Sueños

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YA VIENE EL VERANO. INQUIETOS SUEÑOS ESTIVALES Amigo Carlos. Hoy quiero comentarte que la proximidad del verano me vuelve soñador. En la vida hay sueños, que como diría Borges, son inmarcesibles. Sueños que viven con nosotros. Dicen algunos psicólogos, que en el fondo, somos nuestra juventud. Que arrastramos, prendidos del alma, aquellos momentos de afirmación. La madurez psicológica del personaje que interpretamos en la vida, naturalmente se va modelando por el paso de los años y por esa huella que los acontecimientos de cada día van labrando en nuestra personalidad. Pero hay cosas de nuestra niñez, de nuestra adolescencia, que nos acompañan siempre. Los sueños de juventud, los estímulos que nos implantaron aquellas lecturas excitantes que nos abrieron la mente, a paisajes, a gentes y mundos,- en una época en que nuestro horizonte era muy limitado-, siguen en algún rinconcito del corazón y con el paso de los años, poco o mucho, continúan vivos. Nunca se marchitan. A mí, Carlos, te digo la verdad, me encanta descubrirlos, agazapados en mi subconsciente. Por eso, cuando el verano empieza a insinuarse, cuando en los árboles la flor le va cediendo el paso al jugoso fruto, y los coros de cigarras comienzan los ensayos, algo muy dentro de mí, produce un alegre cosquilleo y dispara mis alertas. Con los años he aprendido a reconocer esa inquietud y para calmarla ya sé lo que tengo que hacer. Simplemente la maleta, la mochila o la bolsa de viaje. Puede que me venga a la cabeza La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, con la posada y el pirata cojo, John Silver, “el Largo”, al que jamás he olvidado y entonces sueño con islas de playas blancas, con palmeras cocoteras, aguas azules y transparentes, con tesoros y con mapas marcados con una gran X. O tal vez me asalte el recuerdo de Julio Verne y entonces estoy perdido, porque se me satura el disco duro de las ensoñaciones.

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Vacaciones, sueños infantiles

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YA VIENE EL VERANO. INQUIETOS SUEÑOS ESTIVALES

Amigo Carlos. Hoy quiero comentarte que

la proximidad del verano me vuelve soñador.

En la vida hay sueños, que como diría Borges,

son inmarcesibles.

Sueños que viven con nosotros.

Dicen algunos psicólogos, que en el fondo,

somos nuestra juventud. Que arrastramos,

prendidos del alma, aquellos momentos de

afirmación.

La madurez psicológica del personaje que interpretamos en la vida, naturalmente se va

modelando por el paso de los años y por esa huella que los acontecimientos de cada día

van labrando en nuestra personalidad.

Pero hay cosas de nuestra niñez, de nuestra

adolescencia, que nos acompañan siempre.

Los sueños de juventud, los estímulos que nos

implantaron aquellas lecturas excitantes que nos

abrieron la mente, a paisajes, a gentes y mundos,- en

una época en que nuestro horizonte era muy limitado-,

siguen en algún rinconcito del corazón y con el paso de

los años, poco o mucho, continúan vivos.

Nunca se marchitan.

A mí, Carlos, te digo la verdad, me encanta descubrirlos,

agazapados en mi subconsciente.

Por eso, cuando el verano empieza a insinuarse, cuando

en los árboles la flor le va cediendo el paso al jugoso

fruto, y los coros de cigarras comienzan los ensayos, algo

muy dentro de mí, produce un alegre cosquilleo y dispara mis alertas. Con los años he

aprendido a reconocer esa inquietud y para

calmarla ya sé lo que tengo que hacer.

Simplemente la maleta, la mochila o la bolsa

de viaje.

Puede que me venga a la cabeza La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, con la posada y el pirata cojo, John Silver, “el Largo”,

al que jamás he olvidado y entonces sueño con

islas de playas blancas, con palmeras cocoteras,

aguas azules y transparentes, con tesoros y con

mapas marcados con una gran X.

O tal vez me asalte el recuerdo de Julio Verne y entonces estoy perdido, porque se me

satura el disco duro de las ensoñaciones.

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Son tantas las aventuras que vivimos con sus libros

en las manos, que nos harían falta demasiados

veranos. Una de las obras que a menudo me

retorna es Viaje al centro de la Tierra.

Entran por un volcán de nombre impronunciable en

Islandia, pero salen por el Strómboli, en las islas

Eólicas. Y siempre recuerdo a los protagonistas

descendiendo chamuscados al encuentro del mar y

de las viñas. Una vez lo viví a las 12 de la noche en

la estrecha cima, contemplando, la caldera de lava hirviente a un lado y el reflejo de la

luna en el Mediterráneo al otro. Noté el alma de Verne a mi lado y nos fundimos en un

abrazo inolvidable.

Y cómo olvidarse de Moby-Dick, la novela de

Herman Melville, con el enorme cachalote

blanco, el capitán Ahab y el grito que nos

helaba la sangre… ¡Por alliiií resooooooopla!

Cada vez que he tenido la suerte de ver

alguna ballena, aunque no fuera ni albina, ni

cachalote, he sentido la vieja emoción.

Los mares son buenos escenarios para recrear

las sensaciones que nos dejaron, el Nautilus y

el capitán Nemo o el anciano que nos donó Ernest Hemingway, el del El viejo y el mar. Otro que siempre acude es Emilio Salgari, con

sus novelas de aventuras en el sureste asiático

y el famoso pirata Sandokán.

Cuántas noches nos metimos en la cama con

uno de sus libros en las manos, hasta que venía

nuestra madre y enfadada nos apagaba la luz.

El poso que dejaron todas aquellas lecturas,

las aventuras que vivimos a través de sus

protagonistas, no han muerto, continúan

acurrucadas en ese baúl de nuestra mente en

el que hay cosas que ni sospechamos, pero que un buen día, despiertan y salen a la luz.

Estas semanas han empezado a rondarme por la cabeza visiones de los vikingos subiendo

con sus barcos por las aguas de los fiordos noruegos y las aventuras de Thor Heyerdahl

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buscando el rastro de una raza viajera que enseñó a otros pueblos la astronomía, la

navegación en barcos de totora y a ensamblar las piedras en los muros ciclópeos de tal

manera que no entre un cuchillo entre sus juntas y no precisen argamasa.

También me rondan atractivas imágenes de gentes

y pueblos lejanos con culturas muy diferentes

a las nuestras, y empiezo a notar que no duermo

bien y doy vueltas en la cama, inquieto, impaciente.

Así que he tomado una decisión.

Carlos, me marcho.

Me voy de vacaciones. A ver si así recupero la paz interior y me reúno con mis viejas

fantasías. Ya sabes que una de las pocas

ventajas que tenemos los jubilados es

poder disponer de nuestro tiempo.

No te lo he comentado aún, pero este

año, ha resultado ganador Marco Polo,

el veneciano y parto a rememorar sus

viajes por la Ruta de la Seda.

Voy pensando en recorrer los mercados

de Samarcanda, aspirando el olor de

los puestos de especias y empaparme

en la cultura de sus viejas ciudades, la

Khiva medieval y Bukhara, recordando

al filósofo Avicena y a Tamerlán, el

guerrero legendario que dominó toda la región, lo que hoy es Uzbekistán y medio

continente asiático.

Vendrán a mi memoria los viejos cuentos de Las Mil y Una Noches y cuando me toque

dormir en una yurta en las estepas desérticas del Kyzilkum, escucharé complacido a

Scheherezade recitar para mí alguno de sus cuentos, mientras fumo una pipa a la luz de

la hoguera, bajo el manto acogedor de las lejanas estrellas.

Hasta la vuelta, Carlos, cuídate y recibe como siempre, el mejor de mis abrazos.

Tu buen amigo

Javier