ROOSEVELT MURIEL

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LA NACIÓN QUE NO HA RECONOCIDO EL TIEMPO DE SU VISITACIÓN DIVINA ROOSEVELT MURIEL

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LA NACIÓN QUE NO HA RECONOCIDO EL TIEMPO DE SU VISITACIÓN DIVINA

ROOSEVELT MURIEL

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Editora de contenido: Liliana Posso BonillaCorrector de prueba: Pedro Nel Cardona Diseño gráfico: David Muriel PérezDiagramación: Juanita Pinzón PitaFotografía: Angélica Chimbi y Jhonatan MurielWeb manager: Juan Carlos Muriel

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Impreso en Editorial Buena Semilla Abril, 2021

Impreso en Colombia Printed in Colombia

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La nación que no ha reconocido eL tiempo de su visitación divina

s.o.s.coLomBia

Roosevelt Muriel

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Ya es hora de que los pastores, ministros y lideres en Co-lombia asumamos nuestra gran responsabilidad —ineludi-ble— en el fracaso de la iglesia cristiana durante las últimas tres decadas (1990 al 2020) para llevar el mensaje de re-dención a los 50 millones de habitantes del país.

Nuestra triste realidad es clara: entre el 80% o el 70% de los colombianos todavía tienen un pie en el infierno. Ha quedado demostrado que ni las denominaciones, ni las me-ga iglesias y tampoco los cientos y miles de templos que existen son la solución para salvar a los habitantes de nues-tra nación.

Ya es hora, de que en este preciso momento, todos y cada uno de los ministros del evangelio escuchemos la ex-hortación del profeta Hageo:

“Revisad vuestros caminos”

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¡Mi queja, sacerdotes, es con ustedes!

Oseas 4:4

Y lo que hacen los sacerdotes, el pueblo también lo hace.

Oseas 4:9

Pero el SEÑOR dijo también por medio del profeta Hageo: «¿Pero sí es el momento para

que ustedes vivan en casas finamente terminadas, mientras que esta casa está en ruinas?

Ahora pues, dice el Señor Todopoderoso: «Piensen bien lo que están haciendo. Ustedes siembran mucho, pero es poco lo que cosechan, comen,

pero no quedan satisfechos, beben, pero no les alcanza para saciarse, se visten, pero no lo suficiente para abrigarse. Ganan dinero, pero

se les va como si tuvieran roto el bolsillo.

Hageo 1:3-6

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agradecimientos

A todos y cada uno de los colaboradores que desde dife-rentes ángulos —y en diferentes momentos— creyeron en la obra que Dios me encomendó y me ayudaron en oficios varios para cumplir la voluntad del Señor, a favor del Cuer-po de Cristo. Juntos hemos puesto un grano de arena. Él mismo sabrá recompensar a cada uno en su momento.

A los que me acompañaron a iniciar y sostener la Red de Iglesias Jesucristo Vive Hoy. A los que estuvieron conmigo en el tiempo de ASMICEV, la Asociación de Pastores de Cali, cuando el Espíritu Santo decidió visitarnos en la ciu-dad por un breve tiempo. A los que me acompañaron en los seis largos años de CEDECOL, el Consejo Evangélico de Colombia; años, por cierto, muy difíciles, pero que estaban en la agenda divina.

También a los que me acompañaron en el ministerio La Higuera para contagiar a muchos pastores, ministros, líderes cristianos y hermanos en la fe, con el amor y la ora-ción por el pueblo de Israel. A todos los intercesores que con paciencia y respeto se han unido a las diferentes redes de oración. Por favor, permanezcan. No deserten. Este país los necesita. Ustedes son más importantes que muchos que aparentan ser importantes e imprescindibles. Aquí les re-velo un secreto: el Señor conoce sus rostros, el tono de su voz y sus tiernos corazones. Y de paso, también, sus nece-sidades. También a los que han trabajado para levantar y sostener la montaña de oración Puerta al Cielo en Chocon-tá (Cundinamarca). Ha sido un proceso lento, pero algún día veremos a muchos jóvenes buscadores de La Presencia

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bajar llenos de la Gloria Divina. Mansos y humildes de co-razón. Y caminando en Juan 3:8.

Ustedes son testigos que traté de no trabajar sólo para mi ministerio. Traté de no ser egoísta. Traté de no dejarme arrastrar por la codicia. Tengo que reconocer que el Dios Altísimo me ha bendecido de muchas maneras. Y lo sigue haciendo.

Pero en realidad, a estas alturas, a mis 65 años no sé si hice lo suficiente. Creo que si me hubiera esforzado un poco más habría logrado más cosas para glorificar a mi Se-ñor. Mi propia torpeza, mi necedad y mi carne fueron mis obstáculos. Lo lamento.

Igualmente, pido perdón a todos los que les haya falla-do. Sé que en el camino herí a muchos. Decepcioné a otros. Y defraudé a unos cuantos. Reconozco que este vaso de barro tenía algunas espinas, algunos bordes sin pulir y una que otra esquirla de vidrio que hirieron sus manos y sus corazones. ¡Perdónenme!

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contenido

Agradecimientos 7

Prefacio 11

¿Qué está pasando en la casa del Señor? 17

Un poco de historia

La nación vil y menospreciada 25

¿Podría salir algo bueno de Colombia en los años 90? 33

Palabras proféticas en los años 90

Profecías para Cali y la nación 39

CALI

Las profecías para la ciudad de Cali 45

El cumplimiento de las dos primeras palabras proféticas en Cali 51

¿Cali, el laboratorio de Dios para llevar avivamiento a la nación? 63

¿Qué habíamos ganado en la ciudad de Cali bajo la fórmula de Dios? 77

COLOMBIA

Profecias para Colombia por los años 90 81

La conexión espiritual entre Cali y Bogotá 87

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¿En qué pecamos? 111

¿Qué más debemos reconocer? 117

El profeta Hageo 125

Los líderes de Israel reaccionaron ante la exhortación del profeta Hageo 129

Unas pequeñas sugerencias

¿Por dónde comenzar? 135

PACTO DE UNIDAD 139

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prefacio

Por: Ruth de Ruibal

Roosevelt Muriel ha sido un amigo pastor desde los 90. Fue un gran apoyo para mí cuando mi esposo, Julio Ruibal, fue asesinado por su testimonio de Jesús. Fue Roosevelt quien sugirió en su funeral (el 16 de diciembre 1995) que los pas-tores de la ciudad hiciéramos un pacto de unidad. Este pac-to fue algo muy profundo y serio para nosotros porque fue escrito en nuestros corazones. ¡Y muy pronto dio frutos poderosos!

Los días de los años 90 fueron muy especiales y casi in-creíbles en nuestra ciudad de Cali por el mover del Espíritu Santo. Ahora, tres décadas después, varios de estos pastores y apóstoles que participaron de este movimiento espiritual fueron promocionados por el Señor a Su Gloria, y otros que fueron amenazados en ese tiempo, todavía viven en el exterior.

Roosevelt me envió este documento de “proclamación” que el Señor le dio: Colombia, la nación que no ha reco-nocido el tiempo de la visitación divina. Quedé impactada al oír la voz del Espíritu Santo en esta proclamación pro-fética, un mensaje que normalmente no se oye hoy. Aquí se contestan algunas preguntas que he tenido en mi espíritu durante mucho tiempo. Preguntas que no puedo ignorar, y menos ahora.

En los 90, la iglesia evangélica empezó a crecer en una forma jamás vista en la historia en nuestra nación. Por pri-mera vez vimos gente, en gran cantidad, entrar a los lugares

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de reunión de los cristianos evangélicos con interés de co-nocer su mensaje. Este mensaje era algo que iba totalmen-te en contra de las enseñanzas y tradiciones de su religión de nacimiento. Para estas personas resultó una experiencia muy diferente a lo que estaban acostumbrados. Antes sólo asistían a un rito religioso que hacían para “cumplir con Dios”. De repente todo cambió: prédicas que podían en-tender, música avivada, el sentir que la iglesia fue como una familia y en general vieron “vida” en la iglesia. Los que encontraron al Señor como su Salvador vinieron de todos los estratos sociales, personas de los medios masivos, pro-fesionales, hombres de negocios, deportistas, personas del común y una enorme cantidad de jóvenes.

Al ver tanta gente entrar en la iglesia evangélica, mu-chos pastores quedaron felices y emocionados al ver el cre-cimiento numérico de sus iglesias. Algunos, con el deseo o meta de ver la iglesia crecer aún más, empezaron a menguar el mensaje de arrepentimiento para salvación para intro-ducir un mensaje de prosperidad en términos económicos. Luego muchos púlpitos y sus plataformas se llenaron de espectáculos con luces de colores, humo artificial y toda clase de novedades para impresionar a los asistentes y mos-trar que éramos “modernos”. Pero el mensaje de arrepen-timiento había disminuido y parecía que la meta era crecer numéricamente.

Aunque reconozco que la iglesia evangélica ha crecido mucho en nuestra nación, tengo unas preguntas que quedan:

1. ¿Cuántas personas en la iglesia evangélica hoy so-lamente han cambiado de una religión a otra? Es decir, ¿cuántos han experimentado un verdadero

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arrepentimiento sin el cual no hay salvación? El engaño sería terrible si se llega al final de la vi-da con versículos bíblicos memorizados e himnos conocidos, pero sin una relación personal y real con el Señor Jesucristo, propia de un verdadero arrepentimiento.

2. ¿Estamos como pastores y ministros más preocu-pados en números que del estado de las personas que Dios nos envió? ¿Hemos olvidado que la vi-da en el Señor apenas empieza con la salvación, pero luego tenemos que llevar al creyente a una madurez en Cristo, para que no sean llevados por cualquier viento de doctrina? Col. 1:28; Ef. 4:12, 13, 15. Esto es muy diferente a la prosperidad económica que es terrenal.

El Señor usó lo menos pensado para llevar a los pastores y ministros en la ciudad a otro aspecto de la oración: El cartel de Cali. Pues ya en los 90 ellos habían llegado a un nivel tan “exitoso” que tenían gente clave en todas las áreas de la sociedad en su “nómina”; es decir, comprometidos con ellos. Cuando la iglesia evangélica se despertó, ¡ya los carteles eran los amos y dueños prácticamente de todo en nuestra ciudad! Ya no había esperanza y todo parecía indi-car que era demasiado tarde para que hubiera un cambio, a pesar de que varias iglesias estaban orando con su congre-gación. La opresión cada día era más grande, más pesada y violenta y estábamos llegando al límite. Dios usó esto para llevarnos a una profunda desesperación. La desesperación bíblica viene de dos maneras: una dada por el corazón del Padre para clamar por las vidas perdidas sin Él y la otra

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por una situación sumamente difícil en que no hay otra respuesta —como lo que estábamos viviendo en los 90— . Una de estas dos maneras tiene que quemar nuestros cora-zones para llegar a la desesperación que Dios puede usar para Su gloria y Su plan.

Precisamente, en este tiempo (marzo 1995), la iglesia Comunidad de Fe de Cali había alquilado el Coliseo del Pueblo para reuniones con un predicador que al final no pudo llegar al evento. El pastor Randy Macmillan gene-rosamente ofreció el coliseo a ASMICEV (Asociación de Ministros del Valle) y la junta decidió convocar a los demás pastores y a todos los cristianos a un tiempo de oración por la ciudad. Pensamos que con éxito quizás vendrían unas 2.000 o posiblemente 3.000 personas. Pero aquella noche trajo una sorpresa más que no podíamos haber imaginado. ¡Llegaron alrededor de 20.000 personas! ¡El Coliseo Del Pueblo se llenó a reventar! Fue un fin de semana extendido y oramos juntos como iglesia unida toda la noche del do-mingo hasta la madrugada del lunes.

El próximo día, cuando leímos los periódicos secula-res, vimos el poder que tiene la oración del pueblo de Dios unánime, junto y con una desesperación profunda. Salió la noticia a la ciudad entera: ¡No hubo ningún homicidio durante el fin de semana! Días después, el primer capo del cartel de Cali cayó en manos de las autoridades. En los días siguientes sucedieron muchas cosas similares, de parte de Dios, que culminaron con la caída del Cartel. Estos detalles están reportados en el video Transformaciones 1.

En aquellos días Dios nos visitó: fue una visitación que cambió nuestra visión de ministerio individualista por la visión del Cuerpo de Cristo en la ciudad. Es un deleite

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recordar en esta proclamación de Roosevelt todo lo que Dios hizo en los 90. Fue un tiempo espectacular viendo a Dios, por Su Espíritu Santo, haciendo milagros y algo nue-vo cada día. Se vio un mover especial entre los jóvenes con sus reuniones y campamentos que trajeron muchos a los pies del Señor como resultado de muchas iglesias trabajan-do juntas en el ministerio.

La pregunta que me hago a mí misma es ¿Hemos fallado quienes, como pastores, estuvimos allá en los 90, al no pa-sar la visión a la próxima generación? Que Dios nos ayude para tener respuestas e implementar las respuestas que nos da para remediarlo antes de que sea demasiado tarde.

Ruth de RuibalAutora del libro “Unidad en El Espíritu”

Pastora Principal de La Eklesia Centro Cristiano Colombiano

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¡Urgente!¿qué está pasando en La casa deL señor?

Una voz de alerta para los pastores, ministros y líderes

Algo muy delicado y peligroso para una nación, una ciu-dad, un ministerio o una persona, es no reconocer el tiempo de una visitación proveniente del cielo. Con cierta regula-ridad Dios visita y alerta a través de sus profetas a quienes ama, y generalmente lo hace antes o en medio de una si-tuación difícil, o de una tragedia. A través de las Sagradas Escrituras vemos que la nación de Israel es un ejemplo en este tema. Un modelo para las otras naciones. Y para cada uno de nosotros.

Cuando el Señor Jesús visitó la tierra, Jerusalén esta-ba bajo la opresión de Roma. Pero la nación de Israel no entendió el tiempo de su visitación. Los sacerdotes, los an-cianos y sus gobernantes, no discernieron el tiempo en que estaban siendo visitados por el mismo Dios encarnado.

A pesar de que El Rey y Señor del universo, hecho hom-bre como Jesús de Nazaret, recorría sus calles enseñando, haciendo milagros y demostrando el poder divino, que nunca otro hombre había exhibido en todo el planeta; los líderes espirituales no lograron reconocer tan poderosa y maravillosa visitación celestial. Por fortuna, un pequeño remanente, sólo un pequeño grupo de pescadores, logró re-conocerlo. Y honrarlo como era debido.

Los ojos del liderazgo espiritual de Israel, sacerdotes y ancianos estaban llenos de escamas. Y sus corazones

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—como en nuestro tiempo— estaban llenos de grosura e intereses personales, prejuicios, orgullo, además de un gran temor a perder la seguridad y la prosperidad que la religión y el ministerio les habían otorgado. No estaban dispuestos a negociar lo que ya tenían en sus manos. Y en sus arcas.

Por eso, el mismo Señor Jesús poco antes de terminar su visita a la tierra los exhortó, les hizo las advertencias necesarias. Aunque, en ese momento para Israel, como lo demuestra el texto bíblico, ya era tarde. Demasiado tarde:

Al acercarse a Jerusalén, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó a llorar, diciendo: «¡Cómo

quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos, entendieras el camino de la paz! Pero ahora es

demasiado tarde, y la paz está oculta a tus ojos.

No pasará mucho tiempo antes de que tus enemigos construyan murallas que te rodeen y te encierren por todos lados. Te aplastarán

contra el suelo, y a tus hijos contigo. Tus enemigos no dejarán una sola piedra en su lugar,

porque no reconociste cuando Dios te visitó.

Lucas 19: 41-44 ntv

Y en este otro pasaje Jesús exhorta nuevamente a los habi-tantes de Jerusalén:

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas

veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!

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He aquí vuestra casa os es dejada desierta.Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que

viene en el nombre del Señor.”

Mateo 23:37-39 rv60

Israel no reconoció a Su Mesías

Los ancianos y sacerdotes de Israel, quienes debían haber recibido con gozo y alegría al Señor Jesús, para escucharlo atentamente y seguir sus instrucciones al pie de la letra, no lo hicieron. No tuvieron el discernimiento, que un puñado de pescadores ignorantes si tuvieron.

La casta sacerdotal no reconoció a su propio Mesías a pesar de que tenían toda la información profética de cómo, dónde, cuándo y en qué circunstancias iba a irrumpir en el planeta tierra. Y en la nación de Israel.

Lo tuvieron en medio de ellos por un periodo de treinta y tres años y no lo honraron ni lo glorificaron como Dios.

Sin embargo, los primeros discípulos —aunque eran pescadores iletrados— después de algunas vacilaciones y una que otra conjetura pudieron reconocer la visita del Hi-jo de Dios a la tierra, a la nación de Israel, y a sus propias vidas. Aunque algunos dudaron al comienzo, después de un sinnumero de señales indubitables, no lo resistieron más y reconocieron el tiempo de su visitación. Emanuel —Dios mismo— estaba con ellos. Y los había escogido para seguir-lo, amarlo y servirlo. Y no precisamente por sus credencia-les sacerdotales o ministeriales. ¡Que ninguno poseía, y que tampoco estaban interesados en adquirir!

Entonces, acto seguido, este puñado de pescadores, lo acompañaron decididamente a cumplir su tarea en la tierra

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hasta que fue crucificado. Después, Él resucitaría para acom-pañarlos por cuarenta días más y darles las últimas instruc-ciones acerca de Su Reino. Finalmente, estos hombres simples, pero nacidos de nuevo y entendidos espiritualmente, adora-ron a Jesús resucitado, antes de que fuera arrebatado al cielo.

En cambio, los ancianos y los sacerdotes lo ignoraron, lo menospreciaron, lo rechazaron y persiguieron. Hasta que, con la complicidad de los romanos, lo llevaron a la cruz co-mo un vil malhechor. El sacerdocio de ese tiempo estaba cie-go y sordo. No reconocieron el tiempo de la mayor Visitación Divina que ha habido sobre la tierra en todos los tiempos.

Colombia no ha reconocido su Visitación Divina

Durante los últimos 30 años, la iglesia en Colombia ha sido bendecida y privilegiada en extremo. Dios nos ha visitado. El Espíritu Santo ha repartido con gran generosidad todo tipo de bendiciones, dones y unciones. Al punto que hoy contamos con un sinnumero de denominaciones, congre-gaciones, ministerios e iglesias grandes. ¿Pero para qué nos ha servido todo esto? ¿En qué hemos invertido lo que nos fue entregado?

¿Quién nos puede explicar, por qué habiendo recibido tanto del cielo, los creyentes en Colombia no pasan del 20%? ¿La razón? Como en el tiempo del profeta Hageo: todos abandonamos la Casa del Señor (hoy el Cuerpo de Cristo) y cada uno corrió a su propia casa. Lo recibido no ha impactado por fuera de las cuatro paredes de la iglesia.

Hoy, finalizando el año 2020, tenemos varias amenazas externas e internas como las que enfrentó la nación de Is-rael con Asiria y Babilonia en la antigüedad.

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Los nubarrones oscuros ya comienzan a tomar posicio-nes estratégicas. Y miran a nuestra nación con ojos amena-zantes y con malas intenciones. La revolución bolivariana, conducida por un pequeño grupo extremista en Venezuela la nación hermana, perversamente empobrecida y saquea-da, apuesta por extenderse a Colombia a como dé lugar en los próximos años. Y se cree que ya tiene infiltrados con astucia perversa, a varios sectores y políticos de nuestra na-ción. Muchos piensan que sólo es cuestión de tiempo.

También las filosofías globalistas de izquierda y los pro-gresistas se están preparando para dar el zarpazo a nues-tras instituciones democráticas. Lo mismo ocurre con las otras invasiones que quieren avasallarnos: la inmoralidad, la ideología de género, la brujería, la anarquía, la crisis fi-nanciera, el desempleo, el aborto, la eutanasia, los virus y las plagas, y otros nubarrones más. ¿Alguien está viendo todo lo que nos está rodeando, y cercando poco a poco, desde todos los costados?

¿Dónde está La Iglesia del Señor? ¿El ejército del Dios Viviente? ¿Dónde está la sal y la luz de la nación? ¿Dón-de están los estrategas, los profetas, los apóstoles y los ge-nerales del ejército? ¿Cómo vamos a detener todas estas amenazas?, si cada uno de los generales anda por su lado, obsesionados con crecer sus ministerios, acaparar la pesca milagrosa para ellos solitos, sin compartirla con las otras barcas como sí lo hizo Pedro, el discípulo del Señor.

¿Estamos bajo amenaza en Colombia?¡Me temo que sí!

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Un poco

de historia...

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Colombia en los años 90

La nación viL y menospreciada a punto de ser visitada por eL espíritu santo

Hay algo que las nuevas generaciones no saben acerca de nuestra nación, y ya los viejos lo estamos olvidando. Los que fueron testigos de los hechos han estado abandonando este mundo o han tenido que enfrentar la rebelión de sus neuronas. Hemos olvidado que, en el pasado, la nación de Colombia fue menospreciada por las otras naciones du-rante un largo tiempo. Ser colombiano implicaba llevar un letrero de enojado, violento, mafioso o peligroso. El enojo sin freno y descontrolado de nuestros nacionales —el eno-jo heredado de Caín— trascendió nuestras fronteras.

Mostrar el color de nuestro pasaporte —marrón oscu-ro— en los aeropuertos era casi una vergüenza. En esa épo-ca pocos querían tener esta nacionalidad y pocos querían vivir aquí. Pero los tiempos cambiaron desde los años 90, gracias a una intervención divina en nuestra nación, de la cual no hemos sido muy conscientes. No tanto como de-beríamos estarlo. Y esto nos pone en aprietos delante del cielo.

Así como las personas débiles y viles son escogidas por Dios para avergonzar a los sabios y a los fuertes, también hay naciones que han sido menospreciadas y luego levan-tadas de una manera sobrenatural. Israel, una nación in-significante en el mapamundi, ha sido menospreciada por las naciones a su alrededor, pero Dios mismo guarda esa nación como la niña de sus ojos.

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En Israel y en Colombia se ha cumplido la siguiente es-critura:

...sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo

escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,

a fin de que nadie se jacte en su presencia.

1 Corintios 1:27-29

Colombia está en esa lista de las naciones que también fue-ron menospreciadas y luego privilegiadas. Después de ser una nación tenida en menos, porque no se le veía ningún futuro, hoy se habla de la nación donde la Iglesia Cristia-na ha estado en avivamiento. Y donde hay un modelo de iglesia, exportable a otras naciones. Privilegios que pocos países han disfrutado en este tiempo.

Durante los últimos años, Dios ha hecho cosas en nues-tro territorio, que otras naciones no han experimentado. Cada año cientos de ministros del evangelio visitan a nues-tra nación para participar en congresos y actividades cris-tianas de gran convocación. Y diversos ministerios locales tienen influencia y bases en muchos otros lugares del pla-neta. Muchos de nuestros ministros van por las naciones llevando semillas de bendición.

Por los años 1990, Colombia era una nación menospre-ciada, en extremo, a nivel internacional por los distintos conflictos entre sus habitantes y el alto nivel de violencia interna. Los ciudadanos que salíamos al extranjero pudi-mos experimentarlo en carne propia. Además, de que nos

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retuvieron los pasaportes en los aeropuertos, nos requisa-ron las maletas y nos ultrajaron como si todos los colombia-nos fuéramos narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares o hampones. Todos éramos sospechosos. También nos hicie-ron preguntas humillantes que no le hacían a ninguno de los otros viajeros, que iban con nosotros en el mismo vuelo; simplemente porque ellos eran de otra nacionalidad y te-nían pasaportes de otro color.

En una ocasión —una de tantas— llegué a las nueve de la noche al aeropuerto de El Salvador con mi esposa Betty y otro pastor para asistir a un congreso del ministerio La Higuera. El pastor Carlos Humberto Sierra y yo éramos parte del grupo de los conferencistas. Fuimos los primeros en bajar del avión, pero nos retuvieron por varias horas bajo amenaza de que no nos iban a dejar entrar, y al día siguiente seríamos devueltos a Colombia. Y todo porque éramos de nacionalidad colombiana. Al final, por un mila-gro de Dios, nos permitieron ingresar al país. Pero todavía bajo sospecha.

Desde los años 1990 hasta hoy, el mundo ha visto gran parte de la obra que Dios ha hecho en esta nación. Aunque no todo cambió, muchas cosas si mejoraron, tanto en lo natural como en el área espiritual. Especialmente en el de-sarrollo y extensión de la iglesia cristiana evangélica.

Durante las tres últimas décadas —desde 1990 al 2020— Dios derramó sus bendiciones a manos llenas sobre la iglesia cristiana de la nación, para que luego esta bendi-ción pasara a las distintas esferas de nuestra sociedad. Y co-mo objetivo final, Colombia compartiera de gracia, con las otras naciones, todos los favores recibidos. Son casi treinta años donde los cristianos hemos conocido la generosidad

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del Espíritu Santo. La gracia abundante del Hijo de Dios. Y el amor del Padre, sin medida.

¿De dónde salía la mala fama de Colombia?

Como Caín y Abel, los habitantes de nuestra nación se es-taban matando unos a otros como nunca. Desde diferentes uniformes, posiciones, consignas y odios, se disparaba y se asesinaba sin ninguna compasión. La polarización política, el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y la delincuen-cia común estaban desaforados.

Estos grupos, en su guerra contra el gobierno que los perseguía, no tenían reparos en poner carros bomba en centros comerciales llenos de gente, incluyendo niños; en edificios de instituciones judiciales o en lugares públicos. Tampoco sentían el más mínimo remordimiento por cada policía uniformado que era asesinado en cualquier esquina de manera intencional y programada. Los sicarios recibían grandes recompensas en efectivo.

En ese tiempo, Colombia se hizo famosa también por las guerrillas, sus masacres con cilindros bomba con los que atacaban a la población civil, los carros bomba en los clubes privados, los cuellos bomba que explotaban en la humani-dad misma de las personas adineradas que no pagaban las exigencias de sus captores. Habían secuestros individuales y colectivos, sin contar las extorsiones permanentes. Todo era un caos.

Además, adquirieron fama fuera de nuestras fronteras los movimientos paramilitares que buscaban contrarrestar la avanzada guerrillera. En sus comienzos eran gente civil, hombres y familias que, al ver la incapacidad del gobierno

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para controlar a esas bandas feroces, decidieron defenderse tomando las armas. Se organizaron en bloques en las dis-tintas regiones de la nación. Y lograron, de cierta manera, detener la avanzada guerrillera de tendencia izquierdista comunista, que buscaba tomarse el poder. Pero el remedio resultó ser peor que la enfermedad. Los paramilitares, con la intención de amedrentar a los guerrilleros, pero más es-pecialmente con el deseo de asustar a los aspirantes a entrar a las filas de la guerrilla, hicieron cosas iguales o peores que los grupos insurgentes. Sus masacres fueron tanto o más violentas que las de sus adversarios, llegando al punto de descuartizar a sus enemigos con motosierras eléctricas. Algo nunca visto antes. El enojo y la violencia cada día subían de nivel.

Se sabe de algunos lugares donde la mayoría de los hombres fueron ajusticiados en la misma noche, y por lo tanto, se convirtieron en pueblos fantasmas de sólo muje-res viudas, madres cabeza de familia desprotegidas y niños huérfanos, que acumularían en sus entrañas, una nueva do-sis de odio, resentimiento y terror, para ser soltados con más violencia que antes en las próximas generaciones.

En Colombia se inventaron y se estrenaron casi al mis-mo tiempo todos los tipos de violencia, tanto por parte de los carteles de la droga, como por los guerrilleros, los pa-ramilitares, o la delincuencia común; como también por el mismo ejército que defendía al gobierno. Cada día las primeras planas de los periódicos y en los noticieros los titulares contaban acerca de una nueva tragedia. Una nueva matanza o un nuevo secuestro masivo.

La inseguridad y la zozobra eran permanentes. El temor estaba latente en los corazones de todos los colombianos.

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Principalmente, en las zonas rurales las familias sufrieron todo tipo de oprobio, acusaciones de un bando o de otro, reclutamiento forzado de niños y niñas, violaciones, des-plazamientos, etc.

Y como si todo esto fuera poco, en el pueblo colombia-no, desde antes de los años noventa, se venían presentando asesinatos políticos selectivos de un bando y de otro, ade-más de una gran ola de corrupción en las esferas del gobier-no, y una profunda crisis económica. Algunos, por no decir muchos líderes políticos importantes, fueron asesinados, lo que polarizó mucho más al país.

Era tan difícil vivir en ese tiempo en Colombia que un gran número de ciudadanos huyeron y se establecieron en naciones como Venezuela, España, México, Estados Unidos, y otras. Incluso, hubo un éxodo continuado de familias enteras.

En momentos, con todo lo que acontecía en medio nues-tro, los colombianos fuimos perdiendo nuestra capacidad de asombro. Nuestro corazón se endureció para no sufrir. El mío, fue uno de ellos. Ya las noticias y la maldad pasa-ban ante nuestros ojos como algo normal. La violencia se había vuelto parte de nuestra cultura, algo así como nues-tro pan de cada día. Sin ninguna solución a la vista.

Sin poder evitarlo, nos endurecimos. Eran tantas las tragedias y tan seguidas, unas de otras, que ya nada nos sorprendía. Salieron callos en nuestra sensibilidad huma-na. No había diálogo, aunque sí muchos intentos fallidos. Tampoco había perdón. No existían las nuevas oportuni-dades para aquellos que reconocieran su equivocación, y tampoco nadie quería reconocer que se había equivocado.

La Ley del Talión había salido de su tumba, como un espanto perverso, recorría nuestras calles. Las asfaltadas,

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pero también las destapadas y polvorientas en las monta-ñas colombianas. Sólo que ahora, La Ley del Talión iba armada hasta los dientes y decidida a llevarse por delante todo lo que encontrara en su camino.

Mi corazón también se endureció como una fría loza de mármol. La esperanza había abandonado nuestro pre-supuesto de vida. Pues, Colombia se había convertido en la Nación Caín de Latinoamérica.

¿Dónde estaba Dios?

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¿podría saLir aLgo Bueno de coLomBia en Los años 90?

Para entonces, Colombia era una nación que no tenía nada bueno que ofrecerse a sí misma ni a las naciones, pues, en el exterior, estábamos narcotizando especialmente a los jóvenes del mundo con todo tipo de drogas alucinógenas y en el inte-rior el enojo de Caín se había esparcido por todos lados como un virus incontrolable. Nos estábamos matando entre compa-triotas. Entre coterráneos aun de la misma sangre.

Pero Dios, en su soberanía iba a intervenir en Colombia. Iba a hacer algo nuevo y maravilloso. Sorprendente. Como cuando Jehová le dijo al niño y profeta Samuel que haría cosa nueva en Israel, después del sacerdote Elí. Así también sucedió en Colombia. Y aunque en Israel era una época en que todo estaba en caos y oscuridad, y el cielo guardaba un silencio profundo; sucedió lo inesperado. ¿Qué le susurró el Dios Altísimo al niño Samuel?

Jehová dijo a Samuel:He aquí haré yo una cosa en Israel,

que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos.

1 Samuel 3:11

Promesas divinas de restauración para Colombia

De la misma manera que sucedió en la nación de Israel en la antigüedad, Dios prometió que haría una cosa nueva en Colombia y todo parecía indicar que sería a partir de los

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años 90. En ese entonces, nuestra nación recibiría no una voz sino muchas voces de esperanza. Promesas de restaura-ción y bendición, que parecían imposibles y absurdas ante la dura realidad que por entonces estábamos viviendo.

Se escucharon un sinnúmero de mensajes proféticos que a mí —como cristiano neófito— me costaba trabajo creer y aceptar. Pues, siendo sincero, no aceptaba que el Dios del cielo estuviera mínimamente interesado en Colombia. Y que pudiera cambiar el caos, la zozobra, el temor y la des-esperanza que se veía en el rostro de la gente. Sin embargo, cuando al interior del pueblo cristiano se escucharon esas promesas, fueron aliento directo desde el cielo y una in-yección de esperanza renovadora. Entonces lentamente las cosas comenzaron a cambiar.

Si miramos hacia atrás podemos comprobar —por los hechos ocurridos y registrados— que Dios sí cumplió mu-chas de esas promesas. Sólo que la Iglesia y sus sacerdotes —el primer escalón de bendición que tuvo en las manos el poder de cambiar la realidad de la nación— no respondió a la altura que debió hacerlo. Todavía estamos en deuda. Y, por lo tanto, en peligro.

Y si la Iglesia de una nación que es visitada por Dios no responde como debe ser, la sociedad no puede recibir los beneficios del poder divino. Si la sal no sala como debe salar, y la luz no alumbra, la oscuridad y la corrupción vol-verán a avanzar haciendo de las suyas.

¿Se corrompió la sal que debía haber salado en nuestra nación en las últimas décadas?

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¿Cuál era ese propósito de Dios con Colombia?

Con todas las piezas del rompecabezas reunidas y revisan-do las cosas que han sucedido al interior de la Iglesia Cris-tiana, y de la nación, en las tres últimas décadas —1990 a 2020— podemos concluir cuál era ese propósito:

• Colombia fue escogida por el Cielo para ser un modelo de nación restaurada por Dios y a través de la Iglesia unida y unánime, llevar luego ese di-seño a otras naciones.

El Señor quería mostrar al mundo, a través de Colombia —vil y menospreciada por las otras naciones— que Dios sí podía cambiar los corazones enojados, heridos y violentos en extremo.

En Colombia los corazones serían desenojados y deso-fendidos a través del Cuerpo de Cristo... “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miem-bro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Efesios 4:16.

Si los líderes de la Iglesia de cada ciudad y de la nación hubiéramos trabajado como un solo hombre, como real-mente debe operar el Cuerpo de Cristo, Colombia habría sido alcanzada por el evangelio y transformada en un muy alto porcentaje. Sin embargo, a pesar del sinnúmero de bendiciones, esa no es la realidad de las cosas.

• Colombia estaba destinada a ser un modelo de transformación.

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Colombia sería la nación que habría dejado su pasado vio-lento atrás y ahora sería ejemplo visible en el caminar jun-tos, unánimes y solidarios. Colombia pudo ser —no sé si todavía esté a tiempo— un gran instrumento en las manos de Dios para llevar un modelo de unidad y bendición más allá de nuestras fronteras.

¡Entonces Dios habría sido glorificado por todas las na-ciones!

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Palabras proféticas

en los años 90

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profecías para caLi y La nación

Y como Dios no hace nada sin antes comunicarlo a sus profetas —comenzando la década de los 90— cuando la situación estaba más terrible, el barco se estaba hundiendo, y ya casi no había margen de maniobrabilidad; los púlpitos de diversas congregaciones, en las diferentes ciudades de Colombia, comenzaron a recibir mensajes de parte de Dios.

Palabras de esperanza fueron soltadas por líderes pro-féticos locales y por profetas visitantes del extranjero que traían promesas de cambio, restauración, gracia y favor provenientes del Trono Celestial.

Varias de estas voces proféticas, se escucharon en los congresos de pastores, las conferencias, los seminarios y los simposios de adoración que abundaron por esa época; y en una que otra reunión mensual de los ministros del evange-lio de algunas ciudades.

¿Podría ser que Dios metiera su mano y cambiaría a Colombia? ¿Estaba Él interesado en sacarnos del lodo cenagoso? ¿Sería posible que nuestra dura realidad fuera transformada algún día? ¿Y si esto era verdad, cómo Dios iba a cumplir esas palabras? ¿Cuándo? ¿Y a través de qué o de quién?

La verdad, por los años 90 me costaba trabajo pensar que las cosas pudieran cambiar en mi nación. Yo también había perdido la esperanza. Y como era un creyente recién nacido y un principiante de la fe en Cristo, no tenía la su-ficiente confianza en que Dios pudiera hacerlo. Práctica-mente, era imposible ver un cambio en medio del caos que vivíamos en ese tiempo.

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Hoy sabemos, por aquellos que se ocupan de estudiar los avivamientos, que las ciudades donde fue derramado el Espíri-tu Santo no tenían nada de qué jactarse. Fueron por lo regular, lugares llenos de borrachos, prostitutas, hombres y mujeres maldicientes y una juventud sin aparentes perspectivas. De ello nos habla, por ejemplo, el avivamiento en Gales, relatado por Norman Grubb en su biografía del intercesor Rees Howells.

O los avivamientos descritos por el investigador George Otis Jr., en el video Transformaciones. En donde curiosamen-te se estima a cuatro ciudades que registraron avivamientos, entre ellas Cali, ciudad colombiana que vivió un tiempo de derramamiento del Espíritu Santo en los años 90.

De tal manera, sobre esta Colombia llena de pecado, había un plan. Y mandó a decírnoslo por sus mensajeros. Fui testigo de cómo algunos hombres profetizaron lo que iba a suceder y posteriormente pude ser testigo también de su cumplimiento. Mientras que Rony Chaves daba una idea de lo que podría suceder en Colombia, si el liderazgo cristiano era sensible a oír y obedecer a Dios, otros dos pre-dicadores proféticos, se enfocaron en la ciudad de Cali. Yo oí lo que salió por sus bocas. No me lo contaron.

Uno de ellos, John Shisby, un predicador norteamericano, habló lo que Dios estaba demandando a los pastores de la ciudad de Cali. Y el otro, Edgardo Martínez, un argentino, describió proféticamente lo que la Iglesia de la ciudad y la ciudad misma iban a experimentar de parte del cielo: algo así como una visitación del Espíritu Santo sin precedentes.

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Las profecías que escuché

Iniciando los años 90, se escucharon muchas profecías de restauración en nuestra nación, pero me voy a referir es-trictamente a las profecías que oí presencialmente. No son profecías que me contaron. Sino profecías que mis oídos recibieron de primera mano.

Debo aclarar, que las palabras proféticas que escuché no provenían de grandes profetas reconocidos. Ni de profetas famosos en extremo. No, más bien puedo decir que eran predicadores sencillos con un don profético, y que en me-dio de sus enseñanzas, el Espíritu Santo soltó sus promesas y sus advertencias para la ciudad de Cali y para Colombia.

Cada uno profetizó unas circunstancias renovadoras completamente diferentes, pero que con el tiempo se iban a complementar. De todos modos, el mensaje era que, tanto Cali como Colombia iban a cambiar radicalmente.

Estos profetas fueron:• Rony Chaves, de Costa Rica• John Shisby, de Estados Unidos• Edgardo Martínez de Córdoba Argentina• John Cleveland (Chandler)de Estados Unidos

Y las profecías se distribuyeron de la siguiente manera:1. Rony, profetizó sobre Colombia2. John Shisby, Edgardo Martínez y John Cleveland

(Chandler), profetizaron sobre Cali

Y todas estas profecías se cumplieron.

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caLi

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Las profecías para La ciudad de caLi

La primera profecía: “Pastores... ¡Devuélvanme mi Iglesia!”

La primera voz profética que escuché directamente so-bre Cali fue a través de un hombre llamado John Shisby, un camionero cristiano de Estados Unidos que, en su tiempo libre, venía a predicar a Cali y a otros lugares. Quien lo invitó por primera vez fue otro misionero norteamericano, Don Rasmussen, quien trabajó por varios años con jóve-nes drogadictos en Bogotá y rescató a decenas de ellos que luego se convirtieron en ministros del evangelio. Donald, como le llamamos cariñosamente, era mi amigo. Y en sus visitas a Cali, era un anciano consejero para mi vida y para nuestra congregación. Un hombre de Dios muy respetado y amado por todos nosotros.

John Shisby fue de congregación en congregación —confieso que yo lo perseguí, impresionado por su men-saje, por varias iglesias en Cali— gritando con gran fuerza y con un tono de reclamo como si fuera un Juan Bautista moderno, que saliendo del desierto de los camiones y el asfalto de las carreteras norteamericanas gritaba una y otra vez: “Pastores... ¡Devuélvanme mi Iglesia!”, “Pastores... ¡Devuélvanme mi Iglesia!”, “Pastores... ¡Devuélvanme mi Iglesia!”.

La Segunda profecía: “Te reirás de lo que voy a hacer en esta ciudad”

La segunda profecía sobre Cali, la escuché justo cuando yo estaba a punto de entregar mi cargo como secretario de

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la junta directiva de ASMICEV, el cual ejercí durante dos años. Era un viernes y la asamblea general estaba progra-mada para el día siguiente. El tema principal era la elección de nuevo presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y vocales. Y yo no calificaba para ser el presidente, porque no cumplía muchos de los requisitos al interior de la iglesia cristiana evangélica de ese tiempo para liderar a la asocia-ción. Yo simplemente pastoreaba una iglesia de garaje. No pertenecía a ninguna denominación. Y no había ido a nin-gún instituto bíblico.

Durante los dos años anteriores con la junta, en cabeza del pastor Alfonso Díaz, nos habíamos enfocado en algu-nos temas necesarios: fortalecer la institución, sanar los co-razones heridos de algunos pastores que no habían vuelto a las reuniones mensuales —y estaban aislados—, sanar algunos conflictos viejos que había entre algunos pastores, principalmente por el tema de traslado de ovejas de una congregación a otra. Pero también habíamos logrado for-talecer la oración semanal en las 22 comunas en que la ciu-dad estaba dividida. Lo logramos nombrando un líder por cada comuna con el respaldo de la asociación de ministros. Eran los brazos de la asociación de pastores en las diferen-tes zonas de la ciudad.

El pastor Edgardo Martínez llegó en compañía de un pastor del Perú llamado Oscar Valle. Entiendo que John Shisby y Edgardo Martínez, a pesar de haber pasado por Cali en la misma época, nunca se conocieron. Pero Dios los usó a los dos para trazar y complementar un diseño espi-ritual para la ciudad en el cual, hasta ese momento, nadie había pensado.

Las cosas sucedieron de la siguiente manera:

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Un día antes de la elección de la nueva junta directiva, a eso de las tres de la tarde, la secretaria me anunció que había dos pastores que venían desde la Argentina que querían ha-blar con el secretario de ASMICEV. Los hice pasar. Ellos me contaron que estaban en un viaje misionero por varios paí-ses, dejando algunos de sus líderes en las distintas ciudades que ya habían visitado. Acababan de llegar a Cali, con la fir-me intención de dejar a un misionero en nuestra ciudad para comenzar una nueva congregación. Me contaron acerca de su denominación, credenciales, experiencia ministerial, etc.

Como yo no tenía experiencia para manejar esos asun-tos, no me sentí con derecho a rechazarlos o a ponerles trabas. Más bien, traté de ser lo más amable posible. Y me ofrecí para ayudarles a buscar un local de acuerdo con el presupuesto que tenían estipulado. La reunión duró unos veinte minutos. Y al ver que no tenía muchos más temas que hablar con ellos, decidí orar para darles la bienvenida a la ciudad. Los bendije y traté de dirigirme hacia la puerta para despedirlos.

Pero en ese mismo instante, el pastor Edgardo Martí-nez, quien nunca se identificó como profeta, puso su mano sobre mi cabeza y soltó una palabra que para mí resultaba muy curiosa e impactante. Le escuché decir:

—“Te reirás de lo que voy a hacer en esta ciudad”Y en ese momento comenzó a relatar —como si las es-

tuviera viendo— una cantidad de situaciones como si la ciudad estuviera experimentando un avivamiento espiri-tual, sin precedentes. Detallaba una y otra cosa, pero hacía énfasis en las multitudes. En la unidad de los pastores y en las visitas que del extranjero llegarían a la ciudad a causa de lo que estaba aconteciendo en medio nuestro.

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Y al final agregó:—Y en este momento mi siervo, pongo en tus manos un

cetro de autoridad. Y si te mantienes pequeño y humilde en mi presencia, y si fueres fiel en lo poco, sobre mucho te pondré. Pero recuerda siempre: camina en humildad y mansedumbre. Entonces serás prosperado en aquello que emprendas.

Y terminó diciendo:—¡Así Dice el Señor!Finalmente, ellos se fueron. Pero antes de que salieran

los invité para que asistieran a la asamblea general del día siguiente y conocieran a algunos de los pastores de la aso-ciación de ministros. Luego terminé el informe que estaba elaborando acerca de mi gestión como secretario y que de-bía presentar al día siguiente en la asamblea. Después me fui a casa.

Pero lo que más llamó mi atención mientras el hombre profetizaba era el asunto de: “...pongo en tus manos un cetro de autoridad”. ¿Para qué quería yo un cetro de au-toridad, acaso no era el pastor de la pequeña iglesia que estaba a mi cargo?

Al día siguiente, el pastor Edgardo de Argentina y el pastor peruano asistieron a la asamblea. La junta saliente hizo todas las presentaciones correspondientes. Y luego se procedió a la elección de junta directiva. Y, contra todos los pronósticos, todas las cábalas, todas las expectativas y todas las posibilidades, resulté elegido como presidente de ASMICEV, en reemplazo del pastor Alfonso Díaz, quien ha-bía hecho una excelente labor durante los dos últimos años.

Y los dos, a pesar de las diferencias, habíamos hecho un excelente equipo de trabajo con toda la junta directiva de

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ese entonces, y las distintas comisiones de trabajo que se habían conformado. Lo cual más adelante narraré de ma-nera detallada, así como lo concerniente a la elección, para que yo resultara nombrado nuevo presidente de la junta de ASMICEV. La mano de Dios fue muy evidente.

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eL cumpLimiento de Las dos primeras paLaBras proféticas en caLi

Tanto la Palabra profética de John Shisby como la de Ed-gardo Martínez se cumplieron en muy poco tiempo.

¿Cómo se cumplió la de Jhon Shisby?

En cuanto a la profecía de John Shisby: “Pastores devuél-vanme mi Iglesia”, en los meses siguientes vimos como el espíritu de Faraón —de dominio y control sobre las ove-jas— que había en la mayoría de los pastores de la ciudad, y también en mí, se fue desvaneciendo poco a poco. Fue desterrado por algunos años de la Iglesia de la ciudad.

Antes ningún pastor, por temor, permitía que sus ovejas se mezclaran con las otras ovejas de los otros ministerios. Sin embargo, en los meses siguientes, no sólo los pastores, sino también los líderes de las denominaciones, y de la ma-yor parte de las congregaciones de la ciudad y las mismas ovejas terminamos entremezclados. Trabajando en equipo por la ciudad. Como un solo hombre.

Nuestros líderes y ovejas comenzaron a apoyar el mo-vimiento de unidad y oración que se fue generando en la ciudad. Y empezaron a formar parte de las distintas co-misiones que ASMICEV fue creando: jóvenes, adoración, ujieres, evangelismo, mujeres, negocios, intercesión, etc.

A cada área se le asignó un líder de ciudad. Los adora-dores se reunían con los otros adoradores y los líderes de jóvenes con los otros líderes de jóvenes de las otras iglesias. Esto también se hizo con los demás ministerios. Se necesita-ban como mínimo doscientos cincuenta ujieres para ayudar

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en las jornadas de oración y estos provenían de las diferen-tes denominaciones e iglesias.

Poco a poco fuimos perdiendo el miedo a que las ovejas nuestras nos abandonaran. Había sido un miedo infiltrado por las tinieblas desde muchos años atrás. Sin darnos cuen-ta, le habíamos devuelto al Espíritu Santo Su Iglesia.

¿Cómo se cumplió la profecía de Edgardo Martínez?

Con respecto al cetro de autoridad, al día siguiente de que los pastores argentino y peruano me visitaron en mi oficina, fui nombrado —fuera de toda lógica y expectativa— como el nuevo presidente de ASMICEV, la asociación de pastores.

Después de un proceso de sanidad pastoral que ya venía desarrollándose y el incremento de la oración en las dife-rentes comunas, comenzaron las famosas Vigilias Unidas donde participaban hasta 45.000 personas. Cristianos y no cristianos. Prácticamente en estas vigilias que se hacían hasta dos y tres veces al año participaban la mayoría de los pastores y las iglesias de la ciudad. El amor fraternal ha-bía surgido en medio de nosotros. Y no era un movimiento ecuménico. De ninguna manera. Solamente ocurría al inte-rior de la iglesia cristiana evangélica.

Ni católicos, ni Testigos de Jehová, ni Mormones forma-ron parte de este avivamiento.

El Espíritu mismo añadía a la Iglesia los que serían salvos

Con el cumplimiento de las profecías de John Shisby y Ed-gardo Martínez, la ciudad de Cali tuvo el privilegio que

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pocas ciudades han experimentado: ver como las multitu-des llegaban a las grandes vigilias de oración y luego —los nuevos creyentes que eran tocados por el Espíritu Santo durante esta actividad del cuerpo— en los días siguientes se iban repartiendo en las congregaciones de la ciudad. Desde entonces, los nuevos seguían hasta sus iglesias a quienes les habían invitado a la Vigilia Unida de Oración.

Y la oración en las vigilias unánimes —con cerca de 45.000 asistentes— era el punto central del mover de Dios en la ciudad. Además, del mover de unidad y oración de las 22 comunas de la ciudad. Las vigilias eran como un clímax de toda la actividad que se llevaba a cabo en los meses previos. Todos los equipos de trabajo se esforzaban para participar de este gran momento.

Durante esta visitación del Espíritu Santo que estaba ocurriendo en la ciudad, la mayoría de las congregaciones estaban creciendo de manera natural. Y habían surgido mu-chas nuevas iglesias en los diferentes barrios.

En general, la mayoría de los pastores y ministros tenía-mos la convicción de que el Espíritu Santo estaba de visita en medio nuestro. Estaba añadiendo a la iglesia a los que habían de ser salvos. Y este fenómeno era muy evidente. Prácticamente, de un momento a otro en medio de la so-ciedad caleña se volvió común ser cristiano. Incluso, en los estratos altos. Algo que, en años anteriores, era mal visto.

Además del evangelismo que estaba fluyendo como agua, de persona a persona, y familia a familia, el mayor foco de conversiones se llevaba a cabo cuando hacíamos las Vigilias Unidas multitudinarias en el estadio de futbol Pascual Guerrero. Ese era el gran momento, allí se llevaba a cabo la gran pesca milagrosa que luego compartíamos

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entre todos. En una sola de nuestras vigilias calculamos unas 8.000 conversiones. En sólo una noche.

La tarea que los pastores teníamos asignada de parte de la asociación de ministros era que todos debíamos hacer un gran esfuerzo para que cada miembro de nuestra iglesia se encargara de invitar a personas no creyentes a dichas vigilias. Y así ocurría. Por esta razón, las iglesias donde sus miembros invitaban más gente eran las iglesias que más crecían. Habíamos tomado la decisión de eliminar de los eventos masivos y evangelísticos, las famosas Tarjetas de decisión, donde se le asignaba a la persona una iglesia. Se eliminaron porque nos unían antes del evento y nos divi-dían después de éste; y todo porque a la hora de repartirlas se presentaban diferentes conflictos internos.

En las Vigilias Unidas, donde el Cuerpo de Cristo de la ciudad se daba cita en un mismo lugar y en el mismo tiem-po —la jornada era de seis de la tarde a seis de la mañana— los invitados todavía no convertidos a Cristo eran tocados por el mover de Dios durante la adoración, la predicación, los testimonios, la oración por los enfermos, la liberación, la guerra espiritual y la atmósfera de amor fraternal que había en el ambiente.

Los nuevos creyentes eran consolidados de manera in-mediata por el poder del Espíritu Santo. Vimos hombres, mujeres y jóvenes, que llegaban a las iglesias con un nivel de compromiso y amor por Dios y su obra, que no había-mos visto antes.

La palabra profética era una realidad, se había consu-mado.

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Una tercera palabra profética de advertencia:“El enemigo está preparando un engaño

para los pastores de la ciudad”

La famosa predicadora Kathryn Kuhlman solía decir: “Por favor, no entristezcan al Espíritu Santo, es lo único que ten-go”. Ella sabía muy bien que Él fue establecido en la tie-rra en reemplazo de El Señor Jesús, y que se contrista o se entristece fácilmente. Cuando el ambiente se pone pesado, de manera caballerosa, prudente y respetuosa —y silencio-sa— abandona el lugar o las personas que no lo tratan con delicadeza o con el tacto correspondiente.

Esto fue exactamente lo que sucedió en Cali, el Espíritu Santo fue entristecido. Y apagado. Pero hasta ahora —vein-titantos años después— nadie se ha atrevido a reconocerlo ni a explicar qué fue lo que realmente aconteció.

Y tampoco nadie hasta ahora ha explicado cuáles fueron las razones por las cuales la atmósfera de unidad, oración, amor fraternal y avivamiento se fue apagando lentamente. Casi sin darnos cuenta. Al punto que hoy las famosas y multitudinarias Vigilias Unidas de Cali son sólo una histo-ria vieja de la que ya muy pocos se acuerdan. Ya ni siquiera se mencionan. Y ni los jóvenes cristianos de la ciudad saben que dicho avivamiento existió en medio de sus padres. ¡Al-go realmente lamentable!

Como exsecretario y expresidente de ASMICEV, la aso-ciación de ministros —cuando comenzó todo el proceso— me voy a atrever a contar cuáles fueron las razones por las que los pastores, ministros y líderes de la Iglesia de la ciudad, entristecimos al Espíritu Santo. Tanto las razones internas como las externas.

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Confieso que, dentro de las razones internas, yo fui uno de los que causó tristeza profunda al corazón de Mi Señor. Soy tan culpable, o más que mis otros hermanos. Simple-mente, porque en algunos momentos tuve mayor autoridad que ellos. Y como capitán del barco eso me hace más res-ponsable. Más que a todos los demás. Y asumo mi parte.

Lo que usted va a conocer a continuación es mi óptica personal o profética, o las dos juntas, si se quiere. Como un exsecretario y expresidente de la junta de ministros, y estando por varios años en el ojo del huracán, puedo afir-mar cómo fueron las cosas. Con conocimiento de causa y efecto. Efectos buenos y malos. Desde adentro mismo de la junta y no sólo desde la barrera. En medio de los hechos y las decisiones.

Desde esa posición privilegiada puedo narrar todo lo que habíamos ganado en la ciudad y todo lo que perdimos después por no cuidar, como era debido, el tesoro que se nos había prestado. Temporalmente.

Quizás lo que voy a decir a continuación ayude en el futuro, a algunos grupos pastorales y ministeriales a tener cuidado para no perder la bendición de tener al huésped más delicado, tierno y poderoso del universo, en sus ciuda-des. Y en sus vidas. Y cuando esto acontezca, sepan tratarlo con la prudencia y el tacto necesario. Con el respeto, el amor y la delicadeza que Él requiere.

Yo fui necio y torpe en ese tiempo. Y todavía lo sigo siendo, en parte. Mi carne me traicionó. Y también mis te-mores. Mi orgullo y mi comodidad. Y no medí las conse-cuencias. Quizás mi confesión ayude a mis hermanos a no cometer los mismos errores cuando el Espíritu Santo los visite en el más poderoso avivamiento que está por venir

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simultáneamente a muchas ciudades y naciones. Será el Avivamiento más poderoso jamás visto: el avivamiento del Cuerpo de Cristo en sinnúmero de ciudades de la tierra. Al mismo tiempo.

Quizás algunos se rasguen las vestiduras con lo que voy a contar. Otros, se enojen. Unos cuantos me traten de desfa-sado y pretencioso. O, mentiroso. Estoy dispuesto a correr el riesgo, porque sé que esta es una información relevante para las nuevas generaciones de pastores y ministros de la nación y de las naciones. No necesariamente para mi gene-ración.

Y advierto que tengo profunda paz al hacerlo. Confío en la misericordia y el perdón eterno que emanó generosa-mente de la obra de la cruz a mi vida. Mis deudas fueron canceladas y el acta de decretos que pesaba sobre mí, fue anulada en esa misma cruz.

La advertencia

Esta vez, la palabra profética fue una voz de advertencia que llegó tiempo después, justo cuando ya estábamos en medio del cumplimiento de las profecías de John Shisby y Edgardo Martínez. La iglesia cristiana de Cali estaba en medio de una visitación del cielo. Desde hacía un lar-go tiempo las barreras entre los pastores habían caído. El amor fraternal, el respeto y la honra mutua llenaban todos los espacios. Y el Espíritu Santo se movía sobre las más di-versas denominaciones y congregaciones de la ciudad.

ASMICEV, la única asociación de ministros, poco a po-co se había convertido en el eje del avivamiento. De allí salían las instrucciones, las directrices y las estrategias de

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oración. Y la mayoría de los pastores y ministros obedecía-mos sus indicaciones.

Cuando se nos advirtió que el enemigo estaba prepa-rando un engaño, no fue una palabra fácil de asimilar en el pastorado. Para mí —todavía como presidente de la asocia-ción de ministros— esto me puso en alerta. Pero ¿cómo íba-mos a defendernos de un enemigo al cual no veíamos cara a cara; que se movía siempre de manera subterránea, oculta y tramposa? ¿Por dónde, cuándo y cómo iba a levantar su ponzoña venenosa?

El engaño llegó. Cuando más seguros estábamos que lo que estaba ocurriendo en la ciudad provenía directamente del cielo. La verdad es que los pastores cometimos el error de no discutir este punto y alertar de manera inmediata a los intercesores al respecto. Más bien, concluimos sin pro-fundizar mucho, que era una falsa alarma. Una palabra más. No valoramos el mensaje como profético y tampoco lo asumimos como debimos hacerlo. Estábamos muy emo-cionados disfrutando el mover de Dios en medio de noso-tros y no escuchamos la alerta del atalaya enviado.

¿Cómo llegó este mensaje a los pastores?

Sucedió —como lo dije antes— cuando estábamos en pleno avivamiento y el mensaje llegó a través de un predicador, que con frecuencia visitaba a la congregación Comunidad de Fe, donde ministraban los pastores Randy y Marcela Macmillan. Un hombre llamado John Cleveland y apodado Chandler. En medio de una prédica hizo una muy breve, pero seria advertencia. Su mensaje fue como un telegrama:

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“El enemigo está preparando un engaño para los pastores de la ciudad”.

Dijo que tuviéramos cuidado, porque el enemigo trataría de destruir lo que estaba sucediendo en medio de nosotros.

En general, los pastores recibimos esa palabra, con cier-ta resistencia. Especialmente yo reaccioné de manera in-genua, porque pensé que en ese momento los pastores de Cali estábamos blindados de cualquier artimaña del enemi-go. Aunque guardé silencio, me confié. Pensé que era casi imposible que los ríos de agua viva que estaban fluyendo con libertad en la mayor parte de las congregaciones de la ciudad pudieran desaparecer así no más. No veía cómo algo así podría suceder.

Entretanto, el Video Transformaciones 1 —el cual mos-traba el poderoso mover de Dios en Cali— seguía circu-lando por grupos de intercesión y reuniones pastorales de infinidad de ciudades de Colombia y del extranjero. Mu-chos ministros de otras naciones llegaban a Cali para pre-senciar lo que estábamos viviendo. Normalmente lo hacían unos días antes, hasta unos días después de alguna de nues-tras Vigilias Unidas.

Después buscaban contacto con algunos pastores de la ciudad. Todos querían saber cómo la asociación de pas-tores y ministros había logrado llegar hasta ese punto tan alto. Las preguntas iban y venían.

Las tinieblas avanzaron en los corazones de algunos ministros

Frente a estas bendiciones el enemigo no se quedó quieto. Infortunadamente, la realidad fue que finalmente la voz de

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alerta del ministro John Cleveland si era cierta. El enemigo infiltró nuestras filas y lo hizo desde varias esquinas. No sólo usó una estrategia, sino varias.

Los ministros de la ciudad no lo discernimos. No lo de-tectamos. Y no lo vimos aparecer porque no se presentó como un engaño, sino que se camufló en medio de cosas aparentemente buenas, sanas y espirituales. Llegó con la promesa de hacer crecer nuestras iglesias de manera más rá-pida y extravagante. Y con la sugerencia de entregarnos los reinos de este mundo siempre y cuando optáramos por la in-dependencia del Cuerpo de Cristo de la ciudad. Otra manera sutil de salirnos de la centralidad de la persona del Señor.

Por primera vez escuchamos un "susurro", una voz que se propagó por todos lados, especialmente en los ministros pequeños que estaban picados por el encantamiento de cre-cer vertiginosamente a como diera lugar:

“Dos visiones traen división”. No se puede trabajar al mismo tiempo con visión de unidad para la ciudad y hacer crecer nuestro ministerio. Si se quiere tener éxito debemos concentrarnos exclusivamente en nuestro ministerio.

Entonces, poco a poco vimos cómo todo el mover del Espíritu Santo en la ciudad comenzó a debilitarse. Muchos perdieron la noción de equipo, trabajando como un solo hombre para enfocarse en aumentar —de manera inten-sa— el número de miembros en sus iglesias.

En otras palabras, el mover del Espíritu Santo fue des-plazado. Ahora había otras estrategias, visiones, intereses, misiones, metas y obsesiones incontrolables en los corazo-nes de los ministros.

Y, aun así, podemos decir que, omitiendo nuestro pe-cado, la ecuación de Dios que mencionaré a continuación,

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si funciona. ¿Si funcionó en Jerusalén y en Cali, por qué razón no funcionaría en tu ciudad?

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¿caLi, eL LaBoratorio de dios para LLevar avivamiento a La nación?

Una revelación tardía

La ecuación para que el mundo crea: Hechos 2:1-2 y 6

Siendo sincero, sólo un largo tiempo después del gran even-to que experimentamos en Cali, mis ojos fueron abiertos para entender qué fue lo que realmente nos ocurrió en los años 90. Desde entonces, pude ver las cosas desde la ópti-ca del cielo y no sólo desde mi entendimiento limitado y terrenal. O, desde el entendimiento religioso y evangélico. Había algo más profundo por descubrir. Y más revelador, que hasta entonces mis ojos espirituales no habían captado.

Estaba claro que sólo había comprendido y conocido en parte. Pero no había visto la verdadera dimensión —desde la perspectiva del Nuevo Testamento y más exactamente desde el libro de Los Hechos— de ese acontecimiento, en el que fui involucrado de una manera sobrenatural. Y espon-tánea. Sin previo aviso.

Unos le llamaron una visitación del Espíritu Santo a la Iglesia de Cali, otros un gran mover de Dios y otros un avi-vamiento. No importa cuál de las tres expresiones se prefie-ra, lo importante es que la Iglesia de la ciudad (la mayoría de las denominaciones, congregaciones y ministerios) al mismo tiempo fueron envueltos en un gran fluir de restau-ración, perdón, sanidad, oración, unidad y manifestación poderosa del Espíritu de Dios. Las multitudes formaron

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parte de este gran movimiento que trascendió nuestras fronteras y llegó hasta la mayor parte del mundo cristiano en los años siguientes.

En ese tiempo, muy especialmente, se hizo evidente el despertar de conciencia en el liderazgo y en el pueblo de Dios: éramos el Cuerpo de Cristo de nuestra ciudad. Todos, absolutamente todos: grandes, pequeños, denominaciona-les, independientes, carismáticos, históricos y pentecostales. Y hasta las iglesias de garaje formamos parte activa de este mover que únicamente aconteció entre los evangélicos.

Las primicias para un gran mover nacional

Ahora estoy convencido que lo ocurrido en Cali por los años 90 fue un experimento de Dios. O, mejor aún, un ade-lanto. O, también, la primicia para la iglesia cristiana de Cali y Colombia. Cali era sólo el comienzo.

Si lo que ocurrió en Cali por los años 90 —bajo la direc-ción de Dios— se hubiera llevado a las otras ciudades, muy posiblemente hubiéramos visto un mover poderoso del Es-píritu Santo a nivel nacional. O, por lo menos, en algunas otras ciudades de la nación.

Teníamos la práctica mas no el mensaje

Desde Cali no supimos transmitir el mensaje a las otras ciudades, aunque siempre estuvimos abiertos a compartir lo que teníamos en las manos. Muchos pastores y ministros nos visitaban desde diferentes rincones de la nación y parti-cipaban con libertad de nuestras celebraciones en el estadio y en medio de las multitudes. Siempre los pastores tenían

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un área especial, tanto los locales, como los invitados y los visitantes. Pero no supimos explicarles “el cómo” había-mos llegado hasta ese nivel de bendición.

Y sólo hasta un tiempo después pudimos entender la razón. Más adelante las aguas se fueron aclarando como cuando se tira un puñado de arena en un acuario. En un comienzo el agua queda turbia, pero a la mañana siguiente la arena se ha acumulado en el fondo y el agua está com-pletamente clara y transparente. Así es como lo de Cali, lo vimos más claro en la medida que pasaba el tiempo. En la medida que mirábamos por el espejo retrovisor.

¿Por qué razón?

En un comienzo no teníamos nada claro, porque habíamos hecho varias cosas al mismo tiempo y no teníamos un algo único a lo cual atribuirle lo que estaba aconteciendo. No se-guimos un plan o una estrategia trazada previamente. No teníamos una visión, misión y metas. No seguimos un sue-ño o una visión de alguien. Tampoco un profeta nos dijo los pasos que debíamos seguir. No, nada de esto. El asunto no era una simple estrategia organizacional.

Caminábamos en Juan 3:8, como los nacidos del Es-píritu que no saben de dónde vienen ni a dónde van, pero seguíamos el viento de cada día y de cada reunión dentro de la junta. Cada día tenía su propio afán, pero también su propio direccionamiento. Su propia guía divina.

Nos enfocábamos en lo que iba apareciendo poco a po-co en los corazones del equipo directivo de ASMICEV. Y de manera espontánea. Así que la estrategia que seguimos du-rante mucho tiempo no tuvo rostro ni forma. Ni estructura

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alguna. Sólo obedecíamos lo que, en consenso, creíamos que era lo bueno, lo justo y lo amable.

Nuestras reuniones de junta se enfocaban en buscar cuál era la voluntad de Dios para el momento. No se to-maban decisiones por mayoría de votos sino por el consen-so y el sentir de qué era lo mejor para la ciudad y para la Iglesia. El versículo clave era: “Le pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros...” Hechos 15:28. Y la señal de que El Espíritu estaba en el asunto era que no había guerras campales, ni imposiciones, ni orgullos heridos. El respeto, el amor fraternal y la honra sazonaban nuestras reuniones. Estábamos enfocados en Cristo. Su voluntad era nuestra centralidad.

Incluso, tuvimos un intento de transmitir el mensaje de unidad que estábamos viviendo y para ello programamos El Congreso Iberoamericano de Unidad, al cual asistieron ministros de varias ciudades de Colombia y de otras nacio-nes. Pero, a la hora de evaluar cuál era el mensaje central que debía salir de Cali, y de nuestra experiencia, no lo te-níamos claro.

Podíamos decir qué estaba sucediendo entre nosotros, pero no exactamente ¿cómo se generó?. Entonces decidi-mos invitar a conferencistas internacionales para que ha-blaran de unidad, que, entre otras cosas, lo hicieron muy bien. Y fueron de gran bendición con sus mensajes. Pero nosotros, que estábamos viviendo la unidad y la manifesta-ción del Espíritu Santo en y a través del Cuerpo de Cristo de la ciudad, en ese momento no sabíamos explicarlo.

Mirando por el espejo retrovisor, un tiempo después de los hechos, pudimos ir poniendo las cosas en claro. En este

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documento trato de recopilar algunos puntos importantes y relevantes.

La llave para un avivamiento

¿Cómo descubrí la real perspectiva del cielo en lo que había ocurrido mucho tiempo atrás en Cali? Perspectiva qué no habíamos podido explicar en ese tiempo. ¿Qué fue lo más importante que hicimos en los años 90 que detonó la bom-ba de la unidad e hizo clic para que los cielos se abrieran?

En realidad, en todas las ciudades se hacen la mayor parte de las cosas que nosotros hicimos. Pero ¿qué fue lo diferente? ¿O, lo especial? ¿O, lo exclusivo? ¿Y por qué ra-zón, sólo hasta ahora mis ojos serían abiertos en el Nuevo Testamento para comprender lo que ocurrió en Cali?

Lo que voy a compartir quizás sea algo simple y obvio para muchos, pero para mí resultó novedoso. Impactante. Y revelador. Creo que tiene que ver con lo que está a punto de acontecer en muchas ciudades del mundo. El Espíritu Santo nos está alertando y preparando para que entenda-mos sus próximas jugadas maestras en su ajedrez en las na-ciones. Y quizás, el entender lo que sucedió en Cali, pueda aportar un grano de arena.

Los ministros jóvenes que puedan captar la esencia de lo que voy a compartir a continuación tendrán una llave en las manos, o una herramienta, para comprender cómo in-tentar crear la atmósfera para que el Espíritu Santo se sien-ta cómodo y se manifieste en medio del liderazgo espiritual y en la iglesia de las ciudades. Y también, en la sociedad en que la iglesia reciba su visitación.

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¿Dios en su infinita sabiduría tiene muchas llaves de avi-vamiento —y muy diversas—, pero en Cali nos funcionó una muy especial? Aquí va...

Una revelación fresca

Lo que ocurrió hace un tiempo fue lo siguiente:Cierta mañana estaba leyendo —por enésima vez— el

capítulo 17 de Juan. Muchas veces había predicado sobre este tema en las diferentes ciudades y naciones donde me invitaron para compartir acerca de cómo habíamos logra-do el proceso de unidad en Cali y atraer a las multitudes dos y tres veces al año al estadio de fútbol donde llevába-mos a cabo las Vigilias Unidas.

Esta vez, cuando leí los versículos del 20 al 23, algunas palabras comenzaron a resaltar ante mis ojos. Era como si se movieran, o tuvieran un brillo especial. Algo que no había ocurrido antes en este pasaje. Era, como si estas pa-labras tuvieran vida propia y quisieran llamar mi atención. Las dos palabras eran: “Para qué”. Ahora veamos el texto:

Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,

para que todos sean uno; como tú, oh, Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros;

para que el mundo crea que tú me enviaste.

La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.

Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que

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tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Estas dos palabras comenzaron a mostrarme una intencio-nalidad dentro del texto:

• para que... todos sean uno• para que sean perfectos en unidad• La gloria que me diste yo les he dado para que

sean uno...• para que... el mundo crea que tú me enviaste• para que el mundo conozca que tú me enviaste

Ser uno, perfectos en unidad, y con su gloria otorgada por Él, ¿Para qué?

La respuesta es clara: para que el mundo crea y conozca... que tú me enviaste.

En ese instante, de manera espontánea de mi corazón salió una frase dirigida al Señor:

• ¡Señor, esto es lo que nosotros vivimos en Cali por los años 90! ¡Los pastores y los ministros de la ciudad nos unimos y las multitudes llegaban a nuestras Vigilias Unidas! Y la asistencia oscilaba entre 45.000 o 35.000 personas.

Hice una pausa y luego agregué:

• Pero Señor, no conozco un pasaje bíblico donde los líderes se unieron y las multitudes, como en Cali, se hayan movilizado.

Entonces, como un rayo, apareció la respuesta. De ma-nera inmediata escuché en mis oídos a La Voz que me dijo: Ve a Hechos 2.

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Siendo honesto, en ese momento se me escapó una son-risa, como a Sara la mujer de Abraham. Aunque traté de contenerla, no pude hacerlo. ¿La razón? Prácticamente me sabía Hechos 2 de memoria. Lo había predicado infinidad de veces especialmente a los nuevos creyentes que llegaban a nuestra congregación. Sobre todo, cuando iba a abordar el tema de el don de lenguas.

Sin embargo, resignado, pero respetuoso, abrí mi Biblia para buscar Hechos 2 y repasar nuevamente el tema el don de lenguas. Fue lo que pensé en ese momento.

Abrí La Biblia, en la versión Reina Valera de 1960, y pasé varios bloques de páginas hasta que llegué a Hechos. Luego busqué el capítulo 2. Entonces, leí en voz alta y de manera pausada el primer versículo:

Versículo 1

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes... juntos.

Observe que en esta parte la versión Reina Valera 60, usa dos expresiones para identificar la manera como los dis-cípulos se encontraban. No sólo estaban reunidos en un mismo lugar, que es lo que la mayoría hacemos en nuestras reuniones ministeriales. Sino que, antes que unidos esta-ban: Unánimes.

Y para poder estar unánimes, con toda seguridad, de-bieron cumplir un proceso previo para revisar sus cora-zones, orar y tomar algún tiempo para ponerse a cuentas. Para estar unánimes debían estar en paz los unos con los otros. Y para ello debieron ejercitar el perdón y sacar de

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sus corazones las ofensas y los enojos añejos. En otras pa-labras, para ese momento debieron estar sanos.

El primer versículo de Hechos 2 nos sugiere que sus tiempos de oración iban más allá de estar sólo juntos, tam-bién como no había prevenciones, rencores o descalificacio-nes, fácilmente podían orar en acuerdo.

Analicemos un poco más los dos conceptos que nos da la Biblia Reina Valera 60:

1. Juntos, nos habla de lugar y espacio.2. Unánimes, nos habla de actitud y enfoque. Hu-

mildad. Perdón. Paz. Y ausencia de sentimientos hostiles hacia sus hermanos.

Unánimes se puede ampliar a: pensar, creer, bus-car, anhelar y orar por exactamente lo mismo. Y esto nos traslada a Mateo 18:19:

Esto les digo: si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

La oración en acuerdo tiene dos promesas:a. El Señor estará en medio nuestro.b. El Padre responderá favorablemente nuestra

petición hecha en acuerdo y en Su nombre.

En Cali, por los años 90, también cumplimos un proceso para llegar a estar unánimes juntos.

Lo primero que hizo la nueva junta directiva de ASMICEV, fue nombrar una comisión para buscar a

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los pastores apartados y ofendidos con nuestra insti-tución por situaciones del pasado. Y por heridas que se habían dado en la ciudad por el cambio de iglesia de algunas familias. También, por el “robo de ove-jas”. Les pedimos una oportunidad y la mayoría lo aceptaron. Poco a poco volvieron a la Asociación. Iniciamos un proceso de sanidad en el corazón de los pastores heridos y aislados.

Simultáneamente, hicimos mucho énfasis en ora-ción semanal en las 22 comunas y una vez al mes en la asamblea de pastores y ministros. Todo esto co-menzó a tomar forma de una manera tal, que nos sorprendió lo fácil que comenzaron a responder los hombres de Dios. La gracia del Dios altísimo comen-zó a revelarse en medio de nosotros.

Cuando menos pensamos: las críticas, la murmu-ración, las acusaciones y la deshonra mutua —que era nuestro pan de cada día— habían sido derrota-das. Sin saberlo, habíamos creado el ambiente propi-cio donde el Espíritu Santo pudo recostar su cabeza —confiadamente— por un breve tiempo. Lo demás, fue pan comido.

Versículo 2

Y luego, el segundo versículo nos presenta la consecuencia in-mediata y repentina del hecho de estar unánimes (en acuerdo porque no hay enojos ni ofensas) y juntos (un mismo lugar).

Cuando se está juntos y unánimes, al mismo tiempo, algo poderoso se desprende del cielo: el Estruendo del Es-píritu Santo.

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Veamos el versículo completo:

Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó

toda la casa donde estaban sentados.

En ese mismo instante volví a escuchar La Voz, que me dijo:—¡No mires el don de lenguas...! ¡Mira lo que te voy a

mostrar!Por un instante me quedé paralizado y expectante. ¿La

Voz me iba a decir algo más? Entonces, una vez más me habló y me dijo:

—Ve al versículo seis...

Versículo 6

Inmediatamente, bajé mi mirada a este versículo y me que-dé congelado al leer la primera frase:

Y hecho este estruendo, se juntó la multitud...

En un comienzo yo le había dicho:—Señor, pero no conozco un pasaje bíblico donde los

líderes se unieron y las multitudes, como en Cali, se hayan movilizado. Pero, ahí ante mis ojos, estaba la respuesta. Di-ce exactamente:

—¡Se juntó la multitud!¿Y acaso no son las multitudes lo que todos queremos

alcanzar en nuestros ministerios individuales y colectivos? Podemos ir concluyendo que las multitudes las podemos atraer por estrategias humanas que, a largo plazo, tienen poca efectividad. O, las atraemos por la estrategia del cielo: El Estruendo del Espíritu Santo.

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¿Quién convocó al Aposento Alto a las multitudes en Jerusalén? ¡El estruendo del Espíritu Santo!

¿Quién convocó en Cali a las multitudes en el estadio de fútbol con cifras tan enormes como 45.000 personas dos y tres veces al año? ¡El estruendo del Espíritu Santo!

¿Qué necesitamos para que el cielo suelte el misil más poderoso sobre el universo, su Santo Espíritu? Estar uná-nimes juntos. En un mismo lugar, pero con corazones ejer-citados en el perdón 70 veces 7, caminando la otra milla, entregando la capa y poniendo la otra mejilla. Viviendo y practicando el evangelio.

La ecuación “...para que... el mundo crea”

Entonces en la versión RV60, los versículos uno, dos y seis, adquirieron una expresión y una relación que no había vis-to antes. Simplemente, porque al leer este pasaje siempre me había enfocado en el don de lenguas, sin tener en cuenta todo el contexto dentro de esta porción bíblica. Ahora, El Señor me estaba guiando a ver algo que no había visto. La ecuación más efectiva para que el mundo crea estaba ante mis ojos: Hechos 2:1,2 y 6.

Veamos los tres versículos del momento exacto en que la promesa del Padre se hizo efectiva:

La venida del Espíritu Santo

1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2 Y de repente

vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó

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toda la casa donde estaban sentados; 6 y hecho este estruendo, se juntó la multitud;

Aquí está el primer paso de la ecuación para que... el mun-do crea:

1. UNÁNIMES + JUNTOS = ESTRUENDO

El siguiente paso:

2. UNÁNIMES + JUNTOS + ESTRUENDO =MULTITUDES

Podemos observar, que estos son factores que acti-varon EL ESTRUENDO DEL ESPIRITU SANTO en la ciudad de Cali en los años 90. ¿Coincidencia? Me permito pensar que aquí hay algo más que una coin-cidencia. Esta parece ser una clave, o una fórmula que podría funcionar en uno que otro lugar —si la soberanía de Dios lo permite— y siempre y cuando se haga con la motivación correcta. En Jerusalén y en Cali funcionó:

UNÁNIMES+

JUNTOS+

ESTRUENDO

MULTITUDES

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¿qué haBíamos ganado en La ciudad de caLi Bajo La fórmuLa de dios?

(Unidad Unánime + Estruendo = Multitudes)

1. Teníamos una sola Visión: Nuestra visión era traba-jar todos por la voluntad de Cristo para la ciudad. Sin egoísmo. Sin protagonismo. Y sin sacar ventaja. Dios le daría a cada uno la recompensa oportuna y suficiente en su tiempo.

2. Teníamos un eje central para gestionar la voluntad de Dios: La Asociación De Ministros, ASMICEV, donde estaba la mayor representación de los minis-terios. Todos centrados en la voluntad de Cristo y organizados como Moisés, por tribus. Y como Ne-hemías por familias. En lo geográfico en 22 comunas y por ministerios nombrando un líder de ciudad en cada área.

3. Trabajo en Equipo: Participaban la mayoría de las de-nominaciones, congregaciones y ministerios. Además, teníamos un líder de ciudad por áreas como: jóvenes, adoradores, intercesión, evangelismo, negocios, etc. Trabajábamos corporativamente. Todos poníamos y todos ganábamos.

4. Amor Fraternal: Cambiamos la crítica, la murmura-ción y las acusaciones por: perdón, tolerancia, respeto y honra mutua. En el amor de nuestro Dios. Todavía —en ese tiempo— no había espíritu de superioridad ni de importancia por los números. Los que tenían mucho o poco, éramos iguales. Los grandes eran los que más aportaban líderes para el trabajo de ciudad.

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Y también aportaban finanzas. Estaban pendientes de financiar los gastos más grandes.

5. Oración y más oración: Semanalmente en las 22 co-munas. También los sábados en el equipo de los in-tercesores del cuerpo que pertenecían a las distintas congregaciones y que semana a semana cubrían las puertas de la ciudad, los lugares altos y los sitios de gobierno. Y también orábamos en las Vigilias Unidas en el Estadio de fútbol con un promedio de 45.000 asistentes.

6. Conciencia de que éramos el Cuerpo: Todos, grandes y pequeños, tradicionales o carismáticos, denomina-cionales o independientes, sabíamos que éramos el Cuerpo de Cristo de la ciudad. Y juntos estábamos siendo sal y luz, y ejemplo, para la ciudad. El mundo realmente estaba creyendo que Jesús había sido en-viado.

7. Dependencia del Espíritu Santo: Procurábamos bus-car su voluntad. Y el Señor nos respaldó. Derramó su Espiritu y sus provisiones. Nada nos faltaba. A última hora todas las necesidades del mover de Dios eran suplidas. En las juntas de ASMICEV surgían las estrategias y los pasos a seguir.

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coLomBia...

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profecias para coLomBia por Los años 90

Paralelamente a las profecías sobre la ciudad de Cali, tam-bién se escucharon profecías para la nación. En ese tiempo, personalmente, escuché la profecía del evangelista Rony Chaves, de Costa Rica, quien, durante varios viajes a Co-lombia, y en su recorrido por los púlpitos de varias ciuda-des, manifestó que Dios le había dado un mensaje, no para una sola ciudad, sino para la nación entera. El mensaje era el siguiente:

“Si Colombia cambia, cambia el mundo”Y la otra palabra, de este mismo predicador, que se hizo

memorable por ese tiempo, y que trajo mucha esperanza a la nación fue:

“La otra Colombia, la del Espíritu Santo”Incluso, después el hermano Rony Chaves escribió un

libro con ese mismo título que se difundió por diferentes rincones de la nación.

¿Realmente visitaría el cielo a Colombia?¿Cambiarían en algo las circunstancias trágicas de la

nación de los años 90? ¿La Iglesia experimentaría las ma-nifestaciones del Espíritu Santo a gran escala, al punto que pudiera ser el instrumento de Dios para cambiar a la na-ción y ser ejemplo para otras naciones violentas? ¿Podría-mos llegar a ser la otra Colombia, la del Espíritu Santo? ¿Llegaríamos a cambiar lo suficiente para que el mundo también cambiara?

¿La experiencia de Cali podría ser trasladada a las otras ciudades de la nación? ¿Alguien estaría interesado en llevar este mover a sus juntas de ministros?

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Y el cielo se abrió sobre Colombia

Después del año 1990 nuestra nación recibiría —de mane-ra sobrenatural— abundantes manifestaciones espirituales que no habíamos experimentado en el pasado. O, por lo menos no eran muy comunes. Algunas, más bien pocas, de estas expresiones divinas ya se venían cocinando desde la década anterior, pero prácticamente se consolidaron y de-sarrollaron después de los noventa. Y se afianzaron más y más durante los años siguientes. Durante este tiempo, Cali fue una de las ciudades más privilegiadas.

Desde entonces, también algunos ministerios en las principales ciudades del país comenzarían a recibir diver-sas expresiones del Espíritu Santo —dones y manifestacio-nes— que trajeron una gran renovación al interior de la iglesia cristiana. Y no sólo en la liturgia y el tipo de men-saje —menos religioso y condenatorio— sino también en el ámbito de la oración y la adoración. Y también en los diferentes estilos de predicación.

Incluso, la forma de adorar se fue transformando poco a poco hasta llegar a ser más espontánea y participativa. La gente comenzó a involucrarse realmente con el Dios que profesaba, más que con la religión en sí. Daba la impresión de que el cielo se hubiera acercado a nuestra nación y por lo tanto Dios se hizo muy palpable.

Todo esto trajo —de manera natural— un aumento con-siderable en el número de creyentes. Fue, entonces, cuando comenzamos a ver cientos y cientos de jóvenes conectados con Dios en las distintas ciudades de la nación. También, rápidamente se incrementó el número de nuevas congrega-ciones en todo el país y, como consecuencia directa, surgió

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una nueva generación de ministros. Porque lo malo no es el iglecrecimiento, sino la codicia, que desplaza la centralidad de Cristo, por el deseo visceral de adherir un número ma-yor de personas a nuestras iglesias, y del poder económico y social que esto pueda implicar.

Los dones del Espíritu Santo: palabra de ciencia, pala-bra de conocimiento, lenguas, sanidades, milagros, profecía y un sinnúmero de operaciones divinas, cada vez fueron más y más familiares en la mayoría de los ministerios cris-tianos evangélicos.

También, se intensificó el evangelismo personalizado, a través de células y grupos familiares. Además, surgieron varias estrategias de crecimiento que en sus inicios eran sanas. No estaban contaminadas de codicia ni avaricia desmedida. Se trabajó en consolidación y administración interna. Igualmente surgieron algunos líderes, que esta-ban ya en la política, con gran influencia en las esferas de gobierno.

Todas estas estrategias, visiones y unciones —válidas en sí mismas desde la perspectiva bíblica— demostraron que las multitudes si podían ser atraídas a los templos cristia-nos. ¡Y por montones!

Es innegable, que desde 1990, y especialmente desde el 95 en adelante, hemos tenido un tiempo de visitación muy especial —tan abundante— que en otras naciones se ha lle-gado a hablar del avivamiento en la nación de Colombia. Y la verdad es que hemos sido privilegiados. Inmensamente privilegiados.

Hemos recibido tanto, que a veces pienso que hemos recibido más de lo que podíamos administrar. Un hecho no-table en todo este proceso es que varias denominaciones y

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congregaciones tradicionales que estaban frías y estancadas se han renovado de manera admirable durante este tiempo. Prácticamente resucitaron.

Y a pesar de que algunos líderes se desbocaron en úni-camente obtener números y más números, llegando a los extremos de la manipulación, la codicia, y el control del pueblo de Dios como si fueran faraones egipcios; todavía hoy el cielo insiste en seguir repartiendo sobre Colombia su fruto, dones, unciones, ministerios y operaciones, sin re-serva.

El agua de la roca no ha parado de fluir. Es por esta razón que decenas y cientos de ministros del evangelio de diversas naciones vienen a las grandes conferencias y con-gresos que se llevan a cabo en nuestro territorio, para beber de las fuentes que el cielo nos ha regalado. Algunos extran-jeros visitan ministerios y ministros relevantes en distintas ciudades para contagiarse y llevar algo de provisión y agua espiritual a sus naciones. Y a las congregaciones que ellos lideran.

Ministros de muchas naciones anhelan tener y obtener todo lo que nosotros desde los años noventa hemos esta-do recibiendo. Solamente, por la misericordia de Dios. Un gran número de estos ministros visitantes se han llevado verdaderos tesoros, cofres llenos de oro celestial, para dis-frutarlos en sus naciones.

Muchos pastores extranjeros han salido de Colombia realmente transformados, reavivados y bendecidos. Algu-nos cientos de pastores y ministros se fueron inyectados con unción de lo alto, que antes no poseían. Renovados y fortalecidos. Inspirados.

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¿Pero, qué hemos hecho con tanta bendición en las manos?

Me temo que nos queda muy poco tiempo para redireccio-nar la bendición hacia nuestra nación que está en la más grande crisis de todos los tiempos, una crisis que si es glo-bal, también nos afecta enormemente.

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La conexión espirituaL entre caLi y Bogotá

Se piensa en algunos sectores, que si el mover de unidad y oración —y de avivamiento— que se dio en Cali en los años 90 hubiera llegado hasta Bogotá, fácilmente el resto de las ciudades de la nación habrían entrado en ese proce-so. Y hubiéramos experimentado un avivamiento nacional.

Pues, se supone que lo que sucede a nivel espiritual en la capital repercute en el resto del país. Si en Bogotá hay frialdad espiritual el resto del país será contagiado. Y si hay fuego, también será expandido. En definitiva, de cierta ma-nera, el liderazgo cristiano de la capital es responsable del clima espiritual y de lo que ocurre en el resto de la nación.

La historia de los avivamientos demuestra, que general-mente, cuando la gente de una nación es receptiva, ham-brienta y humilde; el avivamiento que comienza en algún lugar se expande como un fuego poderoso por otros te-rritorios. Incluso, llega a traspasar las fronteras naciona-les. Pero, para que eso ocurra tiene que haber hambre, desesperación, deseo, necesidad y clamor por avivamiento. Aquellos que están satisfechos consigo mismos nunca expe-rimentarán un avivamiento.

Pero en Colombia no sucedió de esta manera. Mientras que ciudades de otras naciones pedían que algunos minis-tros de Cali les visitaran para contagiarse del mover de Dios en sus ciudades. Bogotá principalmente, no abrió sus puertas al mover del Espíritu Santo de Cali. No del todo.

La pregunta que algunos se hacen es la siguiente:—¿Los pastores, ministros y líderes de Bogotá tuvie-

ron suficiente acceso al mover de Cali de 1995 y los años

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siguientes, como para extender esta ola de avivamiento al resto de Colombia? ¿Si o no?

La respuesta es: “Sí”.Y este acercamiento entre Cali y Bogotá por los años 90

se dio de cuatro maneras.

1. Vieron el video Transformaciones 1.Un gran número de los pastores y ministros de las denominaciones existentes en Bogotá en ese tiempo, y los directivos de distintas organizaciones cristianas, vieron el video Transformaciones 1, donde se regis-tró todo el acontecer del movimiento de unidad y oración de Cali. Incluso, la mayoría lo vieron con sus grupos de liderazgo. También en encuentros ministe-riales y en las reuniones de oración.

2. Visitaron las vigilias unidas de CaliVarios pastores y ministros de Bogotá visitaron a Cali para participar en alguna de las tantas vigilias que se llevaban a cabo, dos y tres veces al año en el estadio de fútbol Pascual Guerrero. Muchos experi-mentaron la atmósfera de unidad y hermandad que se respiraba en ese tiempo. Y la atmósfera espiritual sin precedentes.

3. Predicaron en las Vigilias Unidas de OraciónAlgunos ministros de Bogotá predicaron en algunas Vigilias de Oración Unida en Cali.

4. El presidente de ASMICEV se convirtió en presidente de CEDECOL.CEDECOL es El Consejo Evangélico de Colombia, la organización que agrupa el 70% de las organiza-ciones cristianas de la nación y es el ente de mayor

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representatividad ante las esferas de la sociedad y del gobierno. Y el presidente de ASMICEV no sólo estuvo como presidente de CEDECOL por un periodo de tres años, sino durante dos períodos. Seis años en total. Sin embargo no fue mucho lo que se pudo hacer a favor de la unidad del Cuerpo de Cristo de la ciudad. Por varios factores.

Otro análisis de lo acontecido

Desde el año 1994 a 1996 fui secretario de ASMICEV, la Asociación de Ministros de Cali y el Valle. De 1996 al 2000, fui nombrado su presidente. Cuando terminé mi segundo período de dos años como presidente, comencé a viajar por muchos lugares compartiendo la experiencia de Cali.

El 15 de diciembre del año 2003, llegué a vivir a Bogo-tá por una instrucción divina, que narraré brevemente a continuación: recibí la orden de abandonar mi ministerio en Cali para vivir en la capital, sin ninguna propuesta de trabajo y sin ningún plan previo.

Simplemente, con mi esposa y mis cuatro hijos, decidi-mos obedecer a Dios confiando que Él tendría un plan per-fecto para nosotros como familia en la capital. Sabíamos, de antemano, que ahora tendríamos que adquirir ropa para tierra fría y en lo ministerial tendríamos que comenzar de nuevo. Esto era todo lo que estaba en nuestro presupuesto.

¿Cómo se dio el cambio de ciudad?

A comienzos del año 2003, el video Transformaciones 1 se había difundido por muchas naciones y había sido

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traducido a varios idiomas. Y como mi imagen aparecía en ese video con un letrero debajo que me acreditaba como el presidente de ASMICEV, se me abrieron puertas en muchos lugares. Sin buscarlo, fui lanzado a un ministerio interna-cional, que no esperaba.

Recibí decenas de llamadas y correos del exterior, y al-gunas visitas de Inglaterra, Alemania y otras naciones, para concretar enseñanzas y ministración a esos lugares. Desde en-tonces mi pasaporte, se llenó de sellos de naciones que nunca pensé visitar.

En cierto momento me encontré en la nación de Israel compartiendo con un puñado de pastores latinos en Tel Aviv acerca de cómo en Cali los pastores y ministros habíamos llegado hasta este escenario de avivamiento. Y cómo ellos podrían unirse y formar la primera asociación de ministros que en ese tiempo no existía en esa ciudad. Fueron dos largas noches que al final dieron el fruto esperado.

El embajador de una nación centroamericana en Tel Aviv, quien era cristiano y había visto el video de Cali, supo que yo me estaba moviendo en la ciudad y entonces me envió una invitación para un almuerzo en su casa. Al almuerzo fuimos las siete personas que formaban parte de un equipo internacional, que en ese tiempo nos movíamos por varios lugares. El almuerzo fue ameno y cordial. Él nos contó cómo el video Transformaciones 1, con la experiencia espiritual de las cuatro ciudades que aparecían allí, lo había impactado profundamente. Y, cómo la historia de Amolonga y Cali, lo había tocado de manera especial.

Cuando el almuerzo terminó, el embajador subió al se-gundo piso para traer unos papeles que quería mostrarme. En ese mismo instante, la mujer centroamericana humilde y

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sencilla, que había estado atendiendo la mesa, corrió hacia la sala donde yo estaba sentado con mis compañeros de ministerio. Y un poco temerosa de que el señor embajador la viera hablando conmigo, dijo presurosa:

— Tengo una palabra de Dios para usted. ¿La recibe o no?

Todos miramos a la mujer con sorpresa. Ahora ya no era la mujer sumisa y humilde que habíamos visto durante el almuerzo. Ahora se había convertido en una leona osada. Atrevida, sin miedo, aunque pendiente de no ser sorprendi-da infraganti por el embajador.

—¡La recibo! —Le dije todavía impactado por el cambio de actitud. Esa mujer simple y humilde, estaba bajo la pre-sencia del Espíritu Santo. Entonces la mujer soltó la palabra:

— El Señor le dice: como Abraham vete de tu tierra y tu parentela a la tierra que te mostraré.

Yo alcancé a decirle: —¡Gracias...! ¡Eso viene de parte de Dios!De inmediato, ella corrió presurosa nuevamente a su

cueva, la cocina. El embajador regresó con sus papeles. Hablamos un rato más y luego nos marchamos. Pero mi espíritu había recibido una impartición a través de la mujer, como si una espada de doble filo hubiera partido mi vida en antes y después. Desde entonces me sentí desarraigado de Cali. Tuve la convicción de que ya no viviría más en esa ciudad, al menos durante algún tiempo.

Preparación para salir de la tierra y la parentela

Cuando regresé a mi ciudad, reuní al equipo ministerial de la iglesia y les comenté lo que había pasado en la casa del

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embajador y la palabra profética de la mujer. Organicé to-das las cosas. Delegué lo mejor que pude. Me despojé y quedé libre para esperar la señal de a dónde y cuándo iba a ser trasladado.

Por razones de trabajo en esos días, como coordinador nacional de la estrategia evangelística “Poder para cam-biar”, que coordinaba en varios países el pastor boliviano Raúl Justiniano, yo había tenido que viajar varias veces a Bogotá. Y había comenzado a intuir que muy seguramente esa era la ciudad donde viviría próximamente. Pero hasta ahora mi esposa y yo, no habíamos recibido ninguna señal. Y si Betty no tenía una señal clara del cielo, lo más seguro es que nos íbamos a demorar en tomar la decisión.

La señal llegó más pronto de lo que pensamos. Este guiño del cielo lo trajo la reconocida evangelista Rosalba Góngora. Ella me llamó para decirme que iba a estar en Cali visitando a su madre y que sentía que debía visitar-nos en nuestra iglesia y compartir una palabra. No me dijo qué palabra. Gustoso le dije que sí, porque era una excelente predicadora y habíamos establecido una linda amistad.

Cuando llegó el momento en que ella debía predicar nos sorprendió con sus primeras palabras. Sin ningún tipo de preámbulo, dijo:

— Iglesia... suelten a su pastor... no lo retengan...Hizo una pausa y luego agregó:

—¡De lo contrario se aborta el plan de Dios!Luego contó varios testimonios de pastores que, a pe-

sar de tener ministerios grandes y sólidos, fueron instruidos por Dios para abandonarlos e ir a otro lugar a comenzar

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desde cero. Hasta ese momento yo no conocía el don pro-fético de la hermana Rosalba. Mi esposa que estaba al lado mío dijo:

—¡Esa era la señal que yo estaba esperando...Y agregó:—Que alguien que no sabe nada de nuestra expectativa,

acerca de la capital, nos dé una palabra certera... esa es una señal...! ¡Nos vamos para Bogotá!En un corto tiempo llegamos a vivir a Bogotá. Más exacta-mente el 15 de diciembre del año 2003.

Aceptado por unos y rechazado por otros

Algunos pastores, ministros y líderes conocidos en Bogotá como Héctor Pardo, Eduardo Gómez, Luis Beltrán, Jorge Betancourt, Igna de Suarez, Consuelo Chávez, Juan Carlos y Adriana Salazar, Leonardo y Adriana Fresneda y otros, cuando se dieron cuenta de mi llegada a la ciudad me ex-presaron su respaldo y su cariño. Y al igual que otros mi-nistros, me ofrecieron su apoyo, si lo llegaba a necesitar. Esto fortaleció mi fe y mi esperanza de que estaba haciendo lo correcto.

¿Estaría Dios trayendo un refuerzo espiritual a Bogotá basado en la experiencia que habíamos tenido en Cali? Yo no tenía esa respuesta. No sabía qué iba a pasar conmigo ni cómo podría ayudar a mis hermanos. Sólo sabía que de-bía obedecer y lo estaba haciendo lo mejor posible. Ya me había ido de mi tierra y mi parentela, lo cual, para mí, era bastante. Y como Abraham, me trasladé a la ciudad que entendí, en acuerdo con mi esposa, era la que se nos había dado. Lo demás estaba en las manos de Dios.

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El ambiente espiritual de Bogotá

En Bogotá, desde el punto de vista espiritual, encontré los mejores jugadores para conformar el mejor equipo de fútbol del mundo, que cualquier director técnico quisiera tener. Los pastores y ministros de la capital eran más aguerridos que los pastores de las ciudades de provincia. Más despiertos y más estratégicos. La mayoría habían comenzado —escuchando sus poderosos testimonios— prácticamente de cero. Al po-nerse en las manos de Dios, en sus inicios, se convirtieron en tremendos líderes de masas. Importantes ministros con un gran espíritu de lucha para expandir el evangelio.

Para entonces varios de los ministerios de Bogotá ha-bían trascendido las fronteras locales e internacionales. En la capital conocí hombres de Dios que realmente me impac-taron por su conexión espiritual, su entendimiento de La Palabra y el mover en los dones espirituales.

Sin embargo, también observé algunas características generales en la mayoría: poco o nada discernían de cómo las tinieblas trabajan en medio del ambiente espiritual cris-tiano. Efesios 6, no quedaba claro. Al parecer, pocos ha-bían leído el libro La Búsqueda Final de Rick Joyner, que ilustra muy bien nuestra batalla. Y bueno, algunos espíri-tus habían tomado ventaja en algunas mentes y algunos corazones, sin que muchos se percataran de lo que estaba ocurriendo.

Tremendos hombres de Dios dejaban ver ciertas acti-tudes que contradecían algunos principios del Evangelio. Especialmente en el área del carácter cristiano, habían per-dido la humildad y la mansedumbre de Su Señor.

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Ahora estaban muy comprometidos con su trabajo es-piritual, pero al mismo tiempo evitaban participar con el desarrollo de la Iglesia de la ciudad o de la nación. Cada uno estaba enfocado en lo suyo. Sus visiones rayaban en el individualismo recalcitrante mas no en la visión de Cuerpo de Cristo. Ni local ni nacional.

En la cancha todos eran excelentes jugadores, pero to-dos querían ser delanteros. Todos querían meter los goles. Casi ninguno quería estar en la portería, ni en la defensa. No lograban verse como un verdadero equipo. Tampoco aceptaban la idea de tener, en los aspectos relacionados con la ciudad, a un director técnico que pusiera a cada uno en el lugar donde sería más efectivo.

Entonces muchos partidos se perdían en la cancha. Y las tinieblas, en las graderías, cada día celebraban sus triunfos. Insistían en mantener separados, desconectados, e indepen-dientes a los ministros que podrían convocar y movilizar a la Iglesia del Señor en la nación para trabajar como un solo hombre por la salvación de los casi 50 millones de habitantes.

Rechazo en la asociación de ministros local

Entre el mes de enero y febrero, me acerqué a una de las asociaciones de ministros, que en ese tiempo operaba en Bogotá, para solicitar mi afiliación. En este acercamiento a la asociación de ministros hubo una interferencia espiritual muy fuerte, que dificultó las cosas y prácticamente se opuso a mi vinculación a esa institución. ¡Donde, increíblemente, NO fui aceptado!

Con algunos de los directivos de la junta de pastores, había-mos tenido algún tipo de relación ministerial, especialmente

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con la estrategia de evangelismo Poder Para Cambiar. Algu-nos de ellos habían estado en alguna de las Vigilia de Oración Unida de Cali. Después, cuando fui a inscribirme no fui trata-do con ninguna consideración por el hecho de ser hermanos, sino que me estrellé con una pared. Se me obligó a hacer todos los trámites, y aportar documentos, como si fuera un pastor principiante. Luego tuve que esperar en una sala junto con otros aspirantes más jóvenes que yo. La mayoría de ellos fueron aceptados y recibieron su carné correspondiente.

En la entrevista personal para aprobar mi afiliación, uno de los funcionarios de esa institución, me dijo:

—Para ser presidente de nuestra institución, por un ins-tante pareció tomar fuerza para decir de manera enfática:

—¡Aquí primero hay que pagar un precio!A lo cual tuve que responderle que yo no venía a ser

presidente de su organización. Eso no había pasado por mi mente. Sino que hacía unos meses, estando en Israel, a través de una palabra profética se me había dado la orden de salir de Cali a la ciudad que se me mostraría. Finalmen-te, Bogotá fue la ciudad confirmada. Y como intuía que lo más seguro era que iba a comenzar una pequeña célula en mi casa con la posibilidad de que más adelante se convir-tiera en una congregación, como había ocurrido en Cali, necesitaba estar en orden espiritual con los pastores como autoridades de la ciudad. Por esa razón quería ser miembro de la asociación de ministros de Bogotá.

En los días siguientes, fui citado, ya no para hablar con un solo funcionario, sino con la junta en pleno. De entrada, la pregunta fue:

—¿Por qué razón usted viene a abrir iglesia en Bogotá?

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Me quedé sorprendido con la pregunta. Pero, tratando de mantener la calma, les contesté mirándolos a los ojos:

—¿Quién de ustedes, de los que están en esta junta, sien-do pastores, si son trasladados a otra ciudad... no abre una iglesia?El silencio fue general. El interrogatorio más que largo, fue intenso. Y aunque todos trataban de ser cordiales y ama-bles, percibía que algunos de ellos estaban en total oposi-ción.

Finalmente, los hermanos miembros de la junta no me aceptaron como miembro de su organización. Y cuando un amigo mutuo que no creía que yo hubiese sido rechazado llamó —delante de mí— para preguntar la razón por la cual yo no formaba parte de dicha institución, la respuesta al otro lado del teléfono fue simple y directa:

—¡Él no cumple con todos los requisitos!Sin embargo, en esos días, como tenía pocas ocupaciones y tenía mucho tiempo libre, decidí trabajar el logotipo de la asociación de pastores donde estaba esperando ser acepta-do. La idea era hacerle una propuesta a su directiva —sin ningún costo— para que lo renovaran. El logotipo que ellos tenían por esos días realmente estaba desactualizado, era en blanco y negro, y no representaba muy bien a una insti-tución tan importante.

Pensé que podría aportar un grano de arena a la asocia-ción con mis talentos naturales. Pues, al fin y al cabo, había trabajado por cerca de 15 años como creativo de publicidad en varias de las agencias más representativas de la nación. En alguna reunión de pastores a la que asistí, le entregué a uno de los directivos el nuevo diseño, con la advertencia

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de que lo estudiaran. Simplemente, era una propuesta. Una sugerencia.

A la semana siguiente fui citado a una reunión. Uno de los líderes de la asociación de ministros —al que yo le había entregado el diseño del nuevo logotipo— me hizo sentar. Y después, un poco molesto, me dijo:

—¿Con qué autoridad, usted se atreve a cambiar el dise-ño de nuestra institución?

La verdad es que me quedé perplejo. Tanto por la pre-gunta como por la actitud desafiante de un ministro, a otro que simplemente quería hacer un aporte. En él y la junta estaba la potestad de si lo aceptaban o lo rechazaban. Mi papel era simplemente hacer una sugerencia, un aporte.

Creo que El Señor, en ese momento me dio la respuesta que necesitaba. Pude decirle, tranquilamente:

—La Palabra de Dios dice... que el que sabe hacer lo bueno y no lo hace... le es pecado.

Por varios años había ayudado a muchas empresas de la nación en su publicidad. Y a mejorar su imagen. ¿Por qué no hacerlo para la entidad que agrupaba pastores y minis-tros del evangelio?

Un par de meses después, otro líder de esa misma institu-ción me llamó a pedirme el nuevo diseño que había sugerido.

Presidente de CEDECOL

Pero el Señor tenía otros planes conmigo en los años si-guientes en Bogotá. Muy pronto el panorama se iría acla-rando y el propósito de mi llegada a Bogotá saldría a la luz.

En marzo del año 2004, tres meses después de haber llegado a vivir en Bogotá con mi familia y sin ningún plan

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claro todavía, asistí a la asamblea anual de CEDECOL, el Consejo Evangélico de Colombia, que agrupa hasta el 70% de las denominaciones y organizaciones cristianas de la nación. Yo era miembro de esta institución desde hacía varios años, pero pocas veces había ido a sus asambleas. Esta asamblea se llevó a cabo en la ciudad de Bucaramanga y allí, de manera sorpresiva, fui nombrado presidente de este organismo con cobertura nacional por tres años, hasta el año 2007.

Cuando fui nombrado presidente de CEDECOL, unos cuantos miembros del equipo de la asociación de minis-tros local, donde no había sido aceptado, se sintieron un poco incómodos conmigo. Sin embargo, debo reconocer que eran tremendos hombres de Dios, conocedores de La Palabra, y grandes líderes. El trabajo que estaban haciendo a través de la asociación de ministros de la ciudad era ex-celente. Tenían una gran capacidad de convocación y muy buenas estrategias para la comunidad cristiana de la ciu-dad. Tenían buen fruto en su trabajo local. Y ese fruto era muy visible.

Esos tres primeros años en la presidencia de CEDECOL, no fueron nada fáciles. Yo no conocía a la mayoría de los líderes de la ciudad. Ni de las organizaciones. Tuve que co-menzar a hacer un trabajo lento de relaciones y de cono-cimiento del mundo extraño en que había sido metido. El ambiente de Bogotá era muy distinto al ambiente de Cali. Aquí todo era más formal. Más rígido. Extrañaba la since-ridad, la espontaneidad y la transparencia de los vallunos.

La idiosincrasia, las costumbres y los protocolos eran enormemente diferentes. La gente que habita las costas colombianas tiene un carácter más abierto, espontáneo y

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frentero. Dicen lo que piensan y lo que sienten con plena libertad. En Bogotá la gente es más reservada, menos direc-ta y pocas veces se sabe lo que realmente piensan. A veces, hay que adivinar lo que está ocurriendo en el ambiente. Me enfrenté a un tema de culturas. Algo imposible de cambiar.

Un segundo período

En el año 2007 cuando terminé el primer período en CEDECOL, fui reelegido por otros tres años más, por una-nimidad, contra todos los pronósticos y contra mi volun-tad; yo no quería continuar, pero intuía que Dios quería que permaneciera un período más. ¿Y por qué razón no quería continuar?

Porque estaba bajo una fuerte depresión, causada por una Isquemia cerebral que había afectado un punto de mi cerebro desde donde se controlan las emociones. La docto-ra que me estaba tratando me daba esperanza de que pron-to saldría adelante. Pero no mejoraba como yo esperaba. Estaba deprimido.

Más adelante, una psicóloga me dijo que esa depresión podía ser producto de una gran frustración. Y cuando ella me preguntó en cuáles áreas de mi vida estaba frustrado, no supe qué decirle. No encontré muchas áreas de frus-tración en mi vida, pues Dios había sido bueno de más conmigo. Muy bueno. Pero pensándolo bien, descubrí que sí tenía una gran frustración: ingenuamente creí que Dios también quería levantar un poderoso movimiento del Es-píritu Santo en Bogotá —no individualista sino de cuerpo, de ciudad y de nación— y que mi gestión en CEDECOL podría facilitar ese proceso, pero nada había ocurrido en

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tres largos y tortuosos años. Había un gran muro de roca pura deteniendo cualquier intento de avance que quisiéra-mos hacer.

Poco a poco la depresión estaba tomando mucha fuerza. Tenía la sensación de estar jalando una enorme y pesada ca-rrocería de un camión gigante, cargado hasta el tope, y tan solo contaba con un pequeño motor de motocicleta para jalar ese enorme peso. También tenía el sueño alterado. Mi mente estaba embotada y había momentos que no veía ni entendía nada. Mi sistema nervioso estaba colapsando. Iba a las reuniones importantes a hacer presencia y a cumplir con mi responsabilidad presidencial, pero no andaba nada bien. De cierta manera hubo tiempos en que estaba com-pletamente desconectado de la realidad. Mi esposa y mis hijos me rodearon. Y me apoyaron todo el tiempo. Pocos ministros supieron lo que yo estaba viviendo por dentro.

Afortunadamente el equipo de colaboradores que tenía en CEDECOL cubrieron muchos faltantes míos en esta etapa. Diego Peláez, Jorge Betancourt, Jhon Betancourt y los miembros de la junta eran un apoyo tremendo. Pocos se dieron cuenta en ese momento de mi estado de depre-sión profunda. Con el tiempo descubrí que, al haber esta-do ausente, aunque iba a la oficina como si nada estuviera pasando, un par de colaboradores aprovecharon dicha cir-cunstancia para beneficio propio. Los otros se mantuvieron fieles y leales hasta el final.

Y como si esto fuera poco, desde el comienzo de mi ges-tión tuve que enfrentar una circunstancia que trajo mucho desgaste. Un grupo de pastores, y algunos disidentes de nues-tra organización, decidieron crear otra institución similar a CEDECOL y a la cual llamaron ACECOBO. Por algún

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tiempo lograron debilitar a CEDECOL, haciendo ofertas de atención personalizada y programas que nosotros no tenía-mos. Finalmente, se marchitaron solos. Obviamente, en esas condiciones yo no quería continuar ocupando esa posición. Tres años habían sido suficientes. Quería volver a una vida normal, y deseaba entregar el cargo cuanto antes.

Tenía varias cosas en contra de mi gestión. Además de mi salud quebrantada, falta de finanzas —porque los miembros no pagaban las cuotas para operar al interior de la institución—, la avanzada agresiva de ACECOBO en todo el territorio nacional; también tenía la oposición de algunos grupos de ministros al interior de CEDECOL, que manejaban grandes proyectos sociales. Aunque ha-cían un excelente trabajo y levantaban el nombre de CE-DECOL con su gestión, ellos tenían una manera de pensar muy diferente a la mía. A toda esta situación se sumaba el constante desacuerdo con la asociación de ministros lo-cal, que se convirtió en una trinchera desde donde salían dardos y murmuraciones que llegaron a ser un verdadero tormento.

Y como si esto fuera poco sentía que los ministros y or-ganizaciones que podían apoyar a CEDECOL no estaban interesados en hacerlo. Brillaban por su ausencia. Cuando fui a pedir ayuda, encontré evasivas, y falsas promesas de apoyo, que nunca se concretaban. Pastores a los que yo consideraba amigos, me dejaron solo. Estaban muy ocupa-dos con sus agendas.

Finalmente, a pesar de que yo no quería continuar, después de tres años me reeligieron por unanimidad —la señal que le había pedido al Señor—. Extrañamente mis opositores votaron por mí y por la gestión de los tres años

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anteriores. Entendí que Dios quería que siguiera en ese lu-gar por un periodo más.

Finalmente, fui presidente de CEDECOL por dos pe-riodos de tres años. Seis años en total, sin poder llevar el barco a la dimensión espiritual que creí iba a ser fácil de conseguir. Sí, finalmente lo entendí bien: Bogotá era muy diferente a Cali. La sensibilidad al Espíritu Santo para el trabajo como Cuerpo de Cristo de parte de los caleños era muy diferente a la de los bogotanos. Al igual que las prio-ridades.

¿Por qué fui vetado en la asociación de ministros local?

Nunca lo supe claramente. Pienso que en el camino cometí alguna imprudencia, o dejé ver alguna área inmadura de mi carácter que no podía ocultar. Y esto posiblemente ofendió a alguno de los ministros. Aunque varias veces, en privado y en público, les pedí perdón por lo que hubiera pasado entre CEDECOL y su organización, en las gestiones ante-riores o de parte mía. Pero, nunca pude tener una relación sana y fluida con ellos. Hicimos varios intentos de un lado y del otro, pero no lo logramos. Hubo muchas interferencias espirituales y almáticas para lograr un acuerdo de corazón, sincero y profundo. Cuando creía que lo habíamos logrado aparecía alguna actitud nueva que mostraba que realmente no habíamos avanzado.

No fue posible, que tanto CEDECOL como la asocia-ción local, trabajáramos en equipo, respetando los roles de las dos organizaciones. La línea divisoria era clara. CEDE-COL estaba encargada de los asuntos de la iglesia en los

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temas nacionales y la asociación de ministros en los temas locales. El trabajo conjunto de estas dos organizaciones hu-biera sido algo poderoso. Fueron pocas las cosas en las que pudimos ponernos de acuerdo. Muy pocas.

Poco después de haber asumido mi cargo como presi-dente de CEDECOL, descubrí que, en los años anteriores, la organización local y la organización nacional no tenían buenas relaciones desde hacía varios años. Especialmente entre sus directivos. Y yo había llegado al cargo nacional en un mal momento. Muy pronto el ambiente espiritual de la ciudad se enrareció más de lo que estaba. La potestad denominada el “Acusador de Los Hermanos” y un ejército de espíritus “Halla Faltas” comenzaron a trabajar en las mentes y en los corazones de diferentes grupos de pastores, ministros y líderes de la ciudad de Bogotá.

De un momento a otro se desató una ola de cuestio-namientos, críticas, acusaciones, chistes, sarcasmos y todo tipo de sugerencias mal intencionadas. Aunque en verdad, también muchos ministros se mantuvieron al margen de esta situación. Las potestades de las tinieblas estaban de fiesta. Estaban disfrutando su festín, porque lograban man-tener divididas a las dos organizaciones más representati-vas de la ciudad en ese momento.

Pero, al mismo tiempo, el cielo puso a algunos minis-tros y líderes para que apoyaran mi gestión. El pastor Luis Beltrán, por ejemplo, pagó mi teléfono celular por cinco años y durante este tiempo me asignó una ofrenda men-sual generosa. Otros ministros como Miguel Arrazola de Cartagena y Carlos Anaya de Bucaramanga se sumaron para apoyar por un largo tiempo mi llegada a Bogotá y mi trabajo en CEDECOL, con ofrendas mensuales. Gracias a

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su apoyo pude mantenerme tranquilo y confiado con mi familia, durante este período.

Fui una voz que clamó en el desierto, sin éxito, durante seis largos años.

Cita en un hotel con los líderes más claves

En una ocasión, un tanto preocupado por la situación del país y de la misma iglesia en Bogotá y de la nación, decidí convocar, como presidente de CEDECOL, de manera ex-traordinaria, a un grupo de pastores y ministros claves de la ciudad a un salón de un hotel. Eran los pastores y ministros que yo consideraba más representativos de la ciudad. To-dos muy amablemente, y de manera respetuosa asistieron a dicha reunión. En esa reunión pude descargar mi corazón. Ellos escucharon con respeto y hasta cierto cariño. Podía verlo en sus ojos.

Palabras más palabras menos alcancé a decirles que, aunque algunos de los presentes pensaban que en Bogotá estábamos en avivamiento por lo que estaban experimen-tando al interior de sus propios ministerios, ese avivamien-to general no era verdad. Sí era cierto que algunos ministros habían recibido alguna unción especial en cuanto a sanida-des y milagros, otros habían crecido de manera enorme, y otros habían construido ministerios muy representativos, pero estábamos lejos de declararnos en avivamiento de ciu-dad o de nación.

Sí teníamos —lo reconocí— la bendición de que hu-biera brotes de avivamiento y los dones del Espíritu Santo fluyeran poderosamente en algunos lugares. Pero esta no era la realidad de las demás congregaciones. Cientos de

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congregaciones de la ciudad estaban tratando de sobrevi-vir y no estaban experimentando lo que ellos tenían. Lu-chaban día a día por mantener sus barcas-iglesias a flote, pero la pesca en sus redes seguía siendo escasa. Apenas para sobrevivir.

Además, pude añadir que no estábamos caminando co-mo el Cuerpo de Cristo en la ciudad. Cada uno andaba por su lado. Y agregué algo que no fue bien recibido, pero lo hice a conciencia; dije que los medios de comunicación cristiano no estaban sirviendo al Cuerpo y que en algunos casos estaba siendo usados para atraer a creyentes de otras congregaciones. Cuando comencé a decir algunas cosas de este corte, franco y sincero, vi cómo —de manera lógica— algunos comenzaron a sentirse incómodos. Aunque duran-te todo el tiempo continuaron siendo respetuosos.

Mi deseo más profundo es que hubiera un cambio en la manera de hacer ministerio. Menos egoístas y centrados en sí mismos, para poder apoyar al resto de congregaciones de la ciudad. Y de paso a la sociedad que nos rodeaba.

¿Cuál era mi argumento central?

Estaba muy preocupado con las estadísticas que mostra-ban la realidad de Bogotá y de la nación. No podía aceptar la idea que mientras algunos estábamos encerrados pro-clamando que estábamos en avivamiento porque estaban fluyendo algunos dones del Espíritu Santo en nuestros mi-nisterios —que era verdad— desconociéramos el estado de las demás iglesias y el estado de la sociedad que nos estaba rodeando.

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Nuestros propios ministerios no son el referente para saber si estamos o no en avivamiento. Esa es una posición muy cómoda y egoísta. Era necesario salir a la calle, ca-minar entre la gente, visitar a los distintos sectores de la ciudad. Hablar cara a cara con los ministros más humildes, más sencillos y compadecerse de sus limitaciones y de sus luchas. Y llevarles de la provisión que Dios nos ha dado generosamente. Recibiste de gracia, dad de gracia.

Si la ciudad realmente estuviera en avivamiento, primero que todo debía abarcar a la mayoría de las congregaciones —aunque no a todas ciertamente— como lo experimenta-mos en Cali. Estaba claro que la sal del Cuerpo de Cristo no estaba salando. Y la luz de la iglesia de la ciudad no estaba alumbrando. No lo suficiente.

No podíamos estar todos en avivamiento cuando al-gunas relaciones interministeriales entre organizaciones y ministros de la ciudad estaban rotas. Cuando la crítica, la murmuración, las acusaciones y la deshonra mutua se servía por todos lados. Como presidente de un organismo nacional sentía que tenía la obligación de lanzar una voz de alerta. ¡Era ahora o nunca!

Aproveché que el hermano cristiano, Ricardo Arias Mora —quien se movía como pez en el agua en la esfera política, porque en ese momento era senador de la repú-blica— acababa de publicar un libro llamado Colombia la nación que no tiene excusa, con cifras reales y obtenidas de organismos serios del gobierno. Las estadísticas acerca de la ciudad y de la nación en cuanto a las muertes vio-lentas, prostitución, drogadicción, narcotráfico, pobreza y muchos otros temas álgidos no eran las mejores. ¡Eran alarmantes!

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Sabía que no estaba siendo muy dulce. Y quizás dije co-sas incorrectas, o en el tono inadecuado. Creo que en ese momento el Espíritu Santo no estaba fluyendo con dones de sanidad ni milagros, pero sí con palabra de exhortación. Y consejo.

En la reunión surgió un imprevisto

La idea era que después de mi exposición cada uno pudiera hablar y refutar, si fuera necesario, mis argumentos, las ci-fras, las estadísticas de buena fuente, mi actitud demasiado firme. Pero, sucedió algo inesperado: sólo un par de ellos pudieron hablar y de cierta manera reconocieron que algu-nos argumentos eran ciertos. Respetuosamente refutaron otras de mis afirmaciones. Y también pudieron compartir libremente lo que sus ministerios estaban haciendo a favor de la ciudad. Y la verdad es que eran cosas tremendas, pero no como cuerpo. No como la Iglesia de la ciudad.

Pero, de resto nadie más pudo participar porque en ese preciso momento ocurrió algo que no esperábamos. Varios funcionarios del hotel entraron a nuestra reunión y pidie-ron el salón porque nos habíamos pasado del tiempo, y tenían otra actividad —un almuerzo con otro grupo de personas—, y para ello debían acomodar el salón de una manera diferente. Prácticamente nos sacaron del auditorio.

Esa reunión realmente no tuvo un efecto práctico sobre el liderazgo. Pasó desapercibida. Las cosas siguieron igual. Pero un tiempo más adelante, uno de los ancianos que había estado en esa reunión, llegó a un grupo donde estaban reu-nidos varios pastores y ministros. Espontáneamente, y muy preocupado hizo un balance de lo que estaba sucediendo en

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la ciudad y en la nación. Cosas similares a las cifras que yo había citado del libro del Dr. Ricardo Arias, aunque en esta ocasión él no aludió a la reunión en el hotel.

Finalmente, el anciano dijo:—Con todo lo que está pasando en nuestra nación y

en la ciudad me estoy preguntando: ¿Dónde he estado yo? ¿Dónde ha estado mi congregación?

Un hombre de negocios en medio de los pastores de CEDECOL

Un hombre de negocios cristiano, amigo mío, supo que CEDECOL iba a tener su asamblea anual y me pidió el fa-vor que lo invitara. Él quería estar en medio de los sacerdo-tes del Señor y los ministros del evangelio más importantes de la nación. Desafortunadamente en esa asamblea hubo tanto desacuerdo, acusaciones, críticas y malentendidos que no fueron un buen testimonio para un hombre que te-nía una idea romántica del comportamiento del pastorado. Sobre todo, cuando se reúnen en privado.

Un mes más adelante, los dos nos encontramos espon-táneamente en una cafetería. Cuando me vio, no me saludo como solía hacerlo, inmediatamente se echó hacia atrás en su silla y mirándome directamente a los ojos me dijo en tono muy grave:

—Los que estaban en esa asamblea... ¿Eran pastores?Luego tomó un poco de aire y dijo:

—¡No parecían... ser pastores... parecían gente del mundo!

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Cali y la nación

¿Qué hubiera pasado si la Iglesia de la nación —sus pas-tores, ministros y líderes— además de las estrategias de crecimiento hubiera asimilado la experiencia de Cali con respecto al perdón, unidad, oración, y las multitudes aña-didas por el Estruendo del Espíritu Santo? ¿Y hubiéramos enfatizado en trabajar como un solo cuerpo, como un solo hombre por nuestras ciudades y por nuestra nación? ¿No estaríamos en otras circunstancias? ¿Si hubiéramos sido fie-les en lo poco no estaríamos sobre mucho más ahora mis-mo? Transformando, y cambiando naciones, ¿por ejemplo?

Sin darnos cuenta además de la unción, las estrategias, las dinámicas de iglecrecimiento y las bendiciones que he-mos exportado a las naciones, también hemos exportado un modelo de iglesia enfocado en crecer en números, pero no en unidad, ni en amor fraternal, ni en trabajo de equipo con nuestros consiervos.

La orden del Señor Jesús: “Que sean Uno”, pareciera que aún no está en el presupuesto que mostramos a las naciones.

Sería oportuno recordar la advertencia de la Palabra de Dios acerca de cuál fue el pecado de Sodoma:

He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia

de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso.

Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité.

Ezequiel 16:49-50

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¿en qué pecamos?

Una alerta para Colombia

Como hemos visto hasta aquí, desde los años 90 el Espí-ritu Santo fue derramado sobre nuestra nación, pero al mismo tiempo, surgieron estrategias humanas locales, y se importaron otras con apariencia de éxito espiritual. Estas modas dentro de la cultura evangélica poco a poco fueron asimiladas por muchos pastores y ministros de las distintas ciudades. Algunos ministerios de Cali también se enchufa-ron y terminaron reemplazando la estrategia del cielo —el Estruendo del Espíritu Santo quien estaba añadiendo a la Iglesia a los que debían ser salvos— por estas nuevas for-mas de crecimiento individual. Y Egoísta.

En sí, las nuevas estrategias no eran malas. Ni negativas. Sólo que algunos corazones no estaban preparados para te-ner éxito repentino en sus ministerios. Ante la abundancia repentina algunos corazones se desenfocaron y perdieron el equilibrio. De un momento a otro salieron a flote los enga-ños y las realidades de esos corazones.

Considero importante comentar algunos de estos puntos:

1. El iglecrecimiento sin la dirección del EspírituLo que en un comienzo fue una estrategia bien inten-cionada y sana en sí misma, en muchos sectores se desbordó y se tornó en ambición desmedida, obsesi-va y descontrolada.

2. La teología de la prosperidad con su manipulación incluída

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Con la falsa promesa de hacer ricos a los cristia-nos, con el argumento de que el dinero de los im-píos —inclusive el del narcotráfico que operaba en nuestras ciudades— pasaría a las manos de los hijos de Dios, terminaron manipulando, exprimiendo a los creyentes ingenuos, mientras esperaban la bendición.

Muchas iglesias y familias fueron vulgarmente sa-queadas por predicadores sin ningún tipo de escrú-pulos. Incluso, algunos profetas les pusieron precio a las palabras dadas a través de la unción. Conocí a un profeta extranjero —con buena puntería y reve-lación— que repartía sobres para recoger ofrendas con el nombre de sus diferentes predicas. La idea era ver cuál de los temas daba más resultado. Y producía más dinero. ¡Algo vulgar en la casa de Dios!

Hubo gente que ofrendó sus casas bajo la prome-sa de que Dios le iba a dar una más grande y costosa. Esto no sólo ocurrió en Colombia sino también en toda Latinoamérica.

Vi a un “equipo profético” en Bogotá diciéndo-le a la gente ingenua que debían traerle a Dios una ofrenda que les doliera y realmente tuviera un valor significativo para sus vidas. Vi aterrorizado como despojaron a las mujeres humildes de sus lavadoras y sus electrodomésticos. Y las motos, su herramienta de trabajo, a algunos obreros que no tenían otro me-dio de transporte. En algunos ministerios, el abuso y la manipulación sobrepasó todos los límites.

Afortunadamente no todos los ministerios caye-ron en esto, pero fue una tendencia casi general. Y aún, aunque ha mermado, lo sigue siendo.

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3. La super fe sin límites santosTodos sabemos que sin fe es imposible agradar a Dios. Sólo que nadie supo explicar dónde comenza-ba este tipo de fe y dónde la codicia y la avaricia sin medida. Nadie sabía dónde estaba la línea divisoria entre la fe y la corrupción del corazón. No era muy difícil identificar que la fe, que algunos profesaban tener de parte de Dios, no era otra cosa que la codi-cia desmedida de la carne. Y del autoengaño.

4. Visión-misión-metas particularesEsta fue la nueva moda evangélica —por lo menos en Cali— que sacó a los pastores del mover de uni-dad y del cuerpo de la ciudad para convertirlos en independientes y autónomos. Sacrificamos la visión del Cuerpo de Cristo guiado en las ciudades por el Espíritu Santo, para que cada uno tuviera su propia visión de las cosas, su propia misión y sus propias metas. La tentación fue grande.

Pocos observaron que sólo a un hombre en la Biblia, Habacuc, se le dijo que escribiera la visión para que corriera. Y no precisamente era la visión para hacer crecer su ministerio. De resto a nadie más se le dio este tipo de instrucción. Pero esta es-trategia personalista, individualista y, en algunos lu-gares, mutiladora del cuerpo, corrió como pólvora. Ahora todos querían tener su propio reino con sus propias reglas y sus propios métodos. Y muchos lo lograron.

¿Alguien puede explicarnos cuál fue la vi-sión-misión-metas de hombres como Moisés, Josué,

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Abraham, Elías, Eliseo, David y Pablo? ¿Sólo por mencionar a algunos hombres de Dios que hicieron hazañas poderosas para Dios y no para ellos mis-mos? Ninguno de ellos tuvo una visión-misión-me-tas para crecer su ministerio. ¿Por qué? Porque eran nacidos del Espíritu (Juan 3:8) y dependían día a día del Espíritu Santo. Vivian al día. Y cuando la nube se movía ellos también lo hacían. Dependían total-mente de la instrucción que cada día el Dios altísimo ponía en sus manos. Porque tenían los ojos puestos en El Señor. Dios mismo era su visión y su meta.

5. Liderazgo por productividad y no por el llamado divinoDe un momento a otro comenzamos a observar un extraño fenómeno dentro de la iglesia cristiana: con-vertimos a nuestras ovejas que requerían paciencia, cuidado y pastoreo de nuestra parte, en máquinas ganadoras de nuevos adeptos para nuestro minis-terio. No para el Señor de Señores, sino para nues-tra visión y misión. En otras palabras, convertimos a nuestras ovejas en hormigas productivas. Ciega y obsesivamente productivas. Exactamente como se comportan en los hormigueros. ¿Esa es la visión de Dios para sus ovejas?

Pero lo más grave que comenzó a ocurrir fue que los líderes que rodeaban al líder principal cuando no rendían lo suficiente, inmediatamente comenzaban a ser reemplazados por otros más productivos, más eficientes y rentables. Preferiblemente profesionales. Los anteriores líderes que iniciaron esos ministerios

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y que habían trabajado con pasión y amor por la obra del Señor, y por su amado líder o ungido, de un momento a otro se vieron rebajados en su rango. Ig-norados. Y desechados por sus propios pastores que requerían gente más efectiva.

Hoy en las calles, podemos encontrar gente y no poca, que en sus comienzos pertenecieron a algunas de esas “iglesias-hormiguero” y fueron descalifica-dos sin misericordia y sin compasión. Tan sólo por el afán de crecer... crecer y crecer.

Muchas ovejas heridas, perniquebradas, frustra-das y amargadas recorren hoy las calles de grandes ciudades lamentando haber trabajado varios años de sus vidas en grandes y poderosos ministerios. Pero lo más triste —he encontrado a varios en las mismas cir-cunstancias— no quieren volver a ser cristianos. No quieren congregarse y no quieren volver a confiar en ningún otro pastor. Prefieren las aguas tibias del mun-do donde no se sienten “usados” en nombre de Dios.

¿Quién va a recoger estos hermanos heridos y perniquebrados? ¿Quién va a sanar sus corazones? ¿Quién los volverá al rebaño del Señor antes de que sea demasiado tarde?

6. Y las iglesias pequeñas codiciaron a las grandesEntonces vimos a cientos de pastores, de iglesias pe-queñas, yendo de congreso en congreso para recibir la unción y la fórmula que también los hiciera crecer vertiginosamente. La misma codicia, avaricia y de-seo de ser grandes sin medida contagió el corazón de muchos buenos hombres de Dios. Gran parte de

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ellos terminaron en frustración y desánimo al no ver tantas promesas cumplidas. Sus números no aumen-taron tanto como se les había prometido.

7. La arrogancia y la prepotencia de la primera ola apostólicaTambién vimos surgir entre nosotros la primera ola apostólica. El renacer de los 5 ministerios. Una ver-dad bíblica consignada en el libro de Efesios, pero manipulada por algunos que se autoproclamaron apóstoles y sin ningún tipo de reconocimiento del Cuerpo de sus ciudades donde realmente los cono-cían. Algunos fueron reconocidos como apóstoles en congresos y conferencias en el extranjero, y en vez de llegar a servir a sus hermanos, llegaron con ínfulas de superioridad, orgullo y arrogancia desmedida. Y me-nospreciando al cuerpo pastoral de su ciudad natal.

Afortunadamente, Dios está levantando una se-gunda Ola Apostólica más genuina, y más humilde. Estos son los que van a comenzar a remendar las redes para la pesca milagrosa o el avivamiento del Cuerpo de Cristo en cientos de ciudades al mismo tiempo. La luz del Espíritu de Dios resplandecerá en medio de las tinieblas.

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¿qué más deBemos reconocer?

Necesitamos reconocer de manera urgente, que nos desvia-mos del camino, que nos equivocamos en la manera como hemos usado la bendición, los dones, las unciones, los lla-mados y los cinco ministerios. Y toda clase de talentos que nos fueron entregados.

He aquí algunas de las cosas que, seguramente, los pas-tores y ministros debemos reconocer ante el Dios Altísimo, y confesar, antes de que sea demasiado tarde:

A todos, absolutamente a todos, nos ha traicionado nuestro propio corazón. A mí también. Igualmente, como la mayoría, yo también soy parte del problema.

Podemos reconocer con la mano en el corazón:

1. Nos faltó discernimiento. No entendimos el por qué ni el para qué el cielo había abierto las ventanas de los cielos sobre la nación de Colombia. Olvidamos las dos promesas proféticas:

1. Si Colombia cambia, cambia el mundo2. La otra Colombia, la del Espíritu Santo

2. Nos comportamos de manera egoísta. No compar-timos la abundancia de la pesca milagrosa que se desató en medio de algunos ministerios. Pues, cada uno prefirió tomar su parte —lo suyo— se encerró en sus cuatro paredes para disfrutarlo con sus gru-pos de apoyo y sus seguidores. No llamaron —como el apóstol Pedro— a las otras barcas de su ciudad para para distribuir la bendición. Compartirla. Y

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disfrutarla juntos. Incluyendo las abultadas finanzas de algunos.

Todo lo contrario. Los privilegiados, cada vez, compraron una barca-edificio más grande. Después otra barca-edificio más grande que la anterior. Más adelante otra barca-edificio con mucha mayor capa-cidad. La consigna ha sido: ¡Acaparar! ¡Acaparar!, ¡Acaparar!

Incluso, algunos ministerios con éxito para con-vocar personas, sabiendo que estaban desvalijando a las otras congregaciones de su propia ciudad, se hicieron los de la vista gorda. Para tranquilizar sus conciencias metieron la cabeza en un hueco como el avestruz y se convencieron a sí mismos que estaban extendiendo el reino de Dios, tomando lo que Dios les había dado a sus hermanos.

¿Cuándo el Señor Jesús le dijo a Pedro que tirara la red a la derecha fue para que sólo él disfrutara la pesca milagrosa? ¿Estará Dios agradado con el egoísmo de los ministros colombianos? ¿Esa larga lista en la cual también está escrito mi nombre?

3. Nos faltó humildad. Perdimos el contacto y el rela-cionamiento de los grandes con los pequeños. Los ricos con los pobres. Los ungidos con los que anhe-laban la unción. Los estudiados con los que sabían menos. Pocas ciudades han podido sostener asam-bleas donde participaran todos los ministros. Los grandes y los importantes dejaron de asistir a las re-uniones pastorales y ministeriales cuando pasaron de cierto número de miembros. Finalmente, se crearon

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pequeños grupos élites. Esto trajo algunas heridas a aquellos que no habían podido superar sus propias limitaciones.

El espíritu de superioridad al interior de la Iglesia del Señor se mostraba en el número de sillas llenas en sus ministerios. La arrogancia y la altivez se aso-maron no sólo en las miradas de algunos pastores bendecidos por Dios, sino también en sus actitudes. Hermanos que en sus comienzos eran nuestros ami-gos de lucha, pero que con los años fueron crecien-do, dejaron de ser nuestros amigos. Ahora había que pedir una cita con mucho tiempo de anterioridad. Superar muchos filtros. Hacer reverencia y esperar para ser atendido unos pocos minutos.

La humildad se nos escapó de nuestros corazones y hasta ahora no hemos podido recuperarla. Quizás se necesita una poderosa intervención divina.

4. Nos faltó amor de unos por los otros. Con el éxito personal nos volvimos insensibles a las necesidades de los otros hermanos. Indiferentes, incluso. Los pas-tores del mismo barrio o la misma comunidad no se buscan entre sí para tener tiempos de compañerismo. Los celos, la competencia y las prevenciones corta-ron los lazos de amor fraternal que debían existir entre nosotros.

5. Abandonamos el Cuerpo de Cristo. Nos independi-zamos de los demás. Y nos dedicamos a crecer de manera obsesiva “nuestra iglesia”. Individualistas. Procurando llenar nuestras propias barcas.

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6. Algunos ministros cayeron en el exhi bicionismo de la unción y la bendición. Unos cuantos púlpitos se con-virtieron en una pasarela de modas. En cada sermón, la unción y la vanidad se entremezclaron. Allí cons-tantemente se exhibieron nuevos estilos de peinados y maquillaje. Ropa de marcas exclusivas y joyas cos-tosas. Supuestamente para modelar y mostrar lo que significa ser un bendecido de Dios, no sabiendo que estaban exhibiendo su propio orgullo y su propia va-nidad.

7. Caímos en la glorificación de los ungidos, pues po-seer un don profético, de sanidades o de milagros, o tener un don de adoración, se tomó como un privi-legio exclusivo y no como un don para servir. ¿Cuál fue la actitud de Pedro y Juan cuando sanaron al pa-ralítico fuera del templo?

Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando

recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el

nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y

al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos

en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios.

Hechos 3:4-9

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8. La adoración como fuente de manipulación de las emocionesTristemente se cayó en el error de que algunos gru-pos de adoradores del Dios Altísimo utilizan sus do-nes, y los instrumentos del templo, para resaltar la aparición en el púlpito de algunos ungidos que van a impartir la Palabra y van a usar sus dones.

En muchos casos el fondo musical era usado —intencionalmente— para levantar y subir las emo-ciones de las masas anhelantes de un toque de Dios. No era una música espontánea como todos creemos. No, era algo calculado y minuciosamente manipu-lado. Cuando el predicador movía la mano de tal o cual manera, la música se levantaba y cumplía la fun-ción de hacerle creer al público que la unción de Dios estaba presente.

Triste, pero cierto. No ocurrió en todos los que usaban fondo musical. Pero si en muchos casos. ¿Al-guien podría llamarle a esto manipulación de las emociones? ¿Alguien se atrevería a llamarlo unción de lo alto?

9. El enojo de Cain, sigue intacto.No sólo en la sociedad colombiana sino también en el liderazgo cristiano y en la iglesia del Señor. Pocos saben cómo opera esa herencia de nuestros prime-ros padres en nuestros corazones y en el Cuerpo de Cristo. El enojo de Caín en nuestros corazones es el mayor factor de división que los líderes de la iglesia han ignorado. Sencillamente, porque no saben cómo reconocerlo ni cómo manejarlo. Apenas alcanzamos

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a disimularlo y a vestirlo temporalmente con hojas de parra.

El Enojo de Caín tiene la facultad de cerrar y tran-car nuestro corazón contra nuestros hermanos con los que en algún momento tuvimos alguna diferen-cia. También tiene la capacidad de negar el perdón a aquellos que nos ofenden. A consentir el dolor que provocan las ofensas de nuestros consiervos, hasta llevarnos al fango de una raíz de amargura, donde muchos ministros habitan sin saberlo. Y sin saber tampoco cómo salir de allí.

Lo que nos faltó

Si todos hubiéramos trabajado en unidad y coordinados estratégicamente. Si hubiéramos sido más intencionales, más humildes, menos personalistas y egoístas, con toda se-guridad la realidad espiritual de Colombia sería otra. No tendríamos la triste cifra de solo un 20% de convertidos. Colombia posiblemente habría sido evangelizada en su ma-yor parte. Y a estas alturas estaríamos cambiando y trans-formando naciones.

Durante los últimos 30 años nos aseguramos de que nuestros templos estuvieran llenos, pero no llevamos el evangelio al sinnúmero de narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares. Sólo algunos pocos líderes en esas esferas de violencia fueron tocados. Y algunos —muy escasos— se volvieron pastores. Pero, la verdad es que los podemos contar en los dedos de las manos de una sola persona.

Y aunque hay congregaciones en todos los rincones del país, no tocamos con la verdad y el poder del evangelio

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masivamente a las áreas rurales y los sectores más vulnera-bles. Ni a los perdidos en todas las condiciones y estratos de la sociedad. Porque Dios quiere una cosecha más grande que la que cabe en las cuatro paredes de nuestros locales.

Otro factor, que Dios mismo desnudó con la pandemia del Covid-19, es: La Iglesia puede seguir funcionando sin los templos de ladrillo. La iglesia son los nacidos de nuevo, que siguen a Cristo y se comunican de muchas maneras.

Que Dios nos ayude a reaccionar, reconocer, confesar y arrepentirnos, de la manera como hemos conducido nues-tros ministerios. ¡No somos más que un barco a la deriva y sin capitán!

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eL profeta hageo

Un regaño para los líderes ayer, y también hoy

El profeta Hageo no sólo tuvo un diagnóstico de lo que pasaba en Israel en su época, sino que también tiene un mensaje vigente para nosotros hoy en Colombia. La adver-tencia de hacia dónde podría ir Colombia próximamente, si no reaccionamos y cambiamos nuestra actitud, nuestro enfoque, nuestra visión y misión particular. Es hora de ir hacia el propósito de buscar unánimes juntos una visión de ciudades y de la nación. Centradas en la plena voluntad del Espíritu Santo de Dios, y en el deseo ferviente de glorificar-lo a través de nuestras vidas, siendo ante todo UNO.

Sus advertencias encajan perfectamente para nosotros hoy:

Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis;

bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis;

y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto.

Hageo 1:6

Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia,

y la tierra detuvo sus frutos.

Hageo 1:10

Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el

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aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias,

y sobre todo trabajo de manos.

Hageo 1:11

Pero, además del diagnóstico, el profeta Hageo reveló la causa:

¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas,

y esta casa está desierta?

Hageo 1:4

¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos: por cuanto mi casa está desierta y cada uno

de vosotros corre a su propia casa.

Hageo 1:9

Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos.

Hageo 1:5

Igualmente, Hageo le dio la solución a Israel, pero también nos la da a nosotros:

Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa;

y pondré en ella mi voluntad,y seré glorificado, ha dicho Jehová.

Hageo 1:8

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La Casa de Dios de piedra y la Casa de Dios como el Cuerpo de Cristo

Sería bueno aclarar en este punto que la Casa de Dios en el Antiguo Testamento —en el tiempo del profeta Hageo— era El templo de piedra, el lugar donde Dios habitaba. Pero la Casa de Dios, desde la perspectiva del Nuevo Testamen-to, ya no es el templo de Piedra, sino El Cuerpo de Cristo en cada ciudad y en cada nación. Edificado con piedras vivas.

Debemos enfocarnos en reedificar la casa de Dios, su tem-plo, el Cuerpo de Cristo que ha estado abandonado y des-cuartizado en nuestras ciudades por el egoísmo ministerial.

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Los Líderes de israeL reaccionaron ante La exhortación deL profeta hageo

¿Reaccionaremos en Colombia?

Los pastores, los ministros y los líderes de la iglesia cris-tiana en Colombia, sencillamente, necesitamos reaccionar como los líderes de Israel. En dos sentidos:

1. Oír, ¡Escuchar las advertencias de Jehová a través del profeta Hageo!Veamos:

Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz de Jehová su Dios, y las palabras del profeta

Hageo, como le había enviado Jehová su Dios;

Hageo 1:12

2. Volver al temor de Dios¿Cuál fue el efecto inmediato, al interior del pueblo de Dios, después de que los líderes escucharon con humildad y prontitud el regaño de Dios a través del profeta? Sucedieron dos cosas trascendentales:La primera:

...y temió el pueblo delante de Jehová.

Y la segunda:

entonces Hageo, enviado de Jehová, habló por mandato de Jehová al pueblo, diciendo:

Yo estoy con vosotros, dice Jehová.

Hageo 1:13

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¿Seremos capaces los líderes cristianos de Colombia, de escuchar la exhortación y revisar nuestros ca-minos? ¿Aquí y ahora? Si es así, entonces también nosotros recibiremos el regalo que Dios le dio a la nación de Israel, cuando su liderazgo se humilló. Es-tuvo receptivo. Y decidió obedecer.No sólo nos dice que estará con nosotros, sino que va mucho más allá:

Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y

el espíritu de todo el resto del pueblo.

Hageo 1:14

Si los líderes oyen y obedecen, el pueblo oirá y obedecerá

Primero, el cielo despertó el espíritu de los líderes que oye-ron, revisaron sus caminos, temieron y obedecieron. Des-pués, Dios mismo despertó el espíritu del pueblo. También el espíritu de los líderes de la iglesia en Colombia y el espí-ritu de todos los colombianos puede ser despertado. En un abrir y cerrar de ojos. ¿Hay alguien por ahí?

¿Alguien cree que esto puede ser posible?Yo lo creo. ¿Alguien más se suma a esta causa de reco-

nocimiento y arrepentimiento?Pero, antes que nada, debemos preguntarnos: ¿Para qué

querría Dios despertar nuestro espíritu en este nuevo tiem-po? Veamos cuál es el objetivo, porque no podemos equi-vocarnos nuevamente:

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y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios.

Hageo 1:14

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Unas pequeñas sugerencias...

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¿por dónde comenzar?

¿Será que por fin podremos trabajar en equipo —con res-ponsabilidad y compromiso— con una previa planificación en varios sentidos? ¿Cuáles?

1. TRABAJAR EN CONSENSO CON EL LIDERAZGO EN CADA CIUDADHasta que podamos decir: le pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros. Y evangelizar con la conciencia de que la pesca milagrosa nos es dada, no para aca-parar, sino para compartir con las otras barcas (las otras congregaciones). En humildad y en amor fra-ternal. Compartiendo con nuestros hermanos como dijeron Pedro y Juan: “de lo que tengo te doy”.

2. RE-DISCIPULAR A LA IGLESIANo en nuestra visión y misión sino en lo que nos manda La Palabra:

Primero, para glorificar al Señor.Segundo, para conocer el amor del Padre.Tercero, disfrutar la Gracia del Hijo.Cuarto, tener comunión con El Espíritu Santo.Quinto, caminar como el Cuerpo del Señor uná-nimes juntos.

3. SANAR LOS CORAZONES HERIDOS DE LOS PASTORES Y MINISTROS EN CADA CIUDADPara arrancar el enojo de Caín de sus corazones. Res-tablecer las relaciones. Restablecer la oración unida y unánime de los líderes de la ciudad, y no sólo dejarle

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la carga a los intercesores y al pueblo. Algunos pe-queños movimientos “de corazón” entre los líderes más importantes y representativos podrían acercar-nos, romper las barreras y sanar las heridas para co-menzar a mirar unánimes-juntos las tareas y los retos que tenemos hacia adelante.

Creo firmemente que si cada pastor, ministro o líder de la iglesia —a conciencia y con responsabilidad— persiste cada semana en romper las barreras y busca a uno, dos, cinco, diez o doce pastores de su zona, y lue-go en equipo juntan a los de su barrio, después a los de su ciudad para ponerse en paz, confesar sus enojos y sus ofensas, sus críticas y su orgullo, sus murmuracio-nes y sus acusaciones, incluso las mentales, entonces habrá comenzado el proceso para Ser Uno.

Pronto veremos al Espíritu Santo asistiendo y ayu-dando a todos aquellos que decidan sanar el pasado, reconocerse como hermanos a pesar de las diferen-cias, honrarse mutuamente, compartir sus bendicio-nes, orar y clamar misericordia, unánimes juntos.

Lo más seguro es que cuando esto comience a su-ceder podremos escuchar lo que los líderes de Israel escucharon de parte del Señor:

Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo

sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy

con vosotros, dice Jehová de los ejércitos.

Hageo 2:4

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Mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los

ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.

Hageo 2: 8-9

4. FORMALIZAR LO ANTERIOR MEDIANTE UN PACTO NACIONAL DE UNIDADCuya firma, se realice en cada iglesia con un cora-zón dispuesto a hacerlo realidad. Estos documentos firmados, pueden ser llevados a un gran acto de arre-pentimiento, en cada ciudad.

5. DETERMINAR UN DIA ANUAL DE ARREPENTIMIENTO MINISTERIALA nivel nacional como el día del perdón del pueblo judío (Yom Kipur). Esto nos permitiría mantenernos con cuentas cortas. Y cada año revisar nuestros cora-zones, nuestras motivaciones y nuestro fruto.

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pacto de unidad

(Una propuesta en borrador)

Los pastores, ministros y líderes cristianos evangélicos de nuestra nación que hemos estado al frente de la obra du-rante las tres últimas décadas —1990 al 2021— DECIDI-MOS PEDIR PERDÓN a los niños, a los jóvenes y a La Iglesia en general porque no hemos mostrado un modelo bíblico de servicio cristiano.

Así mismo PEDIMOS PERDÓN a las nuevas generacio-nes de pastores, ministros y siervos en general. Y a nuestros hijos y a nuestros descendientes.

Nosotros, nuestra generación, hemos fallado al Padre, a Cristo, hemos contristado al Espíritu Santo. Le hemos fallado al Cuerpo de Cristo, a la novia del Cordero.

Algunos hemos envejecido y ya no tenemos el dominio de nuestro carácter como alguna vez pudimos hacerlo. Esto nos ha impedido trabajar en perdón, unidad y unanimidad para compartir como hermanos la pesca milagrosa que El Señor puso en nuestras manos. No hemos tenido sabiduría. Nos volvimos egoístas, orgullosos, codiciosos, vanidosos, exhibicionistas de la bendición, competitivos, y extremada-mente egocéntricos.

De manera humilde, con mucho respeto y honra, hace-mos entrega a las nuevas generaciones de ministros, siervos y obreros del Señor la posta y la tarea de seguir adelante ex-tendiendo el evangelio y el reino de Dios en nuestra nación.

Y con todo nuestro corazón les pedimos: por favor, no cometan nuestros mismos errores. Velen, no por sus minis-terios ni sus casas artesonadas, como lo afirma el profeta

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Hageo, sino por la manifestación del Espíritu Santo a tra-vés del Cuerpo de Cristo en cada ciudad, barrio, vereda o rincón donde haya dos o tres reunidos en el nombre del Señor.

Nosotros los pastores, ministros y líderes: – Como el sacerdote Elí, perdimos el discernimiento. – Como el manso Moisés, terminamos guardado enojo

en nuestros corazones. – Como el victorioso Elías, nos volvimos temerosos y

nos deprimimos. – Como el humilde y acomplejado Saúl, nos volvimos

tercos, obsesivos y vengativos.

¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! Les pedimos perdón.

(Firma del Ministerio o del ministro)

¡Entonces... algo poderoso estará comenzando en medio del pueblo de Dios!

¡Que el Altísimo nos ayude en esta hora... que abra nuestros ojos, destape nuestros oídos y nos dé el sentido de urgencia que necesitamos, antes de que sea demasiado tarde!

De seguro, esta será la mejor manera de entregar nues-tra posta a una nueva generación. Para que ellos salven el 80% que todavía no creen que el Señor Jesucristo fue en-viado por El Padre.

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¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!

Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza.

Por tanto, os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro

y para Sidón, que para vosotras.

Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos

en ti, habría permanecido hasta el día de hoy.

Por tanto, os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti.

Mateo 11:21-24

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NOTA DE CIERRE

Estimado lector: Si después de terminar esta lectura usted

considera que este mensaje debe ser compartido con los miembros de otras asociaciones de

ministros, otras denominaciones, otros ministerios ó con los pastores y líderes de otras ciudades

—y desea apoyar este ministerio para imprimir y enviar más libros— se puede contactar:

E-mail: [email protected] / Telegram: +57 301 306 1617

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Cuando los pastores y ministros se enfocan más en crecer

y en cuidar de sus ministerios que en colaborar y trabajar

en un sentir de unidad y de propósito para combatir

juntamente como un solo cuerpo y una sola Iglesia; cuando

los líderes se enfocan en sus dones y habilidades para

edificar su ministerio y la congregación que Dios les ha

llamado a pastorear; cuando el uso de las manifestaciones

del Espíritu Santo son usadas para beneficio propio y

permitimos que el orgullo, la soberbia, la codicia y otras

cosas contaminen nuestro corazón; Dios juzga y expone

lo escondido y no bendice la obra de nuestras manos.

En este mensaje de advertencia para despertar a la iglesia

de su letargo e indiferencia, Roosevelt Muriel determina

factores principales en los que la iglesia ha fallado. Este es

un mensaje profético que sale de un corazón que lamenta

una situación que ha contristado al Espíritu Santo de

Dios y que toca trompeta a la iglesia de Colombia, para

advertir que, aunque el tiempo está avanzado, aún no

hemos llegado a una situación dramáticamente grave

para nuestra nación, y como Nehemías, Esdras, Daniel,

el pueblo, los pastores y líderes, junto con los profetas,

deben confesar sus errores, adorar a Dios y pedir su

gracia y misericordia sobre nuestra amada Colombia y

sobre Su Iglesia.

Dr. Héctor TorresPresidente del ministerio

Hispano Internacional