Rodriguez Monegal Emir - El Juicio de Los Parricidas

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    EMIR RODRGUEZ MONEGAL

    EL JUICIO DE LOS PARRICIDASla nueva generacin argentina y sus maestros

    DeucalinBuenos Aires, 1956

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    Sumario

    Captulo I Martnez Estrada o la toma de conciencia

    Captulo II Eduardo Mallea visible e invisible

    Captulo III Borges, entre Escila y Caribdis

    Captulo IV La nueva generacin

    Captulo V La otra orilla

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    PREFACIO

    Hacia 1945 aparece una nueva generacin en la literatura argentina. Esta generacin no resulta visible deinmediato ni tiene (como la que hacia la misma fecha se perfila en el Uruguay) una fisonoma editorialpropia. La literatura argentina mayor,la que dirigen los hombres de la generacin de 1925, los llamadosmartinfierristas, apenas si advierte, con simpata condescendiente o con cierto bieneducado fastidio, laaparicin de los primeros adelantos del grupo. Y sin embargo, poco a poco, entre 1945 y 1955, estos jvenesharn pesar cada vez ms su opinin, proyectarn cada vez ms lejos su palabra, hasta hacerse or de losmismos a quienes comentan o atacan, hasta sacudir la modorra de semidioses o mandarines en que se refugiansus mayores.

    Entre 1945 y 1950 esa generacin ya ha conseguido expresarse en algunos nombres, el ms obvio de loscuales es el de H. A. Murena, crtico joven que en 1948 se instala en Sur, el baluarte de la generacin del 25,y desde all mismo socava algunos de los fundamentos de esa generacin en artculos polmicos sobre Borges

    y los martinfierristas, sobre Martnez Estrada, o en apasionadas notas escritas con fervor apocalptico ysintaxis tupida. El mismo Murena salta luego aLaNacin y desde ese rgano de indudable cuo conservadorprosigue a ratos su labor de juez de juicio final, escuchada con decorosos bostezos que ocultan el resentimien-to de los mismos contra los que escribe. Un intento de fundar su propia revista, provocado por algunasfricciones con Sur, se concreta en la aparicin deLas ciento y una, publicacin que no alcanza a prosperarpor la intervencin de un susceptible e influyente hombre de letras de la generacin intermedia que saba ibaa ser criticado. (As, por lo menos, lo refiere el folklore local).

    La Nacin y Sur, los dos rganos de publicidad literaria ms perdurables en la Argentina, estaban dirigidospor integrantes de la generacin del 25; losjvenes debieron someterse a la tutela de stos y vegetar comotmidos y resentidos epgonos o debieron lanzarse a la fundacin azarosa de pequeas revistas que fueran sus

    propios rganos de publicidad y en las que pudieran decir lo suyo. De estas revistas, de los intentos repetidosy frustrados de creacin de estas revistas, sobreviven algunas que no es el momento de historiar en detalle.Buenos Aires literaria (fundada en 1952 y ya fallecida) pudo haber sido la revista de la nueva generacin;prefiri ser ms general y slo fue, en definitiva, una revistade epgonos, en que el mejor material pertenecasiempre a los consagrados, nacionales y extranjeros. Ya en 1954 aparecen dos revistas que parecen compren-der y practicar mejor el sentido de una renovacin a fondo de las letras argentinas; se llaman, con apelativossociolgicos, Contorno y Ciudad. En ambas se intenta (y a veces con los mismos colaboradores) una revisinde los valores ms importantes de la generacin del 25; se dedican nmeros a Ezequiel Martnez Estrada(ambas revistas), a Borges (Ciudad), a la novela argentina (Contorno).Lo que las vincula es ser rganos dela nueva generacin. De sus profundas y en algunos casos inconciliables diferencias, habr luego oportunidadde hablar extensamente.

    En vsperas de la cada del rgimen peronista (que ha dado a esa generacin el tan necesario estmulo nega-tivo) aparecen ambas revistas juveniles, y ya no se puede no advertir hasta qu punto ha cambiado el clima dela literatura argentina. Muchas fuerzas actan sobre esta generacin nueva. El peronismo con su total ybrbara renovacin de valores es una de las ms importantes. Pero no se comprendera el peronismo (comoprovocacin y hasta agente de escndalo) si no se vinculara intelectualmente esta generacin nueva con losintentos apocalpticos del existencialismo de la segunda postguerra. Porque lo que caracteriza con vigor aestos jvenes es el manejo de una terminologa filosfica que tiene sus races en el vocabulario fabricadoentre 1940 y 1945 por Merleau-Ponty, Sartre, Camus y otros, en la Francia ocupada, liberada y vuelta aocupar por el Occidente en esta ltima dcada.

    Con el cuadro intelectual del existencialismo francs como instrumento de trabajo y de pensamiento, con larealidad argentina modificada por la revolucin peronista, estos jvenes de 1945 se vuelven a examinar sucircunstancia literaria y hunden su mirada inconformista en los hombres de la generacin del 25. De losmuchos valores propuestos por la crtica rutinaria (Argentina padece en este siglo de una carencia suicida decrtica literaria que tenga responsabilidad social, adems de la esttica) los jvenes eliminan, sin anlisis, por

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    su sola inanidad a casi todos los nombres prestigiosos. Se quedan con algunos a los que atacan o veneran(mejor sera decir: atacan-veneran) con cierta violencia saludable. Entre esos nombres figuran Roberto Arlt(a quien Contorno dedic un nmero que no he podido ver), Horacio Quiroga, Leopoldo Marechal. Pero detodos, los que ms han concitado el elogio y la diatriba en grado diverso, son Ezequiel Martnez Estrada,Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges.

    No todos los jvenes aparecen dedicados a esta labor de demolicin. Muchos, y tal vez los ms originales,slo actan en el plano de la creacin, estableciendo con su obra, incipiente pero ya indicadora de futuramadurez, la nueva literatura argentina. No es de stos de quienes cumple ocuparse hoy. Ya habr tiempo yperspectiva para hacerlo en los aos venideros. Sino de los que inician su obra con la toma de posicin comonuevo grupo, de los que parten de un anlisis ceido de la realidad dada, su realidad, como acto previo a todacreacin y a toda obra. Muchos de stos (como ha pasado en la generacin paralela de las letras uruguayas)tal vez no superen con su accin la etapa de examen y crtica; muchos de ellos tal vez queden slo comozapadores o pregoneros de la nueva literatura. Pero ahora, en este preciso instante, es su obra de crtica la queimporta medir si se quiere reanudar despus de los aos de separacin impuestos por el rgimen peronistaun dilogo a travs del Plata. Porque son estos jvenes discutidores los que muestran, en lo bueno y en lomalo, en virtudes y excesos, la tnica de una nueva generacin argentina.

    Parece til, como prlogo a una toma de contacto ms detenida y matizada de la nueva generacin argentina,repasar ahora en vista panormica y desde esta orilla, esos intentos de revaloracin en que estn empeadoslos jvenes argentinos. La cortina de lata (como la llam un humorista) ha estado demasiado tiempo separan-do ambas mrgenes del Plata como para que no haya de temerse que de recientes efusiones recprocas eintercambio dirigido que provocaron los acontecimientos de los ltimos meses, no surjan en definitiva msconfusiones (aunque temporarias) que verdadero reconocimiento. Como un intento de aproximarse a la reali-dad literaria argentina que cuenta y contar cada da ms, deben ser entendidas estas reflexiones y anotacio-nes sobre los jvenes y sus maestros.

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    CAPTULO I

    MARTNEZ ESTRADA O LA TOMA DE CONCIENCIA

    LA PRIMERA LECTURA

    De los tres escritores que mayor importancia tienen para determinar la posicin actual de la nueva genera-cin, Ezequiel Martnez Estrada es, sin disputa, el ms influyente. No slo se advierte esto por la frecuencia

    con que se le cita y se le sigue: lo dice con enorme elocuencia el hecho de que sea a l a quien se ha dedicadoel anlisis ms profundo y constante. En cuatro publicaciones de estos ltimos aos se puede encontrar lahuella de la influencia y la provocacin que significa Martnez Estrada para los jvenes escritores. La prime-ra, cronolgicamente, es un estudio de H. A. Murena que se titula:Reflexiones sobre el pecado original de

    Amrica (en Verbum, N 90,agosto 1948, pp. 20/41) en que se parte del Sarmiento para fundamentar unateora propia. Pero no es este artculo sino uno posterior el que permite fijar ntidamente la posicin deMurena con respecto a su maestro. El nuevo examen se titula La leccin de los desposedos: Martnez

    Estrada.Fue publicado originariamente en Sur (octubre, 1951) y est recogido con modificaciones en elvolumen:El pecado original de Amrica (Buenos Aires,Editorial Sur, 1954, p. 105/129) .

    Murena empieza declarndose su discpulo, lo que no era casi necesario, dada las claras vinculaciones de su

    retrica con la de Martnez Estrada. Para decir por qu encontr su maestro en este escritor singular haceMurena la historia de su propia formacin intelectual: de su autodidactismo (que arroja tanta sombra sobresus ms aventuradas afirmaciones crticas), sobre el descontento de la realidad cultural argentina en queestaba inmerso, descontento que puede sintetizarse en el rechazo de su vanidad y en la conciencia de sumentira (parafraseo de ste y otros ensayos del autor), en el rechazo de la subordinacin a un orden de cosasintelectual que tiene sentido en Europa, donde fue creado, y no lo tiene en Amrica, donde, se reproduce porcalco (ni siquiera imitacin). Tambin historia Murena el letargo poltico y social en que viva el pas,dominado por un gobierno conservador que estaba incubando la crisis presente (Pern y secuelas de hoy).Entonces Murena encontr los libros de Martnez Estrada. LaRadiografa de la Pampa era de 1933 pero eseao nadie la ley como lo que era la denuncia en trminos de profeta bblico de la mentira de la Argentinaoficial y aunque fue premiada y comentada se la consider como una prolongacin de esa ensaystica que enEuropa y Amrica haba producido al conde de Keyserling, a Spengler, a Waldo Frank. El libro era esto, escierto, pero slo de modo adjetivo. La nueva edicin (Buenos Aires,Editorial Losada,1942) encontr encambio los lectores a los que estaba dirigida: los jvenes. Encontr a Murena.

    Y Murena ley laRadiografa y leyLa Cabeza de Goliat(1935 y 1947, en reedicin aumentada deEmecEditores) y descubri la manera de mirar la realidad que yaca debajo de la triunfante mscara deI por-teismo agresivo y de los viajes a Europa (o a Pars) y de las grandes estancias y de las familias de apellidosde varias generaciones. Descubri una Argentina y el mal; una Argentina que estaba madura ya para engen-drar a Pern y alentarlo y soportarlo. Murena encontr en Martnez Estrada la fuerza suficiente para mirar larealidad horrible cara a cara y decirse: no somos los herederos del mundo, los nios ricos de la culturaoccidental, sino somos los parias, los desposedos, los pobres entre los pobres.

    Porque Murena descubri que el gran invento de Martnez Estrada como escritor y pensador argentino habasido oponer unNo al rubenismo,No a Lugones,No a Rod; es decir:No a todos los que quieren presentarnoscomo entroncados con una cultura maravillosa a la que slo tenemos que estirar la mano para poseer en suintegridad. (Eliot, norteamericano al fin, habla de la conquista personal de la tradicin, pero Murena parece

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    no haberlo tenido en cuenta). Para el joven crtico Martnez Estrada significa el surgimiento de la con-ciencia de Amrica. Por primera vez la conciencia, despus de una desgarrada existencia en bruto, pura-

    mente animal, significa la entrada de Amrica a la humanidad.(Como se ve por la transcripcin, Murenahered el estilo proftico).

    Murena ve en Martnez Estrada algo ms que un socilogo de la realidad argentina (y americana ) original:ve a un metafsico, que apunta a la cualidad ontolgica de Amrica. Por eso escribe: Los libros de Martnez

    Estrada (a los que habra que sumar el Sarmiento de 1946 y laMuerte y transfiguracin de Martn Fierrode 1948) no son de ndole sociolgica, sino ontolgica. Pues no se refieren a una accidental situacin porla que atraviesa una comunidad, sino a una instancia de ser o no ser, a un problema de vida o muerte, a

    una deuda que hay que pagar antes de poder arribar a lo universal .Tambin ve Murena en MartnezEstrada a un profeta, que anuncia con anatemas el advenimiento de un orden superior.Y ve en l, poresto, a uno de lospadres de la nueva generacin argentina; los otros son Borges, Mallea y Leopoldo Marechal.

    LOS PADRES

    De ellos dice en sntesis: Ser cosa de manual que estos hombres son los que han tenido la valenta dedesplazar nuestra actividad espiritual hacia bases inquietantes y exigentes, pero por primer vez frtiles y

    verdaderas. Es por ello que se han convertido en nuestros padres .Y como buen hijo, Murena revela deinmediato su repugnancia de aceptar esa paternidad y lo que lo separa de ellos: lo que salta a la vista contoda evidencia en los cuatro, lo que los une, es su exterioridad, su ajenidad, si se perdona elneolo-

    gismo, respecto al nudo deesa realidad (de esta realidad) cuyo nacimiento venan justamente a anun-

    ciar.Quedan (aunque no lo diga Murena) como Moiss, delante y fuera de la Tierra Prometida. PorqueMurena que distingue bien entre los cuatro y apunta el casi suicidio de Leopoldo Marechal en su intento deautocrtica generacional que es la novelaAdn Buenosayres , Murena tambin reprocha a Martnez Estradaquedarse fuera. Se queda fuera porque denuncia la enfermedad pero no vive con ella, no la acepta, porque sefuga por la destruccin del mundo en que est inserto, porque no tiene esperanza. Y la leccin de Murena, apesar de su tono apocalptico, es de esperanza. Su leccin apunta a Dios (aunque no el del catecismo).

    El joven ensayista ha partido de Martnez Estrada (es decir: de cero), y por vericuetos en los que se reconoceclaramente la huella de Sartre (hasta en el uso de ajenidad,que l llama neologismo en el trozo arriba citado)ha llegado a una mstica interpretacin de Amrica en que el pecado original de la creacin de esta tierraslo podr ser redimido por la aceptacin de la desesperanza en cuyo fondo se encuentra Dios. Al evolucio-nar de esta manera, Murena se aleja de Martnez Estrada y de los otros, y en el mejor sentido de su propiatesis sobre Poe, practica el parricidio para empezar a vivir.

    No corresponde entrar aqu a examinar a fondo los errores eruditos y hasta lgicos en que incurre Murena ensu anlisis general. Baste sealar que muchas de las cosas que dice de Amrica las pueden decir (y las handicho) los espaoles de Espaa (hay una veta unamuniana en este denunciador) y hasta los franceses deFrancia y los neozelandeses de Nueva Zelandia. En cuanto a ciertas teoras suyas, sobre Poe en particular, sebasan en una ignorancia casi absoluta de la evolucin real y profunda de la cultura norteamericana: unaignorancia que es equiparable a la de Rod en 1900, pero que hoy tiene menos excusa. Pero sta es otrahistoria.

    Lo fecundo en el anlisis de Murena es sealar ya en 1951 la importancia de Martnez Estrada para la nuevageneracin; ya no es tan fecundo, ni tiene tanto inters general, fuera del que despierta por s mismo, todo lo

    que se refiere a Martnez Estrada como sombra o estmulo de la autobiografa espiritual de Murena. De otroorden es el intento cronolgicamente siguiente. Es obra de Jorge Abelardo Ramos.

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    DESDE EL OTRO BANDO

    En Crisis y resurreccin de la literatura argentina (Buenos Aires,Editorial Indoamrica, 1954) Ramosutiliza a Martnez Estrada, y a Borges, como cabezas de turco para la exposicin de sus puntos de vista. YaRamn Alcalde ha sealado con toda precisin (en Contorno, 5/6, setiembre 1955) la incongruente filiacintrotzqui-peronista-filonazista de Ramos para que parezca necesario volver a ella. Ramos es de los que creenque se puede recortar un texto cualquiera de su contexto y esgrimirlo como argumento de que el adversariodice y piensa esto y lo otro.As atribuye a Martnez Estrada (y a Borges) un propsito sistemtico de denigra-cin de todo lo argentino. Su anlisis (?) se basa en laMuerte y resurreccin de Martn Fierro principalmen-te, pero como opera con entera libertad dentro de los textos de Martnez Estrada, lo mismo da que no se baseen nada. Acusa a su vctima de preferir al poema de Hernndez los viajeros ingleses (que califica de miem-bros del Intelligence Service de la poca), de exaltar a Hudson (cuyo arte tenda a ahogarnos y a sofocarnuestro ser nacional)con inconfesables fines de colonialismo espiritual.

    Su anlisis no vale siquiera la refutacin crtica. Es visionario y de mala fe. Pero es ejemplar de toda unazona de la literatura argentina nueva que, ante la revolucin provocada por el peronismo y sin suficiente

    fundamento (ni marxista ni del otro), juega a los planteos extremos. Lo que no le perdona Ramos a MartnezEstrada es que no crea en Pern, es decir que no crea en la revolucin social promovida o tolerada o desatadapor Pern. Y esto se ve bien en la pgina 54 de su libro. Y como no se lo perdona, lo denigra. Inventa unMartnez Estrada colonialista y le echa encima un arsenal de ideas de segunda mano espigadas en los lugaresms variados (hasta en el lamentable anlisis de Julien BendaLa France byzantine),con lo que cae en elmismo error contra el que vocifera: utilizar ideas europeas para analizar la realidad americana. (Un inefablecomunista local acusaba a los crticos uruguayos de sujecin a los extranjeros y empezaba su artculo con lacita encomistica de uno, ruso).

    La posicin de Ramos parece, pues, ejemplar de un sector de la juventud argentina que se vuelca contra losmaestros de 1925 con la intencin de destruirlos sin antes haberse tomadoel trabajo de estudiarlos y asimi-

    larlos. Que Ramos no est tan aislado lo evidencia que ha encontrado hasta enMontevideo quienes estndispuestos a instalar sucursales de sus mtodos crticos. Valga el caso de Csar Blas Gonzlez en su condena-cin imaginaria deBorges y el Martn Fierro (enNexo, N 1, abril-mayo, 1955, pgs. 56/62),en quecomete la misma cita incompleta y de mala fe de un texto de Borges que Ramos ya haba hecho (cf. Ramos,p. 71 y Blas, p. 60); y tambin el caso ms reciente de un redactor de la Gaceta de Cultura,de cuyas inicialesno quiero acordarme.

    APARECEN LOS PARRICIDAS

    En un plano ms riguroso que el de Murena, ms didctico, la generacin nueva ha escrito sobre MartnezEstrada en sendos nmeros de Contornos y de Ciudad,publicados simultneamente en diciembre de 1954.Aunque uno de sus redactores (Ismael Vias) era comn a ambas publicaciones, puede afirmarse que lostrabajos no se solapan. En general, los de Contorno son mucho ms densos y profundos, van ms al meollo delasunto, se toleran menos simplificaciones. Coinciden en destacar a Martnez Estrada como el ms importantede los maestros del 25, en sealar su influencia sobre los jvenes, en denunciar su papel de conciencia de larealidad argentina tal cual es. Coinciden tambin en detalles: apuntar que esta misma obra de MartnezEstrada es en cierto sentido inseparable de la que, por otros caminos, realizaron Borges y Mallea, por ejem-plo. En todo esto, estn cerca de Murena, aunque con un matiz menos subjetivo y autobiogrfico.

    En Ciudad (N 1, parcialmente dedicado a Martnez Estrada) hay tres ensayos y una bibliografa. El deLudovico Ivanissevich Machado habla de lapesada carga de ser jvenes (lo que, al pasar, da la tnica deesta generacin que podra ser acusada de estar enferma de trascendencia). Frente a la obra de MartnezEstrada y a su cero absoluto levanta la objecin de quien todava no ha iniciado la lucha y quiere cumplirla

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    por s mismo. Aunque es respetuoso y hasta admirativo, no deja de sealar que Martnez Estrada no invita, noemprende, no seala hacia adelante.E inaugurando un reproche que otros desarrollarn mejor, apunta comodefecto hasta la misma pureza moral del escritor. Ivanissevich maneja un lenguaje de marcados ribetes filo-sficos, en que se siente la influencia de Heidegger y de Zubiri, para sealar: La castidad intelectual de

    Don Ezequiel, que lo ha definido como el arquetipo del hombre autnomo de los nuevos tiempos. Autno-

    mo frente a sus corruptos semejantes y frente a Dios. Pero esta autonoma, tal vez le haya quitado a su

    pensamiento consistencia.Y luego apunta que si este anlisis es vlido se dara con Martnez Estrada elcaso nico, entre nosotros, de una figura a la que no nos adherimos sin reservas, por los exagerados bros

    de su pureza.

    En una palabra (y como lo seala simultneamente Raquel Weinbaum desde Contorno): la posicin deMartnez Estrada frente a la realidad argentina es la de quien mira el mundo que est ah abajo:Muypordebajo del escritor puro que describe.En tanto que estos jvenes estn sumergidos en la realidad, en esarealidad impura y sucia, con los brazos metidos hasta el codo en la mugre y en la mierda, si se excusa la citade Hoederer enLes mains sales de Sartre. Aunque pueden aceptar y compartir la mirada profunda de MartnezEstrada que descascara a la realidad de su apariencia falaz, de su mentira; aunque compartan su tono dedenuncia (tal vez, excesivamente apocalptico), no pueden aceptar la posicin ajena de quien juzga la reali-

    dad; son esa realidad.

    Los otros trabajos de Ciudadapuntan notas complementarias de crtica. Rodolfo A. Borello pone el dedo enlo intuitivo de sus anlisis sociolgicos (defecto de Spengler, de Keyserling, apunta); la concentracin casifantica en destacar un aspecto de la realidad, uno solo, en desmedro del todo; la vocacin de hundirse en elinfierno que le descubre, en vez de intentar salir de l. Ismael Vias, por su parte, va a criticar sobre todo quesu vocacin de moralista convertido en predicador y en profeta le impida ser un observador objetivo, undescriptor claro de la realidad. Yaade: Esrelativamente fcil sealar los males: puede ser una formade catarsis individual. Y es todava ms fcil asentir a esas acusaciones descriptivas: aun aquellos que se

    benefician con el estado de cosas denunciado pueden encontrar en la denuncia una forma de justifica-

    cin.De ah que Vias censure asimismo a quienes, como Ramos (a quien no nombra pero alude claramen-

    te), se aprovechan de ciertos matices nacionalistas de la obra de Martnez Estrada para atacarlo, y tambincritique a quienes en su misma lnea slo lo siguen en el tonode denuncia sin el ahondamiento y lasinceridad que l ha puesto, la pasin verbal, la voz y la postura profticas, la literatura juicio con elque alude claramente a Murena, heredero directo de la retrica de Martnez Estrada.

    UN EXAMEN MS DENSO

    El mismo Vias dirige con su hermano David la revista Contorno. En su nmero cuatro, ntegramente dedi-

    cado a Ezequiel Martnez Estrada, se publican seis trabajos que cubren prcticamente toda la obra, y unabibliografa. No es posible seguir punto por punto el anlisis. Baste sealar que hay en ese denso material dosperspectivas, igualmente ricas: una sobre Martnez Estrada y su valor como maestro de la nueva generacin;otra sobre la misma nueva generacin. A la primera pertenecen la aguda caracterizacin de Raquel Weinbaum,de estar Martnez Estrada sobre el mundo que contempla, y que ya ha sido comentada. Por su parte, IsmaelVias apunta el reconocimiento de su valor al aceptar la quiebra de la grandeza nacional, y denunciarla sinpaliativos; pero tambin denuncia sus ms obvias limitaciones: cierto profesionalismo proftico,ciertacolocacin de elegido puro, que comparte con el novelista Mallea, cierta visin estrbica con que ve a losamericanos como una raza rproba, cargada con un pecado original ilevantable (con lo que Vias matados pjaros de un tiro: el otro es Murena), el mal ejemplo que da al manejar con escaso rigor y simultnea-mente categoras diversas (defecto tambin de estilo ms que de pensamiento), acota Vias.

    Rodolfo Kusch uno de los ms personales ensayistas jvenes distingue entre lo que es superficial y lo quees profundo en Martnez Estrada. Lo superficial sera: aceptar la herencia nefasta de la cultura europea talcomo la asimila una Argentina deseosa de europeizacin que nace en Caseros, en 1853. En su tratamiento de

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    los temas de Nietzsche, al que Martnez Estrada dedica un ensayo en 1947, se advierte esto, pero est claroen toda su obra. Lo profundo es aceptar que la Argentina es prehistrica y brbara, es la toma de concienciade la realidad, como dijo de l Luis Franco y han repetido tantos. Pero Kusch tiene su teora propia y noquiere dejar intacta la oportunidad de decirla, con lo que su ensayo se dobla de otro sobre Kusch, que dejopara mejor oportunidad.

    Para F. J. Solero, en uno de los ms breves y superficiales ensayos del nmero, hay un antes y despus deMartnez Estrada en las letras y en la cultura argentina: En el centro se encuentra la diagnosis de E.

    Martnez Estrada. Si obviamos las influencias de Spengler y Simmel, en lo que respecta a mdulos hist-

    ricos y estancos metdicos, nos quedan entre las manos los residuos de una captacin de la realidad como

    pocas veces se consiguiera en el pas.En cuanto a David Vias, su artculo, ms que un anlisis del autor,es pretexto para fijar el cuadro de las sucesivas generaciones argentinas, desde Caseros. Lo que ms leconmueve en Martnez Estrada, es que (como otros de su generacin) haya asumido la dramtica ocupa-cin de ejercer la denuncia en una hora de conformistas sociales como era la de 1925.

    LA OTRA PERSPECTIVA

    Martnez Estrada es, adems, un punto de referencia para los jvenes. Y de aqu la otra perspectiva delnmero de Contorno que le est dedicado: la perspectiva sobre ellos mismos. En este sentido tienen particu-lar importancia los ensayos de los hermanos Vias y el de Kusch. Ismael Vias apunta, por ejemplo, lasituacin tan peculiar de una generacin que se encuentra en 1945 con una cultura totalmente apoyada en losvalores europeos y que descubre que en Europa misma estos valores estn en crisis: ya no valen. En unapalabra, en la situacin de herederos de la nada. Esta observacin (mucho ms profunda de lo que parece aprimera vista) explica en parte la actitud revisionista: de la realidad argentina y de los valores europeos conque est miraday construida externamente esta realidad. Asimismo explica otra cosa: la actitud apocalpticade estos jvenes tambin es herencia europea. El disgusto con que ellos miran la realidad, el asco y la nusea,la angustia y la nada, son europeos. Ellos reflejan en 1954, hasta en los vericuetos de su rebelin, la crisis deEuropa, como la reflej en 1948 Murena siguiendo a Sartre, como la reflej Martnez Estrada en 1933siguiendo a Spengler.

    De aqu la necesidad de volver a mirar bien la realidad circundante, el contorno,para no perder pie en lasabstracciones. Y en esta tarea de mirar la realidad, a pesar de todos sus defectos, Martnez Estrada es insus-tituible: es el comienzo. A partir de l Kusch injerta su anlisis, que es semejante al de Murena en su apela-cin a lo irracional, y con el de ste recibe una alusin satrica, dentro de la misma revista, por parte deSolero. (Lo que muestra que el grupo generacional reconoce y hasta acepta ntidas diferenciaciones.) Y apartir de l David Vias hace un panorama de las sucesivas mentiras de la realidad argentina sobre las que se

    edifica esta realidad sucia y catica que se ofrece ahora, en 1955, a la nueva generacin. En ese anlisis, quepeca de prolijo a ratos y de impreciso otros, se destaca lo que dice Vias de la generacin del 25 como grupo:los martinfierristas le parecen una generacin de traviesos muchachos, de gente que no lleg a superar laadolescencia emocional e intelectual, que a pesar de su tono revolucionario eran (parafraseo y hasta agrego)unos seoritos que jugaban a la revolucin literaria y a la conmocin esttica del ambiente. Por eso, contami-naron de literatura hasta la poltica. La revolucin del 30 (anota Vias) es una tpica revolucin surrealista:el descrdito de la realidad se agota con dos o tres vigilantes muertos.Martnez Estrada, con su profundadenuncia, pasa inadvertido en la juerga general.

    Por eso, cuando aparece Pern (a quien Vias, porque escribe en 1954 y bajo su rgimen, debe designar, conalgn eufemismo, como el Candidato Imposible), cuando en 1945 aparece Pern y se acaba el juego revolu-

    cionario superrealista para empezar la realidad cruda, los jvenes recin llegados al mundo se niegan aaceptar la divisin de la Argentina en buenos y malos. No juegan con Pern, pero no juegan contra l. Porqueestn mirando y viendo y no pueden aceptar como buena toda la moneda que han acuado los literatos y losintelectuales del 25. Aunque tampoco crean (con las excepciones demaggicas de los Ramos y similares) en

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    la moneda que se pone a acuar frenticamente el mismo Candidato Imposible. Se apartan y revisan: en surevisin dan con Martnez Estrada y con Mallea, con Borges y con Marechal, con algunos otros; incluso losmuertos como Roberto Arlt y Horacio Quiroga. Y de esa revisin surge su puesta en marcha.

    Las dos perspectivas, que el anlisis separa, aparecen en verdad confundidas en los textos. Porque tomarconciencia de Martnez Estrada (y de Borges, y de Mallea) es tomar conciencia de la realidad literaria quecuenta. Y por eso los jvenes de Ciudady de Contorno, y los otros que ellos representan, han empezado porall. Como punto de partida para lograr ms tarde su propia expresin. Primero: fijar las coordenadas; luego,crear. Martnez Estrada significa la toma de conciencia. El anlisis de los otros, y en particular de su reaccinfrente a Mallea y a Borges, permitir asentar mejor otras premisas, apuntar lo que est vivo y lo que estmuerto en la tradicin literaria argentina, dibujar con ms precisin el contorno en que estn inscritos (hun-didos sin remisin) estos jvenes.

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    CAPTULO II

    EDUARDO MALLEA VISIBLE E INVISIBLE

    EL OTRO PROFETA

    LaRadiografa de la Pampa de Martnez Estrada no tuvo verdaderos lectores quiero decir: lectores para

    quienes sus intuiciones y anatemas fueran verdaderas intuiciones y verdaderos anatemas hasta que aparecela generacin de 1945. La Historia de una pasin argentina de Eduardo Mallea encontr, en cambio, ydesde su primera edicin en 1937, los ms devotos, los ms arrobados, los ms locuaces lectores dentro de losmismos coetneos a los que iba dirigida. Esta diferencia ya est implcita en un artculo de Bernardo CanalFeijoo (Radiografas fatdicas) que la revista Surpublic en su nmero de octubre de 1937 (N 37; pgs.63-77). El actual decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata opuso entonces a la

    Radiografa,la Pasin que acababa de historiar Mallea y que a mi juicio merece ser tenida por la expre-sin autntica de una nueva voluntad argentina. Todo el artculo es hostil a Martnez Estrada (con quien,sin embargo, tiene el escritor muchos puntos de contacto) y no vacila en sealar que suRadiografa se hadesvanecido y velado algo ms de la cuenta.Lo que con bastante razn le reprocha Canal a MartnezEstrada es que denuncie como tpicamente argentina una crisis en la que se debate todo el mundo actual; que

    cubra de imgenes poticas discutibles ciertas intuiciones que tienen validez en un plano general y slo enste, que a diferencia de los escritores argentinos del siglo XIX (un Sarmiento, un Alberdi, un Juan AgustnGarca, un Justo, un Ingenieros, un CarIos Octavio Bunge) seale los lastres de la historia nacional sin discer-nir al mismo tiempo la presencia de fuerzas constructivas poderosas .

    COMO ARIEL

    Esta objecin de desesperanza (que Murena y otros jvenes reeditaran en trminos ms patticos contra

    Martnez Estrada) no se levant, en cambio, contra el joven Eduardo Mallea y la historia de su pasinargentina. Porque Mallea (nacido en 1903 y ocho aos menor que Estrada) concit desde el primer momentoel aplauso y el entusiasmo y la glosa reiterada de sus primeros lectores. Haba en su denuncia de la Argentinavisible (la Argentina de los especuladores y vendepatrias, de los enriquecidos que gastaban su ocio en loscabarets de Pars, sordos y ciegos para la realidad profunda, de losparvenus del arte y de la cultura) y en suexaltacin de la Argentina invisible (la que hunde sus races en la tierra y no miente, la que conserva latradicin de quienes fundaron la patria y le dieron libertad, la de los que tienen a su espalda generaciones deargentinos responsables y callados); haba en su dicotoma elocuente y henchida de las dos Argentinas, noslo la fuerza suasoria de la retrica y de la pasin con que estaba investida esta retrica, sino una esperanza:la esperanza de que esa Argentina invisible asumiera pronto la representacin de la otra ante el mundo,desterrando, obliterando, la imagen vana, codiciosa y servil que ahora ofreca. No era posible vacilar entre unMartnez Estrada, profeta de apocalipsis y de conciencia autopunitiva, y un Mallea que exaltaba los mejoresvalores de lo argentino y propona un seductor nacionalismo. (Quin que es no es argentino invisible?) Ytoda la intelligentsia argentina, la que Surcongregaba en sus pginas inauguradas desde 1931, aplaudi sindescanso a Mallea. Lo aplaudi por ste y otros libros que reiteraban (en ficcin, en ensayo) la misma tesis;

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    lo aplaudi en copiosos artculos de glosa que firmaban Canal Feijoo o Jos Bianco, Ana M. Berry, AmadoAlonso, Francisco Ayala, Guillermo de Torre, Luis Emilio Soto. Lo aplaudieron incluso quienes (como EmileGouiran o Santiago Montserrat) avanzaban en sus mismos artculos algunas objeciones fundamentales. (Peroal presentarlas sin desarrollo, al insertarlas entre copiosos elogios, pasaban casi como menudencias, reservasque inventa la amistad para fingir distancia entre los lectores, y que no engaan al autor, ese cmplice).

    Como elAriel deRod, aunque limitado al mbito rioplatense, el libro de Mallea y sus secuelas novelsticaspromovi una adhesin general apasionada de sus coetneos, y el joven maestro (tiene 34 aos cuando lopublica) ocup pronto el sitio de uno de los intocables de su generacin. Sucesivas ediciones, incluso unaenorme en la coleccinAustral, con un prlogo en que Francisco Romero (recogiendo dcilmente un par dealusiones del propio Mallea) descubre la semejanza entreHistoria de la pasin argentina y el (s, es cierto)

    Discurso del mtodo ;sucesivas consagraciones en el extranjero que culminan con la edicin norteamericanadeLa baha de silencio,la ms legible trasposicin en clave narrativa de esa pasin; sucesivos cargos que lepermiten (como el de director del suplemento literario de La Nacin) el ejercicio de una suave dictadurasobre las letras argentinas; sucesivos honores visibles e invisibles colman al joven, lo visten de importancia,proyectan su mensaje y lo convierten en el primer escritor de su generacin.

    EL INVISIBLE ASOMA

    Este es el Mallea visible: resplandeciente hasta el ascenso de Pern al poder, un poco ms apagado peronoblemente brillante desde entonces. Pero hay un Mallea invisible detrs de ste, un Mallea que va parecien-do cada vez ms visible desde el ascenso de Pern, como si la forma o mscara del Mallea visible se hubieraido apagando por las reediciones, por la usura de la intemperie, por el desgaste implacable de la realidad.

    Antes de que aparecieran los parricidas, ya se haba hecho un censo no exhaustivo del Mallea invisible. Ladicotoma de una Argentina visible y otra invisible que propona Mallea en sus libros era justa, su denunciatena toda la fuerza oratoria necesaria para conmover; la honestidad del punto de partida del escritor no podaser puesta en duda, la habilidad narrativa con que en su mejor libro (La baha de silencio, 1940)se testimo-nia el conflicto,era evidente. Pero todo esto era slo parte del cuadro: la parte en que el Mallea visible y elinvisible coinciden. Lo que no era, en cambio, tan justo era la raz profunda de donde parta la revisin odenuncia de Mallea; lo que no era, en cambio, tan compartible, era la teora en la que inevitablemente iba adesembocar Mallea.

    ANTES DE PERN

    En algunos de sus ms perspicaces crticos antes de 1945 (el ao de Pern) se encuentran atisbos de que notodo est bien en el mejor de los libros posibles. Emile Gouiran (en Sur, N 40, enero de 1938) y despus decumplir con la necesaria cuota de elogios, le apunta: Mallea cree haber pasado en su libro la etapa de lasoscuridades. Pues bien, se lo digo con toda el alma: ahora debe empezar. La primera era todava dema-

    siado literaria, demasiado musical.Y agrega: se me ocurre que la exaltacin severa de la vida, queMallea juzga tan importante, no es sino una diversin, una doble pesada, en que el alma y el mundo se

    equilibran porque el alma viaja de un platillo a otro. Vivir, no representar. Bien est, pero a condicin de

    vivir para comprender ms que para sentirse vivir, y para servir ms que para comprender. Y me parece

    que la pasin argentina de Mallea, sin negar ninguno de los trminos de esta frmula, y aun requirindolos,

    subraya el sentir vivir. El peligro que veo en ello es el de un estetismo que, por heroico que sea, no est

    todava bastante purificado del representar, no ha reunido todava el valor de medianoche lejos de

    toda presencia, aun de la nuestra que invocan fervorosamente las ltimas pginas de su libro . Y enuna nota remata Gouiran su critica ms lcida: Mallea no ha resuelto su inquietud, la ha asido.

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    En la misma lnea escribe, exactamente siete aos despus, Santiago Montserrat: Con todo, la imagen quedel hombre argentino nos propone Mallea no la reputamos completa. Queda un poco en el aire, sostenida

    por la garra intuitiva del escritor. Se acerca ms a un producto de la pasin que a la idiosincrasia real del

    tipo. En Conocimiento y expresin de la Argentina, Nocturno Europeo e Historia de una pasin

    argentina, Mallea hace algn esfuerzo a fin de aprehender esta imagen en la estructura ntica de la

    historia nacional. Sin embargo, no prolonga sus esfuerzos hasta desarrollar una doctrina capaz de reve-

    lar las lneas fundamentales a que responde histricamente la realidad de ese hombre que constituye el

    objeto ms hondo de su meditacin y de su arte. Sin ello resulta insuficiente la inteligencia de cualquier

    tipo humano concreto.Ms adelante afirma, en una frase que puede considerarse definidora: Malleanecesita profundizar an ms la imagen esencial del hombre argentino, profundizarla por el camino del

    pensamiento, con ayuda de sus dos grandes fuerzas impulsoras: la emocin y la idea.

    Qu lejos se est de los panegricos de la hora primera, los que slo condescendan a tmidos reparos uobjeciones que (como tan graciosamente demuestra Mary McCarthy en uno de sus cuentos) sirven de franqui-cia para el mayor dispendio de incienso. La misma realidad ha cambiado, y aunque Montserrat escriba consimpata y hasta se adelante a disculpar (torpemente, aclaro), las insuficiencias mismas que denuncia enMallea, aunque Montserrat no quiera hacer obra de parricida, est escribiendo a fines de 1944 (el artculo se

    public en Sur, N 123, enero de 1945), cuando ya se han puesto en marchas las fuerzas que habrn de operarla revolucin reclamada por Mallea en sus pasiones: la destruccin de la Argentina visible y la sustitucinpor otra, aunque no la que l vea en su invisibilidad.

    EL PROGRAMA EN ACCIN

    Porque lo ms pattico del caso Mallea, lo ms equvoco del caso Mallea es que el programa de accin queproponen sus libros (destruccin de la Argentina visible, nacionalismo como panacea) fue puesto en prcticapor unos hombres que no eran por cierto los argentinos invisibles con que Mallea soaba sino otros, muchosms visibles que los visibles a quienes sustituyeron. Como Martnez Estrada, como Borges, como Marechal,Mallea haba visto y denunciado la Argentina corrupta en que le toc actuar; pero a diferencia de MartnezEstrada (que se refugi en la denuncia apocalptica) o de Borges (que combati el nacionalismo con sarcas-mos y con una literatura aparentemente cosmopolita) ode Marechal (que dio media vuelta y adhiri a lo msreaccionario del nuevo rgimen), Mallea se encontr con que Pern y sus idelogos (?) reproducan sin labella retrica ni los cadenciosos perodos, es cierto mucho de su ideario; que el nacionalismo que subyacaen su denuncia(una vez escribi: Yo admiro a una parte de la juventud cuyas ideas no comparto; la creointeligente, argentina, sincera, frase en la que el adjetivo del medio impregna a los zagueros); que ese sunacionalismo, enraizado en el orgullo de ser argentino hijo de argentinos, hijos de argentinos en un perodode cuatrocientos aos, y sustentado en la conviccin de tener un alma seorial y distinguida (el Jockey Club

    y las institutrices inglesas), ese nacionalismo bien santde Mallea, poda tambin ser invocado y usadocomo arma de combate por un poltico que no tena escrpulos y cuyos cuarteles de nobleza patricia seremontaban a l mismo (era hijo de inmigrantes italianos) y que en su apoyo haba concitado una masa deargentinos invisibles, esos nobles y taciturnos hijos de la tierra que Mallea sola visitar abandonandotemporariamente la capital cosmopolita, y que convertidos ahora en masa en la plaza de Mayo, parecansumamente visibles y vociferantes.

    Mallea se encontr con que Pern haba realizado su programa. Aunque en caricatura. O mejor dicho: en la crudarealidad, la que no sabe de ritmos ternarios o cuaternarios de adjetivos, ni de angustias paladeadas desde laspginas de una edicin manoseada y subrayada de Pascal. Pero sabe, en cambio, cmo desatar las fuerzas latentesdel pueblo y cmo usarlas en su provecho, cmo azuzarlas contra la Argentina visible para construir otra Argentina

    harto ms visible e imposible. Ese pueblo argentino que Mallea slo habasabido conmover en la superficie pulidade la intelligentsia que se rene en torno de Sur, haba sido conmovida (y luego seducida y luego sobornada yluego estafada) por Pern en todas sus capas. La intuicin de Mallea de las dos Argentinas y de la frmula paracolmar esa escisin haba sido realizada, pero en qu trminos y por quin.

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    La realidad argentina, a partir de 1945 (ese ao en que empieza a agitarse la nueva generacin, a leer y a escribir, averificar las intuiciones de sus maestros), la realidad argentina que desde entonces estar marcada por el nombre dePern, se encarg de demostrar que si Mallea no se haba equivocado encuanto al diagnstico general, haba errado (ycmo) en cuanto al remedio. El nacionalismo (no el taciturno, el bien cortado y mejor calzado nacionalismo suyo, sino elotro, el descamisado, el vociferante) haba dado sus frutos. Mallea haba sido buen historiador, aunque mal profeta.

    Entonces llegaron, poco a poco, sin prisa, los parricidas.

    LOS NUEVOS LECTORES

    A diferencia de Gouiran en 1938 o de Montserrat en las vsperas mismas de 1945, la nueva generacin argentina o aquella parte de la misma que se ha dedicado a la tarea de demolicin y recimentacin tuvo la ventaja decotejar la obra de Mallea, y su profeca, con la realidad misma que esa obra anticipaba. La nueva generacin pudo

    ver y palpar la verdad de una intuicin y la fuerza de un mensaje; pudo ver, tambin, sus limitaciones (retricas yde las otras) con una lucidez que le daba no slo su mayor agresividad dialctica, aprendida puntualmente enLesTemps Modernes, sinola realidad desquiciada y fermental de la Argentina entre 1945 y 1955. Su juicio sobre lasprofecas de Mallea no era proftico sino histrico, aunque se refiriera a un pasado inmediato, a un pasado que eracasi presente y en el que estaban tan comprometidos (aunque a distinta altura del tiempo) como Mallea mismo.

    El arranque general lo proporciona, como en Martnez Estrada, la visin de H. A. Murena. En el mismo artculoen que comenta la leccin a los desposedos que aqul ofrece; en el mismo artculo en que traza los orgenes desu autobiografa espiritual y se reconoce, superfluamente, discpulo de Martnez Estrada, el joven crtico hablatambin de Mallea. Lo que dice de l es para sealar su doble condicin depadre y de ajeno. Porque si Malleavio la realidad subyacente, y la denunci, si se atrevi a entrar en el bosque (como escribe este poeta de laprosa), Mallea ha tenido que entrar a tientas y silbando para darse nimos. Las dificultades que encontr para lacabal expresin de su denuncia son, segn Murena: un engolamiento sintomtico de la voz en sus sentimien-tos, en el vuelo demasiado alto de su sintaxis, modos stos muy nocivos para la novela porque enturbian la

    realidad que ese gnero aspira a dar. Lo que delataban era un vaco, la distancia que va de la anunciacin

    del ser al ser; una separacin entre el autor y la realidad, una exterioridad respecto a sta, que se buscaba

    salvar con una errnea impostacin de voz. (Cf. Sur, N 204, octubre de 1951, pgs. 15-16; el prrafo fueomitido al recoger el artculo enEl pecado original de Amrica,1954, pg. 127 ).

    Las objeciones de Murena no son, en su esencia, novedosas. En cuanto al mensaje, ya las haban adelantadoen parte Gouiran y el mismo Montserrat; en cuanto al lenguaje, estaban apuntadas tambin por Gouiran y porAmado Alonso (aunque ste con exquisita cortesa). Lo que es sustancialmente nuevo en Murena es el enfo-que de generacin a generacin: decir las cosas situndose,como le gusta a Sartre. Y al situarse desde la

    vertiente de una nueva generacin las objeciones parecen adquirir ms cuerpo: el engolamiento del lenguajetraiciona algo ms que una retrica del habla, insina una retrica del pensamiento y del sentimiento; ladistancia del autor frente a la realidad denunciada ya no parece la operacin necesaria de todo crtico obje-tivo sino una ajenidad de quien no quiere estar inmerso en la realidad que condena. (Murena extiende elreproche de ajenidad,ya se ha visto, a los otrospadres:a Martnez Estrada, a Borges, a Leopoldo Marechal).

    DOS GIROSCOPERNICANOS

    Murena inaugura, pues, el juicio de la nueva generacin. Y en cierto sentido lo contina en un segundotrabajo que vio la luz en Sur(N228,mayo y junio, pgs. 27-36); Chaves: un giro copernicano.Esta largaglosa de una de las ltimas nouvelles de Mallea (la publicLosada en diciembre de 1953) es, en aparienciay slo en apariencia, la previsible nota de elogios que la revista dedica a cada nuevo libro de Mallea. Murena

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    exalta con puntualidad, aunque sin conviccin comunicativa, los mritos que l descubre a Chaves. Estos sesintetizan en uno: Por fin encuentra Mallea la forma de expresar no la aversin hacia los argentinos, y hacial mismo, que sus otros libros revelan, sino la expresin de la radical soledad e incomunicacin definitiva delhombre argentino. El elogio (ya se ve) es de doble filo. Por un lado comporta la comprobacin, no por tardamenos fuerte, de que todas las narraciones anteriores de Mallea (recogidas en once libros, algunos largusimos)haban fracasado. Y no se crea que Murena lo insina slo; lo dice explcitamente: Veinte aos ha dedicado

    Mallea a esta misin. Veinte aos no slo de desembarazarse de la mala conciencia, de la mala voluntad,

    sino tambin de prctica de un obstinado amor. Veinte aos de triunfos y de fracasos, de fracasos a pesar

    de haber llenado todas las condiciones de un triunfo, porque la peor de las pueriles perfidias que a los

    humanos nos han jugado con la puerta verdadera no es que sea estrecha, sino que est oculta, como si se

    tratara de una diversin en la que hay mucho tiempo para perder

    Pero, por otro lado, este elogio amplio a Chaves,que implica la condena de una carrera de veinte aosejemplificada en once libros de ficcin, este elogio tambin queda retaceado si se considera su fuente: lo queMurena elogia en Chaves (y lo nico que resulta documentado de su entusiasmo por el libro) es que el relatose conforme a una teora previa de Murena sobre el silencio de los americanos. Murena usa aqu a Malleacomo Sartre usaba a Baudelaire en su clebre ensayo (salvadas, claro est, todas las distancias); como demos-

    tracin palpable de una teora. Y Chaves es otra cosa. Es con el permiso de los mallestas un intento deexpresar la conciencia sofocada del argentino invisible frente a esta Argentina demasiado visible, que hainstaurado Pern, luego de la demolicin o soborno de la otra. Ese silencio austero de Chaves es el silenciodel que no puede hablar, no el silencio ontolgico de Murena.

    OTRAS VOCES, OTROS RUMBOS

    El acibarado elogio del joven ensayista marca una nueva etapa de la crtica mallesta en Sur: la etapa de lareticencia desembozada o de la censura abierta. Ejemplar de esta ltima actitud, y ms slidamenteasentadaen valores literarios,es la resea que en el N 197, marzo 1951, haba dedicado ya Solero aLos enemigos delalma.Esta ambiciosa novela la public Mallea en Sudamericana,1950, y para destacar su importancia lacomplet, en la mejor tradicin de Gide, con unDiario de Los enemigos del alma, en que el creador (unojo puesto en su lector) se confiesa a s mismo escrpulos, ambiciones y dolores durante el parto de la obra.(Est recogido en lasNotas de un novelista, editadas porEmecen 1954).

    El artculo de Solero es breve pero es sostenidamente contrario a la novela. Respetuoso, pero radicalmentecontrario. A diferencia de Murena, que habra de aplaudir el rotundo NO con que culmina Chaves (equiva-lente, ms parco, de su modelo visible, elBartleby de Melville); a diferencia de Murena, que parece creerque una novela puede culminar en altivas negaciones, Solero niega el No y propone un S. Vale la pena

    transcribir los dos ltimos prrafos de su artculo: Nohay palabra que no afirme al hombre, ni rechazo queno lo enaltezca. Y esta palabra no debe estar apoyada en un despeadero de la criatura, en una lcera del

    espritu. El hombre es, no deviene: el hombre es una entidad categrica, no ambulatoria. Y quien

    posee un secreto [como Dbora en la novela] hace mundo, est en l, pero no es mundo. Es decir que, alencontrarse dueo de su secreto esto es, la temporalidad, el curso de su historicidad se transforma ennada, en una vasta y desalentadora pregunta metafsica. No, romper la corteza del tiempo, hundirse en l,

    para descreer del mundo pues eso y nada ms sintetizan Mario, Dbora, Cora, Luis Ortigosa, Consuelo,

    Sara Grad, es negar la justa corporeidad del hombre, los territorios de su armona. Con Los enemigos

    del alma, Mallea desata en torno de nosotros la tormenta del tiempo, pero no la contestacin que el

    hombre necesita para seguir viviendo; aquella, justamente, que, de una manera tan pura y vital, circula

    en La baha de silencio.

    A pesar de esta concesin de ltima hora, es evidente que el artculo de Solero instaura (en Sur), la crtica deMallea desde el ngulo de la nueva generacin y desde un ngulo concreto y literario. Despus vendrMurena con suLeccin a los desposedos (octubre 1951) y su giro copernicano (mayo-junio 1954); vendr

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    Mario Lancellotti apuntando algn reparo a la esttica de Mallea tal como resulta aplicada en el plano desu novelstica,segn escribe en una resea deNotas de un novelista (N 232,enero-febrero, 1955); des-pus vendrn los anlisis y las ejecuciones de los que escriben fuera de Sury no escatiman palos. Y una etapade la crtica de Mallea habr quedado fundada: la de los que no se deslumbran por la retrica o por el aplausobien organizado y buscan llegar a la raz de sus limitaciones y de sus errores.

    A la etapa preliminar tambin pertenece el trabajo de Juan Carlos Ghiano que se recoge en Constantes de laliteratura argentina (Buenos Aires,Editorial Raigal, 1953, pgs. 109-128), en que la simpata con que seacerca a las novelas de Mallea el joven ensayista no excluye la exigencia crtica ni el rigor valorativo.

    INTERCAMBIO DE RAMOS

    Este nuevo aire que impone la generacin ltima, recorre Sur, como se ha visto, pero no sin tener que pagar

    su pontazgo. Porque en el mismo nmero en que Solero dice No a las negaciones implcitas enLos enemigosdel alma, y a continuacin de su nota, se incluye una correspondencia entre Eduardo Gonzlez Lanuza yEduardo Mallea sobre el mismo libro. All ambos coetneos se abruman a delicadeza y recproco desmayo dearrobo frente a la exquisitez del otro. Es una pieza demasiado larga y preciosa para ser resumida, pero seaconseja enfticamente a los paladares uruguayos, tal vez embotados por las insulseces que slo saben inven-tar los oficiantes locales.

    Con la insercin de la correspondencia, Surrestableca el equilibrio de elogios quo haba dejado tan compro-metido la nota de Solero. Mallea poda descansar: el ramo de invectivas (como suele calificar al ataqueajeno) haba quedado sepultado bajo este otro ramo capitoso que le tenda la mano amiga de GonzlezLanuza, y al que tambin contribua l con su pulida y preocupada respuesta. Pero pronto otros ramos deinvectiva habran de acumularse sobre su mesa, sin que ninguna correspondencia del mundo pudiera disimu-lar su penetrante perfume.

    LOS PRELIMINARES DE LA DEMOLICIN

    En el olvidable libro de Jorge Abelardo Ramos (Crisis y resurreccin de la literatura argentina, 1954, pg.79)y en medio de los insultos contra Borges y Martnez Estrada, sus cabezas de turco, hay tambin algunaalusin despectiva a Mallea como uno de esos escritores a quienes falta el soplo elemental de la vida.Es

    claro que un ataque de Ramos, como un elogio de Ramos, carecen de toda consecuencia. Pero se apunta aqucomo sintomtico de la reaccin de los grupos peronistas frente a uno que, sin proponrselo, adelant algunasconsignas.

    De mayor entidad son las objeciones que expresan los jvenes del grupo de Contorno y aun antes de laaparicin de la revista. En un artculo que contribuy aLas ciento y una,David Vias haba hecho alusin aMallea adelantando la postura crtica que desde su fundacin asumira Contorno.En el comentario de lanovela de James Jones,De aqua la eternidad,haba planteado Vias tres preguntas clave: Qupas hatenido el suficiente valor de no recurrir al eufemismo, llamando a la podredumbre podredumbre, no

    desorientacin o tradiciones caducas? O lo que es peor, recurriendo a un argumento pueril a pesar de su

    fofa vejez: quiero decir, justificando la inmundicia por demasiada vejez o prematura juventud? Quin ha

    habido en nuestro pas, por ejemplo?

    Y la respuesta era: Eduardo Mallea, se me podra responder. S, Eduardo Mallea, en Historia de unapasin argentina, all por mil novecientos treinta y tantos. Hubo una alta seriedad en ese libro, pero

    Mallea bien lo sabe l y lo callamos todos despus de esa gran renuncia, se atiborr de retrica, se

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    engolosin con sus propias palabras, como si se hubiera decretado que toda su misin porque de misio-

    nes se trata en verdad estaba terminada. Dnde y quin hay que por lo menos denuncie, ya que no

    modifica? Pero es en uno de los artculos publicados en el nmero de Contorno sobre Martnez Estrada (N4, diciembre 1954) y que firma el mismo Vias, donde se encuentra expresada ya en forma sinttica yconcluyente la discrepancia bsica de esta generacin con Eduardo Mallea.

    UN TONO NUEVO

    David Vias est trazando el cuadro de las sucesivas generaciones argentinas, desde Caseros (1853) hasta elmomento en que escribe y seala sus actitudes frente a la realidad argentina y americana. Dice al referirse algrupo 1925: Con el andar del tiempo, al plantear el autor de Historia de una pasin argentina uno delos hombres claves de esa generacin una nueva dicotoma, la Argentina Visible iniciar su derrengado

    paso de chivo emisario, mientras la Argentina Invisible conformada por arquetipos definitivos y excluyentes

    aniquilara toda pretensin de diversidad y de polmica en virtud de una filosofa quietista y sin futuro,atenida a enunciados macabros por su silencioso y total imperio.Ya se advierte aqu un tono nuevo: no slose discrepa de la actitud contemplativa de Mallea (como han hecho otros antes); tambin se apunta la falsedadnsita en su enfoque: la dicotoma de una Argentina Visible y otra Invisible, que permite y justifica ese quietismo.Por eso arguye Vias: La diversidad polmica estriba en la idea de una libertad y configura la posibilidad la expectativa de una sntesis de acuerdo con las posibilidades dramticas de la realidad. Esa creacinde tipos excluyentes, en cambio, si bien ofrece las ventajas de cierto fidesmo y del valor emocional de una

    concepcin de la realidad como un hecho unitario, presenta el grave inconveniente de la proclividad a un

    fanatismo que mutila la posibilidad de que haya diversidad o novedad en las cosas. Esa visin poblada de

    arquetipos definitorios y correlativamente excluyentes supone que todas las dems manifestaciones son

    aspectos de ella misma; cualquier cosa se relaciona con ese principio nico; cualquier enunciado deber

    ser realizado por medio de una referencia de cada cosa a la totalidad que le sirve de trasfondo. En sntesis:

    esa concepcin arquetipista de lo argentino slo tolera el enunciado de verdad en tanto la proposicinverdadera se refiera a ese todo. Lo verdadero ser, entonces, nicamente el despliegue de su todo bajo la

    forma de un enunciado acerca de s mismo.Y para particularizar mejor (o ilustrar) su ataque agrega: As elargentino cetrino y silencioso de Mallea ser verdad nica y excluyentemente en la medida en que la

    Argentina silenciosa sea la verdadera. Y las inalterables entelequias que encubren al Demonio, al Mundo

    y a la Carne [alusin a los smbolos deLos enemigos del alma] se emparentarn consiguientemente con susantihroes: el Personaje, los Homoplumas, el Lector Standard: ni unos ni otros se harn cargo de toda la

    realidad, incluyendo a la Argentina Visible e integrndose con la Argentina de los Viejos.

    La cita es larga pero vale la pena. Con estas palabras, uno de los representantes de la nueva generacin(nutrida, ya se ha visto, en la dialctica hegeliana, va Marx, va Sartre) apunta el defecto bsico de la

    denuncia de Mallea: el enfrentamiento de dos Argentinas polares y neutralizadas, cuando la realidad mismacontinuaba soportando su carga dual de ser Visible e Invisible a la vez. Esta mise au pointde Vias habra deser ampliada enormemente y particularizada por un integrante del mismo equipo en el artculo que dedic aMallea la misma revista Contorno en ocasin de su anlisis de La novela argentina (Nos. 5-6, setiembre1955). El autor se llama Len Rozitchner; el artculo: Comunicacin y servidumbre: Mallea (pgs. 27-35).

    UN ATAQUE A FONDO

    Para este neohegeliano (a travs de Alexandre Kojve y su recopilador Raymond Queneau), la literatura deMallea es un intento de mistificacin. El escritor Mallea es el esclavo que trata de justificar su servidumbreconsolndose a travs de ideologas abstractas para no arriesgar su vida. Mallea ha borrado la comuni-cacin con el mundo y de aqu su deshonestidad. Estas premisas que se desprenden de la larga introduccin

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    al artculo mismo, habrn de ser desarrolladas en un anlisis extenso que Rozitchner publica bajo el ttulo deMallea y nuestras vergenzas.

    Conviene advertir desde ya al lector que la postura de Rozitchner es absolutamente antiptica, y no en elsentido trivial de la palabra. Rozitchner no puede simpatizar con Mallea. A Rozitchner le rechaza todo enMallea: desde el estilo hasta la raz de ese estilo: ese seoritismo que compone la verdadera estampa delMallea invisible. Rozitchner ve a Mallea como un puro, es decir como alguien que empieza declarndoseincapaz de comprender lo contaminado, lo corrupto de la realidad. Y cita sus palabras: cuanto msautnticamente desprevenido y generoso es un espritu, menos capaz es de concebir una zona de humani-

    dad entregada a la absoluta prevencin y sordidez. A esta declaracin de Mallea (que l ve como sumentira) opone Rozitchner la conviccin de que el escritor es un ser cuya generosidad () consiste enasimilar la sordidez del mundo, en cuanto sta constituye un componente de la situacin humana en que

    vivimos.

    De ah que denuncie en Mallea la alta moralidad formal con que se inviste y que slo le sirve para llenar depalabras un vaco de intencin: de ah que lo muestre: Manejando nuestro mundo desde arriba, titiritero delalma, desde las palabras que se refieren a otras palabras, con las palabras-pinzas que lo tocan sin ensuciar-

    se, Mallea pretendi poner su grito en el alma, darnos la gran leccin de su seoro impaciente .

    No es posible seguir paso a paso este largo anlisis negativo. Baste indicar sus notas principales. Malleaasume, segn Rozitchner, la actitud de quien pertenecen a una clase que ya no tiene influencia en los destinosdel pas, pero todava tiene la nostalgia de esa influencia. Rozitchner muestra a Mallea como el burgus quemira el pasado del mundo con nostalgia, los buenos tiempos idos donde los padres saban lo que hacan,tiempos desde los cuales el futuro era una continuidad tranquila y no este presente dinmico y voraz en

    que se vive.Por esto mismo, radica gran parte de su denuncia en la exposicin (tan fcil, dada la transparen-cia de los textos de Mallea) de su seoritismo, de sus nfulas de criollo viejo, de su cultura legtimamenteheredada, de su exquisita sensibilidad.

    Para demoler la pretensin de Mallea ataca Rozitchner, con citas muy bien elegidas, todos los pilares de esaestructura visible de su obra y de su fama: muestra la superficialidad de su planteo de las dos Argentinas,muestra las vagas generalidades que opone a esa Argentina Visible que repudia, muestra el error de su lengua-

    je infatuado (l, que quiere presentarse como desconociendo la ambicin literaria y queriendo hablar slo dealma a alma). Algunas frases de Rozitchner rozan el libelo como por ejemplo cuando califica de bonita ala Historia de una pasin argentina y seala que Mallea debi reconocer que estaba hueco, vaco desolucin, que era un pobre infeliz que no tena nada que decirnos. A lo que agrega: Nuestro escritor

    pertenece a aquellos que creyeron que bastaba nombrar la nobleza para constituirse en nobles, que

    bastaba decir basta [el ttulo del peridico que fundan los jvenes invisibles al comienzo deLa baha desilencio] para estar delbuen lado, y en el buen sitio, de la causa.

    Rozitchner va ms lejos: hunde su mirada en los autores que Mallea califica de suyos (San Agustn, Spinoza,Pascal, Blake, Kierkegaard, Nietzsche, Rimbaud), para sealar que lo nico que de ellos ha tomado es elademn retrico, pero no la pasin que los hizo consumirse realmente como seres. Por eso puede decir: Perola tragedia kierkegaardiana y su oposicin contra la iglesia positiva no es impedimento para que nuestro

    trgico se instale en un diario [La Nacin] del que todo fervor est excluido, y dirija en l su pginaliteraria, donde la regla es lo anodino.Esa mentira esencial del autor se trasladara tambin a los persona-

    jes, a los seres que crea este inautntico. Los impulsos fundamentales tuvo que aprenderlos luego, a travsde las pasiones concisas, simples, de los personajes que quiso vivificar, pero ya deformados por la abs-

    traccin, a travs de la propia hojarasca verbal que los circunda. Y por eso sus personajes tienen el rostro

    de lo no vivido, trados de la trastienda como muecos de utilera.

    La conclusin a que llega Rozitchner despus de su anlisis casi psicoanaltico es que Mallea vivi intensa-mente la contradiccin de la apariencia y la realidad, pero no tuvo el valor de afrontar hasta sus ltimasconsecuencias este aspecto dramtico de la persona. O como lo expresa ms adelante: Prefiri seguir enel juego burgus, donde cada uno muestra de s lo corrientemente aceptado, validado por la generalidad.

    Por eso su sinceridad carece de valor, se muestra con el rostro de la falsedad, se remite slo a la postura,

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    al smil. El rostro de Mallea, el invisible rostro de Mallea, que va emergiendo poco a poco entre sus pginas yque ste muestra como al descuido (sin saber qu clase de exposicin profunda de s mismo realizaba) estsintetizado por Rozitchner, y con apoyo de referencias textuales: Mallea, hombre sabio; Mallea, hombre queno duerme por lo mucho que piensa [Cargado todo el ao de trabajos reflexivos hasta el lmite de losoportable... dice en su rapsodia-carta a Gonzlez Lanuza];Mallea, amado por seoritas seoriales; Mallea,rebelde; Mallea, viajero de grandes hoteles y solitarios lagos plcidos; Mallea, lrico; Mallea, de grandes

    amistades internacionales; Mallea, crtico filosfico; Mallea, presentado como un nuevo Descartes, etc. .

    Por eso, desde el mirador de su generacin y de la realidad abrumadora que acta sobre la Argentina peronista,Rozitchner puede rechazar las coquetas angustias de Mallea y apuntar que esa literatura es mero ejercicioburgus, que el misterio que oculta ese argentino cetrino y silencioso es nada ms que la humillacin de noquerer reconocer que no cuenta, que nada vale frente a los que han hecho sistema de sus pasiones y (ellos s)las han hecho visibles. La melanclica conclusin a que llega este joven escritor no peronista se puederesumir en estas largas preguntas Acaso no sabemos que nuestra tranquilidad actual [escribe en lasvsperas de la cada de Pern, cuando esta cada pareci tan remota e increble] es el precio de nuestramarginalidad, de nuestra inoperancia e ineficacia, del miedo que se hace narraciones y cosas falta de

    inters, que no se refieren claramente a nuestros problemas ni siquiera en el orden subjetivo en el cual el

    escritor se complace en permanecer, porque lo interesante conduce al peligro? Acaso no vivimos sosla-

    yando el peligro por medio de una ineficacia buscada, por la huda en lo general, y en la creacin de

    mitos que esbozan para la mala fe una salvacin futura?.

    DESDE LA OPUESTA VERTIENTE

    El ataque de Rozitchner (parece evidente aun en este resumen) no tiene piedad para Mallea: est escritodesde la vertiente opuesta. Pero no es un ataque irresponsable. Rozitchner ha ledo cuidadosamente a Mallea,ha subrayado con atencin sus textos, ha buscado ver debajo de ellos y ha destacado (con alguna equvocacomplacencia) las ms gruesas condescendencias autobiogrficas de este escritor de ficciones. La tarea esta-ba apuntada pero nadie hasta l la haba realizado con tanta acuidad y tanto mpetu. Que la posicin deRozitchner no es nica podra demostrarse fcilmente con el artculo del crtico uruguayo Carlos Real deAza, en que tambin se hace un anlisis del escritor y de su ideario y en que tambin se llega a resultadosnegativos, pero sin necesidad de ejercer la antipata. (Pero de esto habr ocasin de hablar en otro captulo).Ya que lo que caracteriza a Rozitchner (adems de su lectura penetrante y su sinceridad para denunciarerrores) es la fuerza con que se planta frente a Mallea para desnudarlo de sus mscaras. Rozitchner parteevidentemente de una situacin frente a la realidad argentina en que los cuarteles de nobleza que implicanlas siete generaciones de argentinos, que ostenta Mallea, no significan nada; parte de una posicin en que lafrecuentacin de hoteles de lujo y el comercio con seoras de la mejor sociedad tampoco significa nada;

    parte de una situacin literaria en que compartir (por el arte refinado de la cita) las angustias reales de Pascalo de Kierkegaard mientras se conserva una posicin mundana impecable tampoco significa nada. En unapalabra: aunque Len Rozitchner no est dispuesto a aceptar la mentira y corrupcin de la Argentina Visible(mucho ms visible en 1955 que en 1937), tampoco est dispuesto a creer en la bondad y en la pureza y en laexquisitez de esa Argentina invisible y taciturna y seorial que le ofrece el Mallea visible. Para decir NORozitchner empieza por sacar la mscara que cubre a este angustiado a este apasionado, a este espiritual, ylo muestra en su verdadera invisibilidad de seorito. Esto hace Rozitchner, que no es un seorito, ni un puro,sino un hombre (un joven) que empieza por asumir su parte de humillacin reconocida, su parte de mala feaceptada, su parte de marginalidad que le toca por ser (como Mallea) slo un escritor.

    Porque la verdad es que esta nueva generacin, a travs de sus representantes ms activos y crticos, parece

    haber asumido como destino no slo el examen y censura de sus maestros (el parricidio) sino la aceptacinplena y sin reticencias disimuladoras de la mala fe del escritor que se sabe nadie en un rgimen desptico yno quiere mentirse que es alguien: un cetrino y silencioso argentino angustiado, como Mallea; un profeta delApocalipsis, como Martnez Estrada; un creador de mitos para nuestro tiempo, como Borges.

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    CAPTULO III

    BORGES, ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

    LAS DOS CARAS DE LA MONEDA

    A diferencia de Martnez Estrada y de Mallea, Borges ha encontrado en la nueva generacin ardientes

    enemigos y no menos ardientes defensores. El inters suscitado por la obra proftica y apocalptica de MartnezEstrada es innegable; tambin es innegable una circunstancia complementaria; los mismos que lo atacan sonlos que lo defienden. Quiero decir: no hay bandos en este anlisis. Todos, ms o menos, lo aceptan y lorechazan. Aceptan parte del mensaje, tiran el resto. Con Mallea el caso es distinto, aunque del mismo signo.Tampoco hay dos bandos. Mallea no suscita la adhesin sino el rechazo. Los prestigios de su argentinotaciturno e invisible (el nacionalismo elegante, los cuarteles de nobleza de un argentino hijo de argentinos, larefinada erudicin agnica) parecen hoy ms obsoletos que nunca, despus del revolcn que ha dado elperonismo a la realidad argentina y a esas frmulas oratorias; despus de la demostracin por el absurdo queha practicado con ellas el caudillo descamisado.

    Muy distinto es el caso de Borges. Si bien hay entre los jvenes quienes lo rechazan por completo y hasta

    proponen (como el energtico David Jos Kohon) darles un buen puntapi en el trasero a los seudosmaestros locales, sucursales de verdaderos maestros extranjeros (antes ha citado a Borges, para evitar quese pierda la alusin); si bien hay quienes lo denuncian como un agente delIntelligence Service o poco menos(Jorge Abelardo Ramos en su citada Crisis y resurreccin de la literatura argentina,por ejemplo), hay otrosque representan para Borges lo que le deca un da Valry a Mallarm: ese joven secreto que vive en provin-cias y que se hara matar por l. Aunque en el caso de Borges el joven secreto suele vivir en las capitales yescribe, con nada borgiana profusin, artculos, notas y hasta libros sobre el maestro. Porque junto a Borgeshay dos apndices complementarios: el borgismo y el antiborgismo, que en definitiva son dos caras de lamisma moneda.

    LA COSA EMPEZ EN 1933

    Nada de esto es nuevo. Borges pareci despertar desde el primer momento la mayor adhesin y el mayorrechazo. Ya en agosto de 1933 (s, hace ms de veintids aos) la revistaMegfono, dirigida por los jvenesde entonces, dedicaba parte de su nmero 11 a unaDiscusinsobre Jorge Luis Borges en que intervenanquince escritores. Ya en 1933, cuando Borges no era sino el poeta del fervor de Buenos Aires, el autor de unadisimulada biografa de Carriego y de algunos ensayos de retrica y filosofa que era imposible (entonces)ordenar unitariamente por falta de adecuada perspectiva y por la ineditez de textos futuros que los ilumina-ran. 1933, cuando Borges no era todava el creador de ese mundo narrativo que parece inseparable de sunombre. (El primer volumen de narraciones, todava disfrazadas, esHistoria Universal de la infamia,1935).

    Ya entonces Borges suscitaba la polmica. Porque el nmero deMegfono haba sido concebido en forma dedebate circular. Cada escritor entregaba su texto al que le segua en la exposicin y ste poda as refutarlo o

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    completarlo. El resultado es azaroso. Se encuentran all, en germen, las principales objeciones que levantahoy esta obra. A Enrique Mallea le molesta el fragmentarismo de su produccin (en Amrica se piensa queun escritor es escritor de libros,lo que anulara para siempre a Manrique o a Rimbaud, a Jos Mart elprosista y a nuestro Vaz Ferreira). Anzategui, como catlico y deslenguado, opina que un artculo sobre elInfierno, del Sr. Borges (as lo llama en una de las ms fciles maniobras del Arte de injuriar) eraindigno del cerebro de un pollo.Para Toms de Lara, no cabe dude de que es poeta, como tampoco cabedude de que no es crtico ni metafsico (en Amrica un crtico es un seor que no rehuye lo obvio y que altratar cualquier tema no desdea sintetizar todo lo que se ha dicho antes, aunque lo haga sin fastidiar allector con alguna advertencia sobre la paternidad de sus hallazgos); tambin le niega la capacidad desentirse atrado por el Misterio: El amor, la vida y la naturaleza quedan al lado de su poesa. El dolor

    y el pecado no existen. Ni tiene Borges el sentido de tan grandes cosas, dice con palabras que lasficciones posteriores obligaran a rectificar. Segn Len Ostrov, le falta aliento para la obra mayor (aun-que no aclara si la obra mayor es la de formato mayor o la de mayor intensidad esencial). La objecinmayor contra Borges sera, segn Lisardo Za, lo que l llama el borgianismo, la literatura de sus imagi-narios discpulos. Juan Pedro Vignale ataca principalmente la prosa, su fragmentarismo, su falta de impul-so, e invoca el ejemplo de su Carriego.Para Anderson Imbert (23 aos entonces y bastante lejos de lamadurez crtica de su Historia)lostrabajos en prosa de Borges no son notables, carecen de verdadera

    originalidad los califica de sntesis impersonal, o un puado de reflexiones sin vigor o una meraacumulacin de datos escamoteados en otros libros o de observaciones anmicas y levanta la obje-cin clave: La realidad argentina est ausente en sus ensayos.(Para explicar sus objeciones, AndersonImbert se declara enfticamente como viviendo un hondo fervor social, actitud que Sigfrido A. Radaellise encarga de satirizar de inmediato en su contribucin polmica).

    BORGES JUSTIFICA EL VIAJE

    Ya en 1933 se enjuicia a Borges con una acritud que no superarn los parricidas de hoy. Pero tambin en 1933aparecen los que elogian a Borges con la misma devocin de los de ahora. Porque ese nmero deMegfonodifunde las voces de Drieu la Rochelle (de paso por Buenos Aires y para quien Borges solo justifica el viaje);de Ulyses Petit de Murat,en una crisis de borgismo que le lleva a lamentar un solo defecto: exceso de

    personalidad;del mismo Enrique Mallea que exalta el sustancial valor de su estilo y seala una de lastrampas o alucinaciones de Borges como tema crtico (cada uno quiere hacer de l algo distinto, algo perso-nal, suyo, y si no puede, lo rechaza); de Ral Rivero Olazbal, que apunta su escrupulosidad que le permitediferenciarse tan ntidamente de los escritores argentinos que hacen como aqu, ay libros para los premios(en vez de premios para los libros), en lo que coincide con Amado Alonso que tambin exalta su conductaliteraria: responsabilidad, sinceridad y afn de exactitud;de Homero H. Guglielmini que canta la infali-bilidad y perfeccin del mundo que ha creado, aunque no deja de indicar que es limitado ( un orbe muybreve y reducido de la realidad)y apunta cmo su influencia se ejerce hasta inconscientemente, al imponera los dems una visin de la realidad que es slo suya; y de Erwin F. Rubens que remata el intercambio deopiniones sealando que Borges entre nosotros, vale como ejemplo de precisin idiomtica (...), de devo-cin a la palabra frente a la chabacanera expresiva del ambiente, de lucha cotidiana contra el vocablo

    o giro rebeldes.

    Las dos caras del borgismo la cara de luz y aplauso, la cara de sombra y negacin ya estn dadas en laDiscusin que promueve la revistaMegfono hacia 1933 y cuando acaba de publicarse un libro de Borges(Discusin, se llama premonitoriamente). Ya en 1933 est planteada la dicotoma de la crtica frente aBorges: aceptacin y rechazo, igualmente fervientes, igualmente apasionados. Porque lo que caracteriza alborgismo es esa pasin que se comunica no slo a los fieles, sino, y sobre todo, a los heterodoxos, a los

    iconoclastas. Tanto o ms borgistas son quienes lo atacan que quienes lo defienden. Porque esa larga sombrade resentimiento que provoca su obra es tambin hechura o proyeccin del borgismo.

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    DOS METAMORFOSIS A PARTIR DEL 38

    Los parricidas no tendran que inventar nada. Sin embargo su anlisis de la cuestin Borges, su enfoque delcaso Borges, suDiscusin de la obra, sera sumamente distinta. Porque entre 1933 y 1945 la realidad argen-tina sufre tales transformaciones que ya la figura de Borges deja de proyectarse sobre el mismo fondo. Esastransformaciones por otra parte, han operado radicalmente sobre el mismo Borges y han convertido al poetade Buenos Aires, al nostlgico evocador de Carriego y de un mundo sepultado de compadritos, al metafsicoque balancea intelectualmente el problema del infierno y pregusta la eternidad, en otro hombre. Borgescambia de tal modo que l mismo empieza por volverse contra el Borges de 1925.

    Empieza por abandonar casi completamente la poesa (o, por lo menos la de exaltacin bonaerense); empiezapor hundirse en su mundo de narraciones fantsticas, cada vez ms alucinadas y personales, cada vez msdesgarradoramente autobiogrficas, cada vez ms alusivas de las violaciones impuestas por el peronismo, delas delaciones y muertes por tortura, de la locura nacionalista, del previsible combate de un hombre solocontra la masa enardecida.

    En algn lado ha declarado Borges que a partir de 1939, cuando Hitler incendia Europa bajo la insignia delnazismo, se convierte en enemigo del nacionalismo. La guerra europea lo lanza a una curiosa militanciapoltica. Borges escribe denunciando las falacias de los germanfilos argentinos (que se proclaman naciona-listas, pero veneran una doctrina que los elimina prcticamente por no ser arios); denunciando las falacias delos antisemitas (no advierte diferencia esencial entre un judo y un no judo, aunque puede advertir lasdiferencias circunstanciales entre dos personas); denunciando las falacias de los filosemitas (que se resistena aceptar la doctrina nazi de una raza superior para proclamar la doctrina semita de una raza superior);denunciando al nacionalismo peronista, que le parece operar bajo el signo de la estupidez.

    Esta actitud le vali ser destituido del puesto subalterno de bibliotecario en una dependencia munici-pal; le vali no ser distinguido en premios oficiales de literatura (hay unDesagravio a Borges,en Sur,

    N 94, julio, 1942,p. 7/34, que documenta la reaccin de un ncleo de intelectuales argentinos); levali ser molestado en sus conferencias (deba declarar por anticipado el tema de las mismas, debasoportar la presencia de un polica uniformado, deba dictarlas en el interior de la repblica, ya quenunca se lograba la habilitacin de los locales porteos). Borges luch. En uno de sus cuentos,El Sur(recogido en una reedicin de Ficciones, 1956, y publicado antes en La Nacin en febrero 8, 1953)imagina a un argentino (aunque de origen nrdico), que llega a una pulpera, es provocado por unoscompadritos y sale a pelear, sabiendo que ser muerto. No es excesivo, tal vez, considerar que en esecuento se encierra una pesadilla frecuente del escritor.La espera (cuento deLa Nacin,recogido en lasegunda edicin deEl Aleph, Buenos Aires, Editorial Losada, 1952)tambin especula con un hombreque duerme y suea cclicamente que unos matones (por qu no la polica?) entran a matarlo. Como supersonaje, Borges esper durante aos insomne, o en alucinadas pesadillas, que vinieran a buscarlo. Y

    hay textos ms explcitos. En declaraciones hechas con motivo de una cena de camaradera que ledieron los escritores argentinos al ser destituido (estnpublicadas en Sur, N 142, agosto de 1946),denuncia pblicamente la estupidez del rgimen. Lo hace con palabras que se repiten ahora en un art-culo del ltimo nmero de Sur, dedicado a la reconstruccin nacional (N 237, noviembre-diciembre,1955). Como pocos de sus colaboradores, Borges puede estar seguro de que ya haba dicho en voz altay con su firma al pie, lo que ahora escribe. Ese texto, y otros que public Sur(como el poema Pgina

    para recordar al Coronel Surez, vencedor en Junn,N 226, enero-febrero, 1945) o que vieron la luzprimera enMarcha (El pual,junio 25, 1954, queLa Nacin de Buenos Aires consider comprometidopublicar), demuestran hasta qu punto mantuvo Borges junto a su carrera literaria, una carrera de oposi-cin doctrinaria. Es claro que lo hizo en el nico plano en que l puede actuar: en el plano de lacreacin y en el plano del ensayo. Pero lo hizo. No recibi, sin embargo, las palmas del martirio. Pern,con un sentido cabal de la escasa importancia de los intelectuales en el mundo moderno, se limit amolestarlo, a humillarlo con sus restricciones. No lo convirti en vctima, como no convirti a nadie queno fuera de suficiente peso poltico.

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    BORGISTAS DE AMBOS SEXOS

    Entre 1933 y 1955 Borges haba creado una obra que se levanta con toda originalidad y extraeza en mediode la literatura argentina previsible. Esa obra marca un nivel al que pueden aspirar, pero no alcanzar sinesfuerzo, sus coetneos. Por su perfeccin, por su rigor, por su hechizo, no puede ser pasada por alto. Los

    jvenes tuvieron que detenerse ante ella y fijar su posicin. Los ms dciles no vacilaron en convertirse enepgonos. Condescendieron a la ms fcil de las tentaciones de una obra maestra: la de reproducirla en suspeculiaridades adjetivas, en su aspecto externo, sin participar de lo que constituye su centro apasionado yrealmente la forma.

    Proliferaron los borgistas: generalmente, jvenes hipersensibles que combinaban los adjetivos del maestro, osus verbos invasores, con algn esfuerzo imaginativo mediocre. (El sexo no importa, aunque abundan lasdamitas.) Borges los toler y hasta puede decirse contra l que los patrocin en prlogos o notitas bibliogr-ficas que recuerdan la benevolencia ejercida a principios de siglo por otro gran rioplatense: Jos EnriqueRod. Esos facsmiles borrosos han sustituido en el juicio de muchos apresurados al texto original de Borges,le han suscitado enconos, han alimentado fciles epigramas.

    Los rebeldes, los que habran de aumentar la tribu de los parricidas, manifestaron su admiracin negndoloencarnizadamente. Reduciendo por sistema su obra a nada, reeditando (sin saberlo) muchas de las objecionesde 1933. De estos borgistas resentidos y negros, ms vale no ocuparse. Slo valen los que aportan a la visinactual de Borges (sea aplauso, sea diatriba) algunos elementos autnticamente nuevos. Porque lo que carac-teriza o debe caracterizar al juicio de los parricidas es la verdad del punto de partida. Objeciones puedelevantar cualquiera. Interesa ver en qu se fundamentan esas objeciones. De ah que sea lcito escoger de lapapelera polmica que ha suscitado Borges aquellos textos que definen mejor el borgismo de luz y sombra,que lo ubican mejor entre su Escila y su Caribdis.

    OTRA VEZ MURENA

    El punto de arranque es otra vez Murena. No porque sea cronolgicamente el primero. Sino porque es elprimero que opone a Borges todo un sistema de pensamiento; el primero que realmente inaugura el juiciode los parricidas. Sus palabras estn en el tan citado artculo sobre Martnez Estrada. Murena ve a Borgescomo un genio nihilista, que cumple la misin de abrir caminos a la nueva literatura por medio de ladestruccin. Al utilizar tcnicas extranjeras al servicio del espritu argentino, acaba por producir obras quesignifican, para el joven crtico, laconsumacin y el punto final del eclecticismo entre nosotros. Borgesha sido, en verdad, el primero en lograr una produccin original a partir de un complejo cultural

    heterogneo.

    Estas palabras, que a primera vista parecen de elogio, encierran una grave censura, ya que segn l mismo, elcamino que Borges abre est definitivamente clausurado. Elcamino de lo falso (es decir: el de la falacidadde acumular conocimientos segn ha escrito antes) ha sido agotado al alcanzarse por l una verdad.Esaverdad sera la aceptacin por parte de Borges, de que esos elementos culturales que manejan los argentinosson ajenos, y su utilizacin como tales. El pensamiento de Murena no es siempre claro, y en este caso parti-cular es especialmente oscuro. Parece aceptar que Borges est bien haciendo lo que hace; pero sostiene quelos jvenes deben hacer otra cosa y que su camino debe ser otro.

    Esta no es su primera interpretacin de Borges. En realidad es la segunda. Hay una anterior, que es casi su

    primer anlisis importante de la realidad argentina, y que fue publicada en la misma revista Suren junio-julio,1948 (N 164/165). Se titula Condenacin de una poesa, y como la que se ha comentado arriba, integra elvolumen de 1954:El pecado original de Amrica. (El ttulo, ahora, esElacoso de la soledad, pgs. 43/65).Lo que all se reprocha a Borges es la naturaleza superficial de su criollismo. Murena lo ve como representan-

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    te del grupo martinfierrista y examina su posicin frente a la realidad argentina. Un anlisis de sus poemasde la primera poca lo convence de que Borges utiliza los smbolos de lo nacional sin participar del senti-miento nacional unido a esos smbolos. El poema que se titulaEltruco le sirve para demostrarlo.

    La objecin de Murena es vlida, pero (contra lo que l se imagina) no afecta al poema; afecta, tal vez, a laidea que tena Borges de su propia poesa. En una palabra: Murena demuestra que Borges estaba equivocadosi crea que en sus poemas se expresaba un sentimiento nacional; lo que se expresa en ellos es un sentimientopersonal. Pero esto ya lo haba sealado el mismo Borges. En una nota crtica ha dado una interpretacin desu poema que explicita qu lo mueve a escribirlo: el principio de identidad y la ilusin del tiempo. Es decir:dos de las constantes obsesiones de su personal metafsica.

    Lo que ahora interesa sealar es la actitud de Murena frente a Borges. Por qu Murena ignora la verdaderaexplicacin (la nica, ya que el poema es suficientemente explcito) y busca, en cambio, la falaz? La respues-ta es obvia: porque a Murena no le interesa Borges ni su teora metafsica, y le interesa s el criollismo.Porque Murena busca en Borges una prueba de cmo no debe ser el criollismo que l quiere definir o inven-tar. Murena trata el poema como trata los libros de Martnez Estrada y como trata la ltima novela de Mallea:como pretextos (en el sentido ms literal de la palabra); como textos previos a los que l habr de dar

    significacin (otra) con sus anlisis.

    Por eso, la visin negativa (y parcialmente exacta) del criollismo de Borges tiene menos inters para situar aBorges que para situar a Murena. El artculo posterior sobre la leccin a los desposedos es, en cambio, demayor alcance. No examina una etapa superada de Borges sino toda su obra y busca expresar el sentido de lamisma. Aunque Murena no lo diga con estas palabras, lo que l ve en Borges es al cosmopolita, el heredero detodas las culturas, que se mueve con igual facilidad dentro del complejo mundo dantesco como en el simplesuburbio de Carriego. Y esta actitud, el argentino Murena que vuelve la espalda a Europa no la puedeaceptar. Con su negativa anticipa lo que expondrn desde otros ngulos los jvenes parricidas.

    PARNTESIS NACIONALISTA

    Antes de que los jvenes empiecen a presentar su caso contra Borges, se alza una voz, y desde la vertienteperonista. Es el juicio de Jorge Abelardo Ramos en su citada Crisis y resurreccin. Para Ramos, Borges es elrepresentante tpico de la oligarqua ganadera y su literatura (aristocrtica, de evasin, gratuita) el paradig-ma de todo lo que rechaza el nacionalismo de su crtica, de filiacin marxista pero indigestado de peronismo.Ramos no es un crtico literario, ni siquiera un analista responsable de la situacin argentina. Es un panfletistaresuelto a no entender, a practicar indiscriminadamente el brulote. Pero su denuncia interesa, porque buenaparte de ella la acusacin de oligarca va a pasar a integrar el arsenal polmico de los parricidas. Explcita

    o implcitamente, mucho