SEPARATA «BOLÍVAR: FRAGMENTOS DE UN SUEÑO» · Coproducción: Ministerio de Cultura-Colombia,...
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Colombia , julio 2010
SEPARATA «BOLÍVAR: FRAGMENTOS DE UN SUEÑO»
Textos e imágenes sobre la obra montada por los colombianos Omar Porras, director del
Teatro Malandro, con sede en Suiza, y William Ospina, poeta y escritor, junto a una tropa
de actores, músicos, técnicos y auxiliares de Colombia, Francia y Suiza.
Puesta en escena y adaptación: Omar Porras
Texto: William Ospina
Dramaturgia: Omar Porras y Sandro Romero
Producción: Teatro Malandro de Ginebra (Suiza)
Coproducción: Ministerio de Cultura-Colombia, Teatro de Cristóbal Colón (Colombia),
Théâtre Forum de Meyrin (Suiza), Grec Festival de Barcelona (España), Espace Malraux,
Scène Nationale de Chambéry et de Savoie (Francia), Centre National de Création et de
Diffusion Culturelle de Chateauvallon (Francia), en el marco de una residencia de
creación.
Elenco: Erick Bongcam, Yeison Carrillo, Luis Carlos Celis, Juanita Delgado, Luis Eduardo
Garzón, Carlos Gutiérrez, Elio Seliano Patiño, Omar Porras, Andrés Rodríguez, Zoraida
Rojas.
Asistentes de dirección: Jane Piot y Manuel Orjuela
Dirección y creación musical: Erick Bongcam
Diseño del universo sonoro: Erick Bongcam, Thomas Jacoviac y Omar Porras
Diseño de escenografía y utilerías: Amelie Kiritzé-Topor, asistida por Julián Hoyos.
Diseño de luces: Mathias Roche, asistido por Humberto Hernández
Diseño y realización de vestuario: Adán Martínez
Diseño de postizos: Herman Santa Cruz
Construcción escenografía: Carlos González y Jean-Marc Bassoli
Accesorios: Albeiro Riaño y Simón Rojas
Dirección técnica: Cécile Bickart
Jefes de escenario: Humberto Hernández (Colombia) y Jean-Marc Bassoli (Suiza)
Sonido: Thomas Jacoviac
Luces: Mathias Roche
Vestuarista: Jasmine Rincón
Tramoyistas: Juliana María Ríos y Jorge Eliécer Dulce
Técnicos teatro Delia Zapata: Carlos Casallas y Elías Felacio
Fotografía: Julián Arango
Diseño gráfico: Susana Carrié
Administración y producción general: Florence Crettol, Teatro Malandro (Suiza)
Coordinación de producción en Colombia: Natalia Guarnizo
Producción y logística en Colombia: Giovanni Piragua T.
Pasante: Rebeca Rocha
Producción de la gira en Colombia: Teatro Malandro y Asociación Lodhe
Producción ejecutiva de la gira en Colombia: Dirección de Artes y del Teatro Colón,
Ministerio de Cultura, Clarisa Ruiz.
Con el apoyo de la ciudad de Ginebra, Departamento de la Cultura, la República y el
Cantón de Ginebra, la Comuna de Meyrin, Pro Helvetia, Fundación Suiza para la Cultura,
la Fundación Meyrinesa para la Promoción Cultural, Deportiva y Social. La embajada de
Suiza en Colombia, la Embajada de Francia en Colombia y la Asociación Lodhe para la
gira en Colombia. Teatro Malandro se encuentra en residencia permanente en Théâtre
Forum-Meyrin.
Sinopsis
Bolívar: fragmentos de un sueño nos lleva a encontrarnos con el personaje que inventó
un mundo y encarnó las fuerzas de una época, a partir del testimonio de algunos seres
que lo conocieron. Un contrapunto entre los relatos de la historia y las fábulas de la
imaginación. Progresivamente vemos aparecer a Bolívar como proyecto, como sueño,
como ideal, y como la fuerza telúrica original que desafió al colonialismo e inventó las
primeras repúblicas suramericanas. Invocado alternativamente por músicos y por
personajes históricos, Bolívar surge ante nosotros como el rostro conflictivo de un
continente, una aventura de pasión y de desgarramiento, en las fronteras de la historia y
del mito.
—William Ospina
Presentación
Bolívar: fragmentos de un sueño es la coproducción teatral de carácter internacional más
importante a la que se vincula el Ministerio de Cultura de Colombia en el marco del
programa «Escenas de la Independencia» para las celebraciones del Bicentenario de la
Independencia Nacional.
Gracias a las gestiones de Teatro Malandro se vincularon a esta producción varias
instituciones culturales europeas, logrando así una notable cofinanciación y proyección
internacional del proyecto.
El proceso creativo comenzó en septiembre de 2008 con un primer laboratorio de
formación e investigación en la Quinta de San Pedro Alejandrino, de Santa Marta, en el
marco de los procesos que adelanta la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura, al
cual asistieron cuarenta artistas, entre músicos y actores, originarios de varias regiones
del país y seleccionados mediante una convocatoria pública. El taller se planteó a la vez
como una iniciación a la técnica de la máscara desarrollada por el director Omar Porras y
como un laboratorio de investigación musical. Posteriormente se realizaron varias
residencias de investigación y escritura tanto en Suiza como en Colombia, y en
noviembre de 2009 se llevó a cabo un segundo taller de investigación escénica en
Bogotá. El montaje de la obra empezó en febrero de 2010, en el teatro Delia Zapata
Olivella.
Esta creación teatral, integrada por un equipo internacional de más de cuarenta artistas,
técnicos y administradores se estrenará mundialmente el próximo 18 de junio en el
Centro Nacional de Creación y de Difusión Cultural de Châteauvallon (Francia), antes de
emprender una gira por los más prestigiosos escenarios de Colombia, México, España,
Suiza, Francia y Japón con ocasión del Bicentenario de las Independencias
Latinoamericanas y de los veinte años de Teatro Malandro. Su estreno latinoamericano se
llevará a cabo el 21 de julio de 2010 en el teatro Jorge Eliécer Gaitán, de Bogotá, para
luego iniciar una gira en Colombia por las ciudades de Cali, Medellín y Cúcuta.
Estreno
Francia- Châteauvallon/ Centre National de Création et de Diffusion Culturelles 18 y 19 de junio de 2010.
Gira 2010
España, Barcelona, Grec Festival, 28 y 29 de junio de 2010
Colombia: Bogotá, Teatro Jorge Eliécer Gaitán, 21 al 25 de julio de 2010
Cúcuta, Teatro Zulima, 30 de julio al 1o de agosto de 2010
Cali, Teatro Enrique Buenaventura, 6 al 8 de agosto de 2010
Medellín, Teatro Metropolitano, 13 al 15 de agosto de 2010
Suiza, Ginebra, Théâtre Forum Meyrin, 28 de septiembre al 10 de octubre de 2010
Francia Chambéry, Espace Malraux, Scène Nationale de Chambéry et de la Savoie, 14 y
15 de octubre de 2010
Annecy, Bonlieu, Scène Nationale d’Annecy, 19 al 21 de octubre de 2010
México, Guanajuato, Festival Internacional Cervantino, 28 al 30 de octubre de 2010
Francia Villefontaine, C.A.P.I., Service Culturel, 9 y 10 de noviembre de 2010
Nantes, Le Grand T, Scène Conventionnée Loire-Atlantique, 18 al 20 de noviembre de 2010
Suiza, Monthey, Théâtre du Crochetan, 1 de diciembre de 2010
Conversación con Omar Porras y William Ospina Reviviendo a Bolívar
Por Guillermo González Uribe
Simón Bolívar surge de las basuras de El
Cartucho. Sobre ellas comienza a leer la Carta de Jamaica. Luego, preso de todos, es
una estatua encumbrada que no puede bajar de su pedestal. ¿Qué es esto?Hace varios
años, Omar Porras, director del Teatro Malandro, con sede en Suiza, y William Ospina,
poeta y escritor, conocieron mutuamente sus obras y se fueron acercando. Su recíproca
intuición de que algún día trabajarían juntos se concretó al asumir el reto de un montaje
teatral sobre Simón Bolívar, a raíz de la conmemoración del Bicentenario de la
Independencia, obra que se estrena en junio del 2010 en Europa y en julio en
Colombia.Se trata de un montaje irreverente, arriesgado, iconoclasta, en el que ellos
dos, junto a una tropa de actores, músicos, técnicos y auxiliares de Colombia, Francia y
Suiza, bajan a Bolívar de las miles de estatuas en que los poderes lo han recluido, para
mostrarlo de carne y hueso, con toda su fuerza y entereza, pero también con sus
debilidades. Acompañado por las músicas de los Llanos Orientales y del Caribe, vemos al
Bolívar humano, y sus relaciones con grandes personajes de la historia. Así mismo,
Bolívar llega aquí y ahora, y se pasea por nuestras calles en un montaje que no pasará
inadvertido, que sugerirá múltiples conexiones entre el pasado y el presente.Luego de
un ensayo general de esta alucinante obra, me senté con dos de los más importantes
creadores colombianos contemporáneos para hablar de este particular proceso de
montaje. ¿Cómo ha sido ese trabajo conjunto de escritor y director de teatro para el
montaje de Bolívar? William: Señor director, ¿tengo derecho a empezar a responder? —le dice William un
tanto ceremonioso, serio, pero con un gesto casi imperceptible de picardía.Omar: Por
favor, antes de que el director pueda hacer o decir algo, necesita al autor —responde
Omar aún sudoroso, con el traje de Hipólita, la criada de Bolívar, puesto, y hace una
venia, como si aún estuviera en el escenario.William: Más que concebir una obra en
términos verbales, lo que hemos hecho es acopiar información sobre Bolívar:
información de los biógrafos, información de la época, información de ensayos de
distintos autores sobre el personaje, sobre ese tiempo, y convertir todo en textos que se
pudieran transformar en acciones y en movimientos, en ritmos y en personajes.Hemos
estado de acuerdo —y este acuerdo ha sido creciente— en que el texto tiene que
desprenderse del proceso de creación y no ser el punto de partida. Las ideas, las
reflexiones, los conceptos aportan y enriquecen, pero el texto como tal será el resultado
de todas estas cosas: de los textos iniciales, de los conceptos, de las improvisaciones,
de todo lo que va surgiendo.Para mí en particular, ha sido muy claro que la mayor parte
de las cosas las va dictando la escena misma, y en ocasiones el azar en la escena. Una
vez planteados una serie de temas, una serie de personajes, el curso de los
acontecimientos en las improvisaciones y en la creación va marcando los momentos de
la historia, y va definiendo cómo se eslabonan y cómo se va formando el hilo narrativo. Entonces, si no se partió de un texto, ¿cuál fue el punto de inicio del trabajo? William: Yo diría que se partió más de un concepto, de una serie de ideas que han
nacido de nuestras conversaciones, y después se ha tratado de complementarlas o de
enriquecerlas con los textos.Omar: Creo que es un privilegio grandísimo, es un lujo lo
que nos hemos ofrecido como laboratorio. Más que hacer una pieza de teatro, un texto
de teatro, estamos contando una historia del teatro mismo; hasta al mismo teatro lo
hemos interrogado, se ha interrogado el método, mi método. Es impresionante cómo de
un poema, de un verso, surge toda una situación dramática, un conflicto en escena, y
toda una historia. Los temas han ido apareciendo a través de necesidades, y esos
mismos temas han creado situaciones nuevas en el escenario; todo ha brotado del
escenario.Pero sí vale la pena hablar del proceso precedente, de cómo nuestras
primeras conversaciones sobre montar un Bolívar eran más sobre cómo desmontar un
Bolívar del pedestal donde está y cómo encarnarlo. Una de las últimas cosas que tú
afirmabas —le dice Omar a William, mientras gesticula, actúa, se quita su sombrero
tipo Napoleón, se lo pone, cambia de silla— era que Bolívar, además de ser un general,
era un director: hágase aquí, párese allá, dispare aquí, escriba esto, yo pienso esto,
hagamos esto, tengo una idea: montemos un continente, montemos una república. Y en
la obra, Bolívar se transforma en una especie de Hamlet que es actor también; pero
Hamlet es un actor frustrado, mientras que Bolívar no.Entonces, ya en el último proceso
de creación, surgió la necesidad de encontrar un narrador. Después de haber pasado por
mitos, de haber pasado por historias musicales, de tener el concepto de un espectáculo
muy musical, todo se fue convirtiendo en lo que es el prólogo ahora; esto pasó hace
siglos, pero sigue ocurriendo hoy, son hechos del presente; yo soy director, soy actor,
soy personaje, represento el espíritu de una época.El hecho de estar en compañía del
autor permite que él vea las necesidades; es sorprendente la manera como William se
desprende del texto. Hace poco me dijo sobre una escena: «Omar, eso es interesante
pero sin texto». La escena en la que se caen los bolívares nació de un poema. Bueno,
primero de un diálogo, el diálogo se convirtió después en poema, en un diálogo poético
muy surrealista, y mientras el actor estaba diciendo el poema, interpretando el poema,
la estatua lo corrió y tomó su puesto.
Hablemos de cómo fue ese encuentro
de ustedes dos. ¿Cómo nació la idea de trabajar juntos? William: Prácticamente desde cuando nos conocimos, Omar me habló de su interés por
Bolívar, pero en ese entonces no teníamos la menor idea de que íbamos a trabajar
juntos; hablamos del tema y de nuestra común admiración por el personaje. Fue la
aproximación del Bicentenario y un llamado del Ministerio de Cultura lo que hizo que
Omar se propusiera hacer esta obra. A él no le hablaron de Bolívar —dice William
mientras lo mira con seriedad pero con afecto, al tiempo que enlaza una palabra con
otra como si fuera un texto escrito que lee—. Fue él quien propuso que fuera Bolívar. Y
cuando ya Omar tomó la decisión, me planteó el desafío y me dijo que trabajáramos en
ella; agregó que no se trataba tanto de tener al lado a un dramaturgo, sino más bien
una mirada desde la literatura y un diálogo sobre el personaje y sobre la obra misma.Lo
que más me ha gustado es que nada de las muchas conversaciones que hemos tenido
se ha perdido. Todo se ha transformado, todo se ha ido convirtiendo en elementos o en
momentos de la obra, o a veces en parlamentos o en personajes, pero todo se ha
recogido. Por ejemplo, uno de los primeros temas que tratamos fue el de la necesidad
de devolverle a Bolívar su condición de ser vivo. Una idea que se fue intensificando en la
medida en que los biógrafos nos transmitían su conciencia y su asombro de lo
intensamente inquieto y de lo intensamente vivo que era Bolívar, de lo móvil que era,
de lo sensual que era, de la animalidad que había en él y de cómo eso contrasta tan
terriblemente con la condición de estatua que le ha conferido la historia.A partir de esto,
todas las otras ideas que hemos desarrollado, las propuestas que hemos hecho, han
sido recogidas por el espectáculo, pero a nosotros mismos nos han venido
sorprendiendo a medida que aparecen transformadas, modificándose continuamente.
Omar, ¿cómo ha sido trabajar con William Ospina, no tener un texto sino tener
al escritor al frente? Omar: La otra noche le decía que cuando se monta a Shakespeare o a Molière o a
Marlowe o a Brecht hay un concepto, una idea de lo que puede ser la obra, y está ese
yugo de tener un mito detrás. Trabajar con autores contemporáneos puede ser también
muy difícil porque muchos autores se amarran a su idea y no le dan libertad, no dejan
que la obra viva. Es un gran privilegio trabajar como lo hacemos ahora, y poder
reflexionar, porque yo no le pedí un texto a William, fuimos encontrándonos con un
texto. William escribió cosas escuchándome, nos escuchamos.Sin embargo, también es
angustioso trabajar así, porque no se tiene la estructura de un texto. William no escribía
un texto con una cronología, que la pieza comienza aquí y termina aquí, o que el
personaje hace este viaje, sino que me iba dando ideas y esas ideas las íbamos
conjugando y amalgamando poco a poco; así se fueron creando espacios. No es fácil,
pero pienso que se ha desarrollado una habilidad al improvisar y al explorar en las
imágenes poéticas el texto, y el transformar esas imágenes —no por querer
transformarlas sino por darle la libertad al poema de que se transforme y que tome vida
allá— es extraordinario. Da mucho vértigo, porque uno se amarra, muchas veces uno
quiere algo concreto y es el verbo. Por ejemplo, el de El Cartucho lo llamamos nosotros
así cuando Bolívar lee la Carta de Jamaica y luego lo convierten en estatua y después
baja esa estatua. Todos son textos de William que describían esas situaciones: era difícil
ser hombre, convertirse en estatua y volver a ser hombre. Finalmente, todo se concreta
en esa imagen de tratar de bajar del pedestal.William, ¿en un segundo momento usted
venía a los ensayos y a partir de lo que veía, escribía textos?William: Pasamos por una
serie de etapas desde el momento en que definimos una estructura básica de la historia,
partiendo de la biografía de Bolívar. Visualizamos los quince cuadros sobre los que
íbamos a trabajar, los definimos en nuestro viaje de Lyon a Ginebra en mayo del 2009.
Tuvimos entonces una serie de momentos de la vida de Bolívar que íbamos a seguir,
cuando todavía pensábamos que el carácter de la obra iba a ser fundamentalmente
histórico, basada en cuadros históricos que íbamos a reconstruir en diálogo con las
músicas latinoamericanas. Era una especie de retrato de Bolívar como el hombre
latinoamericano que se inventó un mundo, y de esa manera rastrear el mundo de
Bolívar por medio de la música de los países que él liberó. Esa era nuestra idea
inicial.Cuando ya empezamos a trabajar sobre esos cuadros, nos surgió una idea
adicional: le propuse a Omar mirar a Bolívar a través de los personajes que lo
conocieron. Pensábamos en una serie de monólogos y eso enriqueció la idea inicial de
los quince cuadros y nos hizo desaparecer, digámoslo así, en un momento del proceso,
a Bolívar como personaje.Claro que desde el comienzo nos habíamos planteado la
necesidad de tener un narrador que hilvanara y que hilara todas esas cosas, y entonces
a medida que se desarrollaron los monólogos, fuimos descubriendo cada vez más la
necesidad del narrador y comprendiendo gradualmente que ese narrador era el espíritu
de Bolívar. Así, Bolívar reapareció ya como una necesidad puramente dramática, porque
es el hilo conductor de la historia, un narrador que es el director de la obra y que
metafóricamente es el Bolívar que organiza un mundo, y que, además, dispone de los
recursos que le marca el ritmo.Bolívar como director de teatro es el hallazgo que hemos
tenido en los últimos tiempos en el proceso de construcción de la obra, y la manera
como el director construye el personaje y por momentos lo encarna y por momentos se
aleja; Bolívar ha ido reapareciendo, aunque nunca en una forma definitiva, siempre
como un elemento más de la historia, porque hemos llegado a la conclusión de que
Bolívar, más que un personaje en esta obra, es el espíritu de una época y cada uno de
los personajes que aparecen en ella tiene algo de Bolívar —dice William y suspira, como
si hubiera sacado algo que tenía adentro, o como si les hubiera dado forma a algunas
ideas que venían rondándolo. Revolotean sobre nosotros los actores, los técnicos, que
ya están cansados. Omar les dice que lo esperen unos minutos más. Omar, ¿cómo es este rol de actor, director, narrador? Omar: Esa es mi historia, esa ha sido mi vida todo el tiempo. En mi compañía yo
siempre actúo y dirijo; obviamente que es más fácil dirigir cuando uno tiene el texto de
Yago, y yo hago Yago y le pido a Otelo —dice Otelo mientras gesticula, abre los ojos en
forma desmedida, pasa de un lugar a otro, interpreta uno, dos, tres personajes—,
«usted, hágame el favor de darle ese pañuelo a Casio y usted…». Soy Yago, y estoy
dirigiendo, me pongo la máscara aquí, cuando salgo soy director y le digo al actor:
«Venga, hágame el favor y se sienta aquí y se corre para allá», o dirigir como Ubu Rey,
o dirigir como Clara Zahanassian, o Puntila. Yo dirigí Puntila, y actué. Digamos que
tengo, Dios mío, la capacidad de lanzarme en ese vértigo, ahí en ese espacio que es
terrible, es tétrico, porque le pasan a uno muchas cosas por la cabeza cuando está
actuando, está pensando. Lo que usted vio ahora: «Póngame aquí el sonido, póngalo
por acá, ponga la luz aquí, estoy yo en todo, ¡cállense atrás!». Ahora estoy mirando allá
al periodista de la revista Número y al otro lado al poeta; todo eso le pasa a uno por la
cabeza, pero es mi trabajo. Yo salgo y creo que alcanzo a tomar distancia de eso,
porque mi trabajo es una labor de memoria física, corporal, una memoria afectiva, como
decía Stanislavski. Yo capto todo eso, vengo y lo traduzco aquí y corto o agrego; no es
fácil, más aún cuando uno no tiene el texto, pero es una gran experiencia. Estoy
asustado porque no sé para dónde va esto, y tengo un compromiso en una fecha. Yo
seguiré trabajando, pero estoy muy feliz de todo el proceso, de lo que está pasando,
porque hay algo muy interesante y es que esto tiene que ver mucho conmigo, es muy
personal, y al ser muy personal nos implica más a todos. William, el trabajo de escritor es un trabajo en solitario; ¿qué ha significado
esta labor que no es tan personal? William: Yo lo tomo en primer lugar como un aprendizaje, y como aprendizaje para mí
es muy valioso, porque aquí hay un método; también lo podemos decir con palabras de
Shakespeare: «Hay una locura, pero hay un método en esa locura». Cuando escribo, mi
método es muy distinto, pero no me cabe duda de que podría aprender cosas de este
método para mi escritura. He visto con admiración algo de Omar y es su capacidad de
no detenerse en lo que halla, de no aferrarse, de no petrificarse en lo que va
encontrando: lo encuentra, lo escribe y lo deja allí como posibilidad del espectáculo,
pero no se siente obligado a seguir atado a esas letras de piedra o de bronce de lo que
ya se ha hallado. El espectáculo tiene que seguir siendo lo suficientemente elástico y lo
suficientemente maleable para que, hasta el final, unas cosas puedan dialogar con otras,
influirse recíprocamente, y para que lo nuevo pueda aparecer; eso es algo muy valioso y
muy escaso. Casi todo creador tiene la tentación de irse aferrando a algunas cosas que
le parecen eficaces, que le parecen bonitas, que le parecen presentables, y tratar de
rellenar el resto y no estar todo el tiempo abierto a lo posible y caminando por la cuerda
floja de la incertidumbre, de algo que no está concluido.Eso es muy valioso. Para que un
espectáculo o una obra sean orgánicos, se requiere que todas las cosas dialoguen y que,
como decía el filósofo, no haya una cosa que sostenga a las otras sino que todas se
sostengan unas sobre otras, que todo sea soporte y que todo sea peso a la vez.En una
obra como esta hay muchos creadores; el proceso de creación es múltiple. Yo sé que
estoy aportando, que estoy proponiendo algunas cosas, pero cuando miro el espectáculo
y no me reconozco del todo en él, comprendo que es porque no estoy solo, comprendo
que es porque aquí hay muchas personas poniendo sus propios sueños, sus propias
angustias, sus propios recuerdos, sus propias expectativas en el espectáculo, y el
espectáculo al final es como un coro: hay muchas voces. Este espectáculo difiere
radicalmente del espectáculo montado sobre una sola voz, que es la voz de Sófocles o la
voz de Shakespeare, que ya concibieron la obra en su conjunto y de la que se esperan
solamente ligeros matices y modificaciones.Yo diría que una obra de Shakespeare es la
obra de un autor que ha sido enriquecida, modificada e interpretada por unos equipos,
pero en este caso no se trata de eso, sino de un trabajo en el que hay muchas
presencias; me parece bello que para reconstruir no la vida sino la aventura, y la
aventura al mismo tiempo intelectual y si se quiere artística de Bolívar, alguien tan
social, no baste una sola voz y se requieran muchas voces.Omar: Y yo diría, haciendo
también referencia a Shakespeare, que él podía escribir las obras históricas con sus
actores, con sus intérpretes; eran obras que se escribían en movimiento, prácticamente
en escena, surgían de ahí y el autor le daba forma a lo que iba pasando en escena.
Reconozco aquí todo lo que yo puedo sentir, todas las angustias, como tú dices, William,
todas las alegrías, todos los dolores; todo lo que significa para mí la palabra Colombia,
mi patria, mi tierra, es estar con quien está traduciendo todo eso y no es sólo con un
autor que me escribió el texto para esto, sino que aquí encuentro todo lo que me inspiró
para trabajar un día con William Ospina, cuando leía sus ensayos.Cuando leí La
decadencia de los dragones, dije chapeau. Y algo que nos unió fue el interés de William
por el teatro. Aunque él diga que está alejado del teatro, en todas partes encuentra uno
referencias al teatro en su obra. Además me cautivó esa visión tan amplia que tiene
William de Colombia en el mundo, de América Latina en el mundo, del mundo en
Colombia, de ese hecho universal, del hecho trágico de lo que vivimos hoy. William, ¿para trabajar con Omar influyó que conoció algunos de sus montajes
y que vio de cerca su método de trabajo en París? William: Influyó que nuestra relación y nuestra amistad se fueron dando como un
diálogo de actividades. Omar ha estado en relación con las cosas que yo escribo y yo he
tratado recientemente de estar en relación con las cosas que él dirige. Lo primero que
tuve la oportunidad de ver fue el Don Juan, cuando lo trajo al Festival Iberoamericano
de Teatro. Después vi el Elixir de amor, el montaje de la ópera de Donizetti en
Bordeaux, y luego Omar tuvo la gentileza de invitarme a ver un ensayo cuando estaban
montando Peribáñez y el comendador de Ocaña en la Comédie Française, que para mí
fue una oportunidad maravillosa no sólo por esto, sino porque tuve relación con los
actores en el momento en que estaban en el montaje, y leí algunos textos, pues
acababa de salir la traducción de mi libro de poemas en francés; todo nos conducía a
que un día intentáramos hacer un trabajo juntos y ahora lo estamos viviendo.Estaba
pensando también otra cosa, y es que en esta reflexión sobre Bolívar y en esta
invención sobre Bolívar —que por fortuna ha ido desprendiéndose de la intención
histórica o historicista que tenía originalmente, para saltar a otros lenguajes y a otras
metáforas, y para que la creatividad y la fuerza misma de la historia se abrieran camino
por encima de las anécdotas y de las minucias historiográficas—, han hecho irrupción el
presente de Colombia y el presente de América Latina, y también la mirada de Omar
sobre lo que pasa hoy en Colombia. Yo creo que él ha advertido no solamente lo que de
Colombia pueda corresponder o coincidir con el comercial optimista de televisión que le
venden a uno por ahí, sino también toda la tragedia que hay por debajo de todo eso y
que vive cotidianamente el país. Y por otro lado, también América Latina vive sus
tragedias, muy de la actualidad y de la época.Además, Omar tomó la decisión, que yo
creo que es muy profunda y que nace de una conciencia del espectáculo que quería
hacer, de que el espacio donde se desarrolla todo esto y de donde sale todo, fuera la
tierra, entonces esa tierra ha impregnado un montón de cosas de lo que está ocurriendo
en el espectáculo, y esa tierra que se traga todo y de la que brota todo es, aunque no lo
parezca, un elemento muy dinámico.—Quedamos en silencio. Los tres miramos el
escenario, el montículo de tierra que lo cubre todo. Se alcanzan a percibir, en medio de
la penumbra y el silencio total, las hermosas voces de las mujeres que cantan las gestas
de Bolívar, ahora en los Llanos, ahora en el Caribe. Y el correr de Bolívar por los países
de América, y su cansancio final ante las traiciones y los odios y las ansias de poder de
los comandantes regionales. Qué pueden decir sobre estos tres bolívares: Bolívar musical, Bolívar atrevido,
Bolívar estatua. Omar: William es un amante de la música. No he tenido la fortuna, la oportunidad de
escucharlo cantar con don Luis, su padre, pero siempre que hablábamos de una historia,
de una anécdota de Bolívar, de una situación histórica o romántica, siempre venía un
canto de William, y cantaba por allá algo desde el Ecuador hasta Jamaica. En el tren que
mencionamos, en el que íbamos de Lyon a Ginebra, sólo hablamos de música; hicimos
un viaje musical. ¿Por qué? Porque al personaje lo vimos, como lo dice Robinson (Simón
Rodríguez), entre otras cosas, como a un bailarín: amaba la danza, y para escuchar la
danza al oír la música hay que hacerlo también con el tobillo, como dice
William.Queríamos darle un valor especial a lo musical, y de ahí nacieron los talleres que
realizamos.
¿Qué dice, William? William: Estoy convencido de que a Bolívar lo volvieron estatua por una estrategia
política; el principal biógrafo de Bolívar para mí, que es Gerhard Masur, dice que no ha
habido personaje histórico de los últimos dos siglos en el mundo que haya sido tan
multiplicado en estatuas como Simón Bolívar, y al que se le haya dado tanto una
condición de mito, una exaltación mitológica tan grande. Masur se pregunta por qué, por
qué llenaron todas las plazas, todos los parques de estatuas de Bolívar, y yo siento que
ahí hubo un reconocimiento de su grandeza, de su importancia histórica y de la
condición verdaderamente excepcional de un personaje como Bolívar, pero también
considero que fue la única manera que tuvieron de inmovilizarlo. Bolívar era un
personaje muy móvil, muy vivo, muy inquieto, muy inmanejable, no había forma de
manipularlo, salvo convirtiéndolo en estatua.Bolívar empezó a estorbar en el momento
en que triunfó. Casi nadie lo quería ya, todos lo expulsaron, todos lo echaron, pero
bastó que muriera para que al otro día amaneciera empedrado de estatuas el
continente, y lo volvieron estatua porque una estatua es mucho más manejable para la
oratoria, para la retórica del poder. Entonces, devolverle su condición de ser humano e
intentar verlo, como dice Simón Rodríguez, como un hombre que baila y no como una
estatua, alguien que persigue a las muchachas, un ser viviente, es una urgencia grande
en nuestro mundo.Y en cuanto al atrevimiento, yo como escritor no me habría sentido
capaz de proponer una versión de Bolívar, digámoslo así, tan poco ortodoxa en términos
historiográficos. Yo me siento un poco más atado a una serie de convenciones de lo que
es la leyenda de Bolívar. Estoy admirado y fascinado también de la libertad con la que
Omar, y yo diría que no solamente Omar sino el arte teatral contemporáneo, se acerca a
la figura, no para hacer un retablo convencional de lo que es el personaje y una
reconstrucción histórica siguiendo la cartilla escolar, sino para tratar de sondear en lo
profundo todo lo que tiene Bolívar para decirnos hoy de nuestra relación con la tierra,
con la muerte, con la guerra, con la naturaleza, y cómo los soldados, que para los
generales son medallas, para las madres son lágrimas.—Sonrisas. Silencio. Nos
levantamos. Los actores entran. Comienzan la discusión sobre el trabajo del día.
Nosotros salimos del barrio colonial de La Candelaria bajo la llovizna, en una fría noche
bogotana. Siento que de esta locura creativa, de este cruce de talentos, está resultando
algo muy especial.
BITÁCORA DEL PROYECTO BOLÍVAR
Por William Ospina
ANTECEDENTES A comienzos del año 2006, mientras visitábamos una librería de Chapinero, Ómar
Porras, a quien había conocido recientemente, me habló por primera vez de su interés
por la figura y la obra de Simón Bolívar, y de su deseo de leer algunos libros sobre el
Libertador. En aquella librería nos recomendaron varias biografías, pero noté que Ómar examinaba
con especial interés una cartilla antigua que había intentado contar, para escolares de
otro tiempo, la vida de Bolívar. Desde el comienzo he advertido que la mirada de este
director sobre los temas procura esquivar lo convencional, tal vez porque no está
tratando sólo de nutrir su pensamiento sino de estimular su sensibilidad y su
imaginación con imágenes poderosas y metáforas nuevas. El teatro de Ómar Porras y de la compañía Malandro, su espacio de creación en Suiza,
es una notable síntesis de lenguajes en la que convergen no sólo el magisterio de
grandes creadores de Oriente y de Occidente, sino tradiciones populares
latinoamericanas y europeas para producir obras de una sorprendente vitalidad.
Máscaras, coloridas escenografías, brillantes efectos escénicos, ensambles musicales, y
una exigente concepción de la actuación como un lenguaje de todo el cuerpo, en el cual
las palabras son apenas un ingrediente, le dan vida a un mundo poderoso y esencial,
donde la fantasía revela profundamente los dramas de la realidad y donde el juego y la
fiesta hacen aflorar espacios profundos de la conciencia. Mucho me habían hablado de su fantástica versión del Quijote, que no pude ver cuando
su compañía la trajo al Festival Iberoamericano de Teatro de 2004, pero sí vi en cambio
el Don Juan con el que participó en la versión de 2006, y fue entonces cuando conocí al
director. Estaba trabajando por entonces en el proyecto de un libro de imágenes y
textos sobre el teatro Malandro, que publicó Villegas Editores, y que es una muestra
exquisita de la estética que ha manejado la compañía a lo largo de tantos montajes, y
un catálogo visual de los espectáculos que ha llevado en sus giras por Europa y América.
Tuve entonces la oportunidad de escribir un texto con algunas reflexiones sobre ese
importante viaje de ida y vuelta que ha significado la labor de Ómar Porras,
interpretando desde su mirada americana la vasta tradición teatral europea, y llevando
de nuevo a Europa todos aquellos lenguajes transformados y enriquecidos por el
alambique de los mestizajes. En algunos encuentros posteriores, Ómar me declaró su deseo de que algún día
pudiéramos hacer algún trabajo juntos, y repetidas veces hablamos de su inquietud por
Bolívar, que me parecía más bien la prueba de un interés creciente suyo por la realidad
latinoamericana de la que había estado ausente muchos años. A finales del 2006 estuve en Francia. Ómar Porras acababa de convertirse en el primer
director de teatro latinoamericano en ser invitado a dirigir un montaje en la Comédie
Française, y me hizo el honor de invitarme a asistir no sólo a una jornada de trabajo con
sus actores sino a un ensayo en la propia sala de la Comédie donde se estrenaría la
obra. Fue para mí toda una experiencia visitar los talleres donde se elaboraban las
máscaras, los roperos que guardan los vestuarios lustrales del Teatro Francés, y detrás
de escena la maquinaria impresionante, precisa como un mecanismo de relojería, de las
escenografías correspondientes a las distintas obras que se exhiben en una misma
temporada en aquel teatro, telones, columnas y edificios que avanzan, se hunden o se
desplazan, movidos por un ejército de operarios, lejos de la vista de los espectadores.
Ómar estaba compartiendo conmigo los arcanos del teatro en uno de sus templos más
prestigiosos, y algo todavía más importante que ver el sistema circulatorio de aquel
cuerpo fantástico fue asistir a los ejercicios de entrenamiento, en los que el director
colombiano convertía a los grandes actores del teatro francés, espléndidos
declamadores de alejandrinos de Racine y de Molière, en signos actuantes, gesticulantes
y capaces de más ricos lenguajes corporales. Fue a comienzos del 2008 cuando la Dirección de Arte del Ministerio de Cultura de
Colombia invitó a Ómar Porras a desarrollar un proyecto teatral para la reinauguración
del teatro Colón de Bogotá, con motivo del Bicentenario de la Independencia en el 2010,
y Ómar encontró de pronto la oportunidad de convertir su viejo interés por Bolívar en la
semilla de un proyecto creador. Recuerdo que me buscó enseguida y me dijo que había
llegado la ocasión de trabajar juntos. No era necesario advertirle de mi total
inexperiencia en el mundo teatral, pero él se apresuró a decirme que lo que quería de
mí era básicamente un ejercicio literario, un texto o serie de textos sobre Bolívar y la
época de la Independencia, que alimentaran el proceso de creación. Se trataba ante todo de proveer ideas, información y temas a un proceso que a partir de
cierto momento contará, como todos los suyos, con la participación de un dramaturgo
especializado que dará forma final a la trama que vaya saliendo de la libre interpretación
de los textos y los temas por los actores, en un proceso cuya orientación es el trabajo
mismo, la capacidad expresiva de los actores y la dinámica de creación compartida.
Acepté gustoso, no sólo por la posibilidad de aprender de un proceso creador harto
estimulante, sino por la oportunidad de familiarizarme con un personaje como Bolívar,
del que tenía apenas la información básica que proveen la escuela y algunos libros
convencionales. Lo primero que sorprende de Bolívar, ese hombre de mármol y de bronce que está en
todas las plazas, y que les da su nombre a tantas calles y a tantas industrias, es que el
común de las gentes sabe muy poco de él. Para los latinoamericanos de hoy se diría que
Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una
figura que un destino. Por eso, cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la
abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Es fácil encontrar las que
escribieron Waldo Frank y Emil Ludwig, Salvador de Madariaga e Indalecio Liévano
Aguirre, pero ninguna tiene hoy más prestigio que la del alemán Gerhard Masur, prófugo
de los nazis, quien vivió en Colombia en los años cuarenta y elaboró en esta biografía
uno de los libros esenciales de la América Latina. Existen además numerosas
recreaciones testimoniales y literarias, desde las semblanzas que hicieron de él sus
contemporáneos como Perú de Lacroix, y libros apasionados como Mi Simón Bolívar, de
Fernando González, hasta novelas recientes como El general en su laberinto, de Gabriel
García Márquez, y las obras de Víctor Paz Otero. Uno de los agrados de todo comienzo es la cantidad de posibilidades que se abren. Nada
ordena que la obra sea una biografía, ni un relato cronológico, ni una secuencia de
batallas, ni la narración de unas victorias. Aproximarse al enigma de Bolívar es
asomarse al misterio de nuestro continente, y a medida que avanzamos en el
descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión. Nuestros primeros
diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas:
Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la
Ilustración y del romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se
ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la
estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus
generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de
dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la
revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de
América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones;
Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del
hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos;
Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora;
Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como
única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle
continuidad a un sueño ya amenazado por la historia. En nuestros siguientes encuentros empezamos a explorar posibilidades diversas para
tratar de entender al Libertador y sus hazañas no sólo desde dos siglos de distancia sino
desde la complejidad de la vida moderna. Después de los primeros intercambios, Ómar
comenzó a sentir la necesidad de que los lenguajes musicales de estas tierras entraran
en el juego de creación del espectáculo, y muy pronto surgió el proyecto de hacer un
taller de actuación con músicos vallenatos y con músicos llaneros, y nos pareció que no
habría escenario más adecuado para estas primeras búsquedas que la Quinta de San
Pedro Alejandrino, en Santa Marta, la última morada de Bolívar. Así se gestó la siguiente etapa de nuestro proyecto. ◘ A comienzos del año 2006, mientras visitábamos una librería de Chapinero, Ómar
Porras, a quien había conocido recientemente, me habló por primera vez de su interés
por la figura y la obra de Simón Bolívar, y de su deseo de leer algunos libros sobre el
Libertador. En aquella librería nos recomendaron varias biografías, pero noté que Ómar examinaba
con especial interés una cartilla antigua que había intentado contar, para escolares de
otro tiempo, la vida de Bolívar. Desde el comienzo he advertido que la mirada de este
director sobre los temas procura esquivar lo convencional, tal vez porque no está
tratando sólo de nutrir su pensamiento sino de estimular su sensibilidad y su
imaginación con imágenes poderosas y metáforas nuevas. El teatro de Ómar Porras y de la compañía Malandro, su espacio de creación en Suiza,
es una notable síntesis de lenguajes en la que convergen no sólo el magisterio de
grandes creadores de Oriente y de Occidente, sino tradiciones populares
latinoamericanas y europeas para producir obras de una sorprendente vitalidad.
Máscaras, coloridas escenografías, brillantes efectos escénicos, ensambles musicales, y
una exigente concepción de la actuación como un lenguaje de todo el cuerpo, en el cual
las palabras son apenas un ingrediente, le dan vida a un mundo poderoso y esencial,
donde la fantasía revela profundamente los dramas de la realidad y donde el juego y la
fiesta hacen aflorar espacios profundos de la conciencia. Mucho me habían hablado de su fantástica versión del Quijote, que no pude ver cuando
su compañía la trajo al Festival Iberoamericano de Teatro de 2004, pero sí vi en cambio
el Don Juan con el que participó en la versión de 2006, y fue entonces cuando conocí al
director. Estaba trabajando por entonces en el proyecto de un libro de imágenes y
textos sobre el teatro Malandro, que publicó Villegas Editores, y que es una muestra
exquisita de la estética que ha manejado la compañía a lo largo de tantos montajes, y
un catálogo visual de los espectáculos que ha llevado en sus giras por Europa y América.
Tuve entonces la oportunidad de escribir un texto con algunas reflexiones sobre ese
importante viaje de ida y vuelta que ha significado la labor de Ómar Porras,
interpretando desde su mirada americana la vasta tradición teatral europea, y llevando
de nuevo a Europa todos aquellos lenguajes transformados y enriquecidos por el
alambique de los mestizajes. En algunos encuentros posteriores, Ómar me declaró su deseo de que algún día
pudiéramos hacer algún trabajo juntos, y repetidas veces hablamos de su inquietud por
Bolívar, que me parecía más bien la prueba de un interés creciente suyo por la realidad
latinoamericana de la que había estado ausente muchos años. A finales del 2006 estuve en Francia. Ómar Porras acababa de convertirse en el primer
director de teatro latinoamericano en ser invitado a dirigir un montaje en la Comédie
Française, y me hizo el honor de invitarme a asistir no sólo a una jornada de trabajo con
sus actores sino a un ensayo en la propia sala de la Comédie donde se estrenaría la
obra. Fue para mí toda una experiencia visitar los talleres donde se elaboraban las
máscaras, los roperos que guardan los vestuarios lustrales del Teatro Francés, y detrás
de escena la maquinaria impresionante, precisa como un mecanismo de relojería, de las
escenografías correspondientes a las distintas obras que se exhiben en una misma
temporada en aquel teatro, telones, columnas y edificios que avanzan, se hunden o se
desplazan, movidos por un ejército de operarios, lejos de la vista de los espectadores.
Ómar estaba compartiendo conmigo los arcanos del teatro en uno de sus templos más
prestigiosos, y algo todavía más importante que ver el sistema circulatorio de aquel
cuerpo fantástico fue asistir a los ejercicios de entrenamiento, en los que el director
colombiano convertía a los grandes actores del teatro francés, espléndidos
declamadores de alejandrinos de Racine y de Molière, en signos actuantes, gesticulantes
y capaces de más ricos lenguajes corporales.
Fue a comienzos del 2008 cuando la
Dirección de Arte del Ministerio de Cultura de Colombia invitó a Ómar Porras a
desarrollar un proyecto teatral para la reinauguración del teatro Colón de Bogotá, con
motivo del Bicentenario de la Independencia en el 2010, y Ómar encontró de pronto la
oportunidad de convertir su viejo interés por Bolívar en la semilla de un proyecto
creador. Recuerdo que me buscó enseguida y me dijo que había llegado la ocasión de
trabajar juntos. No era necesario advertirle de mi total inexperiencia en el mundo
teatral, pero él se apresuró a decirme que lo que quería de mí era básicamente un
ejercicio literario, un texto o serie de textos sobre Bolívar y la época de la
Independencia, que alimentaran el proceso de creación. Se trataba ante todo de proveer ideas, información y temas a un proceso que a partir de
cierto momento contará, como todos los suyos, con la participación de un dramaturgo
especializado que dará forma final a la trama que vaya saliendo de la libre interpretación
de los textos y los temas por los actores, en un proceso cuya orientación es el trabajo
mismo, la capacidad expresiva de los actores y la dinámica de creación compartida.
Acepté gustoso, no sólo por la posibilidad de aprender de un proceso creador harto
estimulante, sino por la oportunidad de familiarizarme con un personaje como Bolívar,
del que tenía apenas la información básica que proveen la escuela y algunos libros
convencionales. Lo primero que sorprende de Bolívar, ese hombre de mármol y de bronce que está en
todas las plazas, y que les da su nombre a tantas calles y a tantas industrias, es que el
común de las gentes sabe muy poco de él. Para los latinoamericanos de hoy se diría que
Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una
figura que un destino. Por eso, cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la
abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Es fácil encontrar las que
escribieron Waldo Frank y Emil Ludwig, Salvador de Madariaga e Indalecio Liévano
Aguirre, pero ninguna tiene hoy más prestigio que la del alemán Gerhard Masur, prófugo
de los nazis, quien vivió en Colombia en los años cuarenta y elaboró en esta biografía
uno de los libros esenciales de la América Latina. Existen además numerosas
recreaciones testimoniales y literarias, desde las semblanzas que hicieron de él sus
contemporáneos como Perú de Lacroix, y libros apasionados como Mi Simón Bolívar, de
Fernando González, hasta novelas recientes como El general en su laberinto, de Gabriel
García Márquez, y las obras de Víctor Paz Otero. Uno de los agrados de todo comienzo es la cantidad de posibilidades que se abren. Nada
ordena que la obra sea una biografía, ni un relato cronológico, ni una secuencia de
batallas, ni la narración de unas victorias. Aproximarse al enigma de Bolívar es
asomarse al misterio de nuestro continente, y a medida que avanzamos en el
descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión. Nuestros primeros
diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas:
Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la
Ilustración y del romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se
ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la
estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus
generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de
dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la
revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de
América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones;
Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del
hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos;
Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora;
Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como
única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle
continuidad a un sueño ya amenazado por la historia.
En nuestros
siguientes encuentros empezamos a explorar posibilidades diversas para tratar de
entender al Libertador y sus hazañas no sólo desde dos siglos de distancia sino desde la
complejidad de la vida moderna. Después de los primeros intercambios, Ómar comenzó
a sentir la necesidad de que los lenguajes musicales de estas tierras entraran en el
juego de creación del espectáculo, y muy pronto surgió el proyecto de hacer un taller de
actuación con músicos vallenatos y con músicos llaneros, y nos pareció que no habría
escenario más adecuado para estas primeras búsquedas que la Quinta de San Pedro
Alejandrino, en Santa Marta, la última morada de Bolívar. Así se gestó la siguiente etapa de nuestro proyecto. ◘
II
Desde el primer momento,
Ómar Porras ha tenido la idea de que el espectáculo sobre Bolívar tendrá un importante
contenido musical. A partir del momento en que empezamos a hablar de Bolívar y del
significado de su gesta, el elemento musical comenzó a ganar espacio en los diálogos.
Pensamos que en la América Latina la música no es algo añadido a la existencia, sino una
fuerza vital: los pueblos viven musicalmente, y en sus primeros tiempos toda nuestra
canción popular tiene un marcado componente narrativo. Tanto los corridos mexicanos
como los tangos argentinos, los sones cubanos y los valsecitos criollos peruanos al
comienzo contaban historias. Se diría que la Revolución Mexicana puede seguirse,
episodio tras episodio, en los corridos que relatan lo mismo las hazañas y las desgracias
de los grandes personajes que la vida del pueblo, y los rumores y leyendas que cobraron
vida en esos hechos históricos.
Los dos ámbitos musicales que más podemos identificar con Bolívar, la música de los
llanos del Orinoco que hoy se expresan en pasajes, joropos y pajarillos con muchas
variantes instrumentales, y la música popular de los campesinos caribeños, expresada en
cumbias, porros, puyas y canciones vallenatas, nacieron contando historias. Ante la posibilidad de que haya músicos en el escenario, Ómar Porras, fiel a su estética,
concibió el proyecto de explorar y estimular las capacidades histriónicas de los músicos
populares o de despertarlas, y de allí nació la idea de organizar un taller con músicos
llaneros y vallenatos. Cuando pensamos dónde hacerlo, ningún espacio nos pareció tan
conveniente como la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde pasó
Bolívar sus últimos días y donde murió el 17 de diciembre de 1830. En su siguiente venida al país, Ómar Porras y Manolo Orjuela realizaron dos viajes para
entrevistar a músicos populares: uno a Valledupar, donde reunieron a numerosos
cultores de música vallenata, y otro a Villavicencio. Este segundo viaje se vio
interrumpido por la lamentable muerte de Fanny Mikey. Había sido precisamente la
subdirectora por ese entonces del Festival Iberoamericano de Teatro, Clarisa Ruiz, quien
cursó la primera invitación al teatro Malandro de Suiza para participar en el festival, y
logró con ello el primer retorno de Ómar Porras a su tierra de origen, después de
veinticinco años de ausencia, para presentar la obra Ay, Quijote. Con la presencia del equipo coordinador del teatro Malandro de Ginebra (Suiza), Ómar
Porras, su asistente Manolo Orjuela, el escritor William Ospina, y la coordinación del
Ministerio de Cultura, finalmente se realizó el taller en Santa Marta, en la última semana
de septiembre de 2008. De todos los escenarios históricos que recuerdan nuestra independencia, tal vez ninguno
está mejor conservado que la Quinta de San Pedro Alejandrino. Tanto sus construcciones
históricas como los espacios que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo transmiten
una sensación profunda de dignidad y de belleza. Los grandes árboles centenarios dan la
impresión de ser los mismos árboles donde suspendía su hamaca el Libertador hace dos
siglos, y los amplios jardines, llenos de pájaros y de cantos de pájaros, que a veces
cruzan las iguanas a paso lento, son visitados sin fin por escolares y turistas que ven en
esta quinta uno de los templos de la libertad del continente.
El monumento del recinto central es copia
exacta de otro que se hundió en el mar hace más de un siglo, de modo que Bolívar tiene
dos monumentos idénticos de mármol: uno en la Quinta de San Pedro Alejandrino y otro
en el fondo del Atlántico.
El sol, la brisa, el silencio, la amplitud de los jardines, la blancura de los muros, todo fue
propicio para el trabajo de creación, y el recuerdo de aquellos días en que Bolívar se
despidió de sus campañas y de sus naciones recién liberadas les daba un clima
conmovedor a nuestros ejercicios. La bella quinta existe desde hace por lo menos tres siglos, pero ha perdido la huella de
todos sus dueños y habitantes. Sólo está consagrada al recuerdo de un hombre que pasó
aquí apenas los últimos diez días de su vida. Este hecho basta para medir la dimensión
mitológica de Bolívar, su exaltación a una dimensión de leyenda por parte de sus propios
contemporáneos, leyenda que, por cierto, no ha abandonado la posteridad. Durante una semana se realizó el taller en San Pedro Alejandrino. La selección había sido
muy interesante, y desde el primer momento se procuró que los músicos entraran en el
escenario, y a través de máscaras asumieran papeles, dejaran salir al personaje que la
máscara les revelara. Los resultados, nos demostraron, la mayor parte de las veces, que
hay una tendencia natural a la actuación en muchos músicos populares. No sólo en los
jóvenes, que tienen la tentación del espectáculo, sino también en muchos músicos
mayores, que tienen ya una relación con el escenario, y con el público. Hubo primero un
taller de rutina básica, como los que realiza Ómar con sus actores en Europa. La actitud y
la conciencia del cuerpo, la atención profunda a los dictados del personaje, y la búsqueda
de que el actor desaparezca y el personaje ocupe todo el espacio de su ser durante la
actuación. Hicieron varios ejercicios de improvisación, empezando por la escogencia de
las máscaras y las instrucciones sobre el cuidado básico que hay que tener con ellas.
La presencia de las máscaras
en el teatro es antiquísima, pero en cada tradición teatral han llegado a ocupar un lugar
singular. Las máscaras de los espectáculos de Ómar Porras, que se hacen siempre a
partir de la experiencia de los actores y de la construcción de los personajes y se inspiran
en distintas tradiciones, tanto europeas, sobre todo de la Comedia dell’Arte italiana,
como asiáticas, de las danzas ceremoniales de Bali, representan además todo un trabajo
de artesanía. A lo largo de aquellos días no sólo vimos en acción la tradición musical de
dos regiones de Colombia, a veces con cultores muy jóvenes y talentosos, sino también
nacer actores que ni siquiera sospechaban que lo eran, y vivimos momentos de gran
creatividad y de compromiso con el arte en personas de muy distintas edades y
procedencias. Sólo unos cuantos de estos músicos serían escogidos al final, pero para
todos representó sin duda una experiencia valiosa en su carrera el haber accedido a un
taller de actuación con uno de los mejores directores contemporáneos de Europa, que
hacía un alto en su trabajo de dirección de espectáculos teatrales en Suiza y en Francia,
y de puesta en escena de grandes óperas en distintos lugares del mundo, para trabajar
con los músicos de su tierra. Pero el trabajo también consistió en la construcción de ensambles musicales dirigidos por
Erick, gran conocedor de la tradición musical colombiana y latinoamericana, quien a
veces, a partir de canciones conocidas, o de melodías simples, condujo a todo el grupo
de músicos en escena a momentos de gran entendimiento y coordinación. El ejercicio
consistía en ir acordando instrumentos y voces, tejer variaciones sobre ellos, aproximar
incluso las tradiciones de los llaneros y de los vallenatos, y producir también fusiones
nuevas. El escenario era propicio, y por momentos hasta la naturaleza alrededor pareció
contagiarse del espíritu de esos experimentos artísticos. Hubo un momento
especialmente mágico, cuando el crescendo de las voces y de los instrumentos iba
alcanzando una determinada tonalidad, y de repente el sonido de las chicharras pareció
sumarse en el tono adecuado a la música y poner a vibrar todo en el mismo registro. Fueron tantos los logros y los avances en ese primer experimento, que cuando al
terminar la semana la ministra de Cultura, María Paula Moreno, y la directora de Arte del
ministerio, Clarisa Ruiz, llegaron a Santa Marta para ver la conclusión del taller, les
costaba creer que aquellas personas que estaban en el escenario no hubieran actuado
nunca antes.
III
Una de nuestras primeras conversaciones
con Ómar Porras giró sobre el general desconocimiento de Bolívar por parte de las
nuevas generaciones. Bolívar se ha convertido en una estatua, y yo creo, le dije, que es
necesario devolverle su condición de ser viviente. Recordé los versos de Rubén Darío
sobre el modo como nos hemos olvidado de lo que fue Grecia, por acostumbrarnos a
verla como un montón de mármoles: En mi jardín se vio una estatua bella / se juzgó
mármol y era carne viva. Una primera posibilidad sería mostrar a Bolívar como una
estatua, y lograr que la estatua cobrara vida en el escenario, o que se desintegrara en
una serie de elementos que después cumplirían un papel en la narración de las
aventuras del héroe. Hablamos también del modo como podrían representarse las
batallas. Hay posibilidades abstractas y simbólicas, nos dijimos. No eran aquéllas unas
batallas sólo entre ejércitos europeos y ejércitos americanos, sino entre dos mundos y
sus representaciones imaginarias. Yo siento, le dije a Ómar, que hay que tener una
intensa presencia de la naturaleza, no sólo porque en la campaña libertadora de estas
regiones de América la naturaleza desempeñó un papel clave, sino porque el ejercicio
científico y estético de reconocimiento de la naturaleza americana que realizaron los
sabios y pintores de la Expedición Botánica de la Nueva Granada fue fundamental para
llenar de orgullo y de ansia de libertad a las generaciones ilustradas que hicieron la
Independencia. Esto nos llevó a explorar las ediciones de las láminas de la Expedición
Botánica, y Ómar concibió la posibilidad de que en las representaciones de las batallas
pudiéramos ver a los ejércitos americanos como fusionados o confundidos con la
naturaleza, como si enfrentaran la metralla y los cañones de los españoles con un
arsenal de lanzas vegetales, de flores que revientan y de semillas que arrojan sus
granos al estallar. Al mismo tiempo examinábamos las posibilidades que se abrían a la narración con la
presencia de los músicos en el escenario. Y así fueron saliendo las primeras tareas. La
más importante, profundizar en el conocimiento del personaje y en el establecimiento de
los episodios más convenientes para la narración. Lo mismo en nuestros encuentros
personales como en conversaciones telefónicas entre Colombia y Suiza, exploramos
posibilidades. Teníamos las obras biográficas sobre el Libertador, los documentos de
quienes lo conocieron, las obras escritas por él, discursos, proclamas y constituciones, y
finalmente su copiosa correspondencia, que tanto ayuda a imaginar al personaje. Así
creíamos ir viendo aparecer la obra en la distancia, pero no ignorábamos, aunque en
rigor tampoco presentíamos, las complejidades que la obra nos iba a plantear, a medida
que fuéramos conociendo al personaje y adentrándonos en su experiencia.
Una de las
primeras fue el descubrimiento de que la vida de Bolívar es una sucesión de episodios,
todos necesarios y todos brillantes. Ya su infancia y su adolescencia nos dejan ver a un
personaje excepcional. Después viene el proceso de su formación, la influencia a través
de su maestro de las grandes ideas de su tiempo, y luego su contacto personal con el
mundo europeo, con la corte española, con la Revolución Francesa, con los sueños de la
libertad y de la República. Cada uno de esos episodios daría para una obra entera: el
descubrimiento en París de su vocación libertadora, las primeras derrotas, el
enfrentamiento con sus propios hombres, el fusilamiento de Piar, la campaña triunfal
por el Orinoco, el Congreso de Angostura, la súbita inspiración casi demencial de cruzar
la cordillera y caer sobre los españoles en la Nueva Granada, el armisticio, la sucesión
de las batallas, sus complejas y cambiantes relaciones con Santander, su delirio sobre el
Chimborazo, el encuentro en Ecuador con todo el poder y con todo el amor, las grandes
batallas del sur, la formación de las repúblicas, su relación con Sucre, la tentación de la
dictadura, el choque con sus generales, el sentimiento de incomprensión y de derrota, la
melancolía final, la muerte de Sucre, el descenso por el río, la agonía, lo que ocurrió a
su muerte con su memoria.
Ante tal abundancia, la
siguiente tarea no es ya la del acopio de información sino una de selección y de síntesis.
Dado que no puede contarse todo, se debe decidir qué es lo que necesariamente hay
que contar, y cada decisión va modificando en mayor o menor grado la percepción del
proyecto. Empezamos a advertir que al comienzo el proyecto son decenas de proyectos
distintos, todos los lenguajes son posibles, todos los episodios son narrables, todos los
tonos son utilizables, el escenario es un universo de posibilidades, el personaje es una
multitud, la perspectiva de la narración múltiple. Viene la etapa de selección y de
voluntaria renuncia. Hay que afinar los sentidos porque es la obra la que debe hablar, la
que debe dictar su propia verdad, su anécdota, su tono y su ritmo. Más que asumirnos
como inventores de un relato, tenemos que ser los primeros oyentes de un relato que
está en la vida de Bolívar pero también en las vibraciones de nuestra época. Porque no
sólo estamos hablando de alguien sino hablándoles a unas personas: importa saber, o adivinar, qué saben y qué necesitan saber. ◘
TRES MOMENTOS DE BOLÍVAR
Estamos en Europa, en el mundo de las ideas y los diseños, a comienzos del siglo XIX.
Vientos revolucionarios lo llenan todo, pero lo que vemos es una revolución urbana y
europea, presidida por dioses de mármol, por palacios franceses, una suerte de barbarie
neoclásica donde las decapitaciones pueden figurarse solamente por una cinta roja en el
cuello. En medio de las barricadas de la revolución surge Bolívar, un típico jovencito
francés, joven, ágil, valiente, ilustrado, que se mueve entre libros y músicas románticas.
Primer monólogo de Bolívar. Ideales del romanticismo y el sueño de la libertad.
Este hijo de Rousseau y de Voltaire es un joven rico que alterna los libros con el vino y el
juego. Al fondo crecen las tempestades de la revolución, y ascienden los partidos, hasta que
se alza gigantesco Napoleón que lo domina todo.
Monólogo de Napoleón. El poder del imperio.
En las calles, debate sobre si Napoleón es la derrota de la Revolución Francesa o su
verdadera victoria.
El joven asume el estilo napoleónico, y empieza a imitar al hombre glorioso. Entonces
aparece Humboldt. Viene de América, arrastrando una fronda de selvas heráldicas, de
imágenes de Ilustración. Vestido con los diseños de la Expedición Botánica, habla de un
mundo exuberante y mágico, de selvas desmesuradas y de ríos infinitos. Bolívar ve pasar las
selvas y los ríos en forma de símbolos, telas o láminas, hojas y flores y frutos de la
naturaleza equinoccial: una selva ilustrada comprende plenamente que ese es el mundo al
que pertenece, y se siente llamado a ser el Libertador de esas tierras.
Monólogo de Humboldt. Descripción del mundo americano.
En Bolívar combaten los sueños y los fastos napoleónicos con esta vocación de su ser por
liberar las tierras vírgenes, el mundo equinoccial americano, al que vemos llegar en un estilo
pintoresco de paisajes románticos y dibujos exóticos. Todavía es un diletante, un dandi
sentimental y opulento, pero es entonces cuando aparece el rigor de su maestro Simón
Rodríguez, a quien había dejado de ver en Caracas años atrás.
Discurso de la disciplina, discurso de la libertad, del deber, de la responsabilidad, que lo
arrebata a los lujos y a la ostentación, y lo llama a la austeridad y al esfuerzo.
Bolívar pierde su gesto napoleónico y se convierte en un caminante esforzado y austero; un
hombre dominado por pasiones verdaderas y no por las ilusiones del espectáculo. Viajan por
los Alpes, morral al hombro, al reencuentro con los abismos y los vértigos. Y también con la
soledad. Bolívar empieza a comprender la enormidad de su misión.
Diálogo entre Bolívar y Rodríguez. El estado de postración del mundo americano. El sueño
de sembrar repúblicas en un suelo donde hay indios discriminados, negros esclavizados,
criollos tratados como inferiores. Cómo es mucho más difícil hablar de libertad, igualdad y
fraternidad en el mundo americano que en el mundo europeo.
Bolívar ve en Italia a Napoleón envuelto sólo en una capa negra y cubierto por un sombrero
sin insignias. Cambio de perspectiva: un hombre de lucha y no de ostentación. Vuelve a
encontrarse con Humboldt, ahora un hombre de estudio, dedicado a las piedras, a la
geología, al pensamiento. Ahora a Bolívar no lo están educando los salones y la gloria sino
el esfuerzo y la dificultad: comprende que su camino no será de lujos sino de dificultades y
sacrificios.
Bolívar jura en el Monte Sacro, estrechando la mano de su maestro y alzando su espada, que
no descansará hasta no dar libertad a su tierra. Juramento del Monte Sacro, y ecos de versos
románticos.
Los Alpes, con sus abismos, se convierten en las olas del océano, y Bolívar en la proa se
dispone a llegar a su tierra nativa. Las músicas cambian del estilo romántico europeo a los
soplos de cañas y vientos de tambores y trombas de agua del mundo americano. Empiezan a
escucharse las músicas del litoral y de la llanura, que cada vez ocuparán más el espacio.
PARTE II
En una playa solitaria, Bolívar empieza a encontrarse con las dificultades. Todo está en
manos de los enemigos. Todo aquel con quien quiere aliarse desconfía de él. Hay hombres
poderosos, como Miranda, que sólo creen en la alianza de los grandes poderes: unir a
Francia y a Inglaterra contra España, que es como unir al mar y al viento contra la tierra,
pero esas fuerzas cambian de rumbos y de alianzas, y nunca se logra triunfar.
Monólogo de Miranda, héroe de cien batallas, general norteamericano, francés y español,
amante de la emperatriz, soñador de la libertad, derrotado continuamente.
El suelo es ajeno, no es posible permanecer en él. Venezuela está en manos de los realistas y
de los rebeldes, pero cada rebelde maneja una pequeña región y no se une con los otros.
Bolívar comienza a comprender que el principal enemigo es la desunión de esas fuerzas, la
montaña no dialoga con el litoral, el río no se entiende con la llanura. Es como si el jaguar,
el cóndor y la serpiente, los tres niveles del mundo de la vieja tradición incaica, estuvieran
en guerra entre sí, de modo que los cazadores se apoderan de ellos y los dominan. Los
animales están en discordia, las selvas están en discordia, las aguas están en discordia.
Vuelan en desorden confuso los pájaros; cada quien prepara la rebelión de los monos o de
las serpientes, de los caimanes o de los papagayos. La tierra firme se hunde, la selva se
cierra como un muro, los ríos escapan y no se dejan navegar. Bolívar cae varias veces, como
Cristo, pero se vuelve más fuerte en contacto con la tierra nativa.
La selva no es ya una ilustración sino una realidad de maraña y de fango, hermosa pero
indócil, fecunda pero ingobernable. Es preciso armonizar las melodías que articulan los
distintos pájaros, que entren los sonidos de aguas y de árboles, que aquel bullicio se resuelva
en música, que el desorden de aves se vuelva bandada, que el tigre salga del agua y el
caimán baje del árbol. Bolívar tiene que poner a cada uno en su sitio, pues este es el papel
del jefe: encontrar en qué lugar cada uno de sus soldados puede cumplir verdaderamente su
función.
Discurso de Bolívar sobre la unión. El sueño de la unidad nacional y continental. Por qué no
se puede derrotar a los españoles si no se tiene un sueño continental.
Mariño, con cabeza de tiburón o de pelícano, como en los viejos atavíos indígenas, es el
hombre de los litorales. Bermúdez, delfín o tucán, es el hombre del Orinoco. Páez, tigre, o
chigüiro, u oso hormiguero, es el hombre de las llanuras. Santander, cóndor o venado, el
hombre de la sabana. Sucre, el ave. Flórez, el mono. Piar, la mariamulata. Representan las
virtudes de esos animales, a la manera indígena (mucho conviene romper con la tendencia
europea a identificar animales con vicios y defectos). El jaguar es valeroso, el delfín
inteligente, el pelícano obstinado, el cóndor altivo y majestuoso, el mono es ágil y gracioso,
la mariamulata es prudente y ágil. A veces son como geniecillos diminutos en una selva de
hierbas altas y de flores inmensas. Lo que antes fue diseño armonioso ahora es agobiante,
algo de microcosmos bellísimo pero también de inmanejable selva prehistórica.
Monólogo de Bolívar (fragmentos de sus cartas) en el que habla, por contraste con las
imágenes, en un lenguaje completamente político y castrense, de regiones y generales, de
provisiones y de armas, de alianzas internacionales, de los movimientos del enemigo. Y en
la escena lo que vemos son las soluciones simbólicas.
Bolívar tiene que poner a luchar a los elementos contra el invasor. El invasor tiene
uniformes europeos, cruces, símbolos, cañones, espadas: aunque también una estética de la
violencia: Inquisición, racismo, superstición. El nativo tiene como munición vainas enormes
llenas de semillas, espigas que estallan en granos, frutas que se abren como granadas de
colores, vientos de hojas y de polen (ver El rompimiento de la nuez, de Richard Dadd). El
pantano mismo es un personaje que a partir de cierto momento obedece las órdenes de
Bolívar y cubre regimientos con sus caballos y sus cañones (una voz en off nos habla de
cómo las tropas de Páez se hacían seguir de los regimientos españoles y en el último
momento se desviaban, dejando al enemigo sumergido en la ciénaga).
Bolívar ha triunfado en el Orinoco e inmediatamente hace un llamado para que se reúna un
congreso de diputados. El llano es libre. Bolívar es como Moisés ascendiendo al monte a
buscar una ley severa que impere sobre sus tropas. Lejos en Europa, los políticos leen el
periódico (Correo del Orinoco) y comprenden que aquellos guerreros no son tiranos de
aldea, ni sátrapas, sino estadistas que intentan crear instituciones, fundar repúblicas,
instaurar una legalidad en una tierra maltratada por siglos. Vienen entonces las brigadas
europeas a unirse a sus tropas. Byron en Italia sueña con ingresar en el ejército de Bolívar y
luchar por la libertad de estas naciones nuevas.
Monólogo de Byron en la proa de su barco Bolívar. El sueño de la libertad.
Es el momento del gran enfrentamiento de Bolívar con la naturaleza. Decide la acción más
temeraria y loca de su carrera: el paso de los Andes hacia la Nueva Granada, por gargantas
imposibles y páramos mortales, una región donde los españoles saben que el paso es
imposible. Después de infinitas penalidades logra tomarlos por sorpresa, derrotarlos en el
Pantano de Vargas y en Boyacá, asegurar la libertad de la Nueva Granada y comenzar la
cadena de sus triunfos continentales. Como relámpagos, como fulminaciones, se suceden
más y más allá las batallas: Carabobo, Pichincha, Ayacucho, Junín. España retrocede, las
montañas se doblegan, las ciudades se abren, los regimientos enemigos caen al mar, las
tropas descamisadas entran bajo lluvias de flores en las ciudades libres, los fantasmas de los
incas, de los aztecas, de los muiscas se alzan detrás como soles y lunas y pájaros de colores.
El arco iris de los incas se abre sobre la ciudad dorada de las montañas. Alguien labra una
corona para Bolívar.
PARTE III
Monólogo de Bolívar negándose a llevar la corona. Detrás de las nubes doradas vienen las
nubes negras. Con cada victoria, Bolívar se hace cada vez más innecesario. Él quiere seguir
la lucha por la libertad del continente, pero cada general quiere detenerse un poco y gobernar
su región.
Monólogo de Santander. ¿Cómo se pueden construir naciones si siempre hay que estar
pagando cuentas de nuevas batallas? ¿Cómo saber cuándo ha terminado la lucha y comienza
la hora de la paz? ¿Pueden vivir en paz los guerreros? Cuando ya han terminado sus luchas,
¿no sienten que los que van a beneficiarse de la paz no son los que se la ganaron? Quizás
todos necesitamos a Bolívar, pero también necesitamos que Bolívar no sea un hombre sino
un símbolo. Los hombres tienen pasiones, ambiciones, deseos, y la unidad continental es un
sueño que no se puede realizar. Construyamos nuestras naciones, cada una distinta de la
otra, y resolvamos lo urgente. Que Bolívar entienda las exigencias de la real política.
Monólogo de Bolívar. Mis triunfos son mis derrotas, cuantas más batallas gano, menos me
quieren mis hombres. Ahora les estorbo para sus pequeños proyectos. Nunca seremos
grandes si no tenemos un destino continental. ¿Vamos a repartir la selva y el río, la montaña
y el mar? Nuestra división será nuestra debilidad, y los grandes del mundo se beneficiarán
de nuestras rivalidades.
Todos quieren hacerlo rey sólo para que deje de ser general. Todos quieren hacerlo rey para
que se vuelva una figura decorativa y los deje gobernar sus países. Bolívar empieza a sentir
que ahora la guerra es contra él. Pero es en realidad el conflicto entre dos maneras de
entender la historia. Hegel acaba de decir que la tragedia es ese momento en que dos
posiciones distintas tienen ambas la razón y no logran encontrar una síntesis. El sueño de
Bolívar no tiene todavía un lugar en el tiempo, es apenas la hora de las repúblicas, falta
mucho para que se abra camino la conciencia de la necesidad de una unión continental, y
ésta quizás no será posible si no se han fundado y fortalecido las naciones. Bolívar vive en la
utopía, aún no hay tal lugar.
El fuego que arde en su ser empieza a consumirlo. Todos lo rechazan y lo hostilizan. Al ver
que la unión continental se rompe, Bolívar se traiciona a sí mismo y asume la dictadura,
última esperanza de sembrar un orden que no tiene lugar en el mundo. Sus propios amigos
entran a asesinarlo en su propia casa, y esa es la señal que anuncia la partida. Es hora de
descender por el río melancólico de la muerte. El río Magdalena, que fue escenario de sus
victorias, ahora ve pasar a la sombra del paseante solitario, al hombre que vislumbró el
futuro pero que no pudo entrar en él. Así lo había dicho Hölderlin de Rousseau.
Nuestra jornada humana, qué estrechos son sus límites.
Tú vives, ves, te asombras, y la tarde ha caído.
Duerme ahora en distancias infinitas, allá donde los años
De las naciones pasan y se esfuman.
Muchos hombres abarcan con la vista su tiempo,
Un Dios les muestra los espacios vírgenes.
Tú lleno de deseo te quedas en la orilla,
Eres sólo un escándalo para tus semejantes,
Una sombra, y no sientes ningún amor por ellos.
Pero aquellos que llamas por su nombre,
Esas nuevas presencias prometidas,
¿En dónde están, entonces?
Para que así una mano de amigo te conforte,
¿Por dónde se aproximan?, tú que hablas solitario.
Sólo un parco silencio en torno tuyo,
Pobre hombre,
Y prosigues tu marcha solitaria
Semejante a los muertos insepultos.
Tú los has escuchado,
Comprendiste su lengua desconocida,
Tú has leído en sus almas.
Para el hombre de profundos deseos un signo fue bastante,
Y los signos han sido
Desde el alba del tiempo la lengua de los dioses.
Y este hombre, oh prodigio, como si ya en su espíritu
Desde el origen mismo,
En su marcha total y en sus actos ilímites
Hubiera desposado la marcha de la vida,
Comprende al primer signo lo que habrá de cumplirse,
Y semejante al águila que siguen tempestades,
Con vuelo temerario,
Precediendo a sus dioses su espíritu campea,
Y anuncia su llegada.
Bolívar está febril cuando le llega la noticia del asesinato de Sucre y éste lo precipita en la
agonía (el cuento de Mutis). No se le ha ahorrado ninguna decepción. Todos los grandes
jefes sienten cierto alivio al pensar que está muriendo. Pero al día siguiente de su muerte
todos despiertan pensando que es un semidiós, convierten en mármol y en bronce aquella
carne demasiado ardiente, y desde entonces no hay calle, ni plaza ni aldea que no esté
presidida por su estatua. ¿Qué significan esas estatuas? En primer lugar, el arrepentimiento
de aquellos que lo abandonaron, la conciencia profunda de su ingratitud, pero también la
alegría de poder aprovecharse de su imagen. Cada uno se declara el dueño de la estatua, y en
nombre de ella justifica sus propios proyectos. Como nos dijo Borges: «La gloria es una
incomprensión, y quizás la peor».
Pero no sólo quedan sus estatuas sino también sus hechos y sus palabras. Es en ellas donde
sigue vivo, y preparando el futuro, y esperando.
PARTE I
Estamos en Europa, en el mundo de las ideas y los diseños, a comienzos del siglo XIX.
Vientos revolucionarios lo llenan todo, pero lo que vemos es una revolución urbana y
europea, presidida por dioses de mármol, por palacios franceses, una suerte de barbarie
neoclásica donde las decapitaciones pueden figurarse solamente por una cinta roja en el
cuello. En medio de las barricadas de la revolución surge Bolívar, un típico jovencito
francés, joven, ágil, valiente, ilustrado, que se mueve entre libros y músicas románticas.
Primer monólogo de Bolívar. Ideales del romanticismo y el sueño de la libertad.
Este hijo de Rousseau y de Voltaire es un joven rico que alterna los libros con el vino y el
juego. Al fondo crecen las tempestades de la revolución, y ascienden los partidos, hasta que
se alza gigantesco Napoleón que lo domina todo.
Monólogo de Napoleón. El poder del imperio.
En las calles, debate sobre si Napoleón es la derrota de la Revolución Francesa o su
verdadera victoria.El joven asume el estilo napoleónico, y empieza a imitar al hombre
glorioso. Entonces aparece Humboldt. Viene de América, arrastrando una fronda de selvas
heráldicas, de imágenes de Ilustración. Vestido con los diseños de la Expedición Botánica,
habla de un mundo exuberante y mágico, de selvas desmesuradas y de ríos infinitos. Bolívar
ve pasar las selvas y los ríos en forma de símbolos, telas o láminas, hojas y flores y frutos de
la naturaleza equinoccial: una selva ilustrada comprende plenamente que ese es el mundo al
que pertenece, y se siente llamado a ser el Libertador de esas tierras.
Monólogo de Humboldt. Descripción del mundo americano.
En Bolívar combaten los sueños y los fastos napoleónicos con esta vocación de su ser por
liberar las tierras vírgenes, el mundo equinoccial americano, al que vemos llegar en un estilo
pintoresco de paisajes románticos y dibujos exóticos. Todavía es un diletante, un dandi
sentimental y opulento, pero es entonces cuando aparece el rigor de su maestro Simón
Rodríguez, a quien había dejado de ver en Caracas años atrás.
Discurso de la disciplina, discurso de la libertad, del deber, de la responsabilidad, que lo
arrebata a los lujos y a la ostentación, y lo llama a la austeridad y al esfuerzo.
Bolívar pierde su gesto napoleónico y se convierte en un caminante esforzado y austero; un
hombre dominado por pasiones verdaderas y no por las ilusiones del espectáculo. Viajan por
los Alpes, morral al hombro, al reencuentro con los abismos y los vértigos. Y también con la
soledad. Bolívar empieza a comprender la enormidad de su misión.
Diálogo entre Bolívar y Rodríguez. El estado de postración del mundo americano. El sueño
de sembrar repúblicas en un suelo donde hay indios discriminados, negros esclavizados,
criollos tratados como inferiores. Cómo es mucho más difícil hablar de libertad, igualdad y
fraternidad en el mundo americano que en el mundo europeo.
Bolívar ve en Italia a Napoleón envuelto sólo en una capa negra y cubierto por un sombrero
sin insignias. Cambio de perspectiva: un hombre de lucha y no de ostentación. Vuelve a
encontrarse con Humboldt, ahora un hombre de estudio, dedicado a las piedras, a la
geología, al pensamiento. Ahora a Bolívar no lo están educando los salones y la gloria sino
el esfuerzo y la dificultad: comprende que su camino no será de lujos sino de dificultades y
sacrificios.
Bolívar jura en el Monte Sacro, estrechando la mano de su maestro y alzando su espada, que
no descansará hasta no dar libertad a su tierra. Juramento del Monte Sacro, y ecos de versos
románticos.
Los Alpes, con sus abismos, se convierten en las olas del océano, y Bolívar en la proa se
dispone a llegar a su tierra nativa. Las músicas cambian del estilo romántico europeo a los
soplos de cañas y vientos de tambores y trombas de agua del mundo americano. Empiezan a
escucharse las músicas del litoral y de la llanura, que cada vez ocuparán más el espacio.
PARTE II
En una playa solitaria, Bolívar empieza a encontrarse con las dificultades. Todo está en
manos de los enemigos. Todo aquel con quien quiere aliarse desconfía de él. Hay hombres
poderosos, como Miranda, que sólo creen en la alianza de los grandes poderes: unir a
Francia y a Inglaterra contra España, que es como unir al mar y al viento contra la tierra,
pero esas fuerzas cambian de rumbos y de alianzas, y nunca se logra triunfar.
Monólogo de Miranda, héroe de cien batallas, general norteamericano, francés y
español, amante de la emperatriz, soñador de la libertad, derrotado continuamente.
El suelo es ajeno, no es posible permanecer en él. Venezuela está en manos de los realistas y
de los rebeldes, pero cada rebelde maneja una pequeña región y no se une con los otros.
Bolívar comienza a comprender que el principal enemigo es la desunión de esas fuerzas, la
montaña no dialoga con el litoral, el río no se entiende con la llanura. Es como si el jaguar,
el cóndor y la serpiente, los tres niveles del mundo de la vieja tradición incaica, estuvieran
en guerra entre sí, de modo que los cazadores se apoderan de ellos y los dominan. Los
animales están en discordia, las selvas están en discordia, las aguas están en discordia.
Vuelan en desorden confuso los pájaros; cada quien prepara la rebelión de los monos o de
las serpientes, de los caimanes o de los papagayos. La tierra firme se hunde, la selva se
cierra como un muro, los ríos escapan y no se dejan navegar. Bolívar cae varias veces, como
Cristo, pero se vuelve más fuerte en contacto con la tierra nativa.
La selva no es ya una ilustración sino una realidad de maraña y de fango, hermosa pero
indócil, fecunda pero ingobernable. Es preciso armonizar las melodías que articulan los
distintos pájaros, que entren los sonidos de aguas y de árboles, que aquel bullicio se resuelva
en música, que el desorden de aves se vuelva bandada, que el tigre salga del agua y el
caimán baje del árbol. Bolívar tiene que poner a cada uno en su sitio, pues este es el papel
del jefe: encontrar en qué lugar cada uno de sus soldados puede cumplir verdaderamente su
función.
Discurso de Bolívar sobre la unión. El sueño de la unidad nacional y continental. Por qué no
se puede derrotar a los españoles si no se tiene un sueño continental.
Mariño, con cabeza de tiburón o de pelícano, como en los viejos atavíos indígenas, es el
hombre de los litorales. Bermúdez, delfín o tucán, es el hombre del Orinoco. Páez, tigre, o
chigüiro, u oso hormiguero, es el hombre de las llanuras. Santander, cóndor o venado, el
hombre de la sabana. Sucre, el ave. Flórez, el mono. Piar, la mariamulata. Representan las
virtudes de esos animales, a la manera indígena (mucho conviene romper con la tendencia
europea a identificar animales con vicios y defectos). El jaguar es valeroso, el delfín
inteligente, el pelícano obstinado, el cóndor altivo y majestuoso, el mono es ágil y gracioso,
la mariamulata es prudente y ágil. A veces son como geniecillos diminutos en una selva de
hierbas altas y de flores inmensas. Lo que antes fue diseño armonioso ahora es agobiante,
algo de microcosmos bellísimo pero también de inmanejable selva prehistórica.
Monólogo de Bolívar (fragmentos de sus cartas) en el que habla, por contraste con las
imágenes, en un lenguaje completamente político y castrense, de regiones y generales, de
provisiones y de armas, de alianzas internacionales, de los movimientos del enemigo. Y en
la escena lo que vemos son las soluciones simbólicas.
Bolívar tiene que poner a luchar a los elementos contra el invasor. El invasor tiene
uniformes europeos, cruces, símbolos, cañones, espadas: aunque también una estética de la
violencia: Inquisición, racismo, superstición. El nativo tiene como munición vainas enormes
llenas de semillas, espigas que estallan en granos, frutas que se abren como granadas de
colores, vientos de hojas y de polen (ver El rompimiento de la nuez, de Richard Dadd). El
pantano mismo es un personaje que a partir de cierto momento obedece las órdenes de
Bolívar y cubre regimientos con sus caballos y sus cañones (una voz en off nos habla de
cómo las tropas de Páez se hacían seguir de los regimientos españoles y en el último
momento se desviaban, dejando al enemigo sumergido en la ciénaga).
Bolívar ha triunfado en el Orinoco e inmediatamente hace un llamado para que se reúna un
congreso de diputados. El llano es libre. Bolívar es como Moisés ascendiendo al monte a
buscar una ley severa que impere sobre sus tropas. Lejos en Europa, los políticos leen el
periódico (Correo del Orinoco) y comprenden que aquellos guerreros no son tiranos de
aldea, ni sátrapas, sino estadistas que intentan crear instituciones, fundar repúblicas,
instaurar una legalidad en una tierra maltratada por siglos. Vienen entonces las brigadas
europeas a unirse a sus tropas. Byron en Italia sueña con ingresar en el ejército de Bolívar y
luchar por la libertad de estas naciones nuevas.
Monólogo de Byron en la proa de su barco Bolívar. El sueño de la libertad.
Es el momento del gran enfrentamiento de Bolívar con la naturaleza. Decide la acción más
temeraria y loca de su carrera: el paso de los Andes hacia la Nueva Granada, por gargantas
imposibles y páramos mortales, una región donde los españoles saben que el paso es
imposible. Después de infinitas penalidades logra tomarlos por sorpresa, derrotarlos en el
Pantano de Vargas y en Boyacá, asegurar la libertad de la Nueva Granada y comenzar la
cadena de sus triunfos continentales. Como relámpagos, como fulminaciones, se suceden
más y más allá las batallas: Carabobo, Pichincha, Ayacucho, Junín. España retrocede, las
montañas se doblegan, las ciudades se abren, los regimientos enemigos caen al mar, las
tropas descamisadas entran bajo lluvias de flores en las ciudades libres, los fantasmas de los
incas, de los aztecas, de los muiscas se alzan detrás como soles y lunas y pájaros de colores.
El arco iris de los incas se abre sobre la ciudad dorada de las montañas. Alguien labra una
corona para Bolívar.
PARTE III Monólogo de Bolívar negándose a llevar la corona. Detrás de las nubes doradas vienen las
nubes negras. Con cada victoria, Bolívar se hace cada vez más innecesario. Él quiere seguir
la lucha por la libertad del continente, pero cada general quiere detenerse un poco y gobernar
su región.
Monólogo de Santander. ¿Cómo se pueden construir naciones si siempre hay que estar
pagando cuentas de nuevas batallas? ¿Cómo saber cuándo ha terminado la lucha y comienza
la hora de la paz? ¿Pueden vivir en paz los guerreros? Cuando ya han terminado sus luchas,
¿no sienten que los que van a beneficiarse de la paz no son los que se la ganaron? Quizás
todos necesitamos a Bolívar, pero también necesitamos que Bolívar no sea un hombre sino
un símbolo. Los hombres tienen pasiones, ambiciones, deseos, y la unidad continental es un
sueño que no se puede realizar. Construyamos nuestras naciones, cada una distinta de la
otra, y resolvamos lo urgente. Que Bolívar entienda las exigencias de la real política.
Monólogo de Bolívar. Mis triunfos son mis derrotas, cuantas más batallas gano, menos me
quieren mis hombres. Ahora les estorbo para sus pequeños proyectos. Nunca seremos
grandes si no tenemos un destino continental. ¿Vamos a repartir la selva y el río, la montaña
y el mar? Nuestra división será nuestra debilidad, y los grandes del mundo se beneficiarán
de nuestras rivalidades.
Todos quieren hacerlo rey sólo para que deje de ser general. Todos quieren hacerlo rey para
que se vuelva una figura decorativa y los deje gobernar sus países. Bolívar empieza a sentir
que ahora la guerra es contra él. Pero es en realidad el conflicto entre dos maneras de
entender la historia. Hegel acaba de decir que la tragedia es ese momento en que dos
posiciones distintas tienen ambas la razón y no logran encontrar una síntesis. El sueño de
Bolívar no tiene todavía un lugar en el tiempo, es apenas la hora de las repúblicas, falta
mucho para que se abra camino la conciencia de la necesidad de una unión continental, y
ésta quizás no será posible si no se han fundado y fortalecido las naciones. Bolívar vive en la
utopía, aún no hay tal lugar.
El fuego que arde en su ser empieza a consumirlo. Todos lo rechazan y lo hostilizan. Al ver
que la unión continental se rompe, Bolívar se traiciona a sí mismo y asume la dictadura,
última esperanza de sembrar un orden que no tiene lugar en el mundo. Sus propios amigos
entran a asesinarlo en su propia casa, y esa es la señal que anuncia la partida. Es hora de
descender por el río melancólico de la muerte. El río Magdalena, que fue escenario de sus
victorias, ahora ve pasar a la sombra del paseante solitario, al hombre que vislumbró el
futuro pero que no pudo entrar en él. Así lo había dicho Hölderlin de Rousseau.
Nuestra jornada humana, qué
estrechos son sus límites.
Tú vives, ves, te asombras, y la tarde ha caído.
Duerme ahora en distancias infinitas, allá donde los años
De las naciones pasan y se esfuman.
Muchos hombres abarcan con la vista su tiempo,
Un Dios les muestra los espacios vírgenes.
Tú lleno de deseo te quedas en la orilla,
Eres sólo un escándalo para tus semejantes,
Una sombra, y no sientes ningún amor por ellos.
Pero aquellos que llamas por su nombre,
Esas nuevas presencias prometidas,
¿En dónde están, entonces?
Para que así una mano de amigo te conforte,
¿Por dónde se aproximan?, tú que hablas solitario.
Sólo un parco silencio en torno tuyo,
Pobre hombre,
Y prosigues tu marcha solitaria
Semejante a los muertos insepultos.
Tú los has escuchado,
Comprendiste su lengua desconocida,
Tú has leído en sus almas.
Para el hombre de profundos deseos un signo fue bastante,
Y los signos han sido
Desde el alba del tiempo la lengua de los dioses.
Y este hombre, oh prodigio, como si ya en su espíritu
Desde el origen mismo,
En su marcha total y en sus actos ilímites
Hubiera desposado la marcha de la vida,
Comprende al primer signo lo que habrá de cumplirse,
Y semejante al águila que siguen tempestades,
Con vuelo temerario,
Precediendo a sus dioses su espíritu campea,
Y anuncia su llegada.
Bolívar está febril cuando le llega la noticia del asesinato de Sucre y éste lo precipita en la
agonía (el cuento de Mutis). No se le ha ahorrado ninguna decepción. Todos los grandes
jefes sienten cierto alivio al pensar que está muriendo. Pero al día siguiente de su muerte
todos despiertan pensando que es un semidiós, convierten en mármol y en bronce aquella
carne demasiado ardiente, y desde entonces no hay calle, ni plaza ni aldea que no esté
presidida por su estatua. ¿Qué significan esas estatuas? En primer lugar, el arrepentimiento
de aquellos que lo abandonaron, la conciencia profunda de su ingratitud, pero también la
alegría de poder aprovecharse de su imagen. Cada uno se declara el dueño de la estatua, y en
nombre de ella justifica sus propios proyectos. Como nos dijo Borges: «La gloria es una
incomprensión, y quizás la peor».
Pero no sólo quedan sus estatuas sino también sus hechos y sus palabras. Es en ellas donde
sigue vivo, y preparando el futuro, y esperando.
MÓNOLOGO DEL LANCERO
Por Willian Ospina
Yo no recuerdo nada tanto como el día en que
Bolívar nos dijo que íbamos a cruzar la cordillera. Cuando uno es del llano, a uno lo
mueve el sol, a uno lo viste el viento: cualquiera se tropieza cuando no hay horizonte.
Tal vez el tigre coma carne cruda: a uno le gusta la ternera asada cuando la tarde es
tibia y tiene estrellas. Pero en aquellos días se había estancado la guerra. Nos habíamos
hecho dueños del llano, pero los enemigos seguían por todas partes, y daban mucha
lidia. «Aquí en el Orinoco nos sentimos seguros —decía el general—, pero tarde o
temprano van a venir, van a quitarnos todo… y más». «Aquí uno no ha ganado nada si
no lo gana todo».
«Algo hay que hacer», decía, y miraba los montes. Nosotros no queríamos que mirara
los montes. Porque un llanero no le tiene miedo a nada, ni al tigre ni a la culebra, ni al
alacrán ni a la borrasca, sino al frío. Aquí por la mañana hay leche tibia, y los terneros
braman, y es como música, y si el trabajo es duro el arpa es buena y llena toda el alma.
Y eso que el alma es grande como el llano. Lo cierto es que Bolívar miraba esas
montañas y ya nos daba frío de sólo verlas. Eso era un muro negro, parecía una
amenaza, nadie le tenía ganas. Y espiábamos la cara de Bolívar; iban y venían cuentos
por la tropa. «Que sí, que no, que ni siquiera él se atreve a tanto». Eso es la muerte…
pa’ qué voy a negarlo: nos daba miedo a todos. «Por esos pasos no caben estas
tropas», le dijo alguien. Y ahí fue cuando Bolívar contestó: «Por donde pasa un hombre
pasa un ejército». Y dio la orden de cruzar las montañas. ¡Ay, Virgen madre! Hubo un
silencio que se oía. A más de uno se le helaron las tripas. Había un inglés muy alegrito
él, saludador y bravo. Sólo lo más difícil le gustaba, y fue el primero que se llenó de
entusiasmo. A otro le oí decir por allá atrás, y como remordiendo las palabras: «Si se
quieren morir que se suiciden solos». Nadie le dijo nada, porque el derecho al pataleo
existe. De modo que Bolívar dio la orden… y empezó aquello. Porque no era cruzar una
montaña cualquiera. Subimos por las piedras y los barrancos, dejando atrás esa tierra
caliente, y esas vertientes tibias; arrastrando cañones, cargando bultos, cuidando
pólvora, empujando sueños. Y de pronto, ya casi no servían los caballos. Yo sé que
siempre pintan al general como un Napoleón, cruzando las montañas en un caballo fino.
Pero también Napoleón andaba en mula, al lomo de una mula por los Alpes, nos lo contó
el propio Bolívar en los páramos. Los potros son pa’l llano, y los caballos que andan bien bonito son para caminar por alfombras.
La mula es
pa’l peñasco. Remontamos las cumbres y empezó el viento. No era el viento del llano
que corre como un cuatro, era un viento que muerde, que chuza, y esos vientos que
silban todo el día nos arrancaban a jirones la ropa, nos fueron encuerando. Al final, sólo
quedaban las telas de unas ruanas embarradas y rotas. ¡Qué miseria! Anduvimos un
tiempo por pantanos, con los bultos en alto. Después hubo algún bosque, pero bajó la
niebla, y el mediodía era una noche blanca. Uno cree estar ciego, pero hay fantasmas,
fantasmas de guaduales y de helechos, de piedras húmedas, fantasmas de cascadas. Y
no les cuento el hambre. Sentíamos en la oreja el ala de los buitres, y el precipicio lleno
de gallinazos. Se murió mucha gente, y es difícil seguir avanzando cuando queda un
amigo allí tirado, que uno no puede sepultar sin que sean dos los muertos. Dormíamos
en montón, para abrigarnos, pero por la mañana había que desprenderse de algún
abrazo frío. Esos difuntos no querían quedarse. Pero los que avanzábamos no es que
estuviéramos vivos: más bien éramos muertos que seguían caminando. Lo único cierto
es que cada día nos levantábamos menos. Y unos pocos llegamos solamente porque
Dios es muy grande. Pero lo peor de todo es que sabíamos que si lográbamos
desprendernos de ese hielo que tulle y ese pozo que traga, del hambre que se lo come a
uno por dentro y de la niebla que apaga los ojos, allá, esperando, estaba el enemigo,
bien armado y bien fuerte. Y claro que Bolívar sabía lo que había hecho: nadie podía
esperar jamás que alguien brotara por aquellas gargantas. Las Queseras del Medio, el
Pantano de Vargas. Allí sirvieron otra vez los caballos; yo estuve en el asalto, y a veces
me parece que la fuerza sólo estaba en las lanzas. Nadie podía creerlo. Éramos nada
contra todo, y en Boyacá otra vez ganamos. Esos dueños del mundo como que no salían
del asombro. Que lo derrote a uno una tropa de muertos, una tropa de espantos. Y me
parece ver al general Bolívar en aquellas jornadas. También parecía muerto, salvo si lo
mirabas a los ojos. Porque en esos ojos les digo que ardía un fuego terrible. Las brasas
de una decisión que valía por todos. En la noche más oscura, en esos ojos había un sol
que sólo él veía. Porque había decidido ganar, ganar un mundo, y hasta cuando estaba
más perdido aquel hombre ya era dueño de un mundo. Hasta con un ejército de
muertos, con ese pobre batallón de fantasmas, pudo caer sobre los enemigos y
fulminarlos como un rayo. Ya con un pie en la tumba, y en el último instante, lo
conquistamos todo. Esas tierras quedaron empedradas de huesos, el viento llora en las
cuchillas, pero vencimos a la muerte, y desde entonces nadie pudo borrarnos. Por eso,
si algún día pasas por esos páramos, y si remueves con un hueso las piedras, verás que,
alguna vez, en esas cuencas estuvo una mirada.
Monólogo de Miranda
¿Han visto ustedes alguna vez toda una vida derrumbarse en un solo día? Ese día, para
mí, fue el 30 de julio de 1812. Yo, que recorrí el mundo entero buscando la liberación de
mi patria, que derroté a los ingleses en Norteamérica, en la batalla de Pensacola; yo,
que fui procesado por la Santa Inquisición por el delito de tener muchos libros; yo, que
en una negociación exitosa obtuve de Inglaterra para España la cesión de las islas
Bahamas; yo, que tuve en mis brazos en Nueva York a la hermosa Susana Livingston;
yo, que salí de Boston en un amanecer a bordo de la fragata Neptuno rumbo a las
tempestades de la Revolución Francesa; yo, que dirigí tropas en la corte de Federico el
Grande de Prusia; yo, que vi como en un sueño las mezquitas de Constantinopla; yo,
que fui llevado a Kiev por el príncipe Potemkin, para conocer a Catalina de Rusia; yo,
que estuve en el lecho de la emperatriz; yo, que fui héroe de la Revolución y mariscal
de Francia, y que he visto mi nombre inscrito allí donde no está el nombre de ningún
otro americano, en el Arco del Triunfo de París; yo, que fui general del ejército de la
Convención; yo, que fui arrestado varias veces durante el reinado del Terror de
Maximiliano Robespierre, sólo viví y luché la vida entera para liberar a Venezuela y al
continente americano de la dominación española, y año tras año moví todas las ruedas
de la política para cumplir mi sueño de fundar un gran país que se llamaría Colombia.
Pero un día comprendí que Europa sólo pensaba en sí misma, y que la libertad que
pregonaban todos sólo valía para ellos; nadie creía que también la mereciéramos los
hijos de América. Entonces me fui solo con mis soldados a liberar mi tierra, y desplegué
la bandera de los tres colores, amarillo, azul y rojo, que yo mismo había diseñado, en
los fuertes de Coro, pero nadie respondió a mi llamado. La gente de mi tierra no creía
que la libertad fuera posible, y tuve que regresar desengañado y vencido. Tenía ya
sesenta años, y casi había perdido la esperanza. Pero un día, en Londres, apareció
Simón Bolívar. Tenía la mitad de mis años y estaba lleno de energía y de ideales. Y me
convenció de que volviera a Caracas, donde habían proclamado la independencia, y que dirigiera la guerra de la libertad.
Y en 1811 me convertí en el presidente de mi país, y designé a Bolívar comandante del
fuerte de Puerto Cabello, el más importante de toda la república. Pero entonces
empezaron las desgracias. Los españoles atacaban, nuestras tropas eran débiles, sin
experiencia militar, y carecían de toda disciplina. Y cuando Bolívar perdió el fuerte de
Puerto Cabello, yo sentí que Venezuela estaba herida en el corazón, que España
vencería, que iba a haber un baño de sangre y que todos los patriotas serían pasados
por las armas. Entonces acepté firmar un armisticio, tratando de salvar siquiera la
esperanza, y dejando el país otra vez en manos de los españoles. Pero Bolívar, que
había sido mi amigo, que era quien me había convencido de venir, sintió que aquello era
una rendición, que yo había entregado la causa de la revolución, y en mi propia cara me
acusó de traidor. Fue hasta La Guaira con sus hombres y me tomó prisionero, antes de
que yo pudiera embarcarme en el Sapphire para irme al exilio. Él quería fusilarme, pero
uno de sus hombres me entregó al enemigo, y aprovechando aquellos hechos los
españoles se negaron a cumplir lo que habíamos acordado en el armisticio. Y el 30 de
julio de 1812 se derrumbó mi vida. Sesenta años dedicados a la causa de la libertad
desembocaron en esta prisión siniestra, donde sólo están presentes los fantasmas de mi
vida, donde hay seres que me acechan, cosas antiguas que me sobresaltan y un coro de
sombras que golpea las paredes, abriendo una puerta terrible que no lleva a la libertad
sino a la muerte.
NOTAS DEL TRABAJO Y REFLEXIONES DEL AUTOR
Por Omar Porras
Por Omar Porras
El Libertador Viene a mi mente aquella pintura en la que se ve al Libertador en su lecho de muerte,
rodeado de amigos, oficiales, curas, médicos. Todos los que representan a la república
le rinden homenaje. Siento que es una absurda contradicción, cuando el mismo Bolívar
nos cuenta su sentimiento de abandono y de soledad por haber sido expulsado de su
propia patria. Pienso en el féretro que unos hombres de corbata cargaban con
ceremoniosa paciencia, y en todos los objetos que reinaban como trofeos en la
habitación que lo vio morir: el jarrón con las flores, los cuadros, el espejo, las
porcelanas de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Imagino que todas esas cosas, los
cubiertos, los manteles, las cortinas, quieren echárselas en el ataúd para que se vaya
con todo. Pero en el último momento llega un encapuchado y le arrebata la espada… ¿Cómo darle vida a un diario dos siglos más tarde y pronunciar su gravedad sin
traicionarlo? ¿Cómo mantenerse vivo y devolver a la historia su presencia? ¿Cómo
seguir siendo hombres nuevos y no traicionar lo que hemos sido? ¿Cómo llevar nuestro
propio cuerpo muerto y encontrarle una sepultura? ¿Tener que enterrar a Bolívar? Desenterrarlo no creo que sea la necesidad. ¿Muerto
está? Para encontrar sus palabras, sus mensajes, terminar la ceremonia que quedó en
suspenso. Sí, la primera imagen es el recuerdo de la pintura de Quijano: Bolívar en el
lecho de muerte, el inicio del camino hacia su entierro. Una procesión… Ya no llevamos
santos ni vírgenes. El ícono, el hermano, el padre, el dios, el redentor. Es él. ¿Cómo
revivir en nosotros lo que ya está muerto? ¿Quién es nuestro padre? Es un símbolo. Entonces me digo: ¿quién es mi padre? El mío... el del actor… el del exiliado que se
alejó de sus padres y de sus orígenes, de su lengua materna y de sus tradiciones, y que
aprendió a conocer otros padres, otros idiomas, otros lenguajes. Que adoptó por familia
a un grupo inestable de actores, una tropa itinerante de teatro, y encontró en cada
ciudad, en cada teatro, una parcela, símbolo de su hogar, de su tierra, de su patria.
¿Quién es mi padre ahora que sigo con la misma familia de adopción? Pienso en este
texto y en este espectáculo de Wajdi, en la herencia que tengo, y que tenemos los
bolivarianos, los colombianos, de un pasado, de una historia que todavía no hemos
desenredado y que acaso tampoco hemos olvidado. Son las sensaciones que me invaden hoy al leer este texto. ¿Cuáles son la dimensión y
el paralelo de nuestra historia, que no ha sido contada, pero que contiene la misma
intensidad, la misma pulsación y el mismo respiro de Sófocles o de una tragedia
histórica shakesperiana? Otra pieza clave de esta trayectoria es la primera imagen de El general en su laberinto,
cuando su criado lo da por muerto al descubrirlo flotando en una bañera llena de aguas
depurativas. Esa reflexión que leí en un ensayo de William, en la que comenta que casi
todos los textos de García Márquez comienzan con una imagen o una alegoría de la
muerte. Todo su último viaje es una agonía. La vida de Bolívar que conocemos a través
de García Márquez es un adiós por el camino que lo lleva a Santa Marta. Y Víctor Paz
Otero le hace decir en La agonía erótica: «Hoy ha comenzado el movimiento de la
muerte en mis entrañas, percibo su voz como una música sucia y multitudinaria que se
engendra en la profundidad de mis huesos y convierte este último trayecto de mi vida
en un estar desparramado sobre la confusa sombra de recuerdos que me agobian y
confunden…». Otra vez la relación del Libertador con la muerte. Estoy pensando en el Libertador, en la libertad, en la forma de contar esta historia… Y
me pregunto de pronto: «¿Qué historia cuento?». «¿La historia de quién? ¿De
quiénes?». Si no me cuestiono, si no me pregunto qué es lo que busco ahora, y sobre
todo por qué lo hago, no tendrá sentido ningún argumento que encuentre para inventar
un espectáculo. De hecho, no se trata de montar un espectáculo. Se trata de empezar
primero a despojarme de unos reflejos aprendidos, vicios con los que he encontrado un
camino que ya no quiero repetir. Con su espectáculo Seuls, Wadji Mahouad me ha traído
una invitación a encontrarme conmigo mismo, a despojarme de esos reflejos. Hacer este
viaje para encontrarme con mi patria, con mi lengua materna, quizás con el silencio que
he mantenido durante veinticinco años, con este idioma que he desaprendido y con esos
reflejos que he logrado adaptar a mi cotidianidad, y que han ido construyendo una
máscara; máscara que sin duda me ha sido útil para contar las historias de otros. «La
quête, c’est la tentative de découvrir le monde, l’odissée c’est la tentative de rentrer
chez soi». Una frase de George Banu en el texto de Seuls. Otra pregunta que surge de esa lectura es cierta coincidencia que encuentro frente a la
parábola del hijo pródigo del Evangelio según San Lucas, capítulo XV. Como dice Wajdi,
«Leer la parábola». Y está también la pintura de Rembrandt. La cuna, la cama, el ataúd, la sepultura. El cementerio, la fosa común. Un trasteo de
ángeles expulsados del cielo. Hombres que nacen de esa tierra oscura. Hombres-ángeles
del exterminio.
La tierra engendra a la misma madre de los hombres. La vida nace de ella. Su grito de
nacimiento. El canto a la vida. Un soplo, un paso, una danza. El cuerpo, el brazo, la
pierna, la mano. La bota, la pala, el azadón, la ceniza, el tizón. La foto del padre, de la madre. El manto que cubre a los hijos. El ala del cóndor, el pico
de oro. El tema de la muerte se impone. Pienso en mi madre y en mi padre, los dos ya muertos.
Al pensar en ellos, en su muerte, vuelvo a la imagen del cementerio, de la fosa común,
y al cráneo de Yorick en Hamlet. Yorick, el bufón del rey, siempre me ha parecido el
personaje más enigmático de la obra de Shakespeare. Pensando ahora en Shakespeare
y haciendo el paralelo con Bolívar, obviamente me encuentro a Julio César. El teatro se
encuentra en esta historia. Los hombres, los sabios, el poeta. El tirano, el obrero. Van vestidos de andrajos. Las
tres corbatas. Los colores del alma. El luto, el duelo, la luz, el oro, el rojo, la sangre. Este es el acto de regresar a la casa, a la patria. Obviamente, está la cuestión del
idioma. La ida y la vuelta. La partida y el regreso. Pero ¿regreso en realidad a algún
lugar? Otro elemento que conquista mi corazón es la música. ¿Por qué la música
vallenata y la música llanera? Hablamos con frecuencia de su relación con la narrativa, y
la narrativa sin duda tiene otra relación con el poeta. Podría ser la Cantata del
Libertador. Como en Il Combattimento di Tancredi e Clorinda, de Monteverdi, escrito por
Torcuato Tasso. El canto del solista acentúa la tensión dramática del texto. En el campo
de batalla se encuentran el amor y la guerra. Tancredo, héroe cristiano, está enamorado
de la sarracena Clorinda. En el campo de batalla luchan sin reconocerse; él cree que ella
es un hombre, pues juntos van con armaduras: él a caballo, ella a pie. Tancredo hiere
mortalmente a Clorinda y demasiado tarde la reconoce. «¡Ah! ¡Triste visión!» El
guerrero que mata a su amor, mata su propia libertad por la que lucha… «Escribir o soñar muchas cosas que nunca pude conversarte, pues nuestro tiempo
compartido estuvo siempre atravesado de urgencias y premuras, donde las palabras
fueron escasas o muchas veces fueron arrojadas a la hoguera compasiva del silencio».
Palabras de Manuelita Sáenz (Víctor Paz Otero). Vendredi 20 mars 2009. Théâtre Forum de Meyrin. ◘ Concepción y edición general de esta separata: Revista Número Ediciones:
www.revistanumero.com correo electrónico:[email protected] Diseño: ILC.iNK/Lemoine Comunicación Fotografías: Julián Arango Corrección: Elkin Rivera Transcripción de textos: Rocío Navarro Traducción de los textos al francés: Tania Roelens Impresión: Panamericana Formas e Impresos Omar Porras es un reconocido actor y director de teatro nacido en Bogotá en 1963. A los
veinte años viaja a París, sin dinero y apenas con unas pocas palabras de francés,
trabaja en restaurantes y con marionetas en el metro. Después de estudiar en París
durante cinco años, viaja a Ginebra donde funda en 1990 el Teatro Malandro, como
centro de creación, formación e investigación. En Suiza es considerado como uno de los
más importantes creadores dramáticos vivos, en virtud de su visión particular de los
grandes clásicos. La importancia del gesto y del movimiento, la sublimación de la
representación y la esencia del teatro definen su trabajo. Todo esto, sumado a la
espontaneidad que le da la combinación entre sus profundas raíces colombianas y su
largo recorrido en Europa, lo llevaron a merecer una invitación de La Comédie Française
para dirigir un montaje en París. Escogió Pedro y el comendador de Lope de Vega,
montaje por cual obtuvo dos nominacines al Premio Molière en mayo de 2007. Porras es
el único latinoamericano que ha recibido el reconocimiento honorífico de ser invitado a
dirigir La Comédie Française. William Ospina (Padua, Tolima, 1954). Poeta, ensayista, traductor y miembro fundador
de la revista Número. Publicó en el 2005 Ursúa, su primera novela, y en el 2008 El país
de la canela, segunda novela de la trilogía sobre la conquista y el descubrimiento del río
Amazonas, que lo hizo merecedor del Premio Rómulo Gallegos 2009. Por su libro Los
nuevos centros de la esfera obtuvo el Premio de Ensayo 2003 de Casa de las Américas. Escribe en medios de comunicación de América y Europa. Ha publicado varios libros de
ensayo, entre los que se destacan Es tarde para el hombre, Un álgebra embrujada,
¿Dónde está la franja amarilla?, Los nuevos centros de la esfera, La decadencia de los
dragones, La herida en la piel de la diosa y América mestiza. Y de poesía, como África,
El país del viento, ¿Con quién habla Virginia caminando por la arena?, Hilo de arena y La
luna del dragón; los anteriores libros se encuentran recopilados en Poesía 1974-2004,
de Revista Número Ediciones y Arte Dos Gráfico. El Libertador Viene a mi mente aquella pintura en la que se ve al Libertador en su lecho de muerte,
rodeado de amigos, oficiales, curas, médicos. Todos los que representan a la república
le rinden homenaje. Siento que es una absurda contradicción, cuando el mismo Bolívar
nos cuenta su sentimiento de abandono y de soledad por haber sido expulsado de su
propia patria. Pienso en el féretro que unos hombres de corbata cargaban con
ceremoniosa paciencia, y en todos los objetos que reinaban como trofeos en la
habitación que lo vio morir: el jarrón con las flores, los cuadros, el espejo, las
porcelanas de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Imagino que todas esas cosas, los
cubiertos, los manteles, las cortinas, quieren echárselas en el ataúd para que se vaya
con todo. Pero en el último momento llega un encapuchado y le arrebata la espada… ¿Cómo darle vida a un diario dos siglos más tarde y pronunciar su gravedad sin
traicionarlo? ¿Cómo mantenerse vivo y devolver a la historia su presencia? ¿Cómo
seguir siendo hombres nuevos y no traicionar lo que hemos sido? ¿Cómo llevar nuestro
propio cuerpo muerto y encontrarle una sepultura? ¿Tener que enterrar a Bolívar? Desenterrarlo no creo que sea la necesidad. ¿Muerto
está? Para encontrar sus palabras, sus mensajes, terminar la ceremonia que quedó en
suspenso. Sí, la primera imagen es el recuerdo de la pintura de Quijano: Bolívar en el
lecho de muerte, el inicio del camino hacia su entierro. Una procesión… Ya no llevamos
santos ni vírgenes. El ícono, el hermano, el padre, el dios, el redentor. Es él. ¿Cómo
revivir en nosotros lo que ya está muerto?
¿Quién es nuestro padre? Es un símbolo. Entonces me digo: ¿quién es mi padre? El mío... el del actor… el del exiliado que se
alejó de sus padres y de sus orígenes, de su lengua materna y de sus tradiciones, y que
aprendió a conocer otros padres, otros idiomas, otros lenguajes. Que adoptó por familia
a un grupo inestable de actores, una tropa itinerante de teatro, y encontró en cada
ciudad, en cada teatro, una parcela, símbolo de su hogar, de su tierra, de su patria.
¿Quién es mi padre ahora que sigo con la misma familia de adopción? Pienso en este
texto y en este espectáculo de Wajdi, en la herencia que tengo, y que tenemos los
bolivarianos, los colombianos, de un pasado, de una historia que todavía no hemos
desenredado y que acaso tampoco hemos olvidado. Son las sensaciones que me invaden hoy al leer este texto. ¿Cuáles son la dimensión y
el paralelo de nuestra historia, que no ha sido contada, pero que contiene la misma
intensidad, la misma pulsación y el mismo respiro de Sófocles o de una tragedia
histórica shakesperiana? Otra pieza clave de esta trayectoria es la primera imagen de El general en su laberinto,
cuando su criado lo da por muerto al descubrirlo flotando en una bañera llena de aguas
depurativas. Esa reflexión que leí en un ensayo de William, en la que comenta que casi
todos los textos de García Márquez comienzan con una imagen o una alegoría de la
muerte. Todo su último viaje es una agonía. La vida de Bolívar que conocemos a través
de García Márquez es un adiós por el camino que lo lleva a Santa Marta. Y Víctor Paz
Otero le hace decir en La agonía erótica: «Hoy ha comenzado el movimiento de la
muerte en mis entrañas, percibo su voz como una música sucia y multitudinaria que se
engendra en la profundidad de mis huesos y convierte este último trayecto de mi vida
en un estar desparramado sobre la confusa sombra de recuerdos que me agobian y
confunden…». Otra vez la relación del Libertador con la muerte. Estoy pensando en el Libertador, en la libertad, en la forma de contar esta historia… Y
me pregunto de pronto: «¿Qué historia cuento?». «¿La historia de quién? ¿De
quiénes?». Si no me cuestiono, si no me pregunto qué es lo que busco ahora, y sobre
todo por qué lo hago, no tendrá sentido ningún argumento que encuentre para inventar
un espectáculo. De hecho, no se trata de montar un espectáculo. Se trata de empezar
primero a despojarme de unos reflejos aprendidos, vicios con los que he encontrado un
camino que ya no quiero repetir. Con su espectáculo Seuls, Wadji Mahouad me ha traído
una invitación a encontrarme conmigo mismo, a despojarme de esos reflejos. Hacer este
viaje para encontrarme con mi patria, con mi lengua materna, quizás con el silencio que
he mantenido durante veinticinco años, con este idioma que he desaprendido y con esos
reflejos que he logrado adaptar a mi cotidianidad, y que han ido construyendo una
máscara; máscara que sin duda me ha sido útil para contar las historias de otros. «La
quête, c’est la tentative de découvrir le monde, l’odissée c’est la tentative de rentrer
chez soi». Una frase de George Banu en el texto de Seuls.
Otra pregunta que surge de esa lectura es cierta coincidencia que encuentro frente a la
parábola del hijo pródigo del Evangelio según San Lucas, capítulo XV. Como dice Wajdi,
«Leer la parábola». Y está también la pintura de Rembrandt. La cuna, la cama, el ataúd, la sepultura. El cementerio, la fosa común. Un trasteo de
ángeles expulsados del cielo. Hombres que nacen de esa tierra oscura. Hombres-ángeles
del exterminio. La tierra engendra a la misma madre de los hombres. La vida nace de ella. Su grito de
nacimiento. El canto a la vida. Un soplo, un paso, una danza. El cuerpo, el brazo, la
pierna, la mano. La bota, la pala, el azadón, la ceniza, el tizón. La foto del padre, de la madre. El manto que cubre a los hijos. El ala del cóndor, el pico
de oro. El tema de la muerte se impone. Pienso en mi madre y en mi padre, los dos ya muertos.
Al pensar en ellos, en su muerte, vuelvo a la imagen del cementerio, de la fosa común,
y al cráneo de Yorick en Hamlet. Yorick, el bufón del rey, siempre me ha parecido el
personaje más enigmático de la obra de Shakespeare. Pensando ahora en Shakespeare
y haciendo el paralelo con Bolívar, obviamente me encuentro a Julio César. El teatro se
encuentra en esta historia. Los hombres, los sabios, el poeta. El tirano, el obrero. Van vestidos de andrajos. Las
tres corbatas. Los colores del alma. El luto, el duelo, la luz, el oro, el rojo, la sangre. Este es el acto de regresar a la casa, a la patria. Obviamente, está la cuestión del
idioma. La ida y la vuelta. La partida y el regreso. Pero ¿regreso en realidad a algún
lugar? Otro elemento que conquista mi corazón es la música. ¿Por qué la música
vallenata y la música llanera? Hablamos con frecuencia de su relación con la narrativa, y
la narrativa sin duda tiene otra relación con el poeta. Podría ser la Cantata del
Libertador. Como en Il Combattimento di Tancredi e Clorinda, de Monteverdi, escrito por
Torcuato Tasso. El canto del solista acentúa la tensión dramática del texto. En el campo
de batalla se encuentran el amor y la guerra. Tancredo, héroe cristiano, está enamorado
de la sarracena Clorinda. En el campo de batalla luchan sin reconocerse; él cree que ella
es un hombre, pues juntos van con armaduras: él a caballo, ella a pie. Tancredo hiere
mortalmente a Clorinda y demasiado tarde la reconoce. «¡Ah! ¡Triste visión!» El
guerrero que mata a su amor, mata su propia libertad por la que lucha… «Escribir o soñar muchas cosas que nunca pude conversarte, pues nuestro tiempo
compartido estuvo siempre atravesado de urgencias y premuras, donde las palabras
fueron escasas o muchas veces fueron arrojadas a la hoguera compasiva del silencio».
Palabras de Manuelita Sáenz (Víctor Paz Otero).
Vendredi 20 mars 2009. Théâtre Forum de Meyrin.
Concepción y edición general de esta separata: Revista Número Ediciones:
www.revistanumero.com correo electrónico: [email protected]
Diseño: ILC.iNK/Lemoine Comunicación Fotografías: Julián Arango Corrección: Elkin Rivera
Transcripción de textos: Rocío Navarro Traducción de los textos al francés: Tania Roelens
Impresión: Panamericana Formas e Impresos
Omar Porras es un reconocido actor y director de teatro nacido en Bogotá en 1963. A
los veinte años viaja a París, sin dinero y apenas con unas pocas palabras de francés,
trabaja en restaurantes y con marionetas en el metro. Después de estudiar en París
durante cinco años, viaja a Ginebra donde funda en 1990 el Teatro Malandro, como
centro de creación, formación e investigación. En Suiza es considerado como uno de los
más importantes creadores dramáticos vivos, en virtud de su visión particular de los
grandes clásicos. La importancia del gesto y del movimiento, la sublimación de la
representación y la esencia del teatro definen su trabajo. Todo esto, sumado a la
espontaneidad que le da la combinación entre sus profundas raíces colombianas y su
largo recorrido en Europa, lo llevaron a merecer una invitación de La Comédie Française
para dirigir un montaje en París. Escogió Pedro y el comendador de Lope de Vega,
montaje por cual obtuvo dos nominacines al Premio Molière en mayo de 2007. Porras es
el único latinoamericano que ha recibido el reconocimiento honorífico de ser invitado a
dirigir La Comédie Française.
William Ospina (Padua, Tolima, 1954). Poeta, ensayista, traductor y miembro
fundador de la revista Número. Publicó en el 2005 Ursúa, su primera novela, y en el
2008 El país de la canela, segunda novela de la trilogía sobre la conquista y el
descubrimiento del río Amazonas, que lo hizo merecedor del Premio Rómulo Gallegos
2009. Por su libro Los nuevos centros de la esfera obtuvo el Premio de Ensayo 2003 de
Casa de las Américas.Escribe en medios de comunicación de América y Europa. Ha
publicado varios libros de ensayo, entre los que se destacan Es tarde para el hombre,
Un álgebra embrujada, ¿Dónde está la franja amarilla?, Los nuevos centros de la esfera,
La decadencia de los dragones, La herida en la piel de la diosa y América mestiza. Y de
poesía, como África, El país del viento, ¿Con quién habla Virginia caminando por la
arena?, Hilo de arena y La luna del dragón; los anteriores libros se encuentran
recopilados en Poesía 1974-2004, de Revista Número Ediciones y Arte Dos Gráfico.