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Sady González: una mirada del Siglo XX
Autor: Santiago Triana Sánchez
Trabajo de grado para optar por el título de Comunicador Social
Campo profesional: Periodismo
Director: Daniel Guillermo Valencia
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación y Lenguaje
Carrera de Comunicación Social
Bogotá, Colombia.
2015
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ARTÍCULO 23
"La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus
tesis de grado. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la moral
católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales. Antes
bien, se vea en ella el anhelo de buscar la verdad y la justicia".
Artículo 23 del Reglamento Académico
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Tabla de contenido
Presentación 10
Estado del arte 11
Planteamiento del problema 20
Justificación 24
Marco teórico 29
Objetivos 55
Metodología 56
Cronograma de actividades 60
Introducción. Un viaje a bordo de la cámara de Sady 61
El Bogotazo: primer gran síntoma de violencia 66
El fútbol: retrato del deporte nacional 80
La Vuelta a Colombia: el primer intento por unir al país 99
La política: el eterno conflicto 114
Sady, el artista 128
Conclusiones 149
Bibliografía 158
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Presentación
El siguiente trabajo se ocupará de hacer un recorrido a lo largo de la vida de Sady
González, pionero de la fotografía y la reportería gráfica en Colombia. En un primer
momento se hará una revisión de los trabajos de grado que se relacionen con la temática a
tratar, y de paso se observará si en ellos se trabaja sobre la vida o la obra de González. En
un siguiente momento se harán algunas preguntas que serán guía para el trabajo y que
deberán responderse con el producto final. Luego se argumentará por qué es prudente
dedicar un trabajo a un reportero como Sady González, además de observar la pertinencia
social del mismo. Después se hará un breve recorrido por la historia de la fotografía en el
mundo, apoyándose en reconocidos autores que dedicaron varios de sus estudios a este
oficio, y que son fundamentales a la hora de hacer una observación más detenida y
detallada del fenómeno general de la fotografía. Posteriormente se definirán los objetivos
que con el trabajo se trazan y la metodología que definirá el rumbo de la investigación, y
que se complementa con el cronograma, que específicamente dirá las actividades para hacer
semana tras semana para cerrar con el trabajo culminado. Una nueva ventana de la historia
del periodismo y la fotografía en Colombia se tratará de abrir con esta investigación.
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Estado del arte
Título: El ojo fotográfico de Jorge Silva y sus contemporáneos
Autora: Viviana Patricia Sánchez Mejía
Carrera: Comunicación – Periodismo
Año: 2006
Director de tesis: Arturo Alape
Marco teórico
Este trabajo parte de la idea de que es muy poco lo que se ha investigado acerca de la vida y
del trabajo de Jorge Silva y Efraín García. En el caso del primero, ha habido algunos pocos
acercamientos por parte de personas interesadas en sus fotografías, elaborando comentarios
al respecto; del segundo hay muy poca información, además de que no hay publicaciones
extensas sobre su historia ni un archivo organizado de su trabajo. Allí radica uno de los
méritos de la tesis de grado.
Los conceptos principales que se trabajaron dentro de este trabajo de grado son los del
oficio de fotógrafo y el de la fotografía como documento social. Con respecto al primero, la
autora afirma que, “exige técnicas y prácticas que se reiteran y cambian de acuerdo a las
coyunturas en las que dicho oficio se inscriba”, además de tener como misión recoger un
testimonio visual que ilustre adecuadamente cada época. Por otro lado, la fotografía como
documento social, según la autora, se refiere a la forma artística en que se ilustra la época
en que se está. “La fotografía no es solo un objeto de distinción sino un arte que responde a
la tarea de documentar el ambiente en el que se desarrollan procesos sociales”, afirma en la
tesis. A partir de estos dos conceptos se desarrolla el grueso teórico del trabajo.
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Metodología
Dos disciplinas fueron las empleadas para lograr los objetivos de este trabajo de grado. La
primera de ellas es el periodismo, que brinda herramientas apropiadas de investigación
histórica, contacto y acercamiento con personajes trascendentales y las formas correctas de
escritura. La segunda de ellas es el aspecto social ligado profundamente con las causas y las
consecuencias de aquellos episodios que fueron retratados por los fotógrafos. Con el
periodismo se logró producir un texto que relata la vida de los personajes y sus fotografías,
y la parte social ayudó a desvelar puntos necesarios de referencia para acercarse tanto a los
acontecimientos, como a los personajes que conocieron y compartieron con los fotógrafos,
todo esto para lograr reconstruir adecuadamente la historia. Se trabajó, entonces, la
modalidad de la escritura con un reportaje biográfico que mostró la historia íntima de los
personajes, pero también de su oficio de fotógrafos y de su aporte a él. Además, también se
tuvo en cuenta la experiencia laboral de otros fotógrafos que tuvieron la oportunidad de ser
cercanos al oficio de los protagonistas de este trabajo.
Conclusiones
Las conclusiones que la autora logró sacar de este trabajo son en general satisfactorias. La
primera de ellas es que se logró sacar a la luz un trabajo inédito de creación fotográfica,
además de haber dejado por escrito la historia de Jorge Silva, cuya convicción lo llevó a
inmortalizar instantes importantes de la memoria del país con su cámara.
También se logró demostrar que la fotografía documental, a pesar de ser evaluada más por
su calidad informativa, también está muy cercana a la visión estética propia de cada
fotógrafo, quienes lo hacen siguiendo una búsqueda que trasciende sus compromisos
ideológicos.
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Por otra parte, se hizo un hallazgo relacionado con la vida íntima del fotógrafo, pero que
explica el tesón de que estaba hecho Jorge Silva: una dura infancia que lo llenó de
importantes valores, y que le permitió retratar la historia de muchos conflictos que tuvieron
lugar en la época en que tuvo que vivir.
Por último, se logró esbozar un panorama general de la rama de la fotografía conocida
como fotografía documental, además de dejar en claro que este oficio debe ser considerado
también como una creación artística. Jorge Silva es uno de estos fotógrafos, y el trabajo
logró rescatar la vida de este hombre, cuyo aporte a la memoria del país y a la fotografía no
se puede desestimar.
Referencias bibliográficas
Aguirre, A, Melitón Rodríguez: Alape, A, El Bogotazo: memorias del olvido; Archila, M,
Idas y venidas, vueltas y revueltas; Arenas, J, La guerrilla por dentro; Ardila, S, Hernando
Salcedo Silva: un hombre de película; Arias, R, Los sucesos del 9 de abril como
legitimadores de la violencia; Assouline, P, Cartier-Bresson. El ojo del siglo; Barthes, R,
La cámara lúcida; Batista, C, Korda: la foto intuitiva del Che; Boletín temático del
observatorio del programa presidencial de Derechos Humanos; Bonnet, M, Mi vida es mi
obra: vivencias de una documentalista; Borja, J, Movimientos sociales urbanos; Castro
Caycedo, G, Diplomado en medios para la paz; Collazos, Ó, La aventura periodística de
Jon Lee Anderson; Cubides, F, Burocracias armadas: el problema de la organización en el
entramado de las violencias; Díaz, A, Hacia otro abismo; Freund, G, La fotografía como
documento social; García, M, Las luchas urbanas y campesinas en Colombia; González, B,
Los riquísimos lechos subterráneos; Grijelmo, A, El estilo del periodista; Guevara, E,
Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?, Hill, P y
Cooper, T, Diálogo con la fotografía; Ledo, M, Documentalismo fotográfico; Londoño, S,
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Pioneros de la fotografía en Antioquia; López Clemente, J, Cine documental español;
López Hidalgo, A, La ‘historia de vida’ periodística, un género poco usual en la prensa
española, Martínez, H, Historia del cine colombiano; Medina, A, Luis B. Ramos, fotógrafo.
Pionero del reportaje gráfico en Colombia; Melucci, A, Acción colectiva, vida cotidiana y
democracia; Mesa, E, La obra de Melitón Rodríguez; Moreno de Ángel, P, El daguerrotipo
en Colombia; Moyano, R, Robert Frank; Ospina, W. Et al, Bogotá años 40; Peralta, A,
Cómo escribir un cuento; Roda, M, Rubuano, R y Rubiano, J, Crónica de la fotografía en
Colombia 1941-1948; Rueda, E, Biografía política de Camilo Torres; Samper, D, Carlos
Caicedo, fotógrafo de prensa; Serrano, E, Historia de la fotografía en Colombia; Sontag,
S, Sobre la fotografía; Stephens, P, La verdadera nueva ola; Suhner, S, Resistiendo el
olvido; Tausk, P, Historia de la fotografía en el siglo XX; Valverde, H, Reportaje crítico al
cine colombiano; Vallejo, M, A plomo herido; Vejarano, J, En una película hay que darlo
todo; Weber, M, Economy and Society; Wiesenthal, M, Historia de la fotografía.
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Título: Situación actual del fotoperiodismo en Colombia
Autora: Mario Zamudio Palma
Carrera: Comunicación – Periodismo
Año: 2010
Director de tesis: Gabriel Aponte Salcedo
Marco teórico
En el marco teórico, el autor hace una división en la historia de la fotografía: a nivel
mundial y a nivel nacional. Frente a lo primero, se hace un recorrido por la historia de la
fotografía, especialmente a lo largo del Siglo XX, en el que hace especial énfasis en ciertas
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fotografías que reflejaron la convulsión permanente de aquél siglo, como la de Robert
Capa, en la Guerra civil española, o las más representativas de la guerra de Vietnam,
además de resaltar el papel de la fotografía dentro del mundo de la publicidad, ya que
prácticamente ésta no existe sin aquélla. Por otro lado, en el ámbito colombiano, explica el
paso del estilo gráfico de grabado al fotográfico, que desde entonces está ligado
estrechamente el mundo político con la fotografía con hechos como el ‘Bogotazo’, cuya
permanencia en la memoria colectiva se debe en gran parte a la fotografía, o el retrato del
cadáver de Camilo Torres Restrepo, el cura guerrillero, que puso a Colombia en el centro
del mundo por su lucha contra la insurgencia. También recuerda las imágenes de la toma
del Palacio de Justicia, que le dieron la vuelta al mundo, y paralelamente las de la tragedia
de Armero, hasta llegar al día de hoy, en que se intenta acabar con el conflicto armado.
Metodología
Una de las partes de este proyecto –tal vez la más fuerte- es hacer un acercamiento, a través
de un reportaje gráfico, al Festival de la Cultura Wayuu. El evento fue la excusa para poder
hacer un trabajo documental de la etnia. Para ello, se usó la labor de periodista bien
entendida, de manera que se lograra contar una historia a partir de cada imagen que se
lograr obtener, y así mismo dar vida a documentos que ilustran un determinado momento.
La técnica fotográfica fue, entonces, otro de los ejes principales del método para lograr
hacer el trabajo exitosamente, para lograr obtener la imagen que se quería en el momento
justo. Esta iniciativa busca demostrar la importancia que tiene un periodista que está detrás
de la cámara, y no la importancia de la persona que tiene conocimientos de fotografía nada
más.
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Conclusiones
Las conclusiones de este trabajo se presentaron en forma de retos que tiene el
fotoperiodismo con respecto a la realidad del país hoy en día. El primero de ellos es el de
poner a la reportería gráfica en el lugar que se merece, es decir, que los fotorreporteros
ganen espacios para contar sus historias gráficamente. Esto va de la mano con el reto de
posicionar a la fotografía como un lenguaje periodístico independiente, lo cual depende de
la preparación de los fotógrafos y en su capacidad de capturar imágenes que muestren las
verdaderas capacidades de la fotografía periodística.
También la profesionalización del fotorreportero es fundamental, al apropiarse de correctas
técnicas de investigación y reportería, una noción de la ética de la información y un
compromiso importante con los receptores y con la verdad.
Otro reto es la incursión del fotorreportero en el mundo digital, y el buen uso de las
herramientas que ofrecen los avances tecnológicos, realizando productos multimedia en
diversos formatos, permitiendo la exploración de quien produce y de quien consume. Sin
embargo, y este es tal vez el más importante reto con el que concluye el autor, la calidad es,
más allá de las plataformas o de las circunstancias, el reto más importante.
Referentes bibliográficos
Eulalia Fuentes, ¿En periodismo también una imagen vale más que mil palabras?; Antonio
Pantoja, Prensa y fotografía. Historia del fotoperiodismo en España; Giselle, Freund, La
fotografía como documento social, Jorge Pedro Sousa, Historia crítica del fotoperiodismo
occidental; Leticia Núñez, Un paseo por los inicios del fotoperiodismo mundial; Pierre-
Jean Amar, El fotoperiodismo; Juan Francisco Torregosa, La fotografía de prensa: una
propuesta informativa y documental; Margaret Bourke, La mirada de grandes maestros;
Chris Steele, Magnum; Eduardo Serrano, Historia de la fotografía en Colombia; Susana
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Friedmann, Espejos, reflejos e imaginarios: el diario Mundo al día (1924-1938); Malcolm
Deas, Fotografía y política; Carlos Crismatt, Jorge Eliécer Gaitán: documento fotográfico;
Germán Sánchez Botero, El Bogotazo; Fray Luis Carlos Mantilla Ruiz, Visita del Papa
Pablo VI a Colombia. Agosto 22 al 24 de 1968; Pepe Baeza, Por una función crítica de la
fotografía de prensa; Ulises Castellanos, Manual de fotoperiodismo, retos y soluciones;
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Título: Reserva de memorias
Autora: María Angélica Figueroa Rueda
Carrera: Comunicación – Periodismo
Año: 2012
Director de tesis: Manuel Carreño Salas
Marco teórico
El marco teórico de este trabajo de grado hace un recorrido por la historia de la fotografía,
desde sus orígenes, en la segunda mitad del Siglo XIX, hasta llegar a la era digital de la
actualidad. En un principio habla acerca de la manera como se hacían las fotografías, y los
caminos que tuvo que seguir –de la mano de las personas que la inventaron y la fueron
mejorando a lo largo de las décadas- para llegar al Siglo XX y convertirse en un
complemento fundamental y muy lucrativo para los medios de comunicación escritos.
También habla del papel principal que tuvo la fotografía en este siglo, ya que permitió
retratar todas las situaciones que el mundo estaba viviendo, desde la II guerra mundial hasta
la guerra de Vietnam, que finalizó en los años 70. Todo este recorrido desemboca en la era
digital en que se encuentra el mundo de hoy, y la crisis del fotoperiodismo que va de la
mano con ella. Esta crisis inicia con el hecho de que los medios empezaron a ser vistos
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como fichas de los grandes grupos económicos, lo que los obligó a buscar la inmediatez de
la información, lo que generó que se recurriera a las imágenes, que son de muy baja
calidad, para ilustrar aquellas cosas que los lectores están consumiendo. Con esto inicia el
problema que se trata en la tesis.
Metodología
En este proyecto se trató de analizar el incremento de material fotográfico en los periódicos
digitales, aprovechando todas las ventajas que ofrece la red en cuanto a acceso ilimitado a
las páginas web se refiere. También se estudió porqué el factor tiempo condiciona la
apariencia y el contenido mismo de las imágenes de los medios cibernéticos nuevos y
también de los diarios que incursionaron en el terreno de la internet. Así mismo, se
observaron las consecuencias de la premura en la obtención de las imágenes para medios, y
cómo ellas siempre han de pasar por las manos de un diseñador, cosa que afecta su
contenido original, todo esto debido a que es un contenido que va a terminar en una página
web.
Conclusiones
De acuerdo con la autora, en este trabajo de grado se logró demostrar que la imagen es
manipulable, lo cual no es nuevo ni desconocido para los medios y para el poder. Además,
queda también claro que el fotoperiodismo maneja estándares éticos de manipulación,
direccionamiento y encuadre.
Tal vez la observación más significativa que dejó este trabajo fue que la prensa digital no es
una garantía de mejoría en cuanto a las apuestas visuales se refiere, y tampoco a sus
alcances temáticos, a pesar de haber, en los últimos tiempos, un incremento notable de las
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imágenes dentro de la prensa digital. Esto se debe a la creciente saturación de imágenes
venidas de muchos lados pero que no son significativas de ninguna manera. Una persona no
se hace fotorreportera por el hecho de tener una cámara en su dispositivo móvil, advierte la
autora.
En este estudio se concluye también que es fundamental preparar de mejor manera a los
profesionales de la comunicación en el tratamiento de imágenes, como también capacitar a
los fotógrafos para que su trabajo marque la diferencia.
Referencias bibliográficas
Baeza, Pepe, Por una función crítica de la fotografía de prensa; Baeza, Pepe, Fotografía
documental: decreto en crisis; Barthes, Roland, La cámara lúcida. Nota sobre la
fotografía; Bordieu, Pierre, Un arte medio, Cardozo, Dolly, Cambio de paradigma:
Ruptura y oportunidad, Caminos Mercet, José María et al, El uso de la fotografía en los
diarios digitales españoles; Canelón, Agrivalca y Silva, Narsa, Click, comunicación desde
el ciberespacio; Castellanos, Ulises, Manual de fotoperiodismo, retos y soluciones;
George, Camilo, Haciendo la historia en imágenes. Los inicios de la reportería gráfica en
Colombia; González Pozo, Camilo, Las víctimas en la ley de víctimas; Núñez Hernández,
Leticia, Un paseo por los inicios del fotoperiodismo mundial; Pierre-Jean, Amar, El
fotoperiodismo; Prada, Antonio, Historia del fotoperiodismo en Colombia; Rieff, David,
La reportería gráfica; Serrano, Eduardo, Historia de la fotografía en Colombia; Sontag, S,
Ante el dolor de los demás; Sontag, S, Sobre la fotografía; Vilches, Lorenzo, Teoría de la
imagen periodística; Zamudio, Mario, Situación actual del fotoperiodismo en Colombia.
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Planteamiento de problema
La fotografía fue, desde sus inicios, una de las mayores ambiciones de los medios de
comunicación escritos. En los años 20 se convirtió en el complemento perfecto para todas
las noticias y escritos que publicaban. Desde entonces, las fotografías que se han tomado a
lo largo y ancho del mundo son el material suficiente necesario para inmortalizar los hechos
que marcaron cada época de cambio que tenía la raza humana. La Segunda guerra mundial
no podría ser contada (o por lo menos no de la forma tan rica como se puede hacer) si no
dataran retratos de esa época. Igual pasaría con la crisis de los misiles, con los hippies, con
la Guerra de Vietnam, con la carrera espacial y con todos los acontecimientos que forjaron
la humanidad y la llevaron a la actualidad: tecnología, inmediatez, liquidez. Paradigmas de
todo tipo pueden ir y venir, pero allí siempre estará la fotografía como idioma universal.
En Colombia, el panorama no ha sido muy diferente. La historia se cuenta con imágenes,
con pinturas, con fotografías. Desde siempre, las ilustraciones han sido herramienta
fundamental para reconstruir hechos y anécdotas que, de la misma manera, han formado al
país a lo largo de las décadas. En el siglo XX casi que se estandarizó la fotografía como
método de ilustración. Las pinturas que cumplían esa función en el siglo anterior tardaban
demasiado; la fotografía estaba lista en cuestión de minutos. En este contexto surgieron
varios reporteros gráficos, conocidos por cumplir su labor a cabalidad. Uno de ellos fue
Sady González, quien logró hacer un amplio registro de la sociedad colombiana durante
cerca de cuatro décadas. Su trabajo perdura hasta nuestros días, y es casi seguro que
cualquier persona ha visto como mínimo alguna de sus fotografías.
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Su primer oficio, en los años treinta, fue de cedulador, lo que le permitió viajar
permanentemente por varios departamentos del país, en especial por Antioquia, Boyacá y
Cundinamarca. En todos los lugares que pudo visitar en aquella época, González retrató a
miles de personas, y además consiguió gran variedad de fotografías del país rural de esa
década, en la que Colombia vivía todavía en tiempos de relativa calma.
En la década de 1940, Sady González, junto con su esposa Esperanza Uribe se radican en
Bogotá y fundan Foto Sady, la primera empresa independiente de reportería en Colombia,
por donde pasaron varios de los que serían importantes reporteros en el país, lo que
convierte a González, además de fotógrafo, en formador de reporteros como Luis Mirke,
Carlos Caicedo, Alberto Sarmiento y Manuel Uribe. La creación de Foto Sady también
sirvió para que fuera la ciudad ahora la que sirviera de paisaje permanente para el fotógrafo.
El Parque Nacional, los tranvías atestados de gente, la Plaza de Bolívar, matrimonios,
bautizos y eventos de toda índole, además de giras y llegadas de políticos a la capital eran
ahora los centros de atención de la lente de González. En esta misma época, Sady se
consolidó como colaborador frecuente en publicaciones de notable importancia como
Cromos, El Tiempo, El Espectador, entre otras tantas.
En esta misma década tuvo que cubrir un hecho fundamental en la historia del país, y que
además le brindaría un reconocimiento que llega hasta la actualidad: El Bogotazo, el 9 de
abril de 1948. La mayoría de las más reconocidas fotografías de esta fecha fueron tomadas
por Sady González. Incluso, la que es considerada última foto con vida de Jorge Eliécer
Gaitán, fue tomada por González el 8 de abril de aquel año.
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Las primeras fotografías del cadáver de Gaitán fueron tomadas por González, al igual que
muchas de las que muestran los tranvías incendiados en plena carrera séptima, o destrozos
en edificios oficiales y de medios de comunicación. A pesar de la existencia de
francotiradores en toda Bogotá, González salió a la calle a seguir con su trabajo de
reportería, que también incluye los tapetes de muertos que cubrían el Cementerio central,
en la calle 26, entre los que se encontraba Juan Roa Sierra, el asesino de Gaitán, metido en
un cajón de madera, desnudo, desfigurado, y a su alrededor la gente cubriéndose la nariz
con sus pañuelos.
Sady González siempre estuvo pendiente de los más importantes acontecimientos de la vida
política en Colombia, de modo que registró a Jorge Eliécer Gaitán y a todo su movimiento
en eventos como los discursos del caudillo liberal en el entonces Teatro Municipal (hoy
Teatro Jorge Eliécer Gaitán) y la Marcha del Silencio, en febrero de 1948, dos meses antes
del asesinato del líder.
En lo político, Sady González era seguidor de Carlos Lleras Restrepo, de cuya familia era
fotógrafo. Cuando éste llegó a la presidencia en 1966, creó el cargo de reportero gráfico de
la presidencia, y se lo dio a González. Allí trabajó durante los gobiernos de Carlos Lleras,
Misael Pastrana, Alfonso López Michelsen y parte del gobierno de Julio César Turbay. Este
período de tiempo le dio gran reconocimiento, pero el pago por su trabajo no era el mejor.
González finalmente murió el 24 de julio de 1979, durante el gobierno de Turbay Ayala, y
desde entonces la gran mayoría de su trabajo permaneció inédito, en manos de sus
familiares y herederos. Sólo hasta 2012 la Biblioteca Luis Ángel Arango adquirió su
archivo fotográfico de más de 9000 fotos que ahora son de dominio público.
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A partir de este breve recorrido por la vida y obra de Sady González surgen interrogantes
cuya respuesta sería un insumo enorme para la historia del periodismo gráfico en
Colombia: ¿Qué hacía al trabajo de Sady González diferente al del resto de fotógrafos de su
época? ¿Cuál es el aporte de Sady González dentro del campo de la reportería gráfica?
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Justificación
El fotoperiodismo en Colombia ha sido, desde hace varias décadas, un oficio subvalorado,
no solamente en el campo laboral, donde casi ninguna imagen puede hablar por sí misma,
sin ayuda de un texto, sino también en el aspecto académico: escasos son los trabajos de
teóricos y de estudiantes acerca de la fotografía como pilar de la reportería. Y en un caso
concreto, la obra de Sady González, uno de los más prolíficos reporteros del Siglo XX en
Colombia, es totalmente desconocida, a pesar de haber ilustrado por varias décadas a toda
la sociedad colombiana, además de varios hechos históricos de gran magnitud. Existe,
entonces, un vacío enorme dentro de la esfera teórica del periodismo por el
desconocimiento del fotoperiodismo como parte misma (y fundamental) del periodismo y
de la comunicación. De modo que, entre otros, uno de los objetivos del estudio sobre Sady
González que se pretende realizar está encaminado a sanar ese vacío teórico e histórico.
***
Durante el Siglo XX, en todo el mundo, surgieron importantes escuelas y autores que se
dedicaron a hacer un estudio profundo de la comunicación y su papel dentro de la sociedad,
además de analizar el modus operandi de esta actividad que es inherente al ser humano.
Marshall McLuhan (1911-1980) es uno de los autores más importantes dentro de la teoría
de la comunicación. Uno de los temas más recurrentes dentro de la obra de McLuhan se
refiere a su teoría de los “Medios fríos y medios calientes”. “Hay un principio básico que
distingue un medio caliente como la radio, de otro frío como el teléfono; o un medio
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caliente como la película de cine de otro frío como la televisión. El medio caliente es aquel
que extiende, en ‘alta definición’, un único sentido”.1
En el libro Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana, Ana María Miralles identifica
diez problemas de la opinión pública. Uno de ellos se refiere a las agendas, llamadas así por
los sociólogos de la comunicación y los politólogos estadounidenses, quienes en los años
setenta se preocuparon por el tema del papel de fijación por parte de los medios, que fue
entendida como la jerarquización y aprobación de los temas que configuran la agenda en la
esfera pública. “El poder de los medios de comunicación es realmente el que se ha llamado
primer nivel de la agenda setting: decirnos sobre qué pensar, mas no cómo pensar sobre
esos temas”2. Esto evidencia una realidad aún más grave: los criterios periodísticos con que
se eligen los temas, las prioridades y la información en general dentro de un medio
específico, apuntan más hacia lo publicable que hacia lo público. “El interés informativo
no coincide necesariamente con el interés público definido políticamente”.
De igual forma, Germán Rey, en su libro La fuga del mundo, habla de la relación entre la
libertad de expresión, la política, los monopolios y de la inclusión de grandes grupos
económicos dentro de la prensa. “La existencia de monopolios y especialmente la presencia
de grupos económicos en la propiedad de los medios son dos señales graves del panorama
mediático latinoamericano”3. Esto genera varias restricciones que a su vez traen consigo
consecuencias graves para los medios: se disminuye el pluralismo y se cae en la monotonía,
además de disminuir la diversidad de la representación de una sociedad y las alternativas de
1 MCLUHAN, M. (1964). Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 2 MIRALLES, A. (2001). Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana. Enciclopedia Latinoamericana de sociocultura y comunicación. Editorial Norma. 3 REY, G. (2007). La fuga del mundo. Editorial Random House Mondadori Ltda. Bogotá, D.C.
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información a las que acceden todos los ciudadanos. Rey cita en su texto una relatoría para
la Libertad de expresión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que
afirma que durante sus visitas a los países recibió denuncias recurrentes sobre prácticas que
se podrían considerar como monopólicas u oligopólicas.
Ignacio Ramonet, por su parte, en La tiranía de la comunicación, también el poder, pero
desde otra perspectiva: la información es poder. Se refiere con esto más a décadas pasadas,
en que la información era escasa, lo cual la hacía a su vez costosa. “Una información escasa
era una información cara, que se podía vender y podía estar en el origen e una fortuna. Por
otra parte, la información escasa permitía a quienes la poseían ocupar poder. Durante
mucho tiempo se dijo que la información era poder”4. Esto contrasta con la cantidad de
información que circula en la actualidad por las redes sociales y las páginas de internet,
todo esto apoyado por la invención de máquinas informatizadas que se pueden enlazar entre
sí creando “una malla que rodea el conjunto del planeta, lo que permite el intercambio
intensivo de información”.
A partir de todo esto, se puede empezar a identificar la relación de Sady González con el
ejercicio del periodismo, y también la influencia y legado que dejó, hablando en términos
de periodismo como profesión. El primero de ellos, y relacionando con el texto de Ana
María Miralles, es que el trabajo de Sady González escapaba a cualquier tipo de filtro
(agenda setting) al ser sus fotografías absolutamente indispensables para todos los medios
que contaban con sus servicios, pero además, sus fotografías nunca dependieron de un
agente externo que pudiera afectarlas, sencillamente González obturaba y, al ser un
reportero independiente (trabajaba en varios medios, además de tener su propio estudio
4 RAMONET, I. (2002). La tiranía de la comunicación: el papel actual de la comunicación. Editorial Debate.
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fotográfico), exhibía sus imágenes, que eran las que la gente quería y necesitaba ver, es
decir, coincidían con el interés público.
Por otra parte, y siguiendo con el aspecto de la independencia, Sady González logra zafarse
de las restricciones que se le hubieran podido imponer en su tiempo. Las fotografías que de
él se conocen son todo lo contrario a restringidas en su diversidad, y monótonas y, por el
contrario, son la representación más acertada (plural) de la sociedad colombiana. Es decir
que está representando todo lo contrario al problema que identifica Germán rey en su texto.
Por último, y siguiendo las ideas de Ignacio Ramonet, Sady González fue un fotógrafo que
acumuló mucho poder, no se sabe si conscientemente o no. Y no solamente por haber sido
el fotógrafo de la presidencia por varios años y haber podido estrechar la mano de Richard
Nixon, entonces presidente de los Estados Unidos, sino porque su trabajo, al ser de tal
calidad, era muy valorado. González no fue un hombre que acumulara una fortuna (las
anécdotas dicen que su pago en la Presidencia no era el mejor), pero sí es la prueba de que
el periodismo, cuando es bien ejercido, tiene un valor fundamental en los medios, contrario
a lo que pasa hoy en día, en donde los periodistas se desprestigian a sí mismos por obedecer
(aunque a veces deben obedecer) intereses colectivos o particulares. Estos tres puntos son, a
mi juicio, los aportes más importantes de Sady González al ejercicio del periodismo.
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Un trabajo de grado dedicado a uno de los mayores reporteros gráficos colombianos es
pertinente por varias razones. La primera de ellas tiene que ver con dar el lugar que le
corresponde a Sady González dentro de la historia del periodismo. Cada fotografía de
González cuenta más de una historia, brinda un contexto, describe a una persona, dice sobre
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su estado de ánimo, habla de su posición social. Da cuenta de tantos detalles como lo puede
hacer un escrito de varias páginas. Demuestra, además, que la fotografía, contrario a lo que
se piensa en la actualidad, puede funcionar a la perfección sin la necesidad de llevar
consigo un texto que la explique. Ellas lo explican todo. Y allí radica uno de los méritos del
fotógrafo que nadie parece reconocer. En este mismo sentido, es justo también que se sepa
quién ilustró tantos hechos a lo largo de la historia del país, y que han servido para que las
generaciones que vinieron luego supieran exactamente qué pasaba y quiénes eran sus
protagonistas, además de crearse una imagen fiel del país rural de aquellas épocas que Sady
González retrató, tan diferente al que intenta ser tecnológico y estar a la vanguardia, como
lo es Colombia hoy por hoy. Por último, un trabajo dedicado a Sady González es un
suplemento necesario dentro de la historia del periodismo, que tiene todavía una deuda
enorme con los grandes reporteros gráficos del país.
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Marco teórico
El origen
La fotografía, cuenta el filósofo francés Roland Barthes, es, como el jugo de limón,
exprimida por la acción de la luz. Entre la tercera y la cuarta década del siglo XIX,
Nicéphore Niépce y Louis Daguerre lograron, casi al tiempo, fijar imágenes en una cámara
oscura. Era la cuota inicial de lo que sería un elemento revolucionario para exprimir la
historia. De acuerdo con el filósofo alemán Walter Benjamin, su invención era ya
previsible, ya que varias personas, independientemente, estaban trabajando en pro de
encontrar un objetivo final común: la fotografía. Sin embargo, y dadas las dificultades que
tuvieron los inventores para patentizar su trabajo, el Estado se apropió del invento,
convirtiéndolo en algo público. Este hecho sería la cuota inicial del desarrollo acelerado
que habría de tener este descubrimiento. Al respecto, se ha dicho que uno de los puntos de
mayor esplendor de la fotografía se dio en el primer decenio, luego de su invención,
curiosamente en el período de tiempo que antecedió a lo que sería su industrialización de
lleno, la cual tendría su primer momento con la producción de tarjetas de vista con retrato.
Las primeras cámaras, fabricadas en Francia a comienzos de la década de 1840, eran
maniobradas generalmente por sus propios inventores, y dado que no había fotógrafos de
profesión, tampoco existían aficionados a la disciplina, por lo que en ese momento no tuvo
un uso social muy claro, del cual gozaría en un futuro. En ese momento, la fotografía era
una actividad gratuita (y por tanto artística, afirma Sontag), y fue sólo a través de esa
industrialización que la fotografía logró alcanzar la plenitud que la pondría en el mismo
nivel del arte.
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Desde que surgió, dice Susan Sontag, la fotografía llevó consigo el hecho de permitir una
captura casi total de los temas en los cuales se involucraban las personas. Incluso, Sontag
afirma que al llegar la industrialización de la fotografía, se logró un hecho que es inherente
a ella: democratizar todas las experiencias al transformarlas en imágenes. En su momento
no fueron pocas las críticas que recibió el invento. Benjamin nombra a un periódico alemán
de la época, Die Leipziger Stadtanzeiger, quien escribió en aquel momento que, “el hombre
ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y ninguna máquina humana puede fijar la
imagen divina”. En contraste, el físico francés François Arago presentó, ante la Cámara de
los Diputados, una defensa del invento de Daguerre, el 3 de julio de 1839. “Cuando los
inventores –decía Arago- de un instrumento nuevo lo aplican a la observación de la
naturaleza, lo que esperaron es siempre poca cosa en comparación con la serie de
descubrimientos consecutivos cuyo origen ha dado dicho instrumento”.
Las fotografías hechas por Daguerre eran placas de plata iodada que eran guardadas en
cofres, y varios pintores las usaron como medios auxiliares de su trabajo. El famoso
retratista escocés David Octavius Hill usó este método para algún cuadro que trataba de
pintar. Las fotografías las había tomado él mismo, y fueron todas ellas las que le dieron el
reconocimiento de que goza en la actualidad, y no por sus pinturas que, dice Benjamin,
cayeron en el olvido. Susan Sontag propone que fotógrafos como él emplearon la cámara
para alejarse de los objetivos comunes de los pintores. Desde ese momento la fotografía
permitió una mayor y más amplia captura de temas. La labor de los fotógrafos, indica
Sontag, no es una excepción a las relaciones entre el arte y la verdad. El fotógrafo Karl
Dautheney comentaba, a propósito de los primeros daguerrotipos, que los miraban con
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cierto recelo y desconfianza al tener la sensación de que, por la nitidez, aquellos rostros que
habían sido plasmados los estuviesen mirando realmente.
Uno de los primeros usos populares que se le dio a la fotografía fue el de conmemorar los
triunfos y reconocimientos de las personas dentro de sus familias. Desde hace más de cien
años, la cámara en un matrimonio forma parte de la ceremonia tanto como las fórmulas
verbales. Susan Sontag cita un estudio hecho en Francia que reveló que casi todos los
hogares tienen al menos una cámara, y que las probabilidades de que haya una cámara en
una casa donde hay niños son mayores a las que hay en un hogar sin ellos. Por otra parte,
no se puede concebir el turismo sin una cámara. Las fotografías son una prueba irrefutable
de que la excursión se hizo efectivamente, que lo que se tenía planeado se cumplió, y que el
viaje se disfrutó. Es a través de la fotografía que las familias van construyendo un retrato de
ella misma con el paso del tiempo, y es además la comprobación de la firmeza de los lazos
que los unen.
En un principio, la relación de la fotografía con la prensa (y por asociación con el concepto
de actualidad), era muy distante, ya que para ese momento eran muy pocas las personas que
tenían las capacidades económicas de comprar un periódico. El contacto entre la fotografía
y la actualidad no ha aparecido aún. Prueba de ello es el lugar que, por ejemplo, David
Octavius Hill, usaba como escenario para sus retratos, que eran los cementerios –el de los
Greyfriars, en Edimburgo, más específicamente- que eran además ideales porque los
modelos podían estar en total reposo y quietud, condición indispensable para obtener
buenos retratos dada la escasa sensibilidad a la luz que tenían las primeras placas. La pose,
afirma Roland Barthes, es lo fundamental de la naturaleza de la fotografía. Incluso si su
duración es la más mínima concebida, la pose es vital al no ser una actitud propia de quien
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está siendo retratado, ni tampoco del fotógrafo (Operator), sino al ser la intención misma
de lectura. La relación entre fotografía e información empieza a hacerse más evidente desde
el momento en que se empieza a pensar que todo el mundo tiene derecho a acceder a las
noticias. Entonces, las fotografías eran un modo efectivo de brindar información a aquellas
poblaciones que no estaban habituadas a la lectura. El Daily News –cuenta Susan Sontag-
se autodenomina “el diario ilustrado de Nueva York”, lo que deja en evidencia el público al
que van dirigidos sus contenidos. En contraste, Le Monde de París es un periódico diseñado
para un público lector, bien informado, por lo que no se publican muchas fotografías, salvo
para ilustrar el análisis de algún artículo allí publicado. Las fotografías, afirma Sontag, son
valoradas en la medida en que suministran algún tipo de información.
Este hecho va muy de la mano con la ya nombrada industrialización, ya que fue con su
llegada que las fotografías pasaron de ser imágenes de “juguete”, que sólo cumplían una
labor netamente decorativa, a ser puestas al servicio de “importantes instituciones de
control”, entre los que Susan Sontag incluye a la familia o la policía, como objetos
simbólicos y de información. Muestra de su importancia es que la gran mayoría (y tal vez la
totalidad) de los documentos importantes no son válidos en ningún lugar del mundo a
menos que consigo lleve una fotografía de la persona a la que identifica.
Sin embargo, y tocando el tema de la relación de las fotografías con la información, Sontag
afirma que “la representación de la realidad de una cámara siempre debe ocultar más de lo
que muestra”. Para ilustrar su idea, cita al poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, quien
señalaba que una fotografía de las fábricas Krupp muy poco podían decir sobre esta
organización. En la fotografía, la comprensión se basa siempre en su funcionamiento, que
debe ser explicado. Y añada que únicamente aquello que narra es lo que permite
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comprender verdaderamente. Esto se complementa con otra idea suya, según la cual las
fotografías en sí mismas no explican nada. Son, en cambio, invitaciones permanentes a
deducir, a especular, a fantasear.
En las primeras décadas posteriores a la invención de la fotografía, se tendía tener un
concepto de idealización de la imagen, según cuenta Susan Sontag, y afirma que hoy por
hoy esa sigue siendo la meta de aquellos fotógrafos para los que una fotografía bella es
necesariamente la de algo bello. La labor de Sady González no fue, de ninguna manera,
capturar algo bello, menos si se está hablando de su trabajo el 9 de abril de 1948, en medio
del caos, la destrucción y la mortandad que quedaron ilustrados para la posteridad a través
de su lente. De hecho, resulta anticuado hablar de la fotografía, por lo menos en esta época,
en términos de bello y feo. Sontag dice que no hay una exigencia para que la fotografía sea
culta, y que es difícil imaginar cómo debe ser calificada una, ya que la fotografía trasciende
todo tipo de clasificación o encasillamiento.
Sady, seguramente con algo de intuición, sabía que algo muy importante estaba pasando
aquel 9 de abril, y que no se iba a superar en días, ni meses, ni años, ni siquiera décadas. Le
estaba dando importancia a los hechos, como Sontag define otro aspecto de la fotografía:
fotografiar es conferir importancia. En este sentido, Sontag también afirma que Fotografiar
es un acto de redención de lo insulso y de lo trillado, es un acto efectivo de expresión
individual, porque para el fotógrafo –dice Paul Rosenfeld citado por Sontag sobre el
fotógrafo estadounidense Alfred Stieglitz - no hay materia insulsa, trillada o humilde que
no sirva al retratista para expresarse.
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La tendencia por pretender que las fotografías sean bellas en su conjunto hoy resulta
anticuada. Con el paso de las décadas, ha sido reevaluado ese concepto de belleza, y ha
adquirido unos matices que hacen que se cambie la perspectiva con respecto a la fotografía
en general, y en una clara guerra en contra de lo que tradicionalmente se ha concebido
como bello, las generaciones más recientes de la fotografía se han volcado a retratar el caos
y el desorden que son la verdad del entorno. A pesar de esa tendencia cruda por revelar la
verdad, la belleza surge de nuevo, esta vez con una noción totalmente distinta a la de
siempre. Uno de los triunfos más significativos de la fotografía, dice Sontag, está
precisamente en descubrir la belleza en aquello que es humilde y decrépito.
La fotografía, ha dicho Susan Sontag, no es únicamente una porción de tiempo, sino
también de espacio. Dado que las fotos son una manera de congelar un pequeñísimo lapso
en una imagen, todas las situaciones pueden romper su continuidad, y dos cosas que
normalmente estuvieron pegadas, pueden separarse. Así las cosas, se puede enfocar
(hablando en términos de información) algún tema de diferentes maneras. A través de la
fotografía, el mundo y todo lo que se puede ver se convierte en una serie de partículas que
pueden no guardar relación entre sí, siendo independientes una de la otra. Toda la historia,
el pasado y el presente, queda convertido en anécdotas únicamente.
La fotografía, comenta Barthes, transformaba al sujeto en objeto, e incluso más allá: en
objeto de museo, al tener que ser sometido el sujeto a posar por largo tiempo bajo una
cristalería bajo el golpe implacable del sol. Ante esto, se inventaron unos apoyacabezas –
invisibles, por supuesto- para mantener al individuo totalmente quieto mientras fuera
necesario. Incluso con todos estos elementos, comenta Benjamin, no fue suficiente y luego
se añadieron otros elementos que intervenían visualmente en la imagen y que, por lo tanto,
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debían ser artísticos. La columna y la cortina fueron unos de ellos, a pesar de que resultara
ilógico, como se comentaba en ese momento, que la columna descansara directamente
sobre una alfombra. Ante esto surgieron nuevos estudios con palmeras tapices y caballetes.
Orlik, citado por Benjamin, dice que “La síntesis de la expresión que engendra la larga
inmovilidad del modelo es la razón capital de que estos clichés, junto a su sobriedad pareja
a la de retratos bien diseñados o pintados, ejerzan sobre el espectador un efecto más
duradero y penetrante que el de las fotografías más recientes”.
La fotografía es definida por Sontag como una pseudo presencia y a la vez un signo de
ausencia. Las fotografías, afirma la autora, logran en las personas una especie de
ensoñación, especialmente si en ellas están retratadas otras personas, paisajes lejanos,
ciudades que ya parecen estar en el olvido. Esa sensación de que aquello que está allí
plasmado es inalcanzable genera en quienes lo ven un tipo de deseo (erótico, propone
Sontag) hacia aquellas cosas por el mismo hecho de no poder acceder a ellas. Las
fotografías brindan exitosamente la sensación de presencia sin que esta sea verdadera del
todo. Son usos talismánicos que se le dan a la fotografía, y que expresan actitudes
sentimentales o mágicas. Son una proposición para poder alcanzar o apropiarse de una
realidad que puede ser ajena a nosotros mismos.
Las fotografías tienen la fuerza de su impacto en la novedad que logren mostrar. Muchas
veces esa novedad se hace más evidente en las fotografías que retratan horrores, como
propone Susan Sontag. Una cosa es sufrir en carne propia los terribles padecimientos que a
diario se producen en el mundo, y otra es convivir con las imágenes de ese sufrimiento.
Estas fotografías no necesariamente aumentan la capacidad de compasión, y puede que
tampoco hagan despertar las conciencias. Al empezar a ver estas imágenes horrorosas, se
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tiende a seguir en lo mismo y ver más y más retratos. De esta forma, Sontag afirma que las
fotografías pasman y anestesian. Conocer algún acontecimiento por medio de la
observación de fotografías brinda una sensación mayor de realidad a que si los retratos no
se hubieran visto nunca. A través de las fotografías se conoció la guerra de Vietnam. Y en
gran medida, gracias a ello, se logró la indignación de gran parte de la población de los
Estados Unidos frente al conflicto. Sin embargo, aclara Sontag, después de exponer en
repetidas ocasiones las mismas imágenes, el acontecimiento que hay allí plasmado pierde
también realidad.
De acuerdo con Roland Barthes, la fotografía, de alguna manera, gira en torno al verbo
“Ver”: Vea, ve, vea esto, creando además un lenguaje deíctico, al estar señalando
constantemente. Benjamin rescata también el hecho de que la tradición de mostrar
fotografías (haciendo, según Barthes, que automáticamente el receptor muestre también las
suyas) es antiquísima, casi contemporánea de la fotografía misma. Los álbumes, cuenta
Benjamin, se guardaban en los sitios más alejados posibles de la casa, tenían cubiertas de
piel, y con hojas de varios centímetros de grosor. En ellos se mostraban los acontecimientos
más relevantes de cada familia, seguramente en el ritual de ver y ver del que habla Barthes.
De acuerdo con Sontag, el acto de coleccionar va muy de la mano con la fotografía, ya que
coleccionarlas es coleccionar el mundo mismo. Explica esta idea a través de la película Los
Carabineros (1966) de Jean Luc Godard, en la que dos campesinos se unen al ejército y al
volver, la maleta del botín está llena de postales que retratan monumentos, animales,
medios de transporte y demás. Las fotografías, define Sontag, son experiencia capturada.
La fotografía pareciera incitar al almacenamiento almacenando a su vez el mundo mismo.
Están en los álbumes, en las paredes, en las mesas.
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De acuerdo con Sontag, el acto de hacer fotografías ha llevado a la consolidación en el
mundo de un crónico voyeurismo (definido por la RAE como una actitud propia del
voyeur, que a su vez es una persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas
de otras personas) que implica la unificación, en términos de su significado, de todos los
acontecimientos que se desarrollan en el mundo. Fotografiar, al igual que el voyeurismo,
lleva consigo un deseo –a veces tácito, a veces explícito- de que las cosas que están
ocurriendo sigan su curso. También implica ser cómplice de todo aquello que pueda llegar
a ser interesante, incluso si es el dolor o la mala fortuna de cualquier persona, si es que ese
es el interés.
Barthes rescata una frase del ya nombrado Godard, quien dijo alguna vez, “Ninguna
imagen justa, justo una imagen”. Para él –Barthes-, una de las tantas fotografías de las que
habla en su texto, era al mismo tiempo justicia y justeza. Sin embargo, cada persona puede
hallar estos dos elementos (o uno de los dos) en muchas de las fotografías que ve. Varias de
las fotografías del ‘Bogotazo’ capturadas por Sady González tienen algo de eso: justo una
imagen, pero una imagen justa.
Susan Sontag cita a la fotógrafa estadounidense Diane Arbus, quien afirmaba que la
fotografía era una especie de pasaporte para ella, de licencia para poder ir adonde ella
quería. La cámara es como un salvoconducto que elimina las fronteras morales y las
inhibiciones sociales, lo que resta al fotógrafo toda responsabilidad frente a la gente que
está retratando, y junto con eso va una cuestión simple y esencial de la fotografía, que es
que no se interviene en la vida de aquella persona que se fotografía, únicamente se está de
visita. Una de las tantas escuelas de Sady González el país mismo, el hecho de poder
recorrerlo. En sus orígenes, como cuenta su hijo Guillermo González, Sady recorrió
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muchas partes del país, lo que le permitió adaptarse a muchas situaciones y, seguramente,
adquirir más sensibilidad hacia lo que veía. Con la cámara retrató muchos departamentos
del país, lo que lo convierte también en un fotógrafo que atraviesa todas las capas de la
sociedad y reflejó gran parte de los entornos en los aquella se movía en esa época.
Un fotógrafo, advierte Barthes, debe desafiar las los límites de lo probable y de lo posible,
al igual que un acróbata. Incluso, de lo interesante. “La foto-afirma- se hace “sorprendente”
a partir del momento en que no se sabe por qué fue tomada”. En algún momento la
fotografía se encargó de registrar todo elemento que pudiera resultar de algún modo
notable. Luego, sin embargo, toda cosa que ella fotografía se vuelve notable. Cualquier
objeto que, en apariencia carezca de cualquier tipo de valor o interés puede terminar por
obtener un valor descomunal. En palabras de Susan Sontag, algo que parezca feo o grotesco
puede llegar a ser conmovedor por el hecho de que el fotógrafo ha puesto su atención en él
y lo ha dignificado. De la misma manera, algo que puede parecer bello o agradable puede
producir sentimientos de tristeza porque aquello que está plasmado en la fotografía ha
envejecido, ha decaído, o simplemente ya no existe.
Para Susan Sontag, el fotógrafo es alguien que no puede intervenir por tener que estar
registrando los hechos. Aquel que interviene no puede registrar. A partir de un ejemplo
concluye que el fotógrafo es una persona que está en movimiento constante, perpetuo, que
atraviesa todo tipo de acontecimientos no relacionados entre sí con una agilidad importante
que hace imposible que pueda tener alguna intervención. Sin embargo, hace la salvedad de
que, a pesar de no ser afín a la intervención física, el hecho de usar la cámara es una manera
de participación activa. Poco importa que el acto de fotografiar sea un lugar de
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observación: fotografiar no es simplemente una observación pasiva. Siguiendo esta idea,
Sontag afirma que entre el fotógrafo y el tema debe estar siempre la distancia en medio.
El fotógrafo Jorge Mario Múnera, en alguna declaración, afirmó que Sady González era, en
esencia, un reportero gráfico, que siempre se acercaba a las personas con la misma
distancia, sin darle un protagonismo especial a nadie. Su labor tenía conciencia, y se siente
en sus fotografías el conocimiento que tenía ala hora de retratar un conflicto. Seguramente
su escuela fue ver montones de fotografías de la Segunda Guerra Mundial. “Uno siente a
veces en sus imágenes ecos de las ciudades europeas destrozadas”, apunta Múnera.
Susan Sontag rescata un nuevo aspecto fundamental y a veces ignorado de la fotografía,
como lo es la interpretación. Un fotógrafo a través de su obra –la fotografía- puede
interpretar la realidad, al igual se hace con aquello que se escribe sobre alguna persona,
como los enunciados visuales hechos a mano. A esto agrega que el fotógrafo, con el hecho
de decidir sobre la apariencia de una imagen, o cuando prefieren una exposición por encima
de otra, un gesto, una actitud del modelo, le está imponiendo sus pautas y así está
interpretando el mundo. La fotografía, dice Sontag, son una interpretación del mundo tanto
como las pinturas y los dibujos. Esto es consecuente con la idea, también propuesta por
Sontag, de que los fotógrafos no solamente se encargan de reflejar la realidad, sino que van
más allá, y tras de ese reflejo siguen manteniendo ciertos parámetros subjetivos
(personales) del gusto y la conciencia.
La labor del fotógrafo, ha dicho Sontag, puede ser voluntaria. Se tiene un derecho, el de
darle voz al sufrimiento propio, que es propiedad exclusiva de la persona, pero lo que se
busca voluntariamente es enfrentarse al dolor de los demás. En este sentido, afirma que la
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fotografía siempre ha tenido una obsesión con las “alturas y los sumideros” de la sociedad,
y que durante cerca de un siglo, los fotógrafos se han volcado sobre los oprimidos y han
presenciado escenas fuertes y violentas con una clara conciencia. La miseria de las
sociedades ha hecho que aquellos que no la padecen se decidan a ilustrarla, por ser una
realidad que es desconocida, por lo menos para ellos. Al hacerlo, el fotógrafo siente que el
alcance de su labor reportera es ahora universal. En estas fotografías, con toda seguridad, se
encontrarán detalles que hagan sentir en el espectador diversas sensaciones, además ser
funcionales a la hora de ilustrar la realidad de la época en que la cámara registró tantos
padecimientos.
Barthes, propone dos conceptos que de alguna forma recrean –y posiblemente ayuda a
cambiar y verbalizar- la visión personal de cada persona con respecto a cualquier fotografía
que esté observando. Estos conceptos los expresa a través de las palabras latinas studium y
punctum. El primero, advierte el mismo Barthes, no hace referencia en específico al
estudio, sino más bien a la aplicación de una cosa, al gusto por algo o por alguien. “Por
medio del studium-explica - me intereso por muchas fotografías, ya sea porque las recibo
como testimonios políticos, ya sea porque las saboreo como cuadros históricos buenos:
pues es culturalmente como participo de los rostros, de los aspectos, de los gestos, de los
decorados, de las acciones”. El studium puede ser útil para determinar las características
propias de una época, los vestidos, la fotogenia. El segundo concepto no es necesario
buscarlo dentro de la imagen porque él sale y punza al espectador. Ese elemento lo llama
Barthes el punctum, que es “pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y
también casualidad”. El punctum es algo que cada persona le puede agregar a la fotografía,
pero que ya está contenida en ella. Es un valor agregado a un detalle que puede ser
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irrelevante. Esto logra crear unos “puntos ciegos” que no se perciben con el studium. Esos
“puntos ciegos” no son otra cosa que el eco de la fotografía fuera de ella, aquello que
trasciende en el espectador a tal punto de salir de la fotografía. El punctum, advierte
Barthes, muchas veces es un detalle de la fotografía, un objeto parcial, y lo explica así: al
ver una fotografía de una familia, lo que más le llama la atención es el grueso cinturón de
una de las mujeres que aparece en el retrato. Lo que hace este detalle es remitirlo a otra
época, es decir, salió del marco que encierra la fotografía. “Lo que puedo nombrar-advierte-
no puede punzarme realmente. La incapacidad de nombrar es un buen síntoma de
trastorno”.
La fotografía unaria es otro concepto propuesto por Barthes y que puede llegar a
relacionarse con los conceptos de studium y punctum. Una fotografía es unaria si no genera
dualidad, si es totalmente directa. No hay punctum en esa imagen, puede generar choque
pero no trastorno, puede gritar pero no herir. La fotografía de reportaje es unaria: no queda
en la memoria del receptor, no hay detalles. Hay interés por ellas, al igual que puede haber
interés por muchas otras cosas, pero no gustan. La imagen pornográfica, apunta, es el mejor
ejemplo de imagen unaria: no hay sino una sola intención: el sexo. Barthes aclara que se
puede salir de lo pornográfico (y así de lo unario) si, como Mapplethorpe, se hacen
primeros planos de los sexos y se incorpora el tejido de la piel a la imagen. Allí se
desprendió de lo unario.
A partir de este concepto de fotografía unaria, y teniendo en cuenta a Barthes, se puede
entender, de alguna manera, la diferencia entre lo pornográfico y lo erótico: el primero,
como ya se ha dicho, muestra el sexo como único elemento; lo erótico, en cambio, no hace
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del sexo un objeto central, puede estar ausente, pero logra que quien ve la foto se transporte
fuera del marco que la encierra.
Las imágenes pornográficas (y en general todas las imágenes) pueden sufrir la pérdida de
su impacto cuando tienden a repetirse demasiado. Esto ha pasado con las ya nombradas
imágenes pornográficas y, por ejemplo, con la gran cantidad de fotografías que han
ilustrado a lo largo de las décadas la miseria y la pobreza en todo el mundo. Por ese infinito
número de registros, la gente, después de verlos muchas veces, empieza a familiarizarse
con ellos, y esa saturación hace que los hechos, que de ninguna manera carecen de
importancia, sean asimilados como normales. Así pues, Sontag concluye que la fotografía
llamada “comprometida” ha generado una paradoja: han contribuido a despertar la
conciencia del mundo ante los miles de casos de injusticia que a diario se presentan, y a su
vez ha hecho que esa conciencia se adormezca por la saturación de registros que de esos
temas no triviales hay. En el caso de Sady González, la situación puede cambiar, dado que
muchas fotografías de su registro fueron inéditas hasta hace un par de años. Los ecos del
Bogotazo, el 9 de abril de 1948, y de todas las demás situaciones (cotidianas y no) que
Sady retrató, vuelven a hacer eco tras décadas de silencio.
Sontag también propone que el contenido ético que tienen las fotografías es propenso a
quebrarse. Esto puede ir de la mano con la ya nombrada saturación de las fotos, aunque la
autora no lo afirma así directamente. Con la excepción de las fotografías que ilustran los
campos de concentración nazis, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de
las fotografías tienden a perder su peso emocional. Para ello, Sontag pone un ejemplo: una
fotografía que date de 1900, en ese momento, podía ser conmovedora por el tema que
retrataba; hoy en día esa misma foto no conmueve por el mismo motivo, sino por el hecho
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de haber sido capturada en 1900. Las intenciones con las que fueron capturadas las
fotografías tienden a desaparecer por la cantidad de sentimientos relacionados con la
añoranza, y tal vez con la nostalgia, que el paso del tiempo produce.
En otro momento, Barthes propone un par de conceptos que pueden ir muy de la mano con
los ya nombrados studium y punctum, que son la trivialidad y la singularidad, que son
vistas como dos voces que se mezclan en una imagen. La primera se refiere a decir aquello
que todo el mundo sabe y ve; el segundo hace “emerger dicha trivialidad del ímpetu de una
emoción que sólo me pertenecía a mí”.
Susan Sontag hace encontrar a la fotografía con el surrealismo, y más exactamente, con la
manipulación que de este viene sobre aquella. Al respecto, afirma que la manipulación o
dramatización de lo surreal sobre la fotografía es redundante, al ser la fotografía en sí
misma un producto del surrealismo, por tener la capacidad de duplicar el mundo, de crear
una realidad de segundo grado. Esta idea de estar en contra de la manipulación, sin
embargo, puede ser aplicada en todos los casos, no sólo en el del trabajo surrealista. Sontag
apunta también que la fotografía es más manifiestamente artesanal (como lo fue en sus
orígenes, según cuenta Walter Benjamin) en la medida en que no tenga ningún tipo de
intervención externa posterior. De esta manera, la fotografía goza (y gozaba, desde hace
décadas) de mayor autoridad. Sady González fue un fotógrafo que, a lo largo de toda su
carrera, gozó de una enorme credibilidad, que se veía reflejada en la veracidad de sus
fotografías. Esto lo llevó a ser contratado permanentemente por los grandes periódicos de
su época, que le otorgaron cierto reconocimiento, y también a lograr que su trabajo haya
persistido hasta la actualidad.
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El Referente es otro concepto fundamental dentro de la disertación de Barthes sobre la
fotografía. Él lo define como una “cosa necesariamente real que ha sido colocada frente al
objetivo y sin la cual no habría fotografía. El referente es aquello que se vuelve intención
en cualquier fotografía, y es el concepto fundante de ella misma. En el campo de la
fotografía, la presencia (y existencia) de la cosa que ha sido retratada, jamás es metafórica.
Toda foto, explica, es connatural con su referente. La pintura, en cambio, puede estar
fingiendo una realidad sin haberla visto necesariamente. Ningún retrato pintado, por más
que al espectador le parezca “verdadero” puede demostrar que el referente efectivamente
existió. De aquí puede desprenderse un choque de trenes (que viven en constante
conciliación) entre la pintura y la fotografía.
Pintura y fotografía
La pintura y la fotografía, por razones evidentes, protagonizaron, en el tiempo de origen de
la segunda, un choque de trenes. Dice Walter Benjamin que, “en el preciso instante en que
Daguerre logró fijar las imágenes de la cámara oscura, el técnico despidió en ese punto a
los pintores”. Sin embargo, aclara Benjamin, la víctima más directa de la fotografía no fue
la pintura como tal (de paisajes, por ejemplo), sino los retratos en miniatura. Así, para 1840,
la gran mayoría de miniaturistas se habían convertido en fotógrafos profesionales quienes,
de acuerdo con Benjamin, gracias a su previa tradición artesana tuvieron un alto nivel en
sus logros fotográficos. Curiosamente, cuando se empezaron a retocar los negativos de las
fotografías, decayó el gusto por ellas de inmediato.
Un retrato pintado, dice Roland Barthes, no es, por más parecido que sea, una fotografía.
Además, advierte, verse a sí mismo fuera de un espejo es un acto relativamente nuevo, al
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ser el retrato, ya fuese pintado, dibujado o en miniatura, un bien restringido por las
capacidades económicas y por el nivel social, todo esto hasta la diseminación de la
fotografía.
En 1855 el pintor belga Antoine Wiertz dijo a propósito de la fotografía que ésta fue gloria
de aquella época y responsable del pasmo y del terror de los ojos de quienes vieron su
nacimiento, que sería “el pincel, la paleta, los colores, la destreza, el cumplimiento, el
extracto de la pintura”, y que la daguerrotipia no representaba la muerte del arte, sino que,
por el contrario, cuando la fotografía llegara a su máximo esplendor, el artista se apropiaría
de ella, haría suya para crear nuevos elementos con ella.
En cambio el poeta francés Charles Baudelaire, algún tiempo después de la declaración de
Wiertz, afirmaba que Daguerre había sido el mesías de todos aquellos que pensaban que el
arte no puede ser otra cosa sino la reproducción exacta de la naturaleza, y que si se permitía
que la fotografías tomara el lugar del arte, ésta sería totalmente desplazada y corrompida
por aquélla. Debía, según él, seguir en su lugar de criada de las ciencias y de las artes.
La fuerte rivalidad entre el arte y la fotografía deja sentir sus gritos hasta hoy, La versión
más difundida, afirma Sontag, dice que la fotografía quitó al pintor su lugar como
suministrador de imágenes que trascribieran con precisión la realidad del entorno. Sin
embargo, Edward Weston insistía en que esto había sido un favor, ya que había liberado a
la pintura para que pudiera desarrollar su gran vocación moderna, que es la abstracción. Sin
embargo, la liberación no fue tal si se tiene en cuenta que para el momento de la aparición
de la fotografía, la pintura ya se estaba alejando de su tendencia a reproducir todo
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realistamente. Si la pintura estuviese aún de la mano del realismo, con seguridad el espacio
que la fotografía había llegado a ocupar se hubiera quedado sin piso.
De acuerdo con Barthes, la sociedad actual está empeñada en quitar de la fotografía la
demencia –concepto que se aclarará más adelante- que le es inherente, y que es una
“amenaza” permanente de choque para aquella persona que la esté contemplando. Llevar la
fotografía al campo del arte es uno de los caminos para ellos. Ningún arte es demente,
afirma Barthes. Allí radica el conflicto del fotógrafo con el artista: por el sometimiento a la
retórica del arte. La fotografía, concluye, puede ser un arte en la medida en que pierda su
capacidad de demencia y su noema, cualidades fundantes sin las cuales la fotografía queda
imposibilitada para actuar e impactar efectivamente sobre el espectador. En una disertación
similar, Susan Sontag afirma que gracias a la interminable provisión de rarezas que da el
mundo constantemente, la cámara tiene el poder de sorprender a las personas que se hacen
llamar “normales”, y que por ello a la fotografía se le suele poner encima el adjetivo de
“anormal”. “El fotógrafo selecciona la rareza, la persigue, la encuadra, la procesa y la
titula”, apunta Sontag.
No deja de ser curioso que Esperanza González, la mayor de las hijas de Sady, viviera su
infancia en medio del movimiento de su padre como reportero, y del trabajo de su madre
revelando y organizando el amplísimo registro que Sady capturaba permanentemente y que,
como cuenta Esperanza Uribe, esposa del fotógrafo, con el tiempo terminara por dedicarse
a la pintura.
Barthes hace una especie de paralelo entre la fotografía y la pintura, alejándose de las ideas
de Wiertz arriba nombradas, y proponiendo que contrario a cualquier otro tipo de
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imitaciones, con la fotografía jamás se podrá negar que una cosa específica haya estado ahí,
frente a la cámara, y que haya sido capturada por su lente. Y a esto agrega que ningún
retrato pintado (de hecho, ninguna pintura en general) puede demostrar que su referente
existió realmente alguna vez, así la obra pareciera “verdadera” y fuera los más fiel posible a
aquello que se estaba retratando. En la fotografía, en cambio, se puede confundir verdad y
realidad (Barthes lo ilustra con la experiencia de la Foto del Invernadero, una foto de su
madre en su infancia) y allí, explica Barthes, él sitúa la naturaleza misma y el genio de la
fotografía.
Fotografía e historia
La historia, según Barthes, es sencillamente ese tiempo en que aún no habíamos nacido. En
su texto hace una especial mención a la relación que hay entre la historia y la fotografía.
Partiendo de la idea arriba dicha de que con la fotografía no se puede negar que “la cosa ha
estado allí”, el autor considera que la fotografía es una autentificación, no inventa nada, y
es indiferente a todos aquellos detalles que, como en el lenguaje, se agregan para que se
vuelva inficcional. La fotografía es un certificado de existencia, y este detalle es el más
importante que logró dar a la inmensa rama de la familia de las imágenes. Las primeras
fotografías, tal vez fueron vistas como un ser extraño, que no era en su totalidad una
imagen, pero tampoco era un elemento real, sino algo verdaderamente nuevo, “algo real
que ya no se puede tocar”.
La fotografías, más que cualquier otra arte, establece una presencia inmediata en el mundo,
y por presencia Barthes no se refiere a una de tipo político, como participar en cualquier
acontecimiento a través de ella, sino una presencia de orden metafísico, que además puede
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llevar a esa pregunta constante que se hacen las personas: ¿por qué razón vivo yo aquí y
ahora? ¿Por qué no viví en la época del Bogotazo?
Los libros que ilustran la historia (El Bogotazo siempre está incluido en ellos, para el caso
de Colombia) siempre llevan consigo fotografías que ubican al lector en un espacio y
tiempo determinados. Susan Sontag afirma que la fotografía en un libro es la imagen de
otra imagen, y que por lo tanto pierde su esencia. El libro propone (y casi que ordena) la
linealidad con que deben mirarse las fotografías. Quien las ve podría dar el orden que
desee. Aquí Sontag recurre una vez más al cine, esta vez con la película “Si tuviera cuatro
dromedarios” (1966), de Chris Marker, en la que el director idea una manera novedosa de
almacenar fotografías al imponer el orden en que se deben observar las fotografías, además
del tiempo preciso de contemplación de cada una de ellas. Con esto se lograba una
legibilidad visual y un impacto emocional mayor.
Para Susan Sontag, la permanente presencia de cámaras en todas las actividades cotidianas
lleva a afirmar que el tiempo es una serie de acontecimientos interesantes que son dignos de
ser fotografiados. A esto añade que al terminar cualquier acontecimiento (de esos mismos
que forman el tiempo), la fotografía existirá todavía, dándole un toque de inmortalidad,
permanencia e importancia que no habría tenido si una cámara no hubiese estado allí.
Mientras que se desarrollan todos los actos del mundo, de todas las índoles, la cámara
siempre está pendiente para poder crear un mundo paralelo al que retrata: el de las
imágenes que luchan por sobrevivir a todos.
La fotografía es una disolución (Sontag usa acá el adjetivo “despiadada”) del tiempo al
fragmentar cada momento que está registrando. Hay también en ellas una especie de
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mortalidad, de vulnerabilidad y mutabilidad de las personas y de las cosas que su lente
registra. Las cámaras logran crear un mundo paralelo mientras los cambios se apropian de
la realidad diaria de los seres humanos. Dice Sontag que, “mientras se destruye un número
incalculable de vida biológica y social en un breve período, se obtiene un artefacto para
registrar lo que está desapareciendo”.
Dado que la fotografía es un fragmento de tiempo y espacio, su peso moral y emocional
siempre está sujeto al lugar donde se le inserte. Así, la fotografía cambia dependiendo del
contexto en que se le ponga. Con cada fotografía, arguye Sontag, pasa lo que Wittgenstein
decía acerca de las palabras: su significado es su uso. Por ello mismo es que la
diseminación de las fotografías influye en el cambio de la noción de significado, generando
a su vez el cambio de una verdad a varias verdades relativas.
Barthes da un adjetivo algo novedoso a la historia en su texto: histérica. Únicamente puede
ser constituida si se le mira, y para ello es indispensable estar excluido de ella. La historia
colombiana de varias décadas se puede ver a través del amplísimo trabajo de Sady
González. Su fotografía, como también la define Barthes, es violenta. No porque sólo
registre violencia –aclara el filósofo francés-, sino porque “cada vez lleva a la fuerza la
vista”, y porque de ella nada puede ser transformado y tampoco rechazado. Por otro lado,
Sontag relaciona la fotografía con la transgresión. Afirma que fotografiar a cualquier
persona es violarla porque allí se les ve como ellas nunca podrán conocerse. Además,
transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente. Incluso,
Sontag llega a comparar la cámara con un arma, dando el ejemplo de una película en el que
un psicópata mata a muchas mujeres al fotografiarlas, con un arma que tiene escondida en
su cámara. La cámara se atreve, se entromete, invade, puede distorsionar, explotar, e
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incluso, llevando la metáfora el paroxismo, asesinar. Ambos teóricos coinciden en su
apreciación violenta de la fotografía.
Según Barthes, la fotografía no dice lo que ya no es, sino tan sólo lo que ha sido. En la
presencia de una foto, la conciencia de la persona no irá siempre en dirección de la
nostalgia del recuerdo, sino que puede tomar el camino de la certidumbre, el que indica que
la esencia fundamental de la fotografía está en ratificar aquello que ella misma representa.
En este sentido, y a pesar de que puede haber cierto tipo de escepticismo con la historia, ya
que se tiende a verla como un mito, la fotografía sana esa incredulidad –Barthes la llama
resistencia-, y logra que el pasado sea tan seguro como lo es el presente. Aquello que
podemos ver impreso en el papel es tan real como cualquier cosa que se pueda palpar. La
fotografía divide la historia del mundo. La fotografía no es sencillamente un recuerdo del
pasado; a través de ella no se restituye aquello que hoy está destruido por efectos del
tiempo y la distancia, sino que es el testimonio mismo de que aquello que se ve en el papel
pasó en algún momento por el mundo.
La fotografía es una evidencia extrema que da seguridad del pasado de cualquier elemento
o acontecimiento, es una certeza, y es inmediata. Y nada en el mundo puede refutar aquello
que está impreso en el papel. Como los hechos que retrata, es indestructible.
De acuerdo con Susan Sontag, las imágenes que tienen la capacidad de alterar las
conciencias de las personas siempre tienen una estrecha relación con alguna situación
histórica. En su texto, ella usa varios ejemplos para ilustrar su idea: por un lado, afirma que
varias fotografías que fueron tomadas durante la Guerra de secesión en Estaos Unidos, y
que mostraban los horrores que se estaban cometiendo, no convencieron a la gente de
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continuar la guerra; por otro lado, si se hubiesen mostrado en ese momento las fotografías
de los horrores que estaba ejecutando el ejército estadounidense en la Guerra de Corea, en
la década de 1950, seguramente una gran porción de la población del país nunca habría
aceptado la participación de sus fuerzas armadas allí. A partir de allí, afirma que, si bien las
fotografías no pueden crear una posición moral, si pueden ayudar a consolidar una.
La fotografía, según Barthes, no es en absoluto y sencillamente una copia de la realidad,
sino que es “una emanación de lo real en el pasa”. Es magia más que arte. Y desde cierto
punto de vista, el papel de autenticación que cumple la fotografía es más importante que el
de representación.
La educación y el conocimiento a través de las fotografías son radicalmente distintos a los
que se adquieren por medio de imágenes artesanales. Las fotografías, además, brindan a
quien las ve la mayoría de conocimientos acerca del pasado y también sobre el alcance del
presente. Es inadmisible, por ejemplo, aprender historia hoy en día sin la ayuda permanente
de la fotografía, por lo menos desde que su aparición y uso permiten hacerlo. Varios de los
más importantes hechos que vivió el país en las primeras décadas del siglo pasado, fueron
registrados por el lente de Sady González. Allí radica otro más de sus importantes méritos
como fotógrafo.
Susan Sontag apunta que la fotografía es un elemento para conocer las cosas, y para
sustentarlo, se apoya en una frase de Henry David Thoreau, quien afirmaba que “no puedes
decir más de lo que ves”, dando a entender que el primer puesto de los sentidos se lo
llevaba la vista. Varias décadas después, el fotógrafo Paul Strand utilizó la frase de Thoreau
para elogiar la fotografía. Sin embargo, lo que se logró fue el fomento de la idea de la
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visión por la misma visión, contradiciendo con este actuar a Thoreau, quien se refería a una
visión en contexto, que agrupara el resto de sentidos del cuerpo.
Otra forma de visión es el monumento, que -cuenta Barthes- fue inventado por las antiguas
sociedades para cerciorarse de que luego de la vida habría algún recuerdo duradero de
quien había desaparecido. En Bogotá –dice Antonio Caballero- hay sólo un monumento de
Jorge Eliécer Gaitán, el líder liberal inmolado el 9 de abril de 1948. En cambio, de él hay
miles de fotografías. Y las que se capturaron en medio de los desórdenes que dejó su
asesinato son incontables. De ese momento, Sady González tiene uno de los registros más
ricos e impactantes. Su trabajo en esa fecha logra la más efectiva reconstrucción de esa
intensa porción de la historia nacional.
En su segunda acepción de la palabra, la Real Academia Española (RAE) define amateur
como alguien “que practica sin ser profesional un arte, deporte, etc.”. Barthes dice que este
concepto ha sido definido como una “inmaduración del artista”. Sin embargo, en el campo
práctico de la fotografía, aquel que se define (o es definido) como amateur es el que
termina siendo el verdadero profesional de la fotografía. Es él el que está más cerca que el
resto del noema de la fotografía, que no es otra cosa que el “Esto ha sido”. Sady González
no era, formalmente, un profesional de la fotografía. Su inicio –cuenta Guillermo González,
su hijo- no se dio en una academia (que tal vez en esa época ni siquiera existían), sino en el
funeral de su padre, a quien retrató por petición de su madre, seguramente para lograr lo
mismo que querían las antiguas sociedades con los monumentos. La fotografía de un
cadáver, de acuerdo con Barthes, es la imagen viviente de una cosa muerta, es la
certificación de que el cadáver es algo viviente en la medida en que lo puedo ver en el
papel. Ese fue su primer retrato. Desde aquel momento no se separó nunca de la cámara. Y,
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en términos de Barthes, ha sido de los pocos en Colombia que más se ha acercado
intrépidamente al noema de la Fotografía.
Todas las fotografías del mundo, propone Barthes, forman un laberinto, y esto lo conducía
a pensar en una frase de Friedrich Nietzsche, quien decía que “Un hombre laberíntico jamás
busca la verdad, sino únicamente su Ariadna”. Sady González seguramente nunca pensó en
llegar a la verdad de nada, sino solamente a retratarla sin tomar partido, por lo menos
evidentemente. González es la Ariadna misma de la historia laberíntica del país, es quien, a
través de su trabajo, muestra la luz al final del túnel.
Al ver cualquier fotografía en vida de Jorge Eliécer Gaitán –muchas de las cuales capturó el
lente de Sady-, hay una sensación constante que muchas veces no logra verbalizarse: él va a
morir, sin embargo lo estoy viendo vivo. Roland Barthes identifica esto como otra forma de
punctum. En la fotografía que relata la historia hay algo como un aplastamiento del tiempo.
Quienes conocen la historia del país saben quién fue Gaitán, qué hizo y qué hacía cuando la
muerte se acercaba a él. Cuando vemos cualquier fotografía suya, sabemos incluso cómo va
a morir en ese momento que para nosotros ya es pasado. Y es inevitable que suceda. Ha
dicho Barthes que se lee en carne viva en la fotografía histórica.
Según Susan Sontag, es imposible que haya pruebas de cualquier tipo (fotográficas
también, por supuesto) sobre cualquier acontecimiento sin que éste haya recibido un
nombre antes. Las pruebas fotográficas nunca estructuran tales hechos. “La contribución de
la fotografía –aclara Sontag- siempre sigue al nombre del acontecimiento”. La existencia de
una conciencia política importante es lo que determina si es posible verse afectado en el
campo de lo moral por las fotografías. Si no existiese la política, todas las fotografías que
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ilustran todo lo ruin y mísero que hay en el mundo serían vistas como irreales o como
fuertes mensajes que buscan moralizar. Nada más.
“No puedes decir más de lo que ves”, ha dicho Thoreau, y esta vez quisiera exaltar su frase
para abogar por la fotografía tradicional, la que ilustra con riqueza y precisión los hechos
del mundo que nos rodea cada día. La fotografía es uno de los seguros caminos efectivos
para comprender qué es lo que pasa verdaderamente en el mundo. Razón tenía Walter
Benjamin en citar algún contemporáneo suyo cuando decía que, “No el que ignore la
escritura sino el que ignore la fotografía será el analfabeto del futuro”.
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Objetivos
Objetivo General
Analizar la importancia de Sady González dentro del campo de la fotografía de prensa en
Colombia.
Objetivos específicos
Analizar por qué el trabajo fotográfico de Sady González era diferente al del resto de
reporteros gráficos de su época.
Analizar el aporte de Sady González al campo de la reportería gráfica.
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Metodología
Tipo de investigación: El tipo de investigación de este trabajo de grado será la
descriptiva-analítica, cuyo objetivo principal es dar a conocer una visión general de
algún campo de estudio o investigación específico para lograr una mejor
comprensión de este, y que puede dejar un rastro para que, posteriormente, se pueda
hacer una indagación. Para esto, es necesario un relato que logre atrapar a quien lo
lea, y que muestre un panorama rico en detalles, pero, para este caso, más
específico, para evitar que la investigación sea muy amplia pero con muy poco nivel
de profundidad.
Por medio de este método se hará una disección de un tema general,
descomponiéndolo en varios elementos que permitirán observar causas, naturalezas
y consecuencias o efectos. El análisis consiste en hacer una observación y, a partir
de ella, una evaluación de alguna realidad o tema determinado. Este método permite
acercarse más a la naturaleza misma del objeto o tema de estudio, y a partir de ello
explicar, comparar y comprender mejor todo tipo de comportamientos relacionados
con la investigación y las posibles secuelas que ella deje.
A través de este método se logra conocer a fondo un tema general a partir de la
comprensión de cada uno de los elementos específicos que lo componen, y de la
relación coherente de estos entre sí. Para ello se debe hacer un amplio registro que
permita hacer una interpretación del tema de estudio y su composición misma. Se
traba con base en hechos específicos, y pretende presentar una interpretación
correcta, si bien no objetiva.
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Corpus de la investigación: Lo que se quiere mostrar en este trabajo de grado es el
impacto que ha tenido la obra de un fotógrafo como Sady González, y lo importante
que resulta darle algo de visibilidad, ya que su importancia es tal que, por varias
décadas, gran parte de la historia del país fue contada (y lo sigue siendo) a través los
registros que Sady obtuvo a lo largo de tantos años de trabajo. Se pretenden mostrar
las facetas del fotógrafo, que ya dejan ver la versatilidad y riqueza de su labor, y la
importancia que tiene a la hora de hablar de cómo se ha contado la historia de
Colombia.
Delimitación: El período de tiempo que se ha escogido para trabajar sobre la obra
de Sady González va desde la década de 1930, en el primer momento de su carrera
como fotógrafo siendo cedulador, hasta la década de 1970, la última de su vida, y en
la que se dedicó a ser el fotógrafo oficial de la presidencia de la República, esto a lo
largo de casi 4 períodos presidenciales. De esta manera, se logrará observar las
diferentes facetas de Sady como fotógrafo, incluyendo sus registros de personas
particulares en todos los departamentos por los que pasó, los paisajes urbanos y
rurales, su trabajo el 9 de abril de 1948, que es fundamental dentro de su obra, y los
retratos que logró de líderes y dirigentes al estar metido de lleno en el mundo de la
política, todo esto en Colombia, en Bogotá y en los departamentos que recorrió,
como Cundinamarca, Boyacá y Antioquia.
Técnicas e instrumentos: Las entrevistas son tal vez la técnica que más se utilizará
para lograr las metas de este trabajo. La idea es conseguir entrevistas con personas
que hayan sido cercanas a Sady González (hijos, por ejemplo), y también con
expertos de la reportería gráfica, que puedan dar su opinión acerca de la importancia
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de la obra de Sady dentro del periodismo. De la misma forma, se buscará algunos
historiadores que hablen sobre el peso que tiene el trabajo de González –y de la
fotografía misma- a la hora de contar la historia del país. Además, se revisarán los
archivos periodísticos que daten de la época en que el fotógrafo ejerció su labor,
para comprender más en su contexto el alcance de su trabajo. Todo esto se hará para
poder confrontar y obtener, desde diferentes ópticas, varias ideas bien
fundamentadas sobre la importancia en general de la obra de Sady González.
Fases de la investigación: En un primer momento, se buscó un tema que, para este
caso específico, buscara llenar un vacío dentro de la historia del periodismo, esto al
no haber un documento medianamente amplio acerca de la vida de Sady González
como uno de los pioneros de la reportería gráfica en Colombia; y naturalmente por
gusto propio. Luego se trabajó en la elaboración del proyecto, que fue fundamental
para poder ordenar las ideas que en un primer momento siempre están en desorden,
lograr darle cuerpo a la investigación y ver desde qué óptica se podría enfocar el
tema. Después, la recolección de la información, permitirá conocer más conceptos,
ideas y anécdotas sobre Sady, que pueden hacer que se añadan más elementos a la
investigación, esto evitando salir de la delimitación previamente planeada. Por
último, la redacción final, que será el momento en que se terminen de ordenar las
ideas recogidas desde el inicio de la investigación, para dar forma a un producto
final, cuya idea no es ser un documento histórico tedioso, sino más bien una historia
que sea agradable de contar y que sea útil para aquellos que se interesen a futuro en
la vida y obra de este fotógrafo.
Producto final: El producto final, como ya se ha dicho, pretende ser un texto de
agradable lectura y fácil comprensión y ubicación en tiempo y espacio; que sea un
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documento de fácil consulta, que sane, además, la deuda que la historia del
periodismo tiene con la reportería gráfica. Sady González no es ni ha sido el único
reportero gráfico importante que ha dado el país, pero sí fue de los primeros que
obtuvo cierta notoriedad a través de su trabajo, por lo que se debe reconocer su
mérito y la influencia que seguramente dejó para las siguientes generaciones de
fotógrafos que, al igual que él, se formaron en un país de conflicto.
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Cronograma
Semana Actividad
1 Planeación específica de la estructura de la investigación a entregar
2 Revisión de diarios de la época laboral de Sady González
3 Revisión de diarios de la época laboral de Sady González
4 Revisión del archivo de Sady González (Biblioteca Luis Ángel Arango)
5 Búsqueda general de textos acerca de Sady González
6 Búsqueda general de textos acerca de Sady González
7 Preparación de cuestionarios y temáticas para entrevistas
8 Revisión de textos complementarios a la temática
9 Búsqueda de fuentes para entrevistas
10 Entrevistas con expertos en fotografía
11 Entrevistas con reporteros gráficos actuales
12 Entrevistas con historiadores
13 Entrevistas con allegados a Sady González
14 Análisis general del trabajo de Sady González
15 Análisis general del trabajo de Sady González
16 Redacción de la investigación
17 Redacción de la investigación
18 Entrega del producto final
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Introducción
Un viaje a bordo de la cámara de Sady
Desde mis primeros años de estudio, cuando era niño, siempre sentí un interés muy
particular por la historia en general, pero más por la historia de Colombia en específico. En ese
camino de formación, que muchas veces tenía que complementar con lecturas independientes
a las netamente escolares y universitarias, conocí con cierto nivel de profundidad los hechos
que llevaron a los desórdenes conocidos como “El Bogotazo”, en abril de 1948. La fuente de
ese conocimiento siempre se limitó a los libros y artículos que iba encontrando con el paso del
tiempo, mas nunca le di un lugar especial a las fotografías más allá de su papel de acompañar
textos de expertos historiadores y académicos. Mi interés por la fotografía, que también
despertó con los años, iba por caminos diferentes al del registro de hechos trascendentales. La
realidad convulsa y agitada del país, sin embargo, hizo que ese gusto por la fotografía girara
hacia horizontes más comprometidos.
La mezcla perfecta entre esos dos elementos apareció en el año 2013, cuando la Biblioteca
Luis Ángel Arango ofreció una exposición con fotografías de tres décadas del siglo XX en
Colombia: desde los 30 hasta los 50, la época que instalaría los rieles en el destino para
encaminar al país a la despiadada violencia que ha sido el pan de cada día en todos estos años.
La exposición llevaba por nombre Foto Sady, en referencia al fotógrafo que había capturado
cada uno de esos momentos: Sady González. Al observar la exposición vi que se trataba de
gran cantidad de retratos que mostraban el país en su aspecto más rural. Pero el plato fuerte de
la exposición era un registro muy amplio del “Bogotazo”, aquel día en que el país no volvió a
ser el mismo. Con sorpresa descubrí que muchas de las fotografías de esa fecha que estaban
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allí ya las había visto antes, cuando me había adentrado en el estudio de la historia de esa
época en Colombia. Sady González era para mí un conocido y un extraño a la vez: conocía
parte de su trabajo, pero poco sabía de la persona que estaba disparando la cámara y que había
enriquecido mi estudio en términos visuales. Sentí que debía rescatar la imagen de ese
personaje versátil, sensible y arriesgado al darme cuenta de que su forma de contar la historia
era tan valiosa como la que se encontraba en los libros.
Pero antes de entrar de lleno en el estudio de la obra de Sady González hube de estudiar a
profundidad la historia de la fotografía y varias consideraciones que se han hecho sobre el
tema con el paso de los años. Los autores que iluminaron esa etapa del trabajo fueron
relativamente pocos. Sin embargo, la profundidad y claridad con que pensaban sobre la
fotografía hizo que fueran más que suficientes, y sus textos serían el complemento ideal de la
tarea que estaba empezando a desarrollar. Las ideas del filósofo alemán Walter Benjamin, del
semiólogo francés Roland Barthes, y de la novelista y ensayista estadounidense Susan Sontag
llegaban a través de distintos caminos a ideas a veces muy diferentes, pero que por lo mismo
lograban un diálogo muy estructurado entre sí. Además, considero que ninguno de ellos
necesita algún tipo de presentación a la hora de hablar sobre fotografía e imagen: todos ellos,
en su propia época y país, son grandes autoridades en la materia.
Luego del hondo análisis y contexto que estos autores aportaron fue posible pasar de lleno
al trabajo, definiendo una metodología clara: recontar la historia que el país ya conoce a través
de las fotografías que Sady González tomó durante el transcurso de las décadas de su trabajo.
Con ello se pretende dar la importancia debida a la labor de reportero gráfico y más aún
rescatar de ese aparente olvido la figura de Sady González como el representante más versátil
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de este oficio, además de haber sido uno de los primeros en alcanzar evidente notoriedad. Su
mirada, al siempre tratar de igual al humilde y al poderoso, nunca se vio sesgada por
influencia externa, lo que hace de su trabajo algo cercano, agradable y confiable, contando
además con el hecho de que una fotografía es como un hecho: es algo irrefutable, no se puede
discutir que lo que allí está retratado, simplemente sucedió.
Durante las primeras semanas del trabajo se descubrió que el archivo conocido de Sady
González es enorme, tanto que hacía imposible cubrirlo en su totalidad. Por lo tanto, se
escogieron momentos muy puntuales que pasaron por el lente de la cámara de Sady. Cada uno
de ellos es una puerta que, al abrirla, puede mostrar la riqueza al contar la historia por este
medio, que se encuentra si se miran las fotografías con cierto detenimiento. Una cosa sí es
transversal en cada uno de los temas: el estilo, la marca personal de Sady, tan cargada de
sensibilidad y de capacidad de sentir la situación y tomar las fotos más adecuadas para cada
momento. La política, el “Bogotazo”, la primera Vuelta a Colombia en bicicleta, el primer
torneo de fútbol profesional colombiano y una deliciosa caja de pandora que incluye el
registro etnográfico, de la gente, que hizo Sady durante la gran mayoría de sus años activo
como reportero gráfico, fueron los momentos elegidos para desarrollar la tarea. Estos
momentos son, en mi opinión, los más trascendentales de la época por la que pasaba el país en
esas décadas, y la notable diferencia entre uno y otro hace que se vea de forma más evidente la
capacidad del fotógrafo por adaptarse y registrar gran variedad de temas con indiscutida
calidad y precisión.
Para el proceso de recolección de los datos y de las fotografías que servirían como materia
prima para el trabajo se acudió a los periódicos de la época para los que Sady prestaba sus
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servicios como reportero gráfico. De allí mismo se sacaron las imágenes, que eran las mismas
que ilustraban los artículos escritos en la prensa, los cuales, a su vez, hacían que fuera posible
contar de nuevo la historia, pero esta vez no desde los textos hacia las fotografías sino
viceversa. También se recurrió a algunos libros ilustrados con fotografías de Sady y que
contenían ensayos de diferentes autores acerca del contexto y de la realidad social y política
del país en las décadas en que Sady obtuvo sus registros. De igual manera se llevaron a cabo
entrevistas con personas cercanas al fotógrafo, y que conocían de primera mano su obra. Sin
embargo, allí estuvo una de las dificultades a la hora de hacer el trabajo: fue imposible
concretar los encuentros con algunos de los entrevistados por dificultades de tiempo,
principalmente. La solución a esto fue consultar algunos textos de carácter biográfico y
ensayístico que se ocupaban de hablar de Sady y su trabajo. Fueron ellos un excelente
complemento en la medida en que allí estaban consignados muchos pensamientos e ideas que
han surgido con el tiempo alrededor de las fotos de este reportero.
El aporte que deja este trabajo para el campo del periodismo es el rescate que se hizo del
trabajo de un hombre que, por la calidad y la entereza con las que ejerció su labor por cerca de
30 años, merece compartir lugar con varios de los más grandes reporteros de la historia del
país, incluyendo acá tanto fotógrafos como escritores. Además, se está llenando un vacío,
dado que son muy pocos los textos y trabajos que se han dedicado a volver la mirada sobre el
valioso trabajo de fotografía que dejó Sady González para las generaciones posteriores a la
suya.
Con la culminación de este trabajo, la labor de análisis de esta obra fotográfica no está
concluida de ninguna manera. Aún falta profundizar en otras investigaciones encaminadas, por
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ejemplo, a llenar el vacío que hay al contar el trabajo de Sady González en la década de 1930.
Incluso, se podrían agregar otros muchos momentos siguiendo la lógica que tuvo este trabajo,
de volver a contar los hechos de la historia desde las fotografías. Las posibilidades que brinda
la enorme obra de Sady son casi infinitas: es una tarea titánica, casi que utópica, la de agotar
en algún momento este registro monumental de país, que no debe quedar olvidado en los
anaqueles de las bibliotecas.
Este trabajo no es otra cosa sino un viaje por Bogotá y por Colombia, un viaje que brinda la
oportunidad de conocer los territorios divididos que la fotografía logró mostrar a todo el país,
un viaje para conocer los rostros, los trajes, las costumbres de las personas que allí aparecen,
que no son otra cosa sino la raíz misma de una nación que aún no termina de sanar sus
diferencias. Dos miradas hay en este trabajo: la de Sady González, y sobre ella, la mía. La
primera muestra la amplitud máxima del contexto de una realidad que ya no existe pero que
dejó rastro en las fotografías; la segunda es apenas un intento por rescatar un tesoro perdido y
subvalorado. Que este no sea el único intento por lograrlo, y que este sea un viaje ameno para
aquella persona que decida abordarlo.
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El Bogotazo: primer gran síntoma de violencia
En la mañana del 9 de abril de 1948, Sady González estaba en el Coliseo de exposiciones, a
donde asistió el presidente Ospina Pérez para la inauguración de una muestra agropecuaria.
Manuel Uribe, su cuñado y acompañante en ese momento, recordaba que al volver, los carros
andaban a toda velocidad, y las calles estaban atestadas de gente. El conductor que los llevaba
hacia Foto Sady (la empresa de fotografía creada por Sady y Esperanza Uribe, su esposa)
decidió no seguir, y ellos se vieron obligados a ir caminando sin saber qué había pasado. Al
llegar a la casa prendieron el radio y se enteraron: le habían disparado a Jorge Eliécer Gaitán.
Unos cinco minutos antes de que eso pasara, había entrado una llamada a Foto Sady.
Atendió Esperanza. Quien llamaba se presentó como alguien de El Tiempo, y preguntó por el
fotógrafo. Esperanza dijo que estaba con el Presidente, a lo que le respondieron: “Él debía
estar aquí, cerca de El Tiempo”. No se oyó nada más. A los cinco minutos, Gaitán estaba
tirado en el andén, agonizando, frente a El Tiempo. Querían que Sady obtuviera las últimas
fotos del caudillo con vida.
Cuando se enteró del atentado, Sady salió para la Clínica Central, a donde habían llevado
Gaitán. Tal vez fue en ese momento cuando tomó una fotografía que habla más que cualquier
texto sobre la incertidumbre que se apoderó de la gente: en ella ya se ven personas subidas en
el techo de los tranvías, tratando de ver lo que no podían en medio de la cantidad de gente que
había en las calles esperando alguna noticia. Las emociones que transmiten cada uno de los
rostros forman, todas juntas, un huracán de sentimientos: en primer plano aparece un hombre
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de camisa blanca, con la mirada inquieta, rascándose la sien por debajo del sombrero. Detrás
de él, uno mayor se rasca la barbilla con un gesto de confusión. Otros tantos miran a la cámara
y parecen cohibirse. Sin embargo, no todos lo hacen: a la izquierda de la foto hay otro hombre
joven con un gesto que en el fondo reflejaba la expresión de toda la gente allí reunida: el
temor. Se estaba apagando la única voz que había tenido el pueblo en toda su historia.
En la fotografía apenas se ve una mujer, en la puerta del tranvía. La gran mayoría son
hombres. Muy pocos de los que están allí están con traje elegante. Más bien hay muchos con
ruana, con sombreros sucios, igual que las caras y las camisas. No es la oligarquía la
angustiada; es el pueblo el que espera, presintiendo ya un desenlace fatal.
El temor ya se volvía impaciencia afuera de la Clínica central. El mismo pueblo, de ruana y
alpargatas, estaba afuera, esperando noticias. Había varios policías bloqueando la puerta de
acceso, seguramente evitando que el desorden que ya se empezaba a formar en las calles
lograra llegar a los pasillos del centro médico.
Si bien Sady no logró capturar los últimos momentos de Gaitán con vida, sí lo logró con los
primeros después de su muerte. Es célebre la foto en que su amigo Pedro Eliseo Cruz está
sosteniendo su cabeza mientras su cuerpo reposa en una camilla de la Clínica Central y lo
rodean médicos y enfermeras.
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“Tal vez fue en ese momento cuando tomó una fotografía que habla más que cualquier
texto sobre la incertidumbre que se apoderó de la gente: en ella ya se ven personas subidas en
el techo de los tranvías, tratando de ver lo que no podían en medio de la cantidad de gente
que había en las calles esperando alguna noticia.”
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Cuando la gente supo que Gaitán había muerto empezaron los desórdenes. El ‘Bogotazo’
acababa de comenzar. Los edificios de gobierno fueron atacados, al igual que los de prensa
conservadora, más específicamente El Siglo, dirigido por Laureano Gómez. De esta
construcción, Sady logra un registro en el que da la impresión de que, con suerte, lo único que
queda en pie es la fachada. El humo negro ya está saliendo de todas las ventanas, y una puerta
de madera se está consumiendo en el fuego en la entrada principal. Las rejas están destruidas,
y en el piso ya se dejan ver los escombros que se empezarían a ver en casi todas las calles del
centro de la ciudad.
La turba iracunda estaba dispuesta a destruir cualquier edificio, igual que había pasado con
El Siglo. Las herramientas para lograrlo podían ser las menos imaginadas. O por lo menos eso
da a entender la inmortal fotografía que Sady tomó para la historia: los hombres, empuñando
machetes y palos, posan para la fotografía. Pero no sólo son machetes y palos. Allí también
hay martillos, cuchillos de todos los tamaños, y hasta un sacacorchos. Con seguridad, el
portador de esta última arma no dudaría en usarla, bien para atacar, bien para defenderse, y eso
es lo que casi siempre se piensa al ver esta foto. Sin embargo, es posible que la hubiera usado
para lo que fue inventada: para destapar botellas, como la que carga otro de los hombres de la
foto, casi desocupada. Esa botella, muy posiblemente, no había sido comprada, sino robada:
con el ‘Bogotazo’ también había empezado el saqueo masivo de todo tipo de tiendas y
almacenes.
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“La turba iracunda estaba dispuesta a destruir cualquier edificio, igual que había pasado
con El Siglo. Las herramientas para lograrlo podían ser las menos imaginadas”.
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Sin embargo, las tiendas y los edificios no fueron los únicos damnificados con los
disturbios que generó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Los medios de transporte también
fueron blanco de los desórdenes. Son bien conocidas las fotografías que muestran los
momentos en que varios vagones del tranvía de la ciudad son consumidos por las llamas. Hay
una imagen capturada por Sady que bien podría ser la ilustración de una novela fantástica: el
foco de la fotografía está en el vagón del tranvía, del que apenas sobrevive el esqueleto. Está
siendo consumido por las llamas, que están en el techo y en el interior del vehículo. Las
cenizas que va arrojando forman una silueta en el piso, y a pesar de ello, todavía sobrevive su
conexión a la red eléctrica. Esa imagen transmite una sensación de desorden terrible, pero
deteniéndose a observar, el resto de la calle está en perfecto orden. Al costado derecho de la
fotografía, un niño y un hombre más mayor miran a la cámara, y detrás de ellos se ve un
tumulto, que curiosamente va sobre la orilla, no por la mitad de la calle. Detrás del tranvía se
ve a tres personas conversando muy apaciblemente, como si no supieran nada de lo que estaba
pasando a escasos 5 o 10 metros de donde estaban. Al fondo, más tumulto, detrás de algo que
puede ser otro vagón de tranvía, pero nada más. Ni un sólo derrumbe, ningún otro incendio. La
gente se ve tranquila. La protesta por la muerte de su líder pudo haber sido desproporcionada,
pero era justa. Y cuando algo es justo produce tranquilidad.
No se reflejaba el mismo panorama en otra fotografía, tomada desde el lugar donde hoy
está el edificio del Banco de la República, en la Avenida Jiménez con carrera séptima, a pocos
metros del lugar donde había caído el líder. En ella se ven tres tranvías, dos volcados, uno
todavía en pie pero siendo devorado por las llamas. El piso se ve mojado: la lluvia, igual que
la furia del pueblo, había cubierto la capital y había lavado los hombros de la mayoría de las
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personas que allí estaban agolpadas, sin ninguna intensión de ir a sus casas. Sobre los tranvías
tumbados se ven dos hombres de pie, con seguridad instigando al levantamiento. La actitud de
la gente allí agolpada refleja algo de confusión, de zozobra. Pero en el fondo se siente la
misma tranquilidad de los personajes de la foto del tranvía en la calle ordenada. En escenarios
diferentes, que no distaban mucho entre sí, el pueblo actuaba sabiendo que la muerte de su
líder no podía pasar a engrosar las ya largas listas de colombianos muertos en la violencia que
agobiaba al país.
Pero el tranvía no fue el único medio de transporte afectado por los disturbios. Los carros
particulares también vieron caer sobre sí la furia del pueblo revelado. La fotografía muestra un
vehículo clásico, absolutamente dominado por el fuego en su interior, y despidiendo llamas
por todas sus ventanas y por el tanque de la gasolina. Sus llantas están pinchadas, y a apenas
se nota algo del brillo en la pintura del que algún día el propietario se habrá sentido orgulloso.
Las tiendas que hay en el fondo tuvieron la suerte de no haber sido atacados o saqueadas, por
lo menos hasta el momento en que Sady obturó. Atrás, dos hombres caminan por el andén, sin
mucho afán en apariencia. El entorno violento que los rodeaba sería el pan de cada día de las
décadas siguientes. El carro incendiado despide una enorme humareda negra, muy parecida a
la que se eleva en el cielo vaticano cuando todavía no hay un Papa nuevo. En este caso, el
humo no parece indicar que la Iglesia está sin su guía, sino que el pueblo se quedó sin su
líder.
Al final de la tarde, marcharon hacia el Palacio de Nariño varios de los dirigentes liberales
a hablar con el presidente Ospina. Darío Echandía, Carlos Lleras Restrepo, Víctor Merchán,
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entre otros, fueron rodeados por el pueblo, que horas atrás pedía la cabeza del Presidente.
Alfonso Araújo lanza arengas que son correspondidas por la multitud. Hay varios puños en lo
alto, y al fondo hay un hombre que parece dejar su vida en el grito que lanza. Como en el resto
de la jornada, la gente mantenía en sus manos palos y machetes. Junto a uno de ellos, Carlos
Lleras, con un cigarrillo en la boca, mira con cierta malicia a la multitud. Echandía parece
estar aturdido, y las personas parecen estar en actitud de victoria: la idea era que los liberales
tomaran el poder.
Pero ese no era el único lugar del que se elevaban vivas al líder asesinado y a su partido.
Desde el balcón del diario El Tiempo también salían voces de protesta. Con un improvisado
cartel hecho en algún material similar al cartón, y con letras irregulares que rezan “¡Viva! El
Partido Liberal”, las 15 o 20 personas que se asoman y se dirigen a la multitud que hay en la
calle ponen en evidencia su mensaje. Uno de ellos parece tomar prestado el famoso ademán de
Gaitán, con el puño arriba, como quien va a golpear un escritorio, y otro, más con ganas que
con estilo, incita más al pueblo liberal a tomar justicia por su cuenta.
Al final no se logró la toma del poder por los liberales, quienes sólo pudieron conseguir, en
la cabeza de sus más prominentes líderes, algunos puestos dentro del gobierno de Ospina
Pérez. Al día siguiente, el 10 de abril, Bogotá despertaba como quien lo hace después de una
noche de embriaguez, con la diferencia de que los daños tardarían mucho en sanarse.
Tal vez una de las fotografías más dicientes de esa realidad la tomó Sady en la Plaza de San
Victorino. En ella se ve a un hombre de espaldas, con sombrero y ruana y las manos en lo alto,
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esperando que los francotiradores tuvieran piedad de él al verlo desarmado y en actitud
sumisa. En el piso hay un enorme charco, al parecer de agua. ¿De dónde pudo salir? Tal vez
los bomberos en su trabajo, o simplemente fue un desastre más causado por los incontables
desórdenes de la ciudad. Con seguridad no fue la lluvia: el resto de la plaza está seca. La
Basílica del Voto Nacional, cuya cúpula se ve intacta desde la distancia, parece haber corrido
con la suerte de no haber sido atacada, al igual que la casa que hay a la izquierda de la
fotografía, la cual no sufrió averías a pesar de ser un almacén, como advierte su aviso. No
tuvieron la misma fortuna sus vecinas, a su derecha en la foto, que quedaron absolutamente
inservibles, con paredes reducidas a escombro y sin rastro de los techos. La plaza en general
está hecha miseria, y lo inexplicable de la situación se resume en el hecho de encontrar, allí
mismo, un escritorio y una silla que, bien ubicados, deberían estar en un estudio. Al costado
derecho de la fotografía se deja ver una estatua, la estatua de Antonio Nariño, quien le da el
nombre menos conocido a la plaza. Nariño da la espalda a la destrucción de la ciudad, la
misma en la que había nacido, también un 9 de abril, pero en circunstancias radicalmente
diferentes.
La destrucción se mezcla con el sentimiento en otra foto de Sady, esta vez de la calle doce
con carrera once. En ella, contrario a la todavía transitable Plaza de San Victorino, los
escombros invaden la totalidad de la vía, y todo se torna más caótico al estar el suelo mojado.
Algunos sectores de Bogotá más parecían un manglar que una ciudad. Pero no sólo escombros
había en la calle. También se pueden ver cables, bolsas, palos, muebles inservibles y, otra vez
en nombre de la confusión, el bizcocho de un inodoro. La gente se ve obligada a pensar dónde
va a pisar.
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“En el piso hay un enorme charco, al parecer de agua. ¿De dónde pudo salir? Tal vez los
bomberos en su trabajo, o simplemente fue un desastre más causado por los incontables
desórdenes de la ciudad”.
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Arriba, a la izquierda, el pabellón nacional con un trapo negro amarrado a la punta del asta.
Colombia estaba de luto, y el agujero que tiene la bandera en un extremo del amarillo
pareciera ser la herida visible que acababa de sufrir el país.
En el Cementerio Central se tomaron varias de las fotografías más macabras ese 9 de abril.
En una de ellas se ve un pasillo de la necrópolis atestado de cadáveres, todos muertos de
diferentes formas el mismo día que el caudillo. Allí se ven sobre todo hombres de diferente
contextura física, de diferentes estaturas, con rostros irrepetibles pero a punto de ser olvidados.
Todos allí tirados al piso de cualquier forma, esperando ser reconocidos por algún allegado. La
foto da la impresión de que con Gaitán se fue la vida de un pedazo grande del país.
Dentro de la gran cantidad de cadáveres que llegaron al Cementerio Central el día del
Bogotazo y en los siguientes, había uno que era diferente al resto. Este, contrario a la mayoría,
estaba totalmente desnudo, apenas con un par de prendas cubriendo sus genitales y parte de
sus piernas. La gran parte de su torso estaba llena de visibles hematomas producto de los
golpes que había recibido. Su rostro se ve notablemente más oscuro que el resto de su cuerpo.
Sin embargo, el color de él no se puede ver dado que la fotografía está revelada en escala de
grises. Se puede suponer que está todo lleno de sangre, o también que está amoratada producto
de más golpes. Su cuerpo, además, está dentro de un cajón, y su estado de descomposición se
empieza a hacer evidente al ver a quienes lo rodean taparse la nariz y la boca con pañuelos
blancos. Las frentes de algunas de las personas que están en la escena están arrugadas, y el
desagrado parece ser la sensación que todos allí sentían, no se sabe si por el estado de
degradación del cuerpo o por el hecho que le había causado la muerte. El cadáver es el de Juan
Roa Sierra, presunto asesino de Jorge Eliécer Gaitán. Casi 70 años después del homicidio
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“Dentro de la gran cantidad de cadáveres que llegaron al Cementerio Central el día del
Bogotazo y en los siguientes, había uno que era diferente al resto”.
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aún no se sabe a ciencia cierta si fue él quien mató al caudillo. Lo cierto es que le echaron la
culpa, haya sido o responsable del acto. Su cuerpo es parte la imagen viva de la furia de un
pueblo capaz de vengar a su líder más querido con sus propias manos. La otra parte del retrato
de la furia estaba afuera, en la ciudad, en los edificios destruidos. Todo el ímpetu de las clases
populares que habían puesto sus esperanzas en Gaitán había pasado en todas sus etapas por el
lente de Sady. Su valor histórico es indiscutible. La posibilidad de ser afectados por todas
estas fotografías, como lo afirma Susan Sontag, radica en el hecho de que existe una
conciencia política en algún nivel. Mal que bien, el Bogotazo continúa siendo uno de los
hechos más recordados por aquellos que lo vivieron, y más conocidos por las nuevas
generaciones que lo ven como el inicio formal de la terrible violencia que vendría detrás de él.
Como en las peores resacas, Bogotá tenía que reponerse de los estragos del día y de la
noche anteriores. En la todavía existente chocolatería Florida, por ejemplo, los empleados
barrían cantidades de papeles mezclados con tierra y aparentes trozos de madera, y en el
edificio de la Gobernación, actual Avenida Jiménez con carrera séptima, gente del común con
la ayuda de miembros de la fuerza pública, pala en mano, recogían escombros que iban
echando a una volqueta. Así la ciudad empezó a recomponerse y el recuerdo del Bogotazo se
fue alejando día tras día. La situación, hablando de la ciudad, retornó a su cauce normal, por lo
menos en apariencia. Sin embargo, el sentimiento del pueblo no era el mismo. Bien lo diría
Sergio Otálora Montenegro, “Nada volvió a ser lo mismo, pero todo siguió igual”.
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“Como en las peores resacas, Bogotá tenía que reponerse de los estragos del día y de la
noche anteriores. En la todavía existente chocolatería Florida, por ejemplo, los empleados
barrían cantidades de papeles mezclados con tierra y aparentes trozos de madera”.
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El fútbol: retrato del deporte nacional
El cuerpo de Jorge Eliécer Gaitán recién estaría reducido a restos óseos cuando rodó la
pelota en el primer partido del campeonato nacional de fútbol. Colombia tiene una resistencia
muy particular hacia el dolor y la tragedia. Tal vez eso, al igual que riqueza mineral y natural,
también ha ayudado a que el país no se desmorone nunca por completo.
El país no se detuvo en el luto y el dolor que había representado la pérdida de su líder más
querido. El 15 de agosto llegaron a feliz término los intentos que desde 1924 se venían
haciendo para organizar el fútbol en Colombia. La primera fotografía de Sady ilustrando el
Fútbol colombiano fue durante el partido que Millonarios, jugando como local, le ganó al
Once Deportivo por 6-0. Desde entonces, y hasta el final del campeonato, cada ocho días
habría fotografías de Sady, que mostraban pequeños detalles singulares del paisaje y del
escenario, mientras las notas que hablaban del nuevo deporte tomaban cada vez más espacio
en los diarios del país.
El 22 de agosto fue Independiente Santa Fe el que hizo las veces de local en el Estadio El
Campín de Bogotá. Allí derrotó a Atlético Municipal de Medellín por 5-2. En la prensa
aparecía la foto en la que se veía al portero del Municipal hacer una acrobacia en el aire para
evitar el inminente gol que le hacía Gámez, de Santa Fe. Las gradas, que se dejan ver en el
fondo, no están del todo ocupadas. De hecho, parece que los asistentes fueron muy pocos para
la capacidad total del estadio. Más al fondo, fuera del escenario, se dejan ver los cerros
orientales, sin ningún edificio que cubra algo de ellos. A la hora de comparar la Bogotá de
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entonces con la de ahora, detalles de esa índole evidencian diferencias abismales, así no
parezcan relevantes en absoluto. Con ese triunfo, Santa Fe escalaba a la cabeza del torneo.
El trabajo gráfico de Sady en el primer torneo de fútbol en Colombia lo hizo, en su
totalidad, en Bogotá, cubriendo los partidos que jugaban los dos equipos de la ciudad, Santa
Fe y Millonarios, en el Estadio El Campín. La siguiente fecha tendría a Millonarios
enfrentando al Deportivo Cali, en un “uno de los mejores encuentros jugados en Bogotá”,
según la prensa. Los locales ganaron por 3-2. La fotografía muestra mayor cantidad de público
con respecto a la fecha anterior –cerca de cinco mil espectadores, de acuerdo con los diarios- a
quienes la actitud de los equipos en el terreno de juego sacó más de una exclamación de
satisfacción. Parecía que el fútbol empezaba a llegar al pueblo bogotano.
La fecha siguiente de nuevo enfrentaba en El Campín a un equipo de Cali y a otro de
Bogotá, esta vez Independiente Santa Fe contra el América. Los locales aplastaron a los
caleños por 5-1. La fotografía que obtuvo Foto Sady del partido muestra a Ochoa, portero del
América, luchando por evitar que el resultado del partido fuera más abultado. Por otro lado,
Julio “Chonto” Gaviria, portero de Santa Fe también luchaba por recuperar un balón en el aire,
disputado con jugadores rivales. Todo indica que el partido tuvo como protagonistas a los
arqueros: por un lado, el que peleó hasta su último aliento para que los locales no anotaran un
gol más, y por el otro, el que ganó la mayoría de pelotas que llegaban a sus predios.
Esta vez, y como era de esperarse luego del aumento progresivo de los asistentes, las
tribunas estaban llenas. En ambas fotografías, cuyos ángulos de captura son distintos, se puede
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ver que la gente llenó las tribunas, lo que lleva a deducir que el estadio estaba lleno, o por lo
menos muy cerca de estarlo. Se puede argüir que el equipo rojo de la capital tenía más
hinchada que Millonarios. Sin embargo, más que ir a alentar a un equipo u otro, los
aficionados iban a deleitarse, a pasar un domingo en familia viendo jugar a la pelota. Era esta
la verdadera tradición del fútbol en Bogotá, contraria a la que impera en la actualidad, y que
toma sus actuaciones de barras bravas de otros países de América y del mundo. Con la
cómoda victoria, Santa Fe seguía en la parte más alta de la tabla de posiciones, posición que
no había variado en todas las fechas del campeonato.
Para la fecha siguiente, nuevamente Millonarios jugaba de local, enfrentando al Deportivo
Caldas. Las alineaciones de los equipos, por ese entonces, presentaban a 5 o 6 delanteros, por
lo que no era extraño ver resultados como el 7-4 con el que ganó el equipo de la capital. Las
fotos de Sady muestran un juego recio, disputado a pesar del resultado. Si bien Millonarios
hizo 7 goles, un número extravagante, el Caldas hizo 4, que no es una cantidad despreciable.
Quince días atrás, las tribunas del estadio estaban llenas hasta la mitad, vistas desde el ángulo
en que se tomó la fotografía. En esta ocasión, la misma tribuna, que muestra los desnudos
cerros orientales de fondo, está casi llena, salvo por unos pequeños espacios al nivel de la
gramilla. Un fútbol muy propio, independiente al orbital que había hecho una para por culpa
de la Guerra, recogía cada semana más aficionados en Colombia. Al final de la jornada, los
dos equipos de la capital, Santa Fe arriba y Millonarios después, dominaban el campeonato.
En la siguiente fecha se verían en el campo.
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“En esta ocasión, la misma tribuna, que muestra los desnudos cerros orientales de fondo,
está casi llena, salvo por unos pequeños espacios al nivel de la gramilla”.
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El 19 de septiembre se llevó a cabo el primer clásico capitalino. El estadio El Campín
quedó corto para acoger a todas las personas que querían entrar a ver el juego. Entraron cerca
de 25.000, completando el aforo, y por fuera quedaron otras 10.000. Los ríos de gente que el 9
de abril anterior exigían justicia por su líder muerto inundaban ahora toda la ciudad para ver el
esperado partido. “Cincuenta mil almas se movilizan en Bogotá por un partido de fútbol”,
tituló el diario El Tiempo. Un elevado porcentaje de los pobladores de la capital se daba cita en
el estadio. Las tribunas, como lo muestran las fotografías, obviamente están llenas. Varios
registros fueron publicados en la prensa, dándoles más espacio del habitual.
El partido terminaría 5-3 a favor de Santa Fe, tomando así ventaja sobre su rival más
directo. Las fotografías muestran un juego intenso, que además tuvo de nuevo una destacada
actuación del Chonto Gaviria, portero del equipo rojo. Una de las fotografías que más tuvo
visibilidad fue la del momento en que Santa Fe anotaba su tercer gol. En ella se ve al arquero
hacer un inútil esfuerzo por detener el violento disparo de tiro libre de cerca de 30 metros
cobrado por el español Jesús María Lires López. El portero, a pesar de estar en buena posición
y de haber saltado en el momento para poder detener el tiro, apenas pudo ver que la pelota
entraba de nuevo en su portería mientras su torso se doblaba hacia atrás antes de caer sobre el
pasto. Según los periódicos, ese fue el momento más significativo del encuentro.
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“El portero, a pesar de estar en buena posición y de haber saltado en el momento para
poder detener el tiro, apenas pudo ver que la pelota entraba de nuevo en su portería mientras
su torso se doblaba hacia atrás antes de caer sobre el pasto”.
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Cuando terminó el juego, justo cuando el árbitro dio el pitazo final, los hinchas se tomaron
la cancha para alzar en hombros al Chonto Gaviria, como a los toreros cuando tienen una
faena inolvidable. En la fotografía se ven cuatro hombres con la alegría pintada en la cara
luego de haber derrotado al rival de patio, mientras que un niño que parecía querer ayudar, se
frenó para no dañar la foto. En el rostro del homenajeado se ve la alegría, la satisfacción y la
sorpresa por el inesperado homenaje. En ese momento parecía haber una relación más cercana
entre los hinchas y sus ídolos. Una vez más la jornada del fútbol colombiano cerraba con
Santa Fe a la cabeza.
La siguiente semana, el cuadro rojo enfrentaría a Universidad Nacional. Las fotos que Sady
logró de ese encuentro muestran a dos equipos aguerridos, que luchan hasta el último
momento por evitar que sus vallas sean vencidas. O por lo menos así se ve a un defensa de
Santa Fe, intentando detener de chilena un disparo de un jugador contrario, cuya potencia hizo
que el esfuerzo del cardenal fuera inútil. Al ver las fotos, se puede ver que fueron menos los
asistentes vieron la victoria de Santa Fe por 6-3, resultado que lo afirmaba en la punta del
campeonato, habiendo ganado 6 partidos, empatado 1 y perdido ninguno, teniendo además una
impresionante cifra de 31 goles a favor, aventajando ahora 5 puntos a su rival directo,
Millonarios, quien había perdido valiosos puntos con el Júnior de Barranquilla, que se
acercaba de a poco a los primeros lugares.
El primer partido del mes de octubre en Bogotá lo disputarían Millonarios contra el Atlético
Municipal, hoy Atlético Nacional, en lo que puede ser considerada la semilla de la fuerte
rivalidad que hay entre los dos equipos en la actualidad. Los bogotanos estaban en la
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obligación de sumar puntos luego de haber perdido en la fecha anterior, sin embargo, los
antioqueños no fueron rival fácil y, llevándose una victoria de 4-3, quitó las esperanzas de
Millonarios por reponerse. La fotografía ilustra el momento en el que los paisas, formados en
fila como un ejército, saludan a la tribuna. Y no es equivocado decir esto: la fotografía da la
impresión de que el Atlético Municipal fue como un ejército que aplastó a los pobladores en
El Campín y colonizó una nueva tierra, adornada por los cerros que atrás se dejan ver.
En esa misma fecha, la prensa también informaba que el partido entre Medellín y Santa Fe,
en la capital de Antioquia, no había podido llevarse a cabo por orden de la Gobernación de ese
departamento. El partido se volvió a programar para el 17 de octubre. Para ese momento,
Medellín ya contaría con nuevos refuerzos, lo que sirvió para derrotar a los capitalinos por 2-
0.
El 10 de octubre, Santa Fe volvería a jugar en Bogotá, esta vez frente al Deportivo Cali.
Los locales, en un partido flojo, sólo lograron empatar 3-3 con el Cali, quien dio “una clase de
fútbol” según la prensa. Al igual que el partido de los rojos, la asistencia fue muy regular. El
Campín no se volvería a llenar como en el Clásico bogotano por mucho tiempo. Las
fotografías de Sady indican que el partido fue muy recio en cuanto al contacto se refiere,
dando como resultado la lesión de Lorenzo Delli, de Santa Fe, quien fue retirado del campo de
juego por el masajista de su equipo y por un jugador del Cali, en un gesto que hoy por hoy es
muy improbable de ver. Los capitalinos vieron varias veces el partido perdido, por jugadas
como la registrada por Sady, cuando la zaga santafereña estaba vencida, en el suelo, incluido
el arquero Chonto Gaviria. La pelota parecía tener destino de gol hasta que, en una oportuna
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intervención de un jugador local, finalmente salió a la línea de meta. El Cali se iría de la
capital con los méritos suficientes para ganarle al puntero del torneo, pero no con los
suficientes goles anotados.
En la décima fecha del torneo, Santa Fe recibía al Deportes Caldas en un desocupado
Estadio el Campín. Las fotografías de Sady para El Tiempo mostraban los momentos en que
las vallas de ambos equipos eran vencidas, siempre ante el infructuoso esfuerzo de las
defensas por evitarlo. El campo de juego se ve embarrado, pero eso no evita que lo jugadores
se arrastren por el piso si de detener el balón se trata. Es curioso ver que en fotografías de este
mismo tipo, los porteros muchas veces ni siquiera aparecen. Tal vez en ese momento el papel
del arquero no era tan limitado como ahora, que se deben quedar, en la medida de lo posible,
en la línea de gol. Incluso en esos detalles el fútbol era más primitivo, pero de la misma forma,
más libre. El partido terminaría empatado a 2 goles. No obstante, la prensa seguía cubriendo
en elogios a Chonto Gaviria, portero de Santa Fe, de quien seguían apareciendo fotografías
mostrando su destreza y excelente forma. A pesar del empate, y de haber perdido en la fecha
anterior frente al Medellín, Santa Fe todavía estaba a la cabeza del torneo. Mientras tanto, el
otro equipo de Bogotá, Millonarios, no levantaba cabeza y encajó otra derrota, esta vez de
visitante.
El 31 de octubre, Millonarios volvía a jugar en el Campín, esta vez frente a Universidad
Nacional. El estadio, como parecía haberse vuelto costumbre, estaba una vez más a medio
llenar. Los azules, que habían desmejorado su juego en los últimos partidos, estaban en la
octava posición de la tabla, mientras que su rival era el colero del torneo.
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“La prensa seguía cubriendo en elogios a Chonto Gaviria, portero de Santa Fe, de quien
seguían apareciendo fotografías mostrando la destreza y excelente forma física del
guardameta cardenal”.
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A juzgar por las fotografías fue un juego recio, en el que muchas veces los jugadores iban
más al cuerpo del rival que al balón. Eso se puede ver en la fotografía que muestra al arquero
de Millonarios tendido en el suelo mientras es atendido por Olivera, su entrenador. La lesión
fue producto de un golpe en la cabeza, por lo que debió ser trasladado a un hospital. De esa
época datan también las polémicas con los árbitros. Por ejemplo, en este partido, y como
también lo retrata Sady, el juez central tuvo que ser rodeado por unos soldados que formaron
una barricada alrededor suyo después de haber tomado una decisión en el juego. Aquí
seguramente actuó el desespero de un equipo que tuvo un excelente arranque de torneo, que
disputó las primeras posiciones, pero que se había venido abajo desde hacía varias semanas.
En la foto también se puede ver a un jugador alejarse del lugar donde se hacía el reclamo con
la mirada clavada en el césped, en un evidente gesto de impotencia. A la larga, el fútbol es
también emoción y sentimiento, cosas que también quedaron retratadas para la historia en las
fotos de Sady González.
Pero hablando del partido como tal, Cardona, el portero de Universidad, tuvo una destacada
actuación. Varios registros lo muestran estirando su cuerpo para poder llegar a los balones
que, sin su esfuerzo, seguramente habrían entrado al arco: tiros altos, a media altura,
recostados hacia los verticales, pero nada: Cardona, con su uniforme ajedrezado, fue el señor
de los aires esa tarde en el Campín. Sin embargo, sus esfuerzos sólo sirvieron para hacer que
la derrota del equipo no fuera tan amplia: Millonarios volvía a ganar en el Campín, y ahora
enfilaba baterías para seguir escalando y recuperar su lugar entre los primeros. Mientras tanto,
el panorama para el otro grande de Bogotá, Santa Fe, no pintaba muy bien: el Atlético Júnior
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“Cardona, con su uniforme ajedrezado, fue el señor de los aires esa tarde en el Campín”.
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lo había empatado en puntos en la tabla. Parece que desde entonces los rojos tienen la
costumbre de hacer sufrir a su hinchada.
El trabajo de Sady se reducía a Bogotá, pero no a los dos equipos grandes de esa ciudad.
También cubrió los partidos de Universidad Nacional en el Estadio Alfonso López Pumarejo
de ese claustro universitario, como el que el equipo bogotano le ganó al América de Cali por
3-2. El registro muestra al portero de Universidad vencido en el piso, instantes antes de caer
por completo unos metros adelante del arco, mientras el balón está a punto de tocar la red
dentro de él, todo esto ante la mirada de un público muy reducido, nada comparable con el del
Campín, ni siquiera en sus peores registros de asistencia. De acuerdo con la prensa fueron mil
personas las que fueron a ver el partido en el que ganó el colero del campeonato. Este partido
se desarrolló el sábado; el domingo sería el complemento de la fecha.
Sin duda alguna, el partido más atractivo de ese día sería entre Santa Fe y Júnior, los
punteros del campeonato. Con aparente facilidad, Independiente Santa Fe se impuso al equipo
barranquillero. Las fotografías de Sady, siempre atento a captar el momento exacto de las
anotaciones, muestran dos de los tantos con que los capitalinos derrotaron a los costeños. En
una de ellas aparece el español Lires López de Santa Fe frente al portero del Júnior, quien no
puede hacer nada para detener la anotación. Los defensas también aparecen aventajados por el
atacante rojo, y el gesto de sus cuerpos es ya de resignación mientras Lires López apenas está
empujando el balón para marcar el tercer gol cardenal.
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La otra fotografía de Sady que acompañó los textos de El Tiempo de ese día también
mostraba al portero Ojeda del Júnior, vencido a los pies de su arco. La pelota había entrado al
arco luego de un potente remate, y el resultado en contra de los barranquilleros se hacía más
amplio. El resultado final fue de 4-1, en un partido en el que tal vez la imagen más repetida
fue la del arquero Ojeda tratando de hacer hasta lo imposible por evitar que Santa Fe anotara.
Además, con esta victoria, el equipo rojo de Bogotá se instalaba, solitario, en la punta del
torneo con 17 puntos, dos más que el rival que acababa de vencer.
El registro de prensa del torneo en la semana siguiente no contó con notables fotografías de
Sady en la prensa. Se supo que Santa Fe mantuvo el liderato al derrotar a América por 2-1 en
condición de visitante. La próxima fecha volvería a contar con los registros de Sady, que
ilustraron una nueva victoria de Santa Fe en Bogotá, esta vez ante el Once Deportivo. La
fotografía, que deja ver un estadio a medio llenar, muestra también al arquero del Once
lanzándose hacia el palo izquierdo de su portería, tratando de evitar lo inevitable: que el
potente disparo desde 20 yardas no pusiera a su equipo abajo en el marcador. El autor fue el
español Lires López, quien parecía ya tener a la hinchada cardenal a anotar soberbios golazos
desde larga y media distancia. De acuerdo con la prensa, ese pudo haber sido uno de los pocos
momentos buenos de Santa Fe, ya que el partido que hizo el equipo fue calificado de
“mediocre”. También se resaltó la mala actuación del juez central, Luis Rendón. El encuentro
que terminó 2-1 sirvió también para aumentar a cuatro puntos la ventaja que le llevaba al
Júnior, que había perdido su encuentro. El otro grande de Bogotá, Millonarios, había perdido
por 3-0 frente al Deportivo Caldas. El nuevo impulso que parecía habían tenido los azules no
se mantuvo, y su mediocre racha se prolongaba.
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En los primeros torneos del fútbol colombiano, los partidos se disputaban de local y de
visitante, dado el pequeño número de participantes. Es decir, todos los equipos jugaban contra
el resto de participantes un partido como local y otro como visitante. Por eso, en la siguiente
fecha, Millonarios y Santa Fe se volvían a enfrentar en El Campín oficiando los azules como
locales. Las fotografías de Sady que aparecieron en la prensa mostraban a ambos equipos
formados en el terreno de juego antes de iniciar el partido. En esa época posaban para la foto
todos los jugadores, no solamente los titulares. Sin embargo, en este partido los protagonistas
no fueron los que aparecieron en esas fotos, sino el clima. Una tremenda granizada obligó a
suspender el partido. Desde aquella época la lluvia tiene la costumbre de arruinar actividades
masivas. Las fotografías principales mostraban los gruesos chorros de agua con granizo que
caían a las tribunas, mientras que los aficionados miraban las últimas jugadas del partido antes
de que se decidiera programarlo para otro día. Momentos después, y en su afán por dejar el
estadio para evitar mojarse, los asistentes pasaban por encima de cualquier cosa que estuviera
en su camino, dejando incluso varias sillas destruidas en el piso. El caos fue el anfitrión
aquella tarde. Santa Fe se fue ganando parcialmente el partido por 1-0. El martes siguiente, 30
de noviembre, al mediodía, se reanudaría el compromiso, que habría de terminar por 2-1 a
favor de los cardenales, quienes hundieron más a Millonarios en la tabla y cada día se
acercaban más al título.
La semana siguiente, Millonarios volvió a ser local en El Campín, esta vez enfrentando al
Júnior de Barranquilla, escolta del líder Santa Fe en la tabla de posiciones. Teniendo en cuenta
que el club azul no venía teniendo un rendimiento positivo, y que el Júnior estaba en la lucha
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“Una tremenda granizada obligó a suspender el partido. Desde aquella época la lluvia
tiene la costumbre de arruinar actividades masivas”.
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por alcanzar a Santa Fe, podría decirse que los costeños tenían la balanza a su favor. Sin
embargo, la historia fue muy diferente.
Los partidos hay que ganarlos, repiten con ahínco comentaristas y técnicos del fútbol, y tal
vez el Júnior olvidó eso al ser aplastados 6-1 por los Embajadores. Así, el equipo azul parecía
sacudirse de una seguidilla de partidos malos que lo habían desplazado a posiciones lejanas
del liderato en el torneo. Contrario a lo que puede indicar el marcador, el equipo de
Barranquilla llegó varias veces al área del arquero Rocha de Millonarios, quien tuvo una
destacada presentación aquella tarde. Las fotografías de Sady muestran al portero atajando
potentes y difíciles tiros en todos los palos, a diferentes alturas: en el travesaño y casi a ras de
piso, uno de los cuales por poco se le cuela dentro del arco.
Al final del encuentro, el ímpetu de los hinchas azules por reencontrarse con la victoria no
se hizo esperar y una vez más, como había pasado en otros partidos, invadieron la cancha para
alzar a sus ídolos en hombros. La celebración especialmente giró en torno a Cabillón, quien
con un potente disparo había anotado el último gol del partido. La alegría que los hinchas
llevaban en el rostro es evidente, y a pesar de que su equipo estaba en la séptima casilla, había
hecho un gran partido frente a un rival importante. No podía ser para menos.
La siguiente sería la última fecha del primer campeonato colombiano de fútbol. El Campín
de Bogotá albergaría el encuentro entre dos rojos: Santa Fe recibía al Independiente Medellín.
El visitante, de acuerdo con la prensa de ese momento, hizo un buen primer tiempo. Eso
también lo muestra una fotografía de Sady, en la que se ve al portero Chonto Gaviria una vez
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más como salvador de Santa Fe, al detener al Chano Campos, delantero de Medellín, que
prácticamente estaba dentro del arco con el balón.
El aparente partido equilibrado que había dejado el primer tiempo dio un violento giro en la
etapa complementaria y el líder del campeonato enfiló sus baterías para vencer a los paisas. En
brillantes 45 minutos -como lo dijo el diario El Tiempo-, Santa Fe despedazó con 6 goles al
Medellín, que no consiguió vencer la portería cardenal. La fotografía principal muestra al
arquero visitante tratando de detener infructuosamente uno de los remates de Santa Fe que
terminaría en gol. La fotografía también reafirma una tendencia que Sady González había
desarrollado con precisión a lo largo del torneo: obtener el momento exacto en que el balón
entra a la portería mientras el arquero, vencido, aún mira el esférico. Así fue esta fotografía: el
balón está tocando la parte superior de la malla. El portero, sin opción alguna, parece quedarse
congelado unos pasos adelante de la línea de gol.
En El Tiempo, arriba de la fotografía impresa estaba escrito un título que pasaría a la
historia: “Santa Fe, Campeón Profesional Colombiano”. El equipo cardenal había hecho una
campaña casi perfecta, en la que pasó por encima de todos los rivales, tropezando apenas un
par de veces. El los rojos de Bogotá obtuvieron entonces un apelativo que mantiene hasta el
día de hoy: El primer campeón. La fotografía tiene algo tautológico, afirma Roland Barthes, y
ello se puede ver que cada una de estas fotografías volvía a la misma realidad una y otra vez.
Sin embargo, el mérito de Sady radica en el juicioso seguimiento que logró para contar de
nuevo, y a partir de su trabajo, los primeros momentos de un torneo que sobrevive hasta el día
de hoy y que arrastra multitudes enteras.
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“La fotografía también reafirma una tendencia que Sady González había desarrollado con
precisión a lo largo del torneo: obtener el momento exacto en que el balón entra a la portería
mientras el arquero, vencido, aún mira el esférico”.
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La Vuelta a Colombia: el primer intento por unir al país
La primera edición de la Vuelta a Colombia en bicicleta empezó el 5 de enero de 1951, en
la Avenida Jiménez con Carrera séptima, en el centro de Bogotá. Ese día, el diario El Tiempo,
cuya sede quedaba en esa dirección, publicaba el nombre y el recorrido de cada una de las 10
etapas que se correrían desde ese día y hasta el 17 del mismo mes.
Allí se habían agolpado miles de bogotanos para presenciar el inicio de la primera edición
de la vuelta. Desde las 7:30 de la mañana la multitud se tomó la calle, desde la sede de El
Tiempo hasta la Estación de la Sabana, casi 10 calles hacia el occidente, esperando la ansiada
largada, que sería a las 8:10 de la mañana. Las fotografías de Foto Sady muestran el paisaje de
la situación: las calles son ríos de gente, y los edificios parecen hundirse entre ellos. No se ve
una organización clara, no se diferencia entre asistentes y posibles competidores. La Vuelta
era de todos y para todos. Sin embargo, y a pesar del aparente caos, los ciclistas se ordenaron
un par de minutos antes de la partida y el redactor Jorge Enrique Buitrago, en representación
del director de El Tiempo, patrocinador de la competencia, sostenía la bandera a cuadros
mientras los jueces terminaban de sincronizar sus cronómetros.
De ese mismo lugar también partió un camión cargado de repuestos y todo tipo de
herramientas para actuar en caso de avería de alguna de las bicicletas de los competidores. A
primera vista, el camión parece que recogiera chatarra (un cementerio de bicicletas, reza el pie
de foto), sin embargo, es la garantía de los ciclistas de mantener la posibilidad de llegar a la
meta. Dos mecánicos también van en el camión.
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A su paso por Facatativá, población ubicada al occidente de Bogotá, los pedalistas también
fueron esperados por asistentes aficionados, que hicieron una especie de calle de honor en
lugar por donde habrían de pasar los competidores. Era como si el pueblo se hubiese
paralizado. Seguramente la Vuelta a Colombia fue tan importante y llamativa por el hecho de
ser la bicicleta un medio de transporte tan popular en aquel momento. De hecho, en el registro
que obtuvo Foto Sady, se dejan ver un par de personas que llegan a ver la competición
habiéndose transportado en bicicleta. Los asistentes arrojaban flores a los ciclistas que pasaban
por la plaza principal del pueblo.
Al final de la jornada, la etapa de 163 kilómetros había llegado a Honda, en el
departamento del Tolima, y había quedado en manos de Efraín “Zipa” Forero, quien llegó con
más de 20 minutos de ventaja sobre Carlos Orjuela, segundo en la carrera. Al día siguiente
sería la fotografía de Forero, tomada por Foto Sady antes de la salida de la etapa, la que
ilustraría la primera plana de El Tiempo.
En este punto es bueno aclarar que Sady González no fue quien acompañó todo el recorrido
de la Vuelta a Colombia a lo largo de los departamentos por los que se compitió. Lo hizo el
fotógrafo A. Cortés, como lo indica el diario El Tiempo. Tal vez este alumno de Sady no gozó
del reconocimiento que sí tuvieron otros tantos que pasaron por su escuela, pero una cosa es
clara: Sady había logrado que sus aprendices desarrollaran un mínimo nivel de sensibilidad a
la hora de estar detrás de la cámara, lo cual hacía que cada fotógrafo, teniendo su estilo,
aportara de una manera valiosa a la consolidación de Foto Sady como empresa y como
escuela. Además, Cortés logra cumplir una especie de mandamiento que enuncia Susan
101
“Desde las 7:30 de la mañana la multitud se tomó la calle, desde la sede de El Tiempo
hasta la Estación de la Sabana, casi 10 calles hacia el occidente, esperando la ansiada
largada, que sería a las 8:10 de la mañana”.
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Sontag: el fotógrafo es alguien en movimiento perpetuo. Esto le permitió estar siempre en el
lugar donde se podían tomar las mejores fotografías
Al día siguiente, la etapa de 41 kilómetros iniciaría en Honda y terminaría en Fresno,
también al norte del Tolima. En ella se empezaría a dimensionar la dificultad de la carrera y se
verían las condiciones extremas de las vías por donde pasarían los pedalistas. En un registro de
Foto Sady se ve al Zipa Forero con el agua del río debajo de las rodillas y con la bicicleta al
hombro. A su lado, un par de jóvenes que parecieron verse sorprendidos por el ciclista
mientras tomaban un baño en la quebrada miran hacia adelante, tal vez indicándole al Zipa el
camino correcto a seguir. Al extremo derecho de la foto se deja ver un camión, que
seguramente era el que cargaba los repuestos y herramientas para los ciclistas en caso de
avería. Como telón de fondo, el monte. Nada más. Pocas fotos dirían tanto como esta al
momento de ver el padecimiento y la entrega de los pedalistas. Razón tenía El Tiempo al
calificar a la Vuelta a Colombia como la prueba más accidentada del mundo. También se
entiende la declaración del ciclista francés José Beyaert, campeón de la Vuelta en 1952, quien
afirmó que “en Colombia aprendí el significado de la palabra coraje”.
De esta misma etapa data la fotografía en la que Donald Raskin, secretario de la Asociación
de ciclismo, arroja una cubeta de agua sobre el corredor Leoncio Celis, en el tramo que pasaba
por el municipio de Mariquita, en el Tolima, al haber una temperatura extrema (en Mariquita
se pueden subir de los 30°C). Con seguridad no sólo los organizadores de la carrera se ponían
en la tarea de asistir a los ciclistas; el apoyo de la gente era tal que se le brindaba todo el
ánimo posible a los corredores, fueran de primeras o de últimas. Había conciencia de la
tremenda exigencia de la prueba.
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“Donald Raskin, secretario de la Asociación de ciclismo, arroja una cubeta de agua sobre
el corredor Leoncio Celis, en el tramo que pasaba por el municipio de Mariquita, en el
Tolima, al haber una temperatura extrema (en Mariquita se pueden subir de los 30°C)”.
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Una vez más el Zipa Forero se llevó la etapa, esta vez con un tiempo de 2 horas y 44
minutos, a 11 minutos del segundo, el antioqueño Roberto Cano. En palabras de El Tiempo, él
era un “extraordinario novato de Envigado”, quien aparece bien equipado y con ropa adecuada
en los registros de Foto Sady.
La etapa del día siguiente iría desde Fresno hasta Manizales, capital del departamento de
Caldas. En ella, Roberto Cano intentó atacar al líder Efraín Forero. En la fotografía de Foto
Sady, se ve el intento del Zipa de alcanzar a Cano, quien está delante de él apenas unos
metros. La carretera, como era normal, estaba destapada, y el sol pegaba con fuerza. Aquí se
descubre otro factor ajeno a los corredores pero definitivo para la carrera: el clima. Dada la
característica de Colombia de cambiar de clima en ciudades relativamente cercanas, los
ciclistas debían enfrentar cambios de temperatura extremos y soportar alturas de hasta 3400
msnm.
En estas condiciones eran de esperarse los accidentes y las averías de las bicicletas.
Leoncio Celis, por ejemplo, tuvo que detenerse en el tramo que de Honda conduce a Fresno
para reparar su bicicleta. Lo hizo con la ayuda del secretario de la Asociación de ciclismo,
Donald Raskin, el mismo que le había aventado un balde de agua en la etapa anterior. Foto
Sady muestra a Celis agachado, mirando al lente del fotógrafo, mientras que Raskin está
concentrado en el arreglo sin haberse dado cuenta de la presencia del reportero. Junto a ellos,
tres curiosos mirando la labor. No podría entenderse la Vuelta sin la presencia de la gente.
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El 8 de enero fue la primera jornada de descanso. Sin embargo, El Tiempo publicó algunas
fotografías de Foto Sady en las que se ve lo que hasta ahora había pasado en la Vuelta. No
podían faltar los registros de Efraín Forero entrando victorioso a Manizales y Fresno, en donde
la gente lo esperaba, como en todos los pueblos. Allí se deja ver la bandera nacional en la
mano de alguno de los asistentes. Puede que este parezca un detalle menor, pero también
puede ser visto como la unión que representaba la Vuelta para un país que empezaba a entrar
en las tinieblas de la Violencia. El suelo que se ve en la fotografía nuevamente da testimonio
del padecimiento de los competidores: se ve una calle descuidada, apenas formada por piedras
o barro, y la fotografía hace sentir en quien la ve (y que haya montado bicicleta alguna vez) lo
complicado que era cumplir con la hazaña de llegar a la meta.
De la serie de fotos, la más llamativa es sin duda la que muestra al ciclista Luis Eduardo
Arias, oriundo de Honda, debajo de una pequeña cascada que se encontró en el camino. El pie
de foto dice que “se acuesta a dormitar dentro de las frescas aguas de una quebrada”. Sin
embargo, es de dudar, porque más parece que el competidor se está refrescando de las
temperaturas tan altas, y que de paso se lava la cara y el uniforme, que deben estar llenos del
barro que se le iba pegando por el camino lodoso. La improvisada ducha se ve rodeada de todo
tipo de vegetación y de barro que fácilmente podía tragarse a cualquiera de los ciclistas.
El barro parecía ser la constante en las últimas etapas. Los ciclistas seguramente ya lo veían
venir cuando al salir de Fresno el clima amenazaba con algo de lluvia, que caería después de
un rato y por cerca de cuatro horas. Esa agua caída del cielo fue lo que le dio a las carreteras
un aspecto de manglar en las que, como se ven en la foto de alguna de las etapas, los ciclistas
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apenas pasan un enorme charco se encuentran con la trocha salvaje. Por suerte, allí se ve que
van acompañados por dos camiones, los que cargaban con los repuestos. “Por esas vías han
recorrido esos grandes del deporte colombiano”, reza el pie de foto.
En otra fotografía, portada de El Tiempo del 9 de enero, apenas se dejan ver dos pequeños
tramos de la carretera destapada que parecen estar hundiéndose entre la maleza y el monte.
Los ciclistas estaban en medio de la nada. En este registro ve a Efraín Forero, líder de la
carrera, seguido por la camioneta que lo acompañaba. La fotografía, que dice más que las
palabras a la hora de describir las condiciones del terreno tan adversas, es muy poderosa por la
riqueza visual, obliga al ojo a desplazarse por toda ella y deja imaginar qué puede haber más
allá de lo que el fotógrafo captó. “Es un éxito fotográfico indudable”, describió El Tiempo.
La etapa del 9 de enero, que arrancó en Manizales, se la llevó el antioqueño Roberto Cano,
quien se había perfilado como la competencia más seria que tenía el hasta ahora imbatible
Zipa Forero. Foto Sady captó la imagen del momento exacto de la llegada del paisa a la meta,
en el municipio de Cartago, departamento del Valle del Cauca, con varias personas alrededor
que, como en el resto de pueblos, se daban cita en el lugar de la meta para vitorear al vencedor
y mostrarle su apoyo. A pesar de haber sido derrotado, el Zipa Forero era el dueño de la
camisa del líder, como lo muestra otra fotografía, en la que además se le ve acompañado por
dos trofeos, resultado de sus victorias en las etapas anteriores.
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“La improvisada ducha se ve rodeada de todo tipo de vegetación y de barro que fácilmente
podía tragarse a cualquiera de los ciclistas”.
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La siguiente etapa, de Cartago a Cali, en el Valle del Cauca, vio ganar a Óscar Oyola,
seguido de Carlos Orejuela, quienes habían disputado la tercera posición en la etapa anterior.
Zipa Forero cruzó la meta en la quinta plaza, a escasos dos minutos del vencedor, mientras que
Roberto Cano llegó en la decimocuarta casilla, a más de 15 minutos de Oyola. Sin embargo,
Zipa Forero era todavía dominador de la clasificación general, con una ventaja de cerca de dos
horas de Roberto Cano, segundo en la clasificación.
El 11 de enero hubo una nueva jornada de descanso, y el 12 empezó el camino de regreso a
Bogotá con la etapa desde Cali hasta Sevilla, también en el departamento del Valle. Una vez
más el público se tomaba las calles para ver a los ciclistas quienes, con relativa calma,
iniciaron la etapa. De esta fecha son escasos los registros de Foto Sady que la prensa utilizó
para ilustrar los acontecimientos de la etapa, que dejó una vez más al Zipa Forero como
ganador, ratificando también su dominio en la clasificación general.
La siguiente etapa sí dejó más registros de Foto Sady, como el que logró cuando el Zipa
Forero llegó victorioso a la meta una vez más ante las aclamaciones del pueblo de Armenia,
que buscaba la mejor ubicación para ver con sus ojos, y no por oídas, cómo había sido la
llegada de los titanes que ya habían soportado siete etapas con todas las adversidades que eso
significaba.
En esta etapa, Foto Sady logra el registro de un pelotón de ciclistas separados del resto de
los competidores. Es una extraña mezcla entre una situación típica de las grandes carreras de
ciclismo a nivel mundial, las cuales se disputan en Europa, y el paisaje netamente rural y
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agrario de Colombia para esa época. Con seguridad en Francia e Italia no todos los lugares por
donde pasan sus respectivas competencias ciclísticas son poblados, pero tampoco tienen esa
vegetación tan espesa y agresiva. Son lugares en los que nunca jamás había pasado algo digno
de ser mostrado. Estos ciclistas, desde el primero hasta el último, eran la excusa perfecta para
hacer que los colombianos de entonces empezaran a conocer ese país totalmente extraño para
ellos.
La etapa se la llevó una vez más el Zipa Forero, quien se empezaba a perfilar como el
candidato con más opciones para ser el campeón de la primera Vuelta a Colombia. En ese
momento ya existían fotos que bien mostraban que el camino tortuoso estaba pasando factura:
las bicicletas empezaron a presentar daños, y los ciclistas que aspiraban a conseguir un puesto
entre los primeros de alguna etapa, veían todos sus esfuerzos frustrados cuando alguna parte
de la bicicleta fallaba.
Ibagué, la capital del departamento del Tolima, sería la meta de los corredores en la octava
etapa de la Vuelta. Una vez más, Zipa Forero logró ganarla, haciéndose casi inalcanzable
teniendo una ventaja de algo más de dos horas con respecto al segundo, Roberto Cano, quien
también había entrado de segundo en la etapa. La policía tuvo que ejercer control para evitar
que los aficionados se tomaran las calles por donde pasarían los ciclistas. Se nota de parte del
pueblo de Ibagué el ímpetu y la emoción que les generó ver llegar triunfante una vez más al
Indomable Zipa quien, tal vez con su último aliento, levantó su mano derecha del manubrio
para saludar a la multitud.
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.Su rostro: el de la satisfacción, el del deber cumplido, el del líder absoluto de la carrera
que, salvo un grave imprevisto, se coronaría campeón al día siguiente en la capital”.
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Cano llegó dos minutos después, y la emoción no fue menor. Al mismo tiempo llegaba la
noticia de que la Planta de Soda, patrocinador del Zipa en la Vuelta, lo enviaría a una
competición ciclística en México. El ciclismo, además de estar uniendo al país sobre dos
ruedas, le empezaba a dar posición de reconocimiento en el exterior.
La Vuelta entraría de nuevo a Cundinamarca con la etapa que de Ibagué iba hasta Girardot.
La carrera fue ardua, y muy cerca de la llegada a Girardot, como en las mejores competencias
ciclísticas de mundo, se vio a Oyola y a Celis luchar hasta el último aliento por ganar la punta
de la penúltima etapa, después de haberse escapado del resto de competidores. El primero
logró entrar a escasos 30 segundos de su rival, mientras que el Zipa Forero llegó casi cuatro
minutos después. Más tarde, en la habitación que lo habría de hospedar esa noche antes de la
etapa final, el líder absoluto de la clasificación general posó para Foto Sady con sus manos
incapaces de sostener todos los trofeos que le habían dejado sus constantes victorias a lo largo
de la competencia. Donald Raskin y Guillermo Pignalosa, organizadores de la competición, le
ayudaban a sostener las flores que también había conseguido. Su rostro: el de la satisfacción,
el del deber cumplido, el del líder absoluto de la carrera que, salvo un grave imprevisto, se
coronaría campeón al día siguiente en la capital.
La etapa que pondría final a la Vuelta a Colombia empezaba en Girardot y terminaba en
Muzú, al sur de Bogotá. Pasados cuatro minutos del medio día del 17 de enero, Efraín Forero,
el indomable ciclista que había liderado toda la carrera, cruzaba la meta en la primera
posición. El alboroto de la gente fue tanto o más grande que el día de la partida, 12 días atrás.
La policía se veía corta a la hora de contener a los miles de asistentes que invadían la
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carretera. En primer momento, ese panorama sería de caos pero, visto de otra manera, más
bien es un camino de honor, una reverencia que le hacían los bogotanos a los titanes que
habían logrado ir y volver sobre dos ruedas, algo impensable para ese momento.
Los asistentes no se querían perder detalle de la llegada de los pedalistas, y recurrían a las
partes más altas que encontraban en el lugar. Un registro de Foto Sady muestra a por lo menos
una treintena de personas subidas en una torre de conducción eléctrica para tener una vista
privilegiada, desde lo alto. La obsesión por mirar desde arriba, de la que habla el profesor
Fernando Vásquez.
Una de las fotografías que tal vez más habla del resultado de la Vuelta la protagonizaron el
Zipa Forero y Roberto Cano, campeón y subcampeón de la competencia. A lo largo de la
carrera, Cano trató varias veces de atacar a Forero para intentar descontar algo del enorme
tiempo que el Zipa le aventajaba. Al final de la carrera, en Bogotá, los dos posaron para una
foto, con un fraternal apretón de manos que dejaba sellada la competencia limpia. Pero más
allá de eso, la fotografía habla y dice que la Vuelta era una hermandad, una posibilidad para
unir a todo el país. El saludo era entre un paisa y un zipaquireño que, antes de ser hijos de sus
regiones propias, eran hijos de un mismo país que ahora era arropado por una competencia
ciclística. La Vuelta a Colombia, más que demostrar quién era el mejor sobre los pedales,
demostró que era posible derrumbar todo tipo de barreras, las de las trochas o las de las
costumbres, y que unir un país tan fragmentado históricamente era posible. Foto Sady, tal vez
sin saberlo, estaba haciendo también un valiosísimo registro de este hecho.
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“Pero más allá de eso, la fotografía habla y dice que la Vuelta era una hermandad, una
posibilidad para unir a todo el país”.
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La política: el eterno conflicto
En la política, Sady González fue un liberal llerista. A pesar de ello, nunca tuvo ningún
inconveniente para moverse en los círculos de su partido, el Liberal, y del contrario, el
Conservador. Su don de gentes hacía que tuviera buenas relaciones con miembros de ambos
partidos, incluso con sus líderes más representativos. Esto no es un detalle menor, ya que
gracias a eso, Sady logró registrar con más amplitud la realidad política nacional durante las
décadas en las que ejerció como reportero. Sin embargo, su cubrimiento de la política no se
remitía únicamente a tomar fotos al presidente o a los ministros. También se ocupó de la
política en la calle, retratando un mitin o una marcha. Sady cumple a cabalidad lo que dice
Roland Barthes: su videncia no consiste en ver sino en encontrarse allí.
El 7 de mayo de 1945, una semana después de que Adolfo Hitler fuera derrotado por los
aliados en la Segunda Guerra Mundial, en Colombia se celebraba la paz con Alemania. Los
manifestantes colmaron las calles de Bogotá para celebrar la noticia. Varios de ellos agitaban
las banderas de los países aliados (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos) mientras gritaban
vivas. La bandera de la Unión Soviética no se usó por evidentes razones asociadas al pecado
que significaba militar en el comunismo por aquella época. Resulta extraño que en Colombia
se hayan manifestado con tanto ahínco celebrando el fin de una guerra que no había tocado al
país, por lo menos de manera visible. Se puede decir que las élites y la academia estaban
celebrando (la mayoría de quienes están en la marcha están vestidos con notable elegancia,
como lo hacían las clases altas y los estudiantes de la época), pero el trasfondo de seguro era
más simple: era un pueblo que anhelaba la paz para el mundo y, de la misma manera, para su
115
“Los manifestantes colmaron las calles de Bogotá para celebrar la noticia. Varios de ellos
agitaban las banderas de los países aliados (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos)
mientras gritaban vivas”.
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propio país. Tal vez no sospechaban que Colombia apenas estaba entrando en la terrible
penumbra de la guerra.
El 7 de agosto de 1946, tomó posesión de su cargo como Presidente de la República
Mariano Ospina Pérez. Era el tercero de la familia Ospina que estaba al frente del Estado,
después de su tío, Pedro Nel Ospina, y de su abuelo, Mariano Ospina Rodríguez. A su
posesión, como quedó registrado por Sady, asistieron los más importantes sectores de la vida
nacional como la Iglesia católica, las Fuerzas militares y varios altos mandos de la política. Su
posesión se presentó como un triunfo para la Nación, la cual había aprendido a no caer en la
alteración de su estabilidad por el cambio de la cabeza del Estado.
Sin embargo, su gobierno dejaría de ser democrático para tomar tintes dictatoriales lo que,
sumado a la violencia del campo, sumiría al país en un conflicto bipartidista cuya semilla ya se
había sembrado. En ese contexto, se hizo evidente la persecución a miembros del Partido
Liberal. De esta misma época datan los horrores más infames que ha producido la guerra: el
corte de franela, el corte de corbata y demás atentados contra la integridad y la moral del ser
humano. Así las cosas, para febrero de 1948, el líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán,
convocó a una marcha del silencio para pedir al Gobierno el cese de los asesinatos a sus
copartidarios. La manifestación recorrería la carrera séptima hasta la Plaza de Bolívar. Las
fotografías de Sady de ese día muestran la Plaza mayor totalmente llena, después de que los
participantes se hubieran instalado allí en completo silencio. Es imposible ver siquiera un
pedazo del suelo de la Plaza y las estructuras que allí estaban y que estarían siendo usadas para
una construcción o remodelación, sirvieron de palco para decenas de personas intrépidas.
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Las pancartas que exhibieron los manifestantes daban cuenta del pueblo desde el que
habían llegado para acompañar a su líder: Vianí, Facatativá, Guaduas, Villeta, Fusagasugá,
todos ellos en Cundinamarca. Seguramente las pancartas que no se ven mostraban gente de
otros lugares. La foto es el retrato de un pueblo que adhiere a su líder con la esperanza de que
fuera él quien lograra calmar la violencia que reinaba en el país en ese momento. Dos meses
después, Jorge Eliécer Gaitán caía muerto, a escasas cinco cuadras de la Plaza.
En 1950 subió al poder el conservador Laureano Gómez. La situación del país queda
explicada al decir que Gómez ha sido el único presidente en posesionarse ante la Corte
Suprema de Justicia y no ante el Congreso, como es debido, ya que el anterior mandatario optó
por cerrarlo cuando empezó a ser un problema para su Gobierno. Su tendencia a ejercer el
poder por la fuerza y la imposibilidad de separar su nombre del de la palabra “autoridad” bien
quedan explicados en uno de los retratos de Sady González de aquellos años. En él aparece
Gómez tratando de bajarse de un Jeep, que está rodeado por todas partes por militares. Detrás
de él se ve a Roberto Urdaneta, quien sería el escogido para ejercer el mando del Estado ante
la ausencia del presidente titular por enfermedad. Apenas uno de los muchos soldados que
están allí trata de ayudar a un Gómez diezmado y debilitado, pero no por ello menos recio y
radical. Es curioso el hecho de que el Presidente se esté bajando del carro justo detrás de tres
cañones de diferentes tamaños que están dispuestos para ser disparados, como si sólo faltara
que se oprimiera un botón para dispararlos y fuera Gómez el elegido para tal tarea. Bien
podría ser este el resumen de su estilo de Gobierno: autoridad y fuerza.
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Nada más cinco años tuvieron que pasar para que el mundo se viera nuevamente envuelto
en un conflicto macro, esta vez en Corea. En esta ocasión, y a diferencia de la Segunda Guerra
Mundial, el país sí se vio tocado por él. El Gobierno nacional, en cabeza de Laureano Gómez,
decidió enviar un contingente a combatir por el bando de los Estados Unidos. El 5 de agosto
de 1952 llegó uno de esos contingentes al aeropuerto de Techo, en Bogotá. Sady González
registró el hecho. En una de sus fotografías se ve a uno de los soldados abrazando en actitud
protectora a una mujer, que puede ser su madre, y a una niña, que puede ser su hija o sobrina.
Las dos llevan en su aspecto su evidente extracción humilde: ambas llevan la invariable ruana
y la mujer mayor, un sombrero, cuya expresión es de una incertidumbre que aún no se va, a
pesar de tener a su ser querido en casa. El militar, por su parte, tiene la mirada clavada en
algún lugar del aeropuerto que está fuera del marco de la foto, pero su gesto es el de alguien
que se ha salvado de algo terrible y no quiere acercarse allí nunca más. Sus manos, cada una
aproximando hacia sí a ambas mujeres, parecen decir que no se quieren alejar nunca más de
ellas. La fotografía bien ilustra la imagen de protección mutua entre el soldado recién llegado
y su familia angustiada. Al país parecía no bastarle con la guerra que lo acechaba por dentro y
optó por entrar en guerras ajenas.
El 13 de junio de 1953, el presidente conservador Laureano Gómez fue retirado de su cargo
por el general Gustavo Rojas Pinilla, en medio de un bajísimo nivel de popularidad. El nuevo
jefe del Estado prometió un mandato cuyas prioridades serían la paz, la justicia y la libertad,
todo esto dentro del marco de la salvaje violencia bipartidista de la cual era víctima el país en
aquel momento.
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“El militar, por su parte, tiene la mirada clavada en algún lugar del aeropuerto que está
fuera del marco de la foto, pero su gesto es el de alguien que se ha salvado de algo terrible y
no quiere acercarse allí nunca más”.
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La posesión oficial del General no sería sino hasta el 7 de agosto de ese mismo año. Los
registros que hizo Sady González del evento evidencian la importante cantidad de
personalidades de la nación que asistieron: la iglesia estuvo representada por monseñor
Crisanto Luque Sánchez, primer cardenal colombiano, y por otros importantes miembros del
clero; las Fuerzas Armadas en la persona de su comandante, general Alfredo Duarte Blum, y
del general Gabriel París Gordillo, quien habría de ser miembro de la Junta Militar de
Gobierno que reemplazaría a Rojas luego de su caída, en 1957; y los ministros Lucio Pabón
Núñez, Gustavo Berrío Muñoz, Carlos Villaveces, entre otros.
La importancia de esta fotografía no es menor: en ella se ve el gran respaldo que recibía el
Presidente entrante al momento de su posesión al mando de la Nación. Es preciso observar que
Rojas Pinilla también fue apartado de su puesto, en gran medida por el cambio de opinión que
tuvieron las mismas élites que lo estaban apoyando ese 7 de agosto.
La foto de ese día, en que se ve a Mariano Ospina Pérez, entonces presidente de la
Asamblea Nacional Constituyente, dirigiéndose a Rojas Pinilla, explica de alguna manera el
panorama. Alberto Donadío describe a Rojas como “un militar adicto a Ospina Pérez”, quien
era el mentor político del nuevo Presidente. De modo que esta fotografía no es otra sino la de
un triunfo: el de Ospina Pérez, máximo contrincante de Laureano Gómez dentro del Partido
Conservador, y de Rojas Pinilla, quien ahora era llamado el “Segundo Libertador”. Sin
embargo, esta misma fotografía, puesta en el contexto de 1957 o 1958 podría ser sin ningún
problema la fotografía de una derrota: para ese momento ambos habrían sido derrotados por el
Frente Nacional de Gómez y Alberto Lleras.
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“Pero no sólo del bando conservador se hizo sentir el apoyo hacia el general Rojas. Los
liberales también celebraron su subida al poder. Una fotografía de Sady es más ilustrativa
que cualquier otra cosa para evidenciar el pacto que se estaba haciendo en torno a Rojas
Pinilla”.
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Pero no sólo del bando conservador se hizo sentir el apoyo hacia el general Rojas. Los
liberales también celebraron su subida al poder. Una fotografía de Sady es más ilustrativa que
cualquier otra cosa para evidenciar el pacto que se estaba haciendo en torno a Rojas Pinilla. En
ella se ve en primer plano al Presidente entrante con una sonrisa de evidente satisfacción. Al
lado izquierdo están, hombro con hombro, dos hombres que una década antes eran como el
agua y el aceite: Mariano Ospina Pérez y Alfonso López Pumarejo, ambos expresidentes de la
República, el primero, conservador; el segundo, liberal. Al otro lado de Rojas está Eduardo
Santos, también liberal y expresidente. Los dos primeros tienen en su cara un evidente rostro
de satisfacción y una sonrisa cómplice; el otro, Santos, apenas tiene un gesto de aburrimiento,
pero su presencia al lado del nuevo presidente era más que suficiente para comprender a qué le
estaba apostando el Partido Liberal.
No debió pasar mucho tiempo para que la imagen de “Presidente libertador” que había
ganado Gustavo Rojas Pinilla se viera manchada por varios hechos violentos, el primero de
ellos, la matanza de los estudiantes por parte del ejército, el 9 de junio de 1954 en una
manifestación estudiantil, producto del asesinato el día anterior del estudiante de la
Universidad Nacional Uriel Gutiérrez Restrepo a manos de un policía.
En los registros de Sady se puede ver una manifestación ordenada, incluso muy elegante:
los estudiantes hombres en su gran mayoría llevan corbata, y las mujeres llevan vestidos muy
pulcros. Pero independiente de lo elegante de los manifestantes, se puede ver que los
almacenes están abiertos, hay gente en los andenes mirando la protesta, y los vehículos están
123
estacionados en la orilla de la calle, sin que sus dueños hayan tenido que preocuparse por
posibles daños. La marcha transcurría en perfecto orden.
De acuerdo con los registros de prensa, la manifestación quiso ser detenida en un primer
momento, cuando se encontraba en la carrera séptima con calle 14. Allí, los estudiantes se
detuvieron, y sólo se mantuvieron de pie los portadores de las insignias de las facultades,
como indica la fotografía de Sady. En ella, un estudiante de corbatín mantiene en lo alto el
escudo de la Universidad de los Andes, mientras sus compañeros están sentados sobre el
pavimento. Al fondo, el reloj de la torre de la Iglesia de San Francisco marcaba las 11:10
minutos de la mañana. 8 minutos más tarde empezaría la matanza.
Según algunas versiones, se escuchó un disparo y un soldado cayó, herido en una pierna.
Inmediatamente se abrió fuego contra la multitud. Además, testigos afirmaron que los
estudiantes, muchos de los cuales llevaban libros y agitaban pañuelos blancos, estaban
desarmados y nunca devolvieron el fuego.
En ese momento, los estudiantes que salieron ilesos empezaron a llevar a sus compañeros
heridos a las clínicas más cercanas. En la fotografía de Sady en El Tiempo, se pueden ver a
varios estudiantes llevando en sus brazos a uno de los estudiantes afectados. Junto a ellos,
confusión, muchas personas caminando y mirando en diferentes direcciones.
124
Al final, se concluyó que fueron 10 los muertos y cerca de 35 heridos. Diferentes voces del
Gobierno culparon al comunismo y al laureanismo del ataque. Se libró de culpas a los
comandantes del ejército y de la policía al no comprobarse que dieron orden de disparar a la
multitud, y se ordenó la detención de un cabo y 24 soldados por haber activado las armas sin
órdenes de superiores. Así culminó el primer capítulo en el camino del desprestigio del
Presidente.
Sobre este hecho, Esperanza Uribe, esposa de Sady González, comentó en una entrevista
hecha por Guillermo González que su esposo estaba en ese momento en el edificio Murillo
Toro, y que desde allí logró tomar las fotografías que mostraban el momento exacto de la
masacre. Sin embargo, cuando Sady llegó a su casa, allí lo estaba esperando detectives que le
quitaron la cámara y le sacaron el rollo, que naturalmente fue desaparecido. Un pedazo
fundamental de la historia se fue allí en este rollo, y el hecho de haberlo tomado abusivamente
muestra que la matanza no fue tan accidental como el régimen pretendía.
Los abusos dictatoriales del mandatario se hicieron insostenibles, y el apoyo masivo gracias
al cual logró subir al poder en 1953, se esfumó sin dejar rastro. Ante una pésima imagen, el
general Rojas Pinilla debió abandonar la silla presidencial, dejando una junta militar
encargada de terminar su gobierno. Un año después, cuando esta terminó sus labores, se
consolidaría la estrategia de las élites por hacerse con el poder para apaciguar la violencia
bipartidista que parecía no tener freno: el Frente Nacional.
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En una fotografía de Sady de mayo de 1958, aparecen cuatro de los grandes líderes del
Partido Liberal: Darío Echandía, a quien quisieron presentar como el heredero de Jorge Eliécer
Gaitán y ahora cerraba filas en torno al proyecto de las élites; Carlos Lleras Restrepo, que
esperaba su turno para ocupar la silla presidencial; Alberto Lleras Camargo, con una sonrisa
enorme y dibujando la V de victoria con los dedos índice y corazón de sus dos manos; y
Alfonso López Pumarejo, que ahora estaba en el proyecto del Frente Nacional, olvidando a
quién había apoyado apenas cuatro años antes.
Sin embargo, la foto que mejor muestra el matrimonio que las élites acababan de firmar
muestra la ceremonia de transmisión de mando a Alberto Lleras Camargo, el 7 de agosto de
1958. En el centro de la fotografía, por encima del nivel del resto de asistentes al Salón
Elíptico del Capitolio Nacional, están Alberto Galindo, presidente de la Cámara de
Representantes, Laureano Gómez, presidente del Senado y uno de los impulsores más
impetuosos del Frente Nacional junto con Alberto Lleras, que aparece a su lado, sentado. Esta
escena ya la había retratado Sady, desde una óptica diferente pero con una misma y clara
situación: antes, la complacencia entre Mariano Ospina Pérez y Gustavo Rojas Pinilla; ahora,
la misma complacencia entre Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, antes acérrimos
enemigos, ahora aliados inseparables alrededor de una misma cosa: el poder.
Sería en este período del Frente Nacional en el que Sady González se vincularía, invitado
por Carlos Lleras Restrepo a la Presidencia de la República en el recién creado puesto de
Fotógrafo oficial. Allí permanecería hasta el final de su vida. Esta parte de su archivo aún está
pendiente por ser trabajada. No se hizo en este trabajo al considerar que la labor más
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“La misma complacencia entre Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, antes
acérrimos enemigos, ahora aliados inseparables alrededor de una misma cosa: el poder”.
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enriquecedora para la historia la hizo con su reportería en la calle y en el retrato de la gente y
del país, siempre desde la independencia y no trabajando para el Gobierno, lo cual implica, de
alguna manera, que su trabajo se ejecute bajo un sesgo.
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Sady, el artista
Con seguridad la faceta más conmovedora y especial del trabajo de Sady González fue el
registro etnográfico que hizo de varios lugares del país. Fue ella también la que atravesó todas
sus décadas de trabajo: si bien Sady se ocupó de tomar registros de gran cantidad de temas, fue
el retrato de la gente común y corriente el que estuvo presente a lo largo de toda su vida como
fotógrafo y reportero.
El registro etnográfico que hizo Sady González en la década de 1930 retrataba al ser
humano en todas sus etapas de la vida ubicado en el entorno colombiano, con rostros, trajes y
expresiones típicas del país rural de aquella década. De las fotografías de esa época no existen
datos, lo cual hace que, según Roland Barthes, falte una parte de la foto, ya que la fecha forma
parte de ella. Tampoco se sabe dónde fueron tomadas ni a quién pero, a pesar de ser una
enorme pérdida, los registros que sobreviven son de un valor incalculable. Uno de ellos
muestra a un niño de escasos tres años empezando a bajar unos escalones. No oculta en su cara
la desconfianza típica de un niño a esa edad al ver a un extraño. Su vestimenta es claramente
campesina: un traje enterizo que cubre desde su cuello hasta casi la mitad del fémur, una capa
del Viejo Hidalgo que se rompió para ser ruana y un sombrero. Si atendemos a “La ruana”,
bambuco de Luis Carlos González, el niño de la fotografía puede ser antioqueño, ya que la
ruana es “cobija de cuna paisa”. Sin embargo, es muy vago darlo por hecho. Sus zapatos son
blancos y las medias, del mismo color, apenas le cubren los tobillos. En el campo, al igual que
en la ciudad, existía la costumbre de vestir a los niños con pantalones cortos. Al fondo se ve
una pared de la casa y un pedazo pequeño de una puerta al lado de la cual hay una peladura
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que indica que el material de su construcción fue bahareque o adobe, usado tal vez en la
totalidad de las construcciones campesinas del país y en muchas de la ciudad. Aún sobreviven
varias de ellas.
La ruana, en varias de sus facetas, formó parte de los registros de Sady. Una conocida foto
muestra a un ladrón de unos 25 años recién capturado por dos policías vestidos de civil, cada
uno de los cuales lleva un arma que, tocando con uno de sus extremos el piso, les llega hasta la
quijada. El ladrón, que parece estar posando para la foto lleva en el cinto un pequeño revólver
y algunas balas, una camisa sucia, un pantalón remendado y unas alpargatas bien amarradas.
Arriba de ellas, una cadena con un candado para evitar que escape. A sus dos extremos están
los policías, uno, con mala cara, controla el arma, aún en el cinto del dueño; el otro, con la
mirada clavada en algún lugar del piso, tiene colgada en su antebrazo una ruana. La tradicional
prenda seguro también es del recién capturado, pero llama la atención el hecho de que se la
hayan retirado. Esto puede guardar relación con el hecho de que, en varias partes de Boyacá,
llamen a la ruana “la alcahueta”, dado que entre sus múltiples usos está también el de ocultar
cosas. Muchas veces podía ser licor, pero en este caso claramente eran las municiones y el
arma con que el ladrón intimidaba a sus víctimas.
A pesar de que su trabajo más significativo de esta época se centró en capturar las
costumbres y caras de las personas que encontraba en sus recorridos por varios departamentos,
Sady también logró registros de espacios concurridos en poblaciones. Ejemplo de ello es una
fotografía en la que se ve en primer plano una iglesia desde un ángulo tal vez inmejorable, en
el que se puede ver toda la fachada del templo, además de una de sus paredes laterales y su
imponente cúpula. La construcción ocupa la gran mayoría del registro, que parece dejar
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“El ladrón, que parece estar posando para la foto lleva en el cinto un pequeño revólver y
algunas balas, una camisa sucia, un pantalón remendado y unas alpargatas bien amarradas”.
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relegados a los pobladores que apenas se ven si quien la aprecia se detiene unos segundos a
mirarla. La foto debió ser capturada después del mediodía, cuando los creyentes iban saliendo
de misa. Además, las sombras indican que apenas pocos minutos atrás el Sol había pasado por
el cenit. Es este un típico pueblo campesino colombiano, en donde el compromiso con Dios
está por encima de todas las cosas, en donde las tejas aún son de barro, los cerros se levantan
en toda su amplitud y el cielo está despejado y limpio. Seguro se respiraba mejor en aquella
época.
De lo que se logra ver, el atrio de la iglesia, que está completamente lleno de gente, varias
personas llevan consigo, abrigándoles, la infaltable ruana, que también llevan los otros
pobladores esparcidos en lo que se deja ver de la plaza. No faltan tampoco los sombreros y los
niños con pantalones cortos. En la plaza también se dejan ver tres vehículos, dos de los cuales
parecían servir de transporte público, muy similares a lo que hoy se conoce como “chivas”. El
otro más bien parecía servir para transportar alguna mercancía, aunque de seguro también se
usó para movilizar personas. Tres carros eran suficientes para todo un pueblo, como también
parecía suficiente el escaso fluido eléctrico que había en el pueblo: en la fotografía se alcanzan
a ver dos o tres cables delgados, que pasan desapercibidos por delante de la iglesia. La vida
era la de un país campesino, que no necesitaba sino de lo justo para vivir bien. El retrato de
ese país cuenta mucho sobre su forma de ser y vivir. Allí radica el mérito de Sady.
Como a los grandes maestros del cine, a Sady también le gustaba hacer “cameos” en sus
fotografías. Es tal vez una de sus prácticas más famosas y reconocidas. Una de las fotografías
más recurrentes al hablar de su afición por entrar en la foto es la que se toma en un pequeño
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“La vida era la de un país campesino, que no necesitaba sino de lo justo para vivir bien. El
retrato de ese país cuenta mucho sobre su forma de ser y vivir. Allí radica el mérito de Sady”.
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barco de Sanidad del Departamento de Antioquia. En la foto Sady continúa con su tendencia
de retratar los rostros anónimos de un país desconocido y fragmentado. En la fotografía,
además de Sady, aparecen doce personas que seguramente pertenecen al mismo círculo
familiar. Los trajes y los vestidos también hablan, y dicen que la familia no padece la escasez
que muchos otros sí. Además, la embarcación está a la orilla de un río cuyo ancho es
impresionante. Al fondo se ven varios árboles, muy distantes, y más atrás unas montañas que
parecen una sola cosa con las nubes. El lugar en donde están es recóndito. Sady llegó hasta
muy lejos para lograr ese retrato, y de la misma manera llegaría lejos como fotógrafo gracias
al casi infinito archivo que legó a las generaciones venideras: un retrato del país olvidado, de
las caras, de las formas, de los vestidos y de las costumbres. Sady tomó la foto de una gran
parte del país tal vez sin darse cuenta de ello.
Pero tal vez la fotografía que mejor retrata el país de esa época es una en la que aparecen 14
personas: 13 adultos y una niña, sentada en el piso. Los demás forman entre sí un tejido de
rostros, de gestos, de rasgos particulares. Esta foto es un retrato vivo de la colombianidad, es
la raíz de todos los que hoy habitan el territorio colombiano. Un rejo, un sombrero, unas
alpargatas, unas trenzas indestructibles detrás de las orejas, unos bigotes bien pulidos, unos
tonos de color en la piel que son evidentes a pesar de que la foto está en escala de grises. La
foto es la semilla del país que hoy existe, y como las semillas, está en el campo. Ese es el
punto de inicio. La foto es como el viaje a la semilla que narró el escritor cubano Alejo
Carpentier. Es el origen de la estirpe.
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“Como a los grandes maestros del cine, a Sady también le gustaba hacer “cameos” en sus
fotografías. Es tal vez una de sus prácticas más famosas y reconocidas”.
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“La foto es la semilla del país que hoy existe, y como las semillas, está en el campo”
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Al inicio de la década de 1940, Sady González se establece en Bogotá junto con su esposa,
Esperanza Uribe, a quien había conocido en la estación del tren de Barbosa, Antioquia, en
alguno de los recorridos que hizo por ese departamento en la década anterior. Por ello es que
Bogotá es el escenario principal de su trabajo como fotógrafo de la gente en estos años.
De esa época datan fotografías de plazas de mercado en la ciudad. Una de ellas, capturada
para ilustrar una crónica de la revista Cromos acerca de los precios de los víveres, muestra en
detalle los productos que se ponían a la venta los días que había plaza: zanahoria, habichuela,
varias especies de papa, mazorca, tomate, cebolla larga. En esa fotografía, en un segundo
plano, aparece una niña de no más de 10 años que, con seguridad, ya llevaba trabajando algún
tiempo en este oficio. Su delantal untado de la tierra con que naturalmente vienen las papas lo
indica. Sobre los techos que resguardaban a los vendedores, compradores y mercancía reposan
varios canastos de fique, que entonces tenían la misma función de la bolsa plástica de hoy en
día, con la diferencia notable de que ellos no producían contaminación alguna. Sobre los
bultos de papa y demás legumbres se puede ver, en un detalle muy llamativo, una lata que
algún día llevó avena dentro. No se alcanza a ver si dentro de ella aún hay avena, o si de
pronto era usada para guardar monedas, lo cierto es que visto con otros ojos, bien se puede
hacer la analogía del tipo de alimentos que se consumían en aquella época -la gran parte de
ellos traídos directamente del campo- con los que se consumen hoy en día, que casi en su
totalidad vienen empacados o enlatados, seña inequívoca de que pasaron por diferentes
procesos antes de llegar al mercado.
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Hay otra fotografía de esos años que tiene cierto reconocimiento. Data del 23 de octubre de
1948 y fue tomada sobre la Avenida Jiménez, unos metros al occidente de la Carrera séptima,
con dirección a los cerros orientales. En ella se ven decenas de carros, que indican claramente
la diferencia radical entre Bogotá y un pueblo pequeño en otro departamento, como el descrito
más arriba. Además, el transporte público tenía mayor alcance: aún funcionaba el tranvía, que
salió de circulación en 1951. En la fotografía se ven dos vagones del tranvía eléctrico, los
cuales son protagonistas de un desfile, pero que más bien parece que están a punto de ser
ocupados por los transeúntes que se atiborran a su alrededor. También se ven, más a lo lejos y
un poco escondidos, dos buses enormes. Y, como siempre, la gente, bien abrigada para evitar
el frío de la neblina que se ve cubriendo los cerros al fondo. Algunos de los edificios que
enmarcan el escenario están en obra, seguramente curando los daños todavía evidentes del 9
de abril anterior. La ciudad se ve calmada, en relativo orden y marchando como un reloj. La
fotografía muestra una situación cotidiana, pero de ese registro se desprenden varios
elementos que permiten pensar la ciudad de ese momento y hacer un paralelo con la actual
para hacer un retrato más completo de ella. Sady González, con gran capacidad de sentir el
momento en que debía usar su cámara, captó varios de esos cuadros para enriquecer la historia
de la ciudad.
Tal vez una de las características más notables del trabajo de Sady fue su capacidad de
retratar siempre con el mismo respeto y sin distinción alguna a cualquier persona, fuera el
Presidente o el Ministro, fueran los vendedores o los más pobres. Dos fotografías son
suficientes para ver el poder que tenía esa capacidad suya mezclada con su sensibilidad a la
hora de disparar con su cámara. La primera, parte de una fotocrónica para el periódico El
Tiempo de octubre de 1948, muestra a 8 personas, aparentemente miembros de una misma
138
familia. Hay tres mujeres y cinco niños, cuatro de ellos recostando su cabeza sobre el hombro
del que está a la derecha. El último se apoya sobre una de las mujeres mayores, que se ríe,
seguramente por algún comentario que salió de la conversación. La otra niña está sentada de
espaldas, comiendo de una olla con una cuchara de palo, en medio de las otras dos mujeres
partícipes de la charla. El escenario que se logra ver en la foto es muy pequeño, pero deja ver
varias cosas propias de la vida de aquella época: las paredes están cubiertas con mugre en vez
de pintura, y la última capa que la cubre ya está fragmentada o despegada en algunas partes.
Incluso, ya se dejan ver algunos ladrillos, que también están desgastados. En cuanto a las
vestiduras, las tres mujeres mayores están refugiándose del frío bajo unas ruanas más cachacas
que campesinas; los niños hombres tienen apenas unos pantalones cortos, unas alpargatas,
alguna camisa y un saco que es tal vez el que más los protege del frío, aunque no lo suficiente,
porque tratan de abrigarse los unos con los otros. En cuanto a las niñas, usan unos vestidos y
unos sacos, y están también con las piernas descubiertas. En el piso hay unos palos que
seguramente, algún rato después, habrían de ser los portadores del fuego con el que le harían
el frente al frío de esa noche.
La otra fotografía tiene más fama: muestra a una niña de no más de ocho años haciendo fila
para recoger agua. Sus posibilidades económicas bien las puede decir el balde que lleva
colgado en su brazo derecho: improvisado, hecho con una cubeta de lata, con un palo
atravesado sostenido por una puntilla en cada extremo y tapas de cerveza para que la lata no
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“Tal vez una de las características más notables del trabajo de Sady fue su capacidad de
retratar siempre con el mismo respeto y sin distinción alguna a cualquier persona, fuera el
Presidente o el Ministro, fueran los vendedores o los más pobres”.
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se rasgue. Del palo están amarrados unos alambres para llevar el balde con más comodidad.
La niña tiene la cara sucia, al igual que su vestido, cuyo color claro hace que las manchas de
mugre sean más notorias. Encima, un saco de lana. Sus pies no se alcanzan a ver, pero no es
descabellado pensar que no tuviera nada en ellos, ya que uno de los niños que hacen fila detrás
de ella lleva sombrero, pero no lleva zapatos.
Especialmente fotografías de este tipo, siguiendo a Roland Barthes, son doblemente
invisibles: primero, porque según Barthes, la fotografías es invisible, no es a ella a la que
vemos; y segundo, porque el retrato de estas personas es el retrato de las miles de personas que
por cualquier motivo fueron olvidadas por todo un país. De alguna manera, Sady González les
da un espacio a todas estas personas, las rescata, las resucita. Barthes mismo dice que la
fotografía tiene algo que ver con la resurrección.
Sady, sin embargo, no sólo retrató a la gente en detalle, sino también en multitud. Ellas dan
la posibilidad de ver la actitud casual de los bogotanos que pasaban por cualquier lugar sin
sospechar que había un fotógrafo obteniendo un registro de ellos. Aquí, de alguna manera, y
como dice Susan Sontag, se cumple el hecho de que fotografiar personas es como violarlas, en
la medida en que se les ve como ellas jamás se ven a sí mismas. Una de esas fotografías fue
tomada sobre la Carrera séptima, de sur a norte. En la parte de atrás, como un telón de fondo,
está la iglesia de San Francisco. La gente camina por la mitad de la calle, lo que lleva a pensar
que la Séptima tuvo una vuelta al nido en el último tiempo: en los cuarenta era más una calle
peatonal que vehicular; luego cambió y fueron los carros los que más pasaban por allí; y
ahora, en los últimos meses, la Séptima se volvió peatonal definitivamente. Además, mucho
141
acierto tiene el nombre que se le da a la foto: “lo que nunca ninguna grúa podrá arrebatar a la
séptima es el río humano que a las doce y a las seis circula por ella”. Realidad de entonces y
realidad de ahora. En el registro se ve la tienda de paños Atlas, que para esa época
seguramente contaba con gran éxito al ser ese material el predilecto por los bogotanos para
emplear en sus vestiduras, como también lo testifica la foto, al estar la totalidad de los
hombres vestidos con traje y corbata. Las mujeres, por su parte, no dejan descuidado su
aspecto, y por el contrario usan elegantes vestidos, bien combinados con los infaltables
abrigos y con sombreros y pavas para la cabeza. Bogotá, como lo dijo William Ospina, anheló
ser una metrópoli como Londres, Madrid o Barcelona. Son cientas las personas las que
atiborran la Séptima en un día con aparente nubosidad y frío, típico y ahora desaparecido
clima bogotano. El fondo de la foto, cerca a la iglesia de San Francisco, se puede ver el
edificio Agustín Nieto Caballero, en cuya entrada había caído muerto seis meses atrás Jorge
Eliécer Gaitán.
Otra fotografía genérica de la población bogotana es la que muestra la plaza de mercado de
Las Nieves un 30 de noviembre, Día de los difuntos. En ella se ve el rostro campesino de
Bogotá que contrasta con el de la anterior foto, más ligado a una tradición europea. Aquí
aparecen de nuevo los hombres de ruana, aunque también están algunos de paño, chaleco y
sombrero. Todos ellos tratan de escoger los mejores víveres en medio de los costales
rebosantes de frutas y verduras que, sin otra opción, caen al piso. Son tres columnas las que
forman los vendedores, uno ubicado junto al otro. En ellas están clasificados las legumbres, y
en cada costado de las columnas pasan, como pueden y en medio de la multitud, los
compradores mirando qué van a comprar. Son muchísimas las personas que hacían mercado
142
en ese momento. Todas ellas desprevenidas ante Sady, quien tomó una nueva fotografía para
ilustrar esos detalles que la historia muchas veces no se detiene a observar.
Aparte de estas dos fotografías, existe otra que da cuenta de la versatilidad de Sady
González con la cámara y de su facilidad por adentrarse dentro de cualquier círculo social.
Esta fotografía data de 1947 cuando se descubrió un busto en honor al general liberal
Benjamín Herrera, en la calle 39 con Avenida Caracas. En ella, una vez más se ve la multitud.
Sin embargo, los personajes que aquí aparecen no hubieran podido aparecer en las dos fotos
descritas atrás. Escuchando atentamente el discurso que un hombre está pronunciando, están
afamados líderes liberales como Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo, ambos
Expresidentes de la República, sentados ellos en primera fila y acompañados por copartidarios
y sus esposas, vestidas con impecables vestidos hasta abajo de la rodilla y enormes sombreros
para refugiarse del sol que se oculta detrás de las nubes. Alrededor de todos ellos hay varias
personas más, éstas de pie, y ya mezcladas con personas que sí se podrían ver en una foto
como la del mercado en Las Nieves. Y detrás de todos ellos, relegados, de pie y recostados a
un árbol que adorna el separador de carros en la calle, están una vez más los hombres de ruana
y alpargatas, mirando con cierta curiosidad, pero sin mucha atención. Esta es otra de las tantas
fotografías de Sady a partir de las cuales se puede hacer una radiografía y una analogía de la
fragmentación social y económica del país de esa época, y que todavía sobrevive hoy en día.
Ya para los años 50, Sady González era un reportero de prestigio y para ese momento era
tal vez el fotógrafo predilecto del diario El Tiempo. Su trabajo, sin embargo, no se ciñó
estrictamente a los requerimientos del periódico. Por el contrario, y haciendo gala de su ya
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“En ella, una vez más se ve la multitud. Sin embargo, los personajes que aquí aparecen no
hubieran podido aparecer en las dos fotos descritas atrás”.
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nombrada versatilidad, Sady siguió retratando a la gente del común detrás de la cual hay mil
historias sin contar, y cuya sola presencia frente al lente del fotógrafo era ya suficiente para
que su espacio y su tiempo fueran dignos de ser contados y rescatados.
Varias de las fotografías tomadas en esta época dan cuenta del clima de Bogotá, el cual
tampoco se salvó de cambiar con el paso de las décadas. Por ejemplo, Sady logra el registro de
una inundación al sur de la ciudad, en octubre de 1953. Hacia la mitad de la foto se ve un niño
arremangándose sus pantalones cortos, mientras mira hacia la cámara y lucha por no caer en el
agua que cubre algo que en tiempos de sequía pudo ser un potrero, La imagen no deja de tener
cierto aspecto bucólico, de una ciudad que quiere emerger de un campo, del cual todavía
conserva varios árboles de notable altura, casas muy pequeñas hechas con materiales baratos y
alejadas bastantes metros las unas de las otras, además de unos cerros de fondo que
inesperadamente se fueron cubriendo con los años. De la ciudad emergente aparece lo obvio:
un precario -quizás ausente- sistema de alcantarillado, unas vías llenas de lodo y en pésimo
estado y unos postes de electricidad hechos con madera que, con suerte, llevaban uno o dos
cables para el fluido eléctrico de algunas de las casas.
Los aguaceros, sin embargo, no sólo caen sobre casas pequeñas y alejadas. También lo
hacen sobre casas de dueños más afortunados en el aspecto económico. Y también hay
inundaciones, aunque con menos consecuencias devastadoras. Las casas que hay en esta
fotografía están pegadas las unas a las otras, y bien pudieron haber salido todas de un mismo
molde. Los postes de la electricidad también son de madera, pero su función ya no es
únicamente sostener los cables, sino también actuar de intersección, creando ya un fluido
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eléctrico más complejo. Además, ya se empiezan a ver unas lámparas allí colgadas que con el
tiempo habrían de evolucionar en luces LED. Las calles sobre las que quedan las casas
también están inundadas. Sin embargo, en contraste con la foto de la otra inundación, aquí el
centro de la foto no es una persona sino un carro, que difícilmente se vería en el escenario del
otro registro de invierno, y que va dejando tras de sí un rastro que pronto se borrará en el agua,
pero que quedó para siempre retratado en la foto de Sady.
El trabajo de Sady González, entre muchas otras cosas y como ya se ha visto, facilita la
observación de la evolución de una ciudad como Bogotá. Hay, por ejemplo, una foto tomada
desde el aire del Estadio El Campín, el día de su apertura después de una de sus
restauraciones, el 20 de julio de 1951.En primera medida, el estadio parece estar muy alejado
del resto de la ciudad. Allí llegaron miles de personas, que atiborran las tribunas del escenario
deportivo, como en los mejores partidos de los primeros campeonatos de fútbol profesional en
Colombia. Se ven también muchos carros aparcados alrededor del Estadio cuyo aspecto, en un
arranque de imaginación macondiana, puede hacer creer que surgió de la nada de entre los
campos que se alcanzan a ver en la fotografía y que bien podrían extenderse hasta el infinito.
De aquellas enormes tierras ya no queda rastro hoy. La enorme Carrera 30 de hoy sería
inimaginable en aquel momento. Lo que sí se mantiene desde entonces y hasta ahora es el
ritual de peregrinar cada semana al estadio para ver en acción al equipo favorito.
Los rituales, en un país como Colombia, no podían girar únicamente en torno al ámbito
deportivo, sino también al religioso, aunque parezca obvio señalarlo. Una vez más Sady
González logra la fotografía de una multitud, esta vez congregada en la Avenida Jiménez con
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carrera Séptima en una manifestación por la paz, teniendo como símbolo al Señor de
Monserrate, que bajó de la montaña para ser visto por sus fieles. El monumento, que está
dentro de una urna de cristal, está siendo llevado por los penitentes de turno hacia la iglesia de
San Francisco, en un camino que se fue abriendo entre la multitud. Los asistentes llegaron
hasta el lugar para inundarlo una vez más, como ya había pasado antes y como pasaría
después, siempre con una excusa o motivo diferente. La fotografía es de junio de 1952, en un
acto que pedía el cese de cualquier tipo de violencia, que ya en esa época asediaba al país. Lo
que no sabían los asistentes era que la paz que demandaban estaba muy lejana y que Colombia
se sumergiría en un espiral de guerra, del que aún no puede salir. Esta no fue, de ninguna
manera, la primera manifestación del pueblo pidiendo la paz. Sin embargo, la antigüedad del
registro visto al lado del contexto actual crea una imagen clara del país: uno que no ha logrado
resolver sus conflictos en todo nivel. Incluso para demostrar esta lamentable realidad es
fundamental el trabajo con la cámara de Sady González.
El reflejo de esa violenta se puede encontrar en otra fotografía de Sady, en la que se ve una
familia de refugiados, venidos desde los Llanos orientales. La foto fue tomada dos meses y
medio después que la de la manifestación por la paz. Son doce personas las que se ven allí,
algunas de pie a falta de más espacio. Son cinco adultos y siete niños. Todos ellos con las
manos vacías, menos una mujer, que se ve notablemente mayor que los demás: ella tiene en
sus brazos a un bebé, que no tiene conciencia de lo que pasa. No se sabe el vínculo exacto de
todas esas personas, pero deben ser miembros de una estirpe. No se ve tampoco la figura
masculina del padre; apenas se ve a la mujer del bebé, que puede ser la madre y la abuela del
resto de personas que allí aparecen. Muy seguramente tuvieron que dejar sus tierras por los
147
conflictos alrededor de ellas. Bien lo dijo Antonio Caballero, “la guerra en Colombia ha sido
siempre fundamentalmente la guerra por la posesión de la tierra”. También pudo pasar que
decidieron abandonar su lugar después de que ese padre ausente sufriera alguna consecuencia
de la guerra y su esposa tuviera que quedarse al frente de todo. Caballero también anota en
alguno de sus escritos que “son las mujeres quienes al fin de cuentas han llevado más el peso
de la violencia en Colombia; tal vez matan más a los hombres, pero las mujeres se quedan con
el peso de la vida”. Los rostros de la familia son de nostalgia, de resignación y de tristeza, pero
también se puede ver en ellos las ganas de seguir. Una cosa es cierta: esta foto muestra apenas
una de las miles de familias que tuvieron que empezar una vida distinta en una tierra ajena.
Delante y detrás de ellos llegaron muchas más familias a la ciudad. Este registro es el reflejo
de otra realidad del país de aquellos años que Sady muestra y documenta a través de sus
fotografías.
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“Todos ellos con las manos vacías, menos una mujer, que se ve notablemente mayor que
los demás: ella tiene en sus brazos a un bebé, que no tiene conciencia de lo que pasa”.
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Conclusiones
Intentar abarcar la totalidad del trabajo de Sady González es prácticamente imposible. Para
ello habría que dedicar el mismo tiempo que dedicó él, en su calidad de fotógrafo, a capturar
todas las imágenes que capturó. En su vida, Sady fue inagotable frente a su trabajo. Después
de su muerte lo sigue siendo: la infinidad de su obra es inabarcable. Sin embargo, a través de
intentos como este por retomar parte de la historia del país vista desde su óptica, se trata de
descubrir el oculto impacto que tuvo su obra en diferentes campos.
Dentro del periodismo su aporte es innegable, en la medida en que demuestra que para
cubrir o dar a conocer alguna información sobre algún evento o hecho importante no es
indispensable la palabra para difundirlo. Bien lo dice Susan Sontag, “las fotografías se valoran
porque suministran información”. En ese sentido, Sady tiene ventaja con respecto a los
periodistas de prensa. Bien lo dice el popular dicho: “Una imagen vale más que mil palabras”.
Pero no sólo allí radica su aporte al campo del periodismo. También está en la manera en
que ejerció su profesión, desafiando a veces las leyes de lo posible. Roland Barthes comentaba
en uno de sus escritos que el fotógrafo debe desafiar las leyes de lo probable, e incluso de lo
posible. Sady González no es menor a esa máxima que arroja Barthes. Guillermo González,
uno de los hijos de Sady, comenta varias experiencias que evidencian, en hechos concretos, la
importancia que le daba su padre al hecho de obtener la mejor fotografía, de la misma manera
que el periodista pretende producir el mejor texto para ser leído.
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En alguna ocasión, cuenta Guillermo González, Sady se amarró a un helicóptero para
lograr, desde la altura que eso le proporcionaba, las mejores fotografías de los lugares por los
que pasaba. En otro momento, y ya estando Sady con avanzada edad, en alguno de los viajes
que hizo junto a Carlos Lleras Restrepo, intempestivamente Sady se encontró en la parte más
alta de un andamio para tomar los registros desde la mejor óptica. Lo arriesgado allí se
encuentra al tener en cuenta el volumen de su cuerpo y el riesgo que representaba llegar a esa
altura. No en vano señala Fernando Vásquez Rodríguez que hay lugares específicos en los que
la mirada “goza”: un balcón, un altillo, una terraza. Estos lugares son especiales por lo mismo
altos que son, y ubicarse en ello obedece a querer mirar por encima, abarcando lo más que se
pueda.
A partir de ello, Vásquez indica que no es en vano que el ser humano tienda a mostrar
fascinación por los pedestales, los tronos y las tribunas, además de señalar que son bastantes
las relaciones que existen entre la mirada y el poder. En ese sentido, Sady adquiere un poder
oculto, ya que sus fotografías son a la vez su mirada, y lo usa para moverse como pez en el
agua en los tradicionales círculos de poder: de allí que logre retratar a los líderes de todos los
partidos políticos sin ninguna dificultad. Pero ese no es su mérito, por lo menos para este caso.
Su verdadero mérito fue retratar con la misma dignidad y el mismo respeto a los más
poderosos y a los más humildes, con quienes se trataba de igual a igual, tal como lo hacía en
las elevadas esferas de la sociedad. Sady no se queda en un sólo lugar: es como un ratón de
biblioteca que escudriña cada rincón para captar las mejores imágenes de los temas
trascendentales del país.
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Del 9 de abril de 1948 también datan anécdotas que bien cuentan la entereza y dedicación
que Sady le ponía a su trabajo y al hecho de conseguir las mejores fotos. De acuerdo con su
esposa, Esperanza Uribe, cuando el desorden se apoderó de Bogotá, Sady salía en la
ambulancia de la Cruz Roja a tomar fotos, solicitado por su directora, Blanca Martí. Al volver
a Foto Sady, ellos estaban tirados en el piso, y la ambulancia estaba llena de agujeros,
producidos por las balas de las que también eran víctimas los servicios médicos. Más que un
trabajo, tomar fotos para Sady era una pasión y un deber, acompañados de un pálpito, como
dice Guillermo González, de que aquello que estaba tomando con su cámara tenía que ser
importante. Y así fue, en efecto: su archivo, quizá sin darse cuenta, se convirtió en el más
complejo de aquella fecha fatídica de la historia nacional.
No deja de haber cierta locura en los métodos que usaba Sady para obtener una buena
fotografía, y no es casual que Barthes afirme que todo aquel que mira fijamente a los ojos está
loco. La fotografía tiene el poder de mirar a los ojos y en este caso, de mostrar con claridad
ese trozo de historia que ha sido contado con tanto poder, pero que ha quedado relegado por
mucho tiempo.
Al lado del poder que le generaba la captura de imágenes históricas es preciso resaltar el
don de gentes que revestía la figura de Sady González, dado que también gracias a él logró
ejercer su labor de una manera más amplia y eficaz. Con esto, de paso, cumple la máxima que
arrojó el maestro del periodismo, el polaco Ryszard Kapuscinski: “Para ser buen periodista
hay que ser buena persona5”.
5 Ryszard Kapuscinski: 'Para ser buen periodista hay que ser buena persona' (2007). Disponible en:
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A comienzos de los años 40, Sady se establece en Bogotá y el azar lo lleva a encontrarse
con Chepe Barreto, un hombre del que se había hecho amigo durante sus correrías como
fotógrafo en Boyacá algunos años atrás. Gracias a él, Sady logra entrevistarse con Laureano
Gómez, entonces director del periódico El Siglo, de clara ideología conservadora. Gómez, que
a la postre sería Presidente de la República, acepta a Sady en su periódico y da la orden de que
únicamente le reciban fotos a él, con la condición de que cuando apareciera su hija Cecilia
Gómez con su novio de la época, Daniel Mazuera Villegas, partiera las fotos por la mitad, ya
que Mazuera Villegas, por ser liberal, no podía aparecer en su periódico. Así pues, Sady
empezó su carrera como reportero en Bogotá en las filas del periódico de “El Hombre
tempestad”, como se le conocía a Gómez, al servicio del ala más radical del conservatismo
colombiano de la época. Años después empezaría a colaborar en diarios más liberales como El
Espectador y El Tiempo, del que fue el reportero más apetecido por muchos años. Sus
fotografías llegaron a casi todos los diarios de la época y también trascendieron fronteras, al
ser incluidos en revistas como Life y Time. Todo esto no sólo por su calidad, sino también por
su capacidad de estar ejerciendo su labor, como los mejores periodistas, en el lugar indicado.
Otra ocasión en la que logró estar en el lugar indicado gracias a sus buenas relaciones fue
en el Bogotazo. De acuerdo con su cuñado Manuel Uribe, el coronel Willy Hollman,
encargado de la policía en ese momento, lo llamó para que lo acompañara al Cementerio
Central a tomar las fotografías de los cientos de cadáveres que llegaban permanentemente a
ese lugar. Allí fueron capturados varios de los registros más macabros del 9 de abril, entre
ellos, un tapete de muertos que llenaba uno de los pasillos del cementerio, y la inmortal por lo
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/01/24/comunicacion/1169640614.html
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mismo terrible fotografían en la que aparece el cadáver de Juan Roa Sierra, asesino de Gaitán,
desnudo y golpeado por la turba iracunda. A pesar de lo terroríficas que pueden ser estas
imágenes, Sady las tomó logrando algo único para el futuro: que las siguientes generaciones
vieran a través de las fotografías, que son irrefutables, la ira de un pueblo y la venganza por la
muerte de su líder más querido, además de empezar a esbozar el panorama al que se vería
sometido el país desde entonces y hasta nuestros días.
El impacto de su obra también se desplaza hacia el campo de las ciencias sociales, más
específicamente hacia la historia. El trabajo de Sady González, y el hecho de haber retratado a
la ciudad es un acto de altruismo en la medida en que está cediendo (tal vez sin saberlo) al
estudio del país su visión misma del entorno y de la realidad en la que vivió y trabajó. Con
estudio de país se habla, para este caso, de la historia. Los retratos que logró obtener de
Colombia y de Bogotá son materia prima para su mismo estudio, en gran parte gracias a la
amplitud que logró en su cubrimiento.
Barthes afirma que la fotografía dice lo que ha sido, y no lo que ya no es. A eso se puede
agregar que la diferencia entre ya no ser y haber sido es el registro que existe de cada
momento. Ese instante, usando términos de Walter Benjamin, ha sido chamuscado. Su rastro
reta el paso del tiempo –una vez más desafía las leyes de lo probable- y perdura para la
eternidad. Parte de su valor habita allí, pero también lo hace en el hecho de que, de acuerdo
con Sontag, suministra información; es una prueba irrevocable de la existencia, es, en palabras
de Barthes, una evidencia extrema.
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No hace falta imaginar la historia al incluir en su estudio el trabajo de Sady, ya que sus
fotografías son una prueba irrefutable de la existencia de esos hechos que juntos forman la
memoria del país. Si bien es cierto que con las fotos de Sady se puede especular o fantasear,
también es prudente aclarar que el estudio de la historia de Bogotá y de Colombia es
enriquecido de gran manera al incluir en ella una óptica prístina y compleja como la que nos
ofrece Sady en cada uno de los registros que dejó.
Roland Barthes afirma que es posible que exista una resistencia enconada a creer en el
pasado, es decir, en la historia, a menos que sea vista como un mito. Sin embargo, aclara que
la fotografía es el primer elemento que logra tumbar esa resistencia en la medida en que,
gracias a ella, el pasado es tan seguro como el presente, y que lo que se ve allí impreso en el
papel es tan seguro como cualquier elemento que se pueda palpar. La llegada de la fotografía,
concluye Barthes, fue lo que dividió la historia del mundo.
La fotografía es un medio de transporte que hace viajar a quien la ve hasta un pedazo de
tiempo y espacio que ya no existe pero que dejó un rastro evidente de que sucedió en algún
momento. Las fotografías de Sady actúan en el estudio de la historia y de la evolución de
Colombia como ríos que llegan a lugares impensados y que abren puertas a espacios y tiempos
desconocidos, pasados, pero importantes para comprender cómo se formó el país que hoy
conocemos.
Es evidente que para estudiar la historia debe mediar, como mínimo, un interés por ella. El
studium, propuesto por Barthes, no es otra cosa sino el interés o la aplicación a alguna cosa, el
gusto por alguien o una dedicación particular hacia algo. Para llegar a la obra de Sady
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González, entre otras cosas, hay que estar revestido por ese studium, es decir, interesado por la
historia retratada en sus fotografías. A través de ellas, como sucede en el studium de Barthes,
el receptor está recibiendo un testimonio (político, social, étnico) de una época tensa en la que
el país estaba en medio de una transformación, pero también se estaba matando a sí mismo.
Sin embargo, las fotografías de Sady no son únicamente ejemplo de studium, sino que
también lo son de su opuesto, el punctum. Las fotografías conmueven, tal vez por haber sido
tomadas hace mucho tiempo, pero sobre todo por contener elementos que, como explica
Barthes, salen de la foto y punzan. “El punctum de una foto es ese azar que en ella me
despunta (pero que también me lastima, me punza)”. En este caso, el punctum surge a partir de
un elemento al que el receptor le da vida, le da un valor agregado. Por eso se dice que no es
explícito. Al hablar de las fotos de Sady es imposible señalar un punctum dado que éste es
netamente subjetivo: depende de la mirada propia de cada persona. Pero una cosa sí es clara:
cada fotografía de Sady, al ser vista, remite a alguna emoción o recuerdo. Esto por una simple
razón, que también señala Guillermo González: gran parte de las fotos que tomó Sady a lo
largo de su vida son un retrato vivo de aquello que fuimos todos como nación. Es la raíz
misma del país que existe hoy por hoy y algo nuestro, muy propio, va a habitar siempre en
cada rostro, en cada lugar, en cada gesto que Sady inmortalizó con su cámara.
Otro de los impactos que tuvo Sady González como fotógrafo fue su faceta como maestro.
Muchos de los grandes exponentes de la fotografía nacional de las décadas siguientes pasaron
por Foto Sady, ya fuera en el laboratorio revelando negativos o en la calle ejerciendo la
reportería y encontrando nuevos estilos que los llevarían a cada uno por caminos diferentes. El
más nombrado de sus alumnos es el recién fallecido Carlos Caicedo. Sin embargo, Alfredo
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Pontón, Alberto Sarmiento y Carlos García también hicieron parte de ese grupo de aprendices
que lograron su propio estilo detrás de la cámara con la fortuna de haber recibido los
fundamentos mínimos del primer gran reportero gráfico del país. Y con ello no solamente se
habla de elementos técnicos y trucos a la hora de tomar fotografías. Cuando Sady murió, en
julio de 1979, Luis Alberto Acuña, otro reportero de aquella época, resaltó la influencia de
Sady hablando en términos de la ejecución de su trabajo. “Una generación que también supo
por él no sólo la disciplina del buen trabajo, sino la ecuanimidad. No es porque haya muerto
que todo fue tan bueno con Sady, sino que siempre, en vida, él sirvió de ejemplo…”6 Una vez
más aparece el valor que Sady le daba a su labor, tal vez sintiendo de alguna manera que su
trabajo no carecía de importancia. Quizá por eso mismo se convirtió en maestro de tantos
grandes fotógrafos: para consolidar una profesión de la que, como muchas de las cosas que
hizo en su ejercicio, fue pionero. Y prueba de que la formación de sus herederos en la
fotografía fue excelente es el hecho mismo de que, al igual que él, hayan sido destacados por
la sensibilidad y el buen ojo que desarrollaron a lo largo de sus carreras.
Por último, hay que anotar que los números, que al igual que las fotografías son
irrefutables, también salen a hablar acerca del trabajo de Sady González como reportero
gráfico. El archivo que hoy en día reposa en la Biblioteca Luis Ángel Arango y que contiene
lo conocido de la obra de Sady, cuenta con alrededor de 12.000 fotografías que ya muestran
una profundidad notable del fotógrafo a la hora de cubrir los temas que debía, además de dejar
clara la versatilidad y la suficiencia con las que contaba para reportar con gran precisión y
sensibilidad varios hechos y anécdotas cuyos relatos llegaron hasta el día de hoy. Sin embargo,
meses atrás se encontró un nuevo archivo de Sady con cerca de 300.000 fotografías. La
6 El Espectador. (Julio, 1979). Falleció Sady González. Bogotá, Colombia.
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cantidad de imágenes ya habla por sí sola. Este nuevo archivo (y también el que ya se conoce)
carecería de valor e importancia si únicamente se hubiera concentrado en registrar un sólo
contexto, ya sea el político, el deportivo, el social. Pero el trabajo de Sady se escapa de
cualquier tipo de encasillamiento, y la palabra “monotonía” bien podría ser el antónimo
adecuado para él. Su importancia radica precisamente en mezclar cantidad, calidad y
versatilidad. A partir de estas tres cualidades se puede recrear con profundidad la historia de
tres décadas de una Colombia que cambió del cielo a la tierra. Rescatar ese hecho no menor de
poder mirar un país y una ciudad enteros a través de fotografías era una de las metas trazadas
al momento de iniciar este trabajo. Poner en su lugar a Sady González como el más genial y
prolífico reportero gráfico del país en toda su historia es el reto que aún hay que cumplir. Este
es apenas un pequeño paso.
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Las fotografías empleadas para ilustrar este trabajo fueron tomadas del archivo del
periódico El Tiempo, consultado en la Biblioteca Luis Ángel Arango; del archivo de Sady
González, que reposa en la misma biblioteca; y de la trilogía de libros editados por Revista
Número, que incluye parte del trabajo del fotógrafo. Su uso ha sido y será netamente
académico.