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Relaciones. Estudios de historia y sociedad ISSN: 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México Padilla Arroyo, Antonio CONTROL SOCIAL E INSTITUCIONES DE RECLUSIÓN. EL CASO DE LA PENITENCIARÍA DE JALISCO EN EL PORFIRIATO Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXII, núm. 88, otoño, 2001 El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13708808 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

ISSN: 0185-3929

[email protected]

El Colegio de Michoacán, A.C

México

Padilla Arroyo, Antonio

CONTROL SOCIAL E INSTITUCIONES DE RECLUSIÓN. EL CASO DE LA PENITENCIARÍA DE

JALISCO EN EL PORFIRIATO

Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXII, núm. 88, otoño, 2001

El Colegio de Michoacán, A.C

Zamora, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13708808

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INTRO

DU

CCIÓN

El presente texto tiene entre sus propósitos describir y examinar distin-

tas facetas de la penitenciaría del estado de Jalisco, situar la labor de eseestablecim

iento dentro de un sistema de control social. D

e esta manera

pretende contribuir al estudio de las instituciones de control que surgie-ron y que se conform

aron durante el siglo XIX. Dicho sistem

a puedecom

prenderse y explicarse como parte de una política social m

ás ambi-

ciosa, entre cuyos objetivos estuvieron atender, vigilar y reprimir a di-

versos grupos que aparecieron a la luz de la dinámica del crecim

iento yla expansión de las ciudades o que se desplazaron hacia ellas, convir-tiéndose en partícipes del paisaje social en estrecha vinculación con la

C En este texto se describe y examina una de las instituciones de con-

trol social, la penitenciaría de Jalisco. Es una contribución al estu-dio de los regím

enes penitenciarios en el siglo XIX, especialm

enteen el últim

o tercio, en México. El estudio de esos sistem

as se sitúa enel m

arco del pensamiento crim

inológico y del pensamiento peni-

tenciario, así como de las prácticas institucionales, lo cual perm

itedilucidar los dispositivos de control que se diseñaron para ejercerla vigilancia, la observación, el castigo y la corrección a diversossectores com

o parte de la formación del estado y la sociedad m

o-derna (instituciones de control social, penitenciaría, regím

enes pe-nitenciarios, pensam

iento criminológico, pensam

iento penitencia-rio, prácticas institucionales, dispositivos de control).

* [email protected]

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y las prácticas que se instauran para el ejercicio de la vigilancia, la obser-vación y la dom

inación de unos grupos sobre otros. La historiografía reciente en M

éxico ha venido ocupándose tanto delas instituciones del control social com

o del discurso que las sustenta.Cada vez es m

ayor el número de historiadores que han centrado interés

en profundizar y dilucidar los dispositivos bajo los cuales funcionan, suracionalidad interna, las prácticas que de ellas derivan y los grupos depoblación a quienes va dirigido. D

e igual manera, se han interesado por

examinar los niveles de elaboración discursiva que perm

iten justificar-las, especialm

ente en lo que respecta al pensamiento crim

inológico, elcual ha sido interpretado com

o un campo de producción y generación

de conocimientos y saberes específicos que, a su vez, están m

oldeadospor una visión de la sociedad y de los individuos. A

mbos tipos de estu-

dios históricos han aportado elementos valiosos para exam

inar las cir-cunstancias, los m

edios y los fines para forjar y reproducir las “institu-ciones totales”, de acuerdo con las definiciones de M

ichel Foucault eErving G

offman.

Dentro de la historia social podem

os citar los trabajos de Nydia E.

Cruz Barrera en torno a la penitenciaría de Puebla en el siglo XIX. Entreotras ideas, la autora sostiene que la form

ación de la institución carcela-ria es producto de la confluencia de la política crim

inal y la política so-cial que buscaban garantizar el orden social, a la luz de la influencia yel im

pacto de las nuevas corrientes criminológicas. Según Cruz Barrera,

la política social comprendía proyectos educativos, de sanidad y de or-

den público que buscaban homogeneizar, uniform

ar e inculcar los valo-res de obediencia y laboriosidad entre los grupos sociales m

ás desam-

parados. De este m

odo, el establecimiento penitenciario fue una pieza

fundamental tanto de las políticas crim

inales como sociales, al concebir-

se “como un m

odelo de organización social –por sus funciones y rela-ciones entre los directivos y sus subordinados, los recluidos– [...] El m

o-delo penitenciario fue un producto consecuente con las expectativas deorganización a nivel m

acrosocial”. Las bases de la institución carcelariaserían la salud, la clasificación de los presos, la inspección, la vigilancia,el trabajo, la instrucción y la disciplina. 1

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creación de nuevos espacios sociales del mundo urbano decim

onónicoen nuestro país.

Al m

ismo tiem

po que se presentaron las transformaciones del m

un-do urbano, se elaboró un pensam

iento social que sustentó la explicacióny justificación acerca de la trascendencia de fundar establecim

ientos, asícom

o de sus prácticas institucionales con la finalidad de garantizar unefectivo control sobre ciertos sectores de la sociedad. Ese pensam

ientofue producto de los estudios que em

prendieron los pensadores sociales,cuya m

ateria de observación y examen fueron conductas, valores y esti-

los de vida que determinados grupos y sectores crearon y difundieron,

así como instituciones dirigidas a la ayuda y al control sociales. Según

sus reflexiones y sus conclusiones, los comportam

ientos que cultivabaneran indeseables y perniciosos para la sociedad en su conjunto. D

e ahí,la im

portancia y la función que desempeñarían éstas últim

as.Para la descripción y análisis de esta problem

ática partimos de dos

orientaciones metodológicas y conceptuales centrales. La prim

era deellas, la proporciona la historia social porque esclarece una porción dela historia que no había tenido la suficiente atención en los trabajos his-tóricos, aquella que fue forjada por un sector de la población m

argina-do y crim

inalizado. Mediante ella es posible revelar la naturaleza y el

sentido de las instituciones de control social, en particular la institucióncarcelaria. A

simism

o porque contribuye a una mejor com

prensión de laform

ación y del funcionamiento de una sociedad específica, de las rela-

ciones que establecen los distintos actores que la integran, de sus inter-cam

bios y sus prácticas sociales, de sus modos de vida y, por añadidu-

ra, de sus instituciones que inventa y reproduce así como de las ideas y

propuestas que las justifican. La segunda orientación la proporciona la historia de la cultura en

tanto que ésta se interesa por el estudio de las representaciones colecti-vas. O

frece una posibilidad de discernir las ideas y los proyectos de con-trol social, desentrañar las percepciones, los m

iedos y los temores que

se ocultan detrás de unas y otros y que se difunden bajo el manto de ra-

cionalizaciones discursivas, en este caso el pensamiento crim

inológico ypenitenciario, que se presentan com

o un conocimiento científico de la

naturaleza humana en general y de conducta crim

inal en particular, yde establecer los nexos entre esas racionalizaciones, los m

ecanismos

1Cruz Barrera, 1992, 122-123 y 125.

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Los estudios de Beatriz Urías H

orcasitas, Pablo Piccato, Alberto del

Castillo y Elisa Speckman han abierto una vertiente m

uy importante

para el estudio de las instituciones de control social desde la historia dela cultura. Cada uno de ellos ha inquirido en aspectos específicos delsentido y la naturaleza de proyectos, percepciones, ideas, valores y creen-cias en torno a la función de los establecim

ientos de atención, observa-ción, vigilancia y corrección de las conductas antisociales y crim

inales,así com

o del nacimiento de nuevos cam

pos del saber como la crim

ino-logía, el derecho penal liberal y positivista y los dispositivos de difusióny circulación de las representaciones colectivas en torno a la crim

inali-dad y los crim

inales. Por un lado, Urías y Speckm

an ofrecen importan-

tes estudios de la transición del derecho penal colonial al derecho penalm

oderno en nuestro país, el cual puso el énfasis en el individuo como

eje de la aplicación de la pena y, por lo tanto, en que el castigo deberíaser proporcional al delito com

etido y según las características persona-les de los crim

inales, principio que sería retomado para el tratam

ientode las conductas antisociales y crim

inales, en especial en el régimen pe-

nitenciario. 2Por el otro, Speckman y Piccato han profundizado en el

análisis de la formación de la crim

inología mexicana y de las influencias

que recibió de las escuelas criminológicas europeas y norteam

ericanas.A

mbos coinciden en que durante el porfiriato se presentaron las condi-

ciones más propicias para el nacim

iento y desarrollo del pensamiento

criminológico porque se presenta “un m

omento de dom

inio político au-toritario y de preocupación general por la consolidación del orden pú-blico”. Los tem

as de estudio de éste fueron la naturaleza de los crimina-

les, su comportam

iento colectivo, social o racial, así como la m

anera deejercer la represión sobre ellos, las form

as de prevenir sus conductas ysus posibilidades de regeneración. El conjunto de estos elem

entos for-m

aron parte de una visión de la sociedad que los intelectuales elabo-raron e intentaron difundir entre los diversos grupos sociales. En estesentido, Speckm

an destaca las miradas de la crim

inología en torno a lasm

ujeres criminales y los m

ecanismos de difusión de las racionalizacio-

nes discursivas en torno a ellas. 3

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Alberto del Castillo ha destacado la im

portancia de la prensa como

uno de los dispositivos más im

portantes en la difusión y la circulaciónde las m

iradas acerca de la criminalidad y los crim

inales. De esta m

ane-ra, ha dilucidado com

o una gran porción de la prensa porfiriana se con-virtió en un instrum

ento de control social porque mediante ella era

posible difundir el proyecto de “orden y progreso” a través de una re-lectura del control social respecto a las clases populares. D

el Castillo, alreferirse a la publicación de crím

enes, asesinatos y suicidios por el dia-rio católico El País, concluye que la función era de reprobarlos m

oral-m

ente “con el fin de reforzar su misión didáctica y apoyar las norm

aséticas entre la población”, m

ientras que el diario El Imparcial, cercano a

los intereses del grupo porfirista conocido como los “científicos”, tam

-bién dedicó gran parte de su m

aterial periodístico a la “nota roja”, perohaciéndose eco de las ideas y las form

ulaciones de los criminólogos m

e-xicanos. D

e esta manera, divulgó una postura “científica” acerca de los

factores que explicaban la criminalidad, las conductas antisociales y cri-

minales y, por añadidura. M

ediante una postura en apariencia neutral yobjetiva, difundía las norm

as y medidas que la sociedad m

exicana teníaque adoptar para la salvaguarda del orden social. D

e esta manera, la di-

fusión masiva de estos reportajes se realizó a partir de reflexiones m

o-rales y contribuyó a m

oldear estereotipos en torno a la figura de delin-cuentes y crim

inales. 4

Estos estudios permiten situar y explicar la im

portancia del estudiodel funcionam

iento de la importancia de la penitenciaría de Jalisco.

De acuerdo con Erving G

offman podem

os distinguir cinco tipos deestablecim

ientos que configuran un sistema de control social: las insti-

tuciones erigidas para cuidar a las personas que parecen ser inofensivase incapaces, es decir, los hogares para ciegos, ancianos, huérfanos e indi-gentes

; los establecimientos erigidos para atender a aquellas personas

que además de ser incapaces para cuidarse por sí m

ismas representan

un peligro involuntario para la comunidad, tales com

o los hospitales parainfecciosos, los psiquiátricos y los leprosarios. U

n tercer tipo lo consti-tuyen aquellos lugares donde se alojan quienes intencionalm

ente repre-

2Urías H

orcasitas, 1997; Speckman G

uerra, 1999.3Speckm

an Guerra, 1997, 183-229; Piccato, 1997, 134 y 137; 1997ª, 78-79.

4Castillo, 1997, 33 y 37.

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sentan una amenaza para la sociedad, las cárceles, los presidios los cam

-pos de trabajo y de concentración; el cuarto tipo corresponde a las ins-tituciones claram

ente orientadas a hacer más eficiente una tarea laboral.

En este tipo quedan comprendidos las escuelas de internos, los cam

posde trabajos y diversos tipos de colonias agrícolas; finalm

ente el quintotipo lo form

an las instituciones concebidas como “refugios del m

undo”,los conventos, claustros, m

onasterios y centros de rehabilitación. 5

Estas instituciones respondieron, en parte, a la demanda de nuevas

actividades y ocupaciones de una emergente organización social, la cual

requería de un tipo de trabajador disciplinado y obediente, sometido a

ciertos patrones de conducta, así como a la necesidad de dism

inuir la in-digencia de las “clases desvalidas” para inhibir su conversión en “clasespeligrosas”. La elite política, en especial los pensadores sociales, sostu-vieron que gran parte de los problem

as y de las tensiones que origina-ban esas conductas se debían al crecim

iento económico, la falta de hábi-

tos de trabajo y la inclinación de los sectores más pobres a la vagancia,

la holgazanería y la mendicidad. Con base en estas ideas se configuró

un sistema de control social que se extendió a distintos espacios para la

atención social con fines específicos, según los sectores de la poblacióna que se destinaron, lo que im

plicó un lento proceso de estudio y clasifi-cación de estos grupos.

Unas pretendían prevenir conductas antisociales, entre ellas la pros-

titución, la vagancia y la mendicidad, m

ientras que otras se organizaronpara reprim

ir y corregir conductas ilícitas o delictivas. Las primeras

quedaron a cargo de la beneficencia pública y privada que orientaron ytuvieron com

o su tarea primordial socorrer a “las clases m

ás desprotegi-das” con el fin de prever que la pobreza se convirtiera en una fuente in-controlable de com

portamientos antisociales y pusiera en peligro el orden

social. Estas instituciones tuvieron como objetivo prim

ordial impedir la

proliferación de los criminales y de los crím

enes, fomentar el am

or al

trabajo y a la disciplina, procurar que los inquilinos modificaran su ca-

rácter, evitar “los extravíos” y que se perdieran “en pasiones insanas”. O

tras se reservaron y quedaron en manos del Estado, en particular,

las instituciones carcelarias y correccionales, con fines y medios m

uy si-m

ilares a las primeras. U

nas y otras sostuvieron la importancia de culti-

var y moldear “un ser m

oral” con nociones del bien “ensanchando loslím

ites de la inteligencia y los buenos sentimientos del corazón”. En am

-bos tipos de instituciones se ensayaba un m

odelo capaz de forjar futu-ros trabajadores y ciudadanos, hom

bres y mujeres útiles a la sociedad.

En ellas se les persuadiría para que comprendieran que “(en) nuestra

época es difícil abrirse paso cuando no se lleva un caudal de conoci-m

ientos para vencer las dificultades que a menudo im

piden la marcha

del hombre”, hacerlos conscientes de su deuda y de la obligación de res-

tituir el costo de su estancia a la sociedad porque la existencia de esosespacios no debía juzgarse una concesión gratuita de la caridad, la filan-tropía y la beneficencia ni un pretexto para fom

entar la ociosidad y laholgazanería. 6

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El estado de Jalisco se distinguió, entre otras cosas, porque cimentó des-

de finales del siglo XVIII, las bases institucionales de un sistema de control

sobre las clases pobres, en correspondencia con el nuevo orden socialque fue consolidándose durante el siglo XIX. Las instituciones surgieronen la form

a de establecimientos de beneficencia pública y privada, las

cuales destacaron por su organización y disciplina. Según Mariano Bár-

cena, los auxilios que recibían las clases desamparadas provenían del

gobierno estatal, por medio de una Junta de Caridad patrocinada direc-

tamente por filántropos y, en su m

ayor parte, por asociaciones religio-sas, en form

a destacada por las Conferencias de San Vicente de Paul. En1880, el ejecutivo estatal creó la D

irección de Beneficencia Pública, en-cargando a Jesús Cervantes instrum

entar una reorganización de los5G

offman, 1988, 18. Es útil la definición de institución total que proporciona el autor

para caracterizar a estos establecimientos. “U

na institución total puede definirse como

un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación,

aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, com

parten en su encierrouna rutina diaria, adm

inistrada formalm

ente”.6Padilla A

rroyo, 1995, 28-35; Padilla, 1993, 54-56.

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principales establecimientos que estaban bajo su responsabilidad, el

Hospicio de Pobres y el H

ospital de Belén, los cuales habían sido edifi-cados con el patrocinio tanto de autoridades religiosas com

o de algunosparticulares acaudalados. U

na de las primeras m

edidas que se aplicaronfue clasificar, dividir y separar a esa m

ezcla de edades y experienciasque form

aban los pensionistas, ancianos y niños pobres para imponer

una vigilancia más racional y planificada. 7

Una pieza de este sistem

a lo constituyó la Escuela de Artes y O

ficios,la cual dependía de una Junta Especial y que form

almente pertenecía al

sistema de instrucción elem

ental, aunque en rigor funcionaba como una

institución de control social en tanto que su objetivo era prevenir el van-dalism

o. El plantel escolar pretendía brindar a los niños pobres una “só-lida, com

pleta y fructuosa educación” por medio de la enseñanza de los

buenos principios y el aprendizaje de las artes manuales o m

ecánicasque les procurara “un m

edio honesto y bastante para su subsistencia”.El proyecto educativo se basaba en inculcar hábitos de disciplina, lo quedem

andaba que los padres y tutores cedieran sus derechos sobre losm

enores. Para el director de esta institución, la tarea de este tipo estabaen lograr que sus discípulos reanudaran “(los) m

il lazos que la fuerzairresistible de las cosas ha roto en m

edio de nuestras turbulencias” y enextinguir los peligros

“que se ciernen sobre la vida de los pueblos queabrigan en su seno por largo tiem

po las turbas ignorantes e incultas quese resisten a aceptar los saludables frenos de la civilización y el orden”.

Esta institución fue notable por los avances en su estructura y disci-plina, lo que dem

ostró la experiencia acumulada por sus sucesivas ad-

ministraciones, convirtiéndose en un ejem

plo a seguir. La racionalidady la sistem

atización de sus actividades cotidianas, el orden impuesto se

revelaba en su reglamento: los alum

nos se levantaban a las 5 de la ma-

ñana y dos horas después debían haber concluido su aseo personal y delos dorm

itorios; de 7 a 9 desayunaban y una vez que terminaban se tras-

ladaban a los salones pertenecientes al exconvento de San Agustín don-

de se les impartía instrucción elem

ental. Posteriormente laboraban en

alguno de los talleres de herrería, rebocería, zapatería, sastrería y tala-

bartería en los cuales permanecían hasta las once y m

edia; al finalizaresta labor se dirigían al com

edor en donde permanecían hasta la una y

media; después reiniciaban el trabajo en los talleres, el cual finalizaba a

las seis y media. M

ás tarde se les instruía en “educación práctica”, queconsistía en el estudio de sus deberes y en norm

as de buena conducta.Para ingresar a esta escuela era indispensable dem

ostrar un estado deorfandad, sum

a pobreza o “vicio de los padres”. 8

Sin embargo, las autoridades estaban conscientes de los obstáculos

y las contingencias a que se enfrentaba su meticulosa y tenaz labor, so-

bre todo porque los menores se resistían a “connaturalizarse con los há-

bitos de trabajo y orden (así como con) las costum

bres de las culturasque form

an el programa de la casa”, la cual se m

anifestaba en el afánprem

aturo por abandonar el establecimiento para disponer librem

entede sus ahorros, aún cuando sobre ellos pudieran com

eterse graves actosde explotación y abusos por parte de los individuos que com

praban ycom

erciaban sus productos, “comprándoles a precios irrisorios los ar-

tículos fabricados en los talleres”. 9

La lógica de funcionamiento del sistem

a de control social también

fue compartido por el régim

en penitenciario. Su organización y funcio-nam

iento fue muy sim

ilar a las instituciones de beneficencia pública yprivada al proponerse adiestrar a los internos en nuevos hábitos de tra-bajo e infundirles norm

as morales que guiaran su conducta, aunque la

cárcel moderna m

antendría el principio de castigar y reprimir las con-

ductas delictivas.

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En este marco se sitúa el papel y el lugar de la penitenciaría de Jalisco,

uno de los establecimientos de control y reclusión social m

ás importan-

tes y significativos en la formación del sistem

a de segregación y reclu-sión durante el siglo XIX

a nivel nacional. Para algunos viajeros deci-

7Bárcena, 1954, 111.

8Muriá, 1981, t. III, 324-325.

9Bárcena, 1954, 122.

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monónicos visitar la capital del estado de Jalisco fue un placer y una

obligación casi religiosa. Deam

bular por sus calles y parques era unaafición que pocos habitantes rehusaban practicar. A

los lados de unas yotros se levantaban suntuosos e im

ponentes edificios que se venían acu-m

ulando con el tiempo y form

aban ya parte del escenario y del paisajeurbano.

La ciudad de Guadalajara, donde los “pobres eran tan ricos”, alber-

gaba una construcción que causaba, a la vez, temor y certidum

bre nosólo por las dim

ensiones y proporciones físicas y arquitectónicas que al-canzaba sino por la convergencia de destinos, historias e infortunios delos hom

bres y mujeres que en ella enfrentaban una lucha perm

anenteconsigo m

ismos, en un afán por extirpar sus vicios y pasiones desm

edi-das y desenfrenadas. Esa construcción, la penitenciaría de Jalisco, se ex-tendía a lo largo y ancho de ocho m

anzanas, circundada “de unos sóli-dos y espesos m

uros y contramuros”, y estaba destinada a uno de los

proyectos de control social más am

biciosos y profundos del mundo ur-

bano: lograr la metam

orfosis de los seres humanos o aun m

ás, hacer delos salvajes y bárbaros hom

bres civilizados, eliminar el m

undo de con-trastes y convertirlo en un universo hom

ogéneo y disciplinado. 10

Obra de im

pecable diseño arquitectónico, sobria y silenciosa, orgu-llo de sus autoridades y acaso tam

bién de algunos de sus habitantes,contenía esa otra historia “estupenda y horripilante, la historia que tieneprincipio en la tierra y en la m

aldad que se propaga en las sociedadeshum

anas, es decir, la cuestión del crimen”, según hacía notar el trota-

mundo inglés Eduardo G

ibbon. Por su parte, el entrañable jaliscienseJuan B. Iniguiz afirm

aba que era el “único edificio en su género en la Re-pública M

exicana”, tal vez exagerando su admiración porque funciona-

ba también la im

ponente penitenciaría de Puebla, a la que sumaría poco

la penitenciaría del Distrito Federal. En igual sentido, se expresaba en tono

ufano el escritor Manuel Caballero, para quien no había “en el m

undoentero una institución de su especie m

ás bien concebida y propiamente

gobernada” y el viajero, Alfonso D

ollero, quien aseguraba tener a la vis-ta un edificio “herm

oso, macizo com

o un castillo de la Edad Media”. 11

Estas opiniones e impresiones en realidad enfatizaban las aspiracio-

nes, los deseos y los objetivos que los discursos y las prácticas peniten-ciarias que los pensadores form

ularon en torno a la penitenciaría deJalisco, los cuales se centraron en legitim

ar su utilidad como una institu-

ción moderna para la prevención, la reclusión y el tratam

iento de los in-dividuos que por sus m

odos de vida o por inclinaciones biológicas opsicológicas podían poner en peligro el orden. Esta institución tuvo en-tonces entre sus funciones prim

ordiales “normalizar” o “suprim

ir” esti-los de vida juzgados com

o “desviados”. Por eso, la fascinación que provocaba en personas que tenían una

imagen m

ás o menos exacta del papel que desem

peñaba sugiere las re-presentaciones que provocaba en los individuos com

unes y corrientes.Es decir, su sola presencia, intim

idatoria por sus dimensiones físicas,

proyectaba uno de los propósitos de su creación: imaginar y personifi-

car un control simbólico sobre la población, un ordenam

iento del espa-cio social y urbano en construcción.

El origen de esta penitenciaría ha sido motivo de controversia. Por

ejemplo, Luis Pérez Verdía lo sitúa en 1840 bajo la inspiración de M

aria-no O

tero, Iguiniz lo ubica en 1843, mientras que José M

aría Muría en

1845. En lo que no hay duda es que la obra fue concluida por David Bra-

vo, entre 1871 y 1875, con el diseño de José Ramón Cuevas quien se en-

cargó del proyecto original, el apoyo incondicional de Ignacio L. Vallar-ta, a la sazón gobernador de la entidad, el patrocinio de José M

ariaG

aribay, presidente de la Junta Directiva de la Penitenciaría y los bue-

nos oficios del “opulento filántropo” Francisco Martínez N

egrete. 12

Tampoco es m

otivo de polémica atribuir la paternidad de su concep-

ción, su diseño y los principios que habrían de regirla a Mariano O

tero.Este elaboró una profunda y m

editada disertación sobre las condicionesm

ateriales y humanas que se padecían en la célebre cárcel de la A

corda-da, herencia de la penalidad colonial en M

éxico. Otero tiene el m

érito de10D

e acuerdo con Foucault, “la prisión ha estado, desde sus comienzos, ligada a un

proyecto de transformación de los individuos [...] D

esde el principio, la prisión debía serun instrum

ento tan perfeccionado como la escuela, el cuartel o el hospital y actuar con

precisión sobre los individuos”. Foucault, 1992, 88.

11Iguiniz, 1950-1951, t. 2; Gibbon, 1893, 185-209; D

ollero, 1911, 24.12Pérez Verdía, 1910-1911, vol. 2, 636; Iguiniz, 1950-1951, t. 2; M

uría, 1981, 558; Bár-cena, 1954.

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haber discutido y propuesto la creación de un sistema penitenciario, al

cual estimaba com

o la “adquisición más preciosa” de las instituciones

modernas y, por tanto, una contribución fundam

ental para la reforma

social que el país requería. Después de haber analizado las diferentes

experiencias penitenciarias de su época, se pronunció en favor de insti-tuir el sistem

a de Filadelfia porque en él “la soledad hace reflexionar, eltrabajo dom

a las malas inclinaciones, el aislam

iento preserva, la instruc-ción eleva, la religión m

oraliza y el arrepentimiento regenera”. 13

Según Pérez Verdía, Otero inició la construcción del edificio siendo

secretario de la Junta Departam

ental de Jalisco, aunque no logró con-cluirlo por com

pleto en el sitio original, pues el propio Pérez Verdía se-ñala que hubo dos obras: la em

prendida directamente por O

tero que fuederribada debido a su cercanía a la ciudad y la que en definitiva se con-cluyó conocida con el nom

bre de la Penitenciaría de Escobedo. Esta últi-m

a idea parece confirmarla M

uriá, quien sostiene que ésta se levantó enterrenos propiedad de un carm

elita, los cuales se consideraban los más

adecuados para contener una obra de las dimensiones descritas. En

todo caso, pronto se vieron sus primeros resultados al ser suprim

ido elpresidio de M

ezcala, ubicado en la laguna de Chapala. 14

En un extenso artículo, publicado en El Siglo XIX

en enero de 1850 ycuya referencia directa era la penitenciaría de Jalisco, se ilustran con cla-ridad los objetivos explícitos que persiguen estas instituciones. A

quínos perm

itimos reproducirlo en su totalidad porque refleja con exacti-

tud y claridad tanto el pensamiento penitenciario com

o la práctica insti-tucional m

exicana que se pretendía derivar:

Tiempo ha que en esta ciudad com

enzó a construirse un vasto estableci-m

iento, destinado a la corrección y castigo de los criminales, con la m

iraem

inentemente filosófica y hum

anista de que no vuelvan a ofrecerse esosespectáculos repugnantes y sangrientos a que da lugar la ejecución de labárbara pena que se llam

a último suplicio.

Es indudablemente im

portante la abolición de la pena de muerte, que la ra-

zón, la filosofía y el cristianismo condenan; pero éste no es sólo el fin que se

ha propuesto alcanzar el filántropo, con la erección de penitenciarías. La ex-tensión de estos establecim

ientos, la solidez en la obra material, el orden

que debe observarse en su construcción, los fondos competentes de que es

preciso subsistan y un reglamento bien m

editado para el gobierno interior,garantizar la seguridad, haciendo casi im

posible la fuga, la salud de los pre-sos y detenidos, su corrección m

oral y los buenos resultados de la educa-ción religiosa y política que debe dárseles, porque todo gobierno para co-rresponder a la confianza que en él ha depositado el pueblo, debe apelar atodos los m

edios para impedir la perpetración de los delitos; y m

uy más

honorífico, más glorioso le será transform

ar a los perversos en seres virtuo-sos, que m

atarlos, porque aunque se alegre la razón de que la vindicta públi-ca lo releva, ninguna utilidad resulta a la sociedad de la aplicación de lapena de m

uerte, que le priva de hombres que un poco m

ás tarde le servi-rían, ni se les sacrifique sobre lo que en voz m

uy alta diremos que ni la

religión cristiana ni una sana filosofía excluyen la posibilidad del arrepenti-m

iento y enmienda del hom

bre extraviado; y además el corazón del crim

i-nal que cesa de latir, ningún germ

en de virtud derrama, al bajar a la región

de la muerte, en el que quedan con vida; “el golpe que descarga la justicia

por la mortífera m

ano del verdugo, dice un grande escritor no hiere sinodébilm

ente a la multitud que presencia el espectáculo; el castigo de una ac-

ción criminal no surte el efecto deseado, m

ás grave que a la persona del cas-tigado”.El pensam

iento a la par humano y generoso, de corregir al que ha delinqui-

do, castigándole con la soledad, la meditación y el silencio, y obligándole a

que se instruya en sus deberes más im

portantes, ese pensamiento, que es ya

una realidad, como lo dem

uestran los extensos, sólidos y ordenados edifi-cios, llam

ados penitenciarías que en varias partes se han levantado, por lafuerza de los progresos de la civilización, han encontrado ecos en uno delos estados de la confederación m

exicana, más ilustrados e influyentes. La

penitenciaría que rápidamente se está construyendo en esta ciudad, es una

prueba de nuestro aserto. Varios funcionarios, entre ellos el Sr. Don A

ntonioEscobedo, que sobre éste y otros puntos abrigó siem

pre las mejores inten-

ciones, han empeñándose en su construcción, pero nosotros harem

os unam

ención especial del ciudadano gobernador de Jalisco, porque ha sabido

13Otero, 1959, 115-127.

14Pérez Verdía, 1910-1911, vol. 2, 636; Muría, 1981, 559. A

demás del presidio de M

ez-cala, construido en 1819 a petición del gobierno de la N

ueva Galicia, la ciudad de G

ua-dalajara contaba con la cárcel de la ciudad, edificada en el siglo XV

II.

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sobreponer a las desdichadas circunstancias en que nos hallamos, ha hecho

se inviertan en la obra, fondos considerables, empero lo calam

itoso de lostiem

pos ha tenido un acierto en la elección de la persona a quien se ha en-cargado la distribución de los actuales y activar la conclusión del estableci-m

iento que dirige el apreciable arquitecto D. Ram

ón Cuevas. Un recom

en-dabilísim

o español, Sr. D. Francisco M

artínez Negrete, es el que, tiem

po ha,está constantem

ente ministrando lo necesario para la obra, aún cuando no

reciba un peso de la Tesorería del Estado. Tal acción, si recomendable en un

mexicano, causa una justa adm

iración cuando es efecto de la filantropía ygenerosidad de un extranjero. 15

Jalisco contaba casi treinta años después de esta detallada descrip-ción, con un gran edificio en cuyo interior funcionaba un régim

en peni-tenciario que podía com

pararse con las prisiones más adelantadas del

mundo. Q

uienes lo recorrían quedaban admirados no sólo por sus enor-

mes proporciones sino tam

bién por su notable organización interna. Laam

plitud de los espacios destinados a los tribunales, los ambulatorios y

las celdillas, el arreglo de sus talleres, la disciplina que reinaba y la dedi-cación de los presos a sus labores eran parte de sus rasgos distintivos.A

demás su enferm

ería era comparable a las m

ás aventajadas del mun-

do y poseía un cementerio que dejaba poco que desear. Sus escuelas

eran de primer nivel, reunían los instrum

entos y los métodos pedagógi-

cos más avanzados de la época que, según las autoridades penitencia-

rias y políticas, las colocaba en la posibilidad de competir con las escue-

las particulares más im

portantes del estado, lo cual era mucho decir.

Acaso la única preocupación de los encargados del establecim

iento erael sum

inistro del agua que en mom

entos de escasez ocasionaba algunostrastornos en el desalojo de los desperdicios. Sin em

bargo, este pequeñoinconveniente no em

pañaba el orgullo de las autoridades, las cualesaseguraban que la penitenciaría era “un colosal asilo para la reform

a delcrim

inal”. El trato a los presos era humano, aunque el régim

en no deja-ba ser severo. U

n ejemplo de ello era la aplicación de un correctivo que

consistía en perder el derecho a la libertad preparatoria por mala con-

ducta y la posibilidad de sujetarlo a fuertes trabajos corporales. El pro-blem

a de la seguridad no existía pues además de la gran vigilancia,

mantenía elevados y “en extrem

o sólidos” muros, que im

posibilitabancualquier intento de evasión. La penitenciaría se organizaba en tres de-partam

entos: de hombres, de m

ujeres y de jóvenes delincuentes. SegúnG

ibbon, la penitenciaria de Jalisco era un “colosal asilo para la reforma

del criminal” porque en su interior reinaba “la m

onotonía, el silencio yla soledad”, así com

o un “verdadero palacio de justicia”, al albergar losTribunales del estado, un hospital, escuelas y talleres. 16

Ésta reunía las condiciones necesarias para considerarse un verda-dero régim

en penitenciario, según los requisitos y condiciones que Mi-

guel Macedo consideraba indispensablesa propósito de la inauguración

de la penitenciaría del Distrito Federal:

[En ella] se elaborará la corrección del delincuente corregible y encontrarála segregación y sufrim

iento sin infamia ni horror, el incorregible; ella será

siempre y para todos fórm

ula de la suprema ley m

oral de que el ataque ar-tero o violento al derecho produce com

o consecuencia necesaria el mal que

comienza en las suaves sanciones del orden civil, y llega hasta la privación

de la libertad y aún de la vida en las ásperas cimas de la crim

inalidad [...][El sistem

a penitenciario estaba] orientado a la corrección moral y [abarca]

todas las fases de la vida del hombre a quien la justicia ha declarado delin-

cuente, desde la celda que ha de ocupar y la alimentación que ha de recibir,

hasta sus comunicaciones con el exterior. 17

El edificio penitenciario ocupaba en su planta general 300 metros de

longitud y 150 metros de altitud y tenía la form

a de un “cuadrilongo”.Su frente principal tenía vista al oeste y correspondía a una extensa pla-za en la cual se había plantado un jardín. En su interior había un granpatio circundado por m

agníficos corredores que formaban el prim

ero ysegundo piso, dando acceso a los despachos de la adm

inistración judi-cial. D

espués se extendían 16 ambulatorios con extensos corredores, que

15El Siglo XIX, M

éxico, 3 de enero de 1850.

16Gibbon, 1893, 192.

17Macedo, 1900, 17.

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cialmente de nuestro pueblo bajo y de nuestra raza indígena”. Estas dis-

posiciones se completaban con la enseñanza religiosa m

ediante “sacer-dotes reconocidos y bien conceptuados de su culto y otras personas denotoria capacidad, honradez y eficacia”, la cual se com

plementaba con

la instrucción primaria la cual tenía carácter obligatorio y la capacita-

ción laboral que comprendía nociones de dibujo lineal o de ornato, así

como nociones de quím

ica aplicada a las artes. Así, m

ediante el registroconcienzudo de cada una de las actividades que realizaban los presosera posible evaluar el progreso de cada uno de ellos, sujetándolos a unproceso severo de disciplina y control, y con base en él establecer el gra-do de corrección y cura m

oral. Todos estos aspectos estaban dispuestosde tal m

anera que formaran en los delincuentes “el ser m

oral cuya per-versión los ha llam

ado al crimen y engendrar en el alm

a las nociones delbien, ensanchando en este efecto los lím

ites de la inteligencia y losbuenos sentim

ientos del corazón”. 19

Las dificultades tanto en el estado material com

o en la organizacióninterna, especialm

ente en lo relativo a las condiciones de vida de lospresos, fueron los signos que caracterizaron a la institución penitencia-ria. Pero estas dificultades tienen su racionalidad desde el m

omento

mism

o en que se fijan los fines que ha de cumplir com

o establecimien-

to de control social. Sin embargo, am

bos aspectos estuvieron presentesy de m

anera reiterada en las preocupaciones de las autoridades peniten-ciarias y de las dependencias responsables de la custodia de la prisión.Ello porque era necesario garantizar que el proceso de reform

a de los re-cluidos contara con todos los recursos y los m

edios necesarios. La rigu-rosidad en la ejecución del tratam

iento penitenciario exigía que aún de-talles aparentem

ente mínim

os fueran un motivo de inquietud.

De este m

odo, por ejemplo, puede interpretarse el interés de la rec-

tora del Departam

ento de Mujeres para que el Tribunal Superior de Jus-

ticia realizara las gestiones necesarias a fin de que fuera atendida la so-licitud para abastecer de agua y se arreglaran las habitaciones pues eratal su abandono que podían originar una epidem

ia, con la amenaza

siempre presente de rom

per el equilibrio en la higiene física que un lo-

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contenían cada uno de ellos entre 40 y 50 celdillas, convergiendo en for-m

a de estrella en una patio especial. Alos lados de éstos estaba la pri-

sión de las mujeres y el alojam

iento de la guardia, así como un local

para la fotografía. En su parte posterior estaba los talleres, los baños, eljardín y “todo lo concerniente a un establecim

iento de esta especie”, esdecir, las escuelas y la capellanía. En los am

bulatorios había “mesas,

puestos y vendimias que dan al local el aspecto de un m

ercado”. 18

EL

MU

ND

OIN

TERIOR: TEN

SION

ESY

DESEQ

UILIBRIO

S

El reglamento de la penitenciaría dibuja con claridad las pretensiones

formales e inform

ales que involucra el proceso de metam

orfosis de lanaturaleza hum

ana que pretende la institución carcelaria. En él se incor-poran m

edidas similares a las de otras instituciones afines com

o hospi-tales, escuelas de corrección, de artes y oficios, asilos. Por ejem

plo, se es-tablecía un régim

en de premios y castigos, prohibiendo el em

pleo decastigos físicos com

o medio correctivo que serían reem

plazados por unm

ecanismo de vigilancia m

ás sutil a cargo de los custodios, que debíapasar desapercibido “a fin de que el preso no tenga jam

ás la seguridadde no estar vigilado o de no poder ser sorprendido”. D

e igual manera

se instituía el registro personal que debía de seguirse rigurosamente por

medio de “un ejem

plar del retrato del preso, el extracto de su procesojudicial, la historia de su conducta en la penitenciaría y las dem

ás pie-zas que señalen los reglam

entos”. Se prescribía la uniformidad de los in-

ternos mediante la utilización de una sola vestim

enta, “para los hom-

bres camisa y calzón de m

antas de rayas en verano, y camisa y pantalón

de lana de rayas para el invierno; gorra y zapatos”, en tanto que las mu-

jeres debían vestir “camisa y enagua blanca y túnica de m

anta en vera-no, m

ientras que en invierno camisa, enagua blanca y túnica rayada, así

como zapatos y cofia”.

Otra disposición, estrecham

ente ligada al vestido, era el aseo y el la-vado que tenía el propósito de “m

ejorar los hábitos y costumbres, espe-

18Bárcena, 1954, 132; Iguiniz, 1950-1951, t. II, 27-28.

19Boletín del Archivo G

eneral de la Nación, 1981/1982, núm

s.1/4, 97-103.

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capacidad de control y orden. Por eso las peticiones reiteradas de las au-toridades penitenciarias, m

onótonas pero que dejaban revelar un tonode angustia y tem

or, para que el ayuntamiento o las autoridades políti-

cas estatales otorgaran los suficientes recursos económicos y, en general,

materiales para atender, aun cuando fuera de m

anera parcial porquesiem

pre las necesidades eran mayores, algunos problem

as de la vida co-tidiana que im

plicaba el régimen penitenciario. En este m

arco se expli-ca, por ejem

plo, la solicitud hecha por el gobernador de la penitenciaríaJuan A

latorre, quien expuso ante el cabildo de Guadalajara que ante el

“grande recargo de presos que hay en ésta” se requerían construir 25puertas para las celdas a fin de garantizar la seguridad del local puespreveía la posibilidad real de intentos de fuga o am

otinamiento, lo cual

era grave para todos. Sin em

bargo y como ocurría en la gran m

ayoría de los casos, las au-toridades m

unicipales respondían que no contaban con suficientes me-

dios para acceder a la solicitud del gobernador Alatorrre. Por su lado, el

intendente de la penitenciaría Mariano M

orett, también hizo sem

ejantespeticiones al gobierno del estado para que surtiera de 22 puertas paralas celdillas debido a que había una porción de reos sobre los que no setenía un efectivo control com

o para evitar intentos de evasión o “decualquiera otra clase de desórdenes”. D

e hecho, para 1877, la poblaciónpenitenciaria se había increm

entado notablemente debido a que se ha-

bían reunido en ella los presos “de la antigua cárcel de palacio”, aunquetodavía no podía atribuirse a un exceso de internos que la hicieran prác-ticam

ente ingobernable. 21

En efecto, aunque el municipio m

ostraba un interés genuino porayudar en los trabajos físicos que requería una cárcel m

oderna, la impo-

sibilidad de agenciarse ingresos estables provocaba que sus esfuerzosresultaran m

ínimos. A

sí se lo hizo saber al gobernador del estado en unextenso oficio en el que dem

ostraba la franca y virtual situación de rui-na de las arcas m

unicipales y “la enorme deuda” que había contraído

por conceptos de salarios de los empleados m

unicipales y penitencia-rios. Para el presidente del ayuntam

iento no había duda del origen de

cal de tal naturaleza demandaba. En un tono sim

ilar se expresó la JuntaD

irectiva de la Penitenciaría, instancia responsable de vigilar que todaslas instalaciones estuvieran conform

e a las disposiciones internas, lacual inform

ó al ayuntamiento de G

uadalajara que no había pasado in-advertida la situación que describía la rectora, pero que la falta de recur-sos económ

icos, tanto del municipio com

o de la Junta, hacía imposible

concluir la construcción del departamento, tal y com

o eran sus deseos.A

ñadía que algunas obras mayores eran urgentes para m

ejorar la situa-ción de las presas: instalación de puertas, de rejas y nivelación del pavi-m

ento de las celdillas, comprom

etiéndose a suministrar agua suficiente

y apoyar las iniciativas del municipio con el propósito de concluir los

trabajos en ese departamento. N

o obstante, las cosas no marcharon con-

forme a las pretensiones de la Junta D

irectiva y, al contrario, agraván-dose la situación de los reclusos, en particular, en el departam

ento dehom

bres. 20

Estas comunicaciones revelan uno de los tem

as más recurrentes en

la historia del régimen penitenciario m

exicano, la escasez de recursosm

onetarios para la construcción de edificios apropiados para albergar elm

odelo penitenciario más apropiado a las condiciones del país, según

desprendían los pensadores sociales de la época. Por eso la falta de fon-dos fue un referente constante entre los penitenciaristas m

exicanos,aunque no sólo por ellos, para reflexionar en torno a uno de los pilaresdel sistem

a penitenciario, el trabajo de los reclusos más allá de sus fines

terapéuticos y reeducativos, de su importancia com

o fuente de financia-m

iento y sostenimiento de las cárceles m

odernas. De ahí, entonces, el

debate constante alrededor de las ventajas de la participación e inter-vención de los particulares en la organización del trabajo carcelario m

e-diante la instalación de talleres.

De igual m

anera, un tema casi obsesivo en el discurso penitenciario

fue el incremento constante del núm

ero de internos, lo que reveló la ten-sión entre las autoridades por el frágil equilibrio de la vida interior enla m

edida en que ésta requería mantener las condiciones de vida acepta-

bles para aquellos pues no lograrlo así significaba poner en peligro la

20Archivo H

istórico Municipal de G

uadalajara (AH

MG), caja 1234, paquete 152, expe-

dientes 21 y 46, 1874.

21A

HM

G, c. 1234, paq. 152, exp. 57, 1874; A

rchivo Histórico del Estado de Jalisco

(AH

EJ), Justicia, c. 236, exp. 5594, 1877.

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tal condición: el “habérseles impuesto la injusta obligación de cubrir to-

dos los gastos de la penitenciaría, los cuales fluctuaban entre 30 y 40 mil

pesos mensuales. A

gregaba que los impuestos creados para el m

anteni-m

iento de la prisión no habían dado “nunca el resultado deseado” y,por lo tanto, había afectado la atención que m

erecían otros ramos com

ola instrucción prim

aria, el alumbrado, la policía y el ornato del m

unici-pio. En esa tesitura, el ayuntam

iento se había reducido “desde hace al-gunos años, m

ás que a una Junta Adm

inistradora del mencionado pre-

sidio, con alguna que otra misión política” y en esa función había tenido

que recurrir a los particulares, quienes también había padecido un “des-

nivel hacendario”. Estas circunstancias obligaban al ayuntamiento a so-

licitar al gobernador hacerse cargo del sostenimiento de la penitencia-

ría. Por su parte, el titular del Ejecutivo estatal, Jesús Leandro Camarena

respondió que estudiaría la proposición y que, mientras tanto, enviaría

un presupuesto para cubrir los honorarios de los empleados a quienes

se les adeudaba un monto aproxim

ado de 94 231 pesos. El cabildo agra-deció el gesto de Cam

arena pero insistió en su solicitud en el sentido deque fuera el gobierno estatal asum

iera la administración del local peni-

tenciario, declarándose en “bancarrota”. La respuesta final del goberna-dor fue que según sus posibilidades colaboraría en los trabajos delayuntam

iento. 22

Pese a estas dificultades económicas, los requerim

ientos que deman-

daba la instauración del régimen penitenciario obligaban a construir al-

gunos espacios imprescindibles para el control, la atención y la vigilan-

cia de los internos. Uno de ellos era la instalación de la enferm

ería, lacual estaba concebida para atender a los reos que no podían, por su peli-grosidad o por las largas condenas que se les habían im

puesto y, porañadidura, cavilaran algún proyecto de evasión, ser traslados al hospi-tal de Belem

. La necesidad de construir estos locales provocaba tensio-nes y conflictos entre distintas autoridades no sólo porque se ponía enjuego la responsabilidad directa de la vigilancia de los internos sino por-que representaban desafíos a su jerarquía en la esfera del poder. A

sí, porejem

plo, Juan Alatorre inform

ó al ayuntamiento que cum

pliendo órde-

nes del Jefe Político de Guadalajara, se había establecido una enferm

eríaal interior de la penitenciaría, lo que había provocado algunos proble-m

as para el desalojo de los desechos orgánicos con el consiguiente ries-go de provocar epidem

ias, dando por hecho que tal medida había sido

avalada por el ayuntamiento. Sin em

bargo, ante el asombro de A

latorre,el cabildo ordenó de inm

ediato la supresión del hospital con el argu-m

ento de que éste no reunía las condiciones mínim

as de higiene ni teníalos suficientes m

edicamentos, según lo había hecho saber la Junta de Sa-

lubridad de la propia penitenciaría, por lo que en caso de que los reosrequirieran de atención m

édica tendrían que ser remitidos al H

ospitalde Belem

hasta en tanto no se determinara la inauguración de la enfer-

mería. 23

En estas condiciones, en 1877, el gobernador de Jalisco, Jesús Lean-dro Cam

arena, reconoció ante el Congreso de la entidad que la peniten-ciaría se encontraba en un proceso de construcción, aunque funciona-ban varios departam

entos, lo cual quería decir que el propio régimen

penitenciario estaba en vías de instaurarse. Con todo, la cárcel de Jaliscoalbergaba ya una cantidad considerable de presos, entre 1 600 y 1 700.D

e este modo, advertía que la organización interna no había alcanzado

la perfección deseada como “lugar de castigo y corrección” y hacía no-

tar que su mantenim

iento resultaba “todavía oneroso para el estado”, apesar del subsidio que otorgaba el m

unicipio y de la recaudación de im-

puestos destinados a su edificación, los cuales apenas alcanzaba a cu-brir la alim

entación de los presos, lo que daba una idea exacta de lascondiciones de vida en la que se encontraban éstos. Por ello insistió enla urgente necesidad de hacer funcionar los talleres y convertirlos enuna fuente de ingresos m

ucho más estable, donde los internos encontra-

rían ocupación haciendo del trabajo carcelario un pilar del régimen pe-

nitenciario. El inform

e de Camarena m

arcó uno de los mom

entos más im

portan-tes de la instauración del sistem

a penitenciario, no sólo para Jalisco sinopara el país, al hacer inm

inente la expedición de un decreto que regla-m

entaría la obligatoriedad del trabajo. En este documento se proyectan

22AH

MG, c. 1233, paq. 141, exp. 118, 1876. El fondo especial provenían de los im

pues-tos a bebidas alcohólicas, de las loterías y el im

porte de multas.

23AH

MG, c. 1233, paq. 141, exp. 92, abril/octubre de 1876.

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las representaciones que tenían las autoridades de la cárcel moderna: la

gran fábrica donde no sólo se sometería a los hom

bres a una disciplinarigurosa y controlada, sino esa em

presa de metam

orfosis de la natura-leza hum

ana en la que la materia prim

a eran esos hombres perversos y

malvados que habían atentado contra el orden social y que, al final del

proceso que significaba el régimen penitenciario, arrojaría productos to-

talmente nuevos, hom

bres decentes y honestos. En los talleres habría“tantos operarios com

o hombres”, en el que el trabajo los igualaría en

una sola condición porque éste no sería una “concesión otorgada como

gracia, cual hoy sucede, a determinados presos, sino la condición ordi-

naria de la existencia del reo dentro de la penitenciaría”. La percepcióndel trabajo artesanal, los pequeños talleres que funcionaban y en los quese ocupaban 120 hom

bres eran “diminutos, con pocos e im

perfectos ins-trum

entos” de trabajo, serían reemplazados por prácticam

ente manufac-

turas que ocuparían su lugar. Así, se proponía m

ejorar las condicionesde productividad del trabajo y ocupar el m

ayor número de operarios.

De hecho, este docum

ento formaba parte de una estrategia de control

social más am

plio que se expresaba en el Código criminal que estaba

por publicarse. 24

Esta pretensión explica la importancia que tiene desde varios pun-

tos de vista la instrucción y la enseñanza religiosa que, sin duda, alcan-za sus m

ayores logros cuando el interno la asume com

o necesaria y par-te de su vida en la cárcel. U

no de ellos porque el interno considera quees un derecho consubstancial al constituirse en un sujeto de deberes yobligaciones. Precisam

ente la lógica del sistema penitenciario es lograr

que el preso aprenda una serie de valores y conductas que se consideranlo disponen para una vida “norm

al”, en un orden que premia los com

-portam

ientos aceptados socialmente y castiga los que juzga com

o impro-

pios, lo que Goffm

an define como “ajustes prim

arios y secundarios”.D

esde esta perspectiva se inscribe la solicitud de un grupo integra-do por num

erosos presos que solicitaron al ayuntamiento de G

uada-lajara les fuera autorizada la apertura de una capilla en la prisión y laasistencia de un capellán que tuviera libre acceso para sum

inistrar los

consuelos de la religión católica. Para los presos era de primordial im

-portancia contar con la asistencia espiritual pues los peticionarios reco-nocían sus delitos, “pues los tribunales nos han juzgado responsables”y, por lo tanto, su estancia en la prisión les obligaba a som

eterse a un do-loroso proceso “sufriendo el exam

en de nuestra conciencia”. Destaca-

ban que su condición de criminales no les quitaban los “derechos inhe-

rentes a todo ser humano y que reconoce de m

anera expresa nuestraConstitución, m

andándolos respetar y favorecer”. El alegato se centra-ba en que uno de los derechos, “el principal de esos derechos”, era quecada individuo m

antuviera “con su Criador, las relaciones de obedien-cia y adoración en el m

odo que haya llegado a entender que el más

acepto [sic] al Ser Supremo”.

Para no dejar lugar a dudas, el grupo afirmaba su adhesión a la fe

católica, a sus prácticas y, desde su visión, señalaba que los desvaríos desus actos se debían a la ignorancia de los “deberes con D

ios, con nues-tros prójim

os y para consigo mism

o”, los cuales se remediarían cono-

ciendo sus obligaciones. La religión católica, consideraban, era “el me-

dio a propósito para moralizar al individuo” y subrayaban que “nadie

podrá poner en duda la influencia del catolicismo en la vida social,

cuando enseña y apoya los legítimos derechos del hom

bre y obliga arespetar los ajenos”. A

sí, la enseñanza religiosa podía ser un medio in-

sustituible para presentarse rehabilitados ante la opinión pública y quem

ejor que para cumplir con su afán tener un sacerdote, quien les m

os-traría “el lado filosófico y m

oral” de su conducta desviada, contribu-yendo a

llenar de gloria a nuestros actuales munícipes que con tanto celo se están

esforzando en hacer de nosotros hombres útiles para la sociedad y para

nuestras propias individualidades, pues con este fin se han establecido ta-lleres y se trata de establecer m

ás para que tengamos trabajo y vivam

osocupados honestam

ente en esta casa.

Desde el discurso de los internos, religión y trabajo establecían un

vínculo armónico para alcanzar su regeneración. La respuesta a la soli-

citud de los internos fue el silencio y no porque las autoridades la cre-yeran injustificada o porque no com

partieran los argumentos de los pe-

24Mem

oria de Gobierno, 1876/1879, 41-78.

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ticionarios sino por la existencia de un ordenamiento que prohibía a

cualquier ministro de culto visitar u oficiar los auxilios espirituales que

demandaban. 25

En diciembre de 1882, el Suprem

o Tribunal de Justicia del estadorealizó una visita a la penitenciaría para conocer la situación jurídica ylas condiciones de vida de los presos. En el inform

e que presentó a lasautoridades estatales apuntó que en el departam

ento de detenidos losprocesados no tenían queja alguna que presentar, excepto una que nega-ba la acusación de haber intervenido en una fuga que se había realiza-do el día anterior. A

unque la actitud de los miem

bros del Tribunal fuem

inimizar el incidente, su sola presencia y la prontitud con la que ha-

bían organizado su visita mostraba, al contrario del tono em

pleado ensu reporte, que no era un asunto m

enor, creándose una situación bastan-te delicada para el funcionam

iento de la cárcel. El intento de fuga signi-ficaba por sí m

ismo poner en entredicho la eficacia de los controles y la

vigilancia que sobre los internos se establecía, desafiaba el ejercicio delpoder jerárquico, cuyo objetivo es m

antener la disciplina y la lealtad deéstos hacia las autoridades y, m

ás aún, simbolizaba la solidaridad entre

los internos contra todos los esfuerzos empleados por las autoridades

para tratar de desarticularla. Las razones para tales sucesos pueden ha-ber sido varias. El Tribunal no ofreció detalles de lo acontecido ni tam

-poco las autoridades penitenciarias, que ante éste tipo de hechos prefie-ren guardar silencio precisam

ente por la gravedad que representa parala vida carcelaria.

Pese a las reservas de las autoridades puede advertirse, según la in-form

ación proporcionada por los miem

bros del Tribunal, que en la pri-sión había una serie de irregularidades que bien pudieron ser el origendel m

alestar y la inconformidad hasta lograr la com

plicidad de un ma-

yor número de presos, sobre todo por la situación jurídica y las condicio-

nes de vida en que se encontraban. Así, por ejem

plo, en el departamen-

to de sentenciados, la comisión del Tribunal recogió diversas quejas de

los reos: unos alegaron que habían concluido sus condenas y pese a ellono se les liberaba, entre ellos había quienes tenían 13 años de reclusión,

tiempo que no había sido suficiente para aclarar su situación, así com

oun m

enor de 10 años que había sido enviado al local por el jefe políticode G

uadalajara para que“aprendiera un oficio”, m

ientras que otros de-nunciaron el despojo a que los som

etían distintos empleados de la peni-

tenciaría del dinero y de la ropa que sus familiares les enviaban para

hacer menos difícil su situación personal, en tanto que los m

ás señala-ron que no se les proporcionaban los útiles para cubrirse. Tam

poco fal-taron las reclam

aciones por lo escaso de las comidas o por no recibir el

alimento prescrito por el m

édico del hospital. En contraste, en el depar-tam

ento de mujeres, las internas expresaron lacónicam

ente “que nadatenían que decir”. 26

De hecho uno de los m

óviles más im

portantes que mueven a los in-

ternos a fugarse, lo cual como hem

os hecho notar se convierte en unverdadero reto al aparato penitenciario, es la posibilidad siem

pre seduc-tora de burlar y rom

per con los mecanism

os de control interno, tantofísicos com

o mentales, que atraviesan toda la vida cotidiana dentro de

la prisión y que se diseñan desde un cuerpo especializado que los poneen ejecución. El éxito de la evasión dependerá de la capacidad de apoyointerno que logren tener quienes estén dispuestos a intentarla. La enor-m

e labor tanto material com

o de colaboración o, en su caso, de delación,voluntaria o involuntaria, revela la destreza y la habilidad de persua-sión que despliegan sus autores, el conocim

iento que llegan a adquirirdel funcionam

iento de la institución. Al m

enos esta es la impresión que

deja la crónica periodística sobre una “gran tentativa de evasión” en lapenitenciaria de Jalisco. 27

El suceso se desarrolló el 25 de septiembre de 1895, a las ocho de la

mañana, cuando el director de la penitenciaría, Joaquín Rosado, descu-

brió una perforación de tres metros de profundidad por sesenta centí-

26AH

EJ, Justicia, c. 285, exp. 6621, 1883.27El diseño arquitectónico de las cárceles m

odernas tiene entre sus preocupacionesevitar cualquier tentativa de fuga. Para el caso de la penitenciaría de Jalisco se advertíalo siguiente: “La fuga es allí m

enos que imposible, pues adem

ás de la gran vigilancia quese em

plea día y noche, los muros son m

uy elevados y en extremo sólidos; los cim

ientostienen cuatro m

etros, y así las excavaciones son impracticables”, véase Cardona, 1898,

379-396.25A

HM

G, c. 1126, paq. 144, exp. 66, 1881.

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metros de ancho, en la celda 122, habitada por Catarino N

uño quiencum

plía una sentencia de 20 años de prisión por el delito de homicidio.

Resulta notorio que fuera el propio director de la penitenciaría quiendescubriera el intento de fuga, lo cual no puede pensarse que haya sidoproducto de la casualidad o de los buenos oficios del funcionario peni-tenciario, sino de una denuncia de los propios internos pues no es decreerse que después de varios días, tal vez m

eses, de trabajo meticuloso

y discreto hubiese tenido la agudeza de revisar la celda del interno. Evi-dentem

ente, Catarino Nuño tenía el apoyo y la com

plicidad de otrosdos reos, sobre quienes cayeron las principales sospechas de com

plici-dad por estar sentenciados a las m

ismas penas. Por lo com

plicado de lostrabajos es posible suponer que atrás de ellos había un apoyo m

ás deci-dido de, al m

enos, una parte importante de presos, porque según las

propias autoridades “los reos tuvieron que romper los cim

ientos de unm

etro de espesor y deshacerse de ochenta sacos de tierra que extrajeronde la excavación”. Por eso, las autoridades expresaron desconcierto yduda pues “se ignora quienes puedan estar com

plicados en esa tentati-va de fuga ni los proyectos que tenían respecto del lugar de salida”. Encontraste, en un tono de autoconsuelo, la crónica concluía que no había“que lam

entar ahora una evasión, que sin duda habría sido una de lasm

ás ruidosas por sus circunstancias excepcionales”. 28

Acaso por esto, las autoridades m

uestran una especial preocupaciónpor m

ejorar hasta cierto punto las condiciones de vida de los internos,pero siem

pre organizadas bajo un régimen de prem

ios y castigos que,en gran parte, es dispuesto de m

anera discrecional a fin de garantizar lalealtad vertical de éstos hacia aquellas, de ahí que la situación de lospresos dependía del departam

ento en que se encontraban. Así, en el de-

partamento de detenidos, las condiciones de vida eran m

ejores que enel de sentenciados y eran superiores en el de m

ujeres que en el de hom-

bres, pero el bienestar en todos ellos se supeditaba a las utilidades quepodrían obtenerse del trabajo carcelario, com

o lo hemos hecho notar se-

gún lo habían establecido con claridad las autoridades jaliscienses añosantes. D

e este modo, no resulta extraño que el intendente de la peniten-

ciaría indicara que la Junta Directiva se encargaba de distribuir tanto la

ropa y frazadas como las raciones de alim

ento según las utilidades queaportaba el trabajo de los internos o bien que las instrucciones fuera dic-tadas en form

a directa por el gobernador de la entidad, como en la dis-

posición que giró relativas a que los enfermos recibieran la m

isma ali-

mentación debido a los gastos que originaba la preparación de dietas

diferentes. 29

Desde 1882, en cam

bio se había expedido el “Reglamento para la Pe-

nitenciaría del Estado”, el cual había permitido m

odificaciones en la or-ganización interna tales com

o separar en dos departamentos a los pre-

sos, sentenciados y procesados, y uno más para m

ujeres, con lo cual sehabía resuelto el problem

a del hacinamiento y la confusión, en la ociosi-

dad y en condiciones higiénicas desfavorables. Para 1883, se había lo-grado una eficiente separación y clasificación de los presos según la si-tuación jurídica de cada uno de ellos, asignándoles a cada uno de ellostareas específicas en los talleres, obligándolos a concurrir a las escuelaspara recibir instrucción, bajo un régim

en de “disciplina severa”. En eseaño se contabilizaban 648 presos, de los cuales 120 habían com

etido de-litos federales. Según opinaba el gobernador Francisco Tolentino ellohabía perm

itido que “el estado moral de la prisión nada deja que desear,

pues a la vez que se nota en ella arrepentimiento, da m

uestras de labo-riosidad en los trabajos a que se dedica”. 30

Sin embargo, para 1886, las condiciones de vida volvieron a sufrir

un deterioro de forma sustancial. A

l menos esta es la im

presión que de-jan las quejas de los presos en distintos m

eses del año. En abril de eseaño, el Tribunal de Justicia recibió varias reclam

aciones por la falta deropa. Pero algo había dejado la experiencia anterior, pues de inm

ediatoel intendente fue autorizado para proveer de lo necesario a los presos,aunque no fue sino un m

es después cuando recibieron lo solicitado no sinantes haber intervenido directam

ente el gobernador y, en septiembre,

de nueva cuenta la Comisión de Cárceles del Ayuntam

iento fue reque-rida en igual sentido. A

demás se inform

ó “de la poca y mala clase de ali-

mentos que se les da”, así com

o de las amenazas del intendente contra

28El Globo, M

éxico, D.F., 27 de septiembre de 1895.

29AH

EJ, Justicia, c. 285, exp. 6621, 188130M

emoria de G

obierno, 1883, 24-25

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los presos que protestaban durante las visitas realizadas por los miem

-bros del Tribunal, los cuales, a su vez, inform

aban al gobernador paraque hiciera lo posible por rem

ediar las irregularidades denunciadas. 31

Sin embargo, las denuncias revelan un estado de cosas que perm

itecom

prender y explicar la lógica de funcionamiento del régim

en peni-tenciario y, en general, de las instituciones de reclusión. Estas situacio-nes tienden a volverse m

ás complejas y sacan a flote la vida cotidiana

de las instituciones de reclusión. Por eso el examen de un acontecim

ien-to sim

ple y sin importancia aparente puede adentrarnos en su m

undointerior. A

sí, en mom

entos de crisis, las que aparecen como prácticas

“normales” y naturales, valores com

partidos y asumidos por los distin-

tos actores sociales para garantizar la reproducción del mundo interior,

surgen con fuerza para develarnos aspectos que conforman la vida

institucional. Así, en una com

unicación dirigida al Tribunal Superiorpor un preso se revelan algunas form

as de producción y reproducciónde la práctica carcelaria. D

espués de apuntar que sufría una condena deocho años por sedición, inform

ó que llevaba más de dos años de traba-

jar en los talleres del establecimiento sin haber recibido ninguna gratifi-

cación y no veía por ello ningún beneficio personal, tal como lo ofrecían

las autoridades penitenciarias. Frente a su situación, solicitaba le fueraautorizado a “trabajar en propiedad”, pues su situación era ya desespe-rada al tener la responsabilidad de m

antener a “su pobre y anciana ma-

dre que sufre la más cruel m

iseria y espantosa de las necesidades”. A

demás denunciaba los excesos a los que usualm

ente era sometido

por parte de algunas autoridades de la prisión. Éstas le recogían la pocaayuda que le podía brindar su m

adre y, sobre todo, la intolerable acti-tud de éstas, “recibiendo un castigo a principios de m

es de estar dosdías sin sol por una falsa calum

nia del bastonero mayor”. Sus m

ales nose detenían ahí, pues varios de los em

pleados le exigían trabajar en eltaller de palm

a sin percibir “ninguna recompensa”, lo cual supone un

proceso de mortificación y hum

illación permanente hasta lograr el so-

metim

iento deseado por la institución total a fin de ir estableciendo unaserie de m

edidas que dependen de las autoridades jerárquicas. De he-

cho, para éstas es indispensable proceder de esa manera a fin de lograr

que el interno conozca y ejercite “las reglas del juego” tanto formales

como inform

ales. Por eso, la respuesta que se dio a la queja fue que elintendente se haría cargo de im

poner los castigos a sus subalternos, elcual procedió a asignarles otras funciones. 32

El trasfondo de esta situación tenía relación con los objetivos implí-

citos y explícitos que se tratan para la cárcel moderna. D

urante esosaños, la población penitenciaria se había increm

entado de manera con-

siderable, lo que explica un descenso notable en las condiciones de vidaen la cárcel que al com

binarse con la idea de que los talleres proveye-ran de m

ayores recursos a la administración carcelaria originaron las

peticiones y las denuncias de los reclusos en tanto que sus empeños

puestos en el trabajo no les redituaba lo que con tanto afán les prome-

tían las autoridades, es decir, la recompensa de un ingreso por un tra-

bajo honesto y digno. Ydel cum

plimiento de estas prom

esas dependíala confianza y la lealtad en la autoridad, del ejercicio vertical de poder.D

e ahí la gravedad de la situación en ese mom

ento. 33

Para las autoridades era claro el peligro que representaba mantener

la vida carcelaria sin cambio alguno, sobre todo cuando el increm

entode la población podía ocasionar un relajam

iento mayor de los controles

internos, pero tampoco estim

aban conveniente elevar las condicionesde vida de los presos tal com

o éstos lo deseaban. El meollo del asunto

residía en una clasificación inadecuada de los presos como parte de la

organización de la vida institucional. De ahí, la iniciativa del gober-

nador del estado, Francisco Tolentino, quien pretendió reabrir el anti-guo presidio de M

ezcala para destinarlo al “establecimiento de correc-

ción penal para los delincuentes jóvenes”, y separar a éstos de los adul-tos, justificando la m

edida con el argumento de que la convivencia entre

ambos “resultaba contraproducente para el propósito de enm

ienda”. Sibien es cierto que la iniciativa fue aprobada por el Congreso estatal, éstanunca se aplicó. 34

31AH

EJ, Justicia y Seguridad Pública, c. 289, exp. 6707, 1883.

32AH

EJ, Justicia y Seguridad Pública, c. 289, exp. 6707, 1883.33A

HEJ, Justicia, c. 312, exps. 7196-7200, 1886.

34AH

EJ, Justicia, c. 312, exps. 7196-7200, 1886.

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En cambio se optó, al parecer, por una fuerte inversión en las instala-

ciones, al mism

o tiempo que instrum

entó un mecanism

o de clasifica-ción de los reclusos por el tipo de delito y grado de peligrosidad, segúnlo prescribía el Código Penal de la entidad, lo que en efecto garantizóun control interno m

ás eficaz. Para 1866, los gastos de mantenim

ientode la penitenciaría de Jalisco se calculaban en 60 m

il pesos mensuales

con lo que la situación de los presos había mejorado notablem

ente por-que éstos habitaban celdillas aisladas, estaban bien vestidos, m

ejor ali-m

entados y aseados, ocupándose la mayoría de ellos en los talleres. Las

autoridades estatales y penitenciarias no podían disimular su satisfac-

ción por las mejoras considerables, poniendo a esta cárcel com

o un mo-

delo penitenciario a nivel nacional. Para dar un ejemplo de la certeza de

sus logros, la Junta Directiva decidió solicitar a las autoridades estatales

fueran rebajadas las condenas de algunos presos que se habían distin-guido por su buena conducta, su constancia para asistir regularm

ente alas escuelas y, m

ás aún, recomendaban que varios reos federales tam

-bién fueran beneficiados con el m

ismo beneficio “para que no existan

preferencias en el establecimiento y se vieran favorecidas con las m

is-m

as rebajas”. 35

Sin embargo, en julio de 1899, el Inspector de Bebidas y Com

estiblescom

unicó a la Junta de Salubridad que las condiciones de las bebidas ylos com

estibles de la mayordom

ía de la penitenciaría eran malas y la ali-

mentación no era variada conform

e a las instrucciones y recomendacio-

nes de esa instancia. La calidad de la harina era baja, añadía el inspec-tor, encontrándola “ferm

entada debido a que estaba preparada conm

asas que han permanecido en artezas 8 horas a lo m

enos, agregandola de estar el nixtam

al demasiado cocido”, por lo que sugería m

ayor cui-dado en la preparación de éste “para no dar m

al gusto a las tortillas”.En este sentido, el periódico Juan Panadero

se hizo eco de las denunciasacerca de la alim

entación que recibían los presos y acusó directamente

al proveedor de la penitenciaría y secretario de Gobierno Juan M

atutede ser responsable de esa anom

alía. Por su parte, éste se defendió seña-lando que siem

pre había cumplido con sus obligaciones, sobre todo

porque en su papel de empleado público tenía una encom

ienda de muy

alta responsabilidad. Por eso pedía que se realizara “una investigaciónm

uy minuciosa sobre el particular, pues creo que el G

obierno no debedejar desapercibido que un em

pleado suyo este lucrando con los fondosque le ha confiado”.

En efecto, Mariano Bárcena a la sazón gobernador del estado, le tom

óla palabra e instruyó a sus subalternos para que efectuaran la averigua-ción y dieran con el responsable de las irregularidades. Las conclusio-nes de la investigación dem

ostraron que la razón le asistía al periódico,aunque a esas alturas M

atute había sido removido de su cargo por For-

tino España. Sin embargo, el visitador com

isionado por Bárcena recono-ció que la com

ida que se preparaba en la cocina de la penitenciaría cum-

plía “con su objeto”, pues “como era de suponerse era sencilla pero bien

balanceada y sus componentes eran de prim

era calidad”. Pero el proble-m

a no terminó ahí y, en cam

bio, se manifestaron las diferencias que

existían entre los distintos niveles de autoridad que involucraban al di-rector de la prisión, la rectora y la proveeduría. Según explicó el visita-dor, el proveedor m

ostraba su “repugnancia en someterse a la fiscaliza-

ción que el reglamento de la penitenciaría ordenaba y quería establecer

cierta independencia de su oficina con la del Director de la m

isma”, de-

bido a que éste había sido el responsable de la denuncia en contra delproveedor “por la irregularidad que con un m

ismo núm

ero de presos sehace del gasto de m

aíz y leña, y cuyos artículos se entregan diariamente

a la Rectora”, acusándola, a su vez, de la “mucha torpeza y desorden en

el manejo del departam

ento de mujeres”. El reporte del visitador ponía al

descubierto lo que se juzgaba como m

alos manejos en el abastecim

ientode los alim

entos. Con base en el informe rendido por Pío M

orfín, el go-bernador Bárcena exim

ió de responsabilidad tanto al director como a la

rectora y llamó severam

ente la atención del empleado de m

enor jerarquíatal y com

o ocurría cuando se hallaban involucradas altas autoridades. 36

El tema de la alim

entación, uno de los más delicados en el funciona-

miento de la institución penitenciaria, fue m

otivo de atención del nuevogobernador de la entidad Luis C. Curiel, en 1889. En su m

emoria al

35AH

EJ, Justicia, c. 324, exp. 7075, 1888; G

onzález Navarro, 1985, 146.

36AH

EJ, Justicia, c. 354, exp. 7075, 1888; c. 355, exp. 7890, 1889.

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Congreso estatal expuso el mal estado de los braceros y de las hornillas,

las cuales consumían cantidades abundantes de leña, así com

o el dete-rioro de las vasijas donde se preparaba el alim

ento, las cuales “erangrandes calderos de fierro m

uy trabajosos para manejarse”, lo que oca-

sionaba que al mom

ento de sufrir cualquier desperfecto dejaban sin co-m

er a los presos “por el tiempo que durase su reparación”. Para rem

e-diar estos m

ales se había adquirido una “cocina económica de fierro”,

con el beneficio adicional de suprimir la contrata a particulares. Para

Curiel esta medida aunque trivial en apariencia tenía gran im

portanciapara m

antener el orden y la disciplina porque evitaba desperdicios, asícom

o disgustos entre las autoridades y, acaso lo más im

portante, recla-m

aciones y protestas de los internos, cubriendo las necesidades de unprom

edio diario de cerca de mil 141 presos, entre ellos 89 m

ujeres. Al

mism

o tiempo inform

ó, se continuaban las reparaciones y adecuacionesal edificio com

o el enrejamiento de celdillas, su pavim

entación, blan-queo y pintura, así com

o el desasolve de cañerías. 37

EL

TRABA

JOQ

UE

REDIM

E

En junio de 1876, el gobernador de la penitenciaría Ignacio Matute pre-

sentó ante la Junta Directiva del Establecim

iento una propuesta parareglam

entar el trabajo en las cárceles. En su exposición de motivos con-

sideraba que, debido al difícil comprom

iso de garantizar la tranquilidadde la sociedad y m

ejorar la situación de “los desgraciados criminales”,

quienes padecían “una verdadera enfermedad m

oral”, era indispensa-ble encontrar instrum

entos adecuados para alcanzar su moralización y

corrección. Consideraba que el mecanism

o ideal para estos fines era “elarreglo del trabajo de los presidiarios”. Sin em

bargo, “el arreglo del tra-bajo” afrontó en sus inicios diversos obstáculos: la falta de recursos, lapoca experiencia de las autoridades en estos m

enesteres y, sobre todo, lagarantía constitucional de la libertad de trabajo, la cual representaba unim

pedimento legal para ocupar a los presos en actividades productivas

sin su consentimiento. Frente a estas dificultades las autoridades opta-

ron “con fomentar su lento desarrollo con los reducidos elem

entos conque pueda disponerse”, adoptándose m

edidas para estimular el trabajo

de los presos, entre las que se encontraban la reducción de las penas,“según la im

portancia y la categoría de los trabajos”. 38

La propuesta de Matute aconsejaba que los presos interesados en

trabajar debían sujetarse a una revisión de sus antecedentes con el pro-pósito de persuadir a los presos de que el trabajo en las cárceles era unprem

io a su comportam

iento, aunque también evitaría que quienes pur-

garan largas condenas se aprovecharan de la situación para fugarse, loque im

plicaría incrementar los gastos por la necesidad de contratar cus-

todios. La experiencia había demostrado, en opinión de M

atute, la im-

portancia de evaluar esos elementos no sólo con esos objetivos, sino lo-

grar un aumento de la productividad del trabajo de los presos, pues ya

se había probado que salía menos oneroso contratar a trabajadores li-

bres para ciertas obras públicas en vez de que fueran realizadas por losreos. Recordaba que “los trabajos de em

pedrado a que fueron sacadosvarios presos, salió costando tres o cuatro centavos m

ás por metro cua-

drado de lo que importaba antes que se ejecutaran con puros trabajado-

res libres”. Así, si bien el trabajo carcelario podía ser un elem

ento parala reeducación del reo, no podía lim

itarse a ello en tanto que podía aba-ratar los costos de la m

ano de obra y pudiera servir como una fuente de

ingresos para financiar parte de los costos del mantenim

iento de la pri-sión. Su carácter correctivo estaba entonces en la posibilidad de conver-tirlos en auténticos trabajadores bajo la supervisión de una autoridad.Para el gobernador Cam

arena, hacer redituable el trabajo de los presossignificaba no necesariam

ente que el trabajo se aplicara a obras públi-cas, sino la organización de talleres donde los reos se ocuparían, abara-tando los costos de contratar m

ayor número de vigilantes y, en cam

bio,se aprovecharían los productos de los presos para obtener m

ayoresrecursos, aun descontando la parte correspondiente al pago de los tra-bajos de los internos. 39

37Mem

oria de Gobierno, 1890, 29-51.

38AH

MG, c. 1233, paq. 141, exp. 85, 1876

; AH

EJ, Justicia, c. 228, exp. 5226, 1872.39A

HM

G, c. 1233, paq. 141, exp. 85, 1876, Mem

oria de Gobierno, 1879, p. 43.

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Para uno de los penitenciaristas más notables del periodo, A

ntonioM

edina y Orm

aechea, el trabajo carcelario no podía ser arbitrario sinoque debía realizarse un estudio detenido a fin de darle una organizaciónracional que no rom

piera con la idea de igualdad entre los internos nodebiendo considerarse un privilegio sino una conquista que los presosalcanzaban con base en su buen com

portamiento. Por eso no podía im

-ponérseles un trabajo que desconociera sus antecedentes. D

e esta mane-

ra recomendaba que los presos “en la m

edida de lo posible (desempe-

ñaran) sus ocupaciones habituales que debe ser respetadas” porque “laprofesión industrial no podría fundar un privilegio para aquellos quela tuvieran antes de su encarcelam

iento”. De este m

odo el régimen peni-

tenciario pretendía desviar a los reos de “sus inclinaciones viciosas yconducirlos a ser sabios, aplicados e industriosos” procurándole a cadauno de ellos los instrum

entos, libros de arte, profesión e industria, más

apropiados a su “constitución, aspiraciones, costumbres”, transform

an-do las cárceles “en grandes casas de trabajo”. 40

Aunque se carece de datos suficientes para evaluar la im

portanciadel trabajo carcelario, si es posible afirm

ar que alcanzaron un éxito rela-tivo. Por ejem

plo, en el caso del trabajo femenino, la m

anufactura de en-cajes tuvo gran aceptación y dem

anda “tanto en las tiendas de la ciudadcom

o en la región”, mientras que el trabajo m

asculino había adquiridotal im

portancia pues había alcanzado una producción de 300 mil pares

anuales, suficientes para abastecer a toda la población de la capital delestado. En 1879, funcionaban en la penitenciaría de Jalisco los talleres decarpintería, herrería, zapatería, tejidos y som

brerería. El producto de loscinco talleres ascendía a 3 464 pesos; en 1890 se había agregado el de ho-jalatería, aunque su im

portancia se había reducido porque “el número

de artesanos que se ocupan en los talleres de este establecimiento es m

uyescaso, en razón de que han salido m

uchos al servicio de las armas y otros

con libertad preparatoria”. Para 1906, solo existían los de sastrería y som-

brerería, en tanto que en 1908 se sumó el taller de ebanistería. Para 1910

se suprimió este taller. El costo del m

antenimiento de los talleres fluctuó

en esos años entre los 16 967 y los 30 854 pesos, aunque ya no se propor-cionó inform

ación sobre los productos que se elaboraban en ellos. 41

En 1883, el gobernador informó que durante ese año habían funcio-

nado los talleres de carpintería, sombrerería y zapatería. El prim

ero ela-boraba “artefactos finos, de lujo y m

uy buen gusto”, el segundo “som-

bre-ros de todas clases, notándose el perfeccionamiento de este arte, en

algunos finuras extremas y en el tercero, el calzado se consideraba “va-

riado, de buena construcción y materiales”. Por eso no dejaba de lam

en-tar que no estuviera en capacidad de establecer otros, donde un m

ayornúm

eros de reos se emplearan, “pues deduciendo del total de éstos, los

pendientes y de la Federación, a quienes no se puede obligar a trabajar,resulta que apenas lo hacen 397”, de aproxim

adamente m

il 550 que ha-bía ese año. 42

Como es de notarse la organización del trabajo carcelario sufrió una

serie de altibajos. Sin embargo, se convirtió en un pilar del régim

en pe-nitenciario en la m

edida en que se le atribuyeron cualidades terapéuti-cas para la corrección de los internos y una m

odalidad de preparaciónpara el porvenir pues las autoridades estaban convencidas de que losalejaría de cualquier tentativa de reincidir pues les daría “lo m

ás indis-pensable para su subsistencia”.

I NSTRU

CCIÓN

MO

RAL

YRELIG

IOSA

Una de las preocupaciones de las autoridades fue la creación de lugares

donde los presos recibieran instrucción moral y religiosa. El propósito

fue que mediante la enseñanza los presos se m

oralizaran, es decir, queabandonaran sus antiguos valores y estilos de vida y alcanzaran un ni-vel adecuado de preparación que los apartara de su supuesta ignoran-cia, adem

ás de capacitarlos para nuevas ocupaciones y oficios. La ins-trucción religiosa perm

itiría que los criminales reflexionaran sobre sus

costumbres y conductas que, sostenían tanto las autoridades civiles

40Medina y O

rmaechea, 1892, 23 y ss.

41Camarena, 1879, 43; Rodríguez Cam

acho, 1983, 62-63. Véanse tam

bién Mem

oriaseinform

es de los gobernadores del estado de Jalisco de 1879, 1890, 1906, 1908 y 1910.42M

emoria de G

obierno, 1883, 26.

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como religiosas, estaban en el origen de sus actos ilícitos. La continua

meditación sobre su form

a de vida los llevaría así a un auténtico arre-pentim

iento. La instrucción y el aislamiento fortificaban el espíritu y

“alentaban los buenos instintos”. Por eso, la instalación de escuelas enlas cárceles, donde se les im

partiría la enseñanza elemental, proporcio-

nándoles habilidades y conocimientos útiles, junto con las cátedras de

religión las cuales quedarían a cargo de personas respetadas quienes lle-varían las luces, inculcándoles “las nociones del bien y la idea del debery el arrepentim

iento” a esas inteligencias incultas y “quizás deprava-das”, así com

o la soledad de las celdas con el propósito de “que la con-ciencia les rem

uerda”, eran recursos fundamentales para la lograr la

“corrección moral” de los internos para lograr su reincorporación a la

sociedad. Para los pensadores y reform

adores sociales el mejor rem

edio con-tra los delitos y los crim

inales era la ilustración en la medida en que ésta

obligaba a la meditación, a escuchar “los gritos de la conciencia” y a re-

mover las m

alas pasiones, transformando a los hom

bres malos en hon-

rados. De este m

odo las “escuelas normales del crim

en”, como se defi-

nían las cárceles, serían “verdaderos templos de regeneración y rehabili-

tación”. La influencia benéfica del sacerdote, “de sus respectivos cul-tos”, favorecía la m

odificación de las costumbres y el carácter, así com

olas lecturas sobre m

oral, civismo y “otras convenientes” relativas a los

oficios de los delincuentes permitía que los presos descubrieran “hori-

zontes nuevos al espíritu”. El amplio program

a de regeneración incluíapláticas sobre derechos políticos naturales del hom

bre y los ciudadanos. D

e ahí que fuera imprescindible lim

itar la vida social de los presos,“im

pedir que la vida en prisión multiplicara las fuentes de contacto con

las malas com

pañías y las inclinaciones viciosas”, que las visitas fami-

liares y de amigos no fueran acicates para la “contem

plación del infor-tunio”, y no fueran utilizadas com

o medio para introducir“arm

as, lico-res em

briagantes, naipes y otros objetos que les permitirán continuar

[con] los mism

os vicios que durante la libertad los ha conducido al cri-m

en”. Con ello se intentaba suprimir la cultura carcelaria que surgía de

la convivencia y de borrar o limitar la influencia del m

edio social en elque habían vivido antes de su ingreso a la cárcel. El espacio penitencia-rio tendría que erigirse en un lugar que sustituyera “el rum

or que for-

man las conversaciones obscenas y las canciones de am

or que como to-

rrente de maldad aturden los oídos, depravan la inteligencia y ahogan

la voz” por “la voz de la enseñanza que moraliza”, por el ruido arm

óni-co del trabajo, “por las voces de las artes y los hábitos de trabajo, el or-den y la disciplina”. 43

Aunque es difícil conocer con exactitud el grado en que se cum

plie-ron estas expectativas, la penitenciaría de Jalisco representó un buenejem

plo de lo que podría esperarse de la obra de regeneración del régi-m

en penitenciario. Sólo se cuenta con datos generales, así como con opi-

niones de algunos visitantes de los adelantos que se alcanzaron. Laopinión general fue que las escuelas que funcionaban eran de prim

er ni-vel: contaban con los instrum

entos más avanzados para la instrucción y

los alumnos m

ostraban tal empeño en su aprendizaje que podían com

-petir con sus sim

ilares más aventajados de las escuelas de m

ayor presti-gio en el estado. Por ejem

plo, Juan de Dios Peza no dejó de expresar su

asombro “por los adelantam

ientos de los presos que manejan los instru-

mentos m

atemáticos, conocen los sólidos y hablan de frente a los m

apascon la m

isma facilidad y acaso con m

ayores conocimientos que m

uchosalum

nos de escuelas particulares. Parece que aman el estudio y que lo

han emprendido con fe y entusiasm

o”. 44

Es probable que la impresión de Peza acerca de la disposición de los

presos para el estudio fuera correcta, pero también que éstos percibieran

en su instrucción una utilidad más inm

ediata, es decir, obtener su liber-tad en un plazo m

enor a lo establecido en su sentencia. En la práctica,las autoridades convirtieron a la educación en un estím

ulo y un privile-gio para los reos que cum

plieran con una asistencia regular a las escue-las de la penitenciaría a fin de dism

inuir sus sentencias. En septiembre

de 1888, la Junta Directiva de la Penitenciaría recom

endó al gobierno es-tatal tom

ar en cuenta los méritos acum

ulados por varios presos en suaplicación escolar. En agosto, el procurador de Justicia había asistido ala penitenciaría para testificar el grado de aprovecham

iento mediante la

aplicación de exámenes en el local escolar destinado a los hom

bres, sor-prendiéndose por los avances de los presos. En realidad, la adm

iración

43Peña, 1875, 61-67; Rivera Cambas, 1882, t. 2, 250-258; Rom

ero, 1897, 8.44Cardona, 1895, 379-396; Peza en Iguiniz, 1950-1951, 105.

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de las autoridades al descubrir los “adelantamientos” de los presos re-

velaba el desconocimiento de la vida social anterior de los presos o una

negación de los saberes, las habilidades y las prácticas culturales con lasque venían precedidos. Por eso el procurador expresaba, con insisten-cia, que la “instrucción [era] el m

ejor remedio de m

oralizar de que pue-da usarse en las prisiones”, y detallaba las m

aterias que se impartían en

las escuelas: lectura, moral, aritm

ética, gramática y, en algunos casos,

conocimientos de geom

etría y álgebra. Sin em

bargo, hizo varias recomendaciones del sistem

a de enseñan-za, en particular en dos aspectos: dividir a

los niños que aún no tienen catorce años, de los mayores de esa edad no

sólo porque así lo exige la separación de los conocimientos que adquirir,

sino por la relación de criminales con niños, las m

ás de las veces culpablespor inexperiencia, lo cual no puede producir su m

oralización que es el fincon que se im

ponen las penas

y utilizar materiales didácticos adecuados a los adultos porque juzgaba

que esos “son propios para niños de buena educación y no para hom-

bres rudos, que tienen que llevar una vida ruda”. A

demás, el procurador no estaba seguro de que la educación garan-

tizara el resultado deseado, moralizar por igual a hom

bres y niños. Porello su sugerencia de dividir la escuela en dos secciones: una se desti-naría a los m

enores de 14 años y la otra a los mayores de esa edad. A

lgoverdaderam

ente interesante fue su propuesta de separar a los presos se-gún sus delitos y hacerles obligatoria la lectura del Código Penal del Es-tado para que “leyeran con insistencia a lo que se exponen si vuelven adelinquir”. A

trás de ella estaba un propósito que iba más allá de lograr

una mayor eficacia en el aprovecham

iento escolar. Se ensayaba un orde-nam

iento que tenía relación estrecha con un principio de la criminología

positivista, el cual se había incorporado al código penal, el cual sosteníala necesidad de desplegar un tratam

iento específico para cada tipo dedelincuentes que en efecto atacara las causas que los habían llevado a de-linquir. En fin, la Junta D

irectiva estimó pertinentes las observaciones

del procurador. Para julio de 1893, el presidente de la Junta informó al

secretario de Gobierno de la realización de nuevos exám

enes, los cualeseran una nueva “dem

ostración de la dedicación y aprovechamiento de

los educandos y una prueba de que la penitenciaría había logrado edu-car y regenerar a los reos que concurren de una m

anera especial y pro-vechosa, tanto en bien de ellos m

ismos, com

o de la sociedad en gene-ral”. La evaluación había com

prendido preguntas de lectura, escritura,gram

ática, aritmética, sistem

a métrico decim

al, geometría, geografía,

historia de México, m

oral, urbanidad, derechos del hombre y caligrafía

ornamentada. 45

Las autoridades mantuvieron el tono optim

ista y las esperanzas porel futuro de la penitenciaría de Jalisco, la cual estaba en vías de lograruna profunda reform

a moral en “la clase desheredada patrocinada por

el crimen”, esa reform

a que se originaba en la combinación de los m

ásdiversos esfuerzos desplegados por las autoridades y la “acrisoladafilantropía” de los pensadores y reform

adores sociales y cuyos frutosestaban depositados en esa institución que “transform

a hombres crim

i-nales en seres verdaderam

ente útiles a la sociedad por su instrucción ym

oralidad”. 46

AM

AN

ERAD

ECO

NCLU

SIÓN

La penitenciaría de Jalisco fue parte de un sistema de control social, así

como producto de un conjunto de ideas y teorías que intentaron expli-

car el origen de la criminalidad, la naturaleza del crim

inal y los meca-

nismos de represión, castigo y corrección. Junto con la penitenciaría de

Puebla y la penitenciaría del Distrito Federal, fue un sím

bolo del para-digm

a porfiriano del orden y el progreso. Asim

ismo encarnó una de las

representaciones más acabadas y auténticas de los afanes de control so-

cial que se ensayaron en la época. La vida interior, la organización, la disciplina, el trabajo, la instruc-

ción, el detalle de la reglamentación de las actividades si bien era una

utopía de control social no dejaron de revelar la visión de las elites po-líticas, tanto nacionales com

o locales, de uno los proyectos más am

bicio-sos de m

etamorfosis colectiva e individual y que intentó im

ponerse alconjunto de la sociedad.

45AH

MG, c. 126, exps. 66 y 144, 1881.

46AH

EJ, Justicia, c. 233, exp. 7980, 1893.

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La penitenciaría de Jalisco tuvo un largo proceso de formación y ex-

perimentación en relación con el régim

en carcelario más apropiado a

sus circunstancias económicas, sociales y políticas. D

esde esta ópticapretendió ser una variante regional de m

odelos y prácticas penitencia-rias que se ensayaron a lo largo del siglo XIX

no sólo en México, sino en

otros países con procesos específicos.

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o-bierno, a cargo de J. G

. Montenegro, 1890.

Mem

oria que el Ejecutivo del Estado Libre y Soberano de Jalisco Jesús Leandro Cama-

rena presenta a la Legislatura al espirar el cuatrienio constitucional comprendido

entre el primero de m

arzo de 1875 y el último de febrero de 1879, G

uadalajara,Tip. de S. Banda, 1879.

Mem

oria presentada a la XILegislatura del Estado de Jalisco por el Co. G

obernadorFrancisco Tolentino al concluir su periodo constitucional, G

uadalajara, (spi),(1883-1887).

Mem

oria presentada al H. Congreso del Estado Libre y Soberano de Jalisco, por el go-

bernador constitucional C. Gral. Luis C. Curiel, en 2 de febrero de 1901, relativa al

periodo comprendido entre el 16 de septiem

bre de 1898 y el 15 de septiembre de

1900, Guadalajara, Im

p. y Enc. de J. Cabrera, 1901.M

emoria form

ada por el gobernador constitucional del Estado Libre y Soberano de Ja-lisco, C. G

ral. Luis C. Curiel y presentada al H. Congreso del m

ismo Estado por el

gobernador sustituto C. Juan R. Zavala, en 2 de febrero de 1903; relativa al perio-do com

prendido entre el 16 de septiembre de 1900 y el 15 del m

ismo m

es de 1902,G

uadalajara, Imprenta y Encuadernación de J. Cabrera, 1903.

Mem

oria presentada a la XX

Legislatura del Estado de Jalisco en 2 de febrero de 1905por el gobernador constitucional C. Coronel M

iguel Ahum

ada. Comprende el pe-

riodo transcurrido de 16 de septiembre de 1902 a 15 de septiem

bre de 1904, Gua-

dalajara, Tip. de la Escuela de Artes y O

ficios del Estado de Jalisco, 1905.M

emoria presentada a la X

XILegislatura del Estado de Jalisco en 2 de febrero de 1907

por el gobernador constitucional C. Coronel Miguel A

humada. Com

prende el pe-

riodo transcurrido de 16 de septiembre de 1904 a 15 de septiem

bre de 1906, Gua-

dalajara, Tip. de la Escuela de Artes y O

ficios del Estado de Jalisco, 1907.M

emoria presentada a la X

XIILegislatura del Estado de Jalisco en 2 de febrero de 1909

por el gobernador constitucional C. Miguel A

humada. Com

prende el periodo trans-currido de 16 de septiem

bre de 1906 a 15 de septiembre de 1908, G

uadalajara, Tip.de la Escuela de A

rtes y Oficios del Estado de Jalisco, 1909.

Mem

oria presentada a la XX

IIILegislatura del Estado de Jalisco en 2 de febrero de 1911por el gobernador constitucional C, Coronel M

iguel Ahum

ada. Comprende el pe-

riodo transcurrido de 16 de septiembre de 1908 a 15 de septiem

bre de 1910, Gua-

dalajara, Tip. de la Escuela de Artes y O

ficios del Estado, 1911.

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