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Roberto Esposito Bíos Biopolitica y filosofía MUTACIONES Amorrortu /e dito res

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  • Roberto Esposito

    Bos Biopolitica y filosofa

    MUTACIONES

    Amorrortu /e dito res

  • Roberto Esposito Bos MUTACIONES

    No se puede pasar por .alto la categora de biopolitica al intentar interpretar los grandes acontecimientos que sacuden al mundo: la cuestin del bos est en el centro de todos los recorridos pol-ticos significativos. Si es cierto que la biopolitica reviste extraor-dinaria importancia, no es menos cierto que el concepto est

    atravesado por una profunda incertidumbre semntica, que lo expone a interpre-taciones diversas y encontradas. Permanece irresuelta la pregunta inicialmente formulada por Michel Foucault: Qu hace que la poltica de la vida termine por acercarse inexorablemente a su opuesto?

    En la bsqueda de respuestas, Roberto Esposito no slo examina, por vez pri-mera, escansiones y antinomias de la gnesis moderna de la biopolitica, sino tam-bin su extrema inversin tanatopoltica: el nazismo. Oponindose a la remocin que realiz la filosofa contempornea, el autor propone que slo una confronta-cin con los dispositivos mortferos del nazismo brindar las claves conceptuales requeridas para afrontar el enigma de la biopolitica c intentar su reconversin afirmativa. Hace falta pensar la inversin del biopoder nazi. Es preciso desar-ticular'el vnculo que enlaza vida y poltica de una manera destructiva para am-bas, sin olvidar su implicacin recproca. Con este objetivo, Esposito se sita en un amplio escenario analtico. Hobbes y Spinoza, Heidegger y Arendt, Nietzsche y Deleuze son algunas de las grandes referencias que el autor desgrana, para en-frentar de modo intenso y original una de las cuestiones decisivas de nuestro tiempo.

    ROBERTO ESPOSITO es profesor de Historia de las Doctrinas Polticas y Filosofa Moral en aples. Entre sus obras podemos mencionar Categorie dell'hnpolitko (1988), Nove pensieri sulla poltica (1993), L'origine della poltica. Haivnah Arendt o Simtme Wef (1996), Communitas. Origine e destino della comuniia (1998), Immunitas. Protezume e negazione della vita (2002) los dos ltimos, traducidos en esta coleccin.

    ISBN 950-518-720-3

    UiOTTOTtU/editOreS 9 7 8 9 5 0 5 l 8 7 2 0 1

  • Bos

  • Coleccin Mutaciones Bos. Biopolitica y filosofa, RobscfeaJSsposito Giulio Einaudi editore, Turn2004) Traduccin: Cario R. Molinari Maroto Todos los derechos de la edicin en castellano reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7 piso (C1057AAS) Buenos Aires Amorrortu editores Espaa S.L., C/San Andrs, 28 - 28004 Madrid www.amorrortueditores.com

    La reproduccin total o parcial de este libro en forma idntica o modificada por cualquier medio mecnico, electrnico o informtico, incluyendo foto-copia, grabacin, digitalizacin o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacin de informacin, no autorizada por los editores, viola dere-chos reservados.

    Queda hecho el depsito que previene la ley n 11.723 Industria argentina. Made in Argentina

    ISBN-10: 950-618-720-3 ISBN-13: 978-950-518-720-1 ISBN 88-06-17174-7, Turn, edicin original

    Esposito, Roberto x~Bfos. Biopolitica y filosofa. - Ia ed. - Buenos Aires : Amorrortu,

    Traduccin de: Cario R. Molinari Marotto

    ISBN 950-518-720-3

    1. Filosofa Poltica. I. Molinari Marotto, Cario R., trad. II. Ttulo CDD 190

    Impreso en los Talleres Grficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provin-cia de Buenos Aires, en diciembre de 2006. Tirada de esta edicin: 2.000 ejemplares.

  • ndice general

    9 Introduccin

    23 1. El enigma de la biopoltica 23 1. Bio/poltica 41 2. Poltica, naturaleza, historia 53 3. Poltica de la vida 63 4. Poltica sobre la vida

    73 2. El paradigma de inmunizacin 73 1. Inmunidad 91 2. Soberana

    101 3. Propiedad 111 4. Libertad

    125 3. Biopoder y biopotencia 125 1. Gran poltica 137 2. Fuerzas encontradas 148 3. Doble negacin 160 4. Despus del hombre

    175 4. Tanatopoltica (el ciclo del genos) 175 1. Regeneracin 187 2. Degeneracin 203 3. Eugenesia 218 4. Genocidio

  • 235 5. Filosofa del bos 235 1. La filosofa despus del nazismo 252 2. La carne 272 3. El nacimiento 292 4. Norma de vida

  • Introduccin

    1. Francia, noviembre de 2000. Una decisin de la Corte de Casacin abre una lacerante brecha en la ju-risprudencia francesa, al dejar sin efecto dos fallos de segunda instancia, contrarios a su vez a otras tantas sentencias dictadas en instancias previas. La Corte reconoce el derecho de un nio llamado Nicols Pe-rruche, afectado de gravsimas lesiones congnitas, a demandar al mdico que no haba efectuado el diag-nstico correcto de rubola a su madre embarazada, impidindole as abortar conforme a su expresa vo-luntad. Lo que en este caso aparece como objeto de controversia, no resoluble en el plano jurdico, es la atribucin al pequeo Nicols del derecho a no nacer. Lo que est en discusin no es el error, comprobado, del laboratorio mdico, sino el carcter de sujeto de quien le entabla litigio. Cmo puede un individuo ac-tuar jurdicamente contra la nica circunstancia la de su propio nacimiento que le brinda subjetividad jurdica? La dificultad es a la vez lgica y ontolgica. Ya es problemtico que un ser pueda invocar su pro-pio derecho a no ser, pero ms difcil an es pensar en un no ser, precisamente quien an no ha nacido, que reclama su derecho a permanecer en esa condicin, vale decir, a no entrar en la esfera del ser. Lo que pa-rece indecidible conforme a ley es la relacin entre realidad biolgica y personalidad jurdica, entre vida natural y forma de vida. Es verdad que, al nacer en esas condiciones, el nio sufri un dao. Pero quin, si no l mismo, habra podido decidir evitarlo, elimi-nando anticipadamente su propio ser sujeto de vida,

  • su propia vida de sujeto? No slo ello. Dado que quien est en condiciones de obstaculizar un derecho subje-tivo tiene la obligacin de abstenerse de hacerlo, esto implica que la madre se habra visto forzada a abor-tar, con prescindencia de su libre eleccin. El derecho del feto a no nacer configurara, en suma, un deber preventivo, de quien lo ha concebido, de suprimirlo, instaurando as una cesura eugensica, legalmente reconocida, entre una vida que se considera vlida y otra, como se dijo en la Alemania nazi, indigna de ser vivida.

    Afganistn, noviembre de 2001. Dos meses des-pus del ataque terrorista del 11 de septiembre, en los cielos de Afganistn se perfila una nueva forma de guerra humanitaria. El adjetivo no se refiere, en es-te caso, a la intencin del conflicto como en Bosnia y en Kbsovo, donde se pretenda defender a pueblos en-teros de la amenaza de un genocidio tnico, sino a su instrumento privilegiado: los bombardeos. As, so-bre el mismo territorio y al mismo tiempo, junto a bombas de alto poder destructivo se arrojan tambin vveres y medicinas. No debe perderse de vista el um-bral que de este modo se atraviesa. El problema no reside nicamente en la dudosa legitimidad jurdica de guerras que, en nombre de derechos universales, se ajustan a la decisin arbitraria, o interesada, de quien tiene la fuerza para imponerlas y comandarlas; tampoco en la frecuente divergencia entre objetivos propuestos y resultados obtenidos. El oxmoron ms punzante del bombardeo humanitario reside, antes bien, en la manifiesta superposicin entre declarada defensa de la vida y efectiva produccin de muerte. Ya las guerras del siglo XX nos haban acostumbrado a la inversin de la proporcin entre vctimas militares que antes superaban con mucho a las dems y vctimas civiles, cuyo nmero es hoy ampliamente su-

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  • perior al de las primeras. Asimismo, las persecucio-nes raciales se basaron desde siempre en el presu-puesto de que la muerte de unos refuerza la vida de los otros. Pero, justamente por ello, entre muerte y vida entre vida que se debe destruir y vida que se debe salvar persiste, e incluso se profundiza, el sur-co de una clara divisin. Este deslinde es el que tiende a borrarse en la lgica de los bombardeos destinados a matar y proteger a las mismas personas. La raz de esta indistincin no ha de buscarse, como se suele ha-cer, en un cambio estructural de la guerra, sino ms bien en la transformacin, mucho ms radical, de la idea subyacente de humanitas. Esta, considerada du-rante siglos como aquello que sita a los hombres por encima de la simple vida comn a las otras especies, y cargada adems, precisamente por ello, de valor pol-tico, no deja de adherirse cada vez ms a su propia materia biolgica., Pero, una vez consustanciada con su pura sustancia vital, esto es, apartada de toda for-ma jurdico-poltica, la humanidad del hombre queda necesariamente expuesta a aquello que puede a un tiempo salvarla y aniquilarla.

    Rusia, octubre de 2002. Grupos especiales de la po-lica del Estado irrumpen en el Teatro Dubrovska de Mosc, donde un comando checheno tiene como rehe-nes a casi mil personas, y provocan, con un gas pa-ralizante de efectos letales, la muerte de 128 rehenes y de casi todos los terroristas. El episodio, justificado e incluso tomado como modelo de firmeza por otros go-biernos, marca un paso ms en la direccin antes co-mentada. Aunque en este caso no se utiliz el trmino humanitario, no hay diferencia en la lgica subya-cente: la muerte de decenas de personas es conse-cuencia de la voluntad misma de salvar a cuantas sea posible. Sin extendernos sobre otras circunstancias inquietantes, como el uso de gases prohibidos por los

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  • tratados internacionales, o la imposibilidad de contar de antemano con antdotos adecuados con tal de man-tener en secreto su naturaleza, detengmonos en el punto que nos interesa: la muerte de los rehenes no fue un efecto indirecto y accidental de la accin de las fuerzas del orden, como puede suceder en estos casos. No fueron los chechenos, sorprendidos por el asalto de los policas, sino los propios policas quienes elimina-ron a los rehenes sin ms. Suele hablarse de especula-ridad entre los mtodos de los terroristas y los de quienes los enfrentan. Ello puede ser explicable y, dentro de ciertos lmites, hasta inevitable. Pero tal vez nunca se vio que agentes gubernativos cuyo come-tido era salvar de una muerte posible a los rehenes, llevaran a cabo ellos mismos la matanza con que los terroristas se limitaban a amenazar. Varios factores el empeo por desalentar esta clase de atentados, el mensaje a los chechenos de que su batalla est perdi-da sin esperanzas, el despliegue de un poder soberano en evidente crisis incidieron en la decisin del pre-sidente ruso. No obstante, hay algo ms, algo que constituye su tcito presupuesto. El blitz en el Teatro Dubrovska no marca la retirada de la poltica ante la fuerza al desnudo, como tambin se dijo. Tampoco puede reducrselo al desvelamiento del vnculo origi-nario entre poltica y mal. Es la expresin extrema que la poltica puede asumir cuando debe afrontar sin mediaciones la cuestin de la supervivencia de seres humanos suspendidos entre la vida y la muerte. Para mantenerlos con vida a toda costa, incluso puede to-mar la decisin de precipitar su muerte.

    China, febrero de 2003. La prensa occidental di-vulga la noticia, rigurosamente mantenida en secreto por el gobierno chino, de que tan slo en la provincia de Henan hay ms de un milln y medio de seropositi-vos, con tasas que en algunas localidades, como Don-

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  • ghu, alcanzan al ochenta por ciento de la poblacin. A diferencia de otros pases del Tercer Mundo, el conta-gio no tiene una causa natural o sociocultural, sino li-sa y llanamente econmico-poltica. No se origina en relaciones sexuales sin proteccin, ni en el consumo antihiginico de drogas, sino en la venta masiva de sangre, estimulada y administrada directamente por el gobierno central. La sangre, extrada a campesinos necesitados de dinero, se centrifuga en grandes conte-nedores que separan el plasma de los glbulos rojos. Mientras el plasma es enviado a adquirentes ricos, los glbulos rojos se inyectan nuevamente a los do-nantes para evitarles la anemia e impulsarlos a re-petir continuamente la operacin. Pero basta con que uno solo de ellos est infectado para contagiar toda la partida de sangre sin plasma que contienen los gran-des autoclaves. De este modo, poblados enteros se han llenado de seropositivos, destinados casi siempre a morir por falta de medicamentos. Es cierto que pre-cisamente China empez, poco tiempo atrs, a comer-cializar frmacos antisida de produccin local a bajo costo. Mas no para los campesinos de Henan, ignora-dos por el gobierno e incluso obligados al silencio para no terminar en la crcel. Quien revel la situacin, al quedar solo tras la muerte de todos sus allegados, pre-firi morir en la crcel antes que en su cabana. Basta con desplazar el objetivo hacia otro fenmeno ms amplio para darse cuenta de que la seleccin biolgi-ca, en un pas que an se define como comunista, no es slo de clase, sino tambin de gnero. Al menos des-de que la poltica estatal del hijo nico, destinada a impedir el crecimiento demogrfico, en conjuncin con la tcnica de la ecograffa, lleva al aborto de gran parte de quienes habran llegado a ser futuras muje-res. Esto vuelve innecesaria la tradicional usanza campesina de ahogar a las recin nacidas, pero inevi-tablemente incrementa la desproporcin numrica

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  • entre varones y mujeres: se calcula que en no ms de veinte aos ser difcil que los hombres chinos en-cuentren esposa si no es arrancndola, an adoles-cente, a su familia. Tal vez sea esta la razn por la cual, en China, la relacin entre los suicidios femeni-nos y masculinos es de cinco a uno.

    Ruanda, abril de 2004. Un informe de la ONU da a conocer que diez mil nios de la misma edad son el fruto biolgico de los estupros tnicos cometidos, diez aos atrs, durante el genocidio que los hutu consu-maron contra los tutsi. Como ms tarde en Bosnia y en otras partes del mundo, esta prctica modifica de manera indita la relacin entre vida y muerte cono-cida en las guerras tradicionales e incluso en aque-llas, llamadas asimtricas, libradas contra los terro-ristas. En ellas, la muerte siempre viene de la vida hasta por intermedio de la vida, como en los ata-ques suicidas de los kamikazes, mientras que en el estupro tnico es la vida la que viene de la muerte, de la violencia, del terror de mujeres a quienes se emba-raza an desmayadas por los golpes recibidos o inmo-vilizadas con un cuchillo sobre la garganta. Es este un ejemplo de eugenesia positiva que no se contrapone a la otra, negativa, practicada en China u otros si-tios, sino que constituye su resultado contrafctico. Mientras los nazis, y todos sus mulos, consumaban el genocidio mediante la destruccin anticipada del nacimiento, el genocidio actual se lleva a cabo me-diante el nacimiento forzado, equivalente a la ms drstica perversin del acontecimiento que lleva en s la esencia de la vida, adems de su promesa. Contra-riamente a quienes vieron en la novedad del naci-miento el presupuesto, simblico y real, para una ac-cin poltica renovada, el estupro tnico hizo del naci-miento el punto culminante de la conjuncin entre po-ltica y muerte pero todo ello, en la trgica paradoja

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  • de una nueva generacin de vida. Que todas las madres de guerra ruandesas, al dar testimonio acer-ca de su experiencia, hayan declarado que aman a su hijo nacido del odio, significa que la fuerza de la vida prevalece an sobre la de la muerte. Significa tam-bin que la ms extrema prctica inmunitaria afir-mar la superioridad de la sangre propia llegando a imponerla a quien no la comparte est destinada a volverse contra s misma, produciendo exactamente lo que quera evitar. Los hijos hutu de las mujeres tut-si, o tutsi de los hombres hutu, son el resultado objeti-vamente comunitario esto es, multitnico de la ms violenta inmunizacin racial. Tambin desde es-ta perspectiva estamos frente a una suerte de indeci-dible, un fenmeno de dos caras, en el que la vida y la poltica se imbrican en un vnculo imposible de inter-pretar sin un nuevo lenguaje conceptual.

    2. En su centro est la nocin de biopoltica. Slo basndose en ella es posible encontrar, para aconteci-mientos como los expuestos, que escapan a una inter-pretacin ms tradicional, un sentido global que vaya ms all de su mera manifestacin. En verdad, ellos devuelven una imagen extrema, pero ciertamente no inexacta, de una dinmica que a esta altura involucra a todos los grandes fenmenos polticos de nuestro tiempo. De la guerra de y contra el terrorismo a las migraciones masivas, de las polticas sanitarias a las demogrficas, de las medidas de seguridad preventi-vas a la extensin ilimitada de las legislaciones de emergencia, no hay fenmeno de relevancia interna-cional ajeno a la doble tendencia que sita los hechos aqu mencionados en una nica lnea de significado: por una parte, una creciente superposicin entre el mbito de la poltica, o del derecho, y el de la vida; por la otra, segn parece, como derivacin, un vnculo igualmente estrecho con la muerte. Es esta la trgica

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  • paradoja sobre la cual se haba interrogado Michel Foucault en una serie de escritos que se remontan a mediados de la dcada de 1970: por qu, al menos hasta hoy, una poltica de la vida amenaza siempre con volverse accin de muerte?

    Creo que puede afirmarse, sin desconocer la extra-ordinaria fuerza analtica de su trabajo, que Foucault nunca dio una respuesta definitiva a este interrogan-te. O, por mejor decir, siempre oscil entre distintas respuestas, tributarias a su vez de modos diferentes de formular la problemtica que l mismo plante. Las opuestas interpretaciones de la biopolitica que hoy se enfrentan una radicalmente negativa y la otra incluso eufrica no hacen sino absolutizar, am-pliando la brecha entre ellas, las dos opciones herme-nuticas entre las que Foucault nunca hizo una elec-cin de fondo. Sin querer anticipar aqu una recons-truccin ms detallada, mi impresin es que este punto muerto filosfico y poltico se origina en una fa-llida o insuficiente pregunta acerca de los presupues-tos del tema en cuestin. No slo qu significa el con-cepto de biopolitica, sino tambin cundo naci. C-mo se configur en caso y de qu aporas todava es portador en su interior? Bast con extender la bs-queda en el eje diacrnico, y tambin en el plano hori-zontal, para reconocer que, aunque decisivas, las teo-rizaciones de Foucault no son sino el segmento final, y sin duda el ms acabado, de una lnea argumentativa cuyo origen se remonta a comienzos del siglo pasado. Es evidente que sacar a la luz dira que por primera vez esta veta lxica, sealando contigidades y di-vergencias semnticas, no tiene nicamente inters filolgico. En primer lugar, porque slo una profundi-zacin de esta clase puede poner de manifiesto, por contraste, la fuerza y la originalidad de las tesis fou-caultianas. Pero, adems, y sobre todo, porque permi-te penetrar desde varios ngulos, y con mayor ampli-

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  • tud de miras, en. la caja negra de la biopoltica, ha-ciendo posible tambin una perspectiva crtica del re-corrido interpretativo que inici el propio Foucault; por ejemplo, en lo que concierne a la compleja relacin que l instituy entre rgimen biopoltico y poder so-berano. Tambin analizaremos en detalle esta cues-tin ms adelante; pero, dentro de esa relacin, con-viene centrar desde ahora la atencin en un vnculo que compromete el sentido mismo de la categora que nos ocupa: el que se establece entre la poltica de la vida y el conjunto de las categoras polticas moder-nas. La biopoltica precede a la modernidad, la sigue, o coincide temporalmente con ella? Tiene una di-mensin histrica, epocal, u originaria? Tampoco pa-ra este interrogante decisivo, en tanto lgicamente ligado a la interpretacin de nuestra contemporanei-dadla respuesta de Foucault es del todo clara, pues oscila entre una actitud continuista y otra ms procli-ve a marcar umbrales diferenciales.

    Mi tesis es que esta incertidumbre epistemolgica es atribuible a la falta de un paradigma ms dctil capaz de articular ms estrechamente las dos voces que contiene el concepto que nos ocupa, al que des-de hace tiempo me refiero en trminos de inmuniza-cin. Sin extenderme ahora sobre su significado glo-bal, que ya tuve ocasin de definir en todas sus pro-yecciones de sentido, es preciso remarcar un elemento que restituye el eslabn faltante de la argumentacin foucaultiana: el nexo peculiar que ese paradigma ins-tituye entre biopoltica y modernidad. Slo si se la vincula conceptualmente con la dinmica inmunita-ria de proteccin negativa de la vida, la biopoltica re-vela su gnesis especficamente moderna. No porque no haya una raz de ella reconocible tambin en po-cas anteriores, sino porque slo la modernidad hace de la autoconservacin del individuo el presupuesto de las restantes categoras polticas, desde la de sobe-

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  • rana hasta la de libertad. Desde luego, el hecho mis-mo de que la biopolitica moderna tome cuerpo con la mediacin de categoras an referibles a la idea de or-den, entendido como lo trascendental de la relacin entre poder y sujetos, significa que el carcter poltico del bos no est afirmado an de manera absoluta. Para que esto ocurra para que la vida sea inmedia-tamente traducible a poltica, o para que la poltica adquiera una caracterizacin intrnsecamente biol-gica debe aguardarse hasta el viraje totalitario de la dcada de 1930, especialmente en su versin nazi. Entonces, no slo se har que lo negativo, esto es, la amenaza de la muerte, sea funcional para el estable-cimiento del orden, como ya suceda durante la etapa moderna, sino que se lo producir en cantidad cada vez mayor, conforme a una dialctica tanatopoltica destinada a condicionar la potenciacin de la vida a la consumacin cada vez ms extendida de la muerte.

    En el punto de inflexin entre la primera y la se-gunda inmunizacin se halla la obra de Nietzsche, a la que dedico un captulo completo, no slo por su in-trnseca relevancia biopolitica, sino porque constitu-ye un extraordinario sismgrafo del agotamiento de las categoras polticas modernas en su rol de media-cin ordenadora entre poder y vida. Hacer de la vo-luntad de poder el impulso vital fundamental implica afirmar, a un tiempo, que la vida tiene una dimensin constitutivamente poltica y que la poltica tiene como nico fin conservar y expandir la vida. Justamente en la relacin entre estas dos ltimas modalidades de re-ferirse al bos se juega el carcter innovador o conser-vador, activo o reactivo, de las fuerzas enfrentadas. El propio Nietzsche el significado de su obra es par-te de esta confrontacin y de esta lucha, en el sentido de que expresa, a la vez, la ms explcita crtica a la deriva inmunitaria moderna y un elemento interno que la acelera. De aqu surge un desdoblamiento, ca-

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  • tegorial y tambin estilstico, entre dos tonalidades de pensamiento contrapuestas y entrelazadas, que constituye el rasgo distintivo del texto nietzscbeano: destinado, por un lado, a anticipar, al menos en el pla-no terico, el deslizamiento destructivo y autodes-tructivo de la biocracia del siglo XX, y, por el otro, a prefigurar las lneas de una biopoltica afirmativa an por venir.

    3. La ltima seccin del libro se ocupa de la rela-cin entre filosofa y biopoltica despus del nazismo. Por qu insistir en hacer referencia a la que quiso ser la ms explcita negacin de la filosofa tal como esta se configur desde sus orgenes? En primer trmino, porque justamente semejante negacin requiere que se penetre filosficamente en su fondo ms oscuro. Y, adems, porque el nazismo neg la filosofa no de ma-nera genrica, sino en favor de la biologa, de la que se consider la realizacin ms consumada. Un amplio captulo examina en detalle esta tesis, confirmando su veracidad, al menos en el sentido literal de que el rgimen nazi llev a un grado nunca antes alcanzado la biologizacin de la poltica: trat al pueblo alemn como a un cuerpo orgnico necesitado de una cura ra-dical, consistente en la extirpacin violenta de una parte de l muerta ya espiritualmente. Desde este n-gulo, a diferencia del comunismo, con el cual todava se lo equipara en homenaje postumo a la categora de totalitarismo, el nazismo ya no se inscribe en las di-nmicas autoconservadoras de la primera o de la se-gunda modernidad. No porque resulte extrao a la l-gica inmunitaria, sino, al contrario, porque es parte de ella de manera paroxstica, hasta el punto de diri-gir sus dispositivos protectores contra su propio cuer-po, tal como sucede en las enfermedades autoinmu-nes. Las rdenes finales de autodestruccin prove-nientes de Hitler, atrincherado en el bunker de Ber-

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  • ln, constituyen un testimonio d impresionante evi-dencia al respecto. Desde este punto de vista, bien puede decirse que la experiencia nazi representa la culminacin de la biopolitica, al menos en la expre-sin caracterizada por una absoluta indistincin res-pecto de su reverso tanatopoltico. Pero, justamente por ello, la catstrofe en que se hundi constituye la ocasin para una reflexin epocal renovada acerca de una categora que, lejos de desaparecer, adquiere ca-da da ms relieve, como lo demuestran no slo los acontecimientos recordados pginas atrs, sino tam-bin la configuracin de conjunto de la experiencia contempornea, sobre todo desde que la implosin del comunismo sovitico desplaz la ltima filosofa de la historia moderna, para entregarnos un mundo nte-gramente globalizado.

    Hoy en da se debe llevar la reflexin a ese mbito: el cuerpo que experimenta de manera cada vez ms intensa la indistincin entre poltica y vida ya no es el del individuo; tampoco el cuerpo soberano de las na-ciones, sino el cuerpo, a la vez desgarrado y unificado, del mundo. Nunca como hoy los conflictos, las heri-das, los miedos que lo atormentan, parecen poner en juego nada menos que su vida misma, en una singu-lar inversin entre el motivo filosfico clsico del mundo de la vida y el otro, sumamente actual, de la vida del mundo. Por esta razn, la reflexin contem-pornea no puede ilusionarse como todava suce-de con cerrar filas en una defensa anacrnica de las categoras polticas modernas alteradas y vueltas del revs como un guante por el biopoder nazi. No puede ni debe hacerlo, en primer lugar, porque la biopolitica tuvo origen precisamente en ellas, antes de rebelarse contra su presencia. Y, adems, porque el ncleo del problema que enfrentamos la modificacin del bos por obra de una poltica identificada con la tcnica fue planteado por primera vez, de una manera que

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  • aun definirla como apocalptica resulta insuficiente, precisamente por la filosofa antifilosfica y biolgica del hitlerismo. Me doy cuenta de cuan delicada es es-ta afirmacin por sus contenidos y ms an por sus resonancias. Pero rio se pueden anteponer cuestiones de oportunidad a la verdad de las cosas. Por otra par-te, el gran pensamiento del siglo XX lo comprendi desde un principio, aceptando el enfrentamiento, y el choque, con el mal radical en su propio terreno. As fue para Heidegger, a lo largo de un itinerario tan pr-ximo a ese remolino que corri el riesgo de dejarse en-gullir por l. Fue as tambin para Arendt y Foucault, ambos conscientes de distinto modo de que slo se po-da subir desde el fondo si se conocan sus derivas y precipicios. Es el camino que yo mismo he tratado de seguir trabajando, en sentido inverso, dentro de tres dispositivos nazis: la normativizacin absoluta de la vida, el doble cierre del cuerpo y la supresin anticipa-da del nacimiento. Las pautas que obtuve pretenden bosquejar los contornos, sin duda aproximados y pro-visorios, de una biopolitica afirmativa capaz de hacer que la poltica nazi de la muerte se invierta en una po-ltica ya no sobre la vida, sino de la vida.

    Hay un ltimo punto que me parece til aclarar por anticipado. Sin excluir la legitimidad de otros re-corridos interpretativos, otros proyectos normati-vos, no creo que el cometido de la filosofa incluso frente a la biopolitica sea proponer modelos de ac-cin poltica, haciendo de la biopolitica la bandera de un manifiesto revolucionario o, cuando menos, refor-mista. No porque ello sea demasiado radical, sino por-que lo es demasiado poco. Por lo dems, contradira el presupuesto inicial segn el cual ya no es posible de-sarticular poltica y vida de una manera que confe la segunda a la direccin externa de la primera. Esto no quiere decir, por supuesto, que la poltica no pueda ac-tuar sobre aquello que es simultneamente su propio

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  • objeto y su propio sujeto, morigerando la presin de los nuevos poderes soberanos donde sea posible y ne-cesario. Quiz lo que hoy se requiera, al menos para quien hace de la filosofa su profesin, sea el camino inverso: no tanto pensar la vida en funcin de la pol-tica, sino pensar la poltica en la forma misma de la vida. En verdad, no es un paso fcil: consistira en re-ferirse a la biopoltica no desde fuera en la moda-lidad de la aceptacin o en la del rechazo, sino des-de su interior. Abrirla hasta hacer surgir algo que hasta hoy permaneci vedado a la mirada porque lo atenazaba su contrario. De esta posibilidad y de es-ta necesidad he procurado ofrecer ms de un ejem-plo: en relacin con las figuras de la carne, la norma y el nacimiento, pensadas como la inversin de las del cuerpo, la ley y la nacin. Pero acaso la dimensin a la vez ms general y ms intensa de esta deconstruccin constructiva incumba a ese paradigma inmunitario que constituye el modo peculiar en que hasta ahora se ha presentado la biopoltica. No hay otro caso en el que su semntica la proteccin negativa de la vi-da revele a tal punto una ntima relacin con su opuesto comunitario. Si la immunitas no es siquiera pensable por fuera del munus comn al que, no obs-tante, niega, quiz tambin la biopoltica, que hasta ahora conoci su pliegue constrictivo, pueda invertir su signo negativo en una afirmacin de sentido dife-rente.

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  • 1. El enigma de la biopoltica

    1. Bio Ipoltica

    1. En el lapso de algunos aos, la nocin de biopo-ltica no slo se ha instalado en el centro del debate internacional, sino que ha marcado el inicio de una etapa completamente nueva de la reflexin contem-pornea. Desde que Michel Foucault, si bien no acu su denominacin, replante y recalific el concepto, todo el espectro de la filosofa poltica sufri una pro-funda modificacin. No porque repentinamente hu-bieran salido de escena categoras clsicas como las de derecho, soberana y democracia: ellas conti-nan organizando el discurso poltico ms difundido, pero su efecto de sentido se muestra cada vez ms de-bilitado y carente de verdadera capacidad interpreta-tiva. En vez de explicar una realidad que en todos los aspectos escapa al alcance de su anlisis, esas catego-ras necesitan ellas mismas el examen de una mirada ms penetrante que a un tiempo las deconstruya y las explique. Tomemos el mbito de la ley. A diferencia de lo que algunas veces se ha sostenido, no hay motivos para pensar en su reduccin. Ms bien parece ganar cada vez ms terreno en el plano interno y en el inter-nacional: el proceso de normativizacin abarca espa-cios cada vez ms amplios. No obstante ello, el len-guaje jurdico en cuanto tal se revela incapaz de sacar a la luz la lgica profunda de esta transformacin. Cuando, por ejemplo, se habla de derechos huma-nos, antes que a determinados sujetos jurdicos, se hace referencia a individuos definidos exclusivamen-

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  • te por su condicin de seres vivientes. Algo anlogo se puede afirmar acerca del dispositivo poltico de la so-berana. No slo no parece en modo alguno destinado a desaparecer, como con cierta precipitacin se haba pronosticado, sino que, al menos en lo que respecta a la mayor potencia mundial, parece extender e inten-sificar su radio de accin. Y, sin embargo, tambin en este caso, lo hace por fuera del repertorio que durante algunos siglos perfil sus rasgos frente a los ciudada-nos y frente a los dems organismos estatales. Tras haberse derrumbado la clara distincin entre lo inter-no y lo externo, y, por consiguiente, tambin entre paz y guerra, que durante mucho tiempo caracteriz al poder soberano, este se encuentra en contacto directo con cuestiones de vida y muerte que ya no conciernen a zonas determinadas, sino al mundo en toda su ex-tensin. En definitiva: vistos desde cualquier ngulo, derecho y poltica aparecen cada vez ms directamen-te comprometidos por algo que excede a su lenguaje habitual, arrastrndolos a una dimensin exterior a sus aparatos conceptuales. Ese algo ese elemento y esa sustancia, ese sustrato y esa turbulencia es justamente el objeto de la biopolitica.

    Empero, su relevancia epocal no parece correspon-derse con una adecuada claridad en cuanto categora. Lejos de haber adquirido una sistematizacin defini-tiva, el concepto de biopolitica aparece atravesado por una incertidumbre, una inquietud, que impiden toda connotacin estable. Es ms: podra agregarse que es-t expuesto a una creciente presin hermenutica que parece hacer de l no slo el instrumento, sino tambin el objeto, de un spero enfrentamiento filo-sfico y poltico respecto de la configuracin y el desti-no de nuestro tiempo. De aqu su oscilacin bien se podra decir: su dispersin entre interpretaciones, y antes entre tonalidades, no slo diferentes, sino in-cluso contrapuestas. Lo que est enjuego es, natural-

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  • mente, la ndole de la relacin entre los dos trminos que componen la categera de biopoltica. Y antes que ello, la definicin misma de esos trminos: Qu debe entenderse por bos? Cmo debe pensarse una polti-ca directamente orientada hacia l? De poco sirve, en relacin con estas preguntas, remitirse a la figura cl-sica del bos politiks, pues, al parecer, la semntica en cuestin obtiene sentido precisamente de su retiro. Si se desea permanecer dentro del lxico griego y, en especial, aristotlico, ms que al trmino bos, enten-dido como vida calificada o forma de vida, la bio-poltica remite, si acaso, a la dimensin de la zo, esto es, la vida en su simple mantenimiento biolgico; o por lo menos a la lnea de unin a lo largo de la cual el bos se asoma hacia la zo, naturalizndose l tam-bin. Pero, debido a este intercambio terminolgico, la idea de biopoltica parece situarse en una zona de doble indiscernibilidad. Por una parte, porque inclu-ye un trmino que no le corresponde y que incluso amenaza con distorsionar su rasgo ms pregnante; por la otra, porque refiere a un concepto -justamente el de zo de problemtica definicin l mismo: qu es, si acaso es concebible, una vida absolutamente na-tural, o sea, despojada de todo rasgo formal? Tanto ms hoy, cuando el cuerpo humano es cada vez ms desafiado, incluso literalmente atravesado, por la tcnica.1 La poltica penetra directamente en la vida, pero entretanto la vida se ha vuelto algo distinto de s misma. Y entonces, si no existe una vida natural que no sea, a la vez, tambin tcnica; si la relacin de dos entre bos y zo debe, a esta altura, incluir a la tchne como tercer trmino correlacionado, o tal vez debi in-cluirlo desde siempre, cmo hipotetizar una relacin exclusiva entre vida y poltica?

    1 Cf. al respecto la compilacin, al cuidado de Ch. Geyer, Biopolitik, Francfort del Meno, 2001.

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    Vida

  • Tambin desde esta vertiente el concepto de biopo-litica parece retroceder, o vaciarse de contenido, en el momento mismo en que se lo formula. Lo que queda claro es su determinacin negativa, aquello que no es. O aun el horizonte de sentido de cuyo cierre es seal. Se trata de ese complejo de mediaciones, oposiciones, dialcticas, que durante un extenso perodo fue condi-cin de posibilidad para el orden poltico moderno, al menos conforme a su interpretacin corriente. Con respecto a ellas, a las preguntas que contestaban y a los problemas que suscitaban relativos a la defini-cin del poder, a la medida de su ejercicio, a la deli-ncacin de sus lmites, el dato incontrovertible es un desplazamiento general del campo, de la lgica e incluso del objeto de la poltica. En el momento en que, por una parte, se derrumban las distinciones mo-dernas entre pblico y privado, Estado y sociedad, lo-cal y global, y, por la otra, se agotan todas las otras fuentes de legitimacin, la vida misma se sita en el centro de cualquier procedimiento poltico: ya no es concebible otra poltica que una poltica de la vida, en el sentido objetivo y subjetivo del trmino. Mas, justa-mente con relacin al nexo entre sujeto y objeto de la poltica, reaparece la brecha interpretativa a que alu-damos: Qu significa el gobierno poltico de la vida? Debe entenderse que la vida gobierna la poltica, o bien que la poltica gobierna la vida? Se trata de un gobierno de o sobre la vida? Esta misma disyuntiva conceptual puede expresarse mediante la bifurcacin lxica entre los trminos biopolitica y biopoder, empleados indistintamente en otras circunstancias; por el primero se entiende una poltica en nombre de la vida, y por el segundo, una vida sometida al mando de la poltica. Pero, tambin de este modo, ese para-digma que buscaba una soldadura conceptual resulta una vez ms desdoblado y, dirase, cortado en dos por su propio movimiento. Comprimido y al mismo tiem-

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  • po desestabilizado por lecturas en competencia, suje-to a constantes rotaciones en torno a su propio eje, el concepto de biopoltica corre el riesgo de perder su propia identidad y trocarse en enigma.

    2. Para comprender el motivo de esta situacin no hay que limitar la perspectiva propia a lo expuesto por Foucault. Es preciso remontarse a los escritos y autores a partir de los cuales, aunque nunca los cite, su anlisis se pone en movimiento en forma de replan-teo y, a la vez, deconstruccin crtica. Aquellos al me-nos los que se refieren explcitamente al concepto de biopoltica pueden catalogarse en tres bloques di-ferenciados y sucesivos en el tiempo, caracterizados respectivamente por un enfoque de tipo organicista, antropolgico y naturalista. Al primero puede vincu-larse una nutrida serie de ensayos, principalmente alemanes, que comparten una concepcin vitalista del Estado, como Zum Werden und Leben der Staaten (1920), de Karl Binding (al cual tendremos ocasin de referirnos ms adelante),2 Der Staat ais lbendi-ger rganismus, de Eberhard Dennert (1922),3 Der Staat, ein Lebenwesen (1926), de Eduard Hahn.4 Pero centremos la atencin en quien fue probablemente el primero en emplear el trmino biopoltica, el sueco Rudolph Kjellen, a quien tambin se debe la acua-cin de la expresin geopoltica, luego elaborada por Friedrich Ratzel y por Karl Haushofer en clave deci-didamente racista. Respecto de esta deriva que po-co despus desemboc en la teorizacin nazi del es-pacio vital (Lebensraum) debe aclararse que la po-sicin de Kjellen queda ms disimulada, a pesar de su proclamada simpata por la Alemania guillermina

    2 K. Binding, Zum Werden und Leben der Staaten, Munich-Leipzig, 1920.

    3 E. Dennert, Der Staat ais lebendiger Organismus, Halle, 1922. 4 E. Hahn, Der Staat, ein Lebenwesen, Munich, 1926.

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  • y, adems, cierta propensin a una poltica exterior agresiva. As, ya en el libro de 1905 sobre las grandes potencias,5 sostiene que los Estados vigorosos que s-lo disponen de un territorio limitado se ven en la nece-sidad de ampliar sus fronteras mediante la conquista, la anexin y la colonizacin de otras tierras. Pero en su libro de 1916, Estado como forma de vida (Staten som livsform),6 Kjellen afirma esta necesidad geopol-tica en estrecha relacin con una concepcin organi-cista irreductible a las teoras constitucionales de ma-triz liberal. Mientras estas representan al Estado co-mo el producto artificial de una libre eleccin de los individuos que le dieron origen, Kjellen lo entiende como forma viviente (som livsform, en sueco, o ais Lebensform, en alemn) provista, en cuanto tal, de instintos y pulsiones naturales. Ya en esta transfor-macin de la idea de Estado, segn la cual este no es un sujeto de derecho nacido de un contrato volunta-rio, sino un conjunto integrado de hombres que se comportan como un nico individuo espiritual y cor-preo a la vez, puede detectarse el ncleo originario de la semntica biopolitica. En el Sistema de poltica, que compendia estas tesis, escribe Kjellen:

    Esta tensin caracterstica de la vida misma [...] me ha impulsado a dar a esa disciplina, por analoga con la ciencia de la vida, la biologa, el nombre de biopolitica; esto se com-prende mejor considerando que la palabra griega bos de-signa no slo la vida natural, fsica, sino tal vez, en medida igualmente significativa, la vida cultural. Esta denomina-cin apunta tambin a expresar la dependencia que la so-ciedad manifiesta respecto de las leyes de la vida; esa de-pendencia, ms que cualquier otra cosa, promueve al Esta-do mismo al papel de arbitro, o al menos de mediador.7

    5 R. Kjellen, Stormakterna. Konturer kring samtidens storpolitik (1905), Estocolmo, 1911, pgs. 67-8.

    6 R. Kjellen, Staten som livsform, Estocolmo, 1916. 7 R. Kjellen, Grundriss zu einem System der Politik, Leipzig, 1920,

    pgs. 93-4.

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  • Estas expresiones nos llevan ms all de la anti-gua metfora del Estado-cuerpo con sus mltiples metamorfosis de inspiracin posromntica. Lo que co-mienza a perfilarse es la referencia a un sustrato na-tural, un principio sustancial, resistente y subyacente a cualquier abstraccin, o construccin, de carcter institucional. En contra de la concepcin moderna, derivada de Hobbes, de que slo se puede conservar la vida si se instituye una barrera artificial frente a la naturaleza, de por sf incapaz de neutralizar el conflic-to e incluso proclive a potenciarlo, vuelve a abrirse pa-so la idea de la imposibilidad de una verdadera supe-racin del estado natural en el estado poltico. Este no es en modo alguno negacin del primero, sino su con-tinuacin en otro nivel, y est destinado, por consi-guiente, a incorporar y reproducir sus caracteres ori-ginarios.

    Este proceso d naturalizacin de la poltica, que en Kjellen todava se inscribe en una estructura his-trico-cultural, se acelera decididamente en un ensa-yo del barn Jacob von Uexkll, quien ms tarde ha-bra de volverse clebre justamente en el campo de la biologa comparada. Me refiero a Staatsbiologie, pu-blicado asimismo en 1920, con el sintomtico subttu-lo de Anatomie, Phisiologie, Pathologie des Staates. Tambin en este caso, como antes en Kjellen, el razo-namiento gira en torno a la configuracin biolgica de un Estado-cuerpo unido por la relacin armnica de sus rganos, representativos de las diversas profesio-nes y competencias, mas con un doble desplazamien-to lxico, que no es en absoluto irrelevante, respecto del modelo anterior. En primer lugar, ya no se habla de un Estado cualquiera, sino del Estado alemn, con sus peculiares caractersticas y necesidades vitales. Pero lo que hace la diferencia es, sobre todo, la impor-tancia que, precisamente en relacin con aquel, ad-quiere la vertiente de la patologa respecto de la ana-

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  • toma y la fisiologa, que se le subordinan. Ya se entre-vn aqu los prdromos de una urdimbre terica la del sndrome degenerativo y el consiguiente progra-ma regenerativo que habr de alcanzar sus maca-bros fastos en las dcadas inmediatamente sucesivas. Amenazan la salud pblica del cuerpo germnico una serie de enfermedades que, con referencia evidente a los traumas revolucionarios de esa poca, son identifi-cadas en el sindicalismo subversivo, la democracia electoral y el derecho de huelga, todas ellas formacio-nes cancerosas que anidan en los tejidos del Estado llevndolo a la anarqua y a la disolucin: como si la mayora de las clulas de nuestro cuerpo, y no las del cerebro, fueran las que decidieran qu impulsos se han de transmitir a los nervios.8

    Sin embargo, en el avance hacia los futuros desa-rrollos totalitarios adquiere mayor relevancia todava la referencia biopolitica a los parsitos que, una vez que han penetrado en el cuerpo poltico, se organizan entre s en perjuicio de los dems ciudadanos. Se los divide en simbiontes, incluso de distinta raza, que en determinadas circunstancias pueden ser de utili-dad para el Estado, y parsitos propiamente dichos, instalados como un cuerpo vivo extrao dentro del cuerpo estatal, de cuya sustancia vital reciben sus-tento. En contra de estos ltimos concluye Uexkll de manera amenazadoramente proftica hay que formar un estrato de mdicos de Estado, o conferir al Estado mismo una competencia mdica, capaz de re-gresarlo a la salud mediante la remocin de las cau-sas del mal y la expulsin de sus grmenes transmiso-res: Todava falta una academia de amplias miras, no slo para la formacin de mdicos de Estado, sino tambin para la institucin de una medicina de Esta-

    8 J. von Uexkll, Staatsbiologie. Anatomie, Phisiologie, PatJwlogie des Staates, Berln, 1920, pg. 46.

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  • do. No contamos con ningn rgano al que se pueda confiar la higiene del Estado.9

    El tercer texto en el que conviene centrar la aten-cin porque adems est expresamente dedicado a la categora que nos ocupa es Bio-politics, del ingls Morley Roberts, publicado en Londres en 1938 con el subttulo An essay in the physiology, pathology and poliiics ofthe social and somatie organism. Tambin en este caso el presupuesto de fondo, ya mencionado en las pginas de introduccin, es la conexin no slo analgica, sino real, concreta, material, de la poltica con la biologa, en especial con la medicina. Se trata de una perspectiva que en sus ejes rectores no est le-jos del planteo de Uexkll: as como la fisiologa es in-separable de la patologa de la cual obtiene signifi-cado y relevancia, el organismo estatal no podr ser conocido, ni guiado, ms que a partir de la calificacin de sus enfermedades actuales o potenciales. Estas, ms que un simple riesgo, representan la verdad lti-ma, en tanto primordial, de una entidad viviente de por s perecedera. En consecuencia, la biopolitica tie-ne, por un lado, la misin de reconocer los riesgos or-gnicos que amenazan al cuerpo poltico, y, por el otro, la de individualizar, y preparar, los mecanismos de defensa para hacerles frente, arraigados tambin en el terreno biolgico. Con esta ltima necesidad se relaciona la parte ms innovadora del libro de Roberts, constituida por una extraordinaria comparacin en-tre el aparato defensivo del Estado y el sistema inmu-nitario, que confirma por anticipado un paradigma interpretativo que tendremos ocasin de examinar ms adelante:

    El modo ms simple de considerar la inmunidad es con-templar el cuerpo humano como un complejo organismo so-

    3 Ibid., pg. 55.

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  • cial, y el organismo nacional, como un individuo funcional ms simple, o como una persona, ambos expuestos a di-versas clases de riesgos frente a los cuales es necesario in-tervenir. Esta intervencin es la inmunidad en accin.1 0

    A partir de esta primera formulacin, el autor de-sarrolla entre Estado y cuerpo humano un paralelo que involucra todo el repertorio inmunolgico des-de los antgenos hasta los anticuerpos, desde la fun-cin de la tolerancia hasta el sistema retculo-endote-lial, individualizando para cada elemento biolgico el elemento poltico correspondiente. Pero probable-mente el tramo ms significativo, en la direccin ya tomada por Uexkll, sea aquel en el cual se refiere a los mecanismos de repulsin y expulsin inmunitaria de tipo racial:

    El estudiante de biologa poltica debera estudiar los comportamientos nacionales de masas y sus resultados co-mo si fueran secreciones y excreciones en desarrollo. Las repulsiones nacionales o internacionales pueden depender de poca cosa. Si se plantea la cuestin en un nivel ms bajo, bien se sabe que el olor de una raza puede ofender a otra ra-za tanto o ms que diferencias de usos y costumbres.11

    Que el texto de Morley concluya, en el ao de inicio de la Segunda Guerra Mundial, con una analoga en-tre el rechazo inmunitario ingls hacia los judos y una crisis anafilctica del cuerpo poltico, es una se-al elocuente de la inclinacin, cada vez ms empina-da, de esta primera elaboracin biopoltica: una pol-tica construida directamente sobre el bos est siem-pre expuesta al riesgo de subordinar violentamente el bos a la poltica.

    10 M. Roberts, Bio-politics. An essay in the physiology, pathology and politics ofthe social and somatic organism, Londres, 1938, pg. 153.

    11/&

  • 3. La segunda oleada de inters por la temtica biopolitica se registra en Francia en la dcada del se-senta. La diferencia respecto de la primera resulta hasta demasiado evidente, como no poda ser de otra manera en un marco histrico profundamente cam-biado por la derrota epocal de la biocracia nazi. No s-lo en relacin con ella, sino tambin en relacin con las teoras organicistas que de ella haban anticipado, en cierto modo, motivos y acentos, la nueva teora bio-politica es consciente de la necesidad de una reformu-lacin semntica, incluso a expensas de debilitar la especificidad de la categora en favor de un ms atem-perado desarrollo neohumanista. El libro que en 1960 inaugura virtualmente esta nueva etapa de estudios, con el ttulo programtico de La biopolitique. Essai d'interprtation de l'histoire de Vhumanit et des civi-lisations, da una idea exacta de esta transicin. Ya la doble referencia a la historia y a la humanidad, como coordenadas de un discurso intencionalmente orien-tado hacia el bos, muestra el camino equidistante y conciliador que transita el ensayo de Aroon Staro-binski. De hecho, cuando escribe que la biopolitica es un intento de explicar la historia de la civilizacin so-bre la base de las leyes de la vida celular y de la vida biolgica ms elemental,12 no tiene intencin alguna de llevar su anlisis a una conclusin naturalista. Por el contrario, aun admitiendo el reheve, a veces incluso negativo, de las fuerzas naturales de la vida, sostiene la posibilidad, inclusive la necesidad, de que la polti-ca incorpore elementos espirituales capaces de gober-narlas en funcin de valores metapolticos:

    La biopolitica no niega en modo alguno las fuerzas cie-gas de la violencia y de la voluntad de poder, as como las fuerzas de autodestruccin que existen en el hombre y en

    12 A. Starobinski, La biopolitique. Essai d'interprtation de l'histoire de Vhumanit et des civilisations, Ginebra, 1960, pg. 7.

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  • las civilizaciones humanas. Por el contrario, ella afirma su existencia de una manera muy especial, porque tales fuer-zas son las fuerzas elementales de la vida. Pero la biopolti-ca niega que esas fuerzas sean fatales y que no puedan ser enfrentadas y dirigidas por las fuerzas espirituales de la justicia, la caridad, la verdad.1 3

    El riesgo de que el concepto de biopoltica se reduz-ca hasta perder su identidad, convirtindose en una forma de tradicional humanismo, se torna evidente en unegundo texto, publicado algunos aos despus por un autor destinado a mayor fortuna. Me refiero a Introduction une politique de Vhomme, de Edgar Morin. En l, los campos estrictamente biopolticos de la vida y de la supervivencia, es decir, los de la vi-da y la muerte de la humanidad (amenaza atmica, guerra mundial), el hambre, la salud, la mortalidad, se incluyen en un conjunto ms amplio de tipo antro-poltico, que a su vez remite al proyecto de una pol-tica multidimensional del hombre.14 Tambin en es-te caso, antes que insistir en el vnculo biologa-polti-ca, el autor sita su punto de observacin en la pro-blemtica confluencia donde los motivos infrapolti-cos de la subsistencia mnima se entrecruzan produc-tivamente con los suprapolticos, esto es, filosficos, relativos al sentido de la vida misma. El resultado, ms que una biopoltica en el sentido estricto de la ex-presin, es una suerte de ontopoltica a la que se atribuye el cometido de revertir la actual tendencia economicista y productivista del desarrollo del gnero humano: As, todos los caminos del vivir y todos los caminos de la poltica comienzan a encontrarse y compenetrarse, y anuncian una ontopoltica, que con-cierne al ser del hombre de manera cada vez ms mti-

    13Ibid.,pg. 9. 14 E. Morin, Introduction une politique de l'homme (1965), Pars,

    1969, pg. 11.

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  • ma y global.15 Aunque en el libro siguiente, dedicado al paradigma de naturaleza humana, Morin cuestio-na, aun en clave parcialmente autocrtica, la mitolo-ga humanista que define al hombre por oposicin con el animal, la cultura por oposicin con la naturaleza y el orden por oposicin con el desorden,16 de todo ello no parece surgir una idea convincente de biopolitica.

    Se trata de una debilidad terica, y a la vez una in-certidumbre semntica, a las que ciertamente no po-nen fin los dos volmenes de Cahiers de la Biopoliti-que, publicados en Pars a fines de la dcada de 1960 por la Organisation au Service de la Vie. Es cierto que, si se los compara con los ensayos anteriores, se reconoce en ellos una atencin ms concreta por las verdaderas condiciones de vida de la poblacin mun-dial, expuesta al doble jaque del neocapitalismo y del socialismo real, ambos incapaces de guiar el desarro-llo productivo en ua direccin compatible con un in-cremento significativo de la calidad de la vida. Es cierto tambin que en algunos de estos textos la crti-ca al modelo econmico y poltico vigente se basa en referencias a la tcnica, el urbanismo, la medicina; en otros trminos, a los espacios y las formas materiales del ser viviente. Pero tampoco en este caso puede de-cirse que la definicin de biopolitica escape a una va-guedad categorial que termina por reducir claramen-te su alcance hermenutico. Se ha definido la biopoli-tica como ciencia de las conductas de los Estados y de las colectividades humanas, habida cuenta de las le-yes y del ambiente natural y de los hechos ontolgicos que rigen la vida del hombre y determinan sus activi-dades,17 sin que esta definicin implique una acla-

    1 5 p g . 12. 16 Cf. E. Morin, Le paradigme perdu: la nature humaine, Pars,

    1973, pg. 22. 17 A. Birr, Introduction: si l'Occident s'est tromp de cont?, en

    Cahiers de la Biopolitique, I, n 1, 1968, pg. 3.

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  • racin del carcter especfico de su objeto, ni un exa-men crtico de sus efectos. Estos trabajos, al igual que las Jornadas de Estudio sobre la Biopoltica, efectua-das en Burdeos del 2 al 5 de diciembre de 1966, evi-dencian ms la dificultad de evitar una formulacin academicista del concepto de biopoltica, que un real esfuerzo de significativa elaboracin conceptual.18

    4. La tercera etapa de estudios biopolticos surgi en el mundo anglosajn y est an en curso. Su inicio formal puede fijarse en 1973, cuando la International Political Science Association inaugur oficialmente un espacio de investigacin sobre biologa y poltica. A partir de esa fecha se organizaron varios congresos internacionales: el primero en 1975, en la cole des Hautes tudes en Sciences Humaines de Pars, y los siguientes en Bellagio (Italia), Varsovia, Chicago y Nueva York. En 1983 se cre la Association for Poli-tics and the Life Sciences, y dos aos despus, la re-vista Politics and Life Sciences, junto con la coleccin Research in biopolitics, de la que se han publicado va-rios volmenes.19 Pero para individualizar la efectiva gnesis de esta corriente de investigacin hay que re-

    18 Esta primera produccin francesa es comentada tambin por A. Cutro en un libro {Michel Foucault. Tcnica e vita. Biopoltica e fi-losofa del bios, aples, 2004) que constituye un til primer intento de sistematizacin de la biopoltica foucaultiana. Sobre la biopoltica en general, vanse L. Bazzicalupo y R. Esposito (comps.), Poltica della vita, Roma-Bari, 2003, y P. Perticari (comp.), Biopoltica minore, Roma, 2003.

    19 Los ttulos de los primeros volmenes, compilados por S. A. Peter-son y A. Somit (Amsterdam - Londres - Nueva York - Oxford - Pars -Shannon - Tokio), son: I. Sexual politics and political feminism, 1991; II. Biopolitics in the mainstream, 1994; III. Human nature and poli-tics, 1995; IV. Research in biopolitics, 1996; V. Recent explorations bio and politics, 1997; VI. Sociology and politics, 1998; VII. Ethnic con-flicts explained by ethnic nepotism, 1999; VIII. Evolutionary approa-ches in the behavioral sciences:^ Toward a better understanding of hu-man nature, 2001.

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  • montarse a mediados de la dcada de 1960, cuando aparecen los primeros escritos que cabe relacionar con su lxico. Si bien el primero que utiliz el trmino en cuestin fue Lynton K. Caldwell, en su artculo de 1964, Biopolitics: Science, ethics and public poli-cy,2 0 la polaridad en que se inscribe el sentido gene-ral de esta nueva tematizacin biopolitica debe ras-trearse en el libro Human natura inpolitcs, de James C. Davies, publicado un ao antes.21 No ser casuali-dad que, ms de dos dcadas despus, Roger D. Mas-ters, al intentar sistematizar sus tesis, en un libro de-dicado por lo dems a Leo Strauss, opte por un ttulo anlogo, The nature ofpolitics.22 Son precisamente los dos trminos que constituyen el objeto, y a la vez el punto de vista, de un discurso biopoltico que, tras el paradigma organicista de las dcadas de 1920 y 1930, y el neohumanista de los aos sesenta en Francia, manifiesta ahora como rasgo distintivo un marcado naturalismo. Incluso sin tener en cuenta la calidad ms bien modesta, por lo general de esta produc-cin, su valor sintomtico reside, justamente, en esta referencia directa y persistente a la esfera de la natu-raleza como parmetro privilegiado de determinacin poltica. De ello surge no siempre con plena con-ciencia terica por parte de los autores un relevante desplazamiento categorial respecto de la lnea maes-tra de la filosofa poltica moderna. Para esta, la natu-raleza es el problema que se deber resolver, o el obs-tculo que se ha de superar, mediante la constitucin del orden poltico, mientras que la biopolitica nortea-mericana ve en la naturaleza su propia condicin de existencia: no slo el origen gentico y la materia pri-ma, sino tambin la nica referencia regulativa. Le-

    20 L. Caldwell, Biopolitics: Science, ethics and public policy, en The Yale Review, n 54,1964, pgs. 1-16.

    21 J. Davies, Human nature in politics, Nueva York, 1963. 22 R. D. Masters, The nature ofpolitics, New Haven - Londres,-1989.

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  • jos de poder dominarla, o darle forma segn sus fi-nes, la poltica resulta ella misma conformada de una manera que no deja espacio para otras posibilida-des constructivas.

    En el origen de esta formulacin pueden indivi-dualizarse dos fuentes distintas: por una parte, el evolucionismo darwiniano o, ms precisamente, el darwinismo social; por la otra, la investigacin eto-lgica, desarrollada desde la dcada de 1930, princi-palmente en Alemania. En cuanto a la primera, el punto de partida ms significativo debe buscarse en Physics and politics, de Walter Bagehot, dentro de un horizonte que abarca a autores dismiles, como Spen-cer y Sumner, Ratzel y Gumplowitz, aunque con la ta-jante advertencia subrayada con fuerza por Tho-mas Thorson en un libro publicado en 1970 con el t-tulo programtico de Biopolitics23 de que la rele-vancia de la perspectiva biopoltica reside en la tran-sicin de un paradigma fsico a uno, precisamente, biolgico. En definitiva, ms que otorgar a la poltica un estatuto de ciencia exacta,24 lo que importa es re-conducirla a su mbito natural, entendido justamen-te como el plano vital del que ella surge en cada caso y al que inevitablemente regresa. Esto se refiere, ante todo, a la condicin contingente de nuestro cuerpo, que mantiene la accin humana dentro de los lmites de determinadas posibilidades anatmicas y fisiol-gicas; pero tambin a la configuracin biolgica, o in-cluso en el lxico de la naciente sociobiologa al bagaje gentico del sujeto. Contra la tesis de que los acontecimientos sociales requieren explicaciones his-

    \ 23 rp Thorson, Biopolitics, Nueva York, 1970. 24 Vase, a respecto, D. Easton, The relevance of biopolitics to poli-

    tical theory, en A. Somit (comp.), Biology and politics, La Haya, 1976, pgs. 237-47; pero, con anterioridad, W. J. M. Mackenzie, Politics and social science, Baltimore, 1967, y H. Lasswell, The future of the com-parative method, en Comparative politics, 1,1968, pgs. 3-18.

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  • txicas complejas, estos son atribuidos a dinmicas ligadas, en ltima instancia, a las necesidades evolu-tivas de una especie, como la nuestra, que difiere, cuantitativa pero no cualitativamente, de la especie animal que la precede y la incluye. As, tanto la acti-tud predominantemente agresiva como la actitud coo-perativa de los seres humanos son atribuidas a moda-lidades animales instintivas.25 La propia guerra, en cuanto inherente a nuestra naturaleza ferina, termi-na por adquirir carcter de inexorable.26 Todos los comportamientos polticos que se repiten con cierta frecuencia en la historia desde el control del territo-rio hasta la jerarqua social y el dominio sobre las mu-jeres se arraigan profundamente en una capa pre-humana a la cual no slo quedamos ligados, sino que aflora inevitable y sistemticamente. Las sociedades democrticas, en este marco interpretativo, no son en s imposibles, pero son parntesis destinados a ce-rrarse pronto o, al menos, a dejar que se filtre el fondo oscuro del que contradictoriamente surgen. Cual-quier institucin, o cualquier opcin subjetiva, que no se conforme a esta circunstancia, o cuando menos se adapte a ella tal es la conclusin implcita, y a me-nudo incluso explcita, del razonamiento, est des-tinada al fracaso.

    De lo anterior resulta una nocin de biopolitica que esta vez es suficientemente clara. Como lo expresa el

    25 Al respecto, son clsicos los libros de W. C. Allee, Animal Ufe and social growth, Baltimore, 1932, y The social Ufe of animis, Londres, 1938; vanse, adems, L. Tiger, Men in groups, Nueva York, 1969, y (en colaboracin con R. Fox) The imperial animal, Nueva York, 1971, como tambin D. Morris, The human zoo, Nueva York, 1969.

    26 Acerca de esta concepcin natural de la guerra, cf., ante todo, Q. Wright, A study ofwar (1942), Chicago, 1965, y H. J. Morgenthau, Po-litios among nalions. The struggle for power and peace (1948), Nueva York, 1967; tambin, ms recientemente, V. S. E. Falger, Biopolitics and the study of international relations. Implications, results and perspectives., en Research in biopolitics, op. cit., vol. II, pgs. 115-34.

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  • ms acreditado terico de esta lnea interpretativa, consiste en el trmino comnmente usado para des-cribir el enfoque de los cientficos polticos que se va-len de conceptos biolgicos (en especial, la teora evo-lucionista darwiniana) y tcnicas de la investigacin biolgica para estudiar, explicar, predecir y a veces incluso prescribir el comportamiento poltico.27 Con todo, no deja de ser problemtico el ltimo punto, la relacin entre el uso analtico-descriptivo y el cons-tructivo-normativo, dado que estudiar, explicar, pre-decir, es una cosa, y otra, prescribir. Pero justamente en este deslizamiento del primero al segundo signifi-cado del plano del ser al plano del deber-ser se concentra el aspecto ms densamente ideolgico de todo el planteo.28 El trnsito semntico se produce a travs de la doble vertiente, de hecho y de valor, del concepto de naturaleza. Este es usado a la vez como hecho y como deber, como presupuesto y como resul-tado, como origen y como fin. Si el comportamiento poltico est inextricablemente encastrado en la di-mensin del bos, y si el bos es aquello que conecta al hombre con la esfera de la naturaleza, se sigue que la nica poltica posible ser aquella ya inscripta en nuestro cdigo natural. Desde luego, no puede eludir-se el cortocircuito retrico sobre el cual se asienta to-da la argumentacin: la teora ya no es intrprete de la realidad, sino que la realidad determina una teora a su vez destinada a confirmarla. La respuesta es emitida antes de iniciar el procedimiento de anlisis: los seres humanos no podrn ser otra cosa que lo que siempre han sido. Reconducida a su trasfondo natu-

    27 A. Somit y S. A Peterson, Biopolitics in the year 2000, en Re-search in biopolitics, op. cit., vol. VIII, pg. 181.

    28 Cf., en este sentido, C. Galli, Sul valore poltico del concetto di "natura", en su volumen Autorita e natura, Bolonia, 1988, pgs. 57-94, y M. Cammelli, II darwinismo e la teora poltica: un problema aperto, en Filosofa Poltica, n 3, 2000, pgs. 489-518.

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  • ral, la poltica queda atrapada en el cepo de la biologa sin posibilidad de rplica. La historia humana no es ms que la repeticin, a veces deforme, pero nunca realmente dismil, de nuestra naturaleza. Es funcin de la ciencia incluso, y en particular, poltica im-pedir que se abra una brecha demasiado amplia entre la primera y la segunda: en ltima instancia, hacer de la naturaleza nuestra nica historia. El enigma de la biopolitica parece resuelto, pero de una manera que presupone justamente lo que habra que investigar.

    2. Poltica, naturaleza, historia

    1. Desde cierto punto de vista, resulta comprensi-ble que Foucault nunca haya mencionado las diferen-tes interpretaciones de la biopolitica previas a su pro-pio anlisis: el extraordinario relieve de este es fruto, precisamente, de su distancia respecto de aquellas. Eso no quiere decir que no haya un punto de contacto, si no con sus contenidos, al menos con la necesidad crtica de la cual estos surgieron, que es atribuible, en conjunto, a una general insatisfaccin acerca del mo-do en que la modernidad construy la relacin entre poltica, naturaleza e historia. Slo que, justamente en lo atinente a esta temtica, la operacin iniciada por Foucault a mediados de la dcada de 1970, por su complejidad y radicalidad, no admite comparacin con las teorizaciones previas. A esos fines, no carece de importancia el hecho de que detrs de su especfica perspectiva biopolitica, y dentro de ella, est en pri-mer lugar la genealoga nietzscheana. Porque preci-samente de ella extrae esa capacidad oblicua de des-montaje y reelaboracin conceptual que otorga a su trabajo la originalidad que todos reconocen. Cuando Foucault, volviendo a la pregunta kantiana acerca

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  • del significado de la Ilustracin, se remite al punto de vista de la actualidad, no alude meramente al dife-rente modo de ver las cosas que el pasado recibe del presente, sino a la brecha que el punto de vista del presente abre entre el pasado y su propia autointer-pretacin. Desde este ngulo, el final de la poca mo-derna o al menos el bloqueo analtico de sus catego-ras que ya las primeras teorizaciones biopolticas pusieron en evidencia no es pensado por Foucault como un punto, o una lnea, que interrumpa un itine-rario epocal, sino ms bien como la desarticulacin de su trayectoria, producida por un tipo distinto de mira-da. Si el presente no es aquello, o slo aquello, que has-ta ahora suponamos; si sus lneas rectoras empiezan a agruparse en torno a un epicentro semntico diferen-te; si en su interior surge algo indito, o antiguo, que impugna su imagen academicista, esto significa que tampoco el pasado del cual, pese a todo, deriva es ya necesariamente el mismo. Que puede revelar una faz, un aspecto, un perfil, antes en sombras o acaso es-condido por un relato superpuesto, y a veces impues-to, no forzosamente falso en todos sus tramos, aun funcional para su lgica prevaleciente, pero que justa-mente por esto es parcial, si no incluso partidista.

    Foucault identifica ese relato que comprime o re-prime, si bien cada vez con mayor dificultad, todo ele-mento heterogneo respecto de su propio lenguaje en el discurso de la soberana. Pese a las infinitas va-riaciones y metamorfosis a que se vio sometido du-rante la poca moderna, por obra de quienes en cada caso lo utilizaron para sus propios fines, aquel siem-pre se bas en el mismo esquema simblico: el de la existencia de dos entidades diferenciadas y separadas el conjunto de los individuos y el poder que en de-terminado momento traban relacin entre s confor-me a las modalidades definidas por un tercer elemen-to la ley. Cabe afirmar que todas las filosofas

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  • modernas, a pesar de su heterogeneidad o aparente contradiccin, se disponen dentro de este esquema triangular, acentuando ora uno, ora otro de sus polos. Ya propugnen el poder soberano absoluto, segn el modelo hobbesiano, o bien, por el contrario, insistan en sus lmites, en consonancia con la tradicin liberal; ya sustraigan al monarca del respeto de las leyes que l mismo promulg, o lo sometan a ellas; ya superpon-gan los principios de legalidad y de legitimidad, o los diferencien, todas estas concepciones comparten la misma ratio subyacente ratw caracterizada por la preexistencia de los sujetos respecto del poder sobe-rano que ellos ponen en accin y, en consecuencia, por el derecho que de este modo mantienen en relacin con l. Aunque se pase por alto el alcance de ese de-recho desde, como mnimo, el derecho de conservar la vida hasta, como mximo, el de participar en el go-bierno poltico, es evidente el rol de contrapeso que se le asigna frente a la decisin soberana. El resulta-do es una suerte de relacin inversamente proporcio-nal: a mayor cuota de derecho, menos poder, y vice-versa. Tbdo el debate filosfico-jurdico moderno se inscribe, con variantes marginales, dentro de esta al-ternativa topolgica que ve la poltica y el derecho, el poder y la ley, la decisin y la norma, situados en los polos opuestos de una dialctica cuyo objeto es la rela-cin entre subditos y soberano.29 El peso respectivo de unos u otro depende de la prevalencia asignada cada vez a uno de los trminos. Cuando, al final de esta tra-dicin, Hans Kelsen y Cari Schmitt, armados uno contra el otro, aboguen respectivamente por normati-vismo y decisionismo, no harn sino replicar el mismo

    29 Un agudo anlisis histrico-conceptual de la soberana si bien desde otra perspectiva es el propuesto por B. De Giovanni, Discu-tere la sovranit, en Poltica della vita, op. cit., pgs. 5-15. Pero vase tambin, en ese volumen, L. Alferi, Sovranit, morte e poltica, pgs. 16-28.

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  • antagonismo tipolgico que ya desde Bodin, e incluso en el propio Bodin, pareca oponer la vertiente de la ley a la del poder.

    Foucault trabaja conscientemente para quebrar este esquema categorial.30 Desde luego, contraponer lo que l mismo define como una nueva forma de sa-ber, o, mejor dicho, un orden discursivo diferente, a to-das las teoras filosfico-polticas modernas no impli-ca borrar la figura del paradigma soberano, ni reducir su rol objetivamente decisivo, sino reconocer su real mecanismo de funcionamiento. Este no consiste en la regulacin de las relaciones entre los sujetos, ni entre ellos y el poder, sino en su sujecin a determinado or-den que es al mismo tiempo jurdico y poltico. Desde este ngulo, el derecho no resultar otra cosa que el instrumento utilizado por el soberano para imponer su propia dominacin, y, en correspondencia con ello, el soberano ser tal slo sobre la base del derecho que legitima su actuacin. As, lo que apareca desdoblado en una bipolaridad alternativa entre ley y poder, lega-lidad y legitimidad, norma y excepcin, recupera su unidad en un mismo rgimen de sentido. Pero este no es sino el primer efecto del vuelco de perspectiva que Foucault provoca. Efecto que se entrecruza con otro, relativo a una lnea divisoria que ya no es parte del aparato categorial del dispositivo soberano, sino que es inmanente al cuerpo social que aquel pretenda unificar mediante el procedimiento retrico de las oposiciones polares. Foucault parece comprometerse en un doble trabajo de deconstruccin, o elusin, de la narracin moderna que, mientras sutura una brecha

    30 Para una reconstruccin analtica del problema, vase A. Pandol-fi, Foucault pensatore poltico postmoderno, en su volumen Tre stu-di su Foucault, aples, 2000, pgs. 131-246. Sobre la relacin entre poder y derecho, remito a L. D'Alessandro, Potere e pena nella pro-blemtica di Michel Foucault, en su volumen La verit e le forme giu-ridiche, aples, 1994, pgs. 141-60.

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  • aparente, pone en evidencia un deslinde real. En defi-nitiva, la recomposicin de la dualidad entre poder y derecho, profundizada por el paradigma soberano, es justamente lo que torna visible un conflicto, mucho ms real, que separa y enfrenta a grupos de distinto origen tnico por el predominio en determinado terri-torio. Al presunto choque entre soberana y ley sucede as el choque, real en grado mximo, entre potencias rivales que se disputan el uso de los recursos y el man-do en razn de diferentes caracteres raciales. Esto no quiere decir en absoluto que decaiga el mecanismo de legitimacin jurdica, sino que este, antes que prece-dente y regulador de la lucha en curso, constituye su resultado y el instrumento usado por quienes cada vez resultan vencedores: el derecho no dirime la gue-rra, sino que la guerra emplea el derecho para con-sagrar las relaciones de fuerza que ella define.

    2. De por s, echar luz sobre el carcter constitutivo de la guerra ya no ms teln de fondo, ni lmite, si-no origen y forma de la poltica inaugura un hori-zonte analtico cuyo alcance acaso recin hoy poda-mos medir. Pero la referencia al conflicto interracial al cual est dedicado el curso de Foucault en el Co-llge de France de 1976 contiene otra indicacin que nos devuelve directamente a nuestro tema de fon-do. El hecho de que ese conflicto concierna a pueblos con rasgos particulares desde el punto de vista tnico remite a un elemento que desmantelar de manera an ms radical el aparato de la filosofa poltica mo-derna. Ese elemento es el bos, la vida considerada en su aspecto, a la vez general y especfico, de hecho bio-lgico. Es este el objeto, y simultneamente el sujeto, del conflicto y, por ende, de la poltica por l moldeada:

    Me parece que se podra referir uno de los fenmenos fundamentales del siglo XIX diciendo que el poder tom a

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  • su cargo la vida. Esto consiste, por as decir, en una arroga-cin de poder sobre el hombre en cuanto ser viviente, una suerte de estatizacin de lo biolgico o, al menos, una ten-dencia que llevar hacia lo que podra llamarse estatiza-cin de lo biolgico.31

    Esta afirmacin, que abre la leccin del 17 de mar-zo de 1976 con una formulacin aparentemente indi-ta, ya es, en verdad, el punto de llegada de una trayec-toria de pensamiento inaugurada al menos dos aos antes. En realidad, no tiene mucha importancia el hecho de que la primera aparicin del trmino en el lxico de Foucault se remonte a la conferencia de Ro de Janeiro de 1974, cuando deca que para la socie-dad capitalista, en primer lugar es importante lo bio-poltico, lo biolgico, lo somtico, lo corporal. El cuer-po es una realidad bio-poltica; la medicina es una es-trategia bio-poltica.32 Lo que cuenta es que todos sus textos de esos aos parecen converger en un con-glomerado terico dentro del cual ningn segmento discursivo llega a adquirir un sentido enteramente perceptible si se lo analiza por separado o por fuera de la semntica biopolitica.

    Ya en Vigilar y castigar, la crisis del modelo clsico de soberana representada por la declinacin de sus rituales mortferos est marcada por el surgimien-to de un nuevo poder disciplinario, preferentemente dirigido a la vida de los sujetos que afecta: mientras la pena capital por desmembramiento del condenado es un buen correlato de la ruptura del contrato por parte del individuo culpable de lesa majestad, a partir de

    31 M. Foucault, II faut dfendre la socit, Pars, 1997 [traduccin italiana: Bisogna difendere la societ, al cuidado de M. Bertani y A. Fontana, Miln, 1998, pg. 206].

    32 Id., Crisis de un modelo en la medicina?, en Dits et crits, Pars, 1994, vol. III [traduccin italiana: Crisi della medicina o crisi delFantimedicina?, en Archivio Foucault, II. 1971-77, al cuidado de A. Dal Lago, Miln, 1997, pg. 222].

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  • un momento dado, cualquier muerte individual se considera e interpreta en relacin con un requeri-miento vital de la sociedad en su conjunto. Pero el proceso de deconstruccin del paradigma soberano en sus dos vertientes de poder estatal y de identi-dad jurdica de los sujetos alcanza su culminacin en el curso sobre los Anormales, contemporneo de los anteriores. El ingreso, y ms tarde la sutil obra de colonizacin, del saber mdico en el mbito que antes era competencia del derecho determina un autntico pasaje a un rgimen ya no basado en la abstraccin de las relaciones jurdicas, sino en tomar a cargo la vida en el cuerpo mismo de quienes son sus portadores. En el momento en que el acto criminal ya no es atribuible a la voluntad responsable del sujeto, sino a su confi-guracin psicopatolgica, se ingresa en una zona de indistincin entre derecho y medicina, sobre cuyo fon-do se perfila una.nueva racionalidad centrada en la cuestin de la vida: su conservacin, su desarrollo, su administracin. Naturalmente, no hay que confundir los planos del discurso: esta problemtica siempre es-tuvo en el centro de las dinmicas sociopolticas, pero slo en determinado momento su centralidad alcanza tal umbral de conciencia. La modernidad es el lugar ms que el tiempo de ese trnsito y de ese viraje, en el sentido de que, mientras durante un largo pero-do la relacin entre poltica y vida se plantea de ma-nera indirecta, mediada por una serie de categoras capaces de filtrarla, o fluidificarla, como una suerte de cmara de compensacin, a partir de cierta etapa esas defensas se rompen y la vida entra directamente en los mecanismos y dispositivos del gobierno de los hombres.

    Sin recorrer nuevamente ahora las etapas del poder pastoral a la razn de Estado y luego a los sa-beres de polica que en la genealoga foucaultiana escanden ese proceso de gubernamentalizacin de la

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  • vida, atendamos a su resultado ms evidente: por una parte, todas las prcticas polticas de los gobiernos, o aun de quienes se les enfrentan, tienen como meta la vida sus procesos, sus necesidades, sus fracturas; por la otra, la vida entra en el juego del poder no slo por sus umbrales crticos o sus excepciones patolgi-cas, sino en toda su extensin, articulacin, duracin. Desde este punto de vista, ella excede por todos lados a las redes jurdicas que intentan enjaularla. Esto no implica, como ya lo advertimos, un retroceso, o una restriccin, del campo sujeto a la ley. Antes bien, la propia ley se traslada progresivamente del plano trascendente de los cdigos y las sanciones, que con-ciernen en esencia a los sujetos de voluntad, al plano inmanente de las reglas y normas, que en cambio se aplican, sobre todo, a los cuerpos: Esos mecanismos de poder [...] son, en parte al menos, los que a partir del siglo XVIII tomaron a su cargo la vida de los hom-bres, a los hombres como cuerpos vivientes.33 Es el ncleo mismo del rgimen biopoltico. Este no se pre-senta como un apartamiento de la vida respecto de la presin que el derecho ejerce sobre ella, sino ms bien como una entrega de la relacin entre vida y derecho a una dimensin que a la vez los determina y los exce-de. En este sentido puede entenderse la expresin, aparentemente contradictoria, de que la vida, pues, mucho ms que el derecho, se volvi entonces la apuesta de las luchas polticas, incluso si estas se for-mularon a travs de afirmaciones de derecho.34 En definitiva, lo que est en discusin ya no es la distri-bucin del poder o su subordinacin a la ley, el tipo de rgimen o el consenso que obtiene la dialctica que, hasta cierto momento, designamos con los trminos libertad, igualdad, democracia o, por el contrario, con

    33 Id., La volont de savoir, Pars, 1976 [traduccin italiana: La volont di sapere, Miln, 1978, pgs. 79-80].

    342&cf.,pg. 128.

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  • tirana, imposicin, dominio, sino algo que antece-de a esa dialctica, porque atae su materia pri-ma. Tras las declaraciones y los silencios, las media-ciones y los disensos, que caracterizaron a las dinmi-cas de la modernidad, el anlisis de Foucault redescu-bre en el bos la fuerza concreta de la cual surgieron y hacia la cual estn dirigidas.

    3. En cuanto a esta conclusin, la perspectiva de Foucault no parece alejada de la biopolitica nortea-mericana. Por cierto, l tambin sita la vida en el centro del cuadro, polemizando l mismo, como vi-mos, con el subjetivismo jurdico y el historicismo hu-manista de la filosofa poltica moderna. Pero el bos que l contrapone al discurso del derecho y a sus efec-tos de dominio se configura, a su vez, en trminos de una semntica histrica, si bien simtricamente in-vertida respecto de la semntica legitimante del po-der soberano. La vida y nada ms que la vida las l-neas de desarrollo en las que se inscribe o los vrtices en los que se contrae es tocada, atravesada, modifi-cada aun en sus fibras ntimas por la historia. Esta era la leccin que Foucault haba extrado de la ge-nealoga nietzscheana, dentro de un marco terico que reemplazaba la bsqueda del origen, o la prefigu-racin del fin, por un campo de fuerzas desencadena-do por la sucesin de los acontecimientos y por el en-frentamiento de los cuerpos. La haba absorbido tam-bin del evolucionismo darwiniano, cuya perdurable actualidad no reside en haber sustituido la historia por la grande y vieja metfora biolgica de la vida,3 5 sino, por el contrario, en haber reconocido tambin en la vida los signos, brechas y azares de la historia. En efecto: fue precisamente Darwin quien nos hizo cons-

    35 M. Foucault, Rekisbi heno kaiki, en Paideia, II, 1972 [traduc-cin italiana: Ritornare alia storia, en II discorso, la storia, la varita, al cuidado de M. Bertani, Turn, 2001, pg. 99].

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  • cientos de que la vida evoluciona, y la evolucin de las especies vivientes est determinada hasta cierto punto por accidentes que pueden ser de ndole histri-ca. 3 6 As, carece de sentido contraponer, dentro del cuadrante de la vida, un paradigma natural y uno histrico, y percibir en la naturaleza el envoltorio soli-dificado en que la vida se inmoviliza o pierde su pro-pio contenido histrico. En primer lugar, porque, en contra del presupuesto bsico de la biopolitics anglo-sajona, no existe una naturaleza humana definible e identificable en cuanto tal, con independencia de los significados que la cultura, y por ende la historia, han impreso en ella a lo largo del tiempo. Y, en segundo lu-gar, porque los saberes que la han tematizado tienen ellos mismos una precisa connotacin histrica, sin la cual su estatuto terico puede quedar completamente indeterminado. La propia biologa naci, a fines del siglo XVIII, gracias a la aparicin de nuevas catego-ras cientficas que dieron lugar a un concepto de vida radicalmente distinto del que estaba en uso: En mi opinin afirma Foucault al respecto, la nocin de vida no es un concepto cientfico, sino un indicador epistemolgico que permite la clasificacin y la dife-renciacin; sus funciones ejercen un efecto sobre las discusiones cientficas, pero no sobre su objeto.37

    Resulta hasta demasiado evidente la transforma-cin incluso se podra decir el vuelco que esta de-construccin epistemolgica imprime a la categora de biopoltica. El hecho de que esta, lejos de reducirse a un mero calco natural, siempre est calificada hist-ricamente d^e una manera que Foucault define con

    36 Id., Crisi della medicina o crisi deirantimedicina?, op. cit., pg. 209.

    37 Id., De la nature hmame: justice contre pouvoir (discusin con N. Chomsky y F. Elders en Eindhoven, en noviembre de 1971), en Dits et crits, op. cit., vol. II, pg. 474. Cf., al respecto, S. Catucci, La "na-tura" della natura umana. Note su Michel Foucault, en VV.AA., La natura umana, Roma, 2004, pgs. 74-85.

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  • el trmino bio-historia implica un paso excluido en todas las interpretaciones previas. Biopolitica no remite slo, o predominantemente, al modo en que, desde siempre, la poltica es tomada limitada, com-primida, determinada por la vida, sino tambin, y sobre todo, al modo en que la vida es aferrada, desa-fiada, penetrada por la poltica:

    Si se puede denominar bio-historia a las presiones me-diante las cuales los movimientos de la vida y los procesos de la historia se interfieren mutuamente, habra que ha-blar de bio-poltica para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los clculos explci-tos y convierte al poder-saber en un agente de transforma-cin de la vida humana.3 8

    Ya en esta formulacin se entrev la radical nove-dad del planteo foucaultiano. Aquello que en versio-nes anteriores dla biopolitica se presentaba como un hecho inalterable la naturaleza, o la vida, humana en cuanto tal, ahora se vuelve un problema. No un presupuesto, sino algo puesto, el producto de una serie de causas, fuerzas, tensiones, que resultan ellas mismas modificadas en un incesante juego de accio-nes y reacciones, de impulsos y resistencias. Historia y naturaleza, vida y poltica, se entrelazan, se recla-man, se violentan mutuamente conforme a una alter-nancia que al mismo tiempo hace de cada una matriz y resultado provisional de la otra y, a la vez, una mira-da sagital que hiende y destituye la pretendida pleni-tud de la otra, su presuncin de dominio sobre el cam-po completo del saber. As como la categora de vida es empleada por Foucault para hacer explotar desde dentro el discurso moderno de la soberana y de sus derechos, la categora de historia aparta a la vida del achatamiento naturalista al que la expone la biopol-

    38 Id., La volont di sapere, op. cit., pg. 126.

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  • tica norteamericana: La historia dibuja estos con-juntos [las variaciones genticas de las que resultan las diversas poblaciones], antes de borrarlos; en ello no se deben buscar hechos biolgicos brutos y definiti-vos que, desde el fondo de la "naturaleza", se impon-dran a la historia.39 Da la impresin de que el filso-fo utiliza un instrumento conceptual necesario para el desmontaje de un orden dado de discurso, para li-brarse despus de l, o cargarlo de otros significados, en el momento en que aquel tiende a adquirir idntica actitud invasiva. O bien lo aparta de s situndose en su zona de exclusin, para as poder someterlo al mis-mo efecto de conocimiento que aquel permite por fue-ra. De ello resulta el constante desplazamiento, el vi-raje de la perspectiva, a lo largo de mrgenes que, en vez de discriminar los conceptos, los descomponen y recomponen en topologas irreductibles a una lgica monolineal. La vida en cuanto tal no pertenece ni al orden de la naturaleza ni al de la historia no se la puede ontologizar simplemente, ni historizar por en-tero, sino que se inscribe en el margen mvil de su cruce y de su tensin. El significado mismo de la bio-poltica debe buscarse en esa doble posicin de la vi-da que la pone en el exterior de la historia como su en-torno biolgico y, a la vez, en el interior de la historici-dad humana, penetrada por sus tcnicas de saber y de poder.40

    Pero la complejidad de la perspectiva de Foucault de su arsenal biopoltico no se detiene aqu. No atae solamente a la posicin del autor, a caballo de lo que l denomina umbral de modernidad biolgica,41 en el lmite donde el propio saber moderno se repliega sobre s mismo' y, as, tambin se impulsa fuera de s.

    89 Id., Bio-histoire et bio-politique, en Dits et crits, op. cit., vol. III, pg. 97.

    40 Id., La volont di sapere, op. cit, pg. 127. 4 1 Ibid.

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  • Atae tambin al efecto de sentido que de ese umbral indecidible se comunica a la nocin as definida: una vez reconstruida la dialctica entre poltica y vida de tina manera irreductible a cualquier sintaxis mono-causal, qu consecuencia se deriva para cada uno de esos trminos y para ambos en conjunto? Volvamos a la pregunta inicial acerca del significado ltimo de la biopolitica. Qu significa, qu resultado genera, c-mo se configura un mundo al que ella rige cada vez ms? Se trata, por cierto, de un mecanismo, o un dis-positivo, productivo, ya que no deja inalterada la rea-lidad a la que afecta y compromete. Productivo de qu? Cul es el efecto de la biopolitica? En este punto, la respuesta de Foucault parece abrirse en direccio-nes divergentes que apelan a otras dos nociones, im-plicadas desde un principio en el concepto de bos, pe-ro situadas en los extremos de su extensin semnti-ca: la de subjetivizaein y la de muerte. Ambas con respecto a la vida constituyen ms que dos posibili-dades. Son a un tiempo su forma y su fondo, su origen y su destino, pero conforme a una divergencia que pa-rece no admitir mediaciones: una u otra. O la biopoli-tica produce subjetividad, o produce muerte, O torna sujeto a su propio objeto, o lo objetiviza definitiva-mente. O es poltica de la vida, o sobre la vida. Una vez ms, la categora de biopolitica se cierra sobre s misma sin revelarnos el contenido de su enigma.

    3. Poltica de la vida

    1. En esta divergencia interpretativa hay algo que va ms all de una mera dificultad de definicin y atae a la estructura profunda del concepto de biopo-litica. Como si este estuviera desde el principio atra-vesado, incluso constituido, por una brecha, una falla

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  • semntica, que lo corta y separa en dos elementos no componibles entre s. O componibles al precio de cier-ta violencia que impone el dominio de uno sobre el otro, condicionando su superposicin a una necesaria sumisin. Casi como si los dos trminos que lo con-forman vida y poltica slo pudieran articularse en una modalidad que a la vez los yuxtapone. Ms que componerse, o disponerse, a lo largo de una mis-ma lnea de significado, parecen ser oponentes en una lucha sorda por la apropiacin y el do