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alborada / PRIMAVERA 2014 revista literaria universitaria nº 7

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alborada/ PRIMAVERA 2014

revista literaria universitaria nº 7

Desde ALBORADA invitamos a todos los estudiantes universitarios, así como a empleados de la Universidad de Navarra, a que participéis en esta revista enviándo-nos vuestros textos, junto a vuestros datos personales, a la siguiente dirección: [email protected]

Se aceptan poemas y relatos breves sin límite de exten-sión. También nos gustaría recibir vuestras ilustracio-nes de tema libre, preferiblemente en blanco y negro.

Os esperamos

Ilustraciones

Alejandro Martín González (portada)

Grado en Comunicación Audiovisual, Universidad de Extremadura

Amaia Domínguez Olazarán (página 11)

Grado en Filología Hispánica, Universidad de Navarra

Eva Sacristán González (contraportada)

Grado en Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual, Universidad de Navarra

Depósito legal: NA 1867-2012 Diseño y maquetación: Calle Mayor (www.callemayor.es)

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@alboradaunavAlborada. Revista Literaria

alborada / nº 7

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Desconcierto

Cuando en la noche todas las luces se apagan y duermen silenciosos los coches

en las aceras, cuando todo está en calma y no llega la tormenta, el alba te hallará

quieto como una estatua de piedra suspirando mientras el sol borra las estrellas.

La luz mortecina se fi ltrará por todas las grietas de la conciencia y despertarás en

el sueño de los primeros días de verano. Pero en tu rostro no se asomará una son-

risa satisfecha, sino un leve arquear de cejas. Llevas meses llorándole a la noche

y rezando a la tormenta por un cielo despejado en el que vuelan mil ideas. Ahora

que llegó la meta, ¿qué ha sido de la tormenta? ¿Qué ha sido de las ideas? Se ha

esfumado con su nube, se han fundido entre la niebla.

Grado en MedicinaUniversidad de Navarra

Almudena Llorente Peris

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Femme fatale

La he visto apenas unos segundos, enfundada en su cazadora de cuero con so-

lapas, ocupada en encender un cigarrillo mientras salía de la estación del metro.

Llevaba esos leggins que enloquecen a cualquiera y unas botas con tachuelas.

Antes de encender el cigarrillo agitaba la melena rubia levemente y de una ma-

nera encantadora, con los ojos entrecerrados. Caminaba con paso decidido y sin

prestar atención a cuanto la rodeaba, con aires de sufi ciencia, capaz de hipnotizar

al resto de los mortales con un movimiento de sus caderas. Luego ha desapare-

cido. Quiero decir, que el tren ha pasado de largo y parecía que nadie más había

reparado en ella. Me he quedado unos segundos mirando el marco de la ventanilla

por si reaparecía por casualidad, quedándome con el brillo de sus mechas rubias

en la retina. Luego he seguido jugueteando con la canica de cristal que llevaba en

el bolsillo de la chaqueta.

Grado en Filosofía y PeriodismoUniversidad de Navarra

Juan Bausá

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La hora de la cena

La noche llega

siempre a mesa puesta,

con una “llanda”

de problemas en el horno

y la fábrica cerrada,

dejando, en el centro,

a todas las fl ores dormidas,

a los lados,

un trozo de tela blanca

intenta devolver

la pulcritud perdida

desde la infancia

a nuestras horribles manos,

el día que acaba es sólo un mantel usado

que lo soporta todo,

y tu ausencia,

la preparada sopa

que, a menudo,

me sorprende sin cucharas.

Ingeniería Técnica AgrícolaUniversidad Miguel Hernández

Álvaro Carbonell Cerdá

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Luna de levante

Luna verde de sonrisa amplia,

¿por qué buscas la verdad

en la ciencia de corbata?

Luna creciente quinceañera,

¡lánzate al mar

y navega!

Luna redonda y blanda,

¡aparta libros y reglas!

que el campo quiere verte

yacer sobre la arena.

Luna nueva de velo negro,

los lobos te oyeron aullar,

aullar como un lobezno,

tendida sobre la yerba,

luna pálida de cieno.

Doctorado en HistoriaUniversidad de Navarra

César Rina Simón

alborada / nº 7

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Un sabor especial

Que se caracteriza por una bajada de temperaturas y un aumento de las precipi-

taciones; que otros muchos podrían presentarnos una visión idílica de crujientes

alfombras de hojas, de preciosos tonos pardos y ocres y rojizos y violetas y marro-

nes; que el dulce olor de las castañas; que el sabroso sabor de un guiso de setas…

Pero, ¿qué es realmente el otoño? Yo se lo he preguntado a Joseba, que es casta-

ñero, y las castañas son protagonistas de ese otoño idílico. Joseba tiene un puesto

de castañas en la Plaza de Merindades, al lado de la tienda de Mango. Por encima

de sus ojos pardos asoman unas incipientes entradas medio ocultas por la boina,

que junto con la nariz redonda y la boca grande, pintan una cara limpia y sen-

cilla. Es un hombre corpulento, la castañera se le queda pequeña, como alguien

que se sienta en una mesa demasiado baja. La panza trata de esconderse bajo el

ancho cinturón de hebilla. Viste unos pantalones marrón oscuro y una camisa de

cuadros remetida, con un par de botones sin abrochar y, a pesar del frío, con los

puños arremangados un poco por encima de las muñecas.

Le pido permiso para hacerle unas preguntas. Que no hay ningún problema,

siempre que pueda seguir atendiendo a los clientes. Se nota que tiene mucha ex-

periencia; antes de que el cliente pueda decir nada, él ya ha empezado a introdu-

cir hábilmente las humeantes castañas en el cucurucho de papel. ¿Cuántos años

lleva…”. Me corta para pedirme que le tutee. “… de castañero?”. Deja de trajinar con

el hornillo y entorna los ojos, como intentando recordar. “Pues creo que empecé

como en el 89, así que… veinticuatro añitos”, dice entre sorprendido y orgulloso

por la cifra. “¿Cómo se metió en el negocio de las castañas?”. Me recuerda que le

trate de tú. “Mi padre y el padre de mi padre fueron castañeros antes que yo, así

que me viene de familia”. A partir de ahí, contó, entre otras historias, cómo su

Grado en Historia y PeriodismoUniversidad de Navarra

Jaime Cervera Cuerda

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abuelo ganó el puesto en la plaza emborrachando al funcionario del ayuntamien-

to que tenía que concederla. Después de un buen rato de anécdotas de la familia,

vamos al meollo de la cuestión: “¿Qué es para ti el otoño?”. Se queda pensativo

unos instantes hasta que reacciona, me mira y suelta: “Vaya pregunta. Pues muy

sencillo, la época del año que mejor voy de dinero, porque las castañas me dan

un segundo sueldo aparte del de la fábrica”. Se queda unos segundos en silencio

hasta que añade: “Aunque también son los meses más putada, porque me tiro seis

horas al día en la calle y hace un frío de cojones. Además, entre la fábrica y las

castañas trabajo de 8 de la mañana a 9 de la noche, así que casi no tengo tiempo

de ver a mi mujer y a mis hijos”.

Para elevar el ánimo de la conversación, le pido un cucurucho de castañas. “Claro,

cómo no”, dice con una sonrisa de oreja a oreja. “Y además te voy a invitar”. Yo

insisto una y otra vez en que de eso nada, que se las compro. Pero Joseba no da

su brazo a torcer. Es entonces cuando reparo en que seguramente para él haya

sido más valioso el rato que hemos estado charlando que lo que puedan valer

unas castañas, así que, fi nalmente, me dejo invitar. Me despido mientras degusto

la primera castaña. Después de haber conocido a Joseba, tiene un sabor especial.

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Tres variaciones musicales a un cuento clásico

variación: f. Mús. Cada una de las imitaciones melódicas de un mismo tema.

TEMA

Érase una vez, en un reino muy lejano, un rey justo y bondadoso que amaba a su

pueblo y éste correspondía a su soberano. Pero a este pacífi co reino llegó un dra-

gón que atemorizaba a todos los habitantes, pues cada noche robaba a una don-

cella y la devoraba viva. Cuando los soldados del rey intentaron matar al dragón,

éste se los comió a todos. Sólo dejó escapar a uno para que llevara el siguiente

mensaje: “si el rey entrega a su hija, dejaré en paz al pueblo.” El rey envió más y

más soldados de su ejército, pero ninguno pudo con el dragón, y las hijas de los

campesinos y burgueses seguían muriendo cada noche. Un grupo de ciudadanos

se entrevistó con el rey: “vuestro pueblo sufre. Sabemos que sois un rey justo, pero

si no entregáis a vuestra hija, majestad, nos veremos obligados a asaltar el castillo

y entregarla nosotros mismos.” El rey reforzó los turnos de guardia pero no quedó

tranquilo. Mandó emisarios a todos los países: aquel valiente caballero que mata-

ra al dragón y presentara su cabeza en el patio del castillo, obtendrá la mitad del

reino y la mano de la princesa”.

Un pobre aprendiz que vagaba en busca de trabajo escuchó el bando del rey. “Soy

joven, se dijo, y no tengo ni un sitio dónde dormir; no perderé mucho si muero”.

Armado sólo de un palo y una piedra, vestido con una tosca camisa, se presentó

en la cueva del dragón. Ayudado sólo de su astucia, consiguió sacar al dragón de

la cueva y despistarlo en un bosque. El dragón, tan grande, se movía torpemente

entre los árboles. Estaba tan ciego de ira que él mismo se enredaba en los mato-

rrales. Entonces, el joven, subió ágilmente a un árbol y se dejó caer, clavando su

estaca afi lada en el cuello del dragón.

Grado en ArquitecturaUniversidad de Sevilla

Lourdes G. Trigo

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Los vecinos, que se habían despertado con los aullidos del dragón, esperaban en

la plaza, y lo acogieron con vítores al ver la cabeza del monstruo en las manos del

aprendiz. El rey lo recibió con honores en su castillo y al poco tiempo se casó con

la princesa, que se había enamorado de él nada más verlo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

VARIACIÓN I: ADAGIO E CON SENTIMENTO

-¡Oh, desdichada de mí! ¿Quién me salvará? Cautiva soy, en mi propio castillo. Un

dragón me acecha y el pueblo pide mi cabeza. Mi padre no puede protegerme.

¡Oh, desdichada! Nacer reina y perder la vida antes de vivirla.

-Mi princesa, no lloréis. Que no os engañen mis toscas ropas de campesino, mi

corazón es valiente y mi cabeza astuta. Mil caballeros han perecido en esta em-

presa, pero yo os juro, que por vuestro amor, la cabeza del dragón cortaré.

-¡Oh! ¡Mi dulce amigo! Vuestra soy si me liberáis. Pero, ¿qué veo? ¿Ya os marcháis?

Triste y desolado queda mi corazón con vuestra ausencia. Mas, ¡ya os veo venir!

No ha pasado ni un día, y volvéis a hombros. Y, ¿qué veo? ¡Oh! la cabeza del dra-

gón, sobre un asta, como trofeo. Tomad mi mano, valiente caballero. El reino os lo

concede mi padre, mi corazón os lo regalo yo.

VARIACIÓN II: PRESTO

Desde que el campesino es rey, los dragones han huido.

VARIACIÓN III: ALLEGRO MA NON TROPPO

Escuche usted, madre, la que se ha formado. Pues no va, y se casa con la princesa

un paleto, que ni siquiera es del país, que ni conoce el idioma... ¡Vamos! ¡Valiente

mamarracho nos han colocado! Que será todo lo astuto que quiera... Que sí, que

tienes razón, que mató al dragón y nos salvó a todos. ¡Pues que lo pongan de ge-

neral! Pero de príncipe, si no sabe ni atarse las botas...

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Canción de amor

¿Si yo te cree, por qué sin ti es imposible llenar mis días,

como lo es dibujar otros paisajes

que no sean los que deja tu huella al rozarme?

¿Si tu me creaste, por qué no respiras hasta que yo te doy mi aire?

Será que a veces nos olvidamos de convencionalismos

y probamos a vivir sin ser vistos,

a amar sin que lo sepa nadie

y tira de nosotros tanto el amor que rompe la tela de alambre.

Yo no merezco que me inventes

ni yo quiero inventarte.

Tan solo amaso el barro de tu silencio

y construyo castillos en el aire.

Quiéreme a sorbitos,

para que no se te acabe

porque, mientras que estés tú contigo,

agua no habrá de faltarte.

Doctorado en Filología HispánicaUniversidad de Sevilla

Mª Ángeles Garrido

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Cinco goles

Un inmenso reloj de agujas temblorosas y tinta corroída marcaba las siete y veinte

de la tarde. Sobre él, un cartel: “Ayuntamiento de Ejea del Valle”. El segundero del

reloj alcanzó las doce cuando el griterío de la grada sur, más abajo, se tornó pro-

minente. “¡Esto va a ser gol, gol, gol…!”. El marcador, en un lateral, era inequívoco:

Ejea F.C. perdía por un gol a cero frente a S.A.D. del Valle en el momento del lan-

zamiento del libre directo.

Manolo, portero del Ejea, volvió la vista al terreno, donde sus compañeros forma-

ban barrera al borde del área. Más allá, dos contrincantes discutían la estrategia y

tomaban carrerilla. El portero, encorvado, aseguró sus fl ancos y fi jó la mirada en

el balón. Tras el silbato del árbitro, el primer lanzador amagó, y el segundo golpeó

fuerte hacia una barrera fracturada. La pelota encontró un hueco y rebotó hacia

el área, donde se sucedió un momento de empujones y patadas en falso. Manolo

se encontró tras la maraña de jugadores en espera de un balón sin velocidad ni

rumbo. Estiró sus brazos para cogerlo, cuando una pierna con las medias de su

equipo se cruzó y mandó el balón contra las redes. Ante el júbilo de los jugadores

y afi cionados del Valle, Manolo contempló cómo se añadía el segundo gol en el

marcador. Sobre el terreno, y frente a él, Eduardo, el desgraciado defensa que evitó

su parada, caminaba cabizbajo hacia su banda.

—¡Aún podemos, coño! —Dijo Mateo a sus compañeros, reunidos junto a Manolo

bajo los palos —. Veinte minutos es mucho tiempo.

Grado en MedicinaUniversidad de Navarra

Víctor Pereira Sánchez

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Asintieron y volvieron a sus posiciones. Mateo palmeó la espalda del portero y

corrió hacia el centro del campo. Manolo quedó en la zaga solo y taciturno. Con-

tinuó el juego.

—Su prestigio no merma, señor alcalde. No pudo hacer nada —comentó a pocos

metros de la portería un afi cionado sesentón de corbata morada.

Manolo no se volvió. Vagaba su vista distraída de la grada al reloj, del reloj al mar-

cador y de ahí al césped. Silbaba una melodía monótona y parecía ajeno a los

esfuerzos de su hijo pequeño, en unos asientos cerca de los vestuarios, por salu-

darlo. A veces hundía sus botas sobre el suelo para arrancar terrones de gravilla y

hierba seca.

—Sí, malo será que caigan otros tres en lo que queda —murmuró otro afi cionado,

más joven y vestido con el chándal ofi cial del Ejea, mientras escupía cáscaras de

pipa —. No huele a verbena. Incluso hay crisis para fi estas.

—¿Eran cinco, no? —preguntó el mayor.

—Cinco, ni más ni menos, para cerrar uno de los clubes del pueblo y ahogar penas

con música, mozas y alcohol.

—Una verbena de fraternidad.

—Hay que joderse.

Mantuvieron unos instantes de silencio hasta que el mayor intervino.

—Dos clubes para un pueblo de diez mil habitantes en Huesca. Ahora que lo pien-

so, sí que estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades.

—Lo que digas, viejo, pero ya podían cerrar el Valle, que es más nuevo. Ejea es el

de toda la vida.

—Pero el Valle es el de los jóvenes, y el que está liderando el campeonato. Tenía-

mos las de perder.

—Bueno, y lo peor es que el alcalde juega portero y capitán de nuestro equipo, ¿eh,

Manolo? Pero claro, por no levantar sospechas había que aceptar el reto. Y que nos

chusquen a nosotros, que somos peores.

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Manolo se mantenía ajeno.

—Bueno, no le desconcentres. Sigue con las pipas que vienen de contraataque.

—Ojo al tercero.

Los jugadores del Valle consumaron pases peligrosos y dispararon a bocajarro

ante Manolo, que detuvo un balón raso con ovación de su grada. Minutos des-

pués, otra jugada acabó con el cuero hacia las nubes, que respondieron con una

llovizna breve.

—Casi mejor cerramos el chiringuito —masculló el de las pipas—. Esto pinta mal.

La grada opuesta volvió a chillar. Su equipo reemprendía la ofensiva. La defensa

del Ejea quedó en evidencia, y un delantero se plantó sólo ante Manolo. El meta

avanzó decidido y se sacudió a su rival con el pecho. Apenas se distinguió el silba-

to del árbitro entre el estruendo del estadio. El delantero se revolvió quejoso sobre

el césped, y el árbitro logró abrirse paso entre la tangana para llevarse la mano al

bolsillo. Bastó una mirada de Manolo para que el juez sosegara sus intenciones y,

vacilante, le mostrara durante un muy breve lapso, y sin mirarlo, la tarjeta ama-

rilla. Calmados los ánimos por unos instantes, dispuso el lanzamiento de penalti.

El tirador batió a Manolo por lo alto y rompió de nuevo el equilibrio de la tarde. Los

del Ejea se esparcieron en puntos distantes sobre el suelo para lamentarse ante la

celebración rival. El marcador amplió la ventaja.

—Chungo, chungo, abuelete —comentó el más joven.

—Desde luego, no tiene buen aspecto. Y todo a falta de, veamos… siete minutos.

—Mala suerte con el penalti, ¿oyes, Manolo? En eso mi prima sí que es buena.

—¿En penaltis? ¿Juega al fútbol tu prima?

—Es la capitana del femenino. Y parece que les va bien en la regional.

—Vaya. En cincuenta años de afi ción futbolística había conocido semejante dis-

parate. Muchachas haciéndose las duras. ¡Vaya esperpento!

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—Marimachos las llamo yo. Tenías que pasar un día a verlas. Empezando por mi

prima. Vaya fauna…

—Deja, hombre. Seguro que hay mejores modos de fomentar la misoginia.

—Sí hombre sí. Si no somos machistas ni ná. Ojo, que ya están cocinando el cuarto.

—¡Válgame la Virgen del Pilar!

Los del Valle manejaban el balón en el centro del campo y avanzaban rápidos con

pases y regates ante una defensa torpe. La grada sur coreaba cada acción. Cerca

del área, un zaguero resbaló en su intento de alcanzar un pase largo. La pelota

llegó a un jugador desmarcado que fusiló al toque la escuadra de Ejea.

—Menudo jarreo, abuelete.

—A uno del desastre.

—Y lo mejor, la cara del alcalde.

—Impertérrita desde el comienzo.

—Sí, interpérrita siempre.

Manolo contemplaba su sombra más oscura. Había anochecido sobre Ejea del Va-

lle al punto de la conclusión del encuentro. La afi ción reclamaba ya el quinto gol

y verbena. “Ejea al garete, lololololo…”.

—¡No nos rendimos! —repetía Mateo jadeante.

—No nos rendimos —repitió Manolo con una sonrisa.

Una columna enemiga dirigió su último ataque sobre la portería local. Se escu-

chaban carcajadas entre los gritos de expectación por el ridículo de la defensa.

Esta vez, el guardameta clavó sus ojos en los del tirador y pareció adivinar la tra-

yectoria. Sus dedos lograron desviar un balón muy ajustado, que rebotó en los

palos y acabó resguardado en su pecho. El público estalló en ovación a su alcalde.

Manolo se irguió ante la expectación de todos los jugadores, y vio cómo el árbitro

besaba ya el silbato e hinchaba los carrillos. Entonces, sin una sola palabra, dio

media vuelta y arrojó la pelota a su portería. Cuando se volvió, reinaba un silencio

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mayúsculo. Mirando hacia el árbitro, que permanecía como petrifi cado, Manolo

murmuró:

—Final. Cero a cinco.

Tres pitidos y apoteosis. Los afi cionados derribaron las vallas del foso y todo el

pueblo confl uyó en el césped, dejando atrás espesos charcos de vino y pancartas,

pisoteadas en su desidia. En una de las esquinas del estadio, a lo alto, alguien des-

colgó el enorme cartelón de “Ejea F.C.”, que durante unos segundos sobrevoló el

césped a merced del viento. El hombre de la corbata morada contemplaba atónito

al alcalde arropado y llevado a hombros por el gentío. Miró al más joven, y tardó

en articular sus palabras:

—Pero… Cinco cero. Se acabó Ejea.

—Pues sí… ¡pero qué coño! —Respondió él, que apuraba la última pipa y echaba a

correr al campo—. ¡Nos vamos de verbena!

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alborotoY, eso de escribir, ¿cómo se hace?

Quizá parezca curioso pero lo primero que escribas no ha de te-ner como soporte el papel, sino tu cerebro: serigrafíate en la me-moria libros y libros. Esta ley no tiene lagunas: si quieres escribir, primero lee. Toma un maestro y trata de colocar tu roca sobre su montaña, aunque sepas que no llegarás y que rodará cuesta aba-jo. Gógol, Poe, Chéjov, Mansfi eld, Maupassant, Kipling, Quiroga, Flannery O’Connor, Faulkner, Borges… déjate aconsejar al elegir y cuando hayas aprendido de todos, depende de ti escoger al que te haga disfrutar. No pares en el qué te cuentan, fíjate también en cómo te lo cuentan y pregúntate «¿por qué así?».

«De acuerdo, ya he leído, y ¿ahora qué?». No dejes de leer, por supuesto. Pero recuerda que en el momento en que vayas a po-ner el bolígrafo sobre el papel –o los dedos sobre asdf jklñ– tienes que saber hacia dónde caminas. Cada palabra ha de ser un paso que te acerque a ese fi n; o que te aleje de él, pero el fi n es siempre el punto de referencia. Ahora ya sí, apoya el bolígrafo o las yemas de los dedos y escribe la frase quizá más importante de tu relato: la primera –si no sale perfecta, ya volverás sobre ella–. Hay quien dice «yo escribo lo que me va saliendo y no sé a dónde me llevará

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el relato», no te fíes de ellos, la mayoría o no consigue un buen relato o miente y sí tiene una idea de hacia dónde escribe.

Escribe para ti, no pensando en otros. Escribe lo que te gusta-ría leer, el relato que querrías que alguien te pasase. Escribe para un lector imaginario que tiene esos gustos que tienes tú, pon-le nombre y conversa con él: explícale por qué escribes de ese modo y, sobre todo, pregúntale si le convence.

Por último, relee, relee una y otra vez tu relato y corrígelo. Retoca, elimina palabras, o párrafos enteros si sobran y, si eran necesa-rios, reescríbelos de nuevo. Piensa que es una nueva forma de retarte a escribir con más precisión, que es a lo que hemos ve-nido, ¿no? Piensa que es una oportunidad para fi jarte en cómo lo cuentas, para preguntarte ahora a ti mismo «¿por qué así?». Recuerda que «qué quiero contar» es «qué cuento» más «cómo lo cuento».

Un placer dejar mi granito de arena sobre Alboraday leeros para cada número.

Pablo Mª de la Barrera,

Alborada

Colabora:

Consejo editorial:Miguel Barba Castro

Pilar Bravo de Lallana

Pablo Mª de la Barrera Palacios

José Fanjul Alemany

Sergio Navarro Ramírez

Eva Sacristán González

Beatriz Sánchez Tajadura

Irene Zurera Maestre

Marta Revuelta Martínez

Javier Ilundain Chamarro