RICARDO, va de Conveniobiblioteca.fundacionlasierra.org/sites/default/files/RICARDO.pdf · el...

11
1 RICARDO, va de Convenio Ricardo es Enlace Sindical en su empresa. Va en autobús camino de la ciudad para asistir a una Asamblea. La citación que había recibido para asistir a aquella asamblea decía: Elección de los Representantes en la Comisión Negociadora del Convenio Colectivo del sector a escala nacional. Era la primera ocasión en la que asistía a una reunión en la que, según la citación, se iba a elegir algo. Hasta entonces, cuando asistía a una reunión, a los asistentes solo se les permitía escuchar lo que los dirigentes tenían que decir, luego charlaba con algún conocido, y sin más cada uno a su casa. De elegir, o decidir, nada. En esta ocasión estaba ilusionado con el papel, que al parecer les habían reservado a los enlaces sindicales dentro del sindicato vertical. En la sala, donde se celebraba la reunión, ya estaban todos los convocados. Casi todos se conocían de reuniones anteriores. Saludos y expectativa. ¿A ver por dónde salen hoy? Como solo asistía un representante por cada empresa, apenas se juntaban más de veinte asistentes. La gente parecía más animada de lo habitual. Al parecer iba a asistir el Presidente Nacional del sector junto al Presidente Regional. La cosa se podía animar más de lo común. Nadie allí desconocía el enfrentamiento entre ambos presidentes. Pronto se celebrarían elecciones para designar al nuevo Presidente Nacional, y ambos eran candidatos al cargo. La mesa presidencial ya está totalmente ocupada. La reunión iba a comenzar en breve. El Presidente Regional pide silencio, y procede a presentar a los invitados. Aplausos y sonrisas. En la cara del anfitrión se notaba lo incómodo que le resultaba que en la mesa hubiera cargos mayores que el suyo. Anuncia el motivo de la reunión, y anima a todos a elegir a los mejores representantes. A continuación pasa a destacar, con mucho énfasis, lo bien que lo habían hecho los elegidos en ocasiones anteriores, y por ello consideraba que fuesen ellos quienes les representasen es esta ocasión. Al parecer nadie tenía nada que objetar a la propuesta del presidente. Ricardo piensa que ya estaban en lo mismo. De novedades, nada de nada. Así lo indicaba la sonrisa del presidente. El Presidente Nacional, catalán él, pide la palabra. Se hace el silencio. ¡Compañeros y compañeras! Estoy muy contento de estar hoy con vosotros, y comprobar la seriedad de esta Asamblea. Es obvio decir que os considero a todos dignos de ser los representantes, todos habéis sido elegidos por vuestros compañeros para estar aquí. Pero yo quiero, aunque ya se que este no es mi papel hoy aquí, proponer a uno de vosotros como delegado para la negociación del convenio. Hay caras de estupor entre la concurrencia. Ya empezaba el jaleo. Las elecciones estaban cerca.

Transcript of RICARDO, va de Conveniobiblioteca.fundacionlasierra.org/sites/default/files/RICARDO.pdf · el...

1

RICARDO, va de Convenio

Ricardo es Enlace Sindical en su empresa. Va en autobús camino de la ciudad para asistir a una Asamblea. La citación que había recibido para asistir a aquella asamblea decía: Elección de los Representantes en la Comisión Negociadora del Convenio Colectivo del sector a escala nacional. Era la primera ocasión en la que asistía a una reunión en la que, según la citación, se iba a elegir algo. Hasta entonces, cuando asistía a una reunión, a los asistentes solo se les permitía escuchar lo que los dirigentes tenían que decir, luego charlaba con algún conocido, y sin más cada uno a su casa. De elegir, o decidir, nada. En esta ocasión estaba ilusionado con el papel, que al parecer les habían reservado a los enlaces sindicales dentro del sindicato vertical. En la sala, donde se celebraba la reunión, ya estaban todos los convocados. Casi todos se conocían de reuniones anteriores. Saludos y expectativa. ¿A ver por dónde salen hoy? Como solo asistía un representante por cada empresa, apenas se juntaban más de veinte asistentes. La gente parecía más animada de lo habitual. Al parecer iba a asistir el Presidente Nacional del sector junto al Presidente Regional. La cosa se podía animar más de lo común. Nadie allí desconocía el enfrentamiento entre ambos presidentes. Pronto se celebrarían elecciones para designar al nuevo Presidente Nacional, y ambos eran candidatos al cargo. La mesa presidencial ya está totalmente ocupada. La reunión iba a comenzar en breve. El Presidente Regional pide silencio, y procede a presentar a los invitados. Aplausos y sonrisas. En la cara del anfitrión se notaba lo incómodo que le resultaba que en la mesa hubiera cargos mayores que el suyo. Anuncia el motivo de la reunión, y anima a todos a elegir a los mejores representantes. A continuación pasa a destacar, con mucho énfasis, lo bien que lo habían hecho los elegidos en ocasiones anteriores, y por ello consideraba que fuesen ellos quienes les representasen es esta ocasión. Al parecer nadie tenía nada que objetar a la propuesta del presidente. Ricardo piensa que ya estaban en lo mismo. De novedades, nada de nada. Así lo indicaba la sonrisa del presidente.

El Presidente Nacional, catalán él, pide la palabra. Se hace el silencio. – ¡Compañeros y compañeras! Estoy muy contento de estar hoy con vosotros,

y comprobar la seriedad de esta Asamblea. Es obvio decir que os considero a todos dignos de ser los representantes, todos habéis sido elegidos por vuestros compañeros para estar aquí. Pero yo quiero, aunque ya se que este no es mi papel hoy aquí, proponer a uno de vosotros como delegado para la negociación del convenio.

Hay caras de estupor entre la concurrencia. Ya empezaba el jaleo. Las elecciones estaban cerca.

2

– He estado repasando el Censo de los asistentes a esta reunión, y he notado una cosa muy curiosa: todos los aquí citados hoy tenéis cargos de confianza en la empresa. Técnicos, encargados, jefes administrativos, y hasta algún asesor. Todos, menos uno. Solo uno, entre vosotros, viene representando a los oficiales y no cualificados. Un solo representante del mayor número de componentes de las empresas. Como considero, que este hecho singular hable de su valentía y competencia, es por lo que yo, como Presidente Nacional, y miembro de la Comisión Negociadora, creo interesante que elijáis a vuestro compañero Ricardo Garrido como representante en dicha Comisión.

Ya estaba el jaleo armado. En la sala se respira un silencio espeso. La mayoría disimula una sonrisa. ¿A ver cómo se tragaba aquel sapo el Presidente Regional? Un fuerte carraspeo indica que a más de uno se le ha atragantado la saliva en la garganta. Aquello había que tragarlo con bastante esfuerzo.

– Agradezco la buena intención del compañero Presidente Nacional. Lástima que tu propuesta ha llegado un poco tarde. Como he apuntado antes, y todos estáis de acuerdo, estamos muy contentos con quien nos ha representado en otras ocasiones. Por eso, me he tomado la libertad de enviar su nombre a Madrid como nuestro representante.

Silencio total. Al momento hay un run-run de culos bailando sobre el terciopelo de los asientos. Risas disimuladas, y miradas divertidas hacia los dos presidentes. La batalla estaba declarada. ¿Quién saldría vencedor? Se hacían apuestas. El Presidente Nacional no pierde la sonrisa. Aquello, al parecer, para él no tenía la menor importancia.

– Bueno. Coge el teléfono, llama a Madrid, y que allí hagan el cambio. Al Presidente Regional se le congela la sonrisa. La concurrencia detiene la

respiración. Ahora queda claro para todos, el motivo de la visita del Presidente Nacional a la Asamblea. Las elecciones estaban próximas, y él había desembarcado allí, para buscar apoyos a su candidatura, y de paso debilitar a un competidor. Y en Ricardo había encontrado, sin él proponérselo, un torpedo a lanzar en la línea de flotación del Presidente Regional uno de sus más duros competidores.

– Eso, querido Presidente, no puede ser. Si hacemos eso, desautorizamos un acuerdo de esta Asamblea, y un feo al delegado ya elegido. Eso no puede ser.

– ¡Ah! No te preocupes por eso. Ahora lo arreglo yo en un momento.

3

Coge el teléfono y marca un número. Nadie da crédito a lo que está presenciando. Aquello era un duelo de gran altura. La osadía de aquel hombre, estaba dejando en evidencia la autoridad, ejercida con mano de hierro, del Presidente Regional. Cosa esta, que divertía a más de uno. Se establece la comunicación telefónica.

– ¿Quién llama? – Soy tu presidente. Te hablo desde Valencia. Creo que habéis recibido, desde

aquí, el nombre del delegado que va a negociar el convenio por esta provincia. Ese nombre es un error. Quiero que añadas en la notificación el nombre de Ricardo Garrido. ¡Oye! ¡No quiero excusas! Si en el Sindicato no hay dinero para pagar sus dietas, yo lo pagaré de mi bolsillo.

Y sin más, cuelga el teléfono. – Bueno, esto ya está arreglado. Podemos continuar con la reunión. Pero tras este incidente, se da por terminada la Asamblea. La reunión se

continuará en el despacho del Presidente, entre éste, el Presidente Nacional, sus acompañantes, y Ricardo. En el interior del despacho, la tormenta se desata entre los dos candidatos. Los acompañantes, veteranos en aquellas situaciones, ni se inmutan ante el fragor de la batalla, y Ricardo, convidado de piedra, no sabe que actitud tomar. Al final llegan al acuerdo de que sea Ricardo quien acuda a Madrid como único representante. El designado ya había dimitido. Todos quedan satisfechos con el arreglo, aunque las navajas están inquietas en el bolsillo de los dos contendientes. Ricardo, se ve como único representante de la provincia en la Comisión Negociadora del Convenio Colectivo del sector. El pobre negociador no sabe la tormenta que se le espera con aquel arreglo. ¡Iluso!

Ricardo tiene un billete para el AUTORES, la dirección de una pensión en Gran Vía de Madrid, y una fecha para viajar. Llega el día, así que hace el equipaje y sale rumbo a la capital donde tendría que participar en la negociación del Convenio. Durante el camino, mientras mira la monotonía del paisaje manchego, repasa los puntos a negociar que trae como acuerdo de la Asamblea. También trata de memorizar todas las recomendaciones que un veterano sindicalista le había hecho. Antes de terminar el viaje, ya ha fijado en su memoria todo lo necesario para hacer un buen papel en la Comisión.

Un taxi le lleva hasta la pensión. Ricardo puede comprobar la enorme intensidad de tráfico que hay por el centro de Madrid. Él que viene de un pueblo pequeño. Luego de instalado, tiene que reunirse en un restaurante con el resto de miembros de la Comisión. En eso habían quedado. Ningún reclamo anuncia la existencia del establecimiento. Seguramente, como luego pudo comprobar, se trataba de una casa privada, cuyos dueños lo dedicaban a esa actividad. Le abre la puerta una mujer mayor con aspecto de madame retirada, o de viuda de habilitado menor, que se gana el sustento regentando una pensión. El piso, en una segunda altura, es antiguo, de un lujo evidente, pero venido a menos. Los suelos son de madera, las ventanas, enormes en altura, lucen vidrieras emplomadas de fuertes colores. En la habitación, a pesar de tener dos camas,

4

había espacio libre suficiente como para organizar un baile. El cuarto de aseo, situado en el pasillo, tenía las dimensiones como para estar en una estación de tren. Ricardo no está acostumbrado a aquel lujo, él vive en un piso de setenta metros cuadrados, y se sentía afortunado, ya que conocía a gente que vivía en chavolas, o debajo de un puente del río. Toda aquella demostración de espacio, en un primer momento, le acojona.

Ya se ha instalado, y sale a la calle en busca del restaurante. Le dijeron que estaba por allí cerca, no obstante decide preguntar, y le indican lo cercano del local. Ricardo va pensando mientras anda en busca de la calle que le han indicado, que va a encontrarse con un local moderno y de lujo. Allí, en el centro de la ciudad, no se puede esperar otra cosa. Aunque, a decir verdad, él sabe poco del centro de las ciudades. Él es de pueblo. Cuando encuentra la calle, lo que ve es una calleja que salía de Gran Vía, vieja, antigua, y oscura. El reclamo de neon rojo: “La Estrella”. Entra.

El restaurante ocupa la planta baja de una casa antigua. Allí dentro no parece que haya entrado nunca un albañil, pues el espacio presentaba varios niveles que debieron de corresponder a las antiguas estancias de la casa. Las mesas aparecen ocupadas por comensales. Tiene que ir sorteando sillas hasta encontrar la mesa donde estaba sentado el Presidente Nacional y varias personas más. Ricardo es saludado con alegría por todos

ellos. Entre los allí presentes solo hay una mujer, es la que representaba a la provincia de Barcelona. Todos iban a estar hospedados en la misma pensión. Su compañero de habitación era el representante de Alicante. Pese al aspecto viejo del local, debía de tratarse de un establecimiento muy bien considerado, pues entre los clientes pudo ver a gente conocida de la televisión y del mundo cultural en general.

Era hora de retirarse a descansar. Ricardo estaba cansado del viaje y de tantas

emociones vividas en el restaurante. En la mesa, además del Presidente, había dos Procuradores a Cortes, lo cual, en aquel tiempo, era decir mucho, aunque, viendo con la naturalidad con que les trataban, en aquel local debían de estar acostumbrados a aquella clase de clientela. A la entrada del local ha podido ver unas peceras, grandes como piscinas, donde se veía moverse a langostas y otros mariscos desconocidos para él. El menú había sido a tono con la categoría del local: percebes y angulas se sirvieron como aperitivo, carnes y pescados al gusto, y todo acompañado de bebidas de las llamadas caras. De postre tarta, helado, café copa y puro. ¡Completo! Y todos a gastos pagados.

Ricardo, sin él saberlo, iba a sacar un buen resultado económico de aquel viaje. La empresa le pagaría el sueldo doble. El Sindicato también le pagaría el jornal como si estuviera trabajando, y las dietas suficientes como para pagar aquel ritmo de vida que llevarían en la capital. Era como si se hubiera ido a hacer la vendimia. Ahora está extenuado y quiera meterse en la cama y olvidarse de todo. Ya está a punto de dormirse, cuando alguien viene a tocar diana. ¿Qué pasaba? Entonces le informan que es ahora, a esa hora de la noche, cuando empezaba la jornada laboral para los negociadores.

5

Se reúnen en una habitación de la pensión habilitada para ese fin. Luego sabría que la casa era el lugar donde se hospedaban los sindicalistas cuando iban a la capital. Allí estaba: el Presidente Nacional, que es quien llevaría la voz cantante en la negociación, los delegados de Barcelona, Gerona, Valladolid, Alicante, y él mismo. Era el equipo que llevaría el peso de la negociación, el resto de delegados estarían de bulto. La reunión se prolongó hasta les tres de la madrugada. Ricardo se metió en la cama con la inquietud de que tendría que levantarse a las siete de la mañana.

El desayuno lo hicieron en una tasca típica en una calle estrecha y vieja por antigua, justo a espaldas de la pensión. Torrijas y café con leche. Era invierno, y en Madrid hacía frío, era necesario llenar bien el depósito, la jornada podía ser larga. La conversación, informal, recayó en el motivo por el que se encontraban allí. A decir verdad, durante el tiempo que Ricardo estuvo en la capital, no se hablo, entre ellos, de otra cosa. ¡Trabajo! ¡Trabajo! Sus compañeros eran gente muy trabajadora y comprometida con la representación que les habían delegado. Él también.

Cuando entra en la sala donde se iba a negociar con la parte empresarial, Ricardo llega con el ánimo un poco encogido. Han estado, un momento antes, en el despacho del Presidente. No se sitúa en un espacio con tanto lujo, ni con unas secretarias mini falderas que les ofrecen café: para estar bien despejados. Se siente desubicado. Y no le levanta el ánimo el ver la enorme mesa circular que ocupaba el centro de la sala. Allí todos iban a estar sentados dando la cara. No había lugar para el escaqueo. Respira hondo y ocupa su lugar. El Presidente en el centro del espacio destinado a la representación de los trabajadores, un abogado a cada lado de él, y a continuación, él. Aquel era un lugar destacado. No sabe cómo podrá salir con bien, viendo enfrente a gente trajeada con la soltura de quienes están acostumbrados a llevar aquella ropa. Él, dentro del traje, aunque sin corbata, no está a gusto.

Ya están frente a frente quienes iban negociar las nuevas condiciones del Convenio. Lo de que iban a negociar, era una ilusión de Ricardo. Ya se daría cuenta de ello. Llevaban la estrategia bien aprendida. La voz cantante la llevaría el Presidente. Si en algún momento de la sesión, él entiende que las cosas no van como estaba previsto, uno de nosotros tenía que intervenir para, con nuestra torpeza, cambiar el rumbo de las negociaciones. El primer mandamiento para nosotros, era: como nosotros somos obreros, no entendemos con claridad tanta cuestión técnica. Por lo tanto, la otra parte se vería obligada a repetir las cosas muchas veces, hasta que, de tanto repetir, el discurso perdía su efecto. La noche anterior, habían confeccionado una lista de peticiones con veinte puntos. Era lo que iban a presentar en esa primera sesión. Había que poner muchas cosas, de las que luego, algunas, muchas, renunciarían en consideración a la parte contraria, dejándoles el argumento de que la mayoría de peticiones habían sido derrotadas, cediendo solo en una pequeña parte de ellas. Así todos contentos. Como intento no iba a estar mal.

– ¡Se abre la sesión!

6

El Presidente de la Mesa era un alto cargo del Ministerio de Trabajo. Allí todos sabían de parte de quién estaba. El portavoz de los trabajadores, lee la lista de los puntos que a su juicio debían figurar en el nuevo Convenio. La exposición es torpe y lenta, como convenía a un primer contacto, pero en los papeles que todos tenían delante, las cosas estaban bien claras. El Presidente de la Mesa, tras la lectura, decide suspender la sesión durante dos horas. Era el tiempo que según él se necesitaba para estudiar la propuesta. Aprovecharían ese tiempo para tomar un café.

– ¡Se reanuda la sesión! Ahora, los abogados de la Patronal, toman la palabra. Eran tres. El del centro, un

autentico Dandi, es el portavoz. El hombre da comienzo a lo que parece que es un ritual entre los abogados tan bien vestidos: se atusa el pelo engominado, se alisa la corbata de un rojo escandaloso, se golpea el pañuelo de la americana, se desprende del reloj de pulsera y lo coloca encima de la mesa delante de él. Se recoloca en el asiento y comienza a hablar. Toda aquella exhibición del abogado, Ricardo ya lo había visto antes, y no le gusta nada.

La voz es suave. El tono y la cadencia persuasiva. Aparentado desgana, y molesto, va desgranando, uno a uno, todos los puntos aportados por los trabajadores. Al terminar la lectura, con un gesto bien estudiado, lentamente, va pasando la mirada por cada uno de los ocupantes de la mesa en su parte frontal. Dice, que la Patronal, a quien él representa, comprende muy bien las peticiones de los trabajadores, que entiende también lo necesario de alguna de ellas, y, a ser posible, están dispuestos a aceptar la mayoría de ellas. El revuelo sobre los asientos es general. Pero, desgraciadamente, según apunta, este no era el mejor momento para hacer aquellas concesiones. Silencio total.

A renglón seguido, tras un carraspeo, ahora con voz plañidera, al borde de la lágrima, comienza a enumerar las enormes dificultades por las que estaban pasando las empresas en unos momentos tan difíciles. El mal momento que estaba pasando el sector. La miseria en la que se están desenvolviendo algunos empresarios, y que en definitiva, si aceptan aquellas demandas, que por otra parte consideran justas, supondría el cierre de muchas empresas. El alza del precio de las materias primas. El encarecimiento del transporte. La inversión hecha en la adquisición de nueva maquinaria. El inesperado cierre de algunos mercados. Si a todos estos inconvenientes, añadimos una subida desmedida de los salarios, iba a suponer el tiro de gracia para un sector bastante castigado ya. Estos son los principales argumentos del abogado-dandi. Y eso que no había mencionado la crisis del petróleo que ya estaba en puertas. Es Febrero de 1972.

Ricardo se hubiese echado a llorar, y sintió la tentación de aplaudir a aquel ruiseñor de la palabra. No por los argumentos que ha ido exponiendo, si no por su manera de decir. Pero se contuvo y no hizo ni una cosa ni otra. El discurso de aquel abogado había durado sus dos buenas horas. ¡Y todo sin beber agua! Conforme iba avanzando el discurso, pudo comprobar como al presidente, su portavoz, el rostro se le iba poniendo rojo y las venas del cuello se le inflamaban. Señales inequívocas de que

7

estaba enfadado y molesto por las palabras de su contrincante, La respuesta tenía que ser decidida y rotunda. Y así fue.

– Señores representantes de la Patronal, son muy conmovedores los argumentos esgrimidos por su portavoz. En vista de ello, nosotros, los trabajadores, estaríamos dispuestos a renunciar a parte de nuestro salario para que los empresarios, pobres, puedan salir de la miseria a la que se ven abocados por nuestras exigencias. Lástima que tampoco, éstos, sean buenos momentos para nosotros. Y lo sentimos. Seamos serios señores. ¿Creen de verdad que nosotros podemos tragar toda esa palabrería? ¿Creen ustedes que nuestros representados se merecen el tono frívolo que están empleando? ¿Su burla? Señores, nosotros estamos aquí para defender el pan de muchos trabajadores y sus familias. No pedimos, ¡exigimos esas mejoras! Además, ustedes ya han aplicado en el precio de sus productos el aumento del trasporte, el encarecimiento de las materias primas, y todas esas monsergas que han enumerado. Tienen ante ustedes la tabla de peticiones. Como creemos que son justas y adecuadas, esperamos de ustedes una respuesta concreta y positiva, y no una sarta de tonterías como las que nos ha contado su portavoz. ¡He dicho!

¡Bravo! Esta exclamación resonó en el interior de Ricardo. ¡Bien por su Presidente! En la sala se hace el silencio. Al Presidente de la mesa se le había agriado el rostro. Como ambas partes ya habían declarado su posición, y antes de que la situación se le fuese de las manos, decide interrumpir la sesión hasta la tarde. Era la hora de ir a comer.

Aquí cabe decir que la verdadera negociación se hacía en los pasillos durante los

recesos. Ricardo participó en alguna de ellas. Conociendo, de primera mano, como se cocían los trapicheos y chanchullos, que, en definitiva, marcarían el camino del resultado final. Lo demás era pura parafernalia.

Por la tarde se reanuda la sesión. Las horas van pasando en un interminable e infructuoso tira y afloja. “Yo te doy esto a cambio de aquello”. “Pues yo prefiero aquello en lugar de esto”. Así todo el tiempo sin adelantar nada. Con el paso de las horas el cansancio estaba haciendo mella en los portavoces, y los argumentos iban perdiendo fuerza y claridad. Sobre todo en el abogado-dandi no hecho a tan interminables sesiones. El Presidente de la mesa, viendo que aquello no andaba por el camino que a él le convenía, decide interrumpir la sesión hasta la mañana siguiente. ¡Todos a cenar!

Ya en la pensión, la noche se hace larga. Se pasa revista a todo lo ocurrido durante el día. La sesión no había ido del todo mal para ellos. No era descabellado pensar que podían salir airosos de aquella difícil negociación. Frente a los empresarios, siempre era un caminar cuesta arriba. Ellos, habían cedido en aquellos puntos en que estaba previsto que lo hicieran, y habían dejado a buen recaudo lo que más les interesaba. Esa era la estrategia a seguir. Aunque a nadie de los presentes aquella noche, les gusto la manera en que el Presidente de la mesa cerró la sesión. Tendrían acudir al día siguiente preparados para lo peor. Su experiencia les dice que cuando las cosas se

8

ponen mal, suelen sufrir presiones para terminar las negociaciones en los términos marcados por los representantes de la patronal. Como así iba a ocurrir finalmente.

– ¡Se abre la sesión! El Presidente de la mesa toma la palabra: – Los señores representantes de la patronal, han hecho llegar hasta mi mesa

una nueva propuesta. La he estudiado detenidamente, y considero que la propuesta es bastante generosa por su parte. Así que, como las discusiones se hacen eternas, y las diferencias mostradas por ambas partes parece que no nos van a llevar a ninguna parte, voy a suspender la sesión durante una hora para que los representantes de los trabajadores estudien dicha oferta. A la reanudación de la sesión, tendrán que dar una respuesta. Si ésta, es positiva, firmamos y todos contentos, si no lo es, yo, con la prerrogativa que da mi cargo en esta negociación, haré llegar las conclusiones de la negociación a la Delegación de Trabajo para que dicte un LAUDO. Y les puedo asegurar, y ustedes lo saben, que el LAUDO que salga, será peor que la oferta que ahora les hace la patronal. Nos tomaremos un receso de una hora.

¿Y qué creen que hicieron Ricardo y sus compañeros al reanudarse la sesión? ¡Aceptar y firmar! La negociación se daba por terminada. Luego marcharon todos a comer. Cada uno con un sabor de boca distinto, Aquello no había sido más que una comedia. Todos parecían saberlo de antemano. Todos menos Ricardo. Él había acudido a aquella cita con cierta ilusión. Pero él era novato.

Ricardo vuelve de Madrid con el nuevo Convenio bajo el brazo. Lo que aparece en el Convenio tiene un resultado muy diferente para la gente de su empresa. Por una parte iba a resultar beneficioso para los oficiales y no cualificados, pero para los mandos intermedios, y demás cargos, no lo iba a ser tanto, por lo que él presentía problemas a la hora de aplicarlo. Pero él estaba contento a pesar de la tormenta por venir. A fin de cuentas él defendía los intereses de los trabajadores de menor calificación. Los otros, como cargos de confianza, tenían más fácil defender sus intereses ante la empresa. Tampoco sus compañeros de comisión lo iban a pasar mejor. El representante de Valladolid, temía que cuando se conociera el resultado del nuevo Convenio para su provincia, le iban a tirar por un puente al Pisuerga. El representarte de Baleares, pidió, con cara de angustia, que pusiéramos un añadido para que las empresas de las islas tuvieran la facultad de aceptar o no lo acordado en el Convenio. Naturalmente la petición se desestimó. Pero esto era una prueba de lo difícil que era la aplicación de lo acordado en los convenios, a pesar de estar acordado por ambas partes.

Una mañana. Mientras esperaban la hora de comenzar la sesión, Ricardo, curioso, se dedicó a husmear por las dependencias de las oficinas del Sindicato. Abría una puerta, miraba dentro, y cerraba. En esto estaba, cuando en uno de aquellos cuartos,

9

ve un montón de cajas precintadas y llenas de polvo, que daba la impresión de no haber sido abiertas en mucho tiempo.

– ¿Buscas algo? La voz de un empleado le sobresalta. – ¡No! ¡Nada! Solo estaba curioseando un poco. ¿Qué contienen estas cajas? – Son ejemplares de Ordenanzas Laborales. El empleado se marcha dejando a Ricardo allí. Éste, se asoma al pasillo, ve que

no había nadie a la vista, entra y cierra la puerta. Aquel era el Sindicato del Textil, así que aquellas Ordenanzas Laborales tenían que ser de ese sector. Él había intentado sin conseguirlo, hacerse con uno de aquellos ejemplares. Era imprescindible para baremar los puestos de trabajo y asignarles el salario correspondiente. Va mirando las cajas, hasta que da con una que pone como destino Valencia. Abre la caja, toma una Ordenanza Laboral del Sindicato Textil, la esconde bajo su abrigo, cierra la puerta, y va a reunirse con sus compañeros.

Durante el camino de regreso a Valencia, en el autobús, ojea las hojas del ejemplar incautado. Allí había sorpresas inesperadas. Por eso en Valencia era imposible conseguir uno de aquellos ejemplares. Por ejemplo: Lo que se puede comprobar, si se

aplica correctamente el coeficiente a las distintas categorías laborales, vemos que en la actualidad, los mandos intermedios, allí en Valencia, estaban cobrando de más, hasta dos veces más de lo que le corresponde, mientras que los oficiales y no cualificados, hasta un veinticinco por ciento de menos. Por eso, él temía problemas para su aplicación. Pero él estaba dispuesto a que así se hiciera. Aquello iba a ser su salvoconducto para regresar con

algo positivo en la maleta. Unos días después de su regreso, es convocado a una Asamblea General del

Sindicato. Madruga. Quiere tener todos los papeles a mano y bien estudiados: ¡Por si acaso! No se fía, y no las tiene todas consigo. Él sabe, que tanto el Presidente Provincial, como el resto de la dirección del Sindicato, los tiene en contra por la forma en que había sido elegido como negociador. Por eso lleva un discurso a la defensiva. Cuando llega a la sede del Sindicato, como había hecho en otras ocasiones, ocupa un despacho. Allí, tranquilamente, se prepara para lo que presiente que se le viene encima.

En ello está, cuando hasta él llega el rumor de una conversación. Los que hablaban en el despacho contiguo, lo hacían en voz baja como no queriendo que alguien les pudiera oír. Seguramente no sabían que él estaba allí tan cerca de ellos. Se acerca hasta la pared medianera, aplica el oído al tabique, y escucha y entiende lo que al otro lado estaban hablando. Lo que oyó no le gustó nada. En ese momento, alguien entra en el despacho y le dice: ¡Debes tener cuidado! ¡Van a por ti!

La Asamblea queda constituida. El Presidente da inicio a la sesión. Seguidamente pide la palabra, y pasa a criticar el resultado del Convenio que se acababa de aprobar en Madrid, y el fracaso de su representante en dicha Comisión. El resultado,

10

según él, había sido catastrófico para la provincia. Rumor e inquietud entre los asistentes. Aquello no estaba en la orden del día. En esto, uno de los asistentes pide la palabra:

– Como hemos podido escuchar a nuestro Presidente, el Convenio ha sido un fracaso personal de nuestro representante, por ello, pido que esta Asamblea de un voto de censura a dicho representante.

Aquel era uno de los que conspiraban contra él en el despacho vecino. Entre los asistentes se produce un rumor de incredulidad. Aquella situación no era normal. Algo estaba ocurriendo, y ellos no tenían noticias de ello. Ricardo sabe que es a él a quien corresponde torear ese toro. Para ello pide la palabra:

– Compañeros, por si alguien no lo sabe, yo soy el negociador de ese denostado Convenio. Como es bueno que aquí nos conozcamos todos, pido al compañero, que ha pedido el voto de censura, que nos diga quién es, y en representación de quién viene. Pues yo, hasta hoy, no le he visto por aquí.

El Presidente Provincial, dice que son unos compañeros de Murcia que están de visita. A lo que Ricardo, ya lanzado, responde que no entiende que siendo invitados en esta Asamblea, intervenga, sin legitimidad alguna, de manera tan radical pidiendo un voto de censura. Aquí no reprenden a nadie, y por lo tanto, no tienen nada que decir. He de añadir, que no me gusta nada el sesgo que ha tomado esta Asamblea. Que no es esta Asamblea General la que tiene que pedirme cuenta del encargo que se me hizo. Solo ante la Asamblea del sector, que es quién me nombró delegado, rendiré cuentas, Por lo tanto, pido al Presidente, que saque del orden del día este punto.

Seguidamente, Ricardo abandona el local. Y cosa inaudita hasta entonces, más de la mitad de los asistentes dejan el local tras él.

A partir de ese día, algo cambió para Ricardo dentro del Sindicato. Él formaba parte del grupo de sindicalistas que estaban en el Sindicato Vertical para controlar su caída, desde dentro, y estar bien situados para tomar el relevo cuando aquello ocurriera, y llegasen los Sindicatos de Clase. Algo de esto debió de olerse el Presidente Provincial, pues desde entonces, no hubo un acto en el Sindicato al que no estuviese invitado

11

Ricardo: Comidas con representantes nacionales, entrega de medallas al Mérito en el Trabajo, donde compartió mantel con algún ministro, reuniones con el Delegado de Trabajo, etc. Hasta un despacho pusieron a su disposición.

Aquel hombre, el Presidente, sabía que sus días al frente del Sindicato estaban contados. Por eso prefirió tener a Ricardo, y otros más, a su favor que de enemigos cuando viniera el relevo. A pesar de los esfuerzos del Presidente por suavizar la tensión, las Asambleas que se celebraron desde entonces, se partían en dos. Por un lado, un grupo de enlaces que eran cargos de confianza en sus empresas, quienes aún apoyaban al Presidente, y por el otro lado, la mayoría se sumó a la revuelta que inició Ricardo sin él proponérselo. Lo que sí fue cierto, es que, con su nueva actitud, la última etapa del Presidente Provincial se hizo más llevadera.

La ruptura total con el Sindicato Vertical, por parte de Ricardo y el grupo, se llevó a cabo, cuando desde el Sindicato le propusieron ser Presidente Regional del sector. Ricardo dijo ya basta. Que hasta allí habían llegado. Que él, desde ese momento, dejaba el Sindicato. Y así lo hizo, junto a otros muchos compañeros, dejando aquel barco carcomido a la deriva hasta su definitivo naufragio, conservando en su poder las riendas bien sujetas para hacer el relevo. La espera iba a ser corta.

Así que Ricardo, que un día salió elegido Enlace Sindical en su empresa, sin el

saberlo, ni ese era su propósito en un principio, colaboró, junto a un grupo de enlaces como él, a allanar el camino para que. lo que luego sería La Transición Política, fuese posible, en el mundo sindical, sin lo traumático que todos temían. Pero eso pertenece a otro tramo de la Historia.

Emilio MARÍN TORTOSA.