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Ritual del sacramento de la Confirmación Con algunos comentarios para el joven o la joven que lo vayan a recibir. Sacramento de la Eucaristía Algunas sugerencias para recibir el Cuerpo de Cristo durante la Misa, o separadamente de ella. Le antecede una vista de conjunto de lo que viene a ser un sacramento. Por Alejandro Reza Heredia

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Ritual del sacramento de la ConfirmaciónCon algunos comentarios para el joven o la joven

que lo vayan a recibir.

Sacramento de la Eucaristía

Algunas sugerencias para recibir el Cuerpo de Cristo durante la Misa, o separadamente de ella.

Le antecede una vista de conjunto de lo que viene a ser un sacramento.

Por Alejandro Reza Heredia

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Introducción

Se cuenta de un turista japonés, que visitando en grupo una igle-sia mientras repartían la comu-nión, pidió al guía que le dijera de qué se trataba. Él le explicó que la Hostia era Jesús, el Dios de los cristianos, y que venían a alimen-tarse de él. El japonesito obser-vaba con atención la ceremonia y

concluyó: “Pero ellos no lo creen, ¿verdad? Si lo creyeran se comportarían de otra manera muy distinta”. Y quizás el guía habrá pensado que aquel hombre tenía mucha razón.

También pasa a veces, que personas de otras religiones que se convierten al catolicismo, aca-ban dándonos ejemplo de fe en la Eucaristía, porque descubren en ella (o mejor, el Espíritu les descubre) la maravilla de la pre-sencia de Cristo –tan cierto como el aire que respiro, dice el cántico religioso– mientras que muchos

de nosotros, con años de catolicismo descuidado y una nefas-ta rutina, hemos perdido un poco, en la Sagrada Comunión, la dimensión de lo divino. ¡Háganme el favor!

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Por eso, la liturgia de la Igle-sia nos hace caer bien en la cuenta de quién es aquel al que estamos teniendo en la mano y recibiendo en la boca; y nos insiste en que nuestra aproximación a él requie-re de nosotros el mayor respeto y cuidado. Como que estamos ma-nejando el Cuerpo de Cristo.

Pero ojo, es verdad, al que vamos a recibir es a Jesucristo, el Verbo, el Hijo de Dios, hay que poner gran atención en ello y no reaccionemos como aquellos cristianos llamados jansenistas, herejes de siglos pa-sados, que de tanto respeto al Señor, de tanto considerarse tan indignos, de tanto todo eso… ¡mejor no comulgaban!

El cristiano, en esto, ha de tomar ejemplo de muchos santos, que se unían felizmente al Señor, con gran cariño. Empezando por la virgen María que, ¡cómo lo tomaría en sus brazos siendo niño para atenderlo; o al pie de la cruz, cuando se lo pusieron en su regazo!

El santo sudario y los pañales de Jesús estuvieron en manos de la Vir-gen. Y ayúdeme usted a imaginar con qué maternal ternura habrá ayudado a envolver el cadáver de Jesús, cómo de bebito le habrá acomodado los pañales. Con gran reverencia, podríamos pensar, aunque luego se lo comería a besos (un anticipo de la comunión y del encuentro con el resucitado).