Seleccion Textos Marx Sobre Estética

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Selección de textos sobre Marxismo y estética El hombre, antes de ejecutar, concibe El trabajo es, a primera vista, un acto que sucede entre el hombre y la naturaleza. En él el hombre tiene el papel, ante la naturaleza, de una fuerza natural. Las fuerzas de que su cuerpo está dotado, brazos y piernas, cabeza y manos, los pone en movimiento, a fin de apropiarse las materias dándoles una forma útil a su vida. Al mismo tiempo que actúa por este movimiento sobre la naturaleza exterior y la modifica, modifica su propia naturaleza, y desarrolla las facultades que en ella dormitan. No nos detendremos en este estado primordial del trabajo en que aún no ha decantado su modo puramente instintivo. Nuestro punto de partida es el trabajo bajo una forma que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña hace operaciones que se parecen a las del tejedor, y la abeja se parece, por la estructura de sus celdillas de cera, a muchos hábiles arquitectos. Pero lo que desde el principio distingue al peor arquitecto de la abeja más experta, es que él ha construido la celdilla en su cabeza, antes de construirla en la colmena. El resultado al que llega el trabajador preexiste idealmente en la imaginación del trabajador. No es sólo que opera un cambio de forma en las materias naturales; también realiza en ellas, a la vez, su propio fin, del que tiene conciencia, que determina como ley su modo de acción, y al cual debe subordinar su voluntad. Y esta subordinación no es momentá- nea. La obra exige durante toda su duración, además del esfuerzo de los órganos que actúan, una atención sostenida, la cual no puede resultar más que de una tensión constante de la voluntad. C. Marx: «La producción de la plusvalía absoluta», El Capital, tomo I, cap. V, sección tercera, pp Arte y división del trabajo: La concentración exclusiva del talento artístico en algunos individuos y su estancamiento en las grandes masas, de las que deriva, es un efecto de la división del trabajo. Aun cuando en ciertas condiciones sociales, cada cual pudiera devenir un excelente pintor, esto no impediría que cada cual fuese también un pintor original, de modo que también aquí la diferencia entre el trabajo «humano» y el trabajo «único» se reduce a un absurdo. Con una organización comunista de la sociedad finalizan, en todos los casos, las sujeciones del artista a la estrechez local y nacional, que proviene únicamente de la división del trabajo; y la sujeción del individuo o tal arte determinado, que lo convierte exclusivamente en un pintor, un escultor, etc. Tales nombres expresan ya por sí solos la estrechez de su desarrollo profesional y su dependencia de la división del trabajo. En una sociedad comunista, ya no habrá pintores, sino, cuando mucho, hombres que, entre otras cosas, practiquen la pintura. C. Marx-F. Engels: La ideología alemana, pp. 444-445, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1958. El capitalismo hace de la obra de arte una mercancía El aspecto de la moneda no revela lo que ha sido transformado en ella; mas todo, mercancía o no, se transforma en moneda. ¡Nada hay que no devenga venal, que no se haga vender o comprar! La circulación deviene la gran retorta social en la que todo se 1

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Selección de textos sobre Marxismo y estética

El hombre, antes de ejecutar, concibe

El trabajo es, a primera vista, un acto que sucede entre el hombre y la naturaleza. En él el hombre tiene el papel, ante la naturaleza, de una fuerza natural. Las fuerzas de que su cuerpo está dotado, brazos y piernas, cabeza y manos, los pone en movimiento, a fin de apropiarse las materias dándoles una forma útil a su vida. Al mismo tiempo que actúa por este movimiento sobre la naturaleza exterior y la modifica, modifica su propia naturaleza, y desarrolla las facultades que en ella dormitan. No nos detendremos en este estado primordial del trabajo en que aún no ha decantado su modo puramente instintivo. Nuestro punto de partida es el trabajo bajo una forma que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña hace operaciones que se parecen a las del tejedor, y la abeja se parece, por la estructura de sus celdillas de cera, a muchos hábiles arquitectos. Pero lo que desde el principio distingue al peor arquitecto de la abeja más experta, es que él ha construido la celdilla en su cabeza, antes de construirla en la colmena. El resultado al que llega el trabajador preexiste idealmente en la imaginación del trabajador. No es sólo que opera un cambio de forma en las materias naturales; también realiza en ellas, a la vez, su propio fin, del que tiene conciencia, que determina como ley su modo de acción, y al cual debe subordinar su voluntad. Y esta subordinación no es momentánea. La obra exige durante toda su duración, además del esfuerzo de los órganos que actúan, una atención sostenida, la cual no puede resultar más que de una tensión constante de la voluntad.

C. Marx: «La producción de la plusvalía absoluta», El Capital, tomo I, cap. V, sección tercera, pp

Arte y división del trabajo:

La concentración exclusiva del talento artístico en algunos individuos y su estancamiento en las grandes masas, de las que deriva, es un efecto de la división del trabajo. Aun cuando en ciertas condiciones sociales, cada cual pudiera devenir un excelente pintor, esto no impediría que cada cual fuese también un pintor original, de modo que también aquí la diferencia entre el trabajo «humano» y el trabajo «único» se reduce a un absurdo. Con una organización comunista de la sociedad finalizan, en todos los casos, las sujeciones del artista a la estrechez local y nacional, que proviene únicamente de la división del trabajo; y la sujeción del individuo o tal arte determinado, que lo convierte exclusivamente en un pintor, un escultor, etc. Tales nombres expresan ya por sí solos la estrechez de su desarrollo profesional y su dependencia de la división del trabajo. En una sociedad comunista, ya no habrá pintores, sino, cuando mucho, hombres que, entre otras cosas, practiquen la pintura.

C. Marx-F. Engels: La ideología alemana, pp.444-445, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1958.

El capitalismo hace de la obra de arte una mercancía El aspecto de la moneda no revela lo que ha sido transformado en ella; mas todo, mercancía o no, se transforma en moneda. ¡Nada hay que no devenga venal, que no se haga vender o comprar! La circulación deviene la gran retorta social en la que todo se precipita para salir transformado en cristal-moneda. Nada se resiste a esta alquimia, ni siquiera los huesos de los santos, y aun menos las cosas sacrosantas más delicadas, res sacrosanctae extra comniercium hominum.3 Igual que toda diferencia de calidad entre las mercancías se borra en el dinero, éste, nivelador radical, borra todas las distinciones.4 Pero el dinero es él mismo una mercancía, una cosa que puede caer en las manos de cualquiera. El poder social deviene así poder privado de los particulares. Además, la sociedad antigua lo denuncia como el agente subversivo, como el disolvente más activo de su organización económica y de sus maneras populares.5

La sociedad moderna que, apenas nacida, «tira por los cabellos al dios Plutón de las entrañas de la tierra»,6 saluda en el oro a su Santo Grial, encarnación deslumbrante del principio mismo de su vida.3 Cosas sacrosantas fuera del comercio de los hombres.4 «¡Oro!, ¡oro amarillo, brillante, precioso!... ¡He aquí bastante para convertir lo negro en blanco, lo feo en bello, lo injusto en justo, lo vil en noble, el viejo en joven, el cobarde en valiente!... ¿Qué es esto, oh dioses inmortales? Es lo que saca de vuestros altares a los sacerdotes y sus acólitos... Este esclavo amarillo construye y destruye vuestras religiones, hace bendecir a los malditos, adorar la lepra blanca; sienta a los ladrones en el escaño de los senadores y les da títulos homenajes y genuflexiones. Es el que hace una novel casada de la viuda vieja y gastada... ¡Vamos, arcilla maldita, ramera del género humano!...» (Shakespeare: Timón de Atenas) (Nota de Carlos Marx.)5 «Nada como el dinero ha suscitado entre los hombres malas leyes y malas maneras; es él el que lleva la discusión a las ciudades y lanza a los habitantes fuera de las casas; es él el que desvía a las almas bellas hacia todo lo que hay de

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vergonzoso y de funesto en el hombre y le enseña a extraer de cada cosa el mal y la impiedad». (Sófocles: Aa. tigona.) (Nota de Carlos Marx.)6 Ateneo: El banquete de los sofistas.

C. Marx: «El dinero o la circulación de mercancías», El Capital, tomo I, cap. III, sección primera, apartado 3, pp.

Efectos de la obra de arte La producción no aporta sólo materiales a las necesidades; aporta también una necesidad a los materiales. Cuando el consumo sale de su tosquedad primitiva, pierde su carácter inmediato, —y retardarse en ello sería el resultado de una producción hundida aún en la grosería primitiva— y es solicitado por el objeto como causa excitadora. La necesidad del que siente, es creada por la percepción de este objeto. La obra de arte —y paralelamente cualquier otro producto— crea un público sensible al arte y capaz de gozar la belleza. La producción no produce, pues, sólo un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto.

C. Marx: «Introducción a la crítica de la economía política», Contribución a la crítica de la economía política, pp. 246-247

La situación del escritor en la sociedad capitalista El proceso de producción capitalista no es, pues, sólo una producción de mercancías. Es un proceso que absorbe trabajo no pagado y transforma los medios de producción en medios de absorción del trabajo no pagado.Como consecuencia, el carácter específico del trabajo productivo no está de ningún modo ligado al contenido determinado del trabajo, a su utilidad particular o al valor de uso especial en que se presenta.El mismo género de trabajo puede ser productivo o improductivo. Así Milton, que escribió El paraíso perdido, era un trabajador improductivo. Por el contrario, el escritor que trabaja para su editor como un asalariado de la industria, es un trabajador productivo. Milton hizo El paraíso perdido como el gusano de seda hace seda. Era una manifestación de su naturaleza. Vendió más tarde su producto por 5 libras esterlinas. Pero el escritor proletario de Leipzig que, bajo la dirección de su editor, fabrica libros (por ejemplo, manuales de economía política), es un obrero productivo, ya que su producción es, desde el comienzo, subordinada al capital y sólo se cumple para su provecho. Una cantante que vende su voz por cuenta propia, es un trabajador improductivo. Pero la misma cantante, contratada por un empresario que la hace cantar para ganar su dinero, es un trabajador productivo. Porque produce capital. C. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, 1.1, p. 416, Stuttgart, 1905.La libertad del escritor El escritor debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso vivir y escribir para ganar dinero. Cuando Béranger canta:

Sólo vivo para hacer canciones; Si me quitáis mi lugar, Monseñor, Haré canciones para vivir,

hay en esta amenaza la confesión irónica de que el poeta mengua cuando la poesía deviene para él un medio.El escritor no considera de ningún modo sus trabajos como un medio. Son fines en sí, a tal grado no son un medio para sí mismo y para los otros, que sacrifica su existencia a la existencia de ellos, cuando es necesario, y de otra manera, como el predicador religioso, se pliega al principio: «Obedecer a Dios más que a los hombres», a los hombres entre los cuales está confinado él mismo con sus necesidades y deseos de hombre. Por el contrario, quisiera ver a un sastre al que hubiera encargado un frac parisién y que me trajera una toga romana, bajo el pretexto de que responde más a la ley eterna de lo bello. La primera libertad para la prensa consiste en no ser una industria. El escritor que la rebaja hasta hacerla un medio material, merece, como castigo de esta cautividad interior, la cautividad exterior, la censura; o más bien: su existencia es ya su castigo.

C. Marx: «Debates sobre la libertad de prensa», Obras, tomo I, pp. 222-223, Mega.

Estética marxista y música

“Es significativa la extrema dificultad que la música plantea a la estética marxista. Por su carácter irracional, Kant la ubicó última en la lista de las artes, y Schopenhauer la colocó en la cima de la jerarquía de aquellas. El marxismo hace lo imposible por alinearla en una praxis humana en relación dialéctica con la evolución económica. De esta manera, el compositor comunista alemán Hans Eisler, conocido sobre todo por haber colaborado con Bertold Brecht, afirma que: “toda música,

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aunque el músico no lo haya querido, es el reflejo de la vida política y también de las relaciones sociales. La música es producto de la sociedad y el músico actúa de alguna manera como el órgano y ejecutor de la sociedad. Un nuevo tipo de artista sería aquel que, sin contentarse con reflejar las relaciones sociales, intentara asimismo modificarlas”. Ahora bien, precisamente por haber tratado de ser este nuevo tipo de artista que al revolucionar su técnica espera facilitar la marcha hacia delante de la humanidad, Hans Eisler, admirador y discípulo de Arnold Schoenberg, cuya música dodecafónica, recibió del Partido el reproche de haberse volcado hacia el formalismo, hidra cuyas cabezas se reponen a medida que son cortadas por los doctrinarios del Partido.

A todas luces, la música se muestra obstinadamente refractaria a toda interpretación política. ¡Qué espectáculo desconcertante y reconfortante a la vez el que ofrecen los críticos musicales soviéticos cuando discuten gravemente sobre si tal tema de la Décima Sinfonía de Shostakovic celebra el heroísmo del pueblo soviético o si, por el contrario, la disonancia de este tema denuncia la barbarie del enemigo imperialista!. Cansado de la guerra y deseoso de disponer de obras musicales de las que la estética marxista pudiera servirse a su gusto con una certidumbre que ninguna duda perturbara, el Comité Central del Partido Comunista decide en 1948, acerca de la proposición de Zdanov, que las creaciones de todo los grandes compositores soviéticos (Prokofiev, Shostakovich, Miaskovski, etc) no corresponder a las normas que rigen la vida cultural soviética. Zdanov mismo pide a los compositores que desistan de todo formalismo, que abandonen las sinfonías que se prestan a confusión y creen, a partir de este momento, operas, oratorios y canciones cuyo texto testimonie la fidelidad que el compositor consagra al Partido. Shostakovich pone inmediatamente manos a la obra; la ironía quiere que su camino de Damasco, en lugar de conducirlo hacia una concepción marxista, lo haga retornar a una concepción tradicional, es decir, burguesa desde el punto de vista marxista de la música.” Arvon, Henri, La estética marxista, Buenos Aires, Amorrortu, 1970. Pp. 23-24.

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