Recorrido y llegada trabajo grupo 2

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1 recorrido y llegada José R. Suárez Guillermo Gaxiola Cesar Paradas

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presentación de la reflexión del grupo 2 en torno a determinado material abordado durante la asignatura.

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recorrido yllegadaJosé R. Suárez

Guillermo GaxiolaCesar Paradas

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4 Cecilia Márquez y José SuárezCartografías del un viaje que no acaba

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Ir y quedarse, y con quedar partirse,partir sin alma, e ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirenay no poder del árbol desasirse

Soneto 61Lope de Vega

Introducción — Ninguna separación es tan sólo eso. Trae consigo resignación, recuerdo, olvido. Las separaciones se convierten en viajes externos e internos, que transitan en imágenes pasadas, estaciones futuras y anhelos que obligan a ampliar la mirada para entender el entorno y, lo más importante, entenderse a sí mismo. Las travesías siempre forman parte de la ruptura que representa la separación. Salir del vientre materno es tal vez la separación más dramática y el viaje más impactante de todo hombre: se ha roto el tiempo sin sucesiones, espacios sin extensiones, se ha abandonado la nada; y el llanto, signo natural de una colisión emocional, irrumpe para demostrarnos que un nuevo error se ha cometido en el mundo. El hombre está constantemente en una separación: un solo día es un viaje complejo de separaciones. No obstante, la cotidianidad y cercanía con las separaciones, rupturas y viajes, no evita

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notar que algunos de estos procesos poseen significaciones más profundas e importantes, y es cuando los adioses y suspiros se acentúan. Dejar un país natal, por ejemplo, no es dejar un territorio geográfico. El abandono al país es olvidarse de sí y enfrentarse a una compleja madeja de signos ajenos que si se corre con suerte, podrán interpretarse. En suma, abandonar un país es olvidar un lenguaje y adquirir uno nuevo. Sea por situaciones económicas o políticas, un viaje migratorio es ya un exilio. Hay un acto violento en la partida obligada del migrante. Una vez hecha la partida, el abandono, la nostalgia y la soledad se echan a andar.

From the last carriage I watch the place go by,goodbye,

goodbye my summer,we must go,

axes stun the dacha now,my house, nail up the timber, goodbye

Auttum in SiguldaAndrei Voznesenky

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La experiencia del tránsito — Los procesos por los que el migrante está obligado o dispuesto a pasar, superan el dolor de la partida. Los caminos son casi siempre áridos y hostiles. Así, los tránsitos llegan a aunar los dolores físicos con los dolores psicológicos o mentales. Ejemplos de esto los encontramos en dos fronteras importantes: la frontera México-Estados Unidos, y la frontera España-Marruecos. Ambas presentan un panorama de conflictos imbrincados que sufre cada lado de la frontera. Para ilustrar esto, podemos acudir, por lo pronto, a dos textos: El viaje de los cantores de Hugo Salcedo y La orilla rica de Encarna de las Heras. En El viaje de los Cantores, la experiencia del viaje migratorio se expone en todas sus aristas: desde la despedida del migrante hasta el destino trágico que le aguarda. Hugo Salcedo centra su atención en la inmigración masculina, y cómo ese éxodo da pie al crecimiento de un curioso fenómeno social: la conformación de sociedades precarias básicamente integradas por mujeres que se han quedado solas debido a la esperanza que “sus hombres” (esposos, hijos, hermanos, amigos, o parientes), tenían puesta en el sueño americano. Los personajes de esta historia, que reflejan el comportamiento cultural, social y político de los mexicanos que llegan a U.S.A, no se imaginaban que morirían todos atrapados en un oscuro y caluroso vagón de tren que nunca llegó a su destino.No es exagerado afirmar que los retratos de los personajes presentados por Salcedo rozan lo caricaturesco. Personajes como “El Mosco”

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o “El Gavilán” tienen comportamientos de un abusón de sangre fría dispuesto a sacar partida de un grupo de personas que, en apariencia, son indefensas. En cambio, “Chayo” es la imagen viva del migrante forzado a abandonar su pueblo y esposa por falta de oportunidades o, tal vez, exceso de tradición. Chayo no tiene malicia en sus intenciones de cruzar la frontera, no tiene malicia, tampoco, al escribir versos: esto último parece ser el último recurso desesperado de Salcedo para hacer explícita la bondad. No es un amplio matiz de colores el que presenta el autor a través de sus personajes: es un claroscuro. Con él, se intenta resaltar la experiencia del viaje como un infierno, un camino hostil no sólo por la dificultad física y económica del traslado, sino por el trato emocional de “los malos” a “los buenos”. Menos patético, que no menos intenso, es el intento de De las Heras por retratar el viaje migratorio. A pesar de que la autora no se detenga mucho en él, nos da una perspectiva general del intento de llegar a una orilla llena de futuro. No es el tren de rencor y extrañamiento que aparece con Salcedo, sino un mar inmenso y silencioso en donde se imita, en un amplio marco inmarcesible, a la luna:

El silencio era inmenso. Cuarenta personas en una barca y ni un solo sonido. Cuarenta personas muertas de miedo y ni el castañeteo de unos dientes. Sólo la lenta respiración del gran animal, continua, acompasada, como una letanía. (De las Heras: 44)

El gran animal sólo puede ser voraz, y así, en medio del miedo de sus presas, procede a tragarse a todos.

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A pesar de los lenguajes tan diferentes que tienen presencia en las obras, podemos rescatar que ambas intentan presentar el intento migratorio; ambas, además, coinciden en cuatro aspectos fundamentales en torno al viaje: _ El viaje es difícil porque quienes lo posibilitan, sea pollero o patrón, son de trato áspero y rudos, es decir, son “malos”. _ El viaje es un riesgo: la vida está en juego porque los migrantes sienten que es mejor perder la vida que vivirla de cierta manera. _ El viaje es una expulsión de la patria de origen: no hay más remedio que buscar, no en el país de origen, sino en otro porque en aquél todo es podrido y estéril. _ El viaje tiene emociones como el miedo, angustia y ansiedad. Esto, dados los tres puntos anteriores, no necesita mayor explicación.

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El tránsito subjetivo — Un viaje también es un cambio. Por ello, cabe preguntarnos por los cambios que aparecen en los tránsitos migratorios. Quisiera poner el énfasis en los tránsitos psicológicos o mermas que deja la experiencia del viaje. Para facilitar la respuesta podemos tomar el flujo de emociones que hay en el viaje, a saber, miedo, angustia y ansiedad. Por ejemplo, en el texto de Salcedo, se nos invita a ser testigos del testimonio, valga la expresión, de “Miqui”, el único sobreviviente del tren que tenía como objetivo atravesar la frontera estadounidense. Durante el viaje, Miqui se muestra como valiente pero ansioso, pues es el primero en amenazar al Mosco; no obstante, en el interrogatorio, parece desamparado y lleno de angustia. Vemos en él un cambio psicológico fundamental:

¿Por qué no me dicen algo, que estoy vivo? Díganmelo. Una sola vez. Necesito saberlo. ¿Hay alguien allí? ¿A dónde se fueron todos? No me hagan esto…(Salcedo: 29)

De las Heras presenta también algunas marcas que deja el transcurso migratorio en su personaje principal. Kwatar, la protagonista del drama, siente olvidarse a sí misma porque nadie dice su nombre:

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no hay esencia sin lenguaje. El viaje, además de haber robado su zapatilla roja, le ha quitado el nombre; esto es más grave:

Las cosas se hacen polvo cuando uno olvida sus nombres. No siento mi cuerpo, pero por las huellas en la arena debo seguir entera. Hussein le habrá contado mi historia a la playa, porque la brisa sabe mi nombre. ¡Kwatar!(De las Heras: 49)

Podría concluirse, gracias a estos dos ejemplos, que los tránsitos, además de físicos, son también psicológicos. Esta conclusión es de fácil comprensión, pero no de fácil exposición, pero creo que los casos recientemente expuestos, pueden arrojar un poco de luz a esto. Ambos evidencian la inquietud de un sujeto deslocalizado que se haya en un desequilibrio precario. Un sujeto deslocalizado, cuyas coordenadas se han extraviado, que busca entre los otros quien pueda restituirle en su subjetividad por medio del reconocimiento. Si la indentidad podría ser un entramado de referencias y vínculos que tejen una red móvil, el sujeto migrante ve esa trama extraviada y necesita reconstruirla partiendo del medio extraño en que se encuentra. Así en ese apelar al otro, en esa búqueda de una mirada que le sea devuelta, el migrante se encuentra a sí mismo.

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La frontera como lugar mítico — El viaje también es impulsado por una visión imaginaria de la frontera. El mejor texto que retrata esto es el de la dramaturga De las Heras. El mismo título nos otorga ya esa sensación: La Orilla Rica. Hay que enfatizar, también, que la percepción fronteriza es distinta en México y Marruecos. Para los mexicanos la frontera, digamos, real y verdadera, es la del norte. Cuando un mexicano dice “cruzaré la frontera”, es evidente que se refiere a la frontera que traza la división entre su país y los Estados Unidos; la otra frontera, la de Guatemala y Belice, carece de ese estatuto. En el estudio empírico que hace Gilberto Giménez en su artículo “La frontera norte como representación y referente cultural en México”, se concluye que:

mientras a la frontera norte se asocian dibujos de barreras, murallas, cruces y acciones o acontecimientos relacionados con la migración (el sueño americano), la violencia, la muerte y la drogadicción —todo lo cual implica la representación de una frontera cerrada y conflictiva—; la frontera sur aparece, en una proporción significativa de casos, como una frontera literalmente abierta, sin línea divisoria alguna, como si hubiera una continuidad sin rupturas ni cesuras entre el territorio mexicano y los territorios colindantes hacia el sur (Guatemala y Belice).(Giménez: 29)

Así, la frontera es un lugar peligroso pero añorado. Un lugar, para el mexicano, lleno de significación y simbolismo. También De las Heras logra proporcionarnos, a pesar de las sutiles diferencias entre fronteras, esa sensación de añoranza y oportunidad. Los diálogos que Kwatar mantiene con su amiga Aícha, están llenos de visiones mágicas de la orilla que representa España. La fascinación de esta visión casi mítica de la frontera procede posiblemente de ese carácter paradójico que auna promesa de salvación y gloria con el riesgo de un destino fatal.

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El cambio en la tierra prometida —La realidad derrumba esta visión de la frontera al abrirse “la tierra prometida” como un lugar hostil y difícil de interpretar. En la película “Alamabrista”, el personaje Roberto está desnudo de nombres, no tiene palabras correctas para vestir de significado sus deseos o anhelos. Esto le otorga un nuevo comienzo, pues, así como Kwatar pide constantemente que griten su nombre para no perder identidad, así también el personaje que crea Young, siente una pérdida de significados e identidades: se le ha despojado de lenguaje lo que, a la vez, genera un mundo vacío y frío al cual renuncia al final del filme. Tal vez sea esto una de las razones por las que se da el caso, un tanto curioso, de las comunidades extranjeras cerradas en ciudades desarrolladas. Barrios y comunidades de chinos o mexicanos, son frecuentes en ciudades de los Estados Unidos como Los Ángeles, Chicago o Nueva York. ¿Qué buscan los extranjeros al construir estos barrios? Más allá de la añoranza, la soledad y dificultad que conlleva el vivir en un país extranjero ¿cuál es el rasgo psicológico, o mejor aún, epistemológico que impulsa a unas cuantas personas a construir un espacio que sirva de refugio para su idiosincrasia, símbolos y ceremonias en un país ajeno? Una respuesta inmediata podría formularse: la construcción de la identidad reside en estos rasgos, símbolos y comportamientos. Lo

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que comúnmente llamamos identidad cultural se edifica de esta manera. Las personas al tomar un lenguaje y comportamientos, se construyen una identidad aparentemente propia que, a la vez, es compartida por otros miembros que puedan interpretarlos. La identidad (como la propia palabra parece evidenciar y sin hacer menoscabo a interesantes procesos de hibridación e integración) se construye entre iguales.Desearíamos hacer recaer esta afirmación en una analogía. El filósofo Daniel Dennett afirma en “The Self as a Center of Narrative Gravity” que el problema de la identidad personal es una ilusión. Su argumento descansa en las conclusiones del neurocientífico Michael Gazzaniga. Las hipótesis de éste suponen que la unidad de la conciencia que genera la identidad, se conforma en el cerebro por medio de procesos de atención o módulos. Cuando uno se cuestiona por el día anterior, conforma una unidad de atenciones “hacia” o “en” ciertas circunstancias que permiten perfilar un contenido de conciencia que conocemos como “yo”. Sin embargo, casos estudiados por Gazzaniga, muestran que el cerebro está dividido en módulos inaccesibles unos entre otros, el proceso de unión que genera cierta unidad o identidad, recae en focos de atención, es decir, sólo cuando atendemos a ciertas características de la identidad, puede formarse ésta. Por ejemplo, si deseo preguntarme por mi identidad personal, debo atender a una historia que puedo contarme y, no muchas veces, comprender. Todo esto viene a comprobar que la fragilidad de la mente y las largas contradicciones que fluyen dentro de la visión personal de la realidad, sólo son posibles por esta combinación de módulos. La mente no es un lugar específico del cerebro, sino un proceso. Un proceso que consiste en una constante renovación de sensaciones, imágenes y emociones. A

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pesar de que estos actos de atención nos proporcionen una conciencia, podemos notar la evanescencia de toda percepción; todo dentro de la mente se desmorona segundo tras segundo. Entonces, ¿cómo perduramos como una identidad en medio de esos estados transitivos? La respuesta, según Dennet, es que nos inventamos en un proceso que es controlado por un acto de atención que convierte nuestras sensaciones en un momento centrado de la conciencia. Si hay un foco de conciencia, entonces debe ser provocado por un acto de atención.Ahora bien, la analogía que quiero plantear radica en este tipo de identidad personal ilusoria y la identidad cultural. Tomemos a esta última como un proceso que tiene ciertos rasgos que intentan construir lugares comunes compartidos por distintos individuos. Así, las identidades culturales se conformarían por historias compartidas, tal como ocurre en la identidad personal. El proceso de contar una historia atendiendo a ciertos focos de atención (sean estos historia común, guerras, comidas, usos de lenguaje, tradiciones o ritos), crea una identidad cultural.

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Si el argumento está bien encaminado, podríamos entender el porqué se crean estos barrios o comunidades autónomas en ciudades o países extranjeros. Cuando se pierde identidad, sólo puede acudirse a focos de atención que permitan crearla y compartirla. Los casos que hemos citado como Alambrista, nos permite ver también cómo el lenguaje es determinante para la construcción de la identidad. El reconocimiento por medio del lenguaje, pero también de imaginarios y simbologías compartidos, es fundamental para que el sujeto se constituya en y a través del otro.Podríamos concluir que el camino de llegada a la “tierra prometida” es un proceso a lo largo del cual el migrante ve su identidad desarmada dejando atrás todos los referentes que la soportaban, las coordenadas que la asistían y concretaban. En tal situación la identidad parece endeble, carente de solided, un amasijo confuso que debe reordenarse para construir de nuevo sentido, para estructurar nuevos modos de entenderse a sí misma entre los demás. La identidad del migrante es, como el tapiz de Penélope (de las Penélopes que esperan en su hogar al viajero, pero también de aquellas que emprenden el viaje), una labor que se hace y se deshace, un quehacer que se reanuda con cada nuevo viaje, con cada nuevo destino.

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