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descripcion de la sectas segunda parte

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  • MISTERIOS DE LAB

    SECTAS SECRETAS.

  • No me habis escuchado cuando os pre-dicaba la unin y fraternidad y la amistad santa: pues bien, ahora en el nombre del Seor os predico la fraternidad de la espa-da, de la peste y del hambre.

    JEREMAS, Cap. XXXVI, v. 1 7 .

  • MISTERIOS DE

    LIS mn iras,

    EL FRAKC-MASOK PROSCRITO. NOVELA HISTRICA, INTERESASTE,POR SO PLAN \ SO OBJETO,

    ADECUADA A LOS SUCESOS POLTICOS DE ESTOS TIEMPOS EN ESPAA, ORIGINAL

    DE I). JOS MARIANO RIERA Y COMAS, autor y colaborador de vanan publicaciones.

    TOMO I I .

    BARCELONA.

    Imprenta Hispana de Vicente Castaos, Asalto, n. 2 0 .

    1 8 6 5 .

  • Esta edicin es propiedad de sus editores, y todos los ejemplares llevarn al frente de cada tomo, adems de la numeracin correspondiente, su rbrica.

  • MISTERIOS DE LAS SECTAS SECRETAS.

    CONTINUACIN DE LA PARTE XXL

    CAPTULO I.

    Mam\m ir* la Contramina.

    Solo restan memorias funerales Donde brillaron sombras de alto ejemplo.

    RIOJA.

    N TERE SAN TES escenas acaecieron tambin en casa el marqus de Gasarrubios durante la noche del in-cendio de conventos.

    Desde el principio de la tarde, tanto l como el P. Vincencio estaban dando acertadas disposiciones para conseguir que el atentado de las sectas secre-. tas produjese los menos efectos posibles. Habanse procurado la cooperacin de algunos gefes de la milicia nacional y de tropa y de varias otras per-

    sonas de influencia, para que en todas partes pudieran contar con bas-tante fuerza que se opusiese los planes revolucionarios. Don Evaris-to Torrecampa "por una parte, D. Luis por otra, y Clodulfo en don-de le indicaban, todos obraban bajo la direccin de los socios de la Contramina, que como conocan fondo el carcter de la revolucin y sus causas, sabian qu clase de remedio debia por de pronto apli-carse.

    En vista de esto, continuamente estaban entrando y saliendo agentes servidores de la Contramina, que iban dar cuenta del estado de la re-volucin, y salian para comunicar nuevas rdenes todos los dems su-bordinados!

  • 6 LAS SECTAS

    A esos agentes servidores los reciban despedan en el mismo des-pacho de la Contramina, donde se hallaban reunidas algunas personas que ansiosas estaban esperando el ltimo resultado de los acontecimien-tos que presenciaban.

    Las puertas de la estancia hallbanse abiertas de par en par, y lo mismo las del balcn, desde el cual se divisaban, entre otras torres y minaretes, las cpulas y campanario del convento de Santa Catali-na, que despus vino tambin quedar reducido escombros.

    El P. Yincencio sentado se hallaba en un conBdenle junto la mis-ma puerta del balcn, y en sus facciones se retrataba un valor admi-rable, aunque templado por aquella sangre fria tan caracterstica, y que tanto distingua al venerable religioso. El marqus estaba sentado junto l, y al frente de los dos hallbanse adems tres religiosos, los cuales el arrojo de D. Evaristo Torrecampa y de alguna otra per-sona de bien, habia arrebatado de las garras de la muerte, y haban-los conducido all, por ser ellos amigos conocidos del jesuta del marqus. A mas distancia estaba tambin D. Silverio de Rosa-Lis, el cual en la palidez de su rostro llevaba retratado el temor que le inspiraban aquellos horribles sucesos.

    Despus que Clodulfo le hubo dejado con Laura en el coche para ir en seguimiento de Aurelio, vironse precisados k pasar casa del mar-qus, para enterar al P . Yincencio del lance que acababa de pasar; y como que desde entonces el motn iba cada vez mas en aumento, no so-lo D. Silverio estaba falto de aliento para dejar la casa del marqus, si-no que ste se lo hubiera tambin impedido, cuando hacerlo inten-tara.

    Laura era la que mas habia sentido lo que acababa de pasar con Aurelio. No podia olvidar que ella habia sido la causa de lo suce-dido; y como que amaba entraablemente al triste y desgraciado hurfano, empez temer y llorar, acabando finnalmente por des-mayarse.

    La criada de Julieta condjola una sala retirada, donde recobr el sentido, y all la hicieron descansar. Despus de algn ralo el marqus envi uno de sus criados en busca de Julieta, que se hallaba, segn l creia, en casa de Torrecampa, lo cual haca para que acompaase la hija de D. Silverio. Empero Mara Concha entretuvo al criado, alegan-do para ello escusa competente, puesto que no podia obrar de otra ma-nera, en vista de que ella estaba al corriente de la salida de Julieta en busca del Capitan-Negro.

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    As es que mientras estaban esperando la llegada de Julieta, segua-se en el despacho de la Contramina una continuada conversacin que era mas menos animada, segn las causas que la impulsaban.

    Oase la gritera de la muchedumbre en las calles vecinas y el cla-moreo de las campanas: cada ruido, k cada murmullo conmovanse los infelices religiosos, y poco menos que ellos el mismo D. Silverio.

    Temis mucho? pregunt ste el P. Vincencio. No puedo negarlo, Padre: soy muy tmido, contest el de Rosa-Lis.

    Pero temo mucho mas por vuestro protegido... por Aurelio... Desde que esl en poder de esos hombres que se lo han llevado de mi lado, no s comprender qu es lo que me pasa.

    No debis por eslo asustaros tanto. Aurelio quedar libre. Yo bien s quin tengo de pedir cuenta de l; y el mismo que lo ha hecho prender, que es D. Santiago Aguilar de Silva, es el que lo volver sano y salvo.

    Dijo esto el jesuta con enerja y con tal aire de conviccin, que D. Silverio lo crey, por mas que hallaba ello obstculos.

    Oyse en esto algn ruido en la escalera, y pocos momentos entr en el saln un agente de la Contramina. En el saln no habia luz, pesar de ser ya muy entrada la noche; pero la plida y macilenta claridad que despeda el cielo estrellado, observbase la agitacin del que en-traba.

    Qu novedades trais? pregunt el marqus. El fuego ha prendido ya en San Jos, y los incendiarios parece que

    se dirigen al convento del Carmen. Los religiosos quedaron temblando como azogados al escuchar tan

    tristes nuevas. Se han salvado los religiosos? Creo que casi todos. All como en otras parles D. Evaristo y otros

    amigos vuestros han trabajado cuanto ha sido posible para impedir el in-cendio; pero no pudiendo conseguirlo, hanse dedicado la salvacin de los frailes, de modo que basta ahora no creo que huya muerto mas que uno.

    Y el vecindario qu papel ha representado? Aptico ha estado como en otras partes. A la defensa del convento

    se ha presentado tambin una pandilla de hombres con trage enteramente negro; y os aseguro que han hecho prodigios de valor.

    Volveos pues all, y encargad todos los que nos han ofrecido pro-teccin, que conduzcan los parajes convenidos todos los religiosos que puedan apartar del poder de la revolucin.

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    Dichas estas palabras, marchse el portador de estas ltimas noticias, y volvi quedar todo en silencio. Cada uno sufra su modo por las escenas que se estaban representando, y al cabo de un ligero rato, escla-m uno de los religiosos:

    Dia terrible!... dia de venganzas!... Al oir esa horrenda gritera de los amotinados, no acierto imaginar otra idea que la de que el I n -fierno vence.

    No vence el Infierno replic el jesuta. Esa revolucin que se est efectuando ha de ser en el porvenir una de las mas principales piedras que aplastar los innovadores de este siglo, cuando se venga tierra el falso edificio que ellos han levantado.

    Ojal que sea tal como vos lo creis!... Por de pronto es un mal sin compensacin, como lo han sido hasta ahora todas las revoluciones de nuestra Espaa.

    En esto decs mucha verdad, aadi el Jesuta. La Espaa se dis-tingue de otros pases por el ningn fruto que producen las revoluciones. Estamos asistiendo uno de los mas tristes perodos de nuestra historia;-porque durante l aparece un fenmeno, que pocos aciertan esplicar debidamente. Incurrimos en una accin continuada, una accin violenta, productora de todo linaje de desgracias, acarreadora de las mas espan-tosas calamidades, destructora de todo lo bueno que se ha conocido, y nunca asoma ni ligeramente la mas insignificante reaccin. No ha suce-dido as ea otros paises. La revolucin derrib en Francia el trono, y la misma revolucin, los mismos hombres, las mismas ideas en cierto modo restablecieron el trono; la revolucin derrib los altares, y la misma revolucin les restituy un vigor, una influencia, un podero cual nun -ca lo hubieran tenido en pocas llamadas teocrticas... La revolucin destruy las gerarquas, que repuso nuevamente al siguiente dia, abati una dinasta y proclam otra casi un mismo tiempo. Si poderosa se ha presentado la Francia antes de una revolucin, poderosa se ha p re -sentado despus. Con la monarqua borbnica, con la Repblica, con el Imperio, con la Restauracin, con la carta... siempre ha sido la misma Francia, siempre independiente, siempre emprendedora, siempre dedi-cada conquistas empezadas bajo un rgimen de gobierno y acabadas bajo la influencia de otro. Todo ese poco entre lo mucho que pudiera ci-tar, pertenece la regin de los hechos: y si nos remontamos la regin de las ideas, hallaremos muchsimo que decir. Viene una revolucin, que intenta abolir el catolicismo, que destruye los santuarios, que degella inhumanamente los religiosos, que pisotea, arrastra y pulveriza las im-

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    genes sagradas, y que consuma actos incalificables, pero no obstante en medio de ese torbellino de desgracias, en medio de situacin tan turbulen-ta, hicironse tales esfuerzos en favor del catolicismo, se opuso tan fuerte barrera de escelencia catlica la accin desorganizadora de la revolucion j que no le fu posible superarla. Aparecen como llovidos del cielo un en-jambre de libros anti-catlicos y anti-sociales; y pesar de esto, nunca ha visto la Francia salir luz tanta copia de buenos libros y lecturas maravi-llosas por su sublimidad, y sublimes por su religiosidad, como entonces; cuanto mas se procuraba abatir y destruir el espritu religioso de la Fran-cia, mas imponente ste se presentaba, mas arraigado, mas maravilloso y mas insuperable los rudos ataques de la filosofa y de las sectas secretas. Para acabar de una vez, dir finalmente, que basta observar la marcha de las ideas encontradas que han chocado en Espaa desde fines del siglo pa-sado hasta nuestros dias, para quedar convencido de que las ideas religio-sas, pesar de la concurrencia de las ideas filosficas y de los comba-tes encarnizados que han debido sostener continuamente con ellos, no solo han presentado un ncleo de fuerza imponente, sublime, admirable y maravilloso, mas aun que en tiempo de la pura monarqua y del mas acendrado catolicismo de los reyes, sino que tambin ha vencido, desba-ratado y desacreditado todas las ideas con que pretendia regenerar la sociedad la moderna filosofa.

    Esto mismo que ha pasado en Francia, prosigui el P. Vincencio, ha sucedido en casi todos los dems paises, aunque en menor escala: pero en Espaa no. Nada hemos visto de esos maravillosos 'incomparables efectos que tanto nos admiran en el vecino reino. Estamos presenciando continuamente la representacin de un gran drama, en el que no vemos mas que escenas horribles y desastrosas, rudos embates contra la virtud y las almas virtuosas; sin que podamos ver el menor triunfo de aquella y estas, ya que no es posible una victoria completa que tanto seria del gusto de los espectadores. Durante la guerra de la independencia, la Es-paa entera qued victoriosa en la regin de los hechos, y vencida en la de las ideas. Quedando esas vencidas, las nuevas deban dominarlo todo, y lo dominaron, hasta que efectuaron una revolucin que sistematiz y puso en prctica esas ideas, que no quedaron vencidas hasta que se las impuso el yugo por medio de otra revolucin totalmente distinta. Esta victoria estaba tambin en los hechos, pero no en las ideas: y esas que nada hablan perdido de su esclusivismo y de su vilenlo predominio, volvieron ejercerlo tirnicamente por medio de una revolucin que tu-vo que cejar otra revolucin nueva, acompaada de una invasin. Con

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  • i O LAS SECTAS

    todo esto, los hombres viejos vencieron los hombres nuevos, pero pesar de eso, las ideas nuevas quedaron en pi y hasta victoriosas, por-que en nada se las habia atacado por mas que ellas iban avanzando ter -reno cada momento. Viene por fin la ltima revolucin que estamos aun atravesando, y las ideas nuevas, no solo siguen su marcha victoriosa, si-no que tambin descargan rudos golpes todo lo que consideran enemi-go suyo, logrando as una victoria de gran vala en la regin de los he -chos. Queda, pues, bien palpable, que las ideas nuevas nunca han quedado vencidas en Espaa, y que las victorias en la regin de los he-chos, por su mismo aislamiento, han producido desgracias mayores que los bienes pasajeros que los pueblos han acarreado. Nunca hemos visto esfuerzos gigantescos, nunca una reaccin continuada los ataques filo-sficos; nunca se ha levantado enrgica la voz de un sinnmero de escri-tores religiosos; todo ha sido apata; todo desaliento: hemos visto em-presas heroicas y arriesgadas, cuadros sorprendentes y maravillosos; pe-ro por su aislamiento no han producido efecto; y casi puede decirse que hasta cierto punto las ideas nuevas han invadido un terreno que han r e -corrido toda satisfaccin, y que debieran haber disputado palmo palmo. Yo me empeara en probar todo eso incontestablemente. Si la debida resistencia se hubiera opuesto las ideas nuevas, no hubieran hecho en poqusimos aos progresos que en Francia han necesitado el concurso de muchas causas, y tres vastsimas conjuraciones sostenidas y fomentadas por mas de medio siglo antes de su esplotacion. Acabar ase-gurando nuevamente, que las revoluciones en Espaa han producido males continuados, sin ninguna compensacin. Ahora estamos presen-ciando una de las mas trgicas escenas de tan espantoso drama. Yo, que conozco fondo el carcter de la revolucin espaola, estoy en la creen-cia de que el incendio de conventos no producir mas que muertes, mi-seria y ruinas, sin que anime poderosamente un buen nmero de de-fensores de los derechos que van quedar lastimados con los aconteci-mientos de hoy. Los efectos sern cual mas deplorables, y ningn bien resultar dlas vidas intereses que hoy se estn sacrificando (4 ) .

    El P. Vincencio fu esplicando los resultados perniciosos que podra producir el incendio de conventos, y todos le escuchaban admirados de lo bien que preveia los sucesos.

    La conversacin fu interrumpida por la llegada de Julieta.

    (4) As ha sucedido.

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    CAPTULO II.

    Canta.

    Quin no te encuentra hechicera Y no templa sus enojos Al yer tus azules ojos Y tu rubia cabellera?

    Y yo voto Belcebi Te encuentro asi muy hermosa A mas de ese aire de diosa Que tan solo tienes t.

    QEVBDO.

    E S P U E s q u e Julieta hubo dejado Carlos Venlor, en-tr, como se ha visto ya, en casa de D. Evaristo Tor-recampa, donde le esperaban, con Mara Concha, Clodulfo y el criado que habia ido en su busca por mandato de su padre.

    Gracias que vuelvo encontraros, dijo Clodul-fo al verla. A f ma que si no hubiera sido por Conchita, vuestra amiga, iba dar vuestro padre un golpe muy terrible.

    Es decir, que mi padre aan no sabe nada. Nada: pero ha mandado ese criado que os viniera buscar, y

    aqu est esperndoos. Vamos, vamos all que ya estar impacientndose: y f os juro'que me he casi horrorizado cuando os he visto dentro del coche con aquel hombre negro tan feo y arrogante. Por de pronto pens no veros mas.

    Julieta se reia de las observaciones de Clodulfo; y ste no quiso co-municar s u seorita lo que le habia sucedido cuando Santiago se apo-der de Aurelio.

    Despus de lo dicho, pasaron casa del marqus, y luego de llegar

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    all, entr en el despacho de la Contramina, para saber lo que su padre quera de ella.

    Si hubiera sido de dia lo menos la estancia hubiese estado ilumi-nada, habran leido en su rostro el cansancio que la oprima: pero, g ra -cias la oscuridad, pas desapercibida esa circunstancia, y Julieta por orden de su padre pas otra sala, donde le dijo que encontrara la hija de aquel caballero que estaba all con ellos, y que habase desma-yado con motivo de la revuelta de aquella tarde.

    Clodulfo qued entonces esplicando los del despacho de la Contra-mina el estado de la ciudad; y Julieta pas ansiosa ver la joven de quien le acababa de hablar su padre.

    Abri con tiento la puerta y qued admirada al ver la hermosa mu-ger que se present ante sus ojos.

    A causa del desmayo que la habia sobrevenido, Laura estaba aun medio tendida en un canap de fondo carmes, y no era eslrao que tan-to admirase Julieta, porque era Laura una de aquellas hermosuras que sorprenden al que las observa, sin poderlo remediar; era efectivamente una muger interesante. Sus ojos eran azules, grandes y hermosos, y por mas que se diga que generalmente son preferidas las mugeres de ojos negros, no tiene aqu aplicacin esta regla, porque los suyos eran de un azul tan precioso, de tan dulce y tierna mirada, al mismo tiempo que espresiva y penetrante, que difcilmente podra acertar describirlas cual debiera. La misma observacin debo repetir por lo que toca su cabello rubio, como lo tienen generalmente todas las que tienen ojos azules. El de Laura era de un rubio poco comn; no era mate, sino bri-llante, y de color subido: puesto al sol, resplandeca como si estuviera entremezclado con lentejuelas; y era adems abundante y fino, aunque consistente. Las pestaas eran del mismo color y sobradamente largas. Su cutis era blanco como mrmol puro- de Carrara; su hermosa tez y lindas manos oscurecan la blancura del fino camisoln y del blanco pa -uelo que sostena. Su rostro era por lo dems muy delicado y de risue-as facciones; su nariz perfecta, su labio carminado, su frente espaciosa, y su garganta delicadamente torneada.

    La naturaleza la habia adornado mascn toda clase de perfecciones. Su voz era argentina, sonora y espresiva: fijaba con ella la atencin de Jos que la hablaban: y sobre, todo tenia un talento vasto, cual lo necesi-taba una muger para cultivar el corazn de Aurelio. Todas sus formas eran delicadas: sus manos bonitas y diminutas, su talle naturalmente esbelto, su andar grave y magestuoso, y sus pies pequeos eran digno

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    complemento de un fsico tan perfectamente acabado. Era amable, bon-dadosa, de finos modales; habia recibido una esmerada educacin, y era de aquellas mugeres que, pesar de sus dotes morales y fsicas, la primera entrevista, la primera palabra, la primera mirada domina-ba cualquiera persona, era dominada por ella.

    Eslaba, como se ha dicho, medio tendida con la cabeza reclinada so-bre uno de los brazos carmeses del canap: una de sus blancas manos acompaaba la posicin de su cabeza, y la otra la tenia sobre el senu, sosteniendo con ella su blanco pauelo guarnecido de encajes. Su vestido era casi blanco; y dejaba en descubierto sus lindos p ies, calzados con za-patitos de raso negro.

    Tal era la muger, conjunto de belleza -y de bondad que se present los ojos de Julieta.

    Aquella joven tan hermosa, tan blanca y tan interesante, tendida sobre los cojines carmeses, con aquella inmovilidad seductora, y ala luz de un magnfico quinqu que ardia sobre una mesa, no podia menos que sor-prender a Julieta. Adems, Laura le habia pasado ya el desmayo y en sus blancas mejillas habia asomado un dbil color acarminado, que real-zaba su hermosura. Cerca de ella se hallaba la camarera de Julieta con un pomo de esencia en la mano, con el cual la habia asistido al tiempo del desmayo.

    Julieta, al entrar en la sala, se detuvo al primer movimiento: dio en la misma puerta dos pasos mas, y al ruido, tanto Laura como la camarera volvieron hacia ella la cabeza. La mirada de Laura fu dulce y ben-vola, pero curiosa y de recelo; y sea por su hermosura, sea por lo ines-perado de aquel encuentro, Julieta, bajando los ojos, desvi su mirada, al mismo tiempo que Laura la sostuvo.

    Desde aquel momento Laura empez dominar Julieta. Imposible es espiicar las ideas que asaltaron esta ltima al ver de -

    lante de ella su rival, la querida de Aurelio, la cual conoci muy pronto, por acordarse del retrato que guardaba. Julieta era no obs-tante incapaz de desear ni querer mal nadie, por cuyo motivo nada ide que fuera contrario la rauger que acababa de encontrar. Sintise no obstante herida en su orgullo, y lo primero que imagin fu cicatri-zar esa herida por medio de actos de bondad hacia la hija de D. Silve-rio. Sin embargo, habale cogido tan de improviso aquella repentina aparicin, que no saba como empezar obrar.

    Luego que Laura la vio, pretendi levantarse; pero Julieta corri h a -cia ella y se lo impidi, dicindole que estaba enterada de lo que habia

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    sucedido, y escusndose por no haberse encontrado ella en casa. Abra-zla y besla lo mejor que pudo, de lo cual qued Laura contentsima, y al propio tiempo Julieta hizo su camarera sea para que se marcha-se, con lo cual quedaron solas las dos jvenes. Julieta se sent en una butaca junto Laura, y de ninguna manera permiti que se levantase del canap.

    Pasados los primeros cumplimientos, y viendo la ocasin que se le pre-sentaba, acordse Julieta de la deuda que tenia contrada en cierto modo con el difunto Hurn sobre ensear Aurelio el retrato de Laura; y queriendo obrar bien de todas maneras, pens que lo mejor sera con-sultar la misma Laura sobre este particular. No saba, sin embargo, cmo empezar tan espinosa conversacin.

    Me alegro mucho de conoceros personalmente, haba dicho Lau-ra Julieta; y acordndose sta de tal especie, pregunt al cabo de un rato:

    Puesto que os alegris de conocerme personalmente, de seguro me conocerais antes por mi nombre?

    No puedo negarlo, repuso Laura. Y puedo saber quin os habia hablado de m? Un amigo vuestro, Un amigo? S . . . muy amigo... Es Aurelio Evarini el que alguna vez me ha

    hablado de vos, de vuestras agracias y de vuestras circunstancias mora-les...

    Oh callad! No me humillis con esos elogios inmerecidos, porque soy muy poca cosa al lado de vos.

    Vos s que os chanceis. Hablemos de otro asunto. Julieta se consideraba verdaderamente humillada. Decirle Laura que

    tenia noticias de ella por Aurelio, era para ella una real humilla-cin, atendidas las circunstancias de ser Laura la querida de Aurelio, y de ser ste amado por Julieta. As fu, que pesar de su natural p r e -sencia de nimo y de su carcter vivo, qued tan turbada en presencia de su rival, que no saba cmo articular palabra.

    Laura, que'tenia mucho talento, lo conoci; y tratando en consecuen-cia de reanimar la que estaba abatida:

    Presumo, le dijo, que por este lado no os aventajar y que Aurelio os habr hablado tambin de m, por lo mismo que sois su amiga.

    Es verdad, pero muy pocas veces; y estrao mucho que tanto os ha-

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    ya hablado de m 4 porque estando con vos, me parece que poco debe acor-darse de la pobre Julieta.

    Mal lo pensis... Es que cuando Aurelio se halla junto Laura de Rosa-Lis, absorbe

    ella toda su atencin. Indescribible es el gesto de dignidad que hizo Laura al hablar as

    Julieta. Tenia talento, y comprendi todo el valor dess palabras. Desde la primera vez que Aurelio me habl de vos, dijo Laura,

    diciudome que erais bella, amable y de buen corazn, lo cre tal como l lo decia; y yo nunca he dejado de preguntarle por vos, porque, habln-doos francamente, me habiais interesado, y deseaba conoceros.

    Laura habl en esto con tanta sinceridad que desarm con ello J u -lieta.

    Con qu pues, aadi, habis hablado de m muy pocas veces con Aurelio?

    Muy pocas, pero no obstante deseaba muchsimo conoceros perso-nalmente.

    Decs que personalmente?... Eso. . . No ignoraba la belleza de vuestra figura: y por la idea que

    tenia de ella, veo que sois tan hermosa como yo creia y que reuns las mismas buenas circunstancias que yo me habia imaginado.

    Pero si nunca me habiais visto, cmo podais haberos formado de mi cara una idea tan cabal como aseguris?

    No os habia visto nunca, es verdad: pero he visto vuestro retrato, y un retrato en que estis perfectamente trasladada.

    La hermosa Laura qued sorprendida al oir tal cosa y Julieta, que la sazn podia con mil epigramas vengarse de Laura, si querido hubiese, obr de otra manera, porque habia visto ya la generosidad de su rival.

    Mi retrato! dijo la hija de D. Silverio. Vuestro retrato, Laura. Un retrato que yo conservo en mi poder. Yo no he dado a nadie mi retrato... De veras?... Es as. . . porque si una persona sola en este mundo ha merecido de

    m tal favor, no creo que haya abusado de mi confianza entregndolo otro.

    Mientras decia estas palabras, asomaba sus mejillas un vivo sonro-sado, que la haca mas interesante. A la misma Julieta le pareca una moger de incomparable hermosura.

    Yo me esplicar, le dijo sta, y lo har lo mismo que si toda nes-

  • 46 LAS SECTAS tra vida hubiramos sido amigas: lo mismo que si hubiramos sido her -manas: y os hablo sinceramente, porque s que sois incapaz de guardar-me rencor y porque estoy convencida de vuestra bondad estrema. De m juzgareis despus que me haya esplicado.

    Acercse con su butaca al brazo del sof en que descansaba la cabeza de Laura. sta se encendi de ternura hacia la bella rival que tenia de -lante, y Julieta, mientras que con sus delicadas manos compona los hermosos y dorados cabellos de la Rosa-Lis, empez hablar de esta suerte:

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    CAPTULO III.

    Mtna$ ittlaxaaxmt*.

    Si los suspiros que habis dado, y las pala-bras que habis dicho, no me movieron con-dolerme del mal de que os quejis; entendiera que mi alma era de piedra, y mi pecho de bronce duro.

    CERVANTES.

    A s, que una persona en esle mundo ha merecido de vos el favor de que sellarais oi afecto que le pro-fesis, entregndole vuestro retrato. En cambio, amiga mia, esta persona es muy digna de poseerlo. Con esto ya comprendereis, que hablo de Aurelio Evarini; porque esta es la persona, quien habis entregado vuestro retrato; y para que os conven-zis de la verdad de lo que he dicho, voy mos-trroslo ahora mismo.., Vedlo.

    Julieta sac una cajita, abrila, y ense Laura un retrato de mar-fil, de dos pulgadas de largo sobre una y media de ancho.

    Es ese mismo, dijo Laura inclinndose graciosamente y reconocin-dolo. Es el retrato que yo confi Aurelio, mas cmo ha venido caer vuestras manos? Aurelio os lo habr dado.

    Y dijo estas ltimas palabras con un acento que indicaba cuan distan-te estaba de creer lo que acababa de decir.

    Todo os lo dir, le respondi Julieta con la mayor bondad. Aten-ded me, y os contar la cosa tal como ha sido, y tal como yo misma no la s comprender.

    Aqu cont Julieta todo lo que saben ya los lectores sobre el modo co-TOMO u. 3

  • 1 8 LAS SECTAS

    mo le haba sido entregado el retrato de Laura el 16 de julio en el bai-le que dio D. Evaristo Torrecampa. Lanra, al oirlo, form un sin fin de comentarios sobre un suceso tan eslraordinario.

    As pues, dijo ella, Aurelio no sabe que le hayan sido quitados mi retrato y vuestro anillo.

    No s, aun no he hablado con l sobre este particular. Pero qu objeto llevaban los enemigos de Aurelio, al poner ese

    retrato en vuestras manos? Se ignora, replic Julieta ruborizndose. Vos ya sabis lo que es

    Don Santiago Aguilar de Silva: y ya os he dicho que l era el que se habia apoderado del retrato, y Venlor el que lo habia remitido. Con que objeto, no lo s.

    Oh! yo ya lo comprendo, dijo Laura, Veo que sois muy buena, y creyndoos capaz de otra cosa, os han remitido el retrato para que os vengarais. Lo prueba el haberos dicho el Hurn que Aurelio le habia entregado vuestro anillo, siendo as que l mismo os confes despus lo contrario... Pero vos, Julieta, sois incapaz de hacer dao, porque as me lo habia dicho Aurelio.,. Querian haceros instrumento de malignidad para l y para m, bajo la hiptesis de que vos le amabais; pero se han engaado, porque se han estrellado contra, vuestra magnanimidad y des-prendimiento... Oh! yo os doy mil gracias en nai nombre y en el de Aurelio.

    Mientras esto decia, estrechaba fuertemente las manos de Julieta, y la miraba de un modo tan compasivo, que no podia su amiga resistir.

    Sed franca como yo, aadi. Tenis talento, Julieta, y podris cono-cer lo mismo que os he dicho. No es cierto, que he dicho la verdad? No es verdad que tambin lo creis as?

    Julieta sorprendida por una declaracin tan franca y tan espontnea de quien no tenia derecho esperarla, no pudo menos que corresponder de la misma manera, guiada adems por aquel sentimiento de bondad innata que presidia todos sus actos.

    No quiero que me ganis en franqueza, repuso. Ya que me habis significado que amis Aurelio Evarini, no quiero negaros que m me sucede otro tanto... Os puedo decir que puesto que sois amada de l en-vidio vuestra dicha, mas nunca esta envidia me hubiera arrastrado un bajo proceder, como puede probroslo mi conducta, desde que he pose-do vuestro retrato hasta hoy. El que se apoder de vuestro retrato veri-fic lo mismo con mi anillo, y esta circunstancia aadida otras conjetu-ras, pudo descubrirle que yo estara prendada de Aurelio, y creyndome

  • SECRETAS. 19

    rival firme, y viendo mi padre miembro de una sociedad contra las sectas, y conviniendo por razones que vos sin duda ignoris, que/Aure-lio cayera de un modo otro bajo la influencia del que tal accin ha co-metido, presumieron que yo sola podia ser digno instrumento de sus mi-ras. Pero os juro que se han engaado. Amo Aurelio; lo confieso tan ingenuamente, como lo habis confesado vos: pero habia alimentado mi amor sin decrselo l, porque una declaracin tal, puesta en mi boca, hubiera sido deshonrosa. Creia sin embargo, (y la conducta de l me lo habia hecho creer mas de una vez) que yo no le era indiferente, aunque indigna de l: y esta fu la principal razn de no trabajar asiduamente en borrar su imagen de mi corazn. Ahora, por fin, he sabido ya lodo lo que debia saber, y vos hoy lo habis confirmado, por cuya razn voy dar un sesgo distinto mi conducta, porque amndoos l vos, y yo l, seria criminal, si alimentara por mas tiempo esa pasin. Oh! eso no ser... Laura, quedad tranquila. Os lo he dicho y lo repilo: olvidar Aurelio, porque ya no puede pertenecerme. Ya veis cuan franca soy, y me lisonjeo de conseguir un resultado tan halageo para m. Me lison-jeo de conseguirlo, repilo: y as siendo, ya no deber vengarme aunque quisiera, porque borrar de mi corazn todo recuerdo... Me compren-dis, Laura? Ah! si yo hubiese sabido antes que erais vos tan hermosa, y que tanta intimidad tenais con Aurelio, no hubiera crecido tanto mi amor, ni hubiera dado ascenso ciertos actos suyos, que me han ilu-sionado, creyndolos ejecutados en sentido diferente de aquel en que debia yo considerarlos.

    Julieta decia estas ltimas palabras, apretando las manos de Laura, la cual la miraba enternecida y contenta.

    Mucho me agrada todo lo que decs; pero hablis en tono demasiado decisivo.

    Vos ya conocis que debo hablar as. No creo haber exagerado nada.

    Sin embargo, dais quizs por demasiado seguro que Aurelio no os ama.

    Oh, s! estoy segura de ello, y no me contradigis por Dios, sino queris que os diga que sois tambin' muy celosa. Habis sido sincera en confesar que le amabais, y no creo que dejis de serlo ahora en confe-sar que estis segura de su amar.

    Bien me creo segura de su amor, pero no obstante, podran quedar fallidas mis esperanzas.

    Oh! nada de eso.,, conoced mejor Aurelio. Si queris juzgarlo

  • 20 LAS SECTAS

    Lien, debe quedar vuestros ojos exento de toda tacha: y tacha seria el manteneros engaada. Yo creo muy bien, que solo vos llegareis unir con l la suerte.

    Correspondiendo vuestra ingenuidad, Julieta, voy abriros mi corazn, para que lo conozcis fondo y juzguis de m. Yo amo Au-relio.. . con delirio... con pasin... como sabe amar una muger enamo-rada.. . no sabr deciros con certeza si l ha trabajado para asegurarse de mi amor, mas de lo que yo he trabajado para asegurarme del suyo: pero s sabr deciros, que hasta ahora no he amado otro hombre, y nin-gn ser de este mundo me ha inspirado tan tiernos sentimientos. Le amo desde que le vi; pero tambin ese amor ha sido mezclado con amargu-ras. Vos ya sabis que Aurelio tiene muchos enemigos: los tiene por su posicin, por su talento, y por mil otras cosas mas, que seria largo in-dicar; pero son todos una clase de enemigos que no han perdonado me-dio alguno de daarlo. Luego que fu conocido nuestro amor, asestaron tambin contra l agudos tiros; y mil veces hubieran logrado destruirlo, si no hubiese tenido pruebas seguras de que Aurelio proceda de buena f. Decaseme que Aurelio era intrigante, que se burlaba de mi sinceri-dad, propalando sobre mi conducta un sin fin de mentiras; que su carc-ter era maligno, como que estaba dirigido por un Jesuta; que se hallaba su tierna edad complicado en conspiraciones de gran peso; que estaba en relaciones de amor con otras mugeres; y otras muchas cosas mas, capaces todas de hacer titubear al nimo mas decidido: y no obstante siempre me he mantenido firme, siempre le he guardado pura f; y pesar de los disgustos que tales cosas debian de causarme, nunca ha va-riado la idea que de l me tenia formada, y nunca le he borrado un solo instante de mi corazn. Todo esto os lo digo para que os convenzis de lo mucho que debo amarle, y . . .

    Al llegar aqu, Laura no pudo seguir mas. En la calle de los Condes de Barcelona oase una creciente gritera, acompaada de toda clase de blasfemias imprecaciones, pronunciadas en alta voz, y acompaadas de algunos mueras los frailes. Laura perdi por de pronto el color, y es-tuvo nuevamente pique de desmayarse.

    Ay, Julieta! deca. Acercadme al balcn, para que me d el aire, dadme un abanico. Yo me ahogo...

    Julieta corri apresuradamente en busca de un abanico de plumas, que habia en la sala, y sin demostrar turbacin por los gritos dados en la calle, empez abanicar Laura.

    Esa opuso resistencia al principio, pero al fin consinti en ello.

  • SECRETAS. 21

    Confieso, dijo Julieta, que seria mayor vuestro gusto, si Aurelio se encargase de hacer lo que yo estoy haciendo.

    Pobre Aurelio! dijo Laura, que con su palidez estaba mas intere-sante que nunca. Ojal pudiera hallarse ahora mi lado!

    Se conoce que le amis, respondi Julieta. Pero si tanto deseis que esto suceda, fcilmente podris conseguirlo, porque" Aurelio vive en esta casa, y no creo que tarde mucho en dejarse ver, si no le habis vis-to ya.

    Pero qu decs? aadi Laura sorprendida y recobrndose. Es posible que tan ignorante estis de lo que esta tarde ha sucedido?

    Y qu significa esto? Es posible que nada sepis de lo que con Aurelio han cometido

    sus enemigos? Vos me horrorizis! decid: qu ha sucedido? Escuchad pues: no es eslrafio que no hayis comprendido el verda-

    dero motivo de mi indisposicin. Julieta, al oir esto, ces de abanicar su competidora: tanto era lo

    que le habia afectado lo que ella acababa de decir. Laura por su parte, hizo un movimiento, por medio del cual se incorpor en el sof y com-puso su vestido,

    Qu es esto? dijo Julieta. Trais en el vestido manchas de san-gre . . . ya lo sabais, Laura?

    S: ya lo saba... Han caido sobre mi vestido al atravesar el toro por la puerta del mar.

    Y habis visto arrastrar el toro? Desgraciadamente... Lo he visto poco antes de que prendieran

    Aurelio. Qu habis dicho, Laura? esclam Julieta levantndose. Aurelio

    preso! cmo es posible! Entonces Laura cont su nueva amiga todo lo ocurrido en la plaza

    de Toros; como ellos haban salido, y como, finalmente, fu preso Au-relio por el Rey de Facha.

    Un rayo que hubiera herido Julieta, no la hubiera dejado mas pa-ralizada de lo que qued al oir tan inesperada noticia. Dej por fin su asiento, y mientras que con la mayor impetuosidad llamaba su cama-rera por medio de la campanilla, preguntaba Laura.

    Y no habis conocido ese personaje que se lo ha llevado? Nada de esto... No creo haberlo visto nunca. Entr la camarera, y Julieta pidi por Clodulfo.

  • %% LAS SECTAS

    Ahora ha dejado vuestro padre, contest la camarera. Corred pues buscarlo, y decidle que venga. La camarera desapareci. Probar de salvarle, decia. Yo he sido la causa de tanto mal, anadia Laura. No creis, hermosa amiga, y no digis al menos-, que no os ama

    Aurelio. Cuando Clodulfo entr, le dijo Julieta: Sabis quin era ese hombre que se ha apoderado de Aurelio? Perdonad, seorita, replic el Suizo. Yo no me habia atrevido

    hablaros sobre... Basta de escusas; y responded lo que os pregunto, Lo cono-

    cisteis? Perfectamente... Como que no lo disimul. Quin era?.. . Era el Rey de Facha... Me alegro, replic Julieta sonrindose. Y acercndose Laura, le dijo al oido: Vuestro amante est ya salvado... Confiad en mi palabra. Yo, seora, he seguido desde lejos, prosigui Clodulfo, al coche

    en que se han llevado al seorito, y he podido ver en donde le han de -jado.

    Y en dnde? En la calle de San Sulpicio, nm. 9. Ah! esclam Julieta cayendo abatida los pies de su rival. Qu

    es lo que habis dicho? qu horrible misterio me acabis de descubrir! Pero, seorita, qu tenis? qu os pasa? dijo Clodulfo acercn-

    dosele. Nada, respondi Julieta levantndose animosamente y sonriendo.

    Marchaos al instante, y esperadme en casa de Torrecampa. Yo estar con vos dentro de pocos momentos.

    Est muy bien, pero si gustis, os acompaar yo mismo. Convengo. Esperadme fuera de la sala. Sali Clodulfo, y Laura sorprendida no saba que pensar ni que decir. Qu vais hacer? balbuce finalmente al ver Julieta pasearse

    con la mayor agitacin de un eslremo otro de la sala. Voy salvar Aurelio, respondi. Antes de una hora lo volver

    vaestrolado en plena libertad. As conoceris cuan poco vengativa soy, y cuanto se han equivocado vuestros enemigos.

  • SECRETAS., 23

    Julieta se dirigi la puerta. Tenis un nimo varonil, le dijo Laura. Pero veo que os marchis

    sin decirme ni una palabra mas. Me dais poderosas pruebas de amistad, y yo no s como corresponder vuestras bondades.

    Oh! sois mas buena que yo, y no os olvido. En prueba de ello, voy decir mi camarera que no os desampare hasta mi vuelta.

    Pero antes que eso, me hace falta otra cosa.., No me comprendis? No acierto... Somos amigas desde hoy, y quisiera abrazaros. Oh! decs bien, replic Julieta acercndosele. Abrazla tiernamente, y besronse con la mayor efusin. Qu vais hacer? qu meditis? pregunt Laura. Voy salvar Aurelio, y luego podris abrazarle como ahora me

    abrazis mi. Dichas estas palabras se march. Laura hubiera querido interpelarla

    nuevamente sobre lo que iba hacer y los peligros que se espusiera, pero ya no era posible, Julieta habia salido.

  • 24 LAS SECTAS

    CAPITULO IV.

    Esas miradas de fuego son impropias de un corazn helado. Vos ments, cuando decs que no amis; mas de todas maneras, yo conteudr vuestro ardor.

    FENIMORE COOPER.

    SA entrevista desconcertaba notablemente los planes de Santiago Aguilar de Silva, que quera dar Aurelio mas de un disgusto, con motivo de los asun-tos de su querida. El saber Julieta punto fijo cuanto se amaban Aurelio y Laura, la decidi mirar al hurfano de otra manera que hasta enton-ces, pero protegerlo y ayudarlo en vez de casti-garlo con actos de venganza y de despecho.

    Tan luego como Julieta oy decir Glodulfo, que Aurelio habia sido conducido al nmero 9 de la calle de San Sulpicio, no pudo menos que horrorizarse, porque se acord de lo que haba oido decir la tia Gernima poco rato antes, cuando hablaba con Santiago en la misma puerta del nmero 9.

    No dud que la persona quien se referan era Aurelio; pero recobr luego su tranquilidad al recordar lo que habia oido decir Santiago, que solo l Sansimon podan entrar ver Aurelio, y se alegr m u -cho mas cuando supo por Clodutfo que Sansimon era el que le habia preso.

    Julieta y Glodulfo salieron de la casa, pasaron la de Torrecampa, y all conferenciaron los dos sobre lo que iban hacer. Julieta procur in-

  • SECRETAS, 25

    qnirir en que parte podria encontrarse Sansimon, y como Clodulfo le respondiese que le encontrara seguramente en Santa Catalina, porque all se hallaban los incendiarios para pegar fuego, Julieta le hizo mar-char en busca de l, para que le dijese que ella le estaba esperando.

    Poco despus de un cuarto de hora, Julieta ya estaba hablando con el Rey de Facha. Los lectores recordarn, sin duda, la fuerte pasin que ste habia concebido por Julieta-. As, tan luego como supo que ella era la que deseaba-verle, abandon sus amigos y el convento para trasla-darse casa de Torrecampa, en el mismo trage en que se encontraba, muy poco decoroso por cierto.

    Esto no arredr Julieta, la cual toc diestramente la cuerda mas sensible del corazn del Rey de Facha, el cual, al oir hablar as una persona quien tanto adoraba, no pudo menos que rendirse discre-cin. Sin embargo, cuando Julieta lo pidi para poder entrar en el ca-labozo de Aurelio con una orden suya, entonces empez titubear y se neg, alegando que tal cosa no era de su competencia. Julieta le contes-t que saba lo contrario por boca del mismo Santiago, pero, no obstante, tuvo que valerse de los mas eslraos arbitrios, llegando hasta al estremo de descubrir la apostasa de Santiago, para lograr lo que tanto le inte-resaba. Sansimon accedi por fin la demanda.

    Iba dar por escrito la orden de que se permitiera Julieta la en-trada en el calabozo de Aurelio, pero sta le signific cuanto deseara que el mismo Sansimon la acompaase, para dar la orden verbalmente al gefe de los calabozos. El objeto.de Julieta al dar este paso, fu el no de-jar infructuoso todo su trabajo, porque ya sabia que la lia Gernima era la nica que habia en la casa, y probablemente no sabra leer. J u -lieta, no obstante, guardse para s todas.esas consideraciones, y no quiso comunicarlas al Rey de Facha. Este no saba que hacerse de contento, al escuchar la ltima proposicin de la muger que, amaba. Por supuesto que la admiti de contado, y en consecuencia resolvieron verificar al instante lo que haban tratado. El coche aguardaba ya la puerta, y su-bieron l, Julieta, Clodulfo y el rey de Facha.

    AI despedirse, dijo Julieta Mara Concha, que si pedan por ella, contestase que estaba acompandola para que no quedase sola, puesto que tal era lo que habia dicho su camarera. La misma hija de Torre-campa estaba admirada del valor que aquel dia estaba despiegaudo Ju -liela. El coche empez andar nuevamente en direccin la calle de San Sulpicio. Sansimon estaba loco de contento por la conOanza que Ju-lieta le dispensaba; pero, no obstante, le incomodaba la presencia del

    TOMO ii. 4

    http://objeto.de

  • 26 LAS SECTAS

    suizo. Habia creido dominar aquella noche la hermosa nia, y por esto la diriga miradas lascivas y ardientes, que Julieta desviaba con suma destreza, porque su talento le permita calcular lo que pasaba en el in-terior de Sansimon. ste se hallaba verdaderamente fascinado por la hermosura que tenia su lado. ^

    El coche atraves la carrera con la rapidez que permitan los grupos de todas clases que habia en las calles de Barcelona, y llegaron final-mente la retirada de San Sulpicio, parndose enfrente de la casanm. 9.

  • SECRETAS. 27

    CAPTULO V.

    Nada te turbe: Nada te espante: Dios no se muda: Todo se pasa: Y la paciencia Todo lo alcanza

    STA. TERESA DE JESS.

    AS puertas de la casa estaban cerradas. Sansimon, baj el primero del coche, y apret la mano de J u -lieta al hacer lo propio, pero sta se mostr indi-ferente, sin hacer caso de tan brusca demostracin.

    Entraron los tres en el zagun de la casa, y muy pronto se dej ver la tia Gernima, la cual qued grandemente sorprendida al ver la misma seora que poco antes .habia salido. Salud no obstante Sansimon, el cual le dijo:

    Seguramente estaris sola en la casa. S. . . Y el guardin de los calabozos? Est en su lugar.. . Pues bien.. . preparaos, pues debemos ir verle. Dichas estas palabras, la tia Gernima pas al interior de la casa d e -

    jndolos solos. Una cosa debo pediros, dijo Sansimon Julieta. Pedid lo que queris. Vos me hacis faltar mis deberes, permitindoos la entrada en

  • 28 LAS SECTAS

    los calabozos, y por tanto deseo, que seis vos sola la que tal cosa consi-gis de m. Ese caballero podr quedarse aqu aguardndonos.

    Clodulfo, que recelaba de las palabras y acciones le Saosimon, hizo un movimiento de impaciencia y de corage, al oir tal proposicin.

    Julieta le tranquiliz con una amable sonrisa, y diciendo al gefe Car-bonario.

    Conozco-el valor de vuestros escrpulos; pero todo se puede fcil-mente conseguir. Ese caballero vendr con nosotrss hasta encontrar el guardin de los calabozos. Al llegar all me dejar, pero tambin me dejareis vos, marchndoos donde gustis: porque ya no me ser mas necesaria vuestra compaa.

    Sansimon qued helado el or Julieta: sus ojos lascivos quedaron como atontados algunos momentos. Julieta conoci tambin que iban desbaratarse sus planes, y se proponia modificar su ltima proposi-cin, cuando el Rey dijo;

    Y en este caso quin os acompaar hasta el calabozo? El guardin. -Solo? Con esa nauger que hemos encontrado aqu. Est bien... me conformo, replic Sansimon que se habia trazado

    ya su conducta.Entrad, y prevendremos la tia Gernima. Sansimon entr el primero en el interior de la casa; y entretanto J u -

    lieta dijo Clodulfo. Acordaos de lo que os he dicho. Luego que Sansimon haya salido,

    meteos en el coche, y no salgis de l, hasta que Aurelio haya salido tambin. Si por casualidad ste os viese, no le admitis en el coche; de-cidle cual es el camino que debe seguir para llegar casa sin peligro, v nada mas.

    Dicho esto entraron tambin donde Sansimon se encontraba. La tia Gernima estaba encendiendo ana antorcha, y Sansimon dispona otra. Estos preparativos no pudieron menos que sorprender Julieta.

    Para qu deben servir estas antorchas? pregunt: Para bajar los calabozos. Muy oscuros estarn... Oh, s! mucho... Ejercis verdaderamente un imperio subterrneo. Sansimon se sonri. Despus de encendidas las antorchas, salieron todos por la parte este-

    rior de la casa y penetraron en una especie de recinto, en el cual habia

  • SECRETAS. 29

    una puerta pequea forrada en hierro. Llamaron la puerta, y sali abrir un hombre de baja estatura, mofletudo, y de fiera mirada, el cual salud al Rey de Facha.

    No esperaba vuestra visita, dijo. Vengo, respondi Sansimon, para deciros que acompais esas

    seoras al calabozo, donde se halla detenido el joven que esta larde don Santiago Aguilar de Silva ha puesto bajo vuestra custodia.

    Cumplir vuestras rdenes, respondi ei guardin. Y en qu calabozo se halla detenido? pregunt el gefe Carbo-

    nario. En uno de los de la ltima lnea. Ser posible? Y all os han mandado encerrarle? No tal, seor. Pues por qu lo habis hecho? Hanme mandado encerrarle en uno de los cuartos subterrneos dis-

    tinguidos... Aqu no tenemos oros calabozos que los subterrneos, dijo Sausi-

    mon Julieta. P e r o ha sucedido, prosigui el guardin, que al haber salido D. San-

    tiago no me he encontrado con otras llaves que las de los calabozos de ltima lnea, porque las otras llaves estn en poder del gefe Masn por orden de la misma superioridad masnica: y como me habia mandado D. Santiago muy terminantemente que lo tuviera bien guardado, me ha sido preciso encerrarlo en donde se encuentra.

    Ya veis, seorita, dijo entonces Sansimon Julieta, que nadie tie-ne la culpa de que Aurelio se encuentre mal alojado.

    Dichas estas palabras, Sansimon y Clodulfo se marcharon, y Julieta y la lia (jernima cogieron las antorchas.

    Antes de pasar adelante, ser preciso volver atrs cosa de una hora. Cuando Santiago condujo Aurelio al triste y lbrego asilo en que se

    encontraba; le trat con todos los miramientos debidos, y cuidando de no acrecentar la pena que s posicin le causaba. En primer lugar se le escus como pudo, por tener que encerrarle en un parage oscuro y sub-terrneo; diciendo, que en dia de revuelta no le era posible conducirlo otra parle, donde pudiera tenerlo perfectamente seguro como le con-venia, pero que no obstante al dia siguiente iria buscarlo para condu-cirlo parage mas cmodo y segur, donde sera tratado con todas las consideraciones que se le deban.

    La causa de todo esto era que Santiago queria tener Aurelio en su

  • 30 LAS SECTAS

    entero poder y dependencia y no en el de los Masones, cuando llegase el momento de que fuese espulsado de la secta como l presomia.

    Habl tambin al hurfano de Julieta, y durante la conversacin co-noci perfectamente Santiago qu clase de sentimiento abrigaba Aurelio en favor de la hija del marqus. Conoci que no era ella la que domi-naba en el corazn del hurfano, pero no obstante no dej de mortifi-carle con algunas diatribas contra la amable Julieta. Trat de persuadir-le deque ella habia obrado siempre movida por un sentimiento de falsa, que habia engaado completamente Aurelio, y que al propio tiempo que daba conocer que sentia afecto por l, soslenia otras relaciones de amor con un hombre bajo y perdido, cual lo era un Carbonario llamado el Hurn, que habia dado muerte su padre.

    A pesar de las lgrimas que ese recuerdo le hizo derramar, Aurelio combati no obstante de mil modos distintos esta ltima asercin de San-tiago, y como ste tratase de convencerle toda costa, di jle que segu-ramente Julieta saba con anticipacin que su padre debia ser muerto, y que en comprobacin de que ella estaba en ntimas relaciones con el asesino, iba ensearle una de las cartas que le habia escrito, y que por casualidad habia caido en sus manos.

    Santiago ense efectivamente Aurelio trozos de aquella carta, que el Hurn regal por medio de un pistoletazo Venlor, y que despus vino caer en poder del mismo Santiago. La carta estaba pues casi que-mada, pero en los trozos que quedaban, conocase perfectamente el sen-tido de toda ella, y la letra se veia aun con toda claridad. Aurelio la reconoci al instante y por un momento dio crdito lo que acababa de oir. La prueba que le daba era muy patente. Julieta en la carta trataba con mucha intimidad al Hurn, y aquello no podia menos que llenarlo de sorpresa. Santiago para acabar de sincerarse mas, dile un trozo de dicha carta, paraque un dia otro pudiese ensearlo ella misma.

    Aadile de que modo la dicha carta habia venido parar sus ma-nos, y dijle que habia puesto tanto empeo en buscarlo por el inters que l le inspiraba. Trat de persuadirle que habia resuello quitarle del poder de los que le gobernaban, y que queran esclavizarlo; y que pe-sar de que stos habran pintado Santiago con los mas feos colores, no obstante l se hallaba animado de unos sentimientos los mas leales, y que solo deseaba su bien y prosperidad, como oportunamente quera pro-barlo. El hipcrita Santiago sabia disfrazar tanto sus mpetus irascibi-lidad, sabia tomar uu aire tan compungido, que si bien no convenci Aurelio de todo lo que le deca, no obstante hzole entrar en duda sobre algunos puntos.

  • SECRETAS. 31

    Esto era sin embargo lo que por de pronto ambicionaba Santiago, porque ya saba que no sera creido^enteramenle. '

    El plan de Santiago, al poner en prctica tales manejos, era vastsi-mo. Veia l muy cercana la hora, en querdesembozadamente habia de presentarse contrario de los Masones, y gefe quizs de otra secta, y co-mo que saba cuanto interesaba las sectas tener Aurelio bajo su de-pendencia por motivos que ignoran aun los lectores, concibi el proyec-to de tenerlo toda costa bajo su poder, para que pudiera servirle de escudo y garanta contra la secta que abandonaba y la que le reciba.

    El plan que para ello se habia formado era grande, complicado, y cual cumpla un hombre tan hipcrita, tan malvado, y tan lleno de recursos como era Santiago. Como que, por otra parte, conocia el ta-lento y penetracin de Aurelio, resolvi echar mano de ciertos recursos que no dejaran en descubierto sus maquinaciones, y para mejor conse-guir este efecto, quiso distraer Aurelio para poder obrar l con mas li-bertad. Aurelio entraba en la edad de las pasiones, y Santiago quiso aprovecharse de esa coyuntura, para herir insensiblemente el corazn del hurfano, y dejarlo de esta manera aislado en cuanto su* situacin in-terior, indiferente cuanto acerca del mismo se intentara. Sobrada-mente estaban bien tomadas las medidas del hermano del padre Vin-cencio.

    Gran parle de la conversacin, de que hemos hablado mas arriba, tvola Santiago en la misma habitacin del guardin de los calabozos; y despidindose de Aurelio tiernamente, le dej para que fuera llevado uno de los principales aposentos subterrneos, habindole prometido que al da siguiente seria conducido mejor sitio.

    Grande fu no obstante su sorpresa, cuando le dijo el guardin que no poda dar cumplimiento la orden de Santiago, por faltarle las lla-ves de algunos calabozos. Entonces Aurelio dese por la primera vez de su vida ver Santiago para poder cambiar su situacin dolorosa.

    Julieta ahorr no obstante ese trabajo al gefe Masn.

  • 32 LAS SECTAS

    CAPITULO VE.

    Sacxxi al fyonox.

    El amor como deidad Mi altivez ha castigado; Que es nio para las burlas, Y Dios para los agravios.

    MORETO.En el drama: El desden con el desden,

    ESPUES que 'Sansimn y Clodulfo hubieron deja-do Julieta y la tia Gernima con el guardin de los calabozos, ste tom un manojo de enormes, llaves, y cogiendo la antorcha de manos de la tia Gernima, dijo Julieta que estaba pronto dir i -girla. sta con un movimiento de cabeza contest que pasara adelante.

    Abri luego una gruesa puerta forrada en hierro por ambas partes, y. empez bajar una estrecha

    escalera, hmeda, fria y oscura. Llegaron un ancho descanso, desde el cual se pasaba un largo corredor atestado de diferentes puertas cer-radas todas. En uno de estos cuartos habia mandado Santiago que encer-raran Aurelio. Atravesaron el corredor, y empezaron despus bajar otra escalera mas angosta aun. Era tanta la humedad, que Julieta tuvo que abrocharse con su paoleta. Pararon por fin en una especie de patio, lleno de cuerdas, ruedas y otros instrumentos adecuados para tortura; empezaron nuevamente andar por un camino de gruta de grande es -tension, y detuvironse enfrente de una puerta pequea. All dentro es -taba encerrado Aurelio.

  • SECRETAS. 33

    El aposento era bastante grande, pero abierto en la tierra, y ni en la bveda, ni en las paredes, ni en el pavimento haba el menor asomo de piedra alguna. Haba en dos ngulos un pequeo tragaluz, mas solo al mucho rato de estar en el aposento podia verse la existencia de los mis-mos. Habia tambin un banquillo, un cntaro de agua y una estera, ni mas ni menos que si se tratara de los mas horribles calabozos de un cas-tillo. En ese que describimos, no se permita, no obstante, que las per-sonas detenidas permaneciesen mucho tiempo en l.

    Cuando Aurelio entr en tan lgubre lugar, qued helado de terror y erizronsele los cabellos.

    Luego que su conductor le hubo enseado el aposento, suplic el hur-fano que le permitiera quedarse en otra habitacin, prometindole grati-ficar tal obra de caridad, pero fu en vano. Dio rienda suelta sus l -grimas, y cuando haciendo un esfuerzo las enjug, not la escasa clari-dad del aposento, y resolvise esperar el dia siguiente, creyendo ver cumplida la palabra que le habia dado Santiago de trasladarle otra ha-bitacin.

    Lo primero que all le mortific fu el fri, y despus los ratones. Sentse en el banquillo y empez rogar Dios que salvara la vida de Santiago, para que as pudiera cumplir su promesa al rlra siguiente.

    A poco rato sintise fatigado y tirse sobre la estera que sus pies es-taba. Entorpecironse sus sentidos, sea por el fri y humedad, sea pol-las ttricas ideas que le asaltaban, y despus de haber pasado largo rato inmvil como si dormido estuviera, oy ruido de pasos, y el mismo eco que poco antes promovieron los suyos al encaminarse donde estaba. Poco despus rechinaron los goznes de la puerta de su calabozo. Abri los ojos y sorprendile ver la habitacin iluminada por una deslumbrante claridad. Provenia esta de la antorcha que el guardin tenia en la ma-no. Detrs de l entr Julieta con otra antorcha, y la ltima la tia Ge-rnima.

    Admirado qued el hurfano por tan inesperada y eslraordinaria v i -sin: al instante conoci Julieta, pero no sabia resolverse creer lo que estaba viendo.

    Aqu est, seora, el personaje por quien peds, dijo el guardin. Est muy bien, replic Julieta, salid los dos, y aguardadme aqu

    fuera. El guardin y la tia Gernima salieron: Julieta, con la antorcha en

    la mano se acerc Aurelio, el cual permaneci inmvil y mudo. Le pareca imposible lo q u e l e estaba sucediendo,

    TOMO it. 5

  • 34 LAS SECTAS

    Levantaos, Aurelio, le dijo la joven con voz tierna y conmovida. El hurfano estaba fascinado. Quiso levantarse, pero no pudo. Final-

    mente Julieta le dio la mano, y con su ayuda pudo conseguirlo. He venido salvaros y lo he logrado, le dijo Julieta. Ojal que

    siempre podis tener igualmente quien os proteja! Poderosa muger! balbuce Aurelio queriendo echarse sus pies. Basta! basta! repuso ella interrumpindole impidiendo su mo-

    vimiento. Nada de reconocimiento, nada de gratitud. Todo lo debis vuestras bellas cualidades. Acordaos solamente de este dia.

    Encantadora muger! repetia Aurelio, ngel de virtud y bene-volencia!,..

    Basta... no sigis mas, aadi Julieta en tono serio. Esas pala-bras debis guardarlas solamente para la muger que es duea de vues-tro corazn. Salid conmigo.

    Aurelio no se atrevi responder palabra. Ella sali del calabozo, y l hizo lo propio.

    Luego que hubieron salido, Julieta cogi la mano de Aurelio, y dej en ella un papel que tenia envuelto el retrato de Laura.

    Tomad Aurelio, le dijo ella. Aqu os entrego un caro objeto que os fu quitado algunos dias atrs. Guardadlo bien. La nica persona que podia pedirme m cuenta de l, ha muerto, y puedo devolvroslo sin temor.

    Y dirigiendo luego la palabra al guardin, le dijo: Acompaad ese caballero hasta la puerta de la casa, y volved, os

    esperar en vuestro aposento. Aurelio quera resistirse obedecer, pero estaba tan pasmado, que

    no sabia que decir. Cogi las borlas azules que pendan de la cintu-ra de Julieta, como para indicar que tenia alguna cosa que decir-la: pero ella, semejante una diosa implacable, no hizo caso de es -ta demostracin, y le dijo otra vez y con mayor energa, que sa-liera.

    Entonces el guardin empez subir seguido de Aurelio, acompan-doles Julieta alguna distancia con la tia Gernima.

    De ningn modo hubiera Sansimon consentido en que Aurelio fuera puesto en libertad, pero no obstante, como que habia prevenido al guardin que no pusiera obstculo lo que quisiese ejecutar Julieta; no opuso tampoco resistencia que el hurfano saliera libre.

    Cuando Julieta volvi entrar en la habitacin en que habia encon-trado al guardin, sentse en una silla para esperarle y entabl conver-sacin con la tia Gernima.

  • Lii Lshifflle

    Oh. ! ! Julieta Sabadme

  • SECRETAS. 35

    Cuando volvi el guardin, quiso darle alguna gratificacin por su tra-bajo, empero no pudo tener lugar este acto por la sbita presencia del Rey de Facha en el aposento. Las rbitas de sus ojos estaban en conti-nuo movimiento; su cara se habia vuelto animada, y en sus ademanes se leian siniestras intenciones.

    Julieta, que conservaba aun encendida la antorcha, se qued sorpren-dida.

    A qu vens? le dijo. A hablar un rato solas con vos. Y pensis que yo podr escucharos en este sitio? Os engais... Ha de ser as, y no hay remedio. Dicho esto ltimo, abri la puerta del subterrneo, hizo entrar al

    gnardian, mandndole qu lo esperara en los calabozos, y abriendo la otra puerta por la que habia entrado, hizo salir la ta Gernima.

    Julieta al ver toda esta maniobra, comprendi el objeto de ella, y arrojando la antorcha por el suelo, corri en pos de la lia Gernima; pero no pudo lograr evadirse, porque Sansimon la cogi por la cintura y conducindola una silla, corri cerrar la puerta.

    Entonces el Rey de Facha arrojndose los pies de la joven, y devo-rndola con lascivos ojos, djola con palabras nada decorosas, que se ha-llaba locamente enamorado de sus gracias, y que estaba resuelto conse-guir de ella por la fuerza lo que no habia querido concederle legtima-mente.

    Redobl Sansimon promesas sin cuento, para que Julieta se rindiera sus amagos, pero era en vano, porque la pretensin de triunfar de la virtud de la joven, era igual la de derribar soplos las rocas de los Alpes.

    Julieta no contestaba; cubrise la cara con las manos, y con su silen-cio se hacia mas respetable que con splicas y denegaciones. *

    Lleg por fin el momento decisivo, en que tuvo que levantarse y correr de una parte otra del aposento para escapar la persecucin del Rey de Facha, mientras quejgritaba cuanto le era posible. Entretanto Clodulfo, del cual hablaremos luego, habia llegado la puerta de la habitacin, y oyen-do los gritos de Julieta, y presumiendo el motivo de ellos, empez dar patadas contra la puerta.

    Poco dur sin embargo ese estado de incertidumbre. Sansimon, cor-riendo detrs de la nia, logr alcanzarla por fin, intent cerrarle la

    vboca, ponindole un pauelo delante. Aquella era la ocasin crtica: ha-bia tendido Julieta en el suelo, y en el terrible momento en que mas

  • 36 LAS SECTAS

    peligro corri su pureza virginal, y en que mayores eran sus esfuer-zos para evadirse, arranc el pual que Sansimon traa oculto en los pliegues de su faja encarnada, y clavselo fuertemente en un cos-tado.

    El Rey de Facha dio un grito agudo y penetrante, al mismo tiempo que caia al suelo baado en sangre. Julieta lo habia sacrificado su honor. Levantse, cogi la antorcha, que aun ardia, abri la puerta, precipitse en los brazos de Clodulfo, y los dos corrieron hacia el coche, que los esperaba la puerta de la casa.

    Subieron l, y los pocos momentos habanse apartado ya del l u -gar de tan brbaras escenas.

    A esta ltima catstrofe habia precedido todo lo siguiente: Cuando sali el Rey de Facha, Clodulfo iba meterse en el coche

    como se lo habia prevenido Julieta; y le sorprendi sobremanera el ver que Sansimon, en vez de marcharse sus quehaceres, como estaba trata-do, se metia con toda cautela en la casa nm. 8.

    Clodulfo sospech un amago, no quiso entrar en el coche, y qued esperando impaciente los acontecimientos. No se habia engaado el sui-zo, porque la casa del nm. 8 comunicaba con la del nm. 9, como que sus habitantes eran unos mismos, segn han visto nuestros lectores.

    Sansimon, por lo tanto, pas nuevamente al aposento del guardin, donde sorprendi Julieta, y Clodulfo fu al lugar de la catstrofe por que su seorita tardaba mucho en salir, despus de haberlo hecho Au-relio, siendo as que la tia Gernima habia salido ya.

    Julieta, instalada nuevamente en el coche, era hermosa como siempre. Habia recobrado ya toda su tranquilidad y sangre fria, y sus negros ri-zos coronaban aquel rostro lleno de dignidad y espresion.

    El incendio de conventos, en tanto, se iba hacieudo cada vez mas ge-neral y tumultuoso; pero no obstante, el coche de Julieta corri toda prisa por la calle, porque ella quera llegar su casa antes que Aurelio.

  • SECRETAS. 37

    CAPTULO VII.

    triunfos it los tticnriarios.

    Solo restan memorias funerales Donde brillaron sombras de alio ejemplo: Este llano fu plaza... all fu templo: De todo apenas quedan las seales.

    Las torres que desprecio al aire fueron A su gran pesadumbre se rindieron.

    RIOJA.

    UANDO Julieta lleg su casa hizo quedar Clodul-fo la puerta, con objeto de que diera algunos avisos a Aurelio luego que llegase, cuales eran que se abstuviese de decir nadie que Julieta le habia salvado, igualmente de hablar ella sobre el par-ticular. Lo que poda Aurelio decir (y en esto no menta), era que D. Arnaldo Sansimon habia ido sacarle de su calabozo.

    JEnlretanto Julieta fu hablar Laura, y echn-dose en sus brazos, la comunic que habia logrado ya su objeto, puesto que Aurelio estaba libre, y pronto tendra el gusto de verlo con ella. Laura, en los primeros momentos, movida por la curiosidad, quiso i n -dagar los medios de que Julieta se habia valido para libertar Aurelio; pero la joven le dijo por toda contestacin, que esperaba de su bondad que nunca en la vida le hablase de este asunto, que as recibira de ella particular favor; y que por el contrario, se consideraria ofendida s en tiempo alguno le haca pregunta interpelacin sobre lo mismo. Dijo es-to con tanta energa, que Laura hizo ya en aquel mismo instante la re-solucin de cumplir lo que acababa de indicrsele.

  • 38 LAS SECTAS

    Mientras estaban las dos amigas en grata conversacin, lleg Aurelio cansado no poder mas. D i o la casualidad, que penetr en el cuarto en que se hallaban las jvenes antes que en cualquiera otro, y juzgese de su sorpresa al encontrarse cara cara con Julieta. Crey imposible lo que estaba viendo, y por de pronto le pareci sueo ilusin lo que le acababa de pasar en el calabozo de los Masones.

    Repuesto al instante de su turbacin, quiso arrojarse los pies de Ju-lieta y esplicarle la admiracin que le causaba; pero ella se le adelant, repitindole lo que acababa de decir Laura.

    Luego de hecho esto y no queriendo prolongar por mas tiempo la tur-bacin de Aurelio, sali del saln, diciendo que iba prevenir su lle-gada.

    No obstante, al momento de pasar la puerta, Aurelio la cogi la mano Y la dijo:

    Quejaos cuanto queris, Julieta; pero yo no puedo dejaros salir sin deciros que un favor debe pagarse con otro. Vos me habis devuelto un retrato que dias hace me habia sido quitado, y yo os lo agradezco; em-pero mi vez os devuelvo un papel que sali tambin dias hace de vues-tras manos. Tomadlo.

    Y al mismo tiempo dej en las manos de Julieta el trozo de carta que-mada que le habia dado Santiago. Julieta no se resisti recibirlo. Lo mir y no supo darse esplicacion de tan estraordinario acontecimiento. No le ocurri otra idea sino la de que alguno se habra apoderado de los efectos del difunto Hurn,

    Cuando entr en el despacho de la Contramina y anunci que Aurelio estaba libre, rein una alegra general entre los circunstantes, escepto el padre Vincencio, que movi la cabeza como sospechando algn oculto proyecto de sus enemigos.

    Al poco rato Aurelio entr tambin en el despacho, y esplic el modo como habia sido libertado, sin decir nada de la parte activa que en ello habia tomado Julieta. Laura, recobrada- completamente, habia entrado tambin en el aposento, y los tres jvenes se sentaron uno cerca de otro.

    Continuamente estaban entrando y saliendo mandatarios del Jesuta y del marqus, los cuales iban dar parte de todos los movimientos que se ejecutaban en la ciudad. A medida que se iba pegando fuego todos los conventos, la noticia era comunicada con toda prisa los del despa-cho de la Contramina. Dise aviso asimismo de todas las operaciones de Don Evaristo y D. Luis Torrecampa; de aquel hombre negro y los suyos, que nadie conocia; de todos loa atentados y fechoras de los incendiarios;

  • SECRETAS. 39

    de los escndalos y atropellos que cometan, y sobre todo, dbase cuenta exacta de los frailes que moran manos de los incendiarios y de las prostituidas mugeres, con todos los horrores que acompaaban tales asesinatos y con todos los inauditos padecimientos que sufran las vc-timas.

    Todo era notificado con entera verdad y tanto el jesuta como el mar-qus lo escuchaban atentamente, para recordarlo con exactitud y trasla-darlo despus una especie de memorndum, que queran escribir sobre los sucesos de aquel da. Ciertamente que una relacin tal haria temblar y horrorizar al que la leyera.

    Cada vez que iba llegando alguno de los mandatarios, aumentbase el desaliento: los dos religiosos en particular sufran incomparablemente, y un grito de terror era siempre el responso con que terminaban todas las relaciones de los sucesos que iban trascurriendo.

    Vino por fin la noticia de que el fuego acababa de prender en Santa Catalina. Era este santuario un convento de Padres Dominicos, cuyo edi-ficio sin duda era ele los mas preciosos de Barcelona. Su templo era gran-de, hermoso y de vastas proporciones; encerraba altares preciosos, im-genes de gran mrito, prendas de mucho valor, y riquezas de todas cla-ses. Lo que era el oro, plata y alhajas, cayeron en su mayor parte en manos de los sicarios del infierno que fueron incendiarlo; y todo lo de-ms qued sepultado entre fuego y ruinas.

    Larg rato habia que se estaba dando parte en el despacho de la Con-tramina de los esfuerzos que se hacian para poder incendiar tan precioso edificio, y en el susto y temor de los circunstantes se eonocia que todos estaban aguardando como infalible la noticia fatal,

    Clodulfo fu en fin el portador de ella. Entr exhalando una esclama-cion profunda que todos aturdi.

    Han triunfado finalmente? pregunt el marqus. Si triunfo puede ser para los incendiarios el haber prendido el fue-

    go en Santa Catalina, lo han conseguido completamente. El convento est ardiendo ya.

    Ah! prorumpieron todos la vez. De este modo, dijo luego el P. Vincencio, de nada han valido los

    esfuerzos de los vuestros. Es as: no han conseguido el mismo resultado que en otras partes.

    Se ha hecho no obstante todo lo posible; y se est salvando todos los re-ligiosos/Los vecinos se han opuesto tambin con tesn al incendio, em-pero no han logrado nada. Tenian preparadas en sus casas grandes lina-

  • 1-0 LAS SECTAS

    jas de agua para servirse de ellas en caso necesario. Una turba inmensa ha rodeado el edificio improvisadamente; y pesar de que se les ha im-pedido conseguir su objeto por bastante rato, algunos han logrado pegar fuego una puerta de la iglesia llamada de San Jacinto. Hnse valido para ello de unas como pajuelas llenas de materia incendiaria, empero los pocos momentos no ardan ya, gracias un cubo de agua que un ve-

    'cino tir sobre ellas. Lo mismo poco menos se ha hecho en algn otro punto del edificio. En la puerta de San Jacinto ha vuelto despus prender el fuego con la ayuda de nuevos combustibles que ella han aplicado; pero lo han apagado nuevamente los vecinos. Hanlo encendido por tercera vez, metiendo lquidos inflamables por debajo la puerta y so-bre todo con el ausilio de un grande lebrillo de alquitrn que le han acercado. Iba no obstante una pobre vieja a apagar el fuego por medio de agua, creyendo que nadie lo veia; mas los incendiarios estaban ob-servndolo, y despus de haberla regalado dos enormes bofetones, la han tirado al suelo de una patada. En pocos instantes ha prendido el fuego al interior del templo, y en estos instantes est ardiendo horriblemente. Luego he venido comunicar la noticia, y al paso he. encontrado esa pandilla de hombres negros que tan heroicamente se han portado hoy. Iban Santa Catalina, pero habrn llegado tarde, y si algunos minutos antes se hubieran hallado junto al convento, quiz no se le hubiera p e -gado fuego.

    En el mismo momento que Clodulfo acababa tan triste narracin, las campanas de Santa Catalina empezaron doblar. Aquel ruido de las campanas era horrible, y mayormente, porque se confunda con la g r i -tera. Las lgrimas asomaron los ojos de todos, y dirigieron sus t r is-tes miradas las cpulas y campanario del convento, en donde espera-ban ver muy pronto el fuego.

    Laura, Julieta y Aurelio que se haban sentado muy cerca al balcn, se ladearon algn tanto, para ver mejor las oleadas de humo que circuian el convento, y que se iban remontando por los aires, pregonando los cr-menes que en la tierra se cometan. El humo iba siendo cada instante mas denso, y los gritos de los amotinados crecan. tambin casi en la misma progresin que el humo. Mezclado con ste, empezaron elevar-se tambin gran cantidad de chispas y cenizas encendidas, que dibu-jndose en un cielo azul, estrellado y hermoso, contristaba y horroriza-ba los que desde el despacho de la Contramina estaban observndolo.

    Los vecinos entretanto empezaron temer por la proximidad del fuego, tanta era la intensidad y viveza que haba adquirido. Desgraciada Bar-

  • SECRETAS. 41

    celona, si dorante aquella noche se hubiese desplegado algn viento me-dianamente impetuoso, porque entonces toda la ciudad hubiera partici-pado de los efectos producidos por el incendio!

    Las llamas que saliao por todas las ventanas fueron rodeando el edi-ficio poco poco; elevronse por fin hasta mas altura que las cpulas y campanario, y entonces el fuego lleg ser visible desde el despacho de la Contramina.

    El terror se apoder de lodos entonces mas que nunca, y volvieron la cabeza para no presenciar tan horrendo espectculo; Julieta no pudo comprimir tampoco un movimiento de espanto. Solo el P. Vincencio aguant su sonrisa inalterable. Sufria por esto, empero saba disimularlo.

    Oh Criador del Universo! esclam. Altos y poderosos son vuestros designios, inescrutables son vuestros secretos, pero algunos de ellos no se escapan del todo los conocimientos y penetracin que vos dispensis alguna de vuestras criaturas... Hoy nos dais una prueba de vuestra omnipotencia: mas si con los desastres de hoy castigis los crmenes que yo me figuro; bendita sea, Seor, vuestra Providencia, y hgase vues-tra voluntad!

    Dichas estas palabras* se levant, aadiendo: Probemos, amigos, de mitigar la clera divina... Hoy se estn co-

    metiendo inauditos crmenes, y por tanto, fuer de buenos y fieles cat-licos, vamos rogar todos Dios, para que ampar las vctimas, y perdone los verdugos.

    A esta invitacin todos se pusieron en pi para seguirle, y cuando iban salir del aposento, entr nuevamente Clodulfo, diciendo:

    Grande nueva, seores. Qu? preguntaron todos la vez. El gefe de esos hombres negros, que tantos prodigios de valor ha

    hecho hoy, y que tantas vctimas ha sustrado los asesinos, se ha pre-sentado vuestra puerta, y pide hablar con vos, seor Marqus,

    Oh! decidle que entre ese enviado del cielo; y alegres quedare-mos con conocerlo.

    Clodulfo sali, y todos volvieron sentarse para esperarlo.

    TOMO n. 6

  • 42 LAS SECTAS

    CAPTULO VIII.

    C a r l o s fonlor.

    Os estimo de tal suerte Que trueco alegre y ufano A mi suerte agradecido El hermano que he perdido Por el amigo que gano.

    ALARCON:En el drama: Ganar amigos.

    jL presentarse el Capitan-Negro en el despacho de la Contramina escit la admiracin de todos los cir-cunstantes. A qu venia? Cmo haba sabido que (all moraban personas de sus ideas? Cules eran 8sus intentos al presentarse ellas? Todo esto se pre-guntaban s mismos los circunstantes antes de ver al clebre ermitao convertido en defensor de los oprimidos. Su presencia misma fu la nica capaz de despejar la incgnita.,

    A pesar de su barba larga y poblada, pesar de sus vestidos baados en sangre, pesar de su mirada agresiva y chispeante, pesar de su traje completamente negro, inspir confianza los abatidos nimos de los que le reciban.

    Su bello continente, su marcialidad, su porte casi militar, su pelo y ojos negros, y su corpulencia, agradaron todos.

    Al entrar, quitse su negro sombrero, descubriendo una bien formada cabeza, en la cual pudiera aprender mucho el mas afamado escultor, y segn habia convenido con el P . Vincencio en la clebre sesin de la triple junta la noche antes, dijo:

  • SECRETAS. 43

    Quin hay aqu en nombre de Dios? Esperanza y Fidelidad, se apresur responder el Jesuita. Esta contrasea era casi por dems, porque sin ella le hubiera cono-

    cido el marqus de Casarubios, pues que se acordaba perfectamente de l, cuando le vio pocos dias atrs en su ermita de San Antonio y en el castillo de los Cuervos de la Torre-Cuadrada.

    El P. Vincencio demostr tambin mucho contento por tener junto l al clebre enviado de la triple secta de Madrid, que tan tiempo ba-bia, venido el dia antes libertarle d las manos de Santiago y Sansimon en la sesin-tumulto de la triple secta de Barcelona. Con esto sabrn los lectores que aquel Comunero que tanto habl en pro de los frailes, que tanto dinero ofreci por ellos, y que tuvo que escapar envuelto en la bandera de los Comuneros, era el P. Vincencio.

    Despus de mil muestras de amistad sincera, sentse el Capitn Ne -gro quedando el jesuita su lado. Era tanto lo que habia que decir, que ninguno de los circunstantes sabia por donde empezar.

    El marqus y el P. Vincencio deshacironse por de pronto en mil alabanzas hacia la persona del Capitn-Negro de Carlos Venlor, pero contest debidamente ellos no queriendo admitirlas, como es de supo-ner, porque las personas de corazn noble y recto quedan mortificadas con cualquiera alusin que se haga sus prendas personales.

    Y qu m decs de ese espectculo que tan la vista tenemos? dijo el jesuta ensendole las llamas que rodeaban el convento de Santa Catalina.

    Es un espectculo muy desconsolador en verdad, pero ya se le ha puesto trmino.

    No comprendo tal cosa. Quiero decir, que ya no se pegar fuego ningn otro convento. Y estis seguro? Oh, sil . . . de otra manera no me hubiera yo presentado en esta

    casa. Donde ya no hay remedio, que es en los conventos incendiados, lo he abandonado los incendiarios vencedores, sedientos de sangre y de pillaje; empero, todos los dems conventos estn ya guardados. Alrede-dor de los mas hay fuerzas respetables; en torno de otros hay buenos vecinos resueltos todo; cerca de otros hay personas de bien que se han prestado toda clase de sacrificios; y vuestros afectos, P. Vincencio, ocupan tambin sus puestos en muchas partes. Yo he recorrido todos los conventos intactos uno uno, y no he quedado tranquilo hasta que he estado seguro de que los que eu cada uno han quedado para defenderlo,

  • 44 LAS SECTAS

    son capaces de verificarlo todo trance. Solo entonces me he resuelto venir esta casa, y no obstante, si en alguna parle hay peligro, vendrn aqu buscarme, porque estoy resuelto encontrarme en todas partes donde los incendiarios pretendan hacer lo que han hecho ya en San Agustn, San Francisco, Ntra. Sra. del Carmen, Capuchinos, Trinita-rios, San Jos y Santa Catalina (1). En otras, partes los incendiarios han verificado arriesgadas tentativas, pero han salido infructuosas,

    Hemos tenido noticia de muchos crmenes cometidos, dijo el mar-qus.

    Se han cometido muchos. Yo soy hombre de mundo, y he visto y oido toda clase de cosas durante mi vida; pero os aseguro que en todos tiempos me hubiera resistido escuchar como cosa imposible, horrorosa y repugnante, una relacin de los hechos que hoy he tenido que presen-ciar impedir. Los conatos de los incendiarios no dudo que durarn t o -da la noche, pero estoy en la persuasin de que sern reprimidos. Hay muchas personas que se empean en ello y que me han ayudado decidi-damente hasta ahora. Entre ellas puedo.citar algunos jvenes militares y algunos otros gefes de Milicia Nacional. Hombres de toda clase de ideas y condiciones se han hallado reunidos hoy bajo la bandera de proteccin la justicia y la Religin, porque han comprendido que el movimien-to de hoy no era precisamente contra los frailes, sino contra las mximas del catolicismo; no contra las personas, sino contra las ideas que sus-tentan.

    Las palabras animosas de Carlos Venlor rehabilitaban el valor perdido de todos los que le escuchaban.

    As pues, ya no temis mas crmenes por hoy? dijo el P . Vincencio. Yo no los temo. Vuestros afectos, Padre, han tomado tambin una

    parte muy viva y activa en conseguirlo. No puedo menos que daros las gracias por lo mucho que se os debe en este punto, puesto que os habis portado bien en vista del guante que recogisteis ayer noche.

    [Oh! y ahora que me hablis de ayer noche, dijo el jesuita, me permitiris que os haga algunas preguntas respecto los escesos durante ella ocurridos. Admir vuestro valor, vuestra decisin, y sobre todo vuestro poder; mas no acierto darme una esplicacion de todo ello. Atendido el carcter que ayer desplegasteis, y atendidas las obras y pa-labras vuestras de hoy, no s comprender ni decifrar cierta anomala que en vos encuentro y que es incalificable.

    (4) Todos estos fueron incendiados y saqueados.

  • SECRETAS. 45

    Ciertamente tenis razn, respondi Carlos Venlor sonrindose. Yo me esplicar cuanto queris; pero confesad muy bien que igual anomala puedo yo encontrar en vos. Vuestras palabras de ayer en la sesin de la triple junta tienen un carcter muy distinto de vuestras obras de hoy.

    Pero yo obr en todo por pura ficcin. Y bien: igual que yo. Debo confesaros, que nunca hubiera credo que una ficcin de tal

    naturaleza como fu la vuestra, fuese igualmente tan temida y respetada. Fu en verdad mucho atrevimiento; pero no obstante, escuchadme

    y os dar toda clase de esplicaciones, porque os convienen, y as podris aprovecharos de ellas.

    Os escuchar con placer. Aqu par la conversacin, porque les pareci oir algunos tiros de

    fusil algo lejanos. Escucharon todos con atencin, y oyeron otros nue-vos, coligiendo que pesar de oirse lejanos, eran no obstante el efecto de algn choque tenido dentro la ciudad. La ansiedad y la alarma cun-di, cada uno temia algn nuevo desastre, pero el Capilan-Negro les tranquiliz, dicindoles que cualquiera cosa que fuese le seria comuni-cada, para que pudiera presentarse en el teatro de la accin, si de ello podia resultar peligro las personas contra las cuales se diriga la su-blevacin. Pasaron algn rato sin saber lo quesera aquel tiroteo que se iba prolongando, y lleg al cabo un criado del marqus, anunciando que los incendiarios haban querido pegar fuego al convento de los Paules, y que habian sido recibidos balazos por los religiosos. A los pocos mo-mentos se confirm la noticia de un modo mas positivo, diciendo quese haba pretendido entrar en el convento, saquearlo y matar los frails; pero que se esperaba que tendran que retirarse sin poder lograrlo, no tan solo por el vivo fuego que sostenan los religiosos, si que tambin por el apoyo que les prestaban algunas personas que se interesaban por su triunfo.

    Carlos Venlor esperaba de un momento otro que vinieran por l, y pesar de su impaciencia, repeta siempre que tenia tomadas todas las medidas, y que l no creia la cosa de peligro como no vinieran bus-carle.

    En estas alternativas lleg al aposento D. Evaristo Torrecampa, que durante aquella tarde y noche haba visto y hablado repelidas veces Carlos Venlor, y que debia verse con l en la casa del marqus, segn as lo haba convenido tambin la noche antes al salir de ta sesin de la triple junta.

    Don Evaristo y Venlor se abrazaron cordialmente, y el primero con-firm la noticia del choque habido en el convento de los Paules, aa-diendo que de ningn modo habia podido conseguirse pegarle fuego. Dijo asimismo que nada nuevo podan lograr los incendiarios, porque todos los conventos intactos estaban ya protegidos, y que de no ser as, no hubiera venido aun dar cuenta de lo ocurrido.

  • 46 LAS SECTAS

    CAPTULO IX.

    Hongos re valor.

    Todo era fuego y horror... Nues-tros trabajos para apagarlo eran i n -fructuosos; y no pudimos menos que ponernos en retirada ala vista de tan inesperado enemigo.

    Memoriasjie un soldado sobre el incendio de Moscou,

    iciEnoN una estensa relacin de todo lo que habia acontecido desde los primeros gritos dados en la plaza de Toros hasta entonces y esa relacin, hecha por dos testigos presenciales, y realzada con todo el horror que les inspiraban los escesos en que haban intervenido, no pudo menos que arrancar lgrimas todos los circunstantes. Aurelio, el mas joven de todos los hombres, escuchaba con ana atencin su-ma, sucedindole lo que todas las imaginaciones

    juveniles, que se exaltaba cada palabra, cada hecho y que se enar-deca vivamonte.

    Despus de acabada la relacin hecha todas aquellas personas que en tales momentos no tenan en su estancia otra luz que la opaca claridad que les llegaba del vivo fuego que ardia en Sta. Catalina, y despus de mil vueltas y consideraciones sobre lo .propio, empez el Capi tan-Negro esplicar su conducta durante la noche anterior.

    Dijisteis que me habiais hallado anmalo, comenz, dirigindose al P. Vincencio. Mas yo quiero preguntaros: en qu concepto me tenis m?

  • SECRETAS. 47

    Antes de hablaros hoy, respondi el Jesuita, haba formado de vos un concepto bueno en verdad, pero desde que os habis esplicado, lo for-mo ya mejor. Confieso sin embargo, que ayer no me atrev calificaros.

    En vista de mi conducta ayer noche cre mas bien que me habrais tomado por un Masn cansado de hacer dao y arrepentido, y esto mirn-dome por el lado "mas bueno. Os puedo asegurar que en mi vida he sido yo Masn, sino que me he mostrado siempre mortal enemigo de toda secta secreta. El marqus de Casarrubios os habr hablado indudablemente de m, cuando me encontr hace pocos dias en la ermita que es mi morada.

    Y en instante bien crtico por cierto. Precisamente. El marqus me ha enterado de todo esto, y cierto que me sorprendi

    la noticia de que aun vivia el mayordomo de los duques de las Siete-Torres. El mundo os creia muerto, y pocos son los que ignoran vues-tro denodado valor en los crticos momentos de la muerte del ltimo duque.

    No me recordis tan tristes sucesos, le dijo Carlos, no puedo pen-sar en ellos sin derramar lgrimas... las vicisitudes de mi vida han s i -do muchas y muy variadas. Soy noble de nacimiento hijo de rica fa-milia... un hermano labr mis primeras desgracias consecuencia de las cuales me vi precisado entrar de mayordomo de los duques de las Siete-Torres, Entonces siguiendo las huellas de mi Seor, empec tra-bajar activamente en contra de las.sectas secretas. Despus siguiendo el curso vario de mis desgracias cuya relacin sera larga y pesada, vine parar al interior de un desierto, donde resolv pasar mi vida tranquila y sosegada, seguro como estaba de que all encontrara lo que el mundo no podia darme. Si alguna vez he abandonado mi retiro ha sido para tomar el ttulo de Capitn-Negro, y bajo este nombre soy temido en to-das partes por los felices resultados que el cielo proporciona mis pla-nes de campaa. De todas maneras he combatido siempre la libertad igualdad modernas, las sectas secretas han tenido en m un mortal ene-migo: y alguna vez han logrado sujetarme, mas esto no ha sido por h a -ber debilidad de nimo, sino por los tristes y fatales resultados que para m ha producido la prdida del duque de las Siete-Torres. Todos estos precedentes, pequesimo estrado de lo mucho que pudiera deciros, po-drn convenceros del camino que habrn seguido siempre mis ideas, y de cuan conformes estaran con las vuestras.

    A pesar de la vida tan retirada de que disfruto, aadi, no se me

  • 48 LAS SECTAS

    oculta ninguna de las cosas que en el mundo suceden, de todo tengo no-ticia, y el plan de incendio de conventos lo tenia conocido desde mucho tiempo hace, con todo cuanto sobre l se habia tratado y resuelto. En m-rito de tales conocimientos proyect trabajar cuanto me fuera posible en contra de tan devastadores planes, y para ello previne mis mas fieles compaeros para que me acompaaran Barcelona con el objeto de me-dir nuestras armas, si necesario fuese, con los que intentaban pegar fue-go los conventos. Tales han sido los doce hombres negros con los cua-les me ha visto hoy toda la ciudad... Mi primer cuidado fu desbaratar el plan general de las tres sectas confederadas, para conseguirlo apel todos los medios imaginables, y solo uno me pareci apto para produ-cir algn efecto. Viendo el mal resultado que la revolucin habia ofre-cido en otros puntos de Espaa, y viendo por otra parte lo propensos que estaban dividirse los nimos de los conjurados, pens valerme de ese medio para con la divisin enconar las pasiones de los unos contra los otros, y hacer que descargase sobre s mismos la tempestad con que amenazaban las comunidades religiosas. Este plan era muy bello en los resultados pero muy difcil en la ejecucin. Yo comprendo perfectamente todos los misterios de las sectas secretas, como puede atestiguarlo Julie-ta por mi comportamiento con mi hermano V