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Reseña:
Gordillo, Gastón (2007) En el gran Chaco. Antropologías e Historias. Buenos
Aires, Prometeo
Sergio Fernández
Gastón Gordillo, doctor en Antropología por la Universidad de Toronto. Investigador y
docente se interesa por las sociedades indígenas del Gran Chaco y ha publicado
numerosos artículos atendiendo a la cuestión económica y política pero también sobre
los procesos históricos que han tenido lugar en la región.
El libro nos introduce al complejo universo de las sociedades indígenas del Gran Chaco.
A partir de un pormenorizado análisis histórico que se suma a los aportes de su propio
trabajo etnográfico, Gordillo ofrece un recorrido detallado por los procesos que han
afectado la vida de éstas poblaciones.
A partir de una reunión de distintos artículos escritos a lo largo de una década, el libro
se divide en once capítulos organizados en tres partes bien definidas: en primer lugar,
dedica los primeros tres capítulos a analizar “Memorias y lugares”. La segunda sección
del libro, está integrada por cinco capítulos que tematizan “Hegemonías y resistencias”;
finalmente el libro culmina con un novedoso aporte dedicado a revisar críticamente
diferentes producciones antropológicas que se han publicado sobre esta región.
En la primera sección, “Memorias y lugares” el autor da cuenta de cómo su experiencia
de campo le permitió acercarse a la comprensión de los modos en que los indígenas
articulan la dialéctica y la alteridad entre el pasado y el presente. Presentando datos
etnográficos surgidos de sus conversaciones con actuales integrantes de las
comunidades indígenas, muestra cómo las personas se refieren de diversas maneras al
pasado y al presente: por un lado reproduciendo discursos hegemónicos producidos por
los agentes estatales y otros actores sociales, esto es refiriéndose a sus antecesores como
salvajes, pobres o ignorantes protagonistas de un pasado netamente indígena y guerrero.
Por otro lado, en contraposición a su caracterización del presente, mucha gente se
refiere a sí misma como “los nuevos” que, a diferencia de los antiguos “gente que ha
dejado de lado los rituales paganos del pasado, ha aprendido ‘el mensaje de Cristo’ y
disfruta de los bienes y prácticas de la civilización” (30). El trabajo de Gordillo recurre
permanentemente al análisis de los procesos históricos, procurando comprender el rol
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que han tenido tanto las misiones evangelizadoras, como el avance de la dominación
estatal, así como también la economía de mercado. Un punto de demarcación al que
hace referencia Gordillo es a la invasión en 1917 del Ejército Argentino a la región del
curso medio del Río Pilcomayo y que estaba destinada a avanzar sobre sectores
indígenas que aún o habían sido sometidos al poder estatal. Esta línea demarcadora
servirá para hacer referencia a un antes y un después en la vida de los indígenas que, al
día de hoy, se refieren de distintas formas a aquella batalla. Desde el reconocimiento
heroico de “los antiguos” resistiendo a la invasión estatal hasta la justificación de un
discurso que se refiere a ellos como guerreros y salvajes propios de su etapa pre-
cristiana.
Siguiendo la propuesta de una memoria dialéctica, Gordillo muestra cómo se invierte el
sentido de la representación del pasado y presente según circunstancias: el relato de
muchos indígenas hace referencia a un presente en el que “los nuevos” se están
olvidando de algunas de sus prácticas tradicionales de caza y recolección, de búsqueda y
producción de subsistencia en el monte que estarían siendo reemplazados por alimentos
envasados. Del mismo modo, se alude a un presente en el que los nuevos shamanes no
tendrían los mismos conocimientos que los antiguos para la cura de enfermedades por
ejemplo. Gordillo muestra cómo la interpretación y el discurso respecto del pasado y el
presente se invierte según circunstancias definidas y situaciones concretas. Así como en
lo referente a la alimentación y a la salud, hay una reivindicación de los antiguos
respecto a la relación con el Estado, siendo exaltados por “su independencia de los
recursos de los blancos y el clientelismo asociado a la distribución de sueldos” (33).
Esta reinvidicación del pasado adquiere una fuerte dimensión política en tanto ha sido
significativa a la hora de la lucha por las tierras y la obtención de títulos comunitarios.
El abordaje sobre la memoria que realiza el autor incluye también una profundización
sobre las creencias asociadas a relatos acerca de los imaginarios sobre el diablo y el
terror. Lejos de tomar la cuestión de la creencia como una esfera aislada, el autor la
relaciona con el mundo político asociado a la región y que tiene que ver con las nuevas
formas de trabajo asalariado que experimentaron los toba luego de las migraciones
como mano de obra empleada de los ingenios y, especialmente, San martín del Tabacal,
propiedad de la familia Patrón Costas. Gordillo describe y analiza la relación entre las
creencias indígenas y la dominación político-empresarial representada por Patrón
Costas; nuevamente recurre a la noción de hegemonía y a un enfoque provisto por una
antropología por la desigualdad del que se nutre y que sirve además como aporte y
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complemento a enfoques marxistas que acompañarán buena parte del libro. En este
punto, el autor recurre a la noción gramsciana de hegemonía según la cual la
dominación existe y ésta se sustenta en cierto consenso o naturalización de las
jerarquías sociales. De acuerdo con esta línea de análisis, Gordillo, recurre a las
narraciones que las personas hacen respecto a la figura del diablo: representados como
caníbales, llamados “comedores”, no buscarían carne aborigen por ser de “mal gusto”
dado que los indígenas comen cualquier cosa. Por tanto los “comedores” preferirían
comer trabajadores criollos, bolivianos, guaraníes y kollas. Este relato descripto por el
autor, expresado en palabras de varios ancianos, representa “una de las formas en que
muchos tobas internalizaron y resignificaron las jerarquías étnicas” (54).
Gordillo sigue, al mismo tiempo que se distancia, análisis teóricos de autores marxistas
como Michael Taussig acerca de las representaciones sobre el diablo y de Henri
Lefebvre sobre el espacio. La utilización crítica de estos autores (especialmente del
primero) pero tomando a la vez algunos aportes de sus posicionamientos marxistas,
muestra la interrelación entre política, economía y espacio. Todo en un contexto de
desigualdades y jerarquías sociales en el que los procesos históricos forman parte de
una misma línea de análisis donde la figura del diablo aparece vinculada al monte pero
también a la fábrica, vale decir en la figura de Patrón Costas y en donde tanto la
representación del diablo como la defensa ante el mismo, aparece en los relatos asociada
al trabajo en el tabacal y a la desaparición y muerte de trabajadores. Al mismo tiempo,
en otros relatos, la figura de Patrón Costas es representada como una imagen paternal y
enemiga del diablo en tanto éste ataca a sus trabajadores. La detallada descripción
etnográfica realizada por Gordillo en este punto muestra un claro análisis antropológico
respecto de las creencias, la política y la economía, todo entramado en un complejo
proceso histórico que incluye el avance del capitalismo entre la propia comunidad toba
y las luchas y resistencias frente al trabajo y las desigualdades, al mismo tiempo que la
reproducción de formas hegemónicas de desigualdad. No obstante, explica las
apropiaciones y beneficios usufructuados por la patronal respecto de las creencias
indígenas con el propósito de sostener la explotación laboral a la que son sometidos los
trabajadores: “la construcción de un clima de terror alrededor de la figura de Patrón
Costas contribuía a reforzar la sumisión a su autoridad y a mantener la fábrica libre de
intrusos” (60).
El enfoque de Gordillo a lo largo del libro hará un fuerte hincapié en la desigualdad de
las relaciones sociales. Apelando al marxismo, en muchos casos, y completándolo con
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el aporte de la antropología económica, el autor explica cómo las formas de poder
asociadas a las figuras de Patrón Costas y a la irrupción del propio Estado, son parte de
un entramado bastante más complejo que la simple relación mecánica poder-sumisión.
Esto se explica en el caso en el que la figura del diablo utilizada por Patrón Costas no
siempre ejercía un control efectivo dado el descontento que representa la imagen del
diablo para muchos trabajadores. Por otro lado, realiza un interesante aporte
describiendo la reciprocidad generalizada que caracteriza a la vida de los toba y que,
pese a la llegada del Estado, éstos no han abandonado el sentido comunitario. Es así que
la reciprocidad generalizada “también proporciona una red de protección frente a
condiciones de pobreza (…) el derecho de todo toba a demandar la distribución de
alimentos y, sobre todo a aquellos que disponen de empleos público, les proporciona
recursos significativos” (116).
No obstante, lejos está el trabajo de Gordillo de construir una mirada romántica y
esencializada del mundo de los tobas del gran Chaco. El caso de la reciprocidad
generalizada es también un componente coercitivo en el más allá del altruismo, existe
una presión y una sanción sobre aquel cazador exitoso que no comparte sus alimentos,
poniéndose en dudad su propio prestigio y atravesando además una condena pública.
Sumado a ello, las creencias acerca del aumento de la brujería desde que existe el
empleo público y el temor a aquella como sanción, contribuyen a mantener la
obligación de la reciprocidad generalizada.
“En el Gran Chaco. Antropologías e Historias”, la propuesta de Gordillo combina los
datos de su trabajo de campo, dando cuenta de cómo se articulan las relaciones sociales,
atendiendo a la descripción de procesos históricos, combinado con las distintas
producciones antropológicas que han hecho del Chaco como “campo de disputa de los
conflictos ideológicos y políticos que constituirían la academia antropológica nacional”
(226). Gordillo propone una discusión no sólo epistemológica sino política, metiéndose
con la propia construcción disciplinar y realizando un recorrido histórico de la
disciplina y el Chaco como, lugar que inspiró el “exotismo de muchos investigadores”
internacionales y argentinos que, desde fines del siglo XX produjeron distintas formas
de conocimiento sobre los indígenas del Chaco y la consecuente influencia en diseño de
políticas públicas.
Esta sección de “Antropologías Chaquenses” con la que cierra su libro, constituye
quizás el aporte más osado. A su minuciosa investigación documental acerca de la
historia social de estas poblaciones y a su trabajo de campo, agrega en el tramo final,
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una interesante como necesaria discusión acerca de los usos y destinos del conocimiento
antropológico. Sin hacer mención ni introducirse en la discusión sobre la antropología
aplicada versus la antropología académica (o intervención frente a investigación),
describe el lugar político que tiene la producción antropológica, por ende aplicado, más
allá de ciertos debates estériles. Principalmente a Gordillo le interesa mostrar las
debilidades conceptuales como sus implicancias políticas que han caracterizado el
sistema de caza y recolección como una economía prácticamente pre-política y pre-
capitalista caracterizadas casi como sociedades prehistóricas. Imágenes que han
contribuido a la representación pública de estas sociedades y que muchos antropólogos
han ayudado a construir.
Pasando revista al trabajo de José Imbelloni como uno de los etnólogos más influyentes
en la formación disciplinar, la posterior creación del Departamento de Antropología y
las tensiones políticas dadas por el compromiso y distanciamiento del investigador
frente a sus “objeto” de estudio, contribuye a presentar un interesante resumen de la
historia de la Antropología en Argentina.
Como el mismo Gordillo se encarga de dejar en claro, le interesa bucear en la
profundidad del propio campo disciplinar motivado, en buena medida por el arribo de
seguidores de Marcelo Bórmida, en puestos importantes dentro de organismos
nacionales de investigación. La producción de Marcelo Bórmida es también analizada
por Gordillo en el libro. Evita caer en apreciaciones sesgadas sobre la figura de
Bórmida, aunque da cuenta de su estrecha relación con la Dictadura Militar y de su
negación a una antropología políticamente comprometida (a diferencia de las
posiciones de autores como Hermitte y Palavecino). También se dedica a analizar la
producción teórica de una fenomenología centrada en el análisis de la mitología
indígena divorciada de todo aspecto político e histórico. Posteriormente muestra cómo
la antropología chaquense se ha convertido en sinónimo de una antropología
reaccionaria.
La producción de Gordillo constituye un significativo aporte para la comprensión
sociocultural de las sociedades indígenas del Gran Chaco, su relación con las formas de
dominación y las respuestas a las mismas. Pero además, el trabajo recupera la palabra
capitalismo como elemento productor de desigualdades donde estas sociedades
reproducen su vida de distintas maneras; dónde la dominación no implica ausencia de
agencia pero donde el análisis de la relativa autonomía indígena no disminuye el lugar
de pobreza y subordinación que ocupan frente al poder del Estado y del mercado. Por
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otra parte, el texto es un llamado a la reflexión a los/as antropólogos/as y el lugar que se
ocupa en el marco de una red de relaciones políticas, ideológicas y poder a la que la
antropología no es ajena: “el caso argentino confirma que el progresismo no es
necesariamente un valor natural de la antropología y que las ideologías reaccionarias
pueden tener una fuerte cabida en la disciplina” (253)
Por último, la lectura del libro se hace sumamente necesaria para problematizar acerca
de la aplicación antropológica y sus discusiones respecto a una praxis transformadora;
donde pueda entenderse la diversidad cultural y el relativismo pero que además
encienda la llama de una discusión que ubique a la antropología y a la noción de cultura
en el contexto de las relacionas materiales que guarda el propio concepto de producción
de conocimiento.
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