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7 ¿ES TODAVÍA POSIBLE LA EXCELENCIA? EL ESFUERZO POR LA EXCELENCIA HOY EN DÍA En la conocida película Gladiator, realizada en el año 2000, tras acariciar un momento una escultura de Sócra- tes, el emperador le comunica a su hijo Cómodo que no le sucederá en el trono porque «Roma volverá a ser una república». Cómodo, profundamente decepcionado por la noti- cia, le dice a su padre: —Una vez me escribiste en una carta cuáles eran las virtudes capitales: la sabiduría, la justicia, la fortaleza y la templanza —y añade—: Cuando leí esa lista, supe que yo no tenía ninguna de ellas. Entonces, con gran emoción, Cómodo prosigue: —Pero tengo otras virtudes, padre —y las enumera—: Ambición, que puede ser una virtud si nos conduce a la ex- celencia. Iniciativa. Valor, tal vez no en el campo de batalla, pero hay otras formas de valor. Devoción, a mi familia y a ti —por fin, lamenta—: Pero ninguna de mis virtudes apare- cía en tu lista. Las virtudes que poseía Cómodo le llevaron a asesinar a su padre, destruir al gladiador Máximo y conducir a la 343

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7¿ES TODAVÍA POSIBLE LA EXCELENCIA?

EL ESFUERZO POR LA EXCELENCIA HOY EN DÍA

En la conocida película Gladiator, realizada en el año2000, tras acariciar un momento una escultura de Sócra-tes, el emperador le comunica a su hijo Cómodo que nole sucederá en el trono porque «Roma volverá a ser unarepública».

Cómodo, profundamente decepcionado por la noti-cia, le dice a su padre:

—Una vez me escribiste en una carta cuáles eran lasvirtudes capitales: la sabiduría, la justicia, la fortaleza y latemplanza —y añade—: Cuando leí esa lista, supe que yono tenía ninguna de ellas.

Entonces, con gran emoción, Cómodo prosigue:—Pero tengo otras virtudes, padre —y las enumera—:

Ambición, que puede ser una virtud si nos conduce a la ex-celencia. Iniciativa. Valor, tal vez no en el campo de batalla,pero hay otras formas de valor. Devoción, a mi familia y a ti—por fin, lamenta—: Pero ninguna de mis virtudes apare-cía en tu lista.

Las virtudes que poseía Cómodo le llevaron a asesinara su padre, destruir al gladiador Máximo y conducir a la

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sociedad por mal camino. El emperador había planeadotransmitir las riendas del poder a Máximo, porque poseíalas virtudes de su lista, virtudes que estaban fundadas enel interés primordial de Máximo en la excelencia a largoplazo de su pueblo. El conjunto de virtudes de Cómodo,por el contrario, se dirigía a su propio encumbramiento yvenía determinado por su interés en su propio beneficioy gloria personal sobre todas las demás cosas, y por su vo-luntad de llevar a cabo cualquier acción, por vil que fue-ra, con el fin de elevarse a sí mismo a costa de todos losdemás.

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Sócrates creía que quien alcanzara el conocimiento su-ficiente se comprometería con la excelencia, porque ha-cerlo formaba parte de nuestra naturaleza «innata». Peroyo no creo que exista esa naturaleza innata, ni que, comosostienen algunos filósofos, nuestra naturaleza sea dual yesté compuesta del bien y del mal. Más bien pienso quetenemos varias naturalezas que están en continua pugna,que compiten entre sí, que rivalizan y luchan por impo-nerse sobre las demás. Pero en lugar de descubrir esta na-turaleza mediante algún tipo de ensimismada introspec-ción, la descubrimos a través de nuestras obras y accionesen el mundo.

En todo caso, aunque cada uno de nosotros aspirára-mos a lo que la mayoría pudiera considerar los fines másexcelentes, ningún conjunto de virtudes sirve en toda cir-cunstancia. Para alcanzar unos fines determinados, cadasituación puede exigir unas virtudes distintas y diferentesgrados de ellas. Y, por supuesto, nuestros fines en sí mismos,por muy orientados hacia la excelencia que estén, nuncason absolutos. Aunque todos estuviéramos de acuerdo en

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que deberíamos aspirar a crear una sociedad en la quecada uno pueda vivir con dignidad y desarrollar sus poten-cialidades, tendríamos ideas diferentes de lo que es la dig-nidad, las potencialidades y del tipo o tipos de potenciali-dades y de dignidad por los que deberíamos esforzarnos.Y, por supuesto, cada uno tenemos cualidades diferentes ynuestra propia forma de contribuir a alcanzar estos objeti-vos. Pero lo que distingue la excelencia de una sociedad esque sus miembros pueden analizar continuamente susideas, compararlas con las de los demás y crear y experi-mentar con otras nuevas, sin dejar de estar comprometi-dos con el fin de hacer avanzar a la humanidad.

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No existen fórmulas ideales; ningún conjunto de virtu-des, ni cardinales, ni cívicas, conduce infalible o inevita-blemente a unos fines excelentes, los cuales también cam-bian a medida que uno va experimentando y cultivandouna visión intelectual, social e imaginativa. A veces la pa-ciencia puede ser una gran virtud; a veces lo es la pura im-paciencia; en otras ocasiones lo son ambas. A veces lo es elamor; pero a veces también el odio (a la intolerancia, a lapobreza, a la opresión) que nace del amor. Puede haberocasiones en las que se requiera la honestidad más directa;otras en las que se deba contar una falsedad sin el más mí-nimo titubeo; y otras también en las que se deba revelar laverdad, pero en dosis pequeñas y digeribles.

Esto no significa en modo alguno que la moral sea re-lativa, sino que está relacionada con unos contextos mora-les específicos. Una persona que se debate sobre qué haceren cada situación que exige una respuesta ética puede ser-virse de «premisas universales». Puedes respetar los dere-chos y el bienestar de otros, y creer incluso que sólo pue-

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des desarrollar tu máximo potencial si actúas de modoque los demás puedan hacer lo mismo, sin dejar de reco-nocer que pueden darse excepciones a cualquier normaética. Puedes basarte en máximas como «la honestidad esla mejor política», o «no causar nunca daño» y reconocer,sin embargo, que en algunos casos existen excepcionesjustificadas y necesarias. Puedes reconocer que existen al-gunas formas de daño que quieres hacer a los demás. Cuan-do mantengo mis diálogos por todo el mundo, algunas ve-ces los participantes hieren profunda y maravillosamentemi visión del mundo cuando me exponen sus perspectivasalternativas. Obviamente, incluso este «código» al que merefiero, basado en el autoanálisis, la propia mejora y la lu-cha por el bien perdurable, debería estar sometido a uncontinuo examen; no es inamovible. A medida que vamosactuando en el mundo y adquiriendo cada vez más expe-riencias, a medida que aprendemos más cosas sobre otrospueblos y culturas, nuestra idea de lo que es una personay una sociedad excelentes puede cambiar con el tiempo—y de hecho lo más probable es que así ocurra—. Pero,con el paso de los años, el compromiso de llegar a ser unapersona cada vez más excelente y de ayudar a crear una so-ciedad también más excelente a escala local y global irásiendo cada vez más firme.

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Sin embargo, parece que algunas virtudes y cualidadesdesempeñan un papel más primordial y «universal» queotras. El sentido de la justicia social, cierto grado de va-lentía, una piedad incombustible hacia la humanidad, elamor o la empatía hacia los demás, parecen formar partede la ética de las personas que, a lo largo de los siglos, máshan trabajado por lograr un cambio social positivo.

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La paciencia puede ser una virtud, pero también unhorrible vicio, dependiendo de los fines de la persona. Elespantosamente bien ejecutado ataque de Osama Bin La-den a Estados Unidos, meticulosamente planeado duran-te seis años, es un ejemplo por desgracia de sobra conoci-do de la paciencia como el peor de los vicios, dado quesirve a unos fines inhumanos. Bin Laden convenció a losque llevaron a cabo el plan que él había tramado de quesus fines eran excelentes; pero en realidad sus fines con-sistían en crear una sociedad cerrada y opresora basadaen una «justicia» vengativa y arbitraria. Sus fines no podíanestar más alejados de la excelencia y de ningún modo sedirigían a abordar o aminorar los dilemas sociales de la so-ciedad de la que esporádicamente decía preocuparse.

En ocasiones, cierta combinación de paciencia e impa-ciencia puede ser necesaria para alcanzar unos fines exce-lentes. Yo puedo mostrarme impaciente por hacer todo loque esté en mi mano para crear una sociedad más abiertae igualitaria y sin embargo actuar con una deliberada pa-ciencia, atemperada por la persistencia en alcanzar dichosfines, reconociendo que mis esfuerzos por conseguir misobjetivos a largo plazo podrían resultar perjudicados poruna impaciencia nacida de la exasperación.

Creo que un individuo y una civilización excelentes com-parten ciertos atributos: miran hacia el futuro. Son cons-cientes de la manera en que sus acciones afectan a losdemás, no sólo a sus coetáneos, sino también a las genera-ciones venideras, y se esfuerzan por actuar con el fin de me-jorar la vida de los individuos y la sociedad de hoy y del futu-ro, y no sólo la de una o dos generaciones, sino la de lascien, mil o diez mil generaciones siguientes.

Con este fin como mínimo, se esfuerzan siempre enreducir en lugar de aumentar aquellos tipos de sufrimientohumano derivados de la falta de alimento, cobijo, ropa,

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educación y autodeterminación, no sólo dentro de sus fron-teras nacionales, sino, en la medida de lo posible, global-mente. No sólo buscan liberar a la gente de la muerte, elterror y la opresión, sino que dan un paso más allá, pro-poniéndose darle a todo el mundo la oportunidad dedescubrir y desarrollar las potencialidades intelectuales,físicas, espirituales, morales, estéticas y culturales exclusi-vas de cada uno.

LA EXCELENCIA EN CIVILIZACIONES ANTERIORES

¿Tienen todas las civilizaciones comprometidas con sermás virtuosas un tiempo de vida predeterminado? ¿For-ma parte de su esencia estar condenadas a la decadenciatras un breve periodo de esplendor? ¿O es posible que siaprendemos de errores y modelos pasados podamos tra-zar un camino que permita a las sociedades individuales ytal vez a la sociedad a escala global continuar en su avan-ce hacia la excelencia sin detenerse nunca?

Jean Yarbrough escribe que Thomas Jefferson «se ma-nifestó claramente contra la dependencia excesiva de lasabiduría del pasado» a la hora de tratar de avanzar haciauna sociedad más excelente. Sin embargo, Jefferson sícreía que «debemos estudiar bien los vicios que corrom-pieron a repúblicas anteriores» si la sociedad modernaquiere alcanzar unos niveles más altos y perdurables deexcelencia que los del pasado. «Si no toman en cuenta es-tas lecciones de melancolía, América degenerará, comolo hicieron antes que ella Grecia y Roma».

¿Qué son estas «lecciones de melancolía»?Tomemos como ejemplo dos civilizaciones diametral-

mente opuestas, cuyos horizontes éticos compensaroncon mucho sus deficiencias reales. Estas civilizaciones se

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hallaban situadas a mucha distancia la una de la otra. Unafue abatida por personas de fuera, mientras que la otra sevino abajo por sí sola. Durante algún tiempo, fueron pa-radigmas únicos de la excelencia.

Miremos en primer lugar a los aztecas, de los que el ar-queólogo francés Jacques Soustelle decía que eran «unade las pocas culturas de las que el ser humano puede estarorgulloso». Al final, los aztecas fueron diezmados por losinvasores españoles, que consideraban su «destino» utili-zar sus armas, sus gérmenes y su acero para apropiarse delas tierras aztecas y esclavizar o destruir a los «paganos» in-dígenas. Los españoles pensaban que al hacerlo estabancumpliendo la voluntad de su dios y ganándose la inmor-talidad. Creían que ellos eran indiscutiblemente más hu-manos y más divinos que aquellas personas con las que seencontraron (de hecho, cabe la duda de si consideraban alos conquistados como humanos), y que su derecho —porla gracia de Dios— y su deber consistían en borrar del mapaa quienquiera que se interpusiera en el camino de cum-plir su destino.

¿Es ésta una compleja visión del mundo y mucho me-nos un profundo sistema de valores que refleja una so-ciedad excelente? Yo no lo creo. Más bien, sus valores ysus fines evidencian la contradicción entre las sociedadestecnológicamente avanzadas cuya ética sin embargo esbastante incivilizada y simplista. Dado que éstos son los ti-pos de sociedades que han sobrevivido y prosperado a lolargo de la historia de la humanidad, pueden servir deejemplo de lo que no hay que hacer cuando analizamosadónde nos dirigimos hoy en día y cuando especulamossobre la perspectiva de mantener la excelencia humanaa largo plazo.

Michael D. Coe, catedrático emérito de antropología ydirector también emérito del Museo Peabody de Historia

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Natural de la Universidad de Yale, escribe que los aztecas,a diferencia de los conquistadores españoles, creían quehabitaban en un universo tempestuoso y hostil goberna-do por deidades caprichosas. Coe dice que fue esta visiónla que durante siglos les permitió y alentó «no sólo a so-brevivir a infortunios, desastres y privaciones que hubie-ran hecho derrumbarse a otros, sino también a crearuno de los estados políticamente más avanzados que hanexistido en México» (y yo añadiría que en cualquier otrolugar).

Los aztecas, educados «con la mayor severidad en sushogares y escuelas, habituados a soportar el frío y el ham-bre [...] albergaban unos ideales que hubieran enorgu-llecido a un “antiguo romano”». Estos ideales o virtudesprincipales, escribe Coe, eran «el autocontrol y la humil-dad» y «se esperaban incluso de los poseedores de in-mensas fortunas y hasta de los propios emperadores». Ta-les virtudes quedan reflejadas en este códice azteca:

El hombre maduro:un corazón firme como la piedra,un sabio control,poseedor de un rostro, un corazón,capaz de comprender.

Coe señala que esta visión es diametralmente opuestaa «la autoestima megalómana y el ansia de riquezas quemostraban [...] los españoles». También destaca que la ex-tendida y equivocada «imagen del pueblo azteca comosalvajes sedientos de sangre a los que sólo se podía doblegarmediante la rapiña y el asesinato» fue originada y «cuida-dosamente fomentada por los conquistadores», y por des-gracia hoy sigue siendo perpetuada por muchos otros, auncuando «se contradice con el enorme compendio» de obras

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de arte, poesía, filosofía y arquitectura azteca que nos hanlegado1.

¿A quién deben los aztecas esta visión tan excelente delmundo? A sus filósofos, los Tlamantinime. Según hemos sa-bido recientemente, los Tlamantinime, a su manera, eranigual de perspicaces y merecedores de admiración que losfilósofos de la antigua Grecia. El antropólogo mexicanoMiguel León-Portilla, en Pensamiento y cultura aztecas, señalaque los Tlamantinime, vocablo que significa «conocedoresde cosas», crearon y desarrollaron para su pueblo «los con-tenidos culturales que debían transmitirse de una genera-ción a otra mediante [...] un código moral bien definido, lahistoria y el arte». Consiguieron generar «un movimientoverdaderamente creativo que cobró una significación so-cial inmediata». Su interés primero y principal «era la asi-milación de los individuos a la vida y los más altos idealesde la comunidad», y, por tanto, «se concentraban en lo queera más elevado y significativo para el hombre, para la per-sona, “un corazón noble, humano y fuerte”».

Para apoyar su visión, León-Portilla cita una traduc-ción de los códices Tlamantinime:

Aunque fuera pobre o humilde,[...] sólo importaba su forma de vivir [...] La pureza de su corazón,

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1 Nada de esto es para glosar la naturaleza violenta de los ritos aztecas.Pero si uno lo pone en contexto, como hace el académico Philip P. Ar-nold, uno no puede pasar por alto ni ignorar el hecho de que «por lasAméricas los europeos mataron o estuvieron involucrados directamenteen la muerte de muchos más millones de personas que los aztecas». Y loque es más, «mientras los aztecas entendieron perfectamente la naturale-za violenta del ser humano y la articulaban en sus rituales, los europeos,que profesaban un sueño pacífico pero utópico-milenario, fueron inca-paces —o mejor dicho, no quisieron— de«reconciliar esos sueños con labrutalidad del colonialismo».

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su corazón bondadoso y humano,su corazón fuerte [...]

Este códice, dice León-Portilla, es representativo deuna sociedad que profesaba «el más elevado ideal huma-nístico». Otro antiguo documento azteca descubierto re-cientemente demuestra que a los niños aztecas se les en-señaba desde muy pequeños «cómo debían vivir, respetara los demás, dedicarse a lo que era bueno y justo; cómoevitar el mal, rechazando resueltamente la injusticia, hu-yendo de la perversión y la codicia».

El franciscano fray Bernardino de Sahagún (1500-1590), el primero en interesarse verdaderamente por elestudio del sistema de valores de los aztecas, dice que losTlamantinime «enseñaban [...] a partir de la experiencia,que para llevar una vida moral y virtuosa era necesario te-ner una disciplina rigurosa, austeridad y trabajar perma-nentemente en beneficio del estado». Además, el esfuerzocontinuo de los aztecas por desarrollar un «código moralvalioso, no estaba relacionado en absoluto con un deseode recompensa en la otra vida», escribe León-Portilla, sinoque su único objetivo era «un rostro y un corazón verdade-ro» y «la búsqueda de la plenitud personal y la sinceraaprobación social».

¿Qué fue lo que permitió a los conquistadores espa-ñoles acabar con esta excelente civilización en tan breveplazo? Michael Coe señala que los aztecas pensaban quecuando uno luchaba, debía hacerlo de una forma virtuo-sa, en la que los combatientes pudieran rivalizar en un pla-no de igualdad. Pero este concepto del «juego limpio» norezaba con los españoles, a quienes los aztecas percibíancomo unos cobardes: disparaban sus armas a distancia,evitaban la lucha cuerpo a cuerpo con los valientes indíge-nas y se refugiaban detrás de sus cañones. Coe dice que

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para los aztecas, «la política española del terror indiscrimi-nado, tan bien ejemplificada por el acto de Hernán Cortés[el líder de los conquistadores] de cortar las manos demás de cincuenta emisarios [aztecas] a los que se permitiósu entrada en son de paz en el campamento español [...]»era «igualmente incomprensible». Los conquistadores pen-saban que había que vencer a toda costa, por muy inmora-les que fueran los métodos que se utilizaran. Para los azte-cas, la victoria sin virtud no tenía valor.

***

¿Tienen las sociedades más avanzadas de hoy en díauna ética que como mínimo iguale en excelencia a la delos aztecas, o están más bien inmersas en el mismo tipode visión del mundo que permitió a los españoles de en-tonces llevar a cabo su conquista sin sentir el más mínimoápice de remordimiento?

Victor Davis Hanson, catedrático de estudios clásicosen la Universidad del Estado de California, escribe en Car-nage and Culture [Matanzas y cultura] que, en todo caso,las potencias occidentales de hoy en día se muestran másafianzadas y partidarias que nunca del enfoque de los con-quistadores. «La forma de combatir occidental es letalprecisamente por su amoralidad y rara vez tiene en consi-deración aspectos rituales, tradicionales, religiosos o éti-cos, si no es por necesidad militar».

Lo que les ocurrió a los aztecas, por tanto, nos lleva aplantearnos la siguiente pregunta: ¿La razón por la queuna civilización virtuosa está condenada al fracaso es pre-cisamente su creencia en que ciertos ideales son tan va-liosos que deben cultivarse y mantenerse aun a costa desu propia supervivencia?

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¿Por qué una sociedad dedicada a la excelencia, segúnun criterio prácticamente unánime, la abandona repenti-namente sin mediar la intervención o el hostigamiento deun agresor externo? Pensemos en la «injusta, imperfecta,reflexiva, polemista y democrática Grecia», donde, en pa-labras de Earl Shorris, «la gloria [...] no se encontraba enlas respuestas, sino en las preguntas». El experto en la Gre-cia clásica H. D. F. Kitto escribe que los antiguos atenien-ses desarrollaron «una concepción completamente nuevade la finalidad de la vida humana», que se plasmó en unacreatividad y una experimentación sin precedentes.

En su éxito de ventas Armas, gérmenes y acero, Jared Dia-mond, galardonado con el premio Pulitzer y catedráticode fisiología en la facultad de medicina de la UCLA [Uni-versidad de California], sostiene que a través de la histo-ria de la humanidad, «los bienes raíces» son los que deter-minan el florecimiento de una sociedad y, por tanto, elprogreso o el declive de un pueblo. Diamond defiendeque las ventajas derivadas de habitar un territorio rico enrecursos naturales y tributarios, idóneos para el desarro-llo de complejos sistemas agrícolas, permitieron a algu-nas sociedades llegar a ser mucho más avanzadas y tecno-lógicamente complejas que las demás.

Al desarrollar sus «tesis históricas», Diamond pasa poralto muy oportunamente el hecho de que la antigua Ate-nas sobresaliera sobre otras sociedades del continente (ydel resto del mundo) a pesar de que sus bienes raíces, queDiamond considera el factor determinante para el floreci-miento de una sociedad, constituían esencialmente unimpedimento en lugar de una ventaja de cara a alcanzar laexcelencia. Como comenta Victor David Hanson: «Pocassociedades de la antigüedad [...] se encontraban en una

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posición de mayor desventaja que Grecia». En aquella épo-ca, Atenas era «vecina de un imperio [...] hostil [...] menosde la mitad de su territorio era cultivable, no tenía ni unsolo río navegable, tampoco contaba con abundancia derecursos naturales [...] los débiles y vulnerables gobiernosde sus islas quedaban más cerca de Asia que de Europa».Y sin embargo, sobresalió más que ninguna otra.

¿Por qué? En gran parte, por su sistema de gobierno (el autogo-

bierno y el gobierno colectivo), que los griegos habíanconstruido en tierra firme. La pólis o ciudad-estado griega,escribió H. D. F. Kitto, «estaba hecha para el amateur. Suideal consistía en que cada ciudadano pudiera participaren sus numerosas actividades. Implicaba un respeto por latotalidad o unicidad de la vida, y la consiguiente aversiónpor la especialización [...] [En] la democrática Atenas [...]un hombre se debía a sí mismo, así como a su polis, desa-rrollarse al máximo». Cada individuo le debía al resto dela sociedad alcanzar la mayor excelencia posible.

El filósofo social y político Karl Popper (1902-1994)incluye en su libro La sociedad abierta y sus enemigos el dis-curso fúnebre de Pericles, según fue transcrito por el his-toriador clásico griego Tucídides, en el que el líder ate-niense dice sobre la democracia de la antigua Atenas:

... Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que trata-mos de ser un ejemplo. Nuestro gobierno favorece a la mayo-ría en lugar de a unos pocos: por eso lo llamamos democracia.Las leyes permiten que la justicia sea igual para todos [...] perono ignoramos las exigencias de la excelencia. Cuando un ciu-dadano destaca [...] será llamado a servir al estado [...], no porcuestión de privilegio, sino como recompensa a su mérito[...]La libertad de la que disfrutamos se refleja en nuestra vidacotidiana [...] Nuestra ciudad está abierta al mundo; nunca ex-

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pulsamos a un extranjero [...] Somos libres para vivir exacta-mente como queremos pero, no obstante, estamos siempredispuestos a enfrentarnos a cualquier peligro [...] Amamos labelleza sin caer en extravagancias, y aunque tratamos de mejorarnuestro intelecto, no por ello descuidamos nuestra voluntad[...] Consideramos al hombre que no se interesa por el estadocomo inofensivo, pero inútil [...] No creemos que el debate seaun escollo para la actuación política sino una condición preli-minar indispensable para actuar con sabiduría [...]

La profundidad y la amplitud de la libertad o el abani-co de libertades de que los griegos de la era de Periclesdisfrutaban llegó a límites nunca igualados. En la Greciaantigua, como señala el experto en cultura clásica E. R.Dodds, «importaba poco dónde había nacido un hombreo quiénes fueron sus antepasados». Durante siglos, las insti-tuciones de la ciudad «estuvieron expuestas a una críticaracional; sus formas tradicionales de vida fueron siendopenetradas y modificadas por una cultura cosmopolita».Igualmente significativo era que, además de «equipararlas circunstancias determinantes de carácter local», exis-tía «una nueva libertad de pensamiento que podía retro-traerse en el tiempo para elegir libremente entre las ex-periencias pasadas del hombre aquellos elementos quepodían asimilarse o aprovecharse mejor». Y, lo que en miopinión es aún más importante, el pensamiento tenía lalibertad de avanzar hacia delante, para imaginar y experi-mentar con posibilidades completamente nuevas de es-tar en el mundo. Por tanto, no era sólo que —como diceDodds— «el individuo empezara a utilizar la tradiciónconscientemente en lugar de dejarse utilizar por ella»,sino también que comenzara a imaginar y experimen-tar de forma consciente con tradiciones absolutamentenuevas.

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Esta experimentación de la excelencia, sin embargo,no duró mucho. Kitto escribe que la decadencia de la an-tigua Atenas representó un «repentino derrumbamientodel sistema en su totalidad».

¿Qué ocurrió?Kitto dice que la búsqueda colectiva de la excelencia

fue sustituida por «el letargo político [...] casi por la indi-ferencia». De repente, «los hombres se sintieron intere-sados por otras cosas distintas a la polis». Cuando por finpudieron darse cuenta del destino al que se veían aboca-dos, fue «demasiado tarde» para cambiar de rumbo. Estedescubrimiento no se debió solamente al hecho de queAtenas quedara «exhausta tras la larga guerra del Pelopo-neso», sostiene Kitto, ya que la historia demuestra que«las comunidades se recuperan de este agotamiento», co-mo ocurrió con Estados Unidos tras la guerra de Viet-nam. Lo que ocurrió fue que se produjo «un cambio per-manente en la mentalidad de la gente» que «dio paso auna actitud ante la vida completamente distinta».

Las virtudes por las que los ciudadanos se habían regi-do hasta ese momento se vieron completamente altera-das. «Durante generaciones, la moralidad griega [...] sehabía mantenido absolutamente fiel a la tradición, basa-da en las virtudes cardinales de la Justicia, la Valentía, laModeración y la Sabiduría. Todos los poetas habían glo-sado [...] la belleza de la Justicia, los peligros de la ambi-ción, la locura de la violencia». Esto constituía «los ci-mientos, simples y sólidos, en los que se fundamentaba lavida cotidiana». Al llegar el siglo V, todo cambió drástica-mente. Los ciudadanos no compartían ya ese sentido colec-tivo de trabajar por unos fines comunes con el objetivoglobal de ser más excelentes. Kitto concluye que existíauna «conexión muy estrecha» entre el aumento rampan-te del individualismo, interesado obsesivamente en «los

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rasgos individuales y los deseos pasajeros, en lugar de entratar de expresar», y mucho menos de descubrir, «lo idealo lo universal», y la disolución de la polis ateniense. Atenasse desmoronó desde dentro, no fue necesaria la interven-ción de ningún agresor externo dotado de mejores bie-nes raíces para que se viniera abajo.

***

Cuando Sócrates apareció en el escenario de la anti-gua Atenas, ésta vivía ya su irreversible decadencia. Hastaentonces, los atenienses habían estado demasiado con-centrados en vivir una vida excelente para pararse a inte-rrogarse sobre ello. Parece que, a lo largo de la historia,las personas empiezan a plantearse y analizar en serio lascuestiones morales sólo cuando han caído en la cuentade que su sociedad ha perdido, quizá de forma irreversi-ble, su rumbo moral y está ya muy lejos de la excelencia.

En la edad de oro de Grecia, los atenienses habían al-canzado cierta libertad colectiva, una libertad que segúnRex Warner «se veía reforzada por la autodisciplina y elpatriotismo y no limitada por ellos». Cuando esta edadde oro desapareció, y un desenfrenado individualismo ocu-pó su lugar, la «libertad elegida y disciplinada de los atenien-ses [...] atravesó un proceso de indisciplina y de búsquedadel propio interés, una falta de confianza, de presenciade ánimo [...]» y sucumbió al «desastre».

***

Jean Yarbrough escribe que Thomas Jefferson reflexio-naba constantemente sobre esta cuestión: «¿Qué relaciónexiste entre las virtudes que tienen que ver con la in-dependencia y la competencia del individuo y las obliga-

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ciones morales más admirables que les debemos a losdemás?».

Para Jefferson, la respuesta era que «la excelencia mo-ral y la virtud ciudadana empiezan por el gobierno deuno mismo. Antes de poder cumplir nuestras obligacio-nes hacia los demás, debemos alcanzar primero la inde-pendencia y aprender a ejercer la responsabilidad, la mo-deración, la paciencia y el autocontrol». Pero yo creo queuna de las formas en que aprendemos a gobernarnos anosotros mismos es reconocer en primer lugar nuestraresponsabilidad hacia los demás y darnos cuenta de quela máxima excelencia individual sólo puede alcanzarsecuando la sociedad en la que uno vive se esfuerza por laexcelencia colectiva.

Los ideales que Jefferson abrazó para los recién creadosEstados Unidos eran notablemente similares a los investi-gados y profesados por Sócrates, quien los analizó exhaus-tivamente porque eran los ideales a los que durante mu-cho tiempo se habían aferrado casi todos los atenienses.Y sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos de la historia, lamayoría de sus conciudadanos los habían abandonado.

¿Están repitiéndose hoy en día estos mismos síntomasde decadencia en Estados Unidos y en otros países?

Thomas Jefferson, escribe Jean Yarbrough, pensabaque las sociedades excelentes no dependen de los esta-distas, «por importantes y virtuosos que éstos sean», sinoque, en las propias palabras de Jefferson, «dependen de«personas ilustradas, pacíficas y verdaderamente libres»,libres en el sentido «disciplinado» que Rex Warner apun-taba. En estas sociedades, la excelencia «emerge desde elfondo a la superficie» necesariamente.

¿Es éste el caso de las sociedades abiertas de hoy endía?

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PERSPECTIVAS FUTURAS PARA LA EXCELENCIA HUMANA

Aunque lo que André Gide escribió en El inmoralista serefería a un contexto diferente, el significado de sus pala-bras no es por ello menos interesante: «¿De qué es capaztodavía el hombre? [...] ¿Lo que el hombre ha dicho has-ta ahora es todo lo que puede decir? [...] ¿Sólo le quedarepetir las mismas cosas?».

¿Podemos sumirnos en nuevos abismos, o elevarnos aalturas aún desconocidas?

Aunque en este momento parece prevalecer la estre-chez de miras, ¿tiene necesariamente que seguir siendoasí? ¿Y puede seguir así si queremos que la civilizaciónhumana prospere y se haga más excelente?

Si bien es cierto que la historia humana parece demos-trar que, como especie, los seres humanos nos mostramosalarmantemente inclinados a perpetrar la maldad en elmundo, puede que todavía nos encontremos en la prehis-toria en cuanto a nuestra capacidad de comprender lo quees o puede ser la excelencia humana. Puede que surjan de-finiciones muy sofisticadas y matizadas de virtud, y que sinembargo sigamos sin tener la más mínima idea de cuál es elmejor modo de practicar la virtud con el fin de hacer reali-dad formas duraderas de la excelencia humana.

El escritor y crítico social H. G. Wells, en su novela fu-turista La máquina del tiempo, especula con que nuestrasideas siguen siendo «imprecisas y vacilantes, y que nues-tro conocimiento es muy limitado», a pesar de que con-templa la esperanza de que quizás «algún día el mundoentero sea inteligente, culto y cooperante [...]».

Pero, al adentrarse en el futuro, el Viajero del Tiempode la novela de Wells descubría que la civilización «se ha-bía suicidado. Se había precipitado hacia» unas determi-

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nadas virtudes compartidas —de «comodidad y facilidad[...] con la seguridad y la permanencia como consigna»—,virtudes que habían conducido «al abandono y la decaden-cia». Al alcanzar un punto de absoluta comodidad y facili-dad, seguridad y permanencia, el Viajero del Tiempo des-cubría que la civilización había llegado al estancamientointelectual, moral y físico, y a la más absoluta regresión. Y sepreguntaba: «¿Cuál es la causa, a menos que las cienciasbiológicas no sean más que una suma de errores, de la inte-ligencia y la energía humanas? La adversidad y la libertad[...] son condiciones que ponen de relieve» virtudes como«la alianza solidaria entre los hombres capaces, la modera-ción, la paciencia y la determinación».

Según el narrador, el Viajero del Tiempo de la novelade Wells «albergaba sombrías perspectivas sobre el avan-ce de la humanidad, y veía la creciente pila de la civili-zación como un absurdo amontonamiento que acabaríaderrumbándose inevitablemente y destruyendo finalmen-te a sus creadores. Pero —concluye— si esto es así, dependede nosotros vivir como si no lo fuera».

EXCELENCIA Y AUTONOMÍA

Aunque todos los indicios apunten a que la civilizaciónactual está experimentando una espiral descendente, creoque nos corresponde a nosotros actuar «como si no fueraasí». Esto no significa en absoluto que debamos esconder lacabeza bajo la arena. Por el contrario, ahora más que nuncadebemos luchar para comportarnos de modo que ese trági-co final pueda evitarse. Esto debe hacerse a escala social y aescala global. Pero debe comenzar por el individuo.

Con razón decía Aristóteles que lo que diferencia alhombre del resto de las especies es su capacidad de razo-

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nar. Pero, a lo largo de la historia de la humanidad, he-mos utilizado con demasiada frecuencia esta capacidadpara racionalizar la barbarie, para racionalizar lo inhu-mano. Así que yo matizaría que la humana es la especieque, en ocasiones contadas, es capaz de utilizar esta ca-pacidad de razonar con fines nobles y excelentes. Perso-nalidades autónomas como José Vasconcelos y ThichNhat Hanh, Martin Buber y Nishida Kitaro, Yi Yulgok ySari Nusseibeh, Rigoberta Menchú y Simone de Beau-voir, son todas ellas paradigmas de personas que han uti-lizado su facultad de razonar con los fines más excelen-tes. Vivieron e inspiraron a otras innumerables personasa vivir como si el final trágico de la humanidad «no fueraa cumplirse».

Los fines con los que decidimos comprometernos enla vida pueden verse muy influenciados y determinadospor los modelos que elijamos. Las personas antes men-cionadas son algunos de mis modelos. Poco antes de aca-bar este libro, fui invitado a celebrar un Sócrates Café enun colegio privado. Uno de los profesores de filosofía dedicho centro, al que no le entusiasmaba mucho mi visitay que calificaba mis diálogos de «espectáculos», me pre-guntó: «¿A quién le rindes cuentas?». Yo le respondí:

—Sobre todo me rindo cuentas a mí mismo y preten-do guiarme por mi conciencia. Y mi conciencia me dictaque debo rendir cuentas a todos aquellos que me prece-dieron y lo arriesgaron todo para que la humanidad tu-viera la posibilidad de avanzar aunque fuera un poco.

Mi respuesta no le agradó. Finalmente, me dijo:—¿No crees que es peligroso lo que estás haciendo,

dar pie a los jóvenes a que se lo cuestionen todo?—Sí —le respondí para su sorpresa—. Maravillosamen-

te peligroso. Y creo que es todavía más peligroso, terrible-mente peligroso, no darles esa posibilidad ni las herra-

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mientas para pensar por sí mismos. Me parece que losadultos lo hemos dejado todo bastante mal. Puede que lagente joven, si adquiere pronto una conciencia social, nosmuestre la forma de arreglarlo.

***

La búsqueda de Sócrates de una vida virtuosa se basóen la responsabilidad y en la fe en que los jóvenes conse-guirían a largo plazo lo que él no podía conseguir a cortoplazo. En lugar de predicar y hacer proselitismo, quiso ser-vir de ejemplo de cómo podía vivir el ser humano. En lu-gar de decir «Seguidme», inspiró a los jóvenes con los quese fue encontrando a crear y trazar su propio camino ha-cia la excelencia. Lejos de considerar a Sócrates un gurúo un guía, éstos le veían como una persona autónomaque daba ejemplo de una forma alternativa de vivir y deestar en el mundo, y a la que su profunda conciencia so-cial e intelectual servía de guía.

Uno de mis filósofos favoritos, Bono, el cantante irlandésdel grupo U2, dijo en una entrevista: «Al final, tú mismo tie-nes que experimentar el cambio que quieres ver en el mun-do». Bono, que tiene una organización no lucrativa dedicadaa convencer a los países ricos del mundo a que condonen laasfixiante deuda que los países del Tercer Mundo mantie-nen con ellos para poder dedicar estos recursos a la vivien-da, la educación y la atención médica, se inspiró claramenteen Mohandas Gandhi. El activista de los derechos huma-nos, que practicaba la resistencia no violenta y defendía latolerancia religiosa, y que fue asesinado en la India por es-tar del lado de los pobres y los oprimidos, dijo una vez: «De-bemos ser el cambio que queremos para el mundo».

Sócrates nunca formuló esta perspectiva con tantas pala-bras. Pero, por lo que sabemos, la expresó con sus obras.

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