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REDENCION NOCONTESTA

George H. White

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REDENCION NO CONTESTA

SEGUNDA EDICI・N

Oc Editora Valenciana, 5. A. 1974

EDITORIAL VALENCIANA, ~

Calixto III, 25 - Valencia

Talleres: Tipograf・a Valenciana

Calixto III, 26 - Valencia

・.5. B. N. 84-714~O88-9

Dep・sito Legal: V. 2.927.- 1974

Printed in Spain

Escaneado por diaspar en1998

・ltima correcci・n por jbarbikane. Ago 2002

REDENCION NO CONTESTA

Por George H. White

(Texto de la 2・ edici・n)

PERSONAJESFenando Balmer - Teniente de la 3º Compañía de Tropas Especiales.

LeonorAznar.- Capitán de la misma compañía.

Ricardo Albert. - Teniente.

Juana Aznar. - Teniente.

Francisco Raga. - Sargento.

María Luz Rodrigo. - Sargento.

Don Marcelino Aznar - Comandante jefe del 8º Batallón de Tropas Especiales (infantería Aérea).

El autoplaneta Valera regresa a Redención después de haber luchado en la Tierra contra la Bestia Gris y la Armada Imperial de Nahum. ElEjército Expedicionario Redentor expulso a la Bestia Gris de la Tierra. Pero los nahumitas, enemigos mortales de los "thorbod", llegaron deimproviso y, en su irrevocable propósito de aniquilar a la Bestia Gris, arruinó a los planetas terrícolas envenenando radioactivamente lasatmósferas de la Tierra, Venus y Marte.

Valera logro evacuar a mil millones de supervivientes de la Tierra, y después de un viaje de treinta anos llega la vista del sistema solar deRedención, donde espera encontrar la otra rama de la Humanidad que allí dejó al partir hacia la reconquista de la Tierra.

Portada 1ª edición

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REDENCIÓN NO CONTESTA (23,12) Luchadores del Espacio (1ª ed.)

Inicia esta novela una nueva serie de tres dedicada a relatar el retorno a Redención delautoplaneta Valera, un autoplaneta superpoblado con los mil millones de refugiadosevacuados de la Tierra. En lo que respecta a las diferencias entre las dos versiones, lanueva presenta algunos capítulos reescritos e, incluso, uno nuevo, aunque estasmodificaciones no suponen ningún cambio en el argumento de la misma. El resto de lanovela, por su parte, es igual en ambos casos; al parecer las modificaciones introducidaspor Enguídanos se fueron haciendo menores conforme avanzaba la publicación de laserie, ignoro si por cansancio o porque los argumentos de estas novelas le satisfacíanmás que los de las primeras.

REDENCIÓN NO CONTESTA comienza describiendo la sorpresa que produce en Valerael hecho de que no sean contestadas sus llamadas de radio. Enviada una expediciónexploradora al planeta, ésta no tardará en descubrir la razón: Por efecto de la dilataciónrelativista del tiempo, mientras en Valera han pasado tan sólo algunas decenas de años,en Redención ha transcurrido un buen número de siglos. En una época indeterminada loshombres de silicio se habían recuperado de la anterior guerra con los refugiados del Rayoe, invadiendo el exterior del planeta, habían derrotado a los Valeranos destruyendo sucivilización y utilizando a los escasos supervivientes como ganado de carne (!). Ésta esuna constante en la obra de Enguídanos, recurrir una y otra vez a los mismos enemigosde la humanidad (hombres de silicio, thorbods, nahumitas...) resucitándolos demasiadasveces como para convertir sus retornos en algo verosímil.

Un grupo de comandos se introducirá en el reino tenebroso, el interior hueco deRedención en el que se asienta la civilización de los hombres de silicio, y tras variasperipecias lograrán escapar al tiempo que se prepara la inminente guerra entre Valera ysus enemigos. Como detalle curioso, cabe reseñar que Enguídanos esboza aquí por vezprimera el enfrentamiento entre las dos principales familias de Valera, los Aznar y losBalmer, un curioso planteamiento de lucha entre clanes que cristalizará más adelante enun enfrentamiento abierto entre ambos.

© José Carlos Canalda, 1998

http://www.ciencia-ficcion.com/ghwhite/lasaga/novelas/le1_023.htm

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CAPITULO 1

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La alegría era la nota dominante por aquellos a bordo del autoplaneta Valera. El finaldel largo viaje desde la Tierra se anunciaba inminentemente cerca. EI Sol del sistemade Redención era ya visible, brillando como una pequeña luciérnaga en las negrasprofundidades del espacio.

Se esperaba recibir de un momento a otro una respuesta a las llamadas de radiolanzadas por la poderosa emisora de Valera. Con este motivo reinaba gran animaciónen las veinte populosas ciudades, así como en los millares de pueblos y campamentosque se tuvieron que improvisar para dar acogida a los mil millones de evacuados de losplanetas terrícolas.

Como otros millones de hombres, Fernando Balmer se sentía feliz por esta causa. Eraun valerano, es decir, nacido en este pequeño mundo de tres mil doscientos kilómetrosde diámetros exterior; una esfera hueca de "dedona" que encerraba veintiocho millonestrescientos mil kilómetros cuadrados de superficie.

Excepto la cáscara de "dedona", obra y regalo de la Naturaleza, el resto de Valera eraproducto de la mano del hombre.

Hombres como Fernando Balmer, abuelos y tatarabuelos de su mismo apellido, hablancontribuido con su esfuerzo a crear este mundo maravilloso, capaz de burlar las leyesde la mecánica univesal y trasladarse a voluntad de un extremo a otro del universo.

Hombres de origen terrícola descubrieron Valera, cerraron las grietas que comunicabansu interior vacío con el inhóspito exterior; abrieron túneles y les pusieron ciclópeascompuertas. Construyeron el sol artificial de Valera, gigantescos reactores nucleares,sus poderosos motores iónicos, su atmósfera y el agua de sus mares interiores.Levantaron las ciudades, crearon las industrias, plantaron los bosques y dieron a esteoriginal mundo su fisonomía y carácter tan peculiares.

Un mundo viajero, donde la luz, la temperatura, la humedad y la pureza del aire erancontrolados a voluntad, sólo podía ser un paraíso. Pero Valera estaba lejos de serlo enlas circunstancias actuales.

Concebido para albergar cómodamente hasta cien millones de habitantes, se hablavisto desbordado con la llegada de mil millones largos de refugiados, a los que habíaque añadir otro centenar de seres nacidos durante los treinta años que ya duraba elviaje desde la Tierra a Redención.

Valera había pasado así a convertirse en un incómodo hormiguero humano,desbordados todos los servicios habla graves problemas de alojamiento. Faltabanviviendas, escuelas y hospitales, y en igual medida resultaban insuficientes las cárcelesy hasta las fuerzas de Policía.

Los mil millones de refugiados eran en su inmensa mayoría analfabetos, gente inculta eindisciplinada, antiguos eslavos de la Bestia Gris embrutecidos en un trato y trabajo debestias, que no sabían hacer uso de las libertades ni las comodidades que encontraronal llegar al autoplaneta.

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De forma estúpida e inconsciente los refugiados estropeaban los alojamientos,destrozaban el mobiliario y los aparatos electrodomésticos, derrochaban el agua y laelectricidad, arrasaron con los parques y jardines y ensuciaban la ciudad. Se quejabande los alimentos, de la calidad de los vestido y calzado, de la asistencia sanitaria y dela falta de libertad, entendiendo por libertad el hacer cada uno lo que le viniera en gana,sin reparar en los perjuicios que la conducta de cada individuo ocasionaba al total de lacomunidad.

La vida no era cómoda en estas circunstancias, habiéndose creado una especie debarrera social entre los cultos valeranos y aquella chusma incivil y levantisca, dondeprosperaban la violencia, el crimen y el pillaje. Los valeranos por librarse de losrefugiados, y estos por sacudirse la rígida disciplina que había a bordo del auto-planeta, todos estaban deseando llegar cuanto antes a Redención.

Tomando el suburbano en el Centro de Ciudad Arcángel, donde agentes especialesprovistos de guantes blancos empujaban al gentío embutiéndolo en los trenes,Fernando Balmer tuvo que sufrir empujones y pisotones hasta que el vagón se fuevaciando poco a poco en los sucesivos apeaderos de los suburbios.

La gran ciudad de los rascacielos de acero y cristal reunía en su entorno más de diezmillones de habitantes hacinados en un cinturón de pequeñas barracas prefabricadas,donde los servicios de agua y alcantarillado eran deficientes sin remedio posible.

El tren surgió del túnel a la brillante luz del sol artificial de Valera y corrió durantekilómetros y kilómetros a través de estos poblados improvisados, condenados adesaparecer tan pronto los refugiados pudieran trasladarse a Redención.

Las barracas quedaron finalmente atrás y el tren corrió un largo trecho bordeando ungran lago de aguas azules, entre bosques tupidos y prados donde pastaban manadasde búfalos, hasta que, finalmente, se detuvo en un pequeño apeadero donde, porcontraste, brillaban el orden y la limpieza más escrupulosa. Era el campamento de laQuinta Legión de infantería Aérea.

EI campamento del Octavo Batallón estaba desparramado bajo los árboles, viéndose alfondo el lago. En este momento, los altavoces suspendidos de las ramas de losárboles, difundían las notas e un clarín dando el toque de alto. Por aquí y allá se veíanpasar grupos de soldados que regresaban de los ejercicios camino de susalojamientos.

En la oficina de la Plana Mayor del Batallón, que ocupaba una barraca de elementosprefabricados, un sargento atendió a Fernando Balmer y recibió la orden de destino.Buscó luego en un fichero, sacó una cartulina que unió a la orden con un sujetapapelesy dijo:

- Le anunciaré al comandante.

Fernando esperó hasta que al cabo de un minuto reapareció el sargento anunciando:

- Puede pasar, el comandante le recibirá ahora. Fenando traspuso la puerta deldespacho y se cuadró ante un hombre alto y fuerte, de cabellos rojizos, el cual vendríaa representar unos 30 años de edad y se puso en pie para estrecharle la mano.

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- ¿Teniente Balmer? Tanto gusto, tome asiento. Fernando ocupó la silla que elcomandante le ofrecía. Sus ojos se detuvieron en la placa que, cerca del borde de lamesa, indicaba: "Cte. MARCELINO AZNAR".

El comandante había advertido la mirada del nuevo oficial a la placa, y tal vez tambiénalguna leve mueca que Fernando hiciera sin poderlo evitar.

Como los Montescos y Capuletos inmortalizados por el inglés Shakespeare en su obra"Romeo y Julieta'" dos familias se disputaban la influencia sobre el pueblo redentor.Eran los Aznar y los Balmer, dos apellidos estrechamente vinculados a la epopeya deléxodo del pueblo terrícola y la colonización del planeta Redención.

La rivalidad entre las dos familias todavía no alcanzaba el grado de violencia deMontescos y Capuletos, si bien causaba graves perturbaciones en el seno de lacolectividad.

Los fundadores de ambas dinastías habían estado unidos por estrecha amistad. Loshijos de aquellos hombres contribuyeron con sus esfuerzos aunados al desarrollo y laprosperidad del nuevo mundo. Pero a partir de la tercera generación las fraternalesrelaciones entre ambas familias comenzaron a enfriarse, haciéndose en las sucesivasgeneraciones más ostensible su rivalidad.

Otros apellidos, como los Castillo, formaban la gran familia de los científicos, y otros,como los Ferrer, conservaban la tradición de los grandes inventores, técnicos eingenieros a partir del primer miembro de la familia que llegó a Redención con losexilados del Rayo. Pero estas familias, a las que tanto debía el pueblo redentor semantenían al margen de la política y rara vez intervenían en los asuntos públicos.

Buenos soldados, tenaces, ambiciosos e imaginativos, los Aznares poseían en gradosumo la rara cualidad que había distinguido a los grandes caudillos de la Historia,ejerciendo una especie de místico magnetismo que arrastraba consigo a las masas.

No existía explicación clara para este fenómeno, y un ejemplo lo constituía el caso delautoplaneta Valera.

Aunque Valera era obra de todo el pueblo redentor, fruto de ocho generaciones que sesucedieron en un titánico esfuerzo, general y unánimemente se consideraba alautoplaneta obra exclusiva y personal de los Aznar.

Excepcionalmente dotados para el mando, los Aznar se habían distinguidoespecialmente en la Astronáutica. Hasta tal punto era así, de que el ochenta por cientode todos los mandos de la Arma a Sideral estaban en manos de la familia. Aunquemenor, también la proporción de Aznares era considerable en el Ejército.

Los Balmer, mientras tanto, intrigaban en la política y las Fuerzas Armadas por superaresta situación de inferioridad. Porque también los Balmer eran ambiciosos y buenossoldados, aunque les faltaba quizás aquella chispa de atractivo personal que arrastrabaa la masa detrás del apellido Aznar.

Ahora, el comandante Aznar examinó la ficha que tenía ante sí.

- Veo que ha servido durante dos años en la Policía Militar. ¿Porqué lo dejó?

- Estaba cansado de intervenir en revueltas y repartir porrazos. Aparte eso, he oídodecir que las unidades de Policía Militar serán disueltas tan pronto desembarquemos a

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los refugiados. No serán necesarias. Mi deseo es continuar en el Ejército si ello esposible. No concibo el resto de mi vida sin tener nada que hacer.

Un punto de vista que le honra –afirmó el comandante –La vida moderna ofrece pocosalicientes, excepto que uno haya nacido con dotes excepcionales para ser un campeónen deporte, o distinguirse en las artes o la ciencia. En todo caso es preferible ser unoscuro soldado a nada.

- Al menos en el Ejército le queda a uno la esperanza de viajar y visitar otros mundosdijo Fernando como hablando consigo mismo -. He oído decir que después de algúntiempo Valera partirá a la busca de los planetas de Nahum. ¿Lo cree usted posible?

- Los nahumitas nos jugaron una mala pasada y esa felonía no puede quedar impunecontestó el comandante Aznar. El Estado Mayor General desea elevar una petición alGobierno, en el sentido de que debemos conocer mejor a los Nahumitas haciéndolesuna visita en sus propios planetas. Pero, naturalmente, todo queda supeditado a lo queel Gobierno de Redención disponga al respecto.

El comandante removió los papeles y añadió en otro tono:

- Su nuevo destino es la Tercera Compañía la manda la capitana Leonor Aznar.

Esta vez Fernando no pudo evitar una mueca de desagrado.

- Lo siento - dijo el comandante con cierta reticencia -. Resulta difícil librarse de losAznar, tanto si se trata de la Armada como del Ejército.

- No tiene que recordármelo –contestó Fernando poniéndose en pie –Como casi todo elmundo, también intenté ingresar en la Armada.

- ¿De veras?

- Pero me rechazaron. No pude superar el examen de ingreso.

Esa gente de la Armada es muy exigente en la selección del personal.

Fernando contestó con una leve sonrisa irónica. El comandante Aznar lo advirtió y dijo:

- ¿Quiere que le confíe algo que muy pocos saben? Cuando tenía veinte años tambiénquise ingresar en la Armada. Me rechazó un tribunal en el que figuraba un tío carnal...un maldito Aznar. Tuve muy mala suerte. Mi tío me declaró más tarde que me habíarebajado la nota... sólo para que los restantes miembros del tribunal no pensaran queme favorecía en razón de nuestro parentesco. ¿No quiere creerlo usted?

- Si usted lo dice...

Don Marcelino Aznar hizo un ademán, dando por terminada la entrevista.

- Sea bienvenido al Batallón. Ordenaré que alguien le conduzca hasta su unidad.

Poco después Fenando se encontraba sobre un pequeño automóvil eléctrico que,conducido por una guapa chica, corría entre las interminables filas de barracones.

- Aquí es, dijo la conductora deteniendo el auto. Y señalando un árbol, bajo cuyasombra habla un pequeño a grupo añadió - Los oficiales suelen reunirse bajo aquelárbol antes de almorzar.

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- Muchas gracias gruñó Fenando tomando su saco y la bolsa color caqui.

Las oficiales de la Tercera Compañía estaban sentados en taburetes en tomo a unarústica mesa de campaña, sobre la que había algunos botellines de zumo de naranjaempañados de vaho. Entre las ramas del árbol debía haber un altavoz que difundíamúsica sinfónica. La llegada del automóvil había despertado la curiosidad de losoficiales, que observaron críticamente a Fernando mientras este se acercaba.

Fenando aguantó impertérrito el peso de aquellas miradas. Era alto, esbelto y no feo.Sus ojos verdes formaban un curioso contraste con su piel tostada. Sus movimientoseran ágiles, como hombre acostumbrado al ejercicio diario en el campo deadiestramiento.

Las oficiales que se encontraban bajo el árbol eran dos mujeres y un hombre. Las tresvestían ropa de fagina; es decir, un simple uniforme color pardo con las barrasdistintivas de su mando sobre el bolsillo izquierdo del pecho.

La hembra que lucía las tres barras de capitán era una moza esbelta, morena, congrandes y bonitos ojos negros. En realidad, era una mujer guapa, aunque Balmer no lavio así en el primer momento.

- ¿Capitana Aznar? - Preguntó Fenando llevándose los dedos a la visera de la gorramilitar.

La oficial se puso en pie. Ni siquiera el severo uniforme de fagina bastaba para ocultarsus espléndidas formas de mujer.

- Sí.

- Se presenta el teniente Fenando Balmer, destinado a su unidad.

Los grandes ojos de la capitana se fijaron en el emblema que el teniente lucia en lamanga derecha; Una cabeza de búfalo en rojo sobre el campo azul dentro de untriángulo, una alegoría al vigor y el ímpetu de los miembros de la familia Balmer.

También la capitana lucía su propia emblema; un rayo dorado sobre fondo rojoenterrado en un circulo, la antigua enseña del fabuloso autoplaneta Rayo con el quellegaron a Redención los exilados de la tierra acaudillados por Miguel Angel Aznar deSoto.

En principio la capitana no pareció muy contenta de tener un Balmer en su unidad.Pero lo disimuló con una desmayada sonrisa. Contestó al saludo de Fenando y tomó laorden de destino que éste le entregaba.

- Sea bienvenido - dijo la Aznar - ¿Tuvo un buen viaje?

- No fue muy largo, aunque sí incómodo. Legué con el suburbano.

- Le presento a sus nuevos compañeros. Tenientes Juana Aznar y Ricardo Albert.

Albert se paso en pie para estrechar con abierta cordialidad la mano de Fenando. Noasí Juana Aznar, que continuó sentada haciendo una mueca y diciendo entre dientes:

- ¡Hola!

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La conducta de la teniente Aznar pareció dejar caer una cortina de hielo entre el reciénllegado y los otros.

-¿De qué unidad procede usted? - Preguntó la capitana, en un esfuerzo por romper latirantez de aquel momento.

- De la Policía Militar.

El teniente Albert dejó escaparan largo silbido.

- ¡Vaya empleo! ¿Eso ha debido ser muy duro, no es cierto? Siempre bregando conesas chusmas levantiscas, exponiéndose a ser linchado, golpeado e insultado.

- No fue agradable. Por eso solicité otro destino- Fenando hablaba con concisión,contestando solamente a aquello que se le preguntaba.

-¿No quiere acompañarnos? - invitó la capitana -. ¿Le apetece un refresco de naranja olimón?

- No, gracias. Si alguien me indica mi alojamiento, iré a desembarazarme de losbártulos antes de almorzar.

- Yo le acompaño - se ofreció Albert -. - Deje que le eche una mano.

Pese a las protestas de Fernando, el otro le tomó la bolsa y echó a andar hacia unbarracón próximo.

El barracón no era distinto de los restantes del campamento. Aunque se trataba de unalojamiento provisional estaba instalado al máximo confort que podía exigirse en lasactuales circunstancias. Constaba de un salón que era a la vez comedor y sala derecreo, una pequeña cocina con su despensa, su nevera y algunos aparatoselectrodomésticos. El pasillo conducía a las habitaciones individuales de los oficiales,pequeñas pero provistas de baño individual, con agua fría y caliente.

- Esta será su habitación - dijo Albert abriendo una puerta -. El oficial que la ocupóantes acaba de ingresar en la Armada. Me pregunto cómo puede haber individuos queprefieran el servicio en los buques de la Armada a las instalaciones en Tierra. ¡Lo quetuvo que estudiar ese muchacho para superar el examen de ingreso!

- Yo también intenté ingresar en la Armada - confesó Fernando poniéndose colorado.

Albert le examinó con mirada critica.

- ¿De veras? En fin, supongo que tiene que ser de ese modo. Si no hubiera gentecomo ustedes, ¿quién iba a tripular nuestras aeronaves? Y la Armada es, por lo menos,tan necesaria como el Ejército. Le ayudaré a deshacer el equipaje.

Fernando dejó su saco sobre la cama.

-¿Qué tal es la capitana? - preguntó.

- ¿La señorita Aznar? Es un buen elemento. Fría, cerebral y eficiente, lo cual no quieredecir que no sea humana. Pero en ese último aspecto no la conozco. La ética es muy

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estricta en ese aspecto en esta unidad. Un capitán, es un capitán, aunque tenga cosasde mujer.

- En la Policía Militar no teníamos oficiales femeninos - dijo Fernando -. Temo que vayaa resultarme difícil acostumbrarme a ser mandado por una mujer. ¿De qué puedecharlar uno en presencia de una dama?

- Ya se acostumbrará - dijo Albert riendo -. La comida es a la una. La queda el tiempojusto para ducharse.

Media hora más tarde, todavía con el cabello húmedo, las botas relucientes y la casacaabrochada hasta el cuello, Fernando Balmer comparecía en el comedor donde ya seencontraban esperando el capitán y los dos tenientes, todos vestidos con sus ropas defaena.

- No pensé en preguntarles si se vestían para comer - se excusó Fernando.

- Sólo para cenar - dijo la capitana -. Hace calor, puede quitarse la guerrera, si con ellose encuentra más cómodo.

Fernando conservó puesta la guerrera.

La comida estaba formada de los artículos acostumbrados: algas verdes, huevos, polloy fruta.

EI cabo de la cocina me ha asegurado que tendremos bistec para cenar - dijo lateniente Aznar, como quien cita un manjar pocas veces asequible

Aunque los tripulantes del autoplaneta disponían de algo más de 28 millones dekilómetros cuadrados de superficie en el interior del planetillo, sólo una faja de terrenode dos mil kilómetros de anchura a lo largo de la línea imaginarla del ecuador erautilizable.

Esto era debido a que en el interior del Valera no existía fuerza de gravedad. Elplanetillo tenía que girar sobre su eje a una velocidad constante, calculada para crearuna fuerza centrífuga. Esta fuerza tenía su valor máximo sobre el ecuador, donde eramayor la velocidad lineal de giro del autoplaneta, e iba en disminución al alejarse delecuador hacia los trópicos, para ser prácticamente nula en los polos.

Debido a esta circunstancia, impuesta por la especial naturaleza de Valera, la vida todase desarrollaba sobre unos diecinueve millones de kilómetros cuadrados, de los quedos millones estaban ocupados por las aguas interiores.

El área habitada era, naturalmente, aquella donde la fuerza centrífuga se hacía sentiren valores aproximadamente iguales a la gravedad terrestre, quedando todas lasciudades en una línea que se apartaba poco de la línea del ecuador.

Los bosques, que ocupaban unos doce millones de kilómetros cuadrados,desempeñaban en la actualidad la importante tarea de regenerar la atmósfera deValera, absorbiendo el anhídrido carbónico y produciendo oxigeno. Más allá de losbosques, los musgos cubrían en su totalidad la dura consistencia del suelo de Valera.

En Valera la mayor parte de los alimentos eran obtenidos artificialmente. Hidratos decarbono, proteínas y compuestos vitamínicos se producían en enormes cantidades eninstalaciones industriales. Además, se cultivaban grandes cantidades de algas en los

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dos millones de kilómetros cuadrados de sus mares interiores, y existían enormesgranjas avícolas donde se repetía incesantemente el ciclo ave-huevo-ave, paracontribuir a una mayor variedad en la dieta un tanto monótona de los mil doscientosmillones de habitantes.

La ganadería se explotaba en proporciones mínimas, debido a la falta de pastosnaturales y a la dificultad de obtener abonos.

Valera era una esfera hueca de tres mil doscientos kilómetros de diámetro exterior,enteramente de "dedona", un metal de peso específico veinte mil. Por lo tanto, debajode los pies de sus habitantes, sólo existía una delgada capa de tierra vegetal traídadesde Redención, apenas suficiente para servir de sostén a las raíces de los árboles.

Durante los treinta años de viaje de Valera desde la Tierra a Redención los tripulantesdel autoplaneta habían estado sometidos a un racionamiento implacable de losalimentos. Excepcionalmente, por encontrarse al término de su viaje, la Comisaria deAbastecimientos había empezado a liquidar sus existencias, abriendo la mano yproporcionando una dieta más abundante y sabrosa a la población.

En unos días más todas las dificultades habrían llegado a su fin. Redención era unplaneta muy grande, casi el doble que la tierra en superficie, y allí esperaban encontrarla abundancia en todos los órdenes: comida, espacio y facilidades para alojar a los milmillones de refugiados.

Mientras Valera iba y regresaba de la Tierra en sesenta años, en Redención secalculaba debían haber transcurrido casi catorce siglos. En mil cuatrocientos años, lacivilización debería haberse desarrollado hasta extremos que los tripulantes de Valeraapenas eran capaces de imaginar.

La conversación de aquel mediodía entre Fernando Balmer y sus nuevos compañerosde unidad versó principalmente sobre este tema. ¿Qué sorpresas les aguardaba, enRedención después de catorce siglos?

La televisión solía dar un boletín de noticias de sobremesa a la una y media. El tenienteAlbert fue a encender el aparato, esperando todos con cierta ansiedad el momento enque apareció en pantalla un conocido comentarista.

-"Buenas tardes a todos. Las esperanzas del pueblo de Valera quedaron defraudadashoy una vez más. Nuestro autoplaneta acorta hora tras hora la distancia que nossepara de Redención. La emisora de radio de Valera insiste una y otra vez en susllamadas, pero Redención no contesta.. Nuestro Estado Mayor General, haciéndoseeco de la inquietud popular, ante el silencio de Redención despachó, en las primerashoras de esta madrugada, un crucero sideral, no tripulado, que anticipándose enalgunos días a Valera investigará las causas del insistente mutismo de las estacionesde radio del planeta.

"Ciertamente, el silencio de Redención es preocupante. Sin embargo, es prematurotodo intento por tratar de adivinar sus motivaciones. Conviene recordar a este respectoque, en tanto que Valera invertía sesenta años en su viaje de ida y vuelta, enRedención deben haber transcurrido casi catorce siglos. Mil cuatrocientos años esmucho tiempo. De hecho, los valeranos seremos una generación de genteenormemente atrasada cuando nos encontremos con los habitantes de Redención. Allí,la Ciencia debe haber progresado hasta niveles que ni siquiera podemos imaginar. Esperfectamente posible que nuestro anticuado sistema de comunicaciones haya sido

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superado por otros medios más avanzados, lo cual podría ser causa de que nofuéramos capaces de captar las señales de Redención, o bien al contrario, las señalesde nuestra anticuada radio no encuentren en el planeta receptores capaces derecogerlas.

"Los valeranos debemos prepararnos para recibir más de una sorpresa, pero en queaspecto seremos sorprendidos, resulta de todo punto imposible anticiparlo".

En la pantalla de televisión la imagen del comentarista fue sustituida por unas escenasde los preparativos para lanzar la aeronave al espacio.

Se trataba de un crucero de la Flota, idéntico a cualquier otro de los que en número decientos de miles formaban la Armada Sideral de Valera. Su forma recordaba la de unesturión de líneas estilizadas.

Las aeronaves de la Armada Sideral recibían el nombre genérico de "buques",conservándose aún hoy, a través de los siglos, la clasificación clásica de las yadesaparecidas flotas de guerra naval. Así, había acorazados, cruceros, destructores yportaaviones, otras aeronaves más pequeñas recibían el nombre de "aerobotes", o,simplemente, "botes" y "falúas".

Por idéntica reminiscencia se conservaban en los mandos las graduaciones según laescala clásica: Alférez de fragata, teniente de fragata, teniente de navío, capitán decorbeta, capitán de fragata, capitán de navío, contralmirante, vicealmirante y almirante.

Sin embargo, en esta ocasión, el crucero "Oropesa" no llevaría dotación humana. Talcomo iba a desarrollarse la misión del crucero, ningún ser humano sería capaz desobrevivir a las aceleraciones, las deceleraciones y cambios de rumbo que realizaría laaeronave, primero para adelantarse al autoplaneta Valera, y luego, para frenar al llegara las proximidades de Redención para girar varias veces alrededor del planeta.

Las limitaciones del hombre eran ahora las mismas que pusieron a prueba a losprimeros astronautas del siglo XX. Su constitución no había cambiado.

EI ser humano era una criatura frágil, condicionada a la fuerza de gravedad de suplaneta de origen, a la presión atmosférica y las variaciones climáticas de su solarterrícola. Esta era la razón por la cual el autoplaneta Valera, morada y vehículo delhombre de la Tierra, necesitaba semanas para frenar la enorme velocidad adquirida enun tiempo, igualmente largo, de continua aceleración. Esta deficiencia física lasuperaba el hombre construyendo máquinas capaces de operar en condicionesprohibitivas para el ser humano.

Constituido de una robustez a toda prueba, mandado por un ordenador electrónico, elcrucero sideral aceleraría, frenaría y giraría en torno a Redención emitiendo a la vezseñales en Morse, un mensaje hablado grabado y un programa de televisión.

Mientras tanto sus cámaras tomarían miles de fotografías y kilómetros de filme.Detectores de rayos infrarrojos investigarían la existencia de vida en el planeta.Cualquier objeto, animal o cosa que emanara el más leve calor, quedaríaautomáticamente localizada sobre un plano ortofotográfico. Detectores de neutrinoslocalizarían la existencia y situación de los reactores atómicos que funcionaran sobre elplaneta.

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Todo reactor nuclear era una fuente inevitable de neutrinos. Los neutrinos, partículaestable de masa muy pequeña y de carga nula, tenían tal potencia de penetración queeran capaces de atravesar una muralla de plomo de un espesor de un millón de añosluz, y podían ser detectados hasta en los antípodas, a través de todo el espesor delglobo de la Tierra.

Todas las características del crucero sideral, así como de los aparatos especialesinstalados a bordo, fueron minuciosamente detallados por el comentarista de latelevisión, mirando más a la divulgación entre los refugiados, de bajo nivel cultural, quea los cultos.

EI documental terminó con la salida del "Oropesa" por uno de los "tubos" quecomunicaban con la superficíe exterior y una vista última del buque cuando se alejabaacelerando hasta perderse de vista.

Después del entrenamiento diario de la mañana, los soldados tenían libre toda la tarde.Los que querían y estaban libres del servicio de guardia se marchaban a la ciudad,aprovechando la proximidad de la urbe y la excelente comunicación por el suburbano, yel resto solía dedicarse a la practica de su deporte o su afición favorita, quedando comoúltimo recurso sentarse ante la televisión y buscar entre veinte canales algún programade su gusto.

Pero lo primero que se hacia en el barracón de los oficiales, después de comer, erafregar los platos y limpiar y asear la casa. Esto tenían que hacerlo los propios inquilinosdel barrancón, pues ni en el Ejército ni en la vida civil existía servicio doméstico.

Dispensado de ayudar en el fregadero de la cocina, Fernando Balmer se dedicó alimpiar su propia habitación y distribuir sus cosas entre el armario y los cajones de lacómoda.

Cuando regresó a la sala-comedor halló a Juana Aznar arrellanada en un sillón ante lapantalla de televisión. El teniente Albert y la capitana habían salido para presenciar unpartido de rugby que iba a tener lugar entre la Tercera y la Quinta Compañías delBatallón.

Como la teniente Aznar no daba pie a entablar conversación, Fernando optó porsentarse en el diván y seguir las incidencias de la película que daba la "tele".

La televisión era en Valera el medio de evasión más difundido. Cada una de las veintegrandes ciudades del planetillo tenía su propio canal, y cualquiera de ellas podíasintonizarse con un receptor corriente. Filmes, teatro, conciertos, atraccionesmusicales, competiciones deportivas, documentales, conferencias culturales yprogramas de divulgación cultural, así como lecciones de todas las ramas del saber sesucedían desde las seis de la mañana a las doce de la noche

El ocio era como un castigo para esta sociedad moderna, donde las máquinasrealizaban la mayor parte del trabajo. La escolaridad era obligatoria para toda lajuventud, desde los siete a los dieciséis años. Aquellos que demostraban aptitudes y lodeseaban podían seguir la segunda enseñanza entre los dieciséis y los veinte años,recibiendo preparación para ingresaren la Universidad.

Excepto los universitarios, que estaban dispensados de toda otra obligación, hombres ymujeres eran alistados en el TOP (Trabajo Obligatorio Personal) donde permanecíanencuadrados durante seis años.

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Según sus estudios, su capacidad física y sus aptitudes, determinados por una serie de"tests" y sancionados por un tribunal calificador que atendía todas las reclamaciones,esta juventud podía ser destinada al Ejército, la industria, la agricultura o los servicios.

El Estado, que proveía gratuitamente a los ciudadanos de educación, habitación ymobiliario, ropas, alimentación, atención sanitaria y social, no abonaba salario algunopor estas prestaciones. Cumplido su servicio en el ciudadano quedaba libre de trabajopara el resto de su vida, salvo que una emergencia nacional obligara al Estado a unamovilización temporal de los recursos humanos. ¡Y la duración media de la vida era dedoscientos años!

Este ocio prolongado pesaba como un castigo sobre la sociedad moderna, jubilada alos veintiséis años para el resto de sus vidas. El Estado Social hacía cuanto podía porseñalar una trayectoria al ser humano. Ya desde niños, en la escuela, trataba deinculcarles un afán de superación. Un hombre o una mujer podían destacar de la masauniformemente gris en gran número de actividades. Un científico eminente, un inventor,un cirujano, un investigador, podían alcanzar tanta fama como un cantante de opera ode música moderna, o como un poeta, un escritor o un periodista.

El cine, el teatro, la misma televisión ofrecían oportunidades para destacar a losmejores. Y luego estaban el Ejército y la Armada, cuyos cuadros de mandos gozabande gran prestigio y ofrecían el atractivo de sus vistosos uniformes y sus brillantesparadas.

Sin embargo era en los deportes donde un mayor número de hombres y mujeresencontraban ocasión propicia para descollar.

El deporte se practicaba masivamente desde la infancia a una edad más que madura,pero era en el campo profesional donde brillaban rutilantes los ases de primeramagnitud.

Aunque todas las especialidades tenían sus adeptos eran el fútbol y el rugby los quedespertaban mayores entusiasmos entre una enorme masa de seguidores. Las ligas,campeonatos y copas se sucedían sin interrupción arrastrando a las multitudes a losestadios repletos a bien ante las pantallas de televisión en color y tres dimensiones.

Las veinte populosas ciudades de Valera tenían su equipo en Primera, Segunda yTercera División. Pero también lo tenían las universidades, la Armada y el Ejército,desdoblados en categorías masculina y femenina.

Colegios, institutos de enseñanza profesional, fábricas y unidades de las FuerzasArmadas competían igualmente entre si en campeonatos locales que, no porintrascendentes, dejaban de tener su interés.

El teniente Albert regresó solo terminado el partido.

- ¿Donde está la capitana? - preguntó la teniente Aznar.

- La llamaron para que se presentara en el barracón de la Plana Mayor, pero de eso yahace rato. ¿Qué hay para cenar?

Albert y la teniente Aznar se metieron en la cocina para preparar la cena y Fernandopuso el mantel y distribuyó los platos y los cubiertos, la capitana llegó cuando los otrosse disponían a sentarse a la mesa.

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- Todo el Batallón va a disfrutar de dos días de permiso a partir de mañana - anunció lacapitana -. Los que quieran, podrán ir a despedirse de sus familiares.

- ¡Cómo! - Exclamo Albert sorprendido -. ¿Qué ocurre?

- No se sabe nada en concreto. Pero, según sean los resultados de la investigación delcrucero que salió la madrugada pasada, nuestra Brigada puede ser llamada a efectuaruna operación de desembarco.

- ¿Significa eso que las cosas no marchan bien? - interrogó Fernando Balmer.

- Sólo se trata de una medida preventiva. Posiblemente nos embarquen en un discoportaaviones y salgamos rumbo a Redención, anticipándonos en unos días a Valera.

Los días en Valera tenían una duración de catorce horas y diez horas las noches entodo tiempo. A las siete y media de la tarde el sol artificial de Valera empezó a atenuarsu brillo. A las ocho era de noche.

* * *

CAPITULO II

"OPERACION AGUILUCHO"

El Batallón, con uniforme de paseo, formó en la explanada después del desayuno. Serecordó a la tropa que todos deberían estar de regreso en el campamento antes de lapuesta del sol del día siguiente, se nombraron las guardias y se dio la orden de romperfilas.

De regreso hacia su alojamiento, Ricardo Albert acomodó su paso al de Fernando y ledijo:

- A Juana Aznar le ha tocado guardia para mañana. Ella tiene su familia en Barcelona yhace más de un mes que no veía a sus padres.

- Bien, - ¿y qué? Contestó Fernando, sospechando por donde venían los tiros.

- Tú te despediste ayer de los tuyos y decías durante el desayuno que vas a quedarteen el campamento descansando. Podrías hacerle un favor a Juana tomando suguardia.

- ¿Por qué he de hacerlo? Ella puede estar de vuelta mañana para hacer el servicio.

- Bueno, si lo pones de ese modo...

Albert iba a alejarse cuando Fernando le detuvo.

- Espera. Haré la guardia en lugar de Juana. ¿Pero por qué no me lo pidió ella?

- Como eres recién llegado y no os conocéis apenas, a Juana le daba reparo pedirteese favor.

-¿Y te mandó a ti en su lugar, no es eso? Bueno, no importa - dijo Fernando de maltalante.

Poco después, en el barracón, Fernando se dirigió a su habitación para quitarse la ropade paseo y ponerse cómodo. Al salir halló a la capitana y los dos tenientes con sus

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bolsas en la mano, listos para marcharse. Juana Aznar se acercó con aire embarazadoa Fernando y le dijo:

- Gracias por este favor, Fernando. lo tendré en cuenta.

- Eso espero Contestó Fernando algo secamente.

Los tres oficiales se marcharon y Fernando se quedó solo, contento ante la perspectivade dos días tranquilos en el casi desierto campamento.

A media mañana se dirigió al almacén de pertrechos para poveerse de un "back"

El "back" formaba parte del equipo tradicional de las Fuerzas Espaciales o "InfanteríaAérea". A grandes rasgos consistía en una caja de "dedona", especie de mochila quese fijaba a la espalda del portador. Esta caja estaba hecha del mismo metal que loscascos de los buques de la Armada Sideral, siendo sumamente pesado, y tenía lapropiedad de crear un campo magnético antigravitacional bajo determinada induccióneléctrica.

La caja contenía un aparato receptor de ondas energéticas. La electricidad, que estabaen el aire emitida por poderosas emisoras, llegaba hasta la caja por una delgadaantena de vidrio flexible por cuyo interior corría un hilo muy fino de "dedona". Laenergía así captada electrificaba la mochila de "dedona", controlada por un reostatoalojado en el antebrazo del soldado, y según la intensidad de la corriente hacía que lacaja actuara con energía variable, elevando al portado a mayor o menor altura.

La electricidad recibida se utilizaba en parte para hacer funcionar un motor departículas ionizadas, con dos toberas de salida que impulsaban al "back" por reacción.

Una armadura completa de cristal formaba el complemento del equipo, incluyendoescafandra, zapatos y guanteletes. Este cristal, llamado "diamantina" por suextraordinaria dureza, era flexible en los zapatos y guantes, y rígido en las restantespartes de la armadura.

Era inatacable por los ácidos, azul para proteger al portador de las radiaciones solaresy ultravioleta del espacio exterior, y aislaba completamente al hombre de tal modo quepodía utilizarse indistintamente como traje espacial, o submarino, o simplemente paraproteger a los soldados contra los gases deletéreos, el humo y las partículascontaminantes que quedaban flotando en el aire después de una deflagración nuclear.

Entre las dobles paredes de esta armadura (forrada interiormente de goma espuma) sealmacenaba una provisión de oxígeno suficiente para doce horas. Pero en casonecesario se podía cargar también un par de pequeñas bombonas de "diamantina" conuna reserva adicional de oxígeno para otras ocho horas.

En el equipo de las Fuerzas Especiales no figuraba la más pequeña pieza de metal queno fuera "dedona". Si algún elemento tenía que ser necesariamente de otro metal, éstequedaba encerrado dentro de la mochila, como el aparato de radio en miniatura.

No se trataba de un capricho, sino de una necesidad impuesta por la existencia de unarma demoledora; los "Rayos Z" o desintegradores, desarrollados a partir del "láser".En síntesis, el "Rayo Z" era un chorro de fotones excitados eléctricamente quedesarrollaban un gran poder de penetración lumínica. Atravesaban limpiamente elcristal y podían producir graves quemaduras a hombre a corta distancia. Pero,generalmente, a una distancia grande, sus efectos sólo eran aplicables al metal.

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Cuando un "Rayo Z" tocaba un metal sometía a éste a un bombardeo muy intenso deelectrones, que actuaban a modo de un martillo golpeando millones de veces porsegundo.

El metal, bajo los "Rayos Z", se calentaba, pero éste era un efecto secundario de latremenda vibración a que el metal estaba siendo sometido. En la práctica, estatremenda vibración actuaba rompiendo la cohesión de las moléculas, a las queacababa dispersando en una explosión mucho antes de que el metal llegara a fundirse.Sólo el metal conocido por "dedona", debido a su extraordinaria densidad, podía resistira los "Rayos Z" sin ser desintegrado.

Por esta razón, se habían eliminado al máximo todas las piezas de metal del equipo delos soldados, haciendo de "dedona" aquellas de las que no se podía prescindir. Hastalas armas - subametralladoras y pistolas - era forzoso hacerlas de cristal.

También podrían haberse hecho de "dedona" y tenerlas constantemente conectadas ala red eléctrica, ya que en tanto estuviesen inducidas eléctricamente la "dedona" nopesaba nada. Pero, por contra, cuando un "back" se averiaba y dejaba de circular porla "dedona" la corriente eléctrica, este curioso metal se tornaba súbitamente pesado, deun peso tal que la caja de la mochila impediría moverse a quien la llevara. Un fusil, unasimple pistola de "dedona" no podría ser sostenida por la mano del soldado, ni podríalevantarse del suelo.

En el almacén de pertrechos los "backs" colgaban de las vigas del techo formandohileras, cada uno conectado por un hilo eléctrico a la red. En esta situación apenas sipesaba un kilo cada uno, pero, si por cualquier causa se hubiese producido un corte decorriente, todos los aparatos se irían al suelo, atravesarían el piso de madera y seclavarían profundamente en la tierra haciendo un agujero.

Como veterano de la Policía Militar, donde casi a diario tenía que vestirse de"diamantina", Fernando sabía de la importancia de llevar una armadura bien acopladaal cuerpo. Una armadura con holguras podía ocasionaren el que la llevara gravesfracturas en caso de caída o golpe muy fuerte.

Después de dos horas de probar armaduras, Fernando encontró al fin una que seajustaba bien a su anatomía. Hizo que le llenaran de oxigeno el espacio entre lasdobles paredes del traje. Este formaba en la espalda una especie de joroba queterminaba en una superficie plana, sobre la cual se ajustaba el "back".

Acoplado el "back" a la espalda y hechas las conexiones eléctricas, Fernandocomprobó el buen funcionamiento de la radio, así como los auriculares y el tornavozexterior, la válvula de entrada de oxígeno y la de salida del aire viciado, el sistema decalefacción y refrigeración, decidiéndose finalmente a probar el aparato.

La armadura era pesada y el que la llevaba se sentía dentro de ella más o menos comoun caballero medieval dentro de una armadura de hierro. Fernando salió andando conella y al llegar afuera se puso la escafandra.

Los mandos del aparato venían en el antebrazo izquierdo de la armadura y eran defácil manejo; un botón moleteado para graduar el paso de la corriente eléctrica, y otrode iguales características que regulaba la salida de partículas ionizadas del reactorimpulsor.

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Haciendo girar uno de los botones Fernando sintió cómo la caja de "dedona" tiraba deél hacia arriba, hasta que sus pies se despegaron del suelo. Ascendió a una altura dequinientos metros, desde la cual se dominaba una amplia perspectiva del campamento,el lago contiguo y la ciudad que brillaba al sol con sus rascacielos de acero y cristal enla distancia.

Moviendo el segundo botón sintió como si una mano poderosa le empujara por laespalda impulsándole hacia adelante.

Realmente el "back era un invento maravilloso, algo sencillo y tan eficaz que hacía alhombre sentirse un pájaro. Armadura y caja, molestos y pesados en el suelo, eran deuna ligereza increíbles en el aire. En este elemento, el hombre para dirigirse tenía quevalerse de sus músculos. Era más o menos como si uno nadara en el fondo de unapiscina. Un giro de cintura, un quiebro del cuerpo, le llevaban de un lado a otro confacilidad.

Fernando voló hasta casi los arrabales de Ciudad Arcángel, dio medía vuelta y sedirigió al lago para probar la hermeticidad de su traje: Se dejó caer de pies en el agua,descendió hasta unos cincuenta metros de profundidad y abrió de nuevo el reactor.

Impulsado por detrás por el reactor, Fernando se deslizó velozmente entre dos aguascomo un torpedo, sorprendiendo a los peces que a su alrededor no podían competir envelocidad con aquel extraño ser.

Al hacer girar bruscamente y casi a tope el botón del reostato, la caja de "dedona" lehizo salir disparado del agua entre un surtidor de espuma. Se elevó a cinco mil metrosdesde aquella altura echó una mirada complacida a su alrededor antes de regresar alcampamento.

Disfrutó del resto del día en la soledad del barracón, en la quietud de un campamentocasi desierto. Encendió la televisión mientras cenaba para escuchar el boletín denoticias, pero no había novedad alguna.

Ante las reiteradas llamadas de la radio de Valera el planeta Redención seguía sin darrespuesta.

Fernando apagó el aparato, cogió un libro de Historia y se acostó. Empezó a llover.Este fenómeno meteorológico se repetía todas las noches en Valera aproximadamentehacia media noche. El vapor de agua levantado por el calor del sol de los lagosartificiales de Valera, se condensaba al descender la temperatura y se precipitaba enforma de abundante lluvia, lavando las calles de las grandes urbes, limpiando el polvode la atmósfera y remozando bosques, prados y jardines.

Se durmió escuchando el grato golpear de la lluvia sobre las planchas onduladas deltecho, y el chorrear del agua en los aleros.

A la mañana siguiente tomó su guardia, que habría de durar hasta que lo relevaran a lapuesta e sol.

Hacia la mitad de la tarde, el campamento hasta entonces tranquilo, empezó aanimarse con el regreso de la tropa que había disfrutado dos días de permiso.

En el cuerpo de guardia, instalado a la entrada del campamento, Fernando Balmerrecibió una orden telefónica del Comandante Jefe:

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- Ordene tocar a asamblea a las siete de la tarde.

Desde el cuerpo de guardia Fernando vio llegar a Ricardo Albert, que se detuvo paracharlar con él breves instantes. Poco después entraron la capitana Aznar y la tenienteJuana, que venían formando grupo con media docena de otros oficiales.

En el espacio de dos horas todo el Batallón se había reintegrado al campamento. A lassiete en punto el corneta dio el toque de asamblea, que fue difundido por todo elcampamento a través de los altavoces profusamente instalados en árboles y postes.

Fernando se dirigió a la gran explanada donde de ordinario se realizaban los ejerciciosen orden cerrado. La tropa formó por compañías con sus oficiales al frente. Elcomandante de cada unidad vino a dar las novedades al oficial de guardia. Faltabanuna veintena de rezagados.

El Comandante Jefe del Octavo Batallón se presentó.

Fernando Balmer le saludó y le dio las novedades. Don Marcelino Aznar hizo un gestode asentimiento, tomó un megáfono eléctrico portátil y se dirigió al Batallón:

- Siento comunicarles que no hay buenas noticias respecto a Redención. No se me hacomunicado oficialmente que es lo que ocurre, pero las impresiones son pesimistas

Salvo contraorden de última hora, este Batallón estará listo para embarcar mañana alas ocho horas. Los jefes de cada unidad se ocuparán personalmente de que la tropatenga su equipo y armamento listo para la revista. No se permitirán equipajesvoluminosos. Unicamente la bolsa de combate. Eso es todo.

El comandante entregó el megáfono al cornetín de órdenes, saludó marcialmente aFernando Balmer y dijo:

- Pueden romper filas.

Fernando correspondió al saludo del comandante, se cuadró ante la tropa y ordenó:

- ¡Rompan filas, ar!

Fernando Balmer se dirigió al cuerpo de guardia para esperar el relevo.

A las siete y media de la tarde el sol artificial de Valera empezó a atenuar su brillo.Fernando entregó la guardia al oficial de turno y se dirigió a su barracón, donde suscompañeros preparaban la cena.

Fernando se dirigió a su cuarto para dejar el sable y la gorra, se lavó las manos yregresó al comedor, donde Leonor Aznar estaba distribuyendo los cubiertos sobre lamesa.

-. ¿Qué rumores corren por la ciudad? - preguntó Fernando.

- Los hay para todos los gustos - contestó la capitana -. Hay quien dice que losnahumitas llegaron a estos planetas poco después de la partida de Valera y seapoderaron de Redención. Otros aseguran que nuestra colonia fue destruida por losHombres de Silicio.

- ¿Cuál es su opinión personal?

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- Cualquier opinión tiene el valor de la gratuidad. Nadie sabe lo que ha ocurrido enRedención, ni siquiera el Estado Mayor General. Pero algo ha debido ocurrir en eltiempo que Valera estuvo ausente de este sistema solar. Personalmente considero muyremota la posibilidad de que los nahumitas llegaran hasta aquí.

- ¿Entonces está pensando en una resurrección de la civilización de Silicio?

- Los Hombres de Silicio estaban allí. Nunca conseguimos echarles. El Reino de Silicioes tan enorme y laberíntico, que nuestras fuerzas nunca llegaron a explorado en sutotalidad. La acción de nuestros antepasados se limitó a una serie de "razias" quedestruyeron las ciudades y la mayor parte de la industria del Reino de Silicio. Se dio porsegura la desorganización del Mundo Tenebroso, pero esto no quiere decir que seexterminara hasta la última criatura de silicio. Si ya es difícil exterminar una plaga deanimales dañinos sobre la superficie de la tierra, piense en las dificultades para sacarde sus madrigueras a una raza de seres inteligentes que disponen de millones derecovecos oscuros donde ocultarse.

Juana y Ricardo llegaron con la cena y la capitana encendió la televisión. El boletíninformativo de aquella tarde fue muy breve. "Se espera que el crucero exploradorOropesa alcance dentro de pocas horas la superficie de Redención".

Estas noticias coincidían con las palabras del comandante del Batallón. Quizás elEstado Mayor General sabía algo más, puesto que el crucero explorador deberíaencontrarse a estas horas muy cerca del planeta, pero lo poco que hubiera investigadoel buque no debía ser muy bueno.

Después de comentar brevemente el asunto, los oficiales retiraron a sus habitaciones,habida cuenta que a la mañana siguiente tenían que madrugar.

En efecto, a las seis de la mañana ya estaba la capitana despertando a todos losocupantes del barracón. Desayunaron y se equiparon con las pesadas armaduras decristal y el "back".

- ¿Donde están sus armas? - preguntó la capitana a Fernando Balmer.

Fernando no las había retirado del depósito. Necesitaba una autorización firmada porsu capitán. Esta le extendió la nota y Fernando se dirigió al almacén.

En el depósito entregaron a Fernando una pistola automática y una subametralladora,así como munición corriente (cartuchos de cristal llenos de pólvora para impulsarproyectiles también de cristal).

Fernando regresó a los barracones, delante de los cuales estaban formadas ya lassecciones que componían la Compañía.

La capitana, que pasaba revista a su tropa llevando bajo la escafandra de cristalazulado, especial para impedir el paso de las mortales radiaciones ultravioleta delespacio, acogió a Fernando con una mueca de impaciencia.

- Ha tardado usted mucho - dijo. Y sin esperar a que el teniente se justificara, añadió: -Venga usted conmigo, le presentaré a su sección.

Fernando siguió a Leonor hasta un grupo de hombres que estaban formados de a tres.La capitana le presentó brevemente a los tres sargentos de la tercera sección.

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- Sargento Francisco Raga. Sargentos Salvador Castillo y María de la luz Rodrigo.

Fernando quedó al frente de su sección. La capitana dio la voz de marcha y lacompañía salió marcando el paso hacia la gran explanada donde ya estaba reunido elOctavo Batallón. La Tercera Compañía formó en su puesto bajo la crítica mirada dedon Marcelino Aznar, comandante jefe del batallón. Este hizo una seña a un cornetínde órdenes, y al toque de "calen escafandras", todos se encasquetaron sus esferas decristal azulado.

Todos los hombres estaban en comunicación directa por radio, de forma que todospodían oírse unos a otros. Fernando se ajustó su escafandra y conectó la radio.Apenas lo hubo hecho dejó de percibir ningún ruido exterior, porque el caparazóncerraba con absoluta hermeticidad.

- ¡Atención! - Gritó la voz del comandante por los auriculares incrustados en el interiorde las escafandras: - Sin perder la alineación. ¡Elévense a trescientos metros!

Hubo un sincronizado movimiento de manos que se dirigían hacia los botones demando, situados en el antebrazo izquierdo de cada soldado.

- ¡Atenciónnnn! ¡Arriba!

Los mil quinientos hombres y mujeres que formaban el batallón se elevaron formandoun bloque compacto, que se inmovilizó al alcanzar la altura prevista. la voz delComandante sonó a través de todos los auriculares:

- Vamos a volar al Norte en formación de Uve. Velocidad de crucero quinientoskilómetros a la hora. Sigan al guía.

El guía llevaba un banderín rojo. Siguiendo al estandarte, la Compañía se desplegó endos alas adoptando la forma de una uve.

Abriendo los reguladores, la formación siguió al guía ganando altura sobre el lago. Estequedó pronto muy atrás. A quinientos kilómetros por hora la oposición del aire era muyfuerte y empujaba las piernas de la tropa hacia atrás, de modo que los pájaroshumanos volaban casi en posición horizontal.

Naturalmente, la formación no habría podido sostener, ni siquiera alcanzar aquellavelocidad, a no ir los hombres protegidos por sus armaduras de cristal. De aquí que laarmadura constituyera el equipo obligado de las tropas especiales o Infantería Aérea.

Al alejarse de la línea del ecuador valerano se apreciaba desde el aire el efecto de unaprogresiva falta de gravedad. Los grandes bosques quedaron atrás, siendo sucedidospor extensas praderas de alta hierba. Más adelante se acabaron las praderas. La duraconsistencia del suelo de Valera aparecía aquí cubierta de una uniforme capa demusgo.

El Batallón se dirigía hacia una cordillera no muy elevada, la cual traspusieron por unamplio valle. A lo lejos se vía una compacta nube roja, verde y gris. Era una de lasbases de la Armada Sideral. El batallón se dirigió hacia un determinado lugar señaladopor un círculo de balizas rojas. Estas balizas señalaban los bordes de un enorme pozode quinientos metros de diámetro. Era un túnel de los que comunicaban con el exteriorde Valera.

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Desde el aire se advertía, en una ladera próxima un círculo blanco de más dedoscientos metros e diámetro con un número de enormes caracteres rojos de pinturafluorescente.

- Ese es nuestro túnel - le oyó decir al Comandante a través de la radio -. Reduzcan lavelocidad a cien kilómetros hora. Aproxímense las alas, entraremos en columna. Yprocuren mantenerse alejados de las paredes del túnel.

Como una nube de avispas, las dos alas de la "uve" se aproximaron una a la otra,siguiendo al guía que picaba desde el aire para introducirse en el pozo.

El túnel, de unos cien kilómetros de longitud estaba profusamente iluminado con hilerasde luces ámbar cada diez metros. Estos focos, impecablemente alineados, parecíanconverger en la distancia como los raíles de una vía férrea. La marcha por este túnel lepareció a Fernando Balmer interminable, una hora para atravesar todo el espesor de lacorteza del planetillo, hasta que al fondo aparecieron unas balizas rojas destellantesformando un círculo.

Estas balizas señalaban el fin del viaje y la entrada directa a la aeronave de transporteque estaba posada sobre la superficie exterior del planetillo.

El acceso al "disco volante medía ciento cincuenta metros de diámetro. Su compuertaera del tipo de diafragma, es decir, formado de gigantescas piezas móviles de "dedona"que cerraban como el diafragma de una cámara fotográfica.

Una orden del Comandante puso la velocidad de la columna en veinte kilómetros a lahora. Poco después la velocidad era reducida de nuevo a diez kilómetros por hora.

- Lleven cuidado ahora, vamos a entrar en el transporte - ordenó el Comandante.

Poco después el Batallón penetraba en un enorme hangar cuyo techo se elevaba aochenta metros de altura.

- ¡Formen las compañías! - ordenó el Comandante.

El transporte, uno de los quinientos de la dotación del autoplaneta, era un enorme discode doce kilómetros de diámetro por uno de altura. Interiormente dividido en cien pisoscada uno de estos tenía una superficie de ciento trece kilómetros cuadrados, siendo lasuma de todos ellos de once mil trescientos kilómetros cuadrados.

En la cara exterior del planetillo, cada uno de estos "discos volantes" ocupaba unadepresión circular comunicada por un túnel con el interior de Valera.

- ¡Atención! - bramó un altavoz -. Que el Comandante de las Fuerzas Especiales dé lanovedad. Vamos a zarpar en cinco minutos.

El Batallón ya estaba formado. Cada oficial contó a sus hombres, los tenientes dieron el"sin novedad" a sus respectivos capitanes, y estos al Comandante don MarcelinoAznar. No faltaba nadie.

El Comandante se dirigió a un teléfono, comunicó con el puente de mando y regresójunto al Batallón.

- Esperen aquí hasta que vengan a buscarles para guiarles hasta sus alojamientos -dijo por la radio.

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Don Marcelino abandonó el hangar en uno de los montacargas. Poco después llegabanun grupo de sargentos y oficiales que acompañaron a las Fuerzas Especiales hasta losdormitorios.

Un "disco volante" era inmenso como una ciudad. Los puentes estaban comunicadosentre si por medio de amplias rampas, gigantescos montacargas y un laberinto deescaleras. Por todas partes surgían las sólidas puertas estancas. Un millón dehabitantes podrían haber encontrado cómodo alojamiento en uno de estos gigantes,pero estas máquinas no estaban acondicionadas como ciudades. Eran los transportesdel Ejército Autómata, formado de millones de "soldados" robot, con suacompañamiento de "tanques" y artillería.

Para Fernando Balmer, entusiasta de todo lo que se relacionara con la Armada Sideral,el encontrarse a bordo de esta aeronave era un acontecimiento feliz.

En cambio, para sus compañeros, el transporte era como un laberinto donde unhombre podía perderse y morir de hambre antes de ser encontrado. Sin embargo, laabundante señalización hacia imposible que esto ocurriera. La monotonía de losinterminables corredores, todos iguales, era lo que confundía la mayoría de las veces.

Como el espacio sobraba, oficiales y tropa fueron alojados en camarotes dobles, cadauno con sus servicios sanitarios, su ducha y sus armarios. E compañero de camarotede Fernando fue el teniente Albert. Ambos se desembarazaron de sus armaduras y"back" para salir después a dar una vuelta por la nave.

Después de andar varios kilómetros, asomarse a los hangares donde estabanalmacenadas las máquinas del Ejército Autómata y curiosear aquí y allá, los altavocesllamaron a las Fuerzas Especiales al comedor.

El comedor era enorme y, aunque carecía de lujos superfluos, resultaba de unaelegancia desconocida para los soldados, pues los restaurantes públicos eran cosa queno existía desde hacia dos milenios en las ciudades, ni en la Tierra, ni en Redención nien Valera.

Para colmo, aquí las mesas estaban servidas por personal del "disco volante", hombresy mujeres jóvenes con chaquetillas blancas; una atención muy delicada de la Armadapara con sus huéspedes. La comida, en cambio, no era diferente de lo que lossoldados estaban acostumbrados, pero no esto no era culpa de la Armada, sino de lacarestía que alcanzaba a todo el mundo. Pero estaba tan bien preparada y tanvistosamente presentada que hasta sabia mejor.

- Atención - clamaron los altavoces -. Se ruega a los oficiales del Octavo Batallón de lasFuerzas Especiales que comparezcan en la sala de reuniones del puente cuarenta ycinco dentro de media hora.

Esto ocurría cuando se servían los postres.

- ¿Para qué nos querrán? - preguntó el teniente Albert.

- Tal vez se ha y a recibido ya información de Redención apuntó el capitán. - Es obvioque el Estado Mayor General ha recibido información hace horas. De lo contrario noestaríamos aquí - dijo la capitana Leonor Aznar. Seguramente nos van a dar a conoceren detalle cuál será nuestra misión.

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- Y digo yo - preguntó la teniente Juana -. ¿Cuál va a ser nuestra misión? -¿ Para quénos quieren?

Naturalmente, nadie conocía la respuesta a esta pregunta. Después de un rato dedivagaciones, la capitana Leonor Aznar dijo poniéndose en pie:

- Mejor vayamos ya. ¿Cómo se hace para llegar al puente cuarenta y cinco?

- Vengan, yo les guiaré - se ofreció Fernando, que se conocía al dedillo la distribuciónen planta y alzado de cada buque de la armada

Un espacioso montacargas les dejaba poco después en el puente cuarenta y cinco.Siguiendo las indicaciones de la abundante señalización llegaron hasta la sala dereuniones, a cuya puerta les esperaba un oficial de la Armada.

La sala era muy espaciosa, climatizada, como todas las dependencias de la gigantescaaeronave. Una larga mesa ocupaba el centro, viéndose en una de las paredes delfondo una gran pantalla. Los oficiales fueron invitados a sentarse a un lado de la mesa,en las elegantes y cómodas butacas rojas de fibra de vidrio.

Un poco intimidados, los hombres de las Fuerzas Especiales se entretuvieron enadmirar las pinturas que cubrían la mayor parte de los muros, excelentes óleosrepresentando escenas de las batallas en que probablemente el "disco volante" habíaintervenido en el pasado.

Como todas las artes, la pintura moderna rayaba a gran altura, como probablemente nose había conocido jamás después de los clásicos de la antigüedad.

No pasó mucho rato hasta que las puertas se abrieron de nuevo y entró el Comandantedon Marcelino acompañando a un grupo de altos mandos de la Armada, entre los quefiguraban un Almirante, un Contralmirante y un Capitán de alto bordo, además de otrosseis oficiales, todos con sus impresionantes entorchados en la bocamanga. Losoficiales se pusieron respetuosamente en pie.

- Siéntense, por favor - dijo el Almirante yendo a ocupar la presidencia de la mesa.

Los mandos de la Armada ocuparon uno de los lados de la mesa, quedando de pie elComandante don Marcelino para decir:

- Excelencia, le presento a mis oficiales. Caballeros, preside el Almirante Jaime Aznar,asistido por su hijo el Contralmirante Miguel Angel Aznar.

Aunque era un Balmer que detestaba profundamente a la "tribu" de los Aznar, no pudoevitar Fernando cierta sensación de pequeñez ante el peso histórico de aquel nobleapellido. El Almirante Jaime era hijo de Fidel Aznar, el hombre que puso los cimientosdel Imperio de Redención e "hizo" al autoplaneta Valera. Era, a su vez, nieto - pordescendencia directa de Miguel Angel Aznar, el fundador de la dinastía, el héroefabuloso que condujo a los exilados del autoplaneta Rayo a Redención para formar laprimera colonia extragaláctica de origen terrestre.

El Almirante Jaime Aznar era el actual comandante del autoplaneta y jefe supremo delEjército Expedicionario Redentor. Para distinguirlo de los demás, este cargo llevabaimplícito el título de "superalmirante". Pero todavía el "superalmirante" seguía siendoFidel Aznar.

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Fidel Aznar, muy viejo y mermado en su salud, era mantenido en estado dehibernación, con el propósito de reanimarle cuando Valera llegara a Redención, dondeel viejo Fidel deseaba morir y ser enterrado.

- Caballeros. - Empezó diciendo el Almirante - seré breve en mi exposiciones. Haceuna hora el pueblo de Valera ha sido informado de la triste noticia. Nuestro crucerosideral Oropesa exploró el planeta Redención, obtuvo millares de fotografías y nosradió la información obtenida. No hay vida en Redención, si exceptuamos algunasespecies animales. Nuestras ciudades, nuestras industrias, todo lo que representaba anuestra civilización fue destruido, y la avanzada cultura que esperábamos encontrar anuestro regreso no existe.

El Almirante pasó la mirada de sus penetrantes ojos sobre los rostros crispados de loshombres que le escuchaban entre sorprendidos y aterrizados. luego siguió:

- Sin embargo, el planeta no está deshabitado. Nuestros detectores registraron laexistencia de una gran actividad en el interior hueco de Redención, donde estuvo yprobablemente sigue estando el Reino de Silicio. Vamos a asistir a una proyección deuno de los filmes más interesantes obtenidos por nuestro crucero explorador. Yo ya lohe visto pero quiero que lo vean ustedes para su mejor información.

El Almirante hizo una indicación a un oficial que estaba de pie a sus espaldas. Mientrasel oficial se dirigía al muro donde estaba la pantalla de televisión de gran tamaño, elAlmirante hizo girar su butaca para ver la filmación.

Se atenuaron las luces de la sala y se encendió la pantalla de televisión.

El film debía tratarse de una selección montada posteriormente en forma de resumen.Con gran interés vieron los oficiales varias escenas de aproximación al planeta.

Redención era un mundo muy bello. Como la Tierra, también lucía con un brillo azul enel espacio. El diámetro de Redención era de veintidós mil kilómetros, contra los docemil ochocientos kilómetros que medía la Tierra. La superficie de Redención era tresveces mayor que la de la Tierra y estaba cubierta por extensísimos océanos y enormescontinentes.

Con todo, la masa de Redención era sólo ligeramente mayor que la del planeta Tierra.Redención era un planeta hueco. La superficie del mundo interior del planeta seestimaba en unos mil trescientos millones de kilómetros cuadrados; dos veces y mediamayor que toda la superficie de la Tierra,

En este misterioso y enorme mundo interior habitaba, desde tiempos muy anteriores ala llegada de los exilados terrícolas, un mundo de naturaleza de silicio iluminado por unsol que emitía radiaciones ultravioleta, invisibles para el ojo humano.

En el filme que Fernando Balmer veía desarrollarse ante sus ojos, el crucero sideralOropesa parecía aproximarse en sucesivos saltos al gigantesco y espléndido planeta.La aeronave penetró la atmósfera del planeta y descendió hacia tierra.

- Este fue el antiguo Reino de Saar - informó el capitán que se encontraba junto a lapantalla -. El crucero fotografió las ruinas de la antiquísima ciudad de Umbita... aquípueden verlo.

En efecto, una imagen ampliada a través de un telescopio electrónico mostraba unamontaña en la que se apreciaban restos de un antiguo templo cuyas columnas

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aparecían segadas casi a ras del suelo. Al pie de la montaña se apreciaban otrasruinas casi totalmente cubiertas por la vegetación.

- Aquí estuvo Madrid - indicó el capitán.

En la imagen, en tres dimensiones y color, aparecían grandes moles de cemento,restos de grandes muros y edificios derruidos entre los que crecía la maleza.

- Los árboles que arraigaron entre los bloques de cemento parecen indicar que hantranscurrido varios siglos desde que la ciudad fue destruida.

A esta imagen sucedió otra de difícil interpretación. Era una Imagen electrónica en laque aquí y allá se iban encendiendo pequeñas luces fluorescentes.

La pantalla de nuestro detector de rayos infrarrojos, capaz de detectar el calor emitidopor un conejo desde diez mil metros de altura. Hay vida en el planeta, especialmentevida animal. Pero es casi seguro que encontremos también seres humanos. Vean ahíesa señal. Parece corresponder al calor emanado por una fogata.

- Después de un silencio, el oficial informó:

- Ahora viene la prueba del detector de neutrinos. La pantalla se tomó súbitamentenegra. Pero en esta lobreguez era perfectamente visible el flujo de una especie delluvia formada por pequeñísimas partículas luminiscentes, que se movían como unacorriente ligeramente ondulatoria.

- El campo magnético del planeta desvía las partículas. El flujo de neutrinos procededel interior del planeta y atraviesa todo el espesor de la corteza para perderse en elespacio - explicó el oficial.

La película llegó a su fin, se encendieron las luces de la sala y el Almirante Aznar hizogirar su butaca para mirar a los sorprendidos oficiales.

- Nuestras conclusiones son altamente pesimistas a la vista de esta información - dijodon Jaime Aznar. No cabe pensar que, por alguna razón desconocida, nuestra coloniaabandonara la superficie del planeta y se trasladara al interior.

El sol del interior de Redención es un sol ultravioleta, altamente perjudicial paranosotros, ¿no es así? - preguntó el Comandante don Marcelino Aznar.

- La naturaleza del sol interior de Redención no había sido científicamente explicada enlos tiempos que Valera zarpó rumbo a la Tierra. Parece que se trata de un fenómenoelectromagnético, en contra de la idea generalizada de un núcleo fluido a semejanzadel Sol. Cabría imaginar que en los siglos transcurridos aquí, nuestra Ciencia podríahaber si capaz de modificar la estructura de aquel sol, o hallar algún medio para hacerinofensivos sus rayos ultravioleta. Pero lo sensato en este caso es desechar todailusión al respecto. Si nuestra humanidad hubiera conquistado el mundo de silicio, noexiste razón aparente para que abandonara el mundo exterior. La lógica másaplastante nos indica que no fue esto lo que ocurrió. La Humanidad de Silicio ya estabaaquí cuando nosotros arribamos a este planeta, incluso había desarrollado unatecnología a nivel de la que tuvo la Tierra hacia finales del siglo veinte. En los dossiglos que siguieron a la arribada del Rayo a este planeta, nuestra colonia estuvodemasiado atareada para ocuparse de los hombres de Cristal. No tuvimos problemascon ellos y casi llegamos a olvidar que existían. Pero los Hombres de Silicio seguíanallí. Si esperaban una oportunidad para atacar a nuestra colonia esa oportunidad debió

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presentárseles a poco de haber partido Valera, pues con el autoplaneta partió nuestraflamante Armada Sideral y el recién creado ejército Autómata. Además, el propioValera la única fuente de "dedona" con la que acorazamos a nuestros buques. Nosabemos a ciencia cierta qué ocurrió aquí, y vamos a tratar de averiguarlo. Para ellohemos montado la "Operación Aguilucho". En este momento volamos hacia Redencióncon un acompañamiento de cien mil buques de combate. Efectuaremos un desembarcoen la isla de Nueva España, donde estuvo la primera ciudad fundada por los terrícolas.Esperamos encontrar entre las ruinas indicios y documentos sobre los cualesreconstruir los hechos que allí tuvieron lugar. Pero ese trabajo de investigación ha sidoencomendado a otro grupo de especialistas. La misión de ustedes será otra. Se tratade penetrar hasta el mismo corazón del Reino de Silicio y obtener toda la informaciónposible acerca de estos puntos esenciales; potencialidad industrial, desarrollotecnológico y composición de las fuerzas armadas del enemigo, especialmente en lotocante a si disponen de una fuerza aérea.

El Almirante Aznar miraba al Comandante al pronunciar estas palabras, pero se dirigióa todos al añadir:

- Los Hombres de Silicio, al menos que sepamos, no conocían el arte de volar en loslejanos tiempos de la conquista de Redención por nuestros antepasados. Sin embargo,es difícil admitir que nuestras ciudades fueran destruidas sin un dominio del aire.Creemos que en la actualidad los Hombres de Silicio disponen de una flota aérea, talvez sideral, y nos interesa mucho conocer el número, la potencia y composición de suflota. Se trata de una misión difícil y muy arriesgada, y también creemos que ustedesson los únicos capaces de llevarla a cabo con éxito. Su información ha de resultar enextremo valiosa para el futuro de las operaciones, y por supuesto, para el futuro denuestro pueblo. Redención ha de ser reconquistada, pero antes de incidir toda acciónnecesitamos saber el precio que tendremos que pagar por esta reconquista... si es queesta a nuestro alcance el poder llevarla a cabo. El Comandante Aznar ha sido instruidoacerca de los detalles de la operación, la cual podrán preparar en los días que faltanhasta que lleguemos a Redención.

Don Jaime Aznar se puso en pie, y todos se levantaron en señal de respeto.

- Caballeros - dijo el Almirante -, ha sido un honor conocerles. Buenas tardes.

El Almirante salió acompañado de su hijo y de algunos oficiales. El resto permanecióen la sala para estudiar conjuntamente con los comandos la operación.

* * *

CAPITULO III

ENCUENTRO CON LOS HOMBRES DE CRISTAL

En los días siguientes, mientras la Flota se aproximaba al planeta, los hombres delOctavo Batallón estudiaron concienzudamente cada detalle de la operación.

De los viejos archivos, de Valera se habían traído los escasos planos que existían delas entradas al Mundo de Silicio. Se suponía que existían millares de grietas en formade túneles, pozos, simas y laberínticos pasadizos que comunicaban con el interiorhueco de Redención, pero los que se conocían con certeza no llegaban al centenar, yde estos apenas si se habían explorado una docena en su totalidad.

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Como consecuencia de esta falta de información los "comandos" no tenían muchodonde elegir. Se estudiaron con detalle cuatro pasadizos entre los más próximos a laisla de Nueva España, y se obtuvieron de ellos copias para ser distribuidas entre losmiembros de la expedición.

También se escogió el material y las armas.

En el mundo de Silicio, que los aborígenes del planeta conocieron en el pasado como"Reino de las Tinieblas", un sol eléctrico emitía radiaciones ultravioleta, invisibles parael ojo humano. Era aquel, ciertamente, un mundo aparentemente tenebroso para el serhumano, pero la utilización de anteojos especiales para captar las radiacionesultravioleta, demostraron la existencia de un mundo exótico donde se desarrollaba unavida muy rica en variedad de especies... de silicio.

Después de comparar ventajas e inconvenientes, se decidió que, puesto la tropa iba amoverse en un medio donde prevalecerían las radiaciones ultravioleta, se adoptaríananteojos especiales para ver en aquellas condiciones -

Estos anteojos o visores consistían en una especie de pequeña pantalla panorámicaque daba una imagen luminiscente de origen electrónico, y estaban alimentadoseléctricamente desde el receptor de ondas electromagnéticas de la caja del "back".

Otro problema a considerar era el suministro de energía eléctrica, sin la cual nofuncionarían los visores ni siquiera los "backs".

Se sabia que los Hombres de Silicio utilizaban de antiguo las ondas energéticasproducidas y enviadas a través de emisoras, pero no se tenía la seguridad de queestas ondas pudieran ser utilizadas también por los "backs" de manufactura. terrestre -

Pero había más, y era que incluso en el más favorable de los casos, esta energía nollegaría al fondo de los túneles. El comando tendría que llevar consigo su propia fuentede energía, o bien renunciar a la utilización de los utilisimos "backs" durante la mayorparte de su recorrido en el interior de los pasadizos.

Se dispuso, pues, que un reactor nuclear acompañara a los comandos.

Gracias a Dios no hubo que improvisar nada a este respecto, pues este tipo dereactores formaban en gran número en las divisiones del Ejército Autómata.

En efecto, el Ejército Autómata estaba formado por máquinas que se movían en el aireutilizando los mismos principios básicos que los "backs", alimentados por ondasenergéticas de transmisión a distancia.

En una operación de desembarco, el Ejército Autómata tenía que ser acompañado porgran cantidad de plantas eléctricas móviles, a fin de garantizar el funcionamiento y laautonomía de las máquinas en todo momento y circunstancia.

Estas plantas eléctricas funcionaban en el interior de grandes esferas de "dedona", quea su vez estaban dotadas de los elementos indispensables para la autopropulsión ydirección. Normalmente se autodirigian siguiendo a las unidades de tierra, pero podíanser dirigidas igualmente por control remoto desde otra esfera guía, o desde tierra através de un aparato de radio.

Otro problema a considerar era la falta de oxígeno en el mundo de Silicio. La atmósferadel interior hueco del planeta estaba constituida especialmente de argón.

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Por lo tanto, el comando tendría que llevar su propia provisión de oxigeno, lo cual veníaa complicar más las cosas, pues además limitaba el tiempo de permanencia de loshombres en el interior del planeta.

Se decidió que acompañaría al comando una planta móvil de energía, que seria dirigidapor otra esfera blindada, la cual serviría a su vez para transportar una provisión deoxigeno de reserva. Si las ondas energéticas de los Hombres de Silicio era utilizablepor los "backs" de los comandos, la planta de energía propia seria abandonada o se laharía regresar.

Con todos estos preparativos y el adiestramiento intensivo de la tropa, los díastranscurrieron rápidamente y la Flota llegó a la vista del planeta.

Fueron aquéllas unas horas de gran tensión, pues, de hecho, se ignoraba todo acercade los Hombres de Silicio. Si tenían una fuerza aérea, cómo estaría organizada y deque medios de defensa y ataque dispondría.

Pero la aproximación al planeta se realizó sin contratiempos, una escuadra fue enviadaen descubierta a rodear el globo y regresó sin novedad. Si los Hombres de Siliciotenían una fuerza sideral, esta debería encontrarse en sus bases en el interior huecodel planeta.

La orden, largamente esperada, brotó al fin de los altavoces, profusamente distribuidosen todo el buque:.

- ¡Atención a las Fuerzas Especiales! Prepárense para desembarcar en una hora.Diríjanse con su equipo y pertrechos al último puente.

Aunque disponían de tiempo suficiente, todos corrieron como locos hacia suscamarotes en busca del equipo. Al teniente Albert la voluminosa escafandra de cristal.Le temblaban las manos.

- Tranquilo, Ricardo - le dijo Fernando -. ¿Qué te ocurre?

- Estoy muy nervioso, no puedo evitarlo. Será la primera vez que entre en combate.¿Sabes lo que eso significa?

- Claro, que pueden matarnos.

- No pienso en eso. No tengo miedo, es otra cosa distinta, me preocupa hacer lascosas mal. ¡Soy un bisoño! Lo que ocurra hoy allá abajo será distinto de todos losejercicios que hemos realizado durante años.

Esto era cierto. Sin embargo, aún siendo también bisoño, Fernando no se sentíapreocupado hasta este extremo. Debía ser cosa de su temperamento.

Los dos oficiales se enfundaron en sus sólidas armaduras de cristal, ayudándose unoal otro al colocarse el "back" en la espalda. También se pusieron los anteojosespeciales para luz ultravioleta, pero sobre la frente, listos para ser bajados sobre losojos con un simple movimiento. Tomaron sus armas y la escafandra y se dirigieron almontacargas -

En el enorme hangar del puente inferior formaron las compañías. Los soldados estabanmuy nerviosos y los oficiales les sometieron a una inspección muy rigurosa, tanto delas armas, como la dotación de municiones y el resto del equipo.

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- Loa altavoces anunciaron:

- ¡Atención, acabamos de penetrar en la atmósfera del planeta! Vamos a abrir laescotilla principal, pero manténganse alejados de ella. Que las Fuerzas Especiales sepongan las escafandras. La atmósfera es todavía muy pobre en oxígeno a esta altura.

- ¡Batallón, cálense las escafandras! - ordenó el comandante.- ¡Y no vayan a olvidarsede abrir la válvula del oxígeno! Enciendan la radio.

La tropa se ajustó las escafandras, se abrieron las válvulas y se conectaron las radiosindividuales. En estas condiciones cada soldado quedaba herméticamente encerradoen su estuche de cristal, respirando de su propia provisión de oxigeno y escuchandosolamente las voces de mando que le llegaban a través de los auriculares del interiorde la escafandra.

En el centro del piso del hangar empezaba a abrirse la escotilla. El redondo agujero sehacía cada vez más grande a medida que se movían las enormes piezas de "dedona".

- ¡Atención el Batallón! - gritó el Comandante a través e la radio- Comprueben susbacks.

La tropa comprobó el funcionamiento de sus aparatos elevándose uno o dos metros yvolviendo a bajar al suelo. La escotilla tenía completamente abiertas sus fauces.Después de una corta espera el altavoz anunció:

- Nos encontramos a diez mil metros de altura. Pueden empezar a saltar. ¡Buenasuerte!

A una orden del Comandante la Primera Compañía avanzó en formación detrás de susoficiales hacia el borde del enorme agujero. Un capitán saltó al vacío con los piesjuntos y la mano derecha sobre el botón del reostato del antebrazo izquierdo. Tras élempezaron a saltar los demás.

El Comandante seguía junto al borde del agujero apremiando a la tropa para que sediera prisa. Cuando le tocó el turno a la Quinta Compañía la tropa salió corriendodesordenadamente detrás de la capitana Aznar. Los hombres rompieron la formaciónrodeando los bordes del agujero y empezaron saltar.

Desde el borde de la escotilla, el teniente Balmer pudo ver el verde lujuriante de lavegetación que cubría la isla a unos siete mil metros por debajo del buque. El cristalazulado de su escafandra amortiguaba la luz, pero aún así podía apreciarse que elbrillo del Sol natural era mucho más intenso que el del sol artificial de Valera. Era otrosol distinto.

Saltó al vacío con los pies por delante, en el más puro estilo de las Fuerzas Especiales,y enseguida hizo girar el botón del reostato para que la fuerza de rechazo del 'back"impidiera acelerar la velocidad del descenso.

A su alrededor vio numerosas esferas que salían del fondo del "disco volante" por unaserie de agujeros y descendían también hacia tierra. El cielo parecía una verbena contodos aquellos globos amarillos, azules y rojos cayendo rápidos y seguros hacia tierra.Descendían directamente sobre las ruinas de una ciudad, en el vértice de la tierra entredos grandes ríos -

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Moviendo los botones de control, Fernando fue a posarse sobre la cima de unmontículo. Junto a él se posaron los soldados que le habían seguido. Miraron a todoslados con recelo.

- ¡Allí! ¡Allí hay uno! Gritó un soldado señalando hacia abajo.

Fernando vio una figura humana que corría dando saltos en dirección a un agujero.

- ¡Vamos, a él! Gritó haciendo funcionar su "back" lanzándose en persecución delfugitivo.

El hombre, puesto que de un hombre se trataba, corría delante de Fenando como ungamo. Pero no podía escapar. El valerano le alcanzó en un momento y cayó sobre élatrapándole en plena carrera - Tras él, los soldados llegaron también precipitándosesobre el fugitivo. Este se debatió desesperadamente entre las manos que le sujetaban.Sus terroríficos aullidos llegaban hasta el interior de la escafandra de Fernando através de un micrófono que reproducía los ruidos exteriores. Hubo un breve y enconadocombate hasta que los valeranos consiguieron inmovilizar al hombre, sentándose sobresus piernas sus brazos y su estómago.

Lleno de asombro, Fernando contempló a su prisionero. El individuo era rubio, alto yextraordinariamente fuerte, Vestía un simple taparrabos y empuñaba una mazaconsistente en un pedazo de hierro afilado sujeto a un mango de madera. Su calzadoera, así mismo, de fabricación primitiva: unos simples pedazos de cuero sujetos a laspantorrillas por cuerdas trenzadas. Iba muy sucio. Una costra de mugre le cubría lasudorosa piel. Sus cabellos despeinados le llegaban a los hombros, y su rostrodesaparecía parcialmente tras la maraña de una abundosa barba.

El hombre, a su vez, contempló a la figura de vidrio que se erguía ante él. En suspupilas brillaba el mismo terror cobarde que Fernando viera en los ojos de algunosperros. Seguro al parecer que no podría escapar, acababa de trocar sus rugidos poruna serie de lastimeros gemidos. Sus bien formados miembros temblabanconvulsamente entre los guanteletes de vidrio maleable de los comandos.

- Póngale en pie - ordenó Fernando

Los comandos del aire levantaron al prisionero

- ¿Quién eres? - le preguntó Fernando-- ¿Cómo te llamas? - El hombre miró temblandoal valerano pero no respondió. Fernando hizo la pregunta en castellano, que era elidioma oficial de los redentores. Repitió la pregunta en lengua nativa. El prisionero dejóescapar unos sonido guturales. Su terror era tan grande que los soldados tuvieron quesostenerle para que no cayera al suelo.

- El miedo le ha dejado mudo - apuntó el cabo de la escuadra.

- Nadie se queda mudo de miedo - gruñó Fernando.

- Tal vez esté en estado tan salvaje que ni siquiera sepa hablar - sugirió uno de lossoldados.

Fernando contempló a su prisionero pensativamente.

- Creo que es nuestro aspecto quien le infunde tanto pavor - Dijo. Y se quitó laescafandra.

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- ¡Hung! - gruñó el hombre al ver aparecer una cabeza bajo el caparazón de vidrio azul.Y sus ojos traslucieron el estupor, la admiración y la alegría que la verdadera identidaddel valerano le causaban.

- ¿Nos habías tomado por hombres de cristal? - le preguntó Fernando, siempre enidioma nativo.

- ¡Hung, hung! - gritó el hombre.

Fernando arrugó el entrecejo.

- Me parece que estamos haciendo el idiota - Gruñó -. Ábranle a boca.

El prisionero echó atrás la cabeza tratando de huir de las manos enguantadas de vidrio.Sin embargo, no pudo impedir que un soldado le apretara con fuerza los carrillosobligándole a abrir la boca.

- ¡No tiene lengua!

- Debí de figurármelo - farfulló Fernando -. Se ve a la legua que es un mudo. Vamos,tráiganlo acá.

El grupo echó a andar hacia un grupo de comandos que estaba junto a una de lasentradas de la ciudad subterránea. La capitana Leonor Aznar habíase desembarazadode su escafandra para infundir confianza a un par de prisioneros que acababan desacar sus hombres por la escalera. Cuando Fernando llegó acompañado del mudo, lacapitana estaba interrogando a los prisioneros en idioma nativo sin obtener de éstosrespuesta alguna.

- ¿Están mudos? - gritó Leonor irritada por el obstinado silencio de los hombres.

Fernando se decidió a intervenir.

- Exactamente. Estos hombres no tienen lengua.

Leonor le lanzó una mirada de desdén.

- ¿Cómo lo sabe?- preguntó.

- Acabo de comprobarlo en la persona de mi prisionero.

Leonor miró perpleja al par de indígenas.

- Ábranles las bocas - ordenó.

El sargento Raga se apresuró a cumplir la orden. Como el nativo capturado porFernando, los dos nativos tenían la lengua casi cortada de raíz.

- ¡Basta! - dijo Leonor haciendo una mueca de repugnancia.

La teniente Juana Aznar salió por el agujero seguida de un grupo de soldados entre losque se debatían tres hombres y cinco mujeres indígenas, todos miserablementevestidos. Ellas eran jóvenes e iban casi desnudas. Todas sus ropas consistían en untrapo de tejido basto arrollado al cuerpo. Su suciedad y desaliño emulaban al de suscompañeros varones.

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- Esta gente es de lo más salvaje - aseguró Juana -. Por lo visto ni siquiera sabenhablar.

Los ojos de Leonor se cruzaron un instante con los de Fernando. La capitana ordenó asus hombres que examinaran las bocas de aquella gente. Todas estaban vacías. Suslenguas habían sido mutiladas bárbaramente.

- ¿Quién habrá hecho esto? - murmuró la teniente Juana.

Hubo un breve y elocuente silencio. Y en esta quietud se escuchó el rugido metálico deun a altavoz que gritaba:

- ¡Atención! ¡Se acerca una partida de hombres de cristal!

* * *

CAPITULO IV

OTRA VEZ LOS HOMBRES DE CRISTAL

La voz de alarma procedía de una de las esferas que hablan quedado de vigilancia enel aire. Hubo un momento de estupor en el que todos miraron a su alrededor y haciaarriba buscando a un invisible enemigo. De pronto, una esfera que estaba situadaencima del grupo de Fernando, a cosa de un centenar de metros de altura, empezó adisparar con todos sus cañones. Siguiendo la trayectoria de los proyectilesrastreadores, Fernando pudo ver en la distancia una miríada de pequeños puntos quese acercaban volando a tremenda velocidad.

- ¡Pronto, cálense las escafandras y busquen donde esconderse! - Gritó la capitanaLeonor. Aznar. Y dando ejemplo de lo que debía hacerse, se encasquetó su escafandrade vidrio y echó a correr hacia el agujero que conducía a la ciudad subterránea.

Fernando la siguió pisándole los talones. Mientras tanto, las esferas que todavíaestaban en el aire se ponían en movimiento saliendo al encuentro del enemigo. Esteempezó a disparar con sus ametralladoras desde quinientos metros de distancia. Lospequeños proyectiles atómicos cayeron en forma de lluvia mortal entre los comandos ylos indígenas que corrían, derribando a muchos de ellos.

El agujero por donde Fernando se introdujo había sido en otros tiempos una de lasescaleras que, dando vueltas al hueco de un colosal ascensor, conducía a las entrañasde Nuevo Madrid. Aquella ciudad, las ciudades terrestres que copiaba, fue construidaen sentido inverso, es decir, que sus enormes edificios se clavaban, en las entrañas dela tierra en vez de erguirse hacia el cielo.

Mientras descendían por la escalera, un puñado de proyectiles estallaron sobre laentrada lanzando escaleras abajo un chorro de cascotes y de hombres heridos.

La capitana se detuvo como avergonzada de su primer arranque de temor. Sobre ellosse escuchaba el estrépito de las ametralladoras enemigas y de los cañones de lasesferas. La capitana y el teniente se apartaron a un lado dejando paso a un alud depedruscos, de comandos y de indígenas que bajaban en confuso tropel en busca de lasprofundidades tenebrosas de la escalera. Cuando hubo pasado el último hombre ydejaron de rodar cascotes, Leonor empuñó con firmeza su fusil y echó escalera arriba.

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Fernando la siguió. Ya no caían proyectiles sobre ellos. Al emerger a la luz del Sol, yalzando los ojos al cielo, pudieron presenciar los últimos momentos de una desigualbatalla. Al atacar impetuosamente a los blindados, los hombres de cristal acababan decaer en una trampa mortal. Las esferas disparaban con proyectiles de espoleta deproximidad, barriendo materialmente las líneas enemigas. Cuando los hombres desilicio comprendieron su error intentaron batirse en retirada, las esferas se lanzasen ensu persecución, volteándoles y precipitándoles al suelo. Luego, los blindados lespersiguieren. El combate se fue alejando hasta que se escucharon muy lejos losestallidos de las explosiones.

El peligro parecía conjurado. Las esferas que estaban en tierra y habíanse elevadopara tomar parte en el combate se inmovilizaren, quedando a la expectativa.

- Bueno - dijo Fernando -. Esto parece que se aclara. Fueren sin duda los hombres desilicio quienes destruyeren esta ciudad y cortaren la lengua a los nativos.

La capitana Leonor se volvió hacia Fernando.

- ¿Cómo lo sabe? - preguntó.

Y moviendo la cabeza salió al encuentre del jefe del batallón, que venía hacia ellosseguido de una escuadra de comandos. Aunque su rostro permanecía invisible tras elcristal azulado de su escafandra era fácil de identificar por la gran estrella queostentaba sobre el pecho de su armadura. Don Marcelino debió reconocer a Leonor poralgo más que por las tres barras esmaltadas que llevaba sobre su abombado peto.

- ¿Hubo muertos o heridos entre sus hombres, Leonor? - preguntó deteniéndose unmomento.

- Creo que sí. Todavía no lo he comprobado. ¿Fueron en verdad los hombres de cristalquienes nos atacaron? - interrogó la capitana.

- Si de eso no cabe la menor duda. Ahora utilizan "backs" como nosotros, pero sonellos, desde luego. Vayan a recoger sus pedazos, y si encuentran alguno con vida no lorematen: tráiganlo aquí. Voy a ocuparme de los nativos.

El comandante siguió adelante y Leonor se volvió hacia Fernando.

- Puesto que está aquí llame a sus hombres - dijo.

Fenando hizo funcionar su aparato de radio llamando a los sargentos de su sección. Unminuto más tarde, los sargentos Luz Rodrigo, Francisco Raga y Salvador Castillo,llegaban seguidos de sus correspondientes pelotones.

- Vamos - dijo Leonor, poniendo en marcha su "back".

Volaron a poca velocidad por encima de las copas de los árboles, escudriñando laenmarañada espesura en busca de los restos de los hombres de cristal.

- ¡Alto! - gritó alguien por la radio -. ¡Acabo de ver uno de esos bichos en el suelo!

- Quienquiera que sea el que ha hablado, que nos guíe - oyó Fernando que decíaLeonor.

Uno de los cabos se destacó del grupo y descendió hacia tierra. El grupo le siguió.Fernando, que sólo había visto a los hombres de cristal en los viejos documentales

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cinematográficos de Valera y en algunas películas de aventuras, sentía la vagainquietud y curiosidad de quien va a enfrentarse con algo que le repugna y atrae a lavez.

La sección aterrizó y los soldados se desparramaron por allí en busca de los restos delas criaturas de silicio.

- ¡Aquí teniente... aquí hay uno! - llamó la sargento Rodrigo haciéndole señas.

Otras voces llamaban desde diversos puntos, dando cuenta de haber encontrado máshombres de cristal. Reprimiendo un instintivo sentimiento de repugnancia, Fernando seacercó al más próximo de aquellos cuerpos y se inclinó sobre él.

Las formas de un hombre de silicio recordaban sólo muy vagamente las humanas. Sucuerpo era un robusto triángulo con la base hacia arriba, dos ángulos que formaban loque pudiera calificarse de hombros y el último ángulo apuntando hacia abajo. En elcentro del lado superior tenía la cabeza: una esfera de cristal transparente en el interiorde la cual se veía una bola colorada que irradiaba unas venas rojas en todos sentidos.

Como los seres humanos, la criatura de silicio tenía dos brazos y dos piernas. Losbrazos estaban rematados por poderosas pinzas como las de las langostas. Los bordesde estas bocas se veían armados de una fila de colmillos, y en el que observabaFernando, una repugnante lengua amarilla se estremecía entre las abiertas fauces enlas últimas convulsiones de la agonía. Las piernas terminaban en otras pinzasatrofiadas que acabaron por adquirir el aspecto de unas garras de ave de presa.

Fernando, que había estudiado la constitución de los hombres de silicio como ejemplode las curiosas formas que la vida podía adoptar en otros mundos, sabia que aquellabola colorada situada en el interior de la cabeza de la criatura era, a la vez, corazón,ojo y oído del hombre de cristal.

Los hombres de silicio no respiraban ni oían los ruidos que se producían a sualrededor.

Pero la Naturaleza no había querido privar a estas criaturas de la gracia de poderintercambiar sus pensamientos, y a este electo les dotó de un lenguaje luminoso, . Pormedio de señales luminosas, emitidas por su rojo corazón, el hombre de cristal podíacomunicar con sus semejantes lanzando una serie de destellos que tenían el valor deun lenguaje. El mismo ojo captaba las señales de sus semejantes y las interpretaba.

Las pinzas no eran sólo las manos de los hombres de cristal, sino también sus bocas.Los estómagos estaban en el interior hueco de los brazos. Estos extraordinarios serescarecían de sexo y se reproducían por si mismos. El hombre de cristal adultoalcanzaba, por termino medio, una estatura de tres metros.

- Mire - dijo Leonor, señalando al hombre de silicio - Eso debe de ser un "back".

Fernando miró detenidamente el aparato. Aunque no fuera exactamente como el suyo,no cabra duda que la máquina que la criatura de silicio llevaba a sus espaldas era un"back" que funcionaba igual al de los valeranos.

Conocedor e a extraordinaria vitalidad de aquellos fantásticos seres, Fernando mirabacon desconfianza al caído. Este debía de haber sido víctima del impacto de unproyectil. La explosión le arrancó un brazo y una pierna, agrietándole su vítreocaparazón. La violencia de la caída debió hacer el resto.

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- Está muerto - dijo Leonor. Vayamos a ver si encontramos otro en mejor estado.

Unos pasos más allá dieren con el gigantesco cuerpo de un hombre de silicio quemedia casi tres metros. Parecía en tan buen estado que despertó en el teniente lasospecha de que se hacía el muerto. Pero en aquel Instante, alguien llamó a lacapitana por radio:

- ¡Eh, capitán: aquí hay un bicho de estos que se mueve!

Leonor alzó la cabeza y se dirigió hacia un comando que le hacía señas desde laespesura. Fernando la siguió, pero en este momento, un ruido a sus espaldas les hizovolver con rapidez.

Lo que vio le heló la sangre en las venas. El hombre de cristal habíase puesto en piede un salto y echando a la funda extrajo una pistola.

- ¡Cuidado!- gritó Fernando. Y se lanzó contra el monstruo asiéndole por la pinzaarmada.

El hombre de cristal, lanzando furiosos destellos por su ojo, alzó el brazo. Fernando sevio levantado en el aire como una pluma y zarandeado violentamente. La pinzaderecha del monstruo le propinó un tremendo golpe en la escafandra. Pero Fernandono soltó.

- ¡Socorro... a mí! - gritó el teniente sin soltar su presa.

Leonor volvió atrás y con ella cuatro o cinco soldados, que se precipitaron a la vezcontra el monstruo. La fuerza de este equivalía a la de todos juntos. Dando reveses adiestra y siniestra fue tumbando aquí y allá a los comandos. Hasta que uno de lossoldados le asió de una pierna y le hizo perder el equilibrio, derribándole al suelo. Hubounos minutos de tremenda confusión. Casi toda la sección, atraída por los gritos de loscombatientes, se volcó en el lugar, arrojándose sobre el monstruo para asirle de dondemejor podían.

La superioridad numérica pudo al fin contra la fuerza del extraño ser. Hubieron de sernecesarios tres hombres para cada brazo y cada pierna antes que el horrible bichofuera inmovilizado.

- ¡Pronto... traigan cuerdas... lianas... lo que sea! - gritó Leonor.

Los comandos cortaron un montón de lianas y maniataron, no sin lucha, al monstruo.

- ¡Uff! - exclamó Fernando poniéndose en pie -. Falto bien poco para que esa bestia nome descalabrara.

- Creo que me ha salvado la vida - dijo Leonor. Y tras una corta pausa, añadió: -Muchas gracias.

- ¡Oh, no hay de qué! - protestó Fernando -. Era también mi vida la que peligraba. Siese bicho llega a disparar, nos liquida a los dos.

Leonor se inclinó y recogió la pistola que el hombre de cristal perdiera en la refriega.

- Mire - dijo mostrándola a Fernando -. ¿Qué le parece?

El joven tomó el arma y le dio vueltas entre sus manos.

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- Está fabricada enteramente de cristal – dijo -. Y aunque el disparador y la culata hansido adaptadas a la forma de las manos de las criaturas de silicio, no cabe la menorduda que es una copia de las nuestras.

- Lo mismo que yo estaba pensando - murmuró Leonor. Y volviéndose hacia lossoldados, ordenó:- Vean si funciona del "back" de ese bicho y suspéndalo de él. Nos lollevaremos a remolque.

Mientras los comandos ejecutaban el mandato, comprobando que el "back" funcionabaperfectamente, Leonor y Fenando dieron una batida por los alrededores pistola enmano. Vieron dos hombres e cristal despedazados y otro que todavía se movía. Lasextrañas criaturas de silicio no tenían esqueleto.

- Vámonos de aquí - dijo Leonor. Es un espectáculo muy desagradable.

- Desde una prudencial distancia, Fernando disparó su pistola contra el hombre decristal moribundo. El diminuto proyectil atómico despedazó al monstruo.

Cuando regresaron junto al prisionero, éste flotaba en el espacio como un globo,suspendido de su "back" y amarrado a una cuerda cuyo extremo sostenía el sargentoSalvador Castillo. Tirando de la cuerda, el grupo regresó a la ciudad derruida. Lossoldados del Octavo Batallón estaban sacando a los indígenas de la ciudad. Losoficiales les obligaban a abrir las bocas, comprobando que todos carecían de lengua.

El comandante estaba comunicando con Valera por intermediación del disco volanteque continuaba suspendido a diez kilómetros de altura sobre la isla de Nueva España.Al salir del blindado desde el cual estuviera conferenciando, don Marcelino Aznar vio alhombre de cristal, que era el centro de la curiosidad de todos los soldados.

- ¡Vaya! - exclamó agradablemente sorprendido -. ¿Está vivo?

- Y coleando - repuso Leonor. Y a continuación le explicó lo ocurrido, sin omitir laparticipación de Fenando Balmer en la lucha.

- Buen trabajo - dijo don Marcelino. Y tomando la pistola que le tendía la capitana de laTercera Compañía la examinó con el ceño fruncido.

Copiada de las nuestras - murmuró pensativamente -. No cabe duda que fueron lascriaturas de silicio quienes rehaciendo su derruido imperio acabaron con la supremacíade los redentores, apropiándose luego de nuestra técnica...

¿Ha reparado en el "back" que utilizaba esta criatura? - apuntó Fenando -.Evidentemente es una copia de los nuestros. Si es como me figuro, el aire debe estarlleno de ondas energéticas. Probablemente de la misma longitud que utilizamosnosotros.

- Su sugerencia es muy interesante. Si es como usted dice probablemente no seránecesario llevar con nosotros la planta eléctrica móvil. Los Hombres de Silicio entran ysalen por esos túneles, y en ellos seguramente existe fluido eléctrico suficiente parahacer funcionar nuestros "backs". De comprobarlo, ello nos daría mucha mayormovilidad. Incluso podríamos penetrar en el Mundo de Silicio por varios túneles almismo tiempo.

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Cinco grupos operando en rutas y lugares distintos tendrían cinco veces másprobabilidades de llegar a alguna parte. Voy a comunicar con el "disco volante" paraque averigüen la longitud de onda que utiliza el enemigo.

El comandante se alejó para regresar a la esfera de Comunicaciones. Las FuerzasEspeciales se habían desparramado por todas partes registrando cada palmo de laderruida ciudad.

En el transcurso de una hora los comandos reunieron en un montón una enormecantidad de los más diversos objetos; viejos utensilios de cocina, cuadros, lámparas,restos de muebles, bicicletas, raquetas de tenis y "sticks"...

- Los subterráneos están llenos de calaveras y huesos humanos - añadió el sargentoCastillo.

También fueron capturados hasta casi un centenar de indígenas. Estos sin embargo nohabitaban en la ciudad, a la que tal vez consideraban un lugar maldito con suabundancia de restos humanos. Pero, en cambio, venían con frecuencia a este lugarpara revolver entre los escombros de utensilios y piezas de metal que luego utilizabanen su rústica industria.

El comandante vino a reunirse con los oficiales a la sombra de un sicómoro de grandesproporciones.

- Comprobado - dijo don Marcelino, que se había despojado de la escafandra y sudabaa chorros -. El aire está cruzado en todas direcciones por las ondas energéticas de lasemisoras del enemigo. Hemos localizado algunas de esas antenas, pero no vamos adestruirlas de momento. La longitud de onda del enemigo es la misma que nosotrosutilizamos. Las usaremos en nuestro provecho.

- ¿Entonces? - preguntó el capitán Lomas, de la Primera Compañía.

- He expuesto a la decisión del Estado Mayor la idea de utilizar varios túnelessimultáneamente para llegar al Reino de Silicio, y les ha parecido una idea estupenda.Cada Compañía operará independientemente de las demás, tratando de aportar cadauna el máximo de información que pueda obtener. Cada Compañía utilizará el pasadizoen el mismo orden que los tenemos identificados. Puede que no todos los túneles seanutilizados por el enemigo. Si en alguno encuentro a faltar energía eléctrica, llamen porradio para que acuda la esfera que les acompañará en su camino.

Leonor Aznar asintió.

- Perfectamente - dijo -. ¿Cuándo hemos de salir?

Tendrán que aguardar a la noche. Sospecho que hay ojos de silicio vigilando cada unode nuestros movimientos. Ellos ven muy mal a plena luz de este sol, porque los rayosultravioleta que también emite este astro llegan muy atenuados a tierra después dehaber pasado a través de la atmósfera. Sin embargo, ven mejor o peor. Pero una vezse oculte el sol, los hombres de silicio no verán una montaña a dos metros de distancia.Saldrán entonces.

CAPITULO V

RUTA DEL INFIERNO

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Un destructor de la flota sideral valerana aterrizó en el centro de la ciudad y echó atierra el equipo pedido por el comandante del batallón.

Mientras el comando recogía todo aquello, el disco volante se acercaba más a tierra ydesembarcaba una división de infantería automática, otra división de blindados y unregimiento de artillería atómica. Evidentemente, el Alto Estado Mayor valeranoproponíase hacer de la isla una inexpugnable cabeza de puente.

Los miembros de la tercera Compañía se reunieron en tomo a la capitana para estudiarla ruta. El túnel por el cual iban a introducirse tenía unos ochocientos kilómetros delongitud. Trescientos kilómetros más abajo de su entrada se bifurcaba en forma de untridente.

- Todos los caminos conducen al mismo sitio - dijo Leonor. Pero debemos explorarlosuno por uno. En cuanto lleguemos a esta bifurcación, la primera sección con la tenienteJuana tomará el camino de la izquierda. La tercera sección, al mando del tenienteFernando Balmer, oblicuará por el corredor de la derecha. Yo y el teniente Ricardocontinuaremos por el pasillo del centro. Nos reuniremos cincuenta kilómetros pordelante de la salida del túnel central. A ser posible, estaremos en contacto continuo porradio.

La capitana entregó un mapa a cada oficial y añadió:

- Comeremos media hora antes de ponerse el sol. Haremos otra comida ligera antes desepararnos en la bifurcación de los túneles. Luego es muy posible que no volvamos aingerir alimentos hasta que salgamos a la superficie del planeta. Llevaremos racionespara tropa en comprimidos, pero ya saben que éstas quedarán inutilizadas por losrayos "Gamma" de cualquier posible explosión atómica que se origine cerca denosotros.

Mientras el sol descendía sobre la cordillera que aserraba el horizonte, el comandantecomió. Cuando el sol acababa de ocultarse tras los montes, la Tercera Compañía tomósu equipo y voló a la altura de las copas de los árboles hacia la cordillera. Sus "backs"utilizaban la energía eléctrica emitida por las emisoras de los hombres de cristal.

Los ortos eran extraordinariamente rápidos en aquellas latitudes. La noche lessorprendió cuando todavía estaban a mitad de camino. Pero no encendieron suslinternas de luz ultravioleta. Leonor temía que hubiera centinelas apostados en lasmontañas, y los hombres de cristal podían ver aquellas luces. Lo único que hicieron fueencender las luces rojas de situación que todos llevaban en la parte de atrás.

Siguiendo la lucecilla de la capitana, que conducía al comando orientándose por labrújula, la compañía llegó al pie del enorme acantilado en el cual se abría a ruta de laque arrancaba el túnel que llevaba a las entrañas del planeta.

Largas generaciones de hombres habían intentado en el pasado impedir la invasión delas bestias de silicio taponando aquella abertura con una muralla hecha de colosalesbloques de granito. La tarea sólo resultó efectiva cuando los primeros terrícolasllegados a Redención, utilizando su avanzada técnica y sus poderosos mediosmecánicos, levantaron un muro de cemento armado equivalente al que hubiera sidonecesario para contener las aguas de un caudaloso río.

Ahora, sin embargo, el formidable muro yacía derribado. Sólo una explosión atómicapudo lanzar a kilómetros de distancia los enormes bloques de cemento que pesaban

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centenares de toneladas, y sólo los hombres de silicio pudieron provocarla para volvera tener libre acceso al mundo de carbono A la difusa claridad de las estrellas, losbloques de cemento adoptaban figuras diversas, pareciendo grotescos gigantesmontando guardia junto a la entrada del Reino de las tinieblas. El comando pasó sobrelos restos de la muralla y penetró en la gruta. Allí se detuvo envuelto en las densastinieblas.

- Pónganse los anteojos - ordenó Leonor. Pero no enciendan las linternas todavía.

Los soldados, inmóviles en el aire, se quitaron las escafandras para colocarse losanteojos, sujetos por un elástico alrededor de la cabeza. Luego volvieron a calarse lasescafandras.

Mirando a través de sus anteojos electrónicos, la oscuridad reinante le parecía todavíamás profunda a Fernando.

- No hay peligro oyó decir a Leonor. Pueden encender sus linternas.

Las linternas colgaban de sendas correas sobre los pechos de las armaduras de cristal.Cuando empezaron a encenderse aquí y allá. Fernando vio surgir un fantásticoescenario de colosales estalactitas que pendían del techo como un bosque petrificado,grandes manchas de musgo y chorrillos de agua cristalina que iban a formar lagos enel suelo. La gruta era enorme. Los rayos de luz ultravioleta se hundían en susprofundidades sin encontrar el fondo.

- Adelante.

El comando se puso en marcha elevándose hasta que tuvieron que zigzaguear paraeludir el topetazo con las pétreas colgaduras de las estalactitas. El techo iba bajando.Las paredes de la gruta estrechábanse. El suelo descendía en una suave pendiente. Alcabo de media hora de marcha, la gruta hablase trocado en un tortuoso túnel por unode cuyos lados se deslizaba un riachuelo de rapidisima corriente.

Aquí los valeranos empezaron a ver dispersas osamentas humanas. Legiones dehombres debían haber pasado por aquí en forzada ruta hacia las entrañas del planeta.Las calaveras y los huesos eran cada vez más numerosos. Toda la compañíamanchaba envuelta en un fantástico silencio, sólo roto por el murmullo del riachueloque les acompañaba y el apagado rumor de alguna estalactita que, desprendiéndosedel techo, rodaba hasta el fondo del corredor despertando medrosos y misteriososecos. Aquí y allá iban apareciendo entre los intersticios de las peñas, misérrimasmuestras de la flora de silicio, que encontrarían reproducida en mayor escala bajo losrayos del sol ultravioleta que daba vida al reino de cristal. Estos arbustos adoptaban lasmás variadas y caprichosas formas. Unos parecían pulpos con la cabeza enterrada ylos tentáculos moviéndose en el aire. Otros eran delicadas volutas de vidrio que al serheridas por los rayos de luz brillaban como primorosos encajes de hielo. Otros, en fin,eran simples bolas de cristal armadas de acerados pinchos. En una u otra forma, estasplantas se hacían más grandes a medida que los valeranos se internaban en el túnel.

- Debieron ser las bestias de silicio quienes arrastraron hasta aquí las semillas - dijoFernando pensativamente.

Pero nadie le contestó. Todos aguardaban en silencio, impresionados, sin duda, por lagrandeza misteriosa del mundo hacia el cual marchaban. Volaban devanando elcorredor a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora. Esto les mantenía en

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constante tensión, muy abiertos los ojos y preparados los músculos para virar aderecha o izquierda siguiendo las tortuosidades del túnel.

Hacíase sentir el calor. El riachuelo dejó de acompañarles para desaparecer por unaestrecha fisura. Bajo sus pies, el fondo del túnel continuaba materialmente cubierto ehuesos. Huesos blancos, descarnados, rotos, triturados.

Llevaban recorridos unos ciento cincuenta kilómetros cuando Leonor Aznar dio la vozde alto.

- Vamos a descansar unos minutos - dijo.

Los soldados hicieron girar sus linternas a todos lados buscando donde descansar. A laderecha había una cornisa que estaba a unos veinte metros de altura sobre el fondodel túnel. Era un buen sitio para hacer alto y el comando se dirigió hacia allí.

Los soldados se despojaron de las escafandras para quitarse los anteojos y enjugar elsudor de sus frentes. En esto escuchóse un sordo rumor que llegaba del fondo deltúnel..

- ¡Silencio! - clamó Leonor, cortando en seco los comentarios que hacían entre siloscomandos -. ¡Apaguen las linternas!

Siguieron unos segundos de silencio. El ruido parecía el que produciría unaapisonadora aplastando el lecho de huesos que cubría el piso del túnel

-¿Cree que se trata de hombres de cristal? - preguntó Fernando -

- Es lo más probable ¿no cree? - repuso la capitana.

- Entonces no hay peligro de que oigan nuestras voces - recordó Fernando -. Lascriaturas de silicio no pueden percibir ningún ruido.

- Es verdad - murmuró Leonor -. Siempre se me olvida.

- Por lo demás - añadió Fernando -, tampoco debe de tratarse de hombres de silicio.Tengo los anteojos puestos. Si fueran hombres se alumbrarían el camino con lámparasde rayos ultravioleta y yo vería esa luz.

Hubo un momento de silencio. Luego volvió a oírse la voz de Leonor.

- Encienda su linterna y apunte hacia abajo.

Fernando tomó la lampara de luz ultravioleta y la encendió, acercándose al borde de lacornisa. Lanzó el haz de luz hacia abajo y entonces pudo ver una manada de hombresesfera que rodaban hacia la salida del túnel, produciendo el extraño rumor de huesostriturados.

- Hombres esfera - dijo Fernando.

Los comandos se asomaron al borde de la cornisa. Medio centenar de linternasapuntaban hacia bajo. Todos pudieron verá la tropa de monstruos.

Ninguna criatura viva era tan original en sus formas como aquellas que los valeranosveían. Un hombre esfera, tal y como su nombre indicaba, no era otra cosa que una bolade cristal dotada de vida. Los hombres esferas carecían de miembros locomóviles

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propiamente dichos. Para trasladarse de un punto a otro rodaban simplemente sobre símismos; a veces, y en lugares llanos, con prodigiosa rapidez.

Tenían, sin embargó, brazos. Podía comparárseles a un globo terráqueo que rodarasobre la línea del Ecuador y tuviera en cada polo un par de brazos articuladosrematados por pinzas. Durante su carrera, cuando el hombre esfera rodaba sobre simismo, aquellos brazos se recogían o tremolaban en el aire, dando un aspectofantástico al extraño ser. Como los hombres de cristal, los hombres esfera tenían uncorazón alojado en el interior de su cuerpo, que era, a la vez, su ojo y su oído.

No podía haberse llegado a un acuerdo acerca de si los hombres esfera tenían o no unlenguaje inteligente; Pero lo que resultaba cierto era que se entendían en sus señasluminosas, al igual que las criaturas superiores de su mundo.

La manada debería estar compuesta por cerca de un centenar de estas extrañascriaturas que rodaban sobre si y ascendían la cuesta ayudándose de sus vítreos brazosarmados de pinzas.

- ¡Qué cosa más horrible! - exclamó la teniente Juana Aznar - ¿Irán a atacar nuestrasfuerzas?

- No lo creo - repuso Leonor - Los hombres esferas son unos simples animales dentrode la escala zoológica del Reino de silicio. Los hombres de cristal los combaten como asus peores enemigos.

El último hombre esfera de la manada se perdió en las lobregueces del túnel. Lacapitana consideró que ya hablan descansado bastante y dio la voz de marcha. Lossoldados volvieron a encasquetarse las escafandras, hicieron funcionar los "backs" ysalieron al centro del corredor manteniéndose lo más cerca posible del techo. El vueloprosiguió así durante tres horas más.

Al llegar a la bifurcación del túnel, el comando se dispuso a descansar a una hendiduraque se abría en la pared del túnel.

- Apaguen todas las linternas y coman todo cuanto tengan gana - ordenó la capitana -.Recuerden que es muy posible que no podamos volver a tomar alimentos en dos o tresdías. Pueden encenderlas luces de situación. Esas no las verán los hombres de cristal.

Los soldados se desembarazaron de las escafandras y empezaron a comer al difusoresplandor de las luces rojas.

Mientras despachaban sus alimentos concentrados, tarea que no iba a entretenerlesmás de tres minutos, el centinela que había quedado apostado en la entrada de la quefisura dio un grito de alarma:

- ¡Atención... Hombres de cristal!

Leonor saltó en pie, poniéndose los anteojos y sé encaminó hacia la salida de la grieta.Los demás oficiales le siguieron. Al ponerse los anteojos Fernando vio que el túnelestaba brillantemente iluminado por potentes reflectores de luz ultravioleta. Sin asomarla cabeza, retirados a tres o cuatro metros dentro de la fisura, los valeranos vierondesfilar una nutrida tropa de hombres de silicio.

Volaban a poca altura del suelo, provistos de "backs". Todos llevaban linternaseléctricas muy parecidas a. las de los propios valeranos e iban formidablemente

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armados y pertrechados. Pasaron con rapidez vertiginosa y se perdieron en ladistancia.

- Esos si que van a pelear con nuestras fuerzas - dijo Leonor.

Los oficiales regresaron al interior de la grieta. Los soldados habían despachado ya susínfimas y altamente nutritivas raciones de alimentos concentrados.

- En marcha dijo la capitana Y volviéndose hacia Fernando y Juana Aznar, añadió.-Bien. Creo que no tenemos nada más que hablar. Cada una de las secciones seguiráuno de los túneles. Nos reuniremos a cincuenta kilómetros por delante de la salida deltúnel central.

- Recuerden que nuestra misión consiste en recoger informes. Rehuyan todo encuentrocon los hombres de cristal y no traben combate con ellos a menos que seaabsolutamente necesario.

- La compañía se fraccionó allí mismo en tres secciones. La capitana y Ricardo Albertestrecharon las manos de Juana Aznar y de Fernando Balmer. Juana echó por el túnelde la izquierda, la capitana y Albert, por el centro, y Fernando por la derecha.

Fernando llamó a sus hombres y emprendió la marcha.

Volaron durante una hora por el túnel, viendo en el suelo gran cantidad de osamentashumanas. Al cabo de esta hora empezaron a oír un profundo y sordo rumor. En elmapa de Fernando estaba consignada la presencia de un profundo precipicio por cuyofondo corría un caudaloso río subterráneo.

- Apaguen las linternas y reduzcan la velocidad recomendó Fernando -. Es muy posibleque encontremos un puente guardado por el enemigo.

Las linternas fueron apagadas y entonces apareció un resplandor azul por el fondo deltúnel. El comando fue a desembocar en una gruta que estaba cortada por un abismode veinte metros de anchura. En la orilla opuesta podía verse un puente levadizoalzado, enteramente, construido de cristal. Media docena de grandes focos de luzultravioleta colgaban del techo, permitiendo ver junto al puente una especie decasamata junto a la que se movían unas figuras de centelleos vítreos.

- Hombres de cristal - murmuró Fernando

Vamos a salvar el precipicio pegándonos todo lo posible al techo.

La sección se elevó hasta casi tocar el techo y avanzó lentamente por entre las afiladasagujas de un bosque de estalactitas. A sus pies rugía toscamente el río subterráneo. Elcañón era tan hondo que los focos de luz ultravioleta no llegaban a desentrañar lastenebrosidades del fondo.

Unos breves minutos bastaron para llevar al comando de una a otra orilla sobre lascabezas de los cuatro hombres de cristal que custodiaban el puente. Entre el puente yla gruta quedaba una plataforma de unos cincuenta metros de anchura. El comandohabiendo llegado a la pared opuesta. Descendió buscando la continuación del túnel.Pero aquí, para sorpresa y disgusto de Fernando, tropezaron con una alta y sólida rejade cristal, a través de la cual brotaba un coro de lamentos.

- ¡Hola! - gruñó el sargento Raga -. Esto no estaba en el mapa.

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Fernando contempló la reja con el ceño fruncido. Era tan espesa que un hombre nopodría pasar por entre sus barrotes, por muy delgado que fuera. A su vez, los barroteseran tan fuertes como el acero.

- ¿Qué es ese ruido? - preguntó el sargento Castillo -. ¿No parece el que haría muchagente junta?

- Creo que hemos dado con una de las famosas cuadras donde los hombres de cristalguardan a los prisioneros humanos que van a servirles de pasto - dijo la sargento Maríaluz.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Fernando. Sus ojos saltaron de la reja a loshombres de cristal.

- No podemos seguir adelante sin abrir o derribar esta reja – dijo -. Y a la vez, nopodemos forzarla sin atraer sobre nosotros la atención de los centinelas.

- Entonces está claro - dijo Salvador Castillo -. Liquidemos a los centinelas, abramos lareja, bajemos el puente y pondremos en libertad a los prisioneros, a la vez quetenemos expedito el paso.

Fernando consideró en silencio la recomendación del sargento. La capitana Aznar lehabía ordenado que no se buscara complicaciones. Pero Leonor Aznar estaba lejos yél era el jefe de su sección.

- Perfectamente – dijo -. Vamos a desembarazarnos de esos bichos y a soltar losprisioneros. El mecanismo que abre la reja y baja el puente debe estar en aquellacasamata. Pero no podemos acercarnos a los guardianes en tanto haya luz. Por lotanto, vamos a romper esos focos y a bajar sobre los centinelas. Nada de tiros,¿entendido? Les liquidaremos por el expeditivo sistema de abrirles el cráneo ahachazos.

La sección Balmer, en su inmensa mayoría, asintió dando muestras de entusiasmo.

- Muy bien - dijo el sargento Castillo -. Cuente conmigo.

- Y conmigo - añadió Raga.

- Yo iré también - saltó María Luz Rodrigo.

- No - repuso Fernando -. Usted, irá con su pelotón a romper los focos eléctricos.Procuren no tallar el golpe ni proyectar su sombra sobre los centinelas. Un solohachazo. Todos a la vez. ¿Entendido?

La sargento asintió dando un cabezazo.

- Usted, Raga, y usted, Castillo, vendrán conmigo contra los centinelas. En cuanto seapaguen los focos esos bichos no verán ni jota, pero nosotros veremos algo gracias anuestras luces de situación, que ellos no verán. Un sólo hachazo para cada cabeza.

Los sargentos asintieron moviendo afirmativamente sus escafandras.

- Los demás se quedarán aquí - añadió Fernando. Y haciendo seña a los sargentosvolvió a elevarse hasta tocar el techo. Este quedaba sumido en sombras por causa delas grandes de los focos. No era fácil que fueran vistos por los hombres de cristal.

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Fernando, el sargento Raga y el sargento Castillo se quedaron encima de loscentinelas, mientras María luz y su pelotón, enteramente formado por muchachas, iba atomar posición sobre los focos eléctricos.

- Quitémonos los anteojos - propuso Fernando a los sargentos -. O de lo contrarioseremos tan cegatos como los propios hombres de cristal en cuanto rompamos losfocos.

Lo hicieron así. Echando atrás sus escafandras se subieron los anteojos electrónicossobre la frente. Entonces quedaron a oscuras, pero fue sólo un instante, hasta que seacostumbraron a un difuso resplandor rojo túnel. Era el resplandor de una hoguera.

- ¡Hola, teniente! Llamó María Luz por radio -. ¡Nosotras estamos preparadas!

- Nosotros también - repuso Fernando echando mano a su pesada hacha de vidrio. Ylos sargentos le imitaron -. ¿Listos? ¡Ahora!

No se produjo ningún ruido cuando la media docena de focos saltaron en pedazos bajoel golpe de las hachas esgrimidas por las valientes comandos. En realidad, ni Fernandoni sus dos compañeros se dieron cuenta del apagón, puesto que no veían ya la luzultravioleta.

- ¡Ya está! - gritó María Luz Rodrigo con acento triunfal.

- ¡Vamos allá! - gritó Fernando a sus acompañantes. Y haciendo girar uno de losbotones incrustados en el antebrazo de su armadura de cristal se lanzó como unhalcón sobre los centinelas.

CAPITULO VI

LA TRAMPA

Al producirse la rotura de los focos, los hombres de cristal quedaron paralizados.Mientras caía sobre ellos, con la velocidad de un objeto abandonado en el espacio.Fernando les vio lanzar destellos por sus corazones luminosos. Conversaban, sin duda,preguntándose en su ininteligible lenguaje las causas del apagón. Uno de los cuatromonstruos se dirigió hacia la caseta moviendo ante sí sus vítreas pinzas, como sítanteara a ciegas el camino.

Temiendo que fuera por una lámpara, o simplemente a mover algún interruptor queencendiera otras luces, Fernando alteró el rumbo en el último minuto y cayó sobre élcon el hacha enarbolada. Escuchóse un escalofriante crujido, parecido al de una nuezcascada. El durisimo filo del hacha de vidrio que empuñaba Fernando hendió el cráneode la criatura de silicio de arriba abajo.

Por el tremendo impulso que llevaba, Fernando efectuó un aterrizaje violento, dandovarias vueltas sobre sí mismo por el suelo antes de detenerse. El acolchado interior decaucho esponjoso de su armadura le libró de las contusiones.

Saltó en pie para ver cómo los sargentos Castillo y Raga caían hacha en alto sobreotros dos de los monstruos, rajándoles las cabezas como sandias Fernando empuñócon resolución su pesada hacha y lanzóse contra el último de los enemigos quequedaba en pie.

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El monstruo se balanceó un momento, se le doblaron las piernas y cayó de bruces enel suelo.

Fernando entró en la caseta a favor del resplandor rojizo que manaba de su lucecilla desituación. A un lado de la puerta vio un cuadro de mandos eléctricos sobre el que a launa pantalla de televisión. Fernando- no sabia, naturalmente, cuál de aquellos mandosservirían para levantar la reja y hacer bajar el puente levadizo, pero supuso quebastaba invertir todos los mandos y así lo hizo.

Al salir de la caseta vio con satisfacción que la colosal plataforma del puente levadizoestaba descendiendo hacia laorilía opuesta del barranco. Echó a correr hacia laentrada del túnel, la reja estaba subiendo y los comandos estaban entrando. Fernandoles siguió, pudiendo ver un ancho corredor en el que habla, a derecha e izquierda,algunas rejas tras las cuales gemía una apiñada multitud. Era de allí de donde salía elresplandor rojo. Los prisioneros de los hombres de cristal se alumbraban conantorchas.

Junto a cada puerta, fuera del alcance de los prisioneros, se veía una palanca. Almover las palancas, las rejas subieron silenciosamente dejando en libertad a lamultitud.

Pero aunque tenían franco el paso, los nativos no se atrevieron a salir. Miraban conojos desorbitados por el miedo a las figuras de cristal que corrían por el túnel,tomándoles sin duda por hombres de silicio de nueva figura.

- ¡Salid... marchaos... sois libres! ~- gritaban los comandos corriendo de celda en celda.Pero los nativos no se movieron.

- Ya saldrán por sí solos en cuanto nos vean lejos - dijo Fernando -. Sigamos.

El comando dejó todas las puertas abiertas y continuó avanzando por el corredor.Fernando ordenó que todos volvieran a colocarse los anteojos electrónicos. Suprevisión resultó acertada trescientos metros más allá. En el corredor donde estabanlos prisioneros los hombres de cristal habían apagado sus focos de luz ultravioletaporque ésta, aún siendo artificial, podía matar en pocas horas a sus prisioneros. Peromás allá, los focos de luz ultravioleta volvían a brillar con una intensidad que disgustó aFernando.

El túnel estaba desierto. Fernando ordenó a su gente que subiera hasta tocar el techo.Unos minutos más tarde desembocaban en una amplia gruta donde reinabaextraordinaria actividad.

La gruta no era otra cosa que una importante estación de ferrocarril. Todo el piso seveía surcado de brillantes rieles sobre los que maniobraban poderosas locomotoraseléctricas que tiraban de largas hileras de vagonetas. El túnel se prolongaba al otrolado de la gruta. Todos los rieles de la estación iban a parar, finalmente, a dos únicasvías que se adentraban por aquella boca.

A la derecha se veía un andén de carga y descarga donde estaban amontonadasmuchas cajas de cristal. Sobre el muelle caían muchas carretillas eléctricas llevandopirámides de aquellas sospechosas cajas. Una cuadrilla de hombres de cristal colocabalas cajas sobre las plataformas de las vagonetas...

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- Bueno - farfulló Fernando -. Parece que nos hemos metido en un mal paso. Va a serdifícil que pasemos al otro lado sin ser vistos.

- ¿Por qué no repetimos la aventura de antes? - preguntó el sargento Castillo -.Apaguemos las luces a golpes y continuemos por este túnel de las vías. No cabe dudaque nos llevará al Reino de Silicio.

Fernando no tuvo tiempo de protestar de aquella descabellada proposición. En estemomento, viéndolos solos, los prisioneros de los hombres de cristal habianse decididoa salir de sus celdas. Solamente que, en vez de huir todos por el puente levadizo, unaturba de ellos se lanzó corredor adelante yendo a parar a la gruta donde el comandoestaba asomado.

- ¡Maldición! - rugió el sargento Raga -. ¿Dónde van esos imbéciles?

La turba se precipitó alborotando en la estación. Los hombres de cristal que estaban enel andén reaccionaron enseguida. Desenfundaron sus pistolas eléctricas y comenzarona disparar contra la multitud.

La primera fila de indígenas cayó fulminada. La segunda línea intentó retroceder, perolos de atrás empujaban obligándoles a avanzar. Todo el túnel estaba atestado dehombres y mujeres que, blandiendo humeantes teas sobre sus cabezas, mugíanapelotonándose con ceguera de bestias.

La segunda descarga de las pistolas eléctricas tendió hombres y mujeres como la hojade una guadaña en un sembrado. Al llegar a este punto, Fenando Balmer comprendióque no era capaz de presenciar impávido aquella matanza. Hubiera muy bien podido,pasar por encima de los hombres de cristal aprovechando la confusión, pero no lo hizo.Empuñó resueltamente su "metralleta", la asió con ambas manos y apoyando la culataen la cadera hízola tabletear lanzando un chorro de pequeños proyectiles atómicoscontra los monstruos de silicio.

Una línea de chisporroteos azules recorrió las filas de los hombres de cristal,encendiendo un rosario, de tremendas explosiones. Volaron en todas direcciones, entreel humo y las llamas, cabezas esféricas, pinzas de brillos vítreos, miembros desgajadosde los troncos triangulares y pedazos de vagonetas y maderos. Una docena deametralladoras, empuñadas por comandos indignados, se unieron a la del teniente,desencadenando un huracán de llamas y sibilantes proyectiles en el centro de lagruta...

Los focos de luz ultravioleta se apagaron, alcanzados por las despedazadas vagonetasy demás proyectiles accidentales que volaban en todas direcciones. Entonces, loscomandos quedaron a oscuras.

El teniente Balmer vaciló entre ordenar que encendieran las linternas u ordenar quenadie las encendiera. En la duda, once o doce linternas fueron encendidas por loscomandos. Los hombres de cristal, que habían quedado ciegos, efectuaron tres ocuatro disparos contra las luces. Pero las pistolas eléctricas eran impotentes contra lostrajes de cristal, totalmente aislantes, que vestían los comandos. Estos contestaron conuna descarga cerrada en la dirección que brillaran los latigazos eléctricos. Nadie volvióa disparar con pistola eléctrica.

Fenando vio entonces a la luz de su linterna que la muchedumbre retrocedía hacia elpuente levadizo. Al fin tomaban el buen camino. Ya no había por qué preocuparse de

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ellos y los hombres de cristal no daban señales de vida. Era, pues, una magníficaocasión para continuar hacia el Reino de Silicio por el túnel que seguía la vía férrea.

- ¡Vamos, muchachos! – Gritó Fernando por la radio -. ¡Adelante... al túnel!

El comando puso en marcha sus eyectores atómicos y se lanzó hacia la pared opuestade la gruta. Pero, entonces, vieron algo inesperado. Una formidable cortina de acerocaía desde el techo cerrando el túnel. Los comandos tuvieron que hacer un rápidoviraje para no estrellarse contra la sólida muralla que acababa de caer cerrando eltúnel.

- ¡Maldición! - bramó Fernando. Y señalando hacia el túnel por el que, acababan deentrar. gritó:- ¡Pronto... atrás! ¡ Retrocedamos!

El comando volvió atrás; penetrando en el túnel y volando sobre las cabezas y lasantorchas de los últimos fugitivos para alcanzar el puente levadizo. Pero al llegar a lasalida del túnel vieron que una segunda cortina de acero surgía de una ranura del sueloy obturaba el túnel con rapidez. Sólo unos, pocos soldados lograron pasar por la fisura,cada vez más estrecha, que quedaba entre la cortina de acero y el techo del túnel. Unode ellos no fue bastante rápido y quedó cogido. La fuerza ascensional de la cortina eratal que aplastó completamente al comando.

Fernando apartó los ojos para no presenciar el espeluznante espectáculo y miró llenode angustia a sus hombres. Con el comando, un centenar de hombres y mujeresindígenas habían quedado también encerrados, entre las dos murallas de acero.Fernando Balmer titubeó unos segundos, inmóvil en el aire y tocando el techo con lacabeza - los soldados, habían quedado igualmente paralizados por la sorpresa.

- ¡Estamos en una trampa! - gritó la sargento María Luz.

- Continuemos adelante - propuso Fernando. Hemos de buscar otra salida.

El comando volvió a volar recorriendo por segunda vez el túnel hasta llegar a la gruta.Fernando viró a la derecha y descendió hacia las tres cuevas que viera antes, desde elaire. Su linterna eléctrica le mostró una de las bocas en forma de arco. Se precipitó porallí, seguido de, sus soldados...

Estaban en un ancho corredor de piso completamente liso. Al fondo, tras una puerta decristales, se veía una luz; una luz ultravioleta, naturalmente. El comando avanzó por elcorredor y entró en una gruta muy espaciosa. Lo que vieron allí les puso los cabellos depunta. Acababan de irrumpir impensadamente en el matadero donde los hombres decristal descuartizaban a sus presas humanas. Había a la derecha una triple barra de laque colgaban de los pies largas hileras de hombres y mujeres desnudos a quieneshabla sido cortada la cabeza. La sangre goteaba sobre unas tinajas de cristal. A laizquierda se veía un largo banco de cristal lleno de miembros humanos.

Fernando hizo un instintivo movimiento de retroceso. Pero se contuvo.

En esto, se escucharon en la gruta, a sus espaldas, unos disparos. Un proyectilatómico estalló contra la puerta de cristales, haciéndola volaren mil fragmentos. Otroproyectil vino inmediatamente detrás, estalló en el fondo de la gruta e hizo volar entodas direcciones un montón de carne humana que esperaba a ser metida en aquellassiniestras cajas de cristal que los comandos vieron cargar sobre los vagones.

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Los soldados que iban a retaguardia con el sargento Castillo volvieron atrás, seapostaron junto a la puerta y barrieron el corredor con una lluvia de proyectilesatómicos. Entre tanto, los comandos iban de aquí allá buscando una salida. Los ojos deFernando descubrieron la boca de lo que parecía un vertedor de desperdicios.Conteniendo sus náuseas, se dirigió allí y empujó la tapa metálica, viendo una rampaque se hundía en el suelo.

- ¡Eh! – Llamó -. ¡Vengan acá!

La sargento María Luz, seguida de su pelotón de esbeltas muchachas, todastemblando de horror, fueron las primeras en acercarse.

Fernando señaló el vertedero.

- ¡Pronto... métanse por ahí!

- ¿Dónde va a dar esto?

- ¿Qué sé yo? - farfulló Fernando -. Supongo que a una alcantarilla... y al río ¿Qué másda?

La sargento sin vacilar más, empuñó resueltamente su ametralladora y se tiró por elagujero. Sus muchachas la siguieron rápidamente y Fernando llamó a los demás. Unotras otro, los comandos fueron desapareciendo por el ensangrentado tobogán.Quedaron solamente dos soldados, el sargento Castillo y el propio Fernando.

- ¡Vamos, muchachos...! - les gritó Fernando -. ¡Yo les cubriré la retirada...! ¡Atrás.Castillo!

- Váyase usted primero - contestó Castillo lanzando una ráfaga de ametralladora a lolargo del corredor.

Los dos soldados saltaron por el vertedero. En este momento, un proyectil atómicoentró por el corredor, chocó en una pared y derrumbó toda la bóveda con tremendofragor. Castillo retrocedió hasta donde estaba el teniente, pero se negó a saltarprimero.

- ¡Vaya usted por delante, mi teniente!

- ¡Cabezota! - rugió Fernando. Y como no era cosa de estar discutiendo con el enérgicoCastillo, se lanzó por la trampa creyendo oír en este instante una terrorífica explosiónatómica en la misma boca del tobogán.

Se sintió deslizar vertiginosamente sobre una superficie lisa y resbaladiza. Descendióun largo trecho por aquella especie de tobogán y de pronto se vio lanzado al espaciopara hundirse unos segundos más tarde en una sustancia blanda que reconoció comoagua.

Sintióse bajar envuelto en aquel fluido y luego percibió el firme empuje ascensional quele daban las cámaras llenas de aire de su armadura de cristal...

Había tenido suerte pensó -. Aquel tobogán por donde los matarifes de silicio debíanechar los desperdicios de sus víctimas humanas iban a parar, tal y como supusiera, alcaudaloso río que se deslizaba por el fondo del cañón. Ahora mismo, al salir a la

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superficie, daría energía a su "back" y se elevaría en el aire regresando al túnel por elque vinieran...

Pero un suceso imprevisto cortó sus optimistas reflexiones. Su ascensión dentro delagua quedó interrumpida al chocar violentamente con la cabeza contra un techo deroca que tenía encima. Fernando pensó haberse equivocado. Levantó una mano... yentonces sintió que sus dedos resbalaban velozmente sobre la superficie pulimentadade un techo de roca.

- Estoy metido en un túnel - pensó.

Y la seguridad de que acertaba le llenó de pavor. ¿Dónde iría a parar aquel río? ¿Talvez al mundo interior de silicio? ¡No! Aquel río no iba a parar a ninguna parte. La fuerzade gravedad del planeta impediría que las aguas subieran hasta el mundo de carbononi descendieran hasta el reino de la naturaleza de silicio. Tal vez después de discurrirdurante miles y miles de kilómetros aquel río se perdiera en las misteriosas fisuras dela corteza del planeta...

Fernando lo comprendió así. Y esta certeza le sumió en un profundo terror. Únicamentele quedaba la esperanza de que el río volviera a pasar por una de las grutascomunicada con uno u otro mundo. ¿Pero llegaría vivo, si acaso llegaba? Ni una solagota de agua entraría a través de las herméticas juntas de su traje. En un mar libre, eltraje volador podía ser utilizado también para convertirse en torpedo humano.

El eyector funcionaba lo mismo en el aire que bajo el agua, siempre a condición,naturalmente, de que la antena del aparato receptor de energía eléctrica asomara fueradel agua. En el presente caso, Fernando podría vivir doce horas respirando del oxígenode los depósitos de su traje. Pero no podía luchar contra la fuerza de la corriente,simplemente, porque no podía sacar la antena de su aparato receptor fuera del aguapara captar la electricidad emitida por las estaciones emisoras de los hombres decristal. Por lo tanto, y a menos que el río volviera a una gruta comunicada con el Reinode Silicio, se vería condenado a errar por las misteriosas rutas de aquel río sinencontrar su fin hasta morir por falta de oxigeno.

CAPITULO VII

UN MUNDO DE CRISTAL

Mientras la corriente le arrastraba, Fernando pensaba en todas estas cosas y sentiaselleno de angustia. Iba a morir y asustado ante la perspectiva de una larga agonía cruzópor su mente el pensamiento de abrir las válvulas de los depósitos de oxigeno para quese llenaran de agua y le arrastraran al fondo acabando de una vez.

Pero éste, era un pensamiento que se contradecía con su vehemente anhelo de vivir.Pensó que Dios no le abandonaría en tan tremendo trance.

Durante dos largas horas, Fernando derivó a impulsos de la violenta corriente endirección desconocida. La falta de energía eléctrica habíale dejado sumido en la másImpenetrable oscuridad. Su cuerpo dejó de golpear con el pulimentado techo de roca,se sintió ascender bruscamente... ¡la linterna de luz ultravioleta se encendió!.

Levantó las manos lanzando una exclamación de alegría. Sus manos se movieron en elaire libre.

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La lamparilla alumbraba por debajo del agua. Fernando no podía ver a su alrededor,pero al poner en marcha su "back", rogando a Dios para que los muchos golpes no lohubieran estropeado, se vio saliendo del agua de un formidable tirón y flotando enmitad del espacio.

Detrás de los anteojos de la luz ultravioleta, las pupilas de Fernando vieron a suizquierda unos puntos de luz que identificó como linternas iguales a las suyas. Estabana unos doscientos metros de distancia.

El "back" elevando al valerano, le llevó hasta dar con la cabeza en un bosque deafiladas estalactitas. Fernando miró hacia aquellas luces. ¿Serían linternas amigas oenemigas?

No. Aquellas linternas sólo podían pertenecer a sus hombres. Y sin pensarlo más, hizofuncionar el eyector de partículas y voló rápidamente hacia las luces. Entonces vio unafaja de arena que formaba una playa sobre la que se movían unas figuras humanas.

- ¡Hola, hombres de la sección tercera de la Tercera Compañía! - gritó por radio -¿Quién vive?

Los que estaban en la playa debían haber visto también la linterna de Fernando.

- ¿Es usted, teniente Balmer? - gritó una voz por los auriculares de Fernando -. ¡Vengaacá... estamos en la playa!

El teniente aterrizó en la playa, viéndose inmediatamente rodeado por un grupo dehombres y mujeres vestidos de cristal, que le palparon como para convencerse de queestaba entero.

- ¡Alabado sea Dios! - exclamó la voz de la sargento María Luz Rodrigo -. Temimos quehubiera muerto.

-¿Cómo llegaron basta aquí? - preguntó Fernando sin caer en la vacuidad de suinterrogación. ¿Cuántos son ustedes?

María Luz le dio los informes que pedía. Habían con ella siete muchachas de supelotón, más diez hombres del pelotón de los sargentos Castillo Raga.

- ¿Qué fue del sargento ¿Raga? - Preguntó Fernando -. No recuerdo haberle vistosaltar por aquel maldito vertedero.

- Aquí no está repuso María Luz -. Unos dicen que le vieron escapar antes que aquellacortina de hierro cerrara el túnel. A mí me pareció verle todavía cuando buscábamosuna salida en aquel horrible matadero; pero no me atrevería a jurarlo.

- Puede que llegue alguien más - dijo Fernando -. El sargento Castillo me obligó asaltar primero. No andará muy lejos. Vamos a explorar el río.

Los comandos saltaron en pie. Sus "backs" habían resistido todos los embates de laáspera peregrinación por el río subterráneo y en cuanto a las armaduras de vidrioestaban fabricadas con un cristal tan duro como el diamante, elástico como el mejor delos aceros. Su resistencia decía mucho en elogio de la industria que los construyó.

Casi todos continuaban conservando sus ametralladoras y aquéllos que las perdierontenían aún sus pistolas automáticas en las fundas de plástico. Aunque diezmados,

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continuaban siendo una unidad combatiente. Fernando les hizo volar a ras de lasaguas explorando el río con las linternas.

Las previsiones del joven teniente fueren prontamente recompensadas. Un bulto seacercó semiflotando entre las aguas. Un soldado ayudó a Fernando a extraerle del río yllevado hasta la playa asido por las axilas. Allí le tendieren sobre la arena y Fernando leechó encima el haz de su linterna.

Sobre el pecho de la armadura aparecieron dos barras esmaltadas. Era, pues, unteniente y como sólo había otro del sexo masculino en el comando, y las formas de laarmadura denunciaban a éste como hombre, Fernando adivinó aún antes de vede elrostro que se trataba del teniente Ricardo Albert.

- Mire, señor - señaló el soldado que le auxiliaba -. Tiene una pierna destrozada.

Fernando miró y vio que, en efecto, Albert tenía rota la pernera de vidrio de laarmadura. Por la rotura escapaba un hilo de sangre.

- Vamos... ayúdeme a quitarle la armadura - apuró Fernando -. Tal vez podamoscurarle.

Al quitarle la escafandra, Ricardo Albert lanzó un, gemido. Fernando sabía que nopodía verle porque sus anteojos electrónicos no recibían corriente del aparato receptorestropeado. Le alzó sus anteojos sobre la pálida frente.

- Albert... - llamó.

El teniente abrió los ojos. Pero no veía el haz de luz ultravioleta que le bañaba el rostro.

-¿Quién... quién llama? – Gimió -. ¡No veo...! ¿Dónde estoy?

Soy yo... Balmer. Acabamos de sacarle del río. No ve usted porque le he quitado susanteojos electrónicos. Vamos a quitarle el traje y ver de cortar esa hemorragia...

Albert hizo una seña negativa con la cabeza.

- Es inútil - susurró en un soplo de voz -. Llevo no sé cuántas horas desangrándome...siento que voy a morir...

- ¡Bah, tonterías! - gruñó Fernando, haciendo señas al soldado para que se apresurara.Y preguntó: -¿Cómo ha venido a parar aquí? . ¿Qué ocurrió?

Albert tardó unos momentos en contestar. Sus ojos, abiertos de par en par, parecieronreflejar todo el horror de alguna escena que acudía a su memoria.

- Una emboscada... todos muertos...

- ¿Qué? - saltó Fernando, creyendo que el herido deliraba.

- Una emboscada... habían dispositivos electrónicos siguiendo todas nuestrasandanzas... pero no lo descubrimos hasta que era demasiado tarde... De prontosurgieron ron disparos por todos lados..

-¿Dónde fue eso? - preguntó Fernando ansiosamente.

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- Nada más salvar el precipicio... donde el río... Había un puente levadizo echado ynadie por allí... Yo recelé... lo dije a la capitana nada más entrar en el túnel... Yentonces... comenzaron a disparar con ametralladoras desde arriba... desde laderecha... desde la izquierda. "¡Atrás... atrás!", gritó la capitana... Y retrocedimos... lospocos que quedábamos... hacia el precipicio... donde el río...

El joven calló respirando entrecortadamente. Fernando no le hizo ninguna otrapregunta. Sabía bastante. Albert cayó al río y la misma impetuosa corriente le trajo a ély a sus hombres hasta aquí arrastró también a Albert... El soldado acababa de quitarleal herido los pantalones de vidrio y movía la cabeza pesimistamente ante la herida.

Fernando fue a echare un- vistazo. Incluso le pareció sorprendente que hubierasobrevivido a aquellas horas de errar entre dos aguas.

- Debe de haber perdido una cantidad enorme de sangre - murmuró el soldado.

Fernando regresó junto a la cabeza del herido, pero éste acababa de perder el sentido.Sobre el río danzaban de un lado a otro las luces de las linternas. Continuaba labúsqueda. Esta dio por resultado la pesca de otro miembro de la segunda sección. Lotrajeren hasta la playa. Era una muchacha y estaba muerta, ahogada por el agua que lehabía entrado por una raja de la escafandra. Mientras examinaba el cadáver, Fernandofue llamado por el soldado que había quedado junto a Albert:

- El teniente Albert acaba de expirar.

Hubo un minuto de silencio.

- ¿Continuamos buscando, señor? - preguntó María luz.

- Déjenlo, creo que es inútil - murmuró Fernando descorazonado. Y señalando los doscadáveres que yacían sobre la arena, ordenó:- Caven dos fosas para estoscompañeros.

* * *

Cuando hubo terminado la sencilla ceremonia de dar sepultura a los cadáveres delteniente Albert y la muchacha. Fernando Balmer miró en torno.

Mientras unos soldados cavaban las fosas en la arena de la estrecha playa. Fernandohabía efectuado una rápida exploración del techo y las paredes de la gruta, buscandola salida, que creía que existiría en alguna parte. El río, después de salir del túnelsubterráneo, volvía a desaparecer en un voraz remolino. En su exposición Fernando nopudo dar con ninguna salida, sin embargo, debe haberla - dijo a los hombres y lasmujeres que le rodeaban - Es preciso que la haya y tiene que ir a parar al mundo desilicio, puesto que la electricidad llega hasta aquí y es electricidad emitida en onda delos hombres de cristal.

La búsqueda, esta vez más despacio, dio por resultado el hallazgo de una estrechagrieta entre las estalactitas del techo.

- Puede que sea y puede que no sea ésta la abertura por donde pasan las ondaseléctricas - murmuró Fernando. Sin embargo, probaremos.

Se introdujo el primero por la grieta. Esta era tan estrecha que sólo permitía el paso deun hombre, y aún esto con mucha dificultad. Pero los "back" venían muy a propósito

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para este difícil escalo, ya que con su ayuda no existía el peligre de una caída al fallarpie.

La ascensión, aún con ayuda de los aparatos era muy difícil y lenta. La grieta enalgunos puntos se hacia tan angosta que los valeranos tenían que recorrerla de travésen busca de un paso más accesible. Naturalmente, no disponían de ningún aparatopara medir la longitud de su ascensión, pero todos llevaban excelentes cronómetros,impermeables e inoxidables, puesto que estaban enteramente construidos de cristal, yel movimiento de estas máquinas les decía que las horas transcurrían con alarmanterapidez. Sólo habían comenzado a consumir el oxígeno de sus depósitos en elmomento de caer al río, porque una válvula inteligentemente dispuesta se cerraba alhundirse en el agua. En el fondo de la gruta había algún oxígeno, pero a medida queascendía, éste faltaba, lo que apoyaba la teoría de Fernando de que estaban saliendoal interior del planeta.

Antes de llegar a ver ninguna luz ultravioleta natural, los comandos se detuvieron paradescansar y rellenar los depósitos de sus armaduras con las botellas que traían aprevención. Algunos habían perdido estas botellas. Les quedaba oxígeno sólo paraocho horas más. El espectro de la muerte por asfixia empezaba a cernerse sobre aquelpequeño grupo, de desesperados. ¿Qué longitud tenía aquella grieta por la que sedeslizaban como salamandras? Sólo Dios lo sabía.

Se hacía sentir el calor. Sudando y barbotando, Fernando Balmer trepó un escalón.

- ¡Luz... luz, muchachos!

Era sólo un vago resplandor, pero luz, sin género de dudas. Se lanzaron volando haciaallí, doblaron un recodo... y un disco de luz les cegó obligándoles a cerrar los ojos.

- El sol ultravioleta del Reino de Silicio - murmuró Fernando muy emocionado -. ¡Quiénme había de decir que me alegraría tanto de verlo!

Estaban en una simple cueva. Por una boca muy baja salieron a la cornisa de unacantilado y miraron en rededor...

La fantasía del hombre era demasiado mezquina para imaginar el aspecto del Mundode Silicio que el comando valerano contemplaba ante sí. Estaban a mitad de la falda deuna montaña, a plena luz del extraterrestre sol ultravioleta y ante sus ojos se extendíaun magnífico bosque... de cristal.

Las plantas no tenían allí el menor parecido con la flora terrestre o redentora. Eranenormes y adoptaban las más variadas, pintorescas y bellas formas, tendiéndose antelos ojos de los valeranos ladera abajo para prolongarse por una llanura que, a lo lejos,cortaba la línea del mar.

Y junto al mar, los expedicionarios pudieron ver la más fantástica y hermosa de lasciudades que conocieran ojos humanos.

El comando permaneció unos minutos silencioso al filo del barranco. Fue FernandoBalmer quien con su sentido práctico de las cosas recordó que pasaba el tiempo ytenían mucho que hacer.

- A menos que les haya ocurrido algo por el camino – dijo -, la teniente Juana Aznarnos estará esperando con su gente en el punto de reunión.

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-¿Por que no tratamos dé entrar en contacto con ellos por radio. - sugirió la sargentoMaría Luz Rodrigo.

- Ya había pensado en ello - repuso Fernando -. Pero no me parece prudente hacerlo.Para comunicar con la primera sección tendríamos que utilizar la onda corta. Loshombres de cristal pueden estar a la escucha y captar nuestra llamada... Quién sabe sino sabrán también interpretarla. Con sus radiogoniómetros fijarían nuestra situación enun instante y nos atraparían. Voy a tratar de hallar el punto de reunión en nuestromapa. No puede estar demasiado lejos.

Tras algunos cálculos y suposiciones, el teniente creyó tener una idea bastanteaproximada del lugar por donde paraba el punto de reunión. El comando se elevó en elaire hasta una altura de veinticinco mil metros y voló quinientos kilómetros en mediahora, llegando al punto de reunión. Una vez hallada la salida del túnel, gracias a ladoble vía férrea que surgía de él, fue cosa fácil volar 50 kilómetros en línea rectaaterrizar en la cima de una colina que era el punto de reunión.

Pero de la teniente Juana Aznar ni su sección no había rastro.

- Tal vez tropezaran también con los hombres de cristal - murmuró María Luz Rodrigo.

- ¡Eh, teniente! - gritó una de las muchachas. ¡Aquí¡ - se acercó llevando un papel en lamano.

- ¿ Dónde la encontró?

- Estaba ahí, clavado en la ramita de un arbusto. Parece escrito en caracteres thorbod.

- Está escrito en caracteres thorbod - dijo Fernando alegremente. Y como en sucondición de oficial del Ejército Redentor conocía el idioma, leyó con facilidad elmensaje:

Era de la teniente Juana Aznar y decía simplemente:

"Llegados al punto de reunión sin novedad, hemos esperado durante tres horasinútilmente. Proseguimos nuestro raid. Estaremos de regreso en el punto de reunión,Dios mediante y si no hay contratiempo, dentro de ocho, horas, a contar desde estemomento, diez treinta horas antemeridiano de Redención. Como no he perdido laesperanza de que alguien llegue hasta aquí, a pesar de tal retraso, dejo la presentenota escrita.- Juana."

- Menos mal que esos llegaron sin novedad - Suspiró María Luz -. ¿Y ahora, qué?¿Esperamos a la teniente Juana Aznar o nos marchamos?

Fernando miró en torno pensativamente. De pronto creyó ser víctima de un desmayo.La luz se iba de sus ojos. El paisaje se oscurecía como si muchas cortinas de gasanegra fueran cayendo rápidamente una detrás de otras.

- ¡Sargento! - llamó. Y le asombró la clara potencia de su voz sonando en el interior dela propia escafandra.

- ¡Cielos! - oyó que gritaba débilmente María Luz -. ¡Estoy perdiendo la vista!

Fernando se volvió, para mirarla, pero en los breves segundos que empleó para girar lacabeza la luz huyó totalmente de sus pupilas, quedando de pie e inmóvil, en la más

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completa oscuridad. Y no sólo las tinieblas le envolvían, sino también un silenciodenso, doloroso... terrible.

No podía comprender qué era aquello que le ocurría. No sufrió ningún desmayo, puestoque conservaba todavía pleno control de sus ideas. Y sin embargo...

- ¡Sargento! - llamó. Y la voz sonó como un cañonazo en el interior de la escafandra.

De pronto comprendió. Comprendió, lleno de terror, que la perdida de la visión y susordera para todos los ruidos fuera de su propia escafandra no obedecía a ningunairregularidad de sus sentidos. Simplemente, las emisoras de los hombres de cristalhabían suspendido sus emisiones de ondas energeléctricas. El sol de aquel fantásticomundo de silicio continuaba arrojando sobre él cascadas de luz ultravioleta... pero él noveía aquella luz. No la veía porque sus anteojos electrónicos no funcionaban sin laenergía eléctrica que les mandaba el aparato receptor. Y por la misma causa, suaparato de radio tampoco funcionaba y no podía escuchar lo que hablaban suscompañeros ni hacerse oír de, éstos. Su 'back", naturalmente, tampoco funcionaría...

CAPITULO VIII

PRISIONEROS DE LOS HOMBRES DE CRISTAL

Fernando Balmer hubiera querido decir a sus hombres que permanecieran quietos...que no se movieran de sus sitios... que esperaran tranquilos el restablecimiento de lacorriente. Pero sin corriente eléctrica los micrófonos y auriculares no funcionaban.

Los soldados empezaron a ir de aquí para allá, chocando unos con otros en mitad de laoscuridad y de aquel opresivo silencio que ponía un zumbido en los oídos. Fernandopodía imaginar sin mucho esfuerzo la escena:

Ocho mujeres y once hombres moviéndose de un lado a otro, tanteando el vacío. Y, enlo que era todavía más terrible, imaginaba también la verdad de lo ocurrido.

Era casi seguro que el corte de fluido no era casual. Tal vez los hombres de cristal,después de examinar el cadáver de Leonor Aznar y los hombres que le seguían,hubieran sospechado la presencia de otros seres humanos en su Reino de Silicio. Elexamen del equipo de la capitana les habría dado a entender que los comandosvaleranos estaban aprovechándose de sus propias ondas energeléctricas para avanzaren el reino de las tinieblas. Y en tal caso no era aventurado suponer que los hombresde cristal procedieron a suspender la emisión de ondas energeléctricas de las emisoraspróximas al comando valerano, dejando a éste inmovilizado y ciego.

Este pensamiento horrorizó al teniente. Podía estar equivocado. Tal vez la interrupciónde las ondas energeléctricas se debiera a una ve ría en las estaciones emisoras...¿quién sabe? Podía ser, incluso, que la sección de la teniente Juana Aznar hubieravolado alguna de aquellas emisoras en su raid por el Reino de Silicio:

Fernando se resignó a esperar. Esperó durante quince largos minutos sufriendo detarde en tarde el choque de alguno de sus soldados, que deambulaban por allí aciegas. Al cabo de este tiempo; Fernando se sintió cogido por alguien.

-¿Quién es? - preguntó aún a sabiendas de que no iba a obtener respuesta.

Alguien le arrebato la metralleta de un tirón. La mano diestra del teniente bajó rápidohacia la pistolera, pero la funda estaba vacía y la mano que buscaba ansiosamente en

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ella fue cogida por una tenaza que le dobló el brazo a la espalda con extraordinariafuerza.

- ¡Hombres de silicio! - exclamó Fernando con terror.

Le esposaron las manos a la espalda. Luego le empujaron obligándole a andar.Descendió dando trompicones la suave pendiente de la colina. Tiraron hacia arriba deél, obligándole a subir un escalón. Los pies de Fernando hollaron un pisocompletamente liso.

Adivinó que acababan de subirle a bordo de una aeronave. No podía imaginar siquierala forma del vehículo que, sin duda, utilizaran los hombres dé cristal para llegar hasta elcomando, pero esto importaba poco ahora. El resto del comando estaba junto a él.Fernando tropezaba con ellos al moverse.

Sintió un suave empuje. Estaban elevándose en el espacio.

Esto era en sí un hecho extraordinario. Cuando los expatriados de la Tierra quecolonizaron Redención lucharon por primera vez contra los hombres de silicio, estascriaturas desconocían en absoluto el arte de volar. Ahora, sin embargo, poseíanaeronaves. Fernando pensó que, de la misma forma que los hombres de cristaladoptaron la técnica de las armas terrestres, debieron apoderase de algunasaeronaves redentoras o, al menos, de la técnica para construirlas.

Fernando supuso que se encontraba con sus hombres a bordo de una especie de falúacon la que ascendían hasta una máquina voladora más grande. Sus suposicionesparecieron resultar acertadas poco después. El aparato que les llevaba se detuvo y losprisioneros fueron obligados a saltar de ella. El suelo que pisaban los pies del comandoera duro y liso, seguramente la cubierta de una gran aeronave.

Siempre empujado por las pinzas vítreas, Fernando anduvo un centenar de pasos y sedetuvo al tropezar contra una pared. Sintió el choque contra su cuerpo de los quedebían ser sus soldados. Quedó quieto un minuto y de pronto la luz volvió a sus ojos.

El paso de la más completa oscuridad a la luz fue tan brusco que el oficial soltó unaexclamación de sorpresa y cerró los ojos. Casi instantáneamente escuchó lasexclamaciones de sorpresa de sus compañeros. Abrió los ojos y miró.

Estaba en una habitación de unos nueve metros cuadrados de superficie, paredes decristal y completamente desprovista de muebles. Con él estaban sus hombres,mirándose unos a otros llenos de asombro. Era evidente que habían comprendidodónde estaban y la naturaleza de los seres que les trajeron aquí.

- ¡Prisioneros de los hombres de cristal! - exclamó María Luz Rodrigo -. ¡Que Dios seapiade de nosotros!

Miró en torno al suelo. En un rincón vio, tendido, un cuerpo humano envuelto en unaarmadura de cristal.

El cristal azul no permitía distinguir los rasgos de la cara detrás de la escafandra, peroen el pecho de la armadura se advertían las tres barras del grado de capitán. Sólopodía ser la capitana Aznar.

- ¡Señorita Aznar! - gritó yendo hasta ella y arrodillándose a su lado.

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Los soldados enmudecieron y se apartaron haciendo corro en torno a la capitana.

Fernando sacudió a la muchacha, levantándole la cabeza. Esta debió abrir los ojos yverle.

- ¡Cielos! .- exclamó incorporándose -. ¿Sueño o son ustedes realmente humanos?

- Somos humanos - contestó Fernando con júbilo -. El teniente Fernando Balmer y loque queda de su maltratada sección.

- ¡Válgame Dios! - exclamó la capitana poniéndose en pie con auxilio de Fernando -.¿Cómo llegaron aquí?

- ¿Y usted? - preguntó a su vez, Fernando.

- Caímos en una emboscada...

- Eso lo sé. Encontramos al teniente Albert moribundo y nos lo refirió. Pero, ¿y despuésde la emboscada? ¿Qué ocurrió?

- Sencillamente, cuando agoté todos los cartuchos de mi fusil y mi pistola, intentésuicidarme. . - pero no me quedaba una sola bala y no tuve tiempo para recargar lapistola. Los hombres de cristal se arrojaron sobre mí y me hicieren prisionera... Mellevaron corredor adelante hasta una gruta donde nos esperaba un automóvil eléctrico.Me metieron en el vehículo y acompañada de tres de esos horribles hombres de cristalviajé por una autopista hasta que llegamos a la salida del túnel. Allí había muy cercadel suelo un destructor aéreo en el que me hicieron subir... y aquí estoy. Hace cosa demedia hora debieron cortar la emisión de ondas energeléctricas. Quedé completamentea oscuras y me dormí. No les oí entrar.

- Recién acabamos de llegar - dijo Fernando -. No sabe cuánto me sorprendió verlaaquí. La tenía por muerta.

- Puede decirse que, prácticamente, todos estamos muertos. Pero cuénteme cómollegaron hasta aquí. ¿Qué les ocurrió?

Fernando refirió, sin omitir detalle, todas sus aventuras desde que se separaron en labifurcación de los túneles.

- ¿Para qué cree usted que nos querrán vivos los hombres de cristal? - terminópreguntando.

- ¡Oh, eso está claro! - exclamó Leonor Aznar. Seguramente querrán interrogarnos...conocer la fuerza y el número de nuestro ejército...

- Naturalmente - dijo Fernando -, hemos de evitar que nos arranquen una confesión deese género. Usted dijo que intentó suicidarse. ¿Por qué no probamos a hacerlo denuevo?

- ¿Cómo? - preguntó Leonor con burla.

- Pues, sencillamente, quitándonos las escafandras. Supongo que pereceremosinstantáneamente por asfixia. Pues supone usted mal. Esta habitación está llena deoxígeno.

Fernando miró en torno.

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- ¡Ah! - exclamó -. ¿de manera que hay oxígeno aquí

- Sí - repuso la capitana lacónicamente.

- ¡Ah! – Exclamó. ¡De manera que hay oxígeno aquí!

La conversación se generalizó entonces. Algunos soldados, horrorizados ante laperspectiva de ser interrogados por los hombres de cristal proponían los más diversosy disparatados medios para quitarse la vida.

Fernando, mientras tanto, reflexionaba.

- Señorita Aznar - dijo volviéndose hacia Leonor ¿Cómo cree usted que se llevará acabo el interrogatorio?

- Sencillamente - repuso la capitana -, nos pondrán delante de una máquina traductoray nos harán preguntas que tendremos que contestar. Ya sabe usted que cuando losprimeros exilados de la Tierra llegaron a este planeta, los hombres de cristal poseíanaparatos que les permitían conversar con los nativos. La voz humana hacía vibrar la luzultravioleta que los hombres dé silicio podían ver. Debieron estudiar el significado decada agrupación de destellos luminosos y confeccionar un diccionario que adoptaba laforma de una máquina traductora. Los nativos hablaban ante un micrófono y suspalabras hacían vacilar la luz de un oscilador. La máquina traductora recogía aquellosguiños de luz en una segunda lámpara, en la cual "leían" las criaturas de silicio.Invirtiendo todo el proceso.. Los hombres de cristal hablaban en su idioma ante lasegunda lámpara, la máquina traducía su idioma a los parpadeos de luz idénticos a losque encendían las voces humanas y un aparato sonoro convertía las vibracionesluminosas en sonidos que los nativos entendían perfectamente.

- O sea - dijo Fernando pensativamente que cabe muy en lo posible que las criaturasde silicio estudiaran también el idioma español y estén "escuchando" todo cuantonosotros hablamos en esta habitación.

- Se me había ocurrido - murmuró Leonor mirando en torno en busca de algún ocultomicrófono. Pero de todas formas, la cosa no tiene demasiada importancia.

- Puede que la tenga - dijo Fernando utilizando ahora el idioma thorbod ó de loshombres grises que siglos antes dominaban todavía en el planeta Tierra -. ¿Cree ustedque esas horribles criaturas de silicio entenderán también la lengua tborbod?

- Espero que no - repuso Leonor en el mismo idioma.

- Muy bien, entonces, continuaremos hablando en thorbod. ¿Por qué estamosbuscando un medio de suicidarnos cuando es tan sencillo hacer que nos maten?Puesto que de todas formas estamos condenados a morir, no importa que fragüemoslos más descabellados planes de fuga, ¿verdad?

Leonor frunció su linda boca en una mueca de sorpresa.

- Ciertamente, no - repuso con lentitud. -

- ¿Pues por qué derrochamos nuestras energías las mentales buscando una forma desuicidio? ¿No seria más útil idear la forma de escapar? Si nos matan en el intento,¿qué habremos perdido sino la vida que tanto nos pesa ahora?

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Leonor guardó un minuto de silencio.

- Confieso que da gusto hablar con usted, teniente Balmer.. Está rebosando lógica portodos sus poros – dijo -. Podemos arrojarnos contra los hombres de cristal cuandovayan a interrogarnos y obligarles a que disparen sus pistolas sobre nosotros... porqueno tengo ni la más remota esperanza de salir con vida de esta aventura.

- Cómo ¡Creía que era usted una chica animosa!

- Y lo era, amigo mío... O creía serio, antes de verme metida en este atolladero.

- Eso no es propio de un miembro de la familia Aznar, ¿verdad? - interrogó Balmer conironía -. Todos los Aznares son valientes.

- Déjese de sutilezas, teniente. Estamos en capilla y ¿todavía tiene ganas de pelea?Por lo demás, las diferencias entre Balmers y Aznares creo que han concluidodefinitivamente. Balmers y Aznares esperábamos encontrar un planeta, Redención rico,próspero y superpoblado de gentes desocupadas que prestarían oído a nuestrasquerellas entusiasmados de hallar un motivo de discusión. Pero no ha sido así.Redención no sólo no ha progresado en catorce siglos, sino que se encuentra en peorestado que cuando nuestros antepasados llegaron aquí para continuar la civilización deque eran portadores. La humanidad de silicio domina éste mundo con más efectividadque antes. Y no sé cómo acabará todo esto, pero vencedores u obligados a buscar unatercera patria, Balmers y Aznares tendrán que volver a estrechar sus manos y reunirsus esfuerzos para sacar adelante esta errabunda y maltrecha humanidad.

Fernando Balmer bajo la cabeza avergonzado.

Leonor Aznar también parecía haberse apeado del alto pedestal de su rango y suestirpe. Durante dos largas horas; los dos oficiales charlaron cordialmente. Al cabo deaquellas dos horas, la puerta de la celda se abrió. En su vano aparecieron mediadocena de hombres de cristal.

Los prisioneros se pusieron de pie retrocediendo instintivamente ante aquellassiniestras figuras. Los monstruos iban armados de pistolas. Eran tan altos que tuvieronque inclinar ligeramente sus cabezas para no topar con el dintel. Entrando en la celda,empujaron a los comandos obligándoles a salir a un pasillo que no difería nada de losque Fernando Balmer había visto á bordo de los buques de la armada sideralredentora.

Todo cuanto veían a su alrededor demostraba quo los hombres de cristal construyeronsus buques copiándolos de los modelos que todavía estaban en servicio en la armadaredentora.

La capitana Leonor Aznar tenía algo que decir al respecto.

- Este crucero es exactamente igual a los nuestros. También el automóvil que me llevóa lo largo del túnel era idéntico a los que nosotros utilizamos en Valera. Los hombresde cristal, al arrollar a nuestra humanidad, debieron de apropiarse de toda nuestratécnica, incluso de la aeronáutica.

-¿Cree usted que en el transcurso de estos catorce siglos, los hombres de cristal hanllegado a formar una fuerza aérea tan fuerte como la nuestra?

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- No lo sé repuso Leonor. Es posible. Desde luego, conocen las propiedades de la"dedona". Si encontraron un yacimiento de este metal, es probable que sus fuerzasaéreas igualen y aún superen a las nuestras.

Andando a lo largo del corredor, los prisioneros llegaron a una habitación dedimensiones bastante grandes. Les obligaron a entrar. En el centro de la estanciahabía unos voluminosos aparatos eléctricos frente a un sillón de acero. Al fondo, trasuna mesa más alta de lo corriente, estaban de pie cuatro gigantescos hombres decristal.

Llevados a empujones por la guardia, los comandos fueron alineados junto a una de lasparedes del cuarto. Los ojos de Fernando fueron a caer sobre las cuatro siniestrasfiguras erguidas tras la mesa. Todos llevaban sobre el pecho unos extraños jeroglíficos,que el valerano pensó serían, tal vez, distintivos de algún rango superior.

Luego, no cabía duda que aquellos cuatro monstruos mandaban y los seis cancerberosobedecían. El "ojo" colorado de uno de los hombres de cristal que estaba tras la mesacentelleó rápidamente, como transmitiendo un mensaje luminoso en un alfabeto Morseininteligible para Fernando.

El "ojo" de uno de los guardianes parpadeó también. De resultas de aquella silenciosa"conversación", dos de los cancerberos avanzaron hacia Leonor Aznar, la asieron unode cada brazo y la llevaron en volandas hasta dejarla frente a la mesa. Iba a empezarel interrogatorio.

CAPITULO IX

INTENTO DESESPERADO

El rojo corazón alojado en el interior de la cabeza del monstruo que parecía dar lasórdenes, parpadeó rápidamente. Uno de los hombres de cristal que estaba junto aLeonor despojó a ésta de su escafandra, depositándola sobre la mesa. Llego fue hastala máquina y movió con sus pinzas algunas palancas. Una lámpara se encendió con luzroja.

El monstruo de silicio, que parecía ir a dirigir interrogatorio, volvió a hacer parpadear surojo corazón. Fernando vio temblar la lámpara roja, e instantáneamente, un altavozhabló en castellano:

- Tú eres oficial en el ejército de las bestias, ¿verdad?

Los comandos se miraron unos a otro con sobresalto. Leonor, que esperaba aquello,permaneció impávida ante sus jueces, con la cabeza erguida y las manos esposadas ala espalda.

- No sé lo que queréis decir.. hombre de silicio - dijo con altanería, dando a entenderque conocía la procedencia de la voz que le hablaba.

La roja pupila del monstruo volvió a centellear. El altavoz habló:

- Sabes perfectamente lo que quiere decir. Son bestias todos los seres de tu mismanaturaleza.

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- El hombre, si a él te refieres - repuso Leonor - es la criatura más inteligente de lacreación. ¿Cómo puedes llamar bestias a unos seres de los que vosotros habéiscopiado la técnica de todo cuanto nos rodea?

- Somos una naturaleza todavía joven - repuso el hombre de cristal por el altavoz -. Porlo demás, no te he llamado aquí para discutir contigo, sino para que contestes a mispreguntas. Queremos saber de dónde venís, cuáles son vuestras intenciones. Nointentes negarte, hemos estudiado vuestra naturaleza y sabemos cómo arrancares losmás grandes gritos de dolor.

- No esperes que conteste a ninguna de esas preguntas - repuso Leonor con altivez -.Puedes emplear los métodos que quieras. No has de arrancarme una sola palabra.

- ¿Quieres decir que estás dispuesta a soportar la tortura?

El hombre de cristal permaneció mudo durante unos segundos.

- Muy bien - dijo finalmente -. Coged esa bestia y ponedla en la silla del tormento.

Los dos guardianes de Leonor, indudablemente, no hablan oído las palabras delaltavoz, pero habían seguido los destellos luminosos del rojo corazón de su jefe, yasiendo a la capitana de ambos brazos, la arrastraren hasta el pie de la silla metálica.Uno de los hombres de cristal le quitó los anteojos electrónicos mientras el otro ladespojaba de las esposas utilizando una llave.

Fernando comprendió que Leonor no osaría hacer ningún movimiento de rebeldía. Amenos que consiguiera apoderarse de una pistola, los hombres de cristal no seconsiderarían en peligro y no dispararían contra ella. Y, por lo demás, Leonor erademasiado débil frente a la fuerza hercúlea de aquellos gigantones de dos metros ymedio de estatura.

- Dando muestras de extraordinaria habilidad, los dos cancerberos despojaren a Leonorde su armadura quitándole pieza por pieza. Leonor apareció a los ojos de Fernandovestida con el ligero traje de los soldados de Infantería Aérea solían llevar bajo elequipo: una simple blusa que le llegaba a la esbelta cintura y un calzón corto. Losesbirros arrastraron a la muchacha hasta la silla y la obligaron a tomar asiento,sujetándole a los brazos del sillón por medio de unas correas - Fernando supuso quese trataba de una silla eléctrica, y sus sospechas no iban mal encaminadas.

- ¿Continúas empeñada en no contestar a mis preguntas? - interrogó el gigante desilicio.

Leonor Aznar ni siquiera contestó. Sus espléndidos ojos negros volviéronse hacia losde Fernando como en buscad e ayuda. El teniente leyó en aquellas pupilas el temor.

- Perfectamente - dijo el hombre de cristal. Y apretó uno de los botones que tenía sobreel tablero de su mesa.

Leonor Aznar se estremeció de pies a cabeza, lanzó lun terrorífico aullido. Fernandosintió erizársele los cabellos de horror. La corriente que sacudía a la capitana no durómás que unos breves segundos. El hombre de cristal interrumpió la corriente ypreguntó:

- ¿Has cambiado de parecer?

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Leonor apretó sus pálidos labios en un gesto de fiera obstinación y movió la cabeza deun lado a otro. El hombre de cristal apretó un segundo botón. Aquella vez, el grito queprofirió la capitana heló la sangre en las venas de los comandos.

- ¡Hable, señorita! - gritó María Luz sollozando -. ¡Estos monstruos la harán pedazos!

- ¡No! chilló Leonor histéricamente -. ¡No hablaré! ¡No... no... no...!

El hombre de silicio apretó el tercer botón. Leonor soltó un chillido soltó un chillidoespeluznante dio un bote en la silla y se desmayó, dejando caer la barbilla sobre elpecho.

Fernando exhaló un suspiro de alivio al comprender que la muchacha ya no sentíaningún dolor.

Uno de los monstruos de cristal asió los cabellos de la joven, le obligó a levantar lacabeza, golpeándola contra el respaldo de la silla y dijo:

- Duerme. Está inconsciente.

- ¡Sacadla de la silla - ordenó imperiosamente el hombre de cristal que dirigía lamacabra escena -. Hablará más tarde, en cuanto se reponga. Estas inmundas bestiasson blandas como el agua. ¡Traed al teniente!

Fernando dio un brinco de sobresalto. Hasta este momento había presenciado elsuplicio de Leonor sufriendo lo indecible, más olvidado que también a él le llegaría elturno. Mientras los esbirros desabrochaban las correas que sujetaban los brazos deLeonor y la sacaban de la silla, otros dos monstruos fueren hasta Fernando sintitubeos, le asieren uno de cada brazo y le pusieren frente a la mesa.

- Ya has presenciado la tortura de tu hembra - bramó el altavoz a la vez quecentelleaba el ojo luminoso del monstruo -. Os hemos permitido conservar esosanteojos para que vierais lo que hacemos con los animales obstinados. Tú hablarás,¿verdad?

Fernando inclinó la cabeza como si meditara. Lo que hacía en realidad era mirar con elrabillo del ojo las pistoleras que sus guardianes llevaban colgando sobre el pecho.Aquellas pistolas tenían una culata y un resorte de disparo adaptado a la especialconfiguración de los miembros aprehensores de las criaturas de silicio. La culata teniala forma de una espátula para asir con las pinzas, y el disparador era un botón situadoen el extremo de este extraño mango. Los hombres de cristal, calculó Fernando,dispararían aquellas armas haciendo presión con la lengua sobre el botón.

Las pistolas, aunque idénticas en los demás detalles a las del ejército redentor, erancasi el doble de grandes, y más podía llamárseles fusiles...

La metálica voz de la máquina traductora arrancó a Fernando de su profundaabstracción:

- ¡Contesta, miserable bestia! - rugió el altavoz -. ¿Vas a contestar a mis preguntas?¿Sí o no?

- No - repuso Fernando lacónicamente.

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- ¡A la silla! - rugió el altavoz a la vez que el monstruo levantaba uno de sus vítreosbrazos señalando el sillón eléctrico.

Los dos gigantes de silicio levantaron a Fernando en el aire y, uno de cada brazo, lellevaron de espaldas hasta el pie de la silla. los dos monstruos de silicio que habíanpermanecido mudos hasta entonces, aprovecharen la pausa para dar consejos aldirector del suplicio:

- Te has precipitado demasiado, Malik. La primera dosis de corriente es bastante fuertepara hacerles gritar de dolor. Esos bichos son muy débiles y quedan dormidosenseguida.

- Este hablará - aseguró el director del infernal concilio.

Entre tanto, los esbirros dejaban a Fenando de pie junto al tendido e inmóvil cuerpo deLeonor Aznar y se disponían a quitarle la armadura. Este era el momento tanansiosamente esperado por el oficial valerano. Rogó a Dios mentalmente para que elmonstruo que iba a quitarle las esposas se adelantara por lo menos dos segundos alque levantaba sus pinzas para despojarle de los anteojos electrónicos.

Puso tirantes las muñecas para que las esposas saltaran apenas quitado el pestillo...las pinzas del otro monstruo iban ya a coger sus anteojos... ¡las esposas saltaron!

Rápido como una centella, Fenando Balmer echó mano a la culata de la pistola quetenía ante sí, colgando del cuello del hombre de silicio, y tiró de ella a la vez queagachaba la cabeza para escapar a las enormes pinzas de vidrio que iban a dejarleciego.

- ¡A ellos, muchachos! - gritó con todas sus fuerzas, plantándose de un salto a dosmetros de distancia de la silla.

Hubo un segundo de general estupor, durante el cual. Fenando apoyó la exótica culatade la pistola contra su hombro forrado de vidrio, dirigió la boca contra los dosmonstruos que habían quedado paralizados y oprimía el arma contra su hombrehundiendo el botón y disparando.

La instrucción de los comandos en la Escuela de Tropas Especiales comprendía largosejercicios para adiestrar a los futuros soldados del aire en una reacción y accióninstantánea, En este sentido, los cerebros humanos demostraron poseer mayoragilidad que los cerebros de silicio.

Fernando Balmer disparó primero contra el que primero demostró hacerse cargo de lasituación, esto es, contra aquél que le quitara las esposas. Tronó el arma y brilló elcegador fogonazo de la explosión atómica. Una explosión así en un cuarto cerradopodía compararse a la de una bomba de mano. Un ciclón barrió el cuarto, lanzando alos hombres contra las paredes, derribando la mesa, volteando la silla y dispersando entodas direcciones pedazos del caparazón del hombre de cristal que encajara el disparo.

Un globo de fuego de dos metros de diámetro brilló cegadoramente en mitad de laestancia, irradiando formidable calor. Fernando sintió su rostro abrasado mientras eraarrojado violentamente de espaldas contra una pared, donde se golpeó con la nuca.

Quedó sentado en el suelo, medio atontado y mirando en torno. Junto a la máquinatraductora yacían los pedazos del hombre de cristal que le quitó poco antes las

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esposas, y unos me tres más allá estaba, con la cabeza abierta, el monstruo de silicioque iba a despojarle de los anteojos.

En realidad, y al menos por aquel momento, eran los anteojos quienes libraren aFernando de quedar ciego. La luz ultravioleta continuaba brillando, y así pudo vertambién que dos de los monstruos de cristal estaban envueltos en confuso montón conlos comandos. Otros dos fueren a parar al rincón opuesto, y entre la pared y la mesa serevolvían los cuatro gigantes de silicio que dirigieran el interrogatorio.

Los dos hombres de cristal del rincón se ponían en pie. Fernando no dudó un sóloinstante. Disparó contra ellos desde la posición de sentado, y un nuevo huracán barrióel cuarto, haciendo resbalar por el brillante piso, hasta dejarlo junto a él, el cuerpo deLeonor Aznar.

El globo de fuego estaba ahora más lejos, pero Fernando volvió a sentir el abrasadorcalor del estallido atómico. Sabía que acababa de recibir una descarga mortal de rayos"gamma", y que sus horas de vida estaban contadas... a menos que consiguiera salirde allí y volar sin pérdida de tiempo hasta reunirse con sus fuerzas, donde los médicossalvarían los glóbulos rojos de su sangre de la total destrucción.

Pero Fernando no confiaba en poder escapar con bastante tiempo, ni siquiera contiempo alguno. Todavía quedaban dos hombres de cristal armados, cuatro gigantescosmonstruos desarmados... y los demás que tripulaban el buque no tardarían en acudiratraídos por el fragor de las explosiones.

Sin embargo, sentía una loca alegría interior. Sabíase dueño de un arma de mortíferopoder destructor. No caería vivo en mano de sus enemigos. Los diabólicos hombres decristal no se recrearían del espectáculo de su dolor, de su angustia y agonía. Nosabrían una sola palabra de sus labios... ni de labios de los demás compañeros. ¡Losmataría a todos! ¡Mataría también a Leonor...!

¿A Leonor? La miró tendida e inmóvil junto a él. ¡Pobre muchacha! La descarga deneutrones de los estallidos atómicos era más grave todavía en ella, puesto que no ibani ligeramente protegida por la armadura de cristal.

En este momento, uno de los comandos se puso en pie. Milagrosamente habíaquedado en libertad al romperse la cadena de sus esposas. Corrió hacia uno de loshombres de cristal que rodaba abrazando con los soldados y recogió una pistolaatómica del suelo. ¡Ya eran dos hombres armados frente a los monstruos!

Los infantes del aire habían reaccionado con rapidez arrojándose contra los doshombres de cristal. Poco podían hacer, estando esposados como estaban. Sinembargo, daban muestras de una fiera voluntad de vencer empujando a los monstruoscon sus cabezas, sus pies y hombros.

Fernando volvió, hacia el rincón donde los cuatro gigantes de silicio se ponían en pietras la mesa... disparó dos veces contra ellos... luego otra...

La habitación parecía un infierno, llena de humo, de fogonazos y de fragmentos demonstruos que surcaban el aire para rebotar como proyectiles contra las paredes. Unaescafandra rodó hasta los pies de Fernando. Era la suya, pero no intentó cogerla,¿para qué?

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Miró en tomo a través del humo y vio que la situación había cambiado. El comandoestaba abriendo las esposas de sus compañeros. Dios sabría cómo dio con la llave enmitad de aquel caos, pero el caso era que la encontró y estaba liberando a los infantesdel aire.

- "Esto cambia de aspecto" - pensó Fenando. Y tomando la escafandra de vidrio se lapuso, ajustándola en cuatro segundos.

En un rincón del cuarto, una docena de comandos bregaban afanosamente con los dosmonstruos de silicio. Por encima del alboroto se veía la mano de la sargento María LuzRodrigo haciendo centellear un par de esposas.

- ¡Sujetadle ese brazo... ahora! ¡Muy bien... el otro... el otro! ¡Tirad hacia aquí...! OíaFenando gritar por sus propios auriculares.

No comprendió qué intentaban hacer sus camaradas hasta que la sargento María Luzse puso en pie triunfalmente. Entre ella y los comandos acababan de colocar dos paresde esposas a los monstruos, uniendo la articulación de la muñeca de uno a la del otro.Luego reforzaron las cadenas, poniéndoles otros pares de esposas en los pies y en losbrazos. De vez en cuando, un comando salía disparado de espaldas al encajar unapatada de los monstruos, pero volvían obstinadamente a la carga, y al fin consiguierondejarles sólidamente maniatados.

Entre tanto, Fenando habíase inclinado sobre Leonor Aznar. La muchacha abrió losojos. Pero sin los anteojos electrónicos no veía la luz ultravioleta, y tampoco nada decuanto ocurría a su alrededor.

- ¡Teniente Balmer! - clamó fijando sus hermosas pupilas en el vacío.

- Aquí estoy.

- ¿Qué es... ese ruido?

- Estamos dando una paliza a los bichos de silicio. Conseguí arrebatarle una pistola aun centinela y la emprendí a tiros con ellos.

¿Tiene todavía pistola?

- Desde luego.

- Entonces, dispare sobre mí.

Fenando la miró a través de sus anteojos electrónicos. Y, de repente, sintió que toda susangre se sublevaba ante la idea de tener que matar a aquella hermosa mujer.

- ¡No! – Rugió -. ¡No morirá!

- ¿Qué dice, teniente? ¿Se ha vuelto loco?

-¡ La sacaré de aquí! ¡No quiero que muera usted, Leonor! ¡Y tampoco yo quiero morir!¡Sargento Rodrigo!

La muchacha acudió rápidamente. Sus soldados estaban luchando a brazo partidocontra el único de los cuatro jefes de silicio que se encontraba en situación de ofrecerresistencia, precisamente el mismo que había dirigido el interrogatorio y el suplicio deLeonor Aznar.

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- ¿Cuántos minutos necesita usted para armar a la capitana con su traje de cristal? -preguntó Fenando a María Luz.

-¡Oh! Solamente tres minutos.

- Vístala en dos - ordenó Fenando poniéndose en pie -

Miró a su alrededor para apreciar la situación. Siete de los diez monstruos yacíandespedazados o inmóviles por toda la habitación. Dos se agitaban convulsamentetratando de romper las cadenas de la docena de pares de esposas que les manteníanunidos de pies y muñecas. Quince hombres y mujeres del comando bregaban con eljefe de los monstruos, aquel llamado Malik, aferrándolo con los pares de esposas quequedaban.

Fernando miró a la puerta. Esta tenía un cierre hermético de presión. El cuarto estaballeno de oxígeno. El teniente se preguntó por qué tardarían tanto en acudir lostripulantes del buque... y entonces recordó que las criaturas de silicio eran totalmentesordas para los ruidos que se producían a su alrededor.

Este recuerdo pareció verter en sus venas un río de sangre ardiente y tumultuosa. ¡Latripulación del buque ni se había enterado de lo ocurrido dentro de aquel cuarto llenode oxígeno, donde seguramente tenían prohibido entrar para que no escapara al aireque mantenía vivos a los prisioneros!

La sargento María Luz Rodrigo, auxiliada por otra muchacha, estaba ya poniendo aLeonor los anteojos electrónicos especiales para ver la luz ultravioleta. Le pusierentambién la escafandra y la cerraron herméticamente sobre el descote con juntura decaucho. Cinco hombres armados de cinco enormes pistolas atómicas rodearon aFenando, después de dejar maniatado a Malik, cuyo rojo corazón centelleabafuriosamente. Leonor Aznar vino también vacilando sobre sus inseguras piernas.

- Todo esto es absurdo, teniente Balmer - dijo la capitana -. Nunca conseguiremoshacemos dueños de este buque.

- Los muchachos no lo creen así - repuso Fenando señalando a los comandos - de locontrario no hubieran luchado para reducir a los monstruos.

Leonor Aznar volvió la cabeza hacia sus hombres y mujeres.

- Bien - dijo la capitana -. Adelante. Nada podemos perder, excepto la vida. Y ésta ya latenemos perdida de todas formas.

Fernando Balmer soltó un gruñido y se encaminó hacia la puerta seguido de los demás.Movió la palanca y tiró con fuerza de la pesada puerta. Salió al pasillo. Todo cuantoveía le resultaba familiar. Había estado ocho meses estudiando las características delas unidades de la Armada Sideral Redentora y su funcionamiento, así como lanavegación astronómica y submarina en la esperanza de pasar como oficial a la flota. Yaunque un tribunal formado por profesores de la familia Aznar le suspendió, estabasuficientemente instruido para moverse con soltura a bordo de un crucero que era fielcopia de los redentores.

- El cuarto de derrota debe estar por ahí - dijo señalando el final del corredor.

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Avanzaron por el brillante y pulido piso de cristal. El corredor formaba un recodo, y alvolver este recodo se encontraren de manos a boca con un grupo de cuatro hombresde cristal que venían en dirección contraria.

Los monstruos de silicio iban armados de pistolas y llevaron inmediatamente sushorribles pinzas a las fundas, lanzando rápidos destellos por sus extraterrestrespupilas.

CAPITULO X

CAMINO DE LA ESPERANZA

Pero los comandos llevaban las pistolas empuñadas y fueron los primeros en disparar.Cuatro proyectiles atómicos volaron a lo largo del corredor, estallando entre loshombres de cristal.

Brillaron cuatro cegadores globos de fuego. Un puñado de pinzas y fragmentos dehombre de cristal volaron pasillo adelante como proyectiles, derribando a buen númerode comandos.

Hubo un momento de confusión, durante el cual los que habían quedado de pieayudaron a incorporarse a los caídos. En esta pausa, Fernando Balmer alzó los ojoshacia una lucecilla que se encendía y apagaba rápidamente cerca del techo. Conocíasu significado. Al producirse cualquier explosión atómica a bordo del buque, undispositivo automático daba la alarma y cerraba los compartimentos estancos. No erafácil que pudieran llegar en estas condiciones a la cámara de derrota. Sólo nos quedala esperanza de llegar a la cubierta de botes y tomar alguna chalupa.

El grupo, ya repuesto de los brutales golpes, estaba en pie y echó a correr atrás,volviendo a pasar ante la habitación donde se desarrollara la primera batalla.

Al doblar un recodo vieron en el suelo una redonda escotilla que conducía a la cubiertainferior.

- ¡Por aquí! - gritó Fernando.

Debajo de la escotilla había una escalerilla, por la que Fernando descendióvelozmente. Se vio en un corredor idéntico al de arriba. Dos metros más allá había otraescotilla abierta en el suelo. El joven se descolgó por una segunda escalerilla. Al finalestaba la "cubierta de botes".

Esta consistía en un ancho departamento, una especie de corredor tres veces másancho que los de arriba. En el centro, y a una distancia de veinte metros unas de otras,se veían cuatro sólidas escotillas empotradas en el piso. Fernando se dirigió hacia lamás próxima, hizo girar el volante de presión y llamó en su auxilio a los hombres queacababan de bajar tras él.

- ¡Vengan... ayúdenme!

Tres hombres unieron sus fuerzas a las de Fenando tirando de la pesada tapa haciaarriba. Esta giró sobre unas bisagras y al abrirse encendió automáticamente una luzque habla debajo. Esta luz, como todas las de a borlo, era ultravioleta, Fernando pudover por el agujero un compartimento en el que había alojado una aeronave de finaslíneas. En el techo de este aparato, que en la Armada Sideral Redentora recibía el

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nombre de "falúa", se abría una escotilla de acceso que coincidía con la abertura de latrampa que los comandos acababan de levantar.

- Salten - ordenó Fernando señalando el agujero.

Los comandos se arrojaron por allí, yendo a caer dentro de la falúa. Fernandopermaneció de pie junto a la escotilla, apremiando con voces y ademanes a los quetodavía estaban bajando por la escalerilla de la cubierta superior. Leonor llegójadeando y se detuvo junto al teniente.

- ¡Vamos! - chilló Fernando -. ¿A qué espera? ¡Salte por ahí!

- Soy el capitán de este comando - repuso la muchacha Me corresponde saltar enultimo lugar.

- ¡Tonterías! - exclamó Fernando -. ¡Salte!

Leonor Aznar continuó inmóvil. Mientras tanto, los miembros del comando seguíancayendo en la cubierta de botes e introduciéndose por la escotilla hasta la falúa.Fernando asió a Leonor Aznar de la cintura, la empujó hacia la escotilla y la forzó abajar.

La cabeza de Leonor desapareció por el agujero. El último de los comandos sedescolgó del piso superior y llegó junto a Fernando.

- ¿Queda alguien más?

- Nadie.

- ¡Salte!

El soldado se tiró por agujero y Fenando le siguió. Cuando se introducía por el agujerovio descender por la escalerilla las garras de un hombre de cristal. Pero el joven no seentretuvo siquiera en disparar contra el monstruo. Se acabó de descolgar y apretó elbotón que cerraba la escotilla. La trampa de metal caía cuando brilló el fogonazo deuna explosión atómica. Esta no hizo más que ayudar a la compuerta a cerrarse.

Fernando se dejó caer de pie dentro de la falúa. La luz habíase encendido tambiénautomáticamente en la falúa al abrirse la escotilla de acceso. Fenando pudo ver que ladistribución interior era lo único que se diferenciaba de las aeronaves de este tipo,utilizadas por los buques de la Armada Redentora. En las aeronaves valeranas, losbotes de salvamento tenían filas de sillones con cinturones de seguridad. Pero loshombres de cristal desconocían el uso de las sillas. Ellos no se sentaban jamás, y poreste motivo la falúa carecía de asientos. En cambio tenía unos pasamanos a los quelos monstruos debían asirse mientras la embarcación navegaba.

- ¡Cierren la escotilla! - ordenó Fernando. Y abriéndose paso entre los comandos fuehasta la proa del aparato.

El piloto tenía asiento. Su puesto estaba situado por una especie de palquillo, rodeadode un pasamano de cristal. Fernando se introdujo en el palco y empezó a mover laspalancas y botones del cuadro de mandos. Leonor Aznar fue a situarse tras susespaldas.

- ¿Cree que sabrá poner en marcha este chisme? - preguntó.

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- ¡Oh, desde luego!, - aseguró Fernando distraídamente.

Se escuchó el zumbido del motor atómico al ponerse en marcha. Fernando movió losmandos. Una compuerta se abrió debajo de la falúa precipitándola al espacio. La luzdel sol irrumpió en la cabina acristalada.

- ¡Oh, miren! - señaló Leonor a través del cristal.

Fernando miró y vio que estaban cayendo sobre una gran ciudad de cristal, donde losedificios adoptaban las formas de cúpulas, de las que sobresalían altísimos y esbeltosminaretes rematados de afiladas agujas. Los caparazones, que no medirían menos deun kilómetro de diámetro, formaban dibujos geométricos sobre la superficie del suelo.Por entre los edificios se velan calles, brillantes como espejos, por las que circulabangran número de automóviles.

Mas aunque la ciudad era muy original, y hermosa, Fernando Balmer sólo le dedicóuna superficial mirada. Echando adelante la palanca aceleradora miró al través de loscristales de la cabina hacia el crucero del que acababan de desprenderse. Este estabasuspendido en completa inmovilidad sobre la urbe y, al menos por entonces, no dabaseñales de ponerse en movimiento.

La falúa partió como un rayo sobre la línea de la costa, en cuyo litoral estaba enclavadala populosa ciudad de cristal.

- ¿Cree usted que encontraremos una salida hasta el mundo exterior? - preguntó lacapitana.

- Si esta ciudad es la misma que yo vi al emerger a este endemoniado mundo, creo quesí. Nosotros vimos una ciudad costera desde las montañas y luego volamos milkilómetros hacia la izquierda hasta dar con el punto de reunión.

- Las montañas podían ser aquellas, de la izquierda - señaló Leonor Aznar.

- Sí, eso espero. Porque si no damos en los próximos diez minutos con el túnel pordonde usted llegó, no tendremos oportunidad para buscar una nueva salida. El crucerose pondrá a perseguirnos, a menos que lancen tras nosotros sus chalupas, en cuyocaso no es probable que nos alcancen.

La ciudad y la aeronave de la cual acababan de es capar quedaban rápidamente atrás,empequeñeciéndose en la distancia. Volaban a unos cinco mil kilómetros y treinta milmetros de altura, siguiendo desde lejos el contorno de la costa. Leonor Aznar golpeóligeramente, el brazo de Fernando, llamando su atención hacia una gran isla que acabade surgir frente a ellos y hacia la derecha. Toda la isla era a modo de un gigantescoportaaviones. Sobre una dilatada llanura se veían millares y millares de aeronaves,cuyas características eran fiel copia de los buques de la Armada Sideral Redentora.

Esto confirmaba los recelos de los valeranos. La humanidad de silicio, evidentementeno sólo se apropió la técnica aeronáutica de los terrícolas, sino que había encontradoalguna fuente de dedona, habilitando con este prodigioso metal una fuerza aérearealmente formidable.

La isla, con sus millares de buques siderales, quedó prontamente atrás. Fernandosugirió a sus compañeros que miraran atrás por si les perseguían.

- No - dijo la sargento María Luz -. Nadie nos persigue por ahora.

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Fernando hizo virar a la falúa hacia la cadena de montañas. Redujo la velocidad parapoder observar el terreno. Unos instantes después veían centellear en el suelo unaancha cinta plateada que reverberaba a los rayos del sol ultravioleta.

- Debe de ser la autopista por la cual me trajeron a mí - arguyó Leonor.

- Si es así no tendremos más que seguirla para dar con el túnel.

Fernando redujo todavía más la velocidad y descendió a sólo mil metros de altura. Aesta distancia del suelo, y a mil quinientos kilómetros por hora de velocidad, la tierraparecía una rueda de amolar que girara en sentido inverso a la dirección de marcha dela aeronave. La carretera seguía en escrupulosa recta a través de un terrenoligeramente ondulado y cubierto de bosque. La lejana cadena de montañas parecíacrecer en altura ante los angustiados ojos de los fugitivos. La autopista abandonó sumonótona recta y empezó a serpentear por entre las estribaciones de la cordillera.

Casi de repente, Fernando vio surgir ante él la pared de un acantilado de cuyo pie, y dela boca de una gruta, nacía la autopista.

- Ese es el túnel por donde yo salí - aseguró Leonor señalando a la gruta.

El teniente tiró de la palanca aceleradora reduciendo la velocidad a quinientoskilómetros por hora e hizo descender a la falúa hasta que la quilla de ésta pareció tocarla carretera. El boquete abierto en el acantilado se ensanchó como la boca de ungigante que fuera a tragarles en un bostezo. Unos segundos más tarde, la aeronaveentraba como un bólido en un enorme túnel, fastuosamente iluminado por una séptuplehilera de focos de luz ultravioleta.

Fernando puso en funcionamiento el radar para que éste le avisara con algunaanticipación de las curvas del túnel. En esto vieron venir en dirección contraria unariada de automóviles y camiones eléctricos que rodaban hacia el Reino de Silicio. Elvolumen y el desorden del impotente tráfico tenía todas las trazas de una precipitadaretirada.

- Yo diría que aquí va a pasar algo gordo - refunfuñó Fenando -. Me escama muchoque nadie nos haya perseguido ni cortado el paso.

Leonor Aznar permaneció en actitud meditabunda durante un minuto. Al cabo alzó lacabeza y dijo:

- Tal vez haya tenido lugar una gran batalla en tierras de Nueva España y nuestrasfuerzas se dispongan a penetrar por este camino.

- Esa podría ser la causa por la cual nadie se preocupa de seguirnos - repusoFernando -. Si los hombres de silicio han sido derrotados y se retiran perseguidos pornuestras fuerzas, la acción inmediata de nuestros enemigos será cegar este túnel,volándolo con un explosivo atómico.

-¿Quiere decir que si no nos persiguen es solamente porque saben que no tendremostiempo de atravesar este túnel ni llegar a la superficie del planeta?

- Sí, eso es lo que creo - repuso Fernando lúgubremente.

El vuelo prosiguió en mitad de un opresivo silencio.

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No se escuchaba más ruido que el sordo zumbar del eyector atómico que impulsaba ala falúa túnel adelante. Fernando Balmer tuvo que hacer una considerable reducción desu velocidad al comenzar las tortuosidades de la subterránea rata. Continuabanpasando en dirección contraria densas columnas de automóviles y camiones atestadosde tropas y nutridos escuadrones de infantería aérea equipada de "backs".

Los tripulantes de la lancha cohete aérea miraban ansiosamente ante sí a través delparabrisas, temiendo ver a cada recodo del túnel la cola de aquella interminable sierpeguerrera que discurría por las entrañas del planeta. La interrupción del tráfico habla designificar forzosamente la inminente voladura del túnel, era por esto por lo que suscorazones aceleraban y retardaban los latidos cada vez que la pequeña aeronavedoblaba una curva.

Pero el tráfico parecía interminable. Al cabo de una hora, de vuelo empezaron aescasear los automóviles y los escuadrones de infantería aérea., Un torrente deesferas metálicas que flotaban' en el vacío, moviéndose con asombrosa ligereza,sustituyó al tráfico rodado.

Blindados - murmuró Leonor Aznar. Por lo visto, los hombres de silicio equiparon suejército con toda suerte de máquinas copiadas de las nuestras.

Entre las esferas de dedona pasaban también plataformas volantes, sobre las que seveían unas grandes cúpulas metálicas de las que sobresalían un par de cañones. Eraartillería atómica, plataformas para el lanzamiento de proyectiles cohete.

- Ahora sí que se acerca el final - dijo Fernando.

Y no se equivocó. La columna en retirada llegaba a su término. De pronto dejaron depasar máquinas guerreras. El túnel se ofreció ante la falúa limpio, silencioso,brillantemente iluminación y desierto. Unos kilómetros más allá se cruzaron conalgunos grupos de blindados y un denso escuadrón de infantería aérea que no prestóla menor atención a la aeronave.

- ¿No podemos ir más deprisa? - preguntó uno de los soldados.

- No - repuso Fernando sin volver la cabeza- El túnel es por momento más tortuoso. Siaumentamos la velocidad es casi seguro que nos estrellaremos en una de lasrevueltas, y en tal caso habremos perdido incluso la remota esperanza de salvaciónque nos queda ahora. No sabemos cuándo se producirá el estallido de los explosivosatómicos. Si se retrasara un poco... solamente un poco...

Fernando calló, y el más mortal de los silencios volvió a imperar a bordo de laaeronave. El joven teniente comenzaba a sentir los efectos de las descargas deneutrones en su sangre. Una fiebre altísima comenzó a dominarle. Sin embargo, calló.Leonor Aznar había recibido una descarga peor y nada decía. No iba a ser él más débilque una mujer.

Pero se equivocaba respecto a la fortaleza de Leonor.

Esta comenzó a mover los pies nerviosamente. Sus largas manos enguantadas envidrio asiéronse desesperadamente a la barandilla que rodeaba a Fernando... y depronto exhaló un fuerte suspiro y cayó redonda al piso.

Los comandos se precipitaron hacia ella.

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- ¿No podríamos quitarle la escafandra, señor? - preguntó la sargento María luzRodrigo.

Fernando ladeó la cabeza prestando oído a un suave murmullo que parecía llegar delexterior.

- Sí – dijo -. Creo que, sí. Me parece que oigo silbar el aire... lo que significa que yaestamos más cerca de la superficie del planeta.

Mientras las muchachas atendían a su capitana, Fernando vio deslizarse bajo susplantas un grupo de rapídísimos automóviles. Tal vez se tratara del grupo dedemolición que los hombres de cristal habían dejado atrás, entretenido en preparar lavoladura del túnel...

El tiempo, que antes se le antojara larguisimo, le pareció a Fernando ahora que seinmovilizaba. Tiritaba de frío y sudaba a la vez. Pensó en los glóbulos rojos de susangre como unos pobres bichitos que se caían de espaldas unos tras otros, yexperimentó una honda amargura al pensar que, después de tantas fatigas, iba a morirde todos modos sin tener la dicha de ver cómo acababa todo aquello.

Conducía de un modo puramente automático. El túnel pareciale un pozo. Un pozo en elcual caía sin hallar nunca su fondo... Curva a derecha... curva a izquierda... frenar...acelerar... volver a frenar... Y rechinaba los dientes con rabia, diciéndose que había dellegar al final pese a quien pesare.

De pronto la carretera pavimentada terminó. La falúa dejó atrás una gruta, pasó por untúnel donde el piso era de granito y se encontró en un espacio ancho... volando sobreun largo puente.

Era el precipicio por cuyo fondo corría el río que, unos kilómetros mas abajo, arrastró aFernando Balmer y a su sección. Allí fue donde la capitana Leonor Aznar cayó en unaemboscada. Allí también donde el bravo teniente Ricardo Albert fue alcanzado por undisparo y precipitado al hondo río para acompañar de cerca a Fernando en su largaperegrinación por el cauce subterráneo.

Al otro lado del puente estaba la boca del túnel, negra como boca de lobo. Fernandoencendió los focos de proa de la falúa y se internó por el corredor sintiendo que elcorazón le golpeaba fuertemente en el pecho. ¿Dónde habrían puesto los hombres decristal la carga atómica que hundiría el túnel? La lógica le decía, que en la bifurcaciónde los pasadizos... y la bifurcación estaba cerca. Si la explosión se retrasara un poco...si aguardara un poco más... sólo unos, minutos...

Pero la explosión no podía retrasarse. Se produciría exactamente cuando losabominables hombres de silicio hubieran dispuesto. Y la razón decía que, estemomento estaba inminentemente cerca.

La fiebre le hacía temblar de pies a cabeza, ponía gotas de sudor en su frente y corríay descorría ante sus ojos un velo negro. Sintió que iba a desmayarse e hizo unsobrehumano esfuerzo de voluntad. Casi no veía la pantalla de radar... notaba duros ytenaces, pesados, los mandos del aparato...

El radar le avisó que había delante un objeto obturando el camino. Dio marcha atrás,frenando el impulso que llevaba. Ante los focos de luz ultravioleta apareció la

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bifurcación del túnel y, en medio de ella, una gran esfera metálica rodeada de extrañosbulbos.

- ¿Es la bomba atómica. ? - gritó María Luz Rodrigo.

Fernando detuvo la falúa.

- ¡Pasemos! - gritó un soldado con los nervios deshechos por la larga tensión. ¡Hayespacio suficiente entre la bola y el techo!

Fernando no se movió. Contemplaba como hipnotizado el fatídico artefacto en el cualestaba encerrada y pronta a desatarse toda la colosal energía de los átomos.

- Es inútil - dijo abandonando los mandos y saliendo de aquella especie de palco labomba va a estallar. No nos dará tiempo a salir... hemos de, inutilizada.

- ¡¡¡INUTILIZARLA!!! - chillaron varias voces histéricas.

- Si eso he dicho - murmuró Fernando haciendo un esfuerzo para sostenerse enpie -. Abran la escotilla.

Los soldados se miraron unos a otros con terror mientras el teniente cruzaba la cabinahacia popa.

- Bueno - dijo María Luz Rodrigo con voz fina -. Si hemos de desarmar ese chisme nohay tiempo que Perder... ¡Hala, abajo!

Los infantes del aire se pusieron instantáneamente en movimiento. Saltaron con laagilidad de gatos por la escotilla y tiraron desde el techo del desmadejado Fernando.Este lo veía todo a, través de una nube gris. Movía las piernas y, le parecía andarsobre una nube, sin experimentar ninguna sensación. La voz de María Luz le parecióque llegaba desde una remota lejanía cuando preguntó;

- Bueno. Y ahora... ¿cómo se desarma esto?

Fernando sintió que se le doblaban las rodillas. Cayó sentado en el suelo. Los soldados- tiraron de él para ponerle en pie.

-¡ Por todos los santos del cielo! – Gimió María Luz sollozando, rota súbitamente lamaravillosa entereza de que diera muestras hasta aquí. - ¡Por la Virgen..!,¡ No sedesmaye ahora, señor! ¡Que nosotros no sabemos cómo se desarma ese trasto,teniente Balmer!

- Hagan lo que les diga - suspiró Fernando. Pronto... no pierdan el tiempo.

Y allí, en mitad del túnel, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en el infernalartefacto, empezó a dictar órdenes por radio con voz cansada,... arrastrada..desfallecida. Dentro de la esfera, sus bravos muchachos y muchachas ibandesconectando alambres sin saber en qué momento estallaría la bomba atómica,reduciéndoles a polvillo cósmico...

- Creo que ya está... - Oyó Fernando que decía la lejana voz de María luz Rodrigo.

- Ya no hay nada que temer... - suspiró Fernando. Y se desmayó.

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Cuando volvió en si se vio en una habitación blanca, limpia y totalmente aséptica.Tenía parte del rostro envuelto en vendas, a excepción de los ojos. Un hombre,cubierta la cabeza con un gorro, y la cara con una mascarilla blanca, se inclinaba sobreél. Los ojos eran la única parte visible del hombre, y estos ojos le sonreían.

- ¡Vaya! - exclamó el hombre -. ¡Por fin se despierta usted!

- ¿Dónde estoy? - preguntó Fernando con voz débil.

- En el hospital de un disco volante.

Sólo le quedaban dos o tres glóbulos huérfanos en su sangre y hubo que trabajarmucho en usted para que continúe viviendo. ¿No se acuerda usted de mí?

- Usted es don Marcelino Aznar, el comandante jefe del Octavo Batallón...

. ¡Ajá, exactamente! - rió el comandante -. Una patrulla de voluntarios que hablaentrado en el túnel con la esperanza de llegar a tiempo para evitar la voladura leencontró a usted roncando junto a una bomba atómica lo bastante grande como parahundir medio mundo. ¡Buen trabajo, muchacho! Nuestras fuerzas acorazadas pudieronpenetrar por esa gruta, hicieron correr a los zapadores de silicio que se disponían acolocar otra bomba y derrotaron a una división blindada enemiga, tan limpiamentecomo antes habíamos aniquilado aquí arriba a otra división acorazada. Mantenemosexpedito el túnel y lo estamos ensanchando para que puedan pasar las unidades de laArmada.

- ¿Entonces todo acabó bien? - preguntó Fenando estupefacto ¡la bomba no llegó aestallar!

- No.

- ¿Y nos salvamos todos?

- Usted, la capitana Leonor Aznar y los chicos y chicas que les seguían es todo lo quequeda de la Tercera Compañía - informó el comandante con tristeza. La sección de lateniente Juana Aznar parece que se perdió también... No hemos vuelto a saber deellos.

Las restantes compañías regresaron con algunas bajas, pero también con una copiosainformación que nuestro Estado Mayor está poniendo en orden.

Fernando movió lamentándose la cabeza. Hubo una corta pausa, y luego.

- ¿Cómo se encuentra Leonor... quiero decir, la capitana Aznar? - preguntó Fernando.

- Tumbada en una cama de la tienda contigua. Su caso era todavía más desesperadoque el de usted. Sufrió graves quemaduras en el rostro y otras partes del cuerpo y hasido intervenida quirúrgicamente. Tal vez salga de esto con una cara distinta, peroseguirá igual de guapa. Ella está muy animada. Preguntó por usted.

No sabe cuánto le ha elogiado. Dice de usted que es un oficial de una valentía y unaentereza como no hay igual en el mundo...

- ¿Ha dicho eso? - interrogó Fernando interesado.

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- Exactamente. Y ya sabe usted, amigo, que cuando una mujer encuentra a un hombredistinto de los demás, suele cometer la tontería de casarse con él.

- ¡Oh! - protestó; Fernando -. No exagere. Leonor... es decir, la señorita Aznar... nodebe... en fin, no es posible que sienta hacia mi tanto afecto como para... para casarse.

- ¿No? ¿Y por qué? - preguntó el comandante -. ¿Se casaría usted con ella mañanamismo?

Fernando no contestó. Se detuvo un momento recordando las horas vividas al lado deLeonor.. - la conversación que sostuvieran cuando encerrados en una habitaciónaguardaban ser interrogados por los hombres de cristal... el descubrimiento de quetenían idénticos gustos y aficiones... las peripecias de la fuga...

- Bueno – farfulló -. En mi caso es distinto.

- Exactamente igual, capitán Balmer.

- ¿Capitán?

- Se me olvidaba decírselo - dijo el comandante poniéndose en pie -. Acaban deascenderle y creo que hay papeleo para que le pongan en el pecho la más voluminosacondecoración que se conoce... ya sabe: la laureada de San Fernando.

- ¡Ah! - exclamó Fernando Balmer maravillado. Y tras una corta pausa añadió: - no creomerecer tanto.

- Hable con la señorita Leonor. Ella no piensa así. Le ha preguntado si hubo algún casóen la Historia en que un soldado recibiera dos laureadas a la vez... Vaya a verla encuanto pueda, o si no entrevístese con ella por televisión. Aunque las cosas del amor,naturalmente, deben tratarse muy cerca...

- Don Marcelino Aznar hizo un guiño dejando oír una risita irónica.

FIN

COLECCION LUCHADORES DEL ESPACIO TITULOS PUBLICADOS

1.-LOS HOMBRES DE VENUS

2.-EL PLANETA MISTERIOSO

3.-CEREBROS ELECTRONICOS

4.-LA HORDA AMARILLA

5.-POLICÍA SIDERAL

6.-LA ABOMINABLE BESTIA GRIS

7.-LA CONQUISTA DE UN IMPERIO

8ÁEL REINO DE LAS TINIEBLAS

9.-SALIDA HACIA LA TIERRA

10.-VENIMOS A DESTRUIR EL MUNDO

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11.-GUERRA DE AUTOMATAS

12-REDENCION NO CONTESTA