REVISTA DIEZ, NÚMERO 20

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Revista catorcenal, hecha en la tierra de los cositías con la bendición de Tata Lampo. Editor responsable: Alejandro Benito Molinari Torres Contacto: [email protected] El GÜet

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La actualidad de la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas.

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Revista catorcenal, hecha en la tierra de los cositías con la bendición de

Tata Lampo. Editor responsable: Alejandro Benito Molinari Torres Contacto: [email protected]

El GÜet

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

3.– EDITORIAL: Regresa el cine.

4.– ZAGUÁN: Arenilla: Instrucciones para matar insectos.

7.– PATIO: Fotografías de la quincena.

13.– DE DIEZ - FANNY.

14.– BALCONES: Cuatro comitecos dijeron…

La infancia de Raúl Garduño, de Jorge Melgar Durán.

31.– CORREDORES: El cuento que nunca fue escrito, de Alejandro Molinari.

40.– SITIO: Rosario Castellanos, para rolar con los niños.

42.– TAPANCO: Busto de Esteban Alfonzo García.

44.– ACTUALIDADES.

48.– MOJOL: El güet, ave maravillosa.

49.– DE NUESTROS PATROCINADORES.

Fanny

52.– DE DIEZ,

FANNY.

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EDITORIAL Regresa el cine

Los cinéfilos saben que el cine se ve me-

jor en el cine.

Los expertos del comportamiento

humano saben que la conformación de

una sala cinematográfica tiene relación

directa con el entorno del espacio del

sueño.

El cine es sueño. El jueves 8 de ma-

yo inauguran el complejo de Cinépolis

en Comitán. ¡El cine regresa a este pue-

blo!

Cinépolis (la capital del cine)

tendrá siete salas cinematográficas que

permitirán que más de mil espectado-

res puedan ver cine de manera simultá-

nea.

Acá nadie será sorprendido. Sabe-

mos que estas salas cinematográficas

privilegian el cine comercial (el cine

norteamericano, sobre todo); pero, de

vez en vez, una cuota del nuevo cine na-

cional asoma. Además es posible que en

cualquier descuido puedan presentar

ciclos de cine de arte, banquete especial

para cinéfilos de hueso colorado.

Nadie será sorprendido. Sabemos

que la entrada no es barata. El precio

de entrada oscila entre treinta y sesenta

pesos por persona; además, el consumo

de refrescos, palomitas y demás chu-

cherías representa un buen desembolso

económico.

Pero los cinéfilos saben que es más

costoso no contar con una sala cinema-

tográfica para presenciar lo que ha sido

dado en llamar “el séptimo arte” . Du-

rante mucho tiempo los comitecos estu-

vieron ayunos de este maravilloso in-

vento. Hoy, de nuevo, los grandes acto-

res del cine mundial podrán interpretar

los mejores papeles.

Es sabido que muchas personas se

trasladaban a la ciudad de San Cristó-

bal de Las Casas, sobre todo en fin de

semana, para acudir a las salas cinema-

tográficas. Hoy ya no tendrán porqué

hacerlo

El acto del 8 de mayo se consigna

como un suceso relevante en la historia

de este pueblo.

Nadie será sorprendido. Los que

añoran las cintas en blanco y negro; los

que gozaron con las aventuras de El

Santo o de Tarzán, ya no tendrán cabi-

da. Estos cinéfilos deberán aceptar que

ahora son tiempos de Bruce Willis. Los

amores de Pedro Infante y María Félix

han sido cambiados por amores perros.

Pero de tener nada a tener algo, pues

mejor tener a Gael García.

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Arenilla

ZAGUÁN

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ZAGUÁN Arenilla: Instrucciones para matar insectos.

1.– Colocar un reloj de sol en el centro del

patio, para saber la hora en que el pie des-

troza un sueño alado.

2.– Usar gafas especiales para evitar el des-

tello intenso del último estertor.

3.– Chiflar como si uno fuera Charlie Par-

ker frente a un saxofón.

4.– Soñar que uno es combatiente en la Se-

gunda Guerra Mundial y debe “bajar” más

de tres aviones enemigos.

5.– Aunque uno sea analfabeto llevar siem-

pre listo el periódico.

6.– Provocar nevadas artificiales. Se ha

comprobado que en lugares fríos los insec-

tos no sobreviven.

7.– Comprar una pizarra de director de ci-

ne, y dar “pizarrazos” por doquier y a to-

das horas (funciona como guillotina).

8.– Caminar como Chaplin (si la imitación

es buena, los insectos “se matan de la ri-

sa”).

9.– Hacer el amor a “la antigüita”; es de-

cir, con camisón. Así los zancudos se mue-

ren de inanición.

10.– Cantar a las chicharras aquella de: la

cucaracha, la cucaracha ya no puede cami-

nar, y cuando estén más entretenidas sorra-

jarles un mandarriazo.

11.– Cada fin de semana invitar a una es-

colta escolar para que ensaye sobre el patio

de la casa.

12.– Sentarse debajo de una pochota y con-

tar cuentos de fantasmas a todas las polillas

niñas.

13.– Poner discos de Paquita la del barrio,

a todo volumen (más de cien pulgas mueren

de mal gusto).

14.– Decir que uno es sobrino en primer

grado del Tiranosaurio Rex.

15.– Levantar el vuelo a la hora en que cae

la tarde.

16.– Besar de lengüita, pero de lengüita de

oruga.

17.– Modificar el mandamiento y decir: No

desearás el escarabajo de tu prójimo.

18.– Levantar un muro semejante al que

hubo en Berlín, para que las arrieras ten-

gan donde entretenerse.

19.– Imaginar que el mundo de los insectos

no es más que un mundo inventado por

Walt Disney, y

20.– Hacer maratones de Juegos de Pelota

Prehispánicos, donde los insectos perdedo-

res tengan que ser sacrificados.

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PATIO

Fotos de

La

quincena

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Patio: fotografías de la quincena - foto 1

God bless a los paisanos que cruzan del otro lado y cuando

regresan “enriquecen” nuestro idioma.

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Patio: fotografías de la quincena - foto 2

Esta es una tumba que invadió el carril central (¿sería

taxista el difuntito?).

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Patio: fotografías de la quincena - foto 3

¡Chin! Con este mensaje subliminal ya no sabe uno si es

albur y debemos CUIDAR quién sabe qué.

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Patio: fotografías de la quincena - foto 4

Este anuncio sí es mero comiteco.

Ese “usté” no lo encontramos en ningún otro lugar.

Gracias a Luis y a Olga, por la foto.

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Patio: fotografías de la quincena - foto 5

¡Cadenitas para festejar el

Bicentenario!

¡Llévelas, llévelas!

¡Mire, de a dos por uno!

¡Llévelas, llévelas!!

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Patio: fotografías de la quincena - foto 6

¿En qué quedamos? ¿Sí o no?

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Fanny

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Prendo

el Sol

cada vez que leo

DIEZ.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

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B

A

L

C

O

N

E

S

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BALCONES

Cuatro comitecos

dijeron...

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BALCONES Cuatro comitecos dijeron...

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Comitán es una ciudad bella, limpia, con mucha

cultura, y su gente es generosa. Si coordinamos

acciones, como comitecos que somos, conserva-

remos sus tradiciones. Además contamos con

gente muy valiosa que ha llegado a poner en alto

el nombre de Comitán, un ejemplo es el Doctor

Belisario Domínguez.

Laura Isela Vives Moreno

¿Vale la pena que Comitán aspire a ser una ciudad de DIEZ?

Dori del Carmen Cruz Hernández

¡Claro que vale la pena! De antemano

se agradece a todas aquellas personas

involucradas y las no involucradas,

que se atreven a realizar esta aventura

de preservar nuestra cultura comiteca ,

mediante la cual se puede realizar un

vínculo de participación ciudadana.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

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Cuatro comitecos dijeron... BALCONES

Jorge Melgar Durán

Mi amor por Comitán no hace que la vea con

ojos de mamá mona. No merece el 10.

Según los últimos informes climatológicos

nos indican de un temporal arbitrario. Viene una

tormenta que se llevó mucho y viene por lo de-

más y otra tormenta que se avecina para llevarse

nuestros bienes, aparte de los que se ha llevado y

con un tiempo de año y 8 meses de intensa tolva-

nera, para borrar vestigios y magnificar el gran

vocablo de actualidad: la impunidad.

Como que para merecer el “10” tendríamos

que borrar la palabra compromiso. Compromisos

políticos, compromisos sociales, compromisos

culturales, compromisos familiares, etc., y tonifi-

car nuestro espíritu en el servicio.

Mientras seamos los cangrejos que detenga-

mos el “gran escape” hacia la vida, no obtendre-

mos el “10”, menos que lleguemos a conformar-

nos con un 6.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

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Cuatro comitecos dijeron... BALCONES

En Comitán, a través de su historia, han sobresa-

lido mujeres y hombres notables. En la actuali-

dad encontramos que ese legado continúa.

Sigamos transmitiendo a estas nuevas gene-

raciones la grandeza de su gente, su sencillez, sus

valores. Procuremos seguir haciendo de Comitán

un pueblo de diez.

Teresita de Jesús Cancino Zebadúa

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BALCONES

LA

INFANCIA

DE

RAÚL

GARDUÑO*

Jorge Melgar Durán * Texto que el autor leyó en el Encuentro Nacional de Poetas,

en homenaje a Raúl Garduño. 22 de abril de 2010.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

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BALCONES

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

LA

INFANCIA

DE

RAÚL

GARDUÑO

Buenas noches:

Aunque esta plática estaba dirigida en forma más

extensa para hablar sobre Raúl Garduño: Vida y

obra de Raúl Garduño, pedí la anuencia del Patro-

nato de la Feria de San Marcos, para hablar sobre

su infancia, ya que la grandeza o la insignificancia

de los hombres, radica en los primeros pasos en su

hogar, con todas las circunstancias que le rodea-

ban.

Me van a permitir iniciar con un poema de

Raúl que dice:

“Ante este mar, madre,

corren mis ojos a tu frente.

Vuelan, y el aire los conduce.

entonces vuela mi corazón tras tu cabello,

entonces vuela mi corazón como la paja,

entonces mi corazón, ¡ah mi corazón

atropellado en la calle!”

Con una diferencia de pocos meses, nacemos

tres amigos, en el barrio de Jesusito, barrio muy

céntrico y familiar de Comitán, en 1945. Por orden

de aparición un servidor de ustedes en el mes de

febrero, Julio César Avendaño, en el mes de octu-

bre y Raúl en el mes de noviembre.

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BALCONES

La distancia que nos separaban nuestras casas era de escasos

50 metros, así que cuando cumplimos 5 años principiamos a en-

viarnos nuestras primeras señales. Casualmente, un año más tar-

de, surgió nuestra primera desgracia. Fuimos inscritos para cursar

el primer grado, en un colegio particular conocido como Colegio de

la Señorita Anita, donde en la población infantil, predominaban las

niñas. Entonces los tres amigos tuvimos que solidarizarnos fuerte-

mente, para combatir los embates femeninos y no propiamente em-

bates de carácter románticos, sino que éramos verdaderos bichos

raros, en un mundo educativo dirigido más para niñas, tomando en

consideración que los maestros, todos, eran de igual manera muje-

res, religiosas, altamente capacitadas para conservar una disciplina

rigurosa.

Probablemente, en aquella notoria paz de Comitán de 1956,

nuestras madres opinaron todo lo contrario y elevaron súplicas es-

peciales a la directora del colegio para que fuésemos recibidos y tu-

vieran más control sobre nosotros, por nuestras más elementales

travesuras que solíamos hacer con toda normalidad.

Comitán de los 50’s era un Comitán silencioso, donde todas las

familias nos emparentábamos de alguna manera y nos permitían

ser ampliamente imaginativos, curiosos, investigadores, pero sobre

todo creativos.

En ese primer año de educación, tuvimos que construir una

fortaleza para que nos dejaran en paz las bromas irregulares de las

niñas y entonces dentro de esa fortaleza forjamos nuestros propios

secretos que realizábamos cotidianamente, contrapuestos a las ac-

tividades, ya conocidas por nosotros, de las niñas más agridulces

que solían intervenir en nuestras vidas.

Uno de los secretos, al fin niños, era leer en una peluquería,

cuyo peluquero era amigo nuestro, la revista “Jueves de Excélsior”

y donde dimos con una sección que hablaba sobre la pasada II

Guerra Mundial con todas sus atrocidades y cómo se había genera-

do la guerra fría a partir del término de la lucha armada.

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BALCONES A los seis años ya éramos amplios conocedores de

Adolfo Hitler, incluso tuvimos un tiempo de saludarnos

como se acostumbraba en aquella Alemania de la guerra

y poco a poco fue decayendo nuestro entusiasmo cuando

conocimos el verdadero holocausto de los judíos, con to-

das las formas inclementes y crueles de asesinarlos. En-

tonces volvimos nuestros ojos al general Dwight Eisen-

hower con aquella famosa operación llamada “Operación

Overlord” el 6 de junio de 1944 y donde más de 156 mil

hombres desembarcaron en las playas de Normandía.

Desde esa edad Julio Avendaño, actualmente maestro

muy distinguido, nos puntualizaba la importancia de la

suerte o la desgracia de haber nacido en una época turbu-

lenta, incierta, en donde los ánimos de los países podero-

sos estaban materialmente susceptibles a cualquier irre-

gularidad internacional, sobre todo, por tener conoci-

miento que los Estados Unidos ya habían usado la energía

atómica y que era un indicativo de superioridad que en

ese momento, nadie podía controlar legalmente para su

uso.

Entonces los sábados, habiendo descubierto un para-

je solitario, cubierto en su totalidad por una flora inima-

ginable que nombramos “El Pantano de las ánimas” con

la finalidad que nadie se acercara a investigarlo, menos a

interrumpirnos, principiamos a conocer a Pablo Neruda:

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir por ejemplo: “la noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

Para el siguiente año no fue difícil convencer a nues-

tros padres del error de habernos inscrito en el colegio de

la señorita Anita y nos inscribieron en diferentes escuelas,

quizás pensando que los tres juntos, en cualquier momen-

to, podíamos acabar con el mundo y en verdad, no éra-

mos traviesos, simplemente cautelosos de las injerencias

inoportunas, probablemente algunos de ustedes, no so-

portan que entre sus hijos y sus amigos haya silencio. El

silencio es un indicio aterrador.

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BALCONES Pero las tardes eran suficientes para convivir los tres

y durante los siguientes años Raúl montaba verdaderas

obras de teatro, recordando a los personajes en boga de

ese momento. Roy Rogers, Gene Autry, Hopalong Cassi-

dy, Rex Allen y en el traspatio de mi casa, que era inmen-

samente grande y con mucha vegetación, desarrollába-

mos las grandes tramas que Raúl se encargaba de prepa-

rar. A Raúl y a Julio les tocaba encarnar a los personajes

malos y un servidor al personaje bueno. Todo esto se ha-

cía porque tanto Raúl como Julio querían demostrar con

inteligencia, que sí se podía acabar con el bien y no como

sucedía usualmente en las películas. Sin embargo, de mi

parte, había tomado en serio mi papel de vigilar por el

bien y también tenía que buscar las tácticas respectivas

para salir triunfante. Esta competencia se tornó en algún

momento insoportable; tan insoportable que en alguna

ocasión una amiga de mi madre llegó con una alerta in-

sólita de que Raúl y Julio, como a las siete de la noche, me

esperaban en la esquina, cuando salía a comprar el pan,

ambos armados de dos navajas para matarme definitiva-

mente y lograr el objetivo que se habían trazado: el triun-

fo del mal.

Los días, las semanas transcurrieron, después de una

rigurosa llamada de atención por parte del padre de

Raúl, el capitán Raúl Garduño, un hombre que no se an-

daba por las ramas y que en su expresión era muy claro,

demasiado claro y tuvimos que entrar en nuevos conve-

nios de alternar los triunfos y los fracasos y ya para ese

entonces ya teníamos a otros amigos vecinos, compartien-

do las luchas encarnizadas del viejo oeste.

No cabe duda que para Raúl, que principiaba a de-

mostrar cierta tendencia a las letras y ya con un triunfo

anotado exitosamente para el mal, cuando en una escena

los malos llegaron a la oficina del Sheriff, que era su ser-

vidor, tocaron la puerta y a la hora de entrar, casualmen-

te, así lo tomé, se tropezaron con una lata de cerveza que -

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BALCONES

fue a parar hasta la mitad de la habita-

ción. Y ellos habían llegado propiamen-

te para disculparse por todos los daños

que habían causado en la comarca, los

felicité y los invité a unirse al trabajo

solidario de todos los vecinos. Ellos

aceptaron y despidiéndose, cerré la

puerta y cuando me disponía a pensar

en la continuación de la obra, puesto

que ya había una importante reconci-

liación del bien y del mal, afuera, con

todos sus pulmones, simularon una ex-

plosión y cuando salí a ver que pasaba,

Raúl me dijo con una gran expresión:

-Eres espíritu. Ya estás muerto. El

bote de cerveza era una bomba.

Efectivamente el Sheriff había

muerto. La obra había terminado.

Los días siguientes fueron muy

difíciles. Las risas irónicas de los malos,

eran verdaderos alfileres para los bue-

nos, que no estaban solamente atados,

sino literalmente muertos y no se podía

hacer nada. Así que teníamos que reali-

zar un borrón y cuenta nueva y reen-

carnar en algo diferente. Entonces em-

pezamos a formar una pandilla que en-

traría en conflicto con otras.

La pandilla de Los Chitos; la de La

Esquina Blanca, la de La Pila, la de

Guadalupe y la del barrio de Campeche,

que era una de las más temidas, pues

generalmente eran hijos de zapateros

que andaban con cuchillas que hacían

del fleje de las cuerdas de los relojes an-

tiguos, en una gran diferencia, pues

nuestras armas eran resorteras, hules

que lanzaban pedazos del maguey, muy

dolorosos por cierto, palos hechos espa-

das y un rifle de municiones que poseía

un amigo muy intrépido. La verdad

que las incursiones de parte de nosotros

no eran muy frecuentes, porque mi-

diendo nuestro potencial, no podía

compararse con las demás pandillas, así

que vivíamos de sueños de enfrenta-

mientos que nunca se realizaron. En ese

lapso de ensoñación Raúl se puso a es-

cribir e invitándonos, todos los domin-

gos presentábamos obras de teatro con

diferente temas, encarnando a otros

personajes como los Soler, Cantinflas,

Oscar Pulido, Arturo de Córdova y nos

atrevimos a invitar al público en gene-

ral, anunciándoles que la entrada cos-

taba 5 pesos, que en aquellos tiempos

era un dineral, pero la verdad es que

nunca supimos qué fue lo realmente

pasó, pero los corredores de la casa de

Raúl se llenaban y lo más simpático es

que nosotros los actores, por instruccio-

nes precisas del capitán Garduño, te-

níamos que trabajar en calcetines, para

conservar la impecable brillantez del

patio de la familia.

Raúl, así como nosotros, éramos

integrantes de familias muy conserva-

doras. La madre de Raúl había sido

una de las reinas más bellas de Co-

mitán, perteneciente a la familia - - - - -

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BALCONES Culebro, de gran abolengo que encabezaba don Eduardo Culebro,

su padre, que era un personaje distinguido dentro de la sociedad

comiteca; por parte de Julio Avendaño, hijo de un gran maestro de

Español y Literatura, instructor de muchas generaciones y Subdi-

rector de la escuela más prestigiosa de Comitán: La Escuela Secun-

daria y Preparatoria de Comitán, por mi parte hijo de una mujer

que fue nombrada por mucho tiempo Habilitada de todas las zonas

educativas de la región y que su trabajo consistía en pagarles quin-

cenalmente los sueldos en efectivo, a cada maestro. Esto implicaba

cierta estatura que tenían que cuidar con esmero y dedicación, no

se podían desviar de sus responsabilidades contraídas porque en

ese entonces la sentencia era de que en “Pueblo chico, infierno

grande”.

Raúl, efectivamente, nació en el Distrito Federal, fue exacta-

mente el mismo caso de Rosario Castellanos, que al presentar ano-

malías, la madre, en el parto, tenían la posibilidad económica de

hacer un largo viaje hasta la ciudad de México, sobre todo cuando

se trataba del hijo primogénito, pero tanto Rosario, como Raúl,

siempre consideraron su nacimiento en México, como un mero -

accidente geográfico y así lo expresaban, porque ellos realmente,

fueron verdaderos comitecos.

Raúl, durante mucho tiempo, estuvo rodeado de una familia

pletórica de ternura, pero a la vez diversa. Por un lado su padre,

que era un militar nacido de la tropa. Capitán por méritos propios

y conocedor y simpatizante de la fuerte disciplina. Los tiempos se

manejaban con el reloj en mano y no podían pasar ni siquiera se-

gundos de una actividad proyectada. Aquí era al pan, pan y al vino,

vino, no podía haber distracciones o disculpas. El contrapeso era su

madre, que no solamente era bella físicamente, sino espiritualmen-

te, llena de ternura, de amor, de sinceridad y sus hijos, eran verda-

deras representaciones de Dios. Por otro lado contaba también con

la rigidez de la abuela Otila, pero con la comprensión absoluta y

dulce de la abuela Carmelina, entonces Raúl estaba en medio de

dos polos que imperceptiblemente luchaban por su formación, pero

que en realidad empezaba a generarse una vida muy autónoma, in-

dependiente, dispuesta a vivir la vida con toda intensidad. Frecuen-

temente lo veíamos divagar y en su rostro no podía esconder el

asombro de las cosas que veía y valoraba a gran escala al grado de

que cosas insignificantes, resultaban para él aspectos asombrosos y

eran pie para su inspiración.

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BALCONES Recuerdo que los tres compartíamos una novia, era una mu-

jer bellísima, mucho mayor que nosotros, que transpiraba fuego y

pasión ilimitada y un día se detuvo Raúl a observar su pelo que lo

adjetivaba y lo envolvía en significados sorprendentes; mucho des-

pués me leía un poema muy hermoso:

“En tu cabello nació la flor de los encuentros,

tu cabello es la casa de la brisa,

tu cabello es el peso de la luna,

tu cabello se arrodilla para amarte,

tu cabello entra al canto de los ríos,

tu cabello hermoso golpea nuestra sangre

como si con un beso golpeasen nuestra alma.

Tu cabello dará luz, alta luz

A un continente de ciegos.”

En esos instantes significativos, nosotros percibimos en Raúl

una metamorfosis. Llegó a ser para nosotros un espíritu solitario,

sufría permanentes recogimientos y se aislaba de la vida y de la

realidad. Desde los ocho años escribía incansablemente y quizás

ya visionaba la decisión de sus padres de trasladarse a esta ciudad

capital, que significaba nuestra inminente separación; esa separa-

ción que nos iba a doler en el alma porque formábamos un trío

que se había fusionado en una sola luz, en un solo sentimiento.

Para ese entonces ya estábamos llegando al sexto grado, cuando

de pronto Raúl se nos esfumó en el aire. Encontramos su casa vac-

ía. La calle lloraba y nosotros nos convertimos en tristes espíritus

preguntando de puerta en puerta sobre el destino de nuestro ami-

go. No se habían despedido por ser un trago amargo que no quer-

ían pasar, entonces un día anochecieron y no volvieron a reencon-

trarse con el amanecer comiteco. Tuvieron que pasar algunos años

cuando supimos del retorno de Raúl y su apurada búsqueda de

sus amigos para leernos aquellos famosos sonetos “Estancias junto

a Fidalma” en una edición muy sencilla, donde pudimos compro-

bar la magia de sus letras y el inicio de su vuelo a los confines que

él solo supo como llegar y como empaparse en esa fuente cristalina

de profundas reflexiones, de inusitadas metáforas.

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BALCONES

Raúl decía:

“En el centro de las plazas desiertas se inaugura el silencio.

La ciudad sin nadie ha marchado a sus escombros

y ebria, ha caído en la alcoba de lo desconocido.

El miedo se descuelga de los edificios como un bandolero alucinado

y ojos borrosos y números se hunden al fondo de su cólera.

La ciudad…

Agosto camina con pies de fiebre en mi corazón.

Agosto pisa rosas encendidas en los huertos lejanos,

no sé si agosto… frases luminosas sobre mi cabeza,

torres de una sustancia amorosa entre mis dedos…

no me muevo. Ni mi soledad. Ni el cadalso de mi ruina.

Solitario. ¿Quién soy? A nadie hablo ahora.

No me importan ustedes ni mi memoria es suya.

Es la noche entera como la sombra de su propia persona,

son los silencios uniéndose a mis pasos en la gran ciudad deshabitada.

A nadie hablo. ¿A quién hablaría

desde el desorden de los cuerpos mutilados en las puertas de la muer-

te?

Pero de pronto y lejano,

tomo con fuerza esa canción que a espaldas de lo oscuro

va descendiendo hacia mi frente,

dejo que el sol tienda sus manos al otro lado del mundo

mientras el bosque antiguo despierta en medio de la sangre

y va dejando sus manchas verdes en lo que fui.

¿En dónde anduve? ¿Qué rostro mío, a media noche,

abrió los ojos en los parajes del espíritu?

¡Eternidad junto a mi piel

y otra vez la bandera de la profecía en los temporales del año!”

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BALCONES

Raúl se fue esparciendo en la inmensidad del mundo en poemas

que se agigantaban a su paso.

Decía un poeta comiteco: Paso noches de desvelos para escri-

bir un poema. Sufro cada palabra. Me duele el alma y desfallezco

cada vez que intento entretejer mi inspiración y Raúl, se sienta en

un café y en una servilleta que se vuelven diez, escribe un poema

casi ilegible y al otro día está ganando un premio nacional.

A veces pensamos que la poesía era su piel, su fervorosa en-

traña, su corazón incendiado y su inevitable muerte. Vivió por-

que el destino, confundido, lo trajo del parnaso.

Cuando Raúl murió y tuvimos que traerle tierra comiteca,

platicamos dos días antes y me dijo que nunca había estado tan

bien como en esa ocasión en el sanatorio. Que no debí haberme

trasladado para verlo y que pronto llegaría a Comitán para to-

marnos un buen trago, no sin antes leerme un apunte poético sig-

nificativo:

“Como jardines instantáneos

abro los labios averiados.

El deseo demuele ya su parte.

Todo lo ganado

va en la llamada facultada

para cantar su propio incendio.”

Efectivamente, Raúl insistió en casi todos sus textos, su cer-

canía con la muerte. Algo así como una obsesión que en nuestra

juventud me causaba un temor desmedido y personalmente lo

criticaba, argumentándole, equivocadamente, desde luego, que la

poesía era un espacio para hablar sobre la vida, sobre las expe-

riencias y si quería, sobre las penas y dolores; pero la muerte era

la última instancia, irrenunciable, eso sí, que en su llegada en su

momento, era implacable, imperdonable, donde no había opcio-

nes de espera, que entonces no había motivos para dedicarle es-

pacios y remembranzas.

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BALCONES Raúl clavó su mirada al horizonte y la volvió hacia mi, pene-

trante, casi abismal, como acostumbraba cuando tenía que

explicar algo donde tenía las razones cimentadas y profun-

das y me dijo algo así:

¿Sabes Jorge lo que es la muerte? La muerte es el gran

paso que todos deberíamos ansiar y no temer originado por

una educación equivocada. La muerte no es luto, es alegría

de llegar, por fin, al conocimiento último de las cosas. No es

posible que Jesús haya estado equivocado, cuando con su-

misión se entregó a ella. Sabía que era el pasó trascendental

de su vida, pasar a la otra vida para convivir con el asom-

bro, el delirio y la contemplación de lo magnífico del univer-

so. La muerte es abandonar esta envoltura que cada instante

se deteriora y que te ayuda a liberar tu esencia, esa esencia

que nunca logras conocer, menos reconciliar con la desigual-

dad a que nos sometemos voluntariamente.

La muerte, Jorge, no es el horror de su llegada, sino es

la bienvenida a su inmensa transparencia.

“Pero no.

Estamos lejos y solos.

Nos separa el llanto de la avispa,

el dolor infinito de la sombra,

nuestra casa antigua, abierta

como el primer geranio de luz

luminoso en la tierra.

Pero no.

San Sebastián se ilumina,

nuestra casa se hundió en un túnel,

el parque de los niños es el mismo

y la estatua de mi muerte

ha sido levantada por la niebla.

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BALCONES

Pero no.

viene un águila a empujar el viento,

viene una flor,

la más pequeña,

la última,

desde Comitán hasta mi sueño,

viene la máscara y vienen los cohetes

y la ermita llena de bugambilias.

Si tienes alas, Palabra,

no salgas a la calle

donde el viento es una rama tísica.

Sal a mi corazón

y construye un hondo cementerio

y entierra para siempre la soledad.”

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El cuento que nunca fue escrito

Alejandro Molinari

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EL CUENTO QUE NUNCA FUE ESCRITO

“¿Me escribís un cuento?”, me dijo Angélica. Ella jugaba con Armando

y Lucía. Jugaban a hacer el muñeco de plastilina más asqueroso. Yo es-

taba recostado en la hamaca que cuelga en el corredor principal de la

casa de campo de los papás de An. Tenía el pie derecho sobre el suelo y

con él me mecía.

-¿Sí me lo escribís? –insistió desde la mesa donde amasaba el mu-

ñeco, mientras Armando y Lucía se tiraban bolas de plastilina. Se

asomó la mamá de An en la ventana de la cocina. Los niños la vieron y

se calmaron. María tiene un gran control sobre ellos, basta que les eche

una mirada para que ellos anden bien derechitos.

-¿Y? – me preguntó, poniendo sus brazos como asas de jarro. An

ya estaba parada frente a mí y me sentí pequeño. No sé por qué siempre

ante la mirada de los niños siento empequeñecer. Dejé de mecerme, subí

la pierna derecha y le dije que estaba bien, que le escribiría el cuento.

-¿Me lo tenés mañana?

-Sí, An, mañana te lo tengo.

-¿A primera hora?

Me encanta y, a la vez, me enerva la forma en que los niños se ex-

presan. Les basta formular dos o tres preguntas para inquietar a los

adultos. ¿Escribir un cuento de la noche a la mañana? ¡Habrase visto!

Estuve a punto de decirle que escribir un cuento no es tan simple como

modelar un muñeco de plastilina, pero no lo hice. ¡Qué bueno! Porque

los niños creen que escribir un cuento ¡es algo simple! Los he visto escri-

bir cuentos con la misma facilidad con que modelan muñecos asquero-

sos. Los niños convierten en sencillo todo lo complicado.

Armando y Lucía siguieron modelando la plastilina, pero ya en si-

lencio, con cara de santo mártir. An, con el dedo meñique, se sacó un

moco y lo repasó sobre el muñeco que construía.

-No se lo digás a nadie, pero este muñeco es Salomón- me dijo en

voz baja y reafirmó su condición de secreto sellando con un dedo sus la-

bios que sonreían. – No lo olvidés, tío Alejandro, mañana a primera

hora.

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Los tres niños abandonaron la mesa y entraron a la casa, supuse que para

cenar, bañarse y acostarse. Nadie había calificado las obras, pero si hubiese

existido un jurado habría determinado que el muñeco de An era el ganador,

porque, además del moco, le había embarrado chicle y un poco de yogurth de

fresa sobrante del desayuno (“¿Parece vómito, verdad?”, había dicho).

Salomón es el papá de An y ahora se acercaba para ofrecerme una taza de

té de menta. Yo estaba de paso en casa. Al otro día, Salomón y María me lle-

varían al aeropuerto de Chiapa de Corzo para viajar a la ciudad de México.

La casa de campo está en la parte alta de la carretera vieja de San Cristóbal a

Tuxtla. La casa está llena de pinos y de pájaros que acá llaman “azulejos”. Me

levanté de la hamaca y me senté al lado de la mesa, para tomar el té.

-María dice que con el té se te quitará la molestia de la garganta- dijo Sa-

lomón. Metió su mano adentro de la chamarra y sacó una pequeña botella

metálica -. Pero, por supuesto, si ayudamos a la menta con un poco de ron

¡mañana estarás como nuevo!-. Y sirvió un poco sobre el té.

No me dolía la garganta, pero acepté la infusión. Tomé un sorbo; una ca-

ricia, como ducha de agua caliente, me cubrió todo el cuerpo. María se asomó

en la puerta de entrada de la casa, ya tenía puesto un chal sobre sus hombros.

-¿Te traigo una chamarra? -me preguntó Salomón y caminó, por la vere-

da, hacia la casa-. La temperatura bajará más-. Salomón entró a la casa. Me

dieron ganas de orinar y, yo también, fui a la casa. Llevé la taza de té entre mis

manos. El frío y el viento comenzaron a arreciar, los pinos -como si estuviesen

sobre una hamaca- se mecían de uno a otro lado, con violencia.

Dejé la taza sobre un atril y entré al baño del piso de abajo. Pensé que los

niños ya los habían enviado a dormir, porque todo estaba en silencio. Comencé

a orinar. Oí a María:

-¿Cómo estuvo hoy? ¿Siguió con las alucinaciones de los niños?

-No, estuvo tranquilo -dijo Salomón-. Se la pasó haciendo muñecos de

plastilina.

-¿Le diste el somnífero?

-Sí, se lo tomó como niño en la mamila.

Terminé de orinar. Le bajé el agua a la taza. Abrí la puerta, ambos me

quedaron viendo como si yo fuese un fantasma. Era obvio que no esperaban

verme ahí. Salomón se hizo para atrás y se sostuvo en la mesa del comedor.

María fue al fregadero, tomó un vaso limpio y volvió a lavarlo.

-¿Y los niños? -pregunté-. ¿Ya se fueron a dormir?

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María y Salomón guardaron silencio, pero miré hacia

arriba y vi a An asomándose a través de los barrotes del ba-

randal del segundo piso. Tenía puesto el pijama de venaditos.

-Ya me voy a dormir- dijo An-, soñá con los angelitos –

gritó.

-Gracias.

-No te vayás a hacer tacuatz, acordate que mañana me

tenés que dar mi cuento.

Me aventó besitos con su mano derecha, entró a su cuar-

to y dio un portazo. Sus papás parecieron ignorarla y ella

hizo lo mismo. Esta niña tiene algo en contra de sus papás,

sobre todo, en contra de Salomón.

-¿Por qué Armando tiene que tomar somnífero?- pre-

gunté. Levanté la taza y me senté en el sofá. El té ya estaba

frío.

-¿Te lo recaliento?- dijo María, pero no dejó que yo res-

pondiera, me arrebató la taza y la llevó al fregadero.

Oí pasos en la parte de arriba. Era Armando, tenía pues-

to el pijama de leones. Se recargó en el barandal. María se

quitó el mandil y subió. A la hora que el niño vio a María,

echó a correr y se metió en su recámara.

Las casas con niños son muy alegres, pero se convierten

en algo peor que desiertos tristes cuando los niños duermen o

no están en casa. Por esto no me casé, me hubiera dolido mu-

cho quedarme solo cuando mis niños crecieran y se fueran a

estudiar a otro lado.

-¿Por qué le dan somnífero a Armando? -le pregunté de

nuevo a Salomón-. Parece que no le hizo efecto porque sigue

despierto.

Salomón se sentó a mi lado, sacó la botella de su saco y

me ofreció un trago.

-No- dije-. El ron me provoca dolor de cabeza y mañana

quiero estar al ciento por ciento para el viaje.

-¿Vas a viajar?

-Claro, tú y María quedaron de llevarme al aeropuerto,

¿o no?

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María apareció en la escalera, bajó. Todo estaba en silencio

de nuevo. Confirmé la capacidad de ella para controlar a los ni-

ños. María es mi prima hermana. Ella no lo admite, pero sé que

me rehúye, tal vez algún resentimiento infantil la sigue acosando.

Ella y yo vivimos en casa de la abuela Azucena. Nunca ha querido

hablar de los juegos que jugábamos en el cuarto prohibido. Me

rehúye. Salomón, quien resulta mi primo político, es más tolerante

conmigo. Cuando vengo a su casa nunca tuerce la boca, como sí lo

hace María.

-¿Ahora sí ya durmieron?- pregunté. María se sentó a mi iz-

quierda. Extendió sus piernas y colocó sus manos debajo de su

cuello.

-Ah, fue un día agotador- dijo, cerró los ojos.

-Le decía a Salomón que habíamos quedado en que mañana

me llevarán al aeropuerto. ¿Podrán hacerlo?

María puso su mano sobre mi pierna y me dijo:

-Mira, Alejandro. Hemos tenido días muy pesados. Tal vez

fuera más conveniente que te llevara un taxi.

-Sí, está bien, no hay problema.

María me dio unas palmadas cariñosas, se levantó, descolgó

el teléfono y marcó. Volteé a ver a Salomón, él se paró y dijo que

iría por mis cosas.

-Pero, ¿qué les pasa? ¿Esto es una broma? Ahora son las

ocho de la noche y el vuelo está programado para las siete de la

mañana.

-María dice que así es mejor, Alejandro- dijo Salomón, ca-

minó hasta la puerta de entrada y comprobó que estaba entre-

abierta (yo la había dejado así a la hora que entré a la casa para ir

al baño). Luego Salomón subió por mi maleta.

Pensé que no podía irme. A Angélica le había prometido un

cuento. Le escribiría el cuento que desde hace tiempo rondaba, co-

mo abejorro, por mi cabeza: el del hombre triste y solitario que

platicaba y jugaba con fantasmas.

Salomón bajó y, con cierto desenfado, dejó la maleta a mi la-

do. No dije nada. Abrí la maleta y saqué la libreta. ¡Escribiría el

cuento de An! No podía fallarle.

María se acercó, me dio un papel y dijo:

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-En cinco minutos llega el taxi, es el número 324-. Abrazó a su espo-

so y, con tono de cierta culpa, dijo-. Lo sentimos, Alejandro, pero es lo

mejor.

Iba a decirle que no se preocupara, que no me iría esa noche porque

tenía un compromiso a cumplir, pero no lo hice porque los tres niños ba-

jaron y quedaron parados frente a mí. An se acercó y me abrazó.

-¿Te vas a ir, tío?

-No. ¡No!, hasta que escriba tu cuento.

Ella me abrazó con fuerza. Cuando se separó vi que sonreía. Se co-

locó al lado de Lucía y Armando. Los tres niños, igual que María y Sa-

lomón, colocaron sus brazos detrás de la espalda, quedaron serios, como

esperando mi reacción, que no fue otra más que sacar el bolígrafo para

comenzar a escribir. Me extrañó que, contra su costumbre, María no

echara una mirada fulminante a los niños para obligarlos a regresar a la

cama.

Un claxon sonó. El taxi, pensé. Nadie se movió. Yo quería ignorar a

María, Salomón, a los niños y al taxista que ahora volvía a sonar el

claxon, para concentrarme en la labor de escritura, pero era imposible.

La presencia de ellos era asfixiante, como una losa de piedra. El claxon

volvió a sonar. Escuché dos portazos y luego voces.

-¡Chale, parece que nos tomaron el pelo! Esta casa está deshabitada.

-La puerta está abierta.

Dos muchachos entraron, uno de ellos vestía bufanda y una boina;

el otro, chamarra de cuero y llevaba las llaves del carro en sus manos, las

movía con aprehensión. Apenas dieron dos o tres pasos adentro de la ca-

sa.

-¿Serías tan amable de decirles que no iré con ellos?- le dije a Ma-

ría.

Ella no dijo nada. Los niños vieron a Salomón, pero éste tampoco

hizo nada. Los hombres del taxi dieron dos pasos más adentro. Pensé que

eran unos groseros porque no nos saludaron.

-Mejor nos vamos- dijo el de boina.

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-Sí, mejor se van, porque yo viajaré hasta

mañana- dije. Me paré y me coloqué al lado de

María. Lo hice como un acto reflejo para sentir-

me protegido.

-¡Vámonos!- apuró el mismo muchacho,

pero el de las llaves lo detuvo:

-Espérate, no seas collón. Veamos por ahí,

¿no ves que no hay nadie?

-Sí, pero…

-¡Órale! Busca en ese mueble, busca relo-

jes, dinero, celulares, lo que sea…

María y Salomón no tuvieron ninguna -

reacción ante el movimiento del muchacho que

comenzó a abrir las gavetas del mueble empo-

trado en la pared.

-Oigan, ¿qué intentan?- grité y me coloqué

frente al de la boina.

El muchacho se detuvo, vio a su compañe-

ro, quien, de igual manera, dejó de abrir las ga-

vetas, y vio hacia todos lados.

-¿Sentiste?- dijo el de boina-. ¿Sentiste esa

ráfaga de viento helado?

-¡Largo de aquí!-, grité y tomé del brazo al

de la chamarra de cuero.

-¡Ay, ojeras de ojete! Vámonos, acá espan-

tan.

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Y los dos muchachos salieron corriendo. Jalé a Salomón, pero él

me rechazó. No me quedó más que ir solo hasta la puerta. Puse mis

manos empuñadas sobre mi cintura. Si los muchachos intentaban re-

gresar ahí me encontrarían. Pero ellos deseaban todo menos regresar

a la casa, subieron al taxi, dieron portazos y, mientras el de la boina

exigía a su compañero echara a andar el motor el otro no lograba

meter la llave. Por fin lo logró y echó a andar el motor y aceleró. ¡En

ese instante vi a los niños! Estaban sentados en el asiento posterior

del taxi. An tenía la carita y sus manos repegadas al cristal. Me veía

con cara de reproche. Cuando el carro avanzó, ella se hincó en el

asiento trasero, de tal suerte que cuando el carro se retiró yo la vi en

el cristal trasero. Seguía viéndome con su cara de reclamo. Quise co-

rrer tras el auto, pero un brazo, con la fuerza de una pinza, me detu-

vo. ¡Era María!

-Te lo advertimos. Tú debiste haberte ido- dijo.

No pude hacer más, fue como si estuviese clavado al piso de ma-

dera. María me puso un chal sobre la espalda y me llevó al interior

de la casa. Salomón cerró la puerta y echó seguro. Vi la libreta y la

pluma sobre el sofá. Ya no tenía caso escribir el cuento.

-¿Viajarás mañana?- me preguntó Salomón.

No dije nada. Subimos y cada uno entró a su recámara.

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Sitio

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SITIO

Rosario obtuvo varios premios por su obra lite-

raria. El Chiapas que ya se dijo; además obtu-

vo los siguientes: el Xavier Villaurrutia; el Sor

Juana Inés de la Cruz; el Carlos Trouyet, de Le-

tras; y el Elías Sourasky, de Letras.

Como vemos, su obra literaria tuvo gran

trascendencia y reconocimiento.

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TAPANCO Busto de Esteban Alfonso García

En el patio central de la Biblioteca Pública Regional

se encuentra un busto del destacado músico comiteco.

Las fechas de su nacimiento y deceso son: 1888 - 1950.

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ACTUALIDADES

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ACTUALIDADES Cobachenses

El martes 27 de abril se llevó a cabo el Encuentro

Inter-Colegial Cultural Regional, en el

COBACH, Plantel 50, de La Independencia.

Alumnos seleccionados de los planteles de la región

concursaron en canto, pintura, oratoria, ajedrez, decla-

mación y otras disciplinas artísticas.

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ACTUALIDADES Aniversario

Para conmemorar un aniversario más del natalicio del

Doctor Belisario Domínguez, hubo una serie de actos en

la Casa Museo.

Dentro de las actividades se presentó una exposición de

pintura de Aurora Argüello, en los corredores de dicha

Casa Museo.

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ACTUALIDADES Crónicas de Adobe

Programa Radiofónico Número 11.

Temas tratados:

- Gaceta Dental de Comitán

Participación de grupo teatral comiteco en el

Sexto Encuentro Teatral Juan Álvarez, realizado en

Acapulco, Guerrero.

En la fotografía: Jorge Antonio Ruiz Mandujano,

Rosa Hortensia Aguilar Trujillo y

Enrique Guzmán Monzón.

XEMIT - 540 a.m.

Radio IMER

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MOJOL El güet, ave maravillosa

Andrés es un güet bebé. En el

libro “Arcaísmos, regionalis-

mos y modismos”, de Oscar

Bonifaz encontramos que el

güet es el alcaraván.

El güet es un animal que

existía en muchas casas comite-

cas. Ahora lo común es que el

güet ya no esté en los sitios de

las casas. Es un ave que

“avisa” la llegada de extraños.

Andrés es un bebé. Sus pa-

dres lo protegen. A sus padres

les cortan las alas cada tres o

cuatro meses para que no vue-

len y se “pasen” a los sitios ve-

cinos. Por lo regular los vecinos

juran que ahí no están.

En las comunidades rura-

les cercanas a Comitán aún

pueden encontrarse estas aves

simpáticas.

El güet está muy ligado a

la cultura de nuestro pueblo.

No es casualidad que una de las

danzas tradicionales más eje-

cutadas en el estado de Chia-

pas sea la de “El Alcaraván”.

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Fanny

Seguimos construyendo. Nos vemos en el número 21.

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