Saberes Sujetos€¦ · vinculados a la construcción educativa y cultural cotidiana. NO buscamos...

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Saberes Sujetos Revista de Educación y Cultura

N°5 | Junio – Julio de 2016 Viña del Mar Chile

Página web: www.saberessujetos.cl

Contacto: [email protected]

Equipo Revista Saberes Sujetos

Director

Mauricio Arenas Oyarce

Comité editorial

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Damaris Landeros Tiznado

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Hugo Herrera Pardo

Jorge Cáceres Riquelme

Camila Pérez Lagos

Edición y corrección

Eva-Rayen Osorio Salinas

Salvador Zúñiga Cruces

Asistente de edición

Macarena Herrera Vaccaro

Webmaster

Martín Santibáñez Ávalos

PRINCIPIOS

SABERES SUJETOS es un espacio para

compartir ideas y experiencias de aquellas personas vinculadas a la educación y la cultura, o

que se interesan por el desarrollo de propuestas críticas y transformadoras, y que no encuentran un espacio de difusión debido a la elitización de la

cultura y de los estudios pedagógicos.

NO pretendemos ser una publicación especializada que rinda pleitesía a la oligarquía

académica y sus protocolos y normativas excluyentes. SÍ pretendemos ser un espacio abierto, en el

marco de una postura crítica, que sirva como plataforma a las ideas y experiencias de sujetos

vinculados a la construcción educativa y cultural cotidiana.

NO buscamos la certificación de instancias

académicas burocráticas. SÍ buscamos referenciarnos como instrumento colectivo de análisis, crítica y construcción

educativa y cultural.

CONTENIDO

Editorial

LETRA CRÍTICA, Ensayo sobre libros

Jaime Casas

La ternura de la clandestinidad Por Rodrigo Ortega

Sistema pasivo, niños inquietos ¿Es el TDA el problema

o es la escolarización? Por Matías Henríquez Aranguiz

La crónica crónica:

Crítica de las narrativas históricas burguesas sobre Valparaíso Por Ernesto Guajardo

RELATOS DE CAMINANTE Dale click que ya comienza

Por Efe Créditos Artísticos

DEMËNTIA

ENTRADA

Por DEMËNTIA

Criterios para la publicación

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EDITORIAL

Analizar las imágenes de la escuela de hoy, exige primero una postura crítica ante la

cristalización de ciertos saberes que han formado parte del sistema educativo por

larga data. Un ejercicio práctico exige esencialmente la reinterpretación del concepto

acuñado por Illich, desescolarización, bajo una lógica didáctica que nos permita

desprenderlo de gran parte de su contenido contextual para extraer un residuo

semántico útil para nuestros propósitos. Ejercicio reprochable para algunos pero

productivo en términos de análisis.

Ante la tragedia neoliberal en la que fue decantando la realidad y por ende la

escuela latinoamericana - y especialmente el sistema educativo chileno1- tras el

impulso de proyectos político sociales que despojan a la sociedad de gran parte de

los avances que vino alcanzando tras años de pequeñas y grandes revoluciones,

surge ante nuestros ojos la gigantesca tarea de la reconstrucción, de la recuperación,

del resurgir de una nueva escuela y de un nuevo sujeto. Como lúcidamente lo

exponen Arata y Ayuso “La educación latinoamericana está en tránsito. Ante el

desafío de reformular sus horizontes, cada vez son más las voces que señalan que,

frente al resquebrajamiento del modelo neoliberal, empiezan a asentarse los

cimientos de un nuevo contorno social. La emergencia de alternativas políticas

continentales, que aún mantienen múltiples contradicciones, prefiguran un cambio

de época. No sin fuertes "dolores de parto", la historia, una vez más, está dando

vuelta la página”2.

1 No olvidemos que Chile, durante los primeros años de la dictadura militar de Augusto Pinochet, adoptó con entusiasmo el modelo neoliberal aprendido al dedillo por jóvenes estudiantes de economía, quienes viajaron sistemáticamente a Chicago, patrocinados por un programa de intercambio de la Universidad Católica, a imbuirse de la teoría de Friedman. Los llamados Chicago Boys lograron finalmente instalar y sostener por décadas lo que fuera denominado por ellos mismos el “milagro chileno” 2 Arata, N. & Ayuso M. (2016). Escuela, cultura y tránsito en América Latina: tres lecturas desde la perspectiva de los saberes. Buenos Aires: FLACSO Virtual Argentina.

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Esta empresa requerirá también del laborioso ejercicio de repensar y refundar la

escuela y nuestras prácticas educativas. Este movimiento cartográfico3, que propone

la desescolarización como un ejercicio crítico que nos permita identificar prácticas

escolares inocuas, anodinas, infértiles, resultará productivo si logramos

reinterpretarlas a la luz de nuevas formas. La verificación de la obsolescencia de

aquellas prácticas, no estará desprovista de un propósito, de una propuesta, de una

idea que la suplante. Toda revelación crítica de nuestro quehacer, conlleva,

consciente o inconscientemente, su reverso propositivo. Pensar en aquel ejercicio

desescolarizante exige pensar también en su opuesto. La tarea, aplicada aquí no al

sistema educativo en sus niveles más generales, propone un análisis desde las

micropolíticas de nuestro sistema educativo.

En la resemantización del concepto de Illich subyace la idea de la escuela

comprendida como aquel espacio que logró aquello para lo cual fue llamada a

eliminar (la paradoja de aquel lugar al cual llegamos para dejar de aprender) por lo

cual comporta un estatuto temporal. Es decir, la tarea de desescolarizar finaliza

cuando se logra con el objetivo de refundarla.

Una experiencia escolar cercana motiva esta reflexión. Existe una colección de

cuentos infantiles que ha sido incluida entre las lecturas obligatorias de una escuela

viñamarina y cuyo propósito es acercar a los niños a etapas trascendentales de la

vida de mujeres artistas y luchadoras latinoamericanas4 en un gesto evidentemente

subversivo ante la deplorable realidad de la literatura infantil que ha ido ingresando

al sistema educativo chileno.

3 Según Jesús Martín Barbero, “se entiende por cartografiar, la tarea de confeccionar mapas y crónicas que nos ayuden a evidenciar las tensiones existentes entre las prácticas, las dinámicas culturales y los movimientos sociales con el objeto de desmontar la tendencia hegemónica a recortar su espacio para cercarlo y especializarlo.” (Barbero, J. (2004). Oficio de cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Pp. 10-18.) 4 Colección Anti-princesas es un proyecto editorial a cargo de las Editoriales Surestada y Chirimbote, de la mano de la escritora argentina Nadia Fink cuya propuesta apunta a la difusión de la vida y los aportes de importantes mujeres latinoamericanas en contraste con la construcción estereotipada de la princesa del cuento de hadas con final feliz. La colección acerca a los niños la cruda pero veraz realidad que cada una de las protagonistas se vio obligada a superar en contextos poco favorables. En palabras de su autora, “Queríamos romper con el estereotipo de la mujer cuya belleza está basada en su aspecto externo y mostrar ejemplos de mujeres que tienen belleza interior”.

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En la actualidad, han ingresado con éxito a gran parte de las escuelas nacionales

proyectos editoriales –principalmente dirigidos a los primeros ciclos de la enseñanza-

que comprenden la lectura infantil como el mero traspaso valórico, desprovisto de

calidad literaria y de una verdadera y profunda reflexión en torno a las necesidades

de la sociedad actual. Junto con ello, presenciamos a diario la proliferación de

antivalores sociales basados en la belleza exterior y el consumo. En esta lógica, la

figura y el rol de la mujer no han dejado de ser recluidos a aspectos superficiales

como la mal comprendida femineidad de la princesa instalada a través de la

adopción mediática de imágenes y estereotipos impulsados por la industria del cine

norteamericano y otros medios.

La incorporación de estas lecturas al plan de estudios no ha estado libre de

resistencias provenientes de distintos sectores. Desde la mirada desconfiada de los

actores propios del sistema (directivos docentes que no logran comprender la

importancia de la rearticulación de ciertas lógicas) hasta el rechazo iracundo de

padres empoderados en la lógica clientelista del sistema social y educativo chileno,

quienes exigen la cabeza de aquellos desnaturalizados profesores que vulneran los

derechos de sus hijos exponiéndolos a lecturas que abordan temáticas como el

suicido y el lesbianismo.

El ejercicio, entonces, deviene en saberes socialmente productivos que intentan

reconfigurar el tejido social en pos de una nueva forma de comprender la escuela y

el sujeto que en ella habita, despojándola de aquella hibridez de prácticas “que

contrastan principios teórico-didácticos e improvisaciones no necesariamente

coherentes entre sí”5 y que terminan por perpetuar un espacio monótono, poco

desafiante, contraproducente y lo que es peor, reproductor de un modelo de

sociedad y de sujeto consumista y exitista.

5 Brito, A., Cano F., Finocchio A. y Gaspar M. (2016). La lectura y la escritura: saberes y prácticas en la cultura de la escuela. Buenos Aires: FLACSO Virtual Argentina.

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LETRA CRÍTICA

Ensayo sobre libros

Por Rodrigo Ortega

JAIME CASAS

La ternura de la clandestinidad

CUANDO SE CONOCE al escritor Jaime Casas se puede afirmar lo mismo que el

narrador del cuento Delirium Tremens dice sobre Peralta, el personaje principal de la

narración, “tenía tanta autoridad en la voz que nadie se atrevía a considerar como

ficción lo que estaban oyendo”. Pero además a esta capacidad, muchas veces poco

concerniente con los escritores, se le puede sumar un espíritu voraz de

conocimiento. Si buscásemos a un escritor que pudiera parlar un día entero, desde la

neurociencia de Rodolfo Llinás, pasando por el Ejército Negro de Néstor Majnó o la

Nueva Política Económica de Lenin, hasta los versos de Gabriela Mistral, tendríamos

que mencionar sin duda alguna, y cuando escribo “un día entero” no exagero ni

busco hiperbolizar una característica, a Jaime Casas Barril. No obstante, es uno de los

grandes narradores de la literatura chilena, pero también uno de los más ocultos.

Estudiante de Pedagogía en Lenguaje y Comunicación, Universidad de Playa Ancha.

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Quizás su vida sea una correlación de su obra o su obra sea una correlación de su

vida: “¿Pero qué es la vida sin libros? ¿Y dime qué son los libros sin la vida?” Aunque

dicen que Casas no posee biblioteca como tal, sino una biblioteca digital,

descargable sin costos, fácil de trasladar, dispuesta a la clandestinidad y alejada de

todo fetiche.

Publicó la novela A su imagen y semejanza (1992) con el seudónimo de Matías

Morán, su segunda novela El maquillador de cadáveres (1996) obtiene Mención

honrosa en el concurso de la Ilustre Municipalidad de Santiago, obtiene una segunda

mención honrosa en 1998 por el libro de cuentos La noche de Acevedo. Su primer

acercamiento como productor de cine es este mismo año, en donde lleva a la

pantalla grande su cuento La señora no se concentra, estrenado en su ciudad natal

Coyhaique. Le sucede el libro de cuentos Delirium Tremens, premio de cuentos del

Consejo Nacional del Libro y la Lectura 1999. La editorial LOM ha publicado sus

siguientes títulos: Un esqueleto bien templado (2004), la nouvelle Leprechaun (2005),

Un actor sin escenario (2006), la reedición de El maquillador de cadáveres (2007), El

hombre estatua (2010), Volver al laberinto (2012), y De vuelta a la caverna y otros

cuentos (2015) ejemplar que rescata cuatro cuentos del libro Delirium Tremens: El

cuento homónimo que entrega el título al volumen, Un lector errante, Gotas de lluvia

sobre el tejado, y A mi hermano Raúl, cuando era niño, del cual nos encargaremos

más adelante. En 2014 la editorial francesa L’atelier du tilde publicó Le maquilleur de

cadavres por considerar a Jaime Casas como uno de los escritores contemporáneos

más perspicaz. En su más reciente trabajo el escritor ayudó a redactar el guion,

basado en los personajes y parajes de su obra, de la próxima película del director de

Julio comienza en julio, Silvio Caiozzi, Y de pronto el amanecer proyectada a

estrenarse este 2016.

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Para Casas la escritura está directamente ligada a la clandestinidad, en uno de los

pocos reportajes que se pueden hallar sobre el escritor nos encontramos con uno

denominado “Escritor por accidente” en el cual llama la atención los detalles

entregados sobre su biografía, pues al conocerlo esta se solapa con cháchara

referente a una inmensidad de temas o soterrados con resabios de clandestinidad:

"en los 80’, la CNI me pisaba los talones, así que me escondí en una casa de San Luis

de Macul. Antes ya había trabajado de frutero. Había salido varias veces del país.

Estudié. Pero ahora estaba acá y como durante el día no hacía nada, y para evitar

sospechas de los vecinos, se me ocurrió agarrar la máquina de escribir y decir que

ése era mi trabajo. Hasta el momento, sólo había hecho panfletos y documentos. Fui

escritor por accidente". De vuelta a la caverna cuento que da nombre a su más

reciente libro de relatos, cuenta precisamente la historia de un personaje, militante

de una organización clandestina, que debe dirigirse bajo estrictas normas de

seguridad, a entregar clases clandestinas de educación política.

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La clandestinidad fue, luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973,

inherente a la vida de los militantes de las organizaciones de izquierda asediadas por

el temor a la dictadura, pero también fue, como lo indica Rolando Álvarez en Desde

las sombras, una historia de la clandestinidad comunista, una expresión de las

relaciones de poder y resistencia contra la dominación y el terrorismo de Estado. Esta

época es la que se representa en el cuento De vuelta a la caverna.

Pero la clandestinidad ha sido descrita por otros autores, José Miguel Varas relata los

periplos fugitivos de Pablo Neruda bajo el gobierno de Gabriel González Videla en el

libro que sirvió para el guion de la película Neruda de Pablo Larraín, Neruda

Clandestino; Carlos Droguett transcribe en homenaje y memoria de su centinela

rojoynegro, el escritor Jaime Ignacio Ossa Galdames, las conversaciones clandestinas

mantenidas entre ambos cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) le

asignó a este último la seguridad personal de Droguett, en el libro Sobre la ausencia,

una conversación clandestina, un relato censurado. Droguett conseguirá salir del

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territorio con destino a Suiza en 1975, mientras que Ossa muere ese mismo año a

consecuencias de las torturas en Villa Grimaldi; Gabriel García Márquez también se

anota un relato clandestino en La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile,

texto que narra la entrada clandestina del director del Chacal de Nahueltoro, el cual

filmó más de siete mil metros de película sobre la realidad de nuestro país luego de

más de una década bajo la dictadura militar, y que da como resultado el documental

Acta General de Chile; Julio Cortázar también nos relata en su cuento Graffiti los

peligros de la propaganda nocturna; y en su Nicaragua tan violentamente dulce,

narra su experiencia de entrada clandestina a las tierras de Sandino.

Volviendo a Casas, en el último cuento del libro De vuelta a la caverna y otros

cuentos, denominado A mi hermano Raúl, cuando era niño, publicado primeramente

en Delirium Tremens (1999), Casas narra la historia de Rosamel Curihuentro y Raúl

Casas, el primero un niño amante lector de las revistas tras los ventanales de una

librería en la Plaza de Armas de Coyhaique, el segundo, hijo de los dueños de aquella

librería. Ambos se encontrarán envueltos en una historia de complicidad, solidaridad

y clandestinidad, como si la infancia fuera un oráculo de nuestro destino. Tras

encontrarse en el río Simpson, se hallan con una “figura enorme, medio encorvada,

de un monstruo horrible, con el pelo largo y una barba cobriza rozándole el pecho.-

¡El viejo del saco! –gritó Curihuentro”. Una especie de Raúl Sendic que escapaba del

otro lado de la Pampa argentina, huyendo por motivos desconocidos, pues “el que

huye debe aprender a callar”. Son estas huellas del lenguaje en el cuento que

permiten aseverar la relación entre infancia y clandestinidad. Una mezcla de

inocencia y crudeza.

“Un repliegue táctico a su moral”, “cómo huir o enfrentar al enemigo”, “los

prisioneros”, “todo indicaba que habría que combatir”, “soplones”, todas estas

huellas dentro del texto transforman el relato, a través de una segunda lectura, pistas

de una genuina clandestinidad, ya que “el argentino tenía ojos de bueno y que,

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aunque anduviera huyendo de la policía, eso no significaba que fuera malo”, tal si la

mirada fuera para los niños el mazo cristalino de la justicia. Pero Chamelo

Curihuentro y Raúl Casas no podían solos, debían conformar a todo un grupo de

ayudistas que aportara logística y mantuviera en secreto la misión.

Tuvieron que consultar a las bases, “Curihuentro y Casas volvieron a discutir la

relación con Peñaloza a la luz de las opiniones que habían recogido”; financiar la

operación, “las invitaciones a participar en el salvataje del argentino deberían ser

hechas por los dos juntos y el ingreso les costaría un pequeño aporte en especies

para el prófugo”; buscar militantes entregados a la causa, “-En cambio, tú tienes más

amigos. <<Manolo>>, Martín, <<Petete>> y <<Moroco>> se dejarían descuerar

vivos antes de soltar algo –dijo Curihuentro”; apelar a la autoconvicción militante,

“estamos haciendo lo correcto”; y aplicar las más estrictas medidas de seguridad, “a

la vanguardia iba <<Petete>>, solo. Una cuadra más atrás caminaba Martín con

<<Manolo>>, a la misma distancia venía <<Moroco>> y, otra cuadra después,

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Curihuentro, Peñaloza y Raúl. Esta formación uno dos uno tres, en un sistema de

posta móvil, fue discutida con mucho cuidado y probada con absoluta

responsabilidad para asegurar el éxito”. Como diría Dalton Trumbo esta historia solo

contaba con dos bandos, aliados y enemigos.

Y al final del cuento, en plena fiesta de la primavera, tras el disfraz de la libertad, la

clandestinidad se convierte en ternura.

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SISTEMA PASIVO, NIÑOS INQUIETOS

¿Es el TDA el problema o es la escolarización?

Por Matías Henríquez Aranguiz

INTRODUCCIÓN

En el mundo globalizado y complejo en el cual hoy nos desenvolvemos, tiene una

especial relevancia el proceso cognitivo de la atención, aquella capacidad para

seleccionar y procesar un subconjunto de estímulos recibidos por los receptores

sensoriales de nuestro organismo (Aboitiz y Schröter, 2006). Aparentemente el ser

humano está dotado muy precozmente de mecanismos que le permitirán focalizarse en

aspectos relevantes de su entorno, los cuales más tarde le permitirán consolidar diversos

aprendizajes (Slachevsky et al., 2006). Sin embargo, ¿la epigénesis de la atención es

inalterable?, ¿o más bien, varía dependiendo del contexto en el cual estamos inmersos?

Si lo analizamos con detenimiento, observaremos que la vida transcurre a través de

múltiples conexiones humanas (múltiples conversaciones consensuadas como diría

Humberto Maturana), y de estímulos de todo tipo que no cesan de promover la actividad

y la inactividad, una y otra vez todo el tiempo. En el contexto escolar formal, esto

adquiere un rol fundamental, ya que el sistema educativo hoy en día está estructurado a

base de una rutina (casi) sin descanso que determina a niños, niñas y adolescentes, a

someterse a fatigantes jornadas de lecturas, escrituras, resoluciones de cálculo de

distintas complejidades, evaluaciones cortas y largas, exposiciones orales, trabajos de

investigación, ejercicios físicos, etc. Sumándole a estas, aquellas relacionadas con el

mundo interpersonal de los niños y niñas (con todas las complejidades que estos

conllevan).

¿Entonces es la escuela un escenario propicio para desplegar todas nuestras capacidades

habidas y por haber? Es decir, tanto a nivel intelectual como emocional, ¿es el lugar

amoroso que los infantes requieren para desarrollarse armoniosamente?, ¿Promueve los

valores necesarios para hacer del mundo un lugar menos violento?, ¿Propicia relaciones

simétricas entre el profesorado y el alumnado?

Licenciado en Educación y Profesor de educación diferencial

con mención en Discapacidad intelectual, PUCV.

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Si vamos más allá, podemos observar cómo los sistemas económicos actuales,

fundamentalmente neoliberales, en su lógica mercantilizadora de todos los espacios

de la sociedad, a destajo y sin pudores, han atiborrado de competencia las prácticas

escolares y de gestión educativa, sacudiendo la vida no solo de los educandos, sino

que también de tantos y tantos docentes y asistentes de la educación que deben

subyugar sus principios educativos a las exigencias (muchas veces infundadas en

términos pedagógicos) de autoridades que decretan la necesidad de elevar puntajes

SIMCE y matrículas (para no caer en el riesgo de cierre del establecimiento, no

importando muchas veces la trayectoria histórica y el arraigo cultural de

instituciones, como por ejemplo en las escuelas rurales, alejadas de la urbe, y con

ello de otras opciones educativas para sus niños y niñas), entre otros elementos que

merman toda posible labor genuina en educación.

Es en este contexto frenético, de locura competitiva, de liderazgos desaforados, de

antípodas teóricas, de principios confusos, de necesidades inescrupulosas, que surge

un fenómeno, el del famoso déficit atencional, que desde hace un tiempo ha

rotulado a cierta población de alumnos y alumnas, y que parece dictar tendencia al ir

incrementando sus alcances día a día.

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Hablo de la moda de etiquetar a las personas, en este caso a los estudiantes, bajo

premisas estadísticas y concepciones provenientes del ámbito clínico, que sin perder

crédito por su procedencia, se tornan bastante cuestionables si se las observa

metódicamente y se las estudia etnográficamente en el contexto escolar (¿el

problema será entonces intrínseco al chico o chica o será extrínseco a su ser,

acentuándose solo por su contexto inmediato?, ¿o ambas cosas?).

Hacía referencia a la atención al comenzar esta reflexión, específicamente de la actual

sobrevaloración de esta capacidad, debido básicamente a considerársela como la

piedra angular del aprendizaje humano y, aunque probablemente lo sea, la sospecha

surge cuando se confunde atención desde la motivación con desatención producto

de un trastorno neurobiológico. ¿Qué nos hace pensar que por no poner atención,

hay una patología, una desviación en el normal desarrollo de los procesos

cognitivos?, ¿Por qué el poner atención es sinónimo de una conducta esperable para

tal o cual rango de edad?, ¿Por qué alguien debería quedarse permanentemente

quieto en una sala en la cual quizás no quiere estar?, son preguntas que incitan el

cuestionamiento.

CONCEPTO DE ATENCIÓN

Desde la vereda psiquiátrica, se señala que la atención es una capacidad

esencialmente intensa en la evolución de las especies, ya que ninguna especie

animal puede responder a cada estímulo que recibe, por lo cual, inevitablemente se

deben bloquear aquellos estímulos que no son percibidos como relevantes.

En el caso de nuestra especie, que posee un complejo sistema cerebral, se sabe que

existen mecanismos neuronales específicos que se encargan perpetuamente no solo

de planear la conducta, sino que también de elaborar una fuerte inhibición de

cualquier estímulo que pudiera ser considerado distractor, con la finalidad de

concretar exitosamente cualquier meta conductual que se auto-plantee el sujeto

(Aboitiz y Schröter, 2006). Sin embargo, la atención no es igual en todos los

individuos, ya que existen diversas posibilidades de desarrollo, dependiendo de la

existencia de fenómenos patológicos tales como los daños en el hemisferio derecho

del cerebro (vinculado a los procesos cognitivos, dentro de ellos el atencional),

demencias pronto-temporales, enfermedad de Parkinson, etc., las cuales

determinarían los grados de concentración que podrían alcanzar las personas en

momentos específicos.

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Hasta aquí hay un elemento que no puede pasar desapercibido y es que los

especialistas señalan que es el cerebro el que dirimirá qué información es relevante y

cuál no lo es, y esta decisión fundamental estará sujeta mayoritariamente al factor

contexto, es decir, lo que significaremos como “relevante” estará sujeto entre otras

cosas, a las circunstancias del presente.

Podemos establecer entonces que todos contamos con un cierto nivel de atención y

que esta funciona evaluando permanentemente qué es trascendental y qué no lo es,

con el objetivo de adaptarnos al espacio y desenvolvernos en él. Es decir, y como ya

lo han repetido muchos teóricos de la educación, a mayor interés del aprendiz sobre

un determinado tópico o acontecimiento, mayor es la posibilidad de que se

despliegue toda su capacidad atencional genuina, y con ello, la posibilidad de

generar el tan anhelado aprendizaje.

Dicho esto, surge el cuestionamiento acerca de la autenticidad de la existencia del

déficit atencional como resultado de un trastorno o síndrome propiamente tal

(recordemos que estos conceptos son parte de una nomenclatura clínica, vinculados

a la noción de enfermedad, lo cual abre el dilema de si estamos dispuestos a aceptar

que cualquier cosa que perturbe el orden dentro del aula, puede ser considerado

algo enfermo), un poco como la noción de “Anomia” en las Ciencias Sociales,

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traduciéndose en una falta de normas que solo nos destina al desorden y el caos.

Esto nos replantea nuestra, a veces neurótica, necesidad de tener todo bajo control,

en este caso, la sala ordenada, con los niños quietos y en silencio.

¿QUÉ ENTENDEMOS POR DÉFICIT ATENCIONAL?

Desde la primera descripción de este fenómeno, realizada por Still en el año 1902,

muchos han sido los rótulos que ha tenido, pasando por nombres como

impulsividad orgánica, síndrome de lesión cerebral mínima, disfunción cerebral

mínima, síndrome de híper excitabilidad, entre otros (González de Dios, Cardó y

Servera, 2006).

Lo primero entonces es explicar que históricamente a este fenómeno se le ha

denominado como síndrome y trastorno, por lo cual, parece pertinente hacer la

diferenciación entre ambos tipos.

Un síndrome es el conjunto de síntomas que agrupa una enfermedad, es decir, hace

relación específicamente a un cuadro clínico puntual. Por otro lado, el concepto de

trastorno significaría algo así como la inversión de algo, o la perturbación de algo,

traduciéndose en una alteración (por cierto leve) de la salud de una persona. Cuando

los psicólogos usan esta palabra, se refieren especialmente a desequilibrios mentales

que afectan el normal desempeño de los individuos en las rutinas de su vida

cotidiana.

Una y otra conceptualización emanan de la investigación proveniente del mundo de

la medicina, particularmente de la psiquiatría. Dos esferas por antonomasia

preocupadas del devenir humano, una desde lo atingente a la salud corpórea y la

otra, de la salud mental.

Insisto en destacar la procedencia de estos conceptos y en mencionar una y otra vez

que son parte de paradigmas distintos a los educativos. Esto no con un ánimo

belicoso de insinuar supremacías o jerarquías para uno y otro lado, pero sí con la

idea de desmarcarnos como educadores y pedagogos, de conceptualizaciones que

observadas en la realidad cotidiana de la escuela, parecieran señalarnos que su

génesis se encuentra en otra caja de pandora, muy distinta a la clínica.

Una vez zanjada esta importante necesidad de entender los primeros nombres del

fenómeno del déficit de atención, podemos recién describirla como una alteración

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en el desarrollo de la primera infancia, esto según el reconocido “Manual de

Diagnósticos y Estadísticas de los trastornos mentales” (First, 1994). Por otro lado, en

el estudio realizado por Capdevila et al. (2005), se menciona que la característica

principal, es que se observa un patrón persistente de desatención y/o

hiperactividad-impulsividad, con una mayor gravedad de lo habitualmente esperable

para su rango etario

Posee además tres grandes subtipos; primero aquel con una predominancia de

inatención, segundo aquella con una predominancia de una conducta hiperactiva, y

por último, una predominancia combinada, es decir, desatento y además hiperactivo

(Aboitiz y Schröter, 2006). Otros antecedentes señalan que estos significativos grados

de desatención y exagerada actividad o movilidad física, resultan totalmente

desadaptativas e incoherentes con el nivel de desarrollo de estos niños y niñas. Sin

embargo, se expresa claramente que, para ser considerado como un cuadro de

déficit de atención con y sin hiperactividad, deben persistir aquellas características

por más de seis meses, a la vez que deben manifestarse antes de los siete años de

edad, lo que facilitaría descartar otras alteraciones de tipo mental y/u orgánicas

(González de Dios, Cardó y Servera, 2006).

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¿CUÁNDO ENTRAN A JUGAR UN ROL IMPORTANTE

LAS FUNCIONES EJECUTIVAS?

No podemos hacer un análisis sobre el déficit atencional, tomando en consideración su

naturaleza neuropsicológica, sin mencionar las funciones ejecutivas, las que siendo

procesos cognitivos, regulan directamente el comportamiento humano, ordenándolo y

controlándolo para que pueda desarrollar distintas metas y objetivos (García et al, 2009).

Vale decir, sin estas funciones la existencia del ser humano vagaría errante en un devenir

accidental de propósitos personales confusos.

Se les considera además como mecanismos internos que buscan optimizar los procesos

cognoscentes, orientándolos en la resolución de respuestas adecuadas a situaciones

complejas. Elementos que a través del desarrollo psicosocial pueden evidenciarse en los

tipos de conductas.

Si los niños y niñas son incapaces de controlar su conducta, se ve alterado su

funcionamiento en términos atencionales, vale decir, no pueden focalizar y sostener su

concentración para funcionar como receptores de lo que se les pretende enseñar, por

ende, tampoco pueden mantener el statu quo del aula, interfiriendo con el grupo

restante de estudiantes. Qué sucede con sus funciones ejecutivas que evidentemente no

están siendo capaces de adaptarse a situaciones cotidianas de su vida académica, tal y

como los docentes pretendemos, o ¿somos los docentes los que no toleramos que los

niños no cumplan con nuestras expectativas?

En términos neurobiológicos, es justamente la corteza pre frontal, la encargada de

orquestar aquellas funciones de regulación y control de la conducta humana, recibiendo

y enviando información a todos los órganos sensoriales y motores (García et al, 2009).

¿Se remite entonces la confusión a una mera descoordinación de emisores y receptores

sinápticos? (una especie de determinismo neuronal), de ser así, desde el rol docente,

¿Cómo se puede tomar partido en el asunto, si la génesis parece escapar al campo de

acción cotidiano?, si efectivamente el problema tiene como punto de partida un

elemento neuronal y no estrictamente metodológico. En este punto, parecen surgir más

preguntas que respuestas, y quizás acá no podamos responderlas todas, sin embargo,

me detendré solo a develar la importancia del conocimiento biológico del cerebro y el

saber filosófico en el bagaje cultural de todo Pedagogo (que se jacte de serlo al menos),

lo que significaría concebir el aprendizaje, no solo como un fenómeno íntimo y social,

sino que también, fundamentalmente neurobiológico (algo que desde la psicopedagogía

muy bien argumenta la existencia de estilos y ritmos de aprendizajes distintos por cada

persona).

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RETOMEMOS LA HISTORIA DEL CONCEPTO

DE DÉFICIT ATENCIONAL

Como ya habíamos señalado, en el año 1902 el doctor y pediatra George Still publicó

en la revista “The Lancet”, una investigación en la que analizaba a cuarenta y tres

niños que manifestaban una extraña y persistente dificultad para focalizar su

atención y particularmente una especie de sobre actividad que los volvía

extremadamente inquietos, a lo que denominó como un defecto mórbido del

comportamiento moral (López et al., 2006). Los describió como desafiantes,

apasionados, rencorosos y desinteresados de obedecer la ley, careciendo de

inhibición voluntaria. También se puede encontrar dentro de sus primeras

impresiones, calificativos tales como; carácter escandaloso, personalidades poco

honestas y obstinadas (Guerrero y Pérez, 2011).

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EVOLUCIÓN DEL DIAGNÓSTICO

Si analizamos detenidamente cada uno de estos denominadores, observaremos nociones

de moral, a través de antípodas de virtud, aludiendo a la deshonestidad y obstinación. Si

se contextualizan en una época histórica, en una determinada cultura (británica para ser

específicos), bastante conservadora, y por lo tanto, preocupada quisquillosamente de

conservar el orden en todo ámbito en la vida pública y también en la vida privada, no

debería extrañarnos la inserción de esta visión en la vida del aula, pero sí podría

parecernos extraño que surgieran de un personaje ligado al mundo médico y no

pedagógico. Más extraño aun es pensar que a partir de aquellas descripciones, se

elaboró paulatinamente una conceptualización de estas conductas relacionadas, tal y

como el mismo Still expresaría, como una herencia biológica o la consecuencia de una

lesión ocurrida durante el nacimiento. William James, psicólogo estadounidense,

justamente a comienzos del siglo XX mencionó en una investigación, la existencia de un

defecto neurológico subyacente, al que llamo déficit de volición inhibitoria, control moral

y atención sostenida, destacando nuevamente la intromisión del concepto de moral en

un diagnóstico esencialmente clínico (López et al., 2006).

A partir de esa premisa, que con el tiempo tomó carácter de aforismo, se subvaloraron

factores como una metodología pedagógica poco asertiva con los intereses y

motivaciones genuinas de los niños y niñas en cuestión, centrándose el diagnóstico en el

niño y en nadie más que él, atomizando la problemática.

Sin embargo es importante considerar que el hecho de que el diagnóstico del déficit de

atención, a pesar de todo su sustento neurobiológico, y con la creciente implementación

de distintos medicamentos, se estructure desde la mera observación y se defina desde la

mera observación también, ya que el sustrato biológico aún no es esclarecido por los

especialistas, culmina en que el cuadro se sustentará también en el buen ojo clínico del

profesional de turno. Detengámonos en este punto y analicémoslo. No desestimamos la

observación como mecanismo para recabar información, sin embargo, insisto en que

debería siempre tenerse en consideración que a través de esta, y el posterior resultado

de un diagnóstico en este caso, no vemos ni descubrimos la realidad, sino que una

interpretación de la misma, en términos Kantianos, naturalmente parcelada. De ahí la

fundamental relevancia del cuidado al rotular a las personas con calificativos que podrían

mermar sus capacidades, poniendo techo a sus virtudes y estigmatizándolas, cuando

pudiera ser el contexto el limitado y por qué no, enfermo, y no la persona, como se ha

sostenido desde el enfoque médico.

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El aforismo se ha alimentado a sí mismo, en la medida en que distintos médicos

comenzaron a observar una relación entre los factores hereditarios o accidentales

con el desarrollo posterior de estas conductas disruptivas. Entre 1966 y 1977,

Clements y Strauss especificaron una característica hasta entonces no esclarecida del

todo: el déficit en la atención y la excesiva movilidad no estarían directamente

relacionados con el nivel de inteligencia o C.I., descartando con ello, la comorbilidad

del trastorno con otras patologías más severas (Guerrero y Pérez, 2011).

En el año 1937 Bradley constató que algunos niños con conducta impulsiva y

agresiva podían ser controlados con anfetamina. Desde ese entonces hasta el año

2000, la conceptualización que se tiene de este déficit ha variado bastante (Pinto,

Förster y García, 2006).

Se le ha declarado como el trastorno de conducta de mayor frecuencia en el rango

etario pediátrico (González de Dios, Cardó y Servera, 2006), constituyendo por lo

tanto un serio problema de salud a nivel público, al constatarse una elevada y

gradual prevalencia. Se vuelve más polémico el tema cuando se le refiere como un

proceso crónico que afecta a las personas en sus diferentes esferas

comportamentales, es decir, en su vida no solo escolar, sino que también familiar y

social.

Existen informes de diversas naciones occidentales que entregan cifras de incidencia

variables. En Chile representa más del 5% de la población escolar, según un estudio

del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Norte de la Facultad de Medicina de

la Universidad de Chile (Pinto, Förster y García, 2006).

Por otro lado, con el pasar del tiempo y los avances científicos, se ha podido

esclarecer el factor de heterogeneidad en la naturaleza de este cuadro desde el

punto de vista de su etiología, logrando ser clasificadas en sus tres subtipos ya

mencionados. Las evidencias de su sustrato neurobiológico (dicen algunos), son cada

vez más precisas, así como las interferencias en las funciones ejecutivas.

Se habla de la genética de este fenómeno, específicamente del rol de ciertos

sistemas participantes, tales como los noradrenérgicos, serotoninérgicos y

dopaminérgicos. También se ha estudiado la patogénesis de la misma y también la

gran cantidad de evidencia que comprueba el alto nivel de patologías asociadas y

comorbilidad, lo cual vuelve extremadamente variables los criterios para

diagnosticar.

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LA SOSPECHA DESDE LA MIRADA ECOLÓGICA

A pesar de tanta evidencia, es pertinente expresar que estas se enmarcan dentro de

una racionalidad epistemológica, una forma específica de entender la realidad

material, por lo cual, no es en sí mismo un dictamen que decrete per se la verdad

absoluta (como si la hubiera).

Es en ese escenario y con esta sospecha, que surgen las confusiones y los

cuestionamientos al observar un incremento preocupante de medicamentos para

abordar este inespecífico cuadro. Sospecha que aumenta al comprender que el

diagnóstico clínico básicamente surge de la observación “hábil” del especialista,

además de una anamnesis cuidadosa que permite complementar el juicio, y que se

obtiene de los padres o tutores, y del mismo niño o niña afectada, descartándose

por el momento, otros instrumentos médicos que transparenten la calidad de

“síndrome” o “trastorno” que supuestamente padece.

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Para profundizar más en esto, la estadística afirma que, de las publicaciones

existentes sobre el déficit atencional, menos del 10% se refieren a aspectos

psicosociales (López et al., 2006). Sin embargo, esto podría explicarse por una

monopolización de las miradas, estudios, análisis y reflexiones por parte de la

academia médica (por la imposición del más fuerte o por simple abandono

negligente de nosotros como pedagogos investigadores). La ciencia de la educación,

comprendida como constituyente de un método de investigación, con su respectivo

objeto de estudio, en este caso de los procesos de enseñanza y aprendizaje, y que

consta de mecanismos de evaluación y testeo, los cuales varían permanentemente

según los paradigmas que imperen (pasando desde las evaluaciones formales

cuantitativas a las evaluaciones auténticas más cualitativas), ha abandonado el

interés por explicar el fenómeno del déficit atencional desde su plataforma diaria,

para subyugarse a la hegemonía clínica de la medicina y la psiquiatría, que desde la

distante academia y el claustro que implican sus estudios y experimentos, envían

pruebas a nuestras aulas para testear las características de nuestros alumnos y

alumnas para luego ir ajustando dosis más y dosis menos de medicamentos para el

tratamiento de esta “enfermedad” que perturba al grupo curso.

La noción del déficit de atención con y sin hiperactividad (pero sobre todo con ella),

entendidas como parte de un rango de diversidad conductual y cognitiva propia de

nuestra variable como seres humanos, por sobre la idea de una condición

estrictamente patológica (Aboitiz y Schröter, 2006), es la que desde un tiempo hasta

ahora ha comenzado a florecer en educación, generando gran desconfianza,

principalmente por el gran mercado de la medicación de personas que parecieran no

tener nada extraño en sus organismos, o al menos nada comprobado

empíricamente, por lo cual no se justificaría la ingesta de estos medicamentos, ¿o sí?.

Es la misma Sociedad de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia de

Chile, la que en el año 2006 afirma públicamente que aún no se cuenta con

marcadores biológicos de uso clínico para diagnosticar con síndrome de déficit

atencional, recayendo toda esta responsabilidad en la mera observación y los

conocimientos de quien profesionalmente está preparado para esto (López et al.,

2006).

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¿ENTONCES REALMENTE SE DEBEN USAR MEDICAMENTOS

PARA TRATAR EL DÉFICIT ATENCIONAL CON Y SIN HIPERACTIVIDAD?

Me detendré específicamente a hablar del caso de la dopamina y sus efectos en el

organismo, la cual estaría en este sentido relacionada con la existencia del fenómeno

que estamos tratando. Los estudios señalan que los medicamentos más eficientes

para tratar a estas personas son las anfetaminas y el metilfenidato (los cuales en el

comercio pueden tener otros nombres), y que básicamente lo que hacen es estimular

la transmisión dopaminérgica. Es decir, actúan sobre el sistema nervioso central,

facilitando la transmisión de sinapsis de unas neuronas a otras. Actualmente se ha

determinado que el cerebro tiene unos 100.000 millones de neuronas que efectúan

cada una 1.000 sinapsis (Rojas, Contreras y Colombo, 2006).

Es decir, estos medicamentos en palabras sencillas, aumentarían la actividad

excitatoria de las sinapsis. Pero ¿será esto realmente lo que estas personas

necesitan?, ¿no será nuestra la “anormalidad” verdadera, la que nos incita a intervenir

en el natural desarrollo neuronal de niños, niñas y jóvenes en etapa escolar con

químicos y drogas en pos de una funcionalidad exitista?

USO DE METILFENIDATO

En el caso del Metilfenidato existen antecedentes que hablan de una rápida acción

en el organismo, así como de una mínima existencia de efectos secundarios.

Históricamente es usado desde la década del cincuenta, contando con muchos

estudios a su favor, y que certificarían un alto porcentaje de respuestas terapéuticas

positivas.

Otros rasgos hablan de una rápida absorción del medicamento, con una vida media

de eliminación que oscila entre las dos y las cuatro horas. Por otro lado, el efecto

tiene una duración aproximada de no más de seis horas y se registra una máxima

captación del medicamento en el encéfalo a los sesenta minutos desde su

administración oral, lo cual explicaría la lógica de entregar a los niños y niñas con

este cuadro la medicina antes de entrar a la escuela, para así poder rendir durante el

transcurso de las clases.

Sin embargo, la duda vuelve a atemorizar el statu quo del fenómeno del déficit de

atención, ya que ¿se justificaría el consumo de medicamentos, si visualizáramos este

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cuadro como una consecuencia de un contexto escolar que no motiva ni inspira a los

alumnos y alumnas a concentrarse?

Puede parecer un cuestionamiento para nada original, pero mi intención es

reflexionar sobre lo que tenemos y desde ahí generar algo que, o deje más

preguntas para responder (y con ello continuar la reflexión desde los docentes) o

que genere algún axioma que nos permita cambiar el enfoque de tratamiento de

este fenómeno hacia uno que apele a nuevas prácticas pedagógicas y que entienda

el sentido verdadero de una educación inclusiva.

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LA IMPORTANCIA DEL FACTOR PEDAGÓGICO

Este elemento, que es el que nos atañe ciento por ciento a todos quienes nos

desenvolvemos día a día en el rubro educacional, ya sea desde las aulas o teorizando

con propiedad sobre ellas (pero por sobre todo desde las aulas), es desde donde

realizamos a la vez la mayor autocrítica que plantear. ¿Qué estamos haciendo como

profesores, que la internet perfectamente puede suplantarnos en términos de la

entrega de contenido e información?, ¿Qué praxis educativa estamos llevando a cabo

de manera tan tediosa y mecanizada que nuestros alumnos y alumnas nos están

olvidando al punto que hoy en día la televisión y los celulares parecen atraer más

que nosotros? Acaso, ¿no nos hemos actualizado, acorde a las nuevas tecnologías

masificadoras de saberes?

¿No hemos pensado acaso en porqué la medicación para estos niños con déficit de

atención con y sin hiperactividad surge solo desde marzo a diciembre

misteriosamente?, ¿Por qué solo se remite a los contextos escolares?, ¿Por qué en la

mayoría de los casos aparece como un factor comorbilitante de las dificultades de

aprendizaje?, ¿O la responsabilidad no es solo de los docentes, en términos de haber

permitido esto, sino que también hay algo más grande que todos, que nos limita e

imposibilita de promover verdaderos aprendizajes significativos?

EL ROL DEL SISTEMA EDUCATIVO

Desde una mirada crítica, como educadores podríamos hablar de una génesis en una

mirada equívoca hacia los alumnos inquietos y distraídos. Al contrario del desarrollo

que ha vivido la humanidad y sus estructuras sociales, las metodologías pedagógicas

no han variado significativamente pues seguimos enseñando muy parecido a como

se hacía hace más de un siglo. Una educación mecanizada con énfasis en lo

nemotécnico, en la repetición, débil en el desarrollo del pensamiento divergente y

del razonar crítico. Una educación que pone demasiado énfasis solo en el tipo de

inteligencia lógico-matemática, y que relega a un segundo plano el resto de las áreas

de desarrollo humano. Planes de estudio remitidos al vértigo del exitismo

internacional que generan las prueba Pisa y su adaptación criolla, el Simce, que pasó

de ser un instrumento para medir los aprendizajes de los alumnos a uno que evalúa

nuestra capacidad para poder enseñar, convirtiéndose en la meta ulterior de toda

labor de educativa.

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Preferimos que los estudiantes no sean tal y como genuinamente les nace ser, para

dar paso a seres pauteados, sigilosos y falsos, arriesgándolos a consumir estos

medicamentos a pesar de existir una lista larga de contraindicaciones médicas

probadas (tales como cefalea, anorexia, disforia, mareos, etc.), obviando además

aquellos efectos secundarios de naturaleza psicosocial, a través de los cuales padres

y niños, que observan un mejor rendimiento post medicalización, pueden

perfectamente vincular con el consumo de estas pastillas, generando un locus de

control externo sobre este rendimiento, atribuyendo tanto éxito como fracaso solo al

medicamento, y no a las condiciones propias del niño o niña.

¿LEY 20.000?

En esta búsqueda de argumentos para comprender objetivamente qué sucede con

este fenómeno que se propaga rápidamente por todas las escuelas, no solo de Chile,

se devela la inclusión del Metilfenidato en el reglamento promulgado por el

expresidente de la República, Ricardo Lagos, que sanciona el tráfico ilícito de

estupefacientes y sustancias psicotrópicas en Chile, y que en varios anexos registra

las drogas que pretende condenar. Específicamente, aunque nosotros la

proporcionamos a nuestros alumnos inquietos y desatentos, es descrita por la Ley

como una “sustancia (...) productora de dependencia física o síquica, capaz de

provocar graves efectos tóxicos o daños considerables a la salud (Ministerio del

Interior, 2005, Art.1°, inc.1°), codeándola con otras como la cuestionada marihuana,

la heroína y la cocaína.

¿CUÁL ES EL LÍMITE?

El neurótico afán conductista de mantener el orden, en todo ámbito de la vida, desde

la autoridad tirana que establece el “toque de queda” al profesor fanático de Skinner,

que ve a los alumnos como seres que únicamente se explican por una lógica de

estímulo y respuesta, entiende al comportamiento distinto como algo inaceptable y

que perturba, dando como resultado la incapacitación social del sujeto.

En esta premisa, aflora el absurdo de quienes se llaman “educadores” y van por la

vida estigmatizando con sus rótulos a niños y niñas, estimando incluso que tiene

sentido hablar de “capacidades diferentes”, como si la naturaleza humana misma en

sí no fuera diferente, estigmatizando al discapacitado, palabra que en sí vuelve a

rotular.

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El año 2012 se publicó una investigación que explicaba por qué en Francia, la

población de niños y niñas diagnosticados con este síndrome o trastorno de déficit

en la atención con hiperactividad, era tan escasa. Se llamó “A disease Called

childhood: Why ADHD became an american epidemic”. Su autora Marilyn Wedge,

mencionaba sencillos factores, tales como que los psiquiatras franceses no utilizan

con el mismo énfasis que en países como Estados Unidos y Chile, el DSM-IV, y es

desde esa puntual decisión (entre otras claro), que se dan la libertad de entender el

fenómeno atencional y de hiperactividad como una condición con causas

psicológicas y sociales, atingentes a ciertas situaciones en las que está inmerso el

estudiante (Wedge, 2012). Es decir, validan la idea de que transformando el contexto

educativo, podríamos perfectamente encontrarnos con una modificación conductual

en aquellos alumnos más inquietos. Si en Francia la tendencia hacia la medicación ya

comienza a revertirse, ¿Por qué no en Chile?, ¿Qué pasa con los expertos en

educación, los que se llaman profesionales del proceso de enseñanza y aprendizaje?,

¿Qué pasa con las mesas técnicas o los foros de expertos?, ¿Por qué no han alzado la

voz para defender una tesis educativa absolutamente legítima?

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¿Seguirán nuestros alumnos más inquietos y desatentos, sufriendo las consecuencias

de nuestra incapacidad de postular nuestras propias premisas de aula, a la par de

médicos y psiquiatras? No hablaré de adagio, para no caer en la petulancia de las

ciencias epistemológicas, en la ceguera del positivismo, que porque piensa que

siente lo que toca, escucha lo que escucha y observa lo que observa, esta frente a

una verdad irrefutable de la realidad más cercana.

Sin embargo, insistiré en que la génesis de por qué estos niños nos están generando

tantos problemas dentro de la sala de clases se remite esencialmente, a que nuestras

metodologías de enseñanza no se han adecuado a los fundamentos inclusivos y

universales, que validen al otro como un legítimo otro (parafraseando al Doctor

Maturana). Los niños inquietos, están inquietos muy probablemente porque su

naturaleza biopsicosocial los inclina a aquella inquietud, pero deberíamos

aprovecharla para promover en ellos la experimentación y, a través de esta, la

significación de lo que se aprende y no la mera memorización de contenidos. Es esta

la falla más grande que nosotros mismos hemos perpetuado, es el sistema educativo

formal, que ayudamos día a día a construir, el que prohíbe espacios de aprendizaje, a

través de la experimentación y del juego, optando en cambio por la rutinización

tediosa y sin sentido de la Escuela.

Arremetimos en la vida de estos niños, con una mirada de mercado, a través de la

cual realizamos clases instruccionales, apelando a la escucha pasiva del alumnado, en

vez de permitirles concreta y objetivamente, transformarse ellos en los verdaderos

protagonistas de sus aprendizajes, quedándonos los profesores callados un segundo.

Si continuamos obviando la importancia de investigar el estilo de aprendizaje de los

alumnos, continuaremos errando en la efectividad de las propuestas de enseñanza,

interesando solo a unos pocos y perdiendo en el fondo de la sala a varios, que desde

lejos observaremos (sentenciando) como distraídos, desinteresados e inquietos.

Declaro como conclusión de esta reflexión, si es que pudiera considerarse como una

conclusión y no como un lamento, como el llanto desolado de un profesor

desesperado, que es el sistema enfermo, el que enferma cada día a nuestros niños,

los sobremedica y los estigmatiza. El sistema, que lamentablemente constituimos en

gran parte nosotros los profesores, este sistema pasivo-negligente, que no soporta

personas inquietas de cuerpo e inquietas de mente.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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LA CRÓNICA CRÓNICA:

Críticas a las narrativas históricas burguesas sobre Valparaíso6

Por Ernesto Guajardo

a Carmen Luz Scaff Vega

No, no es una errata, quizás un mal chiste o una referencia muy lateral y deficiente al

subtítulo de uno de los libros de Carlos Marx y Federico Engels: La sagrada familia o

crítica de la crítica crítica. Ocurre que estoy pensando en las dos acepciones que nos

ofrece la Real Academia Española de la Lengua de esta palabra: crónica.

En su primera definición, la sustantiva, la crónica es la “historia en que se observa el

orden de los tiempos”, inmediatamente después se presenta su noción

contemporánea, “artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre

temas de actualidad”.

Sin embargo, como adjetivo, la palabra se torna más sugerente, al menos para lo que

quiero decir aquí. Lo crónico se refiere a una larga enfermedad, un vicio inveterado, a

algo que viene de tiempo atrás. Enfermedad, vicio, tradición. Me llama la atención la

manera en que los sentidos de la palabra, en su situación adjetivizante, pueden

precisar de manera tan adecuada cierto tipo de crónica histórica, particularmente,

cierto tipo de crónica histórica situada en Valparaíso.

Esta crónica crónica es, en términos generales, una clara expresión de la buena

conciencia burguesa. ¿En qué sentido? En varios. Veamos.

6 Este texto es parte de un libro en preparación, titulado Texturas: texto y territorio, que será publicado por Hebra Editorial.

Escritor porteño.

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LA OBJETIVIDAD Y LO OBJETUAL

Ha existido una crónica histórica objetual y factual. Eso es lo primero que es necesario

señalar. Solo a modo de ejemplo, y con el afán de remontarnos lo más atrás posible,

varias zonas de la producción de Roberto Hernández son construidas de esta manera7.

Incluso cuando el esfuerzo es superior, y el autor escribe obras casi monumentales, como

Los primeros teatros de Valparaíso y el desarrollo general de nuestros espectáculos

públicos (1928). Tengo el libro al alcance de la mano. No lo he leído completo aún, solo

lo he consultado. ¿Es un libro que se debería leer como una obra historiográfica, en su

sentido más estrictamente epistemológico? Habría que desarrollar una breve digresión

sobre ello. Entonces, testimoniemos. ¿Cómo ocupo esta obra? Pues como texto de

referencia: busco datos en el libro de Hernández para integrarlos en mis propios escritos.

¿Qué tipo de antecedentes? Por lo menos de dos categorías: por un lado, aquellos

puntuales, precisos, exactos, que me permiten acopiar la mayor cantidad de información

posible respecto de lo que quiero decir. Por otro lado, busco en sus páginas los

contextos de dichos datos, para lograr una mayor comprensión de los fragmentos

precisos de relato histórico o memorialístico que estoy utilizando. Y es aquí donde se

comienzan a apreciar las dificultades. Primero, porque Hernández no suele reflexionar

sobre el cúmulo de información que entrega y, al no hacerlo, difícilmente puede explicar

las causas de los acontecimientos o dilucidar el carácter, la esencia de los procesos

históricos que describe.

¿Cómo es posible identificar la ausencia de análisis en obras como esta? En mi caso,

utilizo con cierto óptimo resultado una suerte de dispositivo de análisis de discurso,

busco un índice, un marcador polemológico que me permita apreciar las posiciones

analíticas (y, por tanto, las opciones políticas e ideológicas del autor)8. Me centro en

conocer cómo el autor se refiere a una situación conflictiva, de preferencia una

7 Me detengo en la figura de Roberto Hernández desde una arbitrariedad que no es absoluta. Por un lado, creo que es una de las figuras más representativas de la crónica histórica referida a Valparaíso, a inicios del siglo XX; por el otro sus obras han tenido la validación de uso que se le ha otorgado al considerarlas como fuentes documentales fidedignas. Sobre su figura, de hecho, Cristián Gazmuri ha dicho que “es el gran

historiador de Valparaíso” (Gazmuri, C. (2006). La historiografía chilena Tomo 1 (1842‐1970). Pp. 193. Santiago: Taurus), sobre el particular volveremos más adelante. Hacia el siglo XIX la figura que descolla en este ámbito es Benjamín Vicuña Mackenna quien, sin embargo, es reconocido como historiador y no como cronista. 8 El concepto de polemología fue acuñado por el sociólogo francés Gastón Bouthoul. Si bien su objetivo fundamental es el estudio de las guerras como fenómeno social, no siempre se comprende su aplicación en el estudio de luchas internas, como las guerras civiles, de tal manera que su uso como instrumento analítico implica, por cierto, el reconocimiento de la existencia de dichos conflictos armados a lo largo de la historia de Chile.

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tensión política o social, ya que estas generalmente implican la diferencia, la

disidencia, el debate o el enfrentamiento entre dos posiciones que se encuentran

dentro del país, entre compatriotas. Las tensiones de carácter binacional o

internacional, tanto en sus modalidades chovinistas o belicistas, suelen ser de fácil

resolución en este tipo de textos: en general no se eluden porque es más sencillo

identificar al otro más allá de nuestras propias fronteras. Sin embargo, cuando la

tensión se origina, se radica al interior de dichos límites, el tema se complejiza: la

condición de ciudadanía tiene también sus implicancias, sus determinantes, sus

deberes y sus derechos. Uno de ellos es el de ser partícipe de la tensión, de

involucrarse con ella y, al hacerlo, de tomar partido por alguna de las posiciones en

pugna. Sin embargo, esto no es en absoluto una condición imperativa del cronista

histórico decimonónico. Muchas veces, y particularmente en la producción discursiva

de carácter burgués, esta situación se resuelve de una manera tan efectiva como

poco digna: la elusión, el silenciamiento, ignorando el conflicto, de tal manera que,

por un lado, no se toma una posición clara respecto de él y, por el otro, se mantiene

la sacrosanta ficción de las nociones de objetividad, imparcialidad, tan caras al

sentido común burgués; nociones más relevantes aún, de presencia más vehemente,

si se considera que la crónica, en cuanto género literario se encuentra directamente

relacionado con un espacio determinado de producción textual: la prensa escrita.

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Esta pretendida objetividad tiene también una función discursiva complementaria,

que colabora con la mantención de lo establecido: en la medida que se elude la

existencia del antagonismo, se propone una imagen textual de una comunidad ideal

como una entidad realmente existente; con una pretendida comunión de intereses y

homogeneidad política que, de alguna manera, busca omitir, velar, encubrir, la

manifiesta desigualdad económica y social, así como sus correspondientes

expresiones políticas e ideológicas; en otras palabras, pretende invisibilizar la

formación económico-social determinada históricamente. No constituye, sino, la

reproducción en el texto de las formas ideológicas clásicas del republicanismo

burgués, del idealismo liberal, en definitiva, de la metafísica de las relaciones sociales.

Pero no solo eso, además esta narrativa histórica tiende a ser marcadamente

objetual. La ideología burguesa pareciera tener cierta devoción por los objetos, por

las cosas; los objetos y las cosas, sin los hombres, se entiende. Entonces

comenzamos a leer sobre materiales de construcción, de motores, de máquinas o, en

el caso que hemos venido citando, de los sujetos de la historia: los edificios de los

teatros. Por cierto, se señala quién los construyó, o quién colaboró con su

financiamiento, y, por cierto, cómo no, se nos informa con gran detalle respecto de

quiénes actuaron en ellos. Sin embargo, no se señala con claridad lo más importante:

el por qué se construyeron esos teatros, de las razones de por qué en una zona de la

ciudad y no en otra parte; de por qué se representaban unas obras y no otras, y así,

las preguntas pueden no solo multiplicarse, sino que además se amplían, se

extienden sobre una superficie de significados no resueltos. La sumatoria de todos

esos significados ausentes es lo único que podría, al menos, aproximarse a identificar

los contenidos, los sentidos de un determinado proceso histórico.

De este modo, la preeminencia por lo objetual no es solo una operación de

ocultamiento, consciente o inconsciente, es –en propiedad– una expresión cultural

característica de la ideología burguesa: la apropiación del mundo se realiza a partir

de la creación y utilización de objetos que pueden operar sobre él; pero esta fijación

sobre los objetos implica obviar el reconocimiento de las relaciones sociales que

ellos suponen o contienen. En ese sentido, es una mirada que se centra sobre el

objeto en sí, pero que no se preocupa por la producción que permite dicho objeto,

utilizado socialmente. Porque las relaciones sociales las protagonizan los individuos,

los hombres, son relaciones entre sujetos; son ellos quienes contienen en sí mismos

la historicidad. Los objetos, la dimensión de la técnica, establece una relación entre

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sujetos y objetos; objetos que se constituyen en medios; medios que obligan a

preguntarse por el contenido de su producción9.

Cuando la mirada se centra en lo objetual, eludiendo toda referencia a las relaciones

sociales, la mirada burguesa no solo profundiza su mirada deformada, respecto de su

apropiación de lo histórico, sino que –además– busca su neutralización, al omitir de

su relato las relaciones sociales que se establecen entre los hombres, es decir,

aquello que dota de sentido histórico a la propia historia. Esto, en gran medida,

porque la historicidad es aquella presentación procesual, dinámica, inacabada de la

historia, muy distante y diferencia de la cosificación, rígida, fija, sincrónica, que

implica la pretensión de comprender la historia a partir de los objetos.

9 En esto, claramente, sigo la línea de análisis de Lucien Febvre (1982) en su libro Combates por la historia. En particular, su texto “Y en todo eso ¿dónde está el hombre? Sobre un manual”, pp. 151-157.

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LO FACTUAL: DEL DATO A LA ANÉCDOTA

Entonces tenemos una crónica que acumula información, en apariencia ordenada, sin

embargo su organización es solo formal, se establece fundamentalmente en un

sentido diacrónico, pero una diacronía vaciada de densidad, de coordenadas de

sentido; una diacronía sin una interpretación profunda de sí misma. En ese sentido,

como una paradoja, esta pretendida continuidad termina siendo una sucesión

interminable de sincronías, de cortes verticales en el continuo de la historia. De

alguna manera, entonces, la vehemencia en la acumulación de datos, sin

interpretarlos, sin comprender el origen causal de los mismos, ni sus derivaciones

procesuales, ni sus consecuencias históricas propiamente tales, no hace sino de esta

crónica una suerte de video clip constante: sucesión de imágenes, de nombres, de

figuras, de datos que, al presentarse de manera acumulada dan la sensación de

conocimiento, cuando en realidad es solo la presencia, ni siquiera consolidada,

sistematizada, de la información en su sentido más” primario10.

Entonces, la crónica decimonónica, burguesa, es predominantemente factual. Útil

como un amplio repositorio de datos, pero inútil para –a partir de ella misma–

pretender comprender la esencia de los procesos históricos.

Aquí, la devoción por el hecho histórico, considerado en sí mismo, desgajado de

contexto y de proceso, se transforma en una situación de correspondencia con la

preeminencia de lo objetual en la narrativa histórica burguesa. En estos pretendidos

discursos historiográficos se avanza de hecho en hecho, como quien cruza a saltos

un curso de agua, de piedra en piedra. La historia es esa corriente y estos hechos,

levemente entrelazados unos con otros, pretenden erigirse a sí mismos como la

representación fidedigna de la historia. Es la pretensión de suplantar el todo por la

parte, lo episódico por el proceso, lo anecdótico por los sentidos profundos del

devenir histórico.

En el caso que hemos tomado como ejemplo, Los primeros teatros de Valparaíso y el

desarrollo general de nuestros espectáculos públicos, de Roberto Hernández, esta

condición es evidente, por lo cual no tiene mucho sentido ahondar en ello. Sin

embargo, resulta relevante indagar en relación a los usos que ha tenido este texto.

10 Una crítica a esta forma de hacer historia se puede encontrar en el libro de Febvre ya mencionado, pero, además, es muy iluminador al respecto el primer capítulo del libro de Ciro Flamarion S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli (1979) “Los métodos de la historia. Introducción a los problemas, métodos y técnicas de la historia demográfica, económica y social”.

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En efecto, si se pudiera realizar un relevamiento de ello, se podría determinar cuál es

el carácter que se le ha asignado a este libro: ¿fuente primaria, secundaria?,

¿documento histórico, investigación histórica, crónica histórica?

Lo que sí es fácil advertir es que, a medida que uno se interioriza con los contenidos

de esta obra de Hernández, va reconociendo, como un eco en la memoria, las

mismas descripciones, las situaciones, los actores y los escenarios: el constructo

narrativo se reproduce, entonces. Calco y copia. Esto nos lleva a una derivación

secundaria, producto de este fetichismo respecto del hecho. Esto es, por un lado, la

estructura de validación que establece el discurso burgués sobre sus propios

constructos: no suele someter a revisión crítica la narración que reitera, el hecho que

vuelve a reseñar, el dato que se replica. De esta manera, consolida un conocimiento

que se estanca, no solo uno que no se verifica ni confronta, sino uno que comienza a

adquirir una condición atemporal: cada vez que sea necesario se describirá un hecho

dado como si fuese efectivamente un hecho histórico. Dicha condición estará dada

por la instalación, dentro de los dispositivos de reproducción ideológica de la

burguesía, de criterios de validación, tanto autorales como de las estructuras de

difusión de dichas narrativas históricas. De este modo, por ejemplo, Roberto

Hernández será erigido como el gran historiador de Valparaíso y, más de alguna vez,

se hará mención a que gran parte de sus crónicas históricas fueron dadas a conocer,

de manera inicial, en un periódico que no requiere mayor presentación: La Unión, de

Valparaíso. Se construye así una doble situación de autoridad, por un lado desde la

propia condición autoral y, por el otro, desde un tipo específico de aparato

ideológico: la prensa burguesa. Esto, por cierto, tiende a limitar las posibilidades de

profundización o expansión respecto del objeto de estudio, toda vez que las nuevas

crónicas históricas tienden a retornar a las fuentes fundacionales de su relato. De

esta manera, respecto de determinados hitos de la historia de la ciudad, tanto en el

siglo XIX como en el siguiente, es posible advertir la reiteración de los núcleos de la

narración histórica burguesa, modificándose solamente aspectos complementarios

de ellos. De esta manera, la substancia de la ideología dominante queda a

salvaguarda: los nodos centrales de su interpretación histórica se reproducen de

manera homogénea y constante a lo largo de todo el siglo XX.

Acá haré una breve digresión. Quien escribe una crónica histórica suele evitar el

aproximarse a los discursos de tono académico. En dicha búsqueda utilizará diversos

recursos de estilo, sin embargo, un mecanismo que suele ser habitual nos resulta de

interés destacar aquí. Es el hecho devenido en anécdota, en dato curioso, en la

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búsqueda de la circunstancia única, original y, en lo posible, amena. En este caso, a

todo lo que ya hemos señalado anteriormente, se agrega la condición de trivialidad

que adquirirá ahora el hecho anecdotizado: si ya era difícil poder reconocer una

adecuada apropiación de lo histórico en un hecho desgajado de contexto y de

proceso, la anécdota vacía a tal punto al hecho de su contenido histórico, que lo

transforma en mera imagen, casi en un recurso literario el cual, sin embargo, seguirá

siendo reiterado por futuros cronistas como si se siguiera hablando de un hecho

histórico propiamente tal. Tanto en un caso como en el otro, la referencia a esta

información desgajada tendrá la funcionalidad de ejemplificar, de explicar el todo

por la parte o, incluso, de servir como pretendida metáfora para describir un

determinado proceso11.

Este doble carácter: lo factual y lo objetual de la crónica histórica burguesa persisten

hasta nuestros días, no de manera tan extendida como hacia inicios del siglo XX,

11 Solo como dato curioso: este uso de la anécdota en la narrativa histórica burguesa no es solo algo reconocible cuando se le estudia; en efecto, la propia academia se ha detenido a teorizar sobre ella y su uso en la historia. Véase: Cifuentes, J. (1944) “La anécdota, elemento valioso de la historia”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 11(29), segundo trimestre.

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pero sin embargo aún se cree que es posible construir una memoria histórica,

colectiva, identitaria de Valparaíso, a partir de dichos elementos. Eso, a estas alturas,

es claramente una posición no solo retrógrada y facilista sino, además, una

imposibilidad epistemológica: nada podrá ser ni colectivo ni identitario si no se está

dispuesto a poner en primer plano del ejercicio de la crónica histórica, por un lado, a

los procesos históricos y la comprensión de los mismos y, por el otro, a los sujetos

sociales de dichos procesos, a los porteños y porteñas que realizan dicha historia.

ROBERTO HERNÁNDEZ: EL HOMBRE Y UNA OBRA

La obra de Roberto Hernández Cornejo es una referencia ineludible, en particular

para quien quiera aproximarse a la historia de Valparaíso. Todo lo anteriormente

señalado no pretende disminuir dicha relevancia, en la extensísima bibliografía

publicada durante el siglo XX sobre la ciudad puerto. El ejercicio de la crítica no está

realizado sobre una persona, sino sobre las funcionalidades políticas e ideológicas

que su obra adquiere, las cuales pueden ser tanto pensadas por el propio autor, o

bien asignadas por el campo cultural en el cual su obra es recepcionada.

Nuestro autor fue un autodidacta. Nacido en Melipilla en 1877, cursó solo dos años

de enseñanza primaria12. Desde los 17 años comenzó a colaborar con periódicos de

Melipilla, luego de Santiago y finalmente de Valparaíso: en 1906 asume como

secretario de redacción de El Chileno. Desde 1915 y hasta 1954, es redactor de

crónicas en La Unión e inicia “una intensa actividad periodística como redactor de

temas históricos”, indica Gazmuri. En 1917 se incorpora a la Biblioteca Pública

Departamental N° 1 de Valparaíso, actual Biblioteca Santiago Severin, donde se

desempeña como subdirector jefe y luego como conservador hasta 1953. También

colabora en la Revista Chilena de Historia y Geografía y en el Boletín de la Academia

Chilena de la Historia13.

12 Según señala su nieto Horacio Hernández Anguita, en una breve reseña biográfica, titulada “Roberto Hernández Cornejo (1877-1966)”, publicada por Memoria Chilena. Cristián Gazmuri, sin embargo, indica que Hernández completó sus estudios secundarios en Santiago. Gazmuri, C. (2006). Op. cit., loc. cit. 13 Contra lo que pudiera pensarse, a pesar de la relevancia que se le asigna a este escritor, no existen biografías muy completas o consistentes sobre su vida. De hecho, los datos que hemos presentado provienen tanto de los textos de Hernández y Gazmuri ya citados, y entre ellos existen diferencias, respecto de hechos similares, como ya se ha indicado en la cita anterior. Así, la aproximación más completa a su vida será su propia Autobiografía: Vistazo periodístico a los ochenta años (1958). Como ocurre con varias de sus publicaciones, este el libro es la compilación de una serie de artículos

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La bibliografía que aportó Roberto Hernández Cornejo para el estudio de la historia

de Valparaíso es generosa. Se inicia con Algunos apuntes sobre el movimiento

literario general de Valparaíso (Valparaíso, Imprenta Victoria, 1924); Álbum

Valparaíso panorámico: precedido de un resumen histórico de Valparaíso en el siglo

de la Independencia (Valparaíso, s. e., 1924); Las obras marítimas de Valparaíso y el

puerto de San Antonio. La concesión de Quintero. Estudio histórico sobre un

gravísimo problema regional a la vez que nacional: con ilustraciones y dibujos

hechos especialmente (1900-1926) (Valparaíso, Imprenta Victoria, 1926); Valparaíso

en 1927. Una reseña histórica local, con motivo del centenario de El Mercurio

(Valparaíso, Imprenta Victoria, 1927); El monopolio del matadero modelo de

Valparaíso (Valparaíso, Imprenta Victoria, 1927); Los primeros teatros de Valparaíso y

el desarrollo general de nuestros espectáculos públicos (Valparaíso, Imprenta San

Rafael, 1928); Los primeros pasos del arte tipográfico en Chile y especialmente en

Valparaíso; Camilo Henríquez y la publicación de la Aurora de Chile (Valparaíso,

Imprenta Victoria, 1930); Crónicas de Valparaíso. En el centenario de Vicuña

Mackenna (Valparaíso, Imprenta Victoria, 1931); El curso de leyes de los Sagrados

Corazones de Valparaíso: reminiscencias de una iniciativa particular con treinta años

de vida: (1894-1895) (1903-1931) (Valparaíso, s. e., 1932); Don Diego Portales y

Valparaíso (Santiago, Academia Chilena de la Historia, 1937); El desastre financiero

de la Municipalidad de Valparaíso: artículos publicados en La Unión de Valparaíso

(Valparaíso, s. e., 1943); O’Higgins y Carrera en la batalla de Rancagua: 1 y 2 de

octubre de 1814: polémica histórica en La Unión de Valparaíso, con apéndice

(Valparaíso, s. e., 1944).

Sobre esta producción bibliográfica, un articulista ha dicho:

La cantidad de obras publicadas por Roberto Hernández es realmente

impresionante y es una pena que muchas de ellas sean inencontrables. La

mayor parte giran dentro de la crónica histórica, género literario que se

avenía muy bien con su personalidad acuciosa en busca del detalle y de

la nota veraz. Tuvo que manejar una impresionante bibliografía facilitada

por su constante contacto con los libros de la Biblioteca que dirigió. El

resultado fueron numerosas rectificaciones a sucesos que se daban por

seguros y una ampliación del marco histórico14.

publicados previamente en la prensa; en este caso, en La Unión de Valparaíso, desde el 19 de diciembre de 1957 hasta el 12 de enero de 1958. 14 Mopar (1975). “Roberto Hernández”, El Mercurio, Valparaíso, 11 de enero de 1975, p. 14.

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De toda esta producción tomaremos, casi al azar, solo porque tenemos un ejemplar

en la biblioteca, el libro Los primeros teatros de Valparaíso y el desarrollo general de

nuestros espectáculos públicos, que ha sido reseñado por Enrique Blanchard Chessi

(1928) y Julio Hurtado (1991). No deja de ser significativo que, en términos generales,

la obra de Hernández es escasamente comentada, no guardando relación esto con el

uso que se le da a la misma, estas reseñas, de hecho, son las únicas que hemos

encontrado sobre este libro. Esto instala una consideración necesaria: es usual en

estas obras este tipo de situación: la ausencia del ejercicio crítico o analítico sobre las

mismas, lo que no impide que se les utilice como si ese ejercicio hubiese sido

realizado; en realidad, se les usa porque, por un lado, no existe una obra semejante y,

por el otro, pareciera que en su recepción existe una validación a priori que uno

podría vincular, sin gran riesgo a equivocación, como la puesta en escena de un

criterio fundado en una falacia de autoridad. Véase, por ejemplo, cómo se refiere a

esta obra la escritora Sara Vial (1999):

El periodista e historiador Roberto Hernández en su documentado libro

de casi 700 páginas y siendo Miembro Correspondiente de la Real

Academia de la Historia no puede omitir el relato en esta maciza obra

cronística titulada Los primeros teatros de Valparaíso y el desarrollo

general de nuestros espectáculos públicos.

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Esto me da la oportunidad de intentar situar a Hernández. ¿Quién era? ¿Cómo es

percibida su figura? Trataré de dilucidar, primero, la definición ideológica que se

pueda hacer de él.

Gazmuri lo define como católico militante, lo cual se expresa en los cargos que

ocupó, tanto en El Chileno como en La Unión, ambos periódicos conservadores y

vinculados a la Iglesia Católica. Sin embargo, respecto de su pensamiento político no

podemos avanzar más allá: son muy escasas las referencias biográficas que existen

sobre la vida y obra de Hernández, un detalle curioso, si consideramos la relevancia

que se le atribuye a su obra y el uso que se le da a la misma15.

Intentaré, entonces, determinar lo ideológico en la propia obra, pesquisando las

opiniones de Hernández en el mismo libro que nos ocupa ahora.

Por ejemplo, cuando se inicia la Guerra Civil de 1829-1830, el cabildo de Valparaíso

toma la decisión de entregar armas a los habitantes, para defender a la ciudad de las

fuerzas conservadoras, que habían iniciado la revolución en contra del gobierno. Esto

es referido por Hernández de la siguiente manera: “El cabildo cometió, además, el

error de repartir armas al populacho para prepararlo a la defensa de la ciudad, y que

solo sirvieron para estimular desórdenes”, posteriormente el pueblo aparece

mencionado entregado “al saqueo de algunas casas”16.

El 25 de enero de 1830 el general Ramón Freire entra con sus tropas a Valparaíso.

Son los momentos casi finales de la guerra civil, y Hernández los resume de una

manera que permite apreciar con claridad sus simpatías políticas:

En dos proclamas dirigidas por Freire desde Valparaíso, una a sus

soldados y otra a sus conciudadanos, anunciaba que había tomado las

armas para restablecer el imperio de la Constitución, y lanzaba denuestos

contra el general Prieto, a quien atribuía la responsabilidad de la guerra

civil. Pero en vez de mantenerse en Valparaíso, Freire se dio a la vela el 28

de enero y después de una serie de operaciones que no tienen interés

local, fue destrozado en la memorable batalla de Lircay el 17 de abril de

15 Existe, eso sí, una referencia secundaria que nos arroja alguna luz al respecto. En relación a su libro El desastre financiero de la Municipalidad de Valparaíso: artículos publicados en La Unión de Valparaíso, un articulista señala que “critica las pintorescas actitudes y dichos de los regidores del Frente Popular (años 1938-1942) con razonamientos históricos y gramaticales” (Salvat, M. 1977:7). 16 Hernández, R. Op. cit., pp. 62-63.

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ese año de 1830. Un nuevo orden de cosas empezó entonces para la

República, bajo la diestra y vigorosa mano de Portales, a quien se ha

llamado con justicia segundo padre de la patria17.

De aquí en adelante, desde sus alabanzas a la Constitución de 1833, hasta sus

simpatías por las fuerzas congresistas que se alzaron en armas en contra del

presidente Balmaceda, Roberto Hernández expresa un coherente y consistente

pensamiento conservador. Abundar con ejemplos al respecto nos parece inoficioso,

pero no es difícil pesquisarlos, en particular cuando se refiere a momentos de

conflictos o disputa política.

Ahora bien, aparte de su definición ideológica, es necesario considerar la manera en

que se le representa en el campo cultural, en el espacio simbólico de producción de

textos referidos a la historia y, en particular, a Valparaíso. En este sentido, revisemos

algunas de las definiciones con las cuales se busca delinear la figura de Hernández.

17 Ibíd. pp. 64. Más adelante, se referirá a Portales como “el más grande hombre de Estado que ha tenido Chile”, p. 74; “[Portales] aceptó la gobernación de Valparaíso, dejando aquí, como por donde quiera que se posaba su mente creadora, una huella profunda de su incansable laboriosidad y de su mano firme y ejemplarísima”, p. 75. Las loas a Portales continúan en diversos lugares del texto.

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Ya hemos visto que, para Cristián Gazmuri, Hernández es “el gran historiador de

Valparaíso”18. Según su hijo Gabriel, Joaquín Edwards Bello sostenía que era “la

persona que más sabía sobre Valparaíso”19; en otras referencias se indica que este

mismo escritor habría dicho sobre Hernández que debería ser nombrado como

“cronista oficial de la ciudad de Valparaíso”20. Adolfo Simpson lo llama “historiador

de Valparaíso”21. Otro de sus hijos, Horacio Hernández Anderson, en un interesante

artículo, en relación a los puntos de encuentro y desencuentro de la historia y el

periodismo, señala que:

De ahí que Roberto Hernández (‘R.H’) periodista e historiador, sin

menoscabo de sus grandes investigaciones y estudios monográficos, ‘a

propósito de’, ‘a raíz de’, no aparezca como forjador de grandes teorías,

ni adhiera tampoco a las que suelen llamarse pomposamente ‘leyes de la

historia’. Menos aún podría haberlo sido con la dedicación que pone en

contemplar a una patria joven como la nuestra, donde valdría más el

dato, la fidelidad de su enunciado, que la construcción teórica, a veces

esta más antojadiza que científica.

(...)

Por lo mismo, sus obras no son muchas veces otra cosa que la

prolongación de sus artículos de prensa22.

Sin embargo, la mayoría de las referencias a su persona buscan señalar sus

cualidades, no ofrecer una definición de la misma. De este modo se indica que “el

periodismo era su caballo de batallas: un periodismo pleno, siempre de iluminación y

de fervor por las causas de justicia que lo conmovían”23; o bien que “cultivó, de

18 Gazmuri, C. (2006). Op. Cit. Loc. Cit. 19 HERNÁNDEZ, G. (1976). Sobre chilenos en California. Ercilla, Santiago, número 2119, 10 de marzo de 1976, pp. 47. [El texto corresponde a una carta enviada por Gabriel Hernández Anderson al director de esta revista, precisando críticamente las opiniones vertidas por Carlos López Urrutia en el mismo medio de comunicación, en relación a Roberto Hernández Cornejo]. 20 Salvat, M. (1977). “Recuerdos del historiador”. Revista Hoy. Santiago, número 30, del 21 al 27 de diciembre de 1977, p. 17. 21 SIMPSON, A. (1978). Don Roberto Hernández, historiador de Valparaíso. El Mercurio, Valparaíso, 24 de diciembre de 1978, p. C. 22 HERNÁNDEZ ANDERSON, Horacio (1977). “Periodismo e historia (en el centenario de Roberto Hernández, ‘R. H.’)”, La Estrella, Valparaíso, 14 de diciembre de 1977, p. 2. 23 SABELLA, Andrés (1977). “Don Roberto Hernández Cornejo”, El Mercurio, Antofagasta, 18 de diciembre de 1977, p. 2

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preferencia, la crónica histórica, género para el que se hallaba bien dotado por su

justa visión del pasado, su carácter ecuánime, su pasión investigativa y el contagioso

interés que sabía presentar a sus narraciones”24; y, por último, que “tenía un agudo

sentido crítico y un prurito de poner las cosas en su sitio, rectificando errores con

gran acopio de erudición; es un periodista ilustrado, como le calificará Joaquín

Edwards Bello”25.

Ya sabemos que Hernández tiene una clara filiación conservadora. Veamos ahora

cómo aborda este escritor la realización de enfrentamiento político, social y militar.

Para ello consideraré dos marcadores polemológicos para analizar este libro de

Roberto Hernández, ellos son la revolución de los sastres, o la revolución de 1851 en

Valparaíso y el motín de los rotos, o la revolución de 1859 en Valparaíso.

Hemos escogido estos marcadores por la clara relación que tienen ellos entre sí, en

las significaciones políticas de ambos: son dos momentos en los cuales el

enfrentamiento político social en el país, entre liberales y conservadores, pasa a una

24 “A cien años de su nacimiento”, El Mercurio, Valparaíso, 17 de diciembre de 1977, p. 3. 25 Salvat, M. op. cit.

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etapa de enfrentamiento armado, el cual para algunos será considerado como una

revolución, mientras que otros lo definirán como expresiones de guerras civiles en

Chile.

Del levantamiento liberal revolucionario realizado el 28 de octubre de 1851, y

conocido como “la revolución de los sastres”, no hay ninguna mención en este libro.

Esto, por cierto, no es algo que se le pueda enrostrar al autor: el objetivo de su obra

no es dar cuenta de este tipo de hechos, debido a lo cual no nos queda sino

constatar esto y, quizás, en otra ocasión, proponer algunas posibles explicaciones a

esta ausencia.

Sin embargo, de la revolución de 1859 sí tendremos algunas noticias, asociadas al

objeto de estudio de su libro, por cierto:

A principios de 1859, y por causa de los trastornos revolucionarios, el

Teatro de la Victoria estuvo en clausura, de orden de la autoridad como

tambien estuvo suspendido El Mercurio cerca de tres meses. Al

reaparecer el diario, hacía presente que la suspensión del teatro ejercía

una pésima influencia, porque todos creian ver en ella un signo

permanente de malestar y de amenaza contra el orden público. Ella

reducía, además, a un tristísimo estado a más de cincuenta familias que,

viviendo del teatro, veían desaparecer su único medio de subsistencia. Se

encarecía un ruego para que el teatro no estuviese en suspenso.

(Hernández 1958: 223).

La referencia a la revolución de 1859 se inicia en este párrafo, no existe ninguna

introducción o preliminares que expliquen qué motivaron los “trastornos

revolucionarios”, solo se nos informa de algunas consecuencias de ellos, ambas,

referidas tanto al objeto de estudio de su libro –el Teatro de la Victoria– como a un

emblemático medio de comunicación que representa los intereses de la burguesía

local y nacional –El Mercurio de Valparaíso– pero, incluso así, no se indica por qué

motivo fueron cerrados ambos. De este modo, el dato queda establecido, pero sin

contexto y sin proceso; en ese sentido, constituye mera información, que no permite

una comprensión ni menos una interpretación de lo ocurrido. Para poder

comprender este párrafo citado, aportemos algunos datos: la revolución liberal se

inicia el 5 de enero, expresándose en levantamientos simultáneos en Copiapó, San

Felipe y Concepción, salvo el primero de ellos, todos los otros alzamientos fueron

derrotados.

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El enfrentamiento político y militar se prolongó gran parte de ese año,

concentrándose en el norte del país. En Valparaíso, el levantamiento se realizó el 28

de febrero, siendo vencidas las fuerzas revolucionarias, luego de un día completo de

combates. Sin embargo, no todo terminaría allí: hacia el mes de septiembre se

realizará otro alzamiento en Valparaíso. Así describe Hernández lo ocurrido:

Buena muestra de los trastornos revolucionarios de la época, se tiene con el

programa del 17 de Mayo en el Teatro de la Victoria, donde tambien se

incorporaron para unas pocas funciones la señora Wideman y la señora

Fleury. La velada que decimos fué ‘a beneficio de los heridos de la acción de

Cerro Grande’. Aconteció esa sangrienta batalla el 29 de Abril anterior, entre

las fuerzas del caudillo revolucionario don Pedro León Gallo y las tropas del

gobierno mandadas por el general don Juan Vidaurre Leal, quién el 18 de

Septiembre del mismo año, siendo Intendente de Valparaíso fué ultimado en

otro motín revolucionario, a la salida del Te Deum en la iglesia de la Matriz.

Naturalmente, se hicieron multitud de prisioneros y se tomaron muchas

armas y municiones pertenecientes a los revolucionarios. Entre los

prisioneros, cayó el asesino del general Vidaurre, llamado Lorenzo

Valenzuela26, que fué fusilado al día siguiente, el 19 de Septiembre en la

plaza Municipal, actual plaza Echáurren. Tambien se fusiló ahí mismo a un

individuo de nacionalidad ecuatoriana, que con singular audacia distribuía

municiones a los amotinados, tratando de seducir también a los soldados.

‘Los funerales del General Vidaurre’, se llamó un paso doble que salió luego

en Valparaíso, arreglado para piano y compuesto por el músico don Manuel

de la Cruz Arriaza. El señor Arriaza era aquí director de bandas. (Hernández

1958: 224).

Antes que nada es interesante destacar el mecanismo de construcción del relato que

realiza Hernández: busca vincular los contextos con su objeto de estudio. Los

“trastornos revolucionarios” se expresan en el cierre del Teatro de la Victoria a inicios

de año, pero también en su uso para realizar funciones en beneficio de los heridos

en la batalla de Cerro Grande. Antes de proseguir. ¿Por qué razones se cerró el

teatro?, ¿quién era su administrador en ese entonces?, ¿cuáles fueron las

consideraciones para reabrirlo? ¿El uso del teatro para la actividad benéfica tuvo su

origen en filiaciones políticas o en acuerdos comerciales? Nada de eso sabremos.

26 Para otros, su nombre era Lázaro Valenzuela. 170 años: historia y futuro de El Mercurio de Valparaíso, Valparaíso, El Mercurio de Valparaíso, 1997, p. 41.

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Podemos suponer, eso sí, que cuando el autor habla de la realización de una

actividad en beneficio de los heridos, está hablando de los heridos en el bando

conservador, entre aquellos que integraban el ejército gobiernista.

Las referencias que hace Hernández respecto del asesinato del intendente Vidaurre

nos permiten apreciar el uso que le podemos dar a textos como este, a modo de

fuentes válidas para la investigación. En efecto, asumimos que los datos aportados

por él son verídicos y, dado ello, comenzamos a utilizarlos como tales. Tomemos, por

ejemplo, el caso del ciudadano ecuatoriano, salvo la mención que indica Hernández,

no conocemos otra referencia al respecto. ¿Quién era?, ¿Quedó consignada su

identidad en algún documento oficial? Lo encontramos mencionado, hacia finales

del siglo XX por Francisco Le Dantec quien, dicho sea de paso, cita casi textualmente

a Hernández, pero sin mencionarlo:

Naturalmente, se hicieron muchos prisioneros y se tomaron muchas armas y

municiones pertenecientes a los revolucionarios.

También fue fusilado al día siguiente un individuo de nacionalidad

ecuatoriana que con singular audacia distribuía municiones a los

amotinados, tratando de seducir a los soldados cívicos27.

27 Le Dantec, F. (1991). Historias y leyendas desde Valparaíso. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso. p. 16. Por cierto, nobleza obliga, uno también le dio el crédito a Le Dantec, antes de

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Acotemos que, en relación a esa ausencia de cita, que ello es usual en el uso de los

textos de Hernández; su hijo, Gabriel Hernández Anderson, señala al respecto:

muchos otros escritores nacionales y de notoriedad tuvieron como

fuente de información, precisamente los trabajos y estudios realizados en

el campo de la investigación histórica por mi padre, donde alcanzó fama

de erudito, sin que se le haya hecho ninguna mención. Incluso, se

apropiaron hasta del nombre de su obra28.

Aprovecharé esta detención en Le Dantec para realizar un breve ejercicio

comparativo de fuentes. Para ello, tomaré el relato que realiza Hernández sobre la

muerte del intendente Vidaurre. Él señala que el general es ultimado “a la salida del

Te Deum en la iglesia de la Matriz”. Pues bien, Le Dantec señala lo siguiente:

Del templo de La Matriz [Juan Vidaurre Leal] había sido conducido más

tarde a la Intendencia, donde fueron inútiles todos los esfuerzos que se

hicieron para conservarle la vida.

Sin embargo, solo unos párrafos más adelante, el propio Le Dantec cita la sentencia

del Consejo de Guerra constituido a raíz de esta asonada, en la cual se señala que el

general es “muerto en el mismo lugar donde estalló el movimiento”. Este

documento, fechado el 19 de septiembre de 1859, está firmado por José Antonio

Villagrán, José Antonio Laínez, Benito Wormald, Bernardo Gutiérrez N. Siva

Arriagada29.

Por su parte, Luis Fernando Ruz Trujillo nos dirá al respecto:

Su cuerpo herido de muerte fue entrado en la Catedral y más tarde

conducido a la Intendencia; inútiles fueron los esfuerzos que se hicieron

para conservar su valiosa existencia30.

Tres versiones diferentes para un mismo hecho; solo una fuente primaria, la cual es

citada por solo uno de los autores quien, además, presenta una versión diferente al

documento transcrito. Estas situaciones son habituales de encontrar cuando uno

realiza confrontaciones de fuentes, sin embargo, no suele profundizarse mayormente

haber encontrado la referencia en cuestión en el libro de Hernández. Véase, Guajardo, Ernesto (2013). Valparaíso, la memoria dispersa. Crónicas históricas, Santiago, RIL editores. p. 71. 28 Hernández, G. Op. Cit. 29 Le Dantec, F. Op. Cit. Loc. Cit. 30 Ruz, L. (1980). Rafael Sotomayor, el organizador de la victoria. p. 77. Santiago: Andrés Bello.

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en dilucidar cuál es la versión verídica, históricamente verdadera. De este modo, es

usual que muchas veces las referencias se reiteren, sin mayor análisis, en las sucesivas

publicaciones que conformarán la narrativa histórica burguesa sobre Valparaíso

(véase, sin ir más lejos, las notables similitudes entre la cita de Le Dantec y la de Ruz

Trujillo, que acabamos de copiar más arriba).

En el caso de Roberto Hernández esto es tan manifiesto que incluso un columnista

señala que sus obras

son fuente constante de consulta de estudiosos e investigadores como

consta de citas y reseñas bibliográficas que se encuentran en Encina,

Agustín Edwards Mac Clure, Ricardo Donoso, Enrique Bunster, Gonzalo

Vial Correa, entre muchos otros31.

Es muy decidora la enumeración de autores que hace el articulista: todos ellos

representan el desarrollo de la narrativa histórica burguesa a lo largo del siglo XX. El

historiador Luis Vitale, en su Interpretación marxista de la historia de Chile, también

cita a Roberto Hernández, y seguramente lo mismo han hecho otros historiadores de

31 H. H. A. (1996). Roberto Hernández C. La Estrella. Valparaíso, 15 de enero de 1996, p. 4.

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izquierdas, sin embargo, las filiaciones que se proponen en este artículo son muy

evidentes para significar la pertenencia ideológica que se le atribuye a Hernández.

Retornando nuestro análisis, como hemos visto, la revolución de 1851 no es

considerada por Hernández en su libro, inferimos que esto se debe a que no tuvo

ninguna incidencia en la actividad teatral de la ciudad, de lo contrario lo más

probable es que encontraríamos alguna mención al respecto. Sin embargo, ello, por

otro lado, nos presenta las debilidades de este tipo de relato histórico: en este libro,

el año 1851 en Valparaíso queda consignado como un periodo en el cual no existió

ningún tipo de convulsión o conmoción política, social o militar. Por cierto, no se

está planteando que esta obra deba ser una suma de todo lo acontecido en

Valparaíso en un periodo determinado, pero sí señalar los riesgos que implica el

analizar una determinada temática, de esta manera, desgajando el objeto de su

contexto. Del mismo modo, implica que el lector de una obra como esta, de no

mediar la lectura de otro texto, jamás podría enterarse de la realización de un conato

revolucionario el año 1851 en Valparaíso32.

¿Podría haber escrito otro tipo de texto Roberto Hernández? Históricamente

hablando, no. Como bien lo señalan Cardoso y Pérez, realizando una caracterización

del periodo en el cual le correspondió realizar su obra a Hernández.

A comienzos de este siglo dominaba el panorama de la historiografía una

concepción, heredada del siglo XIX, que llamada ‘historia historizante’

(Henri Berr), o ‘historia episódica’ (événementielle: Paul Lacombe). La

misión del historiador consistiría, según esa concepción, en establecer –a

partir de los documentos– los ‘hechos históricos’, coordinarlos, y

finalmente exponerlos de manera coherente. ‘Hechos históricos’ serían

aquellos hechos singulares, individuales, que ‘no se repiten’; el

historiador debería recogeros todos, objetivamente, sin elegir entre ellos.

Se los veía como la materia de la historia, que existiría ya, latente en los

documentos, antes que el historiador se ocupara de estos. Su ordenación

32 En honor a la verdad, hay quien piensa lo contrario de lo que se acaba de señalar acá. En efecto, Julio Hurtado (1991) afirma: “La obra de Hernández contiene, precisamente, ese detalle que va configurando el entorno humano del acontecer histórico del país”; “La obra está llena de datos que se van hilvanando en los grandes acontecimientos políticos y sociales del siglo pasado y principios del presente”; “La obra de Roberto Hernández no es solo entretenida, sino que junto con contribuir a dar una mayor precisión a la historia social de nuestro medio, humaniza y nos da una visión real de una etapa brillante de la ciudad de Valparaíso”.

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en una cadena lineal de causas y consecuencias constituiría la síntesis, la

presentación de los hechos estudiados: hechos casi siempre políticos,

diplomáticos, militares o religiosos, muy raramente económicos o

sociales. (...) Una concepción trascendente de la historia, del movimiento

histórico, –desde luego implícita y jamás mencionada–, era el criterio de

definición de cada hecho como histórico o no, y lo que permitía ‘saltar’

de un hecho a otro, componiéndose así un texto ordenado. La

‘imparcialidad’ u ‘objetividad’ del historiador positivista era pues un

mito...33.

Entonces, ¿de qué manera deberíamos trabajar con textos como el que hemos

venido comentando?, ¿podemos darle un uso distinto a esta obra, más allá de la

mera cita? Pareciera, en primer término, que –para desarrollar una nueva

interpretación de estas obras emblemáticas– habrá que realizar una exégesis de las

mismas, resituando tanto al autor como a su obra en un cuadro ideológico que

posibilite, de manera efectiva, reconocer todas las dimensiones del contenido que

contienen las páginas de un libro como este. Esto permitiría una comprensión

situada de la obra, situada en sus orígenes, en su historicidad e incluso en sus

intenciones; así se podría abandonar una lectura funcional y parcial de estas fuentes

secundarias las cuales, a pesar de todas sus deficiencias aún pueden aportar algo de

información útil para el desarrollo de futuras investigaciones históricas. Sin embargo,

es necesario realizar esa comprensión de contexto, como una manera de evitar

incurrir en apreciaciones que buscarían asignarles a libros como este condiciones de

veracidad, inefabilidad u objetividad plena. Lectura situada, entonces, pero además,

crítica.

Un segundo momento implica el reconocer, en toda su dimensión, que las fuentes

clásicas de la bibliografía histórica sobre Valparaíso son fuentes secundarias, en su

gran mayoría. Esto, necesariamente, nos llevará a la obligación de desplegar mayores

esfuerzos y avanzar en el trabajo investigativo que busque refrendar lo dicho por

estas fuentes en las fuentes primarias.

Por último, y para ser coherentes con la perspectiva ideológica que se ha intentado

desplegar en este texto, sería de interés avanzar en la construcción de una reflexión

teórica marxista, en relación al desarrollo de futuras investigaciones históricas sobre

Valparaíso. Esto dice relación no solo con el reconocimiento de los nodos centrales

33 Ciro Flamarion S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, ob. cit., pp. 19-20.

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del marxismo, sino en la identificación, a partir de ellos, de los requerimientos

políticos que podrían identificarse a partir de una definición ideológica como esta.

Esto es, cómo desarrollar investigaciones históricas que puedan colaborar, no solo a

la comprensión de la realidad, sino también a su transformación.

____________________________________________________________________________________________________________

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Blanchard, E. (1928). Roberto Hernández: Los primeros teatros de Valparaíso y el

desarrollo general de nuestros espectáculos públicos. Revista Chilena de Historia y

Geografía, Santiago, número 62.

Cardoso, C. & Pérez, H. (1979). Los métodos de la historia. Introducción a los

problemas, métodos y técnicas de la historia demográfica, económica y social. 3° ed.

Barcelona: Editorial Crítica.

Cifuentes, J. (1944). La anécdota, elemento valioso de la historia. Boletín de la

Academia Chilena de la Historia, 11(29), segundo trimestre. Santiago.

El Mercurio (1997). 170 años: historia y futuro de El Mercurio de Valparaíso.

Valparaíso, El Mercurio de Valparaíso, p. 41.

Febvre, L. (1982). Combates por la historia. 5° ed. Barcelona: Editorial Ariel.

Gazmuri, C. (2006). La historiografía chilena Tomo 1 (1842‐1970). Santiago: Taurus.

Hernández, G. (1976). Sobre chilenos en California. Ercilla, Santiago, número 2119, 10

de marzo de 1976, pp. 47.

Hernández, H. (2012). Roberto Hernández Cornejo (1877-1966), Santiago: Memoria

Chilena.

Link: http://www.memoriachilena.cl/602/articles-123399_recurso_2.pdf.

Hernández, R. (1928). Los primeros teatros de Valparaíso y el desarrollo general de

nuestros espectáculos públicos. Valparaíso: Imprenta San Rafael.

Hernández, R. (1958). Autobiografía: Vistazo periodístico a los ochenta años.

Valparaíso: Imprenta Victoria.

Hurtado, J. (1991). La historia del espectáculo. El Mercurio, Santiago, 15 de junio de

1991, p. 14.

Le Dantec, F. (1991). Historias y leyendas desde Valparaíso. Valparaíso: Ediciones

Universitarias de Valparaíso.

MOPAR (1975). Roberto Hernández. El Mercurio. Valparaíso, 11 de enero de 1975.

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Revista Hoy (1977). Recuerdos del historiador, Al cumplirse cien años del natalicio de

Roberto Hernández. Santiago, número 30, del 21 al 27 de diciembre de 1977.

Ruz, L. (1980). Rafael Sotomayor, el organizador de la victoria, Santiago, Andrés Bello.

Salvat, M. (1977). Roberto Hernández. El Mercurio, Santiago, 25 de diciembre de

1977, p. 7.

Simpson, A. (1978). Don Roberto Hernández, historiador de Valparaíso. El Mercurio,

Valparaíso, 24 de diciembre de 1978, p. C.

Vial, S. (1999). El teatro cómico. La Segunda, Santiago, 1 de septiembre de 1999, p. 9.

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RELATOS DE CAMINANTE

Por Efe

Dale click que ya comienza

SE ENCIENDE LA TV y comienza "El mundo de la boludez". Las fiestas de las

publicidades con gente bellamente despreocupada, el cholulismo34 desmedido por

parte de todos los programas. Están los que tiran, están los que aflojan y yo me

pregunto: "¿¡Dónde están mis dólares!?". Luego recuerdo que esa divisa nunca pasó

por casa y escucho a mi vecino: "¿Es que no hay un equipo más choto35 para poner a

jugar?", evidentemente en desacuerdo con la formación que planteó el director

técnico del equipo por cual él proyecta sus alegrías y frustraciones.

Si prestas atención a la realidad que nos suele rodear y la comparas, hay más

coherencia en una película de Buñuel.

Viajero argentino, visitante recurrente de la quinta región, experto en tertulias y supervivencia urbana. Estudiante de Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. 34 Cholulo: (Coloquial) Dícese de aquella persona o individuo que manifiesta un interés o admiración desmedidos por la gente del ambiente artístico, especialmente del mundo del espectáculo. 35 Choto: (Coloquial) Dícese de aquella persona, individuo o también grupo que es despreciado por su forma de actuar o de pensar.

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FOTOGRAFÍAS PARA ESTA EDICIÓN

DEMËNTIA

[email protected] https://www.instagram.com/la_dementia/

Las fotografías corresponden a una selección de la autora bajo los

conceptos de “Calle” y “Marcha”, disparos urbanos que grafican la

realidad social y su vinculación con esta.

Presentación en el siguiente artículo.

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ENTRADA

DEMËNTIA

DUELE, CRÉANME QUE A VECES DUELE. Duele el lente y el disparo, duele

hasta el alma. Duele la duda, la eterna pregunta, duele aquel inusual segundo

compartido.

Y en aquel disparo de caza se me va la vida para la de otro guardar.

Y en aquel disparo pierdo mi ser para fusionarme con la de él, ahora somos tres.

Y en aquel disparo todo desaparece, los tormentos quedan en el ayer, estoy en el

presente, estoy bien.

El masoquismo de la fotografía, la sensibilidad del ojo, la búsqueda de la crudeza, la

vivencia de la cruda realidad. El análisis de la imagen, las lágrimas al estudiar, el

llanto por la vida, el grito por volver a aquel lugar.

La Demëntia se quedó, y no pienso dar vuelta atrás.

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Sobre el contenido de los textos

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por lo que los artículos, reflexiones, comentarios, columnas, ensayos u otros,

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COLOFÓN

Imagen Portada: DEMËNTIA

Diseño y Diagramación: Salvador Zúñiga Cruces

Para esta edición se utilizaron las siguientes fuentes

Encabezado: Bookman Old Style y Brush Script MT

Títulos y subtítulos: BOOKMAN OLD STYLE

Nombres de autores: Magallanes Medium

Notas al pie: Apajarita

Texto: Ebrima