de las niñas en nueve años no logró aprender más que unas

cincuenta palabras.

El caso de Geny es muy similar: Esta niña fue hallada a los trece años en

una habitación totalmente oscura en la que había sido encerrada a los veinte meses.

Su estado físico presentaba graves deficiencias: inflexibilidad de brazos y piernas,

incapacidad para masticar, falta de control de esfínteres, etc. Mostraba ciertos

signos de hallarse todavía en la pubertad. Cuando fue llevada a un hospital de Cali-

fornia sólo reconocía su nombre y sabía pedir perdón. Aprendió un cierto número de

palabras y logró construir algunas frases correctas, pero muy elementales y en

forma de telegrama37

.

Parece demostrado que los órganos de la fonación humana, lo mismo que

los del cerebro, experimentan una tendencia innata a desarrollarse en la dirección

del lenguaje. La meta del desarrollo y la evolución del organismo debería ser

precisamente esa. Sin embargo estos hechos muestran que para la adquisición y

uso del lenguaje fáctico o material (externo) no basta con el desarrollo fisiológico.

Tampoco basta con que el proceso tenga lugar o se inicie inmediatamente antes de

la pubertad o en simultaneidad con ella (edad crítica). La adquisición del uso del

lenguaje (no de la facultad) se produce en el seno de la sociedad, no en solitario, o

en otros ambientes que no sean los constituidos por seres humanos. Es necesaria la

intervención de los factores medioambientales como estímulos de las capacidades

innatas radicadas en la inteligencia. Es necesario, además, que esta intervención se

produzca en su momento, pues cada época o cada momento de la edad del niño,

cada fase del desarrollo del sistema nervioso cerebroespinal, requiere unos

estímulos determinados. La alteración de este paralelismo entre la edad y los

estímulos tiene como efecto inevitable los trastornos o la incapacidad para aprender

y para utilizar correctamente el habla.

b) El niño normal:

La evolución que el niño normal muestra, a diferencia del niño ferino, en la

adquisición y el uso del lenguaje experimenta variaciones significativas en relación

con la naturaleza del niño y en relación con los factores concretos medioambientales

que le rodean cuando crece38

. Pero en líneas generales puede ser esta:

a) Las primeras manifestaciones del lenguaje al nacer son un cierto

balbuceo, el grito, el llanto, ciertas actitudes; todos ellos, signos naturales

constitutivos de un lenguaje mímico, expresivo de sus emociones y sus

necesidades, por ejemplo, el dolor, el hambre, etc.

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b) A los dos meses aparecen ya algunos sonidos vocálicos y consonánticos,

sin que esto suponga la existencia de la intención expresa para significar algo.

c) A los seis meses comienza el balbuceo propiamente dicho a base de

frecuentes vocalizaciones producidas por el uso intencionado de los órganos de la

fonación humana. Pone en funcionamiento su boca y su laringe porque quiere y se

recrea en ello. Ya hay un proceso elemental de significación.

d) Al noveno mes repite las palabras que oye a los mayores. Como

excepción, algunos niños hasta construyen frases elementales sintetizadas.

e) Al año utiliza las palabras-frase para expresar sus necesidades o sus

deseos: 'agua'!, 'pis'!, etc., como resumen de 'quiero agua', 'necesito hacer pis'.

f) Al año y medio construye frases incompletas, pero dotadas de una

significación clara y precisa: 'nene pan', para expresar que el nene quiere pan.

g) A los dos años, si el desarrollo fisiológico es normal, el niño debe

construir frases correctas y completas, pues a esa edad ya ha descubierto las reglas

lógico-sintácticas del lenguaje, aunque todavía no haya aprendido las excepciones.

h) En ambientes urbanos o en ambientes cultos, a los cuatro años ya

conoce y utiliza más de mil palabras. A los seis años utiliza más de cuatromil.

Naturalmente estas cifras son muy relativas y están sujetas a continuos ajustes de

acuerdo con

el medio cultural en el que vive.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS. c. 16.- 1) Bay, 1983;

Bayes, 1977; Diamond, 1956 (Historia del origen del leng.); Darwin, 1974; Huxley,

1907, 1971; Lenneberg, 1960, 1964, 1975, 1982; Ferguson y Garnica, 1983;

Antinucci y Parisi, 1982; Jacobson, 1983; Hewes, 1975; Bellugi, 1974; Bever y otros,

1965; Blanchard, 1966; Bloomfield, 1961; Blount, 1970; Braine, 1963a, 1963b;

Britton, 1970; Brown, 1973; Fries, 1964; McNeil, 1970, 1971; Nelsos, 1973; Sinclair,

1978, Smith, 1966; Rousseau, 1984; Secall, 1984; Slama-Cazacu, 1977; Brouckart,

1977; Wells, 1987; Staats, 1965; Humboldt, 1991; Oleron, 1981; Whorff, 1965, 1971.

2) Darwin, 1974; Huxley, 1971; Humboldt, 1990, 1991. Popper, 1977. 2b) Popper,

1977, 1980. 3) Hayes y Hayes, 1952; Guillaume, 1925; Fryn, 1964; Leibnitz, 1946,

1988; Herder, 1959; Saussure, 1961. 4) Durkheim, 1924, 1978; Luria, 1980, 1985;

Etkin, 1964; Hegel, 1983; Herbart, 1924, 1965. 5) Skinner, 1957, 1981; Brown,

1981; Cazden, 1968, 1970, 1974; Cazden, 1972; Whorff, 1971; Kernan, 1969;

Staats, 1965; Smith, 1966; Sinclair, 1978; McNeil, 1968, 1971; Menyuk, 1971;

Morton, 1971; Mehler, 1971. 6) Skinner, 1957; Hull, 1920, 1930, 1943; 6b) Brown y

Hanlon, 1970; ver Lenneberg, 1982. Broadbent, 1983; Brown, 1981; Brown y otros,

1954, 1964. 7) Ver Taylor, 1986; Miller y Selfridge, 1950. 8) Ver Taylor, 1986;

Herriot, 1970; Greene, 1975; Miller e Izar, 1963. 9) Chomsky, 1959; McCroquodale,

1970; Ver Taylor, 1986. 10) Braine, 1963; Shlesinger, 1982. 11) Gould, 1971, Hull,

1943; Moerk, 1974 Kobashingawa, 1969; Philips, 1973; Robinson, 1971, 1972;

Bever, 1974; Blount, 1972; Frasser y otros, 1975; Drach, 1969; Schlesinger, 1983;

Etkin, 1964. 12) Bandura, 1962; Hayes y Hayes, 1952; Guillaume, 1925; Fryn, 1964;

Leibnitz, 1946, 1988; Herder, 1959; Saussure, 1961; Godel, 1857; Ver Schlesinger,

1983. 13) Slobin y Welsh, 1971; Brown y Bellugi, 1964; Ervin, 1964, 1974. 14)

Nelson, 1977; Nelson, Carskaddon y Bombilliam, 1973. 15) Lenneberg, 1982. 16)

Chomsky, 1971, 1978; ver Schlesinguer, 1982. 17) Luria, 1980, 1985.

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Cap. XVII.- PENSAMIENTO Y LENGUAJE: RELACIONES

El tema central de este capítulo es el de las relaciones entre el pensamiento

y el lenguaje1. A este respecto son varias las teorías relevantes las que ponen de

manifiesto estas relaciones: a) la que considera el pensamiento como algo distinto e

independiente del lenguaje, b) la que considera el lenguaje como un proceso depen-

diente del pensamiento, c) la que condidera el lenguaje y el pensamiento como dos

cosas idénticas, d) la que defiende la dependencia del pensamiento respecto del

lenguaje, e) la que considera el lenguaje y el pensamiento como dos procesos que

se ayudan mutuamente, f) la que entiende que el lenguaje es el que marca la

dirección de la conducta, etc.

1.- LA DISTINCION E INDEPENDENCIA ENTRE PENSAMIENTO Y LENGUAJE

Pensamiento y lenguaje tienen un origen distinto y sus funciones, al menos

parcialmente, también son distintas e independientes. Esta es la teoría aristotélica

tradicional, es decir, la que ha sido aceptada y utilizada en casi todos los campos de

las ciencias del espíritu, sobre todo, en el campo de la teología y la filosofía: el

pensamiento y el lenguaje son dos procesos psíquicos distintos producidos por el

individuo en virtud de la acción de dos facultades también distintas, la facultad de la

inteligencia y la facultad del lenguaje. En los tiempos actuales también es defendida

por muchos autores, si bien, cada uno de ellos introduce sus propias matizaciones.

a) El primero de los pensadores que merecen citarse en este apartado es

PIAGET. En sus estudios parece claro que, en sujetos debidamente entrenados, las

estrategias lingüísticas no interfieren ni ayudan de forma decisiva a la inteligencia en

el desarrollo de sus actividades, por ejemplo, en la tarea de la solución de

problemas. Tampoco se advierte una eficacia relevante del lenguaje en los procesos

consistentes en el paso de uno a otro de los estadios evolutivos de la inteligencia,

por ejemplo, en el paso del estadio de las operaciones concretas al estadio de las

operaciones formales. Lenguaje y pensamiento se necesitan y se ayudan, como

veremos, pero ninguno de ellos es un factor determinante respecto del otro. Tiene

un mismo origen que es la inteligencia y la trayectoria que sigue el lenguaje es la

misma que sigue el pensamiento: van de dentro a fuera. Primero son personales o

autistas para hacerse luego, con la edad, sociales o externos. El lenguaje viene a

hacer posible la socialización del pensamiento. El lenguaje social es la meta,

mientras que el lenguaje egocéntrico está destinado a desaparecer2. En cualquier

caso el pensamiento y el lenguaje son dos actividades distintas e independientes.

b) El segundo de los autores que merecen citarse es VIGOTSKY. El

pensamiento y el lenguaje tienen un origen distinto y antitético, y, además, se

desarrollan en sentidos opuestos, invadiendo mutuamente una parte de sus campos

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respectivos como dos círculos que se intersectan. En las primeras etapas de la vida

el lenguaje es preintelectual, y el pensamiento es prelingüístico. Se desarrollan

independientemente hasta que llega un momento en el que se produce la inter-

sección. En ese momento el lenguaje se hace racional y el pensamiento se hace

verbal. Es este el momento en el que el pensamiento se vierte al exterior por medio

del lenguaje. Pero no todo el pensamiento, pues hay una buena parte de él que

permanece ajeno al lenguaje (el pensamiento práctico), y hay también una parte del

lenguaje que no se mezcla con el pensamiento. En efecto, hay en el hombre, sobre

todo en el niño, una buena parte de su pensamiento que no es verbal y una buena

parte de su lenguaje que no es racional o intelectual. En las primeras etapas de la

vida el lenguaje es social, es decir, comunicativo (sus contenidos son las formas de

comportamiento social o participativo: el niño vive unido a la madre y pendiente de

ella), para volverse más tarde en egocéntrico e interior, dando lugar al pensamiento

verbal: lenguaje interior. Los pasos, pues, son los siguientes: lenguaje desplegado,

susurro, lenguaje interior. En esa zona en la que pensamiento y lenguaje se

interfieren, ambos se necesitan y se condicionan mutuamente3. Por tanto son

distintos procesos, pero, a partir de cierta edad, no son independientes.

c) El tercero de los autores es LURIA. Su teoría acerca del lenguaje no sólo

nos sitúa en la línea de VIGOTSKY, sino que, además, nos describe el proceso

mediante el cual el lenguaje externo se convierte en lenguaje interno. En efecto para

él el lenguaje interno no es un lenguaje para sí o un lenguaje privado de su parte

final o parte motora. No es una réplica del lenguaje externo. El isomorfismo de la

psicología behaviorista es inexistente. Los argumentos en contra de ese

isomorfismo son muchos, pero el más importante consiste en la observación

insistente de los comportamientos propios y ajenos en lo referente a la velocidad con

que se desarrollan. La velocidad del lenguaje interior es infinitamente más elevada;

la producción del mismo es casi instantánea. Es imposible que en tan corto intervalo

de tiempo pueda desgranarse un enunciado o un discurso con la estructura del

lenguaje externo. El interno tiene su estructura propia, estructura reducida o

abreviada. El proceso de conversión del lenguaje externo en lenguaje interno es el

siguiente: 'si se estudia atentamente la estructura del lenguaje que pasa de externo

a interno, se puede constatar, primero que ese lenguaje pasa de ser lenguaje

audible a susurro, y luego, a interior; segundo, que se abrevia, convirtiéndose de

desplegado en fragmentario y plegado'. Resulta ser, de esta manera, un lenguaje

'predicativo', es decir, en virtud de su función reguladora de la conducta, indica el

tema, lo que hay que hacer, pero no es nominativo, no designa el sujeto ni el

despliegue detallado de la acción. Esos momentos o fases del paso de un lenguaje

a otro son, pues: a) lenguaje desplegado 'tengo que escribir una carta a mi amigo',

b) lenguaje fragmentario 'carta... amigo', c) lenguaje susurrado 'c..r..ta... am..go', d)

lenguaje inaudible, secreto o silencioso '...? ...?....?4.

Son distintos, por consiguiente, el lenguaje interno y el lenguaje externo,

pero, para este autor, tampoco son independientes, pues, como veremos, el

lenguaje interno es una transformación del lenguaje externo.

2.- LA DEPENDENCIA DEL LENGUAJE RESPECTO DEL PENSAMIENTO

El lenguaje es un instrumento del pensamiento. Es esta también la tesis

universalmente aceptada y defendida por las tradición aristotélico-escolástica de

todos los tiempos. Lenguaje y pensamiento son distintos, pero no desvinculados el

uno respecto del otro. El lenguaje está al servicio del pensamiento. El pensamiento

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humano es un proceso independiente y el individuo lo manifiesta al exterior (lo

comunica) por medio del lenguaje5. El lenguaje, pues, no interviene en la producción

del pensamiento; al menos no interviene como causa principal.

El pensamiento es independiente del lenguaje, pero no viceversa. Puede

haber pensamiento sin lenguaje externo (lenguaje verbal u otro tipo de lenguaje),

pero no puede haber lenguaje sin pensamiento. El ejemplo antes citado basta para

demostrarlo, pero no necesitamos ejemplos. Para convencernos de ello nos basta

nuestra experiencia personal. El mundo de nuestro pensamiento es mucho más

amplio y mucho mas rico que el mundo de nuestra expresión. De todo lo que

pensamos sólo una mínima parte sale al exterior en forma de lenguaje. Pensamos

para nosotros mismos. En esto consiste la riqueza espiritual de la persona. Cuando

comunicamos a los demás algunos de estos pensamientos, en general, lo hacemos

porque queremos o necesitamos de ellos más información, es decir, lo hacemos en

la medida en que ellos pueden enriquecernos con el intercambio. La vida racional es

la vida interior de la que tanto se ha hablado a lo largo de la historia del

pensamiento. El desprecio por la vida interior, es decir, por la vida del pensamiento,

para trasladar el interés a la vida exterior, a la vida del lenguaje, es el hito que marca

la decadencia de la filosofía de forma lamentable en la cultura occidental. Este

declive tiene su comienzo en algunos de los autores citados ya en este libro, por

ejemplo, WITTGENSTEIN. A este respecto conviene repasar las lecturas publicadas

recientemente por MARIO BUNGE que es una de las figuras más destacadas de la

teoría de la ciencia en nuestros días. Por afinidad, hemos de reconocer que es esta

la misma suerte que ha corrido la psicología, provocada por las mismas causas.

La psicología moderna y la psicología actual se hacen cargo de esta teoría e

introducen sus peculiaridades o matices cada una de ellas desde sus propios

principios.

La vinculación entre pensamiento y lenguaje obedece a las leyes de la

asociación, según los asociacionistas. Hay vinculación si se establece esta

asociación. Para los conductistas esta asociación es necesaria. Absolutamente

necesaria, como lo es la asociación entre los estímulos y las respuestas. Sin

embargo la experiencia demuestra que no es así. Esto mismo pensaban los

representantes de la escuela de Würtzburgo: para ACH y para SELZ el lenguaje no

interviene en la formación de los conceptos, ni en la solución de los problemas. Los

representantes de la psicología de la forma son herederos de las ideas de SELZ: el

pensamiento obedece a las leyes de la forma, no a las leyes de la asociación.

Aunque luego se asocie al lenguaje, su producción es independiente de él.

Las pruebas en favor de esta teoría son muchas; pero la más relevante está

constituida por el hecho de que existen no pocos individuos impedidos para el

lenguaje (sordomudos, paralíticos cerebrales, etc.), los cuales han dado muestras de

tener unas capacidades enormemente desarrolladas para el pensamiento. Este es el

caso de Helen Keller y tantos otros.

3.- LA DEPENDENCIA DEL PENSAMIENTO RESPECTO DEL LENGUAJE

En realidad son dos las teorías que merecen ser recogidas en este

apartado: a) la teoría de los conductistas según la cual pensamiento y lenguaje son

la misma cosa, y b ) la teoría de aquellos que defienden la supremacía del lenguaje

sobre el pensamiento, convirtiendo al primero en causa determinante del segundo6.

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a) Para WATSON no existen procesos mentales internos (pensamientos)

independientes del lenguaje. Pensamiento y lenguaje son dos formas de una misma

actividad motora (isomorfismo). El pensamiento es una actividad motora implícita, no

constatable por los sentidos, mientras que el lenguaje es la misma actividad motora,

pero explícita y constatable de una manera empírica, por ejemplo los movimientos

musculares o movimientos guturales y linguales. Eso que llamamos pensamiento no

es más que un lenguaje atrofiado. El pensamiento es el lenguaje interno, y éste es

una inhibición o degeneración del verdadero lenguaje que es el lenguaje externo.

Las palabras son simples respuestas a los estímulos externos sensoriales que

proceden de los seres de la realidad, mientras que los pensamientos son

respuestas internas a esos mismos estímulos, respuestas no perceptibles por los

sentidos. Las únicas respuestas que pueden producirse en el organismo son las

respuestas musculares o glandulares. Las respuestas mentales constituyen un

supuesto no demostrado por la ciencia. Para explicar la conducta estas respuestas

no pueden ser tenidas en cuenta. Por tanto no podemos hablar de contenidos

mentales o mensajes de las palabras (ideas, pensamientos, representaciones),

como algo distinto de ellas. Uno de los argumentos principales de los que se valen

los conductistas es el hecho de que los niños y otras personas mayores ejercitan los

mismos movimientos vocales cuando se encuentran acompañados y cuando se

encuentran solos, es decir, cuando se encuentran ejerciendo el acto de pensar.

Argumento que tiene muy poca consistencia, pues, también acontece con frecuencia

que los individuos piensan sin ejercitar movimiento alguno, por ejemplo los, que por

enfermedad u otros traumas se encuentran impedidos para los movimientos

guturales o linguales.

En esta misma línea se encuentra SKINNER. Para las teorías behavioristas,

la relación entre pensamiento y lenguaje es el isomorfismo, como hemos visto. No

es que el lenguaje sea la causa del pensamiento. Es que pensamiento y lenguaje

son una misma cosa. Las palabras, en virtud del condicionamiento clásico u

operante, no se asocian a las representaciones y, mediante las representaciones, a

los objetos, sino directamente a los objetos. No existen tales representaciones; al

menos, no existen como mediadoras entre el lenguaje y las cosas. Por eso no hay

pensamientos distintos del lenguaje.

VIGOTSKY, como hemos visto, se hace eco de la distinción clara entre

pensamiento y lenguaje externo. Lo que sucede es que en el niño algunas formas

de pensamiento son formas de hablar (isomorfismo). En realidad no piensa, sino

que habla. No sabe pensar sin expresar o describir lo que piensa. Pero poco a poco

el lenguaje va interiorizándose (el habla en silencio: 5 a 7 años). A esto es a lo que

llamamos pensamiento. A partir de esa edad ya piensa sin hablar. Esta parte del

pensamiento, pues, depende del lenguaje, o mejor, es un lenguaje interiorizado.

Sin embargo los puntos débiles de esta teoría ya habían sido puestos en evidencia

por muchos autores. PIAGET, por su parte, también entiende que el aumento de la

capacidad para 'resolver problemas', por parte de la inteligencia, ni se corresponde

con la interiorización del lenguaje ni es el resultado de su interiorización o del

progreso del mismo; para comprender el lenguaje de un niño es necesario conocer

sus maneras de pensar; el significado de las palabras no se corresponde con su

nivel de desarrollo mental; las palabras 'más', 'menos', 'diferente',

'igual', 'derecha', 'izquierda', para ellos pueden tener sentidos muy diferentes de los

sentidos que tienen para nosotros7.

b) En Alemania son HERDER, HUMBOLDT Y WEISGERBER los defenso-

res de la primacía del lenguaje sobre el pensamiento y la dependencia de éste sobre

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aquél: el lenguaje determina todas nuestras funciones psíquicas y configura todos

nuestros pensamientos8.

En Estados Unidos es WHORF el que se dedica a fundamentar científica-

mente estas tesis con numerosas investigaciones. Su teoría es conocida con el

nombre de 'hipótesis de la relatividad lingüística'. De acuerdo con ella el individuo se

encuentra incapacitado para desarrollar cualquier proceso mental con indepen-

dencia de las pautas derivadas de la estructura lingüística del país en que vive. Las

formas del pensamiento de cada uno se encuentran estructuradas y sometidas a las

leyes de la configuración del lenguaje. El pensamiento es un proceso consistente

en clasificar y ordenar los fenómenos del universo en forma de representaciones.

Pues bien, estas representaciones se llevan a efecto utilizando los recursos que el

lenguaje pone a nuestro alcance. El argumento fundamental estriba en que los

pueblos que hablan lenguas distintas configuran su pensamiento según formas

distintas. Los esquimales tienen palabras distintas para expresar los distintos

estados de la nieve. Las palabras orientan la percepción del sujeto. Eso les permite

conocer o pensar acerca de esos estados de una manera distinta de como lo hace-

mos nosotros9.

Para demostrar la tesis de la relatividad whorfiana BROWN Y LENNEBERG

utilizaron el procedimiento de las palabras 'más codificables'. Estas palabras son

aquellas a las que responden con más rapidez los individuos de un mismo idioma o

un mismo individuo en distintos momentos de la prueba; por ejemplo, la palabra 'red'

entre los angloparlantes para expresar un color. Pues bien parece ser que los

colores más codificables son los que mejor se recuerdan. Con lo cual parece claro

que la palabra condiciona la memoria. De la misma manera condiciona la percep-

ción y los demás procesos mentales10

.

Esta misma idea de la prioridad del lenguaje se desprende de las teorías de

CHOMSKY, MILLER y otros. Pero es WITTGENSTEIN, desde el neopositivismo

lógico, el que hace una aplicación de ellas concretamente al pensamiento científico:

el lenguaje tiene la fuerza suficiente como para configurar las ciencias y las ideolo-

gías11

.

En la teoría que defiende la primacía del lenguaje sobre el pensamiento es

ineludible la referencia a LURIA. Aceptando, al menos en parte, las tesis whorfianas,

asegura que: a) el lenguaje condiciona nuestra percepción, por ejemplo, al captar y

clasificar los colores; b) el lenguaje es la célula de la conciencia, por tanto es el

factor elemental de todos nuestros pensamientos; c) el lenguaje es el medio del que

se sirve la mente para operaciones tan específicas como la codificación de la

experiencia, la abstracción, la generalización de los rasgos de las cosas, la

formación de los conceptos y la solución de los problemas. 'Al generalizar los

objetos, la palabra se convierte en un instrumento de abstracción y generalización

que es la operación más importante de la conciencia (pensamiento)... Al abstraer el

rasgo característico y al generalizar el objeto, la palabra se convierte en instrumento

del pensamiento y en el medio de la comunicación'. La historia del lenguaje es la

historia de la emancipación de la palabra respecto de la praxis, la separación del

habla como actividad autónoma, la conversión de las palabras en un sistema de

códigos.

El lenguaje hace posible el pensamiento: 'la palabra duplica el mundo y da

al hombre la posibilidad de operar mentalmente con objetos, inclusive en su

ausencia...; el hombre tiene un mundo doble que incluye el mudo de los objetos

captados en forma directa y el mundo de las imágenes, de las acciones y relaciones,

de las cualidades que son designadas con las palabras'. 'La palabra no sólo

reemplaza a la cosa sino que la analiza e introduce esta cosa en un sistema de

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complejos enlaces y relaciones. Nosotros llamamos significado categorial a esta

función abstrayente, analizadora y generalizadora de la palabra'. Por tanto el

lenguaje determina el pensamiento haciéndolo posible, pues afirma que los

animales que no disponen del lenguaje no pueden producir esa duplicidad del

mundo. Su relación con el mundo es meramente práctica o manual, es decir, física.

No es intelectual a través de las imágenes, las acciones y las relaciones. Determina

también la naturaleza y la dirección del pensamiento, pues, en virtud de las

palabras, la mente produce sus categorías, sus enlaces y sus relaciones.

'Esta segunda forma, mucho más elevada (tarea constructiva), es el

pensamiento discursivo o lógico verbal, mediante el cual el hombre, basándose en

los códigos del lenguaje, es capaz de rebasar los marcos de la percepción sensorial

directa del mundo exterior, reflejar nexos y relaciones complejas, formar conceptos,

elaborar conclusiones y resolver problemas teóricos complicados'. Según este texto,

el lenguaje y sus códigos constituyen el instrumento esencial del pensamiento. A

primera vista es la misma tesis de la teoría aristotélico escolástica. Sin embargo no

hay nada de eso. En los textos de LURIA el lenguaje es el instrumento necesario

que hace posible la existencia y la construcción o estructuración del pensamiento,

de manera que, sin el lenguaje, dicha existencia es inviable. Para la tradición

aristotélica, por el contrario, el lenguaje es un instrumento únicamente para la

comunicación del pensamiento, pero no para el pensamiento mismo, para su

existencia y su desarrollo. El pensamiento, en cuanto tal, tiene otras causas

principales e instrumentales, pero ninguna de ellas es el lenguaje; al menos no lo es

como causa insustituible12

.

4.- LA COOPERACION ENTRE PENSAMIENTO Y LENGUAJE

Esta es la teoría que defiende la relación y cooperación entre pensamiento y

lenguaje para el desarrollo de la vida psíquica: el lenguaje es una ayuda para el

pensamiento. La teoría que defiende este tipo de relación entre el pensamiento y el

lenguaje es conocida como teoría de los 'procesos intermedios', tal vez porque el

lenguaje es considerado como un proceso intermedio entre la percepción y la

formación del concepto o la configuración del pensamiento13

.

Uno de los autores más destacados en este campo es KENDLER. Su teoría

puede resumirse en los siguientes puntos: a) de hecho hay conceptos en nuestra

mente que no tienen necesariamente una denominación o correlato verbal; b) el

lenguaje es una poderosa ayuda para la formación de los conceptos desempeñando

la función que podemos llamar 'etiquetado' de los mismos o de los atributos o notas

que lo constituyen; c) los individuos sometidos a experimentación con más facilidad

para la formación de los conceptos tienen, a su vez, más facilidad para encontrar un

nombre para esos mismos conceptos: hay, pues, una correlación entre ambas

variables; d) cuando al pensamiento se une el lenguaje, el rendimiento intelectual y

físico de los sujetos aumenta considerablemente.

GLANZER Y CLARK desarrollan sus experimentos con los mismos resulta-

dos: entre E (percepción) y R (reacción a la percepción) hay siempre una

construcción lingüística (verbalización) que activa las funciones para la formación del

concepto y la producción de la respuesta14

.

SAPIR entiende que el lenguaje influye en el pensamiento pero que no lo

determina.

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Las deficiencias de la teoría whorffiana respecto de las relaciones del

lenguaje con el pensamiento (relativismo lingüístico) ha sido puestas de manifiesto

por algunos autores, entre los que se encuentra GREENE. Cuando el problema se

examina en profundidad y en toda su extensión no hay evidencia de que el lenguaje

sea el factor determinante del pensamiento; sobre todo, no hay evidencia de que el

lenguaje determine la percepción; ni siquiera la percepción de los colores, que es el

campo sobre el que se han ejercido con preferencia estos experimentos. En efecto,

es absurdo pensar que ciertas expresiones del habla inglesa condicionen el

pensamiento y la acción de los individuos que poseen y utilizan ese idioma, los

ingleses; por ejemplo, la expresión 'jugar al golf'. Esto no supone que el que la

emplea tenga esos pensamientos o esas aficiones y, mucho menos, que practique

ese deporte.

Es cierto que en cada ambiente cultural hay unas determinadas expresiones

que se corresponden con una cierta manera de pensar, por ejemplo: 'interrupción

del embarazo' en vez de aborto, 'compañera' en vez de concubina o barragana,

'pareja' en vez de unión marital o amancebamiento, 'acción sindical' en vez de

huelga, 'sacrificio de una res' en vez de muerte de la misma, 'dama' en vez de adulto

femenino, 'deficiente mental' en vez de loco, 'hospital psiquiátrico' en vez de

manicomio, etc. Pero, en realidad, esto no es más que una serie de eufemismos, y

no supone que el pensamiento resulte suavizado o modificado por la esquisitez o la

delicadeza de esas palabras. Más bien parece que es todo lo contrario: el individuo y

la sociedad utilizan estas palabras porque tienen conciencia (pensamiento) de la

gravedad, la ordinariez y torpeza de estas acciones o estas realidades, y, como

consecuencia de ello, eligen o seleccionan las palabras de tal manera que esas

acciones resulten suavizadas y, en cierta manera, dignificadas. Por tanto el

pensamiento va por delante con todos sus matices. Esos matices son los que

determinan en realidad las peculiaridades del lenguaje.

5.- EL LENGUAJE Y LA CONDUCTA

El lenguaje cumple la función de dirigir la conducta interna y externa. Los

representantes de esta teoría son sobre todo LURIA Y VIGOTSKY16

. El mecanismo

de este proceso es descrito por LURIA como algo que acontece en varias etapas:

1) En el niño de muy poca edad el lenguaje no influye en la conducta: la regulación

de la misma está a cargo de los procesos perceptivos derivados de la propia acción;

el niño que aprieta una pelota mientras una luz está encendida, no afloja la pelota

aunque se le diga 'suéltala'; la suelta cuando la luz se apaga. 2) En la segunda

etapa la palabra ya determina la acción, pero sólo en el sentido de activación; no, de

inhibición; si se le ordena que apriete, aprieta; pero si se le ordena no apretar, sigue

apretando. 3) En la tercera etapa (4,5 a 5,5 años) la palabra dirige la acción tanto en

el sentido de activación como en el sentido de inhibición; obedece tanto cuando se

le manda apretar como cuando se le manda aflojar. 4) En la cuarta etapa el niño ya

no necesita la voz; cuando ve la luz encendida o apagada aprieta o afloja por sí

mismo sin necesidad de orden alguna. Es la interiorización del lenguaje. La interiori-

zación de la orden constituye su lenguaje interno; con lo cual el lenguaje sigue

dirigiendo la conducta. Si la conducta es compleja y encuentra dificultades, acude de

nuevo al lenguaje externo hasta que las resuelve, es decir, hasta que es capaz de

dominar o controlar la conducta desde dentro. El lenguaje interno, pues, constituye

un sistema de orden superior que regula las acciones de la voluntad y del propio

pensar.

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VIGOTSKY hace esta misma distinción entre lenguaje interno y lenguaje

externo. El interno es un pensar constituido a base de significaciones puras,

inconsistente y fluctuante, que se halla entre dos polos: la palabra y la idea. El

lenguaje interno no se identifica sin más con el pensar: por ser inconsistente y

fluctuante no puede ejercer esa función reguladora y directora de la conducta; pero

al unirse y constituir una síntesis con el pensamiento, éste gana en claridad y se

sitúa en un nivel superior.

La forma concreta según la cual el lenguaje se convierte en factor regulador

de la conducta nos es descrita de la siguiente manera: en la primera etapa de la vida

el lenguaje es social, como hemos visto; se dirige al adulto; se dirige a él en general

para pedirle ayuda; es la madre la que orienta su atención; el niño cumple sus

instrucciones. En un segundo momento el niño, con ayuda del lenguaje, comienza a

analizar la situación por sí mismo esforzándose por encontrar sus propias soluciones

a sus problemas. En un tercer momento, y también con la ayuda del lenguaje,

comienza a planificar personalmente la conducta para realizar lo que ya no puede

conseguir por medio de la acción sobre el adulto (petición de ayuda); las órdenes se

las da él a sí mismo. Este último paso constituye una función intelectual que es la

función reguladora de la conducta desde el interior por medio de su propio lenguaje.

La interiorizacion o racionalización del lenguaje consiste en la formación de nuevos

tipos de actividad psíquica que van apareciendo juntamente con nuevos tipos de

lenguaje. De esta manera el lenguaje interior del niño conserva las mismas

funciones analíticas, reguladoras y planificadoras del lenguaje del adulto. Y en esto

es en lo que consiste la acción voluntaria compleja entendida como sistema de

autorregulación de la conducta con ayuda del lenguaje. En el primero de estos

momentos el acto voluntario o dominio sobre la conducta se encuentra repartido

entre dos personas: el acto conductual comienza con la expresión verbal de la

madre y termina con la acción motórica del niño. En el segundo momento, cuando

ya el niño domina el lenguaje, las órdenes se las da él a si mismo, en forma verbal

externa, al principio, y, después, en forma abreviada que es el lenguaje interno. Por

esto mismo el origen de la voluntad del niño se encuentra en la comunicación con el

adulto.

Esta dirección del lenguaje sobre el pensamiento y la acción quedó

demostrada ya antes con los experimentos de GAGNE Y SMITH17

: para resolver el

problema de la torre de Hannoi (traspaso de los aros a otra torre) dividieron a los

individuos en cuatro grupos: a) el primer grupo tenía que resolver el problema sin

más (acción); b) el segundo grupo tenía que resolver el problema y explicar al final

por qué lo habían hecho así (principio de la acción); c) el tercero debería resolver el

problema diciendo cada uno lo que iba haciendo sin dar explicación de ningún

porqué; d) en el cuarto, además de ir diciendo cada uno lo que iba haciendo, tenían

que dar una explicación de por qué lo hacían así. Evidentemente los resultados de

estos últimos fueron exactamente los que cabía esperar de ellos: fue el grupo que

economizó más energías, es decir, el que evitó más movimientos inútiles, con

mucha diferencia.

Esta misma hipótesis fue confirmada también más tarde por los experimen-

tos de STERN: estos efectos de ayuda al pensamiento y a la conducta no se

producen cuando el lenguaje es utilizado a posteriori, es decir, cuando la acción ya

ha sido realizada. Por tanto el lenguaje no es algo que acompaña al pensamiento y

a la conducta, sino algo que influye poderosamente en ambos aumentando el

rendimiento de los mismos18

.

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6.- EL LENGUAJE Y LA CLASE SOCIAL

La hipótesis de WHORFF es conocida impropiamente con el nombre de

'relativismo lingüístico', pues lo que resulta relativizado en el proceso psíquico no es

el lenguaje, sino el pensamiento que el lenguaje determina. Por el contrario, la

hipótesis de BERNSTEIN sí puede llamarse con todo derecho 'relativismo lingüís-

tico', toda vez que es el lenguaje el que resulta relativizado en virtud de las diferen-

cias de la clase social de los sujetos que lo emplean. Está demostrado que cada

clase social, cada grupo, cada estilo de convivencia, cada organización cultural,

cada institución social, etc., tiene sus propios patrones de habla o sus propios

códigos de expresión mediante los cuales se facilita la convivencia, la comunicación

y el aprendizaje individual y social19

.

Las clases sociales estudiadas por BERNSTEIN son la clase media o clase

burguesa y la clase obrera. Pues bien, cada una de ellas tiene su propio código del

lenguaje: la primera emplea un 'código elaborado', mientras que la segunda emplea

un 'código restringido'. En esto hay un paralelismo con los estilos cognitivos o estilos

de pensamiento (formas de pensar) de los cuales hablaba SPENGLER: el 'estilo de

la clase alta' y el 'estilo de la clase baja'20

.

a) El código restringido se caracteriza por la utilización de palabras

referidas a cosa concretas, la preferencia por las descripciones y el rechazo por el

tratamiento de los temas de una manera sistemática, la utilización de oraciones

simples, la incorporación de significantes afectivos, la ausencia de generalización o

abstracción, la dependencia del contexto espaciotemporal, la utilización de

pronombres impersonales (tercera persona, 'él', 'ellos'), la pérdida de la propia

identidad en la el seno de las masas amorfas, la frecuencia de oraciones simples,

etc.

b) El código elaborado, por el contrario, se caracteriza por la riqueza léxica

y sintáctica, el empleo de oraciones subordinadas, las construcción de estructuras

complejas, la preferencia por la rareza y selección de los nombres y adjetivos, la

generalización y abstracción de los contenidos, la independencia del contexto, la

utilización de pronombres personales, sobre todo, el singular de primera persona o

el 'yo', el egocentrismo, la seguridad y el aplomo, etc.

La base o razón de ser de estas diferencias, para el código restringido, se

encuentra en el refuerzo condicionante del grupo; y, para el código elaborado, en el

afán por la identidad individual o valoración excesiva de la propia personalidad. En la

teoría de SPENGLER referida, a los estilos de pensamiento o estilos cognitivos, las

características del estilo de la clase baja tienen su máxima expresión en el

razonamiento inductivo, mientras que las características del estilo de la clase alta

tienen su máxima expresión en el razonamiento deductivo. Las base es en parte la

misma que la de BERNSTEIN, haciendo notar, además, que el pensamiento y el

lenguaje de la clase alta es conservador o consistente, mientras que el de la clase

baja es progresista y efímero.

TAYLOR recoge la opinión de algunos según la cual, mientras los usuarios

del código elaborado tienen acceso a los contenidos del código restringido, los

usuarios de éste no pueden acceder a los contenidos y las formas de pensamiento

de aquél. Por tanto los miembros de las clases menos favorecidas padecen muchas

privaciones o deficiencias cognitivas. Sin embargo ni BERNSTEIN ha sido capaz de

demostrar estos extremos, ni otros autores están dispuestos a aceptarlos. LABOV,

sobre un estudio del lenguaje inglés de los negros norteame-ricanos, comparado

con el de los blancos, ha demostrado que no se trata de lenguajes superiores o

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inferiores, sino de lenguajes distintos. Y CAZDEN, a través de otros estudios

paralelos, demuestra que el empleo de uno u otro de estos dos códigos no depende

de la clase social, sino del contexto subcultural en el que se encuentra inmerso el

usuario21

.

7.- LA UNIDAD PENSAMIENTO-PALABRA

No vamos a entrar ahora en la discusión o justificación de estas teorías.

Pero sí vamos a constatar algunos hechos de nuestra experiencia que ponen alguna

claridad en este tema. El primero de esos hechos es el que experimenta el profesor

cuando se pone a explicar un tema ante sus alumnos. El hecho de tener que

exponerlo por medio de palabras le revela que sus conceptos no estaban tan claros

como él creía y que el pensamiento no estaba tan estructurado como para facilitar la

intelección espontánea por parte de sus alumnos. El segundo hecho es el que

experimentan los propios alumnos a la hora de hacer un examen: las palabras no

llegan con la fluidez deseada. El paralelismo entre el pensamiento y el lenguaje

parece quebrarse precisamente en los momentos en que más se necesita. Lo ideal

y deseable, sin embargo, no es este paralelismo, sino un verdadero ensamblaje

entre ambos sobre la base del servicio que el lenguaje puede prestar al

pensamiento influyendo precisamente sobre él. Esto acontece de dos maneras:

a) Las palabras cumplen la función de fijar las ideas. No tienen razón los

detractores de la inteligencia humana cuando dicen de ella que es productora de

ideas o conceptos, los cuales cuajan la realidad como témpanos de hielo (UNAMU-

NO,) cuando la realidad se caracteriza por cualquier cosa, menos por esa fijeza e

inamovilidad. No tienen razón, repito, porque las ideas en la mente de un hombre

normal, lo mismo que las imágenes, se caracterizan también por su fluidez y hasta

por su inestabilidad. El hombre de ideas fijas es un hombre utópico, aparte de que lo

que él tiene no son ideas, sino obsesiones u obstinaciones. No hace falta ser muy

inteligente para observar las fluctuaciones de los contenidos de nuestra conciencia.

Tampoco hace falta ser muy inteligente para detectar o constatar esas mismas

fluctuaciones en las ideas referidas a la vida social, a la vida económica y a la vida

política. Se trata de unas fluctuaciones y de unas imprecisiones, no sólo producidas

por las cosas y los acontecimientos, sino, incluso, buscadas y provocadas en

beneficio de la acumulación de riquezas y poder. Sin embargo las características y

la naturaleza de la ciencia exige o impone esa fijeza de las ideas. Lo impone

también la esquisitez de una conciencia moral recta y bien formada. Lo exige la fe y

todos los asuntos referidos a la trascendencia de la vida.

Pues bien, esa fijeza se logra por medio de las palabras que les dan cuerpo.

El científico, cuando descubre un objeto nuevo, una ley, comienza expresándosela a

sí mismo para pasar luego a expresársela o comunicársela a los demás. Esto le

exige precisarla y lo logra imponiéndole una palabra o un nombre. Para CONDI-

LLAC una ciencia no es más que una lengua precisa y bien hecha22

. Incluso en la

vida del hombre vulgar acontece eso: buscar una idea en la mente o tratar de traerla

a la memoria, no es más que buscar o tratar de acordarse de la palabra que la

significa. Las ideas se caracterizan por su fluidez, pero, cuando se atan a las

palabras, la pierden, al menos en parte, pues las palabras ya están determinadas y

amarradas a un significado en el diccionario. De esta manera el diccionario viene a

ser algo así como un registro de ideas disponibles para todo aquel que quiera

consultarlo o utilizarlo.

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b) Las palabras, por otra parte, hacen posible la flexibilidad de las ideas. Por

ser elementos materiales, se prestan a la manipulación. Es sorprendente la cantidad

de combinaciones, derivaciones y flexiones que experimenta el lenguaje en manos

de los expertos. Es sorprendente de la misma manera la belleza, la profundidad y la

riqueza que estos mismos especialistas logran empleando hábilmente esta

manipulación. Pues bien, en virtud del ensamblaje entre las ideas y las palabras, es

decir, en virtud de la significación, la manipulación del lenguaje arrastra detrás de sí

la manipulación de las ideas produciendo, a su vez, los mismos efectos de variedad,

riqueza, profundidad y belleza del pensamiento.

Esto no supone ni mucho menos, que el pensamiento depende del lenguaje

o que puede ser reducido al lenguaje, sino todo lo contrario. El hecho de conferir al

pensamiento esa fijeza, esa estructuración, esa riqueza y esa profundidad y belleza

es precisamente un servicio que el lenguaje presta al pensamiento. El lenguaje le

ayuda, pero no lo suplanta, como quieren hacernos ver algunos pensadores

obsesionados por el poder del lenguaje.

En efecto, el pensamiento no se agota en el lenguaje. Los elementos del

pensamiento son muchos, infinitamente muchos más que los elementos del

lenguaje. Mientras que aquellos son potencialmente infinitos, las palabras son finitas

en número: las que tiene el diccionario; ni una más. De ahí que haya ideas

inexpresables e ideas que tienen que juntarse con otras ideas para ser expresadas

por medio de una misma palabra (nombres equívocos y análogos, polisemia).

Aun más, el servicio que el lenguaje presta al pensamiento es correspon-

dido por el pensamiento con mucha generosidad; pues la dinámica y evolución del

pensamiento es mucho mayor y más intensa; el poder creativo de la inteligencia es

potencialmente infinito, como he indicado antes. Esto se convierte en un motor

potente o una fuerza interna que azuza al sujeto para la creación de nuevas

palabras y el enriquecimiento del lenguaje. Si el lenguaje no es una cosa muerta, es

precisamente porque tiene detrás el pensamiento que le obliga a evolucionar y reno-

varse.

Este problema tiene una conexión muy estrecha con el tema del origen del

lenguaje. No es el momento de plantear ahora el problema de si el lenguaje y el

pensamiento tienen distinto origen como sostienen CROMER y VIGOTSKY, entre

otros muchos. En esto hay una confusión lamentable entre eso que entendemos por

causa y eso que entendemos por origen. La causa es unívoca para cada uno de

ellos, es decir, la facultad de la inteligencia es la causa para el pensamiento y la

facultad del lenguaje es la causa para el lenguaje. Sin embargo, si por origen

entendemos la serie de factores que intervienen como variables en el fenómeno de

su producción, entonces el origen es equívoco, en unos casos, y análogo, en otros.

Estos factores son subjetivos y objetivos, como hemos visto, individuales y sociales.

En cualquier caso ninguno de ellos se constituye en origen respecto del lenguaje si

no la hace a través de la inteligencia. Por tanto la inteligencia, y el pensamiento que

produce la inteligencia, constituyen el origen principal e inmediato del lenguaje. El

pensamiento se encuentra a la base de los procesos lingüísticos, siendo, respecto

de ellos, lo que en otro lugar de este libro, frente a la 'performance' o activación,

hemos llamado 'competencia'.

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187

Cap. XVIII.- EL LENGUAJE Y EL ESTILO DE VIDA

Si hacemos ahora una síntesis de las teorías expuestas en el capítulo

anterior y tomamos lo positivo que hay en ellas, nos daremos cuenta de que el

lenguaje y el pensamiento se influyen o condicionan mutuamente en algunos

aspectos de su producción y desarrollo. Evidentemente el pensamiento no necesita

del lenguaje para existir en la mente de cada individuo, pero, supuesta su existencia,

está claro que el pensamiento se enriquece con el lenguaje, se hace más preciso,

gana en claridad y distinción. Por su parte, el lenguaje, el verdadero lenguaje, se

entiende, no puede existir sin el pensamiento; pues el pensamiento es el que le

permite ser lo que es y le otorga la posibilidad de enriquecerse y llenarse de

contenido. En muchas ocasiones las obras bellas no son bellas por las palabras y

las frases que las constituyen, sino por la belleza de las ideas que se traslucen a

través de ellas. El pensamiento y el lenguaje, pues, interactúan de una manera muy

estrecha.

Ahora bien, esta interactividad tiene mucho mayores alcances, pues invade

la vida entera del individuo. Por una parte, vivimos como hablamos, y, por otra,

hablamos como vivimos.

En efecto hay sectores de la sociedad actual que, bajo el estandarte o la

enseña del progresismo, emplean un lenguaje grosero, bajuno, tosco, rastrero e

indecente. Hay personas de alto relieve social que abdican voluntariamente de las

buenas formas, e, incluso, alardean de hacerlo. Pues bien, cuando a renglón

seguido, examinamos el estilo de vida de los individuos que componen esos

sectores de la sociedad, nos damos cuenta de que sus pensamientos, sus aspiracio-

nes, sus sentimientos y su conducta, carecen en absoluto del grado mínimo de la

decencia, la delicadeza y la finura que debe tener un hombre normal para hacer

posible la vida social o, para hacerla medianamente aceptable. El falso progresismo

fomentado desde ciertos sectores del poder constituido han hecho que los valores

cambien de signo. Por esta razón el amor se ha convertido en sexo, y en conse-

cuencia, se emplean las palabras más bajas y malsonantes del sexo para todo, aun

para referirse a las cosas más sublimes; el trabajo se ha convertido en holgazanería

o, lo que es peor, en aspiración y gusto por vivir a costa de los demás, y, en

consecuencia, las palabras referentes a la indolencia se han impuesto sobre las

otras referidas al trabajo y el esfuerzo que constituyen la única base de la dignidad

del hombre; la religión se ha convertido en ateísmo o en odio y desprecio hacia los

que tienen fe, y, en consecuencia, la blasfemia, el reniego, el taco, el juramento, el

insulto, el desprecio y el terno, enhebrados en hilera, sin otro nexo que la mera

yuxtaposición, constituyen la expresión más exacta de sus sentimientos; la

comprensión y la tolerancia se han convertido en violencia, y, por esto mismo, la

agresión, el insulto y la venganza o el desquite constituyen la moneda de curso legal

para dirimir las diferencias; el afán por la cultura y el saber, junto con el respeto

hacia la gramática se han convertido en incultura y desprecio hacia el bien hablar,

por eso las frases correctas y elegantes, incluso en los medios de comunicación,

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han dejado paso a un lenguaje descuidado, tosco, chabacano, absurdo y

depauperado.

Es inútil y estéril el esfuerzo por encontrar en estas personas pensamiento

profundos y coherentes. Tampoco hay en ellas sentimientos finos y delicados. En

consecuencia, tampoco hay en ellas acciones nobles y desinteresadas. Lo suyo es

la mentira o el embuste que les lleva, cuando más, a buscar una cobertura de

honorabilidad medianamente aceptable para disimular estas miserias, estas

desnudeces y estas mezquindades. Si el rostro es el espejo del alma, el lenguaje es

el espejo del las ideas y los sentimientos.

mal?. La ontogenia del pensamiento, la ontogenia de la vida afectiva (sentimientos),

la ontogenia del lenguaje y la ontogenia de la conducta material, en cada individuo,

no se desarrollan siempre de una forma paralela. Pero está demostrado que,

cuando a una persona se le enseña a hablar bien, a elegir las palabras más conve-

nientes para cada situación, a estimar el valor de las expresiones finas y elegantes,

esa persona termina asimilando este lenguaje y, además, cae en la cuenta de que el

contenido de las palabras soeces y toscas o blasfemas que antes empleaba no

contienen los valores que hasta ahora les atribuía. La regeneración de los

pensamientos, de los sentimientos y de la conducta en general, es decir, la

regeneración del vida entera, es un hecho o una realidad que cabe esperar cuando

se emplea como instrumento el lenguaje. Este es uno de los temas de muchas

obras literarias, científicas y cinematográficas, por ejemplo My Fair Lady o Prety

Woman. El lenguaje no es el único factor de la regeneración del pensamiento, esta

es la verdad, pero es uno de los más poderosos. Si el ejemplo de la conducta

arrastra, el ejemplo del lenguaje conquista, subyuga, convierte, seduce y apasiona.

El que empieza hablando mejor, termina pensando mejor, amando más limpiamen-

te, seleccionando las esencias genuinas de la autenticidad, saboreando más las

cosas naturales y sobrenaturales, estimando los auténticos valores, incluidos los

valores estéticos, siendo más solidario con su semejantes y emprendiendo una

conducta más desinteresada.

Este es uno de esos fenómenos que merecen una profunda consideración

filosófica. La dimensión psíquica del mismo no es más que una consecuencia del

juego de factores o principios metafísicos que intervienen en el proceso de forma

chocante o, incluso, paradógica.

En efecto, la tesis fundamental de este libro se centra en la subordinación

del lenguaje al pensamiento como efecto, y a la vez, como instrumento del mismo.

Si ahora afirmamos que el lenguaje puede condicionar o intervenir en el

pensamiento y el la vida general del individuo que deriva de ese pensamiento,

parece que estamos afirmando la tesis contraria, es decir, la tesis de que es

pensamiento el que depende del lenguaje de una mera causal. Algo así como si

dijéramos que es posible intervenir en las causas desde sus propios efectos

haciéndolas depender de los mismos.

La incoherencia de estas dos tesis parece evidente y la historia de la

psicología nos muestra abundantes datos para afirmar que la segunda tesis, no sólo

es posible, sino que, además, constituye una realidad insoslayable. Este es el caso

del condicionamiento operante de la conducta entendido a la manera de SKINNER;

con la única salvedad de que lo que se condiciona o altera, según la tesis del

behaviorismo, no es la causa de la conducta, sino la conducta misma o el ejercicio

de la causalidad de la causa.

La incoherencia o contradicción desde el punto de vista de la metafísica

consiste en que las causas no pueden depender de sus propios efectos, porque

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entonces nos encontraríamos con que los efectos serían, a su vez, las causas de sí

mismos. Ningún ser puede ser causa de sí mismo. La 'causa sui' de la que hablan

algunos pensadores constituye una verdadera contradicción, pues el ser que la

encarna tendría que ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo respecto.

pensamiento y la vida en general del alumno o del ciudadano en general actuando

desde el lenguaje?. Evidentemente, no. Cuando decimos que desde el pensamiento

se puede modificar o cambiar las ideas (pensamiento), los sentimientos, los

intereses y la conducta, lo que estamos afirmando es que, actuando de esta

manera, cabe la posibilidad de sustituir unas causas por otras: las ideas y los senti-

mientos toscos, soeces, viles, groseros, indignos, bajunos, indecentes y pobres, por

otras ideas y sentimientos elegantes, finos, nobles, profundos, cultos,

desinteresados y limpios. No se trata de encajar efectos heterogéneos en el seno de

una causa única, sino de crear las condiciones idóneas para que se produzcan unas

causas que se correspondan con sus propios efectos que son los efectos deseados.

En otras palabras, no es que el nuevo lenguaje produzca unos pensamientos y unos

sentimientos nuevos. Sino que son estos pensamientos y estos sentimientos los que

nacen como una exigencia lógica y psicológica para dar contenido a un lenguaje

nuevo que cumple, respecto del pensamiento, la función propia de los estímulos. A

lo largo de este libro habrá podido comprobarse que en modo alguno se permite

identificar los estímulos con las causas. Los estímulos animan o alientan a las

causas para que ellas se pongan en ejercicio, pero no pasan de ahí. En modo

alguno pueden identificarse con ellas o suplantarlas en el ejercicio de sus funciones

específicas. Si a esto se añade que la causa, como en este caso, es un ser

inteligente, está claro que sus ideas, sus sentimientos y su conducta se encuentran

inmersos en ese mundo que se llama libertad, el cual es absolutamente heterogé-

neo respecto del mundo de los estímulos caracterizado por el determinismo o el

mecanicismo.

Una de las tendencias actuales por la que se deslizan algunas corrientes de

la psicología práctica es la de la grafoterapia que tiene como fundamento la

convicción de que hay una correlación estrecha entre los rasgos de la escritura y el

modo de ser y comportarse del sujeto; de tal forma que, a través del análisis y

modificación de los rasgos (intervención), puede mejorarse el modo de ser del sujeto

(personalidad) y reconducirse la conducta.

Si esto ac

el lenguaje hablado?. Los grafoterapeutas tienen la seguridad de que sus

convicciones se encuentran apoyadas en serios argumentos científicos. Tienen

también la garantía que les proporciona el éxito obtenido con pacientes de diversa

índole a los que han dispensado un tratamiento con sus propios métodos. Por

desgracia, esta que pudiéramos llamar 'logoterapia' se encuentra menos

desarrollada o, al menos, sus resultados no son tan espectaculares. Pero esto no

debe desanimarnos. Lo que es deseable es que los interesados en ello abran un

nuevo frente en este campo de la investigación. Posiblemente los resultados serán

más alentadores, toda vez que los recursos del lenguaje hablado son infinitamente

superiores respecto de los recursos del lenguaje escrito.

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190

BIBLIOGRAFIA

Nota.- Esta relación tan amplia de libros y autores se incluye a petición de

los alumnos del Master de Logopedia como material de trabajo para su Proyecto de

Investigación. Los propios alumnos y profesores del curso han colaborado en la

búsqueda de estos materiales y en la redacción de esta lista.

Los autores y libros citados o simplemente mencionados figuran en el último

apartado de cada capítulo.

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