Samosata Luciano de - 41 El Maestro de Retorica

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 113 LUCIANO OBRAS II TRADUCCIÓN Y NOTAS POR JOSÉ LUIS NAVARRO GONZÁLEZ EL MAESTRO DE RETÓRICA Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL. Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por LIDIA INCHAUSTI GALLARZAGOITIA. EDITORIAL GREDOS, S. A. Depósito Legal: M. 15372-1988. ISBN 84-249-1276-4. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1988. — 6179. © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1988. EDITORIAL GREDOS

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 113

LUCIANO

OBRAS II

TRADUCCIÓN Y NOTAS POR

JOSÉ LUIS NAVARRO GONZÁLEZ

EL MAESTRO DE RETÓRICA

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL. Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por

LIDIA INCHAUSTI GALLARZAGOITIA. EDITORIAL GREDOS, S. A. Depósito Legal: M. 15372-1988. ISBN 84-249-1276-4. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1988. — 6179. © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1988.

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ÍNDICE GENERAL

Págs.

26 Caronte o Los contempladores ............................................... 7 27 Subasta de vidas ................................................................... 30 28 El pescador o Los resucitados .............................................. 54 29 Doble acusación o Los tribunales ........................................ 90 30 Acerca de los sacrificios .................................................... 121 31 Contra un ignorante que compraba muchos libros ............ 132 32 El sueño o Vida de Luciano ............................................... 151 33 Sobre el parásito o Que el parasitismo es un arte ............. 161 34 El aficionado a la mentira o El incrédulo........................... 195 35 Juicio de diosas ................................................................. 226 36 Sobre los que están a sueldo ............................................. 237 37 Anacarsis o Sobre la gimnasia .......................................... 272 38 Menipo o Necromancia ..................................................... 303 39 Lucio o El asno .................................................................. 320 40 Sobre el luto ....................................................................... 364 41 El maestro de retórica ...................................................... 374 42 Alejandro o El falso profeta .............................................. 392 43 Los retratos ........................................................................ 427 ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS ................................... 445 Textos griegos de Luciano: http://sites.google.com/site/ancienttexts/gk-l2

Obras de Luciano en inglés: http://www.sacred-texts.com/cla/luc/fowl/index.htm

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EL MAESTRO DE RETÓRICA Curioso ensayo el que nos presenta Luciano; esta vez no son las escuelas filosóficas ni las creencias

religiosas el blanco de la crítica de nuestro autor. Un joven desea dedicarse a la oratoria. ¿Qué debe hacer? ¿Seguir los cánones que, arrancando de la sofística, acaban en el peliagudo y farragoso curso de Quintiliano? ¿O, tal vez, desechar toda esa retahíla de preceptos y convenciones, y adornarse de unos toques teatrales para impresionar al auditorio sin prestar atención al contenido? La oratoria, en época de Luciano, dado que los argumentos son triviales y repetidos hasta la saciedad, resulta un género, hasta cierto punto, hueco. Nuestro autor vierte aquí una sátira contra el prototipo de orador de la época, que, por un momento, nos hace recordar aquello que decía Salustio al retratar a Catilina: «satis eloquentiae, sapientiae parum». Piénsese que esos oradores consideraban a Isócrates «charlatán», a Demóstenes «dejado de la mano de las Gracias» y a Platón «frío».

1 Preguntas, muchacho, cómo podrías llegar a ser un orador y poder asumir el muy sublime y

honorable título de sofista. Dices que no puedes vivir, a no ser que te revistas de un manto de fuerza en las palabras, como para resultar inexpugnable e irresistible, ser admirado y objeto de observación por todos, al tiempo que parecer modelo de elocuencia para los griegos. Y por eso quieres aprender bien cuáles son los caminos que conducen a ello. No hay ningún obstáculo, niño, máxime cuando un joven que tiene las más nobles aspiraciones, sin saber de dónde lo podría obtener, se acerca como tú ahora para pedir un consejo, cosa sagrada. Así que escucha, y, en lo que esté en mis manos, ten confianza y serás muy pronto un hombre diestro en conocer lo que se necesita y en expresarlo en palabras, caso que, de ahora en adelante, desees perseverar en lo que oigas de nosotros, estudiarlo con esfuerzo y recorrer con ganas el camino que te lleve hasta la meta. 2 El objetivo que se persigue no es insignificante ni requiere poco esfuerzo; al revés, por alcanzarlo merece la pena sufrir muchas penalidades, muchas horas de insomnio y resistir todo lo que venga. Fíjate cuántos hombres que no eran nada, por sus discursos, han sido tenidos por famosos, ricos y, por Zeus, los más nobles. 3 No temas, sin embargo, ni te vengas abajo ante la magnitud de lo que esperas lograr, creyendo que vas a tener que afrontar cientos y cientos1 de penosos quehaceres. No te conduciremos por una senda abrupta ni escarpada, ni llena de obstáculos para hacerte volver de ella extenuado; no nos diferenciaríamos entonces de cuantos consideran a la habitual, ancha, escarpada, fatigosa, y en gran medida sin perspectivas de futuro. Pero lo que del consejo de nuestra parte debes entresacar es lo siguiente, que, caminando por una senda corta y agradable, accesible a los carros tirados por mulas, cuesta abajo, con relajación de ánimo y molicie por prados floridos y sombra ajustada, con tiempo de sobra y paso a paso, te colocarás sobre la cima sin esfuerzo y cobrarás tus presas sin cansarte, por Zeus, y, tumbado, banquetearás, observando desde lo alto, exhaustos, a cuantos optaron por la otra senda, en la ladera de la subida a la montaña, arrastrándose a duras penas hacia arriba por peñascos resbaladizos e inaccesibles, rodando de cabeza, algunas veces, y lesionándose, debido a lo escarpado de las rocas2. Tú, arriba ya desde mucho antes, coronado, serás feliz y captarás de la retórica, en un instante y durmiendo, lo que es bueno. 4 El compromiso es grande.

1 El griego dice «diez mil penosos quehaceres»; obviamente, no se trata de traducir numeral por numeral, sino de recoger en español la significación que tiene su empleo en ese contexto. 2 El párrafo es en griego tan largo como lo hemos presentado en castellano. Luciano, que prefiere la frase corta, parece hacer aquí, al igual que en otros trabajos, una serie de concesiones a los ampulosos párrafos de la oratoria.

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Pero, ¡en el nombre de la Amistad!, no pierdas la fe, si decimos que vamos a mostrarte lo más sencillo y, a la vez, lo más agradable. ¿O es que Hesíodo, cogiendo unas pocas hojas del Helicón de pastor3, no se hizo enseguida poeta y cantaba la estirpe de dioses y héroes poseído por las Musas, y no es posible, en cambio, hacer en breve tiempo un orador, algo que está muy por debajo del lenguaje elevado de la poesía, si alguien aprende el camino más rápido? 5 Quiero así contarte la historia del proyecto de un comerciante sidonio que, por incredulidad,

no llegó a feliz término y resultó desaprovechado por quien lo oyó. Gobernaba ya Alejandro a los persas después de haber destruido a Darío tras la batalla de Arbela. Era necesario organizar en todas las direcciones del imperio un servicio de correos que transmitiera las órdenes de Alejandro. El tra-yecto desde Persia hasta Egipto era muy largo: tenían que rodear los montes, después llegar a Arabia tras atravesar Babilonia, a continuación avanzando por las arenas de un inmenso desierto y a trancas y barrancas llegar a Egipto; un hombre, aunque no lleve nada encima, tarda veinte días en recorrer ese trayecto. Alejandro se disgustaba en relación con ese tema, porque, oyendo que los egipcios tramaban algo, no podía enviar con rapidez a los sátrapas sus disposiciones al respecto. Yo, rey, dijo el comerciante sidonio, te prometo indicarte un camino no largo desde Persia hasta Egipto. Si alguien lograra escalar esas montañas —en tres días decía que las atravesaría—, en un voleo se planta en Egipto.

Así era realmente, y mira que Alejandro no le creyó; pensaba que el comerciante era un impostor. Así, lo chocante de la promesa parece poco creíble a la mayoría. Pero que no te pase a ti lo mismo. 6 Sabrás por experiencia que, cuando seas ya un orador, nada te impedirá que parezca que atraviesas volando, en menos, incluso, de un solo día, las montañas que separan Persia de Egipto.

Quiero, primero, como el famoso Cebes, mostrarte ambos caminos describiendo una imagen con la palabra. Sean, pues, dos los caminos que llevan a la vera de la retórica, de la que me pareces no muy comedidamente enamorado. Siéntese ella sobre una cima muy bella y con hermosa presencia, con el cuerno de Amaltea en su mano derecha rebosante de toda clase de frutos. A su lado me parece ver plantada a la Riqueza, toda ella de oro y codiciada. Comparezcan al lado, también, la Fama y el Poder, y los Elogios en derredor de toda ella, semejantes a pequeños Eros, en gran número, de todas partes, entrelazados al tiempo que revolotean. Si conocieras el Nilo reproducido en el dibujo, lo verías discurrir sobre algún cocodrilo o hipopótamo —hay muchos en él— y a algunos cachorros jugando a su alrededor —los egipcios los llaman «codos»— 4; así son los Elogios en torno a la Retórica.

Tú, el amante, te acercas con unas ganas locas de llegar a la cima lo más pronto posible, para, una vez arriba, desposarla y tener todo aquello, la riqueza, la fama y los elogios; por ley, todo eso pasa a ser del marido. 7 Pero, después que te acerques al monte, lo primero de todo pierdes las esperanzas de coronar la cima y la situación te parece semejante a la de Aorno4 bis, que se dio a ver a los macedonios que la vieron con aristas por todas partes, hasta el punto de que ni las aves podían volar con facilidad por encima de ella; necesitaba de un Dioniso o de un Heracles para ser tomada. Ésa es la opinión que te formas al principio; al cabo de un rato ves dos caminos; uno es una vereda estrecha, espinosa y escarpada, cuyo recorrido implica mucha sed y sudor. Se anticipó ya Hesíodo a indicarlo, de modo que no será preciso que lo haga yo5. El otro, amplio, florido y con agua abundante, tal como te lo dije antes; así que no te lo voy a repetir otra vez, no te vayas a entretener, que ya un orador casi podías ser. 8 Me parece, no obstante, que voy a insistir bastante en un punto, a saber, que la vereda aquella escarpada y dura no tenía muchas huellas de los caminantes, y si había alguna, era de hace mucho tiempo. Yo, pobre de mí, subí por ella pasando sin necesidad alguna enormes penalidades. El otro camino, como era liso y parecía no tener ningún pasaje tortuoso, me pareció como si no hubiera andado por él. Como era joven no veía lo mejor, sino que

3 Alude a la vara de laurel que, a modo de cetro, recibió HESÍODO de las Musas, cf. Teogonía 30-34. 4 Las famosas crecidas del caudal del Nilo, tan importantes y tan esperadas por los habitantes ribereños, están simbolizadas por dieciséis «codos», en versión literal del término empleado por Luciano. 4 bis Escarpada montaña de Macedonia. 5 Cf., HES., Teog. 286-292.

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pensaba que llevaba razón el famoso poeta cuando decía que lo bueno deriva del sufrimiento6. Pero no era así. Veo que, sin esfuerzo, la mayoría se hace acreedora a cosas más importantes, por el buen criterio en la elección de las palabras y de los caminos.

Cuando llegues al punto inicial, estoy seguro de que te verás en apuros —de hecho ya lo estás—, a ver por cuál de los dos caminos diriges tus pasos. Te voy a decir cómo tienes que hacer para subir fácilmente a la cumbre, alcanzar la felicidad, desposarla y suscitar admiración a los ojos de todos. Basta ya de tropezar dos veces en la misma piedra y de pasar penalidades. Todo se te dará, como en la época de Cronos, sin necesidad de sembrar y sin labrar7. 9 Al punto se te acercará un hombre recio, de porte viril, con las huellas del sol en su cuerpo, de

mirada varonil, despierto, guía de aquella senda escarpada; te dirá, el infeliz, toda una serie de tonterías invitándote a que lo sigas, mostrándote como modelo las huellas de Demóstenes, de Platón y de algunos otros, grandes y de tamaño mayor que las de los hombres de ahora, ya borrosas y confusas por el paso de los años; te dirá que serás feliz, y que, a tenor de la ley, desposarás a la Retórica, si es que caminas por esa senda como hacen los que van persiguiendo bellos objetivos. En cuanto te desvíes un poco, o pises por fuera o te desniveles hacia uno de los lados, te caerás fuera del camino recto que conduce a la boda. Te exhortará, después, a emular a aquellos hombres de antaño, poniéndote ejemplos trasnochados de sus discursos no fáciles de imitar, como sucede con las esculturas de antaño, de Hegesio y las de los seguidores de Critio y Nesiote8, Comprimidas, nerviadas, secas y meticulosamente recortadas en sus perfiles. Te dirá que esfuerzo, insomnio, necesidad de beber agua y la tenacidad son inexorables e inevitables; sin ellas es imposible recorrer el camino. Y lo más molesto de todo, que te prescribirá el tiempo del recorrido como muy largo; muchos años, no puede contarse por días o por treintenas, sino que debe contarse por Olimpíadas9, para que, al oírlo, desistas de antemano de todas esas fatigas y abandones diciendo adiós una y mil veces a aquella felicidad que con tanto empeño anhelabas conseguir. Además de todo eso, no te pedirá honorarios reducidos por penalidades de tan gran envergadura; al revés, no te guiaría, a no ser que cobrara una buena cantidad por anticipado. 10 Eso te dirá ese hombre, impostor y trasnochado, ciertamente un hombre «Crónico»10,

proponiéndote a muertos del pasado como modelo a imitar, creyendo que merece la pena exhumar palabras hace tiempo ya enterradas, como si fuera una cosa estupenda; estima conveniente emular a un hijo de un fabricante de cuchillos y espadas y a otro hijo de un tal Atrometo, el gramático11. Y todo ello en tiempo de paz —que ni acecha Filipo ni da órdenes Alejandro, ocasiones esas en las que las palabras de aquéllos parecían bastante útiles—, sin saber cuál es ahora el camino nuevo, rápido y sin complicaciones para entrar de inmediato en el campo de la Retórica. Tú, ni le hagas caso ni le prestes atención, no sea que te coja a su lado y te precipite de cabeza o se las arregle para que acabes envejeciendo antes de tiempo con tantos esfuerzos.

Pero si, realmente, estás enamorado y quieres estar con la Retórica rápidamente, aún en el mejor momento de tu vida, de manera que recibas el mismo interés de parte de ella, ¡adelante!; al tipo velludo ese, varonil en exceso, le dices que se vaya a hacer puñetas; que suba él y todos a quienes pueda engañar para que vayan con él, ¡déjalo que suba sudoroso y jadeante! 11 Al llegar al otro camino encontrarás a mucha gente, y entre ella a un hombre muy sabio y

muy hermoso, contoneándose al andar, con el cuello plagado de collares, con mirada femenina, con voz atiplada, despidiendo olor a perfumes, rascándose la cabeza con el índice, arreglándose los cabellos —ya pocos— con rizos y teñidos de color violeta, un maricón como Sardanápalo o Cinira o el propio Agatón, aquel amadísimo poeta de la tragedia12. Quiero decir que, a partir de esos datos, 6 Nueva referencia a un pensamiento de HESÍODO plasmado en Trabajos y Días 289. 7 Una vez más se hace referencia a HEsíoDo cuando describe la llamada Edad de Oro (Trabajos 117 ss.) 8 Escultores de cierto relieve anteriores a Fidias. 9 Nótese la manera de contar el tiempo: por meses y por períodos de cuatro años —intervalo entre dos celebraciones de los Juegos en Olimpia—. 10 Nótese el juego de palabras; nosotros decimos «anacrónico», pero es que aquí «Crónico», así con mayúscula, significa justamente eso, «trasnochado», es decir, de la época de Cronos. 11 Inequívoca alusión a las dos figuras de la oratoria griega, Demóstenes y Esquines respectivamente. 12 Nada mejor que una lectura de las Tesmoforías de ARISTÓFANES para ver puestas de relieve las veleidades gay del

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podrías hacerte una idea de cómo era él, no vaya a pasarte inadvertido un ejemplar tan maravilloso, amigo de Afrodita y de las Gracias. ¿Que por qué lo digo? Si se acercara a ti, aunque estés con los ojos cerrados y te dijera algo, al abrir aquellos labios del Himeto y dejar oír su voz habitual, te darías cuenta enseguida de que no es uno como nosotros, que comemos productos de la huerta, sino que se trata de una extraña silueta que se alimenta de rocío o de ambrosía. 12 Si te acercas y te entregas a él, serás muy pronto un buen orador, admirado y —según dice—

te instaurarás como rey de los discursos conduciendo sin esfuerzo las cuadrigas del bien decir. Tomándote a su lado, te enseñará primero aquellas cosas primeras... mejor que te lo diga él. Sería ridículo que yo hiciera los discursos por un orador de tal categoría, yo, un vulgar actor, que represento papeles de esa categoría e importancia... ¡Quita!, no sea que rompa con algún fallo al héroe al que estoy representando.

Tal vez podría decirte, llevándote a su lado, cuánto pelo le queda todavía, esbozando la sonrisa aquella fina y blanda que solía esbozar, imitando a Autotaida, la actriz de comedias, o a Maltaque o a Glicera13 con lo delicado de su voz. El porte excesivamente masculino resulta tosco e impropio de un orador delicado y con encanto. 13 Tal vez él, usando un lenguaje comedido para hablar de sí mismo, te dirá: «¿Acaso, buen hombre, Apolo Pitio te envió a mí, aludiéndome como el mejor de los oradores, como cuando Querefonte14 le preguntó y él le indicó quién era el más sabio de entre los de entonces?; y si no es eso, sino que vienes por la fama, al oír que todos han quedado fuer-temente impresionados por nuestra doctrinas, entonando alabanzas y quedándose pasmados y agazapados de miedo, al punto sabrás a los dominios de qué clase de hombre ‘genial’ has venido. No esperes ver algo que puedas comparar con fulano o mengano. Aunque alguien te hable de Titio o de Oto o de Efialtes, el asunto te parecerá fantástico y prodigioso, con mucho, muy por encima de ellos. Porque verás que su voz es superior a la de los demás, en la misma medida en que la trompeta domina a las flautas, y las cigarras a las abejas y los coros a cada uno de sus componentes. 14 Puesto que tú también deseas llegar a ser un orador y eso no lo aprenderías de otro fácilmente, sigue sólo, niño de mi alma, lo que yo te diga, imita todo lo que haga y guárdateme, al pie de la letra, las normas que yo te ordene utilizar. Avanza ya sin vacilación y sin temor, dado que no has pasado por los rituales previos a la retórica, que facilita la enseñanza elemental abriendo camino a los tontos y a los necios con mucho esfuerzo. Pero no necesitarás de nada de eso. Embárcate con los pies sin lavar —como dice el refrán—, que no vas a estar en desventaja por ello, aunque —lo más corriente— no sepas ni escribir las letras. El orador es otra cosa al margen de eso. 15 »Te diré, en primer término, todo lo que tienes que traer de tu casa, cuando vengas, como

equipaje para la travesía, y cómo debes hacer tus provisiones para poder acabar rápidamente. A continuación yo mismo, dándote unas indicaciones cuando vayas por el camino, así como algunos consejos, antes de ponerse el sol, te presentaré ante todos como un orador tal como yo soy, sin lugar a dudas, primero, mediano y último de los que se afanan en pronunciar discursos.

»Trae contigo lo más importante de todo, la ignorancia y, después, la osadía, el descoco y la desvergüenza. Déjate en casa el pudor, el decoro, la moderación y el rubor; no sirven para nada y son contraindicados para el tema que nos ocupa. Un grito lo más alto que puedas, un tono desenfadado y un porte como el mío; eso es lo que es absolutamente imprescindible y con eso sólo basta. Que tu vestido sea tornasolado o blanco, obra de un taller tarentino para que se transparente el cuerpo. Zapatos femeninos de tacón del Ática, con muchas hendiduras, o botines de Sición15 adornados con flecos blancos; muchos acompañantes y siempre, siempre, un libro. Eso es lo que tienes que hacer. 16 Lo demás, velo y óyelo a medida que

tal Agatón. 13 Esta mención me parece que echa por tierra una de las afirmaciones que se vienen dando como algo comúnmente admitido y que no necesita estudio o discusión. Después de leer esto, tres nombres de mujeres con un término inequívoco al lado —komikén, es obvio que no significa autora de comedias, sino actriz de comedias—, piénsese si de verdad no hubo mujeres actrices en Grecia. Que Luciano las cite —no una sino tres— con sus nombres, igual que hace en otros opúsculos con los actores, demuestra que no se puede afirmar rotundamente que no hubo actrices en el teatro griego. 14 Alusión al famoso pasaje de PLATÓN. Apología 21a. 15 Sobre estas modalidades de calzado, véase nuestra n. 9 en HERODAS, Mimiambos..., B.C.G. 44, Madrid, 1981, pág. 68.

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avances por el camino. Te voy a explicar las leyes a las que deberás atenerte, si quieres que la Retórica te identifique y te acoja; no te rechazará ni te enviará a paseo como si fueras un no iniciado o un espía de los rituales mistéricos. Hay que prestar mucha atención al porte externo y al buen arreglo del vestuario, y después seleccionando quince o, como mucho, veinte términos áticos y aprendiéndolos concienzudamente, tenlos listos en la punta de la lengua —el átta y káta y món y hameguépe y lóste y otros por el estilo—16 y espárcelos por encima en todo discurso como un suave condimento. No te preocupes de lo demás, si no cuadra o no encaja o desentona con ello. Fíjate bien que el vestido de púrpura sea bonito y florido de adornos, aunque el manto sea una pelliza de las gruesas. 17 Después, palabras misteriosas y extrañas, raras veces pronunciadas por los oradores de antaño y llevándolas contigo, elígelas antes y asaetea con ellas a las masas que se te acerquen. Así la plebe te mirará con consideración y asumirá como algo maravilloso la cultura que los desborda, si llamas a rascarse ‘almohazarse’, al agostarse por el sol, ‘soligostarse’, a la fianza ‘pronomio’ y a la aurora ‘altanube’ 17. Crea tú también términos nuevos y extraños y deja fijado con rango de ley llamar al que sea hábil en interpretar ‘euléxico’, al inteligente ‘sabelotodo’, al bailarín ‘manisabio’. Si cometes solecismos o barbarismos, sea la desvergüenza el único remedio y ten siempre dispuesto un nombre que no sea de nadie, ni de los de ahora, ni de los de antes, sea poeta o prosista, diciendo que él, un hombre culto, muy meticuloso en su forma de expresarse, empleaba esa expresión. No leas textos de antaño, ni siquiera al charlatán Isócrates ni a Demóstenes, dejado de la mano de las Gracias, ni al frío Platón; lee los discursos de los que han vivido un poco antes que nosotros y lo que ellos llaman ejercicios, para que, bebiendo en sus fuentes, puedas echar mano de ellos como si los sacaras de la despensa. 18 »Y cuando sea preciso hablar y los presentes sugieran algunos argumentos y puntos de

partida para los discursos, todo cuanto sea molesto censúralo y menosprécialo, en la idea de que nada de eso es propio de un hombre. Y si ya los han elegido, sin apresurarte di lo que se te ocurra en un lenguaje torpe, sin preocuparte en absoluto de que lo primero, sí, como es lo primero, lo tengas que decir en el momento adecuado, y lo segundo, después de lo primero, y lo tercero después de lo segundo; antes bien, di en primer lugar lo primero que se te ocurra, y si llega el caso te pones la espinillera en torno a la frente, y el casco en torno a la espinillera18. Pero, ante todo, espabila, empalma frases y no te calles. Y si hablas de un chulo o de un adúltero en Atenas, cuenta también lo que sucede entre los indos y entre los ecbatanos. Y, sobre todo, el Maratón y el Cinegiro, sin los que no se puede dar un paso. Que se navegue por el Atos, que se haga una expedición a pie por el Helesponto, que se oscurezca el sol por las flechas médicas, que huya Jerjes, que Leónidas sea motivo de admiración, que se lean las letras de Otríadas, y Salamina y el Artemisio y las Plateas, que no falten todos esos numerosos y frecuentes tópicos. Unas ligeras gotas de picante le darán más realce y más vida a tus palabras, y a todas horas el átta y el dépouthen19, aunque no venga a cuento; son bonitas, sobre todo si se dicen en el momento oportuno. 19 »Y si alguna vez te parece que es la ocasión apropiada para entonar, entona entonces todo lo

que tengas que entonar, y que sea al modo lírico. Y si te ves en apuros con este tema del canto, di pura y simplemente «miembros del jurado» con armonía, y ya has completado la musicalidad de tu frase. El ‘ay de mis males’, a troche y moche, y bien de golpes en el muslo, y grita a voz en cuello, pon énfasis en lo que digas y camina contoneando el culo. Y si así no te elogiaran, cabréate e insúltalos. Y si enseguida se levantan, porque les da vergüenza dispuestos ya a comenzar el éxodo, manda que se sienten y conduce la situación en plan tirano. 20 »Para que admiren lo completos que son tus discursos, empieza por la saga de Troya o —sí,

por Zeus—por las bodas de Deucalión y Pirra, y si te parece, ve bajando el relato hasta nuestros

16 Hemos preferido dejar los términos tal cual; nótese que el káta proviene de la crasis de kaí y eita, y que món es un término de Luciano. 17 Aquí, en cambio, hemos preferido traducir manteniendo en lo posible el compuesto aunque sea obsoleto, desusado o, incluso, inexistente en español. 18 Se insta a violar la taxis o disposición ordenada de las ideas de un discurso, que continúa una fase obligada en su proceso de elaboración. 19 Muletillas equivalentes al «entonces» y al «pues» del castellano.

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días. Serán pocos los que te entiendan, la mayoría de los cuales no dirán ni pío por discreción. Y caso que hagan algún comentario, parecerá que lo hacen por fastidiar. La mayoría admirará tu aspecto externo, tu voz, tu porte, tus andares, tu entonación, tu calzado, aquel famoso toque ático tuyo, y al ver el sudor y la respiración entrecortada, no podrán por menos que creer a pies juntillas que eres un consumado maestro de la oratoria. Y, sobre todo, el apresuramiento ese conlleva una defensa no pequeña y asombro entre el vulgo; así que, nunca escribas o vengas preparado, pues eso puede resultar una prueba clara en contra de ti. 21 »Que los amigos estén siempre danzando a tu alrededor y te paguen como costo de los

banquetes, si alguna vez se dieran cuenta de que vas a caerte, el echarte una mano y ofrecerse a encontrar lo que se debe decir en los intervalos de tiempo producidos por aplausos. Preocúpate de esto, de tener un coro casero, que cante contigo.

»Ésas son las instrucciones para ti respecto de los discursos. Además, que unos escuderos escolten tu paso mientras avanzas envuelto en tu manto y haces un repaso de lo que has pronunciado. Y si alguien te sale al paso, cuéntale mil maravillas de ti, ponte por las nubes hasta que llegues a resultarle molesto: ‘¿qué era el de Peania al lado mío?’ y ‘mi enfrentamiento es tal vez contra uno de los hombres del pasado’ y expresiones por el estilo. 22 »¡Ah!, y lo más importante y lo más imprescindible para gozar de buena reputación, por poco

si me lo olvido: ríete a base de bien de todos los que hablan. Y si alguno pronunciara un buen discurso, que se vea que pone de relieve palabras de otro, no de sí mismo. Si recibe unas críticas moderadas, cuestiónensele todos sus argumentos. Y en las lecturas públicas debes estar con todos, pues debes darte a conocer. Y cuando todos estén en silencio, añade un vocablo elogioso poco corriente que distraiga y moleste los oídos de los presentes, para marearlos a todos con la pesadez de tus términos y hacer que se tapen los oídos. Agita, no demasiado, la mano, con moderación, y no te levantes más que una o a lo sumo dos veces. Esboza una sonrisa forzada en la mayoría de los casos y muestra ostensiblemente que no te satisface lo que se está diciendo. Consistentes son los motivos de críticas para quienes tienen prestos los oídos a calumnias.

»Por lo demás, hay que tener valor. La osadía, la desvergüenza, la mentira, siempre a punto; un juramento siempre en la punta de los labios, envidia a todos, odio, crítica maliciosa, calumnias convincentes; todo eso te convertirá en breve a ojos de todos en un hombre célebre y famoso. 23 »Este tipo de actuación es la que se nota y se da a ver al exterior. En tu vida privada que

parezca que haces todo de todo: jugar a los dados, emborracharte, joder, cometer adulterio y presumir de ello, aunque no lo hagas, andar contándoselo a todos y enseñar solapadamente notas escritas por mujeres. Esfuérzate por ser galante y esfuérzate en dar sensación de que las mujeres se toman interés por ti. La mayoría achacarán eso a la retórica, de modo que con ello creerán que tu fama traspasa los círculos femeninos. Y algo más: no te avergüences si parece que estás enamorado de algún hombre, y eso, aunque seas barbudo, sí por Zeus, o calvo. Comparezcan algunos a tu lado precisamente para eso, y si no aparecieran, con los criados basta. Muchas cosas de esa índole son de suma utilidad para ejercer la retórica, pero, sobre todo, la desvergüenza y el desparpajo. ¿Ves cómo las mujeres son más charlatanas y se insultan a base de bien, más que los hombres? Pues si te sucediera lo mismo que a ellas, en ese punto diferirías de los demás. Y si hay que embadurnarse de maquillaje, mejor por todas partes, y si no, al menos por las que más falta hace. Que tu boca esté abierta por igual a todo, y la lengua a tu servicio tanto para los discursos cuanto para cualquier otro tipo de actividades que pueda hacer. Y puede no sólo decir solecismos o barbarismos, divagar o jurar en vano o insultar o calumniar o mentir, sino que de noche puede desempeñar también alguna otra función, sobre todo si no puedes dar abasto a muchos amantes. Que ella lo sepa todo, que sea fecunda y que no se arredre ante nada. 24 Si aprendes eso bien, muchacho—y puedes (nada hay tan pesado en todo ello)—, te prometo y te animo a llegar a ser por fin en no mucho tiempo un orador excelente y semejante a nosotros. Lo que viene después no debo decirlo yo, esto es, toda la serie de bienes que tendrás a tu lado en breve de parte de la retórica. Ya me ves a mí, que nací de padre desconocido y no puramente libre, que serví como esclavo en Xois y Tmuis20, y de madre costurera

20 Dos ciudades en el delta del Nilo.

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Luciano de Samósata E l m a e s t r o d e r e t ó r i c a

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a la puerta de una calleja. Yo, que por lo que se ve, no estaba de mal ver en mi juventud, al principio vivía con un amante miserable y pegajoso por el solo hecho de que me diera de comer. Pero, una vez que capté perfectamente que este camino era muy fácil y, abriéndome paso, llegué a la cima —tenía a mi alcance, querida Adrastea, todas aquellas provisiones para el camino que mencioné anteriormente: el desparpajo, la ignorancia y la desvergüenza—, lo primero, ya no me llamo Potheinós21, sino que he adquirido ya el mismo nombre que los hijos de Zeus y Leda.

»Después, viviendo en compañía de una vieja, al principio satisfacía los placeres del bajo vientre a costa de ella, fingiendo que estaba enamorado de una mujer de unos setenta y cuatro años, que aún conservaba algunos dientes, postizos de oro. Pero, por mi pobreza, resistí la prueba, y el hambre hacía que me supieran a gloria aquellos besos helados, echados como desde un ataúd. Por un pelo no fui heredero de todos sus bienes, de no ser porque un maldito criado reveló que yo había comprado veneno para emplearlo contra ella. 25 Me echaron de allí, mas sin embargo ni siquiera entonces carecí de lo necesario. Paso por ser un orador y buena prueba de ello doy en los procesos, en los que, con mucha frecuencia, soborno a los jueces para los clientes menos inteligentes; en la mayoría de los casos soy derrotado, pero las palmeras crecen a mi puerta verdes y coronadas; las uso como cebo para mis víctimas. Pero incluso el ser odiado por todos y el hacerme notar por mi carácter detestable y aún más por el detestable tono de mis discursos, el que me señalen con el dedo, al tiempo que dicen: ‘éste es el colmo de la maldad’, me parece que no es algo irrelevante.

»A eso te animo —sí por la Pandemo (Afrodita)—, igual que me animé previamente a mí mismo sabiendo que me hacía un favor no pequeño.» 26 En fin, el hombre venerable, cuando te diga eso, habrá terminado su misión. Tú, si haces caso

a lo que te ha dicho, piensa que estás donde desde un principio anhelaste llegar. Y nada te impedirá, acompañado por la ley, el vencer en los tribunales, gozar de buena consideración y ser querido entre las masas, y el desposar no a una vieja de esas que salen en las comedias —como hizo el legislador y el maestro—, sino a la más bella mujer, a la Retórica, pues más te cuadra que se diga de ti aquel famoso pasaje de Platón —«que vas guiando un carro alado»— que no de Zeus.

Yo —soy un hombre vulgar y cobarde— me quitaré de vuestro camino y dejaré de piropear a la Retórica, pues, en lo que a vuestros asuntos en relación con ella se refiere, yo no tengo arte ni parte. Mejor dicho, he dejado ya de piropearla, así que pregonarás que habéis logrado la victoria sin esfuerzo, se os admirará al tiempo que se os recordará que no nos habéis derrotado porque se haya puesto de manifiesto que sois más rápidos que nosotros, sino por el hecho de haberos inclinado por el camino más fácil y cuesta abajo.

21 Extraño juego de palabras; Potheinós, tiene que ver con póthos «anhelo», «deseo ferviente»; los hijos de Zeus y Leda son, obviamente, Cástor y Pólux. Tal vez de aquí quieren extraer algunos filólogos el dato de que es el famoso lexicógrafo Pólux el destinatario de esta obra. Corroboraría este dato el hecho de que era natural de Egipto.