¿Qué crees que hacen todos ahora que no estás?

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¿Qué crees que hacen todos ahora que no estás? Published on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu) ¿Qué crees que hacen todos ahora que no estás? Por: Raúl Flores Iriarte [1] Nos fuimos de putas, K. y yo. Era la última noche del último día del último mes del último año y realmente queríamos hacer algo distinto. Así que nos fuimos de putas. K. dijo Es año nuevo, vida nueva, vamos a terminar así este 2004 y empezar el 2005 frescos y sin cortar. Salimos de madrugada atravesando calles desiertas. Hacía frío, no mucho pero sí bastante como para llevar las manos en los bolsillos. K. llevaba un cuchillo en uno de los bolsillos, por si las moscas, así que imagino que le sería un poco difícil eso de las manos y el frío y todo lo demás. Dijo Hoy he estado leyendo a Ray Loriga y es algo maravilloso, y yo no le dije nada porque solo él sabía donde estaban las putas a esa hora de la noche, y no iba a contradecirlo en boberías, pero la verdad, a mí Ray Loriga no me dice nada. Pero K. dijo eso de Estar en la calle no es lo peor del mundo. Es solo algo que se puede hacer y algo que se puede no hacer, como todo, y después dijo Siempre que me despierto me falta alguien, y después me contó sobre sus sueños. En mis sueños todos los animales son tigres y todas las chicas son vampiresas, dijo. Yo le hablé de Sofía. Llevaba unas tres semanas insistiendo con ella, pero nada parecía ir a ninguna parte. Quizás lo mejor que debía hacer era mandar a Sofía al quinto infierno, e irme de putas por ahí, pero, por mucho que lo intentara, no lograba poner bien la dirección en los sobres, y el cartero siempre devolvía las cartas a mi puerta sin abrir. El quinto infierno era difícil de encontrar. Lo de las putas era algo más fácil; ya estábamos ahí. Era un local pequeño, lleno de borrachos, chulos y tipos de aspecto vagamente sospechoso. Nosotros entramos y pensé que también debíamos parecer tipos de aspecto sospechoso: yo solo con K. allá adentro, buscando putas que no estaban, pero que estarían más tarde y un año terminaba y otro año comenzaba y no lograba sacar a Sofía de mi cabeza y de repente me pareció que ninguna puta podría ayudarme con eso, quizás solo Claudia Schiffer podría ayudarme pero, por supuesto, Claudia Schiffer no estaba por ahí. No te preocupes, me dijo K., y decidí hacerle caso y no preocuparme, en parte porque me estaba haciendo daño pensar en Sofía, en parte porque las putas ya habían llegado. Pero todas estaban malas, francamente horribles y K. me miró con cara de qué-coño-hacemos- ahora, y lo miré con cara de a-ver-si-Ray-Loriga-te-puede-ayudar y me miró con cara de a-ver-qué- puede-hacer-Sofía-por-ti-ahora, y eso fue un golpe realmente bajo, pero ya no nos volvimos a mirar las caras porque había llegado la puta que realmente nos decidió el resto de la noche y, probablemente, el resto de nuestras vidas también. Más tarde nos enteraríamos de que su nombre era Lucía, y no tenía corazón, sino un implante de plástico remodelado que hacía bombear la sangre por sus venas. No obstante, tenía un cuerpo como para parar carros. Qué clase de culo, dijo K., y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él. Habla tú primero, le dije a K. y fue y preguntó cuánto era y le dijeron que cinco, y si quería sexo oral entonces tres y K. dijo tenemos que decidir, ¿decidir qué?, preguntó Lucía, con una chica como yo ni en mil años se van a empatar y probablemente era verdad así que no hubo que decidir mucho. Nada de poner los puntos sobre las íes, porque ya estaban puestos hacía rato. Por más que insistimos no logramos llevarla a casa. La cosa está mala, dijo ella, y quién sabe que me pueda pasar con ustedes. Vamos a hacerlo en el agromercado. Fuimos hasta el agromercado. Adentro estaba oscuro, pero había un árbol de navidad que alguien había decidido poner para celebrar esas cosas que siempre se celebran, concediéndole al espacio cierto aire de falsa alegría. Había también parejas recostadas a los puestos de viandas, a los postes del alumbrado. Pensé que pronto pasaríamos a engrosar la suma de esas parejas y no sé si pensé bien o no, porque Lucía dijo Les gusta mirar. ¿A quiénes?, le preguntamos y entonces ella los señaló. Quince o dieciséis muchachos, no más grandes que James Dean, recostados a los muros, y solo miraban. No hacían nada más, solo mirar. Espero que no les moleste, pronunció Lucía como si hablara algún dialecto extraño del Más Allá. K. dijo que no, a él no le molestaba. A mi sí me molestaba. No quería ser participante de ningún espectáculo para voyeurs-amateurs improvisados. Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba. Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera . © Todos los derechos reservados. 2015. deneme Page 1 of 3

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¿Qué crees que hacen todos ahora que no estás? Por: Raúl Flores Iriarte [1]

Nos fuimos de putas, K. y yo. Era la última noche del último día del último mes del último año yrealmente queríamos hacer algo distinto. Así que nos fuimos de putas. K. dijo Es año nuevo, vidanueva, vamos a terminar así este 2004 y empezar el 2005 frescos y sin cortar. Salimos demadrugada atravesando calles desiertas.Hacía frío, no mucho pero sí bastante como para llevar las manos en los bolsillos. K. llevaba uncuchillo en uno de los bolsillos, por si las moscas, así que imagino que le sería un poco difícil eso delas manos y el frío y todo lo demás.Dijo Hoy he estado leyendo a Ray Loriga y es algo maravilloso, y yo no le dije nada porque solo élsabía donde estaban las putas a esa hora de la noche, y no iba a contradecirlo en boberías, pero laverdad, a mí Ray Loriga no me dice nada. Pero K. dijo eso de Estar en la calle no es lo peor delmundo. Es solo algo que se puede hacer y algo que se puede no hacer, como todo, y después dijo Siempre que me despierto me falta alguien, y después me contó sobre sus sueños. En mis sueñostodos los animales son tigres y todas las chicas son vampiresas, dijo. Yo le hablé de Sofía. Llevabaunas tres semanas insistiendo con ella, pero nada parecía ir a ninguna parte. Quizás lo mejor quedebía hacer era mandar a Sofía al quinto infierno, e irme de putas por ahí, pero, por mucho que lointentara, no lograba poner bien la dirección en los sobres, y el cartero siempre devolvía las cartas ami puerta sin abrir. El quinto infierno era difícil de encontrar.Lo de las putas era algo más fácil; ya estábamos ahí.Era un local pequeño, lleno de borrachos, chulos y tipos de aspecto vagamente sospechoso.Nosotros entramos y pensé que también debíamos parecer tipos de aspecto sospechoso: yo solo conK. allá adentro, buscando putas que no estaban, pero que estarían más tarde y un año terminaba yotro año comenzaba y no lograba sacar a Sofía de mi cabeza y de repente me pareció que ningunaputa podría ayudarme con eso, quizás solo Claudia Schiffer podría ayudarme pero, por supuesto,Claudia Schiffer no estaba por ahí.No te preocupes, me dijo K., y decidí hacerle caso y no preocuparme, en parte porque me estabahaciendo daño pensar en Sofía, en parte porque las putas ya habían llegado.Pero todas estaban malas, francamente horribles y K. me miró con cara de qué-coño-hacemos-ahora, y lo miré con cara de a-ver-si-Ray-Loriga-te-puede-ayudar y me miró con cara de a-ver-qué-puede-hacer-Sofía-por-ti-ahora, y eso fue un golpe realmente bajo, pero ya no nos volvimos a mirarlas caras porque había llegado la puta que realmente nos decidió el resto de la noche y,probablemente, el resto de nuestras vidas también.Más tarde nos enteraríamos de que su nombre era Lucía, y no tenía corazón, sino un implante deplástico remodelado que hacía bombear la sangre por sus venas. No obstante, tenía un cuerpo comopara parar carros.Qué clase de culo, dijo K., y, por una vez en la vida, estuve de acuerdo con él.Habla tú primero, le dije a K. y fue y preguntó cuánto era y le dijeron que cinco, y si quería sexo oralentonces tres y K. dijo tenemos que decidir, ¿decidir qué?, preguntó Lucía, con una chica como yo nien mil años se van a empatar y probablemente era verdad así que no hubo que decidir mucho. Nadade poner los puntos sobre las íes, porque ya estaban puestos hacía rato.Por más que insistimos no logramos llevarla a casa. La cosa está mala, dijo ella, y quién sabe queme pueda pasar con ustedes. Vamos a hacerlo en el agromercado.Fuimos hasta el agromercado. Adentro estaba oscuro, pero había un árbol de navidad que alguienhabía decidido poner para celebrar esas cosas que siempre se celebran, concediéndole al espaciocierto aire de falsa alegría. Había también parejas recostadas a los puestos de viandas, a los postesdel alumbrado. Pensé que pronto pasaríamos a engrosar la suma de esas parejas y no sé si pensébien o no, porque Lucía dijo Les gusta mirar.¿A quiénes?, le preguntamos y entonces ella los señaló.Quince o dieciséis muchachos, no más grandes que James Dean, recostados a los muros, y solomiraban. No hacían nada más, solo mirar.Espero que no les moleste, pronunció Lucía como si hablara algún dialecto extraño del Más Allá.K. dijo que no, a él no le molestaba. A mi sí me molestaba. No quería ser participante de ningúnespectáculo para voyeurs-amateurs improvisados.Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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Vete entonces, dijo K. y me fui. Volví al local pequeño, lleno de borrachos, y me lié con una putamala y triste que conocía de memoria las obras completas de William Faulkner y podía citar variosnúmeros al azar de la guía telefónica. Me dijo que se llamaba Melissa y que hacía eso por dinero, pornecesidad. Como todas, agregó. Un día me cansé de esperar al príncipe azul que nunca llegó.Aunque aún, de todas formas, lo sigue esperando.Todo eso me dijo Melissa, acodada en la barra del bar. Se sentía triste. Al final, la vida siempre teofrece un trato, murmuró, tú lo tomas o lo dejas.Le pregunté si no quería venir conmigo, a casa.¿Es lejos?, preguntó.No, mentí, es bastante cerca.Y nos fuimos.Cuando llegamos nos encontramos a F. haciendo todo el ruido que era posible hacer con unamáquina de escribir.¿Qué es ese ruido?, preguntó Melissa asustada.Es F., aclaré, no te preocupes, está medio loco.Tratamos de hacer el amor, pero con la máquina aquella no había forma alguna de concentrarse. Y,además, yo solo podía pensar en Sofía. Se lo dije a Melissa. ¿Quién es Sofía?, preguntó ella, y yo leconté toda la historia.Deberías llamarla, sugirió, por Año Nuevo. Decirle que la quieres.No sé, no sé, le dije.Al final, Melissa había resultado ser una puta comprensiva, y yo no sabía si lo que necesitaba enesos momentos era una puta comprensiva. Creo que más bien añoraba a una puta eficiente, que nosupiera quien era Faulkner, que no supiera quien era yo.Melissa lo sabía, se había leído varios de los libros que yo había escrito. No me quejé. Gracias a esono me cobró.¿Dónde vive ella?, preguntó.Se lo dije. Ella comentó que conocía a varios por esa zona. Quizás te pueda ayudar, dijo también,solo dile Puede que el amor verdadero se haya roto, pero podemos tratar de conseguirlo con lostrozos que quedan.No le dije que a mí no me interesaba mucho nada de trozos, ni de amor, ni de nada. Si el fantasmade Sofía me perseguía en los sueños era por razones completamente distintas.Odio, quizás.Malestar, tal vez.No puedo recordar el nombre de las enfermedades, pero recuerdo el dolor. Como alguien que haperdido la casa, y aún guarda la llave.F. seguía escribiendo a máquina. El ruido había tomado proporciones catastróficas. Espera unmomento, le dije a Melissa y entré a la habitación.¿Qué haces?, le pregunté, y él dijo que un cuento. Un cuento llamado ¿Qué crees que hacen todosahora que no estás?, muchas putas y animales nocturnos. Interesante, le dije, ¿Por qué no pruebas aterminarlo en otro momento? No, contestó él, tiene que ser esta noche. Todo tiene que decidirseesta noche.Regresé con Melissa.Tu amigo debe de estar pasándola súper bien con Lucía, dijo, ¿Sabes que ella es capaz de darlecuerpo a los sueños más salvajes de cada uno?No, le dije, No lo sabía. También le dije No exageres, y ella me dijo que no, no exageraba.Lucía es lo máximo, comentó. Se había tendido en el sofá como una maja y yo pensé que ya erahora de irnos y también podía ser hora de preguntarle que hacía por el día, y que hacía por en lasnoches, pero después me quedé pensando que los días serán mil cosas, pero las noches seguiránsiendo lo mismo, y no dije nada. Solo dije Hora de largarnos de aquí y nos fuimos.Yo con la turbia satisfacción de haber logrado algo sin tener muy claro qué, y Melissa con las copiasautografiadas de mis libros nuevos bajo el brazo izquierdo.Regresamos al agro, para recoger a K., despedir el año y cantarle felicidades a la inexistencia sincake de velitas. Pero nada más llegar me di cuenta de que todo lo que decía Melissa era verdad:Lucía realmente podía darle cuerpo a los sueños más salvajes de cada uno. Y entonces tambiénrecordé lo que me había dicho K.: En mis sueños todos los animales son tigres y todas las chicas sonvampiresas.Todo eso en el breve instante en que veía a K. con el cuchillo empuñado, la hoja ensangrentada y éltemblaba, temblaba. A sus pies yacía Lucía con un tajazo cerca del corazón. Agonizaba. No habíanadie alrededor, y yo supuse que pronto comenzarían a sonar sirenas por todas partes.Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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Tuve deseos de preguntar qué había ocurrido, pero era bastante obvio. K. temía a muerte a lasvampiresas.Y a los tigres también.Melissa se arrodilló junto a Lucía. Creo que lloró un poco. Solo el árbol de navidad titilaba con lucesverdes, luces rojas, luces azules, como un tiovivo de carnaval.Ven, me dijo Melissa entonces, Ten tu oportunidad.Yo fui.Lucía tenía sangre en su rostro, en la comisura de los labios, sangre en sus pechos.Mira ahora, dijo Melissa.Yo miré y el rostro de Lucía se desdibujó y, de alguna extraña manera, se transformó en el de Sofía.Mierda, dije y me restregué los ojos, pero era verdad.Me arrodillé junto a Lucía-Sofía.Me muero, dijo ella y no era mentira.Yo no supe qué decirle.Dime algo, pidió ella.Llevo tres semanas pensando en ti, le dije, y ya no sé que hacer.Lo sé, dijo el cuerpo, y lo lamento.Volví a sentir eso dentro de mí: esa sensación de que algo está realmente mal en alguna parte y nopodemos hacer nada para cambiarlo. Bueno, nada, o casi nada, pensé entonces.Muérete, le dije, vete al quinto infierno. Solo eres una puta sin corazón, y nada más.(Puedo jurar que antes de enamorarme era una buena persona.)Entonces, mientras comenzaban a oírse las sirenas, supe que todo estaría bien. Todo, todo bien.Melissa, mi puta triste, mi puta comprensiva, me abrazó. K. se derrumbó en el suelo y comenzó allorar sobre el cadáver agonizante de Lucía-Sofía, mientras allá en la habitación F. ponía el puntofinal en su historia y se iba finalmente a dormir.

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