Salvatierra Ensayo Parte 2

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Textos Hispanoamericanos Lucía Micó Noviembre de 2011 Página 1 de 2 Y qué son los márgenes sino espacios que deliberadamente se dejan en blanco. En la novela, los espacios en blanco son los del rollo que le falta a Miguel, los de las palabras que le faltaron de su padre, los del hermano desconocido. Los márgenes como vacíos pueden funcionar como un obstáculo y a la vez señalar el camino de encuentro: debido a la falta de intermediarios que le “cuenten” a su padre, cómo era, qué hacía, qué pensaba, Miguel se encuentra con él a través de la obra, posiblemente el canal de comunicación más genuino que haya entre ellos. Dice Miguel: “…me quedaba recorriendo [los rollos] despacio, mirando cada detalle. A veces sentía que estaba conociendo a mi padre por primera vez […] Miraba todo esto preguntándome muchas cosas a la vez. ¿Qué era ese entretejido de vidas, gente animales, días, noches, catástrofes? ¿Qué significaba? ¿Cómo había sido la vida de mi padre?”. Quizá lo que suceda es que Miguel se siente tal vez un poco al margenante el silencio de su padre. Para Pedro Mairal, la mudez de Salvatierra tal vez sea una metáfora de la incomunicación entre hijos y padres; en este caso los espacios en blanco son vacíos irrecuperables, abismos generacionales. Está esa distancia insalvable entre padres e hijos, esa sensación de que lo que le estás diciendo a tu hijo lo va a escuchar dentro de treinta años, y a la vez lo que te dijo tu padre alguna vez lo escuchás recién ahora. Parece que uno está cara a cara con su hijo o con su padre, pero en realidad te separa una distancia de treinta años”, dice Mairal. Cómo hacer entonces para atravesar lo infranqueable. Cómo encontrar el punto donde las dos orillas se tocan. De nuevo, para acortar distancias, qué otra cosa se puede hacer sino zambullirse en el río. El río, sobre todas las cosas, comunica. Lo mismo que el cuadro. Sentí que [mi padre] me hablaba con su cuadro y que vencía el silencio enorme que había existido entre los dos. Ahora él me hablaba con el amor de su pintura y me decía cosas que nunca había podido decir”. El cuadro es lo que le permite a un Miguel adulto encontrarse con su padre tal como era cuando él era chico. De modo que el cuadro es el único medio que tiene Miguel para encontrar a su padre aunque, paradójicamente, Juan Salvatierra no aparezca en su propia pintura (es como escribir una autobiografía en la que uno no esté”, dice Miguel ). Sucede que Juan Salvatierra se mueve en los márgenes, esquivo y, si Miguel quiere hacerlo aparecer en el lienzo no será de otra manera sino revelando su historia casi artesanalmente, a partir de rodeos, de vaguedades, de las insinuaciones y pistas sutiles que la obra le regala. Sobre todo, Miguel necesita completar el cuadro para completar su historia. Y para darse también un poco de margen. Es que la vitalidad arrasadora de la pintura de

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Ensayo sobre la novela Salvatierra

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Page 1: Salvatierra Ensayo Parte 2

Textos Hispanoamericanos Lucía Micó Noviembre de 2011

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Y qué son los márgenes sino espacios que deliberadamente se dejan en blanco.

En la novela, los espacios en blanco son los del rollo que le falta a Miguel, los de las

palabras que le faltaron de su padre, los del hermano desconocido. Los márgenes como

vacíos pueden funcionar como un obstáculo y a la vez señalar el camino de encuentro:

debido a la falta de intermediarios que le “cuenten” a su padre, cómo era, qué hacía,

qué pensaba, Miguel se encuentra con él a través de la obra, posiblemente el canal de

comunicación más genuino que haya entre ellos. Dice Miguel: “…me quedaba

recorriendo [los rollos] despacio, mirando cada detalle. A veces sentía que estaba

conociendo a mi padre por primera vez […] Miraba todo esto preguntándome muchas

cosas a la vez. ¿Qué era ese entretejido de vidas, gente animales, días, noches,

catástrofes? ¿Qué significaba? ¿Cómo había sido la vida de mi padre?”.

Quizá lo que suceda es que Miguel se siente tal vez un poco “al margen” ante el

silencio de su padre. Para Pedro Mairal, la mudez de Salvatierra tal vez sea una

metáfora de la incomunicación entre hijos y padres; en este caso los espacios en blanco

son vacíos irrecuperables, abismos generacionales. “Está esa distancia insalvable entre

padres e hijos, esa sensación de que lo que le estás diciendo a tu hijo lo va a escuchar

dentro de treinta años, y a la vez lo que te dijo tu padre alguna vez lo escuchás recién

ahora. Parece que uno está cara a cara con su hijo o con su padre, pero en realidad te

separa una distancia de treinta años”, dice Mairal.

Cómo hacer entonces para atravesar lo infranqueable. Cómo encontrar el punto

donde las dos orillas se tocan. De nuevo, para acortar distancias, qué otra cosa se puede

hacer sino zambullirse en el río. El río, sobre todas las cosas, comunica. Lo mismo que

el cuadro. “Sentí que [mi padre] me hablaba con su cuadro y que vencía el silencio

enorme que había existido entre los dos. Ahora él me hablaba con el amor de su pintura

y me decía cosas que nunca había podido decir”. El cuadro es lo que le permite a un

Miguel adulto encontrarse con su padre tal como era cuando él era chico.

De modo que el cuadro es el único medio que tiene Miguel para encontrar a su

padre aunque, paradójicamente, Juan Salvatierra no aparezca en su propia pintura (“es

como escribir una autobiografía en la que uno no esté”, dice Miguel). Sucede que Juan

Salvatierra se mueve en los márgenes, esquivo y, si Miguel quiere hacerlo aparecer en

el lienzo no será de otra manera sino revelando su historia casi artesanalmente, a partir

de rodeos, de vaguedades, de las insinuaciones y pistas sutiles que la obra le regala.

Sobre todo, Miguel necesita completar el cuadro para completar su historia. Y

para darse también un poco de margen. Es que la vitalidad arrasadora de la pintura de

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su padre le ha dejado poquísimo espacio para sí mismo. “Encontrar el tramo faltante era

algo que necesitaba hacer para que el cuadro no fuera infinito”, dice un poco

consternado. “Si faltaba un rollo, no iba a poder mirarlo todo, conocerlo todo, y seguiría

habiendo incógnitas, cosas que Salvatierra quizás había pintado, sin que yo lo supiera.

Pero si lo encontraba, habría un límite para ese mundo de imágenes. El infinito tendría

borde y yo podría encontrar algo que él no hubiera pintado. Algo mío”.

Encontrar algo nuestro. Apropiarnos del mundo. No será acaso un viaje que

todos emprendemos, tanto como hiciera Juan, como hiciera Juanele. Y es hurgando en

los márgenes, en una playita alejada que Miguel encuentra su rollo, su verdad y su lugar

en el mundo, y puede por fin empezar a escribir su propia historia. Lo hará en

Gualeguay, por supuesto, donde vive y escribe a la vera del río.

“Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco”, dice Miguel.

“Salvatierra ocupó ese margen alejado de las expectativas ganaderas de mi abuelo. Se

adueñó de la representación, de la imagen. Yo me quedé con las palabras que la mudez

de Salvatierra dejó de lado. Empecé a escribir hace un par de años. Siento que este

lugar, este espacio de la hoja blanca, me pertenece más allá de los resultados. El mundo

entero cabe en este rectángulo”.

Bibliografía consultada

Cusimano, Javier. Pedro Mairal: "Quería que la novela fluyera como un río". Mendoza:

Los Andes. 27-06-2009.

Delgado, Sergio (coordinador). Juan L. Ortiz: Obra completa. Santa Fe: UNL, 2005.

Mairal, Pedro. Salvatierra. Buenos Aires: Emecé. 2008.