Sacerdote Padre de Los Pobres

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Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil ipsum qui voluptis AT IL MAGNAM FUGA. PA VELIA VOLESTEM MAGNAM FIRMA Cargo 2.XXX. X-X de mes de 2010 PLIEGO San Juan de Ávila, cuya fiesta conmemoramos el próximo 10 de mayo, nos recuerda que quienes rigen la comunidad deben ayudar en las necesidades de los que sufren, porque “los clérigos son padres de los pobres”. En estos días, con el gozo de la Pascua, cuando celebramos la vida de este verdadero cristiano y sacerdote, patrono del clero y doctor de la Iglesia, comparto aquí unas reflexiones con el fin de que puedan ayudar a mis hermanos presbíteros. EL SACERDOTE: PADRE DE LOS POBRES Y PROFETA DE LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO JOSé MARíA AVENDAñO PEREA Vicario general de la Diócesis de Getafe 2.939. 2-8 de mayo de 2015

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Pliego de la revista Vida Nueva sobre el sacerdocio

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PLIEGO

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2.xxx. x-x de mes de 2010PLIEGO

san Juan de Ávila, cuya fiesta conmemoramos el próximo 10 de mayo, nos recuerda que quienes rigen la comunidad deben ayudar en las necesidades de los que sufren, porque

“los clérigos son padres de los pobres”. en estos días, con el gozo de la Pascua, cuando celebramos la vida

de este verdadero cristiano y sacerdote, patrono del clero y doctor de la iglesia, comparto aquí unas reflexiones con el fin

de que puedan ayudar a mis hermanos presbíteros.

EL SACERDOTE:PADRe De los PoBRes

Y PRofetA De lA AlegRÍADel evAngelio

José MARíA AvendAño PeReAvicario general de la diócesis de Getafe

2.939. 2-8 de mayo de 2015

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Tras los pasos del Buen Pastor“se sientan como en su casa” y escuchando la sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

Y el corazón me lleva a la plegaria del sacerdote y mártir san Pedro Poveda: “Quiero ser sacerdote de Jesucristo siempre, en pensamiento, palabra y obra”. Por ello creo con la Iglesia que el fundamento de la espiritualidad sacerdotal es el seguimiento de Jesucristo y su evangelio, con especial identificación con Jesús, humilde, sacrificado, obediente al Padre, que prefiere el silencio a la espectacularidad y el triunfo. el Buen Pastor, atento a los problemas de cada uno y que da la vida por los que ama, pues el centro de gravedad del sacerdote es “la caridad pastoral”. Con renovación constante en el espíritu de oración y de un profundo sentido religioso, para poder ser, espontáneamente y no por actitudes artificiales, signo de dios en un mundo donde, a veces, dios parece ausente o callado.

el sacerdote está abierto a la vida en las dimensiones más profundas: trabajo, dolor, amor, proximidad al pueblo. Y vive la síntesis entre estas dos dimensiones radicales: fe y vida, apertura a dios y apertura al hombre, oración y acción. necesidad de una síntesis, unidad y equilibrio de vida personal que se consigue con una

búsqueda y fidelidad a la verdad, y una paciencia alegre y constructiva. “Queridos hermanos sacerdotes, Cristo, que es el Camino, la verdad y la vida, ha de ser el tema de nuestro pensar, el argumento de nuestro hablar, el motivo de nuestro vivir”, afirma Benedicto XVI.

el sacerdote madruga cada día para ser un hombre de razón madura, con la valentía de los profetas de dios. su rostro, su gesto, su estilo no pueden ser el de alguien adusto, ceñudo o distante, sino sonriente, con la humanidad cristiana y la caridad evangélica. Con sentido del buen humor, con el perfume de una vida sana e irradiante, como la de los santos sacerdotes. Pues no hay más que una sola vocación definitiva: la de ser santos. “nos eligió en él para que fuéramos santos e irrepro chables en su presencia” (ef 14).

La pobreza de Dios

Pienso en María Luisa y su familia. La en-fermedad y la pobreza habitan en casa. Pero Dios es su Roca.

Cada día, el sacerdote, con el corazón vigilante como los profetas, experimenta que una de las periferias que necesitan atención son las familias. A ellas les dedica tiempo y muchos recursos, porque sabe de la familia de nazaret y su fragilidad: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre; la pobreza de dios (cf. Lc 2, 20).

dios hecho niño, acompañado de María y de José, rodeado de unos animales y metido en una cueva excavada en la montaña, en una noche fría de invierno. el que hizo el universo, el que abrió los labios y fue obedeciendo en todo, el que dio a los demás la existencia, el que pudo escoger su forma de nacimiento, ahí está pobre, rodeado de pobreza, gozoso en la pobreza de sus padres.

esta decisión de dios de escoger la pobreza pone en jaque la manera de pensar y, especialmente, de vivir

A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró Jesús, el salvador,

que dios los tenía en el centro de su corazón: “¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de dios os pertenece!” (Lc 6, 20). Con ellos se identificó: “Tuve hambre y me disteis de comer”, y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25, 35). Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen el Cristo sufriente. “es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos”. (eG 198). “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. el misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de nazaret” (Misericordiae Vultus, bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia).

os invito a traer a la memoria y, sobre todo, a los ojos del corazón a los pobres y sus diferentes pobrezas: materiales, morales, espirituales, existenciales. Les pongo rostro, nombre y apellidos. Y me pregunto: ¿qué hago por los pobres? ¿Los conozco? ¿Me acerco a ellos, los miro a los ojos, los escucho, toco sus llagas…? ¿Qué hago, de forma personal y comunitaria, para aliviar su sufrimiento?

el papa Francisco nos decía en la Cuaresma de este año: “Quiero pedir a todos en esta Cuaresma… un corazón que se deje impregnar por el espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas… Un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”.

I. PADRE DE LOS POBRES

Espíritu sacerdotal de pobreza

Pienso en el equipo sacerdotal de una pa-rroquia de la Diócesis de Getafe, en los seminaristas que colaboran en el trabajo evangelizador, junto con toda la comunidad cristiana, acogiendo a los pobres para que

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de muchos hombres hoy en día. es de suponer que dios, sabiduría infinita, siempre elige lo mejor. Al escoger la pobreza, margina la riqueza. Más tarde, Cristo iba a explicar esta opción cuando puso como primera bienaventuranza la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3).

La pobreza de Jesús

Pienso en las personas que acuden a Cáritas, buscando el pan cotidiano y el Pan de la Vida, la atención espiritual.

Hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos; unos nacidos en esta tierra y otros venidos de fuera buscando una vida digna, como dios quiere. Todos atraídos por el amor de Jesús a los pobres y el testimonio de sus seguidores en la actualidad: cristianos valientes y creíbles en multitud de parroquias o comunidades.

Tener a Cristo como modelo de vida significa abrir nuestro corazón a dios, llevar con dios el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre de los Cielos con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que, precisamente, si somos obedientes al Padre, seremos libres. “Cristo Jesús… siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2, 5-11).

Jesús evangeliza a los pobres (cf. Mt 11, 5; cf. Lc 4, 18; cf Is 61, 1), les anuncia la salvación. Jesús se solidariza con los pobres hasta tomar sobre sí los pecados de todo el mundo (cf. Jn 1, 29; cf. Is 53, 7-12). Jesús comparte sus afanes, llena sus esperanzas, los proclama “bienaventurados” (Lc 6, 20-21).

Pablo sintetiza así el “misterio” de la pobreza de Jesús: “siendo pobre, se hizo rico por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9).

en los pobres está el mismo Cristo y, en ellos, se le sirve o se le desprecia (cf. Mt 10, 42; 25, 40-45). Los pobres constituyen la prueba de la fidelidad de dios, que les promete mediante la palabra de Jesús el Reino de los Cielos y, al mismo tiempo, satisfacer su hambre y su sed (cf. Lc 6, 20-23).

Una Iglesia pobre para los pobres

Pienso en Manuel y su enfermedad men-tal. La Iglesia está siendo samaritana y liberadora a través de los discípulos de san Juan de Dios y las discípulas de san Benito Menni.

entendía que las mismas residencias sacerdotales debían reflejar esta actitud de pobreza, incluso hasta compartir los bienes con los más necesitados: “no queda nada para pobres, como se debía hacer; y con reformarse habrá medio para poder cumplir con su obligación de remediar los pobres” (san Juan de Ávila. A I, 11). Así lo viven sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, compartiendo casa con los más pobres de entre los pobres: las religiosas Mercedarias de la Caridad en el Albergue de Cáritas, o la Comunidad de Basida en Aranjuez.

La Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. “esta opción, enseñaba Benedicto XvI, está implícita en la fe cristológica, en aquel dios que se ha hecho pobre por nosotros, para

enriquecernos con su pobreza. Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. ellos tienen mucho que enseñarnos” (cf. eG 198).

soy testigo de que cada día la vida de los cristianos, que forman la Iglesia, Cuerpo de Cristo, está progresando en el seguimiento de Jesucristo, crucificado y resucitado, con pasión por la caridad, la austeridad, viviendo con lo suficiente y cuidando como “oro en paño” su tesoro, que son los pobres, como lo mostró el diácono san Lorenzo. Así, nuestras parroquias y comunidades están siendo islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia. La Iglesia se propone ser ella misma pobre, como Cristo (cf. LG 8; AG 5, 12).

el siervo de dios Óscar Romero, en visita a Roma, anotaba: “Por la mañana hice también una nueva visita a la basílica de san Pedro y, junto a los altares muy queridos de san Pedro y de sus sucesores actuales en este siglo, pedí mucho por la fidelidad, por mi fe cristiana y el valor, si fuera necesario, de morir como murieron todos estos mártires, o de vivir consagrando mi vida como la consagraron estos modernos sucesores de Pedro”.

Fue la voz de los pobres y de todos aquellos que sufrían injusticias. Por esta razón, san Juan Pablo II lo puso en la lista de la innumerable multitud de los “nuevos mártires”, agregándolo personalmente en la oración de esa celebración en el Coliseo: “Acuérdate, Padre, de los pobres y de los marginados de aquellos que testimoniaron la verdad y la caridad del evangelio hasta entregar su propia vida: pastores apasionados, como el inolvidable arzobispo Óscar Romero, asesinado en el altar durante la celebración del sacrificio eucarístico…”.

Privilegiados en el Pueblo de Dios

Traigo al corazón a las religiosas y sa-cerdotes que acompañan a los niños y ancianos en su indefensión y debilidad.

“Al final de la historia, dios nos juzgará según nuestra caridad con los necesitados, puesto que somos todos hermanos; y no es de hermanos buenos

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Jesucristo y su Iglesia, es la atención, la compasión, la ayuda y la amistad con los pobres. Los pobres, que ocupan un lugar privilegiado en el corazón de dios, han de tener un lugar muy cuidado en el corazón del sacerdote.

en el ejercicio del ministerio sacerdotal, donde el señor Jesús que nos ha llamado nos convoca como amigos, hemos de cuidar la amistad con los más frágiles y necesitados, los descartados, los marginados de este mundo que dios ama tanto, pero que a consecuencia de nuestro pecado estamos desfigurando; y más que desvelar el genuino rostro de dios, lo estamos velando. ¿soy amigo de los pobres? o, si me parece excesivo, ¿soy amigo de algún pobre?

en concreto, podemos preguntarnos: ¿sigue siendo válido que el sacerdote es “el hombre de dios”? ¿Qué sentido tiene su irrenunciable vocación a la santidad? ¿Cómo hablar de silencio y de oración, de anonadamiento y de cruz, de obediencia y de virginidad? si estas cosas perdieran su sentido, ya no valdría nuestra vida consagrada y sería absurdo nuestro mi nisterio.

Hemos de mostrar a dios en la totalidad de nuestra vida: cómo para ganar la vida hay que perderla (Mt 16, 25), cómo para comprar el Reino hay que venderlo todo (Mt 13, 44-46), cómo para entrar en la gloria hay que saborear la cruz (Lc 24, 26), cómo para amar de veras hay que aprender a dar la vida por los amigos (Jn 15, 13). se trata de “emplear la medicina de la misericordia” (san Juan XXIII). Precisamente, en la coherencia entre lo que dice y lo que hace, especialmente en relación a la pobreza, se juega en buena parte la credibilidad y la eficacia apostólica del sacerdote (cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros).

cada día sugiriéndonos alternativas más atrayentes, en vez de salir en busca de los “heridos por la vida”.

esta es la esencia del desprendimiento total: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20). Proclama como condición interior para poseer el Reino: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Y a los apóstoles o misioneros del Reino les pide, sobre todo, “no llevar nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas” (Lc 9, 3). es la única forma de seguirlo. Para ganar a Cristo –conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, hasta tener el privilegio de asemejarse a él en su muerte–, hay que perder todas las cosas y tenerlas como basura (Flp 3, 8-11).

en un mundo que está perdiendo el corazón y la compasión, el evangelio del amor continúa siendo una gran garantía y una gran defensa para los pobres. Los pobres no atraen, muchas veces estorban, pero ¿no está ahí el siervo sufriente del que habla el profeta Isaías?: “sin gracia, sin belleza… despreciado” (Is 52, 2-3).

Amigo de los pobres

Ahí está el equipo eclesial que todas las noches sana y libera de sus angustias a las mujeres prostitutas.

nos dice el Maestro Ávila lo que ponía cada día en práctica: “Quien quiera encontrar a Cristo, tiene que buscar al enfermo, al pobre y al olvidado del mundo” (s 5/1).

Creo que uno de los indicadores, en la vida del sacerdote, de su fidelidad a

que unos tengan demasiado y que otros se mueran de hambre” (I Juan 23), nos exhorta san Juan de Ávila.

el corazón de dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta él mismo “se hizo pobre” (2 Cor 8, 9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres.

Los sacerdotes, junto con la comunidad cristiana, el Pueblo de dios, durante las veinticuatro horas del día, estamos en vigilancia, custodiando a los hijos e hijas de dios más débiles, frágiles y excluidos, los últimos de la sociedad. Una custodia que se hace concreta y se materializa poniendo en marcha instituciones que salen en busca de los pobres, los cuidan, los protegen y hacen lo posible y lo imposible para que su futuro sea el propio de una criatura creada “a imagen y semejanza de dios”, en la Casa de la Misericordia que es la Iglesia.

Pues en nuestra fe cristiana es fundante que la salvación vino a nosotros a través del “sí” de una humilde muchacha de un pequeño pueblo. el salvador nació en un pesebre, creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, le seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que él mismo dijo: “el espíritu del señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres” (Lc 4, 18).

Siempre disponible

Traigo a mi corazón a Juanjo, joven no creyente en busca de sentido en su vida. La Iglesia le acompaña en su búsqueda.

el programa y el horizonte de la vida de cualquier sacerdote es el de Jesucristo, el buen samaritano. Un programa que tiene un corazón siempre disponible y unos ojos que miran el mundo como dios quiere. siempre disponible a la necesidad de los hermanos y hermanas más necesitados. Con un corazón indiviso y disponible, sin ataduras, porque lo mismo da que el alma esté atada a un hilo fino o a una gran maroma, el caso es que no puede volar con la libertad de los hijos de dios. Y sabemos que el demonio nos tienta

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Como amigo de los más pobres, el sacerdote les reservará delicadas atenciones de su caridad pastoral, con una opción preferencial por todas las formas de pobreza –viejas y nuevas–, que están trágicamente presentes en nuestro mundo; recordará siempre que la primera miseria de la que debe ser liberado el hombre es el pecado, raíz última de todos los males.

II. PROFETA DE LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

Vienen a mi memoria mis hermanos pres-bíteros: creíbles sacerdotes de Cristo en la vida cotidiana, sirviendo a Dios y al Pueblo Santo en el corazón del mundo.

sacerdotes que viven su sacerdocio como lo más hermoso que les ha sucedido, y en ello les va la vida. Por ello madrugan cada mañana, caminan como auténticos discípulos misioneros de acá para allá: ahora se les ve celebrando la eucaristía, confesando, impartiendo catequesis que brotan del corazón; acompañando la pastoral familiar, cerca de los enfermos, alentando el grupo de Cáritas de la parroquia con su presencia; preparando con esmero y belleza la liturgia; yendo al tanatorio a rezar por los difuntos y consolar a los familiares; por la calle del barrio, saludando con amabilidad, sin prisas, a los parroquianos; cerca de los niños, de los jóvenes y de los ancianos; en el mercado o en el hospital; con los trabajadores y con los desempleados, mostrándoles la hermosura del cristianismo y del evangelio… y siempre con sonrisa amable y alegre.

sin olvidar que el profeta se va transformando en una persona disponible, que no vive ya para sí mismo, que no se pertenece. en ocasiones, esta disponibilidad no es

fácil (cf. Am 3, 3-8; Jr 20, 7-9). el profeta experimenta dificultades y crisis, es acosado por el temor. Con todo, termina abriéndose a los planes de dios y va a donde lo envía dios y proclama todo lo que él le manda (cf. Jr l, 7).

Así, el entusiasmo por dios Padre, por Cristo, por el espíritu santo, es el origen de la alegría cristiana. el impulso del espíritu empuja los corazones. nada grande sucede sin entusiasmo. el entusiasmo y la alegría son los que hacen que los discípulos sigan a Jesús, lo que impulsa a los Apóstoles a predicar. La alegría de los sacerdotes es el fundamento de su entrega y de su servicio con fidelidad al evangelio. Ahí se cen tran el ministerio y la vida de los presbíteros. Lo anuncian con la Palabra, lo realizan en la eucaristía, lo expresan en la totalidad de su existencia. el sacerdote es el hombre del misterio pascual, es el testigo de la resurrección de Jesucristo. Con todo lo que supone de cruz y de esperanza, de desprendimiento y po breza, de anonadamiento y de muerte, de donación y de servicio, de exaltación, de fecundidad y de vida. Con todo lo que la Pascua implica de serenidad interior, de coraje y de luz. Porque la Pascua adquiere su plenitud en Pentecostés, donde se nos comunica la paz, la fortaleza y la claridad del espíritu.

dicho de otro modo más sencillo: los hombres y mujeres quieren ver a Jesús en el sacerdote (cf. Jn 12, 21). Porque, en el fondo, el clamor es siempre el mismo: “Muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14, 8).

Enamorado de Dios

el ministerio presbiteral nos santifica si lo oramos. el desencanto brota cuando no hay vida interior. La oración, en serio, nos hace estar entusiasmados.

La oración es la primera tarea pastoral del sacerdote. Amar a dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas. Guardando en el corazón el pasaje de un día en la vida de Jesús: anuncio, curación, liberación, oración y misión (cf. Mc 1, 21-39).

“La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero, ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer. si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a él que vuelva a cautivarnos. nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial” (eG 264).

debemos cultivar el don de estar cerca de la gente, mantener el interés por ella, dedicar tiempo gratuito, sin prisas, a las personas que nos han sido encomendadas y a las que amamos. Porque amamos a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, celebramos con gozo la santa Misa, donde Cristo resucitado nos convoca de nuevo como en el Cenáculo, y “exhala” sobre nosotros el don del espíritu que nos reanima e inicia en la hermosa misión de evangelizar.

Lo esencial está aquí: “Los presbíteros, por la unción del espíritu santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo sacerdote, de tal forma que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza” (Po 2).

Contemplativo del rostro de Cristo

Contemplar a Cristo implica estar tiempo con los hombres y mujeres con los que hacemos el camino de la vida. Respetar a la gente, convencido de que el señor les ama. ser testigos del amor de dios para esa gente. Tratarles con cariño, con paciencia y escucha de su vida. el principio aglutinador de la vida del sacerdote es la caridad pastoral (Pdv 2, 3).

es la encarnación la que nos descubre todo el significado de la vida de Jesús: “el Hijo de dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con

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en liturgia dejamos respirar las cosas entre dios y nosotros. Por tanto, concedámosle a él la oportunidad de alcanzarnos y démonos también a nosotros mismos la ocasión de alcanzarle mediante esas palabras, gestos y signos, barro y arcilla de nuestra humanidad cocida al fuego del Amor Pascual, que es el que nos solidifica y humaniza. La liturgia auténtica consiste integralmente en la solemnidad de la simplicidad. A decir verdad, nada resulta más solemne que lo simple. La liturgia que aburre es la que se realiza mecánicamente y sin espíritu.

Desde el gozo de la Palabra

es misión del sacerdote llevar el evangelio a todos, para que experimenten la alegría de Cristo. ¿Puede haber algo más hermoso que esto? ¿Hay algo más grande, más estimulante, que cooperar a la difusión de la Palabra de vida en el mundo, que comunicar el agua viva del espíritu santo? Anunciar y testimoniar la alegría y la esperanza cristiana es el núcleo central de nuestra misión:

◼ el sacerdote es discípulo que escucha y cumple la Palabra.

◼ el sacerdote profundiza y contempla la Palabra de dios.

◼ el sacerdote es transmisor de la Palabra.

◼ no es dueño, sino servidor de la Palabra.

◼ La Palabra es anuncio y denuncia.Todo ello, procurando hablar con

oportunidad, es decir, ofreciendo la palabra justa en el momento necesario. La palabra que ilumina, que levanta o que serena. no se trata de decir muchas

su pobreza, descubrir y atender sus aspiraciones: “sed ministros de Cristo y administradores de los misterios de dios” (1 Cor 4, 1).

el sacerdote Fernando Urbina se refería en estos términos a la vida del presbítero: “el sacerdote es un ‘siervo de los siervos’, es el más bajo de todos, solo un cristal por donde debe pasar una Luz que no es suya, una gran ternura… atravesados por ese don de amor para los demás. Pero hay que asumir el espesor de la vida con coraje… y larga paciencia”.

La liturgia es belleza

en la ordenación sacerdotal recibimos el “espíritu de santidad”. espíritu de luz, de fortaleza y de amor. espíritu de la profecía y del testimonio. espíritu de la Pascua. espíritu de la alegría, la paz y la esperanza. Hemos sido consagrados por el espíritu del señor para trabajar en la comunión y la fraternidad entre los hombres (cf. Is 42, 1; 61, 1).

“La liturgia es el culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y, a la vez, la fuente de la que dimana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concillium 10). es en la liturgia donde el sacerdote es y se muestra al máximo como ministro de Cristo y administrador de los misterios de dios (cf. 1 Cor 4, 1), ministro de la alianza (cf. 2 Cor 3, 6). el sacerdote no es solo un “dispensador” de sacramentos, sino que refleja a Cristo, Cabeza de la Iglesia.

el sacerdote ofrece al Pueblo de dios la gracia que santifica a los hombres. La celebración de cada sacramento es un tiempo de gracia, una experiencia del amor de dios. experiencia que merece dignidad en los gestos, posturas, mirada, recogimiento.

corazón de hombre. nacido de la virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gs 22).

su vida era donación: como la del “Buen Pastor”, que “da la vida” (Jn 10, 11); y la del Amigo verdadero, que nos ama con el mismo amor que existe entre el Padre y él (cf. Jn 15, 14-15). es el Redentor que “da la vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20, 21). “Al desembarcar, vio una gran multitud y sintió lástima, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 36).

A san Juan María Vianney, cuando llegó a Ars, le encomendaron: “no hay mucho amor de dios en esta parroquia; vos procuraréis introducirlo”. A nosotros, en estos tiempos, se nos envía con la misma misión.

¡Qué grande es el don que se nos concede! ¡Y qué pequeños somos nosotros! solo la misericordia de dios hará posible que, a pesar de nuestra debilidad y pobreza, los sacerdotes podamos estar siempre a la altura del ministerio que se nos confía.

La alegría del servicio

Conviene estar con un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. siendo contemplativos de la Palabra y contemplativos del pueblo. Con gran sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de dios. “descubrir las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano” (eG 154).

viven su ministerio sacerdotal entregados en “cuerpo y alma” en sus parroquias, en pueblos o ciudades, anunciando el evangelio, gastando su salud y su vida.

Lo primero que nos pide el servicio a los hombres es que los sintamos verdaderamente como hermanos. Con una capacidad de entenderlos, de amarlos, de asumir sus angustias y esperanzas: “Alegrarse con los que están alegres, y llorar con los que lloran” (Rom 12, 15). servir a los hombres es compartir su dolor y

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cosas. Un silencio es, a veces, más fecundo y consolador que la palabra.

Para ser “servidores de la Palabra”, hemos de alimentarnos de la Palabra en el compromiso de la evangelización. Hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡Ay de mí si no predicara el evangelio!” (1 Cor 9, 16).

Tenemos conciencia de ser “ministros de la Palabra” (Lc 1, 2) y, para ello, se precisa ser oyentes asiduos de la Palabra, estar inclinados sobre la Palabra, permanecer habitados por la Palabra (cf. Mc 4, 20). el presbítero anuncia; incluso cuando predica, la Palabra resuena para él como discípulo, de modo que renueva su fe y confirma su adhesión al señor.

“Predicar para que la gente rece. Predicar de manera que inspire la oración de quienes tenemos delante. Una verdadera homilía solo es tal si ella misma se puede convertir en oración” (Abrahan J. Heschel).

Eucaristía y Reconciliación, pilares de la fe

Celebrar la eucaristía cada día nos hace ser más conscientes de que tenemos necesidad de Cristo para vivir la vida, porque es el Amor que da sentido a todo y lo transforma todo, y así podemos ser reflejo de su belleza que libera y salva. Al celebrar la eucaristía, confiamos al señor Jesús el amor y el dolor de los demás, pues vivimos unidos a él, en él y por él.

Jesucristo resucitado es, para el sacerdote, alimento, pan vivo y compartido que hace posible la novedad de la vida comunitaria y de la comunión

con los pobres: “Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común… Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan en las casas con alegría y sencillez de corazón, alabando a dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 44-47; 4, 32-35).

“La eucaristía nos salva de la nostalgia” (S. Kierkegaard). si recordamos solo lo que fue, nos moriríamos de nostalgia, pero la eucaristía es vivir ahora con Cristo a través del pan y del vino.

Traemos a la memoria y al corazón los rostros alegres y gozosos, pero también los doloridos y envejecidos por tanto sufrimiento y anhelos que nunca llegan. Mujeres y hombres que acuden a la eucaristía porque experimentan que ahí reside su “hogar”; “hogar” y mesa donde se sienten queridos, valorados y reconocidos en su dignidad de hijos de dios. Como manifiesta san Damián de Molokai en una carta (8-XII-1888): “sin el santo sacramento, una situación como la mía sería insostenible. Pero con mi señor a mi lado, puedo continuar por siempre feliz y contento; con esa paz gozosa en el corazón y la sonrisa en los labios, trabajo con entusiasmo por el bien de mis pobres leprosos”.

¡Qué paz se nos regala y encontramos cuando pasamos tiempo en adoración al santísimo expuesto o en el sagrario!

Junto al sacramento de la eucaristía, la Iglesia nos entrega el sacramento de la Reconciliación. en un mundo que genera violencia, rupturas, desencuentros…, el sacerdote se ofrece como servidor del perdón y la reconciliación. el sacramento de la Reconciliación nos regala la alegría del encuentro con el señor. Los sacerdotes somos testigos de la misericordia de dios, una hermosa y entrañable

realidad que experimentamos cada día. se trata de limpiar y facilitar la cicatrización de las heridas del alma ofreciendo el bálsamo del perdón y la misericordia infinita.

Alegres servidores de la comunidad

Los polos que definen la vida y el ministerio de los sacerdotes son Cristo y la comunidad. dicho de otra manera, son dios y el mundo. el sacerdote es el hombre enviado por dios para redimir a sus hermanos. es una frase demasiado repetida. Pero el sacerdote no tiene sentido sin Cristo y sin los hombres. es siervo de Cristo para los hombres. o servidor de los hombres para la gloria del Padre. Por eso el sacerdote es presencia de dios, pero también es síntesis de lo humano.

el servicio sacerdotal se concreta en la formación de una comunidad de salvación. La Palabra, la eucaristía, la autoridad sagrada, tienden esencialmente a esto: a crear una “comunidad de fe, de esperanza, de caridad” (LG 8). el sacerdote es el hombre que hace la comunión: de los hombres con dios y de los hombres entre sí. es signo del espíritu santo, que es, en la Iglesia, “principio de unidad en la comunión” (LG 13). no se trata simplemente de una comunidad de salvados. se trata esencialmente de una Iglesia que es “sacramento universal de salvación” (LG 48).

no se trata de presidir la comunidad como quien manda, sino como quien sirve. Considerando a los laicos como “discípulos del señor, hermanos entre hermanos” (Po 9). desde la responsabilidad única de “padre y maestro”. Los deberá engendrar permanentemente en Cristo y hacer madurar en el evangelio (1 Cor 4, 15). Pero sentirá en lo hondo la fundamental comunión cristiana. “Para vosotros, soy el obispo. Con vosotros, el cristiano” (san Agustín).

En fraternidad sacerdotal y dispuestos para el Reino

Y no puede faltar tampoco una espiritualidad de comunión, que significa “una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad

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CONCLUSIÓN

A los hijos e hijas de Dios de todas las periferias

“Los pobres son tan queridos del señor, que puede decirse que son cosa suya (s 19). Por eso, un buen cristiano debe desempeñar el oficio de padre con todos los necesitados” (san Juan de Ávila).

el sacerdote que vive en dios, con dios y para dios está lleno de su espíritu, de su gracia de su amor; un don que requiere ser cultivado cotidianamente. Llenos de alegría como la virgen María, abogada nuestra, madre de los sacerdotes. si dios es el centro de nuestra vida, también será la fuente de nuestra alegría.

“el llamamiento de Cristo es absoluto; exige siempre una respuesta total y definitiva: ‘el que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de dios’ (Lc 9, 62). Los apóstoles tienen conciencia de lo absoluto del llamamiento y la respuesta: ‘nosotros lo hemos dejado todo’ (Mt 19, 27)”, nos enseña el cardenal Pironio.

señor Jesús, somos sacerdotes débiles, frágiles, pero alegres por habernos llamado a colaborar contigo en la Iglesia y en el mundo. Haznos limpios de corazón y que seamos capaces de entusiasmarnos, estremecernos y abrirnos a tus pensamientos. danos un corazón puro y fuerte, capaz de soportar las dificultades, tentaciones y debilidades. Que nuestra vida sea fiel reflejo de la tuya, que nuestras palabras y gestos sean los tuyos. Que hablemos a dios de los hombres y a los hombres de dios, con verdadera alegría y como hermanos de los pobres. Que busquemos siempre la gloria de dios y la salvación de los hombres y mujeres. se nos pide que seamos padres de los pobres. Con la radical pobreza de la virgen María o el estilo sacerdotal de san Juan María vianney o de san Juan de Ávila, nuestros patronos. Que no nos falten sacerdotes santos.

La esperanza que nos sostiene y nos sosiega es la certeza de la fe: “no os entristezcáis, porque la alegría del señor es vuestra fortaleza” (neh 8,10).

Gracias a la diócesis de Getafe, donde con gozo vivo el sacerdocio. Gracias, Trinidad santa.

con que Cristo por su encarnación se unió a las condiciones sociales y culturales concretas de los hombres con que convivió” (AG 10). Inserción que se traduce en presencia, cercanía, diálogo, cooperación en el bien común, testimonio explícito, anuncio del evangelio y reunión del Pueblo de dios.

Hoy muchas personas nos necesitan. Los laicos esperan que el sacerdote abra lo cotidiano de la vida a su dimensión trascendente, y que su relación con dios se exprese en su palabra, en sus obras, en su relación con el mundo y sus realidades, haciendo cercanos los sentimientos y gestos de Jesús. Los jóvenes nos necesitan, hemos de llevarles la Palabra de dios que caldea el alma.

estar presentes en ámbitos creyentes y no creyentes, exponiendo la Palabra de dios, no solo de forma general y abstracta, sino aplicando a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del evangelio y la doctrina de la Iglesia.

Todo sacerdote debe ser “experto en humanidad”: que una sus manos a otras muchas en la lucha por la justicia, desde la experiencia del encuentro con Jesucristo, justicia de dios. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).

“¿Hay algo más grande, más estimulante, que cooperar a la difusión de la Palabra de vida en el mundo, que comunicar el agua viva del espíritu santo? Anunciar y testimoniar la alegría es el núcleo central de vuestra misión” (Benedicto XvI).

que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado” (nMI 43), como nos enseña san Juan Pablo II. ello supone cultivar espacios de comunión entre obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos.

La eclesialidad es una dimensión insoslayable de nuestra identidad cristiana, y hemos de confesar en la vida de cada día, con alegría pero sin ostentación: “Creo en la Iglesia”. Pues la fe cristiana solo puede ser vivida eclesialmente. en la Iglesia nos ha sido dado creer en Jesucristo y nos ha sido otorgado el espíritu. La Iglesia nos sostiene y nos mantiene la fe, la esperanza y la caridad.

nuestra misión, como sacerdotes, es hacer la unidad en la comunidad, pues la razón de ser del sacerdocio está en función de la comunión eclesial. el sacerdote ha de vivir en estrecha comunión con la Iglesia universal a través de su Iglesia particular y en íntima conexión con el presbiterio de su diócesis y con el obispo que lo preside. somos testigos gozosos de la fraternidad sacerdotal. Así, la parroquia es un lugar de encuentro, de acogida, de superación de barreras culturales o raciales, buscando siempre la unidad.

Cuando predicamos la Palabra de dios; cuando celebramos los sacramentos o distintos actos litúrgicos; cuando velamos por la pastoral vocacional; cuando recibimos en el despacho parroquial; cuando visitamos a las personas que nos han sido encomendadas en sus hogares, en las escuelas, en los hospitales, a sus familias; cuando compartimos su mismo transporte; cuando vamos al mercado o escuchamos, sin prisas, lo que esa persona nos quiere comunicar…, sentimos con gratitud nuestra unión espiritual con Cristo sacerdote, llamados a ser maestros de la Palabra, ministros de los sacramentos y guías de la comunidad.

Alegría de salir en misión al ágora pública

“La Iglesia, para poder ofrecer a todos el misterio de la salvación y la vida traída por dios, debe insertarse en estos grupos con el mismo afecto

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