Semanas 53 y 54 el elefante encadenado de bucay y el superyó
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Semanas 53 y 54 Psicotidianidades Enero 22 y 29, 2014
Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730
Los conceptos no existen en el plano práctico. La creación de conceptos y de un código específico
de nomenclatura facilita la comprensión de los fenómenos de la vida cotidiana. Cada ciencia,
disciplina o arte, va haciendo cada vez más particular su código y es entonces cuando la
especialización de cualquier campo se vuelve necesaria para comprender aquéllo que nos
interesa. Pero una teoría que no es aplicable a la práctica no es más que letra muerta. De ahí que,
para explicar su teoría, los expertos (de muchas ramas) se valen de metáforas que clarifiquen lo
que se está pretendiendo transmitir. Hoy hablaré de una de estas metáforas que, no obstante, a
pesar de su utilidad, no fue ideada para cumplir con el objetivo que en esta ocasión nos motiva, y
es eso lo que, precisamente, nos resulta más interesante.
Según he podido comprobar, El elefante encadenado es uno de los cuentos (si no el más)
conocidos de Bucay. Lo que el autor pretende con este relato, según alcanzo a entender, es
trasmitir la idea de que cuando uno es capaz de comprender las limitaciones que teníamos en
algún otro momento de la vida, y nos ubicamos en las capacidades con que en el presente
contamos, podremos ser capaces de salir delante de los problemas que desde entonces nos
detenían. No obstante, y como he planteado más arriba, mi interés se centra en la utilidad que
puede tener este cuento para la comprensión del concepto psicoanalítico del “superyó”.
El superyó es la herencia del Complejo edípico. Es la estructura representante de la cultura en el
mundo interno del niño, que ha sido asimilada a través de la relación frustrante de deseo con el
padre entre los tres y los cinco o seis años de edad. Resulta muy curioso que el narrador comente:
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores.
Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de
ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. (Bucay, 2008)
Es decir, parece que el narrador nos dijera que, hasta esa edad (cinco o seis años), aún requería de
la guía de un mayor (curiosamente hace referencia que preguntó a un varón adulto, idealizado y
representante en aquel entonces de la ley, de la cultura); pero después, puede suponerse, ya no le
serían necesarios. Lo mismo sucede con el superyó: podríamos decir que el padre es la
materialización de la ley, de la cultura, y su función consiste en frustrar explícita y directamente la
satisfacción del deseo natural (instintivo) del niño. Después de los seis años, el niño ya no requiere
a este frustrador de carne y hueso, el padre, porque lo ha internalizado, y ahora es él mismo, a
través de esta internalización conocida como superyó, quien puede prohibirse las satisfacciones.
Tomándonos una licencia complaciente, podríamos afirmar que es posible entrever, en aquel niño
intrigado, una inconformidad frente a la autoridad del padre (o del maestro, o de un tío) cuando se
pregunta (o más bien cuestiona internamente a quien le ha respondido): “Si está amaestrado, ¿por
qué lo encadenan?” (2008). Podríamos pensar en una proyección que escondería la verdadera
pregunta: “Si yo ya tengo un superyó, ¿por qué sigues tú prohibiéndome cosas?”... Finalmente, el
narrador comenta que olvidó el “misterio del elefante y la estaca”, y que sólo lo recordaba cuando
Semanas 53 y 54 Psicotidianidades Enero 22 y 29, 2014
Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730
se encontraba “con “otros que se habían hecho la misma pregunta alguna vez”. Si continuamos
con la línea que hemos señalado, podríamos sustituir “el misterio” del elefante encadenado, por el
del surgimiento del superyó (y el final de la fase edípica); y pensamos que el señalamiento de que
ha encontrado a “otros” que se preguntaron lo mismo, tal como sucede con las dudas propias del
Edipo, corroboraría nuestra suposición.
El narrador (entonces niño) se preocupa por el elefante porque él mismo, con la edad que tiene,
está inmerso en una lucha interna entre someterse a la autoridad de otro (el padre) o ser él mismo
su autoridad (a través del superyó). Su fantasía sobre la lucha del elefante resulta ilustrativa a este
respecto:
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy
seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.
Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura
para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro
día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su
impotencia y se resignó a su destino. (Bucay, 2008)
No profundizaremos en el simbolismo de algunas de las palabras o expresiones empleadas en este
fragmento; más bien nos interesa continuar con nuestro ejercicio especulativo. Tras su lucha
interna entre sometimiento y autonomía, pensando en que el elefante está representando al
propio narrador cuando niño, observamos que el pequeño, finalmente, termina sometido, pero no
al elemento de la realidad que lo limita (la cadena como representante del padre de carne y
hueso), sino al sustituto, en su mundo interno, de esta prohibición (el superyó, o como el narrador
lo llama, “su destino”).
La conclusión del narrador es la siguiente:
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que
no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y
lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás
intentó volver a poner a prueba su fuerza... Todos somos un poco como el elefante del
circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos
pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez,
hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos
entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No
puedo, no puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos
Semanas 53 y 54 Psicotidianidades Enero 22 y 29, 2014
Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730
a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
(Bucay, 2008)
Efectivamente; el adulto, al haber incorporado la figura del padre como representante personal de
lo que está prohibido (superyó), no puede más que someterse fatalmente a las prohibiciones que
de este proceso emanen; pero no piensa, a partir de entonces, esas mismas prohibiciones como
procedentes de alguien más, sino que las hace suyas, aunque no las comprenda.
Al contrario de nuestro narrador, pensamos que la cuestión no es la búsqueda gratuita de una
liberación de lo que nos ata; más bien, el adulto, tendrá que pensar esas cadenas que, finalmente,
han resultado útiles para su incorporación a lo social. El superyó puede ser perseguidor (o hasta
sádico como lo explicaba Freud al explicar la neurosis obsesiva); pero al ser un vigilante que vive
dentro de nosotros, a diferencia de lo que sucede antes del Complejo edípico, no hay a dónde huir
de él, no hay cómo liberarse. Al contrario, si hubiera que buscarle un equivalente a la “fuerza”
física que el elefante del relato no volvió a poner a prueba desde su infancia, y que por tanto
desconoce; pensaríamos, sin duda, que en el humano estaríamos hablando del “pensamiento”. El
adulto puede pensar, con los recursos (fuerza) que ahora tiene, los conflictos de su infancia (la
atadura a la cadena); pero no para pretender liberarse, sino para comprender que, entonces, su
naturaleza era una, y que ahora ha evolucionado. Las cadenas (superyó) las puso alguien más
durante la infancia, jamás se caerán (salvo en alguna manifestación psicótica); pero la tensión que
estas tengan sí están sujetas a nuestro parecer; sólo es cuestión de conocerlas para saber cómo
funcionan y entonces poder hacer algo; y es entonces, tras un arduo trabajo de autoconocimiento,
que se alcanza la libertad auténtica: la que implica la certeza de que uno está insoslayablemente
esclavizado a sus propios preceptos.
Semanas 53 y 54 Psicotidianidades Enero 22 y 29, 2014
Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730
Referencias
Bucay, J. (2008) El elefante encadenado. Recuperado de
http://www.miriamortiz.es/TEXTOS/VElefanteEncadenado.pdf el 7 de enero de 2014.