Resumenes de PFPD

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Savater Fernando “ética de urgencia” ¿Qué es un problema de filosofía? La filosofía discute cuestiones que nos afectan como seres humanos. Una pregunta es filosófica cuando se interesa por un tema que es de interés para cualquier persona. Los intereses que no son filosóficos están directamente relacionados con las cosas que queremos hacer, tienen una habilidad práctica, más o menos inmediata. Lo peculiar de la filosofía es que se interroga por lo que somos como seres humanos y no sólo por lo que queremos puntualmente. Un gran filósofo, muy complejo, Hegel, dijo en una ocasión que la gran tarea del hombre era pensar la vida. Y todos sabemos muchas cosas de la vida: sabemos cómo nos nutrimos, cómo respiramos, cómo nos reproducimos… pero ¿Qué debemos pensar de todos estos procesos?, ¿qué podemos pensar de que la vida nos pase a nosotros, de que seamos así, de que tengamos un aparato digestivo, genitales, pulmones, cerebro?, ¿de que vivamos en el tiempo, dentro de una sociedad, que nos enamoremos y convivamos en pareja? ¿Qué significa? ¿Por qué nos pasa eso? Ésas son las preguntas que hace la filosofía, no tienen nada que ver con las cosas prácticas. Cada vez que nos hacemos una pregunta filosófica estamos tratando de averiguar algo más sobre nosotros. La filosofía no sirve para salir de dudas, sino para entrar en ellas. Las personas que no dudan nunca con las que filosofan, son personas serias, incapaces de asombrarse. Según Calicles, lo que el joven hace es definir muy acertadamente la actitud filosófica: jugar a hacerse preguntas igual que los niños, pero hacerlas completamente en serio, si otro propósito que salir lo antes posible de la ignorancia, porque las personas que filosofan son las que están deseosas e impacientes por abandonar la ignorancia. Ha dicho que las preguntas filosóficas no influyen en las acciones futuras, pero quizás sí lo hagan las respuestas que les demos a estas preguntas. Se trata de preguntas que nos transforman al volvernos más conscientes de lo que supone ser humano. Los hombres no nos conformamos con ser, sino también sentimos el impulso de querer saber qué somos.

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Savater Fernando “ética de urgencia”¿Qué es un problema de filosofía?

La filosofía discute cuestiones que nos afectan como seres humanos. Una pregunta es filosófica cuando se interesa por un tema que es de interés para cualquier persona.

Los intereses que no son filosóficos están directamente relacionados con las cosas que queremos hacer, tienen una habilidad práctica, más o menos inmediata.

Lo peculiar de la filosofía es que se interroga por lo que somos como seres humanos y no sólo por lo que queremos puntualmente.

Un gran filósofo, muy complejo, Hegel, dijo en una ocasión que la gran tarea del hombre era pensar la vida. Y todos sabemos muchas cosas de la vida: sabemos cómo nos nutrimos, cómo respiramos, cómo nos reproducimos… pero ¿Qué debemos pensar de todos estos procesos?, ¿qué podemos pensar de que la vida nos pase a nosotros, de que seamos así, de que tengamos un aparato digestivo, genitales, pulmones, cerebro?, ¿de que vivamos en el tiempo, dentro de una sociedad, que nos enamoremos y convivamos en pareja? ¿Qué significa? ¿Por qué nos pasa eso? Ésas son las preguntas que hace la filosofía, no tienen nada que ver con las cosas prácticas.

Cada vez que nos hacemos una pregunta filosófica estamos tratando de averiguar algo más sobre nosotros. La filosofía no sirve para salir de dudas, sino para entrar en ellas.

Las personas que no dudan nunca con las que filosofan, son personas serias, incapaces de asombrarse. Según Calicles, lo que el joven hace es definir muy acertadamente la actitud filosófica: jugar a hacerse preguntas igual que los niños, pero hacerlas completamente en serio, si otro propósito que salir lo antes posible de la ignorancia, porque las personas que filosofan son las que están deseosas e impacientes por abandonar la ignorancia.

Ha dicho que las preguntas filosóficas no influyen en las acciones futuras, pero quizás sí lo hagan las respuestas que les demos a estas preguntas.

Se trata de preguntas que nos transforman al volvernos más conscientes de lo que supone ser humano. Los hombres no nos conformamos con ser, sino también sentimos el impulso de querer saber qué somos.

Ética conceptos introductoriosLa ética:

Se ocupa de la moralidad: una cualidad que corresponde a los actos humanos exclusivamente por el hecho de preceder de la libertad.

Es el estudio de los fundamentos racionales del comportamiento humano libre y responsable.

Es una disciplina filosófica que estudia las leyes ideales que rigen las acciones humanas.

Se dice: Disciplina filosófica para distinguir la ética o Moral filosófica de la teología

moral. Estudia las leyes ideales para indicar que no se trata de averiguar cómo

obran los hombres de hecho, sino cómo deben obrar para ser consecuentes con la dignidad de su naturaleza racional.

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Rigen las acciones humanas para indicar cuál es el objeto material de la ética. Son acciones humanas solamente las que se realizan responsablemente, según las exigencias de la naturaleza racional y libre del hombre. Son actos del hombre las acciones que no son libres.

Sean dignas de la naturaleza racional del hombre para indicar cuál es la norma fundamental de la moralidad

Objeto de estudio Material: los ACTOS HUMANOS Formal: ( o punto de vista bajo el que se estudia los actos humanos) EL SE DU

RECTITUD MORAL O MORALIDAD.

División Ética general: estudia los principios básicos que determinan la moralidad de los

actos humanos: conciencia, libertad, valores… Ética especial o deontología: que aplica estos principios a la vida del hombre en

sociedad.

Estos dos aspectos son inseparables, pues el hombre es social por naturaleza.

La ÉTICA es teoría, investigación o exploración de un tipo de experiencia humana, o forma de comportamiento de los hombres.

Frankenstein educador. Philippe MeirieuLa educación necesaria, o por qué jamás se ha visto una abeja

demócrataEl hombre no está presente en su propio origen. Nadie puede darse la vida a sí

mismo aunque adquiera, o crea adquirir, progresivamente la capacidad de dirigirla por su cuenta y de conservarla cuanto más tiempo mejor. Nadie puede darse la vida a sí mismo, y nadie puede, tampoco, darse su propia identidad. Ese mundo existe; formamos parte de él, más o menos, pero ahí está. Ya estaba ahí antes que tú, con sus valores, su lenguaje, sus costumbres, sus ritos, sus alegrías y sus sufrimientos, y también con sus contradicciones. No todos sus aspectos me parecen bien. Pero ahí está, yo formo parte de él. Formo parte de él, y debo introducirte en él. Integrarse a la domus siempre es un poco una domesticación, un asunto de horarios a respetar y hábitos que adquirir, de códigos que aprender y de obligaciones a las que hay que someterse.

El pequeño humano llega al mundo generosamente provisto de potencialidades mentales, pero esas potencialidades están muy poco estabilizadas. Al nacer, no sabe nada, o sabe muy poco; ha de familiarizarse con multitud de signos, acceder a una lengua llamada “materna”, inscribirse en una colectividad determinada, aprender a identificar y respetar los ritos, las costumbres y los valores que su entorno primero le impone y después le propone.

Todo hombre ha de elegir sus valores, tanto en el ámbito moral como en el social y político. Todo hombre llega al mundo toralmente despojado, y por eso ha de ser educado.

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El niño necesita, pues, ser acogido; necesita que haya adultos que le ayuden a estabilizar progresivamente las capacidades mentales que le ayudarán a vivir en el mundo, a adaptarse a las dificultades con que se encuentre y a construir él mismo, progresivamente sus propios saberes. No puede construirse a sí mismo mentalmente al margen de las reclamaciones de su entorno: es ese entorno el que, en muy gran medida, lo construye.

Educar no sólo es desarrollar una inteligencia formal capaz de resolver problemas de gestión de la vida cotidiana o de encararse a dificultades de orden matemático. Educar es, también, desarrollar una inteligencia histórica capaz de discernir en qué herencias culturales se está inscrito.

Porque también ahí el niño es “hecho”. Así como no se ha creado a sí mismo físicamente ex nihilo, así como no ha podido desarrollarse psicológicamente sin un entorno educativo específico, tampoco puede construirse como miembro de la colectividad humana sin saber de dónde viene, en qué historia ha aterrizado y qué sentido tiene esa historia. Sólo puede vivir, pensar o crear algo nuevo si ha hecho suya hasta cierto punto esa historia, si ésa le ha proporcionado las claves necesarias para la lectura de su entorno, para la comprensión del comportamiento de quienes le rodean, para la interpretación de los acontecimientos de la sociedad en la que vive. No puede participar de la comunidad humana si no ha encontrado en su camino las esperanzas y los temores, los arrebatos y las inquietudes de quienes le han precedido.

Educar es, pues, introducir a un universo cultural, un universo en el que los hombres han conseguido amansar hasta cierto punto la pasión y la muerte, la angustia ante el infinito, el terror ante las propias obras, la terrible necesidad y la inmensa dificultad de vivir juntos.

No ha pasado tanto tiempo desde que las diferencias de una generación a otra eran mínimas; las generaciones sucesivas se superponían unas a otras en el grado suficiente para que el vínculo transgeneracional quedase garantizado, por así decirlo, por impregnación, sin que se pensara realmente en ello y sin que fuese producto de una acción ordenada y sistemática.

Hoy, en cambio, vivimos una aceleración sin precedentes en la historia. De una generación a otra, el entorno cultural cambia radicalmente, hasta tal punto que la transmisión por impregnación se ha hecho, en muchas familias, particularmente difícil.

En esas condiciones de aumento del desfase entre generaciones y de inmolación de la transmisión cultural, encontramos a adolescentes “bólido”, sin raíces ni historia, sin acceso a la palabra, dedicados por entero a satisfacer impulsos originales.

EDUCAR EN LA INCERTIDUMBRE

Philippe Meirieu

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Vivimos en un periodo de crisis en materia educativa. Y esta realidad está ligada al surgimiento de la democracia. La democracia afirma que el lugar del poder está intrínsecamente vacío, nadie en sí está habilitado a ocupar ese lugar de poder. En la dictadura, los padres que no educan a sus hijos correctamente son considerados disidentes y, en las sociedades totalitarias, incluso les retiran a sus hijos.

Esta crisis de la educación se ve reforzada por algunos fenómenos sociológicos, en particular, la desligazón entre generaciones. Esta aceleración de la historia, de la aparición de nuevas tecnologías, nos pone ante problemas inéditos para los cuales no hay ningún catecismo escrito y tenemos que inventar soluciones.

Y a esto debe agregarse además, un medio ambiente mediático y comercial que exacerba el infantilismo en la propia sociedad. Lo que hoy hace difícil la educación es que está a contracorriente del carburante económico de la sociedad, del consumo individual, de la pulsión inmediata y de la satisfacción de todos nuestros deseos. El nacimiento es el surgimiento de un sujeto capaz de dotarse de proyectos y por tanto de proyectarse en el porvenir, de hacer elecciones, de tomar decisiones, de dejar de lado y de darse prioridades; y la prioridad, por supuesto, es salir de aquello que los psicólogos llaman el egocentrismo inicial. Ese niño rey, que por definición es un tirano, vive la totalidad del mundo de acuerdo con su propia subjetividad. De a poco, el niño tendrá que ir comprendiendo que su deseo no hace la ley, que su deseo choca con la existencia de los demás y va a tener que aceptar salir de su omnipotencia. En clase viven esa situación con una profunda frustración. El aprendizaje de la alteridad es un aprendizaje muy difícil para los chicos. El aprendizaje del rostro del otro aparece en forma progresiva como una interpelación a la vez imperativa y misteriosa porque jamás sé quién es y la conciencia del otro me escapa radicalmente. Y el chico tiene que aprender en forma progresiva a entrar en relación con el otro, a reconocerlo como su semejante pero también como un ser distinto. Allí hay algo muy complicado para los chicos, el otro le da miedo, lo pone nervioso, lo inquieta, ya que en la presencia del otro hay como un llamado a la identidad porque su existencia misma me obliga a salir de mi propia identidad, a escuchar otra cosa. La educación es aprendizaje para renunciar a la omnipotencia. El niño cree que su deseo es ley, siempre está a punto de su pasaje al acto. Ningún deseo está prohibido, ni aun el deseo de matar. Lo que está prohibido no es el desearlo sino hacerlo; porque entre el deseo y el acto hay una caja negra que unos llaman conciencia, otros alma, otros razón.

La caja de peleas

Janusz Korczac (pedagogo polaco que murió en Treblinka en 1942) había creado en Varsovia orfelinatos para chicos de padres deportados. Allí existía mucho violencia entre los chicos, él intentó con una cantidad de métodos para que dejaran de pelearse: dijo que los iba a castigar, que los iba a dejar sin comer, que los iba a golpear. Nada de eso funcionó, la violencia era más

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fuerte. Un dia se le ocurrió algo extraordinario, dijo: “A partir de hoy, cualquiera puede agarrar a golpes a cualquiera, con la condición de que lo prevenga por escrito 24 hs antes”, e instaló la caja de peleas que era como un buzón donde los chicos escribían: “Quiero agarrarte a golpes mañana”. Ese buzón se vaciaba y se volvía a llenar y los chicos contestaban “¿Por qué me querés pegar?”.

Cuando el pedagogo inventa esta caja de peleas intenta, a la vez, la educación y la democracia.

El ciudadano es aquel que renuncia a lo infantil, el que sabe tomarse el tiempo de examinar las consecuencias de sus actos, que no está en la inmediatez, sino en el tiempo de la reflexión.

Toda educación es para el aplazamiento, no para la frustración. La educación y la democracia se inscriben en el mismo movimiento: es la

renuncia al narcisismo. Educar a un chico es ayudarlo a renunciar a su narcisismo. Y educarnos como pueblo democrático es para renunciar a nuestros intereses individuales, para reflexionar acerca de lo que podría ser el bien común y el interés colectivo.

La educación tiene que ver con lo político. Lo político es hacer nacer la sociedad, que no es una comunidad. En una comunidad vivimos juntos porque compartimos el mismo pasado, los mismos gustos, las mismas elecciones. Una sociedad es un conjunto de comunidades que acepta que existen leyes que trascienden su pertenencia comunitaria.

ESTRATEGIA DEL LENGUAGE Y COMUNICACIONES DEL HOMBRE

LOPEZ QUINTAS

La Ética estudia la vida humana como una inmensa tarea creadora que debe tener una justificación, ser justa, presentar una plena razón de ser.

La Ética estudia:

Las actitudes generales ante la vida. Las acciones que realiza el hombre. Los hábitos que adquiere. La naturaleza en diversos hábitos. La orientación que esta naturaleza confiere a la vida del hombre. El valor que presenta esta orientación existencial; su justificación.

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Para estudiar estos puntos, la Ética debe analizar por qué el hombre se ve instado a desarrollar su vida eligiendo entre diversas posibilidades y por qué debe configurarla en atenencia a ciertas exigencias. Esto suscita el tema de la fundamentación de la Ética. ¿De dónde arranca la necesidad que siente el hombre de llevar una vida ética? Vida ética implica por razones esenciales una vida creadora, creadora en principio de actos, de hábitos, de naturalezas, de orientaciones generales de la vida. ¿A qué responde la necesidad humana de estar constantemente creando una red de relaciones y ámbitos? ¿Por qué no se reduce el hombre a desarrollar su vida de modo instintivo a través de los causes rígidos establecidos de antemano por la especie?

Una vida que se limite a reproducir los ciclos marcados por la especie no será una vida creadora sino mero despliegue de ciertas potencias, porque la vida creadora implica poseer unas potencias y poder desplegarlas en distintas direcciones apropiándose diversas posibilidades. Ello implica captar las diversas posibilidades que ofrece el entorno en cada situación, elegir entre tales posibilidades conforme al fin que se persigue y realizar las posibilidades elegidas.

El animal realiza su vida guiado por los instintos. En el mundo animal reina la serenidad porque falta el dramatismo que inaugura la libertad, la capacidad de elegir, de mostrarse como uno es o no es. En consecuencia, el animal carece de toda posibilidad de vida ética. Es a-ético, a-moral, no alcanza el nivel de la vida propiamente ética.

Poseer instintos seguros indica que, al recibir un estímulo del exterior o un campo de estímulos, se reacciona con una respuesta adecuada, certera. De este modo queda asegurada la subsistencia vital (Animal). Carecer de instintos seguros significa que, al recibir un estímulo del exterior, se pueden dar diversas respuestas de las cuales una o varias son adecuadas y fecundas y otras no (hombre). Para acertar con la respuesta adecuada, debe pensar, elegir, optar, crear una relación activo-receptiva con el entorno, visto no como mero haz de estímulos, sino como fuente de posibilidades, es decir, de capacidades de acción creadora. La acción del hombre no es mero despliegue automático de potencias, sino apropiación libre, cocreadora de posibilidades. Precisamente porque el entorno del hombre es fuente de posibilidades, le es más difícil al ser humano adaptarse a él.

*Resumen de: SÁNCHEZ VÁZQUEZ (1999) “Ética”. Ed. Biblioteca de Bolsillo. España.

Ética. Sánchez Vásquez

Carácter social de la moralLa moral tiene esencialmente una cualidad social. Ello quiere decir que sólo se da en la

sociedad, respondiendo a sus necesidades y cumpliendo una determinada función en ella. En cada individuo se anudan de un modo peculiar una serie de relaciones sociales, y el modo

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mismo de afirmar, en cada época o en cada sociedad, su individualidad tiene un carácter social. Hay una serie de cauces que, en cada sociedad, modelan el comportamiento individual. Varían de una comunidad social a otra.

La sociedad no existe al margen de los individuos concretos, ni tampoco se puede hacer del individuo un absoluto ignorando que es, por esencia, un ser social.

Veamos tres aspectos fundamentales de la actualidad social de la moral.a) Cada individuo, al comportarse moralmente, se sujeta a determinados principios,

valores o normas morales. Dentro de esa comunidad rigen, se admiten o se tienen por válidos determinados principios, normas, valores y aunque éstos se presenten con un carácter general o abstracto, se trata de principios y normas que valen de acuerdo con el tipo de relación social dominante.En esta sujeción del individuo a normas establecidas por la comunidad se manifiesta claramente el carácter social de la moral.

b) El comportamiento moral es tanto comportamiento de individuos como de grupos sociales humanos, cuyas acciones tienen un carácter colectivo, pero concentrado, libre y consciente. Se trata de una conducta que tiene consecuencias en un sentido u otro para los demás, y que, por esa razón, es objeto de su aprobación o reprobación. Los actos individuales que no tienen consecuencia alguna para los demás no pueden ser objeto de una calificación moral. La moral tiene un carácter social en cuanto que regula la conducta individual cuyos resultados y consecuencias afectan a otros.

c) Las ideas, normas y relaciones morales surgen y se desarrollan respondiendo a una necesidad social. Su necesidad y la función social correspondiente explican que ninguna de las sociedades humanas conocidas haya podido prescindir de esta forma de conducta humana.

La función social de la moral estriba en regular las relaciones entre los hombres (entre los individuos y entre el individuo y la comunidad) para contribuir así a mantener y asegurar determinado orden social.

Aunque la moral cambie históricamente, y una misma norma moral puede albergar un distinto contenido en diferentes contextos sociales, la función social de la moral en su conjunto o de una norma en particular es la misma.

Así, pues, la moral cumple una función social muy precisa: contribuir a que los actos de los individuos, o de un grupo social, se desarrollen en forma favorable para toda la sociedad o para un sector de ella. La moral tiende a que los individuos pongan en constancia, voluntariamente sus propios intereses con los intereses colectivos de determinado grupo social, o de la sociedad entera.

El individuo se comporta moralmente en el marco de unas condiciones y relaciones sociales dadas que él no ha escogido, y dentro también de un sistema de principios, valores y normas morales que no ha inventado, sino que le es dado socialmente, y conforme al cual regula sus relaciones con los demás, o con la comunidad entera.

En conclusión, la moral tiene un carácter social en cuanto que: a) los individuos se sujetan a principios, normas o valores establecidos socialmente; b) regula sólo actos y relaciones que tienen consecuencias para otros y requieren necesariamente la sanción de los demás; c) cumple la función social que los individuos acepten libre y conscientemente determinados principios, valores o intereses.

Lo individual y lo colectivo en la moralEl carácter social de la moral entraña una peculiar relación entre el individuo y la

comunidad, o entre lo individual y lo colectivo. El individuo desde su infancia se encuentra sujeto a una influencia social que le llega por diversos conductos y a la que no puede escapar: de los padres, del medio escolar, de los amigos, etc. Bajo esta variada influencia se van forjando sus ideas morales y sus modelos de conducta moral.

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Una parte de la conducta moral (justamente la más estable) se manifiesta en forma de hábitos y costumbres. Esta forma de regulación de la conducta es la que predomina, sobre todo, en las fases inferiores del desarrollo histórico-social de la humanidad. Es decir, en las sociedades primitivas. Las normas que rigen así en la sociedad tienen, a veces, larga vida; sobreviven a cambios sociales importantes y se hallan respaldadas por el peso de la tradición.

Toda nueva moral tiene que romper con la vieja moral que trata de sobrevivirse como costumbre; pero, por otro lado, lo nuevo moralmente tiende a consolidarse como costumbre.

La costumbre opera como un medio eficaz para integrar al individuo en la comunidad, para fortalecer su sociedad, y para que sus actos contribuyan a mantener (y no a disgregar) el orden establecido. El individuo actúa entonces de acuerdo con las normas admitidas por un grupo social, o por toda la comunidad, sancionadas por la opinión y sostenidas por el ojo vigilante de los demás.

Siempre, en toda moral histórica, concreta, muchas de las normas que prevalecen forman parte de los hábitos y costumbres. Y en esta sujeción del individuo a normas morales impuestas por la costumbre, que él no puede dejar de tener en cuenta (cumpliéndolas o violándolas), se pone de manifiesto, una vez más, el carácter social de la relación entre individuo y comunidad, y de la conducta moral individual.

Por fuertes que sean los ingredientes objetivos y colectivos de un individuo que actúa libre y conscientemente, y, por tanto, asumiendo un responsabilidad personal. El peso de los factores objetivos (costumbre, tradición, sistema de normas ya establecidas, función social de dicho sistema, etc.) no puede hacernos olvidar el papel de los factores subjetivos, de los ingredientes individuales (decisión y responsabilidad personal), aunque la importancia de este papel varía históricamente, de acuerdo con la estructura social dicha.

La conciencia individual es la esfera en que se operan las decisiones de carácter moral, pero por hallarse condicionada socialmente no puede dejar de reflejar una situación social concreta. Así, en las sociedades primitivas, la cohesión de la comunidad se mantiene absorbiendo casi totalmente al individuo en el todo social. En la sociedad capitalista se tiende a convertir al individuo en soporte o planificación de unas relaciones sociales dadas, aunque su comportamiento individual no puede agotarse en la forma social (como obrero o capitalista) que el sistema le impone.

En el marco de nuevas relaciones sociales, la socialidad puede cobrar la forma de una conjugación de los dos aspectos de la vida humana que antes hemos visto disociados: lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo; la moral aparecerá entonces enraizada en ambos planos, es decir, con sus lados inseparables: el personal y el colectivo.

En conclusión: la moral implica siempre (incluso en sus formas más primitivas) una conciencia individual que hace suyas o interioriza las reglas de acción que se le presentan con un carácter normativo, aunque se trata de reglas establecidas por la costumbre. En tigor, como no existe el individuo aislado, sino como ser social, no existe tampoco una moral estrictamente personal. Los agentes de los actos morales sólo son los individuos concretos, ya sea quien separadamente o en grupos sociales, y sus actos morales tienen siempre un carácter social.

Estructura del acto moralLa moral se da en un doble plano: el normativo y el fáctico. La esencia de la moral tiene que

buscarse, por ende, tanto en un plano como en el otro, y de ahí la necesidad de analizar el comportamiento de los individuos reales a través de los actos concretos en que se manifiesta.

Un acto moral, por ejemplo, cumplir la promesa de devolver algo prestado, es siempre un acto sujeto a la sanción de los demás; es decir, susceptible de aprobación o condena, de acuerdo con normas comúnmente aceptadas. No todos los actos humanos pueden recibir semejante calificación. Si se trata de un acto cuya realización no pudo ser evitada, o cuyas consecuencias no podían ser previstas, no puede ser calificado (en un sentido u otro) desde el punto de vista moral, y, por tanto, no es propiamente moral.

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Tenemos que destacar, en primer lugar, el motivo del acto moral por motivo puede entenderse aquello que impulsa a actuar o a perseguir determinado fin. El sujeto puede reconocer el motivo de su acción, y, en este sentido, tiene un carácter consciente. Pero no siempre muestra ese carácter. La persona que es impulsada a actuar por fuertes pasiones (celos, ira, etc.), por impulsos incontenibles o por rasgos negativos de su carácter (crueldad, avaricia, egoísmo, etc.), no es consciente de los motivos de su conducta. Esta motivación inconsciente no permite calificar al acto estimulado por ella como propiamente moral. El motivo no basta para atribuir al acto un significado moral, ya que no siempre el agente puede reconocerlo claramente. Ahora bien, el motivo del que es consciente el sujeto forma parte del contenido del acto moral, y ha de ser tenido presente al calificar moralmente este acto en un sentido u otro.

Otro aspecto fundamental del acto moral es la conciencia del fin que persigue. Toda acción específicamente humana exige cierta conciencia de un fin, o anticipación ideal del resultado que se pretende alcanzar. El acto moral entraña también la producción de un fin, o anticipación ideal de un resultado. En el acto moral no sólo se anticipa idealmente, como un fin, un resultado, sino que además hay la decisión de alcanzar efectivamente el resultado que dicho fin prefigura o anticipa. La conciencia del fin, y la decisión de alcanzarlo, dan al acto moral el carácter de un acto voluntario. Los actos que se producen en el individuo sin intervención ni control no responden a un fin trazado por la conciencia ni a una decisión de realizarlos: son, por ello, inconscientes e involuntarios y, consecuentemente, no son morales.

La decisión de realizar un fin presupone su elección entre otros. La pluralidad de fines exige, por un lado, la conciencia de la naturaleza de cada uno de ellos y, asimismo, la conciencia de que, en una situación concreta dada, uno es preferible a los demás, lo cual significa también que un resultado ideal, no efectivo aún, es preferible a otros posibles. La pluralidad de fines en el acto moral exige, pues: a) elección de un fin entre otros, y b) decisión de realizar el fin escogido.

El paso siguiente, aspecto también fundamental del acto moral, es la conciencia de los medios para realizar un fin escogido y el empleo de ellos para alcanzar así finalmente, el resultado querido.

El empleo de los medios adecuados no puede entenderse en el sentido de que todos los medios sean buenos para alcanzar el fin o que el fin justifique los medios. Un fin elevado no justifica el uso de los medios más bajos, como los que entrañan tratar a los hombres como cosas o meros instrumentos, o lo humillan al ser humano. Pero, por otro lado, la relación entre fines y medios (relación de adecuación del medio a la naturaleza moral del fin) no puede ser considerada abstractamente, al margen de la situación concreta en que se da, pues de otro modo se caería un moralismo abstracto, a espaldas de la vida real.

El acto moral responde de un modo electivo a la necesidad social de regular en cierta forma las relaciones entre los miembros de una comunidad, lo cual quiere decir que hay que tener en cuenta las consecuencias objetivas del resultado obtenido, o sea, el modo como éste resultado afecta a los demás.

El acto moral supone un sujeto real dotado de conciencia moral, es decir, de la capacidad de interiorizar las normas o reglas de acción establecidas por la comunidad, y de actuar conforme a ellas. La conciencia moral es, por un lado, conciencia del fin que se persigue, de los medios adecuados para realizarlo y del resultado posible, pero es, a la vez, decisión de cumplir el fin escogido, ya que su cumplimiento se presenta como una exigencia o un deber.

A veces, el centro de gravedad del acto moral se desplaza, sobre todo, a la intención con que se realiza o al fin que se persigue, con independencia de los resultados obtenidos y de las consecuencias que nuestro acto tenga para los demás. Esta concepción subjetivista o intencionalista del acto moral se desentiende de sus resultados y consecuencias. El agente moral ha de responder no sólo de lo que proyecta, o se propone realizar, sino también de los medios empleados y de los resultados obtenidos. No todos los medios son buenos moralmente para alcanzar un resultado. Por otro lado, el acto moral tiene un carácter social;

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es decir, no es algo que completa exclusivamente al agente, sino que afecta o tiene consecuencias para otro, razón por la cual éstas tienen que ser tenidas muy presentes al calificar el acto moral.

En suma: el acto moral es una totalidad o unidad indisoluble de diversos aspectos o elementos: motivo, fin, medio, resultados y consecuencias objetivas. El acto moral no puede ser reducido a uno de sus elementos, sino que está en todos ellos, en su unidad y relaciones mutuas. A su vez, los medios no pueden ser considerados al margen de los fines, ni los resultados y las consecuencias objetivas del acto moral tampoco pueden ser aislados de la intención, ya que circunstancias externas imprevistas o causales pueden dar lugar a resultados que el agente no puede reconocer como suyos.

Cualquiera que sea el contexto normativo e histórico-social en que lo situemos, el acto moral se presenta como una totalidad de elementos en una unidad indisoluble.

Singularidad del acto moralEl acto moral tiene un carácter normativo; es decir, cobra un significado moral con respecto

a una norma.Con ayuda de la norma, el acto moral se presenta como solución a un caso dado, singular.

La norma que reviste u carácter general, se singulariza así en el acto real. Aunque la norma sea aplicable a diferentes casos particulares, las peculiaridades de cada situación dan lugar forzosamente a una diversidad de realizaciones, o de actos morales. Hay siempre el riesgo de que el resultado se aleje de la intención originaria, hasta el punto de adquirir un signo distinto u opuesto al que se esperaba de él. En el tránsito de la intención al resultado, el acto puede adquirir un significado moral negativo.

Aunque las situaciones sean análogas y se disponga al enfrentarse a ellas de una norma general, no se puede determinar de antemano con toda seguridad lo que se debe hacer en cada caso; cómo jerarquizar los fines, por qué preferir unos a otros, qué decisión tomar cuando se presenten circunstancias imprevistas, etc.

Así, pues, el problema de cómo debemos comportarnos moralmente no deja de presentar dificultades cuando nos encontramos en una situación que se caracteriza por su novedad, singularidad o sorpresa. Cierto es que no nos hallamos ante ella totalmente desamparados ya que disponemos de un código moral, es decir, de un conjunto de normas de las que podemos extraer aquella que nos diga lo que debemos hacer.

No han faltado intentos, a lo largo de la historia de la moral, de acabar con esta situación conflictiva proporcionado a los agentes morales una decisión segura en todos y cada uno de los casos. Tal ha sido la pretensión del casuismo, o la casuística, que tomando como base el estudio de una multitud de casos reales aspira a tener en la mano la solución de todos los casos posibles, y, por ende, saber de antemano lo que se debe hacer en cada caso. Es decir, la casuística

No se conforma con disponer de normas morales que puedan regular en determinada forma nuestro comportamiento, sino que pretende asimismo trazar de antemano reglas de realización del acto moral, de plasmación de nuestros fines o intenciones, pasando por alto las peculiaridades y vicisitudes que cada situación real impone el acto moral.

A la casuística puede hacérsele también esta grave objeción, a saber: que al ofrecerle al sujeto una decisión segura, es decir, al trazarle de antemano lo que debe decidir en cada caso, empobrece enormemente su vida moral, ya que disminuye su responsabilidad personal en la toma de la decisión correspondiente y en la elección de los medios adecuados para realizar el fin perseguido.

ConclusiónDe todo lo expuesto anteriormente podemos deducir una serie de rasgos esenciales de la

moral que nos permiten precisar lo que comparte con otras formas de conducta humana.

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1. La moral es una forma de comportamiento humano que comprende tanto un aspecto normativo (reglas de acción) como fáctico (actos que se ajustan en un sentido u otro) a dichas reglas.

2. La moral es un hecho social.3. Aunque la moral tiene un carácter social, el individuo desempeña en ella un papel

esencial, ya que exige la interiorización de las normas y deberes de cada hombre singular.

4. El acto moral es unidad indisoluble de los aspectos o elementos que lo integran: motivo, intención, decisión, medios y resultados, razón por la cual si significado no puede encontrarse en uno solo de ellos, con exclusión de los demás.

5. El acto moral concreto forma parte de un contexto normativo.6. El acto moral, como acto consciente y voluntario, supone una participación libre del

sujeto en su realización, que si bien es incompatible con la imposición forzosa de las normas, no lo es con la necesidad histórica-social que lo condiciona.

Sobre la base de estos rasgos esenciales, podemos formular, por último, la siguiente definición:

La moral es un sistema de normas, principios y valores, de acuerdo con el cual se regulan las relaciones mutuas entre los individuos, o entre ellos y la comunidad, de tal manera que dichas normas, que tienen un carácter histórico y social, se acaten libre y conscientemente, por una convicción íntima, y no de un modo mecánico, exterior o impersonal.

*Resumen de: SÁNCHEZ VÁZQUEZ (1999) “Ética”. Ed. Biblioteca de Bolsillo. España.

Objeto de la Ética

Problemas morales y problemas éticos

En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros, surgen constantemente problemas. Los problemas prácticos se plantean en las relaciones efectivas, reales de unos individuos con otros, o al juzgar ciertas decisiones y acciones de ellos. La decisión y la acción traen consecuencias para la persona y para los demás.

Los individuos se enfrentan a la necesidad de ajustar su conducta a normas que se tienen por más adecuadas o dignas de ser cumplidas. Esas normas son aceptadas íntimamente y reconocidas como obligatorias (el sujeto se autoobliga). En estos casos decimos que el hombre se comporta moralmente, y en este comportamiento suyo se pone de manifiesto una serie de rasgos característicos que lo distinguen de otras formas de conducta humana. Acerca de este comportamiento, que es el fruto de una decisión reflexiva, los demás juzgan, también conforme a normas establecidas.

Así tenemos por un lado actos o modos de comportarse de los hombres ante ciertos problemas que llamamos morales y, por el otro, juicios con los que dichos actos son aprobados o desaprobados moralmente. Pero, a su vez, tanto los actos como los juicios morales, presuponen ciertas normas que señalan lo que se debe hacer.

El comportamiento práctico-moral, aunque sujeto a cambio de un tiempo a otro y de una sociedad a otra, se remonta a los orígenes mismos del hombre como ser social.

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A ese comportamiento práctico-moral que se da ya en las formas más primitivas de la comunidad, sucede posteriormente la reflexión sobre él. Los hombres no sólo actúan moralmente, sino que también reflexionan sobre ese comportamiento práctico, y lo hacen objeto de su reflexión o de su pensamiento. Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral, o también, de la moral vivida, a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los problemas teórico-morales o éticos.

A diferencia de los problemas práctico-morales, los éticos se caracterizan por su generalidad. El problema de qué hacer en cada situación concreta es un problema práctico-moral, no teórico-ético. En cambio, definir qué es lo bueno no es un problema moral que corresponda resolver a un individuo con respecto a cada caso particular, sino un problema general de carácter teórico que toca resolver al investigador de la moral, es decir, a la ética. Se trata de investigar el contenido de lo bueno y no determinar lo que el individuo debe hacer en cada caso concreto para que su acto pueda considerarse bueno. Cierto es que esta investigación teórica no deja de tener consecuencias prácticas, pues al definirse qué es lo bueno se está señalando un camino general, en el marco del cual, los hombres pueden orientar su conducta en diversas situaciones particulares. En este sentido la teoría puede influir en el comportamiento moral-práctico.

Las respuestas acerca de lo qué sea lo bueno varían, por supuesto, de una teoría a otra: para unos, lo bueno es la felicidad o el placer; para otros, lo útil, el poder, etc.

Pero, junto a este problema central, se plantea también otros problemas éticos fundamentales, como son los de definir la esencia o rasgos esenciales del comportamiento moral, a diferencia de otras formas de conducta humana, como la religión, la política, el derecho, la actividad científica, etc. El problema de la esencia del acto moral remite a otro problema importantísimo: el de la responsabilidad. Sólo cabe hablar de comportamiento moral, cuando el sujeto que así se comporta es responsable de sus actos, pero esto a su vez entraña el supuesto de que ha podido hacer lo que quería hacer, es decir, de que ha podido elegir entre dos o más alternativas, y de actuar de acuerdo con la decisión tomada. El problema de la libertad de la voluntad, es por ello, inseparable del de la responsabilidad.

Los problemas teóricos y los prácticos, en el terreno moral, se diferencian, por tanto, pero no se hallan separados por una muralla insalvable. Las soluciones que se den a los primeros no dejan de influir en el planteamiento y solución de los segundos, es decir, en la práctica moral misma; a su vez, los problemas que plantea la moral práctica, vivida, así como sus soluciones, constituyen la materia de reflexión, el hecho al que tiene que volver constantemente la teoría ética, para que ésta sea no una especulación estéril, sino la teoría de un modo efectivo, real, de comportarse el hombre.

El campo de la Ética

El valor de la ética como teoría está en lo que explica, y no en prescribir o recomendar con vistas a la acción es situaciones concretas. Es también una explicación de lo que ha sido o es, y no simplemente descripción. No le corresponde emitir juicios de valor acerca de la práctica moral de otras sociedades, o de otras épocas, en nombre de una moral absoluta y

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universal, pero sí tiene que explicar la razón de ser de esa diversidad y de los cambios de moral; es decir, ha de esclarecer el hecho de que los hombres hayan recurrido a prácticas morales diferentes e incluso opuestas.

*Resumen de: DELVAL, J. y ENESCO, I. (1994) “Moral, desarrollo y educación”. Ed. Grupo Anaya, Madrid.

La Moral como característica humana

La regulación de la conducta humana

Cada sociedad posee una serie de normas acerca de conductas deseables e indeseables que pueden realizar los individuos. Ninguna sociedad carece de esas normas, que constituyen lo que se denomina la moral o la ética.

La moral es patrimonio exclusivamente humano.

La conducta de los animales

Muchos animales de distinta antigüedad sobre la Tierra viven en grupos sociales.

Los animales sociales presentan muchas conductas que regulan las relaciones con los otros y que tienden igualmente a preservar la supervivencia del individuo y de la especie.

La jerarquía social

Para regular las relaciones entre los distintos individuos, los animales sociales establecen un sistema de jerarquías que determina la preponderancia o la dominación de unos individuos sobre otros.

Se establece una jerarquía entre los individuos de un mismo grupo que conviven regularmente, y cada individuo conoce el lugar que le corresponde y el orden en que puede actuar, con lo que se evitan conflictos innecesarios. Hace ya muchos años que se mostraron las ventajas que tiene la existencia de una jerarquía estable para la vida del grupo y de sus miembros. La jerarquía estable hace la vida más armoniosa y las reglas mediante las que se establece y se mantiene parecen inscritas hereditariamente en la conducta de los animales sociales, en igual medida que otras conductas que facilitan la supervivencia.

El altruismo de los animales

En muchas especies de animales sociales se observan conductas que se han calificado de altruistas, es decir, conductas en las que un individuo arriesga su situación, ponen en peligro su vida, e incluso la pierde por favorecer a otros miembros del grupo.

Desde el punto de vista de la selección natural, considerada desde el individuo solo, esas conductas son difíciles de explicar, pues el animal reduce sus posibilidades de supervivencia y de legar sus genes a sus descendientes. En vez de preocuparse por sí mismo, se preocupa por los otros y eso tiene para él costos que pueden ser irreversibles. Pero desde el punto de vista del grupo son conductas beneficiosas. Los individuos se verán impelidos a

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realizar conductas altruistas que aumenten las posibilidades de supervivencia de los que comparten los mismos genes.

Pero lo característico de la conducta animal es que los individuos se ven empujados a realizarla en las circunstancias apropiadas, sin que quede espacio para la elección, y sobre todo para la elección voluntaria y consciente. El animal no tiene oportunidad de elegir entre varias opciones y por eso mismo no se puede considerar que estas conductas sean morales, ya que les falta un componente esencial de la acción moral que es la posibilidad de realizar la acción de otra manera: la capacidad de elección.

La construcción de la conducta humana

Los humanos no son receptores pasivos de las influencias del ambiente y de los otros, sino que, en alguna medida, seleccionan las influencias. Por ello, puede decirse que el hombre es el constructor de su propia vida.

Pero los seres humanos somos también animales que tenemos que adaptarnos al medio y satisfacer las necesidades básicas y primarias al igual que los animales. Lo que sucede es que no somos sólo producto de la herencia biológica, sino también de la transmisión cultural. Por ello podemos decir que en el origen de las capacidades humanas están los mecanismos de la evolución que las hacen posibles, pero el uso y las formas que adoptan están determinados por la cultura.

Las representaciones del mundo

Durante el período de desarrollo, los humanos elaboran representaciones de todo su entorno de muy variados tipos.

Gracias a la existencia de esas representaciones podemos actuar de formas muy variadas y podemos tomar conciencia de lo que hacemos. La conciencia es un regulador de la acción y permite representarse los fines y elegir los caminos mejores para llegar a ellos, determinando el curso de la conducta.

La libertad

Al haber perdido las determinaciones genéticas de la conducta, que han sido moldeadas por la vida social y la transmisión cultural, los seres humanos nos vemos obligados a elegir nuestras acciones. Las representaciones complejas de la realidad nos impelen a seleccionar nuestros fines y los caminos mediante los cuales podemos alcanzarlos.

La posibilidad de elegir entre diferentes conductas que se nos ofrecen es lo que denominamos la libertad, que es una de las características esenciales y constitutivas de los seres humanos.

Parece razonable aceptar que en la mayor parte de los casos los seres humanos tienen alguna capacidad de elegir.

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Introducción a la ética filosóficaAunque el ambiente social dominado por el relativismo lleva muchas veces

hasta una cierta indiferencia ante la moral, nadie puede evitar enfrenarse con dilemas éticos en la vida cotidiana.

1. Naturaleza de la ética Todos los hombres, a lo largo de las generaciones, se han cuestionado la

presencia del bien y del mal en el mundo. Lo han hecho, siempre, partiendo del análisis de las acciones humanas. En última instancia, esa cuestión del cien y del mal está íntimamente relacionada con el obrar humano. Se puede decir que una persona es lo que es en su comportamiento moral y por eso la ética resulta tan importante que no deja indiferentes a los hombres.

La persona comenzó a plantearse estas cuestiones cuando tomó conciencia de que el ejercicio de su acción libre no significaba simplemente una elección sobre cosas externas a ella. Es el propio sujeto el que alcanzará la felicidad o la frustración.

Cada persona es protagonista de su propia vida y, por lo tanto, de su existencia moral. El hombre es capaz de investigar racionalmente los fundamentos de la moralidad de sus acciones. La ética pretende esclarecer filosóficamente la vida moral, con el propósito de formular normas y criterios de juicio que puedan constituir una válida orientación en el ejercicio responsable de la libertad personal.

La ética es la parte de la filosofía que estudia la vida moral del hombre. Se centra en una dimensión particular dentro de la realidad humana. La ética reflexiona sobre el significado último y profundo de la vida moral y se pregunta por el fin que persigue el hombre en su vivir, para determinar, a partir de esa meta, aquellos comportamientos mediante los cuales podrá alcanzar la felicidad.

El origen etimológico del término “ética” puede aclarar la naturaleza de esta ciencia. Procede del vocablo éthos y se traduce por ciencia de las costumbres. Lo mismo se aplica al término “moral”, que deriva del latín mos, es decir, costumbre.

No hay que olvidarse de que se trataba de una época cultural en la que el individuo era considerado miembro de un grupo social y, en consecuencia, se debía regir por aquellos principios que favorecían la convivencia.

Si bien es cierto que la ética y moral se identifican en su significado, en el curso de la historia recibieron contenidos diversos. Ética se utilizaba para la ciencia filosófica, y moral para el ámbito de la teología que estudia las acciones que tienden a alcanzar el fin sobrenatural del hombre.

En resumen la ética hace referencia etimológica a las “costumbres” y al “carácter” o “modo de ser”. La ética o moral, con idéntica significación, estudiará los principios que orientan la conciencia en la búsqueda de la elección y la ejecución del bien.

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La ética considera las acciones humanas en su relación con el modo de ser que la persona adquiere a través de ellas, teniendo en cuenta el fin que se propone alcanzar.

Se puede definir a la ética como aquella parte de la filosofía que estudia las relaciones humanas consideradas en relación con su fin último, tratando de obtener, mediante un método adecuado y apoyada en unos principios de validez universal, un conocimiento cierto y sistemático de la debida ordenación de la conducta humana.

1.1. El objeto de la ética La ética es ciencia justamente porque explica la realidad por sus causas. No

se trata de emitir una opinión acerca de lo bueno o de lo malo, sino de formular juicios sobre la bondad o maldad de algo, pero siempre dando la causa o razón de dicho juicio.

Toda ciencia tiene una realidad que es su objeto de estudio. Éste define cada disciplina científica, diferenciándola de las demás y dándoles unidad a todos los conocimientos que la integran. El ámbito de la realidad estudiado por la ética está constituido por la persona humana, considerada no en su condición física o psicológica, sino en el ser y en la configuración buena (virtuosa) o mala (viciosa) que se da a sí misma mediante sus acciones.

El objeto materialSe llama objeto material de una ciencia al conjunto de realidades que estudia

esa disciplina. Todo lo que el hombre hace o voluntariamente deja de hacer tiene relevancia para la ética; es más, constituye su objeto de estudio. Por tanto, las acciones humanas son el objeto material de la ética.

Los actos del hombre son los que realiza la persona sin dominio racional voluntario sobre ellos. Se trata de procesos sobre los que el hombre no posee dominio directo (desarrollo físico, circulación de la sangre y otros).

Como el hombre es libre por naturaleza, sólo las acciones libres son “humanas” y, en consecuencia, tienen relevancia para la ética. La persona es dueña de todo acto libre. Libre significa con consciencia y voluntad. Los actos humanos, por tanto, son aquellos de loa que el hombre es dueño y como tal puede hacerlos de un modo y otro o bien omitirlos.

La experiencia ética del hombre está estrechamente ligada a la experiencia de su libertad que lo sitúa ante el compromiso de construir su existencia personal mediante sus acciones. Es el hombre quien le da sentido a su propia vida, pues está dotado de una libertad que le permite decidir sobre sí mismo.

Las acciones humanas son fruto de la decisión de la persona. Solo ella puede dar razón de porqué las hizo y esto lleva inseparablemente unida una responsabilidad moral.

El objeto formal

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Se entiende por objeto formal de una ciencia aquel aspecto o propiedad de las realidades que estudia lo que directamente le interesa. La ética no se detiene en la facticidad de los actos humanos, sino que los estudia precisamente en cuanto se ordena al fin último que le es propio al hombre como tal. Por esto la ética es denominada clásicamente la ciencia del bien y del mal.

No importa que varios saberes se ocupen de las acciones humanas: cada uno las analiza desde un punto de vista diferente. Por tanto, la ética coincide con otras ciencias en su objeto material –los actos humanos-, pero difiere en el aspecto según el cual los estudia: su moralidad.

También es preciso advertir que la bondad propia de los actos humanos en tanto humanos no se confunde con las que les conviene como entes. Esto lleva a distinguir en los actos humanos una triple bondad-y respectivamente maldad-: entiativa, técnica y moral.

La bondad entiativa la tiene el acto en cuanto existe, es la bondad ontológica que se identifica con el ser. Todo acto humano es bueno puesto que tiene una cierta entidad. La bondad entiativa es propia de todo ente por el hecho de ser.

La bondad técnica reside en los actos según su carácter de factibles de acuerdo con el arte o la técnica que los puede dirigir. La bondad técnica se distingue de la moral. El lenguaje mismo diferencia entre el uso técnico y ético de calificativos como “bueno”, “perfecto”.

En cambio, cuando de utilizan en su acepción ética, bien y mal tienen un sentido absoluto. El bien y el mal morales son el bien y el mal que las acciones poseen en tanto humanas, y por eso afectan a la persona humana en cuanto tal, en su totalidad: hacen al hombre bueno o malo absolutamente y sin restricciones, como persona humana.

Al hablar de la bondad de los actos humanos se puede hacer referencia a tres sentidos distintos:

a) Bondad entiativa o natural: aquella que todo acto humano, como cualquier ente, tiene (en tanto que ente). En este sentido todo acto es bueno;

b) Bondad técnica: se atribuye a algún fin restringido. El acto es bueno en cuanto posee un valor meramente técnico;

c) Bondad moral: aquella que absolutamente le conviene en tanto que acto humano. En este sentido, el acto es bueno en sí mismo porque está ordenado al bien.

La ética se interesa por la bondad o malicia que las acciones humanas llevan consigo. En cuanto conduce a la persona o no a realizar su último fin.

1.2 la ética como un saber especulativo, práctico y normativoLa moralidad es una realidad operable y efectiva sólo si es obrada por el

hombre; por eso se dice que es objeto de realización y no simplemente de contemplación. La ética se refiere a ella como algo que debe ser llevado a la

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práctica, o sea, que debe ser aplicado. La ética formula y fundamenta filosóficamente juicios de valor y normas de comportamiento de validez absoluta, con la intención de orientar el ejercicio de libertad personal hacia el bien de la persona humana como tal.

La ética filosófica es un saber práctico no sólo porque se refiere a las acciones, sino porque es un conocimiento que acompaña y dirige la acción, orientando el recto uso de la libertad: es un saber directivo de la conducta humana. Su principal finalidad está en la realización de esos conocimientos.

El carácter práctico del conocimiento moral no sólo impide una fundamentación teórica, sino que la exige. La ética es una ciencia especulativo-práctica y no simplemente práctica.

La ética es también una ciencia normativa porque establece leyes o normas para que el hombre sepa elegir el bien. Es el saber normativo de la actividad humana: no contempla simplemente lo que es, sino que lo que está por ser y debe ser. La ética, al estudiar estas normas, se distingue de las ciencias descriptivas o fácticas. La ética es la consideración científica más ajustada de la actividad humana.

La ética es un conjunto de conocimientos sistemáticos, racionales, basados en la experiencia y fundados en principios. Es una ciencia teórico-práctica y normativa.

2. La ética como disciplina filosófica Ya se ha dicho que la ética es una parte de la filosofía porque estudia el

sentido de los actos humanos: su bondad, su relación esencial al bien.

2.1. El punto de partida de la reflexión ética: la experiencia moral La experiencia ética es una dimensión radical de la existencia humana, es

connatural al hombre. La persona se enfrenta con cuestiones morales constantemente en su propio vivir. El lenguaje está lleno de expresiones que presuponen una valoración ética: bien, mal, justo, injusto, correcto, incorrecto, deber, derecho, lícito, ilícito, mérito culpa.

Como todo saber humano, la ciencia moral parte de la realidad, del contacto de la persona consigo misma y de las relaciones con los demás. Cada persona se siente juez de sus actos y sabe qué fin persigue cada uno de ellos. El fenómeno moral, antes de ser objeto de la reflexión filosófica, es una realidad conscientemente vivida por el hombre. Se presenta a la conciencia antes de cualquier elaboración o justificación filosófica.

A la hora de valorar una acción, la persona cuenta con sus convicciones éticas, su conocimiento acerca de las virtudes, conoce la experiencia del sentido del deber y tiene conciencia de la satisfacción o frustración que sigue a sus acciones. El saber espontáneo es, con frecuencia, imperfecto, impreciso a veces le falta firmeza o puede ser confuso.

Los hechos de experiencia que constituyen el punto de partida de la ética pueden ser de dos tipos: los de la experiencia externa (hechos sensoriales),

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captados por la percepción sensitiva, y los de experiencia interna (hechos de conciencia), que son intuiciones que se imponen por sí mismas a la razón.

La sindéresis es una propiedad del espíritu y consiste en conocer de manera evidente los primeros principios del obrar. Es importante señalar que estas convicciones morales básicas no son innatas sino adquiridas por medio de la experiencia.

Todo lo que el hombre conoce de modo natural lo aprende por medio de la experiencia sensible. A través de ella descubre cuál es el sentido de las verdades éticas elementales.

2.2. El método compositivo La inteligencia procede de dos modos para la elaboración del conocimiento

científico: por inducción y por deducción. En la inducción se pasa de lo particular a lo universal, de los casos particulares a un principio o ley universal. En la deducción de parte de un principio o ley para explicar algo particular. El método que utiliza la ética no puede ser exclusivamente inductivo ni deductivo. La ética conoce la realidad pero no se agota de ella.

La ética debe empezar por reconocer los datos de la conciencia moral para tratar de interpretarlos y, al descubrir su significación última, llegar a los principios que hacen posible la deducción. Se debe partir del hecho moral para llegar al fundamento último de su significación y de su valor. A este método Tomás de Aquino lo denomina compositivo. Consiste en comprender el significado ético de una acción a la luz de los primeros principios morales a través de la inducción filosófica.

En síntesis, la ética, tomando como fuente y punto de partida la experiencia vital y utilizando el método compositivo, tiene como tarea la elaboración filosófica de la racionalidad contenida en los actos morales: interpreta y fundamenta los contenidos de orden ético y el sentido mismo de la experiencia moral.

3. La relación de la ética con otros saberes La ética se relaciona, en primer lugar, con todas las ciencias cuyo objeto es el

estudio del hombre: la psicología, la sociología, la antropología, el derecho, la economía.

Todas estas disciplinas científicas se ocupan de la persona, pero se centran en un aspecto parcial. Pero los aspectos más concretos han pasado a ser objeto de otras ciencias. Es importante, por tanto, analizar el objeto de estudio de cada una de estas ciencias particulares a la luz del enfoque propio de la ética.

3.1. Ética y psicología Existe entre estos dos saberes una íntima conexión la psicología estudia las

facultades humanas y su modo concreto de actuar. Constata los hechos pero no juzga esa situación. Tal es la misión de la ética como ciencia reguladora del comportamiento.

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El aporte de la psicología a la valoración ética de los actos morales es incalculable. Toda acción humana tiene un aspecto psíquico: es la manifestación de las intenciones y sentimientos del sujeto, puesto que la actividad ética siempre es una vivencia. También la ciencia moral necesita de los conocimientos que la psicología le brinda sobre lo que construye o impide la voluntariedad de los actos, pues donde no hay voluntariedad no puede haber moralidad. Problemas éticos como el de la culpabilidad, el remordimiento, la responsabilidad, la conciencia no se pueden estudiar sin tener en cuenta los factores psíquicos que intervienen.

Ahora bien, la ética y la psicología tienen objetos formales diversos. En la medida en que los actos humanos son considerados como el sujeto o la materia de la moralidad, la ética los estudia de una manera distinta de aquella propia de la psicología. Ésta se ocupa sólo de la facticidad de los mismos, mientras que la ética los examina como algo susceptible de una recta orientación moral. La psicología es una ciencia descriptiva: constata los hechos y los explica, indica cómo son y cómo proceden los actos humanos. La ética, en cambio, es una ciencia normativa que tiene por finalidad determinar cómo deben ser los actos humanos, es decir, dirige la actividad humana hacia el bien.

3.2. Ética y sociología Como el hombre es un ser naturalmente sociable, queda patente la íntima

relación entre la ética y la sociología: ésta parte donde aquélla termina su propia tarea. La persona se realiza moralmente desde una situación concreta y en un medio social determinado.

La sociología es una ciencia descriptiva que estudia los fenómenos que se dan en la vida en sociedad; no considera las normas que deben regirla. Se trata de una mera constatación de hechos, ajena a las exigencias éticas.

Ética y sociología coinciden en su objeto material, pero no comparten el mismo aspecto formal. Si bien ambos saberes se ocupan de las acciones humanas, la sociología describe, clasifica y mide los hechos sociales mediante métodos empíricos para conocer las dimensiones sociales del comportamiento humano. La sociología necesita de la ciencia moral para encuadrar una visión integral de la persona sus conclusiones y, a su vez, la ética precisa del aporte de la sociología para enfocar todas las realidades humanas con una dimensión social.

3.3 ética y derechoPodría decirse que el derecho es, en cierto modo, un conjunto de normas que

rigen la conducta humana y en esto se parece a la ética. La diferencia consiste en que ésta se refiere básicamente a las normas naturales mientras que el derecho está constituido por normas positivas. Por tanto, ambas ciencias son normativas y estudian el deber, pero mientras el derecho se ocupa de los hechos externos en cuanto susceptibles de ordenación y exigencia legal

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coercible, la ética estudia los hechos internos de la voluntad y en cuanto exigibles por la propia conciencia.

La interrelación de estas dos disciplinas es completa y armónica. El derecho es un saber normativo que regula los derechos y saberes entre los hombres. El derecho atiende únicamente a determinadas conductas externas de acuerdo con una ley positiva. Pero la ética es más amplia; se refiere no sólo a las leyes aprobadas y promulgadas por ciertas intuiciones, sino que se ocupa de todas las conductas externas y no únicamente de su relación con la legislación vigente.

3.4 Ética y economía La economía estudia cómo las personas y los grupos sociales deciden utilizar

sus factores productivos para conseguir bienes y servicios que contribuyan al bienestar de todos. La economía tiene un sustrato antropológico ya que detrás de cualquier modo de organización económica está presente una concepción. Por eso, cuando la economía propone normas de acción, éstas no son independientes de la ética. La moral debe orientar también la conducta económica. La economía no es un saber neutro, sino que está subordinado al bien de la persona humana y de la sociedad.

3.5. Ética y metafísicaUn sistema ético responderá a la concepción metafísica de quien lo propone.

De aquí se desprende que la ética y la metafísica están muy relacionadas. La segunda estudia al ser como tal y la primera, al ocuparse de los actos humanos, estudia una clase de ser.

La metafísica es el núcleo fundamental de la interpretación de la realidad propia de la filosofía del ser.

La metafísica, donde tiene sus supuestos la ética, esclarece el fin último del hombre, Dios, cuya ley eterna debe adecuarse a la humana voluntad libre.

3.5 Ética y antropología La antropología es una ciencia especulativa, mientras que la ética es también

práctica. La ciencia moral estudia el comportamiento del hombre y la antropología se ocupa de ese mismo sujeto. No es posible dar respuesta a lo que el hombre debe hacer para ser mejor persona si no se ha alcanzado la verdad sobre el ser humano.

Las normas éticas se fundamentan en el bien de la persona humana como tal y expresan lo que para ella es verdaderamente bueno. Lo que la ética acepte o explique dependerá de la concepción que se tenga del hombre. Sólo conociendo qué es el hombre se puede filosóficamente saber qué cosas en concreto le son convenientes. Mientras que la antropología estudia la totalidad del ser humano, la ética se centra en el análisis de su comportamiento.

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*Resumen de: GENTILI, PABLO (Coordinador) “Códigos para la ciudadanía. La formación ética como práctica de la libertad”. Ed. Santillana.

La ética como práctica de la libertad: cuestiones para pensar la formación ética en la escuela

Las perspectivas psicogenéticas y constructivistas sostienen que la formación en valores debe acompañar el desarrollo cognitivo de los niños y niñas. Entre los 7 y los 12 años tienen lugar en los niños de ambos sexos la formación y consolidación de la conciencia moral.

Si por formación ética entendemos la transmisión a nuestros alumnos de aquellos valores presuntamente universales alcanzados por la humanidad (democracia, responsabilidad, tolerancia, etc.), poco espacio nos quedará para la reflexión autónoma.

No podemos proponer ningún “cómo” para practicar la práctica pedagógica de la ética si antes no pensamos en el significado de la misma, en “por qué” enseñamos ética.

Nuestra propuesta es, en primer lugar, una apuesta al pensamiento. Nos interesa, fundamentalmente, poder pensar la ética. Como docentes, necesitamos reflexionar sobre nuestras prácticas, sobre el fundamento y el sentido de lo que enseñamos. También sobre las relaciones entre lo que hacemos en el aula y lo que sucede fuera de ella. De tal manera, y a partir de lo expuesto, vamos a pensar sobre cómo y para qué enseñar ética en la escuela.

¿Qué ética enseñar?

La ética se enseña bien cuando una ética para todos está bien aprendida por todos. A partir de esta ética universal bien aprendida, se presupone que los alumnos podrán elaborar juicios morales apropiados y adecuados para el ejercicio de una vida recta.

Es dentro y en el contexto de prácticas y discursos producidos en la escuela como los alumnos aprenden el contenido de los valores y normas de “la” ética necesaria. Una de las grandes implicancias de esta modalidad de entender la relación entre ética y educación es su enorme utilidad social. Además de formar a los alumnos en los valores que explícitamente transmite, forma personas obedientes, dóciles, sumisas, individualistas, conformistas, no comprometidas, pasivas.

Reducida a mera repetición o aceptación acrítica de los componentes que la constituyen, la ética nunca llega a ser otra cosa que una mueca de sí misma. En cambio, si la entendemos como una práctica reflexiva de la libertad, comprobamos que la perspectiva antedicha se enfrenta, en su formulación, a su propia negación: pretende enseñar ética sin permitir el desarrollo de las condiciones que hacen posible la práctica del cuestionamiento y la interpretación, bases de todo pensamiento ético.

Podemos entender la enseñanza de la ética como una contribución a la elaboración reflexiva, por parte de los alumnos, de una postura crítica frente a la elaboración reflexiva, por parte de los alumnos, de una postura crítica frente a cuestiones morales significativas de su realidad.

Proponemos trabajar las siete disposiciones siguientes en el aula: problematizar la ética imperante; pensar críticamente las cuestiones de la ética; debatir en forma colectiva las

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preguntas de la ética; situarse en perspectiva: con una historia de éticas y contra ella; resistir las imposiciones de valores; generar condiciones para afirmar otros valores distintos de los dominantes; superar dicotomías como teoría y práctica, pensamiento y acción.

UNO. Problematizar la ética imperante

Enseñar ética es también enseñar a preguntar.

Por ende, podemos ayudar a los alumnos a reflexionar sobre cuestiones éticas estimulándolos a pensar sus por qué, creando las condiciones para que esos cuestionamientos den lugar a nuevas preguntas, para que pongan en cuestión aquella dimensión ética de la realidad que acaso no han llamado su atención, para que no se conformen con la primera respuesta sino que siempre se re-pregunten por aquello que aparentemente resuelve un problema.

Así, la formación ética tiene mucho más que ver con plantear problemas que con solucionarlos, no en el sentido vulgar de complicar las cosas, sino en el de complejizarlas. La ética no resuelve las cuestiones. Mucho menos puede disolverlas. Las abre. Muestra el carácter excepcional, anómalo y peculiar de lo que se presenta como natural, obvio o evidente.

DOS. Pensar críticamente las cuestiones de la ética

Necesitamos poner en juego una forma fundamentada de concebir las categorías del pensamiento.

Enseñar ética es también contribuir a tornar visibles esos valores no visibles. Ayudar a ver lo que no se ve. Éste parece ser un buen modo de retratar la tarea de enseñar: ayudar a ampliar el campo de lo perceptible. Una vez percibidas esos valores, es preciso reconocer, comprender y evaluar sus implicancias y presupuestos. Los por qué de los por qué.

Formar en ética es enseñar a cuestionar los valores imperantes, con esta segunda dimensión enfatizamos que también es ayudar a hacer visible, revolver, revisar, re-configurar y re-categorizar de cierta manera el orden de valores dominante. Ayudar a pensar los valores es casi un imperativo de la enseñanza de la ética: comprender esos valores reinantes es su situación histórica, en su complejidad, en su devenir otros valores.

TRES. Debatir en forma colectiva las preguntas de la ética.

Proponemos no desatender en la formación ética el trabajo colectivo. Al enseñar ética a los niños y niñas nos importa no sólo ayudarlos a desarrollar un pensamiento más cuestionador y crítico, sino que ese trabajo tenga lugar en el entramado de una construcción cooperativa. Para ello es preciso favorecer la dimensión dialógica del pensamiento.

Sugerimos abrir la reflexión ética a un espacio colectivo que no atropelle a los individuos que lo componen, pero que al mismo tiempo les ofrezca un marco de significación y sentido que les permita participar activamente de proyectos colectivos. Este diálogo no está tan preocupado por llegar a un punto único común sino por propiciar una puesta en común respetuosa de las diferencias, a través de un espacio abierto e igualitario, confiado en la

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investigación participativa y deliberativa sobre las cuestiones éticamente relevantes para ese colectivo.

CUATRO. Situarse en perspectiva: con una historia de éticas y contra ella.

En la historia de la ética las propuestas que se suceden en el tiempo no son superaciones de una hipotética verdad que hay que alcanzar en el desenlace de la historia. Las éticas responden a preguntas diferentes o presuponen marcas de referencia diferentes para responder las mismas preguntas. Es siempre problemático contrastar éticas en términos de su aproximación a la Verdad.

El hecho de que no sea conveniente comparar dos propuestas éticas en términos de su aproximación a la Verdad no quiere decir que todas tengan el mismo valor, que signifiquen lo mismo o que no sea necesario pensarlas, contrastarlas. Por el contrario, en ética nada da lo mismo.

¿Para qué, entonces, apelar a la historia de la ética? Sencillamente, para ampliar los sentidos. Para percibir más y mejor. Para considerar otras preguntas, otros órdenes, otras posiciones. Para alimentar el pensamiento sobre cuestiones éticas. Para complejizarlas, en el sentido de darle más matices, más elementos, más posibilidades. La reflexión ética que no mira a su historia se empobrece, se estrecha, se limita. Miramos a la historia para pensar el presente.

CINCO. Resistir las imposiciones de valores.

Si hay algo que distingue a nuestro tiempo es la gula de los valores dominantes, su voracidad por abarcar todos los espacios. Lo que verdaderamente amenaza a los valores dominantes, lo realmente diferente, no se tolera; se lo coopta o se lo embiste brutalmente. La línea de pensamiento imperante parece querer decir que hemos llegado a un momento de la civilización en que ya no es necesario discutir algunos valores; se trata simplemente de adoptarlos.

En este contexto, no sólo los valores discordantes están amenazados. El propio pensamiento corre peligro. Cuando no se aceptan estos valores, se acaban el diálogo y la bendita tolerancia. Así, el propio pensamiento está en peligro, al menos un pensamiento que pueda determinarse a sí mismo con autonomía de los macropoderes económicos, políticos y culturales imperantes.

De modo que resistir cualquier imposición de valores es una condición para pensar una ética autónoma.

SEIS. Generar condiciones para afirmar otros valores diferentes de los dominantes

Como docentes, procuramos repensar los espacios, permitir que emerjan relaciones cada vez más amplias de sentido y significación, posibilitar que niñas y niños perciban la dimensión ética de su existencia como un universo abierto al pensamiento. Se trata de estimular la creación, el surgimiento de lo realmente nuevo, lo que es impensable en el estado de cosas actual.

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Entonces generamos condiciones para configurar espacios diferentes de aquellos delimitados en estos días por una democracia que disimula las inequidades, por un neoliberalismo que refuerza la exclusión, por una ciencia que clona lo humano, por una técnica que virtualiza la comunicación, por una razón que totaliza el pensamiento, por un ciudadanos que resume sus virtudes en un voto rutinario o una compra cómoda. Es preciso crear condiciones para pensar otras democracias, otros mercados, otras ciencias, otras técnicas, otras razones, otros ciudadanos y, de un modo más significativo aun, otros estados de cosas, otros órdenes sociales.

No corresponde a quien enseña ética definir y transmitir esos órdenes. Estaríamos, entonces, en una forma apenas diferente de la primera opción. Le corresponde, sí, contribuir a establecer las condiciones de posibilidad de nuevos órdenes, los espacios que abran el pensamiento de sus alumnos a la diferencia ética, dentro y fuera del aula.

SIETE. Superar dicotomías como teoría y práctica, pensamiento y acción

La historia de la cultura occidental y, más específicamente, la historia de la ética occidental están marcadas por dicotomías como cuerpo y alma, teoría y práctica, pensamiento y acción. Es preciso disponer el aula para superar esta dualidad.

La reflexión ética en el aula conduce a una permanente transformación de lo que somos y pensamos. La investigación sobre cuestiones éticas nunca se detiene. La práctica alimentada por la teoría alimenta a la práctica y a la teoría. La teoría alimentada por la práctica alimenta a la teoría y a la práctica. El aula es un espacio de teoría y práctica. Como el afuera. Uno y otro se alimentan mutuamente.

El mundo de los valores es un espacio que debe pensarse en forma abierta y colectiva. No hay de antemano, ni en el firmamento, valores universalmente verdaderos. Enseñar ética es poner en juego una serie de disposiciones para investigar éticamente la realidad que nos circunda. Hemos propuesto una forma de entender esas disposiciones en el mundo contemporáneo: pensar a través de la pregunta, de la crítica, con una historia de pensamiento y contra ella, en forma colectiva e inclusiva, resistiendo, abriendo camino a alternativas, superando la dicotomía entre teoría y práctica.

Una y otra forma de enseñar ética

En la interpretación que defendemos, se renuncia al dominio de la totalidad y de la formación moral.

Consideraciones finales

Hemos planteado la alternativa a la transmisión de una ética frente a la reflexión sobre cuestiones éticas. Afirmamos valores. Se trata de valores abiertos, controvertidos, polémicos, parciales, provisionales, sin pretensión de universalidad, que pueden dar lugar a lo impensado, a lo inesperado, a lo incierto, aun a su propia negación. Al mismo tiempo, estamos proponiendo subjetividades menos obedientes, sumisas, dóciles, conformistas y pasivas que las que las escuelas promueven actualmente.

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Somos conscientes de que las prácticas escolares contribuyen de modo significativo a la experiencia que tienen de sí y de los otros quienes las atraviesan. Por eso, estimulamos la adopción de procedimientos y métodos que den lugar a experiencias abiertas, comprometidas, participativas, inclusivas, resistentes, creativas, críticas. Como dijimos, se trata de una apuesta al pensamiento, a la reflexión, a la no-disolución entre teoría y práctica. Consideramos la formación ética como un espacio para la formación de personas más libres, en el doble sentido de estar en mejores condiciones de elegir en qué mundo quieren vivir y en el de poder decidir qué tipo de persona quieren ser. Enseñar ética termina por ser también una apuesta a la libertad, a una forma reflexiva de vivir la libertad al enseñar, al aprender, al pensar.

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El quehacer ético

Guía para la educación moral

Adela Cortina

Parte 1: ¿Qué es la ética?

1. Mapa físico de la ética

Tanteando el terreno

La ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral, y por eso recibe, también el nombre de <filosofía moral> . Ética y moral se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no la han inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene <apellidos> de la vida social, como <moral cristiana>, <moral islámica> o <moral socialista>, la ética los tiene filosóficos, como <aristotélica>, <estoica> o <kantiana>. Las palabras ética y moral en sus respectivos orígenes griegos (éthos) y latino (mos), significan prácticamente lo mismo: carácter, costumbres. Ambas se refieren a un tipo de saber que nos orienta a forjarnos un buen carácter, que nos permita enfrentar la vida con altura humana, que nos permita, en suma, ser justos y felices. De ahí que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humanamente íntegros.

¿Qué es eso de lo moral?

Estar en el quicio

Decía Ortega que para entender qué sea lo moral es mejor no situarlo en el par <moral-inmoral>, sino en la contraposición <moral-desmoralizado>. Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es un hombre que no está en posesión de sí mismo. Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas normas, de lo cual puede incluso sentirse orgulloso si no las reconoce como suyas.

Moralita: no "moralina"

Otros vocablos terminados en "ina"

En realidad "moralina", si miramos el diccionario, viene de "moral", con la terminación "ina" de "nicotina", "morfina" o "cocaína", y significa "moralidad inoportuna, superficial o falsa".

Elogio de la moralita

La "moralita" -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su pariente, la dinamita.

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Orientarse en la vida

Un saber racional

Por ir precisando términos, diremos que la moral es un tipo de saber que pretende orientar la acción humana en un sentido racional. Es decir, pretende ayudarnos a obrar racionalmente, siempre que por "razón" entendamos esa capacidad de comprensión humana que arranca de una inteligencia sentiente. Las tradiciones filosóficas empeñadas en abrir un abismo tajante entre inteligencia, sentimientos y razón nos hacen un flaco servicio: la razón enraíza en la inteligencia, que es ya sentiente. La moral es, en este sentido, un tipo de saber racional.

Un saber que orienta la acción

Ahora bien, a diferencia de los saberes también racionales pero preferentemente teóricos (contemplativos), a los que no importa en principio orientar la acción, la moral es esencialmente un saber práctico: un saber para actuar. El saber moral, por el contrario, es el que nos orienta para actuar racionalmente en el conjunto de nuestra vida, consiguiendo sacar de ella lo más posible; para lo cual necesitamos saber ordenar inteligentemente las metas que perseguimos. Suelen realizarse dos distinciones en el conjunto de los saberes humanos:

1) Una primera entre los saberes teóricos, preocupados por averiguar ante todo qué son las cosas, sin un interés explícito por la acción, y los saberes prácticos, a los que importa discernir qué debemos hacer, cómo debemos orientar nuestra conducta.

2) Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos que dirigen la acción para obtener un objeto o un producto concreto (como es el caso de la técnica o el arte) y los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar bien, racionalmente, en el conjunto de nuestra vida entera, como es el caso de la moral.

Diversas formas de saber moral

Búsqueda prudencial de la felicidad

Según una tradición que arranca de Aristóteles, concretamente de la Ética a Nicómaco, obra moralmente quien elige los medios más adecuados para alcanzar la felicidad, entendida como autorrealización. Las personas tendemos necesariamente a la felicidad, de forma que la felicidad es el fin natural de nuestra vida. Pero no sólo el fin natural, sino también el fin moral, porque alcanzarlo o no depende de que sepamos elegir los medios más adecuados para llegar a ella y de que actuemos según lo elegido.

Obrar moralmente es entonces lo mismo que obrar racionalmente, siempre que entendamos aquí por "razón" la razón prudencial, que nos aconseja elegir los medios oportunos para ser feliz. A la tradición que entiende así la vida moral se le conoce como "eudemonismo" (de "eudaimonía", que significa <felicidad>).

Cálculo inteligente del placer

También en el mundo griego nace otro modo de entender el saber moral y el modo de funcionar en él de la racionalidad, que es el propio del hedonismo (de "hedoné", que significa "placer"). El placer es el fin natural y moral de los seres humanos. Obra moralmente el que sabe calcular de forma inteligente, a la hora de tomar decisiones, qué opciones proporcionarán consecuencias más placenteras y

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menos dolorosas, y elige en su vida las que producen mayor placer y menor dolor. El hedonismo moderno (utilitarismo) propone como meta moral lograr la mayor felicidad (el mayor placer) del mayor número posible de seres vivos.

Respeto a lo que es en sí valioso

Kant afirma que, por naturaleza, todos los seres vivos tienden al placer y que todos los seres humanos queremos ser felices. Por eso serán fines morales los que podemos proponernos libremente, y no los que ya nos vienen impuestos por naturaleza. Cuando decimos que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócrita", no estamos pensando en si seguir esos mandatos hace feliz o no, sino en que es inhumano actuar de otro modo. Y un ser capaz de darse leyes a sí mismo desde su propia razón es, como su nombre indica, un ser autónomo. Por eso las normas morales mandan sin condiciones y no prometen la felicidad a cambio; sólo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen como mandatos (imperati-vos) categóricos, incondicionados. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener la buena voluntad de cumplir nuestras propias leyes. La razón que proporciona esas leyes morales no es la razón prudencial ni la razón calculadora, sino la razón práctica, que orienta la acción de forma incondicionada.

Saber dialogar en serio

Así como Kant entiende que cada uno de nosotros ha de decidir qué leyes cree que son propias de las personas, consideran los autores que comentamos que deben decidirlo los afectados por ellas, después de haber celebrado un diálogo en condiciones de racionalidad. La razón moral -concluyen- no es una razón práctica monológica, sino una razón práctica dialógica: una racionalidad comunicativa. Esta posición recibe indistintamente los nombres de "ética dialógica", "ética comunica - tiva" o "ética discursiva".

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TIPOS DE RACIONALIDAD

CARACTERISTICAS

PRUDENCIAL

(tradición aristotélica)

1. Fin último natural y moral: felicidad (lo que conviene a una persona en el conjunto de su vida).

2. Ámbito moral: el de la racionalidadque delibera sobre los medios más adecuados para alcanzar un fin.

CALCULADORA

(tradición utilita-rista)

1. Fin último natural y moral: felicidad (el máximo de placer y el mínimo de dolor).

2. Ámbito moral: el de la maximización del placer y la minimización del dolor para todos los seres sentientes.

3. Criterio moral: entre dos cursos de acción elegir aquél cuyas consecuencias procuran el mayor placer al mayor número.

PRÁCTICA

(tradición kantiana)

1. Fin moral: conseguir una buena voluntad, que se guíe por las leyes que nos damos a nosotros mismos.

2. Ámbito moral: el de las leyes que nos hacen verdaderamente personas. Es decir, el de nuestra autonomía.

3. Criterio moral: elegir las normas que pueden expresarse como imperativos categóricos.

COMUNICATIVA

(tradición

dialógica)

1. Fin moral: conseguir una voluntad dispuesta a entablar un diálogo racional con todos los afectados por una norma a la hora de decidir si es o no correcta.

2. Ámbito moral: el de las normas que afectan a los seres humanos.

3. Criterio: que satisfagan intereses universalizables.

Los vecinos de la moral: derecho y religión

Moral, derecho y religión tratan de dar orientaciones para las acciones humanas y, en este sentido, se les considera como saberes prácticos. Moral, derecho y religión son necesarios para la vida humana, aunque es verdad que están estrechamente relacionados entre sí y que se complementan.

Moral y religión

En principio, si estar alto de moral es estar en el quicio humano, también las religiones buscan llevar a las personas a su plenitud vital. Nacieron para responder

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al afán de salvación que experimentamos. La trata de responder a la pregunta "¿qué puedo esperar?". Su lugar más propio en el conjunto de saberes prácticos es, pues, el ámbito de la esperanza. La finalidad de la religión es salvar al hombre. Dios salva del pecado, de la muerte y del absurdo, lo cual tiene mucho que ver -todo que ver- con alcanzar la felicidad.

Una ética civil

Este proceso de independización de la moral con respecto a la religión ha culminado en una "ética cívica" o "ética civil". Llamamos "ética cívica" al conjunto de valores morales que ya comparten los distintos grupos de una sociedad moralmente pluralista y que les permiten construir su mundo juntos precisamente por compartir esa base común. La ética civil es una ética laica, y no religiosa ni tampoco laicista.

Moral y derecho: ¿un mundo de normas?

1) En primer lugar, moral y derecho se asemejan, no sólo porque ambos son saberes prácticos que intentan orientar la conducta individual e institucional, sino también porque los dos se sirven de normas para orientar la acción. En el caso del derecho, podemos decir que se trata sobre todo de un mundo de normas, que se articulan en diversos códigos, de modo que los ciudadanos sepan qué tipo de conducta se espera de ellos. El derecho es, no sólo una saber práctico, sino eminentemente un saber que proporciona normas. También la moral da normas, especialmente cuando se ocupa de cuestiones de justicia y cuando quiere orientarnos hacia la humanización y no hacia la deshumanización. Pero el ámbito de lo moral es bastante más amplio que el de las normas.

2) Por otra parte, las semejanzas entre ambos se acrecientan cuando algunos éticos de tradición kantiana, como es el caso de los representantes de la ética discursiva, insisten en que es tarea de la ética determinar cuáles son los procedimientos que nos garantizan que una norma es moralmente correcta. Las normas morales nacen en los distintos campos de la vida cotidiana y la ética debería mostrarnos cuáles son los procedimientos racionales para decidir que una norma es correcta.

El derecho viene de <fuera>

En lo que se refiere a las diferencias entre moral y derecho, conviene recordar que no proceden tanto del contenido, en ocasiones idéntico, como de la forma en que obligan las normas morales y las jurídicas. Por ejemplo, normas como "no matar" o "no mentir" son tanto normas jurídicas como morales.

1) Las normas jurídicas son promulgadas por los órganos competentes del Estado, mientras que las morales proceden del propio sujeto autónomo.

2) Es el Estado el que está legitimado para exigir que se cumplan las normas jurídicas mediante coacción, mientras que en el caso de lo moral el sujeto se "auto-obliga".

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3) Es también el Estado quien tiene el poder de castigar a quien transgrede normas legales.

Son estas tres razones, en principio, las que hacen del derecho un tipo de legislación que la persona experimenta como "externa", como viniendo "desde fuera". Por eso puede decirse que para obedecer normas jurídicas podemos tener razones estratégicas, mientras que para obedecer normas morales no puede existir ninguna razón estratégica. Acercar la legislación al ciudadano en el doble sentido de que sea la que él podría querer y de que la conozca, así como las razones por las que se promulga, es un deber moral.

No bastan las normas jurídicas para que una sociedad sea justa

Para que una sociedad sea justa no bastan las leyes jurídicas, al menos por las siguientes razones:

1) Las leyes jurídicas no siempre protegen suficientemente todos los derechos que son reconocidos por una moral cívica.

2) A veces exigen comportamientos que no parecen justos a quienes se saben obligados por ellas.

3) Las reformas legales son lentas y una sociedad no siempre puede esperar a que una forma de actuación esté recogida en una ley para considerarla correcta.

4) Por otra parte, este tipo de leyes no contempla ciertos casos particulares que, sin embargo, requieren consideración.

5) El hecho de "juridificar" es propio de sociedades con escasa libertad. En las sociedades más libres la necesidad de la regulación legal es menor porque los ciudadanos actúan correctamente.

6) Las leyes pueden eludirse, manipularse y tergiversarse; sobre todo, por parte de los poderosos. Por eso creo que la única garantía de que los derechos se respeten consiste en que las personas estén convencidas de que vale la pena hacerlo. Podríamos decir que "una convicción moral vale más que mil leyes".

2. Rasgos de los actuales habitantes del mundo ético [no entra en el trabajo grupal]

Una ética de andar por la calle

El derecho a entender es un derecho humano que la filosofía ha despreciado demasiado tiempo y por eso al gran público no suele interesarle. También la ética ha caído en ese defecto y en el de hablar de cosas que no le importan prácticamente a nadie, tarea a la que se dedicó hasta hace bien poco tiempo, en parte por deformación profesional, en parte por motivos serios.

Ética intrascendente

En efecto, desde hace algunas décadas empezó la ética a profesar una vocación de intrascendencia verdaderamente llamativa. Dejó en segundo término

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aquellas cuestiones que siempre le habían preocupado -¿en qué consiste el bien? ¿Qué hacer para ser justos?

Aclarar el lenguaje

La primera de ellas consistió en percatarse de que la mayor parte de discusiones y desacuerdos que se producen en la moral procede simplemente de falta de entendimiento en el lenguaje.

Si yo digo que "esto es justo" y tengo por "justo" aquello que cada quien debe tener para llevar adelante una vida digna, y, sin embargo, mi interlocutor tiene por "justo" lo que cada uno se merece por el esfuerzo que ha puesto, no nos entenderemos y pasaremos discutiendo una buena cantidad de tiempo, hasta que nos daremos cuenta de que, sencillamente, entendíamos cosas distintas por la misma palabra.

La obsesión por la neutralidad

Una segunda razón para limitar el quehacer de la ética a esta tarea, que dio en llamarse "metaética" por distinguirse de la ética normativa, consistió en satisfacer el afán de objetividad que invadió al mundo del saber en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. El científico debe estar dotado de "la probidad intelectual necesaria" para comprender que existen dos tipos de problemas heterogéneos: la constatación de los hechos y la respuesta a la pregunta por el valor de la cultura y, dentro de ella, de cuál debe ser el comportamiento del hombre en la comunidad cultural y en las asociaciones políticas.

Nació la filosofía para dar razón

¿Por qué debo?

Hasta hace algo más de una década los éticos invirtieron buena parte de su tiempo en investigar si es posible encontrar un fundamento para lo moral, y creían adecuado formular la pregunta por él de la siguiente forma "¿por qué debo obedecer normas morales?". Si tenemos que cumplir unos deberes o practicar unas virtudes -decían- es por razones como las siguientes:

Los seres humanos queremos ser felices, es decir, realizar nuestro modo de ser más propio, y para eso cumplir algunos deberes resulta ineludible (eudaimonismo).

Los hombres queremos obtener todo el placer posible y a veces es necesaria la obediencia a esos deberes para conseguirlo (hedonismo).

Los seres racionales tenemos conciencia de que debemos cumplir unos determinados deberes, aunque con ello no obtengamos bienestar, sencillamente porque actuar según ellos forma parte de nuestro ideal de humanidad (kantismo).

Captamos intuitivamente unos valores que nos exigen ser realizados (ética de los valores).

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Somos seres dotados de competencia comunicativa y al comunicarnos nos atenemos, querámoslo o no, a normas morales (ética del discurso)

No hay porqué

Existen distintas ofertas de fundamentación ética que entran entre sí en competencia.

El asunto vino a complicarse todavía más cuando algunos autores empezaron a opinar que la moral no puede fundamentarse de ninguna manera ya que, a fin de cuentas, cualquier intento de fundamentación llega a un punto en el que quien está buscando razones inmuniza alguna de ellas frente a cualquier crítica racional y pretende haber encontrado el fundamento.

De la discordia a la concordia

En los últimos tiempos, pues, el problema del fundamento de lo moral ha servido de discordia entre todos estos grupos que lo tienen por imposible o por innecesario, y los que siguen defendiendo la existencia de un fundamento racional, como es el caso de los utilitaristas, los zubirianos, los kantianos, la ética de los valores, o la ética del discurso. En efecto, ha empezado a pasar al primer plano el asunto de la aplicación a la vida cotidiana de aquellos principios que pueden haberse descubierto a través de la reflexión ética.

La ética se lanza al ruedo

Un largo etcétera

Urgida por interpelaciones sin cuento la ética ha salido a la calle y se ha puesto a trabajar codo a codo con médicos, economistas, políticos y periodistas. Lo que desean unos y otros en este trabajo interdisciplinar es encontrar soluciones concretas a los problemas concretos: dar a los principios abstractos de la ética carne de concreción.

TAREAS

DE LA ÉTICA

1) Tratar de aclarar en qué consiste lo moral.

(Cuestiones de aclaración.)

2) Intentar dar razón de por qué hay moral.

(Cuestión del fundamento.)

3) Procurar aplicar lo ganado para orientar la acción en los distintos ámbitos de la vida social.

(Cuestiones de ética aplicada.)

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Ética social, más que individual

En algún momento afirmó José Luis Aranguren que estamos en tiempos de "ética intersubjetiva", más que de "ética intrasubjetiva", en tiempos de ética social más que en época de ética individual. La ética se ocupaba sobre todo de reflexionar sobre la persona -sobre su conciencia, sus deberes, sobre el modo como puede lograr ser feliz-, y a esta parte se le denominaba "ética individual". Después venía la "ética social", organizada en capítulos sobre la naturaleza del trabajo humano, el salario, el precio, las condiciones de la guerra justa, los requisitos para poder hablar de "legítima defensa", y otras cuestiones que pueden plantearse a un ser humano que vive en sociedad. Tres son las razones que podríamos aducir al menos para este tránsito de lo "intrasubjetivo" a lo "intersubjetivo":

1) La primera de ellas es la constatación de que una persona puede obrar de forma impecable, con la mejor voluntad y la mejor intención, y encontrarse con que los resultados de su actuación son catastróficos. Porque nuestras decisiones se unen a las de otros y el resultado final es el de la "acción colectiva", y no el de la acción individual.

2) Crece, por otra parte, la convicción de que no podemos ser libres y justos si no es a través de nuestra relación con los demás. Nos vamos haciendo libres y justos a través de nuestros proyectos comunes, de nuestros conflictos y nuestros diálogos: a través de una historia compartida. Porque somos en historia y en diálogo.

3) Por último, piensa un buen número de autores que la ética, como filosofía que es, ha de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos, y la razón está ligada de forma indisoluble a la intersubjetividad, no a la subjetividad de cada individuo.

3. Mapa geopolítico actualizado [no entra en el trabajo grupal]El mundo ético occidental Parece la felicidad cosa de los individuos y de los grupos, cuestión que cada persona ha de responder desde su modo de ser y de querer, desde su modo de esperar y soñar. En cambio la justicia se nos muestra como cosa de todos nosotros, como negocio que hemos de hacer juntos y del que nadie puede evadirse.Norteamérica Si empezamos nuestro recorrido por Norteamérica, nos encontraremos con un mundo de animadas discusiones, provocadas sobre todo por el libro de John Rawls, la Teoría de la Justicia. Esta obra inició una corriente de ética política, el liberalismo político. Las sociedades aprenden, no sólo técnicamente, sino también moralmente, y la lógica del desarrollo de Kohlberg nos permite reconstruir, no sólo el desarrollo moral del niño, sino también el de las sociedades.

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La contestación al liberalismo político Sin salir de Norteamérica, frente al liberalismo político surgió de inmediato una polémica, al menos desde tres instancias:

- El "anarcocapitalismo" y el liberalismo de Robert Nozick, que algunos autores caracterizan como "liberalismo insolidario".- El "socialismo liberal" de Michael Walzer.- La arrolladora corriente "comunitaria".Alemania

Tres rótulos, al menos, son ineludibles: la Teoría Crítica, la ética del discurso y el racionalismo crítico.

La teoría crítica

Trataba de proseguir la búsqueda marxiana de un criterio desde el que desenmascarar la ideologización de las sociedades avanzadas, criterio que cada vez resultaba más difícil de encontrar porque era la propia racionalidad moderna la que debía criticar a la racionalidad moderna. Cuando es incapaz de distinguir entre las normas que están simplemente vigentes y las que son verdaderamente legítimas.

La ética del discurso

Para descubrir ese criterio desarrolló Jürgen Habermas en la década de los setenta y los ochenta su teoría de la acción comunicativa. Es importante que las personas busquemos la felicidad.

El racionalismo crítico

El "Racionalismo Crítico", iniciado por Karl Popper nace como una frontal oposición a cualquier dogmatismo, en el más limpio sentido de la tradición ilustrada. Los dogmas, las afirmaciones o mandatos que se resisten a dejarse criticar por la razón, son la fuente del fanatismo y tienen nefastas consecuencias para las personas.

Gran Bretaña y Francia

Por el mundo británico sigue campeando triunfante el "Utilitarismo", embarcado en la tarea de conseguir "la mayor felicidad para el mayor número" Mientras que los franceses, individualidades aparte, adscritas a la ética del discurso o al liberalismo político, siguen apostando, después del estructuralismo, por la postmodernidad.

España y América Latina

En ellas sigue presente la tradición de José Ortega y Gasset, tanto la que prolonga Julián Marías. Pero también la ética latinoamericana de la liberación. En definitiva, el pobre, el marginado, es el interlocutor potencial de una gran cantidad de diálogos sobre decisiones que le afectan, un interlocutor potencial que nunca lo es real.

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El quehacer ético

Guía para la educación moral

Adela Cortina

Parte 2: Un modelo de educación moral

4. ¿Qué es la educación moral?

Indoctrinación y educación

“No se debe indoctrinar-decimos-y, en cambio, es necesario educar, tanto porque es un beneficio para los alumnos como porque la sociedad necesita personas moralmente educadas”.

J. WILSON (no Owen Wilson, cuac) piensa que el contenido a transmitir será educativo si consiste en modelos de conducta y en sentimientos que cualquier persona sana y sensata considerará agradables y necesarios; estos modelos serán racionales porque derivan de la realidad, más que de valores, temores y prejuicios de los individuos.

La dificultad consiste en determinar quiénes son esas personas especialmente facultadas y cómo elegirlas. Es fácil colegir que distintos grupos presentarían distintos candidatos. El problema es que cada grupo quedaría con su propio juez, que para él tiene autoridad moral, y consideraría totalmente irrelevante lo que opinaran los “jueces” ajenos.

La meta de la educación

M. HARE considera que la diferencia entre la indoctrinación y la educación reside en la meta que persiguen el indoctrinador y el educador, respectivamente, meta que determinará el tipo de método y contenido.

El indoctrinador pretende transmitir unos contenidos morales con el objetivo de que el niño los incorpore y ya no desee estar abierto a otros contenidos posibles.

El educador, por el contrario, se propone como meta que el niño piense moralmente por sí mismo cuando su desarrollo lo permita, que se abra a contenidos nuevos y decida desde su autonomía qué quiere elegir. El educador pone así las bases de una moral abierta.

Educar en la autonomía: moral abierta

Algunos padres o educadores se obsesionan por no influir en la manera de pensar de sus hijos y alumnos, creyendo que ésa es la manera de respetar su autonomía. Si en realidad influir en ellos es inevitable, ¿no será mejor ver cómo y en qué dirección lo hacemos? Porque, en definitiva, los que presumen de neutralidad, de

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no influir en los niños, lo están haciendo, quieran o no, y además sin sacar a la luz en qué sentido lo hacen.

Por el contrario, no los estamos indoctrinando si, cuando estamos influyendo sobre ellos, pensamos: “tal vez cuando tenga capacidad de pensar por sí mismo decida que el mejor modo de vida es totalmente distinto del que le estoy enseñando, y tendrá perfecto derecho a decidirlo”. Precisamente que un educador tenga esta actitud es una garantía de que no es un indoctrinador.

Educar en valores

El contenido de la autonomía

Autonomía, en el sentido moderno del término, no significa “hacer lo que me venga en gana”, sino optar por aquellos valores que humanizan, que nos hacen personas, y no por otra cosa. Con lo cual el educador no tiene más remedio que transmitir también a través de la educación aquellas cosas que él considera humanizadoras. ¿ Qué cosas son ésas? ¿Modelos de hombre? ¿Valores?

Modelos de hombre

El problema de los modelos de hombre es que la historia de la humanidad ha ofrecido y ofrece múltiples y diversos. ¿Por cuál optar?

Particularismo de los modelos

A mayor abundamiento, cada ideal de persona es hijo de su época y del lugar en que se sueña. Con lo cual, a la hora de educar, tiene la ventaja de la concreción, pero también el inconveniente de que la concreción le resta universalidad.

Pero lo que universalizamos no es el ideal de hombre, sino los valores que cada persona encarnará a su modo y manera, según las épocas y los lugares. Educar moralmente será, pues, educar en valores, más que en modelos de hombre.

Ni copias ni reproducciones

Creadores morales

Ciertamente, esos valores los descubren personas con capacidad creadora, que lanzan la humanidad hacia adelante. Cada persona goza de unas peculiaridades por las que es única e irrepetible.

Los valores que descubre son universales, relatar su historia es una forma de sintonizar con el niño muy superior a la argumentación, pero cada uno de nosotros ha de plasmar esos valores en su peculiar historia, en su vida única.

Lo que importa es avistar valores y aprender a saborearlos, sabiendo que, por atractivos que resulten unos personajes u otros, yo voy a tener que crear el mío, el que nadie puede representar por mí; pero que merece la pena hacerlo con valores que valgan.

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5. SOMOS INEVITABLEMENTE MORALES

UNA TRADICIÓN HISPANA

Para empezar la tarea de averiguar qué es ser una persona moralmente educada resulta de gran utilidad recurrir a una tradición española. Entiende la tradición que es preciso acudir en principio a la antropología biológica con objeto de descubrir cuáles sean las raíces antropológicas de la moralidad, porque es imposible dar razón del fenómeno moral sin preguntarse por el modo de estar del ser humano en el mundo.

Atendiendo a esta tradición, todo ser humano se ve obligado a conducirse moralmente, porque está dotado de una “estructura moral” o de una “protomoral” que tiene que distinguirse de la “moral como contenido”. Precisamente porque todo ser humano posee esta estructura, somos constitutivamente morales: podemos comportarnos de forma moralmente correcta en relación con determinadas concepciones del bien moral, es decir, en relación con determinados contenidos morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero, estructuralmente hablando, no existe ninguna persona que se encuentre situada “más allá del bien y del mal”.

LA ESTRUCTURA MORAL DEL SER HUMANO

Necesitamos sobrevivir

La estructura básica de la relación entre cualquier organismo y su medio es “suscitación-afección-respuesta” y es la que le permite adaptarse para sobrevivir. Sin embargo, esta estructura se modula de forma bien diferente en el animal y en el ser humano.

En el animal, la suscitación procede de un estímulo que provoca en él una respuesta perfectamente ajustada al medio, gracias a su dotación biológica. En el ser humano, sin embargo, la respuesta no se produce de forma automática, y en esta no determinación de la respuesta se produce el primer momento básico de libertad.

El momento básico de libertad

El ser humano responde a la suscitación que le viene del medio a través de un proceso en el que podríamos distinguir tres pasos:

1. El ser humano está afectado por la realidad, lo cual supone un compromiso originario con ella que tendrá sus implicaciones morales.

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2. La respuesta no le viene dada de forma automática, sino que crea él mismo un conjunto de posibilidades, entre las que ha de elegir la que quiere realizar, nos vemos forzados a elegir.

3. Para elegir una posibilidad, el ser humano ha de renunciar a las demás y por eso su elección ha de ser justificada; es decir, ha de hacer su ajustamiento a la realidad, porque no le viene dado naturalmente, justificándose. Lo que en el animal era justeza automática, en el ser humano es justificación activa, y esta necesidad de justificarse le hace necesariamente moral.

CONSECUENCIAS PARA LA EDUCACIÓN MORAL

Si cualquier persona capta las cosas como “realidades” y su modo de estar en el mundo es el de estar en la realidad, necesitamos hacer pie en ella para construir cuantas posibilidades seamos capaces de idear; posibilidades entre las cuales tenemos que elegir la que consideremos más adecuada.

Conocer la realidad

Si de la realidad tenemos que partir inevitablemente, parece aconsejable tratar de conocerla lo mejor posible, porque otra cosa es, no sólo suicida, sino también “homicida”.

Es suicida ya que quien construye castillos en el aire, desconociendo el terreno que pisa, no tarda en caer en algún hoyo. La imaginación pueril es la que se pierde en ensoñaciones sin punto de apoyo en la realidad. La imaginación adulta, es la que se nutre de la realidad y trata de ampliarla proyectando desde ella.

Por otra parte, desconocer la realidad y construirse la vida de espaldas a ella es también “homicida”: el que vive siempre en las nubes es un peligro privado y público, bien porque propone proyectos ilusorios, que acaban en la frustración de quienes se alistaron confiados, bien porque ignora si está causando daño o bien.

Por eso conviene experimentar la realidad cotidiana, informarse, recurrir a las aportaciones de distintos saberes, y echar mano de la experiencia ajena. Una mente abierta a los problemas y a las propuestas de solución ya existentes es esencial para una persona moralmente educada.

Tomarla en serio

Quien se afane por conocer la realidad al máximo caerá en la cuenta de que con ella no se puede hacer mangas y capirotes como a veces cree un “idealismo” mal entendido.

Un idealismo positivo considera que la historia humana se construye también con ideas e ideales.

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Cuando extremamos estas posiciones y llegamos a afirmar que somos nosotros quienes construimos el mundo a nuestro sabor, desde nuestras ideas, sin necesidad siquiera de hacer pie en la realidad, hemos convertido el idealismo sano en un idealismo patológico, manipulado desde intereses individuales o grupales: interesa creer que somos nosotros quienes construimos la realidad porque así podemos manipularla a nuestro gusto.

La imaginación al poder

Es un hábil recurso de los conformistas frenar cualquier propuesta innovadora. La piedra filosofal para salir del mal paso, para convertir en serenidad la amargura, consiste en idear alternativas viables. Una cosa es soñar utopías cuyo fracaso conduce a la frustración de los ideales por los que nacieron, otra bien distinta ampliar el ámbito de la realidad posible, para encontrar siempre ante cualquier problema una salida.

Los enigmas excitan la imaginación y la razón creadoras; las aporías, los callejones sin salida bloquean las capacidades humanas y acaban matando el impulso vital.

Ser realistas

Actuar en el sentido que venimos comentando es ser realista de un modo plenamente humano.

Consideramos auténtico realismo el que, al formular las grandes preguntas éticas, trata de ampliar lo real desde lo que ya es.

Ejemplo:

1. Como muestra la globalización de los problemas económicos o ecológicos, la interdependencia entre todos los lugares de la tierra es un hecho, y para ser realista, para actual con sentido de la realidad, es preciso preguntarse qué hacer desde el contexto de la humanidad en su conjunto.

2. Los planteamientos éticos que parten de la psicología de cada individuo y tratan de llegar a partir de ella a la conveniencia para cada uno de aceptar determinas propuestas moral carecen de realismo, porque no existen individuos abstractos. Cada uno de nosotros es hijo de su tiempo y de su lugar.

El punto de partida de la moralidad no es nunca un individuo cualquiera, sino este individuo en este grupo social, en esta época y en este lugar.

Un imperativo ético

Una simple mirada a la globalidad nos muestra que existen “pueblos enteros crucificados” lo cual significa que partimos ya de una situación de “des-humanidades”. Un proyecto ético no puede eludir este punto de partida, sino intentar que el proceso

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evolutivo de hominización, por el que fue surgiendo paulatinamente el ser humano, se prolongue en un proceso de humanización.

Para lograr llevar a cabo ese proceso de humanización, quien quiera ser libre ha de asumir un “imperativo ético” que se articula en tres momentos: hacerse cargo de la realidad, cargar con ella y encargarse de ella para que sea como debe ser.

Ser responsables

Desde esta perspectiva se abre paso lo que llamaríamos una “moral de la responsabilidad”, entendida como contrapartida de la “moral de la irresponsabilidad”. El que intenta eludir la realidad y no responder de ella, como si no presentara sus exigencias ni tuviera relación con él, practica una moral de la irresponsabilidad, que a la larga acaba pagándose (lamentablemente, no siempre es irresponsable quien paga las malas consecuencias, sino otros más débiles que él).

Ser inteligentes

La historia de la ética ha sido en buena medida la historia de la sabiduría moral, el intento de pertrechar a las personas de los criterios necesarios para hacer buenos juicios y, consiguientemente, buenas elecciones.

Ejercitar la capacidad de juzgar para tomar decisiones prudentes es otro de los rasgos imprescindibles en la educación moral.

¿DESDE DÓNDE TOMAR LAS DECISIONES?

Cada hombre está dotado de unas tendencias inconclusas que le llevan a preferir unas posibilidades, a considerarlas deseables, y son esas tendencias las que justifican sus preferencias y, por tanto, sus elecciones. Tales tendencias proceden fundamentalmente de factores temperamentales y sociales, que son sin duda variables.

Una persona moralmente bien educada tiene que ser consciente de la variabilidad de los contenidos morales y superar cualquier tipo de dogmatismo.

El dogmatismo es irracional

La convicción de que en el terreno moral existen unos contenidos incontrovertibles, válidos para todo tiempo, y que sobre ellos no se puede discutir siquiera, es desafortunada.

Cualquier persona con un mínimo de sentido común reconoce que los contenidos morales han ido cambiando históricamente y que tampoco ahora mismo los diversos grupos humanos tienen por morales los mismos contenidos.

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Lo que resulta más desafortunado en el caso del dogmático es su negativa a entrar en un diálogo. La disposición a dialogar es la que nos permite superar el dogmatismo, pero también el particularismo y el relativismo.

El relativismo es inhumano

Consistiría el particularismo en creer que entre las distintas formas de vida de los diferentes pueblos no existe ninguna sintonía, de suerte que “diversidad de contenidos morales” significaría “separación tajante” entre unas formas de vida y otras, e imposibilidad de hallar algunos elementos comunes a todas ellas. A un particularismo semejante podría acabar conduciéndonos un comunitarismo que tuviera por normas de justicia únicamente las vigentes en ella.

Si el particularismo se toma en serio, entonces resulta imposible establecer un diálogo sobre cuestiones morales entre diferentes culturas, porque entre dos interlocutores que no tienen nada en común, no puede haber un diálogo.

El relativismo no pone en duda que existan valores “valiosos”, normas válidas o ideales atractivos, sólo que declara que la calificación moral de una acción como buena o mala depende de cada cultura o de cada grupo. En el ámbito moral no hay nada universal, sino que el reconocimiento de una acción como buena o mala, o de un valor como valioso o anodino, es relativo a cada cultura concreta y a cada grupo determinado.

La verdad es que el relativismo es humanamente insostenible.

El relativismo no se lo cree nadie. Quien tiene por irracional quitar la vida, dañar física y moralmente, privar de libertades o no aportar los mínimos materiales y culturales para que las personas desarrollemos una vida digna, no lo cree sólo para su sociedad, sino para cualquiera.

Podemos decir, por tanto, que entre el rechazo del diálogo por innecesario (dogmatismo) y el rechazo por imposible (relativismo), se sitúa el justo medio, el quicio de una buena educación.

MORAL DE ACTITUDES

Es bien sabido que en la educación moral la formación de actitudes es una tarea tan básica al menos como la transmisión de contenidos.

Podemos entender por “actitudes” a “aquellas tendencias y predisposiciones aprendidas y relativamente fijas que orientan la conducta que previsiblemente se manifestará ante una situación u objeto determinado”; la actitud es una predisposición conductual, que no consideramos innata, sino como algo que la persona adquiere.

Actitudes de la persona moralmente educada

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Actitudes propias de una persona moralmente educada:

1. Responsabilidad ante la realidad natural pero, sobre todo, ante la realidad social: la responsabilidad de quien sabe que se hace hombre (varón o mujer) en contacto con la realidad, y que intenta desentenderse de ella como si no fuera con él supone incurrir en una “falacia abstractiva”, que acaba pagándose.La persona inmoral intenta desembarazarse de ella. El frívolo podrá ser socialmente muy bien educado, pero moralmente hablando es un maleducado.El cínico es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. La actitud cínica es entonces la de un ignorante (ignorante del valor), importante para gozar de lo valioso y, por tanto, es la actitud de alguien moralmente maleducado.

2. Seriedad ante la realidad: “seriedad” no significa aquí abominar del disfrute, la ironía o el juego, optando por una visión de la vida propia de aguafiestas y cenizos. “Seriedad” significa asumir la profundidad, el calado, de quien sabe que vivir en la superficie acaba siendo de tontos.

3. La buena voluntad: la buena voluntad es la buena actitud, la predisposición a tomarse en serio lo serio y en broma lo jocoso.

4. Pensar positivamente: afrontar las decisiones que inevitablemente tenemos que tomar desde una decidida actitud de tomar la mejor posible, la que abra más caminos de futuro.

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6. LA MORAL ES COSA NUESTRAINTERIORIZAR UN CRITERIO MORAL

Una vez admitido que los seres humanos poseen una estructura moral o protomoral, parece que deberíamos pasar a preguntarnos por la “moral como contenido”, es decir, plantear abiertamente la cuestión de los criterios desde los que hemos de tomar las decisiones.

Obviamente a lo largo de la historia de la ética se han ofertado distintos criterios. Cuando alguien se pregunta cómo interesar en la moralidad, sea a niños, sea a adultos, está entendiendo por “moral” habitualmente un conjunto de normas o incluso de criterios, que el destinatario va a experimentar en principio como ajenos. No es extraño que se pregunte entonces: ¿por qué he de atenerme a ellos? Pregunta de difícil respuesta sino modificamos nuestro concepto de moralidad.

MORAL FRENTE A DESMORALIZACIÓN

La expresión “moral” significa capacidad para enfrentar la vida frente a “desmoralización”. La moral no es un añadido que podemos utilizar como ornamento, porque siempre nos encontramos en un tono vital, siempre nos encontramos en un estado de ánimo. Es posible estar alto o bajo de moral, es posible tener la moral alta o estar desmoralizado.

El canon de estatura no puede venir de fuera, no puede tratarse de un conjunto de deberes que alguien se empeña en imponer, tiene que venir del hombre mismo y llevarle a plenitud.

¿SER MORAL ES LO MISMO QUE ESTAR SANO?

Cada persona, a la hora de elegir entre posibilidades llevado de sus tendencias, se decanta por aquello que le parece bueno. Cómo saber qué es lo realmente bueno es la gran pregunta de la ética, entendida como filosofía moral; pero, al nivel simplemente de estructura, podemos afirmar ya que cada persona al elegir entre las posibilidades, busca aquéllas que le permiten ser cada vez más dueña de sí misma: una persona busca apropiarse de aquellas posibilidades que le ayudan a autoposeerse.

En este punto se muestra de nuevo que la moral tiene unas innegables raíces biológicas, lo cual nos ayudará a entender la definición de “salud” que viene dando la Organización Mundial de la Salud en los últimos tiempos, a diferencia de la que ofreció en 1946.

En el año 1946 la Organización Mundial de la Salud entendía por salud “un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o

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enfermedades”. Si tomamos un patrón semejante para la salud y la enfermedad, nos encontramos con que la mayor parte de la humanidad está enferma, por no decir la humanidad en su conjunto.

La Organización Mundial de la Salud tomó conciencia de lo ambicioso de la definición, y ofreció una nueva caracterización de salud: el grado de salud de las personas se mide por el grado de autoposesión: la autoposesión de cuerpo y mente por parte del sujeto es síntoma de salud, mientras que la imposibilidad de controlarse a sí mismo es síntoma de enfermedad.

Cuando tal falta de control se lleva al extremo, se produce la muerte. Factores que debemos tener en cuenta para medir el grado de autoposesión de las personas: capacidad de desplazamiento, capacidad de autocontrol, conciencia, capacidad de relación interpersonal.

El impulso a la autoposesión es una tendencia biológica que opera en nuestra conducta.

SER MORAL ES SER UNO MISMO

Si a lo largo de la vida nos vemos obligados a elegir entre las diversas posibilidades que creamos, y estas sucesivas elecciones nos llevan a ir apropiándonos de algunas características que van pasando a formar parte de nuestro carácter, si somos inteligentes, iremos eligiendo aquellas que aumenten nuestras posibilidades de autoposesión, y no las que vaya produciendo una “alienación”, no las que nos conviertan en otro, sino las que cada vez nos hacen ser mas “nosotros mismos”.

LA DROGADICCIÓN: UN FENÓMENO REACCIONARIO

Las causas por las que alguien entra en el mundo de la droga son diversas. Parece que la persona está realizando un acto de libertad frente a la sociedad que lo prohíbe y que más liberal es una sociedad cuanta más libertad da a sus miembros para que se droguen cuando bien les parezca.

Una sociedad liberal no acostumbra a poner barreras frente a las opciones personales de vida feliz. Sin embargo, el liberalismo auténtico desaconseja todas aquellas elecciones que después resultan irreversibles.

Una persona puede cambiar de opinión a lo largo de su vida y es importante que pueda volver atrás en ese caso, porque, de lo contrario, se encuentra atada de pies y manos. La drogadicción es un fenómeno absolutamente iliberal y reaccionario, quien se introduce en él tiene difícil el camino de regreso a ser él mismo, a poder elegir desde sí mismo.

LA NECESARIA AUTOESTIMA

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Estrechamente relacionada con el ideal de autoposesión se encuentra la necesidad de la autoestima, porque mal va a ser dueño de sí mismo quien ni siquiera se siente capaz de llevar adelante proyectos que le ilusionen.

Desde esta perspectiva, educar moralmente consistirá en ayudar a sentirse en forma, ayudar a ilusionarse con los propios proyectos de autorrealización, desde la conciencia de que es lo posible llevarlos a cabo.

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7. LA EDUCACIÓN DEL HOMBRE Y EL CIUDADANOLA PERTENENCIA A LA COMUNIDAD

Los fines del individuo y de la comunidad

El actual movimiento comunitario recuerda que los individuos desarrollan sus capacidades para lograr que la comunidad sobreviva y prospere porque del bien de la comunidad se sigue el propio.

Por moral se entendió en Grecia el desarrollo de las capacidades del individuo en una comunidad política, en la que tomaba conciencia de su identidad como ciudadano perteneciente a ella. Lo que además le facultaba para saber cuáles eran los hábitos que había de desarrollar para mantener y potenciar esa comunidad, hábitos a los que cabía denominar “virtudes”.

La pérdida de la dimensión comunitaria ha provocado la situación en que nos encontramos, en la que los seres humanos son más individuos desarraigados que personas, átomos disgregados en una masa informe, que pueblo.

Por eso es tiempo de fortalecer los lazos de la comunidad desde los que los hombres aprenden a ser morales, entre ellos el lazo cívico.

Ser ciudadano

Es preciso recordar que la educación empieza por sentirse miembro de comunidades: familiar, religiosa, étnica. Pero también miembro de una comunidad política, en la que el niño ha de sentirse acogido desde el comienzo.

Cada niño se encuentra en el contexto de una realidad social determinada que le ayudará a desarrollar las predisposiciones genéticas en un sentido u otro (el medio en el que se desenvuelva es esencial para el desarrollo de unas tendencias u otras).

Como en las primeras etapas del desarrollo necesita forjarse una identidad desde los grupos a los que pertenece, la comunidad familiar y la comunidad religiosa, en su caso, van ofreciéndole esos vínculos de pertenencia que constituyen una necesidad psicológica intrínseca. Pero también la comunidad política tiene la obligación de hacer sentir al niño que es miembro de una nación que espera de él que participe activamente como ciudadano.

Podría pensarse que la primera tarea de la educación moral consiste en formar a los niños como hombres e interesarles más tarde en los valores de la ciudadanía. Sin embargo, ambas cosas no pueden hacerse por separado.

La educación cívica

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La educación cívica puede despertar sospechas que lleven incluso a su descalificación: ¿no es un procedimiento para formar ciudadanos dóciles, manejables, que no causen problemas al poder político?

Si así fuera, estaríamos educando víctimas propiciatorias para cualquier totalitarismo, y no personas autónomas, dispuestas a regirse por sus propias leyes, contraviniendo así las exigencias de una escuela moderna.

En principio, que las escuelas siempre han enseñado a los niños a ser buenos ciudadanos. Si queremos educar en las exigencias de una escuela moderna, que asume como irrenunciable la autonomía de sus miembros, la clave consiste en bosquejar los rasgos de ese ciudadano autónomo, no dando por bueno cualquier modelo de ciudadanía.

Ciudadanía cosmopolita

No es fácil precisar un modelo de ciudadanía porque la idea de ciudadanía tiene una larga historia. Aquí optaremos por un modelo de ciudadanía a la vez nacional y universal, que se configura con las siguientes características:

Autonomía personal Conciencia de derechos que deben ser respetados Sentimiento del vínculo cívico con los conciudadanos, con los que se comparten

proyectos comunes. Participación responsable en el desarrollo de esos proyectos, es decir,

conciencia, no sólo de derechos, sino también de responsabilidades. A la vez, sentimiento de vínculo con cualquier ser humano, y participación

responsable en proyectos que lleven a transformar positivamente nuestra “aldea global”.

Ciertamente, la asunción de la “doble ciudadanía” (nacional y universal) es fruto de un doble movimiento de:

Diferenciación: el ciudadano se sabe vinculado a los miembros de su comunidad por una identidad que le diferencia de los miembros de otras comunidades.

Identificación: en tanto que persona, con todos aquellos que son también personas, aunque de diferentes nacionalidades.

Este último modelo de ciudadanía, la cosmopolita, presenta especiales dificultades. Por eso, educar en la doble ciudadanía supone introducir afectivamente en el doble simbolismo e implicar a los niños en proyectos tanto locales como de alcance universal.

Un alto en el camino

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Resumen de lo que hasta ahora hemos ganado en esta segunda parte del libro:

La moral no es algo ajeno al individuo, un conjunto de mandatos que brota de otro mundo y que sólo pueden interesar a una persona si le convencemos mediante alguna gratificación o alguna sanción externa.

La moral es indeludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección.

Estamos en el mundo con un tono vital u otro, altos de moral o desmoralizados, y para levantar el ánimo dos cosas al menos son indispensables: tratar de descubrir qué proyectos nos son más propios y tener la autoestima suficiente para intentar llevarlos a cabo.

Nuestra socialidad exige que proyectos y autoestima broten de una identidad psíquicamente estable, ganada en la comunidad familiar, religiosa, cívica, al sentirse ya desde el comienzo miembro acogido y apreciado de un grupo humano con proyectos compartidos.

Sólo desde la idea de pertenencia será posible desarrollar con bien las restantes formas de entender la moral: como búsqueda de felicidad, como disfrute del placer, como capacidad de darse leyes propias, como capacidad de asumir una determinada actitud dialógica.

LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Todos los hombres desean ser felices

La dimensión moral de los hombres consiste también en la búsqueda de la felicidad, en la prudente ponderación de lo que a una persona conviene, no sólo en un momento puntual de su biografía, sino en el distendido conjunto de su vida.

La felicidad exige la formación prudencial del carácter, porque tener un buen carácter requiere entrenamiento, ya que los hábitos, la naturaleza, han de adquirirse por repetición de actos.

El hábito es “una manera determinada de proceder o reaccionar en algún orden o circunstancia, que una persona adquiere a partir de una repetición de actos estable”. Exige continuo entrenamiento y ausencia de improvisación.

Los contenidos de la felicidad no pueden universalizarse. Lo que me hace feliz no tiene por qué hacer feliz a todos.

Educar en la felicidad

Tener en cuenta en la educación moral el deseo de felicidad de los hombres es imprescindible, como también lo es educar con el objetivo de que los niños no

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renuncien a conseguirla, sino todo lo contrario. Pero para eso es fundamental tener en cuenta dos cosas:

El educador no tiene derecho a inculcar como universalizable su modo de ser feliz.

Tiene que enseñar a deliberar bien, ayudando a cada persona a encontrar y llevar a cabo sus propios proyectos de felicidad.

Como cada ser humano es único e irrepetible, cada uno ha de averiguar cuál debe ser su peculiar modo de vivir bien, qué es lo que le hace ser él mismo. En la tarea de averiguarlo pueden ayudarle personas que le conocen y expertos. Pero al final cada uno tiene que descubrir qué es lo que realmente quiere y prepararse para conseguirlo.

MAXIMIZAR EL PLACER

El placer es satisfacción sensible

No es lo mismo “felicidad” que “placer”, porque la felicidad es un término para designar el logro de nuestras metas, la consecución de los fines que nos proponemos: ser feliz es alcanzar las metas que perseguimos.

“Placer” significa satisfacción sensible causada por el logro de una meta o por el ejercicio de una actividad.

Saber disfrutar

Ayudar a desarrollar la capacidad de experimentar placer es imprescindible porque tan injusto es con la realidad quien la trata frívolamente como el que carece de la capacidad de disfrutar lo que en ella es sensiblemente valioso.

Entender la educación moral como preparación para el sacrificio es un error craso, absolutamente injusto con el ser del hombre y con el de la realidad, que debe ser disfrutada en el significado sensible del término.

SER AUTÓNOMO

¿Nos interesa ser morales?

Tener internalizada la convicción de que debemos obedecer ciertos deberes que consideramos morales es entender que las normas morales vienen de afuera, cuando precisamente lo que las especifica frente a normas como las legales es que brotan del propio sujeto: las normas morales son las que un sujeto se daría a sí mismo, en tanto que persona. Es decir, son aquellas normas que cualquier persona debería seguir, si es que desea tener “altura humana”.

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Esas normas no indican qué hay que hacer para ser feliz, sino cómo hay que querer obrar para ser justos con la propia humanidad.

Más allá de la ciudadanía

Cualquier comunidad de la que hablemos se concreta en unas normas para unos ciudadanos reconocidos como tales, que, por lo tanto, tienen unos derechos que deben ser respetados. La ciudadanía, en su aspecto legal, es el reconocimiento de unos derechos por parte de un poder político.

El punto de vista moral

La formulación de juicios sobre la justicia supone un desarrollo y un aprendizaje que se produce a través de tres niveles:

1. El preconvencional: el individuo juzga acerca de lo justo desde su interés egoísta.

2. El convencional: el individuo considera justo lo aceptado por las reglas de su comunidad.

3. El postconvencional: el individuo distingue los principios universalistas de las normas convencionales, de modo que juzga acerca de lo justo o lo injusto “poniéndose en el lugar de cualquier otro”.

Lograr la imparcialidad y la objetividad sólo es posible poniéndose en el lugar de cualquier otro: asumiendo el punto de vista moral.

ACTITUD DIALÓGICA

Una persona alta de moral

Una persona a la hora de darse leyes no toma como punto de partida su propia subjetividad, sus gustos y caprichos, ni tampoco los de su comunidad, por amplia que sea: toma como referente lo que podría querer para cualquier ser racional.

Una persona alta de moral sabe distinguir entre las normas de su comunidad y los principios universalistas, que le permiten criticar incluso las normas comunitarias.

De la estrategia al respeto activo

Desde la perspectiva de esta ética, cualquier persona es una interlocutora válida a la hora de tomar decisiones sobre normas que le afectan, y por eso es obligado dejarle participar, en condiciones de simetría, en los diálogos que preceden a la decisión sobre esas normas.

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Para que una norma sea correcta tienen que haber participado en el diálogo todos los afectados por ella, y se tendrá por correcta sólo cuando todos la acepten porque les parece que satisfacen intereses universalizables.

El acuerdo sobre la corrección moral de una norma no puede ser nunca un pacto de intereses individuales o grupales, fruto de una negociación, sino un acuerdo unánime, fruto de un diálogo sincero, en el que se busca satisfacer intereses universalizables.

Quien entabla un diálogo considera al interlocutor como una persona con la que merece la pena entenderse para intentar satisfacer intereses universalizables. Por eso no intenta tratarle estratégicamente como un medio para sus propios fines, sino respetarle como una persona en sí valiosa.

Concluyendo

La educación del hombre y el ciudadano ha de tener en cuenta la dimensión comunitaria de las personas, su proyecto personal, y también su capacidad de universalización, que debe ser dialógicamente ejercida, habida cuenta de que muestra saberse responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social, aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona como un fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con quien construir el mejor mundo posible.