Revista Estudios Latinoamericanos

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Publicación de la Facultad de Humanidades, Universidad de Valparaíso

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  • PRESENTACIN

    Este nuevo nmero de Estudios Latinoamericanos, correspondiente al Segundo Semestre del 2010, comprende cuatro artculos, dos reseas, tres notas necrolgicas y una informacin.

    El primero de los artculos pertenece al profesor Luis Corvaln Mrquez de la Universidad de Valparaso. Lleva por ttulo Algunos antecedentes sobre el pensamiento en Hispano-amrica durante el siglo XVI. En l nos muestra que en Hispanoamrica hubo dos tipos de pensamiento: uno que fue mera imitacin europea, centrado en la filosofa escolstica deri-vada de Aristteles y Toms de Aquino; el otro que fue reflexin crtica de la realidad deri-vada de la conquista y de la naturaleza de los indgenas y sus derechos.

    El segundo de ellos, titulado Entre Ercilla y Garcilaso. Proyecciones del indgena como fundamento del americanismo poltico en Chile y Argentina entre 1810 y 1860, escrito por Hernn Pas, profesor de la Universidad Nacional de La Plata, se refiere a la valorizacin que se hizo del indgena en Chile desde 1810 hasta el triunfo de Ayacucho y a la desvalorizacin que se hizo posteriormente tanto en Argentina como en Chile.

    El tercero, elaborado por la profesora Silvia Quintamar de la Universidad Nacional del Cen-tro de la Provincia de Buenos Aires, y que lleva por ttulo Tendencias recientes en la inte-gracin y cooperacin energtica americana. Perspectivas comparadas, postula el rol juga-do por la nacionalizacin de los hidrocarburos en Bolivia en 2006, en orden a distanciar a Brasil de Venezuela respecto de los proyectos de integracin energtica en Amrica del Sur., Se refiere tambin a los problemas derivados en la relacin de los gobiernos de Evo Morales y de Luiz Incio Lula da Silva, y el afn del gobierno brasileo de implementar un proyecto de autosuficiencia energtica.

    El ltimo de los artculos pertenece a la profesora Kenia Mara Ramrez Media, de la Uni-versidad Autnoma de Baja California, Mxico, titulado Las potencias medias en la Teora de las Relaciones Internacionales. Dicho trabajo es una reflexin estrictamente terica, que nos invita a pensar en Nuestra Amrica y en qu situacin podran encontrarse algunos de los Estados que la conforman. Podran algunos de ellos ser considerados potencias medias?

    La primera de las reseas, elaborada por Vctor Tapia Godoy, estudiante tesista de la Carre-ra de Pedagoga en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaso, se refiere a uno de los ltimos libros publicados del prolfico periodista e historiador argentino Flix Luna, fallecido el 5 de noviembre de 2009. Se trata de la Breve historia de la Sociedad Argen-tina.

    La segunda de las reseas, escrita por el Profesor de Historia y Ciencias y Licenciado en Historia y en Educacin, graduado y titulado en la Universidad de Valparaso, aborda el

  • Presentacin

    libro del estudioso chileno de las Relaciones Internacionales Cristin Fandez, titulado El agua como factor estratgico en la relacin entre Chile y los pases vecinos.

    Las Notas Necrolgicas estn dedicadas a honrar la memoria del Embajador peruano don Juan Miguel Bkula, integrante del Consejo Asesor de Estudios Latinoamericanos, del Pro-fesor Jaime Contreras Pez del Instituto de Filosofa de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaso y del Dr. Pedro Navarro Floria, Vicepresidente de la Asociacin Argentino-Chilena de Estudios Histricos e Integracin Cultural, todos fallecidos en 2010.

    En Informaciones se da a conocer la Convocatoria a las IV Jornadas de Historia de las Rela-ciones Internacionales que est organizando el Centro de Estudios Latinoamericanos para la segunda quincena de septiembre de 2011.

    La Direccin de Estudios Latinoamericanos espera sus comentarios y colaboraciones.

    LEONARDO JEFFS CASTRO

    DIRECTOR

  • ALGUNOS ANTECEDENTES SOBRE EL PENSAMIENTO EN HISPANOAMRICA DURANTE EL SIGLO XVI Estudios Latinoamericanos, Ao 2, N4, segundo semestre 2010 pp. 1-15

    ISSN 0718-8609 versin en lnea - ISSN 0718-3372 versin impresa

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    ALGUNOS ANTECEDENTES SOBRE EL PENSAMIENTO EN HISPANOAMRICA DURANTE EL SIGLO XVI1

    SOME ANTECEDENTS ABOUT THE HISPANOAMERICAN THOUGHT DURING THE 16TH CENTURY

    LUIS CORVALN MRQUEZ2

    RESUMEN

    El artculo trata sobre las modalidades de pensamiento que se dieran en Hispanoamrica durante el siglo XVI. Visualiza lo que al respecto le parece son sus dos modalidades principales, ambas funcionales, de manera distinta, al poder de la metrpoli. Una sera la modalidad filosfica, caracterizada por su ignorancia del pen-samiento moderno y su encasillamiento en los moldes escolsticos. La otra, se vinculara a los desafos que este continente planteaba a la reflexin, tales como las de la humanidad del indio, la legitimidad de la conquista, etc. El artculo argumenta que esta segunda modalidad registra cierta viveza y creatividad, a diferencia de la lnea filosfica, la cual fue la que inaugur una de las limitaciones que en el futuro evidenciar el pensamiento en nuestro continente. A saber, la repeticin a crtica de los paradigmas tericos europeos.

    Palabras claves: modalidades de pensamiento, creatividad, repeticin acrtica

    ABSTRACT

    The article treads about the modalities that adopted the thought in Hispanoamrica along the XVI century. About the subject, the article distinguishes two mains modalities, each functional, in its own way, to the power of the metropolis. One of them was the philosophical modality, characterized by its ignorance of the modern thought and for it adscription to the scholastic patterns. The other was linkedto the challenges that the reali-ties of this continent posed to the reflection, such as the mankind of the indians, the legitimacy of the con-quest, and so on. The article argues that this second modality has certain creativity, not so the filosofical, which inaugurate one of the mains limitations that in the future will present the thought in our continent: the a-critic repetition of the European theoretic paradigms.

    Keywords: modalities of thought, creativity, uncritical repetition

    Enviado: octubre de 2010

    Aceptado: diciembre de 2010

    1 Este artculo es parte del proyecto DIPUV 28/08, Universidad de Valparaso. 2 Instituto de Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaso, Valparaso, Chile.

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    INTRODUCCIN

    Para reflexionar sobre el tema de los orgenes de un pensamiento en la Amrica espaola es conveniente hacer un rodeo y remitirnos a la conquista y la colonizacin de Amrica, inten-tando visualizar qu tipo de reflexin se dio en el continente durante ese lapso.

    En una primera aproximacin se podra sostener que ni durante la conquista ni durante la colonia, quizs exceptuando fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, hubo en Am-rica un pensamiento independiente. Lo que existi fue ms bien un pensamiento peninsular trasplantado, siempre en funcin de los intereses de la Corona espaola. La finalidad de ese pensamiento fue formar buenos sbditos, lo que equivala a decir, personas educadas de acuerdo con las ideas y los valores sancionados por el Estado y la Iglesia. A esos fines se trajeron y se propagaron determinadas doctrinas. Estas, por tanto, eran funcionales a los propsitos de dominacin poltica y espiritual de la Corona de Castilla. Se trataba, en resu-men, de una visin que responda a la lgica del poder, y, ms an, de un poder que tena su sede en otro continente.

    No obstante, an dentro de esa misma lgica, durante los tres siglos coloniales el pensa-miento en Amrica experiment ciertas variaciones, no menores, que es necesario te-ner en cuenta. En el presente captulo procederemos a describir algunos de los rasgos prin-cipales que ese pensamiento adoptara durante el siglo XVI.

    1. LA IGLESIA, LAS UNIVERSIDADES, LOS LETRADOS Y LA INQUISICIN

    Una de las caractersticas ms relevantes del pensamiento que los espaoles desarrollaron en Amrica durante el siglo XVI consisti en una voluntad de imposicin total. En tal sen-tido ese pensamiento no estuvo dispuesto a transar con la cosmovisin de los pueblos origi-narios. Lo que, por el contrario, pretenda era su erradicacin y su reemplazo por la con-cepcin de mundo cristiana, con todas las concomitancias polticas que de all se derivaban, en particular, las relativas al sometimiento de los naturales a la monarqua catlica y a sus representantes en estas latitudes. Aparte de la fuerza, tal empresa oper sobre todo median-te la evangelizacin, la que, a su vez, constitua el ncleo de los discursos legitimantes de la conquista.

    En funcin de lo dicho fue que tempranamente la Corona, con notable empeo, se pre-ocup de que se introdujeran en el nuevo continente las doctrinas funcionales a su domi-nio. En esa perspectiva se requera, antes que nada, la instalacin de la Iglesia, que era la institucin ideolgica ms importante de todas, siendo, por lo dems, parte del Estado. De su seno sala la abrumadora mayora de los intelectuales de la poca, sobre todo los ms influyentes: los telogos. En ella se cultivaba el pensamiento en sus expresiones ms altas, como la filosofa (escolstica), as como, al mismo tiempo, se difunda hacia el pueblo la

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    visin del mundo catlica, con sus respectivos discursos de obediencia. De tal modo se co-hesionaba al conjunto del orden social y poltico.

    A ello se agregaba una capa de funcionarios letrados que constitua una frondosa burocracia al servicio de la metrpoli. Al respecto ngel Rama sostiene que en el centro de toda ciudad americana, segn diversos grados que alcanzaban su plenitud en las capitales virreinales, hubo una ciudad letrada que compona el anillo protector del poder y el ejecutor de sus rdenes: una plyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores y mltiples servidores intelectuales, todos aquellos que manejaban la pluma y estaban estre-chamente asociados a las funciones del poder y componan un pas modelo de funcionaria-do y de burocracia.3 Rama hace ver que esta burocracia no slo serva a un poder, sino que tambin dispona de parte del mismo.

    Hay que agregar que la Corona y su aparato burocrtico, junto con respaldar a la Iglesia y apoyarse en ella, tomaron prontas medidas dirigidas a crear en Amrica otras instituciones de relevancia ideolgica y cultural. Tales fueron las universidades. La primera fue la de San-to Domingo, organizada en una fecha tan temprana como 1538. Luego, en 1553, se fundar-an la de Mxico y la de Lima. Le seguirn muchas otras. Hasta la agona de su dominacin en Amrica la Corona espaola estuvo aqu fundando universidades. Y tambin institutos educacionales de distinto tipo, como Seminarios, Convictorios y colegios de diversa ndole, casi siempre en manos del clero. Como es sabido, los jesuitas fueron quienes controlaron los principales de ellos.

    Volviendo a las universidades cabe decir que, al menos durante los inicios, su docencia qued en manos de profesores venidos de Espaa. Despus, no obstante, sera confiada a intelectuales autctonos.

    Junto a las universidades debe mencionar la temprana creacin de imprentas en el conti-nente. La primera de ellas fue instalada en Mxico, en 1538.Lima tuvo la suya en 1584. En una medida muy considerable las imprentas fueron utilizadas para imprimir los textos re-queridos por la evangelizacin. Se trataba principalmente de catecismos dirigidos a los ind-genas, muchas veces redactados en sus propias lenguas.

    Todo lo dicho atestigua la fuerte preocupacin que tena la Corona por la cultura intelectual en Amrica. Dos cosas habra que subrayar al respecto. La primera es la referente a los es-quemas medievales, es decir, escolsticos, dentro de los cuales ella se desarrollara, sin per-juicio de los rasgos renancentistas que caracterizaban a los conquistadores, con su indivi-dualismo y su afn por dejar memoria de s. La segunda cuestin a subrayar se refiere al intenso control que la autoridad ejerca sobre el conjunto de la cultura, cuestin que, sin duda, constituye una de las facetas de su dependencia respecto del poder. Una de las tantas

    3 ngel Rama, La ciudad letrada, Tajamar Editores, Santiago, 2004, p. 57.

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    muestras de tal fenmeno era la vigilancia que la autoridad ejerca sobre todas las publica-ciones y sobre el comercio de libros. A este respecto le corresponda un rol fundamental a la Inquisicin, la que tempranamente se instalara en Amrica. El tribunal del Santo Oficio, en efecto, ya en 1569 estaba funcionando en Lima y en 1571 en Mxico. Durante la conquista y la colonia, al igual como suceda en la pennsula, dicho tribunal llev a cabo una estricta censura de libros. No slo de los que se impriman o desembarcaban en los puertos prove-nientes de Espaa, sino tambin de los que se comerciaban o estaban en manos de particu-lares. Con estos propsitos, la Inquisicin dispona de extensas listas de autores y ttulos prohibidos.

    Estos aspectos de la cultura de la conquista y de la colonia requieren ser comprendidos y explicados en un contexto ms amplio. Bsicamente en su articulacin con el conjunto de la sociedad espaola de la poca. Sobre ello haremos un par de consideraciones.

    2. LA ESPAA QUE CONQUIST A AMRICA

    Lo primero que hay que tener en cuenta es que en la Espaa de la poca no se produjo un verdadero trnsito hacia la cultura moderna. Tal cosa, por cierto, no fue el producto de la mera casualidad sino que respondi al hecho de que el capitalismo en la pennsula vio frus-trado su desarrollo. De all que en su territorio no tomara vuelo una cultura e ideologa co-rrelativa y se mantuvieran los esquemas medievales. En filosofa, obviamente, esto equivala a la escolstica, la que, no obstante, fuera revitalizada por Surez.

    El capitalismo, que en la pennsula haba tenido brotes tempranos a travs de una consi-derable actividad mercantil en el Mediterrneo, se vio all frustrado debido al triunfo de la aristocracia castellana sobre los elementos burgueses y productivistas de Aragn y Cata-lua, lo cual despus fuera remachado con la expulsin de moros y judos. Segn Rodolfo Puigross, el descubrimiento y conquista de Amrica consolid ese decurso en virtud de que proporcion abundantes riquezas a la Corona de Castilla, la que se hallaba asociada a las clases nobiliarias. Amrica dice este autor dio oxgeno al agnico feudalismo y asfixi al naciente capitalismo de la pennsula ibrica al mismo tiempo que fue un poderoso factor en la expansin capitalista en los otros pases de Europa occidental.4

    Las relaciones existentes entre el descubrimiento y conquista de Amrica por un lado y el desarrollo del capitalismo en Europa, por el otro, son de sobra conocidas. Son famosas las frases con que Marx se refiere al tema. El descubrimiento de Amrica y la circunnavega-cin de Africa dice ofrecieron a la burguesa en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de India y de China, la colonizacin de Amrica, el intercambio con las colo-nias, la multiplicacin de los medios de cambio y de las mercancas en general imprimieron

    4 Rodolfo Puigross. La Espaa que conquist el nuevo mundo, Ediciones Siglo XX, B. Aires, 1965, p. 3.

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    al comercio, a la navegacin y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y acele-raron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descom-posicin.5 Ello abri paso al capitalismo manufacturero y, un par de siglos despus, al in-dustrial. No as en Espaa. Aqu, como se dijo, el descubrimiento dio oxgeno al feudalismo. Este fue el terreno que pis la monarqua hispana en base al cual impuls sus pretensiones expansionistas las que, acorde a los esquemas medievales, deban traducirse en un im-perio cristiano unido bajo un solo cetro: el suyo.

    El catolicismo, que filosficamente se asentaba en la escolstica, fue la doctrina legitimante de esa empresa, la cual se hizo valer en toda Europa como una verdadera cruzada en contra de la Reforma protestante.

    En el plano interno el catolicismo constituy la base ideolgica de la unificacin de Espaa, afectada por tantas contradicciones, as como tambin el pilar de la Monarqua Absoluta. A estos efectos jug un papel muy relevante la Inquisicin la cual, ms all de su fachada reli-giosa, en el fondo era un instrumento dirigido a la represin de toda disidencia poltica e ideolgica. En este sentido constitua una poderosa arma en manos de la Monarqua hispa-na. En tal rol aplast todo brote de cultura moderna e intento de progreso.

    En el plano exterior, esta Espaa semifeudal, que por las razones antedichas viera frenado su trnsito a la modernidad capitalista, se enfrent al mundo burgus moderno encabe-zado por Inglaterra, empendose en realizar el ideal de un Imperio cristiano universal. El rechazo que desde la teologa y la escolstica Espaa hiciera de la reforma protestante y de la surgente filosofa racionalista y empirista, se inscribe en esa perspectiva. Estas corrientes de pensamiento eran las ideologas de la modernidad. En tal calidad es que Espaa las re-chaz, combatindolas en todas partes donde le era posible, impidiendo, a su vez, que su influjo ingresara a su territorio, tanto metropolitano como colonial. A tal propsito, una vez ms, la Inquisicin era fundamental. A la larga en este secular y vano empeo Espaa se desgast. En tal sentido Mariano Picn Salas sostiene que lo particular de la cultura y de la historia espaola consisti en desangrarse en su lucha en contra de lo moderno: en contra de la Reforma, la ciencia natural, la economa y la tcnica.

    Lo dicho se ver claramente reflejado en Amrica. Ello por cuanto Espaa traslad a estas tierras todas las descritas caractersticas conservadoras y retardatarias que la caracterizaban. En primer lugar su feudalismo decadente. Es decir, sus formas de produccin y sus relacio-nes de propiedad. En este contexto cabe situar la conocida pretensin de los conquistadores de ser seores, lo que implicaba vivir a costa del trabajo indgena.

    Pero junto con trasladar a estas tierras las relaciones seoriales, y no las burguesas, que no prosperaron en su territorio Espaa, como no poda ser de otra manera, trajo tambin

    5 Carlos Marx. Manifiesto del Partido Comunista, Ed. Sarpe, Madrid, 1983, p. 29.

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    su sistema de creencias, ideas, costumbres y cultura, las cuales en el fondo no constituan sino la superestructura ideolgica de las relaciones de produccin semifeudales que le eran propias. En ese marco, traslad tambin las legitimaciones del poder metropolitano. De aqu el catolicismo conservador y la escolstica como cosmovisin nica, con su idea de monarqua cristiana, todo salvaguardado a travs de la Inquisicin, que impeda cual-quiera otra ideologa. Las modalidades que adquiriera la cultura hispanoamericana durante la conquista y la colonia no pueden comprenderse al margen de lo dicho.

    3. LAS POLMICAS DEL SIGLO

    Sin perjuicio de lo sealado en el pargrafo anterior, durante el siglo XVI en Amrica se produjo un fenmeno que debe ser tomado muy en cuenta. Consisti en que la cultura pro-veniente de la metrpolis fue impactada por los problemas locales, problemas que forzosa-mente debieron ser objeto de su reflexin. Esa reflexin, en algunas de sus manifestaciones, no dej de tener un carcter crtico, no hacia la Corona, por cierto, sino respecto de los en-comenderos, dando lugar a fuertes debates. Estos tuvieron esencialmente un carcter tico y jurdico y le otorgaron al pensamiento del siglo XVI en Amrica cierta animacin y espon-taneidad, que se perder durante el siglo siguiente. Los principales impulsores de dicha agi-tacin intelectual fueron los eclesisticos, de cuyas filas, como hemos dicho, provena la mayor parte de los intelectuales.

    Se podra sostener que las temticas entonces debatidas fueron principalmente tres. Una fue la referente a la legitimidad de la conquista; otra gir en torno a si era justo o no hacer la guerra a los indgenas, y en qu condiciones; una tercera cuestin, que quizs fue la que dio lugar a ms conflictos, fue la relacionada con la naturaleza del indio y el rgimen en que deba vivir. Estos problemas, ciertamente, se entrecruzaban, distando mucho de tener un tratamiento autnomo.

    El tema de la legitimidad de la conquista se plante tempranamente. Surgi ya en Santo Domingo. El punto era si la conquista era una empresa espiritual o de saqueo, cuestin que llevaba implcita la temtica sobre las condiciones que deban cumplirse para que fuese leg-tima. El problema se hallaba estrechamente vinculado al reconocimiento de los indgenas, a los que se deseaba convertir. Supona respetar su derecho a una vida digna, lo que implicaba no atentar en contra de su libertad y de su propiedad.

    Detrs de estas temticas se perfilaba un conflicto objetivo. Este enfrentaba a ciertos seg-mentos del clero con los encomenderos. Los primeros, en particular algunas de sus figu-ras, centraban sus esfuerzos en la tarea de evangelizar al indio, mientras que los segundos, aspirando a ser seores, canalizaban sus energas en convertirlo en mano de obra servil o francamente esclava, desde ya arrebatndoles sus tierra. Haba, por tanto, fuertes contradic-ciones entre estas dos perspectivas. Precisamente por cuanto la explotacin y la violencia

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    sobre los indgenas impediran su conversin en la medida que le restaba toda credibilidad al mensaje evanglico. De all que el conflicto entre ciertos segmentos del clero y los enco-menderos fuera inevitable. Ms an cuando, en funcin de sus fines evangelizadores, mu-chos clrigos se pronunciaban no solo en contra de la esclavitud, sino tambin de la enco-mienda.

    En el plano doctrinario la forma ms radical en que tal conflicto se expres fue la temtica referente a la naturaleza del indgena. Era un ser plenamente humano o ms bien un humanoide? Era un cristiano en potencia, con sus correspondientes dignidades, o un brbaro que, por no alcanzar el nivel espiritual, no tena capacidad para gozar de derecho alguno? Esta era la cuestin. Fue en torno a ella que, en clebre polmica, se enfrentaron Bartolom de Las Casas y Gines de Seplveda. La tesis sobre la humanidad de los indgenas, defendida por Las Casas y el clero, tena como trasfondo no slo el supuesto de que aquellos eran evangelizables, sino que, adems, tenan derecho al respeto y a una vida digna.

    No es menos cierto que el clero tambin vinculaba esta cuestin a la gobernabilidad del im-perio espaol en Amrica. Los indios cristianizados y tratados con justicia seran, a su jui-cio, mejores sbditos de la Corona que si fuesen objeto de violencias y abusos. Eran estos abusos los que impedan no solo la evangelizacin sino tambin la paz y la obediencia al monarca.

    As, pues, haba en tales planteamientos un tema tico, pero con no menor fuerza, otro pol-tico, funcional a la Corona. Tal cosa era expresamente reconocida por el clero. No por ca-sualidad, a travs de distintos documentos, muchos de sus dignatarios trataban constante-mente de interpelar al Monarca hacindole ver el punto. Es decir, sealndole que el buen tratamiento a los indgenas era una de las condiciones que le permitiran consolidar sus dominios en el nuevo mundo.

    Esto, obviamente, no significaba que existiera en el clero un acercamiento meramente ins-trumental al tema, ni mucho menos. Por el contrario, entre sus miembros haba una con-viccin sincera sobre la humanidad del indgena y sobre su condicin de hijos de Dios, a los que haba que convertir.

    La defensa de los indgenas por parte del clero se desenvolvi en planos distintos. Uno se realiz frente al Monarca. Los empeos desplegados en este sentido se tradujeron en ciertos logros, aunque muy limitados. Consistieron en una legislacin protectora que apuntaba a morigerar los abusos que ejercan los encomenderos. Un segundo plano se tradujo en una recurrente requisitoria en contra de esos mismos abusos. Verdaderas campaas, emprendi-das desde el plpito, conminaban a los encomenderos a modificar su proceder frente a los naturales, so pena de condena eterna. Un tercer plano consisti en el impulso de cierto uto-pismo, marginal, sin dudas que buscaba organizar a algunas comunidades indgenas

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    segn un orden considerado como la encarnacin de la justicia querida por Dios. Las co-munidades jesuticas en el Paraguay fueron su expresin principal.

    Como resultado de estos esfuerzos, muchos eclesisticos tuvieron que enfrentarse al poder de encomenderos y gobernadores, cuando no a influyentes miembros de la misma Corte. En este sentido resulta paradigmtica la confrontacin de posturas que se dio entre Barto-lom de Las Casas y Juan Gines de Seplveda. Similares posiciones a las de Las Casas asu-mieron muchos otros misioneros e intelectuales espaoles, como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto; Melchor Cano, Martn de Azpilcueta, Fray Antonio Montecinos, Pedro Sotomayor y otros, que se posicionaron a favor de los indgenas y en defensa de sus dere-chos.6 Ellos, junto a muchos otros, como los que se mencionan a continuacin, con-formaron lo que algunos han denominado como la corriente humanista dentro de la con-quista.

    4. LAS FIGURAS INTELECTUALES

    Entre los defensores de los indgenas hubo muchos que alcanzaron relieve intelectual. Nos limitaremos a hacer mencin a algunos de ellos: Juan de Zumrraga, Vasco de Quiroga, Bartolom de las Casas, Bernardino de Sahagn, Pedro Gante y Motolina.

    Juan de Zumrraga lleg a desempearse como arzobispo de Mxico. Perteneca a la orden de los franciscanos. En razn de su destacada labor en favor de los naturales se le conoci con el nombre de Defensor de los Indios. Escribi algunas obras de formacin religiosa dirigidas a la instruccin del clero. Tales fueron Doctrina breve, que habra tenido cierta influencia erasmista y Doctrina cristiana. En la primera Zumrraga se queja de que mu-chos (de los) que se llaman cristianos (tienen) en tan poco la doctrina de Cristo, que la me-nosprecian o se ren de ella.7

    Por otra parte, nuestro autor destac por la enorme labor organizativa que realizara respec-to de la evangelizacin de los naturales. Su meta era conciliar e integrar el mundo indgena con el del hispano. Consideraba que a la Iglesia le caba un rol fundamental en esta labor. Una de sus ideas ms importantes consista en que las masas indgenas acataran el dominio espaol y se integraran a su orden slo si el rgimen hispano se asentaba en un basamento espiritual y pacfico. Carente de ese basamento, las guerras en contra de los nativos seran intiles. Igualmente Zumarraga llev a cabo una ingente labor organizativa y prctica diri-gida a conseguir el arraigo definitivo de los conquistadores en tierras mexicanas.

    6 Carlos Beorlegui, Historia del pensamiento filosfico latinoamericano, Universidad de Deusto, Bilbao, 2004, p.115. 7 Juan de Zumrraga, Doctrina breve, antologado en Las ideas en Amrica Latina, tomo II, Casa de las Amricas, La Haba-na, 1985, p. 31.

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    Vasco de Quiroga, por su parte, lleg a Mxico en condicin de laico. Se dedic al trabajo judicial, siempre en ayuda a los indgenas. Fue ordenado sacerdote por Zumarraga y luego obispo. En 1535 escribi una obra titulada Informacin en derecho, que fue presentada al Consejo de Indias. En ella, segn Beorlegui, se pronunci a favor de la naturaleza cristiana de los indios, y de la bondad y limpieza de su alma. Fustig la esclavitud y denunci el trato inhumano que daban a los indios los esclavistas espaoles, presentando argumentos en con-tra de los que realizaban tales prcticas.8 Haba ledo la obra de Toms Moro, Utopa, des-arrollando una visin humanista que le llev a organizar considerables obras prcticas en favor de los indgenas. Segn Mariano Picn Salas, Quiroga fue el primer gran utopista de Amrica. Buscando crear un orden humano que se acercase a la armona divina llev a cabo un experimento social notable consistente en una serie de granjas trabajadas en comn, con almacenes y talleres, horarios de labor alternados, recreacin, hospitales, inter-cambio comercial entre distintas aldeas especializadas en producciones diferentes, etc. En ese ambiente cre una pedagoga cristiana que buscaba llegar al alma indgena por otros medios que el exclusivo pensamiento europeo, desde ya a travs del idioma autctono y asimilndose a la cultura de los naturales.9 La voluntad utpica de Vasco de Quiroga ser retomada durante el siglo siguiente por los jesuitas encontrando su expresin principal en las colonias que estos organizaran en el Paraguay.

    Bartolom de las Casas es el ms conocido defensor de los indios de la poca. Perteneca a la orden de los Domnicos. Su primera labor la realiz en Cuba. All se percat de la iniquidad de la encomienda decidiendo regresar a Espaa para luchar en contra de ella. Fue durante su segundo retorno a la pennsula cuando tuvo su polmica con Gines de Seplveda sobre la humanidad de los indgenas. El ms famoso de sus textos es la Relacin breve de la destruc-cin de las Indias, que en 1539 hizo llegar al Rey. Otras obras suyas fueron Treinta proposi-ciones muy jurdicas sobre los derechos que la Iglesia y los prncipes cristianos tienen o pueden tener sobre los infieles, sean de la nacin que fueren. Este texto constituy la fundamentacin de sus puntos de vista ante el Consejo de Indias. Tambin public un Tratado comprobato-rio del Imperio soberano y del principado universal que los Reyes de Castilla y de Len poseen sobre las Indias, y otros.

    Las Casas postul la tesis segn la cual el Papa haba concedido derechos sobre Amrica a la Corona de Castilla no con el propsito de hacer a sta ms poderosa y rica, sino con el ex-clusivo fin de que evangelizara y convirtiera a los indgenas. De aqu se deduca que la gue-rra que se haca a los naturales para sujetarlos al poder espaol era injusta y tirnica, y se haca en contra del derecho natural, contra el derecho divino y contra el derecho huma-

    8 Carlos Beorlegui, op. cit., p. 126. 9 Mariano Picn Salas, De la conquista a la independencia, fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1965, p. 75.

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    no.10 Las Casas igualmente sostuvo que el no estar convertidos no quitaba a los indgenas la posesin de sus derechos. En una carta dirigida al Rey de Espaa, aada que los habitantes originarios de estas tierras tampoco perdan esa libertad por admitir y tener a vuestra Ma-jestad por universal seor. 11 Otra de las ideas fundamentales defendida por el prelado fue aquella que sostena que, debido al modo como se comportaran los espaoles frente a los habitantes originarios de estas tierras, lo que haban establecido en Amrica no tena valor jurdico puesto que se haba hecho en contradiccin con la ley natural.

    Las Casas es tambin conocido por sus descripciones de los indios, a quienes define como gentes pacficas, humildes y mansas que a nadie ofenden.12 Segn Picn Salas, en la prosa de Las Casas aparece por primera vez la visin idlica de lo indgena, la pintura de un mun-do de inocencia que fue sustituido por un mundo de crueldad, supuesto bajo el cual Las Casas lleva a cabo una fuerte requisitoria contra a la Conquista.13 Esto, en fin, lo hizo ser, en su propio tiempo, muy discutido, siendo objeto tanto de adhesiones incondicionales como de fuertes resistencias.

    Bernardino de Sahagn sobresale por los aportes que hiciera a la antropologa cultural, dis-ciplina de la que, sin quererlo, se convertira en un verdadero precursor. Sahagn pertene-ci a la orden franciscana. Su inquietud antropolgica eman de la comprobacin que hiciera sobre los limitados avances que a la fecha se obtenan respecto de la conversin de los indgenas. Ello le llev a la conviccin de que para revertir esta situacin era necesario comprender a cabalidad la mente, los hbitos y, en general, la cultura de los naturales. En esa perspectiva se dedic a aprender el idioma nahualt, as como tambin los ritos, creen-cias y costumbres de estos pueblos.

    Como fruto de esas investigaciones Sahn dej su libro Historia general de las cosas de Nue-va Espaa. El plan primitivo de la obra comprenda el cuadro inmenso de toda la vida y caractersticas de la sociedad aborigen dividida en cuatro partes esenciales, as llamadas por el autor: Dioses; Cielo e infierno; Seoro; y Cosas humanas. Numerosos indios contando sus fbulas y mitos, las complejidades de su organizacin social, colaboraron en la obra que se puede definir como la ms rica cantera de investigacin etnolgica que se haya levantado nunca en Amrica y acaso en pas alguno.14 Los actuales estudios antropolgicos se apoyan cada vez ms en los conocimientos que el autor de esta obra dejara sobre la materia.

    10 Bartolom de Las Casas, El nico modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religin, antologado en Las ideas en Amrica Latina, ed.cit, p. 27. 11 Bartolom de Las Casas, Memorial de remedios, antologado en Las ideas en Amrica Latina, ed.cit, p.20. 12 Bartolom de Las Casas, Brevsima relacin de la destruccin de las Indias, antologado en Las ideas en Amrica Latina, ed.cit, p. 15. 13 Mariano Picn Salas, op.cit., p. 51. 14 Mariano Picn Salas, op.cit., p. 90.

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    Sahagn forma parte de aquella plyade de misioneros que se identificaron con los nativos y que hasta cierto punto, se reeducaron en contacto con ellos, todo con miras a evangelizar-los.

    Parte de esa misma plyade eran Pedro de Gante y Motolina.

    Pedro de Gante es conocido por la creacin que hiciera de escuelas de artes y oficios para los indgenas. Esta formaba desde carpinteros, pintores, canteros y alfareros, hasta msicos y cantantes, todo orientado al culto. Esta obra se llev inicialmente a cabo en el Colegio de San Francisco de Mxico, fundado por el mismo Gante. Franciscanos y Domnicos con pos-terioridad crearan institutos anlogos. Su resultado principal sera la aparicin de una es-pecie de elite indgena que se desempear en mltiples obras coloniales contribuyendo as a la cultura americana.

    Motolina, por su parte, cuyo verdadero nombre era Toribio de Benavente, escribi una Historia de los Indios de Nueva Espaa. En ella se identific con los naturales, a los que describe como seres puros y explotados por la codicia de los conquistadores. Benavente dedic cuarenta y cuatro aos de su vida a la evangelizacin de los indgenas. Con ese propsito sola desplazarse por Mxico y Centro Amrica fundando conventos, redactando catecismos y sermones en lengua nativa. Su identificacin con estos pueblos lo llev a cam-biar su nombre original por la palabra Motolina, que en la lengua tlaxcala designa la virtud de la pobreza.

    Muchos otros miembros del clero, penetrados por la lgica humanista, realizaron una obra anloga a la de los mencionados. Los resultados de la misma no slo se tradujeron en la conversin cristiana de los indgenas del continente, sino tambin en la acumulacin de cuantiosa informacin sobre su cultura.

    Debe sealarse, por ltimo, que, como lo seala Roig, la corriente humanista del pensa-miento del siglo XVI no escap a la lgica de dominacin. Solo que represent la variante paternalista de la misma. No es por casualidad que dentro de su discurso, junto a una di-mensin solidaridad con los indgenas, sea posible percibir otra que predicaba la resigna-cin y la obediencia. Al respecto es muy ilustrativo un texto de Bartolom de Las Casas en el cual esta ltima dimensin la de resignacin y obediencia se perfila con notable nitidez. He enseado que quienes por su alimento y vestido tienen una vida mediocre, dice el mencionado texto deben estar contentos; he enseado que los pobres deben regocijarse en medio de su pobrezahe enseado que los hijos deben obedecer a sus padres y escuchar sus saludables amonestaciones. He enseado que los que poseen bienes deben pagar con solicitud los tributosHe enseado que las mujeres han de amar a sus maridos y han de honrarlos como a sus seoresHe enseado que los amos deben conducirse ms huma-

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    namente con sus siervos; y he enseado que los siervos deben servir fielmente a sus amos, como si sirvieran a Dios.15

    5. FILOSOFA Y ESCOLASTICISMO

    La filosofa acadmica fue otro de los planos por los cuales transcurri el pensamiento en Amrica durante el siglo XVI. Su centro natural fueron las universidades, cuya actividad, en todo caso, hasta cierto punto se hallaba regida por criterios extra acadmicos. Al igual como suceda con el resto del sistema educacional, en efecto, su quehacer antes que nada deba encaminarse a garantizar la unidad religiosa de los pueblos americanos, as como tambin su obediencia a la Corona.

    Lo dicho se traduca en la existencia de un pensamiento oficial que, a decir de Beorlegui, era casi una mera copia de la forma de pensar que se desarrollaba en esa poca en Espaa y Portugal.16 Esto significaba en primer trmino una adhesin a la escolstica donde Arist-teles y Santo Toms eran las autoridades ms aceptadas. Cuestin notable si se considera que a la fecha en el pensamiento europeo se estaban verificando innovaciones muy impor-tantes. Como resultado de su dependencia respecto de Espaa, nada de esas innovaciones se conocieron en Amrica, al menos hasta bien entrado el siglo XVIII. Incluso ms, las doctri-nas de Coprnico y Descartes estaban prohibidas en estas tierras por su desacuerdo con las de Aristteles. Por lo mismo es que tampoco se sabr sobre las observaciones ni de las expe-rimentaciones que con tanto entusiasmo recomendara Bacon a comienzos del siglo XVII.17

    En razn de su filiacin medieval, los filsofos que a la fecha se desempearon en Amrica al igual como los de Espaa no separaban ciencia de filosofa. De all que sus temticas estuvieran referidas no slo a cuestiones teolgicas, ticas o epistemolgicas, sino tambin a problemas fsicos, astronmicos y de disciplinas afines. En todo caso, la mayor parte de las veces sus obras consistan en comentarios de Aristteles, de Santo Tomas o de otros filso-fos antiguos o medievales. Escasamente emergan en sus pginas los problemas propiamen-te americanos, pese a que estos tampoco estuvieron del todo ausentes.

    El mtodo que durante el siglo XVI se utilizaba en Amrica en los estudios filosficos, de acuerdo a la definicin escolstica imperante, se basaba en el comentario a los textos a los que se atribua autoridad terica.18 A ello se agregaba el uso del silogismo. El mtodo si-logstico, dice Kempff Mercado del que abus tanto la escolstica, hasta llegar a conver-

    15 Andrs Roig, Teora y Crtica del Pensamiento latinoamericano, Fondo de Cultura Econmico,Mxico, 1981, p. 213. 16 Carlos Beorlegui, op. cit., p. 114. 17 Manfredo Kempff Mercado, La filosofa en Latinoamrica, en R.J. Storig, Historia Universal de la filosofa, Ed. Ercilla, Santiago, 1960, p. 522. 18 Augusto Salazar Bondy, Existe una filosofa en nuestra Amrica?, Ed. Siglo XXI, Mxico, 1978, p. 12

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    tirlo en una logomaquia vaca e intil para la investigacin, era lo que ms se ejercitaba en-tre los alumnos, en particular de las universidades.19

    Los ncleos americanos donde el pensamiento filosfico experiment un mayor desarrollo fueron Per y Mxico. Respecto del primero, cabe decir que su centro intelectual ms im-portante fue la Universidad de San Marcos, que tuviera su asiento en Lima. En el Virreyna-to de Nueva Espaa, tal rol le correspondi a la Universidad de Mxico.

    Uno de las principales figuras que llev a cabo su actividad en el Per fue el jesuita Juan Prez Menacho (1565-1626). Se sabe que este autor produjo numerosas obras, de las cuales solo se han conservado dos: los Comentarios a la Suma Teolgica de Santo Toms y el Tra-tado de Teologa y moral. No obstante, fue otro jesuita quien alcanz una mayor influencia en tierras peruanas, sobre todo entre la juventud. Fue Jos Acosta. Por muchos aos ste imparti la ctedra de teologa en el Colegio de San Pablo. Una vez de regreso en Espaa, en 1590 public en Sevilla una Historia natural y moral de las Indias, la cual fuera el resultado de sus lecciones universitarias. Segn Kempff, en dicho libro se pone de manifiesto el espri-tu de total intransigencia frente a las ciencias fsicas y naturales modernas, espritu que, debido a la tradicin medieval imperante, caracterizaba a las diversas rdenes religiosas en Amrica.20 La actividad filosfica en el Per, siempre presidida por un espritu escolsti-co, alcanzar un desarrollo mayor a lo largo del siglo XVII.

    En Mxico, durante el siglo XVI, la filosofa tuvo en la figura de Fray Alonso de la Vera Cruz a uno de sus principales representantes. A Vera Cruz incluso se le suele considerar como el padre de la filosofa mexicana.Perteneca a la orden de los agustinos. Imparti clases de Teologa Escolstica y Sagradas Escrituras. Sus obras principales fueron Recognitio Summularum y Dialectica resolutio, en las cuales trat cuestiones de epistemologa y lgica. Sus textos fueron los primeros en imprimirse en tierras americanas, apareciendo en Mxico en 1554. Vera Cruz tambin escribi una obra sobre el tema de la legitimidad de la conquis-ta y los derechos de los indgenas. A diferencia de Las Casas en ella argument una posicin intermedia a travs de la cual, si bien en principio rechaz la guerra contra los naturales, la consider justa en casos especiales, como cuando se diriga a poner fin a la antropofagia o las tiranas. Plante, adems, que la conquista era legitima si tena por fines la evangeliza-cin y el establecimiento del derecho de comunicacin y comercio. Justific tambin la ins-tauracin de reinos cristianos en estas tierras, es decir, espaoles si los indios con-sentan en ello.

    El filsofo mexicano ms importante del siglo XVI fue el jesuita Antonio Rubio. Su obra clsica fue la Lgica mexicana, publicada en 1605. La mayor parte del libro est dedicada al

    19 Alfredo Kempff Mercado, op. cit., p. 522. 20 Alfredo Kempff Mercado, op. cit., p. 524.

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    anlisis del Organon, de Aristteles. Como era lo caracterstico de la poca, la obra de Rubio est sujeta tanto al pensamiento aristotlico como al de Santo Toms, aunque tambin reci-bi la influencia de Surez.

    Otros filsofos importantes a la fecha en Mxico fueron Fray Juan Ramrez y el jesuita Die-go Marn de Alczar. Ramrez, que hasta su muerte se desempear como obispo de Gua-temala, aparte de su labor propiamente filosfica, tambin fue conocido por su defensa de los indios, a cuyos efectos, como las Casas, retorn temporalmente a Espaa.

    En conclusin, el siglo XVI en Amrica hispana no se mostr pobre en lo que a pensamien-to se refiere. Sin embargo, como se ha visto, en l es posible distinguir dos facetas claramen-te diferenciadas. Por un lado, en efecto, se visualiza un aspecto dinmico y polmico, expre-sado en ciertos debates. Entre ellos el relativo al trato a los indgenas, la legitimidad de la conquista, la crtica a instituciones como la esclavitud y la encomienda, el tema de la guerra en contra de los naturales, el de su cultura y el las condiciones requeridas por su evangeliza-cin, entre otros. Pero, por otro lado, ese pensamiento evidenci rasgos extremadamente conservadores. Estos rasgos encontraron su manifestacin principal en el incontrapesado predominio de la escolstica y en la ignorancia de los avances del pensamiento moderno. A ello cabe agregar las prcticas de control sobre la labor intelectual realizada desde una pti-ca funcional a los intereses de la Corona y de la ortodoxia religiosa, cuestin en la que so-bresale el papel de la Inquisicin.

    Ambas facetas del pensamiento del siglo XVI en Amrica, en todo caso, no se encontraban enfrentadas de un modo excluyente. En efecto, los defensores de los indgenas eran a la vez escolsticos y acrrimos defensores de la Monarqua catlica, tal como lo eran los ms con-servadores. En el fondo, unos y otros eran conservadores y representantes de los intereses metropolitanos, aunque en versiones distintas. Los unos en una versin ms bien violenta, en el fondo acorde con los intereses de los encomenderos, siempre deseosos de mano de obra servil. Los otros en una versin paternalista, claramente comprometidos con la suerte del indio.

    Respecto a una tercera lnea que es posible visualizar ya durante el siglo XVI, pero que se desplegar del todo durante el XVII, es decir, la utopista, se puede sostener que a la larga ser barrida por la violencia estatal, precisamente por cuanto fue percibida como hostil a los intereses de la Corona. Tal ser el caso de la expulsin de los jesuitas durante el siglo XVIII y la destruccin fsica de sus comunidades.

    Hay una ltima cuestin que aqu cabe destacar. Sobre todo en la medida en que quizs constituya un antecedente remoto de algo que seguir presente entre el grueso de la intelec-tualidad americana probablemente hasta el da de hoy. A saber, el peso decisivo de las prcticas imitativas respecto de los paradigmas ideolgicos europeos, prcticas que nor-malmente se hallarn asentadas en las instituciones. Fue el caso de la filosofa escolstica

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    implantada en las universidades americanas. En el futuro en nuestras tierras, tal como sucediera en el siglo XVI con la escolstica se asumirn incondicionalmente otros is-mos metropolitanos, los cuales, adicionalmente, sern considerados como la expresin de la mayor de las sabiduras. Tal cosa pese a que, con excepciones sern funcionales a los intereses de las metrpolis. Aparte de que no darn cuenta cabal de nuestras realidades, respecto de las cuales, ms bien, cumplirn un rol de ocultamiento representando, por lo mismo, un discurso alienante.

    Lo notable del caso radica en que, simultneamente, en nuestra historia intelectual se verifi-ca una tendencia contraria. Esta tendencia, de una u otra forma, representa la irrupcin de la realidad, dando lugar a reflexiones crticas que sobrepasaban a la academia. Se configu-rarn as lneas ideolgicas distintas donde los discursos institucionales pueden llegar a re-presentar, al menos para el historiador de las ideas, un valor menor, precisamente de-bido a su carcter ms bien imitativo y menos sensible a las conflictivas realidades de estas tierras. Al tiempo que la reflexin que recoge esa conflictividad viene a representar una ma-yor originalidad, puesto no constituye mera repeticin sino, por el contrario, refleja vitali-dad y novedad.

    En el pensamiento del siglo XVI en Amrica esa vitalidad est representada por la reflexin sobre la legitimidad o ilegitimidad de la conquista, la humanidad del indio, las peculiarida-des de su cultura y concepcin del mundo, etc. Mientras que el lado fsil, por as decirlo, se encarna en la filosofa formal, es decir, en la escolstica, con sus consabidos comentarios al Organon de Aristteles o a las Summas de Santo Toms.

    Dualidades como las referidas llenarn la historia del pensamiento latinoamericano.

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    Estudios Latinoamericanos, Ao 2, N4, segundo semestre 2010 pp. 17-40 ISSN 0718-8609 versin en lnea - ISSN 0718-3372 versin impresa

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    ENTRE ERCILLA Y GARCILASO. PROYECCIONES DEL INDGENA COMO FUNDAMENTO DEL AMERICANISMO POLTICO EN CHILE Y ARGENTINA

    ENTRE 1810 Y 1860

    BETWEEN ERCILLA AND GARCILASO. INDIGENOUS PEOPLES IMPLICATIONS AS A FUNDAMENTAL OF POLITICAL AMERICANISM IN CHILE AND

    ARGENTINA BETWEEN 1810 AND 1860

    HERNN PAS

    RESUMEN

    El propsito de este trabajo es indagar la construccin de un discurso americanista por parte de las lites le-tradas argentina y chilena, en el perodo que va de la revolucin hasta comienzos de los proyectos estatales de expansin y ocupacin territorial de la segunda mitad de siglo. Una caracterstica sobresaliente de ese discurso fue la re-valoracin de los pueblos indgenas como componentes nativos de la identidad criolla, caracterstica que, como se sabe, cobr distintos relieves a ambos lados de la cordillera. Sin embargo, la retrica icnica y discursiva de las lites letradas lleg a compartir un sustrato de ideas y conceptos que tornan ms complejo ese fenmeno. La intencin de este artculo es, asimismo, contribuir en la revisin de esa complejidad en su manifestacin discursiva.

    Palabras clave: elites letradas, Chile y Argentina, pueblos indgenas, siglo XIX, americanismo

    ABSTRACT

    The purpose of this work is to explore the construction of an Americanist discourse on the part of the Argen-tinean and Chilean elites during the period encompassing the revolution and the beginnings of the State pro-jects of expansion and territorial occupation in the second half of the century. A significant characteristic of this discourse was the re-valuing of indigenous peoples as native components of Creole identity, a characteris-tic that, as is well known, acquired a variety of emphases on both sides of the Andes. Nevertheless, the rhetoric iconic and discursive of the lettered elites came to share a substratum of ideas and concepts that made the phenomenon more complex. The aim of this article is also to contribute to the revision of this complexity in its discursive manifestation.

    Keywords: lettered elites, Chile and Argentina, indigenous peoples, 19th century, americanism

    Recibido: agosto 2010

    Aceptado: noviembre de 2010

    Centro de Estudios de Teora y Crtica Literaria / Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP CONICET). Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin (FaHCE), Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Correo electrnico: [email protected]

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    INTRODUCCIN

    Uno de los aspectos ms acuciantes que desencadenaron las guerras de independencia his-panoamericana fue la necesidad de forjar una nueva autoridad legtima frente a la disolu-cin del antiguo poder monrquico. Desde las primeras publicaciones y escaramuzas revo-lucionarias, el problema de la soberana y de la representacin poltica abri un largo debate poltico y doctrinal que implic, de hecho, una mutacin ideolgica fundamental (Guerra, 1994; Roldn, 2003). A su vez, la distancia entre espaoles europeos y espaoles americanos sell los comienzos de una reconfiguracin sociocultural e identitaria, atravesada por con-flictos tnicos, polticos y econmicos, que demandaron de los grupos dirigentes criollos un magno esfuerzo por concebir un orden institucional continente. En ese contexto, las elites letradas desempearon un rol decisivo en la construccin de los nuevos lazos pblicos y en la formacin de una identidad criollo-republicana. En efecto, el saber letrado a travs de esa novedosa como primordial funcin social de la poca, la del publicista contribuy con el diseo y la difusin pblica de un discurso de impronta americanista, cuyo trazo incon-fundible consisti en la identificacin por parte de esas mismas lites con valores y emble-mas histricos de los pueblos indgenas. En Sudamrica, ese proceso tuvo caractersticas similares durante los primeros lustros de la independencia. Sin embargo, a partir de la dcada del 30 con la circulacin de las ideas romnticas y lo cambios geopolticos las congruencias dieron paso a una diferenciacin progresiva, coincidiendo adems con la transicin de una concepcin cvica incluyente a una restrictiva, que alentaba la homoge-neizacin cultural mediante la exclusin por fusin (Quijada, 2003: 310).

    Me propongo en este trabajo indagar los debates y discursos de las lites letradas chilena y argentina en torno a la cuestin indgena en la primera mitad de siglo. Para tal fin, me detendr en dos momentos que pueden ser considerados caractersticos en los debates por la identidad americana de la poca: la fase que se inicia con la revolucin y concluye con Ayacucho, y el perodo llamado crtico e historiogrfico (Buruca-Campgane, 1994), situa-do aproximadamente entre 1840 y 1860. El enfoque comparativo se justifica por los lazos tempranos que, como se sabe, establecieron las lites de cada regin. Por lo dems, el enfo-que cobra un inters especial dado el emplazamiento que a partir de la dcada del 40 tuvo la emigracin intelectual argentina en Chile. Como apunt Serrano (1996), los publicistas de la emigracin argentina (Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel Lpez, Juan Bautista Alberdi, Juan Mara Gutirrez, Flix Fras, Miguel Piero, Bartolom Mitre, entre los ms destacados), tuvieron una importante incidencia en la discusin y reevaluacin de los cdi-gos tradicionales de la cultura chilena a travs de su insercin en el sistema de la prensa peridica y de la administracin pblica. La llamada cuestin indgena y el debate por el pasado cultural de la nacin formaron un ncleo medular de esas discusiones.

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    No obstante, el propsito no es slo contrastar comparativamente construcciones simbli-cas distintivas y, en algunos momentos, aun opuestas, sino tambin profundizar la dis-cusin acerca de los usos retricos y/o polticos del discurso por parte de las lites letradas de ambos territorios. Como se sabe, una interpretacin extendida acerca de los modos de evaluar y valorar la cultura indgena por parte de las lites criollas traza una distancia signi-ficativa entre argentinos y chilenos, distancia segn la cual los primeros se caracterizan por haber forjado un juicio negativo del indgena y aun de lo nativo, mientras los segundos por ser ms proclives a reivindicar la herencia araucana en la constitucin de su propia cultura. Por cierto, no se tratar aqu de negar ni de refutar esa certidumbre histrica, sino de justi-preciar los fundamentos de la misma, atendiendo a las contingencias y necesidades que la hicieron posible.

    EXCENTRICISMO Y REVOLUCIN. LA DELGADA LNEA ENTRE FIERAS Y PATRIOTAS

    Fjate en conocer la ndole natural de una revolucin, que es el fermento y renovacin de todas las antiguas instituciones; que ella rompe todos los anteriores resortes de habitud y

    pasibilidad hasta llegar al estado de pura naturaleza y una independencia salvaje, por cuyo trmino es preciso pasar rpidamente, para que las pasiones exaltadas no nos

    conviertan en fieras.

    Cartas pehuenches, 1819.

    Los jesuitas persuadieron al dcil Gonzaga de la conveniencia de reducir aquellas fieras a la vida de las poblaciones, como lo haban hecho con los rebaos del Paraguay.

    Vicua Mackenna, 1868.

    Como se sabe, la Independencia consagr el movimiento de recuperacin de los pueblos originarios como modo de reforzar y legitimar las crticas contra los siglos de dominacin peninsular. Las lites hispano-criollas buscaron as asociar su lucha a un movimiento de reivindicacin de las culturas indgenas sometidas. Tanto en Chile como en el Ro de la Pla-ta y tambin en otros pases sudamericanos como Paraguay o Bolivia, se construy una retrica discursiva e iconogrfica atravesada por emblemas e insignias indgenas (basta pen-sar en los himnos o escudos nacionales). La emergencia de la cuestin indgena, por lo tanto, tuvo con la independencia un momento de reinvencin o resignificacin decisivo, pues marc el inicio de lo que sera la verba caracterstica de la llamada Repblica criolla (Bengoa, 2007).

    Aunque dicha emergencia supone una visibilidad peculiar de las culturas aborgenes, es necesario recordar que las relaciones entre pueblos indgenas y criollos (hispanoamericanos y mestizos) tenan una larga historia en la regin. En efecto, durante la Colonia las tribus no reducidas o los llamados pueblos de indios mantuvieron un intercambio asiduo con la administracin real que fue configurando un tipo de redes intertnicas complejas. En lnea con los pioneros estudios chilenos sobre la cuestin fronteriza (Bengoa, 1985; Pinto Rodr-

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    guez, 1988; Villalobos, 1995), nuevos trabajos han demostrado la relevancia del flujo tnico y comercial entre ambos universos, as como el relativo equilibrio poltico fraguado por lazos familiares extendidos y la prctica de los Parlamentos, suerte de pactos o contratos entre indgenas y espaoles-criollos que se verificaron desde principios del siglo XVII hasta mediados del XIX (Bechis-Bandieri, 2001; Pinto Rodrguez, 2003). De modo que las con-cepciones emergentes en la independencia respecto del mundo indgena deben ser conside-radas sin descuidar esos antecedentes, lo cual significa atender tambin a una larga cadena discursiva cuyo comienzo puede atribuirse a las crnicas de la conquista que fue sedi-mentando determinadas concepciones sobre los habitantes nativos; concepciones arcaicas o residuales, pero cuyo funcionamiento selectivo fue dando forma a una especie de archivo cultural indianista.1

    Un buen ejemplo del funcionamiento de ese archivo lo ofrecen los textos de misioneros, militares o cientficos que incursionaron en tierras fronterizas. En 1816, por ejemplo, el coronel Pedro Andrs Garca viajaba al interior de la provincia de Buenos Aires con el fin de inspeccionar el territorio dominado por los indios. De esa experiencia surga su Nuevo Plan de Fronteras de la Provincia de Buenos Aires, acompaado con un informe de la ex-pedicin que sostena la necesidad de establecer una guardia permanente en los Manantia-les del Casco o Laguna de Palantelen. Tanto el Plan como el Informe fueron publicados en 1838 por Pedro de Angelis en su famosa Coleccin de Obras y Documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Ro de la Plata. En su plan, Garca propona una poltica mixta, de respeto amistoso frente a los indios, como mejor modo de ir ga-nando terreno a la pampa: Este orden, que deber precisamente guardar conformidad con los pactos que se estipulan, alejar las desconfianzas que siempre tienen los indios de ser atacados, y al paso que se afirma la poblacin, se reconoce topogrficamente el terreno que se le asigne por jurisdiccin (De Angelis 1972 [1838]: 619).

    Paralelamente, en su evaluacin de la cultura del indio, sorprende el recurso al intertexto de los Comentarios Reales y al tpico de la falta de escritura definido por las crnicas de la conquista. Dir el coronel: en falta de escritura, transmiten a la posteridad por expre-sin o noticias las desgracias a los dems, para que siempre vivan en la memoria de las ge-neraciones futuras los acontecimientos, a la manera que refiere el Inca Garcilaso de Vega, lo haca sus mayores (dem: 613). No resulta subsidiaria esa apelacin en un texto que pre-tende describir costumbres de indios pampas y huilliches: si en el reconocimiento del terri-torio el informe es preciso los intereses econmico-ganaderos estimulados por la Inde-pendencia as lo requieren, en la evaluacin de sus pobladores, en cambio, interfieren

    1 La nocin de tradicin selectiva ha sido teorizada por Williams (1980). A fin de evitar anacronismos indeseables, he decidido utilizar los trminos indianista o pro-indigenista para referirme a los discursos que buscaron retrica y pol-ticamente identificarse con los pueblos indgenas. A diferencia del indigenismo, el indianismo puede considerarse la forma de referirse positivamente al indgena como modo de auto-legitimacin y diferenciacin criolla.

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    modelos reconocidos que, no casualmente, remiten a la dinasta incaica. En efecto, es sabi-do que en el Ro de la Plata las lites criollas optaron, frente a las tribus que poblaban efecti-vamente el territorio, por la apelacin al consagrado prestigio de la civilizacin incaica.

    Esa ascendencia prestigiosa tal vez deba su prosapia a los pioneros discursos americanistas de los revolucionarios del Plata, como el Dilogo entre Atahualpa y Fernando VII, atri-buido a la pluma de Bernardo de Monteagudo.2 El escrito, claramente elaborado para vitu-perar a la Corona espaola, pone en palabras del inca el pensamiento ilustrado de los crio-llos independentistas e inaugura as un imaginario y una retrica indianistas que se exten-dern por toda la regin sudamericana. Los podemos encontrar, por ejemplo, en Camilo Henrquez. Su obra teatral Camila o la Patriota de Sud-Amrica tal vez sea suficientemente representativa de esa tendencia. La obra tematiza un episodio de las luchas revolucionarias. Un grupo de familias criollas se esconden en los montes de Quito por temor a caer en ma-nos de las tropas realistas, que han saqueado la ciudad. All, en medio de la selva, se escon-den al amparo de un cacique omagua, y Camila se encuentra con su prometido, a quien haba dado por muerto, refugiado casualmente en las tolderas del mismo cacique. Sin dete-nernos en las inverosimilitudes que plagan la obra,3 quiero reponer el siguiente pasaje: Las pretensiones de la Espaa estn en contradiccin con la naturaleza. La naturaleza separa de los padres a los hijos, desde que estn crecidos y se hacen hombres.4 El dicho proviene de D. Jos, padre de Camila, pero adems es admitido por los indios, quienes son considerados sus paisanos.5

    Sin embargo, cabe precisar an ms la funcin histrica de ese imaginario. Evidentemente, las guerras de independencia convulsionaron el tejido de relaciones establecido durante la Colonia, alentando la competencia de los criollos frente al carcter nativo de los pueblos indgenas. Silvia Ratto ha indicado que la relativa estabilidad de las relaciones entre indge-nas y criollos mantenida al sur de Buenos Aires desde 1780, comenz a resquebrajarse a partir de la primera dcada independiente, producto del ingreso a las tolderas pampeanas de desertores y refugiados que indujeron modificaciones en estos grupos (Ratto 2003: 192). La misma autora seala que el quiebre definitivo de la paz se produjo luego de 1820 cuando

    2 El dilogo fue escrito en Charcas en 1809 y se lo suele atribuir a Monteagudo, que por entonces estudiaba all. En el dilogo se inscribe uno de los argumentos comunes del vituperio ilustrado a la poltica de los Reyes Catlicos: Entre todas las naciones dice Monteagudo a travs de la figura de la sombra de Atahualpa, ltimamente no hallaris una que haya ejecutado crueldades y tiranas como los espaoles, porque stas son tantas que hacen horizonte a mi vista y es imposible enumerarlas (Romero/Romero 1985, II: 67). 3 Entre ellas, la ms notable: que el ministro criollo que vive en las tolderas de los omaguas propague entre los indios el sistema de educacin conocido como Lancaster. 4 Camila o la Patriota de Sud-Amrica. Drama sentimental en cuatros actos, 1817 (reproducido en Pea M, 1912: 16). Como se sabe, la obra de Henrquez no pudo ser representada. 5 Unos patriotas infelices no hallarn asilo ni entre sus mismos paisanos?, le dice la madre de Camila al cacique indio. Cfr. Pea M. (1912: 20).

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    el incentivo dado por la apertura comercial convirti en uno de los objetivos prioritarios del gobierno bonaerense, la expansin territorial hacia el sur para incorporar tierras frtiles que permitieran incrementar la exportacin de productos pecuarios (dem, 193; ver tam-bin Bechis, 2001). Por lo tanto, no debera olvidarse que muchas de las referencias favora-bles a las culturas precolombinas (por ejemplo, en la versin original de la Marcha patriti-ca escrita por Vicente Lpez y Planes, uno de cuyos versos, se conmueven del Inca las tumbas, ser retomado nada menos que por Esteban Echeverra en 1830) fueron elucubra-das de manera simultnea a esa determinante fragmentacin socio-econmica.6

    El caso chileno puede ayudar a aclarar un poco ms las funciones histricas de ese imagina-rio. A diferencia del Ro de la Plata, Chile tuvo desde temprano una tradicin marcadamen-te indianista. Me refiero, por supuesto, al mito de Arauco, que se remonta a la fundacin de Santiago y la consecuente resistencia araucana, convertida en una pica de los orgenes con el famoso poema La Araucana de Alonso de Ercilla, sobre el que volveremos ms adelante. Muestra elocuente del funcionamiento de ese mito activo como lo llam Fernando Alegra, es la confesin del presidente Francisco Antonio Pinto (1775-1858), al referir que de nio l y sus congneres se deleitaban con la lectura del poema por las heroicas hazaas de lo araucanos y espaoles, a las que consideraban como propias, por ser compatriotas de los primeros y descendientes de los segundos.7 Asimismo, Vicente Grez ha referido cmo en las fiestas conmemorativas del primer aniversario patrio algunas mujeres de la alta sociedad criolla sorprendieron a la concurrencia al asistir vestidas con indumentarias ind-genas (1878: 24-25).

    Antes de sucumbir a la candidez del anecdotario, conviene revisar algunas de las expresio-nes letradas de la poca que buscaron trazar algn tipo de alianza con los araucanos o pue-blos mapuche. Un caso emblemtico, en ese sentido, es la proclama al pueblo de Arauco escrita por Bernardo OHiggins luego de la batalla de Maip. En ese escrito, OHiggins pro-curaba torcer el rumbo de las asociaciones entre indgenas y fuerzas realistas y, a su vez, ganar a los araucanos para la causa nacional. Veamos un pasaje de esa proclama:

    Las valientes tribus de Arauco y dems indgenas de la parte meridional, prodigaron su sangre por ms de tres centurias defendiendo su libertad contra el mismo enemi-go que hoy lo es nuestro [] Sin embargo, siendo idnticos nuestros derechos, dis-gustados por ciertos accidentes inevitables en guerra de revolucin, se dejaron sedu-

    6 De hecho, el propio Lpez y Planes escribi en la segunda entrega de La Abeja Argentina, mayo de 1822, una Historia de nuestra frontera interior que demandaba medidas enrgicas en la defensa fronteriza en concordancia con la ideologa expresa de la publicacin. En el nmero 10, meses despus de ese escrito apareca un artculo titulado Indios y medios de defensa en el que se deca, entre otras cosas: En el da no tenemos otros enemigos inmediatos sino hordas salvajes sin disciplina, cuyas armas son el lazo, lanza y honda, mas aun cuando saliere de su brazo un rayo destructor debera verse a los oficiales y jefes de las guarniciones solcitas y disputarse la gloria de salir al campo, para arrancar los laureles de la victoria, y renovar los actos de pblico regocijo y felicidad (La Abeja Argentina, 15 de enero de 1823, p. 10). 7 Citado por Rodrguez Pinto (2003: 72).

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    cir de los jefes espaoles. Esos guerreros, mulos de los antiguos espartanos en su en-tusiasmo por la independencia, combatieron encarnizadamente contra nuestras ar-mas, unidos al ejrcito real, sin ms frutos que el de retardar algo nuestras empresas, y ver correr arroyos de sangre de los descendientes de Caupolican, Tucapel, Coloco-lo, Galvarino, Lautaro y dems hroes, que con sus proezas brillantes inmortalizaron su fama. (Romero/Romero, II: 200)

    Como en el caso de Monteagudo, el escrito de OHiggins intenta asimilar las luchas de in-dependencia a las luchas de resistencia aborigen. En la primera parte del prrafo, el Director Supremo pone en circulacin uno de los tpicos ilustrados de la poca, fraguado por los ms conspicuos publicistas de la revolucin (entre ellos, Monteagudo): la libertad de la in-dependencia delata los tres siglos de opresin oscurantista; idea deudora, por cierto, de la llamada leyenda negra. Lo que sigue, sin embargo, merece ms atencin, pues contiene una carga semntica representativa de esa retrica indiano-americanista. En efecto, en pri-mer lugar se expone la igualdad de derechos como corolario del denominado derecho de gentes. En segundo lugar, se asume que la inclinacin de los indgenas a favor de las fuerzas realistas es producto del engao y no del propio discernimiento concepcin que, indirec-tamente, coloca al indgena en el lugar consagrado por las misiones: el del prvulo, tonto o carente de razn. Por ltimo, la recurrencia a los hroes consagrados por Ercilla replica ms bien el conato criollo por consagrar un linaje prestigioso tal como en el Ro de la Plata respecto del Inca antes que ofrecer un reconocimiento efectivo de los grupos activos du-rante la independencia.

    El otro texto que me interesa revisar es el que componen las famosas esquelas peridicas publicadas con el nombre de Cartas pehuenches, por Juan Egaa, entre 1819 y 1820, de donde hemos extrado el primer epgrafe de esta seccin. Como indica su nombre, las car-tas simulan un intercambio epistolar entre dos indios pehuenches, Melillanca y Guanalcoa. En realidad, el nico que escribe es Melillanca que, desde Santiago, enva comentarios y noticias a su amigo, residente en un Butalmapu de la cordillera. La primera carta, previsi-blemente, habla del proceso revolucionario y de la independencia, pasando revista a Ranca-gua y la Reconquista, hasta el momento presente de enunciacin. A travs de las cartas, nos enteramos de que Melillanca tiene un protector, Andrs, que es hispano-criollo, el cual lo instruye de saberes republicanos y noticias polticas. A su vez, nos informamos de que am-bos indgenas tuvieron como maestro alfabetizador a un tal Fabin (dice: el mestizo Fabin que nos ense a leer y a escribir, p. 4). Ahora bien, dejando de lado este precario anda-miaje de verosimilitud las Cartas han sido evaluadas como excurso pedaggico y aun como relato costumbrista, me interesa observar el modo en que el discurso revoluciona-rio se apropia del mundo indgena y construye, desde una visin teleolgica e historicista,

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    un relato de la identidad chilena. Por razones de espacio, me voy a detener en un pasaje por dems significativo de los tantos que se podran citar al respecto.8 El pasaje dice as:

    Ellos los espaoles le vendieron la religin por doce o quince millones de vcti-mas que sacrificaron entre mil tormentos: sus caballos costaron todo nuestro oro, plata y preciosos frutos; y a cuenta de su alfabeto nos usurparon medio globo, e hicieron esclavos a sus habitantes; hablo solo del alfabeto, porque ellos no han pose-do mayor cultura, ni han permitido alguna en nuestros pases, procediendo a des-truir, sin aprovecharse, las que encontraron en los indgenas. As es que en un slo da quemaron en Mxico todas las bibliotecas de jeroglficos, que como expone el in-fante real de Tezcuco, solo la de esta capital formaba una gran montaa en las hogueras. Despreciaron su calendario perpetuo, que en dos mil aos slo variaba diez minutos, sus sencillas y exactas meridianas indicativas de los trpicos, ambos trabajos superiores a cuanto han inventado los astrnomos europeos [] Los arau-canos, superiores a otras naciones en la elocuencia, en el sistema poltico federativo, y en algunas observaciones astronmicas, lo han sido sobre todo en la hidrulica; as es que entre otras obras hemos examinado en estos das, con mi protector Andrs, el canal del Salto (finca inmediata a la capital) trabajada por los mapochinos, y que es asombroso por la inteligencia y maestra con que se han vencido las dificultades del terreno. (1958 [1819]: 19)

    El pasaje se apoya en la ideologa ilustrada y revolucionaria que hemos referido. La primera parte discurre acerca de lo que poco a poco se convertira en tema de discusin comn: la expropiacin, explotacin y mal gobierno del imperio espaol. Segn esta perspectiva, la administracin espaola no supo valorar y, por lo tanto, aprovecharse de los progresos indgenas. Es interesante, en este sentido, comprobar que el discurso pro-indgena es, en principio, continental la reivindicacin comprende desde Mxico hasta la Araucana. En el marco de ese discurso americanista, los araucanos ofrecen peculiaridad y distincin el pasaje contribuye, as, a demarcar la genealoga nacional que atraviesa la totalidad de las Cartas. Llama la atencin, por eso mismo, que los atributos resaltados pertenezcan a la len-gua y a la ingeniera (y no, como ocurra desde La Araucana, al valor guerrero). Es decir, los indgenas araucanos son aqu valorados por su inteligencia y capacidad de trabajo.

    No obstante, habra que preguntarse hasta qu punto ese discurso que imagina un indgena industrioso y civilizado es capaz de articular un proyecto inclusivo desde su propio anda-miaje retrico. Es decir, cules son los alcances, en trminos ideolgicos y polticos, de esa retrica pro-indigenista. Curiosamente, en la carta sexta de la publicacin de Egaa, en la que se habla largamente de las instituciones de la nueva repblica, el universo indgena no figura entre las prerrogativas del nuevo orden. En efecto, toda la carta discurre sobre los

    8 Por ejemplo, en la primera de las cartas, esa visin teleolgica se concibe as: La actual revolucin de Chile tiene el obje-to ms justo y necesario que puede interesar un pueblo: es el mismo por el cual nuestra nacin sostuvo ms de doscientos aos de guerra, su libertad e independencia de la tirana espaola (1958 [1819]: 4).

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    consejos de Estado que supuestamente le da Andrs a su sobrino criollo como aqul, quien entrara a cumplir funciones institucionales, para instruirlo en las artes del gobier-no. La figura central en esta carta es la del ciudadano. Y, sintomticamente, Egaa no se preocupa por desdoblar la ficcin en busca de su personaje (Melillanca), es decir, la ficcin del buen gobierno obnubila la otra ficcin, la del indgena industrioso y capacitado, la cual ni siquiera se asume como tema dentro de esa pedagoga ilustrada.

    Es cierto, por otra parte, que los patriotas chilenos actuaron en funcin de superar los efec-tos meramente retricos de ese discurso. Se lo puede comprobar, por ejemplo, en el decreto de R. Freire que estipul el parlamento de Yumbel (diciembre de 1823), en el cual se declar que: desde el despoblado de Atacama hasta los lmites de la provincia de Chilo todos sern tratados como ciudadanos chilenos en el goce de las gracias y privilegios correspon-dientes y con las obligaciones respectivas (citado por Pinto Rodrguez 2003: 67). Sin em-bargo, no menos cierto es que tales medidas quedaron prcticamente sin efecto, y que la institucin de los parlamentos no impidi que dcadas ms tarde se transitara sin demasia-da contricin de los proyectos de pacificacin a los de conquista del territorio. En todo caso, podra argirse que la liberalizacin del movimiento independentista provey los argumen-tos igualitarios que slo comenzaron a ser polticamente efectivos luego del (largo, muy largo) silencio del indio.9

    De las empresas misioneras y de los viajes expeditivos a las regiones fronterizas se extraje-ron no slo mapas topogrficos y descripciones etnogrficas, sino tambin un cmulo de conceptos e imgenes que contribuyeron a sedimentar un discurso heterolgico (Certeau, 1993) cuya matriz logo y etnocentrista culmin por dirimir los efectos retricos del discurso pro-indigenista, ya sean buscados o no. A pesar de las diferencias entre jesuitas y francisca-nos, en general los indgenas eran considerados tontos, maliciosos, brbaros, cndidos, vi-ciosos, vengativos, miserables, lujuriosos, maleables, polgamos, borrachos, desconfiados, supersticiosos y, extremando la explicacin para el rechazo de la fe catlica, posesos (Pinto Rodrguez, 1988).

    Para contrarrestar esa ristra de calificaciones displicentes podran citarse aqu documentos, emblemas, proclamas, smbolos y decretos hispano-criollos que abogaran supuestamente por una inclusin del indio al proyecto nacional. De hecho, esta es la postura asumida por cierta lnea interpretativa de la historiografa chilena. En todo caso, lo que habra que preci-sar es la consistencia de tal inclusin retrica y poltica, por cierto.10 Como vimos en los 9 De hecho, esta es la sugerente interpretacin de Jos Bengoa (2007). 10 Como se puede inferir, nuestra lectura disiente en este punto de propuestas que sostienen la tesis de un proyecto criollo inclusivo durante la Independencia (Cfr. Pinto Rodrguez, 2003). Creemos, por el contrario, que una lectura atenta de las funcionalidades histricas del uso retrico de cierta imaginera no debera soslayar la asociacin entre ideas polticas y estereotipos ideolgicos. Me he referido a esta cuestin en dos trabajos dedicados a los usos del orientalismo en el Ro de la Plata: El archivo orientalista y la productividad del estereotipo en la tradicin (postcolonial) rioplatense. De El Recopi-

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    casos de Egaa y OHiggins, al menos a nivel discursivo esa retrica padeca de una limita-cin flagrante. En lo que sigue, trataremos de indagar sus presupuestos y alcances en un perodo en el que, particularmente en Chile, la discusin sobre la nacionalidad y su memo-ria histrica otorg un bro peculiar a la cuestin indgena.

    FBULAS DE IDENTIDAD Y PASADO NACIONAL. LOS ARAUCANOS EN LA FACTORA DE LA HISTORIA11

    El polmico episodio de mayor resonancia pblica en la dcada del 40 en Chile, esto es, la publicacin en el peridico El Crepsculo del ensayo Sociabilidad Chilena, de Francisco Bilbao, ha sido sobradamente comentado por la historiografa.12 Sin embargo, el tema ind-gena ha quedado en general subsumido a la elocuente invectiva contra la Iglesia y el ultra-montanismo desplegada en el ensayo. Curiosamente, el peridico El Siglo public un exten-so artculo por entregas dedicado a analizar el escrito de Bilbao en el que el tema indgena no pas inadvertido. Discrepando con la visin sobre el pasado nacional que, recorde-mos, Bilbao haba vapuleado por la oprobiosa connivencia del feudalismo con el catolicis-mo, el redactor del artculo se preguntaba: Pero solo esto hai en nuestro pasado?. Y agregaba:

    Es preciso pues creer que Chile (Arauco) ha debido dar un elemento definido, pal-pable, o por lo menos contribuir con una influencia dbil, pero susceptible de en-grandecimiento y de poder con el correr de los aos.

    El suelo araucano recorrido por los brbaros, hollado en donde quiera por la planta orgullosa del indio, se presentaba a los espaoles, con sus rboles elevados, sus cer-canas cordilleras, la fertilidad del terreno, la dureza de las estaciones. He ah lo que en nuestro pasado olvid Bilbao. Acaso no es el suelo y las razas primitivas lo que tiene influencia fecunda en el desarrollo humano? (El Siglo, 18 de junio de 1844, pg. 1, col. 1.)13

    El reproche a la visin del ensayo radica en su incapacidad de pensar los elementos tnicos y sociales en la formacin del campesino chileno, es decir, el llamado huaso, al que Bilbao haba caracterizado en consonancia con la perspectiva que Sarmiento hara famosa poco tiempo despus con su Facundo como elemento reaccionario. Para el redactor de El Siglo,

    lador (1836) al Facundo (1845). Y: La escritura de las imgenes. De El Recopilador (1836) al Facundo (1845). Ver biblio-grafa. 11 Lo que sigue es una reescritura del captulo cinco de mi tesis doctoral, dedicada a indagar los procesos de nacionaliza-cin de la cultura en Argentina y en Chile entre 1828 y 1863. 12 El ensayo de Bilbao apareci en El Crepsculo, N 2, 1 de junio de 1844, Vol. II, pp. 57-90. Cabe aclarar que el peridico edit dos volmenes: el primero llega hasta el nmero 12, del 1 de abril de 1844, y el segundo hasta el nmero 4, del 1 de agosto del mismo ao. El microfilm de la Biblioteca Nacional de Chile slo contiene hasta el nmero 11, del Vol. I, del 1 de marzo de 1844. 13 Comenz en el nmero 63, del 17 de junio de 1844, y continu en los nmeros 64, 65, 66, 67, 68 y 69. Los artculos aparecieron en la primera pgina, seccin editorial, ocupando tres columnas.

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    en cambio, Bilbao haba pasado por alto la importancia del araucano en la constitucin so-cio-tnica del campesinado chileno.14 La crtica abra sin embargo un nuevo sendero en la valoracin histrica del indgena: aquel que, nutrido por el historicismo romntico, vea al indgena no ya como socio de la revolucin sino como elemento distintivo del pasado na-cional. As continuaba el artculo:

    El araucano ha quedado sin figura en la historia del pasado; este es un error histrico que culpa mucho ms al autor cuando le vemos, en su examen de la resurreccin del pasado, introducir al huaso (hombre de campo) entre los elementos reaccionarios (dem [cursivas nuestras])

    Para reparar ese error u olvido histrico, el araucano deba ser considerado (en) el origen de la nacionalidad chilena. Ahora bien, en esta posicin existe in nuce una contradiccin que marcar profundamente el debate acerca del carcter nacional de los chilenos. En efecto, aunque en principio el araucano es recuperado como elemento social de la nacin, lo que se recupera, en realidad, es su rol destacado en el pasado, es decir, su papel cuasi mitolgico y marcadamente romntico (en la medida en que esa recuperacin lo sita como parte del terruo, de la geografa local, de lo natural). No por casualidad ese olvido histrico reapare-cer, trazando la primera polmica institucional sobre el pasado chileno, en la memoria presentada por Jos Victorino Lastarria a la Universidad de Chile pocos meses despus, titulada Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los espaoles en Chile.

    Me he detenido en esa polmica en otro trabajo (Pas, 2008b), por lo que me eximo de anali-zar aqu la discusin historiogrfica. No obstante, vale la pena repasar la Memoria de Lasta-rria en el contexto del discurso indiano-americanista que venimos analizando. En este sen-tido, el antecedente inmediato de la intervencin de Lastarria fue la edicin del primer to-mo de la Historia fsica y poltica de Chile, elaborada por Claudio Gay.15 Ese primer tomo trazaba un panorama caracterstico del paradigma historicista: comenzaba por la monarqu-a espaola antes incluso del descubrimiento de Amrica hasta llegar, pasando por la histo-ria de los adelantados y de la conquista del territorio chileno, a los primeros gobiernos co-loniales asentados en el valle. Existe en esa narracin un cuidado equilibrio de ponderacin entre las fuerzas conquistadoras los espaoles y los pueblos nativos. En este sentido, todo el relato de la conquista hasta la fundacin de Santiago y la ulterior resistencia arauca-

    14 De esa confluencia entre pobladores primitivos y espaoles, el comentarista extraa una visin distinta del huaso: Chile debi ser agricultor, y agricultor con algo de ropaje araucano, sostiene. De all la explicacin del carcter estacionario del huaso, que debera su estado al lento desarrollo comercial de la agricultura 15 El naturalista francs Claudio Gay lleg a Chile en 1828 para dictar clases en el Colegio de Santiago. Despus de la bata-lla de Lircay, fue contratado por el ministro Portales para estudiar la historia natural y la geografa de Chile. Hacia 1839, M. Egaa, le encarg adems escribir una historia poltica de Chile. En 1844, comenz a publicarse en Pars la primera entrega de su Historia fsica y poltica que llegara, por suscripcin, a los miembros de la lite chilena. La obra constaba, en total, de 30 volmenes, que se publicaron en Pars entre 1844 y 1871. Ver Guillermo Feli Cruz (1965: XVII-CXXIV).

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