Sangre sobre la piel de toro

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IES LAS LLAMAS _______________________________________________________________ _______ SANGRE SOBRE LA PIEL DE TORO Historias de España contadas por perdedores AULA DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES _______________________________________________________________ Departamento de Geografía, Historia y Ciencias Sociales Diciembre 2011

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Trabajo de investigación en ciencias sociales elaborado por alumnado del IES Las Llamas de Santander, Cantabria (España)

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IES LAS LLAMAS

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SANGRE SOBRE LA PIEL DE TORO

Historias de España contadas por perdedores

AULA DE

INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES

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Departamento de Geografía, Historia y Ciencias Sociales

Diciembre 2011

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INDICE

La epopeya de Viriato Ainhoa GómezSoy numantino… y vivo para contarlo Bohdan ZhuravetskyyNuestra sangre andalusí Beatriz GarcíaA revolta Paula SalcedaLa rebelión comunera Laura GutiérrezLa leyenda criminal del Niño de la Guardia Sandra RasillaMemoria de una tragedia anunciada Ana G. WelshEl Edicto del Odio Ana LaitaLa matanza del Templo Mayor Guillermo MonederoLa rebelión de Flandes a la luz “de Orange” Sandra FernándezLa rebelión de Flandes a la luz “de Egmont” Javier CuevasLa rebelión de Flandes a la luz de “El Alba” Paula MerayoUna plaza para el recuerdo… y el odio Marisa ArzaEl juicio de Zugarramurdi (I) Elisa López-AlonsoEl juicio de Zugarramurdi (II) Fernando RosadoTupac Amaru II y la venganza de los incas Fátima CalderónTupac Amaru II y el descubrimiento del espanto Alejandro RuizEl sacrificio de Velarde Ana LópezLa odisea de “El Empecinado” Álvaro PastorLa tragedia de Mariana Pineda Belén CamusLa tragedia de Torrijos Diego MirandaDiario de un anarquista: La venganza del Liceo Nuria AlañaLa “ejecución” de Cánovas Daniel SolísLa tragedia de Ferrer Guardia Christel GasparMuerte de un poeta Beatriz CortijoJosé Antonio: el martirio de “un español” Clara DiazLa guerra entre dos Españas: Primo contra Companys Carlos SilióLa tragedia de las Trece Rosas Inés GarcíaLa guerra de Juanín Eva CubasUna historia de los últimos guerrilleros Raúl Fernández

Coordinación Antonio Martín

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CUADRO GENERAL DE LAS HISTORIAS CONTADAS EN ESTE LIBRO

PERÍODO HISTORIA RELATADA

Siglo III al

siglo I a.C

Conquista Romana de Hispana

Etapa 1Etapa 2 La epopeya de Viriato

La guerra de NumanciaEtapa final

Siglos I-V Hispania Romana

Siglos V-VIII Reino Visigodo

Siglos VIII-X Emirato y Califato de al- Ándalus La rebelión muladí de Ibn Hafsún

Siglos XI-XIII Declive de al-Ándalus y avance de los Reinos Cristianos

Siglos XIV-XV Crisis de la Baja Edad Media hasta Enrique IV de Castilla Las guerras irmandiñas

Siglos XV-XVI Monarquía de los Reyes Católicos La expulsión de los judíos

De la rebelión de los mudéjares….Siglos XVI-XVII Imperio

de los

Austrias

Carlos V La rebelión comunera

La matanza (azteca) del Templo Mayor Felipe II La rebelión de FlandesFelipe III … a la expulsión de los moriscos

El juicio de las brujas de ZugarramurdiFelipe IVCarlos II

Siglos XVIII-XIX Antiguo Régimen

de los Borbones

y su crisis

Felipe VFernando VICarlos II La rebelión de Tupac Amaru IICarlos IV – Fernando VII El levantamiento del 2 de mayoJosé Bonaparte La odisea de “El Empecinado”Fernando VII La tragedia de Mariana Pineda y de Torrijos

Siglo XIX Construcción del Estado liberal y luchas sociales

De Isabel II a la I RepúblicaRestauración borbónica: Reinado de Alfonso XII

Siglo XIX-XX Crisis del Estado liberal: Reinado de Alfonso XIII Los atentados anarquistas en el Liceo y contra Cánovas

La ejecución de Ferrer GuardiaSiglo XX Segunda República y Guerra Civil La represión roja y fascista: Lorca, Primo de Rivera,

Companys, las Trece RosasSiglo XX Dictadura Franquista Los maquis

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PRESENTACIÓN_______________________________________________________________________

Los libros de Historia están llenos de vencedores. Los vencedores pudieron ser emperadores que obtuvieron grandes victorias defendiendo sus vastos imperios, reyes que engrandecieron sus reinos, generales que humillaron al enemigo derrotándolo en los campos de batalla, descubridores de nuevos mundos o aventureros que se convirtieron en conquistadores dominando pueblos anteros.

Pero la historia también la hacemos los perdedores, los hombres y mujeres que perdimos la vida luchando contra los poderosos de nuestro tiempo; contra aquellos que, por una razón u otra, tenían poder para gobernar sobre nosotros. Sin embargo, esa condición de derrotados en la lucha contra el poder es lo único que nos une a todos los que comparecemos aquí. En todo lo demás somos muy distintos, y si los dioses nos hubieran hecho coincidir en la historia, seguro que nos habríamos matado entre nosotros.

Algunos de nosotros somos perdedores salidos del pueblo llano, que nos enfrentamos a los poderosos sin la más mínima posibilidad de vencer, como fruto de la desesperación que sale de la miseria y de la explotación. Como no podía ser de otro modo, fuimos masacrados y exterminados. Otros de nosotros somos perdedores salidos de la gente rica, que luchamos porque pensábamos que el poder debía pertenecernos a nosotros. Algunos teníamos el poder y no queríamos perderlo; otros no lo teníamos y queríamos conseguirlo. Nuestra victoria o nuestra derrota fue casi una cuestión de astucia, de recursos y hasta de suerte. Otros somos perdedores porque fuimos perseguidos como perros, sin importar si éramos ricos, pobres o incluso miserables, simplemente porque practicábamos una religión diferente a la mayoría, porque queríamos otra forma de gobierno o porque éramos una minoría que no obedecía al mismo dios que los demás.

Somos conscientes de lo extraño que resulta vernos juntos, pero lo hacemos porque todos tenemos una misma lección para enseñar. Es la lección de la derrota. Como suponemos que todos vosotros perseguís la victoria, es bueno que nos tengáis presentes en vuestras guerras particulares. Cada vez que luchéis por algo, no olvidéis que podéis acabar en el mismo lugar que nosotros, en el pabellón de los perdedores de la historia.

Para que aprendáis de nosotros, estas son nuestras historias

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LA GUERRA LUSITANA

LA EPOPEYA DE VIRIATO

contada por un testigo

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Ainhoa Gómez

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Corrían tiempos difíciles para los lusitanos1, porque los romanos que habían conquistado a otros pueblos vecinos ansiaban más poder y nuevos territorios. Sólo la sed de conquista rondaba sus cabezas imperialistas.

Nos encontramos en Lusitania, territorio ocupado por indígenas de origen inexacto, con costumbres un tanto austeras y poco civilizadas, como dormir en el suelo o alimentarse a base de bellotas y cerveza. Comentan además que tenían hábitos de adivinación y que se pasaban la vida teniendo guerras entre sí.

Como iba diciendo, los romanos continuaban en su avance de conquistas por la península a manos del general Servio Suplicio.

En el primer encuentro, los soldados romanos atacan los restos de la resistencia lusitana. Estos envían una embajada temiendo la destrucción de sus tierras, pero a pesar del intento los romanos los masacran. Pero no a todos, y aquí entra él, Viriato, el protagonista incondicional de esta historia. No se sabe mucho sobre sus raíces ni su pasado, pero los rumores dicen que nació en los montes Herminios. Yo le describiría como un simple pastor que, tras ciertas circunstancias se convirtió en cazador y soldado, en líder admirable de los Lusitanos, un líder con dotes de mando, presto ante el peligro, atrevido, justo repartiendo botines; el guerrero que escapó de las garras afiladas del temido pretor Galba… a fin de cuentas, un pastor convertido en leyenda.

Os preguntareis por qué.

Tres lunas antes 2 fue cuando Servio Suplicio atacó por primera vez Lusitania, y durante las tres próximas lunas, éstos intentaron luchar a la defensiva, pero desgraciadamente no les sirvió de mucho, pues finalmente los romanos guiados por Cayo Vetilio dejaron cercados a los lusitanos en Turdetania. Y sí, fue aquí cuando por mayoría, los ciudadanos lusitanos decidieron nombrar como líder a Viriato.

Pasados varios días encerrados y desesperados por la situación, Viriato se ofreció a sacarles de allí pidiéndoles a cambio que siguieran sus órdenes.

Los lusitanos aceptaron la propuesta y Viriato prosiguió a llevar a cabo su plan.

Mientras los romanos se preparaban para un combate, los lusitanos más valientes aprovecharon el desconcierto de los enemigos, procedieron a atacar y consiguieron romper el cerco por varios puntos simultáneamente. Tras esta gran victoria, los lusitanos concedieron a Viriato el mando de la confederación de tribus y durante varios años, lucharon a sus órdenes.

Los días posteriores al sitio romano, los lusitanos siguieron con la misma pequeñas guerrillas, táctica que anteriormente les había funcionado a la perfección.

He de destacar que durante uno de estos ataques, sin intención de ello, incluso me atrevería a decir que por error, mataron al cónsul Cayo Vetilio, un error que sin duda les favoreció enormemente.

1 Hoy podemos saber que se trataba de la mitad del siglo II a.C. (nota del traductor)

2 Año 150 a.C.

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Más adelante, y desde luego que ya no por error, Viriato acabó con unos cuantos de los grandes de los romanos, como Cayo Plaucio, Claudio Unimano y C. Nigidio.

Pero, desgraciadamente, todo lo bueno se acaba, y Viriato se vio obligado a retroceder y ceder las ciudades dominadas por los lusitanos en la zona sur de la península, pues las fuerzas romanas mandan a Quinto Fabio Máximo Emiliano, temido por sus famosas y excelentes experiencias militares.

Aún así, después de esta derrota, Viriato, como hombre valiente que era, no se rinde y continua pensando alguna manera de reconquistar sus tierras.

Tras varias reflexiones, a nuestro protagonista se le ocurre iniciar una serie de contactos diplomáticos con otra tribus íberas para declarar la guerra a los romanos. Los íberos aceptan y, pasados dos años, Viriato recupera el terreno perdido anteriormente.

Pero los romanos no se quedan satisfechos con este hecho, por lo que envían a Serviliano con sus tropas, más numerosas y con elefantes, lo que obliga a los lusitanos a retroceder.

Como dos lunas atrás, Viriato propone de nuevo a sus tribus aliadas atacar por la retaguardia, para contar con el desconcierto romano, lo que les concedería una gran ventaja.

En una magnífica maniobra militar Viriato consigue acorralar a Serviliano y pide a cambio de su vida un acuerdo de paz.

Los romanos ante esta situación reconocen a nuestro protagonista como líder Lusitano y le conceden el título de amigo del pueblo.

Pero todo esto no era más que mero teatro, puesto que después de liberar al líder de las tropas romanas, Serviliano, los romanos se conceden el placer de vengarse, tramando un plan para librarse del líder lusitano, acto que terminan consiguiendo con una jugada sucia.

Los romanos sobornaron a los seguidores de Viriato para que lo asesinaran mientras dormía. Y así fue, así terminó la vida de un héroe cierto año de buenas lunas3, de ese pastor heroico que había salvado y luchado por su pueblo en tantas ocasiones.

Pero como cada cual no recoge más de lo que siembra, cuando los traidores fueron en busca de la recompensa lo único que recibieron fue una frase que les marcaría para siempre, “Roma no paga traidores”.

Después de su muerte, el tratado de paz, quedo reducido a la nada, igual que él.

Y los romanos acabaron con la tarea que los había traído al país de los íberos y los celtas, dominar todo el territorio y saquear todas sus riquezas. Y arrollando a todos los pueblos que se encontraron a su paso, esclavizaron a los lusitanos, se hicieron con el mando de todo e impusieron sus costumbres y su cultura. Viriato perdió la vida y los lusitanos perdieron sulibertad.

3 138 a.C.

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SOY NUMANTINO Y….

VIVO PARA CONTARLO

LA EPOPEYA DE NUMANCIA

contada por un superviviente

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Bohdan Zhuravetskyy

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Y allí estaba, viendo cómo mi pueblo desaparecía en cuestión de horas. Yo me encontraba al otro lado de la muralla, viendo las densas columnas de humo procedentes del corazón de mi pueblo. Era el fin.

Yo me llamo Orán. Fui criado por una familia amiga de mis padres en un pueblo al norte de Numancia. Mis padres me dejaron en manos de esta familia porque no tenían recursos para cuidarme. Mis padres eran de Numancia. Mi padre era guerrero. Amaba a su mujer, pero sobre todo amaba a sus armas. Mi madre se dedicaba a la recolección y ayudaba a mi padre en la guerra.

Ellos amaban la libertad y antes de entregarse a aquellos animales, morirían en la batalla.

A pesar de haberme abandonado, recordaré con buenas palabras a mi familia de sangre, ya que en realidad lo que hicieron fue salvarme la vida.

Sé que no crecí en Numancia, pero de una forma u otra me siento parte de ésta.

Numancia estaba situada en lo alto de una pequeña montaña y con varios kilómetros de muralla alrededor para que la defensa fuera más fácil. Era un pueblo rústico, muy poco desarrollado, con poco comercio y comunicación. En las noches de luna llena los numantinos hacían rituales para adorar a un dios sin nombre en el cual tenían mucha fe.

La gente arévaca vestía sobre todo ropa oscura, hecha de lana obtenida de sus ganados. Una capucha y pantalones ajustados eran imprescindibles para identificarse. Se adornaban de collares. Uno no podía ponerse los collares que quisiese porque éstos dependían del grado social que tenía cada persona. El grado social dependía de la economía agrícola o militar de cada persona. Ya que mi padre era famoso por sus hazañas, supongo que le dolería el cuello de tanto peso.

La explicación de las densas columnas de humo se remonta a la II guerra entre romanos y cartagineses4 para conseguir el dominio del Mediterráneo. Nuestros sabios ancianos nos han contado que los romanos llegaron a nuestra tierra5 con el único objetivo de expulsar a los cartagineses, pero al ver las riquezas de nuestras tierras se dejaron llevar por la codicia y decidieron conquistarlas. Y así, poco a poco, la llegada de los romanos se convirtió en una campaña militar para someternos a todos los pueblos íberos.

Algunos años antes de la guerra con nosotros, los celtíberos, y también con lusitanos, otros pueblos íberos y celtas se habían rebelado y habían sido sometidos con gran violencia por el cónsul Catón. Años más tarde, llegó un cónsul menos violento, llamado Graco. Este les había obligado a firmar pactos que les prohibía agrandar o amurallar sus ciudades entre otros.

4 Se trata de la II Guerra Púnica

5 La Península Ibérica

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Al sur de Numancia existía una ciudad llamada Segeda, donde vivía el pueblo hermano de los belos. Los habitantes de este pueblo decidieron agrandar sus murallas con el pretexto de que no estaban construyendo una muralla nueva, sino perfeccionando la presente. Al incumplir el pacto los romanos atacaron el pueblo. Los segedienses, indefensos, decidieron esconderse en nuestra ciudad Numancia.

Poco tiempo después6. Los gobernantes de Roma mandaron a Cayo Hostilio Mancino para conquistar Numancia. Una noche rodeó la muralla con sus legiones. Los arévacos, sin darse por vencidos, salieron de las murallas sorprendiendo a los guerreros romanos. Hostilio, al darse cuenta de su derrota, firmó un tratado de paz en el que decía que Numancia aceptaría las conquistas de los romanos siempre que éstos nunca intentasen conquistar Numancia.

Al llegar la noticia de la derrota a Roma, el Senado se negó rotundamente a cumplir este tratado, ya que perdería el prestigio que tenía entre los imperios. Y así envía a Hostilio al pueblo de Numancia como rehén. Los arévacos, para humillar a Hostilio, le ataron completamente desnudo un día entero de invierno en la plaza del pueblo.

Tres lunas después7, Roma sintió que los numantinos dañaban su prestigio. Nadie se podía creer que le costase tanto conquistar un pueblo como Numancia. Por lo tanto deciden enviar a su mejor general, el general Escipión Emiliano.

Emiliano, sin dudarlo dos veces, organizó su propia legión compuesta por 4000 hombres, entre los que se encontraban los amigos del general. Unas semanas más tarde desembarca en la Península.

Emiliano, reconocido en todo imperio romano, se consideraba el mejor en su trabajo. Él sabía que conquistar Numancia no iba a ser tan fácil como otras conquistas. Tenía que idear el plan perfecto. Sin ninguna prisa por llevar la conquista a cabo, iban pasando los días y las semanas hasta que un día se dio cuenta de que el corazón de los numantinos era el río Duero. Numancia dependía completamente de éste. El rio Duero abastecía al pueblo con agua y también por él se transportaban los alimentos.

El éxito de Emiliano fue su paciencia tras darse cuenta de la importancia del rio. Después de construir siete campamentos para poder vigilar lo mejor posible al pueblo, decidió cortar el paso total del caudal. Construyó dos fuertes en cada orilla de tal modo que impedía el paso de los barcos.

También ordenó montar torres de vigilancia para controlar el pueblo.

Los numantinos intentaron diversas formas para avisar a sus aliados, pero todas las salidas de las murallas fueron fallidas. Los guerreros romanos anulaban la mínima intención de salida de mis antepasados.

6 137 a.C.

7 134 a.C.

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Emiliano no atacó. Su estrategia era dejar pasar el tiempo hasta que muriera todo el pueblo. Y así fue. Pasaron meses, muchos meses, por las calles de Numancia se olía el pánico. El invierno siguiente fue muy duro y apenas quedaban reservas alimenticias. Miles de personas murieron por desnutrición o enfermedades y las que siguieron con vida es porque recurrieron al canibalismo.

Como último recurso, los numantinos al ver llegar su final, intentaron firmar la paz pero ésta fue rotundamente denegada. Emiliano siguió esperando.

Y como todas las personas pacientes al final cumplen sus deseos, Emiliano no iba a ser menos. Un día, los guardias romanos observaron densas columnas de humo que salían del corazón de la ciudad. Los numantinos no resistían más. Había llegado el final.

Cada numantino se tomó la derrota a su manera. Los pocos que sobrevivieron fueron tomados como esclavos y la ciudad se repartió entre los bárbaros que ayudaron a Roma.

Yo fui encontrado por un soldado romano y entregado como esclavo como tantos otros niños numantinos. Por suerte, el romano que me compró tenía buen corazón, me enseñó a escribir y con el tiempo me concedió la libertad.

Hoy soy un liberto que he decidido contar la historia de mi pueblo para que nadie olvide su heroísmo.

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NUESTRA SANGRE ANDALUSÍ.

LA REBELIÓN DE UMAR BEN HAFSÚN

contada por una descendiente

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Beatriz García

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Hace unos días encontré un viejo libro con el que comprendí de donde venía, no sólo yo sino toda mi familia. Me encuentro en el año 2011, en España, y en la asignatura de Historia de España siempre se suele pasar muy por encima el tema de la invasión musulmana, lo que es algo que jamás entenderé. Así que ya que mis raíces son del sur, especialmente de Granada y de Córdoba, me puse a investigar y mi sorpresa fue que provengo de una familia de muladíes. Ni más ni menos que un antepasado mío fue el conocido Umar Ibn Hafsún. ¿Que quién era? ¿Cómo? ¿Quiénes eran los muladíes? Por este tipo de preguntas es a lo que me refiero cuando digo que no ese tema no se profundiza y yo lo considero una base de nuestra historia, ya que a pesar de los años que han pasado hemos heredado un vocabulario de los musulmanes. A ver, ¿cuántas veces podemos hablar sobre almohadas, alcantarillas, aldea, zanahoria, aljibe, acequia; o sobre las matemáticas y sistema decimal o los algoritmos o el álgebra? Bien, pues retrocedamos un poco en el tiempo y averigüemos de dónde venimos y quién es Umar Ibn Hafsún.

Los árabes musulmanes, incitados por la idea de la “guerra santa” o “yihad” que llamaban ellos, comenzaron en el siglo VII su expansión por Oriente Medio y el Norte de África, llegando hasta las costas del Atlántico, aprovechando una crisis interna de los visigodos: luchas entre las monarquías de los godos por la toma del poder. Los musulmanes se beneficiaron de este estado del Reino visigodo para iniciar su conquista: las tropas musulmanas, árabes y bereberes, en el año 711, cruzaron el estrecho de Gibraltar para dar comienzo la conquista de la Península. Dirigidos por el bereber Tariq, en ese mismo año en la batalla de Guadalete derrotaron al último rey visigodo, Rodrigo. Animados por esta victoria, los musulmanes decidieron avanzar con la conquista, primero llegando a regiones como Toledo y más tarde a Zaragoza. En apenas tres años conquistaron prácticamente la Península sin gran resistencia por sus enemigos. Y sólo zonas de las cordilleras Cantábrica y Pirenaica se escaparon de esta conquista debido a la dificultad geográfica de las montañas.

Al-Ándalus era una provincia o valiato totalmente dependiente de Damasco. Pero más tarde, en el siglo VIII, Abd-Al-Rahmán I se proclamó emir y rompió la dependencia política de los califas abasíes, que se habían establecido en Bagdad. Aunque Al-Ándalus siguió reconociendo al califa Abasí como líder religioso, Abd-Al-Rahmán se constituyó en máximo jefe político y fijó la capital del emirato en Córdoba. Así comenzó la historia del Emirato independiente, dentro de la cual surgiría la rebelión de mis antepasados que os voy a contar.

La mayor parte de la sociedad musulmana vivía en el medio rural, pero las ciudades pasaron a tener una gran importancia, algo que contrastaba con la España cristiana de los siglos VIII a XI. En lo más alto de la sociedad andalusí se encontraba la aristocracia (jassa). La mayoría de sus miembros procedían de familias árabes, aunque alguno había de antepasados visigodos, quienes se tuvieron que convertir en muladíes para poder evitar los altos impuestos (aquí es donde nacen mis raíces). Por otro lado, estaban las clases populares de la sociedad (umma). En su mayor parte también eran muladíes y las formaban artesanos, modestos y labriegos. También había otra clase compuesta por

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mercaderes, la clase media podría llamarse. En Al-Ándalus, como en toda sociedad, existían también esclavos que terminaban convirtiéndose para poder ser liberados.

En resumen, así era la sociedad andalusí que había surgido en Hispania en aquellos años. Pero ahora profundicemos un poco más en mis raíces.

Los muladíes eran las personas de Al-Ándalus que abandonaban el cristianismo como religión para convertirse al Islam. Ya os he contado que el Islam nació en Arabia Saudí y de allí se expandió hasta llegar a África y establecerse en la Península tras derrotar a los visigodos. No debéis confundirlos con los mozárabes, quienes también vivían bajo el dominio musulmán pero conservaban como religión el cristianismo. Por lo tanto, los muladíes fueron personas que, tras la conquista musulmana, adoptaron su religión, su lengua y sus costumbres para poder gozar de las ventajas de los demás musulmanes, pero que realmente provenían de la sociedad hispanorromana y visigoda.

En los libros de historia nos suelen contar que Al-Andalus era una sociedad tolerante, pero realmente no existía esa tolerancia que nos pensamos. Los árabes discriminaban a los muladíes, a los mozárabes y a los judíos. A pesar de convivir juntos, había muchas tensiones y se ignoraban los unos a los otros. La situación muladí se asemejó bastante a la de los bereberes, cuya integración religiosa nunca fue completa

Esta discriminación se debía a dos motivos principales. El primero era que el emir, Abd-Al-Rahmán I, necesitaba dinero y riquezas con las que financiar las guerras; así que ese dinero lo consiguió con los tributos que pidió a los muladíes, ya que, para los musulmanes, los muladíes pertenecían a un grupo inferior. El segundo motivo fue el reparto de tierras. Al considerarles por debajo, los musulmanes, tras las conquistas, a la hora de repartir los territorios, les dejaban con las tierras peores. Por esas razones un antepasado mío decidió rebelarse contra el emir, para luchar contra esas injusticias y lograr una vida mejor para los suyos y otros grupos discriminados, como los judíos por ejemplo, que vivían en inferioridad. Ese antepasado rebelde se llamó Umar Ibn Hafsún

Pero indaguemos un poco en su vida. Umar Ibn Hafsún nació en Parauta, un pueblo de la provincia de Málaga. Nació en el seno de una familia muladí de antepasados visigodos. Su abuelo, Chafar, fue el primero de la familia en convertirse al Islam, por lo que él nació como muladí. Su vida como rebelde empezó cuando tuvo que matar a un ladrón que robaba a su abuelo. Tras el asesinato huyó, escondiéndose en la sierra de Alto Guadalhorce. Así, comenzó su vida como fugitivo. Tras una serie de robos con otros fugitivos y ser capturado, decidió huir al norte de África para empezar una vida como sastre. Hacia el año 880 volvió a la Península con el fin de luchar por una sociedad mejor. A su vuelta, empezó a luchar y se hizo fuerte en Bobastro. Umar juntó a muladíes, mozárabes y beréberes para la guerra contra los emires de Córdoba. Así consiguió crear un Estado en Bobastro, desde donde podía controlar los territorios que conquistó. Los dominios del rebelde Umar abarcaban desde Algeciras hasta Murcia incluyendo territorios como Écija, Archidona, Baeza.

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El emir envió sus tropas para poder conquistar alguno de los territorios que tenían los muladíes, contraatacó consiguiendo algún territorio y aisló a Umar en su propio castillo. A comienzos del 888, el emir asedió Bobastro. Tras una serie de victorias, forzó un pacto entre Umar y el rey para rendirse a cambio de la amnistía. Pero este emir, Al-Muhndir, falleció en plena batalla y le sucedió su hermano, Abdallah.

Entonces ocurrió que el nuevo emir Abdallah tuvo que dejar el asedio de Bobastro y volver a Córdoba por problemas de Al-Ándalus. Durante el emirato de Abdallah, hubo rebeliones internas en Al-Ándalus y Umar aprovechó para crear alianzas entre él, otros muladíes, bereberes e, incluso, árabes. Con estas alianzas, Umar volvió a tomar ciudades como Écija, Estepa y Osuna, que estaban bajo el control de los árabes.

Todo parecía ir bien para Umar, pero en el año 889 cometió un error: se convirtió al cristianismo adoptando un nuevo nombre, Samuel. Con esta conversión, ganó la amistad del rey astur Alfonso III y de los mozárabes; pero el resultado final fue que muchos de los suyos, muchos muladíes que lo habían apoyado, ahora le abandonaron.

El emir se alió con la poderosa familia también muladí de los Banu Qasi, que vivía en la Marca Superior8, y entre ambos consiguieron aislar a Umar. Abdallah le derrotó en el año 891 y así comenzó su declive. Su conversión le restó partidarios, pero Umar continuó la lucha desde su fortaleza de Bobastro, hasta su muerte en el año 917. Tras su muerte, la jefatura del territorio rebelde pasó a su hijo Chafar, pero unos años más tarde fue asesinado por uno de sus hermanos, Sulayman. Este recuperó territorios, pero fue capturado en el año 927 en pleno combate y le decapitaron.

Abd-Al-Rahmán III, tras tomar el Estado de Bobastro, ordenó desenterrar los cadáveres de Umar y su hijo Chafar y exponerlos al público en la ciudad de Córdoba. Luego recorrió Málaga destruyendo castillos y desterrando a mozárabes que habían estado a favor de los hafsuníes. De este modo, alcanzó su victoria, lo que le animó para proclamarse Califa de Córdoba en el año 929.

Como una paradoja del destino, la derrota y la muerte de mi antepasado Umar sirvió para que el nuevo emir se proclamase califa y empezase la era d mayor esplendor y poderío de Al-Ándalus. Umar había hecho fuertes a sus enemigos.

8 En el norte de la Península, en Pamplona

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A REVOLTA

HISTORIA DE UN REBELDE IRMANDIÑO

contada por él mismo

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Paula Salceda

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El fuego bailaba entre la leña, no paraba ni un instante, se movía de un lado a otro, se estiraba y retorcía como quería; era un espectáculo digno de ver. Es una tontería, pero el encender la lumbre es una señal de que el invierno ya esta cerca y a mí la llegada del invierno me alegra, me gusta el sonido de la lluvia por la noche, aunque sean pocas las veces en las que el viento no ahoga su precioso sonido, pero en todas aquellas que no es así, me quedo mirando por la ventana hasta que el fuego se consume del todo. Todas esas largas horas que he pasado mirando por la ventana, se me hacían como si fue solo un ratito. Creo que esos momentos siempre me han gustado porque los pasábamos en familia, aunque en esos momentos no supiese bien qué significaba eso, pues solo me he dado cuenta con el paso de los años, cuando todos ellos ya no estaban y ya no les podía decir cuánto les quería, ni dar un beso, ni un abrazo. En esos años yo era un “renacuajo” de muy corta edad, que no sabía nada de la vida. Con unos siete años creía que mi padre no era nadie, que no se atrevía a hacer nada en la vida. Entonces mi único héroe era Don Rodrigo Díaz de Vivar, el valeroso Cid Campeador. Ese sí que era mi referente en la vida. Yo quería ser como él de mayor, no como mi padre, que nunca podía estar con nosotros.

Martín Rodeiro era su nombre, el nombre de mi padre, pero también el mío, como el de mi abuelo y el padre de mi abuelo... Uno de los pocos recuerdos que me quedan de él es que, siempre que entraba por la puerta de casa, daba igual si había tenido un buen o mal día, porque siempre entraba con una sonrisa y nos plantaba un besos enormes en la frente a cada uno de nosotros y luego, como acostumbraba a hacer todos los días de frío, se hacía un hueco a nuestro lado para disfrutar del “calentito” de la lumbre. Siempre la encendíamos pronto para que, a su llegada, la casa estuviese un poco caldeada. Creo que sería invierno, porque esa época del año es cuando más aprieta el frío y la lluvia, por estas tierras gallegas más que en ningún otro sitio, y ¡cómo no! , si el trabajo en el campo ya es duro de por sí, lloviendo se hace inhumano. El frío, como comprendí después, no es un buen amigo, te cala los huesos sin que puedas poner remedio. Y no hablemos del viento, que te corta los labios mejor que la Tizona las cabezas de los infieles. Y aún así y todo, mi padre llegaba con una sonrisa a casa y con ganas de contarnos nuevas historias, que según él era muy importantes que conociésemos para tener honor en la vida. Ese era el único rato que pasábamos en familia, porque después nuestro padre se iba a la herrería, donde un grupo de campesinos se reunían para hablar de la libertad, de la explotación y de otras muchas cosas que a mi corta edad aún no comprendía. Fue ahí y en otras muchas reuniones de otras aldeas y comarcas donde empezó la furia anti-señorial. Sí, creo que lo llamaban así. Bueno, mi padre decía que se llamaba “justicia”, o algo por el estilo, una palabra cuyo significado muchas personas de las aldeas desconocían.

Aunque pareciese increíble que hubiera campesinos leídos no era tan imposible, porque así lo era mi era mi padre, un hombre muy culto, a pesar de ser un pobre campesino de a pie. Mi padre era sabía tantas historias que en el pueblo se decía que era como un hombre de letras. Y hasta sabía un poco de medicina, lo justo para ayudar en los casos de urgencia y para curar los catarros y fiebres que a veces teníamos alguno de sus hijos.

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Y, cómo no, era el único de los maridos que siempre estaba presente cuando su mujer estaba pariendo. Nos contó que él sabía tanto porque había sido un Cid del pueblo llano, que había estado viviendo en Al-Ándalus cuando tenía trece años y que allí tuvo una especie de maestro que le había enseñado muchas artes. Ahora él, mi padre, quería que nosotros también pudiésemos conocerlas. Ahora puedo decir que mi padre tuvo mucha razón porque he tenido que utilizar muchas veces esos conocimientos para salvar el pellejo. Pero, volviendo a mi padre, dejó de "ejercer" cuando mi hermano pequeño Juanín murió con tres años en sus manos sin que él ni nadie pudiesen hacer nada por remediarlo. La causa fue la terrible Peste Negra que mató a tantas y tantas personas. Los mataba de una manera horrible, con fiebres y grandes sufrimientos. A los enfermos les salían unos bultos llenos de pues que causaban espanto. Por suerte mi hermano fue la única víctima de la familia, pero esta enfermedad trajo lo nunca visto en toda la comarca. Quizá fuera porque nosotros teníamos animales y podíamos alimentarnos bien con su leche y su carne

Aún recuerdo el día en el que los vecinos pidieron a padre que leyera unas hojas de un libro que había en el pueblo desde hacía unos años, olvidado por unos viajeros que iban a donde se acababa el mundo9. El libro tenía partes en latín y todo. Como mi padre era el único que sabía leer en todo el pueblo no se pudo negar, y un par de páginas casi se convierten en el libro entero. A pesar de que el libro no era nada interesante, lo que dejaba atónitos a los presentes era el mero hecho de leer. Leer y escribir fueron artes en las que padre puso mucho afán en que aprendiésemos. Hubo un momento en el que no nos puedo enseñar más, porque él ya había depositado todos los conocimientos que tenía en nosotros y lo último que nos dijo fue que no debíamos dejar nunca de aprender nuevas cosas. Parecía realmente un sabio cuando dijo: “El saber no ocupa lugar, y es un equipaje de mano que nunca nos olvida y no nos estorba sino que nos ayuda”.

Cuando murió pasé por muchas fases, la última fue la admiración. Pero, aunque ahora me avergüence, he de decir que le llegué a odiar por dejarnos solos, por hacer que la sonrisa de mi madre que se había apagado cuando murió mi hermano, terminase de apagarse del todo. El día de su muerte será difícil de olvidar, porque ese mismo día iba a ir al río con mis hermanos a pescar. Debido a ello me pasé toda la noche en vela, esperando que apareciese la primera luz del día, esa pequeña chispa que me dejase vislumbrar algunas formas de la habitación y así no chocarme con nada cuando saliese de ella y no despertar a ninguno de mis hermanos. Tenía tantas ganas de salir que me quedé pegado a la puerta en espera de oír los pasos de mi padre para salir y darle un buen susto. Pero en vez de ello, solo oí a mi madre llorar desconsolada. En ese momento no pude hacer nada más que entreabrir la puerta para escuchar de qué estaban hablando mi madre y Faustino, un gran amigo de mi padre. Al oír la noticia me quedé inmóvil, no podía articular palabra, no me atrevía a moverme, quería que fuese un sueño y así olvidarme de esa odiosa pesadilla, pero no fue así. Mi madre no fue capaz de explicarnos lo que pasaba, así que fue Faustino el que nos dijo que aquella noche se habían reunido unos cuantos campesinos en la herrería como casi todos los días. Pero que aquel día se andaba murmurando que en todos los demás pueblos de esa zona también había campesinos

9 A Finisterre

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hartos con el trato que nos daban los nobles. Decían que los odiosos Trastámara les habían dado tanto poder y dinero a los nobles que ahora son cada vez más duros con los impuestos y los castigos. Los campesinos ya no podían ni debían aguantar más, así que todos los pueblos de la zona se habían ido poniendo de acuerdo, habían formado hermandades y habían ido a exigir por las buenas a los señores que rebajasen los impuestos y que fuesen más benevolentes con ellos cuando caían en cama con fiebre y no podían ir a labrar sus campos. Pero no les escucharon. En lugar de eso los nobles tiraron por el camino “fácil” que es el de “tirar a matar”, fueron a por ellos, a matarlos a todos para que dejaran de protestar y de pedir. Muchos habían conseguido huir a Portugal, otros consiguieron resistir, pero otros, como el caso de padre han muerto bajo la espada de los nobles. Todos nos quedamos sin habla, había un silencio que se ahogaba con los sollozos de mi madre. Nunca se volvió a hablar del tema.

A lo largo de los años me ha llenado de orgullo que mi padre fuese uno de los primeros "héroes irmandiños". Y ahora, ya con casi cuarenta años, dos hijos a mi cargo y uno en camino, mi única preocupación en la vida es que mi familia esté sana y feliz, y si para ello debo "dar mi vida" en los campos, rompiéndome la espalda, me da igual. Aunque sea duro llegaré a casa con una sonrisa en la cara y enseñaré a mis hijos a leer y escribir, y en vez de contarles la historia del grandioso Cid Campeador, les contaré la historia de su valeroso abuelo Martín Rodeiro.

Ya a mi edad me da igual todo, solo me importan ellos, mi mujer. Mi preciosa mujer, la madre de mis hijos, una de las personas que dan sentido a mi vida y me dan el aliento suficiente para seguir aguantando en esta vida tan “perra”. Se acabaron esos sueños de chiquillos de querer ser como don Rodrigo e ir a vengar a mi padre. Si lo hiciese sería muy egoísta por mi parte, porque seguramente mis hijos no me perdonarían que desapareciera, como yo no le he perdonado al mío que lo hiciese. Pero como ellos son mi razón de existir, puedo aguantar todo lo que depare el trabajo con tal de saber que puedo proporcionarles un techo donde puedo disfrutar con ellos de ese sonido de lluvia tan hermoso.

Carmen y yo nos conocimos en la plazuela del pueblo, cerca del lavadero. Ella estaba con su madre limpiando unas camisas blancas. Y yo, he de decir que, aunque me cueste reconocerlo, estaba llorando. Se que no voy a ser menos hombre por decir que lloro, pero no sé, no me sale. Pero me alegro de haberlo hecho, porque si no ella, mi amada, una chiquilla nueva en el pueblo, no hubiese tenido el coraje para acercase a mí y consolarme, solo con una mirada de esas suya, una mirada cálida y que me encogió y dio un vuelco el corazón. Ese corazón que me robó en ese momento y nunca he podido recuperar y que nunca podré recuperar. Pues ella hace unos días que, como les he dicho a mis queridos hijos, ha partido a un mundo mejor, más justo y bonito donde nos espera. Les he dicho que ese lugar es el cielo y que se ha llevado a su nuevo hermano con ella, porque como es muy pequeño así le puede cuidar mejor. Y que, aunque no la podamos ver, la podemos sentir, la podemos oír. Porque nos mira desde allí, porque nos da consejos, y nos acompaña para que sepamos cuál es nuestro camino, y cuando no nos

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atrevamos a dar ciertos pasos, nos da la mano y, en forma de golpe de viento, nos ayuda a decidirnos y a no tener miedo.

Hasta que no me casé y estuve con ella no había vuelto a sentir esa paz, la paz que sentía de niño cuando era invierno y estábamos en familia. La paz que desapareció con el fatídico día en que asesinaron a mi padre. Porque lo asesinaron. Y ahora después de haber sufrido tanto por su pérdida, después de pasar el peor trago de mi vida, después de todo esto, recobré la fe cuando la conocí, cuando conocí a Carmen. Pero el destino no es justo y ha decidido quitármela. Todos los días de mi vida me preguntaré... ¿por qué, Dios?, ¿por qué se ha tenido que ir?, ¿por qué me quieres hacer sufrir tanto como lo estás haciendo? No lo entiendo, a tus ojos siempre he sido correcto. En parte se que se ha muerto por mi culpa, por no saber estar con ella el día que paría a mi tercer hijo. ¡Ay, Dios!.. ¡que después de muerto me enteraría de que era una preciosa niña!. Se que fue mi culpa, porque yo sabía que hay que ayudar a la muer cuando los partos vienen delicados, lo sé porque me lo enseñó mi padre. Y sé que, aunque le atendieron las mejores comadronas del pueblo y que son las que más saben y experiencia tienen, sé que yo tendría que haber hecho algo. Pero ya es tarde.

Ahora no puedo mirar a mis hijos a la cara, no me sale, no puedo, me he vuelto a quedar inmóvil igual que ese día. Y, ¿qué estoy haciendo?, pues es sencillo, como no debo llorar seco las lágrimas ahogándolas en vino, no existe otra solución. Ya soy mayor y no tengo la fuerza para luchar como tenía de crío, ahora no. Así que lo único que voy a hacer de hoy en adelante va a ser beber y escuchar las historias que se cuentan en la taberna.

- Bartolo: ¡Impuestos, impuestos, impuestos, y más impuestos! ¿Pero qué es esto? Además, nos tratan como a burdos animales. ¡NÓ!, nos tratan peor. O, ¿es qué no os acordáis de la familia de Marcelo? El señor mandó a la guardia que los echaran de sus tierras, solo por pedirle, por implorarle que le dejasen unos días más para reunir el dinero suficiente para pagar el arriendo de sus tierras

- Fermín: Y ¿qué hizo el señor?, nada, en vez de ayudarle le aplicó uno de sus malos usos, le “tiró a los perros”, dejó que sus hombres se divirtiesen con él. Y, aunque me cueste decirlo, aun más se divirtieron con su pobre señora, que volvió amoratada y en enaguas. Me da asco pensar en todo lo que nos hacen, y me da miedo pensar en lo que nos van a hacer, ya no a mí, sino a mi familia.

Bartolo: ¿Tú qué piensas Martín?

Martín: Pues, que yo no tengo nada que perder. No tengo ninguna familia a la que proteger, así que no tengo miedo y estoy dispuesto a lo que sea.

Fermín: ¿Cómo puedes decir eso, alma de cántaro? Tienes dos hijos, que si no frenamos esto, tendrán que vivir peor que nosotros.

(Todos los campesinos empezaron a montar follón en la taberna)

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Martín: Es verdad, yo he tenido que trabajar en el campo desde crío. A más temprana edad que los demás, debido a la muerte de mi padre. Tuve que sustituirle en su puesto de trabajo, y no me parece justo que un niño de tan corta edad tenga que trabajar. Entonces es como si en mi cabeza se hubiese encendido una luz, que debe ser mi Carmen, que me ayuda a encontrar el camino. Carmen me dice que debo hacer lo que hace muchos años dejé a un lado, “vengar” la muerte de mi padre, y con ello contribuir a que las cosas cambien de verdad.

¡Tenéis toda la razón ¡No pueden hacernos esto, no es justo! Todo lo que hemos trabajado durante años, todas las llagas y heridas que nos han dejado cicatrices en las manos. Y, ¡cómo no!, las cicatrices que nos han quedado en el corazón después de sufrir tanto, en tan poco tiempo, ¡la peste!, ¡la maldita peste negra Y ahora nos toca otra peste peor, la peste de los señores que abusan de nosotros y nos tratan como a perros esclavos Pero, ¿qué se han creído? No van a pisotearnos la poca libertad que nos queda, no se lo podemos consentir. Ya hemos consentido que se negasen a reducir nuestro trabajo para ellos y también tragamos con la reducción de jornal. Pero esto, esto ha sido la gota que ha colmado el vaso. Tenemos que dejar clara nuestra postura, tenemos que ir al castillo y dejarle las cosas claras al señor, que vea que no nos han amedrentado con sus continuas amenazas y que no nos vamos aceptar esos malévolos usos. Que vean que vamos en serio.

(Se oye a la gente gritando eufórica y vitoreando en nombre de Martín Rodeiro, como si de un líder se tratase)

Ése fue el primero de los muchos discursos que di esa semana en la taberna. Al parecer, mis llamadas a la rebelión se fueron divulgando por la comarca y llegaron a todos los campesinos. Pero también llegaron a oídos de algunos clérigos y nobles y, aunque me asombró su postura, algunos de ellos nos querían apoyar. Y así fue como se empezó a crear una hermandad para nuestra defensa, sin que el rey de momento pusiese impedimento. Así pudimos lanzar a pleno pulmón nuestros gritos de rebeldía.

Y con esto estalló la gran rebelión irmandiña, que me recordó mucho a la historia que nos contó Fausto de la muerte de mi padre. Porque en un principio fuimos de buenas maneras, a pedirles a los nobles que abandonasen sus castillos, pero ante su negativa, se desató nuestra ira, nuestra ansia de venganza. La cólera irmandiña se desató por todo el país de Galicia y empezaron a arder los castillos

Recuerdo el día en que llegamos al castillo del señor de Meirás, al que todos odiábamos por sus abusos, con un gran tumulto de gente. La euforia y la ira inundaban los bosques. Me vitoreaban, me llamaban su "líder", su "cabecilla". En ese momento me acordé de mi padre, y me ardió aun más la sangre, ahora las ganas de venganza su juntaban con todo lo demás. Sin embargo, creí que mi deber era ceder el puesto de líder, que me había sido adjudicado sin pensar quién estaba mejor preparado para esa difícil tarea. En cuanto pude acepté el liderazgo a dos hidalgos con experiencia militar y de la confianza de Pedro Osorio, como eran Alonso de Lanzós y Diego de Lemos. Ellos se convirtieron en los verdaderos cabecillas del movimiento y organizaron una estructura paramilitar dividida en

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cuadrillas, una por ciudad. De ese modo pasamos a organizarnos de un modo mucho más efectivo.

Una vez divididos y organizados pasamos a la acción, “fuimos a por ellos”, a por los nobles. No esperaban un ataque así y tuvimos varios éxitos. Muchos nobles gallegos tuvieron que emigrar a Portugal tras el incendio y saqueo de más de cien posesiones señoriales. Al menos eso es lo que decía en la comarca. Aunque yo no lo quisiera, hubo muchos muertos y heridos, pero la verdad es que no me arrepiento, porque vengué a mi padre. Conseguimos vencer a los nobles en batalla, y en lo que me resta de vida, puedo y debo estar orgulloso de todo lo ocurrido, porque con orgullo y bien alto siempre pondré decir que yo soy MARTÍN RODEIRO, UN REBELDE IRMANDIÑO.

Sin embargo, ya se sabe que los finales felices no existen, o al menos no existen para los pobres como yo. Es verdad que ganamos una batalla, pero eso no quiere decir que ganásemos la guerra. Una vez destruidos y quemados varios castillos, empezaron a surgir diferencias entre nosotros, dentro de los propios irmandiños. Fue una decepción, nunca pensé que llegaríamos a ese extremo. Si peleábamos por un mismo fin, si todos buscábamos la misma justicia, ¿por qué?, ¿por qué se empezaron a ver diferencias entre nosotros? No tenía sentido para mí, pero así ocurrió.

Aunque lo peor para nosotros fue que el rey y los nobles pactaron entre ellos. Todos los poderosos nos tenían miedo y se protegían unos a otros. Los que antes eran enemigos y luchaban por el poder, ahora se unían ahora contra nosotros. El rey Enrique IV y los nobles firmaron el Pacto de los Toros de Guisando en 1469. Eso permitió que los linajes gallegos regresasen de su exilio para recuperar sus posesiones. Por suerte no hubo represión hacia nosotros, en parte porque ya éramos muy pocos (debido a la emigración y a las muertes de las revueltas) y en parte porque muchos de mis compañeros se sentían vencidos y prefirieron negociar.

Pese a que nuestra condición de vida no sufrió variación importante en el transcurso del siglo XVI, al menos algo logramos. La despótica actitud nobiliaria cedió ante la nueva monarquía, formada por los Reyes Católicos. Implantaron así una Audiencia en Galicia para solucionar las peticiones que les hacíamos. Pero en la vida real nada importante cambió. Nuestra vida siguió siendo la de los pobres campesinos: mucho trabajar, mucho que pagar, y cómo no, mucho que callar.

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LA REBELIÓN COMUNERA

contada por su líder

Juan Padilla

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Laura Gutiérrez

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Querido amigo:

Me llamo Juan de Padilla. Estoy en una celda sentado, esperando a que en unos minutos me suban al cadalso, donde me colgarán junto con mis grandes compañeros de batallas, los honorables Juan Bravo y Francisco Maldonado. Si estás leyendo esto es que efectivamente se ha cumplido nuestro trágico destino.

En estos momentos finales de mi vida he querido aprovechar para escribir mi historia y la del motivo por el cual me encuentro en esta situación. Tamaña injusticia no puede ser olvidada por la historia.

Empezaré el relato como toda buena novela, desde el principio. Nací el 10 de noviembre de 1490, en la bella ciudad de Toledo, y admito que tuve la suerte de estar en el seno de una familia hidalga. Me casé a los veinte años con María Pacheco, cuando ella tenía quince años. Fue más bien una boda concertada, pues en nuestra época los matrimonios sirven para unir los patrimonios de las familias y conservar o aumentar el poder, pero acabamos amándonos el uno al otro. Celebramos la gran boda en Granada, con ambas familias, y amigos de grandes riquezas como invitados. Me formé durante mi juventud como militar, puesto que sólo el primer hijo en la familia se libra de entrar en el ejército mientras que el resto debe formarse militarmente. Y cuando mi padre murió, en 1518, le sucedí en el cargo de capitán en la milicia de Toledo, ya que yo era el mayor de los hijos que entraron en el ejército. Para entonces, yo ya formaba parte de la aristocracia castellana. Pero he de decir que, pese a que no estaba de acuerdo con entrar en esta profesión al principio, finalmente no echo en cara nada a nadie por ello; es más, me alegro de que me “obligaran” a tomar esa decisión.

Siendo yo ya capitán de la milicia se comenzaba a notar inestabilidad entre la gente de clases más bajas, puesto que había malas cosechas, hambre y epidemias; lo que hizo que el descontento de la población con la corona y la nobleza aumentase. La crisis que empezaba a gestarse fue más soportable para las gentes de las zonas norte y sur de la península, pero la franja centro fue muy castigada.

Con la muerte de nuestra reina Isabel su marido Fernando tuvo que actuar como regente. No dejaron que reinara quién debía, su hija Juana. Para ello la declararon loca de manera injusta, pues no había hechos reales que lo justificaran. Cuando su padre dejó de gobernar, siguieron sin aprobar que Juana subiera al trono, pese a que la correspondía por derecho de sangre. Decidieron que Felipe, su marido, conocido como “El hermoso”, fuese proclamado rey. Sin embargo, el destino quiso que muriese a los pocos meses de manera súbita, aunque por todo el reino se extendió el rumor que su suegro lo había envenenado para volver al poder.

Fue Carlos I, el hijo de Juana y Felipe, el que les sucedió en el trono. Pero no todos lo aceptamos. Hubo mucha gente que apoyaba a Fernando, criado en Castilla, y rechazaba a Carlos I, considerado un extranjero. Carlos I se ganó nuestra enemistad por varios motivos, como que nombró gobernador de España a Adriano de Utrech y usó nuestro

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dinero para ser emperador en Alemania. Y no harto de agraviarnos, se negó a aprender el idioma español, ¡nuestro idioma! No quiso integrarse en nuestro reino de Castilla, sino utilizarlo para sus intereses, que no eran los nuestros. Cuando Carlos I llegó, como no conocía costumbres ni idioma, ni quiso aprenderlo siquiera, decidió dejar al mando a unos colaboradores de los Países Bajos, a los que llenó de riquezas y privilegios.

Los castellanos nos reunimos en las Cortes de Valladolid, una institución que funcionaba desde 1293, donde nos reunimos los nobles y los caballeros de las ciudades para dar nuestra opinión y no hacer únicamente lo que el rey nos pedía. Le hicimos saber nuestro descontento, le pedimos que se interesase antes por Castilla que por Alemania, pero no sirvió de nada, pues nos ignoró.

Una vez decidida su salida del reino hacia Alemania estalló la revolución en Castilla, creándose un grupo llamado “comuneros”, del cual me correspondió el honor de ser líder, junto con Francisco Maldonado y Juan Bravo. Los tres representábamos al sector de los hidalgos y de las clases medias urbanas. La mayoría de los que apoyaban nuestra causa eran gentes del pueblo llano, pero por linaje y experiencia militar, era justo que nosotros fuéramos los líderes

La principal ciudad que promovió la revolución fue Toledo, seguida rápidamente por Ávila, Segovia y Burgos. Pero Burgos acabó dejándonos solos porque dijeron que éramos demasiado radicales. Ellos se decían moderados, pero para nosotros fueron unos cobardes

La guerra de verdad comenzó con el incendio de Medina del Campo, extendiéndose por toda Castilla. El pueblo llano, descontento por los abusos de la nobleza, se sumaba en masa a nuestra causa. Por un lado eso nos daba fuerza, pero también se la daba a nuestros enemigos. La alta nobleza se puso en nuestra contra cuando vieron que la revuelta adquiría un carácter antiseñorial, por lo que se pusieron de parte del maldito emperador. Tras varios incidentes por las ciudades castellanas, constituimos la Junta de Tordesillas, donde teníamos más poder que el propio rey. También intentamos que la madre de éste, Juana, nos apoyara, pero finalmente decidió no meterse en nuestros problemas. Eso fue un golpe mortal para nuestra causa,

Pasados unos meses, y tras muchos combates vencidos y perdidos, varias ciudades como Burgos se separaron de la Junta por ser las más moderadas y ver que no acababan las batallas que se creía que iban a ser cortas.

Toledo, la ciudad donde había estallado la revuelta y donde yo ejercía como líder fue también la última en resistir. Pero el grueso de las tropas comuneras sufrió una derrota definitiva en Villalar, en 1521. Toledo se quedó sola y acabó cayendo también, mi querida Toledo, en 1522.

Los líderes comuneros fuimos capturados y llevados ante las autoridades.

Ahora, ¡henos aquí!, a pocas horas de comparecer ante el cadalso. Nos han condenado sin un juicio previo, sin darnos la oportunidad de defendernos. ¡Malditos bastardos!

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Hoy, día 24 de abril de 1522, me despido de esta vida con la esperanza de que, tras esta barbarie, alguien consiga que el Reino mejore. Y deseo toda la suerte que exista a aquellos, si los hubiese, que continúen luchando por la libertad de Castilla. También espero que estas líneas que escribo momentos antes de mi muerte lleguen algún día a alguien que sepa contar nuestra historia, se lo agradeceré eternamente.

Fdo. Juan de Padilla.

Cabe destacar que momentos antes de su muerte, Juan de Padilla le dijo a Juan Bravo unas palabras que no se han olvidado: “Señor Bravo, ayer era día de pelear como caballero, hoy es día de morir como cristiano.” Por esta frase, Bravo pidió ser el primero en subir “para no ver la muerte de tan buen caballero”.

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LA LEYENDA CRIMINAL DEL

NIÑO DE LA GUARDIA

LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS

contada por uno que fue a la hoguera

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Sandra Rasilla

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Mi nombre es Yucef Franco, nací el 15 de junio de 1445. Soy judío, y desde muy pequeño mis padres me hicieron entender que los judíos no eran muy bien vistos por la sociedad cristiana y que siempre habían existido conflictos entre nosotros.

Cuando me hice adulto empecé a vivir en las aljamas con mi mujer y mis dos hijos. Disfrutamos de una gran independencia, aunque éstas estaban sometidas al poder político del estado cristiano.

Yo era uno de los funcionarios de las aljamas y, para intervenir en los asuntos de estas comunidades, necesitábamos el consentimiento de los cabezas de familia. Nos juntábamos en asamblea para debatir los asuntos de lo que hiciese falta para que la comunidad fuese bien.

Dependiendo del tamaño de las aljamas, el número de funcionarios era mayor o menor, pues en las aljamas pequeñas alguno funcionarios se ocupaban de varios cargos.

Nosotros, los judíos, estábamos obligados a pagar tributos que los cristianos no pagaban. No obstante, algunas aljamas disfrutaban de vez en cuando de la exención de algunos impuestos generales. Los impuestos los repartíamos entre los miembros de la aljama en proporción a la riqueza de cada uno. Pero algunos privilegiados no contribuían para nada, y también se hallaban libres de impuestos aquellos cuyos ingresos eran mínimos: los estudiantes, los siervos y los indigentes.

En las aljamas judías nos dedicábamos más a los trabajos del medio urbano que a los del medio rural. La gente de las aljamas judías se dedicaba principalmente al comercio, a la banca, a la usura y a recaudar impuestos.

Yo era uno de los funcionarios de la aljama, pero además de eso me dedicaba al comercio. Exactamente mi dedicación consistía en exportar vinos al extranjero.

Trabajaba todos los días de la semana excepto los sábados, pues en mi religión es el día que se descansa, es el denominado shabat.

En mi religión nos basamos en el Tanaj, lo que los cristianos llaman el Antiguo Testamento. Está formado por veinticuatro libros que cuentan la historia del hombre y de los judíos. Los cinco primeros libros son considerados escritos por inspiración divina y por lo tanto sagrados. Los lunes, los jueves y los sábados se hacía una lectura pública de estos libros, pues es parte de nuestro culto judío, el cual se celebra como una reunión y un encuentro comunitario. Es un rezo público que hacemos y requiere un mínimo de diez varones.

Yo soy judío piadoso y esto requiere rezar tres veces al día: al alba, por la tarde y al anochecer y cuando cae en días festivos lo hago otra vez a media mañana.

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Generalmente los sábados cuando descansaba acostumbraba a leer La Tora es uno de los libros del Tanaj, en el cual aparece la plegaria más solemne de la religión judía es: “Oye, Israel, el señor es nuestro dios, el señor es uno.”

Sin duda, los días que más me gustan del año son el 10 de tishrei, que en el primer mes del calendario hebreo es el día del perdón, y el día 15 ab, que es el día del amor y que he pasado con mi mujer todos estos años.

Pero todo no es tan perfecto como parece. Como ya he dicho antes los judíos hemos sido siempre mal vistos por la sociedad cristiana.

Todas estas historias de nuestra religión me las contaba mi abuelo cuando vivía. De él aprendí que hace mucho tiempo que comenzamos a ser gente mal vista. Fue hace 800 años, cuando un rey godo llamado Sisebuto impuso unas leyes contra nosotros. Nunca he conseguido entender bien el motivo, pero la cosa es que ahí están esas leyes.

Con Sisebuto se empezó una feroz persecución hacia nosotros los judíos. La primera norma legal sobre esto deriva de una ley; en esa ley el rey deploraba el incumplimiento de las normas de Recaredo sobre los judíos. Las normas imponían que ningún judío pudiera poseer esclavos cristianos, ni esclavos manumitidos (liberados) bajo su patrocinio. También se decía que ningún judío podía tener trabajadores a sueldo. Otra norma de esa antigua ley es que los judíos que tenían esclavos cristianos debían ser vendidos a estos mismos con sus propiedades, todo ello a un precio razonable. Si el esclavo no poseía propiedades, el dueño debía de facilitarle una.

También se decía que si un judío era descubierto con algún esclavo se le confiscaban la mitad de sus propiedades y el esclavo sería liberado. Y en cuanto a convertir a un cristiano al judaísmo, se agravarían de nuevo las penas y el judío sería ejecutado y sus propiedades confiscadas, y aquel converso que no quisiera volver a la fe católica sería azotado públicamente, sufriría decalvación y sería entregado como esclavo a la corona o a alguien designado por el rey.

Y lo que sobre todo estaba totalmente prohibido es que un judío se casara con un católico si no se convertía al catolicismo. Cuando esto ocurría el judío era desterrado de por vida, a no ser que cediese a convertirse, en cuyo caso se le permitía conservar sus bienes incluyendo los esclavos.

Yo no me podía creer esto cuando mi abuelo me lo contaba, cuando yo era más joven, de verdad que no conseguía entenderlo pero, sí, así era. Desde hace 800 años a nosotros nos imponían unas leyes distintas y peores que a los demás

El rey Sisebuto hasta lanzó una maldición sobre los futuros monarcas que se negaran a hacer cumplir esta ley.

Años más tarde se obligó a que los hijos que provenían de un judío y un cristiano, debieran ser bautizados como cristianos.

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Después de todo esto muchos judíos emigraron a Francia, aunque la mayoría permaneció en Hispania.

Ya digo que esta persecución hacia nosotros es muy antigua. El odio hacia los judíos tiene orígenes religiosos. Los cristianos no aceptaban que los judíos rechazasen creer que Jesús era el “hijo de dios”. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión mayoritaria de Europa, los judíos fueron perseguidos regularmente, pero también hubo momentos de calma.

En 1336, hace unos 100 años, los judíos fueron expulsados de Francia y acusados de crímenes contra los cristianos. Siempre que algo marchaba mal la culpa era de los judíos, por ejemplo: si había casos de epidemia se decía que era culpa suya, que ellos se dedicaban a envenenar los pozos. Pero lo más terrible y que más daño nos hizo fue el rumor de que para vengarse de los cristianos, los judíos raptaban niños y hacían actos de brujería con ellos.

Sí, según los cristianos, si los judíos eran pobres eran parásitos, piojosos y sucios

Y si eran ricos eran usureros que adoraban el dinero y arruinaban a los cristianos.

Ahora me encuentro aquí, acusado yo mismo de esa terrible práctica “judía”. Dicen de mí que he practicado la brujería con un niño cristiano de tres años.

Corre el año 1491 y nuestro pueblo judío está en pleno proceso de expulsión. Los Reyes Católicos han creado el Tribunal de la Inquisición y extienden la idea de que la población judía es la culpable de todos los problemas que suceden en su reino o podrían suceder.

A mí me acusan de haber intervenido en un plan para hacer daño a los cristianos y se dice que lo queríamos conseguir de la siguiente manera:

Se cuenta que, consiguiendo el corazón de un niño cristiano y una hostia consagrada y quemándolos juntos, se consiguen unas cenizas envenenadas que, siendo vertidas en las fuentes de los cristianos, causarían un daño irreparable para todos ellos. Dicen que un judío llamado Juan Franco era la persona idónea para el secuestro de un niño cristiano. Ese soy yo, el acusado que necesitan para dar veracidad a sus mentiras.

La gente dice que, un día, un niño estaba con su madre pidiendo limosna y que yo le ofrecí objetos y dulces para que se subiera a mi carro. Dicen que me lo llevé a un lugar donde estábamos esperándole los demás judíos. Y que nadie sospechó sobre el secuestro de este niño porque todo el mundo pensó que era mi hijo.

Después de encontrarse con nosotros, el niño fue llevado al pueblo de la Guardia, donde fue encerrado y maltratado por sus secuestradores judíos. O sea, por nosotros.

Se cuenta que esperamos hasta el día en el que murió Jesús de Nazaret. Que el niño sufrió los mismos procedimientos que los antepasados judíos hicieron a Cristo: escarnios, ultrajes, bofetadas, azotes, coronación de espinas y finalmente una cruel crucificación. Dicen que el niño aguantó este castigo sin derramar una solo lágrima, ni exhalar una

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queja. Y que una vez crucificado, su sangre fue recogida, y uno de los judíos hurgó con un cuchillo en el lado derecho. Supuestamente, el niño, al ver lo que hacían preguntó que qué buscaban, y el judío contesto que el corazón, con lo que a su vez el niño le dijo con una voz desfallecida que buscase en el otro lado. Así murió el niño y dicen que la madre que se encontraba en Toledo y era ciega recuperó la vista a la vez en el momento en que su hijo murió. El niño fue desclavado y enterrado cerca de una ermita.

Otro de los judíos con los que dicen que yo me encontraba habría sido el elegido para verter la ceniza envenenada y se presentó en una iglesia cristiana como un buen cristiano, pero todo el mundo se asombró cuando sacó su libro de oraciones. El judío huyó rápidamente, pero uno de los fieles que estaba allí le persiguió hasta la posada en la que se alojaba y el judío fue denunciado a la santa Inquisición. La Inquisición no tardó nada en localizar la posada en la que se encontraba, fue detenido y bajo las torturas, confesó los nombres de todos sus cómplices, el lugar en el que se encontraba el cuerpo del niño, y entregó el libro en el que se debía de encontrar el corazón y la hostia sagrada.

Los inquisidores, al abrir el libro encontraron la hostia, pero no el corazón, porque éste había desaparecido, al igual que tampoco encontraron el cuerpo del niño en el lugar donde había sido enterrado. Sí que había indicios de haber estado allí, pero solo eso…

No entiendo cómo se puede creer una sarta tan espantosa de mentiras, pero se la creen. Así es la leyenda de lo que hicimos yo y mis compañeros judíos. De eso nos acusan, de haber utilizado actos de brujería y de utilizarlos contra los cristianos.

Cualquier persona sensata y honrada puede darse cuenta de que es una leyenda y que los cristianos nos están acusándonos injustamente, pero… ya no hay nada que hacer.

Lo único que espero a estas alturas, es que mi mujer y mis hijos sepan valorar todo lo que hice por ellos y que me recuerden para siempre.

Como ejemplar castigo, Yucef Franco y todos los que colaboraron en ese macabro suceso fueron condenados a la hoguera como consta en las actas de La Inquisición.

Fueron quemados en Ávila el 16 de noviembre de 1491.

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MEMORIA DE UNA TRAGEDIA ANUNCIADA

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS

contada por una descendiente

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Ana G. Welsh

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Me llamo Margalit Smaragd y quiero contaros la historia dramática de mis antepasados. Esta es la historia y así fue como supe de ella

Estábamos cansados de correr, ya habíamos jugado mucho aquella tarde. El pequeño de los Fresser, rellenito tal y como su hermano mayor Jacob, jadeaba continuamente envuelto en su sudor. No podía más. En cambio, Jacob aparentaba estar bien, pero todo su cuerpo pedía a gritos un buen descanso.

Emmah, mi hermana mayor, y yo, ya teníamos ganas de ir a casa para que el abuelo Isaac nos contase las aventuras de cuando era más joven.

De camino a casa nos encontramos con Tayyeb, un compañero de clase. Nos saludó con timidez y se marchó apresurado. Era un chico muy callado, en el colegio siempre estaba solo y no solía hablar con nadie. Yo creo que era porque tampoco era de Marruecos, y al no estar en su país, como nosotros, se sentía mas intimidado. Aunque Emmah y yo nos sentíamos marroquíes a pesar de que nuestra familia no pertenece a este país, y además teníamos muchos amigos en el cole.

De camino a casa hubo silencio, todos estábamos demasiado cansados para hablar. Yo me iba fijando en los edificios, blancos y relucientes, y otros marrones. A mí me gustaba mucho Marruecos pero a mi familia no, no sé porqué, aunque yo sabía que este no era nuestro lugar, que nuestra familia había llegado a Marruecos por algo que desconocía.

Cuando doblamos la esquina de la calle, nuestra madre nos estaba esperando en la puerta.

-¡Hasta mañana chicas!- Dijeron los Fresser

-¡Hasta luego!- replicó mi hermana

Nada más entrar en casa, mi madre ya nos estaba mandado hacer cosas:

-Quiero que ahora mismo os lavéis y os pongáis vestimenta limpia.

Obedecimos tal y como nos dijo nuestra madre. Cuando ya estábamos preparadas, nos acercamos a la sala.

Ahí estaba todo la familia. Era la noche del Sabbat, un día de descanso en el que toda la familia estábamos unidos. Hay días que solíamos sacar antiguos recuerdos familiares. Ese día, tía Devora nos enseñó unos libros muy antiguos escritos por mi bisabuelo. Había uno precioso y muy bien conservado. En su interior aparecían numerosos dibujos.

Después de reírnos un buen rato, el abuelo Isaac nos llamó a todos para que nos sentásemos al lado de él.

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A mí me encantaban esas tardes con mi abuelo, aprendíamos mucho sobre las historias judías. Entonces el abuelo nos preguntó:

-¿Estáis preparados para retroceder en el tiempo?

Todos entusiasmados, creamos un ambiente silencioso.

-Al llegar aquí, a Fez, en Marruecos, mis padres estaban algo descolocados, mis hermanos y yo ni siquiera habíamos nacido.

Mis padres junto a mis abuelos estaban muy descontentos y les costaba mucho relacionarse con los marroquíes.

- Pero, abuelo, yo aún sigo sin entender porque tuvieron que venir aquí y por qué seguimos aquí -dije yo interrumpiendo su relato-

- Larga historia querida, muy larga

- Pero yo lo quiero saber, por qué estamos aquí y por qué aquí también hay más judíos; padre y madre nunca me lo han contado, siempre cambian de tema.

- Ya lo sabrás algún día, además es una historia triste

- Me da igual que sea una historia triste, yo quiero aprender cosas sobre nosotros y nuestra familia y nuestra comunidad

- Muy bien hija, si eso es lo que quieres yo te lo enseñaré, pero no quiero que te pongas triste, porque esto pasó hace mucho, mucho tiempo, en la época de tus tatatatatatatarabuelos. La historia empezó cerca del año 750, fíjate tú cuánto tiempo, ¿verdad?,

Pues bien, cuando los musulmanes estaban en Hispania, que así se llamaba la actual España, establecieron un territorio llamado Al-Ándalus, donde los judíos vivían en armonía con los musulmanes e incluso colaboraban con ellos, gozaban de la protección y la tolerancia del poder islámico. En aquella época los judíos no se agrupaban exclusivamente en torno a una profesión o a una categoría económica sino que pertenecían a colectivos muy diversos: algunos se especializaban en tareas relacionadas con el campo y la agricultura; otros se dedicaron al comercio y los préstamos; había quien se especializó en el negocio de esclavos

También hubo quien se dedicó a la ciencia y a la política en calidad de consejeros, como es el caso de Hasday ben-Saprut, que fue médico de la corte. Por ello, los judíos durante la época del Al-Ándalus llegamos a nuestro máximo esplendor, desde principios del siglo XI hasta mediados del XII, donde, supongo que nuestros antepasados serian muy felices.

Pero la presencia de judíos en puestos cercanos a los gobiernos iba en contra de una regla que muchos musulmanes consideraban sagrada. La regla prohibía a los hebreos ocupar puestos de dominio sobre los creyentes del Islam, algo cuyo incumplimiento provocó cierto odio entre la población musulmana.

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Lo malo empezó con el fin del Califato de Córdoba en 1031, un estado musulmán andalusí que había sido proclamado años antes por Abderramán III. Entonces llegaron a la península desde el norte de África los pueblos almorávides y almohades. Eran pueblos fanáticos que obligaron a los judíos a convertirse. Bajo su mandato se produjeron numerosas persecuciones porque se creía que eso favorecía la unidad de al-Andalus.

Poco después, cuando se empezaron formar los reinos cristianos en Hispania, en el periodo más conocido como la Reconquista, los reyes cristianos facilitaron la llegada de judíos que huían de las persecuciones almohades. Estos reyes pronto se beneficiaron de sus servicios, ya que tenían ventajas por el comercio y la artesanía, porque ayudaban a la economía de los territorios despoblados. También era una ventaja su dominio de la lengua árabe, que los convertía en grandes intermediarios y auxiliares para los contactos con las zonas islámicas. Además, durante el reinado de Alfonso X se publicaron Las Siete Partidas, unas leyes que garantizaban a los judíos el respeto al sábado y prohibían que se les convirtiese a la fuerza al cristianismo.

Del siglo XII hasta mediados del XIV, los judíos pudimos desarrollar notablemente nuestra cultura, porque eran momentos de pocos conflictos y no había casi persecuciones.

-Pero abuelo, ¿cómo sabes todas estas cosas, si eso pasó hace muchos siglos?

- Pues por cosas que me contaban a mí mis propios abuelos, que a su vez se las habían contado los suyos y así con muchas generaciones anteriores de nuestra familia. Además, a mí en la escuela también me enseñaron algunas cosas y hace unos años yo me puse a investigar sobre el pasado de nuestros antepasados.

- Entonces yo también se lo tendré que enseñar a mis nietos y estos a los suyos

- Así es

- Abuelo, ya te dejo seguir para saber cómo acaba todo y cuando sea mayor poderlo contar

El abuelo se remontó de nuevo al pasado, a la época medieval en la que empezaron los problemas graves para mis antepasados

Después de aquel periodo que los judíos habían experimentado, comenzaron las revueltas. Durante un concilio en Valladolid en el año 1322, se decidió que los judíos no debían entrar en templos cristianos, ni los cristianos asistir a celebraciones o médicos judíos.

Y, añadido a eso, surgieron rumores de que más judíos llegaban desde Europa y traían consigo la maldad congénita del pueblo hebreo y sus prácticas como asesinatos de niños. Así pues, el odio hacia los judíos fue aumentando. Pero lo peor ocurrió con la llegada de una terrible epidemia de Peste Negra, pues se dijo que los judíos habían sido sus causantes.

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Esta Peste Negra también dio lugar a una crisis política, social y económica. Hubo muchas malas cosechas, lo que hizo que los sectores más bajos de la sociedad no pudieran alimentarse bien. Estaban tan débiles que se contagiaban de la Peste con mucha facilidad. Hubo miles y miles de muertos. La población tuvo un descenso del 40% en la Corona de Aragón y del 25% en la de Castilla. La despoblación del campo y los malos cultivos produjeron un descenso de ingresos para monarcas y señores.

Los ricos perdían dinero, los pobres se morían y sufrían los abusos de los ricos para recuperar sus pérdidas. Todos estaban desesperados y miraron a los judíos como a la causa de sus males. Entre otras cosas se les acusó de contaminar el agua de los pozos, en los cuales proliferaba la enfermedad. El resultado fue el ataque a varias juderías en la Corona de Aragón en 1374.

Pero lo peor ocurrió en la Corona de Castilla, donde aparecieron dos ideas que aumentaron el odio que nos tenían. En primer lugar el tema del dinero; la situación de crisis hizo que escasease el dinero y que el precio de los alimentos básicos aumentase de una forma muy grande. Como había muchas deudas y poco dinero, también aumentaron los intereses, por lo que los préstamos que hacían los judíos fueron muy caros. Por este motivo, Alfonso XI quiso prohibir que los judíos actuasen como prestamistas promulgando el Ordenamiento de Alcalá en 1348. El Ordenamiento decía que los judíos tenían que convertirse en agricultores.

A pesar de ese ambiente en su contra, aún nuestros antepasados eran fuertes, por lo que a finales del siglo resistían en Castilla cuatro grandes aljamas: Toledo, Burgos, Sevilla y Murcia. Sin embargo, esta situación se complicó más cuando ciertos clérigos buscaron encubrir el anti- judaísmo religioso bajo los problemas económicos que afectaban a los reinos cristianos, de manera que el resentimiento hacia el rico se convirtiese en odio hacia el no religioso, porque aún había muchos judíos que tenían gran poder económico. Es decir, trataron de desviar el odio al rico en odio al judío. De esa forma, los clérigos les hacían el juego a los ricos.

Todo este odio que se fue acumulando poco a poco hacia los judíos dio lugar a muchas revueltas, entre ellas la de Barcelona y Palma.

Añadido a eso, en 1378, en Sevilla, un clérigo fanático llamado Fernán Martínez pronunció una serie de sermones en los que presentaba la necesidad de cortar relaciones con los judíos o de hacer desaparecer las sinagogas. Entonces, el arzobispo de Sevilla, Pedro Gómez Barroso había informado a Juan I de los hechos, quien trató de frenarle pero no tuvo éxito, porque murió pocos años después. Por ello mandó derribar sinagogas y confiscar libros de oración judíos. El ambiente antijudío se fue calentando, hasta que el 6 de junio de 1391 estallaron los disturbios conocidos como Pogrom de Sevilla. Esta revuelta incluyó la quema de sinagogas, la conversión de otras en iglesias y la muerte de unas 400 personas judías.

Esta violencia se extendió a los pueblos de alrededor y más tarde a otras ciudades, como Córdoba, Ciudad Real o Cuenca. Otro caso fue el de Valencia donde se mataron a más

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de 200 judíos. Ante esta situación, muchos judíos decidieron emigrar al norte de África y otros optaron por dejar su religión y convertirse al cristianismo.

En el siglo XV la situación siguió empeorando. Aparecieron en Castilla las siguientes leyes: el encerramiento de judíos y moros, la retirada de la autonomía judicial de las aljamas, la prohibición del ejercicio de determinados oficios, la prohibición del título de don, la obligación de llevar barba, pelo largo y un distintivo cosido a la ropa, la obligación de vivir en barrios exclusivos y cerrados o la prohibición de cambiar libremente de domicilio. En 1414, estas leyes se fueron adoptando en la Corona de Aragón.

La consecuencia de todas estas persecuciones fue un intento de conversión masiva, hasta el punto de que todos nosotros hemos llegado a considerar el año 1414 como el de la apostasía. Debido a la huída y a la conversión de los judíos, su número en la península descendió notablemente.

La tensión se rebajó a partir de 1420, cuando Juan II de Castilla y Alfonso V de Aragón suavizaron algunas de las medidas de las leyes, permitiendo a nuestros antepasados volver a tener sinagogas y editar libros judíos.

Parecía que ya había tranquilidad en la Península, pero los judíos, entre ellos mis padres, sentían un gran desprecio hacia los conversos, a los que veían como traidores. Estos conversos se acabarían convirtiendo en un problema que repercutió gravemente en los judíos fieles a su religión

Los conversos procuraban adaptarse al resto de la sociedad cristiana y borrar las huellas de su pasado judío. En general, eran gente con un nivel cultural bastante alto. Sin embargo, para los cristianos los conversos constituían un grupo judío que tenían la suerte de ocupar cargos y puestos relevantes que antes les estaban prohibidos. Estos puestos laborales eran los que provocaban el resentimiento de los grupos cristianos, que sospechaban que los nuevos cristianos mantenían en secreto sus viejos ritos judaicos.

Conociendo ese odio, los nobles se mostraron claramente antijudíos y anticonversos porque eso les daba el apoyo del pueblo llano. En junio de 1449, el alcalde de Toledo, Pere Sarmiento, promulgó el primer estatuto de limpieza de sangre de la Historia de España, que logró la exclusión de todos los conversos de sus cargos. Aún así, a principios del año 1450 Toledo volvió a la normalidad, al igual que Ciudad Real, otra ciudad en la que se habían producido disturbios. La sentencia de Sarmiento fue derogada.

La nueva calma tampoco duró mucho, porque la crisis reapareció a partir de 1462, cuando los conflictos políticos dieron lugar a una guerra civil y contribuyeron a reactivar la violencia hacia judíos y conversos.

Esta guerra fue una lucha para determinar si los nobles podrían inmiscuirse en los asuntos de la Corona de Castilla. Tras este enfrentamiento, se procedió al ataque de todos aquellos que hubiesen disfrutado de cierta promoción social, que fue el caso de los conversos. Por ello, en este momento el odio hacia los conversos se hizo mucho más fuerte que el que existía hacia los judíos. Pero todo empeoró aún más cuando en 1464,

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se hizo una farsa en Ávila contra el rey Enrique IV. Era una farsa en la que se le acusaba de apoyar a los judíos para destituirle y proclamar monarca al infante Alfonso. La farsa era un ejemplo del clima de persecución y odio

En julio de 1467 se enfrentaron en Toledo partidarios del infante Alfonso y fieles de Enrique IV, como consecuencia de impuesto extraordinario del cabildo catedralicio. Este choque terminó con varias casas de conversos quemadas y con algunos de ellos en la horca, intentado de nuevo una limpieza de sangre. Para rematar la situación, en 1473, las dificultades económicas favorecieron de nuevo la propaganda antijudía, volviendo a señalarnos como causantes de la miseria de la población.

Los hechos más crueles ocurrieron en Córdoba, donde se utilizó la relación del señor de Aguilar, Alfonso Fernández de Córdoba, con los círculos conversos, para atacarlos a todos ellos en marzo de 1473.

Finalmente, con la llegada de los Reyes Católicos a España, se creó la Inquisición. Esta institución maldita se encargaría de la “solución final” del problema judíos, decretando la expulsión de los que no aceptaran convertirse Los judeoconversos podían permanecer en España. Esta expulsión fue parte del plan maligno del Cardenal Cisneros contra los judíos. Éste era un arzobispo que había llegado a confesor de la reina Isabel de Castilla. Utilizando su influencia sobre la reina Isabel, primero consiguió que se creara la Inquisición y luego que se tomara la medida de la expulsión.

La expulsión de vuestros bisabuelos junto a otros muchos judíos fue una de las primeras decisiones reales en defensa de la unidad religiosa.

La salida de los judíos se inició en el año 1482 en Andalucía, pero no fue aprobada hasta el 31 de marzo de 1492. Ese fue el día en el que Jesed y Deborah, mis antepasados, vinieron aquí, a Fez. Pero junto a ellos llegaron unos 200.000 judíos más, fueron expulsados. Los pocos que quedaron se convirtieron al cristianismo. Y esta es la triste historia por la que estamos aquí, querida mía.

-Ahora lo entiendo todo abuelo, pero ¿eso quiere decir que nunca jamás podremos volver a España?

-Claro que no hija, ahora allí las cosas ya están mucho mejor, pero nuestro hogar es éste, y aquí tenemos todo: nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros animales y nuestra camita a la que vosotras vais a ir ahora.

Entre pequeñas risas, el abuelo Isaac nos metió en la cama y nos dio un fuerte beso de buenas noches.

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EL EDICTO DEL ODIO

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS

contada por una víctima que la sufrió en sus carnes

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Ana Laita

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Era la celebración del sábado, donde al anochecer del viernes se encendían velas y candiles que se dejaban consumir por toda la casa. Era el día de la semana que nos lavábamos y cambiábamos de ropa. Normalmente, el sábado se cambiaban las toallas y la ropa de cama. Ese día, en casa de las familias judías como la mía no se trabajaba.

Estaba haciendo las tareas de la casa, cuando me quedé mirando a mis tres hijos hablando tranquilamente en la mesita del jardín.

Cuando yo era pequeña siempre quise tener una adolescencia así, más tranquila, pero eso fue imposible en aquella época.

Mientas los miraba se me ocurrió que quizá ya era hora de contarles la historia de su abuelo, mi padre, así que me senté con ellos.

-¡Hola chicos!- les dije- me gustaría contaros la historia de vuestro abuelo, ¿queréis oírla?

-¡Claro!- dijeron los tres emocionados a la vez.

-Veréis, vuestro abuelo Abraham, pertenecía a una familia judía de origen francés que tuvo que huir de Francia tras la expulsión de 1306 para establecerse posteriormente en España. Cuando vuestros bisabuelos ya estaban instalados en España, concretamente en Salamanca, nació el abuelo Abraham en el año 1452. Vivió en Salamanca hasta 1474, donde estudió en la universidad astrología, matemáticas, historia y ciencias jurídicas. También enseñó matemáticas y astrología en la universidad de Salamanca, Zaragoza y Cartagena.

En las cortes de Madrigal, en 1476, se tomaron medidas discriminatorias contra los judíos, como la obligación de que llevasen un distintivo.

En su juventud, el abuelo Abraham fue amigo del obispo de Salamanca, Gonzalo de Vivero, quien le animó a publicar su principal obra astronómica El gran Tratado o Composición Magna en 1478.

Unos años después, en 1480, Gonzalo murió. Ese mismo año se propuso en las Cortes de Toledo que los judíos viviesen en barrios separados, llamados juderías.

Después, el abuelo escribió su obra en hebreo, pero en 1481 fue traducida al castellano por el catedrático de Astronomía de la Universidad, Juan de Salaya, y poco tiempo después José Vicinho la tradujo al latín. Este texto fue muy importante para su posterior navegación por el Atlántico.

En 1483 hubo una expulsión parcial de los judíos en Andalucía, con el objetivo de que evitaran el contacto con los conversos. La Inquisición no tenía como objetivo acabar con los judíos, sino vigilar a los judíos que se habían bautizado en el cristianismo, que eran los conversos, para que no volvieran a su antigua religión.

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Los judíos tenían una obsesión por el ascenso social. Cuando conseguían hacerse ricos y se bautizaban podían aspirar a la nobleza. Una minoría lo consiguió, como por ejemplo Fernando el Católico, que era de sangre judía.

Poco después de la muerte de su amigo Gonzalo de Vivero, se fue de Salamanca. En Cáceres encontró un nuevo mecenas en la figura de Juan de Zúñiga y Pimentel. Escribió en 1486 una obra de astrología médica titulada Tratado de las influencias del cielo y Juicio de los Eclipses, y rechazó el proyecto de Cristóbal Colón para viajar a las Indias por Occidente.

El 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla firmaron el Decreto de la Alhambra o Edicto de Granada, en el que se obliga a todos los judíos de la península Ibérica a convertirse al catolicismo o ser expulsados el 31 de julio de 1492. Para los judíos fue El Edicto del Odio

Algunos judíos decidieron bautizarse para no ser expulsados, pero otros decidieron huir del país. Pero por motivos logísticos se extendió este plazo hasta el 2 de agosto a las doce de la noche.

A causa de la expulsión de los judíos, el abuelo Abraham tuvo que buscar refugio en el reino de Juan II de Portugal. En esta época, ejerció una notable influencia sobre el soberano portugués, sobre todo por sus estudios aplicados a la navegación, particularmente en el viaje de Vasco de Gama.

Pero entonces el nuevo rey de Portugal, Manuel I, aplicó también las mismas medidas de persecución y violencia contra los judíos a partir del 24 de diciembre de 1496. Eso le obligó a emigrar de nuevo.

Temporalmente, la expulsión de España se situó en el medio de una cadena de expulsiones en otros países de Europa. La precedieron Inglaterra, Francia, Alemania y muchos otros. Luego la sucedieron al menos cinco expulsiones más.

El abuelo vivió en Túnez durante algún tiempo, donde acabó y completó el Libro de las genealogías. Este libro nos indica con precisión que nació el 12 de agosto a las tres de la tarde, y en él demostraba sus conocimientos astronómicos y su domino del calendario.

De Túnez se fue a Anatolia, y se encontraba en Damasco en 1515 cuando, como bien sabéis, murió.

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LA MATANZA DEL TEMPLO MAYOR

LA CONQUISTA DEL PUEBLO AZTECA

contada por un conquistado

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Guillermo Monedero

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Mi nombre es Yanaka, soy un miembro de la noble civilización de los mexicas. Vivo con mi familia en el centro de la ciudad de Tetochticlán, en una casa que pertenece a mi familia desde hace generaciones. Provengo de una familia de grandes cazadores muy respetados debido a sus extraordinarias cacerías. Yo aún sigo aprendiendo para algún día ser un gran cazador.

La situación en la ciudad es cada vez más difícil debido a la llegada de los xolopes, que se han adueñado del palacio y gran parte de nuestros bienes mas preciados. Nuestras vidas son cada vez más difíciles y no da la impresión de que nada de esto vaya a mejorar, porque su codicia es insaciable. Nuestro amado emperador Moctezuma ha cedido los poderes al jefe de los xolopes, un tal Hernán Cortes. Desde entonces su pueblo no le sigue como antes, algunos dicen que trabaja con los invasores y que ha traicionado a los suyos.

Un día, volviendo del bosque de recoger frutos para la cena de mi familia, se presentó ante nosotros una caravana de xolopes. Confieso que me intimidaron bastante sus armaduras y los grandes animales en los que montaban. Fue la primera vez que vi a su jefe, el tal “Cortés”, que estaba al frente de la caravana. Se dirigían al palacio para recibir unas ofrendas del emperador. Esa misma noche las personas más importantes de la ciudad, entre ellos mis padres, se reunieron en la casa del chamán, que les había convocado a todos alegando que tenía que contar algo importante. Cuando por fin estaban todos les contó que los dioses habían profetizado el fin del reinado de Moctezuma y la llegada de un dios con apariencia de hombre blanco que destruiría nuestra civilización. La noticia les sobrecogió a todos y provocó un clima de miedo y desconfianza entre la población cuando fue divulgado. Mi madre, muy asustada, le pidió a mi padre que abandonáramos la ciudad y que nos pusiéramos a salvo en alguna tierra lejana, pero mi padre decía que no podíamos abandonar a nuestro pueblo, porque sería traición y que si nuestra civilización caía lo haríamos con ella.

Pasaron unas semanas con una relativa calma, pero que no duraría mucho. Los portavoces de los xolopes reunieron a toda la ciudad en la plaza en la que esperaban Moctezuma y Cortés, sentados en lo alto. Cuando estábamos todos se leyeron las nuevas leyes que se acababan de promulgar. Después, Cortés llamó a su lado al emperador, éste se levantó y le sustituyó en el balcón. Estaba como apagado, ya no poseía ese firme rostro que nos infundía respeto a la vez que admiración, se dirigió a todos, cogió aire y nos anunció una de las peores noticias que nos podía comunicar, había decido convertirse al cristianismo, la religión de los xolopes, y ser nombrado hijo de España, renunciando a la cultura de nuestro pueblo y a toda su fantástica historia. Al principio toda la ciudad se quedó en silencio, pero poco a poco empezaron a sucederse los abucheos y algunas escenas de violencia que fueron brutalmente sofocadas por los conquistadores.

Esto provocó que ambos bandos empezaron a desconfiar más del contrario, si es que no había suficiente desconfianza ya, y cada vez que una comitiva de guardias pasaba cerca

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de alguno de nosotros sintiéramos la necesidad de escondernos. El pueblo parecía estar desierto, ya que todos se refugiaron en sus casas.

Un día, nada más levantarme vi un gran grupo de xolopes en el cual estaba Cortés, que salía de la ciudad como para marcharse de viaje. Poco después me enteré de que iban a combatir con otros conquistadores.

Cortés dejó los mandos a uno de sus capitanes Pedro de Alvarado, al que yo tenía un especial temor porque había visto la crueldad con la que trataba a mi pueblo.

La semana siguiente prometía estar llena de júbilo, ya que los sacerdotes iban a realizar las ofrendas a los dioses Tezcatlipoca y Huitzilopochtli y confiábamos en que pudieran ayudarnos con la crisis que estábamos pasando ahora. No sabíamos lo que nos esperaba.

La ceremonia se celebró en el Templo Mayor y comenzó como siempre. Todo parecía normal y hasta los xolopes parecían estar pasándoselo bien. Pero entonces apareció su jefe, Pedro de Alvarado, rodeado de soldados y dirigiéndose al escenario.

Entonces vi la escena más horrible que haya contemplado jamás y comprobé lo que es capaz de hacer un ser humano. Sin mediar palabra los soldados xolopes desenfundaron sus espadas y delante de toda la ciudad degollaron sin piedad a todos los sacerdotes. El pánico se extendió por toda la ciudad.

Mientras todo esto ocurría Moctezuma se hallaba cautivo en sus aposentos reales. Esto provocó una cadena de sublevaciones en la ciudad.

A los pocos días regresó Cortes e intentó imponer la calma, pero sus esfuerzos eran inútiles.

Ante esta situación pidió ayuda a Moctezuma, para que intentara calmar a su pueblo, y aceptó a regañadientes. Todos estábamos reunidos a los pies del balcón del gran templo cuando se asomó nuestro emperador. En ese momento se encendieron aun más los ánimos y el ambiente se volvió aun más hostil. De pronto vi a unos exaltados ponerse lo más cerca del balcón, llevaban algo en la mano, vi como gritaban traidor a nuestro emperador mientras arrojaban lo que llevaban en la mano. En un abrir y cerrar de ojos Moctezuma cayó fulminado al suelo sin vida.

Todos nos quedamos en silencio, era el fin de uno de los más importantes emperadores de nuestra historia.

Al día siguiente se celebró su entierro, al que no acudió mucha gente. Mi familia estaba entre los que fueron, yo creo que aunque mucha gente crea que nos traicionó, en realidad buscaba la supervivencia de nuestro pueblo. Aunque no fue de los mejores emperadores intentó hacerlo lo mejor posible y creo que por eso debe ser recordado.

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LA REBELIÓN DE FLANDES

contada

A LA LUZ “DE ORANGE”

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Sandra Fernández

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Mi mejor amigo, Guillermo, era un año menor que yo; nació el 24 de abril de 1533 en el castillo de Dillenburg. Sus padres Guillermo y Juliana me acogieron en su castillo antes de que él naciera, pues yo me había quedado huérfano; mis padres murieron en un accidente, pero eso es otra historia. Durante mi estancia en su hogar asistí a su nacimiento y al de sus once hermanos menores que él.

En nuestra infancia fuimos inseparables, como si yo fuese para él otro hermano más. Jugábamos juntos en palacio, sacábamos de quicio a los criados.

Cierto día el rey llamó a su hijo Guillermo y le comunicó la muerte de su primo, aunque no le afectó mucho, no se llevaban muy bien como me contaba. Entonces en ese mismo instante heredó el título de Príncipe de Orange y extensas propiedades de los Países Bajos.

Los reyes mandaron a un profesor particular para que sus once hijos y yo aprendiésemos la religión católica.

Cuando Guillermo tenía 13 años, sus padres le enviaron a Bruselas para que estudiase idiomas y recibiera educación militar. El día en que marchó sentí como se alejaba una parte de mí; para mí era algo más que mi mejor amigo, así que me fui de palacio porque mi estancia allí había concluido.

Yo sabía que allí tenía la vida resuelta, podía tener todo lo que desease con solo pedirlo, pero decidí buscarme la vida.

En 1551, a sus 18 años de edad, Guillermo regresó a su hogar. Saludó a sus padres, a sus hermanos, a los criados… preguntó por mi muy ilusionado, quería verme y abrazarme después de 5 años. Cuándo sus padres le dijeron que yo había partido lejos, Guillermo no hacía más que preguntarse el por qué. Estaba muy nervioso al enterarse de que me había marchado, entonces salió de palacio y fue a dar un paseo por las calles de la ciudad. Para no ser reconocido por la gente, se vistió como si fuese un pobre.

Yo encontré trabajo de repartidor. Con el sueldo que ganaba pude alquilarme una pequeña casa y poder vivir con el resto del dinero que me sobraba.

Después de 5 años había pasado por distintos jefes, pero mantenía mi oficio. El último jefe que tuve me pagaba poquísimo dinero y apenas podía cumplir con el alquiler. Fui donde él y me quejé, éste lleno de ira me despidió. Al mes siguiente no pude pagar mi estancia en aquella casa y mis caseros me echaron. Me vi en la calle. Se me pasó por la cabeza volver al castillo de Guillermo y Juliana, pero como me fui una noche sin que nadie me viese y sin dar explicaciones, reflexioné y preferí no ir. Yo había discutido con los padres de Guillermo porque no quería que le mandasen a Bruselas, no quería separarme de mi mejor amigo.

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Guillermo iba paseando por la ciudad. Pensaba en todos aquellos momentos que habíamos vivido en nuestra infancia. Iba sin rumbo, no le preocupaba llegar tarde a palacio, lo único que quería era recuperar el tiempo perdido conmigo.

Aquel día yo salí a la calle, me senté en mi esquina a pedir limosna. Casi nadie me hacía caso, me ignoraban, pero de repente veo que un ciudadano cuya cara me resultaba conocida me echó una moneda a mi cesta. Le di las gracias y él me extendió su mano, y entonces le reconocí, era Guillermo, pero él no me conoció. Entonces le abracé y él me devolvió el abrazo compadeciéndose de mí y de mi pobreza. Le susurré al oído que tenía muchas ganas de verle, que por fin llegó el momento. Éste se quedo extrañado y me preguntó mi nombre. En cuanto se lo dije sus ojos brillaron.

Dimos un paseo durante esa mañana por la ciudad mientras nos contamos todo lo que nos había pasado durante esos últimos cinco años. Al final de la conversación me llevó a palacio y esa misma tarde me reconcilié con sus padres y volví a lo que hace tiempo fue mi hogar.

Pasaron un par de años y Guillermo y yo volvimos a ser aquellos amigos inseparables.

Heredó un palacio enorme, en el cual me ofreció una de las mejores habitaciones y viví con él. Me convertí en una especie de secretario de confianza.

Cierto día me contó que iba a contraer matrimonio con Ana de Egmond-Buren. La boda se celebró y tuvieron tres hijos. Su primera hija, María, falleció cuando tenía un año. Guillermo y su esposa lo pasaron muy mal, pues habían perdido a su primera hija. Sin embargo siguieron adelante y tuvieron dos hijos más.

Fueron unos años muy felices, pero en 1558 Ana falleció. Guillermo se puso triste y yo le ofrecí todo mi apoyo.

No pasado un año de la muerte de Ana, Guillermo mantuvo una breve relación con Eva Elincx de la que nació un hijo ilegítimo.

Yo me enfadé con él, no me parecía normal que después de la muerte de Ana, a la que había llorado tanto, mantuviese una relación con otra mujer de la que ha nacido un niño y después la dejase por el nacimiento de éste.

Guillermo reconoció su error. Me pidió perdón muchas veces, hasta que me demostró que no tenía que haberse enamorado de Eva; entonces le perdoné.

Unos años más tarde se casó con Ana de Sajonia y tuvieron cinco hijos. Ana era una mujer con un fuerte carácter, acabó cansando a Guillermo, intentó seducir a su mejor amigo, o sea, a mí, y le abandonó a él y a sus hijos.

A Guillermo le daba igual, tenía ganas de perderla de vista de una vez, todos los días me contaba el infierno que vivía con ella, no le dejaba ni respirar.

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Decidió vivir soltero. No quería enamorarse durante un tiempo. Se centró en sus asuntos como príncipe, en sus hijos y en nuestra amistad. Yo tampoco necesitaba encontrar el amor mientras tuviera cerca a mi mejor amigo, no tenía la necesidad de formar una familia, para mi él era mi familia.

En 1568 comenzó una guerra en nuestra tierra, Flandes, que por entonces pertenecía al Imperio español de Felipe II. Muchos habitantes de Flandes no aceptábamos ser súbditos de un rey extranjero. Guillermo estaba desquiciado, no sabía qué hacer frente a las tropas españolas, que de momento resistían frente a los ataques rebeldes. La primera batalla de esta guerra fue en Heiligerlee, donde dos de sus hermanos, Luís y Adolfo, invadieron al frente de un ejército defendido por el estatúder Johan de Ligne en la ciudad de Groninga. Para desgracia de los rebeldes, Luis no fue capaz de tomar la ciudad y fue derrotado en otra batalla, la batalla de Jemminge.

Guillermo invitó a su hermano Luis a palacio a pasar un tiempo y recuperarse.

En 1575 Guillermo volvió a enamorarse, contrajo matrimonio con Carlota de Borbón-Montpensier, y tuvieron seis hijas. La verdad es que vivíamos muchos en palacio; sus hijos anteriores, su hermano, su mujer actual, sus hijos con ella y yo.

En 1579 la rebelión se extendió a los Países Bajos, a causa del descontento de los sectores burgueses ante los fuertes impuestos que estableció el rey Felipe II. Además, había otras causas de la rebelión. Por un lado estaba el fuerte sentimiento nacionalista que había surgido entre los rebeldes; por otro estaba el conflicto religioso, porque en las provincias del norte se había extendido mucho el calvinismo.

Una noche estábamos en un salón su hermano Luis, su mujer, él y yo. Guillermo nos contó que esa mañana había decidido ponerse al frente de los rebeldes. Su mujer se opuso, no quería que le pasase algo malo a su marido.

En 1582, en una mañana de enero, un vizcaíno llamado Juan Jáuregui intentó matar a Guillermo, pero sólo le causó alguna que otra herida grave.

Carlota, su mujer, se lo advirtió. Le repitió una y otra vez que no debía de haber acordado con Felipe II ponerse al frente de los rebeldes.

Guillermo estuvo de baja durante un tiempo, necesitaba curar sus heridas. Durante ese periodo de tiempo, Guillermo dependía de mí y de su mujer. Dependía de mí en los asuntos políticos y económicos; es decir, le sustituí mientras él se recuperaba. Su mujer se encargó de curarle.

Carlota era la imagen de la desesperación. Ya no era aquella mujer llena de vida y alegre que fue. El amor que sentía hacia su marido era enorme, no podía verle enfermo, por eso fue ella quien quiso curarle, para ver la evolución del paciente. Pero todos los días eran iguales; curarle se convirtió, para ella, en la misma rutina.

El día 5 de mayo de 1582 me desperté lleno de vitalidad, la verdad no sé porqué. Podría deberse a que estaba realizando un buen trabajo sustituyendo a Guillermo. Me dirigía al

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comedor, me apetecía desayunar. Me senté en la mesa y esperé a que Teresa, la criada encargada de la cocina me trajera el desayuno. Tardaba mucho, más de lo normal, pero seguí esperando. Unos minutos más tarde la vi pasar corriendo por el comedor con un rostro preocupado y blanco. La paré; ella me miró con lágrimas en los ojos diciéndome que Carlota no despertaba por más que la llamase, no se movía de la cama, apenas podía oír el latido de su corazón.

Llamé rápidamente al médico. A eso de las doce del mediodía llegó. Se metió a la habitación donde yacía el cuerpo de Carlota. Después de una larga media hora salió y, en efecto, ésta había muerto de madrugada. La única explicación que nos dio el doctor es que había fallecido a causa del agotamiento mientras cuidaba a Guillermo. Éste, que no estaba del todo curado, se sintió el culpable de la muerte de su esposa.

Al día siguiente se celebró el entierro. Guillermo estaba realmente mal, no quería hablar con nadie, ni siquiera conmigo, su mejor amigo. Durante mucho tiempo se encerraba en sus aposentos y solo salía para comer. Por lo tanto yo seguí encargándome de sus asuntos. Es duro perder a la persona a la que amas, todo el mundo lo sabe. Pero Guillermo, que ya sabía por experiencia lo que es perder a un ser querido, tenía que dejar de lamentarse, lo que ha pasado, pasado está. Así que un día entré en su habitación, le pareciese bien o no. Le dije que era padre de una familia numerosa, que tenía un cargo que no podía llevar una sola persona, entonces me comprometí en ayudarle a dirigir la rebelión contra Felipe II.

Poco a poco Guillermo se fue recuperando. Para celebrarlo decidimos dar una vuelta por la ciudad. Íbamos paseando y a Guillermo le entraron ganas de beber algo, estaba sediento. Nos metimos en una taberna y allí conocimos a Luisa de Coligny, hija de un noble francés, político y militar. Entonces Guillermo se dispuso a hablar con ella, pero yo no me enteraba de la conversación. No sé que me pasó, solo me fijaba en ella, en su cuerpo, en su rostro… Por lo que me contó Guillermo, ella acababa de abandonar su hogar, ya no aguantaba más las órdenes de su padre, era una mujer que ya sabía tomar sola sus decisiones. Como no tenía dónde ir, la acogimos en palacio.

Esa noche, después de la cena, mientras Luisa fue con las criadas a preparar su habitación, Guillermo me confesó que la quería solo para él. Por un momento se me paró el corazón. Yo creo que era la primera vez que me enamoraba en serio de alguien, pero era mi amigo el que siempre conseguía lo que quería. Ahora luchábamos de nuevo por lo mismo, pero esta vez no podía ser de los dos. Si él ganaba, yo salía derrotado. De momento opté por el silencio, estaba muy cansado y me fui a dormir.

Serían la una de la madrugada y yo seguía en la cama sin poder dormir pensando en lo que me dijo Guillermo. Yo sabía que si él la conseguía, yo no sería feliz, y por primera vez en la vida había descubierto la mujer perfecta para mí.

De repente, la puerta de mi dormitorio se abría y se cerró rápidamente. Aquella mujer había leído mis deseos en mis ojos. Una voz susurró mi nombre, se tumbó en mi cama, era Luisa. Comenzó a besarme y yo me dejé llevar.

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A la mañana siguiente un criado me avisó de que Guillermo quería que me presentase en su habitación. Fui rápidamente porque pensaba que se trataba de algo importante sobre los rebeldes, pero cuando entré en el cuarto, le encontré sentado en su cama con un rostro malhumorado. Lo sabía; sabía que Luisa había pasado la noche conmigo. Él, que había perdido de nuevo a una esposa suya, se había vuelto a enamorar, pero yo le había quitado a la nueva destinataria de su amor sabiendo lo que él sentía.

Estuvo a punto de echarme de palacio, pero no lo hizo. ¿Por qué? No se. Igual porque no podía ocuparse él solo de los rebeldes, o porque en ese momento recordó todos los momentos vividos de nuestra amistad.

Durante un mes, Guillermo hacía su vida en palacio y yo la mía. Luisa seguía viniendo todas las noches a mi habitación. Cierta noche, mientras estábamos juntos, le conté el problema que tenía con mi amigo. Ella me aseguró que lo mejor era terminar con esa relación y centrarme en mi amigo, y sobre todo, pedirle perdón. Estaba totalmente de acuerdo con ella, por mucho que me doliera tener que decirla adiós.

Lo arreglé con Guillermo. Le conté que mi relación con Luisa había acabado, que ya podía tomarla si ella consentía. Guillermo me abrazó con lágrimas en los ojos. Sabía lo importante que era para mi tener una mujer y poder formar una familia a mis 50 años. Luisa también había estado enamorada de mí; lo poco que duró nuestra relación al menos estuvo llena de intensas emociones y fuertes sentimientos. Pero ella sabía que Guillermo y yo éramos muy buenos amigos, los mejores, así que no quiso verme sufrir por la posible pérdida de mi amigo; por esa razón, decidimos terminar con nuestra relación. Perdí una mujer, pero volvía ganar un amigo; o al menos eso creía.

Pasaron unos meses y Guillermo y Luisa se casaron. Me alegraba mucho por mi mejor amigo, pero por dentro, una parte de mi alma estaba rota; yo amaba a Luisa y se que ella seguía amándome, pero no podía ser

Ella me miraba durante la boda, con unos ojos que me transmitían todo su amor hacia mí. Teníamos que hacernos a la idea de que nuestro amor, a estas alturas, era imposible por mucho que nos amásemos.

Esas miradas y esas señales que nos mandábamos ya formaban parte de nuestra rutina. Ella me confesaba que con Guillermo estaba bien, pero como estaba ocupado controlando a los rebeldes, no la hacía mucho caso y no tenía el tiempo suficiente para enamorarse de él. Ambos queríamos la felicidad para Guillermo, pero si Luisa le dejaba no sería feliz.

Esa noche, a eso de la una y media, ya cansado me fui a la cama. Quería dormir durante mucho tiempo para que esto acabase ya. Necesitaba olvidarme de Luisa, pero ella seguía en mis pensamientos. De repente oí como la puerta se abría. Era Luisa que, sin decir nada, comenzó a besarme. Yo no supe como reaccionar y deje de pensar por una vez en mi amigo y empecé a pensar por una vez en mí.

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Decidimos mantener nuestro nuevo romance en secreto. Ella, casada con Guillermo, se venía todas las noches a mi habitación cuando todos dormían, para que nadie nos descubriese. Guillermo nunca se llegó a enterar de esto. Creía que su mujer le era fiel.

Tras varias noches así, una de ellas, me confesó que estaba embarazada, que el bebé que crecía en sus entrañas era mío. Yo estaba atónito, no reaccionaba. Ella quiso decirle a Guillermo que el hijo que esperaba era de él y yo la convencí de que primero tenía que acostarse con Guillermo para que se lo creyese. Así lo hizo y unos cuantos días después se lo comunicó a Guillermo.

Guillermo se lo creyó y el 29 de enero de 1584 nació Federico Enrique.

Luisa dejó de venir por las noches a mi habitación, pues tenía que cuidar de nuestro hijo.

Pasaron un par de meses, y los impuestos establecidos por Felipe II eran cada vez más fuertes. Los rebeldes, principalmente los calvinistas, asaltaban la ciudad y cometían robos. Los tercios enviados por Felipe para combatir a los rebeldes se quedaban sin fuerza. Guillermo, que estaba al frente de éstos tenía que dedicarse más a este asunto que a su propio hijo.

Cierto día se presentó Felipe II en la corte de Guillermo. Se sentaron y le dijo que todo lo que estaba haciendo para detener a los rebeldes, lo estaba haciendo mal. La situación empeoraba por momentos y le advirtió que como no viese en los próximos días buenos resultados, le mandaría a una de las batallas como militar. Guillermo le prometió que inmovilizaría a los rebeldes.

En junio de 1584, la popularidad de Guillermo se encontraba en declive a causa de que no fue capaz de detener a los rebeldes y Felipe II estuvo a punto de enviarlo a una de las batallas de aquella guerra. Por un momento quise encargarme yo del trabajo que Guillermo no estaba capacitado para realizar, pero no lo hice, quería contemplar como crecía mi hijo y quería pasar algo más de tiempo con Luisa.

Felipe seguía subiendo los impuestos a los rebeldes y éstos cada vez más enfadados decidieron matarle, pero era el rey, había mucha seguridad en aquel palacio y si lo intentaban alguno de ellos podía ser herido o matado. Entonces pensaron que debían matar a Guillermo, ya que se popularidad iba bajando cada vez más. Pensaron que la mejor forma de asesinarle era colarse en palacio, asesinarle y salir corriendo. Así lo acordaron y se ofreció un joven llamado Baltasar Gérard.

Diez de julio de 1584. Aquella mañana Luisa salió al jardín con su hijo a pasearlo, hacía mucho sol. Guillermo ya no quería ni salir de palacio.

Estaba en el salón y me di cuenta que se me olvidó una cosa en mi habitación. Al subir por las escaleras vi que Guillermo estaba bajando, pues acababa de levantarse. Nos cruzamos en las escaleras y nos pusimos a hablar. Estaba hundido, no tenía ganas de nada, deseaba que acabase ya todo esto y que Felipe II dejase de establecer esos durísimos impuestos que debían de pagar los rebeldes. Yo me compadecí de él.

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De repente vimos una sombra en un rincón oscuro y salió de un salto un hombre con una pistola que disparó tres veces a Guillermo y saltó por la ventana. Corrí detrás de él y chocó con un montón de basura, entonces le atrapé. Se encargaron de él los guardias de palacio y yo llamé a Luisa llorando. Guillermo yacía en el suelo, lleno de sangre.

Enterramos a Guillermo.

Gérard fue condenado a sufrir torturas muy dolorosas y finalmente fue decapitado.

Como consecuencia de la muerte de Guillermo, Luisa y yo decidimos dejar de esconder nuestro romance, éramos libres y nos marchamos de palacio a las afueras de la ciudad con nuestro hijo.

Durante varios meses estuve muy triste por la pérdida de mi mejor amigo, aunque el amor que sentía por Luisa y ella por mi me ayudó a seguir adelante y a pensar que la vida sigue. Sin embargo, el recuerdo de Guillermo de Orange permanecerá siempre en mi mente.

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LA REBELIÓN DE FLANDES

contada

A LA LUZ “DE EGMONT”

Javier Cuevas

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Me dispongo a contarles con todo tipo de detalles la rebelión en la que mis antepasados tomaron parte, que enfrentó a los habitantes calvinistas de los Países Bajos contra las fuerzas invasoras y católicas del Imperio Español.

Lo primero que debo de hacer es presentarme. Soy Luis, conde de Egmont, nieto del conde de Egmont que fue asesinado el 5 de Junio de 1568 durante la rebelión. Pero no querría adelantarme a los hechos, así que, sin más preámbulos, empezaré a contarles la lucha del pueblo flamenco para expulsar a los invasores españoles.

La rebelión se produjo porque los flamencos estaban muy descontentos con el gobierno que mandaba en Flandes en nombre de Felipe II. Mi abuelo fue un encargado de encabezar las protestas contra ese gobierno, junto con otros notables de Flandes como Guillermo de Orange y el conde de Horn.

Las causas que hicieron que mi antepasado protestase junto a muchos otros fueron los siguientes:

Unos años antes de la rebelión, el calvinismo tuvo una buena aceptación en el país. Carlos V, por entonces nuestro emperador, decidió que había que combatir una reforma religiosa que para él era un síntoma claro de herejía. Para conseguirlo intentó implantar en nuestro territorio el tan odiado y temido tribunal de la Inquisición.

También existió un gran motivo económico, ya que por esa época, debido a la guerra entre Suecia y Dinamarca, hubo una bajada de los salarios y una subida de los precios de los alimentos. Pero el problema económico más grave fue que, al perderse los envíos de la corona en 1568 para pagar los salarios de los soldados españoles, los gobernantes se vieron obligados a recaudar impuestos entre nuestras gentes, que ya tenían bastantes problemas para poder comer. Este impuesto que intentaron imponer a nuestros antepasados era una gran injusticia, ya que los flamencos tenían grandes dificultades para poder sobrevivir. Además, intentaron obligar a mis antepasados a pagar un impuesto que, en definitiva, serviría para pagar a los soldados que estaban en nuestro territorio para impedir nuestra libertad.

Por todos estos motivos, mi abuelo Lamoral, conde de Egmont, junto con otras personas influyentes que pensaban como él, decidió que esto no podía seguir así. Y lo peor de todo es que estos abusos, que estaban oprimiendo a mi pueblo, los llevaba a cabo un rey que era un extranjero. O sea, que lo más indignante de este asunto es que estuviera abusando de nuestro pueblo un rey que no era de aquí; que no era como su padre, Carlos V, que por lo menos nació y vivió aquí durante su infancia.

Mi abuelo descendía de una familia bien avenida de nobles, y también era primo de ese rey invasor que se llamaba Felipe II. Pero este parentesco no le sirvió de nada a mi abuelo, como tampoco le sirvió que asistiera al matrimonio de Felipe con María Tudor. El día 8 de Septiembre de 1567 fue apresado por una trampa que le tendió el Duque de Alba, que era el jefe de los tercios españoles. Más tarde, un 5 de Junio de 1568, fue ajusticiado junto con su amigo el conde de Horn en la Gran Plaza de Bruselas. Perdonen que al llegar a este punto de la historia no de muchos detalles sobre la muerte de mi

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abuelo, pero para mi es un hecho muy amargo y el motivo que me ha llevado a escribir esta crónica.

Lo realmente importante de esta historia es cómo un heroico país pudo expulsar a un gran imperio que les dominaba y era muy superior a ellos.

Pero antes de empezar a contar nada sobre la guerra entre el Imperio Español y los Paises Bajos, quiero hacer mención a Guillermo de Orange, ya que sin él nada de lo que les cuento habría sido posible. Tras el apresamiento y muerte de mi abuelo, fue Guillermo el que se fugó a Alemania y pagó un ejército de mercenarios alemanes para que luchasen contra el ejército español.

Después de ese hecho, empezó la larga historia de la heroica rebelión de Flandes. La guerra comenzó el 23 de mayo de 1568, con la batalla de Heiligerlee, que tuvo un resultado satisfactorio para las tropas locales dirigidas por Luís de Nassau, un hermano de Guillermo de Orange. Sin embargo, poco más tarde serían derrotados por el Duque de Alba con los tercios sobre su mando. Esto obligó a Guillermo a huir de nuevo a Alemania

Como la rebelión no tenía muchos apoyos influyentes en ese momento, el duque de Alba se hizo con el control, pero luego le faltó dinero para pagar a sus soldados. Para conseguir ese dinero que le faltaba, impuso un impuesto llamado alcabala, que recogía el diez por ciento de todas las compraventas que se hicieran. Esta medida fue vista como un castigo por rebelarse, por lo que el pueblo odió aún más si se podía al duque de Alba y a la corona española.

Con todo aquel odio que el pueblo guardaba contra el Imperio español solo hizo falta un pequeño detonante para que resurgiera la guerra. El detonante fue la toma de varios puertos importantes por los mendigos de mar. Estos mendigos del mar, también llamados piratas, tomaron importantes puertos para el comercio de la parte rica de Flandes.

La conquista de estos puertos permitió la llegada de Guillermo de Orange por el Norte y la llegada de su hermano Luís por el Sur, con la intención de atacar a los Tercios. El Duque de Alba, ante tal situación, fue al sur a detener a Luís y mandó a su hijo Don Fadrique al Norte, el cual arrasó y saqueó sin piedad las ciudades a su paso.

El duque de Alba fue destituido como gobernador y llegó a este puesto el hermanastro de Felipe II, Juan de Austria, que vino a nuestras tierras supuestamente para tratar de llegar a un acuerdo y un arreglo pacífico. Pero nada más lejos de la realidad, a su llegada se produjo un gran saqueo en Amberes, lo que no hizo sino aumentar la leyenda negra que ya todos los que vivimos aquí conocíamos muy sobradamente sobre el Imperio español y la Inquisición.

Pero este hecho tan desafortunado tuvo una parte positiva, que fue que todas las provincias lucharan unidas. Lo que quedó patente en la firma de la denominada Pacificación de Gante, el 8 de Noviembre de 1576. Por ese acuerdo, todas las provincias se comprometían a luchar unidas para lograr la expulsión de las tropas españolas.

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No obstante, el saqueo de Amberes no fue el único caso de saqueo que se produjo durante los enfrentamientos. En el asedio de Maastricht (1579), los tercios necesitaron cuatro meses para tomar la ciudad, debido a la gran defensa organizada por Sebastián Tapino. Por este motivo, y por el supuesto de que no recibían las pagas, al tomar la ciudad saquearon todo lo que pudieron, hasta que Alejandro Farnesio dio la orden de que cesara el pillaje.

Después de estas batallas siguieron otras más o menos duras, pero lo que realmente importa es que las Provincias Unidas acabarían logrando su objetivo, expulsar al imperio español de su territorio. Este nos costó ochenta años de lucha contra un ejército sanguinario y férreo en la lucha cuerpo a cuerpo, que disponía de grandes generales y estrategas, pero que sucumbieron ante el heroísmo y la tenacidad del pueblo de Flandes.

No querría dejar de hablar de algo tan importante como son los tercios españoles. Aunque acabaran perdiendo la guerra, es de justicia resaltar su fiereza a la hora de la batalla y su lealtad al Imperio hasta en los momentos en los que no recibían su paga, cuando ellos continuaban peleando sin descanso. Estoy seguro de que esta guerra habría durado mucho menos tiempo si el Imperio español no hubiese tenido a los Tercios para luchar, que entonces eran la mejor infantería del mundo y el enemigo más duro que mi familia ha podido encontrar en toda su historia.

Y después de haberles contado lo más relevante de la historia de mi familia como líderes de la rebelión de Flandes, debo anunciarles que hoy, 26 de octubre de 1648, puedo decir que el sacrificio realizado por mi abuelo no fue en vano, porque hace dos días que se firmó la Paz de Westfalia. Por fin, después de esta firma, se puede decir con seguridad que la República de las Provincias Unidas ya es un Estado independiente. Y al decir esto me siento orgulloso al pensar que todo esto lo comenzó, entre otros, mi abuelo hace ochenta años. Y que gracias su sacrificio, por fin hemos recibido lo que nuestro pueblo se merecía: ¡la libertad!.

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LA REBELIÓN DE FLANDES

contada

A LA LUZ DE “EL ALBA”

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Paula Merayo

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Cepillé mi cabello oscuro que contrastaba con la piel nívea de Los Alba y me coloqué el velo, símbolo de mi luto, pues hace unos meses que perdí a mi marido Álvaro. Me acerqué a la cuna donde dormía placidamente mi primogénito, le acaricio la manita que sobresalía de las sábanas de seda y pienso en que él no conocerá a su padre como yo conozco al mío, al que considero Mi héroe, Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba.

Su historia se remonta cincuenta y tres años atrás. El 29 de octubre de 1507 mi abuela Beatriz de Pimentel daba a luz en el castillo que mi familia posee en Piedrahita (Ávila) a su tercer hijo y primer varón. Se trataba de mi padre, Fernando, llamado así en honor al abuelo de nuestro querido Rey, Fernando el Católico. Nacido como primogénito varón y perteneciente a una de las grandes familias aristócratas españolas, con amplios dominios, mi padre se quedó huérfano muy pronto, en 1510, cuando su padre, mi abuelo, fue víctima de una emboscada musulmana. Tras ese fallecimiento, heredó nuestro título más importante, el de duque de Alba.

A pesar de la desgracia creada por los enemigos de Cristo, mi bisabuelo se encargó de darle una esmerada educación, tanto en lo militar como en lo tocante a las letras. Tuvo grandes maestros, aunque de la instrucción militar y de otras cuestiones prácticas, como la dirección del patrimonio de Los Alba, se encargó su propio abuelo Fradrique, llevándole consigo a sus campañas guerreras y a los frecuentes recorridos que hacía por sus dominios.

Antes de cumplir su mayoría de edad recibió su bautismo de fuego en Fuenterrabía, contra los franceses y a partir de ahí su conocimiento militar y estratégico estuvo al servicio de nuestra corona.

El 27 de abril de 1529 se casó con mi madre María Enríquez de Toledo y con ella nos tuvo a mí y a mis tres hermanos, además de un muchacho que tuvo con una amante y al que llamaron Hernando Álvarez. Como jóvenes pertenecientes a la nobleza, nuestra educación fue esmerada, con especial atención para mis hermanos en las cuestiones militares Tres años antes de mi nacimiento, la muerte de su abuelo en septiembre de 1531 le permitió heredar otros títulos familiares, posesiones y rentas. Así se convirtió en duque de Alba y Huéscar, marqués de Coria y conde de Salvatierra.

Cuando yo nací, mi padre, mi tío y mi hermano mayor estaban luchando para detener los ataques de los piratas berberiscos capitaneados por el infame Barbarroja, cuyo único cometido en esta vida era entorpecer e impedir el comercio en el Mediterráneo de nuestros barcos. De esos dos años de batallas navales obtuvo algo que le llenó de alegría. Me acuerdo que yo era muy pequeña el día en que me levantó en brazos y me puso en sus piernas, mostrándome una vieja armadura que había pertenecido a su padre y que guardaban esos mal nacidos como trofeo: Durante los años siguientes, cada vez que veía la armadura mi padre me contaba la historia de su victoria en Túnez.

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Mi infancia la pasé en Nápoles y más tarde en Roma, acudiendo a fiestas junto a otras niñas de las familias al servicio de la corona, y, como mi padre se hizo muy amigo del rey Carlos V, éste le nombró uno de sus consejeros.

Los años siguientes fueron años de viajes. Mi padre, al ser un gran militar, fue llamado en muchas ocasiones para ayudar a mantener el orden en el Imperio. El Imperio había nacido por la voluntad divina, que hizo que el amor entre nuestra querida Juana, hija de nuestros grandes Reyes Católicos, con el hermoso Felipe, heredero del imperio germánico, diese su fruto en Carlos. Carlos nació con la salud y fortaleza necesarias para llevar sobre sus hombros el peso de una grandiosa herencia, uniendo el territorio cristiano de Castilla y Aragón con el imperio cristiano germánico y creando así el Gran Imperio Cristiano de las Españas.

Este nuevo Imperio tenía que ser defendido y para eso el Rey confiaba en mi padre. Y aunque yo también confío en sus capacidades, siempre rezo a Dios para que lo traiga sano y salvo. Sería horrible recibir una carta como la que él recibió en los Países Bajos, anunciando la muerte de mi amado hermano mayor García, que en paz descanse. Su estancia en el norte, acompañando al hijo de Carlos, el príncipe Felipe, permitió a mi familia establecer importantes lazos con la familia real, lo que significaba vernos involucrados en los conflictos del Imperio.

Entre los años 1516 y 1517 comenzó una monstruosa traición por parte de un grupo de malditos herejes, hijos de Satán. El hijo principal del demonio fue el alemán Martín Lutero, que el dia anterior al Día de todos los Santos realizó un acto vandálico, digno de un borracho, clavando las llamadas 95 tesis en las sagradas puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, en las que insultaba las palabras de Dios. Nuestra Santa Iglesia Católica afirmó que “cuando esté sobrio, cambiará de parecer”, pero, como ángel caído que es, no lo hizo y sus seguidores abandonaron al catolicismo y a Dios. Mi padre, junto a otros valerosos caballeros, han derrotado una y otra vez a esos herejes protestantes, pero esta escoria es peo que una plaga de ratas; nunca mueren, siempre reaparecen y lo contaminan todo, allá por donde pisan, con su enfermiza peste.

Me encuentro en mi mansión en los Países Bajos, acompañando a mi padre, que ha sido enviado aquí por culpa de esos descarados ignorantes. En los Países Bajos se multiplican como las ratas los que se niegan a aceptar los dogmas establecidos por nuestro querido Papa Pío V. Los herejes han comenzado a desatar desórdenes iconoclastas.

Para agravar más las cosas, los herejes reniegan de nuestro amado rey Felipe II, al que acusan de no saber hablar su bárbara lengua. Como síntoma de su estupidez le llaman extraño y extranjero. Pero, ¿acaso no pertenecen esas tierras al Imperio español?, ¿acaso no nació Carlos V, su fundador, en la ciudad flamenca de Gante? La familia real es dueña de estos territorios como lo es de Castilla por mandato de Dios. Pero no satisfechos con desobedecer a nuestro rey, insultan la religión única y verdadera, acusándola de tiranía y crueldad.

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Mi padre dice que todo esto es obra de los seguidores del calvinismo, una secta hereje creada por otro hijo de infierno, un francés que me revuelve el estómago sólo con recordar su nombre, Juan Calvino. Menos mal que nuestro buen rey Felipe II, que manda en el Imperio tras la muerte de su padre, estableció en 1565 los decretos tridentinos, que impiden a esos apestados la libertad de culto, esa blasfemia a la que llaman religión “protestante”.

Pero su conducta infame no termina ahí. Cuando les dijeron que tenían que pagar el impuesto para sufragar al ejército estacionado en Flandes, llamado la décima, montaron en cólera. Claro, no son ellos quienes están lejos de sus familias y amigos con posibilidad de no regresar jamás a los brazos de aquellos que les vieron nacer; los que se sacrifican en tierras lejanas intentando evitar mantener la paz; esa carroña que dice defender los usos y costumbres de la que llaman, falsamente, Su tierra, pero provocan la guerra. Porque la tierra no es de ningún súbdito, sino del Rey, que la gobierna en nombre de Dios.

Pero, por desgracia, los herejes no cejan en su rebeldía y para mi padre los problemas no cesan. La guerra entre Suecia y Dinamarca ha cerrado el comercio y las importaciones de trigo procedentes del mar Báltico, provocando una caída del comercio y de los salarios, una carestía de alimentos y la subida del precio de éstos. De eso no tienen culpa el gobierno del rey ni mi padre, pero les ha servido a esos malnacidos para criticar a la Iglesia cuando la población empezaba a sentir el hambre.

Mi niño llora, así que le tomo en brazos y lo acuno, mientras le susurro una nana española que me enseñó mi niñera. Quiero regresar ya a mi amada España y dejar este lugar lleno de herejes y asolado por la guerra. Mi niño seguirá los pasos de su majestuoso abuelo, pero no quiero que crezca en este ambiente contaminado de blasfemias en cada esquina, de malas noticias cada mañana y peores en plena noche; de llantos por la perdida de un ser querido y de continuos acosos de esas alimañas que insultan a nuestro Rey.

Aun recuerdo como comenzó todo, hace unos meses. La primera batalla de esta guerra en la que nos vimos envueltos y de la que no veíamos su final, fue la llamada Batalla de Heiligerlee. Fue el 23 de mayo y sucedió en la provincia de Groninga, en Holanda. Nuestra amada monarquía luchó contra dos mal nacidos, Luís de Nassau y Adolfo de Nassau, hermanos del ser más cruel y despiadado, Guillermo de Orange, que se ha convertido en el líder de toda esta chusma. Un ejército rebelde de unos 4.000 cobardes atacó en la provincia de Groninga, defendida por el gran estatúder Johan de Ligne con poco más de 3.000 valientes soldados castellanos. El estatúder no pudo de momento presentar batalla, porque esas ratas de alcantarilla se escondían y atacaban bajo sombras en emboscadas, para evitar hacer frente a nuestro grandioso ejército. El estatúder se defendía a la espera de refuerzos; es decir, a la espera de mi padre. Cuando el duque de Alba llegó, forzó la retirada de esas alimañas, mediante una serie de escaramuzas sin arriesgarse todavía a presentar batalla. Por fin, el 21 de julio el ejército español al mando de mi padre consiguió una gran victoria, en la que derrotó por completo a las fuerzas rebeldes holandesas comandadas por el hereje Luis de Nassau.

Mi padre se pone muy orgulloso las noches en las que recuerda aquella gran victoria, cuando por fin podemos cenar en casa tras muchos días de tensión. Entonces, su voz

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impregnada de felicidad nos ofrece motivos para reír en este tiempo sombrío:

- “Mi ejército avanzó por el campo inundado con el agua a la altura de las rodillas, sin vacilar en el paso. Nuestro objetivo era llegar a un puente sobre una de las esclusas. Hice avanzar a las compañías de mis capitanes Marcos de Toledo, Diego Enríquez y Hernando de Añasco para tomarlo. Lo consiguieron tras desbaratar la defensa del puente a base de los piqueros y los arcabuceros. El imbécil de Luís de Nassau se dio cuenta solo cuando le llegaron noticias sobre la pérdida del puente; entonces mandó a 4000 hombres a tomar el puente, defendido por apenas 500 hombres. El muy idiota subestimó la valentía de mis soldados, que resistieron una y otra vez las embestidas de esos herejes hasta que llegaron los refuerzos. Llegaron los soldados del Tercio Viejo de Lombardía, mandado por el gran Juan de Londoño, y del Tercio Viejo de Sicilia, mandado por el maestre de campo Julián Romero. Los cobardes herejes huyeron ante los refuerzos, y los dos tercios viejos emprendieron una valiente persecución para terminar con ellos de una vez, pero fueron frenados por fuego de artillería desde la primera línea holandesa. Atrapados allí, los maestres de campo me pidieron ayuda y refuerzos, pues se veían en una inferioridad numérica muy alta. En ese momento me vino un gran pesar y una fuerte duda de conciencia. ¿Qué hacia?, ¿salvaba a mis hombres o los dejaba a la merced de esa carroña? En esa situación delicada pensé lo que pensaría cualquier valiente soldado español: “si he de morir por mi Rey y mi tierra que así sea”. El mal nacido de Luís de Nassau, viendo a mis dos tercios viejos en actitud expectante, decidió atacarlos con todo su ejército, formado en su mayoría por traidores alemanes. Mis hombres, inteligentes, esperaron a que se acercase y luego desataron el intenso fuego de los arcabuceros El fuego frena al enemigo y lo espanta. Y entonces, como buenos españoles, viendo que los holandeses huyen despavoridos ante la fuerza de nuestro ejército, los persiguen, consiguiendo toman la artillería enemiga y otras posiciones fortificadas. En ese último ataque me sorprendió más que nadie el arrojo del capitán Lope de Figueroa. Pero no todo terminó ahí, todavía utilicé un día mas para terminar con esas ratas cobardes, a las que hemos “purificado” en el río…para siempre”.

La risa sarcástica de mi padre retumbó en el comedor. No tardamos todos en unirnos a ella. Por fin, mi valiente padre había limpiado, no sin esfuerzo, esa parte contaminada del mundo para hacerla más pura a los ojos de Dios.

Pero mi padre continuó. A pesar de la victoria no podía detenerme; con el ejército de Luis destruido. tenía que aprovechar el paso libre para alcanzar al monstruo de su hermano y destruirle.

Y así fue. Como gran estratega, mi padre conocía las dificultades económicas por las que pasaba el traidor Guillermo y sabía que no podría mantener al ejército por mucho tiempo. Así fue como al poco empezaron a producirse motines en sus tropas, y mi padre aprovechó para presentar batalla junto al río Geete. Con mi amado hermano al frente de la caballería y de 4.000 arcabuceros, los tercios se lanzaron con valentía contra la colina que ocupaba la retaguardia enemiga y los derrotaron. Al día siguiente, tras haber perdido a la mayoría de sus arcabuceros y sin dinero para pagar a sus soldados, humillado terriblemente para gozó de mi familia, el patético Guillermo se retiró a Francia.

Esta gran victoria obligó al cobarde Guillermo a refugiarse de nuevo en Alemania. Mi padre creyó que la rebelión había terminado y urgió al rey a poner en práctica la segunda parte de su plan. Pidió el viaje del rey a Flandes para demostrarles que podía ser

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clemente con sus súbditos. Pero, por desgracia, el rey no pudo viajar y dejó a mi padre como gobernador en su nombre. Entonces mi padre tuvo que hacer frente a un grave problema. La falta de dinero para pagar a sus leales ejércitos obligó a mi noble padre a imponer un impuesto, al que se llamó alcabala del diez por ciento, sobre todas las compraventas, para poder compensar a sus hombres.

“Y fin”, susurro tras acabar de contarle a mi pequeño un cuento. Bajo el brazo tiene su osito de felpa vestido con traje militar, sonrío a verle dormir, se parece tanto a mi padre y estoy tan orgullosa de él. Me alejo de su cama y miro la noche belga, ya han pasado cuatro años desde que fuimos enviados aquí, tan lejos de nuestra amada Castilla. A pesar de sus victorias, para mi padre los problemas no cesan; lleva unos meses que tiene que hacer frente a varios intentos de invasión. Los malditos piratas, o como los llaman aquí, mendigos del mar, han capturado la ciudad portuaria de Brielle y, desde allí, los puertos de Flesinga y Enkhuizen, cerrando la salida al mar de las ciudades de Brabante y Holanda, las provincias más ricas de los Países Bajos, para bloquear su necesario comercio. Por desgracia, mi padre no pudo hacerlo fracasar los planes a pesar de todos los intentos y se ha vuelto a encender la mecha de la traición que incendia este territorio.

La peste de la rebelión se esparce de nuevo rápidamente y se reclama la vuelta del traidor Guillermo. Este ha vuelto por el norte al frente de un nuevo ejército de malditos, mientras el hereje de su hermano Luis ataca desde el sur al frente de otro. Mi padre ha reaccionado como el gran militar que es y ha pacificado el sur, venciendo de nuevo a las tropas rebeldes que sitiaban Mons, mientras en el norte mi amado hermano Fadrique, más valiente que ninguno, se ha adentrado en las ciudades de Malinas, Zutphen y Naarden y ha eliminado a cientos de pestilentes herejes. Tras eso, mi padre desarrolla una serie de complicadas estrategias para intentar limpiar las tierras de Flandes de la peste hereje que infecta este lugar, pero no lo consigue.

Hoy luce un hermoso día, al menos eso me parece, cuando por fin regreso a mi queridísima Castilla. Anoche llegó carta del nuestro gran y buen amado Rey Felipe II, que ha decidido que nuestra estancia aquí ya ha sido demasiado larga, aunque según las criadas es porque mi padre ya no puede con los conflictos. Yo no las creo, y, si es así, pueden dar por seguro que lo hará mejor que El Gran Duque de Alba. Si él no lo ha podido conseguir, es que esta tierra maldita no tiene solución.

La carroza ha comenzado a andar. Mi niño de cinco años por fin conocerá la tierra madre del Imperio español, donde no tendré que preocuparme porque sufra malas influencias. En nuestra amada Castilla solo hay sitio para los buenos cristianos. Tras la cortina roja de seda veo como el nuevo inquilino mira la fachada de su nueva casa; es Luis de Requesens.

Unos años más tarde, desde Castilla veo a Requesens asomado a la ventana de palacio ajeno a su destino. Tres años después supe que murió en medio de la desesperación y fue sustituido por Don Juan de Austria. Pero este también fue víctima de la maldición de Flandes, que penetró en su cuerpo en forma de tifus y también lo mató sin conseguir su objetivo. El turno le ha tocado ahora a Alejandro Farnesio; Dios quiera que él se libre de la maldición, pero no soy optimista, aunque rezaré por ello. Desde que me fui con mi padre, sabía todos los sucesores fracasarían.

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Trece años tiene mi hijo y ya lo veo cabalgar en los jardines. Hecho la mirada atrás, cuando tan solo era un bebé y temía por su vida; todo por culpa del desgraciado, del mal nacido hijo de satán Guillermo de Orange, al que por fin el Rey Felipe II ha declarado fuera de la ley y ha puesto precio a su desproporcionada cabeza.

Hoy vengo a verte, padre, en este mes de agosto del año 1584 después del nacimiento de nuestro señor Jesucristo, porque me ha llegado la feliz noticia que te llenará de satisfacción. El día 10 del pasado mes han asesinado a tu gran enemigo y vil traidor Guillermo de Orange. Siento que no estés con nosotros para poder festejarlo, pero bajo el cuidado de nuestro señor Dios, espero que ahora sí descanses en paz. Y también te digo que puedes descansar tranquilo en la eternidad porque tienes un heredero que continuará tu gran servicio al Imperio. ¡Se parece tanto a ti!, mi héroe, mi padre, el Gran Duque de Alba.

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UNA PLAZA PARA EL RECUERDO Y EL ODIO

LA TRAGEDIA DE MUDÉJARES

Y MORISCOS

contada por un descendiente

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Mª Luisa Arza Mazorra

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"Y digamos una, que pasó en la plaza de San Francisco, estando ajusticiando a cuatro moriscos por un salteamiento, que se había hecho en la Venta Quemada, camino de Carmona. Los cuales no lo habían hecho y padecían sin culpa, porque habían confesado el delito por miedo del tormento, y estándolos ahorcando estaban dos hombres en la dicha plaza mirando cómo se hacía justicia de ellos; y éstos eran los que habían hecho el salteamiento. Los cuales preguntaron a la gente que por allí había la causa por qué los ahorcaban y respondieron: por un salteamiento, que habían hecho en la dicha venta. Y ellos: Pues si son salteadores ahórquenlos a los bellacos que muy bien lo merecen, y también parecen los tales en la horca, como el clérigo en el altar. Sentencia fue ésta que se dieron estos hombres contra sí mismos, muy bien merecida y quiso Dios que se cumpliera y ejecutara en ellos dentro de veinte días.

Y pasó así: que yendo estos dos hombres camino de Cazalla hicieron otro salteamiento, por lo cual fueron traídos presos a la cárcel de Sevilla, adonde haciendo la justicia las diligencias ordinarias, y queriéndolos poner a cuestión de tormento, confesaron este delito y el pasado de los cuatro moriscos, a cuya justicia ellos se habían hallado presentes, declarando cómo cuando se hizo el castigo no merecido en ellos, se habían hallado los dos en la misma plaza, y cómo habían dicho lo referido."

(Compendio..., Pedro de León, 2ª parte, Cap. 27)

Mirara donde mirase, siempre había unos ojos clavados en mi nuca, que me observaban como si solo fuese un vil ladrón, alguien que no mereciese compartir el aire con ellos. Una idea tentadora, cabe decir, así no tendría que envenenarme con sus absurdas ideas. En el fondo lo único que causaban en mí era pena, porque al despertarse todas las mañanas y mirarse al espejo, estaban tan sumamente ciegos que solo veían su reflejo y no el de las muertes que cargaban todos los días a su espalda. Y todo esto por una absurda guerra, con un único fin, su exterminio o el nuestro. El tiempo sería el único testigo y juez de esta carnicería.

Pero… ¡por Allāh! ¿Cómo hemos acabado así? Escondiéndonos como ratas, aparentando cosas que no somos, obligados a dar culto a ese falso dios en vez de al todopoderoso Allāh. Todavía recuerdo el día en que el agua rozó mi cabeza, en como penetró en mi alma destruyendo los restos de simpatía que sentía hacia ellos, si es que alguna vez existió tal cosa. Como sus mentirosas e hirientes palabras se clavaban en mis oídos, cuales agujas de coser se tratasen.

Nuestra comunidad había pasado de ser fuerte a sentir el miedo circulando entre nosotros cada día, como si se tratase de un habitante más, entre las callejuelas de Sevilla. Los años de las risas, las partidas de ajedrez en las puertas de la casas de la plaza, parecían recuerdos vagos de un tiempo mejor. Ahora lo único que importaba era sobrevivir, aunque ello implicase cambiar tu nombre por “uno más cristiano” y tal vez marcharte al norte o a otro país en busca de una vida mejor.

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Sea lo que fuere, ellos seguían aquí con sus picas “aparentemente” limpias y relucientes, invadiendo nuestro territorio. Velando por el bienestar de los cristianos viejos, no vaya a ser que uno de esos “crueles y sanguinarios” moriscos turbaran sus placenteros sueños.

En la plaza ya no quedaba gente, solo se escuchaba el tañido de la campana de la iglesia más cercana. La cual me recordaba cada hora que pasaba en esa dichosa cárcel. Caminé lentamente, como si mis piernas me pesasen más de lo habitual. Odiaba aquel lugar, odiaba cada centímetro de piedra que encerraba aquel círculo casi perfecto. Todo el mundo llamaba a aquel lugar la plaza de San Francisco, pero para mí solo era una plaza para recordar y odiar. Si él no hubiese estado allí… no estaría ahora muerto. Sé que lo que sucedió fue fruto de la casualidad, pero aun así, cada vez que veía aquel patíbulo ya viejo y lleno de moho, no podía evitar rememorar su cara, la forma en que me buscó entre la gente. Desde aquel día juré que me mantendría fiel a mis creencias, pasase lo que pasase. En esa época, los de mi comunidad ya éramos vistos como personas no gratas, y desde el incidente en Carmona, ese sentimiento se acentuó. Todo por una cosa que ellos no cometieron, de lo único que eran culpables eran de estar en el lugar y el momento equivocado. Al final fueron ahorcados los cuatros supuestos culpables, y entre ellos mi padre. Que solo era un simple campesino que cultivaba las tierras de los alrededores de Sevilla.

Desde que aquello sucedió mi madre se dedicaba a la venta de buñuelos de calle en calle, cosa que afectaba gravemente su salud y que no ayudaba a la economía de la familia, por la poca mercancía que conseguía vender, y más en esta época. El tiempo que tenia libre lo ocupaba cuidando de su padre y desempeñando las tareas propias de la casa. Mi madre era el único sustento económico que poseía la familia, porque mi pobre abuelo era ya demasiado mayor como para poder desempeñar cualquier tipo de trabajo, por ello se pasaba las horas muertas estudiando y desentrañando los misterios del tablero bicolor.

Nuestro domicilio se encontraba cerca de la plaza, pero si no te conocías la ciudad podrías perderte con facilidad, ya que era un caótico entramado de calles y pasadizos. Ya me quedaba poco para llegar al único refugio que me quedaba en esa ciudad, lejos de los soldados que vigilaban tus pasos y te escrutaban, esperando que hicieses algo que delatara tus intenciones, que rebelara que eras un hereje y así poder condenarte, librándoles así de una amenaza.

Por fin lo divisé; la puerta pesada de la entrada me dio la bienvenida, la empujé con fuerza, recibiendo un chirrido como única contestación.

- Salam aleikum – dije mientras cerraba la puerta- ¿abuelo estas ahí?

Al fondo de la estancia, cerca del fuego, se podía ver una figura acurrucada encima de un cojín en posición pensativa ante un tablero de ajedrez.

- Aleikum salam, Francisco- dijo sin levantar la vista del juego.- No me llames así- dije lentamente arrastrando las palabras con odio.

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- ¿Por qué no? Solo es un nombre, al que tú puedes dar la importancia que quieras, pero sigue siendo el que te pusieron…

- ¡ESO NO ES CIERTO! ¡MIENTES! MI NOMBRE ES SAFWAN Y LO SABES- Safwan, Francisco… que mas da cual uses siempre se referirá a lo mismo – susurró sin

imitarse ante mis gritos y mi cara de enfado – si sigues dejando que el odio te corroa, acabaras mal muy mal.

- No sé a qué te refieres- respondí, lo que provocó que por primera vez durante la conversación levantase la cabeza.

- ¿ah, no?- No- Te escucho por las noches, cuando sueñas con sus muertes y con la venganza que

llevarás a cabo – agaché la cabeza, sabia a lo que se refería – Deberías alejar esas ideas de tu mente querido nieto, o te consumirán.

- No puedo- Claro que puedes, lo que pasa es que no quieres.- ¡Sí que quiero!- ¡Pues hazlo!- aguanté su mirada, aunque sabía que en el fondo tenía razón, pero yo

nunca lo reconocería- ¿Sabrás acaso lo que ha padecido nuestro pueblo? No, claro que no, qué vas a saber si solo eres un niño… Para que lo sepas no eres el primero en el que veo esa mirada, ese brillo en los ojos. Pero, ¿sabes que os diferencia?

- No- Que ellos están muertos y tú estás vivo. - ¿Muertos?- Sí, los cristianos les pillaron cometiendo herejía y les mataron.- No lo sabía.- Hay muchas cosas que no sabes Safwan- ¿Cómo cuales?- Nuestro origen- ¿Te importaría contármelo abuelo?- la única respuesta que obtuve fue una invitación a sentarme con él en un cojín paralelo al suyo.- El rey Boabdil entregó Granada a los Reyes Católicos…- ¡Si eso lo sé! Ahí fue cuando firmó las capitulaciones, ¿no?- La historia, ¿quien la cuenta tú o yo?- Tu, perdón.- Bueno, ¿por donde iba?… ¡ah, sí! En efecto se firmaron en ese año las capitulaciones,

creo que fue en 1491, pero no estoy seguro. Gracias a ello se nos permitió seguir conservando nuestras costumbres, lengua, creencias y posesiones. Al principio solo hubo una conversión pacifica y suave por parte de los cristianos, por lo que no suponían ningún problema para nosotros. Pero con el paso del tiempo empezaron a quemar nuestros libros y a persuadirnos para que nos incorporásemos a la comunidad cristiana. Hubo una persona importante en esta historia, el cardenal Cisneros. ¿has oído hablar de él?

- No, la verdad es que no.- Bueno da igual, ahora mismo te lo presento. Este cardenal fue el encargado de bautizar y

convertir a los musulmanes. Al principio la convivencia fue bien, hasta que se asesinó a uno de sus oficiales. Se nos acusó de esa muerte y nuestro pueblo se rebeló, en un levantamiento popular en el Albaicín. El levantamiento se extendió como la pólvora, contagiando a otros lugares. ¿Tú crees que esto sirvió para algo, Safwan?

- ¡Claro que sí!- Te equivocas- ¿Por qué?

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- Porque lo único que causó esta revuelta fue que fuéramos mas oprimidos y que los cristianos desconfiaran de nosotros.

- Bueno pues que desconfíen, somos inocentes.- Pero a sus ojos no y eso es lo importante. Además, tras este suceso se anularon las

capitulaciones.- Y eso, ¿por qué?- Porque nosotros, a sus ojos, habíamos incumplido el acuerdo. Por ello, en 1502 se

ordenó la conversión total o la expulsión. Por ello tú tienes ese nombre que tan poco te gusta. Cuando tú naciste, esa ley ya estaba impuesta y no podíamos emigrar; aquí estaba nuestra vida y el trabajo de tu padre. Por ello no tienes por qué avergonzarte de tu nombre, es una muestra del poder de supervivencia que tuvieron tus padres.

- Tienes razón, lo siento, abuelo.- No pasa nada, no lo sabías. Bueno no nos desviemos de la historia. A ver…, tras esto

fuimos acusado de muchas cosas, entre ellas la de planear con los piratas berberiscos formas de rebelarse. Por ello Felipe II nos prohibió el uso de nuestra lengua, de nuestros trajes y de las ceremonias que tuvieran una base musulmana. Por ello, querido nieto, deberías tener más cuidado con lo que dices o haces, no creo que tu pobre madre aguantase un disgusto más. A grandes rasgos, esa es nuestra historia y también la tuya. Puedes odiar a los cristianos, lo entenderé, pero es mejor ser más listo que ellos y no dejar que te pillen desprevenido.

- Gracias abuelo, tendré en cuenta tus palabras.- Eso espero, pero antes te desafío a una partida de ajedrez – dijo con una sonrisa en su

cara.- Será un placer

Epílogo

El caos estaba desatado en la ciudad, la lucha había terminado. Ya había un vencedor y un vencido. Por desgracia yo pertenecía al segundo grupo. Había sido una lucha desigual y larga, muy larga (exactamente 117 años). Pero hoy todo acababa, este sufrimiento iba a desaparecer y con él los miles de moriscos que poblábamos la península ibérica. Hoy es 23 de octubre de 1611, mi último día en esta plaza, en esta ciudad. No sé lo que nos deparará el futuro en mi nuevo país y hogar, pero pienso afrontarlo con valentía, de la misma forma que mi fallecido abuelo me enseño. Nuestros enseres ya están almacenados, lo único que queda es la llave encima de la mesa de la cocina. La arrastro hacia mí y cierro con ella por última vez la puerta de mi refugio secreto en la ciudad de mi infancia.

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EL JUICIO DE ZUGARRAMURDI (I)

LA CAZA DE BRUJAS

contada por una víctima de la Inquisición

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Elisa López-Alonso

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Zugarramurdi, 7 de Noviembre del 1610

Soy María de Iriarte y ahora que corro peligro quiero contaros el transcurso de mi vida antes de que sea tarde.

He nacido en el año 1572 aquí, en Navarra, en Zugarramurdi, un pueblo montañés. Soy analfabeta, ya que no he podido tener una buena educación. Mi familia no era muy creyente, porque el párroco del pueblo se codeaba con gente noble y adinerada, por lo tanto no podíamos confiar mucho en él. Nos gustaba hacer nuestros propios rituales, hacer reuniones nocturnas en cuevas (es lo que se conoce por akelarres) y beber nuestras propias pócimas para así poder comunicarnos con el diablo, que a veces se convertía en cabra o en cualquier otro animal. Yo animaba los akelarres tocando algún instrumento como el txistu o el tamboril. A mi abuela le gustaban mucho las plantas, tenía un gran conocimiento sobre ellas y a mí de pequeña me gustaba acompañarla y recogerlas. Aprendí mucho de ella. Mi hermana se llamaba Estebania de Iriarte. Mi madre era Graciana de Barrenetxea, la reina del aquelarre. Organizaba las actividades de las mujeres en sus reuniones y les decía lo que tenían que hacer cada una. Mi padre se llamaba Miguel de Goiburu, era pastor y el señor más importante de todo el akelarre. Desgraciadamente le encarcelaron por esa razón. No estábamos bien vistos, éramos brujos y la gente nos tenía miedo. Mi padre murió ya en la cárcel por causa de la peste, el año pasado.

No tengo ni mucha ni muy clara información de la que pasa en el Reino ahora mismo. Conozco el nombre de nuestro rey, Felipe III, pero poco más podría decir por mí misma. Todo lo que puedo decir ahora es porque me lo han contado gentes más cultas que yo, a las que he conocido durante nuestro juicio en Logroño

Me han contado que la Santa Inquisición que nos acusa y nos persigue fue creada en 1478 por los Reyes Católicos. Querían asegurarse de que todos los súbditos del reino obedecen la doctrina de la Iglesia católica. También he sabido que a la inquisición española la precedieron otras inquisiciones en Europa desde el siglo XII, y que la primera apareció en Francia en el año 1184. La Inquisición española está bajo el control directo de la monarquía.

El año pasado llegaron a nuestro valle, a Zugarramurdi, dos señores, inquisidores, Juan del Valle Alvarado y Alonso de Becerra y Holguín y con ellos comenzó la llamada "caza de brujas". Antes persiguieron a los judíos y a los moriscos, pero después de expulsarlos de España nos persiguen a nosotras, las pobres brujas. Estos señores dicen que las brujas hacemos que la gente hable con el demonio y hagan una conspiración contra la cristiandad

Se cree que todo esto lo empezó Fray León de Araníbar, abad del monasterio de San Salvador de Urdax, que quería tener méritos para hacerse con el título de comisario del Santo Oficio O sea, de la Inquisición.

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Cuando la Inquisición acusa a gente como nosotras nos hace pasar por un Auto de Fe, que son una gran ceremonia. Antes del Auto, el Santo Oficio dicta sentencia contra el acusado de brujería o de otro crimen contra la Iglesia o contra Dios. Si la sentencia es condenatoria, entonces el condenado tiene que participar en el Auto de Fe. La ceremonia del Auto solemniza el retorno del condenado al seno de la Iglesia, o bien su castigo como hereje por no cumplir con sus penitencias. Los Autos de fe pueden ser privados o públicos. Cuando son públicos se realizan en un espacio de grandes dimensiones (en la plaza mayor de la ciudad, frecuentemente), generalmente en días festivos. Los rituales relacionados con el Auto de fe empieza ya la noche anterior (la llamada "procesión de la Cruz Verde" por ser esta cruz el símbolo de la Inquisición) y duran a veces el día entero.

Los personajes que participan en el Auto de fe, visten de acuerdo con su cometido y categoría. Algunos van vestidos con una especie de poncho llamado sambenito, pintado con escenas del infierno, con terribles llamas y figuras de condenados. En la cabeza soportan la coroza o capirote, una especie de cucurucho también pintado con símbolos infernales, generalmente hecho de cartón, que resulta grotesco y humillante.

Pero volvamos a mi historia y mi problema con la Inquisición. Ya os dije que lo más importante y desgraciadamente triste se produjo en este año, en 1610. Fue en Logroño, donde nos llevaron para juzgarnos después de ser denunciadas y encarceladas. Así tuvo lugar el más célebre proceso de la Inquisición de Logroño contra las prácticas de brujería que haya existido nunca en España.

Os escribo después de haber tenido lugar el proceso y la condena de mi familia y de mis compañeras. En este momento mi familia ya no existe, estoy absolutamente sola y en realidad a mí tampoco me queda demasiado tiempo para vivir. Mi abuela murió ya hace tiempo simplemente por la edad; mi padre murió el año pasado en la cárcel como ya os he contado, y mi hermana y mi madre han sido quemadas hoy en la hoguera. Anteriormente habían estado conmigo, aquí en la cárcel.

Ellas han sido acusadas de usar los akelarres para provocar al diablo, para llevar a cabo todo tipo de orgías entre ellas y con él, y también han sido acusadas de hacer ritos malignos que se supone que causaban mal al pueblo.

Nosotras somos supuestamente las malas, pero ¡en realidad son ellos! Ellos no tienen prueba ninguna de lo que hacemos en nuestros akelarres o de lo que dejamos de hacer. A los akelarres no acude en ningún momento gente extraña, con lo que esto no son sino hipótesis hechas muchas veces desde el miedo.

Probablemente, el que una serie de mujeres se reúna por su cuenta no resulta normal y da pie a rumores infundados, más aún si la reunión se hace por la noche, pero ellos no tienen pruebas de que realmente se realicen esos sacrificios. Saben que nos reunimos, que bailamos desnudas bajo la luna, que preparamos infusiones con hierbas que nosotras mismas solemos recoger. Pero, ¿acaso eso justifica los terribles castigos que han sufrido las mujeres juzgadas en Logroño? ¿Se puede quemar a mujeres por eso y hacerlo “en el nombre de dios”.

8 de Noviembre del año 1610

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Ya ha pasado otro lento día aquí encerrada, y creo que hoy va a ser el último de mi vida. Por eso voy a intentar acabar de contaros la historia antes de que acaben conmigo.

Como os decía ayer, también es posible que algunas de las cosas con las que se asocian los akelarres suceden de algún modo provocadas por las propias supersticiones de la época, que conseguían que las mujeres llegaran a autosugestionarse hasta el punto de tener alucinaciones que luego relatarían (en las que sí que podría aparecer una imagen que les recordara al demonio). La Inquisición también condenó a penas menores a decenas de habitantes de este valle navarro de Baztán, en especial de Zugarramurdi y Urdax.

Me están llamando en estos momentos para acudir al Auto de fé. Creo que ha llegado mi hora y que no os volveré a ver. Y todo esto por culpa de las supersticiones y de la maldita Inquisición.

Espero que alguien encuentre esto algún día y lo pueda leer para que sepan realmente como era la situación de España en esta época, en noviembre del año 1610.

Firmado por María de Iriarte, una bruja de Zugarramurdi.

Nota de la redactora:

Este documento lo he encontrado en un viejo desván que tengo arriba de mi casa, parece mentira que pueda tener cuatrocientos años.

Al parecer, soy familia de las antiguas brujas y también de María de Iriarte.

Tengo un dato curioso y es que si ella era analfabeta, ¿cómo pudo escribir esto?

Mientras estaba en la cárcel creemos que se lo tuvo que dictar a alguien y que esa persona lo debió de dejar guardado en su casa. Después de tanto tiempo resulta impresionante que lo tenga en mis manos.

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EL JUICIO DE ZUGARRAMURDI (II)

LA CAZA DE BRUJAS

contada por otra víctima

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Fernando Rosado

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Mi nombre es Endera Elizamendi Armendáriz. Nací el 15 de marzo de 1589 en el municipio de Urdazubi-Urdax situado en Navarra, pero a la temprana edad de los dos años nos vimos en la necesidad de trasladarnos al municipio de Zugarramurdi, debido a la expropiación de nuestras tierras por el corregidor del pueblo a causa de numerosas deudas que dejó mi padre antes de su muerte.

Elegimos como destino Zugarramurdi porque mi madre tenía familia allí y la podían dar alojamiento y terreno en el cual cultivar.

En la casa solo estábamos mi madre y yo, ya que mi hermano mayor había ingresado en prisión por impago de deudas.

Al poco tiempo de llegar a Zugarramurdi mi madre conoció a un hombre de allí, con el cual se casó y vino a vivir a nuestra casa. Trabajaba en el campo, pero cuando no estaba trabajando se dedicaba a beber alcohol, y no solía aparecer por casa más que para dormir y comer.

Un rumor que corría por el pueblo y que yo misma pude presenciar más de una vez, es que mi madre, cuando mi padrastro no estaba en casa, recibía otros hombres en casa con los que además de practicar brujería, solía tener relaciones a cambio de dinero.

Yo empecé a ir a la escuela del pueblo con cinco años. Al principio me gustaba ir, pero al no tener amigos allí, pronto empecé a ausentarme a las clases, hasta que cumplí los diez años y dejé de ir a la escuela para siempre.

Conocí dos niñas del pueblo de mi edad con las que tenía mucho en común. Entre otras cosas, corría el rumor de que sus madres practicaban brujería como la mía. Poco a poco comencé a hacerme su amiga y a verlas todos los días, puesto que ellas tampoco iban a la escuela.

Esas niñas, llamadas Izaskun Arbaiza y María Ximilegui, tenían mucha información sobre la brujería, y juntas fuimos interesándonos cada vez más por ese mundo de poderes mágicos.

Pasado el tiempo, con 16 años, nuestras madres se enteraron de nuestra afición a la brujería y aceptaron llevarnos a los akelarres que se celebraban por las noches en una cueva, a las afueras del pueblo.

Los akelarres eran  reuniones nocturnas en las que las mujeres que nos considerabamos brujas nos reuníamos. En esos rituales invocábamos al diablo, al cual representabamos como un akerbeltz, que era una especie de fauno.

Hacíamos culto a Satán, realizando sacrificios para conseguir así riquezas y poderes sobrenaturales.

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Ambientábamos esos rituales con música, bailábamos y preparábamos infusiones especiales con hierbas que previamente nos habíamos dedicado a recolectar durante el día.

Poco a poco fuimos involucrándonos más en esas prácticas, llegando a acudir a los akelarres diariamente.

Pasado un tiempo, María dejó de venir a los akelarres misteriosamente y dejamos de verla por el pueblo.

Semanas después de su “desaparición” nos enteramos de que estaba trabajando como barragana para el párroco de la iglesia de Zugarramurdi, con el que nos enteramos de que mantenía relaciones, ya que los curas se aprovechaban de su poder para obtener beneficios sexuales de sus concubinas.

Durante esa época, exactamente en 1478 se había fundado la Inquisición Española, que era una institución fundada por los Reyes Católicos y que su principal propósito era crear una unidad religiosa católica.

Se había creado un ambiente de fanatismo religioso y no se aceptaba otra religión que no fuese la católica. Tampoco se aceptaba ningún ritual contrario a las prácticas de la Iglesia, como pasaba con nuestros ritos de brujería. Por eso nos persiguieron

María Ximilegui era consciente del peligro que corría por estar manteniendo relaciones con el párroco, pues eso también estaba muy castigado por la Inquisición.

Suponemos que fue por eso por lo que decidió denunciarnos a la Inquisición y contar lo que se hacíamos en el pueblo de Zugarramurdi durante las noches de los akelarre.

A pesar de haber acudido ella también a esas reuniones de brujas, la Inquisición no la condenó, recompensándola por ayudar en la conocida como “caza de brujas”.

Poco después de la denuncia llegaron al pueblo un miembro de la Inquisición llamado Juan del Valle Alvarado, quien realizó un minucioso trabajo recogiendo comentarios y otras denuncias. Después de eso quedamos inculpadas más de trescientas personas. Yo me encontraba entre las más sospechosas y culpables, por lo que fui trasladada junto a cuarenta personas más, aproximadamente, a Logroño. Allí nos ingresaron en prisión a la espera de la celebración del auto de fe.

Los autos de fe fueron una manifestación pública de la Inquisición. Si la sentencia de la Inquisición era condenatoria, el condenado/s debía participar en dicha ceremonia, que solemnizaba su retorno al seno de la Iglesia, o, como en nuestro caso, su castigo como hereje impenitente. Los autos de fe podían ser privados o públicos (el nuestro fue público).

Solían realizarse en un espacio público de grandes dimensiones como en la plaza mayor de la ciudad, Logroño en este caso, y se celebraban generalmente en días festivos. Los

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rituales relacionados con el auto empezaban ya la noche anterior, en la llamada Procesión de la Cruz Verde, y duraban a veces el día entero.

No recuerdo con exactitud los días que estuve encerrada, pudieron ser tres días, como pudieron ser tres meses. El tiempo de espera allí se hacía interminable.

Todas sabíamos lo que nos iba a suceder, lo que no sabíamos era cuando ni como, aunque en alguna de nosotras todavía había un poco de esperanza.

El caso es que íbamos a ser juzgadas y condenadas por algo que nadie sabe con certeza.

Digo esto porque a los akelarres no venía ninguna persona extraña ajena a nuestro círculo, por lo cual, lo que la Inquisición sabía no eran más que rumores y elucubraciones de gente del pueblo. Los rumores estaban hechos, generalmente, desde el miedo, como pasó con maría, o desde el rechazo.

Lo que estaba claro es que en esa época resultaba extraño e incluso sospechoso que un grupo de mujeres se reuniesen por su cuenta, y más aún si esas reuniones se celebraban por la noche y en esos lugares.

Nadie había podido comprobar con sus propios ojos que en esas reuniones hiciésemos sacrificios para invocar al demonio, lo único que sabían era que nos reuníamos, que bailábamos desnudas bajo la luna y que preparábamos infusiones con las plantas que recogíamos.

Es posible que algunas de las cosas con las que se relacionaban los akelarres sucediesen de algún modo provocadas por las supersticiones de la época, que lograban que las mujeres llegaran a autogestionarse hasta el punto de tener alucinaciones que posteriormente relatarían, en las que si que podría aparecer una imagen que recordara al diablo.

Finalmente aparecieron unos señores que nos ordenaron descalzarnos y ponernos una ropa ridícula, que cumplía la función de humillarnos durante la celebración del auto de fe. Posteriormente, nos dirigimos a la plaza mayor de Logroño, donde yo, junto a mi madre, mi amiga Izaskun y unas cuantas brujas más de Zugarramurdi, fuimos juzgadas y condenadas

El día 8 de abril de 1610 seré quemada en la hoguera

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LA VENGANZA DE LOS INCAS

LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU II

contada por él mismo

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Fátima Calderón

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Me llamo Jose Gabriel Condorcanqui. Nací un 19 de marzo de 1738 en el pueblo de Surimana. Fui el segundo hijo de Miguel Condorcanqui y Rosa Neguera. Mi padre era un cacique y jefe de indígenas. Por parte de mi madre desciendo de Tupac Amaru I, el último soberano inca de quien adopté el nombre. Estudié en los Jesuitas, en un colegio de curas en San Francisco de Borja en Cuzco, aunque lo mío no era estudiar.

Recuerdo que tenía alrededor de 20 años cuando me casé con mi maravillosa y guapísima esposa Micaela.

Viví en Cocales, en Guatemala. Allí fui dueño de 350 mulas que utilizaba para transportar mercaderías a Potosí, de ahí que fuera conocido como el “curaca arriero” (¡como odiaba que me llamaran así!) 

Un día visitando la ciudad con un gran amigo me di cuenta de la explotación a la que algunos indios estaban sometidos,

Tras mucho leer desde pequeño, me interesé por la historia de mi gente y eso me llevó a conocer toda la terrible historia de la colonización. Por mis libros supe que los españoles habían realizado matanzas para conquistar nuestras tierras. Miles de mis antepasados murieron por las enfermedades traídas por los colonizadores.

La colonización trajo consigo el trabajo en las minas casi como esclavos. Los indios campesinos se convirtieron en siervos y casi esclavos en las encomiendas, que fueron unas instituciones características de la colonización española de América y Filipinas. La encomienda fue establecida como un derecho otorgado por el Rey en favor de un súbdito español (encomendero), con el objeto de que éste percibiera los tributos que los indígenas debían pagar a la corona, en consideración a su calidad súbitos de la misma; a cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano. Sin embargo, se produjeron abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en formas de trabajo forzoso o no libre, al reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por trabajo en favor del encomendero.

Otra forma de abuso era la mita de las minas. En este caso se trataba de que los indios eran llevados encadenados en fila a trabajar en la mina, pero ellos sabían que nunca regresarían de ese lugar, así que muchas veces preferían morir lanzándose al precipicio mientras los llevaban a la mina.

Hubo algunos que lucharon por los indios, como fue el caso de Bartolomé de las Casas. De las Casas era un fraile dominico español, cronista, teólogo. Fue obispo de Chiapas (México), filósofo, jurista y apologista de los indios. Le fue otorgado el título de "Protector de los indios" por el cardenal Cisneros. Pero no se les hizo mucho caso. En cambio, yo le admiro por lo que hizo.

En definitiva, todas nuestras tierras nos habían sido quitadas y yo no quería quedarme de brazos cruzados.

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Como a cualquier joven, se me podía haber olvidado la absurda idea de luchar contra quienes eran en ese momento nuestras autoridades, el Rey de España y sus representantes, pero no se me olvidó. No podía olvidarme porque ese rey que decía gobernar para nosotros tenía un 25% de acciones del tráfico de los negros y Lima era el centro en donde cabían el descontento y la corrupción.

En 1776 por fin decidí presentar una petición formal. Me fui hasta Lima para pedir el título de Inca y protestar por la pobreza de los indios. Debía de hacerlo ante un mediador, porque no me era permitido como indio hablar frente a los españoles. Mi mediador era un hombre serio, pero muy dicharachero y persuasivo de mediana estatura, criollo de nombre Miguel de Montiel. Los españoles no entendían por qué pedía el Título de Inca, ya que para ellos este título era algo insignificante, y me contestaron que debía pedírselo al rey.

Así que me fui y, de regreso a casa, volví a presenciar todos aquellos abusos contra los que yo consideraba iguales a mí. Decidí tomar medidas más radicales.

Don Julián Moreno fue culpado por ayudarme a introducirme en las logias masónicas; los masones buscaban acabar con la monarquía. A los masones pertenecieron Eloy Alfaro, Simón Bolívar, George Washington, entre otras personas importantes a nivel mundial. Don Julián Moreno me entregó “un maceradito”, para que en compañía de Montiel leyera a escondidas. El “maceradito”, como lo llamaban, era un libro prohibido, ya que en él se hablaba de revoluciones y cómo el pueblo se debería levantar. El libro fue encontrado entre las pertenencias de Miguel de Montiel cuando lo capturaron, aunque él declaró en el juicio que solo lo había leído conmigo.

Fue Montiel quien me llevó al marqués para reivindicar el Título de Inca. Allí expliqué que lo que Inca significaba es profeta, pero el marqués me contestó que el imperio inca ya había sido exterminado, y que la liberación de los incas era ahora una cosa de criollos. Mientras conversaban en el jardín, los sirvientes del marqués, que eran indios Incas, se arrodillaron ante mí por los signos que llevaba como adorno en mi cuerpo; el principal era el disco de oro en forma de sol, era el signo de la gentilidad que colgaba de mi cuello.

Durante la revolución. todos mis amigos llevaban un collar especial en sus cuellos para reconocerse entre ellos. Cuando llegué a la iglesia de Cuzco, entré vestido con la vestimenta de Inca. ¡Sí, me encantaba llamar la atención! El padre Ortigoza paró el sermón asombrado y dijo: “alguien ha entrado a profanar la iglesia, que es la casa de Dios, vistiéndose de impropia manera, y le pido a Dios que imponga su mandato ante este desorden”.

El obispo y yo éramos viejos conocidos, ya que cuando me puse malo de la fiebre de las tercianas, el obispo me envió un remedio casero buenísimo y me mandó a decir que quería verme. Fue entonces cuando me reuní con el obispo, que para grata sorpresa quiso unirse a nosotros y ayudarnos a levantar al pueblo. Cuando ya teníamos listo un levantamiento, el obispo faltó al secreto de confesión de un indio y dio aviso a los españoles de lo que los indios tramaban. Las autoridades se pusieron de acuerdo con el obispo para que, cuando los indios tratasen de entrar a la iglesia, el obispo no les abriera la puerta y no se pudieran salvar dentro de ella. Uno de los indios pudo huir y el otro, como no le abrieron la puerta de la iglesia, fue atrapado. En julio quise representar al acto

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ollantay y me avisaron justo en la ceremonia que uno de los nuestros había sido apresado por los españoles y que buscaban atrapar al ollantay. La cosa se estaba poniendo fea.

Decidimos darnos un descanso y preparar una fiesta con todas nuestras tradiciones y costumbres, y fue allí donde nos pusimos de acuerdo por medio de claves, para dar muerte del corregidor Arriaga. Lo realizaríamos el día del cumpleaños del rey, cuando los indios harían una fiesta e invitarían al corregidor Antonio de Arriaga. Efectivamente, el corregidor fue aquel día a la celebración del cumpleaños del rey con los indios, y cuando se quiso retirar le invité a pasar la noche en su casa, a lo que el corregidor se negó. Ante la astucia de Arriaga di la orden de apresarlo; quiso huir, pero los indios lo atraparon con su arma, la onda, y lo amarraron y ahorcaron.

Sin haberlo planeado me vi al frente de una gran revolución. Logramos varias victorias y a punto estuvimos de tomar Cuzco, pero un indio traicionero que conocía mis raíces y creencias, dijo que yo era un profeta y padre de los Incas, que esa era mi grandeza, pero también mi debilidad, puesto que al encontrarme con indios que resistían dentro de Cuzco, yo cedería y me retiraría porque no podría matar a mi propia gente.

En plena guerra con las autoridades españolas e advirtieron que los contrarios saldrían el 14 de noviembre a sorprendernos a los indios, pero yo fui más listo y los sorprendí a ellos con mi ejército el 18 de noviembre. Lo hice sin respetar la casa de Dios, por lo que el obispo me excomulgó por desacato y por sacrilegio en contra del rey y de la Sta. Madre iglesia. Esta excomunión fue peor que mandarme a un ejército completo en mi contra, porque muchos de los indios eran fervientes católicos, se pusieron en mi contra y apoyaron a los españoles. A pesar de eso, el 16 de noviembre de 1780 conseguí liberar a todos los esclavos y eso dio fuerza a la revolución contra los españoles.

El augur me avisó de no dejar caer el disco de oro en forma de sol sobre el lago sagrado, ya que si eso pasaba moriría y la luz empezaría a alumbrar de nuevo después de 200 años para mi pueblo.

Mi ejército avanzaba y ya estábamos casi a la entrada del Cuzco cuando decidí retirarme, pese a las súplicas de mi esposa. Ella me decía que debía seguir adelante, que no fuera ahora un gallina, porque si no podríamos reponernos, pero no podía matar a mis hermanos, los indios que resistían en Cuzo y ayudaban a mis enemigos.

Mi tío fue quien nos traicionó y nos entregó avisando a los españoles cuál sería nuestro próximo golpe. Así que los españoles nos sorprendieron en la noche, aunque yo conseguí huir. Sin embargo, el terco de mi tío me siguió y cuando crucé el lago sagrado se me cayó el disco de oro que colgaba de mi cuello en forma de sol. Pese a esto corrí para salvarme, pero mi tío don Francisco de Sta. Cruz me retuvo y me entregó a los españoles.

Mandé a mis dos hijos a España. El 2 de mayo mi salud estaba muy baja y fueron acelerados los trámites judiciales. El fallo fue expedido el 15 de mayo de 1781 y la sentencia llevada a cabo tres días después. El 18 de mayo, un día viernes para mejor recuerdo, se han de cumplir las ejecuciones.

En el centro de la gran plaza del Cusco veo la horca de cuatro caras, colocada sobre un tabladillo y rodeada por soldados con fusiles y bayonetas caladas. Los reos hemos de

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salir metidos en zurrones, a la cola de caballos aparejados, en compañía de sacerdotes y milicianos.

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Lo que queda de la historia es necesario que yo, un indio que fui fiel a Tupac Amaru II, lo cuente por él. Fue algo horrible, sobre lo que es muy duro escribir, pero debo contarlo para que todo el mundo sepa la crueldad con la que actuaban nuestros gobernantes. Ellos se decían nuestros protectores, pero al leer esto quedará claro que eran nuestros amos

Ante el lugar del suplicio, los reos fueron compareciendo de forma sucesiva. Berdejo, Castelo, Bastida y el negro Oblitas fueron ahorcados en forma corriente. Igual pena sufrieron Hipólito, el hijo mayor de Tupac Amaru y su anciano tío Francisco, con el añadido de cortarle la lengua.

A la cacica condemayta la dieron garrote sobre un tabladillo dispuesto con un torno de hierro. En el turno de su esposa Micaela esta subió al tablado y, no desmintiendo en aquel trance su entereza, se resistió a sacar la lengua, que hubo de cortarle el verdugo después de muerta. Como debía sufrir también la pena del garrote y tenía el cuello muy delgado el torno no lograba ahorcarla, fue rematada por los verdugos mediante patadas en el estómago y en los senos. Entonces le tocó el turno a nuestro caudillo Tupac Amaru II. Conducido al centro de la plaza primero se le cortó la lengua, luego fue colocado entre cuatro caballos sujetos a las extremidades del reo por las cinchas. Terminados los preparativos se oyó una señal y los jinetes partieron a cuatro puntos señalados en el infinito, aunque no pudieron avanzar más allá porque su fortaleza física resistió el sacrílego intento de fragmentarme. Durante algunos instantes se debatió en el aire.

El pequeño Fernando, agobiado por el cruel espectáculo, dio un grito tan lleno de miedo externo y de angustia interior que por mucho tiempo quedaría en el oído de aquellas gentes. Su cuerpo y el de su esposa fueron quemados y las cenizas arrojadas al río Huatanay. Su cabeza y sus extremidades, así como parte de las de doña Micaela, serían expuestas en diferentes lugares del obispado del Cusco para escarmiento perpetuo de rebeldes.

Al día siguiente concurrió un crecido número de gente. Dicen que aquel día amaneció tan desolado, que no se le vio la cara al sol, amenazando por todas partes a llover. Se levantó un fuerte refregón de viento, y un aguacero que hizo que toda la gente, y aun las guardias, se retirasen a toda prisa. Esto ha sido causa de que los indios se hayan puesto a decir, que el cielo y los elementos sintieron su muerte, que los españoles estaban matando con tanta crueldad.

Pero el espíritu rebelde de Tupac Amaru II no fue derrotado. Su hermano continuó la lucha y su fama se extendió de tal forma, que incluso los indios sublevados en el llano de Casanare, Virreinato de Nueva Granada (actual Colombia) le proclamaron rey de América. Siguiendo mis pasos, cuando había intentado una solución pactada al conflicto, mi hermano Diego Cristóbal llegó a un acuerdo para deponer las armas con la promesa española de indultar a los rebeldes y corregir la mala situación de los indios. Esto se logró tras difíciles negociaciones, en enero de 1782.

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A partir de entonces, las posteriores rebeliones criollas invocaron el nombre de Tupac Amaru para obtener el apoyo de los indios.

POEMA EN MEMORIA DE TUPAC AMARU II

Lo harán volar con dinamita. En masa, lo cargarán, lo arrastrarán.

A golpes le llenarán de pólvora la boca. Lo volarán: ¡Y no podrán matarlo! Le pondrán de cabeza 

sus deseos, sus dientes y gritos.Lo patearán a toda furia. Luego, lo sangrarán:

¡Y no podrán matarlo! Coronarán con sangre su cabeza;sus pómulos con golpes. Y con clavos sus costillas. 

Le harán morder el polvo. Lo golpearán:¡Y no podrán matarlo! Le sacarán los sueños y los ojos.

Querrán descuartizarlo grito a grito.Lo escupirán. Y a golpe de matanza lo clavarán:

¡Y no podrán matarlo! Lo pondrán en el centro de la plaza,boca arriba mirando el infinito.

Le amarrarán los miembros. A la mala, tirarán:¡Y no podrán matarlo! Querrán volarlo y no podrán volarlo.

Querrán romperlo y no podrán romperlo.Querrán matarlo y no podrán matarlo.

Querrán descuartizarlo, triturarlo, mancharlo, pisotearlo, desarmarlo. Querrán volarlo y no podrán volarlo.

Querrán romperlo y no podrán romperlo.Querrán matarlo y no podrán matarlo.

Al tercer día de sus sufrimientos, cuando se crea todo consumado,gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra, ha de volver,

¡Y no podrán matarlo! (Canto coral a Tupac amaru II)

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TESTIMONIO DE

UN ESPANTO

LA TRAGEDIA DE TUPAC AMARU II

Contada por un testigo

Alejandro Ruiz

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1. De ratero a soldado

Mis padres dieron el llamarme Juan Vázquez Mendoza. Nací en la ciudad española de Cádiz y fueron los apellidos lo único que heredé de mis pobres padres, los cuales murieron a causa de la tuberculosis o dios sabe de qué.

Mis primeros años fueron duros y los pasé de aquí para allá, robando para vivir y haciendo cosas de las que uno no se siente muy orgulloso. No obstante, esa parte de mi vida terminó cuando, a la edad de 16 años más o menos, escuché hablar sobre una tierra más allá del mar a la que llamaban América, en la que según los viejos de la taberna, los pobres regresaban cargados de riquezas.

Así que mi objetivo fue el de llegar a esa tierra. La manera más sencilla era la de alistarse en una de las de las naves que partían casi diariamente. Pero nadie quería en su tripulación a un grumetillo sin experiencia alguna, así que intenté introducirme en un barco a modo de polizón. Qué decir tiene que me pillaron y me largaron a patadas, mientras lanzaba improperios y recordaba a todos los santos habidos y por haber.

Vague por Cádiz durante al menos una semana más, antes de encontrar la solución a mis problemas. Me topé de frente con un oficial de reclutamiento que buscaba nuevos reclutas con los que ir a América, a sofocar las numerosas revueltas que al parecer habían surgido entre los indígenas, los criollos y los españoles “de pura cepa”. No obstante, esto no me importó por el momento, ya que lo que yo más ansiaba era el salir de la pobreza en la que vivía.

Ahora mirando hacia atrás me doy cuenta de mi error, nunca debería haber salido de España y menos embarcado en una empresa militar. Debería haber muerto pobre tal y como nací, pero los caminos del señor son inescrutables.

Con este relato no pretendo redimir mi alma, sino que la gente sepa lo que paso en las Américas el 18 de mayo de 1781.

1. El descubrimiento del espanto

Durante estos años de soledad y reflexión he recopilado, multitud de datos he historias sobre el hombre al que vi morir aquel día, el hombre que murió por defender una justa causa. Estos datos son los relatados a continuación.

Tupac Amaru segundo, o como más se le conocía en sus primeros años José Gabriel Condorcanqui Noguera, nació en la ciudad de Tinta en el Virreinato del Perú el 19 de Marzo de 1738. Lo hizo en el seno de una familia noble de criollos, lo que le permitió alcanzar un gran nivel académico; estudió con los jesuitas del Colegio San Francisco de Borja y llegó a dominar el quechua, el castellano y el latín, con gran facilidad. Durante sus

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años académicos entró en contacto de manera clandestina con las ideas de Voltaire y Rousseau, que en mi opinión fueron la causa y la razón de la tormenta que se avecinaba.

A los 20 años, el día 25 de mayo de 1758 contrajo matrimonio con Micaela Bastidas Frías con quien tuvo dos hijos Hipólito y Fernando – que serian ejecutados de forma espantosa…; pero bueno; no adelantaré el curso de los acontecimientos

Seis años después de su matrimonio heredó las haciendas de su padre, que por derecho de nacimiento le correspondían; de este modo adquirió el estatus de “cacique”, que es como se llama a los propietarios de tierra en las Américas.

Condorcanqui se estableció en la capital como era costumbre entre las elites de la época; no obstante, y pese a las comodidades que le brindaba la ciudad a alguien de su estatus, no dejaba de ir y venir a sus tierras para comprobar que todo estuviese en orden, algo bastante extraño entre la gente de su clase, que solían tener a gente de confianza encargados de esa tarea.

Rápidamente su poder económico comenzó a aumentar y, como siempre pasa, para que uno se enriquezca otro ha de empobrecerse, y he aquí que surgió a mi modo de ver lo que sería el desencadenante de todo el problema.

Las autoridades españolas comenzaron a presionarlo, debido a que su poder rivalizaba con el de los arrieros del río de la plata, que ostentaban un práctico monopolio del tránsito de minerales en el Río de la Plata, y no deseaban competencia y menos de un “indio”, como decían despectivamente los españoles.

Pronto, el corregidor español comenzó a exigirle el pago de unas “prendas”; o sea, de impuestos, para entenderlo mejor. En numerosas ocasiones me acerqué a su casa a por el dinero junto con el cobrador, que los españoles consideraban suyo. Esto comenzó a minar a Condorcanqui, que empezó a vernos (a los españoles) más como enemigos que como a compatriotas: Cada vez se le ponían mas trabas y su paciencia comenzó a agotarse.

Puesto que conocía la lengua castellana y el quechua, solía actuar como mediador entre los indígenas a su cargo y el corregidor, que habitualmente iba a ver a Condorcanqui a su hacienda para discutir las condiciones y los precios de las mercancías. De vez en cuando me acercaba como escolta del corregidor, y aunque en aquel tiempo lo veía normal, recordándolo ahora me parecía un acto totalmente innoble, sin mencionar las escenas de actos inhumanos que presenciaba, niños de no mas de 8 años, mas delgados que el corcel de la muerte y llenos de barro y suciedad, ¡Como pudimos alejarnos tanto de Dios!.

En los meses posteriores Condorcanqui realizó una serie de reclamaciones, con la intención de que los indígenas fuesen liberados y se prohibiese el trabajo obligatorio en las minas, no obstante estas reclamaciones cayeron en saco roto, de nada sirvió que mandase estas Reclamaciones a la mismísima administración de Lima. El corregidor y sus ayudantes se reían de este hecho, mientras escribían melosas palabras diciéndole ¡NO ¡

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A la vez que redactaba estas reclamaciones, ordenó que se buscase en su árbol genealógico algún vestigio inca, para diferenciarse de los demonios españoles, y a los pocos días la búsqueda dio sus frutos. Según parece era descendiente del gran Tupac Amaru, último gran líder de los incas. Este fue el último paso antes del desastre.

El 4 de noviembre de 1780 comenzó la locura. Quiero decir que surgió un movimiento militar encabezado por José Gabriel Condorcanqui, ahora conocido como Tupac Amaru II en honor a su antepasado. Al principio no deseaba luchar contra la corona española, lo único que deseaba era que la situación de el virreinato del Perú cambiase, que los altos cargos españoles fueses sustituidos por unos mas capacitados y honrados.

Después de varios meses de guerra, finalmente Tupac Amaru II fue apresado el 17 de mayo de 1781 –era una tarde cálida, o al menos así la recuerdo yo– .

No se realizó juicio alguno y un día más tarde, el 18 de mayo, fue presentado en la Plaza de Armas del Cuzco ante los representantes Españoles contra los que había luchado y frente a todo el pueblo inca, que se agolpaba en las inmediaciones de la plaza atónitos ante la presencia de su líder. Y es aquí cuando yo me di cuenta de lo bárbaro de la raza humana cuando renegué de todo en lo que creía y salí de aquella plaza; no quería presenciar la ejecución de una persona justa.

Más tarde me enteré de que antes de morir fue obligado a ver como mataban a su familia y a sus amigos. Por si ese sufrimiento no fuese suficiente le cortaron la lengua. Habían estado torturándolo para que hablase sobre sus compañeros de rebelión, pero se mantuvo impertérrito.

Para terminar, se trató de descuartizarlo sin éxito y no cabe duda de que sufrió como un perro antes de morir de dolor y agonía.

Finalmente se le descuartizó y sus partes se trasladaron a diferentes ciudades a lo largo y ancho del Virreinato del Perú, Su cabeza fue colocada en una lanza exhibida en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca y en Santa Rosa.

Pese al asesinato y el ensañamiento de la muerte de Tupac Amaru II, el gobierno virreinal no logra sofocar la rebelión, que continuó acaudillada por su primo Diego Cristóbal Tupac Amaru, al tiempo que se extendía por el Alto Perú.

Aquí termina mi parlamento y aunque no pretendo redimir los actos de mi pasado, lo que si quiero es que no caiga en el olvido la lucha de este gran hombre, que fue asesinado por ser justo; algo que en el mundo en el que vivo esta muy mal visto.

2. “Resurrección” y memoria de Tupac Amaru

Mi nombre es José Gabriel García, y hace unos meses llegó a mis manos el relato escrito por este tal Juan Vázquez Mendoza. Inmediatamente me decidí a publicarlo, porque, como peruano quechua que soy, Tupac Amaru II fue mi más honorable antepasado. Por lo que han podido leer, Juan Vázquez sufrió la terrible experiencia de contemplar la

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espantosa muerte del glorioso caudillo. Por suerte, aquella experiencia le transformó y su relato supone un homenaje y un testimonio de la redención moral que sufrió por su causa.

Hoy, en el año 2012, quiero recordarles a mis compatriotas que el sacrificio de Tupac Amaru fue como una semilla que prendió años después. Los más jóvenes quizá no sepan que, en los años 60 y 70 de nuestro recién terminado siglo, apareció en Uruguay el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Sin embargo, lo que en principio fue un movimiento rebelde guiado por altos ideales, pronto derivó hacia el desastre, pues el movimiento se convirtió en un grupo radical que practicaba la guerrilla urbana. Fue una pena, porque los andinos de buena fe hubiéramos preferido que la semilla de Tupac Amaru prendiera en un brote más sano de rebeldía. Por lo menos nos queda el consuelo de saber que su nombre ha seguido vivo en la historia.

Los andinos deseamos que la efigie de Tupac Amaru sirva como símbolo de libertad y fuerza para los grupos oprimidos de los Andes, así como de todas aquellas personas que por su color o procedencia étnica son repudiados y apartados de la sociedad. Pero queremos que su lucha se haga de forma justa y sin violencia innecesaria.

Queremos que se siga recordando a nuestro gran antecesor y que, en su nombre, se lleven a cabo obras buenas para las gentes de los Andes y para toda la humanidad.

Les saluda de corazón,

José Gabriel García

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EL LEVANTAMIENTO DEL 2 DE MAYO

EL SACRIFICIO DE PEDRO VELARDE

contado por su hija

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Ana López

Pedro Velarde nació en Muriedas, en el Valle de Camargo (Cantabria), en la casona-palacio de los Velarde. El 16 de octubre de 1793, a los 14 años, ingresó como cadete en el Real Colegio de Artillería de Segovia. Terminó sus estudios como número 2 de su promoción y recibió un ascenso al grado de subteniente el 11 de enero de 1799. En 1801 fue destinado al ejército que operaba en Portugal. El 12 de julio de 1802 ascendió al grado de teniente y el 6 de abril de 1804 al de capitán. El 1 de agosto de ese mismo año entró como profesor de la Academia en la que había estudiado. Era un auténtico experto en la medición de la velocidad de los proyectiles. Permaneció como profesor hasta el 1 de agosto de 1806, fecha en la que fue nombrado Secretario de la Junta Superior Económica del Cuerpo de Artillería, por lo que tuvo que trasladarse a residir a Madrid por estar allí ubicado el Estado Mayor, cargo que le permitía disponer de mucha información. Joaquín Murat intentó atraerle a la causa napoleónica, a lo que Velarde respondió que "no podía separarse del servicio de España sin la voluntad expresa del rey, de su cuerpo y de sus padres".

Como el plan de Velarde y Daoíz de un levantamiento general fracasó, en 1808 Velarde siguió en su destino hasta que, en la mañana del dos de mayo, al escuchar los primeros disparos, lo abandonó exclamando:

Es preciso batirnos; es preciso morir; vamos a batirnos con los franceses.

Se dirigió al Parque de Artillería de Monteleón, en el que desarmó a la guardia francesa que vigilaba que los españoles no fabricaran más munición de la normal, convenció a Daoíz de que era necesario dar armas al pueblo y entre ambos prepararon la defensa del cuartel. Cuando Daoíz ya había caído, Velarde fue mortalmente herido por un disparo a quemarropa de un oficial de la Guardia Noble polaca. Velarde fue enterrado en la iglesia de San Martín esa misma noche junto a Daoíz y otros soldados españoles.

Me llamo Isabel Velarde, hija de Pedro Velarde, un héroe cantabro del que pocos han oido hablar. Un día paseando por la plaza porticada de Santander contemplé que, frente a la estatua de mi querido y difunto padre, se encontraban un grupo de personas que no sabían lo que mi padre había hecho en vida, por eso decidí contar su historia, para que aquella personas que no saben sobre él se enteren como murió luchando por su patria.

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Mi padre, Pedro Velarde, nació en el Valle de Camargo en la casona-palacio de los Velarde.

El 11 de enero de 1799 terminó sus estudios como número 2 de su promoción y recibió un ascenso al grado de subteniente, mientras que un mes más tarde, en Francia, Napoleón Bonaparte se autoproclamó cónsul de la Primera Republica Francesa después de haber dado un golpe de estado. Pio VII coronó a Napoleón emperador, lo que hizo que éste se interesara por los dominios españoles del Mar Mediterráneo. Mi padre todavía no estaba metido en el asunto ya que, por ese año entró en La Academia, donde él había estudiado, como un auténtico experto en la medición de la velocidad de los proyectiles.

Desde 1788 España tenía como rey a Carlos IV, un hombre desinteresado por el gobierno, que dejaba que su mujer, la reina María Luisa de Parma y el primer ministro Manuel Godoy, dirigieran el país.

En 1807, mientras Pedro Velarde ya era Secretario de la Junta Superior Económica del Cuerpo de Artillería y se había tenido que trasladar a Madrid para poder disponer de la información necesario y estar cerca del Estado Mayor, el gobierno firmó el Tratado de Fointenebleau, que estipulaba la invasión militar conjunta franco-española de Portugal. Para ello se permitía el paso de las tropas francesas por territorio español. Lo que nuestros ingenuos gobernantes no sabían es que ese tratado era una astuta trampa de Napoleón para poder poner al mando de España a su hermano José Bonaparte. El ministro y la reina cayeron en la trampa, lo que creó un ambiente de descontento en varios grupos de la sociedad española, incluido mi padre. A pesar de ello, o quizá para evitar tenerlo como enemigo, Joaquín Murat, un militar francés, intentó atraerle a la causa napoleónica. Pero mi padre, que fue un patriota hasta su muerte, respondió que "no podía separarse del servicio de España sin la voluntad expresa del rey, de su cuerpo y de sus padres".

El descontento de la sociedad española fue aumentando por momentos, ya que a medida que iban efectuando la invasión de Portugal, las tropas francesas fueron ocupando diversas localidades como Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras. Nunca se descartó la idea de un plan oculto por parte de Godoy, para que hubiera una ocupación “amistosa” en España por parte de los franceses. Pero lo cierto es la ocupación francesa llegó a un punto en que hasta el propio Godoy se temió lo peor, por lo que se convino el traslado de la familia real a Aranjuez. Se trataba de que, en caso de necesidad, siguieran camino hacia el sur, hacia Sevilla, después hacia Cádiz y, finalmente, pudieran embarcarse para América, como ya había hecho el Príncipe Regente de Portugal.

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Para mi padre, su compañero Daoiz y otros grupos sociales, estos hechos fueron el desencadenante de un motín, el Motín de Aranjuez, provocado por el pasotismo del Rey, la supuesta traición de Godoy a su pueblo por abandonarles después de haber dejado libre tránsito a los franceses. El príncipe Fernando VII apoyó a los amotinados; sentía un odio terrible hacia Godoy por ser amante de su madre y un rencor que le corroía por verle al mando del gobierno. Finalmente, Godoy fue destituido por Carlos IV por temor a que le lincharan, como venganza por todos los desastres que había cometido. Dada esta penosa situación, se vieron obligados a nombrar monarca a Fernando VII. Sin duda era lo que este pretendía.

Pero todo esto fue una desgracia más para España. Napoleón aprovechó las luchas en la familia real y el gobierno para retener a Fernando VII en Bayona y camelarle con trampas y falsas promesas para que renunciase a la Corona en favor de su padre, sin saber que éste había ya cedido sus derechos al propio emperador. Así, mediante una maniobra torticera que se aprovechó de la falta de inteligencia de nuestros reyes y de sus luchas, Napoleón se hizo con el mando de España de una forma aparentemente “legal” y puso en el trono de España a su hermano José Bonaparte.

Corría el año 1808, y los fieles al rey, junto a ellos mi padre, no aceptaban esta situación. Consideraban a Bonaparte un usurpador y planeaban un levantamiento general contra el gobierno invasor, pero fracasó. Velarde siguió en su destino hasta que, en la mañana del dos de mayo, el gobierno invasor decretó la salida de los últimos miembros de la familia real, entre ellos los infantes María Luisa y Francisco de Paula. Al percatarse de ello, el cerrajero Blas Molina gritó al pueblo: «¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todos los miembros de la familia real! ¡Muerte a los franceses!». Sonaron entonces los primeros disparos y Velarde abandonó su puesto exclamando:

¡Es preciso batirnos; es preciso morir; vamos a batirnos con los franceses!

Ahora sí, había comenzado el levantamiento contra los franceses.

Mi padre se dirigió al Parque de Artillería de Monteleón, en el que desarmó a la guardia francesa que vigilaba que los españoles no fabricaran más munición de la normal. Convenció a Daoíz de que era necesario dar armas al pueblo y entre ambos prepararon la defensa del cuartel.

Cuando su compañero Daoíz ya había caído, Velarde fue mortalmente herido por un disparo a quemarropa de un oficial de la Guardia Noble polaca. Este disparo cobarde del oficial hizo que mi buen padre apenas tuviera tiempo de defender a su pueblo. Pedro Velarde fue enterrado en la iglesia de San Martín esa misma noche junto a Daoíz y otros soldados españoles.

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A la mañana siguiente, el coronel Murat escribió lo sucedido a José Bonaparte y esa misma noche comenzó en la capital una implacable persecución de presuntos sublevados. Cualquiera que llevase una navaja —común entre los artesanos madrileños— era arrestado y condenado a muerte sin previo juicio. Las ejecuciones se realizaron a las cuatro de la mañana en Recoletos, Príncipe Pío, la Puerta del Sol, La Moncloa, el Paseo del Prado y la Puerta de Alcalá. Cerca de allí se encontraba la montaña del Príncipe Pío, donde ocurrieron los sucesos.

Pocos días después la población de Madrid tenía ya en un altísimo concepto de heroicidad a los caídos la noche del tres de mayo y algún tiempo después circularon estampas en las que conmemoraba su lucha contra Napoleón.

Para nosotros fue una terrible pérdida, pero puedo estar orgullosa porque mi querido padre murió cumpliendo con su deber, defender a su pueblo. Pero sobre todo puedo estar orgullosa porque todos sus esfuerzos no fueron en vano, ya que al levantamiento le siguió una sublevación general, que dio paso a la Guerra de la Independencia. Todo el pueblo español se levantó en armas. Como en ese momento dramático el gobierno les había abandonado, fueron los liberales los que cogieron el mando, dirigiendo a grupos de guerrilleros que lucharon bravamente contra los invasores. Estos guerrilleros recibieron la ayuda británica y juntos consiguieron expulsar a los franceses del suelo español.

Para mí fue una victoria de los españoles en memoria de mi padre.

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LA REPRESIÓN DE LOS LIBERALES

LA ODISEA DE “EL EMPECINADO”

contada por su hermano

Álvaro Pastor

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Mi hermano nació en el año 1775 en Castrillo de Duero, y su nombre era Juan Martín Díez. Nuestro padre era un campesino con cierta prosperidad, lo cual nos permitió acudir a la escuela y aprender a leer y a escribir, cosa que nos ayudó mucho durante toda nuestra vida.

En 1789 estalló la revolución francesa. Posteriormente, en 1792, los revolucionarios expulsaron a la monarquía de los borbones en Francia, lo cual no gustó nada a nuestros monarcas, que impulsaron una alianza con Inglaterra, lo que llevaba a una guerra contra la república francesa.

Al año siguiente, buscando ayudar a nuestro país y ayudar a nuestro bolsillo, nos alistamos en el ejército. Y también, por qué negarlo, mi hermano buscaba aventura. Fuimos a Cataluña y desde ahí al Rosellón, justo después de que el General Ricardos expulsara a los franceses de Cataluña y comenzase la campaña para invadir el Rosellón y devolver este territorio a soberanía legitima española.

Fue una campaña dura, al principio conseguimos imponernos a los franceses tomando todas las poblaciones del valle del Tec y todas las fortificaciones de la frontera. Estábamos exultantes después de haber vencido al ejército del General Dagobert en la batalla de Mas Deu, durante la cual mi hermano ya empezó a destacar en la milicia, manteniéndose siempre en cabeza durante la toma de la artillería del flanco derecho francés y el posterior avance hacia el Castillo del Rear, donde se situaba el grueso de la artillería francesa. En el castillo consiguieron rechazarnos, pero después de presionar lo suficiente el general Dagobert ordenó la retirada dejándonos el paso libre hacia el Rosellón.

Un par de meses después llegaron refuerzos formados por tropas de la unión, un ejército mandado por los duques de osuna y algunos contingentes portugueses. Debido al éxito inicial decidimos continuar y proseguimos nuestro avance en paralelo a la costa, apoyados por la flota de la coalición anglo-española, pero Dagobert volvió a aparecer para evitar nuestro avance y con 22.000 franceses con ganas de revancha. El general Ricardos decidió retirarse ante la llegada de los franceses y acuciado por la falta de suministros. Pero los franceses consiguieron darnos alcance y tuvimos que plantar batalla en Truillás. Al final nos retiramos, aunque conseguimos hacerles muchas bajas. Retrocedimos hasta el Rosellón, donde teníamos más facilidad para el suministro. El general decidió ir a Madrid para intentar convencer al rey de que le concediese más hombres, pero, para nuestra desgracia, el General Antonio Ricardos y Carrillo de Albornoz murió el 13 de marzo de 1794, víctima de una pulmonía. En 1794 los franceses, con nuevas levas, avanzaron y entraron por Navarra y las Vascongadas y nos echaron del Rosellón. Los franceses eran más fuertes de lo que pensábamos, así que Godoy firmó la Paz de Basilea en 1795, según la cual les concedíamos la mitad de la isla de La Española. Después de esto Godoy fue conocido como "Príncipe de la paz".

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Decidimos volver a casa, pero durante una de las paradas del viaje mi hermano Juan se encaprichó con Catalina de la Fuente, una moza de Fuentecén

La Guerra de la Independencia

En los años siguientes la revolución francesa entró en una fase nueva bajo el dominio absoluto de Napoleón. La Grand Armée se paseaba de victoria en victoria por Europa y Napoleón se había proclamado emperador. En su ambición sin límites echó el ojo sobre España y urdió un plan para hacerse con el poder.

En 1808 España se había visto obligada a firmar una alianza con Francia y a permitir el paso de las tropas francesas. De este modo, los "aliados" franceses ocuparon militarmente el país mientras Napoleón engañaba a los reyes y colocaba en el trono a su hermano José. Esto desató la ira del pueblo español

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra el invasor. Fue una acción popular, porque los únicos oficiales del ejército español que se levantaron en armas fueron el capitán de artillería Don Pedro Velarde y el capitán de artillería Luís Daoíz y Torres. En ausencia del gobierno oficial, por toda España se empezaron a formar Juntas en las grandes ciudades para dirigir la guerra contra los franceses. La Junta de Valladolid era la autoridad más cercana y comenzó a formar un ejército en Castilla, integrado por las pocas unidades regulares acantonadas en la ciudad y un gran numero de milicianos.

Unas pocas semanas después, mi hermano se presentó en mi casa junto con su cuñado y algunos de sus vecinos. Me contó como un soldado francés había violado a la hija de una de sus vecinas y que ellos le habían matado y huido con intención de alistarse en el ejército de Castilla. Cogí el mosquete de mi padre y, junto a mi hermano, nos dirigimos a Valladolid con intención de unirnos al ejército de Castilla.

En las siguientes semanas acudieron junto a nosotros muchas personas, para terminar formando un contingente de más de 4500 hombres de infantería, más 300 hombres a caballo y 4 cañones. Pronto chocamos con un contingente francés de aproximadamente 9000 hombres, cerca de Cabezón de Pisuerga, con el que luchamos a campo abierto acabando en derrota. Este hecho comenzó a cambiar la forma de ver las cosas de mi hermano. Con sus dotes indudables de liderazgo nos dijo que había que cambiar de estrategia, porque el ejército francés siempre seria muy superior a cualquier contingente de milicianos en campo abierto. Aún así todavía continuamos en el ejército hasta el 14 de Junio de 1808, fecha en la que se libró la batalla de Medina de Rioseco. Aun con refuerzos de Galicia y tropas mercenarias suizas volvimos a ser derrotados. En ese momento Juan no lo dudó más y decidió dejar el ejército para dedicarse a emprender acciones guerrilleras. Yo me fui con él

Como guerrilleros pasamos dos años interceptando correos, capturando vagones de suministros, asaltando patrullas. Se nos unió mucha gente, entre ellos un pequeño burgués que se hizo rápidamente muy amigo de Juan. Este burgués vallisoletano defendía unas ideas afrancesadas que no me gustaban nada, porque veía que estaba influyendo demasiado en mi hermano. Para entonces, ya se le empezaba a llamar con

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orgullo entre los campesinos, y con temor entre los soldados franceses, el Empecinado. El apodo se debía a nuestro pueblo de origen.

En 1810, Juan tuvo que refugiarse en el castillo de la ciudad salmantina de Ciudad Rodrigo, al que pusieron sitio los soldados franceses.

En 1811 estuvo al mando del regimiento de húsares de Guadalajara y contaba en ese momento con una partida de unos 6.000 hombres.

En 1813, el 22 de mayo, ayudó en la defensa de la ciudad de Alcalá de Henares y en el puente de Zulema. Sobre el río Henares venció a un grupo de franceses que le doblaban en número.

En 1814, Juan Martín es ascendido a Mariscal de Campo, y se gana el derecho a firmar como El Empecinado de forma oficial.

La etapa liberal

Cuando el rey Fernando VII regresó a España y restauró el absolutismo, tomó medidas contra los que consideraba enemigos liberales, entre otros contra mi hermano el Empecinado, que fue desterrado a Valladolid. En 1820 tuvo lugar el pronunciamiento del militar Rafael de Riego y el Empecinado volvió a coger las armas, pero esta vez contra las tropas realistas de Fernando VII. El golpe triunfó y Fernando VII fue obligado a aceptar la Constitución liberal de 1812. Durante los años siguientes, en el trienio liberal, fue nombrado gobernador militar de Zamora y, finalmente, Capitán General.

En 1823, una intervención militar francesa, el llamado ejército de los Cien mil hijos de San Luis, acabó con el régimen liberal. Mi hermano marchó entonces al destierro en Portugal. Decretada la amnistía el 1 de mayo de 1824, pidió un permiso para regresar sin peligro, permiso que le fue concedido.

Pero Fernando VII, que guardaba un rencor profundo a los liberales que le habían hecho aceptar la Constitución, no estaba dispuesto a ser benevolente y le mandó apresar.

Fue detenido en la localidad de Olmos de Peñafiel, junto con sus compañeros, por los Voluntarios Realistas de la comarca. Llevados los presos a Nava de Roa, fueron entregados al alcalde de Roa, Gregorio González Arranz, que lo trasladó a esta localidad. Al llegar, el populacho, sin haber recibido orden de superior alguno, había montado en la Plaza Mayor un tablado. Era asombroso lo que estaba pasando, porque el pueblo se había vuelto contra el hombre que les había ayudado y defendido contra los franceses. En una demostración de barbarie y de ignorancia, mi hermano fue subido al tablado, insultado y apedreado.

La causa debería haber sido llevada a la Real Chancillería de Valladolid, donde el militar liberal Leopoldo O'Donnell habría conseguido que fuese juzgado con benevolencia, pero el corregidor de la comarca Domingo Fuentenebro, enemigo personal del preso, dio parte al rey, que lo nombró comisionado regio para formar la causa en Roa, que quedó concluida el día 20 de abril de 1825.

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La ejecución se llevó a cabo el 20 de agosto de 1825. Murió ahorcado en lugar de ser fusilado. Juan Martín Diez, fiel a sus ganas de libertad y de vivir, consiguió romper las cadenas, robar una espada, herir a uno de los carceleros y mezclarse entre la gente para intentar escapar. No le sirvió de nada, ya que rápidamente fue reducido por los captores subido al cadalso y asesinado, sin juicio, sin honores y sin piedad.

Así mataron los propios españoles a uno de los responsables de que hoy, en España, no se hable francés.

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LA REPRESIÓN DE LOS LIBERALES

LA TRAGEDIA DE MARIANA PINEDA

contada por ella misma

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Belén Camus

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26 mayo de 1831

La heroína liberal Mariana Pineda, ha sido ejecutada.

En el día de hoy, la mayor defensora del liberalismo ha muerto por el método de garrote vil. Mariana se negó a acusar a ningún compañero. Por tanto, el señor Pedrosa mandó su orden de ejecución, la cual fue aceptada por el rey Fernando.

Cuando murió nadie aplaudió, solo hubo un gran silencio. Acababa de morir la gran heroína del liberalismo.

Me llamo Mariana Pineda.

Nací el 1 de septiembre de 1804, en la calle más bonita de Granada, Carrera del Darro.

Soy hija de Mariano de Pineda, marino guatemalteco retirado, y de María Dolores Muñoz, una cordobesa muy risueña.

Su historia de amor fue trágica, pero para mí se quisieron muchísimo. Se llevaban 30 años y, aunque nunca se llegaron a casar, huyeron a Sevilla. Allí nació mi hermana, a la cual nunca conocí, pero sé que se llamaba Luisa y que murió poco antes de que yo naciera.

Unos pocos años más tarde mi madre nos abandonó para irse con otro hombre más joven.

Mi padre luchó por mi custodia hasta el día de su muerte y, entonces, fui entregada a los que considero realmente mis padres. Si no hubiera sido por ellos no hubiera conseguido ser quien soy.

Fui al colegio de Niñas Nobles, allí hice muchas amigas. Fue una época muy feliz.

Un día en el colegio, las monjas nos contaron que nuestro rey había vuelto de Francia y que la guerra había acabado. Entonces yo tenía diez años y no sabía de qué estaban hablando. Siempre me han dicho que fui una niña muy curiosa, así que cuando llegué a casa le pregunté a mi padre que quién era el rey, por qué se había ido, y que si era porque no nos quería. Mi padre me contó que cuando yo era muy pequeña, nuestro rey y su padre fueron engañados por los franceses y les hicieron dejar el trono y entregárselo al hermano del emperador francés, Napoleón Bonaparte, que reinó como José I. A raíz de este hecho, que desató la ira entre los españoles, en España comenzó una guerra contra los franceses, que después del engaño habían ocupado militarmente España. Los

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franceses estuvieron ayudados por españoles traidores conocidos como “afrancesados”; los españoles estuvieron dirigidos por liberales patriotas y fueron ayudados por los ingleses.

Curiosamente, los afrancesados también eran liberales, pero pusieron las ideas políticas por encima de la defensa de la patria. Por el contrario, los liberales que defendieron España trataron de compaginar las ideas con el patriotismo. Para ello, durante la contienda redactaron la Constitución de 1812, en Cádiz. Fue la primera constitución liberal de España y el pueblo la llamó “La Pepa”, porque había nacido el día de San José.

Tras unos años de luchas continuas, los españoles ganaron la guerra y nuestro rey Fernando VII regresó a casa. El pueblo lo aclamó como “El Deseado”.

Yo, como niña curiosa, le pregunte por qué no había vuelto antes, y mi padre contestó que los franceses le tenían encerrado junto a su padre y que no le dejaban salir por más que protestara.

En esos años yo creí a mi padre, pero poco a poco me hice mayor y descubrí que ese hecho no fue tal y como me lo contó. Supe que los reyes no fueron realmente engañados, sino que más bien se dejaron engañar mientras se entendían con Napoleón para perjudicarse el uno al otro. Antes de ser rey, el príncipe Fernando había pedido a Napoleón que le ayudara a conseguir la abdicación de su padre. Con esa idea en la cabeza, Fernando VII promovió el Motín de Aranjuez contra su padre y su ministro Godoy; así consiguió lo que quería, que le nombraran rey. Mientras tanto, Napoleón consiguió que Carlos IV, enfadado con su hijo, le cediera a él mismo el poder. Después embaucó a Fernando VII con promesas de un reinado en Italia para que devolviera a su padre la corona que acababa de quitarle con el motín. Cuando Fernando VII aceptó, se encontró con que, en virtud del pacto anterior, no se la devolvía realmente a su padre, sino a Napoleón. O sea, que el padre y el hijo conspiraron el uno contra el otro creyendo servirse de Napoleón, pero fue Napoleón el que se burló de ellos y de esa forma se burló también del pueblo español. Cuando Napoleón se salió con la suya, nombró rey de España a su hermano José I. Entonces comprendí que ese "nuestro" rey, en vez de luchar por nosotros, nos había dejado abandonados a nuestra propia suerte. O sea, que si estuvo encerrado por Napoleón como decía mi padre, debió estarlo a gusto, porque seguro que prefería estar “encerrado” a luchar por España como un hombre.

Aquel día era 14 de marzo de 1814, y ese día fue la primera vez que escuché hablar de Fernando VII, el rey más malvado que se había visto jamás.

A los 14 años conocí al amor de mi vida, Manuel de Peralta, militar retirado que, aunque no tenía buena salud, era un hombre muy bueno.

Él me contó cosas increíbles. Me dijo que hace 30 años, en Francia, el pueblo se rebeló contra el absolutismo del rey. El pueblo sublevado incluso llegó a tomar por la armas la cárcel más importante de París, en un hecho que, simbólicamente, significó la caída del Antiguo régimen francés.

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Uno de los mayores logros de esa revolución fue La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que es la base ideológica del liberalismo. El resto de los hechos ocurridos entre 1789 y 1799 fueron tan importantes que siguieron “haciendo historia”. La revolución repercutió en toda Europa, incluida España, extendiendo las ideas del liberalismo. Estas ideas prendieron en mucha gente; entre otros, prendieron en mí.

Os preguntaréis qué es eso del liberalismo. Pues bien, es un movimiento político, económico y cultural que consiste en la defensa de los derechos del pueblo contra el absolutismo. Desde que su semilla llegó hasta mí, este movimiento ha sido la base de mi vida y sin él no hubiera sido lo que fui. Estoy orgullosa de ser liberal y defender nuestros derechos hasta el final de mis días, y nunca me cansaré de decir que nuestra lucha vale la pena, aunque las consecuencias hayan sido horribles.

Nos casamos el 9 de octubre de 1819, en Granada. Aquel día Manuel me presentó a un gran liberal, el gran Rafael de Riego. Un año más tarde tendría el valor de sublevarse contra Fernando VII y obligarle a aceptarla Constitución de 1812. Fernando VII no se lo perdonó y unos años más tarde sería ejecutado por ello. Con esa clase actos, el rey demostraba ser el mayor hideputa del la historia.

Un año después de nuestro matrimonio nació nuestro primer hijo: José María. Desgraciadamente Manuel no pudo disfrutar de él, ya que murió dos años después.

Cuando mi marido falleció, comenzó en España la época más horrible para nosotros, los defensores del liberalismo. Fernando VII había recibido la ayuda francesa para acabar con el trienio liberal implantado en España tras el golpe de Riego y comenzaba la Década Ominosa. Fue una época de absolutismo desenfrenado, dominada por el rencor que el rey sentía hacia los liberales.

Mi hijo y yo nos cobijamos en un albergue para los enemigos del absolutismo y allí conocimos a gente maravillosa que defendía también las ideas liberales.

Me contaron que un hombre se enamoró perdidamente de mí: el Marqués de Salamanca. Pero a mí me gustaba otro militar, Casimiro Brodett, con el que tuve una historia preciosa. Nos cuido mucho tiempo a José y a mí. Me llegó a pedir matrimonio, pero no pudimos llevarlo a cabo por circunstancias de la vida.

En 1827 volví a Granada con mi hijo, y me acusaron de conspiradora contra el rey, pero gracias a unos amigos salí indemne. Verdaderamente fue un milagro que saliera sin cargos.

Un año después mi primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, fue acusado por haber participado en un nuevo alzamiento liberal del ejército en Andalucía.

Yo tenía acceso a él gracias a su padre. Junto a él, tramé un plan para sacar a Fernando de la cárcel, que consistió en pasarle la vestimenta de un fraile y unas barbas postizas. El plan salió a la perfección y Fernando pudo salir de la cárcel por su propio pie y a la vista

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de todos. Gracias a esto demostramos la ignorancia y estupidez de los celadores de Fernando VII.

Muchos liberales y absolutistas aseguraron que era yo fui la artífice. Por esa razón, Pedrosa, alcalde del Crimen de la Real Chancillería, quería mi cabeza, pero ninguno tuvo pruebas contra mí y salí indemne por segunda vez en mi vida.

Unos años después conocí al padre de mi segunda hija, Úrsula María, aunque él no la reconoció como suya hasta su testamento. Ese hombre se llamaba Manuel Peña y Aguayo.

Yo participaba en un grupo liberal secreto que nos reuníamos todas las semanas en mi casa. Un día, ellos me mandaron bordar una bandera morada con un triangulo verde y escribir en su perímetro la frase: “Libertad, igualdad y ley”

En ese momento ocurrió algo que jamás, ni yo ni mis compañeros, podíamos haber llegado a imaginar; alguien nos traicionó pegando el chivatazo a las autoridades sobre nuestra bandera. Pedrosa encontró su gran oportunidad para afirmar su autoridad y darse la satisfacción de arrestarme. Fui arrestada en mi casa junto a mi madre y nuestras criadas.

No sé por qué razón lo hizo, pero el cerdo de Pedrosa intentó humillarme. Primero me pretendió; el pobre hombre pensó que una mujer como yo haría algo así por salvar su pellejo, pero para mí, aceptar esa proposición habría significado perder mi dignidad completamente.

Luego intentó que traicionara a mis compañeros, diciendo que si lo hacía quedaría en libertad y no sería ejecutada. Estuve a punto de caer, pero pensé que ese dolor que yo había sentido por una traición no se lo deseaba a nadie. Además, tuve la corazonada de que si no confesaba, el liberalismo podría conseguir grandes cosas. Por lo tanto, nunca traicioné a mis compañeros y ese fue el mayor acierto de mi vida, porque no podría soportar que me recordaran como una traidora y que muriera sin merecer la honra de mis amigos.

Días después intenté escapar de la misma manera que había hecho mi primo años atrás, me disfracé de vieja e intenté salir pero, desgraciadamente, me atrapó mi único guardián y volví a mi celda. La verdad, aunque no conseguí escapar, aquello tuvo su lado bueno, ya que fui enviada al Beaterio de Santa María Egipcíaca, un convento en funciones de cárcel. Las monjitas me trataron muy bien y mis compañeras eran todas chicas jóvenes e increíbles. Había momentos en los que me olvidaba de por qué estaba allí. Pero entonces legaba el alcalde Pedrosa y con sus horribles interrogatorios se encargaba de recordármelo.

Pasaron varios días y al ver que no soltaba prenda, Pedrosa decidió llevar la situación al límite, pidiendo mi muerte. Se salió con la suya y cayó sobre mí la más terrible e injusta de las sentencias.

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La condena siguió su curso y llegó a la corte. Calomarde, ministro de justicia en aquella época, encontró mi sentencia «justa y arreglada a la ley». Pero no estaba del todo muerta, faltaba la firma del ser más despreciable que nuestra nación ha visto nunca, faltaba la firma de Fernando VII. Pero, ¡qué se podía esperar de un ser así! Sin haber leído para quién y por qué era esa sentencia, estampó su firma. Para él sólo hacía falta que pusiera las palabras “pena de muerte”.

Pedrosa, con mi sentencia en mano, intentó forzarme a delatar, pero como mujer fuerte que soy, me negué rotundamente por tercera vez.

Ahora acabo de pasar la última noche de mi vida. A pesar de ello he dormido serenamente, he podido terminar esta memoria, escribir un testamento y unas cartas para mis hijos, explicándoles por qué su madre va a morir. Ese momento ha sido el único en el que he sentido debilidad y miedo, porque pensé en mis hijos y en si valdría la pena no verles crecer. Pero pensé que ellos lo entenderán. Algo me dice en mi interior que dentro de pocos años verán el triunfo del liberalismo. Entonces dirán que su madre fue una heroína y que sin su sacrificio eso no hubiera sido posible. Mientras pensaba eso, también imaginaba que eso podría no suceder y que mi muerte podría ser en vano, pero enseguida me reponía y se imponía mi sentimiento positivo.

Antes de acostarme, los guardias me cambiaron el vestido por si intentaba suicidarme durante la noche. Aunque no me convenció mucho, acepté, pero sólo si lo picaban con unas tijeras para evitar que, cuando ya estuviera muerta, no me pudieran desnudar. Un guardia me dijo que también debía de quitarme las ligas, ¡a quién se le ocurre semejante barbarie!, me negué rotundamente y contesté: «eso, no, jamás consentiré ir al patíbulo con las medias caídas». No sé si fue por el miedo que tenían a una mujer enfadada o por otra cosa, pero me dejarán ir al patíbulo con mis ligas.

Ahora sólo me resta entregar esta memoria a mi mejor amiga para que ella la concluya describiendo mi final.

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Soy la amiga a la que Mariana entregó estas memorias, que acabó de escribir la víspera de su ejecución. El día 26 de mayo de 1831, Mariana Pineda salió de la cárcel con el gesto tranquilo. Mientras era trasladada al cadalso la gente gritaba: “¡viva doña Mariana!” y colgaban banderas de luto a su paso. Me emocioné, no pude reprimir las lágrimas aunque las intenté esconder agachando la cabeza. Era demasiada la injusticia y la crueldad para soportarlo.

Cuando la sentaron en el cadalso y ataron sus piernas y su cuello me di cuenta de que sentía miedo, miedo por dejar a sus hijos, miedo de morir por nada, miedo de la muerte. Entonces miró las caras de la gente y debió percibir lo mismo que yo, que en sus rostros no había rencor, sino tristeza. Vi en sus ojos que se sintió reconfortada, como si muriera arropada por su familia y por el mundo.

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Puedo asegurar por el gesto de su rostro que no sintió dolor, que no sintió nada mientras el tornillo se clavaba en su nuca. Simplemente cerró los ojos para recordar por qué estaba allí. Su fidelidad al sueño liberal la llevó a la muerte, sintiendo que moría por cumplir con su deber. Sin duda, murió sabiendo que los españoles se librarían del absolutismo y acabarían honrando su memoria.

11 febrero de 1873

Se proclama la I República española.

En el día de hoy, tras la renuncia del rey Amadeo, el Congreso de los Diputados y el Senado reunidos en Asamblea General decretaron la I Republica española. El Congreso y la Asamblea están formados, fundamentalmente, por partidarios del bando liberal.

En estos momentos recordamos a algunos héroes del liberalismo ejecutados por esta causa y que si levantaran la cabeza se sentirían orgullosos de nuestra patria.

Entre otros muchos queremos destacar al general Rafael de Riego y a la heroína liberal Mariana Pineda.

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LA REPRESIÓN DE LOS LIBERALES

LA TRAGEDIA DE TORRIJOS

contada por un testigo

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Diego Miranda

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El general D. José María de Torrijos y Uriarte, hijo del Señor D.Cristóbal de Torrijos y Chacón, y de la Señora Doña María Petronila Uriarte y Borja, nació en Madrid el día 20 de Marzo de 1791, de una familia noble y distinguida.

Debido a las buenas relaciones del padre con el rey Carlos VI, Torrijos ingresó como paje real y a la edad de 13 años salió como capitán del regimiento infantería de Ultonia el 13 de Septiembre de 1804. Torrijos siguió con sus estudios en la academia de Ingenieros de Alcalá de Henares. Aquí fue donde Torrijos, iniciado ya en los elementos del arte de la guerra, acabó de adquirir los conocimientos necesarios para formar un buen guerrero.

En 1808 (habiendo muerto ya muerto su padre y terminado sus estudios) estalla la Guerra de la Independencia, guerra en la que participó combatiendo en distintos lugares de la geografía española. En 1810, a sus diecinueve años, alcanza el grado de teniente coronel. Fue prisionero de los franceses y llevado a Francia para ser juzgado, pero escapa y vuelve a combatir en la guerra. Participó en la Batalla de Vitoria, que dio lugar al final de la guerra.

Torrijos terminó la guerra con el grado de general de brigada. En 1813 contrajo matrimonio con Luisa Carlota Sáenz de Viniegra.

La Nación española derrotó a los franceses gracias a los esfuerzos y sacrificios del pueblo llano que se sumó a la lucha. Esa participación masiva del pueblo no había sido prevista por el guerrero político del siglo, Napoleón, que se vio sorprendido y humillado. El pueblo español manifestó un heroísmo que se creía apagado y, expulsando a los franceses de su territorio, se aseguró su independencia.

Pero a la vuelta del rey Fernando VII, éste volvió al absolutismo y surgieron enfrentamientos entre liberales y absolutistas. Torrijos, perteneciente al bando liberal, se unió a los conspiradores que luchaban por la reinstauración de la Constitución liberal de Cádiz, lo que provocó que fuese detenido y encarcelado en 1817. Estuvo en prisión hasta que la revolución liberal de 1820 le liberó.

En 1823 fue nombrado Ministro de la Guerra, pero la invasión de las tropas francesas y la caída del régimen liberal le impidieron hacerse cargo del ministerio.

Se exilió primero en Francia, y finalmente en Inglaterra, en 1824, donde vivió durante varios años retirado de la política, pero en 1827 comenzó a conspirar de nuevo contra el régimen absolutista de Fernando VII, poniéndose al frente de los liberales españoles exiliados en dicho país.

En Inglaterra trabó amistad con John Sterling, un conocido hacendado que le presentará a Robert Boyd, ex-oficial del ejército inglés en la India y que había combatido en la guerra de la independencia griega. Boyd, un romántico como Torrijos, se comprometió a ayudarle con su persona y su fortuna para recuperar la libertad en España.

Apoyado por los llamados "Apóstoles de Cambridge", sociedad radical de liberales españoles exilados en Inglaterra, y comisionado por la "Junta directiva del Alzamiento en

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España", llegó a Gibraltar en septiembre de 1830, desembarcando en la Roca el día 9. Allí se reunió con antiguos colaboradores como el ex-presidente de las Cortes, Manuel Flores Calderón, el ex-ministro de la Guerra, Francisco Fernández Golfín, entre otros militares y marinos. Juntos convinieron que los informes sobre un inmediato levantamiento del ejército contra el gobierno absolutista eran exagerados. Pese a ello, intentaron un golpe de mano sobre Algeciras el 24 de octubre, y otro más el 11 de noviembre. Los intentos fracasaron y Torrijos tuvo que esconderse en barcos anclados en el refugio de Gibraltar.

A finales de enero de 1831 se produjo una nueva acción y consiguen tomar La Línea, pero tras este éxito inicial fracasan de nuevo ante Algeciras. Todavía en los últimos días de febrero otra intentona costaría la vida al coronel Manzanares.

Viendo imposible actuar en el Campo de Gibraltar por la extrema vigilancia realista, Torrijos acogió esperanzado las cartas secretas de un amigo "de toda confianza", que, con el apodo de Viriato, le informó de que el mejor lugar para desembarcar era Vélez Málaga. También le dijo que, con su presencia, las tropas de Málaga primero, y luego las de toda Andalucía, se rebelarían contra el rey Fernando VII. Pero en realidad se trataba de un plan urdido por un antiguo compañero de armas, el ahora gobernador de Málaga Salvador González Moreno, quien parece que era "Viriato", y que aprovechando la impaciencia de Torrijos había planeado su captura.

El 30 de noviembre de 1831 partieron de Gibraltar en varias barcazas, pero pronto vieron que habían sido engañados, ya que a la altura del cabo de Calaburras, el buque Neptuno esperaba su barco, por lo que tuvieron que desembarcar en Fuengirola y huir hacia el interior. Primero llegaron a Mijas, donde las milicias armadas les recibieron a balazos. Entonces cruzaron la sierra y llegaron a Alhaurín de la Torre, donde tuvieron el mismo recibimiento. Perseguidos por infantería de línea se refugiaron en la alquería del Conde de Mollina, en un caserío con una antigua torre árabe junto al viejo camino a Cártama. Allí fueron sitiados.

Tras su muerte, José de Espronceda escribió este soneto, en honor a Torrijos:

A la muerte de Torrijos y sus compañeros

Helos allí: junto a la mar bravíacadáveres están ¡ay! los que fueron honra del libre, y con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía Ansia de patria y libertad henchía sus nobles pechos que jamás temieron, y las costas de Málaga los vieron cual sol de gloria en desdichado día. Españoles, llorad; mas vuestro llanto lágrimas de dolor y sangre sean, sangre que ahogue a siervos y opresores, y los viles tiranos con espanto siempre delante amenazando veanalzarse sus espectros vengadores.

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EL SUEÑO REVOLUCIONARIO ANARQUISTA

DIARIO DE UN ANARQUISTA

LA VENGANZA DEL LICEO

contada por el vengador

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Nuria Alaña

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Sembrar el terror, sembrar el espanto. No pretendía matar a unas personas determinadas, me era indiferente, mi único objetivo era terminar con esa burguesía adinerada, lujosa, francamente despreciable. Creían poseerlo todo con su dinero y yo les demostré cómo, en décimas de segundo, se convirtieron en nada.

Llevo un tiempo aquí, las cosas no son fáciles. Día tras día me dedico a purificar mi alma, tal vez la religión sea mi único medio para escapar de este infierno. No me sirven de nada las visitas del padre Nicolás, ni tampoco sus enseñanzas. No consigo engañar a nadie a mí alrededor para que me ayude a salir, aunque las estampas y crucifijos que adornan mi cama hacen algo más creíble esta mentira.

Sé que si ellos encuentran estos escritos no dudarán en destruirlos, igual que en poco tiempo harán conmigo, pero aún así trataré de contarles cómo sucedió todo. No se extrañen si omito determinados nombres, pues no quisiera inculpar a nadie. Únicamente deben saber que me llamo Santiago Salvador Franch, que toda mi admiración recae sobre mi buen amigo Paulino Pallás, ejecutado no hace demasiado, y que ésta es mi historia.

Durante mi infancia vivía humildemente con mis padres en Castelserás, un pueblo de Teruel. Siempre me obligaban a trabajar con ellos en el campo, nunca llegué a recibir una educación. Me pasaba los días en la finca con mi padre, las jornadas eran muy duras y obteníamos muy poco. Al anochecer regresábamos a casa, el camino de vuelta se hacía realmente costoso, y con él aún más, porque me hacía cargar con los cestos y las herramientas y se dedicaba a repetirme que los campesinos tenían que emplear su vida únicamente en trabajar, que no debían opinar sobre nada, sólo nacer y morir en el campo, sin dar ningún problema. Diez años, a todas horas oyendo lo mismo, ya no podía soportarlo más. Cierto día me desperté con las ideas claras, ya estaba harto de escucharle y tener que asentir siempre, de trabajar continuamente y no recibir apenas nada, de no poder saber qué era el mundo con trece años porque decía que nosotros no teníamos ni voz ni voto. Me dirigí a su dormitorio a altas horas de la noche, abrí el tercer cajón de su mesilla caoba y saqué un viejo revólver. Lo sostuve entre mis manos, durante un rato titubeé, una lágrima caía sobre mi rostro, me veía incapaz, pero, motivado por la furia, la ira, la rabia, finalmente me acerqué a su cama y apunté a su frente. Dormía profundamente. Mi dedo índice estaba ya preparado para apretar el gatillo y, cuando, sin pensar, lo hice, sonó un “clic” como si aquel instrumento de un juguete se tratara. Se me olvidó comprobar si la pistola estaba cargada…... En cuestión de segundos mi padre despertó confuso, me observó con una mirada penetrante. Yo inmediatamente salí corriendo de la habitación, cogí un viejo saco, metí algunas cosas que pensé que serían necesarias y, habiendo robado una gran suma de dinero de la cartera de mi madre, huí. No sabía a dónde iría, como sobreviviría, a qué me dedicaría…, pero sabía el por qué de mi huida y con eso me bastaba.

Después de caminar durante toda la noche sin haber dormido nada, comenzaba a amanecer. El sol brillaba más que nunca, era verano, y yo permanecía observándolo sentado sobre una piedra. Es verdad que debería estar angustiado, temeroso e incluso asustado de mí mismo

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por intentar matar a mi propio padre, y lo cierto era que no sentía absolutamente nada, indiferencia. Esa clase de personas no merecían vivir. Ya que no había podido terminar con él, ahora me tocaba demostrarle de lo que era capaz. Quería que dentro de unos años me viese, supiera algo de mí, y pensara qué razón tenía Salvador, él ha llegado a algo y yo sigo rodeado de trigo, de vacas, sigo con mi monótona vida, la misma que hace cincuenta años.

Serían ya las doce cuando, abatido por el cansancio, me dirigí a un campo y me tumbé durante un rato. Me desperté presa del hambre. Tras comer algunas conservas que había metido en mi saco, comencé a hacer planes. Pensé en ir a casa de mi primo Julio, que siempre había sentido cierto rencor hacia mi padre, al fin y al cabo seguro que si le contaba lo ocurrido no dudaría en ofrecerme alimento y vivienda. Me encontraba a pocos kilómetros.

Cuando llegué a su casa llamé a la puerta y lo encontré leyendo el periódico. Recuerdo perfectamente el titular que sostenía en sus manos: "12 de Julio de 1873. El sueño comienza a hacerse realidad", Y en letras algo más pequeñas: "las principales ciudades del país se sublevan y niegan obediencia al poder central que emana de Madrid." Según entré le conté lo ocurrido con mi padre y me dijo que no temiera, que nunca era tarde para aprender. Sin apenas decir nada más, comenzó a explicarme cosas que a mí me fascinaron. Me habló de que muchas ciudades comenzaban a exigir la República en España. Que la más enérgica de todas era Cartagena, que habían creado hasta su propia moneda “fuera de España”. Que demandaban un autogobierno. Yo desconocía prácticamente el significado de todas aquellas palabras, pero poco a poco mi ignorancia se iría esfumando.

Hacía ya un año que me hospedaba en casa de mi primo. Él trabajaba como tabernero y recibía el suficiente dinero para mantenerme. Yo de vez en cuando le ayudaba o me encargaba de la casa si es que así podía llamarse... Dormíamos en la misma habitación, sobre un viejo colchón que provocaba horribles dolores de espalda. El agua corriente tenía un tono amarillento algo desagradable, las paredes tenían enormes huecos por donde entraba el frío y las goteras eran incontables. Pero no me quejaba, me encantaba el ambiente que se respiraba con él. Todas las noches me contaba las noticias del día o me leía algún artículo del periódico. Siempre hablaba de Mijaíl Bakunin, de la Primera Internacional, de obreros, de burgueses, de destrucción del Estado, de propaganda por el hecho...…; hablaba del anarquismo.

En 1878, por mi decimosexto cumpleaños, Julio me regaló un sobre que contenía una gran suma de dinero y una carta. Decía así:

“"Querido Julio ¿Cómo va todo? Estoy al corriente de que vives con tu primo. Por aquí sin ti las cosas no son iguales… Como ya sabes, lo del Congreso de Barcelona mejoró algo las cosas, ahora tenemos a más gente unida pero el miedo les puede. Yo tengo algo entre manos pero no creo que este sea el mejor modo de darte explicaciones. Por eso, te ruego que vengas a Barcelona. Tengo un trabajo como tabernero para ofrecerte, no te faltará vivienda o comida y tu presencia me será de gran ayuda. No lo olvides, tú y yo, como en los viejos tiempos”.

Con mis mejores deseos. Joan Pallás.

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Quería que yo fuese a Barcelona con su amigo pero él no pretendía acompañarme. Decía que le quedaba ya poco de vida y había de disfrutarla en paz y tranquilidad. Estar con Pallás era sinónimo de vivir al límite. Tras darle muchas vueltas, decidí emprender mi viaje. A los pocos días me encontraba en el tren camino de la cuidad donde me esperarían numerosos acontecimientos, más de los que hubiera podido imaginar. Al llegar a la estación vi a un hombre de edad avanzada con expresión de preocupación que permanecía sentado en un banco mirando ansiosamente su reloj. Me acerqué a él y le dije: -Orsini. Él me miró y me tendió la mano. -¿Dónde se encuentra tu primo? exclamó. –No va a venir, necesita vivir tranquilo. Dice que te escribirá lo antes que pueda. Frunció el ceño y con una mueca de fastidio dijo que me apresurara, que no había tiempo que perder.

Caminamos durante algo más de una hora, yo intentaba sacar algún tema de conversación pero el hombre en cuestión sólo articulaba monosílabos. Desistí. Finalmente llegamos a una bonita casa. En la entrada principal aparecía una inscripción donde se podía leer: "residencia de los Pallás". Según entré, me invitaron a comer en un espacioso y lujoso salón. Como era de esperar el tema de conversación estaba servido: el primer intento de República española. El fracaso de la monarquía democrática había dejado camino libre a los republicanos. Surgieron numerosas revueltas federalistas las cuales el gobierno no podía controlar. En Mayo de 1873 se celebraron unas elecciones en las que triunfaron los federalistas. Se comenzó a redactar una Constitución de carácter federalista según la cual España quedaría divida en 17 estados federales, pero no llegó a aprobarse. En esta situación de descentralización surgió el cantonalismo, eso de lo que había hablado hace tiempo mi primo Julio. El objetivo del cantonalismo era establecer una serie de ciudades o confederaciones de ciudades independientes. Esta República fue recibida con entusiasmo en Cataluña, donde se formaron juntas revolucionarias, además era el lugar donde había triunfado notablemente el conocido movimiento obrero. Yo opinaba lo mismo que el hijo de Joan, Paulino, que no debía formarse ninguna entidad política de varios estados, ni siquiera ciudades independientes, pues… ¿para qué servía el poder público? ¿Acaso no era una autoridad que se encontraba por encima del individuo? Es más, ¿acaso no se encargaba de controlar continuamente a éste? Lo único que necesitábamos era terminar con el Estado, sí, la destrucción del Estado para estar, en palabras de Proudhon: “"sin amo ni soberano".

Pasaban los días en casa de lo Pallás sin ningún altercado notable. Poco a poco fui entablando una fuerte amistad con Paulino, con quien compartía muchas ideas y pensamientos. De vez en cuando acudíamos juntos a reuniones anarquistas realmente fascinantes. Allí, junto a jóvenes de nuestra edad y a gente más experta, tratábamos diversos temas. Comentábamos la llegada al poder de Nicolás Salmerón, quien, ante la situación del cantonalismo, había recurrido al ejército para atacar duramente. También, y con mucho más interés por mi parte, tratábamos las sublevaciones anarquistas en Andalucía. Yo admiraba a esa gente que, con mis mismas ideas, se sublevaba en pos de la revolución, que era capaz de mover masas, de gritar, de matar, de sacrificar hasta su propia vida por aquello en lo que creían; porque sabían a la perfección que su muerte no sería en vano, que después existirían personas que les honrarían.

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Años atrás había existido una organización anarquista en Andalucía, conocida como la Mano Negra. Las fuerzas de seguridad del Estado, cómo no, habían llevado a cabo durísimas represalias contra ellos acusándoles de crímenes todavía por demostrar. Pero qué fácil acusar a los anarquistas de este tipo de cosas, qué fácil deteriorar nuestra imagen ante todo el mundo y hacernos quedar como unos locos o unos asesinos, qué fácil piensan callarnos y qué difícil lo tendrán. En enero del año pasado en Jerez de la Frontera se llevó a cabo una insurrección campesina. Más de cuatro mil campesinos tomaron por asalto esta ciudad al grito de "Viva la anarquía". Con palos y hoces querían vencer a los señores de Jerez que vivían en sus tierras, mientras ellos, que las labraban, apenas podían comer. ¿Y por qué ocurría esto?, ¿es que nadie hacía nada? Sí, se encontraba por ahí la detestable figura de Alfonso XII y su compañía. Tras el fracaso del intento de la primera República, Alfonso XII, con el golpe de Estado del general Martínez Campos, había restaurado la monarquía borbónica. El funcionamiento de la vida política del país se realizaba a través del sistema caciquil, en el que el líder político, llamado cacique, tenía el control sobre los ciudadanos que conformaban la sociedad. En las elecciones los caciques del partido gobernante se encargaban de hacer triunfar a los candidatos propios o de la oposición, recurriendo a amenazas cuando era necesario. Las cortes elegidas mediante estos procedimientos se sometían con facilidad al gobierno y obedecían a los grandes oligarcas, es decir los poderosos, lo que se encargaban de los negocios y poseían tierras. Así pues, ese sistema lo ofrecía todo a las clases dominantes, grandes terratenientes y alta burguesía. ¿Cómo no iban a salir a rebelarse los campesinos con palos y hoces? ¡Con bombas hubiese ido yo si hiciera falta!

Cierto día, el 20 de septiembre de 1893, si no recuerdo mal, mi ya buen amigo me contó cada detalle de su plan. Yo me sentí extremadamente inservible… había organizado todo sin contar conmigo pero aún así deseaba conocer su estrategia e incluso, si se podía, participar en ella. Había pensado atentar contra al conocido general Martínez Campos en el desfile militar que se celebraría el próximo 24 de septiembre. No podía creerlo, era increíble la mente gestada en esa persona, su capacidad para llevar a cabo minuciosamente todo aquello hacia lo que sentía rechazo. Deseaba ayudarle y acudir con él mas este se negó. Tras una larga y ansiosa espera, el día llegó. Él, listo para la acción, cogió sus dos bombas Orsini. El funcionamiento de éstas era sencillo, lo realmente difícil era conseguirlas. Eran de forma cilíndrica, estaban formadas por dos cuerpos atornillados. Al lanzarlas la parte inferior debía colisionar contra el suelo para que las veinticinco chimeneas, cebadas con cápsulas de fulminato de mercurio, explotaran. Los 135 gramos de explosivo con las que iban cargadas destrozaban el envoltorio de fundición provocando un gran número de fragmentos y daños.

Paulino, tras darme una palmadita en la espalda, abrió la puerta y salió. Yo, ingenuo de mí, que creía que volvería a verle, que jamás sospeché la desgracia en la que todo se convertiría, me senté a leer un viejo libro.

Habían pasado ya doce días y no recibí ninguna noticia de mi amigo. Sería la confianza que tenía que él la que me hacía estar completamente seguro de que había huido para evitar sospechas y no tardaría en regresar y exclamar con su corte de voz gracioso: “¿Qué hay de nuevo Santi?”. Y toda mi esperanza murió, y todo en lo que creía se desvaneció, y finalmente

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advertí que los finales felices no son más que obra de los cuentos de niños. Sostenía en mis manos el periódico del día, mientras leía la noticia… “El 24 de Septiembre, el general Martínez Campos había dispuesto un desfile militar en la Gran Vía de Barcelona. Paulino Pallás lanzó dos bombas Orsini contra las patas del caballo y el lateral del carro del capitán general al grito de "Viva la Anarquía", causándole heridas leves a él y a los generales Castellví y Clemente y matando al guardia civil Jaime Tous; además quedaron una decena de heridos. Hoy, 6 de octubre, el mismo anarquista ha sido ejecutado por un pelotón de fusilamiento”.

Vacío. Sólo sentía vacío. Una sensación indescriptible. Y esa vaga idea que estremecía cada milímetro de mi ser, que reclamaba…¡venganza! Lo que comenzó sin ser algo importante, terminó por ser la idea que daría sentido a mis días. En cosa de un mes todo estaba listo. Era lo mejor que podía habérseme ocurrido realmente admirable, realmente propio de él, pues de eso se trataba…

El 7 de noviembre de 1893 tenía lugar en el Gran Teatro del Liceo la inauguración de la temporada de ópera. Todo estaba preparado para la representación de Guillermo Tell de Rosini. El Liceo, lujoso escaparate de la ostentación de las grandes familias barcelonesas, era mi objetivo.

Aquel día llevaba dos bombas Orsini, similares a las que utilizó Pallás, en la faja, bajo la blusa, y para disimular más me eché encima una bufanda extendida aprovechando que estaba lloviendo copiosamente. Me situé en el pasillo de la galería del quinto piso del Liceo, a la espera de ejecutar el atentado. A las 22:15, cuando la soprano italiana, Virginia Dameri estaba finalizando el segundo acto de Guillermo Tell, y la gente aplaudía efusivamente, lancé la primera bomba. Una tremenda explosión hizo temblar toda la sala, el patio de butacas quedó lleno de humo, astillas y sangre de los cuerpos mutilados. La bomba había estallado en las filas 13 y 14, ocasionando 22 muertos y 35 heridos. Después lancé la segunda bomba pero no estalló, posiblemente porque calló sobre las faldas de una señora y después la bomba rodó por el suelo del Liceo sin explotar.

Salí del Liceo entre tanto estruendo y me marché a casa de primo Julio. Había acertado en mi objetivo y mi bomba había explotado entre lo más selecto de la burguesía barcelonesa. Sin embargo, sin pasar demasiado tiempo me vi totalmente acorralado. El 1 de enero de 1894 llegó la policía a casa de Julio. Cuando llegaron grité como todo anarquista hubiese hecho: "soy anarquista, mueran los burgueses, viva la anarquía" y acto seguido cogí una pistola e intenté quitarme la vida. La pistola, de nuevo, no contenía balas. La siguiente estrategia también fracasó, saqué un botecito de veneno que llevaba siempre por si acaso… y lo tomé. Desafortunadamente, seguí con vida tras ir al hospital de Zaragoza.

Finalmente, aquí estoy, en la cárcel de Barcelona. Mañana será el día de mi ejecución. No sé qué decir. Todo queda aquí plasmado. Si alguien consigue leerlo y muestra sorpresa le diría que sí, que soy un asesino y lo sé, y él también podrá darse cuenta. Adoro la violencia, amo el sufrimiento de mis enemigos. Para mí, lo más reconfortante es tener de frente una mirada de horror, una expresión de auténtico pavor; de esas que dicen he muerto por ser burgués, por haber sido tu verdugo, tu ángel vengador.

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Usen cualquier medio para llegar al fin que se propongan. Defienda todo aquello en lo creen hasta el último suspiro de su vida. Si algo tengo claro es que esta misma tarde, cuando vaya a morir ante todos, mi muerte no será en vano; si algo tengo claro es que hasta que mi corte de voz expire, mi boca pronunciará tantas veces como pueda: ¡VIVA LA ANARQUIA!

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EL SUEÑO REVOLUCIONARIO ANARQUISTA

LA “EJECUCIÓN” DE CÁNOVAS

contada por su verdugo

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Daniel Solís

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Me llamo Angiolillo Michelle. Nací en Foggia, Italia, hace veintisiete años. Vengo de una familia numerosa y humilde; mientras que mi padre trabajaba de sastre, mi madre cuidaba de nosotros. Pronto me licencié en periodismo y allí fui adquiriendo mis ideales políticos: el anarquismo. Fui adquiriendo estos ideales al poder leer a Bakunin, que decía que la tierra era para quien la trabajaba y se oponía al capitalismo. También tuvo gran influencia en mí Errico Malatesta, gran seguidor de los ideales de Bakunin, con quien tuve la suerte de coincidir en ciertas ocasiones. Además, otra de las causas de mi interés por el anarquismo se debió a que la fábrica donde trabajaba mi padre fue perdiendo importancia, debido a las grandes fábricas que empezaron a surgir. Hablamos de los grandes capitalistas y del daño que hacían a los artesanos de toda la vida, lo que hizo pasar a mi familia ciertos apuros de carácter económico.

Debido a mis escritos fui echado de Italia y embarqué para Francia, donde fui detenido por tener escritos políticos. Más tarde fui detenido en Suiza por tener documentos falsificados. Estos hechos no deben sorprenderos, fueron problemas menores comparados con el problema que me ha traído al lugar donde estoy ahora y desde donde escribo. Estoy en la cárcel esperando la muerte. Hace poco he sido detenido por la justicia española y he sido condenado a morir por garrote vil. Mientras espero la muerte quiero aprovechar el tiempo que me queda para contaros historia.

Llegué a España a través de unos documentos falsos que me entregó el cubano Betances. Era el año 1896, es decir hace menos de un año. En España me encontré con un país los caciques, donde los pequeños campesinos cada vez eran más pobres mientras que los ricos cada vez eran más ricos. El gobierno y la policía reprimían a todos los que protestaban y querían cambiar las cosas. Los más perseguidos eran los anarquistas; les tenían miedo porque no luchaban por un cambio cualquiera, luchaban por una revolución. Como un anarquista había lanzado una bomba en la procesión del Corpus, la policía encarceló nada más y nada menos que a cuatrocientos anarquistas revolucionarios en la fortaleza de Montjuic, acusándoles a todos del atentado.

Yo asistía a numerosas charlas en las que hablaba gente muy influyente para mí, como Errico Malatesta o Betances. En una de esas charlas, Betances sugirió vengarse por lo ocurrido en Montjuic. Fuimos muchos los que decidimos presentarnos para llevar a cabo la venganza, pero definitivamente me lo encargaron a mí. Yo quería matar a un miembro de la familia real, más concretamente a la reina, pero el Doctor Betances me sugirió una idea que tendría mayor repercusión, matar al presidente del gobierno.

Pronto me enteré de que Cánovas estaba descansando con su mujer en un balneario. Yo estaba como corresponsal de un periódico italiano por lo que nadie desconfiaba de mí. Tuve la ocasión de matarle en la iglesia donde estuve junto a él. Mis compañeros me preguntaron enfadados que por qué no lo había matado, que no había mejor momento que ése; yo les conteste que Cánovas estaba en ese momento con su mujer, y ella no tenia porque sufrir la venganza, así que dejé pasar la oportunidad. Pero yo sabía que

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habría más, estaba convencido. Más tarde Canovas del Castillo regresó al balneario y estuvo un largo tiempo leyendo el periódico; era mi oportunidad, ya que estaba él solo. Yo solo pensaba en matarle, nunca pensé en cómo escaparía, de haberlo hecho a lo mejor ahora no estaba aquí contando esta historia. En cuanto me di cuenta de la situación fui a mi habitación, cogí mi pistola y le descerrajé de tres disparos.

Lo único que recuerdo desde entonces es que intentó huir gritando: “¡soy anarquista, he matado al presidente!”. Me detuvo un guardia civil y me llevaron a prisión; luego me juzgaron y sentenciaron a toda prisa. Ahora sólo me queda ser ejecutado.

A pesar de mi ejecución no estoy triste, sino feliz por haber hecho lo que me propusieron: He vengado la muerte de mis amigos catalanes y lo volvería a hacer sin dudarlo.

Pero no penséis que solo actué por venganza. Hubo más causas que me incitaron a realizar el asesinato, como por ejemplo historias que me contaban otros anarquistas pertenecientes al movimiento obrero, que me enseñaban sus grandes cicatrices y me contaban las injusticias que había en España. Era el caso de Oller y Gana, que nos contaban a mí y al resto de anarquistas que esas heridas se debían a la fuerte represión burguesa, lo que me encolerizaba. Yo todavía me sigo preguntado si haber matado a Canovas habrá servido de algo, e incluso pienso que hubiera sido mejor matar a la reina. Pero qué importa ahora, aquí estoy a punto de morir y escribo esta carta para que todo el mundo se acuerde de mí.

Sí, ¡yo maté a Cánovas del Castillo!, ¡que viva el anarquismo!

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Esta es la historia de la muerte de Cánovas del Castillo, uno de los asesinatos más sonados de la historia de España. Esta historia me la he encontrado en el cajón de la mesilla de mi abuela; según ella esta carta ha pasado de generación en generación y ahora me llega a mí. Al parecer, después de preguntar e investigar, llego a la conclusión de que soy descendiente de Angiolillo Michelle. Ahora tengo muchas dudas de qué hacer con la carta y me hago miles de preguntas, la que más ronda en mi cabeza es si soy familia de un asesino o, por el contrario, de alguien que mató a un opresor. No tengo una respuesta clara; lo único que sé es que mi familia forma parte de la historia de España, cosa que, en cierto modo, es un privilegio. El asesinato de Cánovas no fue el primero; sucedió después del de otro presidente del gobierno llamado Prim, que fue asesinado en 1870 por tres catalanes. Pero todavía habría más; después de Cánovas del Castillo le tocó el turno a Canalejas, que fue asesinado por Manuel Pardiñas. Así que el asesinato de Cánovas fue uno más de tantos que hubo por la misma causa, por el sueño revolucionario del anarquismo.

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Aclaraciones sobre el asesinado:

Cánovas del Castillo nació en Málaga (Andalucía, España) en 1828. Desde temprana edad se destacó en Madrid como historiador, literato y político. Fue electo diputado a Cortes en todas las legislaturas desde 1954 a 1892; fue, además, fundador del Partido Conservador. También fue promotor de la restauración borbónica en la figura de Alfonso XII en 1874, el hijo de la Reina Isabel II, que estaba exiliada en París desde 1868. La Restauración se hizo tras el fracaso de la Primera República y con las siguientes exigencias: “el reconocimiento del sistema parlamentario, el gobierno civil de la monarquía; reconocimiento de la constitución de 1876”. Fue el instaurador, junto con Sagasta, del Pacto del Prado, del turno de los dos partidos, conservador y liberal, en el gobierno, a la inglesa. Fue seis veces presidente del Consejo de Gobierno.

Como historiador escribió Historia de la decadencia de España desde Felipe II hasta la muerte de Carlos II (1854) y el Bosquejo histórico de la Casa de Austria (1869). Fue miembro de la Academia de Historia, de la Lengua y Ciencias Políticas. Desde el 23 de mayo de 1895 hasta su muerte presidió la jefatura del gobierno español. Como en su tiempo, todavía hoy se le sigue considerando el estadista más destacado e influyente de todo el siglo decimonónico español.

Su asesino, el italiano Michele Angiolillo, de 27 años, era muy conocido en los círculos anarquistas de su país. Salió de Italia con intención de asesinar a la reina-regente, María Cristina de Habsburgo, y a su hijo, el futuro Alfonso XIII, para vengar la ejecución reciente en Barcelona de varios anarquistas. Pasó primero por París donde se entrevistó con el Delegado de la Junta Cubana, Dr. Ramón Betances, puertorriqueño independentista unido a los cubanos. Al comunicarle al Dr. Betances sus intenciones, aprovechó la ocasión para pedirle dinero. Y éste entonces lo convenció de que con la muerte de doña Cristina y su hijo nada se ganaría; que Cánovas era el enemigo del pueblo cubano y de su libertad, y era el mayor obstáculo para lograrla. Y con esa intención y plan salió Angiolillo para España.

Después de rematar a Cánovas con tres tiros de revólver, aprovechando que en el balneario no tenía escolta, cosa incomprensible, y que estaba sentado en un banquillo de un corredor del hotel leyendo un periódico, fue apresado. Confesó en los interrogatorios ''haber recibido en París 500 francos en un sobre sin remitente''. El mismo Betances ''confesó antes de morir que él y el director de L'intransigeant le habían enviado el dinero''. Angiolillo fue ajusticiado con la pena de garrote vil en la cárcel de Vergara, Guipúzcua, el 20 de agosto de 1897,

Algunos textos anarquistas de Bakunin y Malatesta

“Hasta en las democracias más puras, como los Estados Unidos y Suiza, una minoría privilegiada detenta el poder contra la mayoría esclavizada.” Bakunin

“Ejercer el poder corrompe. Someterse a él degrada”. Bakunin

“Anarquista es, por definición, aquél que no quiere estar oprimido y no quiere ser opresor; aquél que quiere el máximo bienestar, la máxima libertad, el máximo desarrollo posible para todos los seres humanos.” Malatesta.

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“La base fundamental del método anarquista es la libertad, y por lo tanto, luchamos y lucharemos contra todo lo que viole la libertad (libertad igual para todos), cualquiera sea el régimen dominante: monarquía, república u otros.” Malatesta.

Frases célebres de Cánovas del Castillo:

“La libertad, sin una autoridad fuerte e incólume, no es libertad al cabo de poco tiempo, sino anarquía.”

“En política, lo que no es posible es falso”

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EL SUEÑO REVOLUCIONARIO ANARQUISTA

LA TRAGEDIA DE

FERRER i GUARDIA

contada por su sobrina

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Christel Gaspar

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El viernes pasado me tocó recoger a mi sobrina India de diez años del cole, iba a quedarse ese fin de semana en mi casa porque mi hermana y su marido tenían una reunión importante de trabajo en Madrid.

Cuando aparqué el coche en la puerta del cole vi a un corrillo de madres y padres que hablaban agitadamente. Decidí esperar sentada en el coche a que saliera India, para irnos cuanto antes y evitar esa situación violenta.

Cinco minutos después, mi sobrina me golpeó en el cristal para que quitara el seguro y pudiera abrir la puerta. Yo me apeé del coche y la di un beso, ya que, por motivos de trabajo, hacía mucho tiempo que no la veía.

La invité a merendar a una crepería que habían abierto hacía poco cerca de mi casa, y allí comimos y charlamos durante largo rato.

Me contó que tenía que hacer ‘’un rollo de trabajo’’ para el viernes siguiente. Sin saber cuál era el tema de su proyecto, la ofrecí mi ayuda inmediatamente, pues mi profesión está bastante relacionada, yo soy periodista y trabajo para un periódico nacional.

India, emocionada por mi ofrecimiento, se lanzó a contarme de qué trataba su tarea y al escucharlo, sin poder disimular, se me iluminó la cara de sorpresa y felicidad.

Obviamente mi sobrina me lo notó y me preguntó qué me pasaba. La contesté que a ella también la iba a alegrar muchísimo y que iba a ser uno de los trabajos más interesantes de toda su vida porque iba a investigar sobre la vida de su tío abuelo Francisco.

Al escucharme hablar así se quedó algo perpleja y empezó a bombardearme a preguntas; entonces decidí sonsacarla sus apellidos, para que se diera cuenta por sí sola de que íbamos a hablar de mi tío, hermano de mi padre, tío abuelo de India.

India fue diciendo sus apellidos: Monteiro, Cuesta, ¡Ferrer!..... Sin yo decirle nada rápidamente cayó en la cuenta por sí sola.

En ese momento a ella también se la iluminó la cara; la pequeña India no se había dado cuenta de su parentesco, para nada había asociado a Francisco Ferrer con nuestra familia. Era lógico que no supiera nada de mi tío Francisco, porque obviamente no le podía conocer; falleció a principios del siglo pasado, en el año 1909. Murió en una España muy conservadora, aunque hiciera mucho que había muerto el absolutista Fernando VII. A pesar del tiempo pasado, España seguía dirigido por los más poderosos; costaba mucho avanzar hacia el Liberalismo. Si hubiera avanzado más, entonces mi tío quizá no habría muerto tan pronto.

La pequeña estaba atónita, no podía creerse que fuera a investigar sobre un familiar, desconocido para ella, y también para mí, porque yo tampoco le conocí debido a su temprana muerte.

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Empecé a contarle un poco de la vida de Francisco, para que por lo menos se situara y no estuviera tan perdida como estaba…

Francisco nació en enero de 1859 en Barcelona, fue el tercero de catorce hermanos, el abuelito es el pequeño. Pertenecían a una familia católica y monárquica de payeses acomodados. Desde chiquito, el tío Francisco, fue bastante revolucionario. A los trece años denunció al sacerdote de su pueblo de intromisión familiar, y mis abuelos decidieron enviarlo como castigo a trabajar como aprendiz en un comercio de harinas en la misma Barcelona, cuyo dueño le inscribió en clases nocturnas y le inició en los ideales republicanos.

Durante la Primera República, el tío Francisco participó en experiencias de educación popular. Durante los años siguientes conoció las doctrinas de los internacionalistas en los círculos obreros más anticlericales.

El tío Francisco trabajó como revisor en la compañía de ferrocarriles, que le permitía el contacto entre los revolucionarios españoles y el exiliado presidente del gobierno republicano Ruiz Zorrilla, de cuyo partido era militante.

En París, el tío Francisco subsistió dando clases de español, siendo comerciante de vinos y como secretario sin sueldo de Ruiz Zorrilla, el republicano del que te hablé antes, India. En este país también descubrió su vocación pedagógica y desarrolló una brillante carrera al frente de la escuela laica que él mismo había fundado. India, el tío Francisco fue un hombre muy valiente, que consiguió un gran prestigio internacional como pedagogo librepensador, pero al contrario del abuelito y de sus hermanos, el tío Francisco era un claro enemigo de la enseñanza religiosa. Con esos ideales en la cabeza participó en el Congreso Librepensador de Madrid.

Como ya te he dicho, el tío Francisco fue un hombre muy peculiar en varios aspectos de su vida, y tuvo una vida amorosa muy agitada. Se separó de su mujer y, seis años después contrajo matrimonio con otra mujer que se llamaba L. Bonnard.

Poco a poco iba madurando en sus ideas de educación anarquista y en el proyecto de la Escuela Moderna. Para ponerlos en práctica, el tío Francisco regresó a España. También profundizaba en las ideas anarquistas y compensadoras, leyendo a pensadores como Redes, Malato y Kropotkin.

En ese momento decidí hacer una pausa y preguntarle a mi sobrina si estaba perdida o continuaba con la historia del tío. India me respondió emocionada que la época del tío Francisco ya la había estudiado en el cole, por lo que sabía perfectamente quiénes eran estos anarquistas. Me pidió que continuara con su historia, porque la había dejado con la intriga.

Decidí entonces no alargarme demasiado con su biografía, para que la niña asimilara bien y con ilusión lo que me había escuchado, y así no empezara a aburrirse.

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Acabé explicándola que el tío, tras recibir una cuantiosa herencia de una anciana a la que había impartido clases de español, regresó a Barcelona, pero no con su familia, sino que, se instaló en otro lugar y creó la Escuela Moderna.

Hasta 1909 la Escuela Moderna fue clausurada repetidas veces y sufrió la persecución de los sectores políticos y religiosos más conservadores de Barcelona.

El tío Francisco, al no poder reabrir la EM, se trasladó a Francia y a Bélgica, donde fundó la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia. Esta labor la continuó en París con la edición del boletín de la EM y editó a revista de la Liga de l’Ecole Renové en Bruselas.

Y como ya te había dicho antes, India, el tío no tenía creencias religiosas. Por esa razón, al fundar la Escuela Moderna de carácter laico aumentó su enemistad con la Iglesia Católica.

Pocos años después Ferrer volvió a Barcelona, donde vivió tranquilo poco tiempo. Al poco volvió a ser detenido y acusado de ser el instigador de la rebelión obrera y popular de la ‘Semana Trágica’.

En ese punto me detuve. India se mostró muy inquieta y me pidió que continuara. Pero yo le dije entonces que lo que faltaba debía buscarlo por sí misma. Si no, no sería una investigación.

Antes le pregunté si había cambiado de opinión o seguía pensando que era un ‘’rollo de trabajo’’. La niña me dedicó una sonrisa tímida, porque la historia del tío Ferrer la estaba causando una fuerte impresión y debió intuir que la historia acabaría trágicamente. India asumió que se había confundido y que ahora pensaba que iba a ser el mejor trabajo del curso, sobre todo porque el tío Ferrer “se lo merecía”. Me dijo con palabras textuales: ‘’Tía Enola, no solo será un buen trabajo, ante todo es un trabajo que se merece el tío Ferrer”, ‘’muchísimas gracias por ayudarme’’.

Ahora que India ya sabía algo de la trágica historia de su tío abuelo Francisco Ferrer, pero faltaba el final, pensé que le sería útil hacer una lista de los hechos más importantes. Para eso la expliqué en qué consistía hacer una cronología histórica de acontecimientos.

Cambié la táctica del trabajo y dejé de hablar; saqué el i-pad sobre la mesa y la expliqué cómo íbamos a continuar. Le dije que, para que empezara ya a tener algo escrito y elaborado, íbamos a hacer una especie de tabla en la que se reflejasen los años más significativos del tío Francisco. Nos ayudaríamos de Internet.

Le dí el i-pad a la niña y empezamos a indagar en miles de páginas sobre el tío Francisco. La expliqué que, cuando se obtiene información de Internet, hay que indicar la fuente o página de donde la has obtenido, para que pueda comprobarse fácilmente su certeza.

La niña me escuchaba con unos ojos como platos, estaba realmente emocionada porque estaba haciendo un trabajo de investigación sobre su ‘’tío desconocido’’ y además, utilizando un i-pad (como hija de su tiempo, a India le fascinaba la tecnología)

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Cogimos unos folios y un BIC azul, y empezamos a hacer nuestra tabla:

1883. Ingresó en la logia masónica Verdad de Barcelona. 1890. Comienza un viaje hacia el anarquismo. 1892. Participó en el Congreso Librepensador de Madrid. (…)

Utilizamos la misma técnica para elaborar la problemática de fondo, los antecedentes:

1873-1900. Surgieron los Primeros Tumultos, seguidos de mucha agitación por parte de los anarquistas.

1886. Apoyó en Sta. Coloma de Fernés 1890. Comienza un viaje hacia el anarquismo(es una filosofía política y social que

llama a la oposición y abolición del Estado entendido como gobierno, y por extensión, de toda autoridad, jerarquía o control social que se imponga al individuo, por considerarlas indeseables, innecesarias y nocivas).

1906. Atentado contra Alfonso XIII, que supuso 23 muertos, de los que el rey su esposa se salvaron.

1907. Las autoridades clausuraron la escuela y se abrió un proceso a Ferrer, que fue detenido y juzgado pero del que quedó en libertad.

1909. Ferrer regresó a Barcelona y fue acusado de haber sido el instigador de la guerra rebelión obrera y popular contra la Guerra de Marruecos.El 9 de octubre de este mismo año, se constituyó el consejo de guerra en la Prisión Modelo de Barcelona para juzgarlo.

Una vez que ya acabamos nuestra tabla, India se puso a investigar sobre el final del tío Francisco. Cuando lo encontró lo escribió en su cuaderno y me lo enseñó:

“El 9 de octubre se constituyó el consejo de guerra en la prisión Modelo de Barcelona para juzgarlo. Primero se le acusó de ir contra la monarquía, el gobierno y la Iglesia. Después fue hallado culpable de ser el autor material del incendio del convento de Premiá y condenado a la pena capital. El juicio se celebró sin garantías procesales y sin pruebas aportadas en su contra, por lo que quedó una indudable sensación de que no se había hecho justicia. Murió fusilado en el foso de Santa Amalia de la prisión del castillo de Montjuïc, el 13 de octubre de 1909. Se negó a que le vendaran los ojos, gritando en el momento de ser fusilado sus últimas palabras, no acabadas porque la fusilería lo acalló: «Soldados, vosotros no tenéis la culpa. Apuntad bien. ¡Viva la Escuela Moderna! Muero inocente y feliz de…». Por supuesto, nunca se demostró que fuese culpable de lo que se le imputaba”

Mientras leía, me di cuenta de que India tenía lágrimas en los ojos.

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LA REPRESIÓN FASCISTA EN

LA GUERRA CIVIL

LORCA

EL ASESINATO DE UN POETA

contado por una enamorada

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Beatriz Cortijo

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Querido Diario:

Después de tantos años compartiendo mi vida contigo, después de haber sido para mí una parte esencial de ella, hoy voy a escribirte por última vez, y lo voy a hacer con una de las tantas cosas que hasta ahora te he ido contando; y, como bien sabes, con la que más ha llenado tus páginas tantos días, meses, años atrás.

Hoy, 18 de Agosto de 1936, en honor al difunto primer y gran amor de mi vida, voy a relatar sus días, con todos aquellos datos que durante unos años compartimos, empezando por el 5 de Junio de 1898, el día que nació, en el municipio de Fuente Vaqueros, Granada. A ser sincera, en el seno de una familia desahogada económicamente para la época, puesto que Federico García Rodríguez, su padre, era hacendado y su mujer, Vicenta Lorca Romero, era maestra (y la que le fomentó el gusto por la literatura). Fue bautizado con el nombre de Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, aunque se le abrevió el nombre a Federico García Lorca. En esa época se ponían de manifiesto las deficiencias del régimen de la Restauración y esto dio lugar a un reformismo político, basado en las ideas regeneracionistas. Poco después, la mayoría de edad del monarca Alfonso XIII (1902) marcó el inició de la segunda etapa de la Restauración.

Desde 1900, con 2 años, Lorca mostró su habilidad para aprender canciones populares. Según he oído, se pasaba el día catándolas, y ya desde muy temprano se le notaba su gran tendencia religiosa. Su salud fue frágil y no empezó a caminar hasta los cuatro años, pero desde entonces no paró quieto un solo momento. Como estudiante dejaba bastante que desear, pero era tal el don que tenía que siempre pudo con ello. Y bueno, eso me favoreció, porque de no haber sido por eso yo nunca le habría llegado a conocer. De niño lo pusieron bajo la tutela del maestro Rodríguez Espinosa, en Almería, ciudad en la que vivió con la familia entre 1906 y 1909, apenas unos tres años. Durante ese periodo, ya llegados al 1910, España estaba en época de elecciones tras la crisis del gobierno conservador de Antonio Maura a causa de la Semana Trágica de Barcelona, que se celebraron mediante sufragio universal masculino. Entonces las mujeres no podíamos votar. El jefe de gobierno de entonces era José Canalejas, que sería asesinado el 12 de noviembre de 1912.

En el verano de 1914, estando al frente del gobierno conservador Eduardo Dato se produjo el estallido de la primera guerra mundial, en la que España declaró la neutralidad. Si no hubiera sido así, habría supuesto un grave impacto en la población de aquella época. Por otro lado, esta guerra nos supuso una extraordinaria oportunidad en lo que a la economía se refería.

Lorca inició el bachillerato de vuelta a Granada, lugar donde se encontraba aún “reciente” la herencia mora y el folclore, y todo ello quedó marcado en su obra poética, donde los romanceros y la épica se mezclan de manera visible. Después de su madre, fue Fernando de los Ríos quien estimuló su talento, primero para el piano antes que para la poesía. En 1917 escribió su primer artículo sobre José Zorrilla, en su aniversario. Por aquel entonces España se vio sumergida en una terrible crisis política acompañada de una gran protesta militar, y seguido de esto una huelga general revolucionaria. Esta crisis, la del 1917, fue

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seguida de una revolución. A decir verdad, todo tenía relación con la crisis que se vivía en Europa por aquellos momentos. Aunque Rusia estaba muy lejos de España, el haber caído el Zarismo en el país hizo que se produjera en apenas unos meses una revolución bolchevique en el nuestro. En ese año se detectaron tres movimientos diferentes, pero relacionados entre sí, que definieron en gran manera el futuro devenir de la realidad española. Estos fueron el Movimiento Militar (juntas de defensa), el Movimiento Político (Asamblea de Parlamentarios) y el Movimiento Social (Huelga General Revolucionaria). Estos fueron los primeros pasos de un profundo malestar social en donde la clase obrera, cada vez más organizada y consciente de sus derechos, se intentaba hacer oír en un país monárquico y dirigido por una clase política conservadora y poderosa.

Mientras tanto, Lorca, con apenas tenía unos 19 años, decidió continuar en su ciudad natal hasta entrar en la facultad de Derecho de Granada 1918, la cual abandonó para instalarse en la Residencia de Estudiantes de Madrid hasta ya llegado el 1928. Fue allí donde le conocí, donde aprendí que hay ciertos sentimientos que solo se sienten por algunas personas. En un principio no me fije en él. Íbamos juntos a clase y recuerdo que un día vino y me dijo con un tono que me sorprendió: buenos días señorita, ¿no nos conocemos? Yo por un momento dudé, hasta que por fin respondí vacilante, no, no… Seguido de eso él me dijo: cierto, no nos conocemos, no formalmente, pero la saludaré como la conociera de antes y yo fuera su amigo Federico. A todo esto yo le contesté desconcertada: sí, sí, encantada, me llamo… bueno, ya sabe usted que me llamo Elisa. De seguido entró el profesor y nosotros tomamos nuestros respectivos asientos. Él se sentaba en el fondo de la clase, lo poco que sabía de él es que iba muy a lo suyo, que no era de mucho relacionarse. En cuanto a mí, puesto que mi concentración era más bien nula, estaba sentada en primera fila.

Querido Diario, me acuerdo como si fuera hoy, recuerdo que me pasé la clase entera pensando en ese extraño individuo llamado Federico. Cuando me dispuse a salir, pues el timbre ya había sonado, él pasó por delante de mi mesa, sonrió, y se marchó. Al recoger mis libros divisé una nota encima de uno de ellos. Al abrirla decía;

Querida Elisa;

Puede que no nos hubiéramos presentado anteriormente, pero he de decirte que disimulaba, porque lo cierto es que sí te conozco. Te llamas Elisa María Pérez del Molino y tienes unos 19 años. Tu pelo es negro como una noche sin estrellas y contrasta con tu tez, que es como los primeros copos de nieve del invierno. Tus ojos, mirar tus ojos es como mirar el mar y como todo va unido, tu sonrisa es como uno de esos días de verano en los que el Sol luce. La forma de tu cara es plena armonía y los hoyuelos son los encargados de enmarcar tu gran belleza y tus manos, ¡Ay, tus manos! Son tan finas como la mismísima porcelana y el color de sus uñas siempre va acorde al de tus hermosos labios. Elisa, puede que yo no te conociera, pero algo en mi te conocía desde siempre.

Un saludo, Federico.

De repente todo cambió, todos mis principios, toda mi ética, todo en lo que hasta ahora había creído cambió, se desencajo, se transformó. Y entonces pasó, no me hizo falta más, justo entonces, en ese mismo momento caí loca y perdidamente enamorada de él.

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Durante ese periodo nos hicimos inseparables, pasábamos cada minuto que teníamos el uno con el otro, nos lo dedicábamos todo, vivíamos solo para complacernos; el problema era que él para mí lo era todo y yo para él –lo digo con un rastro de lágrima en los ojos- solo una muy buena amiga. ¿Sabes, Diario? déjame que te llore encima porque nunca pensé que esa palabra pudiera llegar a hacer tanto daño.

Entre medias de esto y un par de años después (1923-30), llegó a España la Dictadura de Primo de Rivera. El 12 de septiembre de 1923, el general Primo se pronunció contra la legalidad constitucional, declaró el estado de guerra y se dirigió al morcara para exigir que el poder pasara a manos de los militares. Alfonso XIII aceptó un directorio militar presidido por este general, quien suspendió el régimen parlamentario constitucional.

Dentro de este paso hacia la dictadura se pretendió controlar a los intelectuales. Todo lo referido al mundo universitario fue controlado férreamente mediante la censura; se fue limitando su libertad hasta tal punto de cerrar universidades.

Este conflicto derivó en numerosas protestas estudiantiles y fue el origen de un gran sindicato, la Federación Universitaria Española, de carácter republicano. Este enfrentamiento de intelectuales con la dictadura estuvo protagonizado por Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez, Menéndez Pindal. De hecho, en 1924 escribieron un manifiesto con más de 100 firmas contra la política cultural. El descontento intelectual y obrero produjo numerosas revueltas y protestas hasta que Primo dimitió en el 30 de enero de 1930.

Durante nuestra estancia en la Universidad nos tocó vivir la llamada España de la Edad de Plata, heredera de la Generación del 98, con una rica vida intelectual, donde los nombres de Francisco Giner de los Ríos, Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno y, poco después, Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset imprimían el sello distintivo de una crítica contra la realidad de España.

En Lorca, o como yo le llamaba, Dico, dejaron una impronta en su fuerte sensibilidad literatos como Lope de Vega, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Manuel Machado, Ramón del Valle-Inclán, Azorín. Una influencia especial tuvo en él el Cancionero popular.

En el primer año de estancia en Madrid, Dico publicó su primer libro, “Impresiones y paisajes”, costeado por su padre, un gran hombre, y al que tuve en esa época el placer de conocer. En 1920 se estrenó en teatro su obra “El maleficio de la mariposa”. Dico y yo lo festejamos a lo grande, sí, aún recuerdo esa noche. En 1921 se publicó “Libro de poemas”, y en 1923 se pusieron en escena las comedias de títeres” La niña que riega la Albahaca” y “El príncipe preguntón”.

En 1927, en Barcelona, expuso su primera muestra pictórica y, como era costumbre, me llevó con él. El tiempo pasó muy rápido, los días, meses, las estaciones nos envolvían, y yo cada día le quería más y más. Todavía albergaba la esperanza de que dejara de ser una de la que apreciaba su compañía y su belleza. Habría dado algo por ser menos bella si él se hubiera decidido a darme su amor.

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En esta época, Dico visitó a los poetas de nuestra generación que permanecían en España, en torno a la Residencia de Estudiantes: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, y sobre todo Buñuel y Dalí, a quien después le dedicó la Oda a Salvador Dalí. Éste, por su parte, pintó los decorados del primer drama del granadino: “Mariana Pineda”. En 1928 publicó la revista literaria Gallo, de la cual salieron solamente dos números.

Pasado un tiempo, unos 10 años desde la primera vez que le vi, tuve que despedirme de él. Nunca había llorado tanto. Recuerdo que me agarró de las manos, me miró a los ojos, y me recito la carta que me había escrito el día que nos “conocimos”. Seguido de eso me dijo que volveríamos a vernos y que viviríamos momentos tan intensos como los que habíamos vivido estos años atrás, que me había convertido en alguien muy importante para él, que pasara el tiempo que pasara jamás me iba a olvidar, que yo le había marcado. Lo que Dico no sabía era que él a mi también pero que no de la misma manera. No podía entender muy bien como podía decirme esas cosas y no caer rendido de amor después en mis brazos; no lo comprendía. No recuerdo muy bien que pasó después, lo único que recuerdo es que se marchó y lo hizo sin asumir que se había convertido en el amor de mi vida. Como era imposible que no notara mi amor, pensé que una fuerza misteriosa le tenía prisionero. Me lamenté profundamente por no haber buscado la forma de conjurarla.

En 1928 regresó a la Universidad de Granada, donde se licenció en Derecho, aunque nunca ejerció de abogado. Eso no nos pilló de sorpresa, puesto que su vocación era única y exclusivamente la literatura.

En 1929 marchó a Nueva York. Su madre no se tomó muy bien ese viaje, pero solía decir que “su hijo sabía lo que hacía”. Para entonces se habían publicado, además de sus libros Canciones (1927) y Primer romancero gitano (1928, fecha en la que terminó su periodo de Universidad). Esta última es su obra más popular y accesible. A Dico le molestaba mucho que el público lo viera como gitano.

Después de la que había caído con todo lo referido a Primo de Rivera y a la dictadura, las elecciones del 12 de abril de 1931 dieron un claro vuelco a la situación política española. Las fuerzas políticas y la opinión pública eran conscientes de que las elecciones se convertirían en un plebiscito sobre la continuidad de la monarquía, pues se reprochaba al rey haber entregado el poder a un dictador. Y así ocurrió, que las elecciones las ganaron los republicanos, por lo menos en las ciudades, que donde los votos tenían más valor dada la fuerte incultura de la gente del campo y su sumisión a los caciques.

El 14 de abril de este mismo año, en pleno fervor popular por la victoria republicana, los concejales de la Éibar proclamaron la Segunda República y día tras día la fueron proclamando los concejales de más puntos de España. Mientras tanto la clase trabajadora vio como triunfaban sus ideales y salió a la calle a celebrar el triunfo de la igualdad de una forma espontanea y pacífica, ya que por fin se iba a crear un país más justo e igualitario para todos. Por otra parte, debido a todo lo sucedido, el rey Alfonso XVIII tuvo que salir de España rumbo al exilio.

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Al instaurarse esta Segunda República española, Fernando de los Ríos fue nombrado Ministro de Instrucción Pública. Bajo el patrocinio oficial se encargó a Lorca la codirección de la compañía estatal de teatro «La Barraca», donde disfrutó de todos los recursos para producir, dirigir, escribir y adaptar algunas obras teatrales del Siglo de Oro español. Escribió en este período Bodas de sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera.

Entre diciembre de 1931 y septiembre de 1933 el gobierno presidido por Manuel Azaña, e integrado mayoritariamente por republicanos de izquierda y socialistas, impulsó un programa de reformas, tanto agrarias como educativas, en una sociedad que estaba considerada como rural, con el objetivo de modernizar y democratizar la sociedad española. También se concedió, ¡por fin!, el sufragio femenino y esto fue un gran avance, considerando la sociedad en la que vivíamos.

En 1933 viajó a la Argentina de la Década Infame para promover la puesta en escena de algunas de sus obras por la compañía teatral de Lola Membrives y para dictar una serie de conferencias, siendo su estancia un éxito. A manera de ejemplo, su puesta de La dama boba —durante años olvidada descubierta, editada y reeditada por la Universidad de La Rioja —, de Lope de Vega, atrajo a más de sesenta mil personas. Fue cofundador el 11 de febrero de 1933 de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, creada en unos tiempos en que la derecha sostenía un tono condenatorio en relación a los relatos sobre las conquistas y los problemas del socialismo en la URSS. Entre este año y 1936 escribió Diván de Tamarit, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, que conmovió al mundo hispano, La casa de Bernarda Alba y trabajaba ya en La destrucción de Sodoma cuando estalló la Guerra Civil española.

De las reformas republicanas que se llevaron a cabo, la más importante para Dico fue la educativa y cultural. Tuvo gran transcendencia popular y se la dedicaron muchos recursos. El objetivo primordial de las reformas era promover una educación liberal y laica, e intentar acabar con la hegemonía de la enseñanza religiosa. Se adoptó una escuela mixta, laica, obligatoria y gratuita no importara cual nivel social tuvieran las familias. Dico se comprometió con esos objetivos.

Los dirigentes republicanos estaban convencidos de la necesidad de mejorar el nivel cultural, por eso con el apoyo de números intelectuales y artistas se promovieron campañas culturales destinadas a los sectores más humildes. Estas fueron las llamados misiones pedagógicas, que estaban formadas por grupos ambulantes de estudiantes, profesores, cines y grupos de teatro, entre ellos destaco La Barraca, la cual fue creada por mi gran amor. Dico se volcó en ella con gran entusiasmo. Aunque se podía decir que era un señorito de Andalucía, no dudó ni un instante en poner todo su talento al servicio de la educación del pueblo llano. Para él, como para otros intelectuales de mentalidad progresista y avanzada, la cultura era reto más importante de España

La República también despertó entre las clases populares grandes esperanzas de cambios en la distribución de la renta y la riqueza. Pero a su vez provocó temor y desconfianza entre los propietarios de la tierra y los empresarios, cuyas intervenciones eran decisivas para el aumento de la producción y el empleo.

Colombia y México, cuyos embajadores previeron que Dico podría ser víctima de un atentado debido a su puesto de funcionario de la República, le ofrecieron el exilio, pero él rechazó las ofertas y se dirigió a su casa en Granada para pasar el verano.

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En esos momentos políticos alguien le preguntó sobre su preferencia política y él manifestó que se sentía a su vez católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. De hecho, nunca se afilió a ninguna de las facciones políticas y jamás discriminó o se distanció de ninguno de sus amigos, por ninguna cuestión política. Incluso tuvo una gran amistad con el líder y fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, muy aficionado a la poesía, pero gran enemigo de la República y defensor a ultranza de respetar el poder de la Iglesia y del catolicismo. Recuerdo que Dico una vez me dijo de él: ¿José Antonio?, otro buen chico, ¿sabes que todos los viernes ceno con él? solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que me vean con él.

Dico se sentía, como él mismo lo dijo en una entrevista a El Sol de Madrid poco antes de su muerte, íntegramente español. Me ciño a sus palabras:

Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política.

El 18 de julio de 1936 ocurrió lo que muchos temían y otros esperaban. Un sector muy numeroso del ejército se sublevó contra el gobierno de la República, con el apoyo casi total de la Iglesia y de las clases adineradas del país. Tal y como lo reflejó Antonio Machado, el golpe se convirtió enseguida en una guerra a muerte entre dos Españas: “españolito, re guarde Dios, una de las dos España ha de helarte el corazón”-

Tras una denuncia anónima, el 16 de agosto de 1936 Dico fue detenido en la casa de uno de sus amigos, el también poeta Luis Rosales, quien obtuvo la promesa de las autoridades nacionales (los sublevados) de que sería puesto en libertad «si no existía denuncia en su contra». Fue una gran mentira, porque a los pocos días llegó un orden de ejecución dada por el gobernador civil de Granada, José Valdés Guzmán, quien había ordenado al ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso la detención del poeta.

Las últimas investigaciones, como la de Manuel Titos Martínez, determinan que fue fusilado la madrugada del 18 de agosto de 1936, seguramente por cuestiones territoriales, ya que algunos caciques, muy conservadores, tenían rencor al padre de Lorca porque era un cacique progresista. En una entrevista al diario El Sol, Dico había declarado que «en Granada se agita la peor burguesía de España», y eso fue su sentencia de muerte.

Federico García Lorca fue ejecutado en el camino que va de Víznar a Alfacar, y su cuerpo permanece enterrado en una fosa común anónima en algún lugar de esos parajes con el cadáver de un maestro nacional, Dióscoro Galindo, y los de los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, ejecutados con él. Dicen que la fosa se encuentra en el paraje de Fuente Grande, en el municipio de Alfacar, provincia de Granada (España), pero no se ha podido confirmar.

El escritor, autor del "Romancero Gitano" fue ejecutado por ser republicano y homosexual, considerado en esa época como un delito imperdonable.

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¡Homosexual! Sí, debió ser esa la fuerza misteriosa que le impidió amarme. Pero yo no puedo condenarle por eso. Tampoco tengo nada de que perdonarle, querido Diario…Solo puedo llorar sobre su tu tumba, Dico, y decirte que tendrás mi amor para toda la eternidad.

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LA REPRESIÓN “ROJA”

EN LA GUERRA CIVIL

JOSE ANTONIO

EL MARTIRIO DE “UN ESPAÑOL”

contado por su hermana

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Clara Díaz

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¿Qué cual es mi nombre?, yo soy Pilar, Pilar Primo de Rivera. Probablemente no me conozcas o tan solo te suene mi apellido. Si es mi apellido el que te suena es porque conoces o has oído hablar de algún familiar mió, quizás sea mi padre, o mi hermano. De este último es del que os quiero hablar.

Lo mas seguro es que oyeras hablar de mi hermano y no fuera muy bueno lo que te contaron. Pero para eso estoy yo aquí, para contaros la verdad; al fin y al cabo es mi hermano, le quise como tal y considero que se le trató de una forma totalmente injusta y a día de hoy se le sigue tratando igual. Mi intención no es cambiar tu forma de ver ni de pensar, tan solo quiero contarte una historia real, sin maquillar. A partir de ahí eres tu quien valora los hechos y se posiciona de una forma u otra.

José Antonio nació el 24 de abril de 1903 en Madrid, fruto del amor entre Casilda Sáez de Heredia y Miguel Primo de Rivera. La desgracia no tardó en aparecer a los pocos años de su nacimiento con la muerte de su Casilda, nuestra madre, cuando él tan solo tenía 5 años. Esto nos marcaría para toda su vida, pues, ¿quién puede superar la muerte de una madre?

La vida en casa era una vida totalmente perfecta, el ejemplo de nuestro padre era permanente y todo un modelo a seguir, sin duda estaba haciendo un gran trabajo en España. Todo marchaba bien y había conseguido pacificar el país, agobiado por huelgas y conflictos, aunque muchos no estuvieran contentos, quizás nunca entendieron que a veces hace falta una mano dura y firme como la de nuestro padre por el bien de España.

Mi hermano siempre fue muy buen estudiante y el único objetivo que tenia era el de continuar con la buena labor que estaba realizando nuestro padre. Siempre teníamos muy presente la figura de Dios, que al fin y al cabo es quien esta ahí siempre para ayudar y proteger.

Comenzó sus estudios de derecho en la Universidad de Madrid; allí formó parte de un grupo de universitarios católicos, siempre fue muy fiel a sus creencias, y le gustaba juntarse con los que pensaban igual que él.

Sus estudios se vieron finalizados brillantemente con un hecho que marcaría su vida y la de España. Con el respaldo del rey Alfonso XIII, que le nombró, nuestro padre Miguel accedió al poder; asumió así una tarea difícil porque lo recibió una herencia envenenada; una España sin orden sin control de algún tipo en la que reinaba el caos. Pero nuestro padre Miguel mostró su determinación y resolvió muchos problemas de España aunque muchos no lo entendieran. Es lamentable que no supieran ver la verdadera grandeza de las obras de mi padre; intenté ganarse las simpatías de todo el país, incluso las de la clase obrera colaborando con el líder socialista Largo Caballero, pero esto no siempre se sabe apreciar. La pena es que los españoles no sabían lo que querían y por tanto no aceptaron los grandes avances de mi padre, parece ser que nadie recuerda que puso fin a la terrible guerra de África.

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Volviendo a hablar de mi hermano, él estaba totalmente convencido de que quería continuar con la labor de su padre y por esto realizó el servicio militar en los Dragones de Santiago.

Su primer contacto con los temas políticos se vio realizado cuando entró a formar parte del proyecto político de la Unión monárquica nacional. Este proyecto siempre llamó la atención de José Antonio. Yo admiraba todos los proyectos que tenía en mente y apoyaba sus deseos de iniciarse en la vida política.

Aún era pronto, necesitaba seguir formándose para poder llegar a ser tan bueno o incluso más que nuestro padre.

El gobierno de nuestro padre se terminó… fueron tiempos duros para José Antonio no era capaz de comprender como los españoles no habían podido apreciar su gran trabajo. Se sentía muy dolido cuando leía como lo descalificaban e insultaban en los periódicos. También notaba un ambiente de rencor hacia la monarquía y se preguntaba si aquel sería el comienzo de una segunda república en España. La simple idea de esto le aterraba, pero le sirvió de motivación para continuar introduciéndose en la política con más ganas y fuerza.

El tiempo pasó, la tristeza de José Antonio se notaba en su cara, pero pronto la vida le dio alguna alegría que otra; consiguió un trabajo en el periódico de la Nación. Desde sus escritos intentaba hacer ver a los españoles el gran error que había supuesto provocar la caída del gobierno de su padre.

Estos años fueron duros; desde la caída del gobierno de nuestro padre José Antonio estaba muy frustrado; se veía completamente abrumado por los problemas y no conseguía encontrar una solución, cuando parecía que había encontrado algunas respuestas a sus preguntas, éstas cambiaban. Sus escritos en el periódico no terminaban de encajar y parecía que nadie le entendía, no hacia más que provocar polémicas y esto le frustraba aún más.

Lo peor estaba por llegar, su intento por obtener un escaño se vio completamente fracasado. Las penas seguían acompañando su vida, aun así siempre encontraba apoyo en sus amigos y familiares más cercanos; este sentimiento de acompañamiento le ayudó a no tirar la toalla, a seguir a delante. Sabía que todo lo que estaba haciendo era bueno para España y seguiría adelante. Como una hermana que le quería y admiraba, yo apoyaba totalmente su esfuerzo y confiaba ciegamente en él

Uno de estos amigos fue Julio, Julio Ruiz de Alda, un gran apoyo en los momentos más duros. El único que le supo dar un poco de esperanza para llevar a cabo sus proyectos.

Junto a él formó el Movimiento Español Sindicalista. Esto fue dando un poco de aire a todos los proyectos de José Antonio, poco a poco iba saliendo del duro momento que había pasado estos años atrás.

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Aun así, aun quedaba un largo camino, porque nuestros temores se cumplieron y el 14 de abril de 1931 se proclamó la República en España. Cuando vi a mi hermano entre deprimido y encolerizado, exclamé: ¡Dios mio!, un régimen ateo, sin duda un castigo de Dios por los muchos pecados que han cometido los españoles, contra nuestro padre y contra todos los fieles creyentes en Dios.

La República trató de imponer su poder con un programa de Reformas anticatólicas y antiespañolas, que daban satisfacción a los revolucionarios, a los ateos y a los separatistas catalanes y vascos. España se volvió a convertir en un país donde reinaba el caos y donde mandaban un montón de rojos y anarquistas. Incluso quemaban Iglesias ante la pasividad del gobierno. España entró en su fase más oscura.

Mi hermano clamaba: ¿cómo un montón de rojos van a estar al mando de un gran país, de una gran nación?

Aún así, José Antonio quería hacer ver a los españoles su gran error, que recapacitaran y volvieran al orden natural y tradicional de las cosas, aquel en el que los rojos no fueran más que una pequeña molestia en un país sano y disciplinado; pero sobre todo unido en la fidelidad a la Patria. Creía que podía convencerlos para que no llevaran España a la ruina más profunda.

En 1933 por fin comienza a ver el resultado de tantos años de formación, tantos años de esfuerzo y como no, tantos años de sufrimiento. Al fin consigue su escaño en el parlamento, de momento es solo un comienzo, aun era una minoría en el parlamento, pero pronto podría llegar a echar a esos rojos del poder… o eso creía, eso creíamos o tal vez… eso queríamos creer.

José Antonio tenía un objetivo muy claro, y era dar mítines por toda España hablando claro, dando a conocer los enormes problemas que suponía una España de rojos, el inevitable fracaso que viviríamos si esto continuaba así.

A muchos, quizás, el lenguaje que utilizaba les resultaba violento, muy duro. Pero, ¿qué querían oír? España estaba hundida en una gran crisis y condenada al fracaso. No se pueden hacer bellos discursos de una realidad abrumadora, aplastante y dura, muy dura.

Quizás si la muerte no se hubiera cruzado en la vida de mi hermano de forma injusta y tuviéramos ocasión de preguntarle por el año más feliz de su vida, la respuesta sería 1936.

El 18 de julio de 1936, mi hermano sintió que los españoles de bien le habían escuchado y que, por fin, se habían levantado contra el gobierno rojo y ateo con las armas en la mano. Su partido, la Falange, se hizo muy fuerte y necesaria en aquellos momentos. La falange se convirtió en un brazo armado de los sublevados dispuesto a cualquier cosa por España; dispuesto a morir, pero también a matar. Después de tanto trabajo y de tantas decepciones, la semilla fascista de José Antonio daba sus frutos.

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Pero la vida de José estaba marcada por la cal y por la arena. Si la España de bien le amaba, la del mal, la roja, le odiaba. A la vista del poder y la influencia que había adquirido tras la sublevación, de forma totalmente injusta fue detenido por posesión ilícita de armas. Tenían tanto miedo de verle al frente de nuestra nación que intentaban hundirle de cualquier miserable forma. Lo peor de todo es que lo consiguieron.

Pero incluso metiéndole en la cárcel no consiguieron callarle. Seguía llamando a la insurrección allí donde todavía seguía gobernando la República. Así demostraba su valentía y su disposición al sacrificio, porque haciendo eso también estaba llamando a su propia muerte.

Finalmente, llegó el trágico final para mi hermano José. La sentencia de muerte cayó sobre él la oscura mañana del 20 de noviembre de 1936. Una mañana lluviosa fría triste, horriblemente triste para nosotros, también para sus amigos y camaradas y, ¡cómo no! triste para España, que iba a perder a un hombre que la amaba sin condiciones.

La ejecución se realizó en términos irregulares sin el enterado del gobierno. Estaba claro que tenían demasiada prisa, tenían miedo de liquidar a un ser superior que representaba demasiado peligro para ellos. Al ser ejecutado, mi hermano murió como un mártir, pues no cabe duda, como bien decía nuestra Iglesia, que nuestra guerra, la guerra de José Antonio, era una cruzada.

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LA GUERRA A MUERTE ENTRE

DOS ESPAÑAS

LA GUERRA ENTRE

PRIMO DE RIVERA Y COMPANYS

contada por ellos mismos

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Carlos Silió

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Soy Miguel Primo de Rivera y, en este momento del martirio, tan trágico como glorioso para el destino de España, puedo leer el pensamiento de mi hermano:

20 de noviembre de 1936, cárcel de Alicante. Es madrugada. Me dirijo junto a otros dos compañeros de la Falange y dos carlistas de Novelda al patio de la prisión. Nos acompañan seis milicianos de la FAI y seis soldados pertenecientes al 5º Regimiento dispuestos a ejecutarnos. También viene un pelotón de guardias de asalto comandado por el alférez Juan José González Vázquez. He tenido la oportunidad de confesarme con un anciano sacerdote, el señor D. José Planelles Marco, quien dentro de poco también será fusilado. Hace apenas media hora me he despedido de mi hermano Miguel, a quien he pedido: “Help me to die with dignity”. Mi indumentaria es un mono azul, una chaqueta gris y un abrigo claro. Una vez en el patio de la prisión me dirijo al alférez:

-Como siempre que se fusila se derrama sangre, yo quisiera que se hiciera desaparecer la que yo vierta, para que mi hermano no la viera.Después pregunto al pelotón de fusilamiento

- ¿Son ustedes buenos tiradores?-Sí.

Mis compañeros y yo nos colocamos delante del paredón. El alférez da la orden de disparar. Suenan doce disparos.

Pero volvamos atrás, y que sea hora mi hermano quien les relate la historia:

Nací en Madrid el 24 de abril de 1903. Fui el primero de los hijos del militar Miguel Primo de Rivera y de su mujer Casilda Sáenz de Heredia, quien murió cuando yo apenas tenía 5 años. Mi familia tenía una profunda tradición militar, conservadora y monárquica. Nací en un momento de gran inestabilidad política y social en España. Viví el reinado de Alfonso XIII, la regencia militar de mi padre, la II República Española y el inicio de la Guerra Civil.

Toda mi familia y en especial mi padre y yo, por el hecho de estar involucrados en la vida política, tenemos un gran enemigo ideológico: el señor Lluis Companys i Jover.

El señor Companys es un abogado catalán de ideología catalanista y republicana. Entre otras cosas ha sido el fundador de Solidaritat Catalana en 1906 y ha participado en las revueltas de la Semana Trágica de Barcelona, siendo considerado “individuo peligroso” por la policía.

Cuando yo apenas tenia 14 años, este catalanista exaltado ya había conseguido el acta de concejal de Barcelona, y tres años mas tarde fue elegido diputado por Sabadell. Más tarde, en 1922, fue uno de los fundadores de la Unió de Rabassaires.

Cuando, en 1923, mi padre llegó al poder tras un golpe de Estado creando un Directorio Militar que concentraba en él todos los poderes del Estado, el señor Companys fue detenido. Había hecho sobrados méritos para ello.

Tras la dimisión y posterior muerte de mi padre, Companys quedó en libertad, y el 12 de abril de 1931, a la vez que yo intentaba obtener un escaño de diputado por Madrid siendo

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derrotado por Bartolomé Cossío, él fue elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona por Esquerra Republicana de Cataluña. A los dos días accedió al balcón del Ayuntamiento para proclamar la República en Cataluña y dos días mas tarde, el 16 de abril, fue nombrado gobernador civil de Barcelona, cargo que ocupó hasta el mes de mayo. Está claro que era un individuo recalcitrante y peligroso.

El 28 de junio de ese mismo año, con motivo de las elecciones generales españolas de 1931, fue elegido diputado por Barcelona. Promovió la aprobación del Estatuto de autonomía de Cataluña, para conseguir un mayor nivel de auto-gobierno, la agilización de los traspasos competenciales y la legislación agraria.

El 20 de noviembre de 1932, en las elecciones al Parlamento de Cataluña, fue elegido diputado del Parlamento de Cataluña por Sabadell y el 19 de diciembre fue elegido primer presidente del Parlamento.

Tras la muerte del president Francesc Macià, Companys fue elegido Presidente de la Generalidad de Cataluña por el Parlamento catalán el 1 de enero de 1934. Durante ese año impulsó la polémica Ley de Contratos de Cultivo, que le enfrentó con los grandes propietarios y con el Gobierno central. Era lógico que se ganar a pulso su odio, y el mío.

Tras la entrada en el gobierno de la República, el día 6 de octubre de 1934 Companys proclamó el «Estado Catalán» dentro de la República Federal Española desde el balcón de la Generalidad, por lo cual fue detenido junto a todo el gobierno catalán y encarcelado en el buque Uruguay, fondeado en el puerto de Barcelona. Una vez suspendido el Estatuto de autonomía de Cataluña fue trasladado a Madrid, donde fue juzgado y condenado por rebelión a treinta años de reclusión mayor e inhabilitación absoluta. Posteriormente se le trasladó al penal de El Puerto de Santa María (Cádiz).

Por un momento creímos que podía llegarle la hora, pero no. Todavía le acompañaba la suerte y en 1936 fue liberado tras la victoria del Frente Popular.

El 18 de julio sí llegó por fin la hora de España y los españoles de bien, con la participación en primera línea de mi partido la Falange, dimos un golpe de Estado para acabar con la República. Sin embargo, el golpe fracasó en Barcelona. También en otras ciudades, lo que dió paso a la Guerra Civil. A lo largo de la Guerra, Companys se mantuvo a la cabeza del Gobierno de Cataluña, tratando de mantener la unidad entre los partidos y sindicatos que le apoyaban. Su gran quebradero de cabeza fueron los anarquistas, a los que no conseguía controlar.

El 23 de julio de 1936 promulgó un decreto que decía que “la rebelión fascista ha sido vencida por el heroísmo popular y el de las fuerzas locales” y que precisaba pues “acabar de aniquilar en toda Cataluña los últimos núcleos fascistas existentes y prevenirse contra los posibles peligros de fuera”. O sea, que quería acabar con nosotros. Por lo tanto decretaba que: “Se crean las milicias ciudadanas para la defensa de la República y la lucha contra el fascismo y la reacción” y “en toda Cataluña se constituirán los Comités locales de defensa que deberán obrar de acuerdo con el Comité Central”. Está claro que estaba dispuesto a hacernos la guerra.

La actuación de esos comités dio lugar al asesinato en Cataluña de aproximadamente 8.000 personas durante 1936, según estimaciones del propio Companys. El número de ejecuciones fue tan elevado en las primeras semanas, y la represión tan brutal, que

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Companys protestó ante el Comité Central, el cual estaba controlado por los anarquistas García Oliver y Peiró. En noviembre de 1936, justo antes de mi orden de fusilamiento, muerte, disolvió la Oficina Judicial controlada por la CNT sustituyéndola por los Tribunales Populares, que se habían creado en el mes de octubre.

En este momento de la historia, parece que Companys es el vencedor y yo el derrotado. El día 20 de noviembre seré ejecutado en Alicante. Para Companys será una gran alegría, ya que a partir de ese día pensará que tiene un enemigo menos. Pero estoy seguro de que se equivoca. Cuando yo muera, mi muerte tendrá el efecto de un martirio. Los fascistas se multiplicarán y acabarán con los enemigos de España, como Campanys.

Si esto es así o no, se lo contará a ustedes mi hermano Miguel

Tras la ejecución de mi hermano, la guerra siguió su curso.

A lo largo de octubre de 1937 Companys tuvo múltiples enfrentamientos con el Gobierno republicano de Juan Negrín, que estaba instalado en Barcelona, y en abril de 1938, tras la ocupación de Lérida, escribió una carta al presidente del Gobierno español quejándose de las arbitrariedades que estaba cometiendo y de la marginación que sufría el Gobierno catalán.

El 5 de febrero de 1939 las tropas del General Franco tomaron Cataluña, y Companys se exilió a Perpiñán (Rosellón), trasladándose después a París para trabajar en la representación en el exilio de la Generalitat.

Se trasladó a La Baule-les-Pins (Loire-Atlantique) para terminar allí sus días, manteniéndose en Francia pese al peligro que corría, tratando de no perder el contacto con su hijo Lluís Companys i Micó, que padecía una grave enfermedad mental. Fue allí donde, el 13 de agosto de 1940, fue arrestado por agentes alemanes de la Gestapo y extraditado el 29 de agosto de ese mismo año para su posterior juicio y ejecución.

Como se suele decir, a cada cerdo le llega su San Martín, y en el caso de Lluis Companys su San Martín le llegó el 15 de octubre de 1940 en el Castillo de Montjuic. Al final se hizo justicia. Está claro que mi hermano tenía razón.

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Me llamo Lluis Companys. Es 13 de agosto de 1940, La Baule-les Pins, Francia. Acaban de entrar en mi casa dos soldados vestidos de civil y cuatro soldados alemanes con sus uniformes y metralletas en las manos. Nos apuntan a mi mujer y a mí, mientras nos registran. Al comprobar que no llevamos nada encima empiezan a registrar la casa, la cual ponen patas arriba. Encuentran 70.000 francos en un cajón, de los cuales se apropian. También se llevan todos los documentos que encuentran, incluidos los pasaportes y mi título de abogado. Mientras mi mujer guía a los soldados vestidos de civil por la casa a punta de pistola, yo estoy sentado en una silla apuntado por las metralletas de los cuatro soldados alemanes. Al terminar el registro me llevan detenido, quedando mi mujer sola y sin dinero. Me llevan a Villa Carolina, la cual esta completamente rodeada por soldados.

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14 de agosto de 1940. Cuando los soldados me sacan de Villa Carolina para ser trasladado oigo a alguien gritando mi nombre. Me giro y veo a mi mujer que se encuentra allí buscándome. La hago un gesto diciendo que huya de ahí. No la volveré a ver. Soy trasladado a la prisión de la Santé.

9 de agosto de 1940. Me encuentro en Irún, hoy me extraditan a España para entregarme al gobierno de Franco. Mi destino es la Dirección General de Seguridad en Madrid.

3 de octubre de 1940. Después de meses siendo torturado en Madrid, hoy me envían al castillo de Montjuic, en Barcelona, que está siendo utilizado a modo de prisión.

14 de octubre de 1940. Hoy he sido juzgado en el Castillo de Montjuic por un tribunal especial de Barcelona por “Adhesión a la rebelión militar”. El juicio ha durado unas pocas horas y he sido sentenciado a morir fusilado. Creo que voy a escribir una carta a mi mujer pidiéndola que no se rinda, que no tenga miedo, que siga adelante con su vida apoyándose en sus amigos y familiares y que cuide de mi hijo Lluis (fruto de un matrimonio anterior).

Como ya no tendré ninguna oportunidad para recordar cómo he llegado hasta aquí, debo aprovechar los últimos instantes para ordenar mi memoria y transmitirla a mis sucesores.

Regresemos a mi juventud. Nací en Tarrós, Lérida, el 21 de junio de 1882, hijo de Josep Companys i Fontanet, un hombre ilustrado y de ideas liberales, y María Maria Lluïsa de Jover, de origen nobiliario y ascendencia aragonesa.

Cuando nací aun reinaba Alfonso XII. Viví también la regencia de Maria Cristina de Habsburgo entre 1885 y 1902, la fundación en 1888 de UGT, de la CNT en 1910 y del PCE en 1919; la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en 1898, el reinado de Alfonso XIII entre 1902 y 1931, junto a la dictadura de Miguel Primo de Rivera entre 1923 y 1931. Después saludé con entusiasmo la II República Española, me comprometí en la Guerra Civil y ya en el exilio sufrí los primeros años de la dictadura de Francisco Franco. Como se puede observar, estos años fueron muy convulsos y marcadas por el auge de las fuerzas de izquierdas, pero a pesar de nuestra lucha, fuimos vencidos por la derecha. La Historia no estuvo de nuestra parte.

Me licencié en Derecho por la Universidad de Barcelona, y ya desde joven me involucré en la vida política de Cataluña. En 1906, a raíz del incendio por militares de las redacciones de las revistas catalanistas Cu-Cut! y La Veu de Catalunya, y tras aprobación de la Ley de Jurisdicciones, participé en la creación de Solidaritat Catalana. Posteriormente me afilié a la efímera Unió Federal Nacionalista Republicana, de cuya sección juvenil fui presidente. Una prueba de mi intensa actividad juvenil es que fui detenido quince veces y calificado, tras la Semana Trágica de Barcelona de 1909, como «individuo peligroso» en los informes policiales. Paralelamente a mi actividad profesional de abogado de sindicalistas, colaboré con periódicos republicanos como La Aurora. En noviembre de 1920 fui detenido junto a Salvador Seguí, «El Noi del Sucre», Martí Barrera, Josep Viadiu entre otros sindicalistas y deportado al castillo de la Mola en Mahón (Islas Baleares), tras lo cual es asesinado mi amigo Layret.

En las elecciones legislativas de diciembre de 1920 fui elegido diputado por Sabadell, logrando asi la inmunidad parlamentaria, lo que me libró de la cárcel. Fui uno de los fundadores de la Unió de Rabassaires en 1922, para la que trabajé como abogado.

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Fui también director de la revista La Terra durante los años de la dictadura de Primo de Rivera. Nuevamente detenido, no pude asistir a la Conferencia de Izquierdas celebrada entre el 12 y el 19 de marzo de 1931 de la cual nació Esquerra Republicana de Cataluña, pero fui elegido miembro de la ejecutiva del partido en representación del Partit Republicà Català.

En esa época apareció en España un personaje totalmente contrario a mi ideología. Era totalitarista, fascista y antiparlamentarista. Exaltaba la nación frente al individuo y era profundamente religioso. Esa persona era José Antonio Primo de Rivera, hijo primogénito del dictador Miguel Primo de Rivera.

José Antonio estudió, al igual que yo, la carrera de Derecho. Abrió su propio bufete y ejerció como abogado. Fue nombrado Gentilhombre Grande de España con ejercicio y servidumbre del Rey Alfonso XIII.

En 1930 empezó a involucrarse en temas políticos con el proyecto de la Unión Monárquica Nacional, de la cual se convirtió en vicesecretario. Durante esa época colaboraba con el periódico La Nación, un periódico fascista del cual era copropietario por herencia familiar. El periódico divulgaba en España la ideología fascista de Mussolini. Estaba claro que, de triunfar sus ideas, sería la muerte de Cataluña.

En 1931 intentó obtener un escaño de diputado por Madrid en las elecciones, siendo derrotado por Bartolomé Cossío, al tiempo que yo era elegido diputado por Barcelona.

En 1933 colaboró en la salida de la revista El Fascio, publicando un artículo en el que atacaba al liberalismo político. Ese mismo año, el 29 de octubre, fundó la Falange Española, la cual nació a partir del Movimiento Español Sindicalista que había creado junto a Julio Ruiz de Alda. Era un movimiento político de carácter fascista y que desconfiaba de los métodos democráticos y creía en el Estado de carácter totalitario y corporativo. En las elecciones de noviembre de ese año obtuvo un escaño en las Cortes al integrarse en una coalición conservadora monárquica.

En 1934 fusionó la Falange Española con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos dando lugar a la Falange Española de las JONS, de la cual terminó siendo nombrado jefe único e icono oficial del partido. A pesar de que eran un grupo con pocos recursos económicos, encontraron financiación de grupos que les consideraban una fuerza de choque para combatir a las organizaciones de izquierda y desestabilizar a la II República y más tarde consiguió el apoyo de la Italia fascista, consiguiendo un sueldo mensual de 50.000 liras como agente extranjero del gobierno fascista italiano. Los independentistas catalanes éramos su bestia negra y querían acabar con nosotros a toda costa. No encajábamos en su idea fanática de España.

La Falange no utilizó la violencia hasta el segundo bienio de la República, aunque desde el principio empleó un lenguaje violento que fácilmente podía llegar a la provocación. La izquierda asesinó a lectores y repartidores de prensa falangista en enero de 1934. Primo de Rivera fue el líder falangista más reticente ante el empleo de la violencia de modo sistemático, aun así la Falange llevó a cabo asesinatos como el del estudiante Matías Montero. Todos los días pensaba que yo estaba en su punto de mira. Por esa razón decidí protegerme con gente “a su altura”. Así que no dudé en nombrar jefe de policía a Dencás

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y dar poder a sus Escamots. Contra españoles violentos nada mejor que catalanes violentos

En las elecciones de 1936, la izquierda y la derecha se agruparon en el Frente Popular y Frente Nacional respectivamente, y La Falange, al no alcanzar acuerdos, concurrió en solitario, lo que puso en manifiesto los escasos apoyos con los que contaba la Falange, obteniendo tan solo 44.000 votos en todo el territorio nacional, lo que significó el 0,7% de los votos útiles. Tras las elecciones, el gobierno del Frente Popular declaró ilegal a la Falange por ser «responsable de desórdenes públicos».

El 14 de marzo, Primo de Rivera ingresó preso en la cárcel Modelo de Madrid por posesión ilícita de armas y posteriormente, el 5 de junio, fue trasladado a la cárcel de Alicante. Desde la cárcel, gracias a un relajado régimen de visitas, dirigió a la Falange tratando de llevar la iniciativa de una insurrección. A finales de abril redactó una carta dirigida a los oficiales del ejército que se distribuyó el 4 de mayo. En ella se hacía un llamamiento a la sublevación. A partir de entonces mantuvo correspondencia con el general Mola. El muy temerario cavaba su propia fosa.

El 18 de julio de 1936 se produjo la insurrección. Primo de Rivera seguía preso en la cárcel de Alicante. El día anterior, él y su hermano habían estado recogiendo sus pertenencias, ya que daban por hecho su salida de la cárcel, pero el levantamiento fracasó en Valencia y Alicante lo que frustró su intento de liberación. Su situación en la cárcel se agravó cuando, tras las protestas de otros reclusos por los privilegios de que disfrutaban los hermanos y la sustitución del director de la cárcel, se descubrieron en su celda dos pistolas y cien cartuchos. Desde ese momento permanecieron incomunicados con el exterior, teniendo prohibido recibir correo, prensa y escuchar la radio. Desde el bando nacional existieron diversos intentos de liberación. El Gobierno de la República recibió varias ofertas de los rebeldes para canjearlo, pero todos fracasaron.

El 3 de octubre se inició el sumario contra los dos hermanos Primo de Rivera, la cuñada (Margarita Larios, mujer de Miguel) y varios carceleros, acusados de conspiración y rebelión militar, lo que conllevaba la pena de muerte. El veredicto condenaba a José Antonio Primo de Rivera a muerte por conspiración, a su hermano Miguel a cadena perpetua por el mismo delito y a Margarita Larios a seis años y un día como colaboradora. En el mismo juicio se absolvió a los tres carceleros que estaban acusados de complicidad. ¡Se lo habían merecido!

La sentencia fue confirmada por la Corte Suprema y el comité de Orden Público local ordenó la ejecución de la sentencia para la mañana del día 20. La sentencia se cumplió sin esperar el enterado del Gobierno. Primo de Rivera murió con dignidad en un acto sobrio. Su muerte fue ocultada por el bando franquista durante toda la guerra, y tras el fin de la misma su cuerpo fue trasladado a hombros desde Alicante hasta el Escorial, y una vez terminada la basílica del Valle de los Caídos, Franco ordenó que su cadáver fuera trasladado y sepultado allí. Se le convirtió en un mártir y se escribió en la mayoría de las iglesias de España la frase: “José Antonio Primo de Rivera !Presente!”

Además se le recordaba al final de los discursos del régimen, cuando se realizaban los conocidos los gritos: «¡España! ¡Una! ; ¡España! ¡Grande! ; ¡España! ¡Libre! ; ¡Arriba España! ¡Arriba! ; ¡José Antonio Primo de Rivera! ¡Presente! ; ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presente! ; ¡Viva Franco! ¡Viva! ; ¡Franco, Franco, Franco!»

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O sea, todo un griterío fascista y español que esparcía el odio a Cataluña

Su ejecución fue, indudablemente, lo que le convirtió en un mito y en un símbolo, ya que nunca tuvo una significativa influencia política y tan sólo contribuyó negativamente a acelerar y aumentar el desastre español. Visto desde la distancia, probablemente fue un error, porque hicieron de José Antonio un mártir.

Por suerte o por desgracia, yo solo viviré las consecuencias hasta el 15 de octubre de 1940, pero me temo que el pueblo español y mi amado pueblo catalán lo sufrirán durante muchos años. Primero ganaron la guerra civil los fascistas españoles y ahora dominan Europa los fascistas europeos bajo el predominio del infernal demonio nazi. Si creen ustedes en Dios, pidan que les proteja como a mí no lo ha hecho.

……………………………………………………………………………………………......

15 de octubre de 1940. Está amaneciendo. Companys se dirige al foso de Santa Eulalia, en el Castillo de Montjuic donde está preso desde el 3 de octubre. Le ofrecen vendarle los ojos, pero reniega, prefiere morir mirando a los ojos de sus asesinos. Cargan las armas y él les grita: “Assassineu un home honrat. Per Catalunya! Tornarem a lluitar, tornarem a patir, tornarem a vèncer!”.

Los soldados disparan. Todo ha acabado. De momento.

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LA REPRESIÓN FASCISTA

EN LA GUERRA CIVIL

LA TRAGEDIA DE LAS TRECE ROSAS

contada por una nieta

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Inés García

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“Querido, muy querido hijo de mi alma,En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón que es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy.Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes, Quique mío.Sólo te pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos y que no guardes rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes? Quédate con mi adorada Cuca y sé siempre para ella y mis hermanas un hijo. El día de mañana, vela por ellas cuando sean viejitas. Hazte el deber de velar por ellas cuando seas un hombre. No te digo más. Tu padre y yo vamos a la muerte. No sé si tu padre habrá confesado y comulgado, pues no le veré hasta mi presencia ante el piquete. Yo sí lo he hecho.Enrique, que no se te borre nunca el recuerdo de tus padres. Que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la enseñaron a mí. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe después de una infinidad de besos el beso eterno de tu madre.Blanca."

Sigo leyendo una y otra vez aquella conmovedora carta que escribió mi abuela antes de morir. Y cada vez que lo hago lloro, lloro con desconsuelo. En ese momento no puedo dejar de recordar aquella cruel historia en la que ella y 12 jóvenes más murieron fusiladas inocentemente. Después de volver a leer la carta siento la necesidad de recrear aquella época de la España republicana y de la guerra civil.

Todo se remonta a 1910, al nacimiento de Blanca, mi abuela. Por aquel entonces, España estaba en un periodo de elecciones tras la crisis del gobierno conservador de Antonio Maura a causa de la Semana Trágica de Barcelona en 1909, bajo sufragio universal masculino. El jefe de gobierno fue José Canalejas, asesinado el 12 de noviembre de 1912.

Blanca creció en una familia de ideología conservadora. Era una niña feliz. Hija de un próspero  empresario  francés y la mayor de las tres hermanas, Teresa

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y María. Su familia no manifestaba mayor pensamiento que el católico, era de aquellas que agradecía todo a Dios y se entregaba a Él. El tiempo pasaba y ella fue creciendo junto a sus hermanas. Se interesó mucho por la música, por lo que comenzó a obtener conocimientos de piano y más tarde ya lo tocaba con mucha precisión.

En 1917, cuando Blanca tenía 7 años, España se vio sumergida en una terrible crisis seguida de una revolución. En realidad, todo tenía relación con la crisis europea que se vivía en esos momentos. Aunque Rusia estaba muy lejos de España y en principio parecía que su Revolución no tenía nada que ver con la realidad española, tuvo mucha influencia en el país. Se detectaron en ese año tres movimientos diferentes, pero relacionados entre sí, que definieron en gran manera el futuro devenir de la realidad española. Estos fueron el Movimiento Militar (juntas de defensa), el Movimiento Político (Asamblea de Parlamentarios) y el Movimiento Social (Huelga General Revolucionaria).

Estos fueron los primeros pasos de un profundo malestar social en donde la clase obrera, cada vez más organizada y consciente de sus derechos, se intentaba hacer oír en un país monárquico y dirigido por una clase política conservadora y poderosa.

Blanca, mi abuela, seguía creciendo ajena a estas desgracias y luchas por intentar equilibrar una sociedad injusta y dominada por un poder autócrata. Ella no tenía ninguna militancia política, votaba a partidos de derechas. Como tantas mujeres educadas en una familia tranquila, religiosa y observante de los preceptos de la Iglesia, llegó el momento de casarse y lo hizo con un músico, Enrique, (violinista), mi abuelo, al que conoció en una orquesta en la trabajaban ambos tocando para amenizar los espectáculos de cine de aquella época.

Enrique, como he dicho antes, era violinista y miembro del Sindicato de Profesores de Orquesta. Tampoco militaba en ningún partido pero era amigo de un militante comunista, músico también, Juan Canepa, presidente y secretario de la JSU.

Tras casarse se fueron a vivir al barrio Maravillas. Para ganarse la vida, Enrique tocaba el violín en el café Europeo, en la glorieta de Bilbao, y Blanca cosiendo en casa y de vez en cuando colaboraba en el café tocando el piano.

Se querían y llevaban una vida tranquila, sin que los acontecimientos, cada vez más complicados de alrededor, lograran destruir su felicidad. Tuvieron un hijo (mi padre), que se llamó Enrique también (Quique, mi quique…..) y así, año con año, suceso con suceso, llegó el trascendental años de 1931, que trajo el triunfo de la 2ª República (llamada así para distinguirla de la primera en el siglo anterior),

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En buena medida fue una reacción contra una monarquía, la de Alfonso XIII, que había cedido el poder a un dictador militar, Primo de Rivera.

El Rey Alfonso XVIII tuvo que salir de España rumbo al exilio y la clase trabajadora vio como triunfaban sus ideales y salió a la calle a celebrar el triunfo de la igualdad, el triunfo del obrero. Por fin se iba a hacer justicia y se iba a crear un país más justo e igualitario para todos.

Se promovieron reformas agrarias y educativas, en una sociedad fundamentalmente rural. Se consiguió el sufragio femenino. Algo increíble, en un país como este donde la mujer estaba relegada a la casa y al cuidado de los hijos (labor absolutamente necesaria e importante pero no excluyente de otro tipo de actividades y sobre todo de pensamientos)

Buenas ideas, buenas intenciones…. Pero malos resultados. Todas estas buenas intenciones de la República chocaron de pleno con la realidad. Una crisis sin precedentes a nivel Mundial. La Gran Depresión, provocó el desplome de la bolsa y el mercado de valores. Tan dura fue esa crisis que, hasta después de la 2ª Guerra Mundial, Europa no se estabilizó económicamente, y eso fue muchos años después.

En la república española, los oprimidos durante siglos se encontraron, o eso creían ellos, con la oportunidad de dirigir sus vidas, de promulgar sus leyes y de ejercer sus derechos… pero se les fue de las manos. Bien es cierto que el clima era tensísimo, que la sociedad estaba intranquila (unos exaltados por el triunfo, otros amenazados por miedos desconocidos) y que las circunstancias no ayudaban por ninguna parte.

Por ejemplo, en las Relaciones Internacionales España sufrió un severo aislamiento. Los grupos inversores internacionales tenían miedo de que un gobierno republicano influido por socialistas nacionalizara los negocios (Telefónica estaba en manos americanas, Ferrocarriles eran franceses, las eléctricas inglesas...), aunque lo cierto es que no se llevó a cabo ni una sola nacionalización.

Por otra parte, los generales conservadores estaban respaldados por las potencias fascistas que promovían insurrecciones militares, y la Iglesia, lógicamente, se posicionó a su lado, siendo esto una característica particular española, en un país de tradición profundamente católica, que había hecho del catolicismo una seña de identidad desde los tiempos remotos de la reconquista y las luchas contra los protestantes.

Con todas estas agitaciones callejeras, enfrentamientos políticos, saboteos en el plano económico, imposibilidad de avanzar hacia ningún sitio…, lo lógico era

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que desembocáramos en el horror más grande que jamás sufriera España: una parte del ejército se sublevó con el apoyo de los poderosos y de la Iglesia y se produjo la Guerra Civil Española. Uno de los episodios más tristes, sangrientos de la historia nuestro país, si no el que más. ¿Cómo si no, se puede describir el odio entre hermanos, los chivatazos continuos, el miedo siquiera a decir buenos días…?

Cuando se desató la Guerra Civil, en 1936, mi abuela ya tenía 26 años. Esta guerra estuvo relacionada con el enfrentamiento entre los grupos dominantes en España (aristócratas, grandes propietarios, empresarios, iglesia y ejercito) y las clases populares (obreros, campesinos) y también con el resultado de las tensiones surgidas en Europa por la difícil coyuntura de la década de 1930, tras el ascenso del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania.

La mayoría de los “rojos” estaban siendo arrestados por los fascistas, quienes habían ocupado la mayoría de los territorios y salían a la calle a “proclamar” su victoria haciéndoles a los republicanos cantar su himno y alzar la mano hacia arriba a modo de saludo.

Un día de esos, Blanca estaba junto a mi padre, el cual solo tenía 10 años, en el café donde tocaba Enrique. Se encontraban en el café varios militantes de la JSU y republicanos cuando de repente una bomba estalló en las afueras del lugar. Los fascistas ya dominaban las calles y hacían temblar a sus ciudadanos.

Juan Canepa, que también se encontraba en aquel café, tuvo que huir e ir a refugiarse a su casa, habiéndole dicho antes a Enrique que ya no se volverían a ver. Enrique y Blanca, preocupados, juntaron todos sus ahorros para ayudar a Juan a escapar y decidieron ayudarle. Cuando mi abuelo iba a ir a darle el dinero, Blanca, por el miedo a que les viesen juntos, decidió ir ella personalmente a dárselo. Aquella generosa decisión fue el comienzo de su desgracia

Blanca fue a la casa de Juan en la que vivían también su cuñada y su suegra. Al encontrarse por fin con él, le entregó todos sus ahorros y Juan escapó.

Varios días después, Enrique fue capturado por varios fascistas que fueron hasta su casa a recogerle. Fue llevado a prisión por el hecho de ser militante de las JSU y ser amigo de Juan Canepa. Para colmo, Juan no logró huir, fue capturado, golpeado en los sótanos y posteriormente el mismo se quito la vida. Su ayuda no había servido de nada.

Tras alrededor de dos semanas, Blanca fue llevada a comisaría para declarar. Había sido acusada por la suegra y la cuñada de Juan tras darle el dinero. En la sala de interrogatorios ella no dejaba de repetir que no era militante

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de ningún partido, que era católica y que no tenía por qué ser encarcelada injustamente. Parecía que las paredes se tragaban sus palabras, el comisario no la hacía caso, no hacía más que cuestionarla y mandarla callar. No quería saber nada de su vida, realmente no le interesaba. Las lágrimas ahogaban las palabras de Blanca, lloraba por las injusticias, por las inferioridades, pero sobre todo… por su hijo, por Quique, su querido Quique.

Después de un largo interrogatorio, mi abuela no tuvo oportunidad de despedirse de Quique y fue llevada directamente a la cárcel de las Ventas en donde se encontraban todas las mujeres que habían sido detenidas por ser republicanas, miembros de la JSU o simplemente por alterar el orden público lanzando papeles al aire con mensajes republicanos en contra del franquismo.

Una vez allí, en las Ventas, Blanca tuvo que pasar otro interrogatorio llevado a cabo por la jefa y las empleadas de la cárcel, a las que volvió a repetir que su encarcelamiento era injusto, que ella no tenía militancia ninguna, que solamente era católica. Pero al igual que las otras veces, nadie la escuchó, excepto una jefa que sintió una gran compasión por ella y la aseguró que todo se arreglaría pronto. A continuación, fue llevada a la celda donde estaban todas las madres con sus hijos recién nacidos y embarazadas.

La primera noche fue la peor de todas, no dejaba de oír los sollozos de aquellas criaturas, las toses infernales de las madres desesperadas. No consiguió dormir nada, hacía un frío atroz y no había casi hueco en aquellas tablas húmedas de madera en las que tenían que dormir todas.

Todos los días, a la misma hora, tenía que hacer el recuento en el que todas, absolutamente todas las presas, salían de sus celdas a los pasillos oscuros de la cárcel, alzaban la mano y cantaban el himno fascista. La mayoría de ellas eran forzadas a levantar la mano y a cantar bajo la obligación de las supervisoras. Las que más renegaban eran un grupo de jóvenes que habían sido encarceladas por pertenecer a un mismo círculo de la JSU y alterar el orden público.

Uno de esos días, Blanca se juntó con aquel grupo de chicas que, aunque la situación era de lo más triste, le hacían más amena la prisión cantando y bailando en los patios; así trataba por lo menos de estar con sus amigas y dejar a un lado la tristeza, aunque fuese por unos instantes. Blanca lo conseguía, pero solo a veces, muy de vez en cuando, ya que no se podía quitar la imagen de su hijo de la cabeza, le aterraba verse separada de él.

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Tras pasar las semanas, a la hora del recuento, las doce chicas alzaron la voz contra las empleadas y gritaron: ¡acaba de morir otro bebé, no podemos consentir esto, se mueren de hambre, no tiene comida!, ¡si no se pone remedio, mañana, en el recuento, no alzaremos la mano ni cantaremos! Al oír esto la jefa preguntó insistentemente que quien no cantaría. Las demás presas se alejaron y quedaron en un círculo aquellas doce jóvenes que lo único que perseguían era justicia. Ya casi al final, cuando volvió a preguntar que quien no cantaría, mi abuela se sumó a ese grupo. La jefa no pudo más que sorprenderse y acercarse a Blanca para comprobar que era verdad que ella también se quejaba. Y así fue, mi abuela, que no había mostrado nunca militancia alguna, estaba allí junto aquellas jóvenes apoyándolas en la exigencia de justicia.

A la mañana siguiente la afirmación de las jóvenes se cumplió. Ninguna de ellas cantó, ninguna alzó la mano. Esto no gustó a nadie, no fue bien visto y pronto se tomarían medidas.

¡Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente!. Eso fue lo único que se oyó a las doce de la noche el día 2 de agosto de 1939. Las empleadas de la cárcel repitieron aquellos nombres un par de veces. Las jóvenes, aterradas, se pusieron en pie cada una desde su respectiva celda y fueron al camión de presos.

El camión las llevó hasta el juzgado donde mi abuela pudo ver a Enrique. Fueron sentadas junto a un tribunal con los demás presos hombres.

La sentencia había sido decidida, no había vuelta atrás. Aquellas trece jóvenes habían sido condenadas a muerte por alterar el orden público, aunque lo que realmente las condenó fue su actitud rebelde en la cárcel.

Volvieron a las Ventas. Pasaron un par de noches, pero sus nombres no eran pronunciados y se alargaba de forma angustiosa su estancia. Ninguna de ellas conseguía conciliar el sueño. Estaban aturdidas, la presión podía con ellas. La desesperación era presa de sus pensamientos.

Así pasó un día más, pero una noche, la del 5 de agosto de 1939, se volvieron a oír sus nombres por segunda vez. Esta vez era la definitiva, las llamaban para tomar el camino hacia la muerte.

Tuvieron la oportunidad de pasar por la iglesia, pero la mayoría de ellas no se quiso confesar, excepto Blanca. Aun así, todas pasaron por el confesionario, ya

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que era la condición que tenían para luego poder escribir una carta de despedida a sus familiares o amigos. Aquellas horas, en la Iglesia, fueron las de mayor agonía. Todas escribían sus cartas desesperadas, lloraban gritaban se consolaban. Todas sabían que iban a morir.

Las hicieron vestirse con sus mejores galas y las condujeron, a empujones al camión de “presos rojos”. Una vez en el camión los llantos eran aún peores pero los trece espíritus jóvenes supieron, en esas trágicas circunstancias, como conseguir tranquilizar el ambiente.

Alzaron su voz por última vez cantando una canción inventada por ellas, criticando el mal estado de las cárceles y las injusticias. Se empezaron a intercambiar la ropa porque, como dijo una de ellas, había que morir con algo prestado.

Llegaron al cementerio, un grupo de militares armados las esperaban enfrente de la tapia de aquel lúgubre cementerio. El camión se detuvo. Paró sus motores, y abrió las puertas. En el fondo estaban las trece jóvenes acurrucadas unas sobre otras intentando evadir el ambiente. Se subieron al camión un par de militares y las empujaron hacia la salida.

Las colocaron en fila, una al lado de la otra, los gritos, las caras de angustia y los llantos no hacían más que crear un ambiente trágico, de desesperación. Se oyó un grito del comandante diciendo: ¡apunten!, ¡apunten!, ¡apuunteen!

Las jóvenes lloraban aun más, presas de la angustia consiguieron alargar su vida un par de minutos, ya que al ver las pistolas no pudieron hacer otra cosa que abrazarse una a otras y despedirse. Los comandantes se enfurecieron y las colocaron otra vez en orden.

Esta vez ya era la definitiva. El comandante gritó: ¡DISPAREN! Los soldados se prepararon apuntando sus fusiles contra aquellas jóvenes… Pocos segundos después se pronunció la palabra… ¡fuego!… Todo sucedió en unas décimas de segundo…, las balas siguieron su trayectoria hasta encontrase con aquellos cuerpos de las jóvenes que murieron junto a aquellas tapias del cementerio del Este.

El tiempo pasó y los fascistas continuaron con sus matanzas, ejecuciones y fusilamientos.

Quique, papá, recibió su carta y ha sabido conservarla hasta ahora. Y yo, nieta de Blanca, la tengo entre las manos y la puedo leer pensando en aquella injusta historia que al igual que a mi abuela le ocurrió a miles de jóvenes, adultos y niños del bando republicano de la Guerra Civil Española. No puedo dejar de llorar.

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LA GUERRILLA DEL MAQUIS

LA GUERRA DE JUANÍN

contada por él mismo

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Eva Cubas

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Hoy es 20 de abril del año 1957, estoy en el monte con la única compañía que me ha quedado, mi gran amigo y compañero Paco Bedoya. La Guardia Civil nos busca y sabemos que tarde o temprano nos encontrarán y nos ejecutarán. Por esto quiero que quien encuentre este pequeño libro sepa quíén fui, cómo fue mi vida, por lo que luché y como morí.

Mi nombre es Ángel Juan Fernández Ayala, pero todo el mundo me conoce simplemente por Juanín.

Nací en Potes, un pueblo de Cantabria, el 27 de noviembre de 1917. Dentro de una familia humilde. Mis padres se llamaban José y Paula. Me bautizaron en la iglesia de San Vicente, por un párroco llamado Don Cecilio.

Esta es la única foto que conservo de mi familia.

Cuando tenía apenas 5 años me trasladé junto a mi familia a Vega de Liébana. Me gusta pensar en la foto que nos sacaron con todos mis compañeros y nuestro profesor, en el año 1927, alguno de los pocos años que pude ir a la escuela.

En 1928, cuando tenía 11 años, tuve que empezar a trabajar, ya que mi padre estaba enfermo y en mi familia sufríamos muchas penurias.

Con 17 años, en 1934, me inscribí como militante en las Juventudes Socialistas Unificadas de Santander, que era una organización política, resultado de la fusión de la Unión de Juventudes Comunistas de España del PCE y las Juventudes Socialistas de España del PSOE. En esta organización, nuestras bases esenciales eran la defensa de los intereses de la juventud trabajadora, educar basándonos en el marxismo-leninismo. Capacitábamos a los jóvenes obreros para fortalecer y desarrollar la organización, agrupándola contra el fascismo y por la victoria del socialismo. Esa etapa me dejó un gran militante y gran amigo, Lorenzo Sierra.

Tras el alzamiento de 1936, que fue una sublevación militar contra el gobierno de la Segunda República y cuyo fracaso supuso la famosa Guerra Civil Española, me inscribí en Santander en la oficina de reclutamiento como voluntario del frente republicano. Y más tarde pasé a formar parte del ``Batallón de Ochandía”, con el que operábamos en Cantabria junto con otros jóvenes de mi pueblo. En el frente participamos en diferentes combates, donde me tuve que armar de gran valor. El peor recuerdo que tengo de esta etapa es que tuve que llevar a las espaldas bajo el fuego de mi enemigo durante más de un kilómetro a un soldado que había sido disparado en el cuello, gracias a Dios le salvé la vida. Aunque ahora, recordándolo, me siento orgulloso de lo que hice y lo volvería a hacer.

Recuerdo perfectamente que fue en el mes de agosto de 1937, cuando nos retiramos de nuestras posiciones tras la caída de la entonces provincia de Santander a manos de las tropas nacionales, cuando conocí a Segundo Bascones, hombre que se convertiría en mi amigo y mi cuñado, al conocer a su hermana María. En cuanto la vi me enamoré locamente de ella hasta el punto de casarnos.

Con mi cuñado Segundo embarcamos hacia las cercanías de Ribadesella para unirnos al

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frente asturiano donde luchamos hasta el final.

Regresé a mi pueblo natal Potes, donde me entregué pensando que si lo hacía la represión contra mí sería mas suave. Pero no fue así, el Consejo de Guerra me procesó y me condenó a muerte. En la cárcel, desesperado escribí una carta a mi hermano José, que era falangista e intercedió por mí y logró que mi pena fuera conmutada por una pena de 12 años en la cárcel. Cumplí mi condena en la prisión de Tabacalera y en la provincial de Santander.

En 1941 me trasladaron a la cárcel de Portacoeli, en Valencia. Dos años después, cuando ya tenía 26 años quedé en libertad vigilada.

Tras quedar libre decidí regresar a Potes donde me puse a trabajar en el Patronato de Regiones Devastadas, reconstruyendo la villa.

Esta fue una de las peores etapas de mi vida. Al estar en libertad vigilada tenía que presentarme semanalmente en el Cuartel de la Guardia Civil. Algunas de estas visitas, gracias a chivatazos; envidias y que todavía seguía en contacto con activistas, acababan en torturas para sacarme información sobre el Socorro Rojo Internacional, que era como una especie de cruz roja para apoyar a los prisioneros comunistas. Está claro que en ningún momento salió ni una palabra de mi boca.

Mi madre, que era cocinera en el cuartel y sufría día tras día mis palizas, intentó por todos los medios que me trasladaran a trabajar en el Salto del Nansa para distanciarme y alejarme por todos los medios del Cuartel, pero fue inútil, se me denegó el traslado.

No podía más, y después de seis meses de golpes, recuerdo perfectamente que fue la noche del 21 de julio de 1943, me fui de romería. Está mal que yo lo diga, pero se me daba bastante bien el baile y las mujeres eran mi perdición. Así que, después de una noche de fiesta, al amanecer cojí un pequeño hatillo de comida y huí a las montañas.

Allí en el monte me incorporé a la Brigada Machado, guerrilla antifranquista dirigida por Ceferino Roiz. Comenzaron mis andanzas como guerrillero.

Del tiempo que pasé en el monte me llevo a grandes compañeros: Lorenzo Sierra, Manjón, Pedrín, Santiago Rey y Hermenegildo Campo (apodado Gildo)

Poco a poco nuestra Brigada se fue disolviendo, al morir muchos compañeros en los enfrentamientos constantes que teníamos con la Guardia Civil; otros eran apresados y algunos con suerte lograron exiliarse a Francia. Cuando nuestra Brigada fue desmantelada, los pocos que quedamos tomamos cada uno nuestro camino. Yo tomé mi camino con Gildo y por casualidad me topé con Pedro Noriega, hijo de un bueno compañero mío en la cárcel de la Tabacalera, Ángel Noriega. Desde ese encuentro nuestro escondite pasó a ser la casa de la familia Noriega, además nos ayudaban como enlace con otros maquis.

Hasta que un día en una inspección de la Guardia Civil nos encuentran y tras varios tiroteos mi compañero Gildo es alcanzado y muere. La familia Noriega es detenida por ayudarnos. Por este suceso la represión contra el monte aumentó.

Era el año 1952 cuando me quedé en el monte con una sola compañía, Paco Bedoya. Este gran hombre había sido un buen enlace mío, lo que le costó pasar varios años en la cárcel en Madrid. Pero cumplida su condena no dudó ni un instante en volver al monte

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para encontrarse conmigo.

Durante varios años vivimos con su familia, nos refugiábamos en casa de enlaces que nos proporcionaban comida. Y varias veces hemos tenido que huir de los disparos de la Guardia Civil. En una de mis huidas me encontré en el suelo un papel. Decía que se ofrecen 500.000 pesetas por nuestra captura. Por lo que he visto es la recompensa más alta que se ha dado en Cantabria.

Estamos en abril del año 1957 y sólo es cuestión de tiempo que seamos cazados por la Guardia Civil. Estamos exhaustos, son años y años huyendo de la Benemérita, de cargar pistolas y metralletas, de tener que hacer todo tipo de artimañas para lograr que no nos pillen o nos maten de un tiro. Y aquí estoy sabiendo que llega mi final, pero feliz porque en mi vida he luchado por lo que he querido y por lo que yo creía.

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LOS MAQUIS

UNA HISTORIA

DE LOS ULTIMOS GUERRILLEROS

Contada por el hijo de Juanín

Raúl Fernández

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Me llamo Esteban Fernández González y voy a contar la historia de los maquis que esta muy relacionada con mi vida.

Nací en un pequeño pueblo de Cantabria llamado Abanillas, pero con ocho años me traslade a la Vega de Liébana; mis padres eran Juan Fernández, seguramente os sonará este nombre, y Rosa González.

La historia de los Maquis empieza al finalizar la guerra civil, cuando el bando franquista consigue la victoria y en el bando perdedor (el republicano) muchos de sus integrantes deciden echarse al monte por miedo a las represalias del bando franquista. En Cantabria hubo un primer contingente humano que decide echarse al monte en el año 1939.

Este grupo de hombres está dirigido por el Machado y el Cariñoso (en la zona de Liérganes), y el Practicante y el Vasco en la zona de Valderredible.

En esta primera salida es muy importante resaltar que los "huidos" eran comunistas, anarquistas, socialistas y republicanos.

Los maquis solían tener gente que simpatizaban con ellos en los pueblos cercanos a los montes y los huidos. Gracias a ellos bajaban para comer y cenar y también para recibir información del enlace, que era una persona del pueblo que les ponía en situación de lo que estaba pasando.

Por aquellos años mi padre estaba condenado por incendiar (supuestamente) el pueblo de Potes; fue condenado a morir, pero mi tío José, ex-camisa negra, intercedió por él y la pena fue reducida a doce años de cárcel, lo que nos produjo una gran alegría a mí y a mi madre.

En 1941 se produjo una amnistía y mi padre fue liberado, pero a cambio tenía que pasar semanalmente por el cuartel de la guardia civil donde recibía muchas palizas, que después mi madre y yo teníamos que curar.

Un día llegó del cuartel decidido a echarse al monte, porque no aguantaba más palizas, así que cogió su escopeta y se dirigió al monte para unirse con los integrantes de la Brigada Machado.

Nosotros nos quedamos en casa cavilando que podía ser la última vez que veíamos a padre.

Mientras tanto, como todo el mundo se había enterado de que mi padre se había echado al monte, en vez de recibir las palizas mi padre, las recibíamos mi madre y yo. Los guardias civiles querían que les dijéramos donde estaba mi padre, pero nosotros tampoco lo sabíamos, por eso creo que esta parte de la historia también hay que contarla, porque mientras mi padre estaba en el monte a nosotros nos estaban dando palizas. Es la prueba de lo que entendían por justicia las autoridades

En 1944 nos llegaron noticias se una invasión en el valle de Arán. Por lo visto se trataba del movimiento más espectacular de los maquis en España, donde reunieron cerca de 5000 hombres. Pero, aunque empezaron conquistando algún pueblo, fracasaron en el

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principal objetivo la toma de Viella, ya que Franco mandó un gran número de efectivos.

A partir de ese hecho empezó el ocaso de los maquis. Esta derrota también significó que el PCE (partido comunista español), fue el que empezó a tomar las decisiones. Eso provocó enfrentamientos entre los propios maquis; había veces en que los republicanos y los anarquistas no estaban de acuerdo con las consignas.

Mientras tanto, en Cantabria un año después se produjo una primera salida de maquis tratando de llegar a Francia, pero acabó con la muerte de muchos de sus integrantes.

Un año después se produjo una segunda salida mucho menos numerosa, de unos cuarenta hombres llamada Brigada Pasionaria, que fueron detectados cerca de Corconte y muchos quedaron heridos e incluso muertos.

Esto produjo que, a finales de los años cuarenta, el PCE lanzara otra consigna abandonando la lucha armada y en los montes solo quedó la presencia testimonial de algunos maquis como mi padre y su amigo Francisco Bedoya. Fueron los últimos resistentes

Lograron aguantar heroicamente unos cuantos años más, hasta que el fatídico 24 de abril de 1957 muere en la "Curva del Molino" disparado por un guardia civil.

Pocos meses más tarde Paco Bedoya es asesinado cerca de Islares por una trampa tenida por su cuñado San Miguel, que también fallecería ese 2 de diciembre de 1957.

A mí, por lo menos, me queda la esperanza de que mi padre luchó por defender sus ideales y que ha pasado a ser el maquis más afamado junto a Paco Bedoya.

He escrito estas breves líneas en su memoria.