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DESCRIPCION DE LAS SECTAS EN EL MUNDO

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  • M I S T E R I O S

    SECTAS SECRETAS.

  • N o me habis e scuchado cuando os p r e -dicaba la unin y fraternidad y la amistad santa: pues b ien , ahora en el nombre del Seor os predico la fraternidad de la e s p a -da, de la peste y del hambre .

    JEREMAS, Cap. X X X V I , v. 1 7 .

  • MISTERIOS DE

    LM SECTAS I N 1 I N ! ,

    EL FRRC-MSOn PROSCRITO. NOVELA HISTRICA, INTERESANTE POtt SD PLAN Y SD OBJETO,

    ADECUADA A LOS SUCESOS POLTICOS DE ESTOS TIEMPOS M ESPAA, ORIGINAL

    D E D. JOS MARIANO RIERA Y COMAS, autor y colaborador de varias publicaciones.

    TOMO I .

    BARCELONA.

    Imprenta Hispana de Vicente Castaos , Asa l to , n . 20. XX

    1864 .

  • Esla edicin es propiedad de sus editores, y todos los ejemplares llevarn frente de cada tomo, adems de la numeracin correspondiente, su rbrica.

  • MIS PADRES:

    Admitid, oh, Padres amados, en espresion de mi filial cario, una prueba del justo enojo queme anima contra las sectas secretas de Espa- a , que la destruyen y la aniquilan, en la obra que voy publicar, fruto de un sinnmero de trabajos que con vuestra ayuda he comenzado y proseguido, encaminados todos ellos hacer una pintura del lamentable estado que las mismas han conducido nuestra infortunada n a c i n .

    Cuando vosotros visteis la primera luz, los hijos de Vollaire y de sus altas sectas no estaban posesionados an de los destinos de la Patria; y si los espaoles que en vuestra niez formaron el pueblo de Carlos IV, hubieran recibido noticia anticipada de todas las desgracias, de lodos los desrdenes y de todos los horrores que, durante vuestra vida, habis visto acaecer, hubieran dudado. Sin embargo, ellos como vosotros han sido testigos de estos escesos dolorosos, y es menester se sepan de una vez que son tristes efectos de las sectas secretas, por mas que no falte quien las califique de adelantos de la poca.

    Veinticuatro aos h que, por no haberse hablado en pblico de ellas, parecales muchos estar muertas y a : pero ltimamente los escritores han vuelto ocuparse de las mismas, inculpar unos, sincerarse otros de los cargos dirigidos, hablar casi todos de moderados masones, de p ro-gresistas comuneros, de conatos de regicidio y de atentados inauditos, y esto me escusar de probar su existencia.

    As, mi tarea quedar reducida patentizar los Misterios de las sec-tas, los cuales, Padres amados, os ofrezco ahora y siempre como prueba del aprecio que me merecris, y de lo mucho que os amar eternamente es-te vuestro humilde hijo y servidor

    Barcelona 25 julio de 1 8 4 7 .

  • PROLOGO.

    Non is ego sum, qui aliud in fronte libn, aliud decursu ope-ris lectoribus exhibeam.

    GuEVARA.

    MUCHAS son las personas que, aun hoy dia, no quieren atribuir las sectas secretas todas las calamidades y desgracias pblicas que en este siglo han sobrevenido nuestra Patria; y no son pocas las que dudan aun de la existencia de las mismas. Las sociedades secretas han existido empero en Espaa desde muchos aos, y existen aun hoy dia... las prue-bas son numerosas, y sus hechos son asimismo demasiado patentes los que no ignoran sus intrigas, para que puedan dudar de ellas.

    Fatalidad y no casualidad es, sin embargo, el que, pesar de los mu-chos catlicos que han penetrado los misterios y designios secretos de los hijos y descendientes de Voltaire y de sus altas sectas, hayan que-dado por esto tan impunes y tranquilos en sus oficiosas y terribles tareas por la sola circunstancia, de que los sabedores de sus intrigas no han querido deponer el vano temor que generalmente inspiran esos preten-didos filsofos de la r a z n . Sensible es la realizacin de esta verdad, y lo es ahora mas que nunca, porque han dejado ya de adquirir ascen-diente alguno sobre los nimos las cacareadas amenazas de sacrificar sus puales los que dieren un paso contra sus actos. Esas vanas alha-racas han perdido ya todo su valor, y hoy dia solo pueden amedrentar los nios los nimos femeniles y apocados.

    Esto no obstante, siguen organizados en sociedad y estn asimismo dispuestos para las horribles escenas que les han impreso un carcter de oprobio, de tirana y de esterminio. Siguen aun hoy dia sus horrores, siguen sus progresos, siguen sus lamentables victorias; y la religin, la moral, la paz, el culto, las sanas instituciones, la sociedad misma, y to-do cuanto ella de bueno encierra, todo se resiente cada dia mas de los

  • YIII PRLOGO.

    repetidos choques del filosofismo secreto; y todo, oculta pero violenta-mente, es conducido por l recibir del mismo, primero la modificacin, despus la renovacin, y finalmente el esterminio.

    Yo vine al mundo fines de 1 8 2 7 , y ya entonces la nacin espaola habia sido en dos pocas diferentes el juguete de las sedas secretas. E n mi corta edad vi caer la patr ia bajo el yugo del filosofismo, y hoy dia no la veo menos sujeta que entonces su b rba ra irracional vo lun ta -riedad. Entretanto la luz de la razn ha presidido todas mis acciones, y ella me ha hecho concebir un justo enojo y antipata esas sectas se-cretas que han querido ofuscarla y destruirla afectando preconizarla. Sus crmenes me han horrorizado siempre, y despus de haber venido en conocimiento de sus misterios y designios ocultos, he resuelto p u b l i -carlos para que los hombres de todos los partidos polticos sepan quines son los que los dirigen, y que t a n t o males han causado la desventura-da Espaa Creo que , pesar de mis pocos aos, lo habr conseguido del mejor modo posible, y hasta, si pudiera contarlo como prueba de buen xito, diria que no ha si;lo obstculo mi juventud para que las sedas secretas hayan dejado de darme algunas, pruebas prcticas de su brbaro y feroz egoismo.

    Sea como quiera, la buena acogida que tuvo la Ojeada filosfica sobre el Instituto de los Jesutas que publiqu fines de 1 8 4 6 , me hace e s -perar que mi nueva obra, la que he dedicado un sinnmero de p o d e -rosos esfuerzos, se ver igualmente favorecida; siendo ledos con inters algunos documentos relativos las sectas secretas que pienso ir p u b l i -cando y debo un conde italiano, cannigo que fu de la catedral de Brgamo.

    Por otra parte , hoy dia se llaman progresos del siglo ciertos hechos que son la obra del filosofismo secreto, y yo creo prestar un servicio la verdadera libertad (que defiendo todo t rance) patentizando sus actos de desolacin y de muer te . Esto vendr ser tambin un progreso del siglo, aunque bien diferente del de los enemigos de la verdad.

    Entretanto que Eugenio Sue y otros escritores de la poca se declaran protectores de la l ibertad, de la industria y de los dereehos de las clases jornaleras, yo esplicar por caminos mas directos y mucho mas senc i -llos aun, quines son los que se bur lan y destruyen la libertad, la i n -dustria y las clases jornaleras .

    A pesar de todo, aunque soy de los pocos que creen que es ya un im-posible destruir enteramente las sedas secretas, sin embargo, no dejar de proponer los medios que me parezcan mas aptos para este logro.

  • VEINTE Y UN ANOS ANTES.

    CAPITULO I.

    I iOS D O S A M I G O S .

    P u e s t me dejas msero y do l i en te . . . Todo me agradar, y ser mi gloria Si vue lves , y de m tienes memoria .

    >N una de las hermosas noches de setiembre del ao 4 8^18, dorma la "villa de Madrid sobre un lecho de plata.

    La luna llena y herniosa brillaba sola y sin ce-lajes en el azulado firmamento, y difundia sus co-piosos manantiales de plata y perlas, ,no solo sobre las altivas torres y elevados techos de la coronada villa, sino tambin sobre los prados y campias de sus alrededores.

    El dia que me refiero es el 20 de setiembre de 1818; dia eterna-mente memorable para una de las mas nobles familias de Castilla, por haber sido violentamente asesinado el que parecia ser el ltimo vastago de la misma.

    Esle era el duque de***, que la sazn habitaba en su quinta-pala-cio, posesin rural de las mejores que existan en los alrededores de Madrid.

    El jardn de ella, era mucho mas estenso que bello y magnfico. Un suntuoso edificio ocupaba gran parte de sus~ confines, mientras que las gruesas murallas de la misma terminaban en todo lo dems aquel vasto jardn, que por la espesura y elevacin de sus rboles de diferentes es-

    TOIHO i . 2

  • 10 INTRODUCCIN.

    pecies, mas bien adquira un carcter selvtico que agreste y florido. La luna, como he dicho ya, decoraba brillantemente aquel hermoso

    paisaje. Los rboles no estaban aun del todo despojados de su espesa ho-jarasca, y este era el motivo por el cual no podia penetrar en todos los parajes la melanclica luz del astro de la noche.

    En uno de estos recintos abovedados por el tupido follaje de un cr-culo de castaos, rodeado de arbustos olorosos, y al cual no podia i lu-minar la luna sino con una claridad menos que crepuscular, es donde pas una escena muy interesante.

    Erase un espacio circular dentro el cual habia algunos asientos rsti-cos. Vease en uno de estos aun hombre medio echado y envuelto en su negro capote tan negligentemente, que al instante podia venirse en co-nocimiento de que mas lo llevaba por costumbre que por necesidad. La humedad era sin embargo bastante, para no hacer de su capote el uso conveniente. A pesar de todo, al notar su estraa actitud, hubirase d i -cho que era un hombre anciano que habia determinado pasar all una noche fastidiosa. Tenala cabeza inclinada sobre su pecho; el gorro grie-go que traa, ocultaba gran parte de su rostro, del cual la porcin que estaba en descubierto pareca flaca y cadavrica. Por debajo de su c a -pote salan sus dos piernas cruzadas y cubiertas con polainas de cuero, que haban perdido ya su primitivo color, y caian medio cubiertas so-bre sus anchos zapatos.

    Su actitud silenciosa y meditabunda, seguramente hubiera durado mucho tiempo, si los relojes pblicos de la capital de Espaa no hubie-ran anunciado la media noche.

    Las doce ya, dijo entonces levantndose, y nadie parece aun. Oh! eso es horrible! Ernesto'faltar la cita! Ernesto, que es siempre tan puntual!...

    Y exhalando un acento de dolor, esclam: Todo lo comprendo!... Ernesto habr sucumbido ya!... Pobre

    amigo mi! Y andando de un estremo otro del recinto, y cansado luego de pa -

    searse, psose escuchar una parte y otra; pero fu en vano, porque solo lleg sus oidos el confuso y undulatorio ruido del ramaje agitado dbilmente por la brisa.

    Oh, Ernesto! esclam; t debes de ser sin duda vctima de las sedas secretas: se habrn vengado del duque de"* matndote t; pero no en vano he hecho hoy veinte leguas de camino para acudir esta ci-ta. Si has muerto, yo sabr vengarte, buscando tu asesino en las mis-

  • INTRODUCCIN. 1 'I

    mas cavernas do se oculte... Sin embargo, yo soy tambin muy exigen-te. .. mi amigo no puede cumplir en el campo con la misma puntualidad con que cumple en la corte... Esperar pues... pero entretanto... esa in-certidumbre me agobia.

    Quitse entonces el capote, y dejndolo en el suelo, volvi sentarse sin l, abri una cartera que traia colgada de la espalda, y sac de ella una flauta de bano con monturas de plata. Ejecut entonces un prelu-dio melodioso que contrastaba muy bien con el silencio de la noche y la soledad del lugar; despus del cual, cant con voz interesante una me-lanclica poesa.

    Al acabar las ltimas estrofas, su voz estaba conmovida sin duda por las ideas que le escitaba su romance, y levantndose de nuevo, esclam con un acento casi de desesperacin:

    Ernesto no viene aun... Ay, amigo mi! Sin duda habrs muer-to ya!

    No temas tanto, amigo... no temas tanto, dijo entonces una voz va-ronil interrumpiendo al cantor.

    Y entr en aquel recinto un hombre alto en estremo, embozado en su capote.

    Ay, cunto me alegro de que hayas venido! esclam luego el can-tor. Si quieres que te diga la verdad, empezaba concebir serios t e -mores... por t. Nuestros enemigos nos dan tantos ejemplos de personas que mueren en sus manos!...

    Sin embargo, amigo, replic Ernesto, ya ves que he asistido sano y salvo la cita que tantos dias hace nos habamos dado... Pero deje-mos estas cosas. Dime, qu es lo que acabas de cantar?... Te he escu-chado... y tu voz y verso eran tan lastimeros!...

    Te ha gustado, Ernesto?... Es un romance que he compuesto so-bre las desgracias que pueden sobrevenir al duque de"*, si acaso fuere vencido por las sectas secretas.

    Y cuando tales ideas has trasladado al romance que acabas de cantar, es muy probable que temers sobremanera esas desgracias que pueden sobrevenir al duque.

    Las temo s, y mucho, dijo el cantor, porque me parece que le se -r enteramente imposible el poder ocultar por mucho mas tiempo esos escritos, que tiene, sobre los designios de las de Espaa. Ellas le persi-guen sin cesar; y tarde temprano llegarn dar con esos codiciados documentos que tanto buscan, y cuya prdida tanto sienten.

    Con la ayuda de Dios no suceder tal cosa, aadi Ernesto sentn-

  • '12 INTEODUCCION.

    dose. Y si tan mal llegasen parar los asuntos, entonces el duque podria hallar muy bien algunos defensores entre sus amigos y partidarios. T y yo, por e jemplo . . . me entiendes, amigo?

    Perfec tamente . . . . Eso ya no debe traerse cuestin. Pero dime, dijo Ernesto: qu partido piensa tomar el duque? No

    los concepta aun bastante escondidos? N o podr responderte esto fijamente, dijo el cantor; pero, sin em-

    bargo, te contar con toda puntualidad lo que ha pasado hoy luego que he llegado de Ciudad-Real , de donde, como t sabes muy bien, he s a -lido para dar cumplimiento esta cita contigo. Luego de haber llegado, el duque m ha hecho comparecer su presencia y me ha demostrado una grande alegria, dicindome que pensaba haber conseguido el escon-der perfectamente todos los escritos pertenecientes las sectas secretas.

    Y cmo?. . . Espl ca te . . . Me ha hecho sentar su lado dicindome que un subterrneo, que

    solo l conoca, era el lugar que habia preferido muchos otros. Me ha enseado una llavecita de oro como nica depositara de ellos, anuncin-dome que cuando fuere necesario me dara esa llave, y que un papel que hay dentro de ella me pondra en conocimiento de la puertecita que con ella puedo abr i r .

    Ay, amigo! cunto me alegro! dijo Ernesto acercndose al cantor. Y dime ahora: has notado si estaba tranquilo el duque por el feliz xi-to de sus proyectos?

    S , amigo . . . t ranqui lo . . . a l egre . . . y su joven esposa estaba su lado gozando de su felicidad.

    Bien, amigo, bien, dijo Ernesto tomando la mano de su amigo. No s qu decir para esplicarte cuan contentsimo estoy de lo que acabas de contarme. Siento una alegria inesplicable, de modo que mejor podrs t comprenderla que yo esplicarla. Si quieres que te diga la verdad, habia perdido toda esperanza de que el duque pudiera salvar su v ida . . . Su posicin era tan arriesgada, que me era imposible formar una idea de lo que hoy el duque acaba de conseguir, porque difcil empresa es el esconder completamente unos escritos que patentizan la multi tud de c r -menes y horrores que han cometido las sociedades secretas. Pero la d e s -confianza que tenia de salvar su vida, no consista en el solo acto de esconderlos, sino en esconderlos de tal manera que nunca mas pudiesen llegar manos de sus primeros posesores. Finalmente, esto lo ha conse-guido ya el duque. Porque tu seor, amigo mi, ha acreditado en todos tiempos un talento poco comn y un completo discernimiento; por cuya

  • INTRODUCCIN. 13

    razn la circunstancia notada por ti de que estaba sumamente alegre y tranquilo en el momento de anunciarte el xito de su empresa, esa c i r -cunstancia, digo, me revela que el xito ha sido feliz y que las sectas secretas de Espaa han perdido para siempre la esperanza de recobrar unos escritos, que para bien de la humanidad cayeron en manos del b e -nfico y poderoso duque de ***... De este modo, amigo mi, ya no hay temor de que pierda la vida manos de sus enemigos, porque siempre le respetarn con la esperanza de conseguir los papeles cuya existencia solo l podr saber .

    A l fin tienes razn, esclam el cantor llorando de alegra. Estoy plenamente convencido de que la familia de los duques de *** conservar aun su ltimo vastago.

    As ser, no lo dudes, porque no ignoras t que yo conozco muy bien los designios de las sectas secretas. Ya no hay temor. Yo mismo te he dicho mil veces, que de buena gana sacrificara mi vida para salvar la del duque, que tan singulares favores me ha hecho: pero as como fui el primero en ofrecerle mi vida, quiero ser tambin el primero en decirte, que el duque no necesita ya del auxilio de nadie . No te formes por lo tanto horribles ilusiones sobre el porvenir que aguarda tu p o -deroso seor.

    Estas ltimas palabras de Ernesto fueron pronunciadas con un acento de tristeza inesplicable. Apartse un poco de su amigo y enjug a l g u -nas lgrimas que corran por sus mejillas. Despus de esto, mediaron algunos instantes de silencio hasta que el cantor, rompindolo el p r i m e -ro , esclam:

    Quedo plenamente convencido de lo que me has dicho, Ernesto, pero si he de hablarte con franqueza, no s comprender bien por qu motivo esa noticia que t y yo hallamos tan feliz, te pone en tanta t r is-teza. . . Ernesto, acaso me ocultas algn secreto? Habla pues, qu es lo que tienes?

    N o juzgues sobre todo con demasiada ligereza la exaltacin de mis ideas, replic Ernesto, y el motivo de mi tristeza te ser muy fcil de comprender cuando me haya esplicado. Escchame pues . Bien sabes t cuan adversa y horrible situacin era la mia cuando vine suplicarte que implorases favor mi los humanos beneficios del duque tu seor. No es necesario, amigo mi, que te la pinte de nuevo. Solo te recor-dar que su alma grande se compadeci de mi suerte, me tendi por me-dio de t una mano amiga, y me libr del poder de las sectas scretas, que me habian engaado y que sin duda me hubieran quitado la vida,

  • 14 INTRODUCCIN.

    si el duque no me hubiera salvado. Ahora bien; tan gran beneficio no pudo escitar en mi imaginacin una idea de reconocimiento que p u d i e -ra equiparar en lo mas mnimo al mismo beneficio recibido. E n tal e s -tado, determin consagrar toda mi vida la salvacin de la suya, que estaba en peligro, segn lo que t me indicabas. Por otra parte, perdiendo l la vida, la perda yo tambin; y h aqu por qu mi gratitud y el propio inters me l lamaban permanecer cerca del duque para dividir el peligro. Afortunadamente nada debe temer ya , y puedo partir t r a n -qui lo . . . T le dirs, que no pudiendo yo permanecer ya mas en Madrid ni sus contornos, otro es el lugar donde deber acabar mis dias; pero que siempre me quedar la tristeza, el pesar, y por decirlo de una vez, la vergenza de no haber hallado ocasin de corresponder sus b o n d a -des. Los pechos honrados se avergenzan de no haber conseguido a c r e -ditar el reconocimiento que les anima, y el mi es uno de ellos. Pero spalo al menos, aadindole, que parto porque le veo l ibre ya de a s e -chanzas; y que siempre que tema por su vida, estoy pronto hacerle el sacrificio de la p rop ia . . . Adis, pues, amigo mo, aadi levantndose y presentando al cantor su mano; seguramente no nos volveremos ver , y por t an to . . .

    N o prosigas, n o . . . respondi el otro levantndose tambin. Qu razonamientos gran Dios! son los tuyos? qu vas hacer? dnde m a r -chas?

    Q u voy hace r? . . . Voy dar fin mi misin. . . A dnde m a r -cho? . . . Cuando est en el lugar de mi destino, te escribir y lo sabrs . . . Adis . . .

    N o quiero despedirme de t todava, Ernesto. Quiero que vuelvas maana y presentarte al duque .

    Esto ltimo no lo logrars, pero al menos volver maana ver te . Y dnde vas ahora? Voy Madr id . . . dar el ltimo adis k esa poblacin inmensa en

    que tantos crmenes he visto cometer, y despus pasar por esta quinta para saludarte por l t ima vez.

    Y qu hora pasars? A las tres de la tarde en punto . T e e spe ra r . . . S . . . y entonces nos despediremos. Los dos amigos se estrecharon las manos, y saliendo del sitio donde

    estaban, pasaron otro iluminado por la l u n a . . . Adis, amigo mi, repiti Ernesto al otro. Maana nos veremos,

  • INTRODUCCIN. \ 5

    pero entretanto rugote encarecidamente que no te olvides de decir al duque que si le abandono ahora, es porque estoy completamente con-vencido de que sus enemigos afiliados en las sectas secretas respetarn su vida.. .

    As se despidieron ambos, despus de haberse apretado las manos cordialmente, una vez mas.

    El cantor marchse triste y pensativo, y tom el camino mas recto para dirigirse al edificio de la quinta de los duques de ***, de los cua-les era mayordomo.

    Ernesto sigui una direccin opuesta por en medio de una calle de copudos rboles, al fin de la cual torci la derecha, yendo parar un lugar concertado del jardn, donde le esperaban dos hombres embo-zados. Acrcesele uno de ellos, y hablndole en voz baja, le dijo:

    Slveos el cielo, seor barn... Son satisfactorias las nuevas que vais traernos?

    Lo son, respondi Ernesto. Esta noche es preciso dar el golpe... Y qu, barn?... Acaso podris?... Podr hacer que caiga en mis manos una llavecita de oro, por me-

    dio de la cual nuestra Sociedad recobrar todo lo que ha perdido. 'Y estis seguro? aadi el embozado con acento de alegra. S . . . lo estoy; y no hay que perder tiempo... Comprendo... pero no sospecharn?... Cobarde! no sospecharn nada... replic el barn, quien el can-

    tor conoci con el nombre de Ernesto. He logrado todo lo que podis imaginaros... y no solo el mayordomo del duque no tiene temor alguno de peligro, sino que har que su seor lo pierda tambin.

    Bravo, aadi el embozado con voz de entusiasmo, qu haremos pues?

    Voy decroslo... Daos prisa, y pasad al instante avisar los Carbonarios que hemos dejado emboscados poca distancia: traedles aqu, que yo os aguardar... Os encargo en gran manera que no tardis en volver.

    El embozado dej entonces al amigo del cantor, y corri precipitada-mente cumplir aquella orden.

    Ernesto el barn, como quiera que le llame, acercse entonces al otro embozado, dicindole:

    Animo, compaero... Esta noche el duque de*** v ser vctima del justo resentimiento que anima nuestra madre la secta de los Franc-masones.

  • 16 INTRODUCCIN.

    CAPTULO II .

    EL DUQUE Y SU ESPOSA.

    En mi tengo la fuente de alegria, S iempre la tuve , mas yo no lo sabia .

    ALMEIDA.Sombre feliz.

    UEGO que el mayordomo de la casa hubo dejado su amigo Ernesto, encaminse, como dejo dicho, al inte-rior de la casa, y determin presentarse cuanto antes al duque de***: este poderoso personaje, quien tanto teman las sectas secretas y quien tanto anhe-laban quitar la vida.

    Al mismo tiempo que Ernesto y el cantor se des-pedan en el jardn, el duque y su esposa estaban tra-tando de un asunto muy interesante en un saln de la quinta.

    Era el duque un hombre de proporcionadas formas, que contaba la sazn unos veintiocho aos. Su figura era sobrado interesante. Su color era moreno', sus cabellos negros, con sus ojos algo hundidos del mismo color, y una barba espesa y bastante larga terminaba su rostro oval, la par que grave y lleno de dignidad. Por lo que toca su talento, era mucho, aunque no era posible conocerlo k fondo, hasta que se hallaba engolfado' en una conversacin algo animada interesante. Poda decirse muy bien que el talento del duque solamente era conocible cuando las conversaciones de entidad sublimaban su espritu.

    La duquesa estaba dotada de no menores prendas, as fsicas como

  • INTR0DUCC10TS. -17

    morales. Era de una estatura mas que regular , pero pesar de esto, muy proporcionada la esbeltez de su talle y las delicadas formas de sus miembros. Su cabello, ornato el mas precioso de una muger bella interesante, era tan sumamente rubio, que mas bien rayaba en blanque-cino, al mismo tiempo que era abundoso y bril lante cual un manojo de hilos de oro. Pero esa misma preciosidad era mas perceptible, porque orlaba siempre de perlas y de oro una frente blanca, pura , serena, d i -latada y llena de dignidad y dulzura. Imposible es formarse una idea del efecto que causaban sus hermosos cabellos coronando dignamente aquel rostro interesante, cuya blancura era tan estrema, que poda muy bien pasar por proverbial, y que solo poda concebirse con la imagina-cin. Sus ojos grandes y rasgados eran de un color azul claro, llenos de modestia, de candor y de timidez; lo cual era en tanto grado, que muy raramente podia conocerse toda la espresion de su mirada. El color r o -sado de sus mejillas desafiaba en hermosura y preciosidad lo restante de su rostro, y la superficial cavidad que se reproduca incesantemente en sus mejillas al menor movimiento de sus carminados labios, le comu-nicaba una belleza ideal tan part icular , que solo puede tener cabida 011 los ensueos de la fantasa. El talento de la duquesa no reconoca lmi-te alguno (como podr verse en el decurso de esta historia): era lo que puede llamarse un fenmeno mugeril , lo cual d i r por aadidura que la duquesa contaba solo quince aos y era el dolo de su marido.

    Segn he dicho, los dos esposos estaban tratando de asuntos interesan-tes. El duque habia espcado su joven esposa, que permaneca senta-da su lado, el modo como habia escondido los escritos pertenecientes las sectas secretas, y se esforzaba en persuadirla de que ya no corria peligro su vida y que de all en adelante podia vivir con mas t r anqu i l i -dad. En el modo de espresarse la duquesa, se conoca que no estaba de todo punto convencida, hasta que despus de haber escuchado lodos los razonamientos de su esposo, respondile con voz argentina y sonora:

    T e creo al fin; esposo mi; pero de este modo me prometes que de aqu en adelante no te mostrars tan triste como hasta ahora? . . . En verdad te digo, que me he condolido muchas veces de que tanto tiempo hayas pasado sin una hora de alegra y de sosiego.

    Y a le comprendo, contest el duque . Quieres decir que de algn tiempo esta parle no he venido obsequiarle con tanta frecuencia c o -mo t mereces; pero olvidas que las muchas ocupaciones en que he e s -tado sumergido me lo impedan.

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  • t8 INTRODUCCIN.

    Y adems . . . oslabas tan t r i s te ! . . . aadi la joven con doloroso acento.

    Si, verdad e s . . . estaba triste porque temia perder la vida: pero ahora, no es verdad que ya debo apartar todo temor?

    Mi opinin es, que si verdaderamente has escondido esos infernales secretos que tanto mal nos han ocasionado, ya no debes temer ofensa al-guna .

    Por lo que loca estar bien escondidos, replic el duque , no hay duda en que es asi.

    Cunto me alegro! Y yo tambin, querida mia . Mi obligacin es ahora valerme debi-

    damente de la posesin de estos escritos misteriosos, de que Dios me ha hecho depositario; y f mia que no es poco el trabajo que se me espe-ra,, visto lo mucho que es preciso hacer. Dios por lo regular sufre los malvados, pero al fin los castiga horriblemente. Cansada est ya la d i -vina Providencia de tolerar tantos y tantos crmenes como han cometido en Espaa las sectas de los Franc-masones; y para carligarles d e b i d a -mente, ha querido que se les contrareslase abiertamente por medio de las-pruebas de sus mismos atentados, Justa venganza es esta que Dios se to-ma; pero lo mas sensible para m es el haberme recado el difcil encar-go de ejecutar su Suprema voluntad. Pero sea como quiera, es preciso que cumpla debidamente con l, ponindome de por medio entre los sec-tarios de Vollaire en Espaa y sus demasas. Desde ahora todos aquellos que se hallen perseguidos por las sectas secretas encontrarn en m en mis amigos un seguro salvador. De este modo vivir tranquilo y conten-i, no solo porque cumplir la voluntad de Dios, sino tambin porque dar el debido curso la generosidad y ternura de mi corazn. Este mo-do de hacer bien me alegrar , me tranquil izar, sublimar en cierto modo mi existencia; y cuando me presente tu lado, me encontrars siempre alegre, siempre complaciente, y siempre ufano de tu amor. Comprendes ahora , esposa mia, toda la felicidad que nos espera?

    S , te comprendo, respondi la joven con un ademan gracioso que revelaba toda la sencillez y pureza de su a l m a . Si supieras qu alegra acabas de darme! Casi me trastorna la idea que de ahora en adelante irs ocuparte en m mucho mas que antes, porque al fin y al cabo tan ni-a como soy, y sin la compaia de mis padres, es preciso que t ahora seas mi apoyo, para que no eche de menos mis infantiles aos.

    Tienes razn, dijo el duque. Pero ahora cabalmente advierto que

  • I N T R O D U C C I N . 19

    me habrs ocultado alguna pena. No me lo n iegues . . . . lo conozco en la modo de espresarle; nada me ocultes y habame sin recelo.

    S , verdad es: he tenido alguna pena, pero ahora te veo ya t r a n q u i -lo, y esto me satisface.

    N o impor ta . . . es preciso que hables mas claramente. Bien sabes qne te he sacrificado toda mi existencia, todo mi amor; y cuando tal he hecho, puedes conocer lo mucho que padeeeria mi corazn si acaso le ocultabas las penas del luyo.

    La duquesa, despus de haber escuchado la solcita splica de su e s -poso, clav sobre los suyos negros sus azulados ojos, irguiendo la c a -beza con ademan de resolucin, y dejando sus manos cruzadas sobre el hombro del duque , le habl de esta manera :

    Me esplicar, ya que as lo qu ie res . . . Acabas t de decirme que me has sacrificado tu existencia y tu amor, y por mi parle no creo que yo haya dejado de hacerte igual sacrificio. No intento posponer la vehe-mencia de tu amor la del mi, pero s puedo decirte con toda verdad, que me es mas fcil conocer la del tuyo por la del mi propio, que por las caricias que me has dispensado. . . Yo no le culpo por ello; pero sin embargo muy poco satisfactorio ha de haber sido para m el ver que los electos de tu amor no han correspondido como yo esperaba. Mi alma tierna y sencilla no ha conocido hasta ahora otras poticas ilusiones que las que t has sabido oscilarle, y f mia que no es mucho para c o n -tentar el que esas ilusiones hayan de haber quedado en mi fantasa sin haber llegado aun la realidad. No me habia figurado que siendo tu es-posa, nada enteramente me faltara para mi completa dicha, y la e q u i -vocacin en que. he cado es lo que me ha ocasionado algn desasosiego. No s si lo que siento ser efecto de un escesivo amor, pero que en cin-co meses de matrimonio te he visto siempre triste, pensativo y melanc-lico; y este estado ha causado una honda pena en el corazn de una e s -posa que hubiera deseado estar siempre lu laclo para gozarse en tu ca-rio. Y no obstante, t constantemente aptico, siempre medi tabundo. . . algunas veces lus miradas me han revelado un amor glacial, otras m u -chas no te he visto' mas que cada veinticuatro horas, casi desdendole de observar la tristeza que yo no he podido encubrir , y si alguna que otra he querido interrogarte indirectamente, me has dado por toda con-testacin algunas lgrimas y . . . nada mas.

    N o sigas por piedad, esclam el duque, no desgarres mas mi cora-zn . . . t no puedes ni debes dejar de conocer hasta qu punto alcanza mi amor. Si alguna vez me has interrogado sobre mi tristeza, si alguna vez

  • 20 INTRODUCCIN.

    me lie alejado de t dejando que corrieran mis lgrimas; lgrimas eran, pobre esposa ma, hijas del dolor y de la amargura que me embargaban pensando en lu fulura suerte si llegaba sucumbir las asechanzas de mis encarnizados enemigos. Ah! no sabes aun toda la estension d l o s peligros que-he corrido. Te he dicho algunas veces que mi vida est li-gada esos escritos, pero no le he dicho nunca que son la vida, las r i -quezas, y hasta la esclavitud de infinito nmero ce criminales; ni mucho menos que hacen esfuerzos de desesperacin para recobrarlos. S que si llegan poseerlos, mis das son contados, y h aqu por qu veo siempre mis enemigos blandir su pual ante mis ojos, bur larse con r i -sa sardnica de mi temor, y hacer alarde de que desprecian mi ex is -tencia hasta haberme podido arrancar lo que tanto escita su codicia . . . Acaso buena parte no son sino quimeras , recelos exagerados de mi a c a -lorada fantasa; sin embargo, no puedo resistirlos, y este es el origen de que viva triste y apesadumbrado . . . No me creas por esto cobarde, no, no lo soy por Dios; la sangre que corre por mis venas es la misma que c i -i de laureles y de gloria la frente de mis antepasados, y v por qu , lejos de haber soltado la presa que he hecho las sectas secretas, me he puesto frente frente de sus mas esforzados campeones, echado en cara los crmenes que han cometido, y despreciado sus gritos de muerte, sus ame-nazas sangrientas y sus desesperados esfuerzos. No, no conozco la cobar -da; antes bien he deseado con ansia el da en que su pual llegue he-r i r mi pecho para decir mis asesinos que muero en nombre de ese Dios que hacindome el ejecutor de su justicia, ha querido por este medio desconcertar sus p lanes . . . Si he temido, pues, dulce esposa mia, si me has visto llorar, es solo por t: por t, que , muerto yo, quedaras sobre la tierra sin un fuerte apoyo contra los que hubieran sido asesinos de tu marido, y que lo serian tambin tuyos. He temido siempre por t; por t, quien lu padre desde las puertas de la tumba puso bajo mi proteccin y cuidado; por t i , quien amo porque eres tan buena, porque te haces amar amndome, y porque sin m quedaras triste en la horfandad sin padre y sin mar ido . . . Ah, pobre esposa mia! No me hagas recordar ese funesto trance, si no quieres que llore como un n io . . . Comprendes ahora por qu causa he llorado cuando me preguntabas? . . .

    La joven habia escuchado con una admiracin que rayaba en xtasis lodos los razonamientos de su esposo, que tuvo siempre fijos en ella sus ojos. Cuando acab, hallbase conmovida y respondi con una gracia infantil:

  • INTRODUCCIN. 21

    A y ! . . . ya veo! . . . Y cuulo has padecido por m i ! . . . Pero dime, no se turbar ya mas nuestra felicidad?

    No lo c reas . . . Ya no me vers triste sino cuando t estars fuera de mi lado.

    Y ests seguro de esto? Seguro es toy. . . A h cunto me a legro! . . . P e r o . . . escucha, quiero hacerle una pre-

    gunta . Me conformo. . . Hazla sin reparo. Esa carta, dijo la joven, que has recibido hoy de nuestro cuado,

    no te ha escitado k idea de que algn dia pueda turbarnos de nuevo? En ella nos avisa que ha sabido por los Franc-masones de Zamora, que esperaban ocasin propicia para quitarle la vida.

    No, no, quer ida, porque es cosa que ya la sabia y nada me Irac de nuevo. Acabo de confesarte, que los Franc-masones lo harn tan pronto como me hayan arrebatado las pruebas de sus crmenes; pero ahora ya no les temo, porque, lo que ellos buscan, de ningn modo po-dr caer en sus manos.

    P e r o sin embargo ese barn de Arcestel, que segn dice, est la cabeza del complot para matarle, le conoces t?

    S . . . y mucho que le conozco. Es un joven barn que su edad lleva ya de cuatro cinco asesinatos, cuyas pruebas esln en mi poder. Es un calalan orgulloso quien las Logias de Madrid han designado efectivamenle para qui tarme la vida y buscar los secretos perdidos.

    P e r o , d i m e . . . Nada temes de l? E s un hombre desalmado, en verdad, pero nada temo, si no logra

    apoderarse de lo que busca. Pero esto no suceder? . . . N o . . . J a m s . . . N o obstante, repuso la duquesa, quiero que me prometas ensear

    la carta nuestro amigo el mayordomo Garlos. El es tan bueno, tan so-licito por nuestro bien, es tan conocedor de todo lo que nos conviene, que no dudo sabr advertir lo malo que contiene. No es verdad, pues, esposo mi, que se la ensears? . . .

    S . . . lo har solo por complacerte. Y Carlos nos dir su pa rece r . . . Ya vers. S . . . Carlos nos aprecia mucho. Si supieras cunto le debo por

    haberte compadecido de l y haberle Iraido mi casa! El es tan bueno que ha cautivado toda mi voluntad, l'ero no lo eslrao. La nobleza de

  • %% INTRODUCCIN.

    su cuna es igual la de su alma, y si ha venido ser pobre, no ha d e -jado de ser hidalgo, valiente y generoso. Yo le he confiado una gran parte de mis secretos.

    P u e s yo me alegro de ello, dijo la duquesa soltando una graciosa carcajada. As Carlos habr sido tu confidente y el mi.

    Cmo tu confidente!. . . Esplcate. Acaso t piensas que yo no he tenido secreto alguno que contar

    quien se haya compadecido de ra? Te engaas. Cuando t estabas triste y abatido, y yo no le veia sino de cuando en cuando, yo suspiraba y lloraba; y Carlos era el nico que venia consolarme y mitigar mis penas.

    Qu bueno! Muy bueno sin duda , pero yo le reir , porque no me comunicaba

    tus pesares. Y yo mi vez le reir tambin porque no me comunicaba los

    tuyos. A ver pues . . . Llmalo ahora mismo, dijo el duque . Voy , replic la duquesa . Abalanzse luego por detrs del confidente en que estaba su esposo y

    tir el cordn de una campanilla que estaba cerca de ellos.

  • INTRODUCCIN. 2 3

    C A P T U I O 111.

    LA SORPRESA.

    Mas antes de confiar Pretensiones al acero, Prudencia ser buscar Con aslucia otro sendero .

    AIIOLAS.

    ERA cscusado advertir mis lectores que ese mayor -domo quien los duques de *** llaman Carlos, es el mismo que poco hace han visto hablar en el j a r -din de la quinta con el barn Ernesto.

    Luego que la duquesa hubo tirado el cordn de la campanilla, Carlos no se hizo de esperar, p r e sen -tndose con la mayor cortesa sus seores.

    Era ste un hombre de treinta aos, de una e s t a -tura regular y bien formado. Su frente despejada,

    coronada por sus cabellos castao-oscuros, revelaba la profundidad de sus ideas. Sus ojos pardos, eran llenos de viveza y espresion, y el lodo de su rostro era interesante. Lo que sin duda le realzaba mas era el fuerte color de rosa que nunca se separaba de sus mejillas ni aun en los trances mas apurados.

    Carlos llevaba aun el mismo Irage en que se le ha visto aparecer en el jardn de la quin ta .

    Aun no os habis quitado ese Irage de camino? le dijo la duquesa. Seora , respondi el mayordomo agitando levemente la sonrisa que

    rara vez abandonaban sus labios, no me lo he quitado aun, porque po-co de haber llegado, he pasado al jardn para ver mi amigo Ernesto, y ahora acabo de dejarle.

  • 2 4 I N T R O D U C C I N .

    B i e n . . . dejemos esto,-dijo el duque . Carlos, leemos algo que ha-b la ros . . . Sentaos.

    El mayordomo lom entonces asiento alguna distancia de los dos esposos, y el duque le dijo:

    Antes de lodo, esplicadme lo que os la dicho vuestro amigo E r -nesto. Y propsito de l, decidme qu dia me le presentare is . . . Aun no le conozco...

    Maana, seor, le ver is . . . que se despedir para siempre de vos, respondi Carlos perdiendo su sonrisa y haciendo con la boca un gesto de pesadumbre.

    Hola! repuso el duque ; con que maana le" ver por primera y lt ima vez?

    Me sabe mal, aadi la duquesa. As es, seor, replic Carlos. Si vos no sabis impedirlo, maana

    sale para siempre de Madr id . Y r dnde se d i r ige? . No ha querido decrmelo. Ser acaso un secreto? Lo ser efectivamente hasta que haya llegado al lugar de su des-

    lino. Pero qu motivo puede haber tenido para una resolucin de tal

    naturaleza? O s lo dir, seor. MLamigo, luego que hubo logrado que el seor

    duque intimara la secta, de que l habia formado parle , que respe-tase su vida, tom la seria resolucin de abandonar el mundo para l l o -rar sus crmenes, para lo cual no se le ha presentado ocasin propicia hasta ahora .

    P e r o cmo no se le ha presentado hasta ahora? La Providencia, replic el mayordomo, ha dotado mi amigo de

    un corazn generoso y agradecido; tanto, que su alma padece en estremo cuando no puede atestiguar l o q u e en ella siente por los beneficios reci-bidos. El caso est en que aunque l habia proyectado apartarse del mundo tan pronto como hubiese salido del poder de las sectas secretas, senta sobremanera el no poder sacrificarse por vos, seor duque , y por vuestra esposa, en reconocimiento del favor que os debe: y como por otra parte supo por m mismo que vos estabais en grande peligro, se puso mis rdenes, como ya sabis, para que dispusiese de l en favor vues -tro, siempre y cuando el riesgo os amagase mas de cerca. Felizmente para vos este caso no ha llegado, y as,, cuando le he advertido que

  • I N T R O D U C C I N . 25

    vuestra persona'estaba ya en completa seguridad, me ha contestado que no siendo necesaria su presencia, no debia vivir mas entre el mundo.

    Pero por esta sola razn?. N o me ha dado otra, seor, replic el mayordomo. Sin embargo, yo sospecho que vuestro amigo nos ocultar alguna

    circunstancia. Tambin lo creo y o . . . y por esto, os pido encarecidamente que.

    maana le interroguis sobre el part icular . P e r o , por qu , aadi la duquesa, este apreciable hombre, d a co-

    razn tan noble, no se ha presentado nuestra presencia mas que para despedirse de nosotros?

    Seora , mi amigo Ernesto se hubiera presentado mil veces sus bienhechores, pero la vergenza que siempre le ha causado el no poder corresponder vuestros beneficios, le ha impedido dar este paso.

    Sobrado noble y pundonoroso es, dijo la duquesa . S i no es mas que eso, yo (e aseguro que maana no saldr de M a -

    drid para no volver mas, repuso el duque . Ay! cunto lo deseo! . . . Seguramente , aadi, que las sectas secretas le perseguirn de nue-

    vo, y l no querr participar el peligro una persona cuyo primer b e -neficio se considera inepto para paga r . . . No permitir yo que sacrifique as su existencia.

    Y o soy de vuestro parecer, seor, aadi Carlos con ademan de, satisfaccin. As no podr dejar do. verle; y espero que en todos tiempos podris tener en mi amigo un escelente defensor mas cerca de vos. Me. ha dicho, hace poco, que velara siempre por entrambos; y que al m e -nor aviso qu le diera, vendra al momento para sacrificar su vida en defensa de la vuestra si fuese menester.

    Cuanto mas os esplicais, mas me interesa ese joven, Carlos; y yo interpondr todos los medios posibles para disuadirle de su loca empre-sa. No es justo que las sectas secretas de Espaa pierdan un enemigo suyo tan valiente como puede serlo vuestro amigo Ernesto.

    Mediaron entonces algunos instantes de silencio entre los tres in te r lo -cutores, los cuales fueron interrumpidos por el violento taido de una campana de la quinta que indicaba algn peligro.

    Carlos se levant al instante de su asiento, esclamando: Seor, qu.es esto? Ois? Algn peligro nos amenaza. . . Corred, Carlos. . . cor red . . . y v e d l o . . . Cuando la joven duquesa oy estas palabras , perdi sbitamente su

    TOMO i . 4

  • 2 6 INTRODUCCIN.

    color, inclinando la cabeza sobre el espaldar de la silla, qued d e s -mayada .

    El mayordomo iba salir de la sala cuando se percibieron poca distancia del aposento gritos y golpes, y sobre todo la voz de uno de los lacayos mas ancianos de la quinta que gr i taba:

    S o c o r r o ! . . . socorro! . . . m , lacayos, m! . . . Gente armada en la quinta! gente armada aqu! Han forzado las puer tas! . . . m , compaeros, m!

    Luego que Carlos oy estas voces, presentse en la puerta de la sala diciendo:

    Estamos perd idos! . . . El duque en esto habia ya cogido su esposa en brazos, y dejla sin

    sentido en un lecho cercano. Luego que volvi entrar en la sala para acudir al socorro de Carlos y de sus lacayos, encontr ste que acaba-ba de entrar de nuevo dicindole:

    Seor , estamos perdidos! . . . Son hombres enmascarados que han forzado las puertas de la quinta , y estn colocando bar ras y trabazones en las puertas de una de estas antesalas para impedir la entrada de vues-tros servidores, que vanamente se obstinan en hacerlo.

    O h ! no hay remedio! Es preciso sucumbir matando, dijo el d u -que . Vamos, Carlos, no temis . . . Seguidme.

    Y mientras 'decia estas palabras, iba salir de la sala. Qu hacis, seor? grit Carlos detenindole. No salgis; relexio-

    nadlo bien. No tenemos armas con que defendernos, y para ir la a r -mera debemos atravesar esta puerta que nuestros enemigos tienen o c u -pada.

    N o , Carlos, no nos mostremos cobardes los ojos de esos F r a n c -masones. Seguidme.

    Seor, aun podemos salvarnos. Entretanto que esto decan el duque y el mayordomo, los invasores

    acababan de parapetar las puertas de la antesala.

  • INTRODUCCIN. 27

    C A P T U L O IV.

    LOS ASESINOS.

    N o vierte el odio su infernal veneno E n el sepulcro triste; y su s e n o Nada alcanza perseguir al h o m b r e . . . Escoplo la v e r d a d ! . . . Sobre la tumba EMa sola severa juzga y falla, Y s u voz, que en el fretro retumba, La muerte t iembla, el universo cal la .

    LAMARTINE.

    L duque estaba devorando su rabia . Dirigi involun-tariamente una mirada a la puerta que tenian sitiada los agresores y esclam:

    Carlos , esos enmascarados ya vienen! qu ha-remos?

    El mayordomo entretanto habia abierto ya las puertas de un grande balcn que daba al jardn .

    Seor , dijo entonces al duque: el piso no dista mas que diez pies de este balcn y podemos sallar

    muy bien. Sal lemospues , dijo el duque precipitndose con arrojo al balcn. Ya no es tiempo, contest entonces la voz de un enmascarado que

    entr en la sala seguido de otros tres. Y agarrando al duque por el brazo, le hizo entrar de nuevo en el

    saln. Huye t, si quieres! dijo Carlos el enmascarado. Cobarde! yo huir! repuso el mayordomo arrojndose sobre su

    enemigo, que empezaba ya sentir la resistencia del duque. Pero los otros tres que haban entrado echronse sobre Carlos, el cual

    grit con toda la fuerza de su pulmn:

  • 28 INTRODUCCIN.

    Lacayos! en mi cuarto hallareis las llaves de la armera . Corred, traed pistolas.

    Estos, que estaban por su parte sosteniendo una reida lucha con gran nmero de encubiertos que detrs los parapetos que haban formado e s -taban impidindoles la entrada, oyeron sin embargo los gritos de su m a -yordomo y se dieron por entendidos.

    Durante aquella escena, el duque luchaba vigorosamente contra su adversario, que le decia:

    Puedo salvar tu vida, dndome la llave de oro que guarda los d o -cumentos pertenecientes las sectas secretas.

    N o . . . no lo conseguirs . . . le contest respirando apenas . El duque , nterin el enmascarado iba ganando tiempo esperando su

    resolucin, haciendo prodigios de valor-, arrebat su enemigo el pual con que le amenazaba, clavndoselo en el costado derecho.

    Sorprendido el de la mscara por aquel supremo esfuerzo, qued inactivo por algunos momentos, y aprovechando el duque la ocasin, arrancle el antifaz que ocultaba su rostro.

    Ya le conozco, le dijo arrojando lejos de si la mscara. Y como esle fatal reconocimiento paralizase sus miembros, quedse

    lan inmvil, que dio su enemigo el tiempo necesario para rehacerse. Arrancse ste el pual que tenia clavado, mas fu tal el agudo dolor que sintiera, que no pudo menos que dejarlo caer.

    A m, Carbonarios, m, grit con voz dolorida. Entonces fu cuando algunos de los agresores que se arrojaran sobre

    Carlos, se acercaron al que pareca su gefe, quien, tomando el pual de uno de ellos, empez herir sin piedad su vctima. En vano el duque prob volver la lucha: sobre sus numerosas heridas, tenia que habrselas con tres desalmados, y sentase desfallecer.

    Entretanto resonaban en la sala inmediata algunos disparos. Los l a -cayos haban pasado en efecto la armera proveerse de pistolas y municiones, y por medio de una escalera de cuerda haban subido des-de el jardn los balcones de la estancia que guardaban los Carbonarios parapetados, luchando siempre con el resto do la servidumbre, y que desde entonces medio aturdidos tuvieron que sostenerlas con los de den-tro y los de fuera.

    Los asesinos del duque , en vista del fuego que se les haca, redobla-ron su saa, descargando sin piedad golpes sobre su vctima, que , pesar de lan desventajosa posicin, no los reciba en vano.

    Abrironse dos puertas cercauas, y apareci una inuger.

  • Ya le conozco, dijo el Buque arroj ando i i careta n e n .

  • INTRODUCCIN. 29 Era la duquesa! . . . Plido estaba su rostro, sus cabellos desgreados, sus facciones d e s -

    compuestas y sus vestidos en desorden. El ruido de los disparos la h a -ba sacado de-.su letargo.

    Tenia sus blancas manos levantadas al cielo, y al ver la escena de h o r -ror que se presentaba su vista, no pudo contener un grito lastimero y horr ible .

    Los asesinos del duque no pudieron pesar suyo despreciar aquel grito de espanto, y volvieron el rostro para ver al que lo habia dado.

    La joven duquesa habia caido de rodillas al mismo tiempo que su e s -poso acababa de caer golpe de una pualada mortal . Las miradas de los dos consortes se cruzaron sin desviarse un instante, y el duque , dirigin-dose su muger , apenas pudo decirle estas palabras:

    Mati lde! . . . Esposa mia ! . . . Arcestel es mi asesino! La duquesa: qued nuevamente desmayada. Calla , miserable! dijo entonces el que habia quedado sin mscara

    dando al duque otra pualada. Carlos por otra parte rato hacia que estaba luchando desventajossi-

    mamente con un atltico enemigo, y al mismo tiempo que el duque aca-baba de nombrar su asesino, presentse Carlos ocasin favorable para arrancarle el pual de las manos, y sepultndoselo entero en el co-razn, lo eslendi cuan largo era sobre el alfombrado suelo.

    Luego de haber ejecutado esta operacin, dirigise los asesinos de su seor, que se hallaba ya moribundo. Cabalmente se acerc ellos en el mismo instante en que el que estaba sin mscara decia:

    Calla, miserable! Cmo! dijo Carlos arrojndose sobre ellos. Ernesto! Ernesto! As

    me has engaado! Los asesinos del duque iban entonces dar la muerte su mayordo-

    mo, pero no les fu posible, porque hubieron de correr al auxilio de los Carbonarios, que haban dejado en la antesala y que en nmero de cin-co acababan de llegar all acosados por los lacayos de la qu in ta .

    Sorprendidos por el inesperado ataque de los que haban entrado por el balcn, abandonaron el parapeto para defenderse, pues habian dado ya muerte uno de ellos, con lo que los lacayos de fuera pudieron avan-zar terreno en la antesala hasta que los Carbonarios, cediendo la s u -perioridad del nmero, situronse en las puertas de la sala donde se co -meta el asesinato del duque .

    Entonces fu cuando los asesinos de ste, cu lugar do dirigirse con-

  • 30 INTRODUCCIN.

    Ira Garlos, corrieron la defensa de los que resistan tenazmente los lacayos.

    Carlos iba dir igirse por detrs contra sus agresores, pero hzole de-sistir un agudo quejido del duque que iba perdiendo por instantes su aliento. Acercse l su mayordomo, y dirigiendo la mano el duque lo mejor que pudo la faltriquera de su frac ensangrentado, le dijo:

    Car . . . l o s ! . . . Una l i a . . . ve d e c o r o . . . Dentro de e l l a . . . un p a p e . . . l i to . . . t e . . . r eve la r . . .

    Y a os comprendo, seor; no hablis mas, dijo Carlos con voz c o n -movida.

    Carlos mi e spo . . . s a . . . respondi el duque haciendo un esfuerzo violento sobre s mismo.

    N o temis . . . no; la salvar. Los Carbonarios obtenan entonces alguna ventaja sobre los lacayos

    de la quinta , y el gefe de aquellos, que era el que habia quedado sin la mscara, acercse con paso precipitado. Habia oido lo que a c a -baba de decirla el duque , y pretenda apoderarse de esa llave de oro que habia sido el objeto de su- misin la quinta . Carlos conoci su i n -tento, y metiendo la mano en la faltriquera del frac del duque , sac de l una llavecila de oro de una pulgada de longitud.

    Eso es lo que t quieres, le dijo mirndole con fiereza. Mrala; est en mi poder.

    La nica respuesta del gefe de los Carbonarios fu precipitarse sobre Carlos para arrebatrsela, pero ste, que temia ya semejante golpe, hizo una diestra evolucin por medio de la cual apartse algunos pasos de su enemigo dicindole:

    Te engaaste, Judas . Y echndose la llavecita de oro en la boca, la trag no sin hacer a l -

    gn esfuerzo. Efectuado tan prodigioso arrebato, acercse al balcn, des-afiando con sus miradas su enemigo.

    Exasperse el Carbonario hasta el estremo, y desconfiando de dominar su adversario, acercse la duquesa, que yaca sin sentido en el suelo.

    Carlos, le dijo, la vida de' la duquesa me responder de esa l lave. No bien el Frac-mason la habia tomado por el brazo, cuando C a r -

    los, arrebatndosela impetuosamente, le dijo: N o le regocijes en vano, vil asesino, porque antes de que pises mi

    cadver, no podrs ser el seor de la duquesa de ***

  • INTRODUCCIN. 34

    L a matar , respondi el Carbonario levantando su pual y tirando el dbil brazo de la joven.

    T malar ia ! . . . Oh! no lo conseguirs. Dijo: y ayudado de una destreza estraordinaria, cogi la mano homi-

    cida, y haciendo un esfuerzo violento, sirvise de ella para hacerle cla-var el pual en el pecho de su propio dueo, que cay derribado los pies de su vencedor.

    Matad le . . . gr i taba el gefe Carbonario haciendo esfuerzos para l e -vantarse. Maladle . . . Carbonarios . . . m . . .

    La lucha entre los Carbonarios y los lacayos de la quinta seguia em-peada, pero viendo aquellos su gefe caido, corrieron presurosos en su auxilio y su venganza. Mas Carlos, que se cont por perdido, sin dejar la joven de sus brazos, lanzse hacia el balcn gri tando:

    No morir, falso Ernesto, barn de Arceste l . . . y maana me pon-dr con mi seora los pies de Fernando Vil . El nos har just icia .

    Despus cogi con los dientes la ropa de la duquesa, y agarrndose de la barandilla con su izquierda, arrojse al enarenado suelo del ja rdn en que qued sentado.

    El mismo barn de Arcestel, enfurecido mas que nunca, acababa de entrar tambin al balcn y no pudo mirar sin concentrada rabia la presa que acababa de escaprsele. Su sangre salia en gran cantidad de las heridas que habia recibido, y despechado de no poder vengar-se, arroj su arma contra el grupo de Carlos y la duquesa, que qued clavada en el muslo de ella. A imitacin suya , todos los Carbonarios ar-rojronles las suyas, pero ninguno obtuvo el efecto de su gefe.

    Maldicin sobre t, esclam Carlos al ver der ramar la sangre de su seora. Esa sangre noble, pura inocente que haces der ramar , clama venganza y tarde temprano la obtendr.

    Y o te desafio q u e lo hagas , replic el gefe Carbonario. Carlos por nica respuesta levant el acero matador, y con ademan

    de guardarlo, esclam: Barn de Arcestel . . . el cielo, que me inspira, me dice que este

    mismo pual ha de quitarte la vida. Los lacayos de la quinta, al ver que su mayordomo y su seora se

    habian salvado, dejaron la lucha, retirndose con toda presteza; pero los enmascarados que habian sobrevivido, se hallaban en el balcn l l e -nos de heridas y silbaban con toda su fuerza.

    Carlos entonces se levant lo mas pronto posible, pensando:

  • 32 INTRODUCCIN.

    ' Esos silbidos rae anuncian que esloy en pel igro, pe ro . . . no canta-reis victoria.

    Y corriendo toda prisa, deslizse por entre los rboles y emparrados del j a rd n .

    Casi al mismo instante llegaron al l uga r que abandonaba, otra partida de Carbonarios que estaban de acecho y habian acudido al or los s i l -bidos de sus cohermanos.

  • INTRODUCCIN. 33

    C A P T U L O V.

    ERNESTO.

    Con sus lauros y palma el que triunfa,

    Muere manos de un dbil audaz.

    WALTER-SCOTT, Condestable de Chester.

    UEGO que Carlos y la duquesa se hubieron escapado milagrosamente del poder de sus agresores, cslos t r a -laron de huir de la quinta . En la refriega haban quedado muertos tres de los Carbonarios, y con la ayuda de los puales, sus mismos cohermanos rasga-

    jron en todas direcciones los rostros de los difuntos para que no fuesen conocidos.

    Despus de efectuada esta brbara operacin, trata-ron de marcharse. Pero considerando por otra parle

    que era muy arriesgado el pasar por el interior de la quinta por razn de que los lacayos de la misma podran hallarse de acecho en un lugar propsito, determinaron seguir el ejemplo del mayordomo Carlos s a -liendo por el balcn, por cuyo medio se reunieron con los quo haban quedado de reserva.

    Enseguida colocronse varios centinelas fuera del jardn , donde d e s -cansaron algn rato de las fatigas de aquella noche; sin por esto dejar de observar continuamente si a lguna persona entraba salia de la quin-ta de los duques de **"

    Los dos salones quo acababan de servir de teatro las trgicas esce-nas que acabo de relerir , estaban teidos en sangre por todas sus partes:

    TOMO i . 5

  • 34 INTRODUCCIN.

    El cadver del duque , cosido de pualadas, yaca en el suelo junio al de un.Carbonario, que no oslaba aun muerlo del todo; y en la antesala haba asimismo, en medio de un lago de sangre, los cuerpos de dos mas que haban muerlo, y el de un lacayo de la quinta .

    Todos esos crmenes acababan de aadirse los que se haban come-tido ya para recobrar osos escritos que la Providencia Labia puesto en manos del duque de ***

    El barn de Arceslel, esto es, el gefe, no saba qu Lacerse viendo que haba causado la muerte de cinco hombres sin haber conseguido l o q u e haba sido objeto de su agresin, esto es, la llave de oro que Carlos Labia recibido del difunto duque .

    Rabiando de coraje, en vano su imaginacin estaba recorriendo mil medios diferentes con que reparar los males que acababan de sobreve-nirle. Al principio haba intentado registrar escrupulosamente el vasto jardn de la quinta, pero no se atrevi intentarlo, ya porque concep-tu que los fugitivos estaan perfectamente ocultos, y ya porque en caso de hallarlos, no podra lograr su captura, no solo porque los lacayos de la quinta les apoyaran desesperadamente, s que tambin porque los que le acompaaban haban consumido ya sus fuerzas y estaban llenos de her idas .

    Camin por lo tanto silencioso y pensativo Lasta la puerta del j a rd n , cuya llave tenia, y detenindose all algunos instantes, dirigi sus mira-das al lejano edificio, esclamando en tono como de amenaza:

    N o os temo ya, enemigos jurados de nuestra s e d a . . . yo sabr d e t e -ner vuestras intenciones y no oir maana vuestra voz el rey de E s p a - a . . . Ya no os temo. Carbonarios, seguidme.

    Los ojos negros del barn brillaron de alegra despus de haberse es-presado as, pero tomando en seguida un paso apresurado, encaminse con los suyos luego una casa de campo no muy lejana, donde le e s -taban aguardando reunidos en Logia los principales gefes de la seda de los Franc-masones .

    A poco ralo el barn de Arceslel oslaba en su presencia, baado en

    su propia sangre de pes cabeza, y les esplcaba el falal resultado de

    la jornada.

    El intrpido joven cataln barn de Arceslel Labia sido designado desdo mucho tiempo antes por las sedas secretas de Espaa, para a r r e -balar de las manos del duque de *"* los cscrilos secretos que tenia p e r - , lenecienles aquellas.

  • INTRODUCCIN. 35

    Esle encargo no poda confiarse hombre de mas tlenlo, de mas c r i -minalidad, ni de mas atrevida resolucin; pero por otra parte tenia que habrselas con un compelidor que mas do un talento igual al suyo, reuna en s la defensa de una causa santa , ' 'y sobre todo la ventaja de que tenia subyugados y su disposicin todos los individuos de las sectas secretas, con tal que supiera no dejarse arrebatar sus secretos. El barn de Arceslel, lo mismo que todos ios gefes de la masonera, con-cibi el proyecto de asesinar al duque tan pronto como le hubiere u s u r -pado su codiciado depsito; pero pesar de todo lo que hizo el barn, no pudo lograr jams el sorprender su adversario.

    Dotado sin embargo de una imaginacin productiva y de un corazn tan malicioso, que no reconoca lmite alguno, concibi un proyecto hor-rible infernal, que su carcter violento supo ejecutar muy pronto.

    Tom el nombre de Ernesto Celeslin, y avistndose con Carlos, el mayordomo del duque de ***, le dijo que era un prfugo de las sedas secretas, y suplicle que intermediase con el duque para que le salvara de la muerte, que como perjuro, le reservaba su seda , aadiendo que acuda l porque en los concilibulos de los Masones habia odo mil veces, que l duque podia lograr hasta lo que ni el mismo Gran Maes-tre pudiera. Convenci Carlos de que habia sido seducido por algunos falsos amigos, que habia entrado confiadamente en la confraternidad, pero que el horror y el arrepentimiento le haban inspirado el d e -signio de abandonar su inicua senda, y que despus de haberlo hecho, no saba cmo evitar la persecucin de sus gefes. Tan bien supo pintar su estado, que Carlos le crey buenamente, y cuando habl de l al d u -que y la duquesa, ambos se interesaron, en consecuencia de lo cual el poderoso duque escribi al Gran Maestre de los Franc-masones dic in-dole que tomaba bajo su proteccin al joven Ernesto Celeslin, y que por lo tanto usara de todo el poder que le daba su posicin, si a tenta-sen contra la vida de su protegido.

    Con tales nuevas, el fingido Ernesto quiso mostrarse agradecido, y pu-do visitar amenudo Carlos; le ponder su grat i tud, le dio pruebas ine-quvocas de que era enemigo jurado de las sedas secretas, y de que sa-crificara en lodos tiempos su vida por salvar la del duque, su bienhe-chor, solamente por servirle. Por otra parle, no quiso presentarse jams ste, temeroso de ser reconocido; aunque alegaba por motivo, que no se atreva hacerlo con un hombre cuyos beneficios no podia recompensar. Tales razones, acompaadas de una verbosidad admirable y de un ta-lento sin igual , convencieron al fin Carlos, porque nunca queda mas

  • 36 INTRODUCCIN.

    engaado el hombre ni mas pronto complacer, que cuando se lo mues -tran agradecidos.

    Andando los dias, vino estrecharse tanto la amistad entre el mayor-domo y el fingido Ernesto, que unas eran sus penas, unos sus secretos y unos sus designios, llegando hasta el eslremo de comunicarse sus mas mnimas intenciones. Ernesto, haciendo alarde de sacrificar por el d u -que su vida, saba el estado do los negocios de ste; y aunque ni el mismo Garlos saba en qu lugar estaban los escritos que Ernesto debia arrebatar , con lodo esperaba ste saberlo por via de su amigo, el cual, segn decia, llegara saberlo tan pronto como su seor considerase que estaban perfectamente ocultos.

    Como que el barn haba formado el proyecto do asesinar al duque luego que pudiese hacerse con ellos, quiso ejecutar su designio, cuando en la noche del 20 de setiembre do 1 8 1 8 supo por su amigo Carlos que el duque traa aquella misma noche sobre s! una Uavecita de oro, con la cual podra recobrar lo que su seda haba perdido.

    Determin por consiguiente convencer Carlos do que saldra para siempre de Madrid para impedir que concibiera sospechas; y despidin-dose para volverlo ver al dia siguiente, pas ejecutar el horrible alentado de asesinar al duque para apoderarse de la llave do oro. Mis lectores ya han visto el infeliz resultado do su infernal tentativa.

    Al dia siguiente aquella noche fatal en quo fu brbaramente ase-sinado, publicse por todo Madrid el horrible atentado, y las autoridades competentes visitaron el lugar do tan brbaras escenas.

    El rey D. Fernando V i l de Espaa tuvo en el inmediato la audiencia ordinaria, y ;.i el mayordomo ni la duquesa viuda fueron echarse sus pi* para implorar justicia

    En pocas horas las sectas secretas habian vuelto triunfar de ellos. A pesar de esto, en otra parto do mi obra ya volvern encontrar

    mis lectores el corazn generoso y noble del mayordomo Carlos, y los cabellos rubios y ojos azules de la hermosa duquesa .

  • MISTERIOS DE LAS SECTAS SECRETAS.

    LUISA.

    CAPITULO I.

    La llegada.

    Recuerde el alma dormida, Avive el s e s o , y despierto

    Contemplando, Cmo se pasa la vida, Cmo se v iene la muerte

    T a n cal lando.

    JOME MANRIQUE.

    FINES del raes de jul io de 1 8 3 9 , y en una noche tempestuosa, una joven de diez y nueve aos, h e r -mosa y bien parecida, hallbase en un saln que

    J en i a abiertos sus balcones. Estaba sentada, mejor dir , echada en un

    ^confidente de terciopelo encarnado. Tenia la cabeza reclinada sobre el espaldar del mismo, los rizos de

    f^sus hermosos cabellos caian sobre sus blancas m e -ji l las, y tenia los ojos cerrados; si bien no dorma

    por esto, sin embargo, permaneca inmvil como una estatua de mrmol . La lluvia era destemplada y escesiva, los rayos se sucedan sin inter-

    rupcin, y los incesantes truenos hacan retemblar los vidrios y los m u e -bles del saln. En medio de tanta desorganizacin de la naturaleza, la joven [estaba tranquila impasible . . . pareca que despreciaba el d e s -orden que reinaba su alrededor.

    Una simple vela sentada sobre un candelero de cristal a lumbraba la

  • 38 LAS SECTAS

    estancia, y la poca luz que reinaba haca resallar menos la perturbada fisonoma de la joven. *

    Vestida de negro, tenia en una mano un pauelo blanco; la otra la tenia cerrada, y se escapaba de entre sus dedos un cordn negro que iba perderse por entre los pliegues de su vest ido. . . Esto significaba que su mano estaba apretando un objeto precioso que traia colgado de su cuello.

    Hizo pocos instantes algn movimiento, abri sus hermosos ojos y fijlos en l . Era un medalln de oro guarnecido de diamantes. Abri la lapa y descubri dos retratos que contenia. Uno era el de su difunta madre , y el otro el de un hombre. La joven bes entrambos, cerr de nuevo el medalln, y lo ocult dentro de su vestido. Volvi reclinar la cabeza en el espaldar de su confidente, y quedse otra vez inmvil y pensativa.

    El viento, que estaba soplando con regular fuerza, entraba libremente por los balcones y hacia revolotear dbilmente los rizos do la joven. Aquel lnue movimiento-de sus cabellos, acariciando insensiblemente su rostro, la haca doblemente graciosa interesante.

    La lluvia entretanto continuaba sin interrupcin; oase lo lejos el confuso ruido de los rboles de los bosques vecinos; . . , la noche era o s -cura mas no poder . . . el brillo de los relmpagos manifestaba de cuan-do en cuando el desarreglo de la naturaleza, y eclipsaba la poca c l a r i -dad de la luz que a lumbraba el cuarto donde estaba la joven; y los pro-longados truenos, comenzando lo lejos su estentreo ruido, retumbaban horriblemente por largo ralo, reflejando sus ecos todas las colinas y valles vecinos. En medio de tanto desorden y de tanta agitacin, ella se conservaba siempre impvida y siempre inmvil en su mismo sitio, siempre fra impasible. Quiz conservaba sus ojos cerrados por no e s -pantarse al ver los variados y continuos serpenteos que con igual veloci-dad dibujaba y borraba el rayo en la inmensa capa negra que cubra el cielo. De pronto dejse oir un confuso ru ido, mezclado con el de la tem-pestad, como si fuera de un caballo que corriera toda p r i s a / La joven escuch entonces con mas atencin, y-observ que paraba el ruido en las puertas mismas de la quinta en que estaba. Dieron algunos porrazos en ellas, las abrieron en fin, y oyse luego una grande algazara promovida por los que acababan de entrar y los domsticos de la casa. La joven, que haba abierto sus ojos, volvi cerrarlos, y quedse nuevamente inmvil en su asiento.

    Abrironse pocos instantes las puertas del saln y presentse una

  • SECRETAS. 39

    inuger joven, de regular estatura, de ojos y cabellos npgros y bastante bien parecida. El ruido de la que entraba sac de su inmovilidad la otra.

    Qu quieres, Rosa? le dijo sta. Vengo traeros una noticia bastante agradable, seorita, contest

    la que entraba, llena de alpgria y de zozobra. Para m? S , seora, para vos . . . por supuesto. . . Pero ay, Dios mi! qu

    temores por otra parle! Juzgad vos misma. . . venirse aqu caballo des-de muy lejos, en medio de esa tormenta, y por esos caminos tan llenos de malhechores . . . eso es demasiada osada.

    P e r o , quin es ese de quien hablas? preguntaba la joven con i m -paciencia.

    T o m a ! y no lo adivinis! Luego que ha llegado ha preguntado por la seorita Luisa; y todo eso antes de abrazarme m . . . Pero en fin ya lo ha hecho. . . mi radme, toda mojada me encuentro de pies ca-beza del abrazo que le he dado.

    P e r o acaba de una vez, deca Luisa; quin es ese que le ha abra-zado y que le ha pedido por m?

    E n - fin, seora, ya veo que no lo acertarais en un a o . . . Es mi hermano.

    E s Leandro! L e a n d r o . . . s , seora. Y qu ha venido?. . . Por qu ha dejado el ejrcito? -r-Lo ha dejado solo porque tiene que hablar con vos. Y desde Navarra so ha venido un eslremo do Catalua para

    verme? Ay! eso c-s, dijo Rosa. Y ahora correr aqu mil peligros. Cabal-

    mente ayer rondaba por estos alrededores aquella coluna de Crislinos con el objeto de reforzar todos los destacamentos cercanos.

    E n verdad, Rosa, que es demasiado atrevimiento el suyo. Y dn-

    de est ahora? Es t hablando solas con vuestro padre , que se ha alegrado m u -

    cho de verlo. Uno de sus criados trae una caja negra de madera con em-butidos de oro, la cual ha entregado mi hermano y con ella se ha e n -trado al escritorio de vuestro padre , donde est hablando ahora con l . Entretanto me ha dicho que viniera preveniros su llegada porque solo por vos haba emprendido un viajo tan peligroso; y h aqu , seora, por qu me tenis aqu .

  • 40 LAS SECTAS Me alegro mucho-de la venida de tu hermano, mayormente cuando

    hace cerca de dos aos que no le habia visto. Vulvele pues esperarlo y condcele aqu tan pronto como est listo de mi padre .

    Rosa, sin hacerse esperar, sali precipitadamente del aposento. Luisa se levant entonces, espavil la luz y fuese colocar al mismo

    dintel del balcn. La lluvia segua del mismo modo; mir con la mayor sangre fria el encapotado cielo, y cuando los rayos serpenteando por l heran sus hermosos ojos, cerrbalos por un instante, y volvalos abr i r luego para observar la dbil claridad que , producida por el rayo, se alejaba de las nubes . El viento estaba revolviendo en gran manera sus vestidos y sus cabellos. . . Luisa sinti por ello alguna incomodidad, y tirse al cuello una paoleta.

    Cuando Leandro abri las puertas del saln y entr, Luisa estaba tan ensimismada observando en el balcn el desorden de la naluralcza, que no advirti la llegada de Leandro.

  • SECRETAS. 41

    C A P T U L O I I .

    Cit romwear io i t .

    Hermano , sabe pues que la tristeza Pasa ya ser en mi naturaleza. Triste me halla la noche , triste el dia, Triste la luna nueva, y porfa Triste cuando en menguante y en creciente, Triste cuando est llena y refulgente; Triste el sol que su ocaso se avecina, Triste cuando al helado sur camina, Triste m e es el verano, y triste me era El otoo, el invierno y primavera.

    ALMEVDA.

    EANDRO era un joven alio, de formas varoniles y pronunciadas y de fisonoma espresiva.

    Veslia un trage de castellano viejo muy sencillo. La 'bo ina de terciopelo carmes con borla del mismo color y ribetes de oro era lo nico que le daba co-nocer como partidario de D. Carlos V.

    Cuando, por medio de un gracioso saludo, hubo sacado Luisa de su inmovilidad, sta le franque su mano en seal de sincera amistad, y ambos se sentaron.

    Cuan mudada estis, seorita! le dijo Leandro. Me acuerdo que en otro tiempo no podais soportar la presencia del campo porque decais que os inspiraba ideas tristes, y ahora os hallo en horas avanzadas de la noche, sola, en un balcn abierto, contemplando estasiada un desen-cadenamiento de los elementos que casi horror iza . . . Qu notable d i fe -rencia, seorita! Quin hubiera podido decirme hace tres aos que tan-ta diferencia debia hallar en vos? Qu queris que os diga? me parece tambin que vuestra fisonoma no es la misma de entonces.. . S , no hay

    TOMO i. 6

  • 42 LAS SECTAS

    duda; seorita, vuestras facciones me parecen tristes, severas y me lan-clicas. . . Ah, pobre Luisa! Hasta en vuestro rostro puedo leer lo m u -cho que est padeciendo vuestro corazn.

    Los tiempos no siempre son los mismos, Leandro, contest Luisa son rindose amargamente . Unos suceden otros, como unas incl inacio-nes suceden tambin las otras. Vos sabis muy bien lo mucho que he padecido pesar de ser tan joven, y deberis saber tambin que nada como las penas producen tan notable diferencia en todas las personas. Si pudierais formaros una idea de lo poco que me ha costado pasar de mi antiguo estado de alegra al presente de tristeza, os convencerais mas que nunca de lo grande que han de haber sido las desgracias que han producido en m tan notable diferencia.

    Bien s, seora, cules son esas desgracias. Tan joven como soy, he visto acaecer tantas cosas, he visto cerca

    de m tantos sucesos espantosos, he visto tantas acciones grandes y h e -roicas, y he visto tantas acciones bajas y denigrantes que han reducido la nada las mas elevadas virtudes, que muchas veces me parece impo-sible haya podido ser testigo de lodo. Todo pas cual sombra, lodo me ha dejado recuerdos fatales, y prescindiendo de quin sea que me ha causado tanto mal, me convenzo cada dia mas de la nada de este mundo y de lo perecederos que son los clculos de los hombres. A algunos p a -rece que es una anomala mi carcter lan particular los diez y nueve aos, pero ello es as sin embargo . . . cuando alguna vez -se me dirigen, como las dems mugeres, palabras lisonjeras, yo digo para m: Ah, necios!... qu poco me conocis! ya no tienen valor para m las lisonjas y las (lores de la juventud.

    Estis muy filosfica, Luisa. Bien , y qu queris decir con esto? N a d a . . . quiero decir que unos pensamientos muy sublimes y ente-

    ramente propios de una edad mas avanzada que la vuestra son los n i -cos que os dominan.

    Ay, gracias Dios! csclam Luisa juntando sus manos y sonr in-dose dbilmente, al fin encontrar alguno que sepa comprenderme.

    Qu? "repuso Leandro. Acaso no creen los dems lo mismo que yo creo?

    N o todos, Leandro . Y por qu? N o s, pero cuando me ven ensimismada en mi soledad, dedicada

    enteramente mis reflexiones y olvidada de los placeres del mundo, me

  • SECRETAS. 43

    dicen que soy romntica, que me alimento con ideas caballerescas, que debiera tener mi lado un D. Quijote para ridiculizarme, y que me ha-llo entregada pensamientos que me harn el ludibrio del mundo.

    P e r o , seorita, los que sepan como yo cules son vuestras desgra -cias, no formarn jams esos clculos tan desbaratados. . . Y dec idme. . . tambin vuestro padre acaso se deja llevar algunas veces de la impre -sin que puedan hacerle los dicterios del vulgo?

    N o t a l . . . mi padre me compadece. . . sabe muy bien que soy inca -paz de fingir.

    Quin es pues que os inquieta con esas impertinencias? A pesar de mis penas, contest Luisa, no dejo yo de pertenecer al

    mundo, y este es el que me ridiculiza. E l mundo! seora . . . por qu le temis?. . . Tan esperimenlada c o -

    mo sois, pesar de ser tan joven, no seis tan insensata que prestis odos al ruidoso parecer de ese conjunto que llamamos mundo. l est lleno de caprichos cual mas estravaganle, y el que quiere complacerle, es preciso que quiera satisfacerlos lodos.. . poro eso es imposible, Lu isa . . . Desgra-ciado aquel que se presta sus caprichos engaadores! Se desvela con i n -cesante afn para contemporizar con l, se somete las mas humildes ba -jezas para cumplir con sus tiranos preceptos, y pesar de su abnegacin, pesar de sus esfuerzos, siempre queda una parle del mismo que r e -prueba su conducta . . . Yo, seora, cada dia me voy convenciendo mas de que para cumplir con el mundo es preciso considerar esa palabra co-mo una voz vaga . . . hueca . . . falla de sent ido. . . y sin justa aplicacin. . .

    Vuest ras razones son muy buenas, Leandro, contest la joven, pe-ro sin embargo no me convierten. . . Yo no considero al mundo ni como vos le consideris, ni como vos creis que le considero, y no obstante le temo m u c h o . . .

    S i me hablis del mundo . . . de esos lugares . . . de vuestra ciudad patria, por e jemplo. . . ya no me admiro de que no os conviertan mis ra-zones. El mundo de que yo os he hablado es el de las grandes ciudades, es el mundo de la sociedad que vos pertenecis . . . Si os atenis lo que se puede decir el mundo do esas pequeas poblaciones de Catalu- a . . . entonces es preciso tener en cuenta el carcter calalan, para poder juzgar del mundo que ellas encierran.

    Yo admito muy bien lo que me decs, p e r o . . . y cuando un poder oculto. . . misterioso.. . i rresist ible. . . arrastre una persona mezclarse con un mundo determinado, pregunt Luisa alzando apenas la voz, qu diris d ella?

  • 44 LAS SECTAS

    Se dirige vos esa reflexin, Luisa? contest Leandro. D e mi quiero hablar , aadi la joven sonrindose. Bien presente

    tengo lo mucho que he sufrido en mi patria, me acuerdo puntualmente de los mas pequeos pormenores, de las calumnias que se me han levan-lado, de la escrupulosa y casi criminal curiosidad con que se han obser-vado las mas insignificantes acciones de Aurelio y mas, del odio que po-co poco he concebido contra los que han obrado contra m movidos.por la envidia solamente. . . en una palabra, Leandro . . . odio mi pa t r i a . . . no puedo soportar sus l icencias. . . sus maneras . . . sus cr menes . . . sus en-vid ias . . . Sin embargo, pesar m o . . . me veo casi siempre obligada volver ella mis ojos llorosos.. . quejarme amargamente de los funes-tos resultados de su injusto modo de o b r a r . . . y pesar de que mis ideas se. remontan lo s u m o . . . pesar de que me trasportan regiones donde mi alma pudiera vivir mas placentera . . . me veo siempre arrastrada, impeli-da por mi mismo corazn no apartarme de mi patria, y fijar mi so-la esperanza en el lugar de mi mart i r io .

    Y o en algn tiempo, seora, particip tambin de esas ideas que ahora os abruman; pero las desech al fin convencido de que ellas me constituan en un estado que no era na tu ra l . . . mas, creedme, dejemos esos vanos entretenimientos y pasemos lo que estabais diciendo. En verdad puedo afirmaros que os considerar algn lano anmala si no me decs en qu consiste ese poder oculto. . . misterioso. . . i r resis t ible . . . de que me habis hablado y que os impide dejar de pensar en vuestra pa t r ia .

    Mi patria, Leandro, me inspira recuerdos muy tr is tes . . . religiosa-mente tr istes. . . en ella se ha efectuado la prdida de Aure l io . . . del ni-co ser quien habia adorado despus de mis padres . . . El me amaba en es l remo. . . mi padre consinti al fin en nuestra un in . . . yo le amaba lambien. . . y hoy dia todo es nada... los que fueron sus enemigos y ahora ' lo son mios, se ocultan en una poblacin que vos llamis mi p a -tria y yo la llamo mi supl ic io . . .

    P e r o bien, interrumpi Leandro, acabemos. Eso mismo que estis diciendo debe retraeros mas que otra cosa de fijar la a tencin. . .

    Pero por qu motivo pensis vos, dijo Luisa con una sonrisa de sufrimiento, que no debo fijar la atencin en mi patria?

    P o r q u e Aurelio no existe ya, y debierais apartaros del l u g a r . . .

    Callad por Dios! ! ! . . . Vos creis que Aurelio muri, y yo creo que

    existe aun . Seora! replic Leandro haciendo un gesto de impaciencia.

  • SECRETAS. 4 5

    Os sorprendo sin d u d a . . . ya lo veo . . . Pero sabed lo de una vez . . . La muerte de Aurelio nunca la be cre do. . . Solo he podido creer una nueva perfidia en sus enemigos. . . Ved aqu pues resuelto el gran p r o -blema de lo que vos creais una anomala; y h aqu por qu no puedo, pesar mo, obrar de otra suer te . . . porque, pesar de mi repugnancia, tendr siempre fijos en ella mis ojos, con la esperanza de que llegar un dia en que podr dec i r . . . gracias Dios, no me enga.

    Luisa, por Dios! . . . no supongis tanta bondad en las sedas sec re -tas haciendo sus brbaros individuos capaces de salvar la vida una vctima suya. Y adems de lodo eso . . . pero Jess! qu cadena de im-posibles columbro! no es factible que vos sepis destruirla.

    T a l vez s, Leandro . . . Conozco tambin lo bastante las sedas se-cretas y los individuos que cuentan en mi patria, y en vista de ciertos antecedentes, s calcular lo que pueden haber hecho.

    P u e s , seorita, veo que ser preciso despreocuparos d e . . . N o lo intentis, porque os cansarais en vano y no me convence-

    r a i s . . . Nadie en el mundo es capaz de hacerme mudar de opinin. So-lo cuando me presenten el cadver de Aurelio creer en su mu e r t e . . . Yo os desafo vos y cualquier otro que lo haga.

    Vos ignoris, seorita, que las sectas secretas ocultan las mas veces los cadveres de sus vctimas.

    No lo ignoro, Leandro . . . Yo no puedo daros cert idumbre de no equivocarme; pero para m misma estoy segura de que Aurelio existe aun, y de que est consumiendo lentamente su existencia en las manos de sus verdugos. Yo no podr vivir tranquila mientras no se aclare la verdad.

    Moderaos, Luisa, moderaos. Callad por Dios, Leandro . . . En otros tiempos me haba hecho Au-

    relio ciertas confidencias, y opino en fuerza de ellas; os pido solamente que respetis mi secreto, y que no me hablis mas de esle asunto.

    Bien , seora, lo har , repuso Leandro sorprendido., Pasemos pues hablar de lo que me ha trado a q u i . . .

    D e eso s deba haberos tratado mucho antes que ahora. Confieso, Leandro, que no haberlo hecho ya, es haberme mostrado ingrata con un amigo que habr arrostrado mil peligros para venir hasta aqu .

    Son , seorita, mi elemento. En los campos de D. Carlos estamos siempre rodeados de peligros cual masinminente , y el que hayasuperado algunos, no reputar jams como tales las incomodidades que deben s u -

  • 46 LAS SECTAS

    frirse para pasar desde el centro de Navarra hasta un eslremo de Cata-lua.

    Habl is como un verdadero mil i tar . A lo menos me precio depor ta rme como tal, respondi el hermano

    de Rosa. Pero escuchad. . . Har como cosa de un mes que recib una carta de Catalua, escrita por aquel ermitao que encontramos con la marquesa de Roquebrune en los bosques contiguos Solsona. Me sup l i -caba con el mayor encarecimiento que no vacilara un instante en conce-derle una gracia de la cual debian resultar grandes ventajas para vos, aadindome que para ello le contestara poco mas menos el (lia en que pudiera yo pasar la Seo de Urgel , donde me haria esperar . Le contes-t entonces que iba pedir licencia temporal, que probablemente me s e -ra concedida, y que del 45 al 30 de este mes estara en la Seo de Urgel .

    Permitidme" que os in te r rumpa, Leandro , dijo entonces Luisa. Y dnde le dirigisteis la carta?

    - - A un pueblo que l me design. El sobre estaba con su nombre? N o , seora . . . Me prev ino la direccin de las carias con un nombre

    supuesto. Prosegu id . Despus de haber recibido mi contestacin, volvi escribirme di-

    cindome que desde el 1 5 al 30 de este mes estara en la puerta p r i n -cipal de la catedral de Urgel un hombre limosnero con el hbito de pe-regrino, que me dirigiera l , que le diera mi nombre, y que l me daria cuenta del encargo interesante que quer a hace rme . . . Concedise-me luego la licencia que habia solicitado para pasar Catalua, y que -riendo aprovechar la ocasin que se le presentaba, el ministro de la Guerra confime algunas comisiones que he cumplido ya, haciendo que me acompaaran un teniente de lanceros y dos soldados distinguidos con los cuales he llegado hasla aqu, y me estn aguardando en el despacho do vuestro p a d r e . . . Sal por lo tanto de Tolosa disfrazado el mismo dia 1 5 , pero, causa de algunas partidas constitucionales que recorran Aragn, tuve que hacer bastantes rodeos, de modo que hasla el 2 2 no pude pisar terreno de Catalua, y solo anteayer pude llegar la Seo de Urgel . Como podis suponer, fui visitar la catedral , y encontr efec-tivamente en su puerta al peregrino de quien me habia hablado el e rmi-tao. . . Me avist con l . . . le di mi nombre . . . y me condujo un cuarto retirado de una casa donde vivian algunos frailes exclaustrados de dife-rentes religiones. No pude conseguir que me dijera el sitio donde el e r -

  • SECRETAS. 47

    milano se ocultaba, pero me dio una caria de l, y una caja de bano guarnecida de oro para vos . . . Esa caja, seorita, vedla aqu . Denlro de ella, segn me dijo, encontrareis unos manuscritos del ermitao, que contienen la relacin de los sucesos que vos tanto sabis, y en los cuales tan interesante papel habis representado. Me dio igualmente el peregri-no una carta para vos y otra para vuestro padre , al cual la he dado ya. La vuestra , seorita, lomadla.

    Abri entonces la cartera y sac de ella una carta cerrada que dio Luisa. sta, antes de aceptarla, habia fijado un poco la atencin en la caja que acababa de recibir .

    E s a caja, dijo ella, est cerrada y vos no traeris sin duda la llave. Seora , continu Leandro, me dijo el peregrino que al dia siguien-

    te de haberla recibido, os la t raer a l mismo. Luisa entretanto abri la caria, que estaba escrita en papel verde. Siento infinito, Leandro, aadi medio distrada, que no hayis

    podido ver al mismo ermi tao . . . Me permitiris que lea esa car ta . Leed , seorita. La lluvia continuaba aun espesa y fuerte, los relmpagos conservaban

    toda su viveza, los truenos lodo su estruendo, y el viento soplaba con mas impetuosidad que nunca . Durante una de sus fuertes rfagas, do-blronse las cortinas con el mayor mpetu, el viento penetr con loda li-bertad en el saln por uno de los balcones, arrebat la carta que Luisa estaba leyendo, y hacindola salir por otro, fu confundirla con el agua que caia torrentes de las nubes .

    Ya lo veis, Leandro, le dijo. El viento me la ha ar rebatado. . . Asi las oleadas del mundo arrebatan tambin amargamente las dichas y f e -licidades de los mortales cuando estn embebidos en ellas.

    Me admira por cierlo vuestra calma y sangre fra, seorita. Y la leccin que acabis de darme con motivo de tan desgraciada ocurrencia, no puedo menos que encontrarla muy propsito y sumamente t i l . Sin embargo, es muy sensible que no hayis leido la carta hasta el fin.

    N o , Leandro, estaba ya al fin de ella, y quedaba ya enterada de su contenido. Me deca que maana, la media noche, le encontrar en el cementerio de la ciudad en el mausoleo de los duques de las Siete-lo r r e s .

    Santo cielo! esclam Leandro. Vos cita para media noche en un cementerio?

    N o es la pr imera vez, Leandro, que he visitado de noche el c e m e n -terio. El ermitao lo sabe, y por esto no vacila en darme all su cita.

  • 48 LAS SECTAS

    Sin embargo, es mucho vuestro valor . . . Podr tener el honor de acompaaros?

    Mil gracias, Leandro. Muchas veces he ido yo sola con vuestra her-mana y sin ella al cementerio, y por lo tanto no me ser necesaria vuestra interesante compaia. Adems de que no est muy lejos.

    Ir i s pues sola? A media noche?. . . Y no os moriris de pavor? . . . Dbil sois, Leandro, por ser militar carlista, dijo Luisa l evan tn-

    dose. Mirad, le dijo acercndose con l al balcn. Mirad todo lo que se presenta vuestra vista. Veis ese cielo tan resquebrajado de relmpagos, veis esas campias desoladas por la tempestad, advert s esa lluvia que est inundando los terrenos, os el horrible estampido de los truenos que se repiten sin cesar de pea en pea y de valle en va l le? . . . pues bien, todo eso es horr ib le . . . espantoso. . . y sin embargo yo lo contemplo con la mayor tranquil idad, y lo desprecio con una resolucin casi estoica. S eso pues no me espanta, si eso no me horroriza, me podr acaso h o r r o -rizar la visita un cemenlerio, la morada de la paz y del silencio, un lugar religioso que la mano de Dios ha bendecido?. . . Sabedlo de una vez, Leandro: nada de este mundo me espanta, como no sea el t e -mor de ofender Dios. Estando l de mi parte, acometer siempre con la mayor resolucin las mas peligrosas empresas, y siempre saldr en to-das ellas victoriosa. No os parezca exageracin lo que os d igo, es la p u -ra verdad, y el que me ha hecho tan fuerte causa de mis desgracias, es, Leandro, e