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URBANISMO Revista de Edificación . Junio 1989 . N.o 6 . 79
La libertad y el respeto en la conservación de los cascos . anttguos
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PREAMBULO
Al hablar de los cascos antiguos de nuestras ciudades, de los modos de actuación arquitectónica dentro de ellos, de su revitalización ... , suele ser habitual hacerlo de modo inevitablemente nostálgico; pretendiendo quizás recuperar lo que muchas veces es irrecuperable y olvidando que lo que hay que hacer siempre es mirar hacia adelante, la actitud que adoptan tantas veces quienes intentan recuperar los cascos antiguos termina, por ese enfermizo afán, en estériles ejercicios de restauración que solo serían válidos si fuesen a ser habitados -esos núcleos urbanos- por hombres de hace uno o varios siglos con costumbres de hace uno o varios siglos. Pero hoy en día ni llevamos capa ni casaca, ni cambiamos de bastón todos los días.
El pasado cumple una función insustituible, que es la de servir de apoyo y base a lo por venir, y sin un perfecto conocimiento de lo pretérito, difícilmente se puede mirar con seguridad hacia el futuro. Esta idea, coordenada básica del progreso arquitectónico (construcción, urbanismo, estética) es de capital trascendencia a la hora de abordar la resolucición de la difícil tarea de dar nueva vida, de rehacer, los cascos antiguos de nuestras ciudades.
Aunque evidentemente se pretende que las reflexiones que se hagan puedan ser útiles para la consideración del problema general, la exposición se hará referida al casco antiguo de la ciudad de Zaragoza, por el mayor conocimiento que tengo de su problemática y sobre todo porque presenta peculiaridades que hacen este caso particular muy adecuado para el fin propuesto, que no es otro que el de despertar ciertas inquietudes y arrojar algo de luz sobre la cuestión.
Asimismo nos guiaremos, al referirnos a Zaragoza, por los escritos de Regino Borobio Ojeda (1895-1976) que tanto hizo en defensa de la ciudad y cuyas ideas se adecúan bastante bien a la orientación que se pretende dar a la exposición.
Jos E M. Pozo , DR. ARQUITECTO
LOS "INTOCABLES" ---
Para empezar vendrá bien por aquello de la humildad, traer aquí unas frases de hace muchos años vertidas por una personalidad zaragozana de la época que nos recuerden que no somos los primeros en plantearnos el problema y que nos demuestren que también en esto hemos tropezado mas de una vez en la misma piedra; decía José Valenzuela La Rosa en 1922 en la Academia de Ciencias que "ante todo debemos hacer promesa formal de respeto a las pocas reliquias que guardamos de lo pasado. Que no vuelvan a nuestras mejillas la vergüenza de lo ocurrido, ya entrado el siglo XIX con la Aljafería, La Torre Nueva y la Casa de la Infanta Comienzo". "La nunca bastante llorada Torre Nueva", en palabras de Borobio, fue demolida en 1892 pese a la oposición y los esfuerzos del que era entonces arquitecto municipal de Zaragoza, Ricardo Magdalena y Tabuenca.
La Casa de la Infanta fue demolida en 1904 para levantar el antiguo Edificio Central de la Caja de Ahorros; la portada y el patio fueron vendidos y se montaron
en París de donde fueron recuperados recientemente al construir la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja (CAZAR) su nueva sede, en la que actualmente se hallan instalados. Y aún con otros palacios destruidos para edifi car sobre ellos cosas insustanciales.
Todavía tenemos algo que conservar (decía él en 1922). Tanto poseíamos, que las repetidas injurias de los hombres no lograron dejarnos desnudos. Ahí están todavía esas torres mudéjares, únicas en el mundo; muestras elocuentes de lo que se ha llamado el arte del barro, en el que fueron incomparables los alarifes aragoneses. Aún se mantienen en pie unos cuantos palacios que no deben desaparecer porque serán eternos modelos de muestra típica arquitectura regional. También quedan varios monumentos que son, después de muchos siglos de transformaciones, los que siguen imprimiendo carácter a la ciudad. La mejor demostración del positivo avance de nuestra cultura, es que hoy nadie se atrevería a profanarlos, ni menos a destruirlos, como se hacia impunemente pocos años ha. Pero eso no basta. En la ciudad nueva no deben guardarse esas joyas en un rincón, co-
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mo se guarda un trasto viejo en el desván, sino que deben ser incorporados a nuestra vida actual, y cuanto se haga en el futuro debe servir para su mayor lucimiento y realce ¿ Cuanto no ha ganado la Lonja con aislarla y presentarla limpiamente a los ojos de los espectadores? 3; pues cosa análoga podría hacerse con otros muchos monumentos, ante los cuales pasa indiferente el vecino despreocupado o inculto".4
De muchas cosas no habría que lamentarse si hubiése tenido Valen zuela tanta autoridad como facilidad de pluma, pero de poco sirvieron sus advertencias pues como señalaba Borobio en 1967 en un artículo titulado precisamente Conservación de los restos de la ciudad antigua, "el avance de nuestra cultura no ha sido suficiente para evitar la profanación, ni la destrucción de tantos monumentos desaparecidos desde la fecha en que Valenzuela hizo su denuncia".
y Borobio en el referido artículo enumera un sin fin de desatinos con los que se ha atentado gravemente contra el patrimonio arquitectónico del casco antiguo zaragozano, que justifican su lamento y la verdad de lo que dice. Pero a la vez, y en ese mismo contexto, el maestro de la Plaza del Pilar va arrojando luz sobre el problema, al ofrecernos comparativamente el ejemplo de algunas intervenciones acertadas de las que él en ocasiones es protagonista, y en las que creo descubrir elementos válidos de gran actualidad y con proyección de futuro.
Borobio en su artículo da un paso decisivo que le distancia, incluso al comentarios, de los planteamientos de Valenzuela. Para este -en una rápida simplificación- conservar el casco viejo consistía en eso: conservar; pero conservar no implicaba restaurar ni reordenar, y Valenzuela por tanto no aportaba soluciones; es la "política" de los que, a ultranza, quieren ante todo impedir que se pierda nada, que se toque nada (si bien él se refería solo a los restos de la "buena" arquitectura zaragozana), y con ello impiden, imposibilitan, el progreso y proporcionan con su misma obcecación la muerte y deterioro de lo que creen defender y proteger.Es la actitud tristemente paradójica de quienes, en esto como en todo, por miedo a los destrozos que provocaría la libertad de actuación, sofocan esta extinguiendo con ello la vida de aquella mismo que decían defender. Borobio también ve la necesidad de salvar de la piqueta, la especulación o la ignorancia al conjunto de edificios portadores en sí mismos de valores arquitectónicos, históricos o estéticos notables y así en el escrito citado propiciaba la elaboración de un catálogo de "intocables", que enumera en el artículo citado de modo incompleto pero prolijo, y en
el que según él se deberían recoger "las casas o edificios dignos de ser conservados, reparados y mejorados (-) sin permitir en ellos mutilaciones o añadidos que los desfiguren".5
Borobio recomienda asimismo idéntico esfuerzo no solo en relación con los edificios "intocables" sino también con el ambiente que rodea a los monumentos, y en Zaragoza tenemos varias muestras de buenos trabajos en este sentido entre los cuales se pueden incluir la plaza de la Cruz, con los edificios que la conforman: la Iglesia de la Santa Cruz y la antigua casa Pardo hoy sede
del COAA , ambos restaurados por Bo-robio. .
Pero mucho mas interesante que esta defensa de lo "bueno" que queda de la arquitectura aragonesa del pasado me parece la que este arquitecto hace repetidas veces en sus escritos e intervenciones de esos otros conjuntos arquitectónicos de Zaragoza en los que aún no pudiendo destacar en ellos ningún edificio aislado, incluso "han constituido los mejores conjuntos urbanos de la ciudad como la calle de Alfonso, y el Paseo de la Independencia".6
Estos conjuntos precisamente porque los elementos que los integran son muchas veces vulgares e insulsos, cifran todo su valor en la armonía y la proporción volumétrica, y por eso mismo las intervenciones desafortunadas, aunque sean puntuales, acaban con su único encanto e interés. Y por eso mismo, porque aisladamente cualquiera de los elementos que los integran son irrelevantes, requieren mayor defensa, por el va-
lar del conjunto. Ejemplos de esto ofrece Zaragoza en su Paseo de la Independencia tristemente malogrado (aunque eso sí, irónicamente, "alguien" ha conseguido que todos los edificios conserven los arcos en planta baja) y en la calle Coso que, en palabras de Borobio, "no era una maravilla urbanística, pero no hay duda de que con su trazado ligeramente curvo, que ofrece perspectivas cerradas, y sus casas anodinas pero discretas y de altura casi uniforme, el Coso tenía su encanto. Este pOdría haberse conservado con una acertada ordenación de volumenes de las nuevas edificaciones"?
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UNA CIUDAD NO ES UN MUSEO
y sin embargo a pesar de todo lo antedicho, y recordando lo señalado en el preámbulo no se trata de defender el mantenimiento a ultranza de lo existente, porque ello conllevaría precisamente su progresivo deterioro, consecuencia natural de su anacronismo. Ni pretendo esa actitud ni Borobio la defendía.
Así, después de la calurosa defensa que hace de los restos de la ciudad antigua y de la necesidad de confeccionar una lista de "intocables", se refiere en términos elogiosos a las intervenciones llevadas a cabo para abrir las calles Alfonso y San Vicente de Paúl 8 (fig. 1 y2) Y la que él mismo llevó a cabo en la Plaza del Pilar (fig. 3) a partir de 1939. Aprueba la reformas pero en los tres casos Boro-
bio lamenta las desapariciones que dichas intervenciones han ocasionado; hablando de la prolongación de la calle ide la Yedra 9 de Paúl.
"La calle es un ejemplo aceptable de urbanización. Lástima que su apertura exigiese la desaparición de viejos edificios (-). Pero no hay que dudar de que esta obra ha suprimido un sector de suburbios interiores".1O
Y en el caso de la Plaza del Pilar: "la reforma de la Plaza del Pilar produjo entre otras la demolición del Palacio de Ayerbe, de la Posada del Pilar, y del Palacio de Aitona".11
Borobio lamenta las desapariciones
que su intervención ha ocasionado pero es a la vez plenamente consciente de su necesidad. Y si algún remordimiento le quedaba, el paso de los años y la evolución de la ciudad le hicieron convencerse de la necesidad de su valiente actuación urbanística.
Esto es, en resumen, que se debe procurar conservar, restaurar y proteger los restos de la cuidad antigua, pero que cuando hay que actuar se debe actuar sin miedo a tener que derribar o transformar casonas, plazas y palacios; en esos casos se pueden "trasplantar" los elementos de interés para su posterior utilización en algún otro edificio con las garantías de ambientación exigidas por su estilo. Ejemplo de lo cual son los techos de madera del demolido Palacio de Osera que ahora luce la Casa Consistorial de Zaragoza.
La licitud de esta actuaciones urbanísticas, aún ocasionando daños considerables en el patrimonio arquitectónico, es bien defendible en el caso de Zaragoza, pues es gracias a la calle Alfonso y a la Plaza del Pilar, y en menor medi-
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da a la calle San Vicente de Paúl, que el casco antiguo goza de una vida y una vi_o talidad que no sería ni pensable si aún siguiese en pié el intrincado laberinto de callejas con las que dieron al traste esas reformas. Y es que no hay que olvidar por una parte que el siglo XX no es el siglo XVI y por otra, y sobre todo, que lo que hoyes casco antiguo en otro tiempo fue un conjunto de novedosas edificaciones, Y que si ha llegado hasta nosotros como está es porque en otros tiempos se consintió edificar, derri bar y urbanizar. Y también en aquella época se cometieron errores, "el mayor de los cuales" no fue querido, y lo hicieron los franceses en 1808,
CONCLUSIONES
Quedan pues así esbozadas las tres notas más importantes que en mi opinión deben caracterizar una sana política de conservación y promoción de los cascos antiguos: respeto, prudente iniciativa (sin miedo) y libertad (también la de equivocarse). Estas tres ideas presidieron el trabajo y los escritos de Borobio y a la perfecta conjunción de las tres se deben sus acertadísimos logros en el esfuerzo por conseguir una ciudad más moderna y con ello y por ello, cada vez más zaragozana.
Se me podría objetar que no está cIara de que modo se conjugan la libertad, el respeto hacia el pasado y la defensa de los "intocables". Los ejemplos de la apertura de la Plaza del Pilar y la prolongación de la calle de la Yedra son suficientemente ilustrativos como respuesta; se trata de dejar hacer, con absoluta libertad, pero velando por el cumplimiento fidelísimo de una normativa mínima; este en esencia contemplaría la lista
de los "intocables" (los edificios en sí y en cierta medida los espacios urbanos que conforman), unos volúmenes de edificación que respetasen los del entorno, y unas ordenanzas de obligado cumplimiento que regulasen las alturas de forjados, la continuidad de los aleros, las proporciones de los huecos-; en definitiva, se trataría de garantizar que las nuevas edificaciones armonizasen en el conjunto evitando destrozos como los contemplados en la calle del Coso zaragozano. Pero dejando construir. De este modo aunque alguna nueva edificación, en sí misma, no sea mejor que las precedentes, se incorporará a ese conjunto con facilidad y, andando los años, los siglos, llegará a ser tan del casco antiguo como lo ahora contemplado. Si no se consiente la evolución no es posible la renovación. La normativa municipal, en mi opinión, debe aspirar tan sólo a suplir lo que en otros siglos proporcionaba el buen sentido, combatiendo el egoísmo de los especuladores y de los que prefieren su bien al de todos. Pero matar la iniciativa y la posibilidad de cambio, de renovación y de vida sólo para evitar aquellos males es convertir las reliquias urbanas del pasado en salas de museo, inútiles y anacrónicas desde el punto de vista ciudadano. Y es además la perpetua tentación del tirano, que hubiese impedido que las ciudades sean lo que ahora son de haberse aplicado esos criterios en el siglo X, XI o XII o cuando se ponían los cimientos de nuestras ciudades de hoy en los castros romanos de hace 2000 años 12 o simplemente, en el caso de Zaragoza, cuando se abrió la calle Alfonso o la Plaza del Pilar.
No quiero terminar sin sugerir dos ideas acerca de la solución del problema concreto de Zaragoza, que pasa a mi modo de ver por la recuperación del Ebro para la ciudad (como ya apuntó Borabio hace años) 13, y por la potenciación comercial y de tráfico rodado de las calles Mayor Espoz y Mina-Manifestación 14 y San Jorge-Torre Nueva, que completen con las de Alfonso, Jaime I y San Vicente de Paúl una malla que permita que el casco antiguo pueda evolucionar y por tanto resurgir y recuperar su sentido, que si no es el de vivir y comerciar, mejor sería acabar con él cuanto antes para que dentro de cien años pudiera ser de nuevo "casco antiguo", además de útil.
Y añado y con esto termino: y la mínima normativa indicada debe extenderse a toda la ciudad, ya que en toda ella hay "intocables" que respetar y conjuntos urbanos que merecen ser defendidos, para que no se repitan los tristes casos como los de la calle del Coso, el Paseo de la Independencia y el Paseo de Sagasta, tan maltratados por modernas edificaciones de innumerables plantas.
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NOTAS
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1. José Valenzuela La Rosa (1878-1957); Doctor en Derecho, fue director del Heraldo de Aragón (1906-1916), secretario general de la Comisión de Bellas Artes de la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza de 1908, miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis (1934) y primer presidente de la sociedad cultural zaragozana "La Cadiera" (fundada en 1948).
2. La Aljafería ha sido restaurada posteriormente al lamento de Valenzuela merced al buen hacer de Francisco lñiguez Almech (1901-1982); recientemente se han llevado a cabo obras de rehabilitación por los arquitectos Franco Lahoz y Pemán Gavín, que han merecido el Premio García Mercadal 1988.
3. Este aislamiento que Valenzuela celebra se debe precisamente, como veremos, a una actuación valiente y decidida sobre el área urbana que rodeaba el Palacio, y que se llevó a cabo siguiendo criterios bastante alejados de los que hoy se postulan para las actuaciones de esta índole, y próximos en cambio a lo que se va a propugnar como bueno en estas líneas.
4. Valenzuela La Rosa, José. "El embellecimiento de Zaragoza". Conferencia en la Academia de Ciencias de Zaragoza (1922); pg. 29-31 .
5. Borobio Ojeda, Regino. "Conservación de los restos de la ciudad antigua"; pg 21; Publicaciones de La Cadiera . Zaragoza 1967.
6. Borobio Ojeda, Regino. "Los suburbios inte-
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riores", separata de Zaragoza, n.O XXVII, año 1968, pg. 274. Publicación de la Excma. Diputación Provincial de Zaragoza.
7. Borobio Ojeda, Regino. "Las casas de Zaragoza"; apartado VI, estilo; Discurso de ingreso en la Real Academia Aragonesa de Nobles y Bellas Artes de San Luis; Zaragoza. 1939.
8. Borobio Ojeda, Regino. "Conservación de los restos" op. cil. pg. 8.
9. Aunque en este caso con mayores reservas.
10. Borobio Ojeda, Regino. "Los suburbios interiores". op. cil. pg. 271.
11 . Borobio Ojeda, Regino. "Conservación de los restos" copo cil., pago 11 . Es de destacar la humildad con la que Borobio se refiere a sus "propias destrucciones", "acusándose"; "pero se sentía la necesidad de poner en ejecución una vieja aspiración de la ciudad : la unión de las plazas del Pilar y de la Seo".
12. Borobio Ojeda, Regino. "Planes de urbanización de Zaragoza". Publicación deIIEAC. Madrid, 1949, pg. 13.
13. Aunque Zaragoza ha respetado perfectamente en su evolución la "cardo" y la "decumanus" del primitivo asentamiento romano.
14. A lo que el aportó su granito de arena con la urbanización de la Plaza del Pilar.
15. La decumanus del primitivo casco romano
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