Reseña. Aárecidos, vampirismo

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Hombres-lobo, aparecidos y vampiros (figuras del imaginario medieval) En la Edad Media, la filosofía estableció un claro compromiso simbólico para vincular la razón con la fe; la verdad que iluminaba la fe corrió a cargo de la filosofía, es decir, al mundo medieval lo caracterizó una vertiente eminentemente simbólica, como en casi ninguna otra época de la historia. Uno de los temas comunes a la gran diversidad de culturas medievales lo constituyó la simbología animal, siendo preciso señalar que, si bien, el simbolismo animal fue un reflejo de la mentalidad medieval hacia los animales, también reflejó la mentalidad hacia el hombre mismo, por lo que uno de los aspectos más interesantes de ese simbolismo lo constituye el esclarecimiento de la asociación entre hombres y animales, por cierto, en buena parte dominado por el miedo y los sentimientos de culpa, pero también por el deseo del hombre de ejercer el control sobre la naturaleza. El simbolismo animal nos revela la actitud medieval, en donde los aspectos científicos del animal importan poco, ya que dichos intereses se veían eclipsados por las necesidades de la fe cristiana; pero reales o ficticios, sirvieron para enseñar y moralizar. La simbología evidenció una preeminencia sobre la ciencia, y, a través de ella, se fue formando la mentalidad del hombre medieval. Le Goff afirma que el pensamiento simbólico medieval, no era más que la forma elaborada del pensamiento mágico del que estaba imbuida la mentalidad común. Así, los símbolos harían referencia a una realidad superior, escondida y sagrada con la que se tendría que contactar 1 . El lenguaje simbólico, se constituyó en un recurso para la sumisión a un ser superior, en este caso, a Dios. El código para enlazar con Él, la forma de ser reconocidos por Él, era dominar los signos. Además el cristianismo ocasionó que el fenómeno simbólico, llegara a gozar de criterios claros, homogéneos y universales, dado que la fe cristiana es indisociable de la cultura y la vida medievales. Diversas figuras de animales formaron parte importante del imaginario medieval, en el presente artículo se lleva a cabo una revisión de tres de las más representativas, el hombre-lobo u hombre-oso para las culturas escandinavas, aparecidos y vampiros. En el abordaje del hombre- lobo, el tema central es el de la metamorfosis, a partir de una idea doble; la del regreso de la tumba o de la muerte 2 . El tema del hombre- lobo tiene algo de arquetípico, puesto que estamos ante un ser devorador, 1 Le Goff, Jacques, “La civilización medieval”, en: La civilización del Occidente Medieval, [Trad. Godofredo González], Paidós, Barcelona, 1999, pp.154. 2 Acosta, Vladimir, La humanidad prodigiosa. El imaginario antropológico medieval. Tomo II , Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., Venezuela, 1996, pp. 10-11. 1

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Hombres-lobo, aparecidos y vampiros (figuras del imaginario medieval)

En la Edad Media, la filosofía estableció un claro compromiso simbólico para vincular la razón con la fe; la verdad que iluminaba la fe corrió a cargo de la filosofía, es decir, al mundo medieval lo caracterizó una vertiente eminentemente simbólica, como en casi ninguna otra época de la historia. Uno de los temas comunes a la gran diversidad de culturas medievales lo constituyó la simbología animal, siendo preciso señalar que, si bien, el simbolismo animal fue un reflejo de la mentalidad medieval hacia los animales, también reflejó la mentalidad hacia el hombre mismo, por lo que uno de los aspectos más interesantes de ese simbolismo lo constituye el esclarecimiento de la asociación entre hombres y animales, por cierto, en buena parte dominado por el miedo y los sentimientos de culpa, pero también por el deseo del hombre de ejercer el control sobre la naturaleza. El simbolismo animal nos revela la actitud medieval, en donde los aspectos científicos del animal importan poco, ya que dichos intereses se veían eclipsados por las necesidades de la fe cristiana; pero reales o ficticios, sirvieron para enseñar y moralizar. La simbología evidenció una preeminencia sobre la ciencia, y, a través de ella, se fue formando la mentalidad del hombre medieval.

Le Goff afirma que el pensamiento simbólico medieval, no era más que la forma elaborada del pensamiento mágico del que estaba imbuida la mentalidad común. Así, los símbolos harían referencia a una realidad superior, escondida y sagrada con la que se tendría que contactar 1. El lenguaje simbólico, se constituyó en un recurso para la sumisión a un ser superior, en este caso, a Dios. El código para enlazar con Él, la forma de ser reconocidos por Él, era dominar los signos. Además el cristianismo ocasionó que el fenómeno simbólico, llegara a gozar de criterios claros, homogéneos y universales, dado que la fe cristiana es indisociable de la cultura y la vida medievales.

Diversas figuras de animales formaron parte importante del imaginario medieval, en el presente artículo se lleva a cabo una revisión de tres de las más representativas, el hombre-lobo u hombre-oso para las culturas escandinavas, aparecidos y vampiros. En el abordaje del hombre-lobo, el tema central es el de la metamorfosis, a partir de una idea doble; la del regreso de la tumba o de la muerte2. El tema del hombre-lobo tiene algo de arquetípico, puesto que estamos ante un ser devorador, en la que la conversión implica una vuelta a lo natural, a la animalidad, al salvajismo, a la libertad, a la liberación del instinto sexual, ya que agredir mujeres y devorarlas es un símbolo de poseerlas sexualmente. El hombre-lobo medieval muestra dos lecturas: una clerical dominada por lo demoniaco y otra laica en que predominan los rasgos positivos. Sus orígenes son remotos, está presente en muchos pueblos, pues el lobo es un animal cargado de simbología: es de naturaleza agresiva y se le relaciona a cultos paganos y ritos totémicos. El origen mitológico del hombre-lobo está presente en la historia griega de Licaón, Rey cruel de Arcadia que en una comida sirvió a Zeus carne de un niño que antes degolló. Zeus lo convirtió en lobo dejando restos de su condición humana, que lo condenó a perseguir rebaños, asaltar, matar.

Un relato del Satiricón de Petronio, autor romano, narra el más antiguo relato que describe al hombre-lobo, en el que se encuentran casi todos los motivos asociados a las historias de licantropía. En un festín de Trimalción, Niceros cuenta que por voluntad de los dioses se convirtió en amante de la esposa de un posadero, una mujer adorable, gentil. Su marido había muerto por lo que pide a un huésped le acompañe a visitarla, el acompañante era un soldado fuerte. Parten al amanecer y al anochecer éste se convierte en lobo y huye hacia el bosque. Niceros relata a Melisa lo acontecido, sin embargo ella le relata que un lobo entró en la granja y desangró a los carneros, pero uno de los esclavos le atravesó el cuello con una lanza. Una vez en casa ve al

1 Le Goff, Jacques, “La civilización medieval”, en: La civilización del Occidente Medieval, [Trad. Godofredo González], Paidós, Barcelona, 1999, pp.154.2 Acosta, Vladimir, La humanidad prodigiosa. El imaginario antropológico medieval. Tomo II, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., Venezuela, 1996, pp. 10-11.

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soldado en cama, atendido del cuello por un médico, por lo que comprende que se trataba de un hombre-lobo, de quien sus ropas se volvieron piedra. La transformación tiene lugar en la noche, a la luz de la luna, de manera tal que la metamorfosis simboliza un ritual de iniciación. Cabe precisar que la herida propinada al hombre-lobo es conservada por el hombre y que en este relato se encuentra ausente una frontera acuática, que es común que el hombre-lobo cruce al retornar.

Dos cosas más llaman la atención del relato, las heridas sufridas, y la necesidad de que la ropa no sea tocada o movida del sitio. Más allá de la metamorfosis es claro que el hombre convertido en lobo conserva su condición humana y las heridas sufridas son una forma de probar que el lobo es un hombre metamorfoseado y respecto a la ropa, parecería ser una suerte de imagen del cuerpo al que pertenece para poder incorporarse a éste y reanimarlo. Si bien el cuerpo contiene más de un espíritu, significa que tiene más de un yo, y si bien éstos pueden desdoblarse, es decir, que uno de ellos puede viajar mientras el otro permanece en el cuerpo, ya desprovisto de espíritu, el cuerpo moriría. La idea del doble parece subyacer a toda historia de licantropía, siendo posible apreciar como los clérigos cristianos, aun no pudiendo evitar describir los componentes de la duplicidad del yo, lo enmascararon detrás de la metamorfosis.

La metamorfosis implicada por un lado degrada al hombre en animal y por el otro atribuirle a fuerzas distintas a Dios la capacidad de modificar la sagrada obra de Éste. Las metamorfosis fueron tenidas o bien por imposibles, producto del sueño o fantasías absurdas a veces inducidas por brujas o hechiceros, o bien por posibles, pero entonces vistas como obra del diablo. Las conversiones en lobos, asociados a rituales paganos condenados por el cristianismo, de connotación claramente negativa, reforzaron la asociación de la licantropía con el demonio y el pecado. San Agustín es la primera de las repetidas referencias cristianas a lo largo de la Edad Media, en la Ciudad de Dios analiza el problema de las metamorfosis de los animales a partir del mundo clásico. Intenta explicar la metamorfosis asociándola a los sueños y fantasías, pero con la necesaria intervención de los demonios3.

En el contexto pagano europeo de siglos ulteriores, en que las metamorfosis eran admitidas con facilidad, los clérigos y cristianos acabaron aceptando la realidad de éstas como obra del demonio o de quienes podían servirle de intermediarios. La línea de demonización medieval del hombre-lobo, se continuó con una visión ulterior, renacentista, en la que el hombre-lobo suele ser descrito como poseso, como agente del demonio; y la licantropía ligada a cultos y rituales diabólicos del tipo de la brujería y del sabbat (creencias sobre brujería). Asimismo, se recreó también la idea agustiniana de que los metamorfoseados soñaban con ser lobos mientras los diablos se ocupaban de cometer fechorías que los primeros creían luego haber cometido. La licantropía era considerada un pecado contra Dios y se la castigaba en consecuencia. En el pensamiento clerical cristiano acerca de la metamorfosis hay una línea de Agustín hasta el renacimiento, por lo menos, en que hay un rechazo moral de la metamorfosis4.

Al lado de la lectura clerical, hallamos otra lectura que podríamos llamar laica (novelas, poemas y obras de ficción), en las que, salvo excepciones, el hombre-lobo es descrito como héroe o protagonista, es decir, como un personaje el bueno, sin ninguna asociación con el demonio. De manera tal que, de haber intervención de la brujería en su metamorfosis, es por obra de un ser malvado que quiere dañarlo. Y a veces la licantropía puede haber sido impuesta como penitencia a las personas por algún religioso cristiano. En los relatos medievales se hallan descripciones de licántropos buenos, como en los lais (poemas narrativos cortos). Como la historia de un caballero le que confiesa a su esposa se transforma en lobo, ella esconde sus ropas condenándolo a vivir como lobo. Llama la atención en los licántropos de los lais, que estos se vuelven lobos por motu propio, siguiendo una tendencia hereditaria, un poder que heredan de sus antepasados. En otros

3 San Agustín, La Ciudad de Dios, Capítulo XI [Introd. de Francisco Montes de Oca], pp. 266-267. Obtenido de la red mundial el 1° de octubre del 2008. http://www.librosclasicos.org/4 San Agustín, La Ciudad de Dios, pp. 341-343.

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casos fuerzas exteriores, sobre todo brujas, hacen que estos héroes deban asumir formas de lobos o de osos.

Con los aparecidos y vampiros lo que está en el centro es el tema de la muerte y de la posibilidad de que los muertos regresen, ya solos, ya invocados, para causar males, para asesinar humanos. El temor a la muerte y el miedo a que los muertos regresen forman parte de todas las culturas, el culto que cualquier sociedad rinde a sus muertos expresa, tras el respeto que les manifiesta, el temor que siente por ellos; y los rituales asociados a ese culto tiene que ver con el esfuerzo por evitar que vuelvan, por conservarlos en el Más Allá o lejos del área en que la vida cotidiana continúa, detrás de lo cual se revela la resistencia que los humanos de cualquier época a aceptar la muerte como algo natural. Dentro del dogma cristiano, la idea del Purgatorio logró dar una solución aceptable, pero sólo a partir de los siglos XII-XIII.En el mundo germánico, los arqueólogos han descubierto huellas del temprano culto a los muertos y probables temores a su vuelta: mutilación, decapitación, atados, o enterrados bajo piedras, clavados con estacas; así como de procedimientos para confundir a la hora de enterrarlos, a fin de que no hallen el camino de regreso a sus hogares. Se tenía a los muertos por impuros y peligrosos y hasta se creía que seguían viviendo en sus tumbas. Los temores a los muertos se acentuaba en los condenados a la pena capital, suicidas, mutilados, y sobre todo de insepultos (por ejemplo a los ahogados en alta mar). Mutilados, accidentados y quemados resultaban muertos peligrosos, ello porque su condición dificultaba su permanencia en el Otro Mundo y los hacía candidatos a regresar a éste a causar dificultades.

Desde temprano, el cristianismo intentó combatir esas creencias, así los primeros Padres de la Iglesia trataron, aunque sin mucho éxito, de reducir la importancia de los aparecidos entre los pueblos cristianizados. Tertuliano los trató como pura ilusión; para él se trataba de fantasmas e ilusiones. Agustín habla de apariciones que se muestran en sueños o de otra forma a los vivos. Concluye que las apariciones son reales, pero que los muertos no participan en ellas. Agustín cree que son los ángeles los que -con el permiso divino- hacen saber al que sueña que determinados muertos deben ser enterrados, pero sin que el propio muerto lo sepa o que participe de esa advertencia. Gregorio Magno habla de que aparecidos son siempre almas en pena, que expían sus faltas cerca del lugar en que las cometieron. Los aparecidos se muestran o insinúan, solicitando a los vivos oraciones para expiar sus pecados. Las opiniones de los autores eclesiásticos varía, pero se mantiene una tendencia a desconfiar de los aparecidos, se les admite con temor y se les tiende a asociar sobre todo con sueños y a manifestaciones demoníacas.

Siglos después de Gregorio Magno se diría que con autorización divina los ángeles caídos entran en los cadáveres y los animan, lo que se evita enterrando a los difuntos en tierra consagrada. A fines del siglo XII, en opinión de la Iglesia todo aparecido es un poseso. Los aparecidos poseen siempre connotación negativa, ya se trate del cristianismo o de culturas paganas, de manera que no es agradable el encuentro con un muerto, no sólo por el temor y respeto a la muerte, sino también porque el encuentro puede ser preludio de la propia muerte. En segundo término, los aparecidos no suelen ser por lo general los mejores muertos, los que vuelven son los desadaptados, conflictivos, los que no fueron sepultados, los que quieren venganza o justicia.

Los ritos funerarios constituyeron una vía preventiva para evitar que los muertos vuelvan, la garantía de que permanezcan en el Más Allá. Algunas sagas escandinavas narran prácticas rituales, como cerrarle los ojos y boca al muerto y taparle las fosas nasales al inicio del ritual para evitar que el alma escape y permanezca en este mundo. Punto importante es la vela nocturna del muerto, acompañada con cánticos en alta voz, todo ello dirigido a evitar mutilaciones del cadáver, o que algún espíritu viniese a apoderarse del cuerpo. Es esencial el camino que el muerto siga al salir de la casa, pues se trata de confundirlo. Otra cosa indispensable en el mundo germánico es quemar la ropa de cama y la ropa del difunto, pues de no hacerlo el muerto regresa. El sistema de clavarlos al piso con una estaca se usaba en suicidas, niños muertos sin bautizar, o mujeres

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fallecidas durante el parto, para evitar el regreso de esos peligrosos difuntos. Se acostumbraba poner una moneda en la boca del difunto, para que viviera bien en el Otro Mundo.

Conviene distinguir a los aparecidos vistos por el cristianismo y los que se describen en las sagas y el folklore vinculado a las tradiciones paganas del mundo nórdico europeo. Los aparecidos cristianos son formas demoniacas o almas en pena que traen algún mensaje de ultramundo, algún anuncio de muerte o castigo divino, esto las hace menos interesantes y más estereotipados.Resultan de mayor interés los aparecidos de la tradición nórdica pagana o cristianizada, más variada y más interesante como seres humanos, sobre todo porque no se trata de espíritus sino de muertos-vivos, de cuerpos animados. El interés de los aparecidos paganos se acentúa al conocer las razones de su regreso, habitualmente se trata de motivos personales. Ellos no trascienden el medio en que vivieron, se les aparecen a quienes más les temen, rondan alrededor de granjas, acosando o agrediendo vecinos o parientes, atacando al ganado. Se muestran casi siempre de noche y sobre todo en invierno, entre el frío, sombras y niebla. No hay formas pacíficas de deshacerse de los aparecidos. Solo desaparecen cuando emplean contra ellos, fórmulas rituales que implican siempre una presión para forzarlos a no volver. Si pese a los rituales continúa apareciendo, es preciso apalearlos, o agredirlos con armas de hierro. De no tener éxito, hay que matarlos en definitiva, abriendo sus tumbas para decapitarlos, incinerarlos, y dispersar sus cenizas. En el mundo pagano, los aparecidos han sido clasificados por Claude Lecouteux, un medievalista Francés (1943- ) en muertos recalcitrantes, muertos invocados y aparecidos propiamente dichos, los primeros se niegan a integrarse al mundo de los muertos y los últimos son los que regresan de manera voluntaria a menudo con aviesas intensiones.

Los aparecidos propiamente cristianos, esto es, asociados a santos y a milagros, son casi siempre almas en pena que traen algún mensaje del Más Allá, mensaje de corte religioso o anuncio de muerte o castigo, pero no siempre son espectros, a veces son también cuerpos animados, aunque no es lo usual. Ocurre cuando un santo los invoca y revive, o cuando el diablo ocupa o anima sus cuerpos, pues los aparecidos corrientes son sombras, espíritus, almas en pena o fantasías producto de sueños o de incitaciones del demonio. El imaginario cristiano medieval está lleno de relatos de aparecidos que sirven para testimoniar la fuerza del cristianismo y el poder taumatúrgico (realizar prodigios) de algunos santos. Los Hechos apócrifos de los apóstoles y las vidas de santos de los primeros cristianos están llenos de relatos en que se invoca a los muertos para dar testimonio de la superioridad del cristianismo, en los que se les emplea como mecanismo para convertir a los paganos.

Los vampiros medievales cobraron menor importancia que hombres-lobo y aparecidos, no obstante que el vampiro es un aparecido muy peculiar, pues siempre se trató de un aparecido voluntario, al que le caracteriza su vocación maléfica que lo hace definir como un muerto-vivo demonizado, succionador de sangre. Se trata de un muerto que revive, que se niega a morir y que por la noche agrede a los vivos, para robarles la vida, pues es la única forma de continuar viviendo, a través de estrangular o succionar sangre. Las reseñas de vampiros suelen asociar la vida, sangre y muerte; dan cuenta de la antigua idea de que con la pérdida de sangre se va la vida y que el alimentarse de sangre devuelve la vida a los que han muerto. Aunque es probable que la tradición del vampirismo sea bastante vieja, lo cierto es que sólo en tiempos tardomedievales o modernos se van perfilando los rasgos peculiares del vampiro que hoy conocemos.

Los vampiros salen de sus tumbas por la noche para atacar en sus camas a hombre, mujeres y niños por igual; ocasionan sofocación y total deficiencia de sus espíritus. Los vampiros suelen retornar a sus tumbas antes del amanecer, se les combate con rituales religiosos, lo cual revela su condición demoníaca, usando especialmente crucifijos o exorcismos.La idea dominante es que los vampiros son muertos-vivos animados por voluntad propia, dispuestos a hacer daño a los vivos. Los seres que muestran una mayor predisposición a regresar después de la muerte son los inadaptados, aquellos que en vida fueron violentos, tristes, agresivos, malvados, criminales y los brujos.

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Asesinados y sobre todo ahogados, son candidatos firmes a aparecidos o vampiros. El entierro en suelo no consagrado era considerado causa frecuente de apariciones o vampirismo.Contribuía también la condición previa a la muerte de individuo rechazado por la Iglesia, los excomulgados. Ellos eran candidatos a volver a este mundo en busca de perdón.La aparición de vampiros se asoció con el presagio de peste y epidemias, o como causa de las mismas. Era común que los muertos de peste resucitaran luego como vampiros; una característica del vampiro medieval era su pestilencia.Las sagas germánicas y de Europa del Este relatan la forma en que cadáveres de niños que habían muerto antes de ser bautizados eran clavados con estacas para evitar se alzaran de su tumba; lo mismo ocurría con mujeres muertas en el parto.

Es ejecutado clavándole una estaca en el pecho, decapitándolo, quemándolo y esparciendo sus cenizas al viento.

CONCLUSIONESDurante los siglos medievales, en el Occidente, los animales, con toda su carga simbólica, servían perfectamente a los planes divinos y ejemplificaban la moral y el dogma, los animales y sus mensajes en la cultura medieval son el reflejo de la voluntad divina, sean estos animales naturales o fantásticos. Gracias al estudio de la simbología animal, se nos revela la propia concepción de la vida de estos siglos, en donde el hombre no distingue, o no quiere distinguir, entre lo real y lo ficticio. Dominado en extremo por una concepción religiosa del mundo, sabe que el componente clave de aquella creencia es la fe, es decir, aquello que no se ve, pero que, sin embargo, existe. Ver no es necesario para creer y esto se demuestra en la tendencia verdaderamente irremediable, o el interés que demuestra el hombre medieval, por los animales fantásticos y monstruosos, que no se ven, pero que, a buen seguro existen, o al menos, existe lo que simbolizan. El mundo real es un reflejo del mundo divino, los símbolos son la clave para interpretar aquel, al que no se llega con facilidad, es decir, hay cierta proclividad a fantasear la realidad.

BIBLIOGRAFIAAcosta, Vladimir, La humanidad prodigiosa. El imaginario antropológico medieval. Tomo II, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., Venezuela, 1996, pp. 303.

Capánaga, Victorino, “La dialéctica de la conversión”, en Agustín de Hipona. Maestro de la conversión cristiana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1974, pp. 476.

Le Goff, Jacques, La civilización del Occidente Medieval, [Trad. Godofredo González], Paidós, Barcelona, 1999, pp.345.

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