Rosarigasinos

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1 60º 37’ Oeste, 32º 56’ Sur , por Fernando Quaglia Un día de otoño llegan dos hombres a Rosario: uno viene navegando aguas arriba, el otro ingresa a pie por los barrios del sur. Atilio N. Calvo, marino antillano, poeta invisible, ancla su barco cerca de las islas, en línea paralela a la aduana. Alvaro Núñez, tozudo caminante, acomoda su mochila en una pensión de calle San Martín. Juntos siguen por el mundo a una mujer a quien no logran alcanzar. Creen haberla visto en un pueblito de las costas galesas, bebiendo té en una terraza de Tánger, sentada en las piedras de un río en Montana, y perdida en la muchedumbre de alguna capital asiática. Atilio N. Calvo está enamorado sin remedio de ella, pero es Alvaro Núñez el que, con su mirada lenta y bovina y su insólita resistencia al cansancio, recorre las ciudades tras los pasos de la esquiva dama. Los dos viajeros rara vez se reúnen; sólo se comunican por carta. Alvaro Núñez, conocedor de naufragios y milagros, sobreviviente de cataclismos, pestes y hambrunas, comenta sus exploraciones al dorso de los mapas que dibuja con paciencia y estilo poco ortodoxo. Atilio N. Calvo, inmóvil, reflexivo, pregunta por los límites de Rosario, sus climas y su lenguaje,

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60 37 Oeste, 32 56 Sur, por Fernando Quaglia

Un da de otoo llegan dos hombres a Rosario: uno viene navegando aguas arriba, el otro ingresa a pie por los barrios del sur. Atilio N. Calvo, marino antillano, poeta invisible, ancla su barco cerca de las islas, en lnea paralela a la aduana. Alvaro Nez, tozudo caminante, acomoda su mochila en una pensin de calle San Martn. Juntos siguen por el mundo a una mujer a quien no logran alcanzar.Creen haberla visto en un pueblito de las costas galesas, bebiendo t en una terraza de Tnger, sentada en las piedras de un ro en Montana, y perdida en la muchedumbre de alguna capital asitica. Atilio N. Calvo est enamorado sin remedio de ella, pero es Alvaro Nez el que, con su mirada lenta y bovina y su inslita resistencia al cansancio, recorre las ciudades tras los pasos de la esquiva dama.Los dos viajeros rara vez se renen; slo se comunican por carta. Alvaro Nez, conocedor de naufragios y milagros, sobreviviente de cataclismos, pestes y hambrunas, comenta sus exploraciones al dorso de los mapas que dibuja con paciencia y estilo poco ortodoxo. Atilio N. Calvo, inmvil, reflexivo, pregunta por los lmites de Rosario, sus climas y su lenguaje, por los laberintos urbanos, la ubicacin de parques y paseos, y las cifras escritas en los postes de luz, en las puertas de ciertos edificios o en los viejos programas de cine. Durante varios meses ambos intentan, cada uno a su manera, encontrar a la mujer. Alvaro Nez descubre el desierto que se esconde bajo el trazado respetuoso y las excntricas palmeras del Bulevar Oroo, escucha a un pianista de jazz en una medianoche de swing irrepetible, gua a un ciego hacia el interior de Pichincha, conoce las mansiones prepotentes y la helada pobreza de los suburbios, se topa con un conde polaco que parlotea con los sordomudos y sucumbe al perfume de las morenas inexpugnables. Mientras tanto, Atilio N. Calvo se refugia en su camarote, y anuda poemas de amor a las patas de las aves incautas que caen en sus trampas, y suea con la mujer detenida en un punto preciso del paisaje que su amigo describe en los informes, y en los atardeceres procura divisarla, con un antiguo catalejo, entre las sombras que vagan por los muelles. A fines de octubre, Alvaro Nez afirma que ha visto a la mujer por lo menos cinco veces. Ella siempre aparece de improviso y, sin que l pueda mover sus piernas curtidas en mil terrenos, se desvanece como si un mago veloz, prodigioso, la ocultara en una nube de humo. Por su parte, Atilio N. Calvo intuye que la mujer ya no abandonar esta ciudad con nombre femenino, de ancestros ausentes y obstinada melancola, y pide a su compaero de aventuras que no interrumpa la bsqueda por ninguna causa.Una maana de verano, Alvaro Nez se desploma en una esquina donde el azar junta tres calles, como si un inaudible motor se hubiera apagado dentro de su cuerpo. Muere en silencio, quieto. Las cartas de Atilio N. Calvo continan llegando, puntuales, a la pensin de San Martn y Tucumn, hasta que un da de abril, a un ao exacto de su arribo al puerto rosarino, alguien le da la trgica noticia. Entonces, con los dibujos de Nez y los apuntes de sus cuadernos, Calvo pretende trazar un mapa completo de la ciudad antes de desembarcar. Pronto adivina que, aunque nunca conseguir terminarlo, emplear el resto de sus fuerzas en esa tarea infinita.En los otoos de Rosario, hay quienes todava recuerdan historias como sta, y en las madrugadas de llovizna gris y aire rojizo salen a buscar la esquina que Alvaro Nez pis por ltima vez, o se trepan a los techos para ver el farol encendido (un color amarillo que nadie podr pintar jams) del barco donde Atilio N. Calvo, inclinado sobre innumerables cuartillas en las que se repite la clave "60 37' oeste, 32 56' sur', flota en la niebla, esperando.

Olores en la biblioteca, por Javier Nez Hay bibliotecas caticas: la ma es una de esas. Los libros parecen dispuestos al azar o respetando leyes ilgicas como el orden cronolgico de su compra o el momento en que fueron rescatados de esos rincones de la casa donde los suelo abandonar. Existe, sin embargo, un orden secreto que nunca antes confes. Estn acomodados, si me permiten la expresin, odorficamente. Es simple. En algn momento de mi vida empec a percibir olores en los libros. No el olor habitual y uniforme de un libro nuevo sino otros, variados, subjetivos y complejos. Lo not con Obra completa de Jos Pedroni, una edicin de 1969 de la editorial de la Biblioteca Vigil. Durante el primer embarazo de mi mujer le una poesa cuyos versos iniciales decan as: "Haz con tus propias manos/ la cuna de tu hijo./ Que tu mujer te vea/ cortar el paraso." Un par de das despus volv por el mismo libro. Percib un olor extrao, atpico, que se haca ms fuerte en el estante del volumen de Pedroni. Abrirlo fue asomarme a un bosque insospechado. Ola a madera fresca, recin cortada; el perfume que escapa del tajo que deja un hachazo en un rbol erguido.Por un instante cre que esta rara cualidad se restringa al libro de Pedroni. Pronto comprob que estaba equivocado: cada uno tena su olor, uno que acaso haba estado siempre y se haba hecho evidente en ese momento o, quizs, uno nuevo que se le haba impregnado en ese momento por algn fenmeno inexplicable. Slo ms tarde, con el paso del tiempo y un examen profundo de cada libro, entend que los olores se vinculaban a un recuerdo o impresin que me haba dejado ese libro. Ese prodigio no era intrnseco de los libros, sino producto de mi percepcin. Los reorden a todos. Hasta entonces haba mantenido una clasificacin rigurosa: autores argentinos en los dos estantes de arriba; latinoamericanos en el siguiente; poesa en el primero de la izquierda. Los libros de cuentos ocupaban tres estantes: los dos primeros ordenados alfabticamente por autor, el ltimo con antologas temticas. Etctera. Cada cual tendr su forma de ordenarlos; muchos, alguna como sta. Pero a partir de ese da tuve que inventar una nueva clasificacin. Una ms arbitraria, confusa, insondable para los amigos o visitas que tratan de llevarse algo prestado: orden mis libros por olores. As, un libro de Paul Auster puede acabar junto a uno de Borges porque ambos comparten cierto olor a musgo, tierra hmeda y a piedra, como de interior de laberinto, y otro del mismo autor ocupar el extremo opuesto de la biblioteca. La noche del orculo, por ejemplo: est en el rincn de abajo, junto a libros con olores a escritorio lustrado, goma, papel y tinta. Como una gran paleta de colores, mi biblioteca tiene familias de aromas, intensidades y gradacin. Hay secciones de ro, sauce, barro o pescado; de asado y pasto fresco; de plvora y sangre; de mate y fogn. Es, ciertamente, una categorizacin compleja. Hay libros que tienen ms de una serie de olores "esto es muy comn en los libros de cuentos o de poesa", pero siempre hay un conjunto en particular que es ms perceptible que los dems. Hay un libro de Cortzar, por ejemplo, con olor a arroz con leche, ceritas y caracoles pero tambin a humedad, a telaraa y sudor. Lo ubiqu en la categora de la ltima gama, porque era la ms fuerte de las dos. Es complejo y a la vez simple. Describirlo, explicarlo, es una empresa intil. Pero basta con ir a mi biblioteca, cerrar los ojos y dejar que los aromas me guen para que cada cosa cuadre en su lugar. No voy a negar que este mtodo presenta algunos inconvenientes. Buscar un libro especfico lleva algo ms de tiempo. Cuando viene mi hermano, por ejemplo, y me pregunta a los gritos si tengo algo de Bradbury mientras preparo el mate en la cocina: "Hay uno entre los que tienen olor a plstico, hierro y lavanda. Ojo, no te confundas con los que huelen a xido y tierra seca, nada que ver".De ms est decir que no lo encuentra: tengo que ir yo, acariciar cada lomo con la yema de los dedos mientras distingo los olores, hasta llegar a la seccin buscada. Es mucho ms fcil, en cambio, buscar libros que abandon por la mitad -son los que tienen olor rancio, como a yerba de ayer- o los que todava no le. Esos estn arriba de todo porque "todava" no poseen ningn olor que los clasifique. Pero existe una ventaja. Los libros que leo en el momento nunca estn en la biblioteca, sino a mano. A la biblioteca me lleva la relectura. Es raro que busque un libro para revisar alguna cita: para eso est San Google. Puede que recuerde un cuento o un libro por un suceso particular y decida releerlo. Pero, en general, la visita a la biblioteca obedece a un estado de nimo repentino, a la necesidad imperiosa de leer cualquier cosa, al insomnio, al aburrimiento, a las ganas de ir al bao. Y entonces, con esa sensacin incierta, nunca s qu elegir. Ahora, con esta clasificacin que puede parecer absurda, el tema es mucho ms simple: cierro los ojos y huelo. Siempre hay un aroma que tienta, que seduce. Ese es el indicado.Por eso mantengo este caos aparente. S que no soy el nico. A veces, cuando pido un libro prestado, no me sorprende ver a alguien cerrar los ojos frente a su biblioteca para encontrarlo. Nunca pregunto a qu huele: prefiero descubrirlo. Pero, secretamente, nos reconocemos como miembros de una misma legin. Ahora, ustedes tambin lo saben. Y puede que la prxima vez que visiten a un amigo no se sorprendan al ver cmo encuentra, en una pila anrquica de libros, la novela que le prestaron. Incluso puede ser que al recibirla la abran, se lleven las hojas a la nariz y los sacuda un olor familiar e inconfundible, como si siempre hubiese estado ah. Despus solo ser mirarse el uno al otro, y compartir en silencio esa complicidad.

La perfecta casada, por Anglica Gorodischer A la memoria de Mara Varela Osorio

Si usted se la encuentra por la calle, cruce rpidamente a la otra vereda y apriete el paso: es una mujer peligrosa. Tiene entre cuarenta y cinco y cincuenta aos, una hija casada y un hijo que trabaja en San Nicoks; el marido es chapista. Se levanta muy temprano, barre la vereda, despide al marido, limpia, lava la ropa, hace las compras, cocina. Despus de almorzar mira televisin, cose o teje, plancha dos veces por semana, y a la noche se acuesta tarde. Los sbados hace limpieza general y lava los vidrios y encera los pisos. Los domingos a la maana lava la ropa que le trae el hijo, que se llama Nstor Eduardo, amasa fideos o ravioles, y a la tarde viene a visitarla la cuada o va ella a la casa de la hija. Hace mucho que no va al cine pero lee Radiolandia y las noticias de polica del diario. Tiene los ojos oscuros y las manos speras y empieza a encanecer. Se resfra con frecuencia y guarda un lbum de fotografas en un cajn de la cmoda junto a un vestido de crepe negro con cuello y mangas de encaje.Su madre no le pegaba nunca. Pero a los seis aos le dio una paliza un da por dibujar una puerta con tizas de colores y le hizo borrar el dibujo con un trapo mojado. Ella mientras limpiaba pens en las puertas, en todas las puertas, y decidi que eran muy estpidas porque siempre abran a los mismos lugares. Y la que limpiaba era precisamente la ms estpida de todas las puertas porque daba al dormitorio de los padres. Y abri la puerta y entonces no daba al dormitorio de los padres sino al desierto de Gobi. No le sorprendi aunque ella no sabia que era el desierto de Gobi y ni siquiera le haban enseado todava en la escuela dnde queda Mongolia y nunca ni ella ni su madre ni su abuela haban odo hablar de Nan Shan ni de Khangai Nuru.Dio unos pasos del otro lado de la puerta y se agach y rasc el suelo amarillento y vio que no haba nada ni nadie y el viento caliente le alborot el pelo asi que volvi a pasar por la puerta abierta, la cerr y sigui limpiando. Y cuando termin la madre rezong otro poco y le dijo que lavara el trapo y que llevara el escobilln para barrer esa arena y que se limpiara los zapatos. Ese da modific su apresurada opinin sobre las puertas aunque no del todo, no por lo menos hasta no ver lo que pasaba.Lo que fue pasando a lo largo de toda su vida y hasta hoy fue que de vez en cuando las puertas se comportaban en forma satisfactoria aunque en general seguan siendo estpidas y abrindose sobre corredores, cocinas, lavaderos, dormitorios y oficinas en el mejor de los casos. Pero dos meses despus del desierto por ejemplo, la puerta que todos los das daba al bao se abri sobre el taller de un seor de barba que tena puestos un batn largo, zapatos puntiagudos y un gorro que le caa a un costado de la cabeza. El viejo estaba de espaldas sacando algo de un mueble alto con muchos cajoncitos detrs de una mquina de madera muy grande y muy rara con un volante y un tornillo gigante, en medio de un aire fro y un olor picante, y cuando se dio vuelta y la vio empez a gritarle en un idioma que ella no entenda. Ella le sac la lengua, salio por la puerta, la cerr, la volvi a abrir y entr al bao y se lav las manos para ir a almorzar.Otra vez, a la siesta, muchos aos ms tarde, abri la puerta de su habitacin y sali a un campo de batalla y se moj las manos en la sangre de los heridos y de los muertos y arranc del cuello de un cadver una cruz que llev colgando mucho tiempo bajo las blusas cerradas o los vestidos sin escote y que ahora est guardada en una caja de lata bajo los camisones, con un broche, un par de aros y un reloj pulsera descompuesto que fueron de su suegra. Y as sin querer y por suerte estuvo en tres monasterios, en siete bibliotecas, en las montaas ms altas del mundo, en ya no sabe cuntos teatros, en catedrales, en selvas, en frigorficos, en sentinas y universidades y burdeles, en bosques y tiendas, en submarinos y hoteles y trincheras, en islas y fbricas, en palacios y en chozas y en torres y en el infierno.No lleva la cuenta ni le importa: cualquier puerta puede llevar a cualquier parte y eso tiene el mismo valor que el espesor de la masa para los ravioles, que la muerte de su madre y que las encrucijadas de la vida que ve en televisin y lee en Radiolandia.No hace mucho acompa a la hija a lo del mdico y mirando la puerta cerrada de un bao en el pasillo de la clnica se sonri. No estaba segura porque nunca puede estar segura pero se levant y fue al bao. Y sin embargo era un bao: por lo menos haba un hombre desnudo metido en una baadera llena de agua. Todo era muy grande, con techos muy altos y piso de mrmol y colgaduras en las ventanas cerradas. El hombre pareca dormido en su baadera blanca, corta y honda, y ella vio una navaja sobre una mesa de hierro que tena las patas adornadas con hojas y flores de hierro y terminadas en garras de len, una navaja, un espejo, unas tenazas para rizar el pelo, toallas, una caja de talco y un cuenco con agua, y se acerc en puntas de pie, levant la navaja, fue en puntas de pie hasta el hombre dormido en la baadera y lo degoll. Tire la navaja al suelo y se enjuag las manos en el agua tibia de la baadera. Se dio vuelta cuando sala al corredor de la clnica y alcanz a ver a una muchacha que entraba por la otra puerta de aquel bao. La hija la mir:-Qu rpido volviste.-El inodoro no funcionaba contest.Muy pocos das despus degoll a otro hombre en una tienda azul de noche. Ese hombre y una mujer dorman apenas tapados con las mantas de una cama muy grande y muy baja y el viento castigaba la tienda e inclinaba las llamas de las lmparas de aceite. Ms all habra un campamento, soldados, animales, sudor, estircol, rdenes y armas. Pero all adentro haba una espada junto a las ropas de cuero y metal y con ella cort la cabeza del hombre barbudo y la mujer dormida se movi y abri los ojos cuando ella atravesaba la puerta y volva al patio que acababa de baldear.Los lunes y los jueves, cuando plancha por las tardes los cuellos de las camisas, piensa en los cuellos cortados y en la sangre y espera. Si es verano sale un rato a la vereda despus de guardar la ropa hasta que llega el marido. Si es invierno se sienta en la cocina y teje. Pero no siempre encuentra hombres dormidos o cadveres con los ojos abiertos. En una maana de lluvia, cuando tena veinte aos, estuvo en una cartel y se burl de los prisioneros encadenados; una noche cuando los chicos eran chicos y todos dorman en la casa, vio en una plaza a una mujer despeinada que miraba un revlver sin atreverse a sacarlo de la cartera abierta, camin hasta ella, le puso el revlver en la mano y se qued all hasta que un auto estacion en la esquina, hasta que la mujer vio al hombre de gris que se bajaba y buscaba las llaves en el bolsillo, hasta que la mujer apunt y dispar; y otra noche mientras hacia los deberes de geografa de sexto grado fue a buscar los lpices de colores a su cuarto y estuvo junto a un hombre que lloraba en un balcn. El balcn estaba tan alto, tan alto sobre la calle, que tuvo ganas de empujarlo para or el golpe all abajo pero se acord del mapa orogrfico de Amrica del Sur y estuvo a punto de volverse. De todos modos, como el hombre no la haba visto, lo empuj y lo vio desaparecer y sali corriendo a colorear el mapa as que no oy el golpe pero s el grito. Y en un escenario vaco hizo una fogata bajo los cortinados de terciopelo, y en un motn levant la tapa de un stano, y en una casa, sentada en el piso de un escritorio, destroz un manuscrito de dos mil pginas, y en el claro de una selva enterr las armas de los hombres que dorman y en un ro alzo las compuertas de un dique.La hija se llama Laura Ins y el hijo tiene una novia en San Nicols y ha prometido traerla el domingo que viene para que ella y el marido la conozcan. Tiene que acordarse de pedirle a la cuada la receta de la torta de naranjas y el viernes dan por televisin el primer captulo de una novela nueva. Vuelve a pasar la plancha por la delantera de la camisa y se acuerda del otro lado de las puertas siempre cuidadosamente cerradas de su casa, aquel otro lado en el que las cosas que pasan son, mucho menos abominables que las que se viven de este lado, como se comprender.

La luna argentina, por Luciano Tamous

Vos sabs que yo tena la luna? S, la luna.Resulta que una vuelta unos tipos que vivan en Prez.Sabes dnde vivan? El bochn clu, ah de la esquina, dos cuadras para dentro. Me deban una guita, y me verseaban, me verseaban. Entonces da por medio, me les apareca por las casas. Al lado, viva la madre dello. Entonces un da, la vieja me hace pasar. Me ceb mate. Y la veo a la vieja que tena una chancleta en la pata. Haca un tornillo! Y le digo: seora, no tiene fro? Y la gringa me dice:Ma claro, ma io tenco la cota.Y ah me acord, que una vuelta un tucumano, me dio unos yuyos para la gota. Entonces le dije a la vieja, y se hizo el t. No sab, lo agradecida que estaba la gringa. Otra vuelta voy, estaba contenta, como loca lo que se haba curado.Ma ust un ngelo.Y despus me dijo: ma coma la chichiripiata! Y yo me morf una bandeja, al otro da, no me poda ni mover del dolor del hgado. Gringa de mierda deca yo: se cur de la gota y me jodi del hgado.Pero la gringa se port. Me dijo:Lo ico son uno tranfuca. A ust debe, yo lo copro.Y justo apareci el ms grande. No sabe la gringa, lo empez a putear en tano, se puso como loca.Nunca pens que esa viejita, poda ser tan mala, te daba miedo. Entonce el garca mayor me dijo:Te garpo por la vieja, agradecele a la vieja. No entend que no te pago porque no tenemos un sope, no tenemo.Est bien, le dije yo, dame algo, y agradecele vos y el otro garca a tu vieja, sino estaran los dos con un tiro entre ceja y ceja.Bueno!, me dijo el chabn, no te hagas el guapo, te pagamos con lo que hay. El domingo ests en tu casa?Y le dije que s.El domingo a la maana no sabe! Aparecieron unos grones, camin con acoplado, golpean las manos:Buenas jefe! Dnde le dejamos esto?Yyo le dije pnganla en el fondo. Le digo a mi jermu: mira estos gringo hijo de puta con lo que me quieren garpar! Y ella me dijo: pero agarralo y dejate de joder! Cunto ms vas a estar con esto? Agarralo y olvidate. Y bueno, entonces me pusieron la luna en el fondo.Vos sab lo lindo que era! Al principio venan lo vecino, a la hora del morfe, siempre a la hora del morfe. Don, nos deja sacar unas fotos en la luna?Todos los das era as. Mi jermu tiraba la bronca. Yo les deca: Ahora cuando vo est apoliyando, voy a ir a tu casa y me voy a sacar una foto en el inodoro. Eh, no se noje, una fotito nom! Una fotito, una fotito ya estoy repodrido, todo lo da una fotito, y a la hora del morfe! Por qu no ven cuando la Elvira est tomando mate? A la hora del morfi ten que venir? Yas era siempre. Hasta que un da vino un inspector de la Municipalid. Entr y me dijo: Hermano, est hasta las pelota ust! Ust no tiene permiso para poner la luna all. Ojo, que le voy a tener que hacer una multa!Yo le cont cmo fue, de lo gringo que me pagaron as, y si no, no cobraba m, y le dije: Cmo arreglamo gaucho? Dme una mano! Me dice: Bueno tirame algo pal verm. Y yo le dije: Cmo no, y lleve un amigo! Pero al punto se le hizo vicio, y ya a cada rato, con lo del permiso, y lo del permiso, y cada vez pior. Dec que un amigo, conoca a un capo de la municipalid, que le deba unos favore, y as se dejaron de joder, si no, no s.Pero despus, empezaron lo vecino:Don, djese de jod! este es un barrio decente, me vinieron a decir uno vecino de la vuelta. Ust ac tiene la luna, y a la tardecita, ya es villa cario. Se vienen toda las pareja y se entran a franele, y hay pibe, mujere. No se puede as. Como est la luna, se vienen todo lo enamorado pa c. Ya una degeneracin esto.Despus, apareci la vecina de al lado. Don, djese de jod con la luna y la luna, no se aguantan ms los bicho! Est lleno de la cotorrita todo el da, y ni le cuento la polilla. Yla verd que era problema, y problema. Am no me joda para nada, al contrario, sabe lo lindo que era tomar mate al lado de la luna!Pero bueno, una vuelta, ya me tenan podrido, y me dice la Elvira: vendela, qu va a hac, algn gil por ah te la compra. Y le hice caso, puse un aviso en el diario. Aparecieron uno grone, me queran dar dos centavo. Despu otro, una moto que se caa a pedazo. Le digo Lalvira: No va m esto! Yagarr un hacha, le corte la cadena, y la largu. Y se empez a irse despacito, despacito, pal cielo.No sabe: aparecieron lo vecino: Qu hizo don! Ahora jodans, tanto me rompieron lo huevo ustede! Ah tienen, no hay ms luna!Sabe lo que m bronca me da ahora, no son lo vecino, son lo yanqui. Lo yanqui andan diciendo que fueron lo primero que pisaron la luna. Qu hijo de puta, mir! Si la luna era ma, y yo soy argentino. La luna argentina, porque era ma. O yo que soy? Eh?Soy argentino o no soy argentino? Entonce? Ello pisaron la luna? Hacme el favor, che! Sabe la milonga que hacamo, y ponamo a lo msico arriba e la luna. La usbamo de escenario a la luna, la usbamo. Una vuelta, estaba Gonzalito en el fueye, Pascana tocaba la viola, don Juan la verdulera, y no sabe, meta tango, paso doble, toda la noche! Y una vuelta apareci el narign Garca, la iba de cantor de tango. Ojo que tena buena vo el narign. Dicen que una v lo escucho Alfredo Gobbi, y le dijo: Pibe, vo canta bien, pero ven cuando largu lescabio. Bueno, y en una vuelta, vino el narign, y le gustaba una mina, la hija del jetn Ordoe. Yo le dije, no te haga el vivo narign, que una piba, y una familia amiga.Entonce, yo le deca a todo, pnganse cada uno en un crate, porque si no se van a venir en picada. Y el narign ah se hizo el artista y empez a cantar Prncipe fui, y se haci el artista, se haca, y la miraba a la piba.Tena un pedo el narign! Entonce, se hacia como el cantante de pera, se par arriba del crate, y se vino abajo. Dec que se pudo agarr de la soga de la ropa, y cay de espalda, arriba de lo fuentone que tenan la bebida. Yo dije: se mat el napia! Porque dio la espalda en seco contra la barra de hielo. Pero no, se levant, se le fue el pedo, se sacudi el jetra, con una sonrisa de oreja a oreja, como un artista. Eso s la piba no aguantaba la risa, se rea a carcajada.Y bueno: esa la bronca que me da! Lo que dicen lo yanqui. Pero porai la miro, la miro a la luna, y digo: La puta madre, que linda! Y por a no se me dan una gana de trarmela de nuevo!

Los comehuevos, por Sonia CatelaTe ponen una monedita al pie o te miran con odio o hacen que una amiga les saque una foto a tu lado o pasan apurados o se apartan para no cruzar el radio de influencia de tu aliento o tu mirada, vos con ese atuendo de faran egipcio que te cosi Norita copindolo del libro de Historia de primer ao, el lam conseguido en una feria americana, la pintura dorada hecha con polvo de purpurina, estatua sobre su pedestal, el cajoncito; cuento tres monedas de cincuenta centavos hacia el medioda, apenas para media docena de huevos, huevos duros, huevos poch, batidos y asados, de pie sobre un cajoncito a la entrada del shopping, o en el Monumento a la Bandera donde suele caer un turista que a lo mejor te paga por una foto o se pone lejos y te la saca igual sin darte nada, se termin el gas, dice Norita vamos a comer huevos crudos? pero me sonre porque nos dura el buen humor de la noche que pasamos, empacho de caricias; ante m un par de espectadores interesados, casi en el punto de aflojar bolsillo, cuando se desata la tormenta que pronosticaba la radio, adis negocio, a cascar huevos y comerlos crudos. Se escurren las nubes, pasa mi hermanita Lila pero se aleja dos metros para que las compaeras del colegio no me reconozcan y la carguen, "le hubieras avisado", me reprochar mi madre que todava conserva algunos aires del esplendor pasado proveniente de la casita en Gaboto y 25, bao azulejado y ttulo de propiedad en regla, con el que no hace juego este hijo que recoge monedas trabajando de estatua.Lo que pasa es que no da el tipo, faran egipcio en Rosario, no combina, eso servir en la pirmide de Keops, desvestirme en un movimiento, borronearme la cara, cambiar de personaje, ayudame Norita, si hallamos el tipo justo dejaremos de abrir huevos, la panza de Norita crece y le beso el pupo agrandado, hoy tortilla de papas hecha en la cocina de doa Petrona, una vecina que da de comer a los perros vagos, a los gatos abandonados, y a nosotros, mascotas suyas tambin, pero caminando con el cajoncito hacia la Florida donde siempre algo se rasca, se ilumina mi espritu, me inspiro, ser la virgencita de Lujn o tal vez Vctor Hugo Morales, porque cuando canta un gol desde la radio de un auto que frena ante el semforo, se me ocurre: el ms grande, el nico, el dios. Llego a casa baado en sudor por la emocin, Maradona, Norita, Maradona, no te entiendo, har de Maradona, te parece, soy morocho como l, me armar los rulos con unos ruleros, como mi hermana Zita, petiso como l, y tu chuequera? no se va a notar, Norita, la disimulan las medias, vers; seguimos el pster del Diego al pie de la letra, el baln, Norita, necesitamos una nmero cinco, lo ms fcil del mundo, la cosa ser que a cada moneda que pongan, yo tirar la pelota de arriba abajo con la punta del botn, o cabecear; orgullosa de m, Norita cose la vincha argentina, remienda la camiseta de la seleccin que nos obsequia doa Petrona quien ayer sali al centro a buscar un tapadito de perro para Lito, el caniche que se le qued pelado despus de un susto, nmero diez en la remera, teln de fondo con la imagen del crack pegada a un lienzo, listo para triunfar; se amontonan unas viejas, me piden que las bese, se fotografan con Maradona, me babosean, tres con veinte, un par de correntinos, que les cante el gol, enseguida, "dec fue la mano de Dios, Diego", cinco mangos, me dedico a imitar la voz del dolo, sus saltos, cambio de esquinas para la representacin y el que mejor me sienta es cualquiera donde circulen forasteros pero argentinos, mi hermanita Lila llega con algunos amigos varones de Glvez que quieren que les autografe sus camisetas de Boca; el Club Bosteros de Villa Elisa, me convida a que d la vuelta olmpica, bandera argentina cargada al hombro en una pequea asta en el partido apertura del torneo regional, mir lo que traje, Norita, un par de bifes, bifes, se admira Norita, entonces el anuncio: busc una parrilla que seguro el domingo, luego del partido, Norita, comemos asado; mi amor, se emociona Norita, agrega "grande, Diego" y yo le canto el gol.

Cachilo

Quin no ley alguna vez alguno de sus grafittis? El hombre barbudo no tiene hogar ni familia que engaar. Petisos argentinos de 25 aos, juris por Dios defender y honrar la cruz hasta morir? Marido, si no pods cuidar y defender a tu seora, mejor dejala. Quin no lo vio alguna vez dormitando en la vereda? Cachilo andaba por toda la ciudad pero tena sus parajes, segn las pocas: San Martn al 2000, Santiago y Crdoba, Sarmiento al fondo. All se instalaba con su sobretodo rado, su mochila y sus mnimos brtulos. Cuando no escriba, reflexionaba sobre el mundo o interpelaba a un transente. Empez a escribir graffittis cuando nadie los escriba. Ilustraba la puerta de un negocio, subrayaba un slogan publicitario o aprovechaba la corteza de un rbol. Las paredes de la ciudad conservan numerosos rastros de su humor absurdo, locamente arbitrario. Mximas donde lo trivial y lo inesperado se cruzan en luminosas combinaciones. En otra poca pudo ser un profeta o un augur, pero en este mundo desencantado le toc el papel de un linyera pintoresco. Como tal, ocupaba, ocupa, un lugar de privilegio entre las pequeas leyendas rosarinas. Pariente cercano del poeta Aragn y Rita la Salvaje, integraba la cofrada a la que tambin responden, en otra escala, Jorgito, el almacenero, o Paloma, la ninfa errante. Sus pintadas sedujeron a ms de un pensador ilustrado pero por fortuna nunca se pleg al clan de los poetas formales. Prefera la autonoma del umbral, la cruda belleza de la calle. Cachilo se llamaba Higinio Maltaneres. De las mltiples fbulas tejidas alrededor de su pasado, la ms probable lo ubica quince o veinte aos atrs trabajando en el correo. Luego habra puesto un pequeo negocio con el que no le fue mal. El amor de una mujer y el subsiguiente desengao habran precipitado su fuga. Esta versin, desde luego, no excluye otras. Tambin pudo ser un aventajado estudiante de medicina, vctima de un surmenage, o el hijo de una acaudalada familia que eligi el desamparo a la crcel confortable. Es mejor conservar algo de esta incertidumbre, ms all de su muerte. La imaginacin popular inventa historias para sus hijos predilectos. Es un intento para preservarlos contra la vaguedad del mito. Pero como las historias se multiplican, el mito finalmente se reinstala, un poco ms cercano, en la tibieza de un cuerpo envuelto en diarios o en el olor a vino de un hombre a la intemperie. Un da me encontr con Cachilo. Y maestro, como dice que anda?. No acus respuesta. Al rato se acerc y me espet muy formalmente y con voz de ceremonial: Pint con pinturitas que ellas saben quererte ms que las mujeres misteriosas y estn ms cerca de la mano. Luego, casi yndose, como entregndome un secreto que dudosamente yo habra de develar, me dijo sentencioso: Y una cosa ms...cuidte de los franceses. Fue a la noche del 5 de octubre del 91 cuando supe que su absurdo prodigioso se fue de este mundo. Mirando las estrellas sucias record una frase que Cachilo haba estampado en una columna. Todos somos mundo fuego. Lo imagin escamoteando pinceladas, carnaduras hechas con ceritas pero arrancadas a la aurora boreal, lejos de las heladas rosarinas y de las boludeces del mundo entero. Cachilo tambin escribi: Los vivos tienen patria ganada. Los muertos estn solos y no tienen nada.

ndice60 37 Oeste, 32 56 Sur1Olores en la biblioteca, por Javier Nez3La perfecta casada, por Anglica Gorodischer6La luna argentina10Los comehuevos,14Cachilo16