Reguillo de Las Violencias

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13925007003 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Reguillo, Rossana De las violencias: caligrafía y gramática del horror Desacatos, núm. 40, septiembre-diciembre, 2012, pp. 33-46 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Distrito Federal, México ¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista Desacatos, ISSN (Versión impresa): 1405-9274 [email protected] Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Susana Reguillo

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13925007003

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Reguillo, RossanaDe las violencias: caligrafa y gramtica del horror

    Desacatos, nm. 40, septiembre-diciembre, 2012, pp. 33-46Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropologa Social

    Distrito Federal, Mxico

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    De las violencias: caligrafa y gramtica del horror

    Rossana Reguillo

    Las violencias vinculadas al narcotrfico en Mxico han inaugurado una zona fronteriza, un orden abierto a la definicin constante, un espacio de disputas entre regmenes de interpretacin y produccin de sentido. Estas violencias constituyen un pasillo, un vestbulo, entre un orden colapsado y un orden que todava no es pero que est siendo. De ah su enorme poder fundante y su ligereza simultnea. Bajo este supuesto, se realiza un anlisis en dos dimensiones o anclajes: la relacin de estas violencias con los mundos juveniles y la configuracin de las gramticas de la violencia, cuyas figuras impregnan el espacio pblico y contribuyen a expandir el miedo.

    Palabras clave: violencia, horrorismo, narcotrfico, lenguajes de la violencia, jvenes y violencia

    About Violence: calligraphy and grammar of HorrorThe violencias linked to the drug trade in Mexico have generated a border zone, an order open to constant definition, a space of contestation between regimes of interpretation and meaning production. These violencias constitute a portal or vestibule between an order that has collapsed and an emergent one, which has not yet fully come to be. Therein lies their enormous foundational power and simultaneous agility. Along these lines, the analytical strategy proposed has two anchors: the relationship of these violencias to youth and their sociocul-tural worlds, and the configuration of the grammars of violence, whose figures inundate public space and thus contribute to the expansion of fear.

    Keywords: violence, horror, drug trafficking, language of violence, youth and violence

    Rossana Reguillo: Departamento de Estudios Socioculturales, Instituto Tecnolgico y de Estudios Superiores de Occidente, Guadalajara, Jalisco, Mxico

    [email protected]

    Desacatos, nm. 40, septiembre-diciembre 2012, pp. 33-46Recepcin: 10 de noviembre de 2011 / Aceptacin: 13 de marzo de 2012

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    Es difcil hablar de cosas que hacen enmudecer o, quizs, gritar.

    Adriana Cavarero (2009).

    En Mxico, el horror se ha vuelto una catego-ra de anlisis. Entre septiembre y octubre de 2011 al terror de las llamadas narcofosas, al espanto de los cuerpos arrojados a la va pblica en Veracruz, se sum el horror de los cuerpos de dos jvenes torturados y luego colgados en un puente en Nuevo Laredo, Tamaulipas ella como si fuera ga-nado, l sostenido de sus brazos, y dos semanas despus la aparicin del cuerpo desmembrado de una periodista y su cabeza colocada en una maceta en performance macabro, acompaada de un tecla-do, un mouse, audfonos y altavoces. Estos dos lti-mos casos implicaron la advertencia explcita de que eso les pasa a quienes usan las redes sociales e internet para divulgar noticias o informacin que compromete las actividades del crimen organizado. Frente a estas violencias, el lenguaje naufraga, se ago-ta en el mismo acto de intentar producir una explica-cin, una razn. Las violencias en el pas hacen colapsar nuestros sistemas interpretativos, pero al mismo tiempo estos cuerpos rotos, vulnerados, vio-lentados, destrozados con saa, se convierten en un mensaje claro: acallar y someter. Silencio y control que, desde la violencia total, avanzan en el territorio nacional sin contencin alguna.

    En el imprescindible libro Horrorismo. Nombrando la violencia contempornea, Adriana Cavarero apor-ta una idea clave para acercarnos a lo atroz de las violencias que nos sacuden. Dice la autora: Medusa, ncleo primigenio de la violencia [] Rostro mtico del horror [] devuelve a los guerreros la imagen ms autntica de su crimen ontolgico (Cavarero, 2009: 32). Su argumento, concentrado en la figura mtica de Medusa, seala que las violencias contem-porneas, las masacres, los desmembramientos, las decapitaciones, la destruccin de los cuerpos, com-parten una cuestin de fondo:

    la desfiguracin del cadver va ms all del acto de quitar una vida, es una violencia que no se contenta con matar porque sera demasiado poco y al des-truir de ese modo el cuerpo singular, constituye el acto total del fin no de la vida, sino de la condicin humana (Cavarero, 2009: 32).

    sa, me parece, es la gramtica de las violencias en Mxico: que pone al centro una relacin ontolgica entre la muerte violenta lo universal y el cuerpo desmembrado y roto lo particular. Sobre esa clave interpretativa, antes de leer a Cavarero, me pareci que deba descifrarse la sucesin de cuer-pos, cabezas, trax, lenguas y genitales que las vio-lencias vinculadas al narcotrfico esparcan por la geografa nacional. Llam a mis primeras aproxima-ciones al tema Cuando morir no es suficiente,1 una formulacin a la que arrib por medio de dos vas distintas pero complementarias. La primera se vin-cula a la ejecucin no puede llamarse de otra ma-nera de Arturo Beltrn Leyva en la ciudad de Cuernavaca el 16 de diciembre de 2009. En medio de un fuerte dispositivo militar comandado por un cuerpo de elite de la Marina de Mxico, es asesinado el lder del Crtel de los Hermanos Beltrn Leyva, que se haca llamar a s mismo Jefe de Jefes. Su cuerpo, acribillado, con un hombro y una mueca desprendidos, fue exhibido en fotografas impac-tantes, brutales, atroces, de amplia circulacin: a su cuerpo semidesnudo y ensangrentado se le coloca-ron billetes pesos y dlares, rosarios, un santo y otros elementos religiosos. La Marina niega que sus elementos hayan preparado este macabro perfor-mance para mostrar el cuerpo. Pero ms all de las discusiones sobre cmo en un operativo de altsima seguridad algn fotgrafo espontneo pudo pre-parar el cuerpo para exhibirlo de esta manera, resul-ta relevante la pregunta en torno a la representacin de esta muerte en singular y el reconocimiento que

    1 En una conferencia impartida en la New York University el 9 de marzo de 2010 y en un captulo del libro coordinado por Csar Cansino y Germn Molina Carrillo (2011).

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    la imagen produce. En este caso, no basta abatir al delincuente, es necesario exhibirlo despojado de su condicin humana. Lo grave de este performance es la indicacin de que el Estado, en su llamada gue-rra contra el narco, adopta la misma caligrafa del adversario: inscribir las huellas de su poder total sobre los cuerpos ya muertos, infligir al cadver la violencia de su podero y exaltar la vulnerabilidad.

    La segunda va que abri esta hiptesis interpreta-tiva fue una entrevista en profundidad que hice a un joven sicario de La Familia Michoacana (Reguillo, 2010b). Para los fines de este artculo quisiera traer al centro de la discusin la frase final con la que Beto contest la ltima pregunta sobre cmo ima-ginaba su muerte: Si voy a caer muerto, mejor con una bala expansiva que me reviente el cerebro pa ya

    no acordarme de nada. Luego reconsider: que me hagan pedacitos, pa evitarle la pena a mi am, el dolor de velarme Y es que en este jale, ya no al-canza con morirse. Esta expresin se constituy en la evidencia incontestable de que en este jale el trabajo de sicario al servicio del narco la muerte no es suficiente. La destruccin y desmembramiento del cuerpo del adversario introduce en estos cdigos guerreros el excedente de sentido: el terror, el horror que penetra la escena de la muerte. Es lo que Cavarero (2009: 43) llama la vulnerabilidad del inerme.

    Durante mi investigacin en torno a las violencias vinculadas al narcotrfico y de manera especial res-pecto de su relacin con los universos juveniles en el pas, tanto a partir de los pocos datos duros que circulan de manera oficial como por medio de mi

    Cuatro jvenes y dos soldados perdieron la vida cuando elementos del Ejrcito abrieron fuego contra un grupo de civiles que viajaban en una camioneta Hummer por uno de los caminos de la Sierra de Badiraguato, Sinaloa, 2008.

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    trabajo etnogrfico, he podido constatar la partici-pacin de jvenes cada vez ms jvenes en la espiral de violencias en la que cada acto parece ser el definitivo, el ms brutal. Me pareci, por ejemplo, que con la masacre de 16 jovencitos en Villas de Salvrcar, en Ciudad Jurez, el 31 de enero de 2010, el horror haba alcanzado un lmite intolerable, no poda haber nada peor. Pero poco despus, el 22 de octubre del mismo ao, la sangre volvi a inundar un barrio popular en Ciudad Jurez con la ejecucin de 14 personas, jvenes la mayora, y 19 heridos de gravedad. Dos das ms tarde, el 24 de octubre, 13 jvenes fueron masacrados en un centro de rehabi-litacin para adictos en Tijuana, Baja California; el 28 de octubre, 16 jvenes fueron asesinados en un autolavado en Tepic, Nayarit, y al da siguiente, el 29 de octubre, siete jvenes murieron a manos de un comando armado en Tepito, en la ciudad de Mxico. A la ejecucin sistemtica y brutal de jvenes se sum el espasmo doloroso no encuentro otra manera de llamarlo por la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, y la sucesin de noticias terribles sobre las narcofosas que acab de confi-gurar la escena siniestra del Mxico contempor-neo. sa es la atmsfera ominosa desde la que intento una aproximacin analtica al tema de las violencias, en plural.

    gRAmTIcAS VIOLENTAS: LOS cNONES dE UN LENgUAjE cIfRAdO

    Dice el diccionario que gramtica es el estudio de las reglas y principios que regulan el uso del lenguaje a nivel intraoracional dentro de la oracin. Como una estrategia metonmica, acudo al sustan-tivo gramtica para aludir a un sentido figurado en las violencias que se vincula a dos nociones que qui-siera someter a prueba heurstica: la hiptesis de que la violencia puede ser tratada como un lenguaje cuya variabilidad en sus dimensiones intraoracionales tiende a confirmar las reglas y las pautas, y la idea de que estas pautas y reglas comandan de forma

    invisible los cdigos y comportamientos violentos. Me ocupar primero de la violencia como lenguaje. Podemos entender la violencia como una accin, es decir un ejercicio, una operacin, cuyo objetivo es imponer o autoimponer de manera intencio-nal un dao a travs de ciertas conductas y mtodos que causan dolor, sea ste fsico o psicolgico. Asumiendo este tipo de definicin es posible prever tres dimensiones elementales: la idea de la imposi-cin o autoimposicin, la intencionalidad en el acto y cualidad de lo violento y la no menos impor-tante nocin de causalidad.

    Imposicin, intencionalidad y causalidad se refie-ren inmediatamente a una cultura de la violencia, es decir, un sistema capaz de incorporar ritos y creen-cias (Balibar, 2005). Primero, la imposicin o au-toimposicin implica un rgimen de jerarqua en el que hay un poder que se despliega para afirmar una autoridad, ya sea del sujeto armado que apunta so-bre un cuerpo desarmado, ya sea la del Estado y su norma, imponiendo a los ciudadanos una conducta cuya falta pueda ser punible, o la de un suicida, so-metido por el poder de su otro. En segundo lugar, la intencionalidad apunta a la conciencia del yo ejecutor de la violencia que sabe y entiende que est ejerciendo fuerza sobre otro o sobre l mismo. Finalmente, la causalidad sera indicativa de que toda accin violenta tiene una consecuencia que se reinserta en el mbito de lo social y genera apren-dizajes, disciplinamientos, efectos buscados y efec-tos laterales.

    Se trata de tres procesos que autorizan a pensar que la violencia, aqu en singular, puede ser meton-micamente asimilada a un lenguaje y a una cultura y por ende susceptible de ser leda o interpretada a travs de la gramtica: reglas, pautas, usos, disposi-tivos. El esquema que trato de esbozar contiene tres ingredientes clave: poder, racionalidad y alcances. En otras palabras, toda violencia est sustentada en la capacidad o, mejor, competencia, de unos sujetos conscientes que buscan alterar la realidad o el curso de los sucesos mediante el uso de mtodos, meca-nismos o dispositivos violentos para conseguir

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    azucenaSticky NoteReguillo est hablando de una violencia "medida"; esta no es la violencia revolucionaria de la que hablaba Benjamin.

    azucenaSticky NotePara Cavarero la violencia es una estrategia, o mtodo de poder, y por lo tanto es algo racional, y no irracional como generalmente se piensa. Obedece a ciertas reglas y usos, por lo tanto tiene un lenguaje, una gramtica.

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    ciertos resultados previstos, ms los que se aaden a la cadena en espiral de las acciones violentas.

    Quisiera dejar fuera de este anlisis las patologas los asesinos seriales, por ejemplo y la idea err-nea, a mi juicio de una inocencia o actos prerre-flexivos en los que la violencia parecera brotar de ningn lado o venir de un ms all como fuerza heternoma inexplicable. A esta imagen opongo la idea y la pregunta sobre los dispositivos de socia-lizacin en los sujetos, es decir, qu tanta sociabili-dad cabe o es posible producir en una sociedad determinada?, cul es el poder real de Leviatn para inducir violencia mediante la renuncia a la violencia por parte de los ciudadanos? En otros trminos, mi propuesta es que la violencia se inserta como dispositivo de modelaje, aprendizaje y disci-plinamiento de los sujetos, y en tal sentido no es vlido argumentar que es ajena a los procesos de socializacin.

    Cabe preguntarse sobre la capacidad del Estado contemporneo de operar como un autntico Leviatn, miedo supremo, violencia mayor, capaz de con-vencer a todos los ciudadanos de su nica y le-gtima potestad en el uso de la violencia. Los datos a la mano cuestionan seriamente el papel de los Estados y de la sociedad a travs de sus instituciones intermediarias (Berger y Luckmann, 1997) de su capacidad de contencin de las violencias informes y desatadas que desestabilizan el pacto social. Si los argumentos aqu presentados se aceptan, es posible inferir que las violencias ahora en plural, dado que alude a los mltiples mbitos en que ellas se ex-presan constituyen lenguajes y por ende culturas entendidas como sistemas de rituales y creencias.

    fORmAS Y ANcLAjES

    La necesidad de establecer una distincin analtica entre la violencia de facto aquella objetivamente producida, con sus muertos, sus rituales destructivos de aquella experimentada por los actores sociales la

    violencia subjetivamente percibida que se instal primero de manera sutil, casi silenciosa, y luego con estrpito en mis etnografas sobre la socialidad con-tempornea especialmente juvenil en Mxico y en Amrica Latina. La razn de esta distincin deri-va de la importancia de la colaboracin de lo que llamo violencia subjetivamente percibida en la ex-pansin del miedo, de la indefensin y de la vulnera-bilidad. Me parece que no se puede construir un mapa analtico de las violencias sin aludir a las at-msferas de miedo y horror que provienen de la ma-quinaria del narcotrfico principalmente.

    La metfora ms potente que encontr para des-cribir esta distincin fue la de las diferenciaciones climticas que se hacen en algunas regiones, como en Buenos Aires, Argentina, donde la humedad es tan intensa, que la medicin objetiva de la temperatura resulta insuficiente. As, hay dos ndices fundamen-tales y complementarios: el que mide la temperatura en grados Celsius y otro, el ms relevante, que mide la sensacin trmica. Para efectos de este trabajo, la temperatura en grados alude a una medicin objeti-va muertos, heridos, prdidas materiales, migra-cin forzada, secuestro, es decir, datos comprobables sobre aumento o disminucin en las tasas de violen-cia, mientras que la sensacin trmica se refiere al incremento del fro o del calor, que depende de la relacin entre el calor que produce el metabolismo del cuerpo y el que disipa hacia el entorno las emociones, como el miedo, la ira, la tristeza. En tanto metfora, la sensacin trmica remitira a la subjetividad de lo percibido y su capacidad de produ-cir lo social. Este dispositivo analtico posibilita aten-der tanto a las condiciones estructurales de las violencias como a las dimensiones de la experiencia.

    En el Mxico contemporneo, convertido en una especie de campo de exterminio, la sensacin trmi-ca, junto a la estadstica del horror, la espiral de bru-talidades y el conteo cotidiano de los cadveres esparcidos a lo largo y ancho del territorio nacional contribuyen a la erosin de la distincin entre el vul-nerable y el matable (Cavarero, 2009: 60). Las vio-lencias caticas, sincopadas, informes, que sacuden

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    azucenaSticky NotePor eso es posible hablar de una cultura de la violencia? Porque se acepta, se sociabiliza al sujeto en ella, se le somete a sus rituales, y se participa activamente, o pasivamente en ella? o depende?

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    azucenaSticky NoteDesde cundo se instal?

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    azucenaSticky NoteDatos comprobables? Suponiendo que hay una transparencia en los datos comprobables. A qu se refiere con comprobables?

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    el paisaje y su percepcin subjetiva expanden la im-presin de que todos somos matables. De ah la importancia de elucidar los horizontes empricos en que se expresan las violencias y que operan a travs de lo que siguiendo a Foucault (2000) llamo accin capilar.2 No se trata de un empirismo sim-ple, sino de hacer funcionar estos arraigos empri-cos3 como estrategias heursticas que permitan preguntar al caso para trascenderlo y llevarlo a un nivel analtico de segundo orden (Ibez, 1994), es decir, aquel que reingresa el dato emprico al dispo-sitivo terico.

    Los datos, tanto los oficiales como los producidos por acadmicos y organizaciones no gubernamenta-les como la Red por los Derechos de la Infancia en Mxico (Redim), indican que, en referencia a estos arraigos empricos, son los jvenes los que estn en el ojo del huracn de las violencias que nos sacuden: Por rangos de edad, el homicidio de adolescentes de entre 15 y 19 aos creci 124% entre 2007 y 2009; el de los jvenes de 20 a 24 aos, 156%, y el de 25 a 29 aos, 152%, informa una nota de El Universal 4 con datos del Instituto Nacional de Estadstica y Geografa (inegi). No son estas cifras escalofriantes

    ni su acumulacin ni el conteo de cadveres lo que posibilita producir un dispositivo de extraamiento frente a la violencia, hacerla salir de su naturaliza-cin, desplazarla del territorio en el que paraliza y hace colapsar los sistemas de significacin a travs de la idea de su inevitabilidad. Las cifras parafra-seando a Lvi-Strauss son instrumentos buenos para pensar, pero hay que ir ms all. En ese intento me interesa partir de los datos para colocar algunos elementos que configuran el paisaje desolador de las violencias en clave de complejidad.

    pRImER ANcLAjE: VENdER RIESgO

    Planteo como una hiptesis interpretativa aquella que se elabora en la segunda o tercera vuelta sobre los resultados obtenidos en la investigacin que resulta imposible pensar y entender las violencias crecientes derivadas del narcotrfico al margen de las condiciones estructurales en una sociedad. La

    Los narcomensajes han sido utilizados por los crteles de la droga para amenazar y advertir a grupos rivales y a las autoridades, 2008.

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    2 Foucault seal que el poder no es sino una red de relaciones que cuando es eficiente funciona como un mecanismo de difu-sin capilar utilizando la nocin de vasos capilares cuya funcin es transportar la sangre oxigenada al cuerpo. Esos vasos se ramifican y forman extensas redes capilares. Inspirada en la formulacin de Foucault, intento puntualizar que las violencias transportan sus mensajes a todo el cuerpo social multiplicndose a travs de vasos capilares de distintos calibres y espesores. Los medios de comunicacin conformaran una red de alto calibre, una comunidad empobrecida y sin presencia de instituciones representara un vaso capilar de considerable espesor. Volver so-bre esto ms adelante. 3 Por arraigo emprico entiendo la articulacin de tres elementos: el espacio social e histrico en el que se investiga, la situacin que se investiga y los datos empricos que se obtienen en el cruce de estos elementos.4 Es fundamental no perder de vista el dato que indica que en Chihuahua, el aumento de la cifra se dispar: mientras en 2007 fueron ultimados 201 jvenes, en 2009 el registro pas a mil 647, lo que representa un incremento total de 719% en tres aos (Hernndez, 2011), para comprender de fondo la descomposicin del tejido social y la desesperacin de las y los ciudadanos en Chihuahua, especialmente en Ciudad Jurez.

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    Encuesta Nacional sobre Juventud (enj) 20055 for-mul su eje conceptual en los siguientes trminos: Bajo el supuesto de una acelerada reconstruccin en los procesos y lgicas de incorporacin social en Mxico, la enj 2005 coloca al centro de su plantea-miento la pregunta por las formas de institucionali-zacin en el mundo y en la condicin juvenil. Se trata de indagar el conjunto de procesos, prcticas e imaginarios juveniles frente a las caractersticas ac-tuales de las instituciones y lgicas reguladoras del pacto social. Es decir, no solamente indagar en la eventual ruptura de los jvenes frente a un orden prevaleciente que sigue definiendo orientando los modos tradicionales de incorporacin-partici-pacin la perspectiva de cambio cultural, sino colocar al centro del diseo y del anlisis de la enj 2005 el problema del acceso la perspectiva es-tructural y lo que est generando en trminos de respuestas juveniles, cuya lgica y sentido no se agotan en la asuncin de la informalidad como esta-do de excepcin sino, por el contrario, como formas que van normalizndose en las prcticas e imagina-rios de la sociedad mexicana (imj, 2006: 5).

    La idea-eje que orient los trabajos de la enj se articulaba con la necesidad de indagar en y desde la condicin juvenil el proceso que llam desafilia-cin acelerada (Reguillo, 2007) de los jvenes en Mxico. La idea compartida por todos los integran-tes del Comit Tcnico de la Encuesta parta de la preocupacin por la deteccin a travs de nues-tros propios trabajos de investigacin del desliza-miento de numerosos jvenes hacia los mbitos de la informalidad. A travs de la enj (imj, 2006: 9) encontramos que 22.1% de los jvenes mexicanos entre 12 y 29 aos no estudiaba ni trabajaba. El dato,

    ms all de su necesaria problematizacin por gne-ro, nivel socioeconmico y otras variables, result preocupante. Cuatro aos despus de estos resulta-dos, el rector de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico (unam), Jos Narro Robles, llam polti-camente la atencin sobre esta cifra y lo que significa-ba, apelando a una nocin poco afortunada que proviene del mundo de las encuestas espaolas para hablar de los jvenes en paro: los hoy llamados ninis de manera banal y despectiva. Fue un acierto del doctor Narro sealar y denunciar el problema. Lamentablemente el trmino empleado fue el que im-pact entre los periodistas y se instal en la opinin pblica en una operacin que borr las condicio-nes graves y angustiosas que enfrentan millones de jvenes mexicanos, aludiendo a los ninis como j-venes apticos, hedonistas, flojos e irresponsables.6

    En sntesis, a mediados de la dcada pasada era posible leer en el entorno las seales ominosas de tres fenmenos cruciales en relacin con las violencias vinculadas a los universos juveniles. a) El deterioro de las condiciones estructurales para la incorpora-cin efectiva y digna de los jvenes en la sociedad. b) El debilitamiento y vaciamiento de los espacios institucionales que se vieron rebasados por el altsi-mo nmero de la poblacin joven que alcanz su punto mximo histrico en 2005 para luego empe-zar a decrecer. La ausencia de un plan y una pol-tica de Estado y no sexenal provoc que las instituciones, principalmente pblicas, educativas y de salud, as como de programas de incorporacin laboral, resultaran cada vez ms ineficientes para atender y acompaar las necesidades de los jvenes. c) El descrdito en la poltica formal, en sus actores diputados, senadores, policas, presidente, institu-ciones electorales. La desconfianza entre los jve-nes y su profundo desencanto frente a estas formas de poltica formal se incrementaron casi en la misma medida en que se expandi lo que, por razones de espacio, voy a llamar imaginarios piratas, expresin

    5 La enj 2006 se realiz, al igual que la primera encuesta en su tipo en el ao 2000, a travs de la creacin de un Comit Tcnico formado por un pequeo grupo de acadmicos expertos en di-versos temas de juventud y por miembros de la Coordinacin de Investigacin del Instituto Mexicano de la Juventud, bajo la coor-dinacin de Jos Antonio Prez Islas. Tuve la oportunidad de participar en ambas encuestas, tanto en el diseo conceptual como en el anlisis de los datos.

    6 No me detengo ms en esta discusin. Remito al lector interesa-do a una entrevista en la que habl del asunto (Reguillo, 2010d).

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    con la que quiero aludir, con una cierta economa de lenguaje, a la inclinacin a aceptar e incluso valorar prcticas fuera de la legalidad, que van del consumo de drogas a la justicia por propia mano.7

    Estos procesos fueron agravando, enrareciendo y complicando el contexto para los jvenes, en espe-cial para aquellos precarizados y en condiciones de alta vulnerabilidad. Ello explica en buena medida hay otras variables igual de relevantes, como la reconfiguracin del propio crimen organizado por qu el narco encontr en estos territorios empo-brecidos, sin presencia de las instituciones del Estado y con una poblacin juvenil profundamente insatisfecha con las dimensiones tanto materiales como simblicas, un espacio propicio para extender sus tentculos. Durante la dcada de 2000 un nme-ro nada desestimable de portavoces de la sociedad mexicana sinceramente consternados, como di-ra Carlos Monsivis se concentraron en el pro-blema de la expansin epidmica del consumo de drogas entre los jvenes, preocupacin consecuente con la lgica tutelar y proscriptiva que gobierna los imaginarios sociales en torno a los jvenes. Esto ha contribuido significativamente a la obturacin en el debate de que ms all del consumo, la situacin en el pas, a la que he tratado de aludir, posibilit que las estructuras del narco comenzaran un trabajo tan callado como eficaz en el reclutamiento de un ejr-cito de jvenes desencantados, empobrecidos y en bsqueda de reconocimiento.

    Un seguimiento personal, puntual y atento de los reportes de la prensa nacional y de algunos indica-dores8 me permite afirmar que en 67% de los casos

    de violencia homicida vinculados a la delincuencia organizada y que acceden a la visibilidad pblica hay participacin de jvenes menores de 25 aos y que en 49% de los casos los cuerpos y las cabezas que aparecen como mensajes del poder acumulado por estos grupos son de jvenes. Los costos relacio-nados con la violencia representan para Amrica Latina ms de 12% del producto interno bruto (pib) anual, cifra que supera el porcentaje de inversin en salud y educacin (ops, 2007). Con motivo del evento 1 Minuto por No Ms Sangre, organizado por un grupo de acadmicos, activistas, artistas y caricaturistas9 en el Museo de la Ciudad de Mxico el 6 de junio de 2011, arrib al dato usando cifras oficiales de que cada muerto por la violencia en el contexto de la llamada guerra contra el narco cuesta al pas un promedio de 4 millones 844 mil pesos. Hasta esa fecha se haban gastado cada minu-to en la administracin de Felipe Caldern 97 millo-nes 328 mil pesos en seguridad, hasta sumar 255 mil 108 millones 280 pesos mexicanos. Esta suma repre-senta 250% del presupuesto total federal para todas las universidades e instituciones pblicas de educacin superior en un ejercicio fiscal (Contralnea, 2011). A pesar de este gasto, jvenes vctimas y victimarios siguen engrosando la estadstica del horror: recade-ros, sembradores, vigilantes, sicarios soldados, mulas trasportadores, hormigas informantes baratos, guilas informantes ms preparados, dealers narcomenudistas, misses reinas de belleza, engachadoras mujeres jvenes usadas para atrapar a enemigos y un mundo variopinto profesionalizado juvenil conforma el poderoso e incombatible en tanto se reproduce y se autoge-nera ejrcito del narco. Atender y escuchar las seales y los mensajes que provienen de estos mun-dos resulta fundamental. As lo ponen de manifiesto el trabajo extraordinario de la periodista Marcela Turati (2011), el realizado desde Culiacn por Javier Valdez (2011) y la contribucin en este entorno

    7 Los tres procesos a los que aludo estn documentados tanto en la Encuesta citada como en el libro que coordin para la Biblioteca Mexicana, vase Reguillo (2010). Lamentablemente la enj 2010, en la que habamos decidido participar el mismo comit tcnico ms otros acadmicos, no respet los ejes articuladores y la hip-tesis de exploracin que propusimos, cuyo sentido era avanzar en el conocimiento y actualizacin de los datos. No hay dato verifi-cable sobre si la enj 2010 se aplic.8 Hasta la fecha me ha sido imposible acceder a datos y estadsti-cas oficiales que documenten de manera fidedigna la participa-cin y presencia de jvenes en los universos del narcotrfico.

    9 El texto completo de mi participacin de un minuto puede con-sultarse en Reguillo (2011c).

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    complejo, peligroso, vertiginoso que puede hacerse desde los territorios de la academia.10

    Pensar, analizar y comprender las violencias en los anclajes primordiales que representan los terri-torios juveniles contribuye a despejar algunas in-cgnitas variables cuyo valor no conocemos a priori que nos desvelan. En tal sentido, la pregun-ta que quiero instalar aqu es la relacin compleja entre procesos derivados de la estrategia poltica y econmica del neoliberalismo, la crisis del Estado, el vaciamiento institucional, el agravamiento de los

    ndices de pobreza y exclusin frente al crecimiento del discurso desafiante del narco y derivados, y su capacidad de constituirse en una fuerza capaz de ofertar no slo riqueza o acceso a un mnimo bien-estar, sino principalmente sentido de pertenencia, de futuro, de solucin. Quisiera colocar junto a esto la hiptesis de que estas violencias despiadadas y brutales se inscriben en el marco-horizonte del capi-talismo tardo. Narco y capitalismo hacen parte de una misma genealoga. Por ello sus repercusiones en los universos juveniles son, aunque diferenciales, afines: consumo-consumo suntuario, individualis-mo frente a comunitarismo, ambos son deudores del declive o debilitamiento del Estado, ganancia inmediata versus trabajo, inclusin mediante el ac-ceso a bienes, subestimacin de la vida. Considero que eso es lo que hay que poner a funcionar para un

    Dos mujeres lloran despus de enterarse del asesinato de un familiar en la colonia Infonavit Humaya, en Culiacn, Sinaloa, 2011.

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    ruz

    10 El proyecto que actualmente me ocupa se titula Cuando morir no es suficiente: narco, violencias expresivas y jvenes. Remito al lector interesado a algunos avances: la entrevista a un joven sica-rio de La Familia (Reguillo, 2010b); la historia de vida de una exmula de Tijuana (Reguillo, 2011b), y una crnica disponible en mi blog.

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    registro serio de los impactos de las violencias, del narcotrfico, de la paralegalidad11 en los universos juveniles; un anclaje fundamental en la vida repro-ductiva de la violencia del narcotrfico. Justo en el espacio de la paralegalidad el cdigo guerrero des-pliega su potencia como ruta de vida: vender riesgo se convierte en la nica alternativa para numerosos jvenes.12

    SEgUNdO ANcLAjE: EL TRABAjO dE LA VIOLENcIA

    Como Levi atestigua, un horror que, presentndose como absoluta violencia sobre el inerme, consiste justamente

    en la fabricacin sistemtica de su forma artificial, pervertida y caricatural.

    Adriana Cavarero (2009: 66).

    En el seguimiento cuidadoso que he realizado de las expresiones y lenguajes de la violencia, algo que ha llamado poderosamente mi atencin es la pregunta en torno a la construccin de la vctima. Ms all del dato duro sobre los cuerpos mutilados y esparcidos entregados con mensaje, me ha parecido que lo sustantivo es preguntar cul es el papel de esa acu-mulacin de cuerpos rotos que pueblan la geografa en el norte del pas. Las narcofosas aluden en lo general a los campos de exterminio de migrantes centroamericanos. Cul es la economa poltico-simblica que puede comandar la comprensin frente a este derroche de barbarie? Primo Levi

    (2002), en su descomunal libro Los hundidos y los salvados, en el que l mismo, un sobreviviente de Auschwitz, intentaba nombrar la experiencia del horror, afirma que la nica posibilidad de hacerlo recae sobre la figura de lo que denomina el testigo integral: aquel que no ha sobrevivido en condicio-nes de humanidad al castigo, es decir, el cadver, el cuerpo abyecto y reducido, irreversiblemente con-vertido aun antes de su muerte en un despojo, cari-catura o, en el caso que me interesa discutir, en un dato anecdtico. Hombres y mujeres en vas de diso-lucin, como apunta Levi, por la accin de una ma-quinaria fatal, una narcomquina que en su apetito de producir ganancia convierte al cuerpo del hundido en un recipiente de indignidad y sometimiento.

    Los datos en torno a los migrantes torturados, sometidos, ejecutados y desaparecidos en este Mxico de los Juegos Panamericanos, de la gira Royal Tour del presidente Felipe Caldern para pro-mover el turismo, de la contienda electoral anticipa-da hacen colapsar las posibilidades de cualquier pregunta distanciada. Los 72 cuerpos iniciales de mi-grantes con sus variaciones segn la fuente, que aparecieron en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas, en el norte de Mxico, elevan a un rango ms que terico esa categora de testigo integral. Esos cuerpos y el nico testigo vivo vinieron a com-plicar el ya complejo horizonte de las violencias en Mxico. A la poderosa narracin que hace Marcela Turati en su libro Fuego cruzado en torno al descu-brimiento y acumulacin de cadveres en esas nar-cofosas, que se fueron sumando en una matemtica siniestra, se van aadiendo relatos del sometimiento de esos mltiples otros reducidos a una condicin animal: las y los muertos de las narcofosas, el lugar infernal que prolonga ms all de la muerte el some-timiento y la disolucin.

    Siguiendo a Cavarero (2009: 67), los cadveres mutilados y torturados de los migrantes represen-tan, ms all del horror y de su verificacin empri-ca, la constatacin de la reduccin de la condicin humana, el desmantelamiento del hombre, o para-fraseando a Primo Levi: cuerpos amontonados,

    11 A travs de estas continuas escenificaciones (narcomensajes, ca-bezas cercenadas con recados para otros grupos, cuerpos tortu-rados ejemplarmente) se hace visible el desgaste de los smbolos del orden instituido, mientras los actores del narco se van mos-trando capaces de generar sus propios smbolos. Tales smbolos no se explican desde la mera oposicin legalidad-ilegalidad. Por ello propongo abrir un tercer espacio analtico: la paralegalidad, que emerge justo en la zona fronteriza abierta por las violencias. Lo desarrollo en el ltimo apartado.12 Para este tema sugiero ver la entrevista que me hizo la excep-cional periodista en temas de juventud Daniela Rea (2011).

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    ropas, cabezas, trax, extremidades, despojos de lo que una vez represent una unidad. se es uno de los rostros preponderantes de la violencia o violen-cias que hoy comandan los lenguajes, cdigos y formas de la violencia en Mxico. Las narcofosas abren por no decir inauguran una fase comple-ja de las violencias. Las fronteras ya no como lugar legal a traspasar o conquistar desde la necesidad, ya no como un territorio delimitable por una geopol-tica gobernada por los Estados nacionales, ya no como un espacio liminal que hay que cruzar con ayudas terrenales coyotes o polleros o ex-traterrenales los santos, Malverde, Juan Soldado, Toribio Romo. Las fronteras se expanden como territorios de la paralegalidad, umbrales en los que los cuerpos ven alterado su valor: prescindible, sa-crificable, negociable, traficable.

    La frontera, como espacio-umbral de la violencia, ha trastocado su funcin de control y trnsito por uno que produce por excedencia y violencia la autorizacin o la negacin de la vida misma. Plantea la pregunta: en torno a quin se administra este es-pacio de horror? La respuesta fcil apunta a los gru-pos de coyotes o polleros, a las maras que han adquirido un poder plenipotenciario en los rieles del tren que va de Guatemala a Mxico, La Bestia se le llama. Pero con los datos a la mano me parece que las fronteras se han convertido en un espacio en disputa en el que se debaten los poderes propietarios que han anidado en su seno la disrupcin violenta como estrategia de acumulacin de capital.

    Cmo pensar la frontera hoy al margen del tra-bajo de la violencia? En el caso del lmite Estados Unidos-Mxico, el tema desborda los asuntos mera-mente migratorios. Las armas, las drogas, la corrup-cin de las autoridades en ambos lados juegan un papel relevante, son anclajes empricos en los que la violencia despliega su caligrafa ms sofisticada. Sin el anclaje sociopoltico fronterizo que escala hacia las relaciones clave entre Estados Unidos y las fron-teras, y relaciones con Amrica Latina resulta im-posible entender esas violencias que da a da, barrio a barrio, nota a nota, video a video, pueblan el

    espacio pblico en Mxico. El proyecto coordinado por la periodista y cronista Alma Guillermoprieto (72 migrantes.com, 2011) que fue primero un altar virtual y hoy es un libro y el esfuerzo colectivo que coordin en mi blog con otros blogueros, Protesta y dolor en 72 palabras. Plegaria de sangre (viaducto-sur.blogspot.com, 2010c), son intentos por reponer la humanidad a esos cuerpos rotos. Como seala el bo-letn de prensa respecto del libro de Guillermoprieto, este ejercicio de palabra colectiva:

    se propuso, a la manera de los altares tradicionales de muertos, devolver el rostro y la individualidad a las vctimas de este atentado, a quienes ms que como personas los medios de comunicacin y las autorida-des pretendieron tratar como cadveres, negando as la vida arrebatada, los sueos truncados y las fami-lias resquebrajadas que signific esta masacre (bole-tn de prensa).

    Doblemente desmantelados, primero por la narco-maquinaria y luego por las estrategias mediticas que tienden a atenuar la sensibilidad frente a la bar-barie, estos cuerpos instalan el horror como una categora de anlisis.

    cOdA: mQUINA Y gRAmTIcA

    Estas gramticas en sus diferentes anclajes empri-cos constituyen el mayor desafo para el pensamien-to que piensa la violencia. Quiero sealar que las violencias no se ubican en un ms all y de ninguna manera son circunscribibles a otro espacio, a un lu-gar salvaje y lejano vinculado con la barbarie por contraposicin a la civilizacin. Ellas, las violencias, estn aqu, ahora, presentes en un espacio complejo que no admite las distinciones de las viejas dicoto-mas. Su expresin, comportamiento y recurrencia anuncian, cuando menos, la falacia de pensarlas co-mo brotes excepcionales que sacudiran de vez en vez el paisaje armnico y pacfico de una pretendida normalidad normal.

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    Por esto propongo interrogar el lugar de la lega-lidad como el espacio donde se visibilizan de ma-nera ms ntida las fracturas del orden vigente. La legalidad representa fundamentalmente un con-trato, un pacto social hecho de normas y acuerdos cuyo sustento es la ley y el discurso jurdico. Quiz lo ms relevante para nuestra discusin es que la legalidad representa un lmite, un muro que separa y al separar distingue, jerarquiza, califica y sancio-na. Y su pretendida universalidad no deja lugar para la duda ni el intervalo, establece claramente un aden-tro de la legalidad y un afuera en la ilegali-dad. La legalidad es la historia de las delimitaciones y de los esfuerzos y luchas por hacer de estas delimita-ciones campos prescriptivos capaces de incorporar sin xito los desniveles, diferencias y lgicas loca-les, nacionales, globales. La legalidad internacional

    derecho internacional se enfrenta continuamente a interpretaciones incompatibles con los mbitos loca-les y en sentido contrario lo local se ve continuamente desafiado por las delimitaciones supranacionales.

    En este contexto, es difcil afirmar que las violencias desatadas por el narcopoder y el crimen organizado puedan ser inscritas en el afuera de la ilegalidad. Este anlisis me parece simplista e insuficiente. Por ello propongo abrir un tercer espacio analtico: la para-legalidad, que emerge justo en la zona fronteriza abierta por las violencias, generando no un orden ilegal, sino un orden paralelo con sus propios cdi-gos, normas y rituales que al ignorar olmpicamente las instituciones y el contrato social se constituye paradjicamente en un desafo mayor que la ilegali-dad. Para ratificar el poder paralelo de la narcom-quina encuentro dos analizadores clave: a) El

    La msica de banda sinaloense es utilizada por narcotraficantes tanto para celebrar como para despedir a los cados en la narcoguerra, 2010.

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    aumento de la violencia expresiva en detrimento de la violencia utilitaria. Es decir, se trata de violencias que no parecen perseguir un fin instrumental, sino constituirse como un lenguaje que busca afirmar, dominar, exhibir los smbolos de su poder total. b) El control casi absoluto de vastos territorios de la geografa nacional Ciudad Jurez, Chihuahua; Reynosa, Tamaulipas; Tierra Caliente, Michoacn donde los grupos del narcotrfico organizan, diri-men, gestionan importantes reas de la vida social relevantes para sus intereses.

    Violencia expresiva y control geopoltico consti-tuyen los dispositivos principales para gestionar el creciente poder de una paralegalidad que se extien-de y que, parapetada en su enorme capacidad para la accin, abre lo que Bourdieu y Passeron (1977) bau-tizaron como violencia simblica: aquella que es capaz de imponer como legtimos mltiples signi-ficados mediante su inscripcin en la dinmica so-cial. Pero como bien advirtieron ambos autores de manera temprana, para constituir los signos de su legitimidad la violencia simblica requiere de un proceso de identificacin con los portadores del sig-nificado. A estas alturas es necesario afirmar con Primo Levi que no es posible, de ninguna mane-ra, confundir a los verdugos con las vctimas. Sin embargo, toda la estrategia narrativa del narco y sus aliados ha sido justamente emborronar el discurso, confundir y saturar la idea de la vctima, extremar la figura del victimario. El resultado? Un enorme cansancio, un decrecimiento de la voluntad nomi-nativa del periodismo crtico, por ejemplo. Nombrar es un compromiso con el intelecto y con la opinin pblica, contar muertos es una estrategia que apun-ta hacia el suceso sin comprometerse.

    Hasta aqu intent aislar, de forma irregular, dos particularidades o arraigos empricos: el que refie-re a los universos y territorios juveniles, y otro que alude al viaje hacia el norte de la migracin centro-americana, y entre estos casos la interfase de la mquina del narcotrfico. No hay conclusiones en la medida en que frente a la economa poltica de las violencias vinculadas al crimen organizado

    los sistemas interpretativos colapsan. No obstante, es importante sealar que los dispositivos terico-metodolgicos utilizados en esta investigacin en curso permiten establecer tres reas clave en la con-formacin de las biografas juveniles en sus vncu-los con la violencia: la construccin del yo, el agravamiento de las condiciones de exclusin so-cial que experimentan los jvenes y la expansin de lo que podemos llamar de manera genrica la nar-cocultura. Estas tres dimensiones requieren un tra-bajo intenso y extenso. Dice Michael Lwry:

    el dispositivo no existe ah para ejecutar al hombre, sino que ste est precisamente ah por el disposi-tivo, para proveer un cuerpo sobre el cual pueda escribir su obra maestra esttica, su registro ilus-trado sangriento lleno de florilegios y adornos. El propio oficial no es ms que un criado de la M-quina (Lwry, 2003: 41).

    Me parece que esta poderosa cita desvela con toda claridad las gramticas de esas violencias expresivas que acumulan poder a fuerza de cultivar horror.

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