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    109NUEVA SOCIEDAD 163Soberana sin territorialidad

    Arjun Appadurai

    Palabras clave: globalizacin, Estado-nacin, identidades, territorialidad, nacionalismos.

    En este ensayo se discute la crisis del Estado-nacin a partir del

    problema de la territorialidad. Desde fenmenos como los nuevos

    nacionalismos, los grandes movimientos migratorios, la produccin

    de localidades, el surgimiento de translocalidades y la fuerza de iden-

    tidades trasnacionales, parece ser que la idea de soberana territo-

    rial vinculada al Estado est cada vez ms alejada del concepto de

    nacin y de sus nuevos significados en la poca contempornea. Qui-

    z la mayor peculiaridad del Estado-nacin moderno fue la nocin

    de que las fronteras territoriales podan mantener indefinidamente

    las fbulas de singularidad tnica.

    En un trabajo anterior argument que debamos comenzar a vernos msall de la nacin1. En este ensayo me propongo ahondar en ese argu-mento, poniendo bajo la lupa una dimensin tributaria de la forma de nacin

    moderna: la territorialidad. Reconozco, con Anderson2, que la nacin es algo

    imaginario, pero tambin entiendo la contraparte crucial de su punto de vis-

    ta: que es la imaginacin lo que tendr que llevarnos ms all de la nacin.

    Por lo tanto, lo que viene a continuacin es un trabajo crtico de la imagina-

    cin que reconoce la dificultad, muy bien expresada por Shapiro, de cons-

    truir geografas morales postsoberanas

    3

    .

    Despus de los acuerdos relacionados con los tratados de paz de Westfalia de

    1648, el principio embrionario de la soberana territorial pas a ser el con-

    Notas para una geografa posnacional

    ARJUN APPADURAI: profesor de Antropologa en la Universidad de Chicago.

    Nota: Este trabajo fue publicado enNovos Estudos N 49, 11/1997, Cebrap, San Pablo, pp.33-46; y originalmente lo ha sido en P. Yeager (ed.): The Geography of Identity, University of

    Michigan Press, Ann Arbor, 1996, pp. 40-58.

    1. Arjun Appadurai: Patriotism and Its Futures enPublic Culture 5(3), 1993, pp. 411-429.

    2. Benedict Anderson: Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of

    Nationalism, Verso, Londres, 1983.3. Michael J. Shapiro: Moral Geographies and the Ethics of Post-Sovereignty en Public

    Culture 6(3), 1994, pp. 479-502.

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    cepto fundamental del Estado-nacin4. Muchas otras nociones influyeron en

    la autoimagen y autonarrativa culturales posteriores, entre ellas ideas sobre

    el lenguaje, el origen comn, la sangre y otras concepciones delethnos. Sin

    embargo la justificacin poltica y jurdica y la base del sistema de Estados-

    nacin es la soberana territorial, por ms complejas que sean sus connota-

    ciones y por ms delicado que sea su manejo en los escenarios postimperiales5.

    Nacionalidad y localidad

    Mientras el nacionalismo (sea lo que ello signifique) est dando seales de

    recrudecimiento, el Estado-nacin moderno, como una organizacin compac-

    ta e isomrfica de territorio,ethnos y aparato gubernamental, est atrave-

    sando una crisis de envergadura. En otros trabajos present mi opinin so-

    bre las condiciones trasnacionales de esa crisis6, mi evidencia sobre el surgi-

    miento de importantes formaciones sociales no nacionales y ciertamente

    posnacionales7, y una perspectiva de la produccin globalizada de localidad

    en el mundo contemporneo8. No voy a volver ahora sobre esas observacio-

    nes previas, pero voy a parafrasearlas en los prrafos siguientes porque son

    el antecedente de los argumentos que plantear aqu9.

    La produccin de localidad10, como una dimensin de la vida social, como una

    estructura de sentimiento, y en su expresin material en la copresencia

    viva11, enfrenta dos dificultades en todo orden posnacional. Por una parte, la

    4. En muchas fuentes se discute la importancia de ese momento. Una discusin interesantese encuentra en Hans Gross:Empire and Sovereignty: A History of the Public Law Literature

    in the Holy Roman Empire, 1599-1804, University of Chicago Press, Chicago, 1973. Gross

    ubica los tratados de Westfalia en el contexto de una discusin ms amplia de la evolucin

    del derecho pblico en el Sacro Imperio Romano en los siglos XVII y XVIII.

    5. Para una interesante discusin del principio de la soberana territorial en el marco del

    derecho internacional, y sus excentricidades durante y despus del gobierno colonial en

    Africa, v. Malcolm Shaw: Title to Territory in Africa: International Legal Issues, Claredon

    Press, Oxford, 1986.

    6. Arjun Appadurai: Disjuncture and Difference in the Global Economy enPublic Culture

    2(2) 1990, pp. 1-24.

    7. Arjun Appadurai: Patriotism and Its Futures, cit.

    8. Arjun Appadurai:Modernity at Large: Cultural Dimensions of Globalization, University

    of Minnesota Press, Minnepolis, 1996.

    9. El presente texto refleja un momento de transicin entre dos extensos proyectos de inves-

    tigacin, uno centrado en la dinmica cultural del movimiento de la cultura global, y otro,

    que apenas comienza, sobre la relacin entre la teora social liberal y la idea moderna del

    Estado-nacin. En muchos sentidos se trata apenas de un trabajo preliminar, y no aborda

    algunos problemas importantes afines. En el presente ensayo se omiten dos grandes reas

    que son relevantes para esta discusin. La primera es la relacin entre la crisis de la sobe-

    rana territorial que describ en otros trabajos y las acciones del capitalismo colonial en las

    ex-colonias de Africa, el Medio Oriente y Asia. Tambin est la cuestin histrica ms am-

    plia de hasta dnde la crisis que describ ha sido siempre parte de la historia del Estado-

    nacin occidental, tanto en la esfera de la teora poltica como en las acciones materiales y

    actuales de las formaciones nacionales. Estos son asuntos que considero de gran importan-

    cia y que me propongo tratar en un trabajo futuro sobre el tema.10. Ibd.

    11. Deidre Boden y Harvey L. Molotch: The Compulsion of Proximity en R. Friedland y D.

    Boden (eds.): NowHere Space, Time and Modernity, University of California Press, Berkeley,

    1994.

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    produccin de localidad desafa el orden y el sentido del orden del Estado-

    nacin. Por otra, la movilidad humana en el contexto de la crisis del Estado-

    nacin estimula el surgimiento de translocalidades. Ms adelante abordare-

    mos esa doble dificultad.

    La labor de producir localidades, en el sentido de que estas son mundos

    existenciales constituidos por asociaciones relativamente estables, historias

    relativamente conocidas y compartidas, y espacios y lugares recorridos y ele-

    gibles colectivamente, muchas veces est reida con los proyectos del Esta-

    do-nacin. En parte eso se debe a que los compromisos y pertenencias que

    caracterizan las subjetividades locales (algunas veces mal etiquetadas como

    primordiales) son ms apremiantes, continuos y a ratos ms perturbado-

    res de lo que puede permitirse el Estado-nacin. Se debe tambin a que los

    recuerdos de los sujetos locales y sus apegos a sus vecindarios, a los nombres

    de las calles, a sus paseos y refugios callejeros favoritos, a sus momentos y

    lugares para congregarse y escapar, en varias ocasiones estn en desacuerdo

    con la necesidad del Estado-nacin de mantener una vida pblica regulada.

    Por otro lado, en la naturaleza de la vida local est el desarrollo parcialmen-

    te contrastado respecto de otras localidades, produciendo unos contextos pro-

    pios de otredad (espacial, social y tcnica), contextos que tal vez no satisfa-

    gan las necesidades de estandarizacin espacial y social que son un requisito

    del sujeto-ciudadano moderno.

    Paradjicamente, para el Estado-nacin los movimientos humanos carac-tersticos del mundo contemporneo son una amenaza tan peligrosa como

    los apegos de los sujetos locales a la vida local. Las formas de circulacin

    humana caractersticas del mundo contemporneo amenazan el isomorfis-

    mo de gente, territorio y soberana legtima que constituye la carta norma-

    tiva del Estado-nacin moderno. Hoy en da se reconoce ampliamente que la

    movilidad humana es un aspecto ms definitivo que excepcional de la vida

    social del mundo en que vivimos. El trabajo, tanto el ms sofisticado e in-

    telectual, como del tipo ms humildemente proletario, impulsa a la gente a

    emigrar, a veces ms de una vez. Las polticas de los Estados-nacin, en par-

    ticular las dirigidas a poblaciones consideradas como potencialmente sub-versivas, crean una mquina de movimiento perpetuo donde los refugiados

    de una nacin se mudan a otra, creando ah nuevas inestabilidades que cau-

    san a su vez ms intranquilidad social y por lo tanto ms migraciones por

    motivos sociales12. Por consiguiente, las necesidades de produccin de gen-

    te13 de un Estado-nacin pueden significar desasosiego tnico y social para

    sus vecinos, originando crculos viciosos de limpieza tnica, migracin forza-

    da, xenofobia, paranoia estatal y ms limpieza tnica. Europa oriental en

    general, y Bosnia-Herzegovina en particular, son tal vez los ejemplos ms

    12. A. Zolberg, A. Sahrke y S. Aguayo:Escape from Violence: Conflict and the Refugee Crisis

    in the Developing World, Oxford University Press, Oxford, 1989.

    13. Etienne Balibar: The Nation Form: History and Ideology en E. Balibar e I. Wallerstein

    (eds.):Race, Nation, Class: Ambiguos Identities, Verso, Londres, 1991.

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    trgicos y complejos de tales procesos de domin Estado/refugiados. En mu-

    chos de esos casos, individuos y comunidades enteras entran en guetos, cam-

    pos de refugiados, campos de concentracin o reservaciones, de donde mu-

    chas veces nadie se mueve.

    Otras formas de movimiento demogrfico se crean por la existencia o la pro-

    mesa de oportunidades econmicas (esto es cierto para gran parte de la mi-

    gracin asitica hacia los pases petroleros del Medio Oriente). Otras son

    creadas por grupos de trabajadores especializados en constante movimiento

    (soldados de las Naciones Unidas, tcnicos petroleros, especialistas en desa-

    rrollo, trabajadores agrcolas, etc.). Otra forma ms de movimiento, particu-

    larmente en el Africa sub-sahariana, se relaciona con sequas y hambrunas,

    muchas veces unidas a alianzas calamitosas entre Estados corruptos y orga-

    nismos internacionales oportunistas. En otras comunidades la lgica del

    movimiento la proporcionan las industrias del tiempo libre que crean sitios

    de turismo en todo el mundo. La etnografa de esas locaciones tursticas ape-

    nas est comenzando a escribirse en detalle14, pero lo poco que sabemos nos

    sugiere que muchas de ellas crean condiciones complejas para la produccin

    y reproduccin de localidad, en donde nexos matrimoniales, laborales, co-

    merciales y de tiempo libre entrelazan poblaciones circulantes con varios ti-

    pos de locales, para formar localidades que en un sentido pertenecen a

    Estados-nacin particulares, pero que desde otro punto de vista son lo que

    podramos denominar translocalidades.

    Las translocalidades vienen en muchas formas distintas y, como una catego-

    ra emergente de organizacin humana, merecen una atencin esmerada.

    Las zonas fronterizas se estn volviendo ahora espacios de circulacin com-

    pleja y cuasi legal de bienes y personas. La frontera entre Estados Unidos y

    Mxico es un ejemplo excelente de un tipo de translocalidad. En forma simi-

    lar, muchas zonas tursticas podran describirse como translocalidades, aun

    cuando nominalmente puedan estar dentro de la jurisdiccin de Estados-

    nacin particulares. Todas las zonas de libre comercio son hasta cierto punto

    translocalidades. Por ltimo, todo gran campo de refugiados, albergue de

    inmigrantes o vecindad de exilados o de manos de obra extranjera, es unatranslocalidad.

    Muchas ciudades se estn convirtiendo en translocalidades sustancialmente

    divorciadas de sus contextos nacionales. Tales ciudades se dividen en dos

    tipos: los grandes centros econmicos, tan profundamente involucrados en el

    comercio exterior, las finanzas, la diplomacia y los medios de comunicacin

    que se han transformado en islas culturales con referentes nacionales muy

    dbiles. Como ejemplos de este tipo de ciudad tenemos a Hong Kong, Van-

    14. El trabajo de Jacqueline McGibbon, del Departamento de Antropologa de la Universi-

    dad de Chicago, quien est realizando un estudio de la aldea de St. Anton en los Alpes

    tiroleses, me ha estimulado a pensar en las complejidades de la reproduccin cultural en

    translocalidades tursticas.

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    couver y Bruselas. Por otro lado hay ciudades que se estn tornando tambin

    en translocalidades ya sea a causa de los procesos econmicos globales que

    las unen entre s ms de lo que estn unidas a sus naciones, o a causa de

    guerras civiles implosivas, instigadas trasnacionalmente: ejemplos de este

    segundo tipo son Sarajevo, Beirut, Belfast y Mogadiscio. Ms adelante me

    referir de nuevo a la relevancia de las translocalidades.

    Voy a proponer algunas formas de examinar la situacin actual del principio

    fundamental del Estado-nacin moderno, la soberana territorial, en el tipo

    de mundo que he descrito, no como un estrecho asunto legal o jurisdiccional,

    sino como un asunto mucho ms amplio, de carcter cultural y filiativo.

    Soberanas mviles

    En todo el planeta est creciendo el problema de los inmigrantes, los dere-

    chos culturales y la proteccin estatal de refugiados, ya que muy pocos Esta-

    dos tienen formas eficaces de definir la relacin entre ciudadana, nacimien-

    to, filiacin tnica e identidad nacional. En ninguna parte la crisis es tan

    clara como en la Francia contempornea, donde el esfuerzo de diferenciar la

    poblacin argelina dentro del pas est amenazando con desmoronar el ci-

    miento mismo de las ideas francesas sobre la ciudadana plena, y revelar la

    raz profundamente racial de la ideologa francesa sobre los marcadores cul-

    turales de la identidad nacional. Tambin en muchos otros pases la raza, el

    nacimiento y la residencia estn creando conflictos de uno u otro tipo.

    Una de las causas del problema es que las concepciones modernas de ciuda-

    dana, unidas a varias formas de universalismo democrtico, tienden a exi-

    gir un pueblo homogneo con paquetes estandarizados de derechos, pero las

    realidades del pensamiento etnoterritorial en las ideologas culturales del

    Estado-nacin demandan que se discrimine entre diferentes categoras de

    ciudadanos, aun cuando todos vivan en el mismo territorio. El estatus civil (o

    el no estatus) de los palestinos con respecto al Estado de Israel es apenas el

    ejemplo extremo de esa contradiccin. El acomodo de esos principios encon-

    trados es cada vez ms un proceso violento e incivilizado.

    Con la liberalizacin econmica mundial lleg tambin una forma de libera-

    lizacin cultural que invita a los ciudadanos que emigraron al exterior a

    reinvertir en sus naciones de origen, especialmente si todava no han cam-

    biado sus pasaportes. La India, por ejemplo, tiene la categora de Non Resi-

    dent Indian o NRI (ciudadano no residente en el pas). En estos momentos,

    con la euforia interminable por el fin del comunismo y de la economa dirigi-

    da, as como la oleada de entusiasmo por la ampliacin del mercado y el libre

    comercio, los NRIs tienen derechos especiales mantenidos por fuerzas na-

    cionales y regionales que buscan repatriar a la India dinero y conocimiento.Es as que bancos, Estados y empresarios privados, en su deseo de captar

    estos conocimientos y capitales, se comprometen a tratos especiales con los

    NRIs, particularmente en lo que se refiere a impuestos, derechos de propie-

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    dad y libertad de movimiento para entrar y salir de la India. Al mismo tiem-

    po, en sus vidas en EEUU, numerosas comunidades indias diaspricas estn

    involucradas a fondo en reproducir la identidad hind para ellos y sus

    descendientes, y en ese intento se han convertido en activos promotores de

    movimientos y organizaciones hindes de ala derecha en la India. Estamos

    hablando de una cuestin muy compleja que habra que tratar en detalle en

    otra oportunidad, pero vale la pena destacar el vnculo entre la poltica cul-

    tural de los NRIs, que los involucra en la poltica comunal de la India, y la

    disposicin de intereses estatales y capitalistas hindes a extenderles dere-

    chos econmicos extraterritoriales.

    Esta suerte de paradoja territorial (derechos especiales para ciudadanos que

    viven fuera del territorio nacional) es parte de un conjunto ms amplio de

    procesos geogrficos posnacionales. Existe una tensin creciente entre los

    asuntos de la soberana territorial y los de seguridad militar y defensa, como

    se observa en las campaas, a travs de la ONU, demandando inspecciones

    in situ en Irak y Corea del Norte. Del mismo modo, y tal como se observa en

    Hait, Somalia y Bosnia, la diferencia entre guerra civil y guerra interna-

    cional es cada vez menos clara. Por ltimo, algunos debates en Amrica del

    Norte, Japn y Europa sobre el Tlcan y el GATT indican que las conquistas

    comerciales de territorios se ven cada vez ms como amenazas a la sobera-

    na y la integridad territorial: un excelente ejemplo es el pnico de los fran-

    ceses a una americanizacin mediada por los productos hollywoodenses. Por

    consiguiente, los peligros que amenazan la soberana no siempre estn rela-cionados con la guerra, la conquista y la defensa de las fronteras. La integri-

    dad territorial y la integridad nacional no siempre son cuestiones consisten-

    tes o simultneas.

    El Estado y los ciudadanos pueden llegar a valorar el espacio nacional en

    formas diferentes. Al Estado le interesan tpicamente la tributacin, el or-

    den y la estabilidad general, mientras que desde el punto de vista de los ciu-

    dadanos el territorio implica derechos de movimiento, derechos de asilo y

    derechos de subsistencia. Por lo tanto, es preciso distinguir suelo de terri-

    torio (hijos de este suelo). Mientras el suelo es una cuestin de discursoespacializado y originario sobre la pertenencia, el territorio trata de la inte-

    gridad, el deslinde, la vigilancia y la subsistencia. A medida que se abren

    fisuras entre el espacio local, el translocal y el nacional, el territorio, como

    base de la lealtad y el afecto nacional (a lo que nos estaramos refiriendo

    cuando hablamos del suelo patrio), est cada vez ms divorciado del terri-

    torio como lugar de la soberana y el control estatal de la sociedad civil. La

    jurisdiccin y la lealtad estn cada vez ms separadas: un mal presagio para

    el futuro del Estado-nacin en su forma clsica, donde se supone que ambas

    dimensiones son coincidentes y se sustentan mutuamente.

    No todos los aparatos estatales se preocupan por la integridad territorial en

    la misma forma ni por las mismas razones. En algunos casos el pnico esta-

    tal se relaciona con grandes e inmanejables poblaciones de refugiados: la

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    presencia de cantidades de afganos ilustra ese tipo de inquietud en el caso

    del gobierno de Pakistn. Otros Estados se preocupan por las fronteras, a las

    que pueden ver como membranas imperfectas que dejan pasar extraos y

    productos indeseables, mientras refrenan a trabajadores y turistas legales.

    La frontera entre EEUU y Mxico es evidentemente de esta clase, con capa-

    cidades osmticas (para filtrar los tipos incorrectos de bienes y servicios) que

    hoy parecen imperfectas. Otros Estados se interesan menos por la vigilancia

    de las fronteras, y centran su atencin y energas en vigilar y santificar ciu-

    dades, monumentos y recursos en los centro urbanos del rgimen. Algunos

    Estados se preocupan por violaciones comerciales del territorio; otros, ms

    por la gente o las enfermedades o la contaminacin poltica. En la nueva

    Sudfrica, los asuntos del territorio estn unidos a la reclamacin de valio-

    sas tierras de cultivo previamente monopolizadas por la minora blanca, y a

    la rehabilitacin de las vastas barriadas que antes estaban destinadas a ser

    recintos mnimos para los negros y ahora se ven como el espacio vital de una

    mayora poseedora de derechos civiles. Esas variaciones en las ansiedades

    estatales en cuanto al territorio tienen mucho que ver con otros aspectos de

    la seguridad, la capacidad de supervivencia del Estado y la diversificacin

    de recursos para la sociedad civil, que no podramos entrar a discutir en este

    artculo.

    Para muchos ciudadanos de un pas, las cuestiones prcticas de la residencia

    y las ideologas de la patria, el suelo y las races muchas veces estn separa-

    das, de manera que para una buena cantidad de personas los referentes te-rritoriales de la lealtad cvica estn ms y ms divididos entre diferentes

    horizontes espaciales: lealtades de trabajo, residenciales y religiosas pueden

    crear registros separados de filiacin. Esto es muy real ya sea que la migra-

    cin de poblaciones recorra distancias cortas o largas, o que esos movimien-

    tos atraviesen o no fronteras internacionales. Desde el punto de vista de la

    nacin, existe una brecha que crece rpidamente entre los promiscuos espa-

    cios del libre comercio y el turismo donde muchas veces no hay disciplinas

    nacionales rgidas, y los espacios de la seguridad nacional y la reproduccin

    ideolgica que pueden estar cada vez ms nativizados, autenticados y mar-

    cados en lo cultural. El Estado de Sri Lanka, por ejemplo, estimula una nota-ble promiscuidad cultural y una falta de autenticidad en sus resorts playe-

    ros (ahora empujados explcitamente a adoptar un translocal estilo esttico

    caribeo), mientras se dedica de manera intensiva a nacionalizar otros es-

    pacios, marcados cuidadosamente para establecer el desarrollo nacional

    sinhala y la memoria nacional budista15.

    Estas disyunciones en los nexos entre espacio, lugar, ciudadana y nacin

    tienen varias implicaciones de largo alcance. Una es que el territorio y la te-

    rritorialidad son cada vez ms la justificacin de la legitimidad y el poder del

    Estado, mientras las ideas de nacin parecen estar ms impulsadas por otros

    15. Valentine Daniel, comunicacin oral.

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    discursos de lealtad y filiacin, en ocasiones lingsticos, otras raciales, reli-

    giosas,pero muy raramente territoriales.

    La cuestin de por qu el Estado y la nacin parecen estar desarrollando

    relaciones diferentes con el territorio es crucial para el principal argumento

    de este ensayo y precisa cierta explicacin, en principio porque no todos los

    Estados-nacin son igualmente ricos, tnicamente coherentes, disputados

    internamente o reconocidos globalmente. Dado que todos los aparatos esta-

    tales enfrentan, de una u otra forma, la realidad de poblaciones mviles,

    flujos legales e ilegales de productos y grandes movimientos de armas a tra-

    vs de las fronteras, es muy poco lo que pueden monopolizar de manera rea-

    lista, excepto la idea del territorio como punto diacrtico de la soberana. Sin

    embargo, los Estados no estn conformados para competir muy bien en lo

    que Monroe Prince llam el mercado [global] de lealtades16: la competencia

    global por lealtades involucra ahora a toda suerte de actores y organizacio-

    nes no estatales y varias formas de fidelidad diasprica o multilocal. El re-

    sultado es un desarrollo histricamente peculiar. Donde alguna vez pudo

    verse a los Estados como garantes legtimos de la organizacin territorial de

    mercados, sustentos, identidades e historias, ahora son ms que nada rbi-

    tros (entre otros rbitros) de varias formas de flujo global. De esa forma la

    integridad territorial se vuelve vital para las ideas de soberana patrocina-

    das por el Estado, ideas que, bien miradas, posiblemente no interesen a nin-

    guna otra organizacin, excepto el aparato estatal mismo. En resumen, los

    Estados son los nicos actores importantes de la escena global que realmen-te necesitan la idea de territorialidad basada en la soberana. Todos los de-

    ms tipos de competidores por la lealtad popular (artistas y escritores, refu-

    giados y mano de obra inmigrante, cientficos y acadmicos, trabajadores de

    la salud y especialistas en desarrollo, feministas y fundamentalistas, cor-

    poraciones trasnacionales y burocracias de las Naciones Unidas) ya estn

    desarrollando formas de organizacin macropoltica: grupos de inters, mo-

    vimientos sociales y lealtades trasnacionales ya existentes. Formaciones re-

    ligiosas trasnacionales (a menudo asociadas con el Islam, pero igualmente

    conspicuas en el cristianismo, el hinduismo o el judasmo) son los ejemplos

    ms esplndidos de tales lealtades17

    .

    Cartografas posnacionales

    Dnde deja esta perspectiva el guin que existe entre la nacin y el Estado

    y que en mi opinin, argumentada en otros trabajos, es el verdadero ncleo

    de la crisis18? No cabe duda de que el imaginario nacional no se ha rendido

    fcilmente ante el surgimiento de mercados de lealtad no nacionales, trasna-

    16. Monroe Prince: The Market for Loyalties: Electronic Media and the Global Competition

    for Allegiances en The Yale Law Journal 104(3), 1994, 667-705.

    17. Suzanne Rudolph: Religion, the State and Transnational Civil Society, presentada en

    el Programa de Paz y Seguridad Internacionales, SSRC.

    18. Arjun Appadurai: Disjuncture and Difference..., cit.

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    1999Anib

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    cionales o posnacionales. De hecho, muchos observadores han sealado que

    estn apareciendo nuevos nacionalismos, con frecuencia unidos al separatis-

    mo tnico y la turbulencia en el mbito estatal. Podemos explicarnos esos

    nacionalismos emergentes en relacin con la problemtica del territorio y la

    soberana? Consideremos algunos ejemplos concretos de hasta qu punto los

    discursos nacionalistas siguen siendo canales para la ideologa del naciona-

    lismo territorial.

    La bsqueda de patrias y Estados autnomos por parte de grupos tan varia-

    dos como los palestinos, los kurdos, los sikhs y otros parece sugerir que el

    territorio todava es vital para el imaginario nacional de poblaciones diasp-

    ricas y distintos tipos de pueblos sin patria. Ese fue el impulso que manipul

    cnicamente el gobierno blanco de Sudfrica en el pasado para crear la idea

    de patrias para varias poblaciones sudafricanas. En realidad, en todos esos

    casos el territorio no es tanto el mvil tras los movimientos, sino ms bien

    una respuesta a la presin de Estados ya soberanos que expresan su oposi-

    cin a esos grupos en trminos territoriales. El caso khalistano es particular-

    mente interesante. Khalistn es el nombre que algunos sikhs de la India (y

    del mundo entero) le han dado a su nacin imaginaria, el lugar que quisie-

    ran ver como su propio espacio nacional, fuera del control territorial del Es-

    tado indio. Khalistn no significa un simple nacionalismo separatista y

    diasprico en la forma postwestfaliana clsica del Estado-nacin moderno.

    Los sikhs que inventaron a Khalistn estn usando ms bien discursos y

    prcticas relacionados con el espacio para construir una nueva cartografaposnacional en donde elethnos y el demos se extienden desigualmente por el

    mundo, y el mapa de las nacionalidades atraviesa las fronteras nacionales

    existentes y se cruza con otras formaciones translocales19. Este topos de iden-

    tidad nacional sikh es de hecho un topos de comunidad (qom) que dispu-

    ta muchos mapas nacionales (incluyendo los de la India, Pakistn, Inglate-

    rra y Canad) y contiene un modelo de una cartografa postwestfaliana.

    Esa cartografa posnacional en surgimiento saldr probablemente de una

    variedad de afiliaciones translocales: algunas globales o globalizantes, como

    en el caso de los fundamentalismos islmico, cristiano e hind; algunas con-tinentales, como la emergente Unin Europea; algunas raciales y antidias-

    pricas, por ejemplo los discursos de conciencia afrodiasprica en Amrica

    Latina, el Caribe, Gran Bretaa y Africa20, y otras involucradas con concep-

    ciones antihegemnicas de raza y espacio21. Ninguna de esas afiliaciones se

    basa en la idea de entidades territoriales separadas y circunscritas en las

    que se apoya la cartografa de nuestro Estado-nacin actual. Ms bien en

    19. Debo mi toma de conciencia de las cartografas sikhs emergentes a la importante inves-

    tigacin que est realizando Brian Axel, del Departamentro de Antropologa de la Universi-

    dad de Chicago.

    20. Michael Hanchard: Black Cinderella?: Race and Public Sphere in Brazil en Public

    Culture 7(1), 1994, pp. 165-185.

    21. Paul Gilroy: The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness, Harvard University

    Press, Cambridge, 1993.

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    estas nuevas cartografas se usan contrahistorias y contraidentidades para

    organizar mapas de lealtad y afiliacin construidos en torno de flujos la-

    borales histricos, solidaridades raciales incipientes y cartografas contra-

    nacionales. En muchos casos, como el de los sikhs y el de los kurdos, los mo-

    vimientos contranacionales estn cristalizando en formas trasnacionales

    permanentes. Este proceso es un ejemplo del reto general que significa iden-

    tificar las morfologas (y cartografas) emergentes de un orden posnacional.

    El rasgo ms importante de esas cartografas emergentes es que no parecen

    necesitar reivindicaciones de territorios dispuestos horizontalmente, conti-

    guos y mutuamente excluyentes. Con frecuencia implican mapas de lealtad

    cruzados y una poltica de copresencia territorial no excluyente. Los kurdos,

    los tamiles cingaleses y los sikhs pueden tener sus problemas como ciudada-

    nos en la nueva Alemania, pero no parece que tengan dificultad con la super-

    posicin territorial de sus mapas diaspricos en Francfort, Berln o Hambur-

    go. Cuando hay incidentes de violencia en esos contextos diaspricos, por lo

    general involucran asuntos sectarios dentro de comunidades de exilados o

    guerras extraterritoriales entre comunidades diaspricas y sus Estados de

    origen22, como en los episodios de violencia entre kurdos y turcos en la Ale-

    mania contempornea.

    Como ya indiqu, es probable que las capitales de esta cartografa posna-

    cional emergente se encuentren en una variedad de formaciones espaciales

    que quizs no tenga mucho que ver con la auto representacin de Estados

    soberanos. Algunas de esas capitales posnacionales se encontrarn en losdiferentes tipos de translocalidades a las que me refer anteriormente y

    stas podran estar formadas por dinmicas de refugiados, por esfuerzos per-

    manentes de organizar la vida social en torno del turismo, o por efectos

    estructurales de las redes globales emergentes de capital y trabajo23. Tales

    lugares, por lo general ciudades, tienden a tener nexos dbiles con sus am-

    bientes nacionales, y ms bien se involucran integralmente con lealtades e

    intereses trasnacionales. De ms est decir que los Estados-nacin muchas

    veces tratan de ejercer un fuerte control sobre esas ciudades y su vida cvica

    (como en el caso de China con respecto a Hong Kong), pero tales esfuerzos no

    van a poder apoyarse en el razonamiento elemental de que hay un territorionacional al que por naturaleza pertenecen esas ciudades y sus habitantes.

    La relacin de esos lugares translocales con la produccin cotidiana de loca-

    lidad como un rasgo de la vida humana24 y con las cartografas cambiantes

    de grupos diaspricos, nos va a exigir que reconsideremos seriamente nues-

    tras imgenes de ciudades, espacio y afiliacin territorial.

    Las Naciones Unidas, que siguen funcionando como un poderoso validador

    del Estado-nacin territorial, parecieran contradecir mi sugerencia de que la

    22. Yossi Shain: The Frontier of Loyalty: Political Exiles in the Age of the Nation-State,

    Wesleyan University Press, Middletown, 1989.

    23. Saskia Sassen: Global City: New York, London, Tokyo, Princeton University Press,

    Princeton, 1991; y Cities in a World Economy, Pine Forges Press, Thousand Oaks, 1994.

    24. Arjun Appadurai:Modernity at Large, cit.

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    base territorial del Estado-nacin se est debilitando rpidamente. Sin em-

    bargo, si observamos el papel moral y material de la ONU en las operaciones

    de sostenimiento de la paz y humanitarias en todo el mundo, pudiera ser

    claro que ella misma est surgiendo como una gran fuerza trasnacional en

    Africa, Medio Oriente, Camboya, Europa del Este y otras partes. Por supues-

    to, sus tropas son escasas, sus fondos limitados y muchas veces aparenta

    incapacidad para una accin decisiva; pero hasta que tengamos estudios ms

    cuidadosos de la composicin, el compromiso y la poltica de las fuerzas de

    las Naciones Unidas, sus fuentes nacionales y sus prcticas ideolgicas, no

    sera prudente descartar la posibilidad de que la ONU est ayudando a soca-

    var la idea de la integridad territorial de los Estados-nacin existentes. En

    este sentido, ya sea en Corea o en Camboya, en Somalia o Palestina, la ONU

    est en camino de ejemplificar la trasmutacin de los recursos nacionales en

    intereses trasnacionales de un tipo nuevo y desconcertante. Lo desconcer-

    tante en este ejemplo es que los recursos nacionales cedidos a una organiza-

    cin destinada a ser el vehculo de deseos internacionales estn subsidiando

    actividades que podran de hecho reducir el control nacional sobre un nme-

    ro creciente de focos de disturbio. De esa forma la ONU, particularmente

    despus de la Guerra Fra, se asoma como un actor por derecho propio en el

    mercado global de lealtad.

    Hbitos territoriales

    Los tropos territoriales para el concepto de nacin persisten en parte porquenuestras ideas de coherencia cultural se han imbricado con la imagen ele-

    mental de nacin. En la historia de la teora cultural, el territorio y la terri-

    torialidad han tenido, por supuesto, un papel importante: en una forma ge-

    neral, la idea de que las culturas son coherentes, circunscritas, contiguas y

    persistentes, siempre ha estado avalada por una percepcin de que la socia-

    bilidad humana es localizada por naturaleza e incluso est ligada a la locali-

    dad. Por ejemplo, el inters de los antroplogos en las reglas de residencia y

    su relacin con grupos sucesores y otras formaciones sociales, se basa en una

    apreciacin constante de que las realidades territoriales de uno u otro tipo

    confinan y determinan a la vez los arreglos sociales. A pesar de algunos es-fuerzos vigorosos de contrarrestar tales variedades de determinismo territo-

    rial25, la imagen de recursos y prcticas espaciales como formas constituyen-

    tes y determinantes de la sociabilidad ha resultado persistente de manera

    notable. Esa idea es extremadamente explcita en algunas ramas de la eco-

    loga, la arqueologa y los estudios de la cultura material, que toman las

    prcticas espaciales como la principal fuente de evidencia y anlisis. Aunque

    ciertos libros como el de Robert Ardrey (The Territorial Imperative) ya pasa-

    ron de moda, todava existe una percepcin generalizada de que los seres

    humanos estn condicionados a demandar espacios de lealtad como si fue-

    ran extensiones de sus cuerpos. Variaciones de este supuesto no solo caracte-

    25. Marshall Sahlins: Stone Age of Economics, Aldine-Atherton, Chicago, 1972; y Culture

    and Practical Reason, University of Chicago Press, Chicago, 1976.

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    rizan la antropologa, sino que estn tambin profundamente imbricadas

    con la disciplina de la geografa como un componente de variados proyectos

    nacionales e imperiales26.

    La tenacidad de la tesis primordialista nos recuerda que esa manera de pen-

    sar est muy presente entre nosotros, y que en una u otra forma la hiptesis

    primordialista avala teoras de nacionalismo por dems diferentes. A pesar

    de los fuertes ataques histricos e historicistas contra esa tesis27, reaparece

    con frecuencia en el pensamiento popular y acadmico sobre el nacionalis-

    mo. Quizs en ningn sitio sea tan evidente como en la reciente opinin po-

    pular y meditica sobre Europa del Este, en donde se asume que el etnocidio

    y el terror en Bosnia-Herzegovina son parte de una larga historia de conflic-

    to tnico primordial, interrumpido apenas brevemente por el rgimen comu-

    nista. Dbil y anticientfica, esta tesis es adems particularmente endeble

    en el asunto del territorio como parte de lo que significa el nacionalismo.

    De hecho, en la Europa contempornea el divorcio del etnonacionalismo

    y el territorio toma la forma de una reversin inquietante que estimula cada

    vez ms los movimientos neofascistas en Alemania, Hungra y otros luga-

    res. El argumento es simple: donde existen alemanes, existe Alemania. Lejos

    del razonamiento romntico clsico de que la sangre, el suelo, el idioma, y tal

    vez la raza son los cimientos isomrficos de los sentimientos de nacin, aqu

    encontramos el argumento inverso de que la afiliacin tnica genera el te-

    rritorio. De esa forma, la alemanidad crea suelo alemn, en lugar de serproducida por aqul. Esta inversin es una posible aunque no obligatoria

    patologa de dispora, porque implica un proceso de re-territorializacin que

    antecede procesos de des-territorializacin. Ms exactamente, es una pato-

    loga de nacionalismo territorial provocada por cuestiones especficas de la

    ideologa nacionalsocialista alemana, la historia particular de la formacin

    del Estado en Europa despus del Imperio de los Habsburgo y la tentadora

    contigidad de alemanes tnicos, separados por fronteras estatales relati-

    vamente recientes.

    En general, aunque algunos nos hemos referido al mundo en que vivimoscomo desterritorializado28, es necesario sealar que la desterritorializa-

    cin genera varias formas de reterritorializacin. No toda reterritoriali-

    zacin es contranacionalista o nativista. La reterritorializacin puede en-

    traar el esfuerzo de crear nuevas comunidades residenciales localizadas

    (barriadas pobres, campos de refugiados, albergues) que no se apoyan en un

    imaginario nacional, sino solo en un imaginario de autonoma local o de so-

    26. Anne Godlewska y Neil Smith (eds.): Geography and Empire, Blackwell Publishers, Oxford,

    1994.

    27. Arjun Appadurai: Modernity at Large, cit.; J. Comaroff y J.L. Comaroff: Of Totemism

    and Ethnicity enEthnography and the Historical Imagination,Westview Press, Boulder,

    1992.

    28. G. Deleuze y F. Guattari: A Thousand Plateaus: Capitalism Schizophrenia, University of

    Missessota Press, Minnepolis, 1987; Arjun Appadurai: Disjunture and Difference..., cit.

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    berana de recursos. En tales comunidades de trnsito hay frecuentemen-

    te un esfuerzo de crear y defender varias formas de derechos (formales e

    informales; legales e ilegales) que permiten que la comunidad desplazada

    contine su reproduccin en condiciones inestables al garantizar un acceso

    confiable a los requisitos materiales de la reproduccin: el agua, la electrici-

    dad, la seguridad pblica, los prstamos bancarios. Con frecuencia grandes

    comunidades de habitantes de barrios pobres, campos de refugiados y otras

    colectividades construidas cuasi legtimamente desvan esos recursos de es-

    tructuras cvicas legtimas. Muchas veces es en esas condiciones que sur-

    gen los discursos de exilio y patria, y solo raras veces (como en Alemania)

    esos esfuerzos de desterritorializacin involucran intentos directos de exten-

    der los mapas nacionales para seguir comunidades diaspricas. Ms a me-

    nudo, como en el caso de los ciudadanos de la nueva Sudfrica, esos esfuer-

    zos son ejercicios de creacin de nuevos imaginarios locales, relativamente

    libres de discursos de patriotismo y nacionalidad, pero abundantes en dis-

    cursos de ciudadana, democracia y derechos locales.

    Existe una diferencia vital entre tales cartografas imaginadas y la carto-

    grafa de los sikhs con respecto a Khalistn y de los neofascistas alemanes

    sobre los Sudetes. En el primer caso, hay un esfuerzo de crear un ethnos

    diasprico separando una patria a partir de territorios nacionales existentes

    (la India en el caso de los sikhs). En el caso de los neofascistas alemanes, hay

    un esfuerzo de extender y ampliar unethnos mayoritario, que ya tiene el

    control de un Estado-nacin territorial, a los territorios de otros Estados-nacin existentes. Hay que diferenciar claramente esa extensin de un na-

    cionalismo oficial mediante el vnculo con emigrantes, de la construccin de

    un nacionalismo de ruptura sobre la base de una dispora global.

    Sin embargo, esos esfuerzos diferentes de extender el imaginario territorial

    a situaciones de cambio poltico y dispora tienen algo en comn: una ten-

    dencia a usar el imaginario territorial del Estado-nacin para captar y movi-

    lizar las poblaciones numerosas y dispersas del mundo contemporneo en

    formaciones tnicas trasnacionales. Ese esfuerzo puede crear tensin con

    uno o ms Estados-nacin, pues la lgica de la desterritorializacin y la rete-rritorializacin muchas veces genera varios tipos de relaciones de domin

    locales, regionales y globales. Como suger antes, los ejercicios de limpieza

    tnica de muchos Estados-nacin (en especial los dedicados a algn tipo de

    teologa de hijos del suelo) inevitablemente crean problemas de refugiados

    para sociedades vecinas o distantes, exacerbando as los problemas locales

    en la siempre delicada relacin entre la residencia, la raza y los derechos en

    las sociedades modernas.

    Por lo tanto, podemos ver el territorio como el problema crucial en la crisis

    contempornea del Estado-nacin o, ms exactamente, la crisis en la rela-cin entre el Estado y la nacin. En la medida en que los Estados-nacin

    existentes se apoyan en alguna idea implcita de coherencia tnica como la

    base de la soberana estatal, estn destinados a minorizar, degradar, penali-

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    zar, asesinar o expulsar a los que se ven como tnicamente secundarios. En

    la medida en que esas minoras (como mano de obra inmigrante, refugiados

    o ilegales) entran en nuevas organizaciones polticas, demandan una reterri-

    torializacin dentro de un nuevo orden cvico cuya ideologa de coherencia

    tnica y derechos ciudadanos estn destinados a perturbar, pues todas las

    ideologas modernas sobre derechos dependen, en ltimo caso, del grupo ce-

    rrado (censado, estable e inmvil) de receptores adecuados de la proteccin y

    el patronazgo estatal. De esa forma, ser ciudadano de segunda clase o de

    tercera clase es una condicin de la ciudadana que est inevitablemente

    unida a la migracin, pese a todo lo plural que pueda ser la ideologa tnica

    del Estado anfitrin y a todo lo flexible que pueda ser el alojamiento de refu-

    giados y otros visitantes con poca documentacin. Nada de eso sera un pro-

    blema si no fuera porque las condiciones de la economa global, el trabajo y

    la organizacin tecnolgica crean nuevas tracciones y empujes en favor del

    desarraigo de individuos y grupos, mudndolos a nuevos escenarios naciona-

    les. Como es preciso reconocer esos individuos y grupos dentro de algn tipo

    de vocabulario de derechos y autorizaciones (por ms limitados y rgidos que

    sean), ellos representan una amenaza para la coherencia tnica y moral de

    todos los Estados-nacin anfitriones, una coherencia que se basa, en el fondo,

    en unethnos tanto singular como inmvil. En esas condiciones, el Estado

    como factor de empuje de disporas tnicas est constantemente obligado a

    secar las fuentes de disonancia tnica que violan o amenazan con violar su

    integridad como una entidad territorial tnicamente singular; pero en su

    otro aspecto, de manera virtual cada Estado-nacin moderno se ve forzado oseducido a aceptar en su territorio toda una gama de no nacionales que crean

    una amplia variedad de demandas territorialmente ambiguas sobre dere-

    chos y recursos cvicos y nacionales.

    As llegamos al corazn de la crisis del Estado-nacin contemporneo. A pri-

    mera vista parece como si la crisis fuera una mera cuestin de pluralidad

    tnica, que es el resultado inevitable del flujo demogrfico en el mundo con-

    temporneo. Sin embargo, visto con ms atencin, el problema no es el plura-

    lismo tnico o cultural como tal, sino la tensin entre el pluralismo diasprico

    y la estabilidad territorial, en el proyecto del Estado-nacin moderno. Lo quehace el pluralismo tnico (especialmente cuando es el producto de movimien-

    tos de poblacin dentro de la memoria reciente) es violar la percepcin de

    isomorfismo entre territorio e identidad nacional en que se apoya el Estado-

    nacin moderno. Lo que revela e intensifica particularmente el pluralismo

    diasprico es la brecha entre los poderes del Estado para regular las fronte-

    ras, monitorear el disenso y distribuir derechos dentro de un territorio finito

    y la ficcin de singularidad tnica en que se apoya a fin de cuentas la mayo-

    ra de las naciones. En otras palabras, cada vez es ms difcil ver la integri-

    dad territorial que justifica los Estados y la singularidad tnica que valida

    las naciones como aspectos perennes de uno y otra. O dicho de otra forma:puesto que los Estados, los territorios y las ideas de singularidad tnica siem-

    pre son coproducciones histricas complicadas, el pluralismo diasprico tiende

    a confundir todas las narrativas que intentan naturalizar tales historias.

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    Conclusin

    He sugerido que una serie de ideas acopladas que suponamos entraable-

    mente unidas se estn separando gradualmente. En el ttulo de mi ensayo

    denoto que la soberana y la territorialidad, en otros tiempos ideas gemelas,

    tienen cada vez ms vidas separadas. Esa separacin se relaciona con otras

    disyunciones que tambin son cada vez ms evidentes. La integridad territo-

    rial est dejando de ser una simple expresin de la integridad nacional, como

    lo dejan ver muy claro los privilegios de los ciudadanos de la India que viven

    en el exterior. Los discursos sobre la patria tienden a florecer en todo tipo de

    movimientos populistas, tanto locales como trasnacionales, mientras los dis-

    cursos sobre el territorio tienden a caracterizar los conflictos fronterizos y el

    derecho internacional. La lealtad muchas veces lleva a los individuos a iden-

    tificarse con cartografas trasnacionales, mientras los atractivos de la ciuda-

    dana los apegan a Estados territoriales. Esas disyunciones indican que el

    territorio, otrora una justificacin de sentido comn para la legitimidad del

    Estado-nacin, se ha convertido en el punto clave de la crisis de la soberana

    en un mundo trasnacional.

    Sin embargo, una geografa posnacional no es algo que va a surgir de nues-

    tras investigaciones acadmicas, ni siquiera de la ms nueva de nuestras

    geografas y la ms tcnicamente ingeniosa de nuestras tecnologas carto-

    grficas. Surgir realmente ya est surgiendo de las actuales disputas de

    espacios entre grupos diaspricos y diversos Estados que se esfuerzan pordarles cabida sin renunciar al principio de la integridad territorial. Es muy

    difcil que ese principio sobreviva a largo plazo, pero sera aventurado acudir

    a algn nuevo y simple principio organizacional para la organizacin polti-

    ca de gran escala de las sociedades humanas. Quiz la mayor peculiaridad

    del Estado-nacin moderno fue la idea de que las fronteras territoriales po-

    dan mantener indefinidamente las fbulas de singularidad tnica. Esa idea

    utpica podra ser nuestro recuerdo ms perdurable del Estado-nacin mo-

    derno.

    Traduccin: Nora Lpez

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