Rodó, José Enrique - El que vendrá.pdf

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  • JOS ENRIQUE ROD

    EL QUE VENDR

    BARCELONAEDITORIAL CERVANTES

    Rambla de Catalua, 72

    1920

  • ES PROPIEDAD

    -^->.

    VBRA4

  • Apoderado general en Sud-Amrica

    JOS BLAYAPormoea, 463. -BUENOS AIRES

  • Imprenta Imperio, Eduardo y Jos Sola, Valencia, 300 - Telf. 1282 Q.

  • El que vendr

    El despertar del siglo fu en la historia de lasideas una aurora, y su ocaso en el tiempo es, tambin,un ocaso en la realidad.

    Mejor que Hugo, podran los que hoy mantienenen aras semi-derrudas los oficios de poeta, dar el nom-nre de crepusculares a los cantos en que adquiere vozla misteriosa inquietud de nuestro espritu, cuandotodo, a nuestro alrededor, palidece y se esfuma; ymejor que Vigny, los que llevan la voz del pensa-miento contemporneo, podran llorar, en nuestro am-biente privado casi de calor y de luz, el sentimientode la soledad del alma> que lamentaba, en das quehoy nos parecen triunfales, su numen desolado yestoico.

    La vida literaria, como culto y celebracin deun mismo ideal, como fuerza de relacin y de amor

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    en la atmsfera intelectual que respiramos, la vaga

    y desvanecida vibracin en que se prolonga el golpemetlico del bronce. Sobre el camino que conduce aMedn crece la hierba que denuncia el paso infre-cuente.La Nmesis compensadora e inflexible querestablece fatalmente en las cosas del Arte, el equi-

    librio violado por el engao, la intolerancia o la pa-

    sin, se ha aproximado a la escuela que fu tradapor su mano, hace seis lustros, para cerrar con laspuertas de bano de la realidad la era dorada de lossueos, y ha descubierto ante nuestros ojos sus fla-quezas, y nos ha revelado su incapacidad frente aJas actuales necesidades del espritu que avanza ycolumbra nuevas e ignoradas regiones.

    Quiso ella alejar del ambiente de las almas la ten-tacin del misterio, cerrando en derredor el espacioque conceda a sus miradas la lnea firme y seguradel horizonte positivo

    ; y el misterio indomable seha levantado, ms imperioso que nunca en nuestrocielo,, para volver a trazar, ante nuestra concienciaacongojada, su martirizante y pavorosa interroga-cin. Quiso ofrecer por holocausto, en los altares deuna inalterable Objetividad, todas las cosas ntimas,todas esas eternas voces interiores, que han represen-tado, por lo menos, una mitad, la ms bella mitad,del arte humano

    ; y el alma de nuevas generaciones,agitndose en la suprema, necesidad de la confiden-cia, ha vuelto a hallar encanto en la contemplacinde sus intimidades, ha vuelto a hablar de s, ha res-taurado en su imperio al yo proscripto por los queijo quisieron ver sino lo que est del lado de fuerade los ojos ; triste reclusa que se rehace, en el da

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    del asueto, del mutismo prolongado do su soledad.Quiso cortar las alas al sueo, y de los hombres en-sangrentados por el golpe de la cuchilla cruel y fra,

    han vuelto a nacer alas.All, sobre una cumbre que seorea, en la ca-

    dena del Pensamieuto todas las cumbres, descuella,como ayer, la personalidad del iniciador que asom-

    br oon el eco lejano y formidable de sus luchas,r.uestra infancia; del .maestro taciturno y atltico.Suya es todava nuestra suprema admiracin

    ;pero

    al alzar hacia l la frente, en medio de nuestras ansias

    y nuestras inquietudes, nosotros hemos visto rotasias tablas de la ley entre sus manos

    ; y separandoentonces de entre las muhas cosas caducas de su credo,una luz de verdad, q|ue se ha incorporado definitiva-mente tambin, en el campo donde l sembr su pa-labra, la doctrina y la obra, la frmula y el genio.

    Sobre el naufragio del precepto exclusivo, de la limi-tacin escolstica, del canonfrgiles colores que

    no respeta nunca la ptina del tiempo en las cons-trucciones del espritu

    queda en pie y para siempre,la obra inmensa : nosotros la consideramos a la ma-rrera de una montaa sobre la cual se ha extinguidola luz que era claridad para las inteligencias y orien-tacin para las almas, pero cuya grandeza adusta ysombra sigue dominando, llena de una misteriosaatraccin, all en el fondo gris del horizonte.

    Y

    como un smbolo perdurable, sobre la majestad de laobra inmensa se tiende, sealando al futuro, el brazodel nio que ha de unimismar en su alma las almasde Pascal y Clotilde ; personificando acaso, para losintrpretes que vendrn, el Euforin de un arte nue-

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    vo, de un arte grande y generoso, que ni se sientalentado, como ella, a arrojar a las llamas los legajosdel sabio, ni, como l, permanezca insensible y mudoante las nostalgias de la contemplacin del cielo es-trellado por la dulce discpula, sobre el suelo abra-

    sado de la era.,.

    En tanto que en los dominios de la Prosa, y co-ronando el prtico austero y grave desde donde sea-laron los hombres de la generacin que trajo a Tainey a Renn ia ruta nueva del saber, se afirmaba unescudo que tena por inscripciones : Culto de la Ver-

    dad, madre de toda belleza y toda vidanico im-perio del anlisissubstitucin del lirismo por la im-personalidad y de la invencin por el experimento,

    los justadores del Bitmo, que regresaban entonces dela gran fiesta romntica, juntaban sus corceles enderredor de una bandera cuyos lemas decan : odiode lo vulgaramor de la apariencia bella,adora-cin del mrmol fro e impecable que mezcla el des-dn a la caricia.

    Hubo una escuela que crey haber hallado lafrmula de paz, proscribiendo de su taller, dondeamonton el tributo de luz y de color que impusoregiamente a las cosas, todos los angustiosos pensa-mientos, todas las crueles dudas, todas las ideas in-quietantes, y buscando la non curanza del Ideal enbrazos de la Forma.Puso en su pecho las flores quesimbolizan el imperio del color sin perfume ; colmsu copa del nephente que trae el bien del olvido.

    Obedeciendo a Gautier, cerr su pensamiento y sucorazn, en tas que rein la paz silente del santuario,al estrpito del huracn que haca estremecer sus

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    vidrieras; y fu impasible mientras las llamas de

    la pasin devoraban en torno a su mesa de trabajo lasalmas y las multitudes; amante del pasado, evoca-del hecho vivo ; desdeosa y serena cuando la tem-pestad de la renovacin y de la lucha precipitaba msfrecuentes e impetuosas sus rfagas sobre la frentede un siglo batallador.Pero esta escuela que olvi-

    d que no era posible desterrar del alma de los hom-bres, como lo so el monarca imbcil, la fatal ma-na de pensar>, fu condenada por los dioses del Arteque no consienten el triunfo del vaco ms que, losdioses de la Naturaleza, al martirio de Midas.

    Quiso saciar su hambre y hall que 1 manjar de susvajillas era oro

    ;quiso saciar su sed y hall que las

    ondas de sus fuentes eran plata.Entonces, la tristeescuela dobl la cabeza sobre el pecho, para morir,guardando an en !a actitud de la muerte, la correc-cin suprema de la lnea, pprque conoci que e] cora-zn humano no hubiera querido trocar por las migajasdel pan del sentimiento y de la idea sus tesoros in-tiles.Hoy su legado es como una ciudad maravi-llosa y esplndida, toda de mrmol y de bronce, todade raros estilos y de encantadoras opulencias, peroen la que slo habitan sombras heladas y donde no seescucha jams, ni en forma de lamento, la palpita-cin y el grito de la vida.

    Del numen que se cerni sobre el palacio de Me-dn, pas, pues, si no la gloria, el imperio

    ; y losque hoy guardan los retales da su ensea negra ypurprea, suelen mezclar con ellos telas de distintoscoloras. De las tiendas de orfebres que abri el Par-naso, brindando en el alma de una generacin do

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    poetas una morada mejor y ms suntuosa que lavieja Torre de Nesle a Benvenuto Cellini ; de aque-jas tiendas que incendiaron los aires en el choquedel oro y de la luz, slo qued un taller donde elartista de Trofeos* labra un cliz precioso que ya

    no ha de levantar, en los altares del arte, mano al-guna.

    Voces nuevas se alzaron. Generaciones que llega-ban, plidas e inquietas, eligieron seores. Como enlos tiempos en que se acercaba la hora del Profeta

    divino, apareci en el mundo del arte una multitud deprofetas

    Predicaron los unos, contra el culto de la Natu-raleza exterior, el culto de la interioridad humana

    ;

    contra el olvido de s, en la visin serena de las cosas,

    -la cultura del yo, Los otrps se prosternaron ante

    el Smbolo, y pidieron a un idioma de imgenes, laexpresin de aquellos misterios de la vida espiritual,para los que las mallas del vocabulario les parecieronflojas o groseras. Estos alzaron, posedos de un in-sensato furor contra la realidad, que no pudo dar desi el consuelo de la vida, y contra la Ciencia, que nopudo ser todopoderosa, un templo al Artificio y otrotemplo a la Ilusin y la Credulidad. Aquellos sellamaron los demonacos, los reprobos ; hicieron coroa las letanas de Satn ; saborearon cantando lasvoluptuosidades del Pecado descubierto y altivo ; glo-rificaron en la historia el eterno impulso rebelde, yconvirtieron la blasfemia en oracin y el estigma enaureola de sus santos. Aquellos otros volvieron enla actitud del hijo prdigo a las puertas del viejohogar abandonado del aspritu ya por las sendas

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    nuevas que traza la sombra de la Cruz, engrande-cindose misteriosamente entre los postreros arre-

    boles de este siglo en ocaso, ya por las rutas sombras

    que conducen a Oriente, y buscaron, en la evoca-

    cin de todas las palabras de esperanza y la reno-

    Nacin de todas las respuestas que dieron los siglos

    a la Duda, el beneficio perdido de la Fe.Pero ninguno de ellos encontr la paz, ni la con-

    viccin definitiva, ni el reposo, ni, ante su mirada,el cielo alentador y sereno, ni bajo sus pies, el sueloestable y seguro. Artfices de una Babel ideal, hzoseentre ellos el ca*>s de las lenguas, y se dispersaron.

    El mismo impulso que tena en otrohora, del cantodel Poeta al alma de sus discpulos y al alma de lamuchedumbre, la cadena magntica de Platn, re-concentra hoy a los que cantan, en la soledad de suconciencia. Para realizar nuestra obra, dice uno de

    ellos, debemos mantenernos aislados. El movi-miento de las ideas tiende cada vez ms al indivi-dualismo en la produccin y aun en la doctrina, ala dispersin de voluntades y de fuerzas, a la varie-dad inarmnica, que es el signo caracterstico de latransicin.Ya no se profesa el culto de una mismaLey y la ambicin de una labor colectiva, sino la fedel temperamento propio y la teora de la propia ge-nialidad. Ya no se aspira a edificar el majestuoso al-czar donde una generacin de hombres instalar supensamiento, sino la tienda donde dormir el sueode una noche, en tanto aparecen lo6 obreros que hande levantar el templo cuyos muros vern llegar oljorvenir, dorada la frente por el fulgor do la ma-ana. Las voces que concitan se pierden en la in-

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    diferencia. Los esfuerzos de clasificacin resultan va-

    ros o engaosos. Los imanes de las escuelas han per-dido su fuerza de atraccin, y son hoy hierro vulgarque se trabaja en el laboratorio de la crtica. Loscenculos, como legiones sin armas, se disuelven ;los maestros, como los dioses, se van...

    Entretanto, en nuestro corazn y nuestro pensa-miento hay muchas ansias a las que nadie ha dadoforma, muchos estremecimientos cuya vibracin noha llegado an a ningn labio, muchos dolores paraios que el blsamo nos es desconocido, muchas inquie-tudes para las que todava no se ha inventado unnombre... Todas las torturas que se han ensayadosobre el verbo, todos los refinamientos desesperados

    del espritu, no han bastado a aplacar la infinita sedde expansin del alma humana. Tambin en la li-bacin de lo extravagante y de lo raro ha llegado alas heces, y hoy se abrasan sus labios en la ansiedadde algo ms grande, ms humano, ms puro. Perolo esperamos en vano. En vano nuestras copas va-cas se tienden para recibir el vino nuevo : caen mar-chitas y estriles, en nuestra heredad, las ramas delas vides, y est enjuto y trozado el suelo del lagar...

    Slo la esperanza mesinica, la fe en el que hade venir, porq/ue tiene por cliz el alma de todos lostiempos en que recrudecen el dol/or y la duda, hacevibrar misteriosamente nuestro espritu. Y tal ascomo en las vsperas desesperadas del hallazgo llega-ron hasta los tripulantes sin nimo y sin fe, cernin-dose sobre la soledad infinita del Ocano, aromas yrumores, el ambiente espiritual que respiramos est

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    Lleno de presagios, y los vislumbres con que se nos

    anuncia el porvenir estn llenos de promesas...

    Revelador ! Profeta a quien temen los empeci-

    nados de las frmulas caducas y las almas nostlgi-cas esperan ! cundo llegar a nosotros el eco de tuvoz dominando el murmullo de los que se esfuerzanpor engaar la soledad de sus ansias con el mon-logo de su corazn dolorido?...

    Sobre qu cuna se reposa tu frente, que irra-diar maana el destello vivificador y luminoso ; osobre qu pensativa cerviz de adolescente bate lasalas el pensamiento que ha de levantar el vuelo hastaocupar la soledad de la cumbre? o bien cul es laidea entre las que iluminan nuestro horizonte comoeptrellas temblorosas y plidas, la que ha de trans-figurarse en el credo que caliente y alumbre como elastro del da de cul cerebro entre los de los hace-dores de obras buenas ha de surgir la obra genial?

    De todas las rutas hemos visto volver los pere-grinos, asegurndonos que slo han hallado ante supasb el desierto y la sombra. Cul ser, pues, elrumbo de tu nave? Adonde esta la ruta nueva? Dequ nos hablars, revelador, para que nosotros en-contremos en tu palabra la vibracin que enciendela fe, y la virtud que triunfa de la indiferencia, yel calor que funde el hasto?

    Cuando la impresin de las ideas o de las cosasactuales inclina mi alma a la abominacin o la tris-teza, t te presentas a mis ojos como un airado ysublime vengador. En tu diestra resplandecer laespada del arcngel. El fuego purificador descen-der de tu mente. Tendrs el smbolo de tu alma en

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    la nube que a un tiempo llora y fulmina. El yamboque flagela y la elega constelada de lgrimas, halla-

    rn en tu pensamiento el lecho sombro de su unin.Te imagino otras veces como un apstol dulce y

    afectuoso. En tu acento evanglico resonar la notade amor, la nota de esperanza. Sobre tu frente bri-llarn las tintas del iris. Asistiremos, guiados pora estrella de Betlem de tu palabra, a la auroranueva, al renacer del Ideal del perdido Ideal queen vano buscamos, viajadores sin rumbo, en las pro-fundidades de la noche glacial por donde vamos, yque reaparecer por ti, para llamar las almas, hoyateridas y dispersas, a la vida del amor, de la paz,de la concordia. Y se aquietarn bajo tus pies, lasolas de nuestras tempestades, como s un leo divino

    se extendiese sobre sus espumas. Y tu palabra reso-nar en nuestro espritu como el tair de la cam-pana de Pascua al odo del doctor inclinado sobre lacopa de veneno.

    Yo no tengo de ti sino una imagen vaga y mis-teriosa, como aquellas con que el alma, empeada enrasgar el velo estrellado del misterio, puede represen-tarse, en sus xtasis, el esplendor de lo Divino.Peros que vendrs

    ; y de tal modo como el sublime mal-decidor de las Blasfemias anatematiza e injuriaal nunciador de la futura fe, antes de que l haya apa-recido sobre la tierra, yo te amo y te .bendigo, pro-feta que anhelamos, sin que el blsamo reparadorde tu palabra Eaya descendido sobre nuestro corazn.

    El vaco de nuestras almas slo puede ser llenadopor un grande amor, por un grande entusiasmo

    ; yeste entusiasmo y ese amor slo pueden serles inspi-

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    rados por la virtud de una palabra nueva. Las

    sombras de la Duda siguen pesando en nuestro es-pritu. Pero la Duda no es, en nosotros, ni un aban-dono y una voluptuosidad del pensamiento, como ladel escptico que encuentra en ella curiosa delec-tacin y blanda almohada ; ni ama actitud austera,fra, segura, como en los experimentadores ; ni si-quiera un impulso de desesperacin y de soberbia,cerno en los grandes rebeldes del romanticismo. Laduda es en nosotros un ansioso esperar ; una nos-talgia mezclada de remordimientos, de anhelos, detemores ; una vaga inquietud en la que entra por mu-cha parte el ansia de creer, que es casi una creencia-Esperamos ; no sabemos a quin. Nos llaman ; no sa-bemos de qu mansin remota y oscura. Tambinnosotros hemos levantado en nuestro corazn un tem-plo al dios desconocido.

    En medio de su soledad, nuestras almas se sien-ten dciles, se sienten dispuestas a ser guiadas

    ; ycuando dejamos pasar sin squito al maestro que nosha dirigido su exhortacin sin que ella moviese unaonda obediente en nuestro espritu, es para luego pre-guntarnos en vano, con Bourget : Quin ha de pro-nunciar la palabra de porvenir y de fecundo trabajoque necesitamos para dar comienzo a nuestra obra?quin nos devolver la divina virtud de la alegraen el esfuerzo y de la esperanza en la lucha?

    Pero slo contesta el eco triste a nuestra voz...

    Nuestra actitud os como la del viajero abandonadoque pone a cada instante el odo en el suelo del de-sierto por si el rumor de los que han de venir le traenn rayo de esperanza. Nuestra corazn y nuestro pen

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    pamiento estn llenofi de ansiosa incertidumbre. . . Re-

    velador ! revelador ! la hora ha llegado ! . . . El solque muere ilumina en todas las frentes la misma es-tril palidez, descubre en el fondo de todas las pu-pilas la misma extraa inquietud ; el viento de latarde recoge de todos los labips el balbucear de unmismo anhelo infinito, y esta es la hora en que lacaravana de la decadencia> .se detiene, angustiosa yfatigada, en la confusa profundidad del horizonte. .

    .

  • Un libro de crtica

    Un libro nuevo de Menndez Pelayo nos ofrece lams alta y placentera ocasin en que iniciar este g-nero de revistas que nos proponemos atender asidua-

    mente. Tienen la informacin y el comentario bi-bliogrficos entre nosotros una tarea de la mayor tras-cendencia literaria que desempear, no menos en loque toca a las manifestaciones de nuestra propia ac-tividad productiva que con relacin al libro europeo,cuya irresistible influencia triunfa y se impone sinque la obra fiscalizado de la crtica la preceda enel espritu del pblico. Confiamos, pues, en que lautilidad propia de su objeto bastar a comunicara las revistas que iniciamos el inters que no alcan-cen por su desempeo.

    Gonstituye la nueva obra del historiador de losHeterodoxos Espaoles una segunda serie que aadorouniendo pginas dispersas a sus Estudios de cr-tica literaria salidos a luz hace dos lustros. Re-conozcamos, ante todo, que el recuerdo de las impre-2

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    siones, en nosotros imperecederas, dejadas por la lec-tura de aquel primer libro a que el actual se vincula,crea para ste un trmino de comparacin que no lees, en definitiva, favorable

    ; y que no se encuentraen la nueva coleccin una monografa del precio deaquel inolvidable discurso Del arte de la historia,

    ni el traslado de la personalidad de un escritor, y eljuicio de su obra, verificados con la maestra que enel estudio del poeta del Idilio, admiramos ; ni unapgina, de estilo y de doctrina a la vez, como aquellaque el discernimiento del verdadero y falso clasicis-mo, del espritu helnico y la moderna imitacin desus formas, motiva en la semblanza del autor de LaConjuracin de Venecia. Predomina en los nue-vos estudios literarios la erudicin sobre la crtica,aunque sea constantemente esa erudicin la original,selecta y fecundada por la intervencin activa del cri-terio y el gusto, a que el sabio escritor nos tiene acos-tumbrados.

    Entremos ya a examinar con la necesaria rapidezde una apuntacin de este gnero, el contenido de lacoleccin, comenzando por aquellos ensayos relativosa obras y autores del viejo teatro castellano que for-man la mejor y ms extensa parte de ella.

    Establece cierta unidad en el espritu de esos es-tudios la tendencia que manifiestan a levantar sobreel nombre y la gloria de Caldern de la Barca los depoetas objeto de menos universal aclamacin, aunqueacaso artsticamente ms excelsos. A nuestro crticocorresponde el honor de haber fijado definitivamentee criterio desapasionado en la apreciacin del ltimoy ms clebre de los representantes de la gran tra-

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    dicin dramtica espaola, identificado un da conla gloria entera de esa tradicin, levantado por im-

    pulso de la crtica romntica alemana a la categorade smbolo ms adorado que conocido, ms transfi-gurado ante sus ojos por la pasin de escuela y elefecto imponente y vago del conjunto que es objeto pa-ra ella de una slida y depurada admiracin. El librode exgesis calderoniana de Menndez Pelayo puedeofrecerse como dechado de independencia crtica, dealta sinceridad, de criterio propio y seguro ; y en el

    juicio general y sinttico del antiguo teatro espaolque all se hace y sirve de fondo al de la personalidaddel gran poeta romntico, se admira el resultado deuna investigacin directa, original, completsima,realizada, acaso por vez primera, en la erudicin es-

    paola, desde los trabajos de iniciacin de los cr-ticos, inspirados por el moderno despertar del genioracional, en la ms gloriosa de las manifestacionesdel pasado literario de nuestra lengua. Como ele-mento de la obra de revisacin y reparacin que enaquel libro se esboza, en la crtica del gran Teatro,se manifiesta en sus pginas a menudo el enalteci-miento del arte espontneo y vigoroso de Lope yTirso, colocado artsticamente sobre la grandezaamanerada de Caldern. Es el segundo de lospoetas citados quien hasta ahora puede reclamar dela posteridad el pago de ms cuantioso crdito ; el queaun espera de la crtica la apreciacin exacta de sugenio y del conjunto de su produccin, y de la his-toria literaria el esfuerzo que disipe, en lo que tocaa su vida, las brumas de la ignorancia o la leyenda.El estudio a l referente en el libro que motiva esta

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    nota, viene a satisfacer en gran parte tal exigencia

    de justicia, reuniendo y armonizando el resultado dela labor erudita consagrada en los ltimos aos pordiligentes investigadores al esclarecimiento de la

    personalidad y la existencia, punto menos que des-conocidas, del poeta, y acompaando a esa sntesisde erudicin, que se acrecienta con datos personal-mente adquiridos, observaciones de crtica profundacon respecto a su obra. Para Menndez es. indudableque el segundo lugar entre los maestros de escena es-paola le es debido el gran Mercedario, y aun se in-clina a participar de la opinin de los que resuelta-mente le otorgan el primero y el ms prximo aShakespeare, ya que no por el poder de la invencin,en que nadie aventaj a Lope que es por s solorna literatura a lo menos por la intensidad de vidapotica, por la fuerza creadora de caracteres, y por elprimor insuperable de los detalles. En el examen dela autenticidad de ciertas obras tradicionalmente in-corporadas al repertorio de Tirso, cuyo origen apa-rece obscuro y dudoso, debe singularmente notarse,

    y tenerse por decisiva, la argumentacin que se adu-ce para confirmar al poeta en la posesin de aquelinmortal drama teolgico que se intitula El conde-nado por desconfiado. Slo el autor de Don Juan erahpmbre avezado al estrpito de las aulas y la disputadialctica entre los poetas de su nacin y su siglo,y slo de la rara conjuncin de un gran telogo yun gran poota en la misma persona pudo nacer aqueldrama nico, en o/ie ni la libertad potica empece ala severa precisin dogmtica, ni el rigor de la doc-

  • EL QUE VENDR **

    trina produce aridez y corta las alas a la inspira-

    cin.

    El anlisis de cierta obra de Arturo Farinelli

    sobre el influjo del creador del Teatro Espaol en el

    espritu y la obra de Grillparzer. uno de los prime-

    ree, sino el mayor, de los sucesores de Schiller en la

    escena alemana, a la vez que crtico dramtico de

    genio, se relaciona con otra empresa de reparacin

    que la justiciera crtica de aquel teatro imperiosa-

    mente exige y a la que Menndez y Pelayo consagraactualmente tan formidable esfuerzo como el de or-

    denar y dirigir la edicin total, publicada bajo losauspicios de la Academia Espaola y avalorada porprolijo^ comentarios, de las

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    guiado por el mismo, las vicisitudes de la gloria del

    viejo poeta espaol en la moderna crtica alemana.Debe reconocerse la oportunidad crtica del pro-

    psito a que estos estudios obedecen. A cada modifi-cacin del gusto, a cada etapa nueva del espritu

    literario, regida por diversos modelos, informada pordiversos principios, corresponden distintas evocacio-

    nes en las cosas pasadas, diferentes rehabilitaciones

    y rejuvenecimientos. Convena la apoteosis caldero-niana al espritu de una revolucin que buscaba res-taurar en toda forma de arte la exprasin del senti-miento nacional y religioso, cautivada adems portoda magnificencia de fantasa, por todo efecto de(.pulencia y grandiosidad, y harto indulgente paraperdonar los defectos e impurezas de ejecucin ar-tstica por la belleza de la idea. El amor de la reali-dad, el anhelo de la verdad y la vida, en la interpre-tacin de los afectos Humanos, antes que de la tras-cendencia ideal y de las esplendideces de la forma,deben forzosamente manifestarse en la crtica delviejo teatro castellano por el triunfo de Lope y delcreador de Don Juan, del poeta de la naturaleza vi-gorosamente sentida y observada y del poeta del po-der caracterstico y las realidades risueas.

    Puede en cierto modo relacionarse con la tenden-cia qu6 hemos indicado en los anteriores ensayos lamonografa de El Alcalde de Zalamea, que formaparte de la coleccin, en cuanto reivindica para Lope,desentraando por vez primera a la luz de la Buenacrtica su rudo esbozo del sujeto dramtico, llevadoa entera realizacin artstica por el creador de Segis-mundo, la gloria de la creacin genial, de la inven-

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    cin primitiva, dejando al ltimo poeta la del per-feccionamiento y pleno desarrollo de la idea que en

    o! drama que sirvi de modelo al que admiramos,parece enturbiada por la tosquedad y desalio de

    1h ejecucin. El pensamiento de protesta, acaso in-voluntaria o inconsciente, pero real y elocuentsima

    para la posteridad, que encarna en forma artstica

    aquel gran drama, donde las libertades municipaleslomaron, ai decir de nuestro crtico, tardo desquite

    de Villalar, est magistralmente definido a la conclu-sin de este estudio.

    No ofrece menos inters el excelente comentariode La Celestina ya publicado, al par de la mono-

    grafa anterior, como artculo del Diccionario Enci-clopdico Hispano Americano. Una nota nueva debeadvertirse en la apreciacin del espritu y signifi-cado de la famosa tragi-comedia de Rojas aquien se inclina Menndez a reputar el exclusivoaator de ella, basndose para desechar el supuesto dodos autores en la poderosa unidad orgnica que la in-forma y es la que llama la atencin de la crticasobre la parte romancesca, delicada, sentimental, deaquella obra esencialmente humana y compleja, enla que el juicio de los comentadores apenas habaapreciado hasta ahora sino el traslado vivsimo de

    la realidad y la eficacia irresistible del efecto c-n ico. Desatendindose el elemento de pasin que en-tra como fermento potico en la composicin ntimade la obra, desconocase el verdadero carcter y elms hondo inters de aquella creacin de naturalezashakespiriana. Poema de amor y de expiacin moral

    ;

    mezcla eminentemente trgica do afectos ingenuos y

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    de casos fatales reveladores de una ley superior a lapasin humana la concepta nuestro crtico

    ; y aa-de sealando la pgina en que ms delicadamente semanifiesta aquel fondo de idealidad y ternura : Paraencontrar algo semejante a la tibia atmsfera de lanoche de esto que se respira en la escena del jardn,hay que acudir al canto de la alondra de Shakes-peare, o a las escenas de la seduccin de Margaritaen el primer Fausto.

    Tales son aquellas pginas del volumen relacio-nadas con la historia y la crtica del viejo teatro es-paol. Pasemos a las que abordan temas de otra n-dole, y hagamos mencin en primer trmino del es-tudio de la personalidad del esclarecido polgrafobalear Jos M.a Quadrado, escrito para preceder co-mo prlogo a la edicin de sus obras. Dulese Me-Dendez Pelayo, a propsito de la impopularidad delnombre que encabeza ese estudio, de que la historialiteraria de nuestro siglo en Espaa est tan mal sa-bida y entendida por casi todos, y de que por efectode inveterados olvidos e injusticias se conceda a cier-to nmero de nombres invariables el valor de tiposrepresentativos de la actual cultura espaola, enage-nndose otros a la estima y admiracin de los con-temporneos. Y para justificarlo, la semblanza queda ocasin a tales quejas presenta a nuestros ojos untipo de venerable excelsitud intelectual, de labor fe-cundsima, de varia y slida cultura, de existenciaintimamente relacijnada con la historia de las ideasliterarias y filosficas, en la Espaa del siglo XIX.Estudiando a Quadrado en su carcter de principalcolaborador en la manifestacin espaola del mov-

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    miento arqueolgico-romntico con que trascendi a

    los dominios de las artes plsticas y la historia el

    'mpulso de la revolucin literaria de principios del

    s glo, y en sus mritos de historiador penetrado del

    espritu nuevo con que han aliado los grandes na-rradores de nuestra edad a las severidades del pro-cedimiento crtico el poder de la fantasa adivina-

    dora, anticipa Menondez el bosquejo de pginas quehan de servirle para el estudio de la esttica espa-ola contempornea en su obra capital. La conside-racin del aspecto de apologista catlico y contro-

    versista en la personalidad de Quadrado, le da asi-mismo ocasin para caracterizar y reducir a sntesisluminosa los antecedentes y condiciones de la luchade ideas latente en el fondo de la guerra civil enque chocaron la Espaa tradicionalista y la revo-lucionaria durante la primera mitad de esta cen-turia.

    A comentar una obra biogrfica que permanecerrntre las ms preciadas y duraderas manifestacio-nes del movimiento de actividad erudita suscitadopor tan alta ocasin como la del 4. Centenario deldescubrimiento de Amrica, en Espaa, est dedi-cado otro de los estudios de la coleccin. No se li-mita este estudio, sin embargo, al anlisis de la obrade Asensio que lo ocasiona

    ;pues so extiende hasta

    trazar un cuadro general de la literatura en que elobjeto propio de aquel libro puede reconocer prece-dentes, caracterizando los diversos perodos y vici-situdes de la historiografa tocante a la existenciadel descubridor y la realizacin de su empresa, apartir de los propios escritos de Coln, cuyo valer

  • 26 JOS ENRIQUE ROD

    de poesa en aquellas pginas, inspiradas por la con-templacin de la naturaleza del Nuevo Mundo o porles anhelos y las emociones de la accin, rememora,

    as como la lucidez de las intuiciones cientficas que

    esclarecen otras de sus pginas, invocando los jui-cios y encarecimientos de Humboldt. Observa luegof*n la crnica de los Reyes Catlicos de Bernldezy las Epstolas y Dcadas de Pedro Mrtir de An-glera, la versin procedente de los escritores quetrabajaron de inmediato sobre las confidencias y co-municaciones del Almirante, y aprecia el testimoniode los cronistas de Indias, en lo relativo a la tradi-

    cin del magno hecho inicial de la Conquista, desdeFr. Bartolom Las Casas y Fernndez de Oviedodo cuyas figuras histricas traza dos bocetos llenosde inters. La aplicacin primera del criterio anti-espaol y heterodoxo a la historia del descubrimien-to de Amrica en las obras de Reynal y de Eobert-sen : la tarea de investigacin documental que ini-ciaron Muoz y Navarrete; el mtodo pintoresco yde evocacin del movimiento dramtico de la reali-dad, ensayado en el relato de la sublime aventurat^r los dos grandes historiadores norteamericanosde comienzos del siglo, y la revelacin de los pre-cedentes y resultados cientficas del descubrimientoen una de las grandes obras de Humboldt, son ob-jeto de la continuacin de esta interesante y con-cienzuda resea, cuya parte final est dedicada a laerudicin colombina de los ltimos aos, represen-tada principalmente por las indagaciones bibliogr-ficas del norteamericano Enrique Harrise que Me-nndez Pelayo opone elogiosamente a las declama-

  • EL QUE VENDR 27

    ci'ones, tan vacas como popularizadas en cierta parte

    del pblico francs del Conde Roselly de Lorgues,incansable propagandista de la santidad del Descu-bridor.

    Conocamos el juicio sobre Enrique Heine porhaber constituido, antes de formar parte de la co-leccin que examinamos, el prlogo a la obra decierto mediocre traductor del Intermezzo y Can-te js del Norte. Es ese breve estudio la confesinhermosa y leal de un convertido. Todos sabemos deles apasionamientos clsicos y ortodoxos del Menn-dez Pelayo de la primera juventud ; el apologistadel genio tradicional de su Espaa, el adversario dePevilla en controversias famosas, y el enamoradoferviente de la antigedad que renovaba en la Eps-tola a Horacio el himno de triunfo de los hombresdel Renacimiento. Todos conocemos la animadver-sin antigermnica que era el reverso de aquellapacin esttica y religiosa de latino. No se ha mo-dificado en Menndez Pelayo el fondo ntimo y sus-tancial de las ideas, pero el cincel del tiempo hapasado suavizando asperezas y corrigiendo imper-fecciones por su intelecto constantemente cuidadosodel propio progreso espiritual, y hoy admiramos enel antiguo polemista de La Ciencia Espaola elespri|u amplio, sereno, (comprensivjo, perteonifica-cin de elevadsima tolerancia, modelo de criterioecunime y cultura total, que en uno de los tomosde la Historia de las Ideas Estticas ha verificadoincomparable resumen de la filosofa y la literaturaalemanas en su edad de oro, y en el que han podidoreconocerse los mismos peu prs, las mismas me-

  • 28 JOS ENRIQUE ROD

    dias tintas, las mismas afirmaciones provisionalesque acusan la influencia del espritu germnico enun Eenan o un Carlyle. La admiracin de Hemeqae en el libro de Menndez Pelayo se expresa recibesu mayor inters do haber sido precedida por aqueldesdn confesado, y merece notarse su significacincomo testimonio y ejemplo de la ms noble condicinde la crtica : la de la sinceridad. Y a la determina-cin sinttica y precisa que contiene de la geniali-dad del poeta, se une en aquel estudio la belleza dela expresin, la gallarda del estilo. Cmo acertaraa condensarse originalmente en fua imagen signi-ficativa y enrgica el carcter de la stira heinianadespus de haberla calificado nuestro crtico de tu-multo de polvo y guerra que parece estruendo de mu-chos caballos salvajes, pero de raza inmortal, lan-zados a patear con sus cascos cuanto la humanidadama y reverencia?

    De las influencias semticas en la literatura es-paola se intitula el estudio que da trmino a lace leccin. Compendiase en l el contenido de una ora-cin acadmica del erudito fillogo y arabista seorFernndez y Gonzlez relativa a aquel tema hist-rico, y termina por una enrgica afirmacin de laeficacia y la gloria del influjo ejercido por la cul-tura oriental en la filosofa y las ciencias de Occi-dente ; afirmacin que opone nuestro crtico al celointemperante de los apologistas e historiadores deu credo y escuela empeados en reivindicar paraks pueblos y los individuos participantes de su fela posesin exclusiva d6 aquellos dones del ordennatural que Menndez Pelayo reconoce no incom-

  • EL QUE VENDR 29

    patibloB con el error teolgico. Hay verdadero in-ters en hacer notar tales manifestaciones de amplio

    y generoso criterio conciliado a la integridad de la

    creencia y el dogma, como le hay en sealar en unode los anteriores estudios, a propsito de la exposi-cin de las ideas estticas de Quadrado, la huelladel espritu independiente con que penetra el gran

    ortodoxo en aquellas cuestiones de arte y poesaque involucran en el campo de la intolerancia dog-mtica los secuaces do la falsa esttica de un Jung-mann, objeto, por parte de nuestro propio crtico,en su obra capital, de Ama refutacin memorable.

  • La crtica de "Clarn*

    El estudio de una personalidad que a la presen-tacin ms avanzada del sentido moderno en ideascrticas, a la amplitud de su cultura intelectual ylt complejidad de un espritu donde se reflejan to-das las ntimas torturas y todas las indefinibles nos-talgias ideales que conmueven el alma de este ocasode siglo, concilie la fuerza imperativa de la afirma-cin, la fe retrica y el atletico bro que son pro-pios de los luchadores de pocas literarias caracteri-zadas por la slida unidad del criterio y la enterezadogmtica de las convicciones : de un Johnson o unLa Harpe, es objeto interesante de suyo y que sepresta a la consideracin de las ms debatidas yoportunas cuestiones relacionadas con los actualesrumbos de la crtica y el verdadero objeto de su ac-tividad.

    Si hubiramos de determinar la nota que en lascampaas del escritor de que hablamos vibra conparticular energa e insistencia, y el carcter esen-

  • EL QUE VENDR 31

    cial de su crtica, los encontraramos acaso en laporfiada reivindicacin de la legitimidad y la efi-

    cacia negadas al verdadero juicio literario por el es-cepticismo esttico hoy en boga, y en el acuerdo desus procedimientos con tal afirmacin.

    Se controvierte en nuestros das la posibilidad de

    una crtica literaria qaie corresponda rigurosamentea la significacin d9 los trminos con que se la nom-bra, y ella se mantiene fluctuante entre estos dos pun-tos de atraccin que en diverso sentido la apartan

    de su tradicional objeto, y por igual la desnatura-lizan o anulan: o el criterio que se limita a in-vestigar y precisar las relaciones de la actividadliteraria con elementos ajenos a la consideracin desus re |ultados artsticos y desdea el tecnicismopropio de estos resultados, o bien el individualismodoctrinal, la irresponsable genialidad del que co-menta, sustituida por los preceptos racionales, como

    base del juicio, y el libre campear de la impresin.El inters por lo esencialmente literario y la afir-

    macin esttica que Leopoldo Alas opone a aquellasfalsas orientaciones de la crtica actual, pueden par-ticularmente estudiarse en ciertas pginas de En-sayos y Revistas dedicadas a comentar apreciacio-nes de Cesreo sobre la lrica contempornea espa-ola y en el exordio de la ltima de sus obras de cr-tica publicadas.

    Afirma, pues, sin negar a las espontaneidadesde la impresin y al sentimiento individual comoinspiraciones del gnero a quo nos referimos, lo quehay en ellos de legtimo y oportuno, siendo preci-samente Leopoldo Alas ardiente defensor de la rea-

  • 3g JOS ENRIQUE ROD

    lidad del elemento personal e intuitivo, irremplaza-

    ble por la fiel aplicacin de las frmulas, que es

    factor capital en el gusto del crtico verdadero como

    en la aptitud productiva del artista, y habindoloreivindicado constantemente en este ltimo respectocontra la negacin absoluta de las adivinaciones einconciencias de la inspiracin que creyeron ver

    intrpretes nimios de la letra en ciertas afirmacionespreceptivas de Zola ; sin desconocer tampoco lalicitud de aquellas formas de la crtica que extien-den sus horizontes fuera de lo que artsticamentees necesario y que hacen de ella ya una investiga-cin cientfica del ambiente, ya un estudio de rela-ciones sociales y polticas, ya materia de observacinmoral o experimento sicolgico, la significacin;n)iistituible y esencial de la crtica literaria comojuicio de arte, como -referencia de la obra a ciertosprincipios que el crtico tiene por verdad, y en cuyonombre aprueba o condena, siempre en atencin alfin directo de la actividad literaria que es la reali-

    zacin de la belleza.No tiende este criterio a una reaccin que sera

    absurda; no significa volver a la consideracin de!a obra bella como objeto aislado, al juicio para elque ni el valor relativo de las reglas, ni la persona-lidad del escritor, ni el imperio de las influenciasnaturales y sociales, eran factores que modificasenla invariable aplicacin del precepto

    ;pero signi-

    fica reivindicar contra la intromisin de elementosextraos al arte puro y libre en la censura esttica

    y contra las variaciones subjetivas de la aprecia-cin, la soberana independencia de lo bello, por una

  • EL QUE VENDR 38

    parte, el valor real y objetivo de la crtica y la le-gitimidad de ciertas leyes, por la otra.

    Crtica directamente literaria en cuanto al ob-

    jeto esencial a que se aplique ; impersonal y afirma-

    tiva por partir de cierta base terica de criterio yno de la veleidad de la impresin : tal se proponeser, y es en el hechu, la crtica del autor de Pipa. Por lema de su escudo ha adoptado ciertas pala-bras de Gustavo Flaubert que pueden ser considera-das, por su elocuencia y sfu origen, como suprema

    frmula de las protestas arrancadas al amor desin-teresado del arte y al sentido potico por las moder-nas tendencias que conspiran a quitar a la crtica

    literaria su fin directo y su verdadera suftantivi-

    dad;palabras en que est implcitamente contenida

    la expresin de la crtica esencial, tpica, eterna.

    A la sustitucin del estudio de la obra por el delescritor, en que Sainte-BeHive se complaca ; al an-lisis fecundo pero insuficiente del medio en que sedetiene el procedimiento de Taine, antepona el autorde Salamb la consideracin de la obra en s,por su composicin y su estilo, como cosa de arte

    ;

    y es este punto de vista, sancionado en las avanzadasdel pensamiento contemporneo por la autoridad deGuyau, que invoca las palabras mismas de Flau-L-rt, el que debe definitivamente rehabilitarse en con-cepto de nuestro crtico.

    Pero la afirmacin de la natural supremaca deljuicio de lo bello sobre el de aspectos y relacionesextraos a la verdadera apreciacin literaria, que lmanifiesta con la insistencia de una conviccin ar-dorosa y en la que se formula el espritu predomi-

    3

  • 34 JOS ENRIQUE ROD

    nante en su propia crtica, atenta siempre a tradu-

    cir, ante ijodo, la emocin esttica y el juicio corres-pondiente a esa emocin, no ha sido obstculo paraque ella ejerza eficazmente su actividad en otrasiormas y sentidos cuya relativa legitimidad reco-noce, ni para que pague su tributo a aquellos g-

    neros en que la tendencia de la poca hace del cr-tico literario, apartndole de su tradicional funcinde juez, ya un historiador, ya un poeta, ya un si-clogo.

    Crtica subjetiva, de impresin personal, que par-ticipa de la intimidad de la confidencia y el senti-miento del lirismo, es la que imprime su nota al es-tudio que de la personalidad artstica de Rafael Cal-

    vo hace Clarn en uno de los ms interesantes Fo-lletos, evocando antiguas emociones de espectador,

    y a la semblanza de Camus, de Ensayos y revis-tas, donde las reminiscencias de la vida del aulasirven de ondo a la fisonoma intelectual que se di-sea, subordinndose, en uno yNoto ejemplo, a laconfesin sentimental el comentario crtico, que se-meja en ellos una glosa puesta en las pginas de lapropia historia individual.

    Crtica esclarecodora de las profundidades de laidea y el sentimiento del artista, de determinacindel ms ntimo espritu de la obra y concrecin desus ms vagps efluvios ideales, hay en el preciosoestudio de Baudelaire, donde tambin se admirala descripcin de los procedimientos tcnicos del poe-ta ; en el que caracteriza acabadamente la persona-lidad del autor de Mensonges, a propsito de-sfa obra. como observador del gran mundo, y en

  • EL QUE VENDR 35

    el comentario" de Le Prtre ele Nemi de Renn,avalorado por sagaces consideraciones sobre el avan-

    ce de la idea pesimista del libro y sobre la trascen-

    dencia del sistema de exposicin dialogada que amel ^utor de Calibn, en la relacin del pensamien-

    to y la forma.

    El elemento biogrfico en sus conexiones con el

    carcter y la obra del artista, el estudio del desen-

    volvimiento de su produccin y de los lazos que la

    vinculan a la realidad de su existencia y las inti-

    midades de su alma, estn tratados de admirablemanera en la semblanza de Galds escrita para laGalera de celebridades espaolas y en ciertas ob-

    servaciones del examen de Treinta aos de Pars

    y el de las Cartas de Julio de Goncourt. Y airopsito de la elocuente exhortacin de tolerancia

    positiva y confraternidad espiritual contenida en el

    estudio de La Unidad Catlica de Ordez (En-sayos y revistas) rerla oportmno hablar de la cr-

    tica expansiva, emocional, inspirada, puesta frente

    la obra que la sugiere como una placa sonora,

    que significa a su manera una produccin, que es

    como el epodo que responde desde el fondo del almaa la ajena inspiracin que la hiere, y se manifiestaaadiendo nuevas ideas, nuevas emociones, a las que

    de ella ha recibido, agrupando, segn la imagen deGuyau, notas armnicas en torno de la nota funda-mental que se desprende de la obra juzgada.

    En las campaas de crtica esencialmente mili-tanto que manifiestan las colecciones anteriores a la

    icin de Masculla piado apreciarse, ante todo,z del kmuprista original, del fumigador despia-

  • 36 JOS ENRIQUE ROD

    dado, en la personalidad literaria de Clarn, pero8U)B obras ltimas interesan mfcy particularmentepor la revelacin dal crtico pensador, en el que pre-dominan ya sobre la facultad de ver lo pequeo ytbservar lo nimio, sobre la stira que maneja sutil-mente el estilete de la censura minuciosa, o ejercitaen la cacera de vocablos las fuerzas del ingenio, eljuicio amplio y las condiciones que podemps llamarpositivas del espritu crtico.

    Permanece la sagacidad de la observacin de laforma y el detalle como atributo nativo de sju pluma,pero la relegan a segundo trmino dotes superiores. No ha de negarse aptitud de generalizacin yfuerza sinttica al espritu qfue acierta a precisar el

    carcter de un escritor, la impresin de conjunto*de su obra, la nota personal de su estilo, de la ma-nera como Clarn ha caracterizado para no citarsino los ejemplos que se presentan sin orden ni elec-cin a nuestra memoria el peculiar sentimientode la naturaleza del gran novelista montas, en eljuicio de La Montlvez ; el pesimismo pico deZola, a propsito de La Terre, en pginas que sonacaso las ms profundas y sentidas que haya consa-grado al creador de los Bougon-Macquart la crticaespaola ; el sello propio del realismo de Galds, juz-gando a Miau ; oi desenvolvimiento do educacinespiritual progresiva, que manifiesta la produccinde Valera, en eu semblanza de Nueva campaa

    ;

    la opacidad sicolgica y el radical prosasmo de Emi-lia Pardo Bazn, en Museum.

    Hay muchp ms que la exclusiva habilidad dela censura en la crtica de Clarn

    ;pero por seme-

  • EL QUE VENDR 87

    janzas menos relacionadas con lo esencial de lasideas y los procedimientos que accidentales o exte-riores, por la franqueza agresiva de la stira, laruda sinceridad, la participacin en ciertioe odioitliterarios, como Zola dira, manifestados en las rui-dosas campaas contra el oficialismo acadmico yla personalidad de Cnovas, Hay quienes relacionancon la de Clarn la crtica de Valbuena, como mani-festaciones de un mismo espritu reaccionario y tri-vial, y dirigen sobre el uno las armas que es lcitoemplear contra el otro.

    Personifica el escritor de los Ripios, con laexactitud de un rezagado de aquellas lides de plu-ma del siglo XVIII que encrespaban en torno a lasmmiedades del vocablo todos los desbordamientosde la pasin y todas las iracundias del panfleto, elgnero de crtica al que atribuye Menndez y Pe-layo, hablando de los censores retricos del Primerimperio, la significacin de polica de la repblicaliteraria: gnero til y an necesario en tal concep-to, pero mezquino y pernicioso cuando se le con-vierte en exclusivo y genera la crtica estrecha decriterio y nula de corazn, la crtica sin inters porel sentido y la esencia de la obra, ni sentimientoexpansivo para identificarse con el estado de almao' el escritor, ni el don de potico reflejo que respondea las solicitaciones de la inspiracin ajena con elacorde vibrar del alma propia, ni la mirada pro-funda que descubre las intimidades del pensamien-to y la emocin, y acierta a leer en la interlnea su-gestiva y callada que es como irradiacin no paratodos sensible de la letra ; la crtica detenida en la

  • 38 JOS ENRIQUE ROD

    consideracin del elemento formal ms exterior ymecnico.

    Por lo dems el sentimiento de la forma no esprivilegio de retricos, sino de artistas. Hay innega-ble licitud en hacerlo valer como elemento de apre-

    ciacin literaria, y el crtico q|ue lo desdee reve-lar, sin duda, la misma ausencia o limitacin delsentido esttico que el escritor que lo desconozca.

    Semejante aplicacin de la crtica, que un tiem-po fu la crtica entera, est hoy muy lejos de serfcu funcin ms noble y elevada,

    pero reconocien-

    do que ella no puede satisfacer de ningn modo anuestro espritu, y que por su ndole se presta msque ningn otro modo de juzgar a la profanaciny el empequeecimiento de la crtica en manos dela abominable posteridad de Don Hermgenes,debe! aceptarse la legitimidad 'dje jja censura queparte del tecnicismo formal como manifestacin eter-namente oportuna del juicio literario.

    Admitamos, pues, al Clarn batallador -de los Pa-liques y la Satura, al que ha sido calificado deJuvenal de las Mesalinas del ripio ; aun cuandocierta nerviosa intemperancia en la agresin perso-nal y un excesivo encarnizamiento con las media-rdas que complementa la tendencia un tanto autori-taria, que se le ha reprochado, a establecer la indis-cutibilidad de los maestros, arrojen sombras sobreaquella manifestacin de su actividad literaria, queos a su modo original y fecunda.

    En su tenaz defensa de la accin de la crticaexterna, nimia, de disciplina retrica, segn se lapodra calificar, agrega nuestro crtico a las razones

  • EL Ot TE VENDR 39

    de legitimidad esttica que hemos notado, motivos deoportunidad que resultan, en su concepto, de las con-diciones de la cultura literaria espaola.

    Nota constante de la crtica del autor de Mu-

    seum es la consideracin decepcionada y pesimistadel propio ambiente literario : el desaliento que unien-do sus acerbidades a la "de cierto pesimismo ms ge-neral y ms hondo que se revela en su produccinde los ltimos tiempos, hace aparecer bajo la super-ficie de la stira, a poco que el sentimiento ntimoencuentra para manifestarse un favorable conductor

    en la idea o la realidad que la provoca, un fondo de

    tristeza por el que ha podido afirmarse que poseeClarn en alto grado la risa de las lgrimas.Ke-i.uevan en la memoria ciertas pginas de nuestro au-tor impresiones que la lectura de Fgaro deja vi-brando en ella como un taido doliente que inte-rrumpen acordes de msicas festivas.

    ;Que recon-

    centracin de inextinguible amargura bajo la stiranerviosa de aquellos artculos en que considera La-

    rra en una u otra faz, la decadencia de la sociedadde su tiempo, la limitacin de los horizontes, el es-tupor intelectual, el ritmo invariable, tedioso, de lavida ! La personalidad del escritor reclamaba elgrande escenario : la electrizada atmsfera de la so-ciedad quo rodea y estimula el ponsameinto de Schle-gel en los grandes das do Weimar ; la tribuna detodas partes escuchada que difunde la oratoria cr-tica de Villemain en el centro donde escribe Balzac

    y canta Hugo, la hoja vibrante dfi Le revista que es-parce la palabra de Macaulay a los cuatro vientos(l

  • 40 JOS ENRIQUE ROD

    reflejaban la irradiacin de un espritu no menosdigno de las cumbres, no menos legtimamente an-sioso de la luz, estaban destinadas a perderse, comoel blido errante, en el vaco de una sociedad sinfuerza inspiradora, vacilante de la orientacin delideal, desalentada y tenferma Esta dolorosaimpresin se manifiesta por la sonrisa melanclica oel gesto de hasto, en cada una de las pginas quearrojaba a ese abismo de indiferenia el crtico in-mortal, y estalla, con la vibracin potente del sollozo,en la crtica de las Horas de Invierno y la Necro-loga del Conde de Campo Alange.

    Pues bien: en ciertas lamentaciones y desalien-tas del crtico de ahora, en el prlogo de SermnPerdido, en el de Nueva Campaa, en el vigo-roso treno satrico titulado A muchos y a ningunose reconoce como el eco de aquellas nostalgias de lainteligencia.

    Cabe en la Espaa actual la reper-

    cusin de la elega patritica de Fgaro, y en sushombres de ingenio el sentimiento de soledad, el fromoral del abandono, que identificaba, experimentn-dole en s mismo, el grande escritor, con las angus-tias de quien busca voz sin encontrarla, en una pe-sadilla abrumadora y violenta?... Lo afirmara quienhubiera de imaginarse la actualidad intelectual es-paola por el traslado que de la laxitud de su pro-duccin, el enervamiento de la crtica, la indiferen-cia y las ingratitudes del pblico, ofrece a cada pasoJa stira amarga de Clarn

    ;pero solo con la sensa-

    cin directa del ambiente podra apartarse de lo quees observacin y realidad en las tristezas del cuadro,lo que sin duda hay en ellas de proyeccin de un pe-

  • KL QUE VENDR 41

    smismo personal que aade a la sombra exterior supropia sombra, al modo como el genial optimismode Valora parece dejar un toque de luz en todo ob-jeto sobre que se posa el vuelo de su espritu, y llevaa todas partes la expansin de su ntima serenidad.

    Con las manifestaciones primeras de la modifica-cin del gusto espaol en sentido naturalista, hacetres lustros, coincide la notoriedad literaria de Cla-rn, cuya presencia vino a preparar por entonces eno! escenario de la crtica actual y militante la des-aparicin prematura de Revilla y fu realzada porla oportunidad de un perodo de activa renovacinde las ideas.

    A los constantes empeos de su crtica, y a lano menos eficaz propaganda verificada por ciertolibro famoso de Emilia Pardo Bazn que l mismoacompa con un prlogo, debe atribuirse en primertdrmino el honor de la tolerancia obtenida en el es-pritu del pblico espaol para la heterodoxia lite-raria que renovaba all como en todas partes, lasiras de los filisteos.

    Dos magistrales artoulos contenidos en La li-teratura de 1881 : el juicio de La Desheredadade Galds, al que no sera aventurado conceder enla crtica espaola la significacin que en la novelatuvo la obra a que se refiere como iniciacin de rum-bos nuevos, y el de L

  • 42 JOS ENRIQUE ROD

    zos que al comentario y aliento de tal tendencia de-

    dic desde entonces la crtica de Leopoldo Alas.Su naturalismo, que nunca excluy el criterio

    amplio y la Gultura total qjue le han llevado a laardorosa defensa de los clsicos como elemento deeducacin literaria irreemplazable, se seal ademspor cierta dilatacin de horizontes que, en presen-

    cia de actuales modificaciones de su crtica, es opor-

    tuno recordar. El prlogo de la Cuestin palpi-tante a que aludamos, tiene bajo ese aspecto unasignificacin merecedora de estudio,

    Domina en l una concepcin esencialmente to-lerante y relativa de la nueva escuela, en el sentidode considerarla como un oportunismo literario queijo necesitaba negar estticamente la legitimidad deescuelas diversas o antagnicas, pues le bastaba conque se reconociera su condicin de gnero literarioadecuado a las tendencias generales de la poca enque se inici

    ; y se manifiesta al propsito de levan-tar la idea esencial y fecunda qgie ella entraaba,sobre las limitaciones que el entusiasmo de la inicia-cin y la lucha y la preceptiva inflexible del maes-tro, imponan al naturalismo batallador e intoleran*te de los que podramos llamar sus tiempos he-roicos >.

    Para nuestro crtico el vicio capital de la pro-testa que dio impulso y direccin a la literatura con-tempornea estaba entonces como ahora en la soli-daridad contrada por el reformador con el experi-mentalismo exclusivista, insuficiente en cuanto m-iodo de arte, que proscriba toda inspiracin sicol-gica

    ; y en esta fundamental restriccin puesta desde

  • EL QUE VENDR 43

    ei primer momento por el autor del prlogo cita.do,a la doctrina a la que adhera, la que nos revela

    como natural evolucin de ser pensamiento, que nopuede calificarse de reaccin, su actaial tendencia acbrir camino a otras aspiraciones del espritu litera

    -

    j io, a otras oportunidades del sentimiento y el gusto.Hablemos ya de esta nueva orientacin de su es-

    pritu, en la que no se manifiesta slo, segn vere-mos, una idea literaria modificada, pues responde aun impulso interior ms hondo y ms complejo.--Por el corazn y el pensamiento del crtico han pa-sado las auras que traen al ambiente espiritual dola novsima cultura aromas y rumores que parecenanunciar la proximidad de un mundo nuevo.Elanhelo ferviente do una renovacin, no ya idealista,

    :

    no religiosa, de la vida dol alma, anhelo que apa-rece, como rayo de luz, entre tristezas profundas ex-presadas con el sentimiento que hay v. gr. en el ci-tado comentario de La Trro qme a veces toca enel lirismo de la elega o en la semblanza tambincitada, de Camus : tal es la nota con que se revelael nuevo espritu de la crtica de Clarn, a partir deEnsayos y Revistas.

    Ya en ciertas pginas de una coleccin anterior,en el estudio de Mensonges, a propsito del simbo-lismo puesto por el ilustre restaurador de la sicolo-ga novelesca en la hermosa figura del P. Taconetq.ue cierra el libro con palabras de afirmacin y es-peranza, en ciertas reflexiones de la introduccin ala serio de artculos titulada Lecturas sobre laLibertad del pensamiento en la Espafia actual, y enel examen de Maximiaa do Palacio, se nota, vago

  • 44 JOS ENRIQUE ROD

    e incierto todava, ese vislumbre de restauracin idealque hoy constituye la ms sealada manifestacinde su crtica.

    Una generosa aspiracin de armona o inteligen-cia entre los espritus separados por parcialidades de

    escuelas y confesiones poro vinculados, desde lo hon-

    do del alma, por el mismo anhelo de una nueva vidaespiritual ; un sentimiento profundo de concordiaque une el respeto del pasado y de las tradicionesde la fe con el amor de la verdad adquirida, y comoinspiracin de este grande impulso de fraternal acer-camiento, la idea cristiana en su pureza esencial,

    en su realidad ntima y pura : as podramos formu-lar la nueva tendencia q>ue convierte al satrico im-placable en propagador de un ideal de tono mstico.

    En el estudio a que anteriormente hemos hechoreferencia sobre cierta obra de apologa de la tra-dicin y la unidad religiosas, tal sentimiento vibrams que en ninguna otra parte con honda intensi-dad, con inspiracin comunicativa y poderosa, y elespritu de la elocuente confesin de anhelos y espe-ranzas que sugiere la obra al alma conmovida delcrtico, se condensa en afirmaciones que pueden daridea de su idealismo generoso, evanglico, al que nocabe desconocer, aun cuando no se compartan susentusiasmos, un suave aroma de belleza moral :

    "La tolerancia ha de ser activa, positiva ; no ha delograrse por el sacrificio de todos los ideales parcia-les, sino por la concurrencia y amorosa comunica-cin de todas las creencias, de toda3 las esperanzas,de todos los anhelos" Hay una tendencia cuasimstica la comunin de las almas separadas por

  • EL QUE VENDR 45

    dogmas y unidas por hilos invisibles de sincera pie-dad, recatada y hasta casi vergonzante ; efusiones

    de (una inefable caridad que van de campo a campo,de campamento a campamento se pudiera decir, co-mo iban los amores de moras y cristianos en las le-

    yendas de nuestro poema heroico de siete siglos

    Cabe no renegar de ninguna de las brumas que lasinceridad absoluta de pensar va aglomerando ennuestro cerebro, y dejar que los rayos del sol ponien-te de la fe antigua calienten de soslayo nuestro co-razn.

    En el ltimo do los Folletos Literarios, acasoel ms hermoso y sugestivo de todos, se formula lamisma aspiracin de idealidad, respecto a la ense-anza ; oponindose a la idea de directa utilidad comoinspiracin del propsito educativo, la del desinte-

    resadp amor de lo verdadero.

    Hay, en relacin a la oportunidad literaria y filo-sfica de estos tiempos, un singular inters en tales

    manifestaciones de la crtica de Clarn, a las que lanecesaria compendiosidad de este trabajo no nos per-mite consagrar la atencin de que ellas son merece-doras, limitndonos a sealarlas al sentimiento yla reflexin de los que en algo participen de esa an-siedad de cosas nuevas que flota, como presagio deuna renovacin tal vez cercana, en el ambiente mo-ral de nuestros das.

  • Los "Poemas cortos 11

    de Ne\ de Arce

    Gaspar Nez de Arce representa en el desenvol-vimiento de la lrica espaola de nuestro siglo la ini-

    ciacin de dos notas principales, relacionadas la una

    con el sentimiento, la otra cpn la forma, que se ar-

    monizan para constituirle en excelsa personificacindel consorcio del genio tradicional y castizo de lapoesa castellana con el espritu moderno.

    Suya es la gloria de haber consumado la resu-rreccin del verso clsico, cuando l era patrimoniode escuelas puramente eruditas, a la vida del pen*^amiento y do la inspiracin ; suyo tambin el im-pulso comunicado a la poesa qjue flotaba en las in-timadas de la emocin personal o la vaguedad de laleyenda, para que descendiera, armada y luminosa,a las luchas de la realidad, y representase como siaspirara a renovar sus viejas tradiciones civiliza-doras, una fuerza poderosa de accin afirmada en elsentimiento.

  • EL QUE VENDR ^

    Seran sobrados esos ttulos para asegurar la

    inmortalidad del poeta que Mmin los rayos de Hugov de Barbier en la tempestad revolucionaria de 1868

    y puso de nuevo en descubierto el mrmol pursimode la forma en que labr el cincel de los clsicos

    ;

    pero ei espritu de Nez de Arce deba espaciar porms vastos horizontes .su vuelo y cuando su poesahaba dejado de respirar la atmsfera candente delas inspiraciones de la lucha, le consideraba la cr-

    tica como el poeta de la sola oiuerda de bronce que

    reproduca la estoica austeridad de Quintana, l ini-

    ciaba cpn el perodo de su produccin que se refleja

    en los Poemas, ese alarde soberbio de flexibilidad que

    abarca las ms diversas cuerdas de la lira.Pareci despus reconcentrarse el espritu del poe-

    ta, para poner mano en la obra que deba ser coro-

    namiento de sus anteriores creaciones y monumento

    perdhiraole de su genio : el poema anunciado queha de condensar en vasta sntesis pica los eternos"combates de la razn y las ansiedades de la duda quehan Sido inspiracin principal de su lirismo ; y nosresignbamos a su prolongado silencio por la espe-ranza que alentaba esa promesa verdaderamente des-lumbradora, cuando la revelacin de una nueva e in-esperada ofrenda que pone el lrico excelso en el ara.

    ha tiempo desnuda, de su poesa, atrae a s el inte-

    y la admiracin del inmenso pblico que hablaa uno y otro lado del Ocano la lengua sublima (la

    sus cantos.

    Titlase P 'ortos, y es un conjunto uni-formado en su mayor parte por ciertas condiciouos di

    sen-

  • 4S JOS ENRIQUE ROD

    timiento, que consideraremos con la necesaria rapi-

    dez de una apuntacin bibliogrfica.Una delicadsima narracin de forma lrica, so-

    bre la que flota el perfume del recuerdo y la melan-

    clica suavidad de una historia de amores que tiene

    algo de la ternura profunda y la apacible tristeza

    del Idilio, ocupa merecidamente las primeras p-ginas de la coleccin, y es acaso su nota ms inten-sa y vibrante por el sentimiento, a la vez que su joyams preciada por la forma.

    Nunca pudo comprobarse mejor el arte supremocon qtie Nez de Arce logra conciliar al gusto cl-sico y la acendrada correccin, la vida y la bellezadel sentimiento que hace palpitar el mrmol inmacu-lado y deslumbrante del verso, sin que su movilidadenturbie una vez sola la limpidez de la lnea, ni el

    orden soberano de la ejecucin necesite sacrificar enningn caso la espontaneidad o frescura del afecto.

    La descripcin primorosa que fue siempre una delas excelencias de la poesa de Nez de Arce y unade sus notas de elevada originalidad, luce en Elnico da del Paraso y en La Esfinge con to-ques vigorosos.

    No sobresale el procedimiento dascripitivo de nues-tro poeta por esa fuerza de dilatacin de la propiapersonalidad que impone el sello del espritu a larealidad exterior, por el impulso ntimo que subor-dina al punto de vista sicolgico el orden de las cosas

    y las reproduce segn ellas se reflejan en lo hondodel alma, coloreadas por determinado sentimiento

    ;

    sino po la serena y amplia objetividad de la visin.En traducir las misteriosas voces de la naturaleza

  • EL QUE VENDR 49

    al habla de los hombres ; en depositar las confiden-cias del espritu en su seno o armonizar una melodadestacada del inmenso concierto de lo creado con losacordes de aquella otra msica interior que segnla Porcia de Shakespeare lleva cada cual dentro desi,alcanzan otros poetas un efecto ms hondo, yvano sera esperar en tal sentido del numen del autor

    de La Duda la magia transfiguradora que ejercisobre lo inanimado la poesa que ilumin la fazserena del lago de Saboya y las noches difanas deIschia con el reflejo del amor y el ensueo, o las adi-vinaciones del sentimiento que descifra elegas, con

    Millevoye y con Musset, en el rumor de las hojas quearrebata el viento del otoo y en el murmullo delsauce que vela el sueo de la tumba.

    No tiene Nez de Arce el sentimiento lrico dela naturaleza, pero tiene en grado supremo el arteobjetivo de la descripcin.

    Los campos castellanos y las faenas rsticas delIdilio, despus de cuyas admirables descripcionesresulta vana la afirmacin de Lamartine que consi-deraba negada a toda imagen potica la monotonade la llanura poblada por la mies ondulante queslo se relacionaba para l a la idea de lo til ; las

    marinas realistas de La Pesca que substituyeronen la poesa castellana con el traslado de una obser-

    vacin directa y poderosa, el molde convencional dela descripcin eternamente tomada al naufragio dode la nave de Horacio o a las imprecaciones de Quin-tana al Ocano ; la magnificencia de la tarde qmerodea desmayando sobre las calles solitarias de Pal-ma, el paso de Raimundo, y el misterio de la noche que

    4

  • 50 JOS ENRIQUE ROD

    propicia la cita ; la playa griega de la Lamentacinde Lord Byron, el secular torren del Vrtigo

    ;

    la huerta de Maruja ; cierto fragmento descriptivoque aparece en el hermoso tomo consagrado a re-unir pginas dispersas de Nez de Arce por lacoleccin Artes y letras : la pintura de Patmos,donde la

  • EL QUE VENDR 51

    alegra del vivir que inflama el nimo de las prime-ras criaturas ; la plenitud del sol, al ambicioso anhelo

    que las impulsa ai goce de la ciencia vedada ; lamelancola del crepsculo, al "desconsuelo de la pros-

    cripcin ; las sombras do la noche, a las inquietudesdel remordimiento y los rigores del castigo.

    La Esfinge* a su valor de soberbia descripcin

    realzada por la gravedad imponente y majestuosade la imagen que se reproduce al final de los trescuadros, une el de la significacin ideal que trans-

    parenta.

    Quin no reconoce en aquella escena deldesierto, el smbolo de la caravana humana conde-nada eternamente a encontrar, por trmino del hori-zonte que limita sus luchas y dolores, la pavorosainmutabilidad del Enigma?

    Una preciosa cniniatura, Romeo y Julieta, quees de lo ms suave y delicado de Nez de Arce, Aun agitador, Grandeza humana, sonetos correctsi-mos, aunque de menor frescura de inspiracin e in-

    tensidad de sentimiento, completan con otros dos es-

    culturales sonetos Al Dolor, el nmero de las compo-siciones modeladas en esa forma rtmica.

    Son de notarse en las que hemos citado ultima-mente, dos poderosas imgenes : la nube inmensa quecondensando las lgrimas arrancadas por el dolorde los siglos, anegara las cumbres excelsas de losmontes, y el cincel qtue pulsado por el brazo del Dolor,golpea el bloque humano labrando en l el bien por i-cultura y arrancando del choque con sus duras en-traas las chispas de la idea.

    El soberano dominio de la forma, que en el poetade Los Castigos no ces jams de conquistar nue-

  • 52 JOS ENRIQUE ROD

    vos secretos de arte ni de insistir en la seleccin del

    procedimiento, robustecindose constantemente, aun-

    que mengfuara su tesoro de poesa esencial, sus fuer-

    zas de forjador de versos de broncehase afirmadoy depurado progresivamente tambin en Nez deArce, y en tal sentido los Poemas cortos parecenrevelar, antes que decadencia o cansancio del artfice,

    una labor de cincel ms insistente y delicada quenunca.El ritmo en ellos constantemente firme ysevero, la imagen relevante, la diccin selectsima.

    Slo un reparo ser lcito nacer a esta pureza

    formal y es la adjetivacin profusa oue se advier-te en agunos de los sonetos ms hermosos.La poesade Nez de Arce es un eterno adjetivo, ha afirmadoValbuena, y debe confesarse que en presencia de cier-tas pginas de Poemas cortos la afirmacin adquie-re visos de acierto. La profusin del adjetivo quitanervio a la frase, diluyndola en una lnguida ver-bosidad

    ; y con relacin a una forma mtrica que des-en\^uelve el pensamiento dentro de lmites precisa-dos por una gradacin ideal en la que cada tramo quel asciende debe traducirse por un verso colmado yconceptuoso, prodigar los eptetos ms de lo que puedelegitimarse como realce necesario u oportuno, equi-vale a trabar la marcha rpida de aquel pensa-miento.

    Pone trmino a ]a coleccin un comentario poticodel monlogo de Hamlet, versificado con esa incompa-rable maestra cjue despliega Nez de Arce en elmanejo del verso libre, tan desdeado por muchos.Puede afirmarse que jams, en mano de poetas denuestra habla, la austera y clsica forma donde so

  • EL QUE VENDR 53

    ha escanciado en otras lenguas modernas la poesade Milton, la de Klopstock, la del autor de Los Se-pulcros, ha rescatado por la gallarda del movi-miento rtmico y la pureza escultural del contornotodo el encanto de qfue le priva la ausencia de larima, como cuando se doblega a la inspiracin denuestro poeta.Constituye el fondo de la composi-cin a que nos referimos una vigorosa protesta de laesperanza de la inmortalidad, como trmino de unano menos elocuente exposicin de las incertidumbres

    y vacilaciones de esa duda caracterstica del autorde Tristezas que ha comparado un crtico a la dudaprovisional de Descartes, porque termina casi siem-pre con la palabra de la afirmacin y la fe.El pen-samiento es digno de la forma

    ;pero ese viejo tema

    de la poesa de Nez de Arce, quiz un tanto mar-chito por el tiempo, y en el cual no sera difcil dis-cernir la mezcla, que advirti Menndez Pelayo, derecurso potico y retrica, necesitaba ser tratadocon nueva y briosa inspiracin y concretarse en for-ma que aportara cierta nota de originalidad pene-trante en la expresin o el sentimiento, para que so-nara a nuestros odos de otra manera que como el ecodebilitado de antiguas vibraciones de la lira del poetacuya impresin permanece imborrable en la memo-ria. Para quien recuerda, por ejemplo, la descrip*cin de la marcha de las generaciones humanas enLa Visin de Fray Martn el comentario del in-mortal monlogo no es ms que un eco.

    Una lisonjea esperanza se une, como tributo finalde la lectura de Poemas cortos, a la inefable gra-titud de la impresin qyue deja en el alma, el paso

  • 54 JOS ENRIQUE ROD

    de la verdadera poesa. La inspiracin del poeta ilus-tre que nos pareca vencido por el desaliento, entra

    acaso en un perodo de nueva animacin.L!uz-bel bate las alas tras el velo que oculta la obra noterminada del artista

    y pronto el cincel que ha dedarle el ltimo toque, le golpear en la frente paraimprimirle el sello de vida y animarle a volar.

  • "Dolores"por Federico Balart

    No es ciertamente la cuerda del sentimiento n-timo, delicado, que se manifiesta en la penumbra deresignadas tristezas, de suaves melancolas

    que pre-senta atenuada la intensidad de los dolores conside-rndolos en el recogimiento de la meditacin o en laperspectiva serena del recuerdo, y expresa las emo-

    ciones del amor con menos fuego que ternura, lapoesa que busca por natural afinidad el consorciode la forma sencilla y opuesta a todo efectismo deestilo y de versificacin, el gnero que da la nota do-minante en el concierto de la lrica espaola de nues-tro siglo.

    Inicia sus anales la poderosa inspiracin de Quin-tana, el tribuno dantoniano del verso, cuya poesasevera e inflexible parece desdear como flaquza mu-jeril la expresin de las ntimas congojas y las con-fidencias individuales.Tiene el romanticismo porexcelsos representantes a EspfOftetdft y Zorrilla. El

  • 66 JOS ENRIQUE ROD

    primero, levantndose sobre el nivel de los dolorescpie son comn patrimonio de los hombres, amargorconocido de casi todos los labios, para dar voz a lasnostalgias y desesperaciones de un espritu excntrico

    y soberbio, propagador y vctima de la dolencia mo-ral que enerv corazones y voluntades en la genera-cin literaria de principios del siglo, imprime a aque-llas notas de su poesa que traducen sentimientoscomprensibles por todos, la fuerza de la ardiente pa-

    sin y una forma, un tanto declamatoria, de impre-caciones y sarcasmos.Zorrilla, el colorista de la tra-dicin, el poeta de la meloda y de la imagen, muchoms brillante que sentido, ms dedicado a procurarel halago eufnico de la versificacin y los efectosde la pompa descriptiva que el ntimo estremeci-miento de la emocin, rara vez es el poeta que habladirectamente al corazn, que sufre con palabras que

    no se le muestran teidas de colores o engarzadas depedrera.La sinceridad lrica renace, bajo los aus-picios de un espritu potico que puede ser conside-rado como la viva anttesis de la ostentosa verbosidaddel anterior. El poeta de las Rimas es el gran in-trprete del sentimiento individual en la Espaa delsiglo diez y nueve, el soberano dominador do la formapura y sencilla y el sentimiento espontneo y cau-daloso. Pero el aislado soador sevillano, de quienpor la ndole tan poco meridional y castiza de suinspiracin ha podido afirmarse, con expresiva para-doja, que naci proscrito no ha tenido en Espaani mulos ni continuadores. El aislamiento melan-clico en que aparece su personalidad no se desmientepor la multitud de los imitadores y secuaces que el

  • EL QUE VENDR 57

    genio del maestro enteramente deslumhra.En Cam-poamor domina el pensamiento sobre los afectos. Tie-ne a menudo el don de lgrimas ; no le es en ma-nera alguna desconocido el secreto de la emocin

    porque sin cierto grado de sensibilidad, como sin cier-

    to grado de fantasa, no hay poesa posible ni poetaque pase de complero,

    pero siempre ser, ante todo,

    el poeta pensador que filosofa en verso y tiende sobrelas cosas la escrutadora mirada del anlisis al mismotiempo que la radiacin luminosa del lirismo. Perso-nificar ante el porvenir, la alianza definitiva de la

    poesa que piensa, que reflexiona, con el verso caste-llano. Por otra parte, tiene la sencillez externa de la

    forma

    y es modelo en este respecto,

    pero, le falta,

    en general, la sencillez del sentimiento y del esp-ritu. En los cuarteles de su escudo de potica noblezapodrn figurar una lente de aumento y una alqui-tara, simbolizando todas las sutilezas y alambica-mientos del pensar y el sentir. El ltimo impulsooriginal y poderoso comunicado en nuestro siglo aldesenvolvimiento de la lrica castellana es el que par-

    te del poeta del Idilio. Debe convenirse en que esuna estrecha apreciacin la de la crtica que no leatribuye sino una sola cuerda de bronce, por ms queen ella haya que oirle para admirarle en la integri-dad de su genio. El mismo Idilio es un ejemplo deque sabe hacer sentir tambin pintando amores y tris-tezas, pero aun all no los canta lricamente y en for-ma personal, segn acertadamente observ LeopoldoAlas : los manifiesta narrando o describiendo. Y encuanto a las composiciones de sentimiento indivi-dual que a veces interrumpen el carcter de pica

  • 58 JOS ENRIQUE ROD

    objetividad de los Gritos, puede afirmarse con Ke-villa que son lamentos que participan del rugido

    del len.

    Eeconozcamos que no es el poeta cuya presenta-

    cin nos proponemos hacer en la primera de estascrnicas de vulgarizacin bibliogrfica a aquellosde nuestros lectores que desconozcan el libro que laocasiona, inadvertido hasta hoy por nuestra crtica,el maestro que con la representacin del gnero depoesa a que aludamos, venga a ocupar su puesto al

    lado de los grandes nombres que hemos mencionado;

    pero afirmemos que es sobre toda duda un poeta ori-ginal y verdadero que trae por caracterstica de suestilo y de su inspiracin el sentimiento delicado yprofundo expresado en correctas y sencillas formas. Es de los elegidos, aunque no sea an en esteaspecto de su personalidad de los maestros

    ; y larevelacin de un nuevo poeta de verdad, cualquiera

    que sea su ndole y su talla, ser siempre una halaga-dora novedad y una promesa de gratas emocionespara aquellos que no podemos ver sin un poco de me-lancola, aun cuando nos lo expliquemos como opor-tunidad literaria de la poca, cmo el intolerante do-minio de la prosa invasora que absorbe en todas par-tes la nueva savia intelectual para vivificar el orga-

    nismo de la novela y la crtica triunfantes, deja lan-guidecer en solitario destierro a aquella reina des-

    tronada que ejerca con el cetro del ritmo el soberai.imperio del sentimiento y la fantasa de los hom-bres.

    Descendiendo un tanto de las cimas, es menosdifcil recordar como precedentes, nombres relativa-

  • L QUE vendr 59

    mente secundarios, que evoquen en la memoria lasimpresiones de la poesa cuya ndole tratbamos decaracterizar al principio de esta revista, en los ana-

    les literarios de la Espaa moderna. Baste citar aEnrique Gil, el dulce y sentido poeta que resistiendoa las influencias de la escuela del romanticismofogoso e hiperblico, que su amigo el autor de ElDiablo Mundo personificaba en Espaa, mantuvolmpidas la ingenuidad y ternura de su inspiracin,la naturalidad del sentimiento y la sencillez de laforma ; a Ventura Euiz Aguilera, que en medio dela fedunda variedad de las manifestaciones de sunumen dej probado que era su verdadera cuerda lade los sentimientos tiernos y las confidencias melan-clicas, y a Vicente Querol, que manejaba el versocastellano con una correccin y una facilidad tandignan de nota como la verdad y la delicadeza de lossentimientos que expresaba.

    Diremos algo ms acerca de la oportunidad deestas reminiscencias, antes de entrar a manifestar lasimpresiones de nuestra lectura de Balart.

    Cuando se trata de generalizar el carcter de lapoesa modernsima, tal como la imprimen su sellolas escuelas de decadencia que representan en la me-trpoli del mundo intelectual la ltima y alambicadaexpresin del exclusivismo formal y colorista del au-tor de Fortunio, y empiezan a imponerse en lastendencias de la nueva generacin potica espaola,m afirmacin' que por trivial est en todos los labios,la do que el culto supersticioso tributado a la formay la preferencia concedida a la descripcin y la ima-gen, conspiran a reducir a su mnima expresin el

  • 60 JOS ENRIQUE ROD

    elemento ntimo del sentimiento. Impera en poesa latradicin de las Orientales y los Esmaltes ; lafrmula del verso por el verso mismo o por el color,el desdn confesado de todo elemento espiritual que,para valemos de una frase famosa, abandona la esti-macin de la idea y el sentimiento a los burgue-ses.

    Una tendencia anloga a la que mantienen enFrancia tales escuelas, y derivada de ellas sin duda,tiene en Espaa su ms notable y genuina represen-tacin en la personalidad literaria de Salvador Kue-da, temperamento intensamente colorista, poeta sen-sual y descriptivo del que puede afirmarse qiue haheredado, adoptndolo a nuevas formas, el secretode la brillante y colorida expresin de la tradicionalescuela andaluza, y crtico que ha teorizado sagaz-mente en los artculos coleccionados con el nombrede El Eitmo sus interesantes tentativas de inno-vacin.

    Acontece que cuando las influencias de una re-volucin literaria atraviesan las fronteras del pue-blo donde esa revolucin ha tenido origen y se in-sinan en la vida intelectual de otro pueblo, el mo-vimiento a que en este ltimo dan lugar, evoca casisiemper en los anales de la literatura propia, el pre-cedente con que mejor pueda la nueva tendencia vin-cularse, para imprimir en ella en cuanto sea posible,el sello nacional. Es as como en el carcter del rea-lismo espaol contemporneo, aunque influido ensus orgenes y tendencias por el naturalismo, se re-conoce fcilmente que ha adquirido de su contactocon lo pasado el sabor propio del terruo, y es as

  • EL QUE VENDR 61

    tambin como la escuela potica de Kueda se rela-ciona de una manera ostensible con los modelos ylos procedimientos de aquella poesa caracterizadapor la adoracin de todos los elementos pintorescos ymusicales que tuvo en el Gngora de los buenos tiem-pos su encarnacin.

    La iniciativa del autor de La Bacanal y losCantos de la Vendimia ha encontrado proslitosen la nueva generacin espaola

    ;pero aun en los

    poetas jvenes formados bajo otras influencias y ex-traos a estas inspiraciones del parnasianismo fran-cs que sugiere las novedades mtricas de Rueda, co-mo en Amrica las de Daro, domina el verso cul-tural y descriptivo de Ferrari, el opulento e imagi-nativo estilo de Shaw, o las derivaciones diversa-mente modificadas de la escuela del poeta de LaSelva Oscura, caracterizada ante todo por el cultosevero de la forma.

    En medio, pues, de estas manifestaciones ms omenos convergentes del gusto, trae una nota original

    y digna de loa el poeta que sin descuidar, con indi-ferencia que acusara un sentido potico incompleto,el aspecto tcnico del verso antes bien cincelndolocon delicado enamoramiento de artista y sobresa-liendo por las calidades del estilo y la pulcritud dela diccin, quiere ser ante todo el devoto de los sen-timientos y acierta a reflejar constantemente en supoesa la hermosura de la naturalidad y la sencillez.

    Digna de loa, repitamos;porque aun cuando

    nuestra preferencia individual no nos vincule al g-nero exclusivamente interno y elegiaco a que Balartrinde tributo y coloquemos sobre la poesa, que es

  • 62 JOS ENRIQUE ROD

    contemplacin y recogimiento, la poesa que es ac-cin, la que orgullosa de los timbres de su antiguatradicin civilizadora, aspira a representar en la vidade las sociedades humanas una fuerza fecunda yefectiva, uno y otro gnero de lirismo se dan la manoen cuanto signifique reivindicar, para el fondo esen-cial de la poesa, la superioridad que sobre lo pura-mente externo y material se le desconoce por las es-cuelas que prevalecen.

    La nota nueva con que conmueve el ambiente dela lrica el libro en que vamos a ocuparnos, no trae

    aparejada la revelacin de un nombre antes obscuro,si bien se identifica con la inesperada reaparicinde una personalidad que nos pareca de otras pocas.Federico Balart est bien lejos de ser un desconocidoen la repblica literaria, donde al derecho de ciuda-dana del ingenio une desde fa tiempo los fueros dela magistratura del critico

    ;pero el obstinado mutis-

    mo en que permaneca, la ausencia de su palabraautorizada en las controversias que han renovado enlos ltimos qtuince aos la faz de la literatura con-tempornea, y el hecho inexplicable de que los ar-tculos con que por dos veces ha ejercido en la vidaintelectual espaola en interesantes campaas de cr-tica dramtica, la direccin del gusto pblico, nohayan adquirido hasta ahora la forma duradera dellibro, son otras tantas causas que entre nosotros con-tribuyen a esfumar los contornos de personalidadliteraria tan digna de una notoriedad y una influen-cia que son a menudo concedidas a guas menos se-guros.

    Por dos obras casi simultneamente aparecidas

  • EL QIE VENDR 63

    so Anuncian 60 esta nueva etapa de la actividad li-to rari a de Balart el despertar del talento poderoso

    del crtico y la revelacin de las dotes ignoradas del

    poeta, De la primera, que lleva el ttulo de Im-

    ione&j no nos interesa hacer mencin en estarevista, sino en cuanto ella ha contribuido a fijarvuestro criterio y nos ha dado ocasin de comprobarjuicios extraos sobre aquel aspecto principal de su

    malidad. Slo por alguna pgina, casualmen-

    te llegada a nuestras manos, de su ltima campaade El Globo y por artculos ms recientes, como losde donosa refutacin de las paradojas didcticas deCampoamor, ramos conocedores de las altas dotesdel crtico antes de la lectura de Impresiones.

    Agreguemos nicamente a este respecto, que en laevolucin de la moderna crtica espaola es Balartel inmediato precursor de Eevilla

    ;que llegado a la

    juventud en el perodo literario que sigui al delflorecimiento del romanticismo y que se caracterizaen literatura dramtica por las tendencias que tie-nen su ms alta personificacin en el autor del Dra-ma nuevo y el de Consuelo, hizo sus primeras ar-mas en la crtica de teatros y continu desempen-dola, como uno de sus ms autorizados representan-tes, hasta el renacimiento romntico trado por Eche-garay

    ; y que a las facultades de pensador y a lavasta y slida cuitara manifestada en sus pginasde crtica por un fondo doctrinal y cientfico del queollas,adquieren casi siempre un valor de permanenteinters y oportunidad que las redime de la suertegeneralmente reservada a las crticas del momento,

    por la flexibilidad elegante del estilo y la mani-

  • 64 JOS ENRIQUE ROD

    festacin comunicativa y amena de la impresin per-sonal, el dominio de las condiciones que aseguranel xito de la crtica de actualidades.

    Durante los aos de silencio del crtico, hase ve-rificado en su alma, bajo el inspirador influjo deldolor, la transformacin que le ha hecho poeta.

    Se explica as que tfu lirismo no sea variado nifecundo, pues se limita en lo esencial, y salvo la ma-nifestacin de cierto estado del alma de orden ms altoque luego consideraremos, porque est en l uno delos aspectos ms interesantes de la obra potica deBalart, a la sostenida inspiracin de un sentimientonico, de un absorbente e imperecedero recuerdo, enlos que se cifra para el poeta toda aquella parte desu vida afectiva que le parece digna de transfigu-rarse en la onda luminosa del canto y solicitar eltributo de las lgrimas al sentimiento de los hombres.

    Es la suya la usada poesa que vive de lascongojas del dolor, de las melancolas de la ausen-cia, de la inquebrantable fidelidad de la memoria

    :

    los temas inmortales cuya realidad lleva cada unodentro del alma

    ;que todos han cantado y que rena-

    cen siempre con la frescura de la j.uventud, como sicomunicaran a cada nueva mirada del poeta, que sedetiene en la contemplacin de las manifestacionesinvariables del sentimiento y de los viejos dolores dela vida, la mgica virtud del rayo de luz polarizadaque transparenta y revela mil secretos encantadoresen la interioridad del cuerpo que aparece, cuando sele ^uelve a la luz comn, vulgar y opaca Laeterna constancia del dolor que nace de una au-sencia irreparable, inspira, con monotona que fa-

  • EL QIE VENDR 65

    c ilmente se perdona, la poesa de Balart. Resfaena

    en unas pginas c~m la poderosa vibracin de lossollozos y con la intensidad de los tonos ms som-bros de la elega, que enlutan las estrofas de Pri-

    mer lamento y de Ansiedad ; se manifiesta enotras endulzada por la delectacin 'contemplativadel recuerdo por los halagos de la esperanza dela inmortalidad que finge un trmino la ausen-cia,

    y es este tono de melancola penrumbrosa elque domina

    pero de una otra manera se hallapresente en todas partes, acompaa como sombra delalma el pa-so errante del poeta entre las ruinas delhogar derruido y pono un velo de melanclica tris-teza cuanto brota de sus labios.As, en la mani-festacin de los inextinguibles anhelos de su espri-

    tu atrado por las seducciones del misterio, perc-

    bese latente la idea de la dicha perdida, del amor

    malogrado ; se siente vibrar en lo ms hondo el n-timo impulso del dolor como sublimadora energa quelevanta el alma las alturas, como escondido acicateque lleva el pensamiento en sus vuelos. Y al reflejarlas contemplaciones de la naturaleza exterior que veces dan motivo su canto, sigue siendo, en lo n-timo de su inspiracin, el poeta sugestivo, el poeta desu propio dolor, que acuerda las armonas de la na-turaleza con las que el alma lleva dentro de s yve en las cosas materiales el r