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Seis variaciones sobre el tema de las manos 1 Cuando el Arcipreste de Hita, casi en el arranque de su Libro de Buen Amor, sitúa, como irónica explicación de la ambigúedad o dupli- cidad del mismo, el relato de la «disputagión que los griegos e los romanos en uno ovieron’>, nos describe un literal juego de manos, al tener que servirse de ellas, como de lenguaje común, el sabio griego y el ribaldo romano. Por señas disputan estos dos personajes, con el cómico resultado conocido por cualquier lector del libro de Juan Ruiz. En esa disputa me interesa resaltar ahora el noble valor que se concede al lenguaje de las manos como transmisor de los más ele- vados pensamientos de] hombre; aquellos que, en el caso del sabio griego, se refieren al misterio religioso de la Trinidad. El que, desde su peculiar perspectiva, el ribaldo romano interprete todos los signos manejados por el griego como otras tantas amenazas a su integridad física, define bien la burlona actitud de Juan Ruiz en lo que se refiere a las relaciones y a los malentendidos posibles entre el autor y sus lectores. Pero aun así hay algo que parece quedar por encima del grotesco equívoco provocado por la disputa sin palabras: la noble y humana entonación expresiva de que se reviste el uso de las manos por parte del sabio griego, al servirse de ellas como de portadoras de su sabiduría. Con un juego de manos se abre el Libro de Buen Amor, dado por ese levantar el griego un solo dedo y responder el romano con el extender tres «en manera de arpón», viniendo luego el tender el griego «la palma llana» y el mostrar el romano su «puño 9errado». Después, a lo largo del libro del Arcipreste, se sucederán otros juegos de manos

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Seis variaciones sobre el tema de las manos

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Cuandoel Arcipreste de Hita, casi en el arranquede su Libro deBuen Amor, sitúa, como irónica explicación de la ambigúedado dupli-cidad del mismo, el relato de la «disputagión que los griegos e losromanosen uno ovieron’>, nos describeun literal juego de manos,altenerque servirsede ellas, como de lenguajecomún, el sabio griego yel ribaldo romano. Por señasdisputan estos dos personajes,con elcómico resultadoconocido por cualquier lector del libro de JuanRuiz.

En esa disputa me interesa resaltar ahora el noble valor que seconcedeal lenguaje de las manos como transmisor de los más ele-vados pensamientosde] hombre; aquellos que, en el caso del sabiogriego, se refieren al misterio religioso de la Trinidad. El que, desdesu peculiar perspectiva,el ribaldo romano interprete todos los signosmanejadospor el griego como otras tantas amenazasa su integridadfísica, define bien la burlona actitud de JuanRuiz en lo que se refierea las relacionesy a los malentendidosposiblesentre el autor y suslectores. Pero aun así hay algo que parece quedar por encima delgrotescoequívocoprovocado por la disputasin palabras: la noble yhumanaentonaciónexpresiva de que se reviste el uso de las manospor parte del sabio griego, al servirsede ellascomo de portadorasdesu sabiduría.

Con un juego de manos se abre el Libro de Buen Amor, dado porese levantar el griego un solo dedo y responderel romano con elextendertres «en manerade arpón»,viniendo luego el tenderel griego«la palma llana» y el mostrar el romano su «puño 9errado».Después,a lo largo del libro del Arcipreste, se sucederánotros juegos de manos

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menosliterales, pero más maliciosossi cabe,capacesde comunicaratales páginasesetan actualaire de creaciónliteraria abierta a la cola-boracióne interpretación del lector, para que éste juegue a su gustocon el ambiguo equivocode mezcladasburlas y prédicasmorales queel libro ofrece.

En cualquiercaso,las manos con que disputanpor señasel sabiogriego y el pícaro romano van a permitirnos ahora saltar, desdesupresenciaen nuestraliteratura del xiv, a otras obras posteriores,enlas que volveremosa encontraresetema, el de las manos,situadoyaen otras claves,revestidode nuevos tratamientosliterarios.

II

Si para el sabio griego las manos eran instrumento al que cabíaconfiar la expresióndel más alto saber humano,para Fray Antoniode Guevara,en el siglo xvi, nadaparecehaberde noble o limpio enellas.Fruto de un estadode ánimo tal vez «resentidoy agresivo’>,comoquiere Américo Castro,es esa reducción a la letra de las fórmulas decortesíausualesen la épocadel emperadorCarlos V, a las que sucro-nista y predicadordedica una de sus Epístolas familiares (1539-1541),aquella que abre la segundaparte de la colección y que lleva el si-guiente epígrafe: Letra para ¡3. Francisco de Mendoza,obispo de Pa-lencia, en la cual sedeclaray condenacuan torpe cosa esdecir: besóoslas manos.

En su rechazode tal fórmula de cortesía, Fray Antonio de Gue-vara llega a decir:

El estilo de la corte es decirseunos a otros: «Beso las manosde vues-tra merced»; otros dicen: «Besolos pies a vuestraSeñoría»; otros dicen:«Yo soy siervo y esclavoperpetuode vuestracasa».Lo que en este casosientoes, que debía ser el que esto inventó, algún hombrevano y livianoy aun mal cortesano; porque decir uno que besarálas manos a otro> esmucha torpedad,y decir que le besa los pies, es gran suciedad.Yo ver-gilenza he de oír decir: «Besóoslas manos»; y muy gran ascohe de oírdecir: «Besóoslos pies»; porquecon las manoslimpiamos las narices,conlas manos nos alimpiamosla lagaña,con las manosnos rascamosla sarna,y aun nos servimos con ellas de otra cosaque no es para decir en plaza.

Si, por un lado, el texto de Guevaraparecedefinir bien esemundopuntilloso de las fórmulas y tratamientos de cortesía —mundo, enocasiones,difícil y conflictivo, segúnnos lo hacever Antonio de Tor-quemada en el Coloquio sobre la honra del mundo, incluido en susColoquios satíricos (1553), o segúnnoslo revela la hiperestésicasensi-bilidad del escuderoque apareceen el tercer tratado del Lazarillo

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de Tormes (1554>—; por otro, define con no menor claridad el gustode Guevarapor degradary rebajar hasta lo más miserabley sucia-mente fisiológico determinadasactitudeshumanas.

Así, en su recuentoo apretadoinventario de cuanto esusual hacercon las manos,Guevaraprescindepor completo de aquellastareasoactividadesque pudieran resultarbellas, nobles y dignas —las manosdel pintor, del escultor, del músico, del escritor— o sencilla y fami-liarmente humanas—las manos como expresión de la afectividad—paraquedarsecon sólo eserepertorio de operacionesfisiológicas quesuponenotros tantos motivos de suciedad.El que Guevaraempleelosversossiempreen plural, paraasí involucramosa todos, incluidos loslectores,en el limpiar y rascar,define todauna intención,expresaunaentre burlesca y negativa estimativa de la condición humana. Lasmanos,equiparadascasi con los pies, a lo largo de esa Epístola deGuevara, han dejado de ser dúctil expresión de la sabiduría y delingenio humano, para quedar reducidas a mecánicos instrumentos,puestosal servicio de las más miserablesnecesidadesfisiológicas delhombre.

Si en Juan Ruiz las gesticulantesmanos del sabio griego y delribaldo romano suponíanel eje y centro del burlescoapólogo: en laEpístola de Guevara se ha producido un desplazamiento,por virtuddel cual las manoshan perdidocualquier función protagonísticaparalimitarse a lo más sórdidamenteancilar. Desdeel rechazode unasfórmulas de cortesía,Fray Antonio de Guevarafue capaztambién derechazar otras muchas cosas, entre ellas cualquier desempeño nobleque quisiera atribuirse a las manos del hombre.

‘fi

He aquí ahora, aisladacomo una poderosamano miguelangelesca,la que Cervantesnos describeen el capítulo 42 dc su primer Quijote

(1605), cuando la hija del ventero y Maritornes juegan una pesadaburla al caballero, dejándolecolgado por un brazo desdeel agujerode un pajar. Las «dos semidoncellas»han pedido al hidalgo que seaeerqueal «agujeroque a él le pareció ventana»,solicitando ver unade sus «hermosasmanos».Accede a ello D. Quijote y, poniéndosedepie sobrela silla de Rocinante, se estira todo lo posible hastaintro-ducir su mano por el agujero, pronunciandoentonceslas siguientespalabras:

—Tomad, señora,esa mano, o. por mejor decir, ese verdugo de losmalhechoresdel mundo; tomad esa mano,digo, a quien no ha tocadootrade mujer alguna, ni aun 1a de aquella que tiene entera posesión de todomi cuerpo.No os la doy para que la beséis,sino para que miréis la con

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texturade susnervios, la trabazónde sus músculos,la anchuray espacio-sidad de susvenas; de donde sacaréisqué tal debede ser la fuerza delbrazoque tal manotiene.

Las sucias manosqueen su Epístola evocarael obispo de Mondoñedo como imposiblesde besarse,dadoslos usualesmenesteresa qutestabanhabituadas,se han trocado aquí en esa solitaria y viril manode D. Quijote, henchida de humanadignidad, compendio de las vir-tudes heroicas; esasvirtudes que,con la adecuadaretórica, enumeraahora el hidalgo, y que cabria contraponera los torpes oficios dellimpiar y el rascar reseñadospor Guevara. Poreso D. Quijote admiteque sumanopuedaserbesada,aceptandoliteralmentelo que tambiénliteralmente rechazabaGuevara,al censurarlas fórmulas cortesanasde su tiempo.

Pero advierte el caballero a las imaginadasdamasque él no lesentrega la mano para que se la besen,y sí sólo para que la miren yadmiren. La mano de D. Quijote entonces,descrita por él mismo, esun paradigmade cuánto de noble hay en la profesióncaballeresca:elafán por la justicia —la mano como «verdugode los malhechoresdelmundo»—, el puro y único amor del caballero andanteque no con-sientedesviacionesni devaneos,que se configura,en el casode D. Qui-jote, como sostenidacastidad —la mano no tocada «por mujer al-guna»—,el valor y la fortalezafísica transparentadaen surecia estruc-tura, a la cual dedica el caballeroel más elaboradotrecho de su retó-rica presentación.

Con todo ello, las manos del hombre recobranaquella dignidad,aquella grandezade que Fray Antonio de Guevaralas había despo-jado, burlona o malignamente.No son ya las manos-signosy aun gara-batos de los personajesde Juan Ruiz, en las que lo importante erael gestoy no la mano misma.Aquí la manoes contempladaen quietudy como en primer plano, captadatoda su noble materialidad: nervios,músculos,venas.Lo fisiológico no estáeludido, pero al dependersutranscripción de la estimativa de D. Quijote, todo queda tocado deun acento heroico. Y si Fray Antonio de Guevaraprescindía en suEpístola de cualquier acción manual que supusieraalguna dignidad,para quedarsesólo con la enumeración de las más sucias faenas,D. Quijote prescinde igualmente de todo aquello no heroico o nocaballerescoque las manospudieran realizar, para quedarsecon lossolos datos que importan a su estimativa.

D. Quijote va a sercruelmenteburlado, peroesamano apresadaporlas mozasy de la que va a quedarpendientesobre la pared es senci-llamente la mano de un hombre, susceptiblede serbesaday tambiénescarnecida; apta, pues, para bastantesmás cosas de que las quela malignidad de Guevarapudiesereseñar.

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Iv

Posiblementeuno de los textos más importantes que en cualquierépoca de nuestra literatura quepa encontrar sobre el tema de lasmanos sea el que puede leerse en la primera parte de El Criticón(1651), de Baltasar Gracián, y en la Crisi IX, Moral Anatomía delHombre.

Allí Andrenio pide a Critilo le dé algunaexplicación sobrela para-doja de cómo las manos, procedentesdel verbo latino maneo, «quesignifica quietud», siempre están en movimiento:

—Llamáronlasasí —respondióCritilo—, no porquehayande estarquie-tas, sino porque sus obrashan de permanecerquietas o porque de ellasha de manar todo el bien: ellas manandel corazóncomo ramascargadasde frutos de famososhechos,de hazañasinmortales; de sus palmasnacenlos frutos vitoriosos; manantialesson del sudor preciosode los héroes yde la tinta eterna de los sabios.¿Noadmiras,no ponderasaquellatan aco-modaday artificiosa composiciónsuya?Que, como fueron formadas paraministras y esclavasde los otros miembros,están hechas de suertequepara todo sirvan: ellas ayudana oir, son sustitutosde la lengua,dan vidacon la acción a las palabras,son de la boca, ministrando la comida, y alolfato las flores; hacen toldo a los ojos para que vean, hastaayudan adiscurrir, que hay hombresque tienen los ingeniosa las manos.De modoque todo pasa por ellas: defienden, limpian, visten, curan, componen,llaman y tal vez, rascando,lisonjean.

El barroco enciclopedismode Gracián le lleva a construir aquíuna especiede emblema o empresasimbolizadora y resumidora delos oficios y utilidades de las manos humanas.Critilo parte de lapropuestaetimológicaque le hace Andrenio, para derivar a una falsay conceptista etimología, la que le permite relacionar manos conmanar. La descripciónsecargaentoncesde dinamismo,como si, efecti-vamente,de un manantial se tratase,cuyas aguasvan arrastrandolossignos integradoresde la total empresade las manos.De lo más espi-ritual y noble —hazañasheroicas,tareasintelectuales—seva llegandoa más bajas pero no indignas escalas,aquellasen que se sitúan losdistintos oficios de las manos,al servicio de los sentidosdel hombre,al de susnecesidadesfisiológicas. Las manos como «sustitutosde lalengua»traenal recuerdoel evocadoepisodiodel Libro de BuenAmor.Las manos que limpian y rascanse relacionancon las tan sucias deGuevara. Las cargadasde «hazañasinmortales» y de «frutos vito-riosos»parecenconectarsecon el empeñoheroico que D. Quijote asig-naba a sus manos.

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En cualquier caso,la de Graciánes,por emblemática,una descrip-ción globalizadora, en la que heroísmo,sabiduría y simple pero noindigno fisiologismo componenuna imagen de las manos adecuada,proporcionadaa la grandezaque a] hombre se atribuye. De ahí que,en el mismo episodiode El Criticón, tras la aúnrelativamenterealistaempresade las manos que Critilo presenta,se nos ofrezca otra de

mayor empeñosimbólico y espiritual, puestaen bocade Artemia:

—Y porquetodos estosempleos—dijo Artemia—vayan ajustadosa larazón, depositóen ellas la sagaznaturalezala cuenta,el pesoy la medida.En sus diez dedosestá el principio y fundamentodel número; todas lasnacionescuentanhastadiez, y de ahí suben multiplicando. Las medidastodas estánen sus dedos,palmo, codo y brazada.Hasta el peso está se-guro en la fidelidad de su tiento, sopesandoy tanteando.Toda estapun-tualidad fue menesterpara avisaral hombreque obre siemprecon cuentay razón, con peso y con medida. Y realzandomás la consideración,ad-vierte que en esenúmero de diez se incluye también el de los preceptosdivinos,porquelo lleve el hombreentrelas manos.Ellasponenen ejecuciónlos aciertosdel alma,encierranen sí la suertede cadauno, no escrita enaquellasvulgaresrayas, ejecutadasí en susobras. Enseñantambiénescri-biendo,y empleaenestola diestrasustíes dedosprincipales,concurriendocadauno con una especialcalidad; da la fortalezael primero, y el índicela enseñanza,ajusta el medio, correspondiendoal corazón,para que res-plandezcanen los escritosel valor, la sutileza y la verdad. Siendo,pues,las manos las que echan el sello a la virtud, no es de maravillar que,entre todas las demáspartesdel cuerpo,a ella se les hagacortesía,corres-pondiendo con estimación,sellando en ella los labios para agradecerysolicitar bien.

Con estaúltima observación,Graciánse sitúa en el poío opuestoalde Fray Antonio de Guevara. Si el escritor del xvi rechazabala fór-muía y el gesto del besarlas manos,atentosólo a las más torpestareasque éstaspodíanrealizar, la consideracióngracianescade las funcionesy símbolos representativosde la grandezay dignidad de las manos,justifica sobradamenteel que «se les haga cortesía» y puedanserbesadas.

Graciánha espiritualizadolas manos,pero sin descarnaríasemble-máticamente.Sus servidumbresfisiológicas han sido recordadasporCritilo, sin rebajaríaso degradaríasa los extremosa que llegó Gue-vara. Tras las burlonasmanosde los disputadoresde JuanRuiz, traslas suciasmanipulacionesde Fray Antonio de Guevara,tras la heroicay real mano de D. Quijote, Gracián levanta un ideal emblema,domi-nado por una pretensión abarcadora,totalizadora; la propia de eseextrañoy atractivo género o subgéneroliterario que se conocecon elnombre de anatomía.

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Años antesde queGracián presentaraen El Criticón su enciclopé-dica empresade las manos, en 1640 Diego de SaavedraFajardo, enla 50 de las cien empresasque componenla Idea de un príncipe polí-tico cristiano, dio expresiónal motivo de la mano con ojos. Una asídibujada, enfrentadaa otra normal, como para saludarla, figura alfrente de tal Empresa50, con el lema Fide et di//ide.

Es casi una variante del tema del cetro real lleno de ojos —pre-senteen las empresas55 y 69— como símbolo de la actividady celosavigilancia del monarca. La mano con ojos merece, pues, toda unaempresa,en la que, entre otras cosas,señalaSaavedraFajardo:

Esté el Príncipemuy advertidoen los negociosque trata, en las consi-deracionesque asienta,en las pacesque ajusta,y en los demástratadostocantesal gobierno, y cuandopara su confirmación diese la mano, seamano con ojos (como representaestaempresa),que primero mira bien loque hace.

El tema del tacto visual, de la mano con casi calidadesópticas,trae al recuerdoaquellosversosde Antonio Hurtado de Mendoza,ensu poemasobrela Vida de la Virgen María, cuandoalude a la incre-dulidad del apóstolTomás: «Y hastasentidode vista / quiso tenerensus dedos.»Y en el xvii también la poetisamejicana Sor JuanaInésde la Cruz, en un soneto sobre los celos, haceque la amante desee,para disipar sospechas,que su amadopuedaver su corazón, ya queno da crédito a sus palabras.Y al fin lo que éstasno consiguen,loalcanzanlas lágrimas al resbalarentre los dedos del hombre: «Puesya en liquido humor viste y tocaste/ mi corazón deshechoentre tusmanos.»Ver y tocar: las mismasfuncionesque,conjuntamente,Saave-dra atribuye a su emblemáticamano con ojos.

Esta, quizá porque cuenta con la visualización del grabadoenca-bezadorde la empresa,nos pareceya muy alejada,muy distante,detodas esasotras manos que hasta el momento hemos considerado.Justamentesu visualización la configuraría como algo monstruosoycasi repugnante,de no contar con la subsiguiente giosa literaria,contrapesodesmaterializadorde la inquietante mano con ojos repre-sentadaen el grabado.Realmenteen la empresa de Saavedra,en laparte literaria de la misma, ya no hay manos ni ojos, sino solamenteconfianzay vigilancia conjuntadas,tal y como las encarnael dibujoque,apretadamente,defineesaaconsejableactitud del príncipe.

VI

Desdeesa inquietante mano óptica de SaavedraFajardo resultagrato saltar a la descripciónque en Pepita Jiménez(1874) nos ofrece

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JuanValera de las manosde la mujer que da titulo a la más famosade sus novelas.

La descripción se encuentraen la parte primera del libro, Cartasde mi sobrino, en ocasiónen que el joven seminaristaLuis de Vargasdescribea su tío, el Deán, una meriendacampestreofrecida por Pe-pita Jiménezen su finca. Parauna mejor valoración del texto en quelas manosde Pepita aparecendescritas,deberíaleersetodo el cuadrode la merienda,que se abre con la visión de un paisajeen cierto modoacomodadoal tópico clásicodel locus amoenus,que se continúa conlas notas pintorescasde la selecta tertulia pueblerina invitada amerienda y que se rematacon el retrato de la sencilla eleganciade laanfitriona. Valera describe el aspectode Pepita en términos modera-damenterealistas,encareciendoel refinado aire rústico y no cortesanode Pepita; compatible,sin embargo,con su extremadoprimor y be-

lleza. Lo único cortesanoen ella perceptible—en suindumentaria,nodemasiadodiferenciadade la de las criadas que sirven la merienda—son los guantes,como algo impropio de los «usos aldeanos».Justa-menteestedetalle da pie a Valera—por bocade Vargas— para pre-sentar una muy bella y trabajadadescripción de unas manos feme-ninas:

En la única cosa que noté por partede Pepita cierto esmero,en quese apartabade los usos aldeanos,era en llevar guantes. Se conoce quecuidamucho susmanosy que tal vezpone algunavanidaden tenerlasmuyblancasy bonitas, con unas uñas lustrosas y sonrosadas;pero si tieneesta vanidad, es disculpable en la flaqueza humana,y al fin, si yo noestoy trascordado,creo que Santa Teresatuvo la misma vanidadcuandoera joven, lo cual no le impidió ser una santa tan grande.

En efecto,yo me explico, aunqueno disculpo,estapícaravanidad. ¡Estan distinguido, tan aristocrático, tener una linda mano! Hasta se mefigura, a veces,que tiene algo de simbólico. La mano es el instrumentodenuestrasobras, el signo de nuestranobleza,el medio por donde la inteli-gencia reviste de forma sus pensamientosartísticos,y da ser a las crea-ciones de la voluntad, y ejerce el imperio que Dios concedió al hombresobretodas las criaturas.Una mano ruda, nerviosa, fuerte, tal vez callosa,de un trabajador,de un obrero, demuestranoblementeeseimperio; peroen lo que tiene de más violento y mecánico.En cambio, las manos deestaPepita,que parecencasi diáfanascomo el alabastro,si bien con levestintas rosadas,dondeuno creever circular la sangrepura y sutil, que daa sus venasun ligero viso azul; estas manos,digo, de dedosafilados yde sin par corrección de dibujo, parecenel símbolo del imperio mágico,del dominio misteriosoque tiene y ejerce el espíritu humano,sin fuerzamaterial, sobretodas las cosasvisiblesque han sido inmediatamentecrea-das por Dios, y que por medio del hombre, Dios completa y mejora.Imposible pareceque el que tiene manoscomo Pepita tengapensamiento

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impuro, ni idea grosera,ni proyecto ruin que estéen discordanciacan laslimpias manosque debenejecutarle.

Un texto como éstepareceel másadecuadoparacerrar, efectistaysonoramentesi se quiere, la excursiónliteraria que por el dominio delas manosse ha venido realizando.Que Valerapensararealmentetodolo que de las manoshacedecir a su Vargas,o que se limitase a ma-nejaruno de esosefectosde ironía, tan suyos,por virtud del cual aco-modó a la estimativa y lenguaje del seminaristaunos determinadostópicosy resortesretóricossobreel tema de la dignidad y bellezadelas manos,no tiene demasiadaimportancia. Sí la tiene el resultado,es decir, la descripción,comparadacon todas las anterioresde que seha hecho mención en estaspáginas.

Se diría incluso que, por paradójico que pueda resultar, un es-critor laico como Valera consigue—bien es verdad que a través deldecir de un seminarista—una imagenglorificada de las manoscomoatributo del «imperio que Dios concedió al hombre sobre todas lascriaturas», superior a la del jesuita Gracián: el cual a la hora deponderar las excelenciasde esa parte de la humana anatomía, sesirvió de términos tan precisoscomo friamente intelectuales.

Frente a las engañadorasmanos de Juan Ruiz, o las sucias deGuevara, o las muy mentalizadasde Gracián, o la increíble manoóptica de SaavedraFajardo, estas manos de Pepita Jiménezse en-lazan más bien con la nervuday fuerte, de bello diseño estatuario,de D. Quijote. Manos simple y bellamentehumanas,tras las que sepercibe el esfuerzoheroico o el «imperio mágico» de] espíritu, de labelleza femenina. Vargas se anegaen un puro, ideal y muy literarioneoplatonismoa la hora de encarecertodo aquello que él cree per-cibir tras el delicadodiseño de las manosfemeninas.

De nuevo éstashan recobrado—como en el caso de D. Quijote—la textura, el tacto, el calor, la palpitación de lo humano; diferen-ciándoseasí de las mentalesmanos evocadaspor Gracián o —másaún— por SaavedraFajardo.

Desdelos juegos de manosde Juan Ruiz hemos llegado al mágicorecinto de la belleza, significada en las manos de Pepita Jiménez,pasandopor otrasmuy disparesvariantesdel tema.La conjunta consi-deraciónde las mismasvendría tal vez a proporcionar la esperable,inevitable imagen de una expresióndel hombre, de lo humano,en laque, como de costumbre, lo bajo y lo noble, lo miserabley lo espi-ritual se repartenlas vocesy se intercambianlos papeles.

MARIANO BAQIJERO GOYANES

Universidadde Murcia(España)