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MAESTROS DE LA MEDICINA CHILENA SOTERO DEL RIO: EL HOMBRE Corre el año de 1920. Nos encontramos en el Haspihi del Salvador: s6Io cuenta 50 años de existencia y en sus patios serenos el alma descansa y sueña y aunque por sus pu& haya entrado algo de io moderno, es tan firme y ené~ca su prsonalidad que nada logra desvanecer su caráoter legendario; con su estampa apacible parece evocar algo asi como el reeuerdo de un pasado colonial esplendoroso. La fuerza del sol derrama oro viejo sobre la vieja cúpula de In capilla; ésta divide en dos el hospital: hacia el norte diez salas de mujeres, la maternidad y el pensionado; hacia el sur d i e =las de hombres: un extenso W u e de eucalbptus encierra el estable- cimiento en una cintura de verdor cuyo perfume inuensa el aire Ifmpido. Los espaciosos patios centrales, cubiertos de flores huelen a ro- sa y a jazmín y bajo las frondas de las palmeras, de los sauces, de los fmsnos y de mios cedros que sombrean el césped y despliegan su lozanía alrededor, parecen como una puerta abierta a un mar de duz: medio pintada de oro por la lumbrarada del sol y esmal- tada por el azul del cielo. Y qué sutil encanto vagar por sus comedores pasada la media noche cuando la ciudad dueme y el suave resplandor de la luna pone un claro tono en ios altos muros de ladrillos de las extensas salas. En aquella calma todo es sedante. El hospital parece un rincón de quiebud. Aquí tenía a mi oargo la sala del Rosario y deberes docentes me obligaban a permanecer en las tardes Y Concurrir en las ma- ñanas del domingo. perfectamente bien. El invierno habia a v a d o ; era atard- y sobre los irboles abrillaiEtados por una llovizna delicada y sutil, un gran sol dorado Y Perezoso deja& caer sus desganados rayos. L~ Palabras del Dr. Enrique Lnvnl Msnripue en el solemne homenaje que rindió la Academia de Medicina del instituto de Chile al doctor don Sótsro del Ria G. en el primer aniversario de su fallecimiento (10 de Mavo de 1910\. En esta oportunidad hablaron ademis los Profesores refirieron ni dhr Del

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MAESTROS DE LA MEDICINA CHILENA

SOTERO DEL RIO: EL HOMBRE

Corre el año de 1920. Nos encontramos en el Haspihi del Salvador: s6Io cuenta 50 años de existencia y en sus patios serenos el alma descansa y sueña y aunque por sus pu& haya entrado algo de io moderno, es tan firme y e n é ~ c a su prsonalidad que nada logra desvanecer su caráoter legendario; con su estampa apacible parece evocar algo asi como el reeuerdo de un pasado colonial esplendoroso.

La fuerza del sol derrama oro viejo sobre la vieja cúpula de In capilla; ésta divide en dos el hospital: hacia el norte diez salas de mujeres, la maternidad y el pensionado; hacia el sur d i e =las de hombres: un extenso W u e de eucalbptus encierra el estable- cimiento en una cintura de verdor cuyo perfume inuensa el aire Ifmpido.

Los espaciosos patios centrales, cubiertos de flores huelen a ro- sa y a jazmín y bajo las frondas de las palmeras, de los sauces, de los fmsnos y de mios cedros que sombrean el césped y despliegan su lozanía alrededor, parecen como una puerta abierta a un mar de duz: medio pintada de oro por la lumbrarada del sol y esmal- tada por el azul del cielo.

Y qué sutil encanto vagar por sus comedores pasada la media noche cuando la ciudad dueme y el suave resplandor de la luna pone un claro tono en ios altos muros de ladrillos de las extensas salas. E n aquella calma todo es sedante. El hospital parece un rincón de quiebud.

Aquí tenía a mi oargo la sala del Rosario y deberes docentes me obligaban a permanecer en las tardes Y Concurrir en las ma- ñanas del domingo.

perfectamente bien. El invierno habia a v a d o ; e ra atard- y sobre los irboles abrillaiEtados por una llovizna delicada y sutil, un gran sol dorado Y Perezoso deja& caer sus desganados rayos.

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Palabras del Dr. Enrique Lnvnl Msnripue en el solemne homenaje que rindió la Academia de Medicina del instituto de Chile al doctor don Sótsro del Ria G. en el primer aniversario de su fallecimiento (10 de Mavo de 1910\. En esta oportunidad hablaron ademis los Profesores refirieron ni d h r Del

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188 Maestros de la Madidno Chilena

Me encontraba en el escritorio redantando la historia olínica de una enferma que al dia siguiente debía ser presentada en la clase del Dr. González Cortés. Unos golpea cautelosos en la puer- ta me movieron a abrirla: apareció un joven que no representaba aún 20 años, pero era todo un hombre: alto, erguido, fuerte, im- ponente no sólo por su estatura sino por su rostro delicado en que se destacaban unos hermosos ojos, grandes y oscuros, que le daban un mpeoto de niño grande, bueno y regalón. Tenía en sus ademanes, en sus pdabras rectas y suavemente moduladas, todo lo que era el necesario complemento de los atributos que re- cibió de Dios y de su raza. Era S Ó h o del Río.

Yo lo había divisado más de una vez en los corredores del Hospital y en el servicio de radiologia; me habia Ilamado la atención su mirada tan dulce, inkligente y escrutadora.

Venía a solicitarme un servicio: él era interno de la sala de hombres San Luis y sabedor que yo concurría en las tardes y los domingos al Hospital, de.waba trabajar también en una sala de medicina de mujeres.

Desde ese día quedó anudada entre ambos una amistad que nunca nada ni nadie desató; ni siquiera logró jam& debilitada la enorme distancia que separaba nuestras eonviociones filosófi- cas, religiosas y politicas. Siempre sólo bubo motivos para afianzarla y ennoblecerla.

Aprendí a eonwenlo: tenía una alma fiel y un temperamento c o n d n t e y ésto, ya era amarlo. Hidalguia, grandeza, amplio y humano sentido, inteligencia, simpatía arrolladora, eran atri- butos que adornaban desde su adolescencia a su atrayente y ga- llarda personalidad. Era prolongación orgullosa de su austera estirpe. Los refinamientos de la cultura no le habían quitado su aire

canapechano, ladino y bonaohón. Añoraba con cierta nostalgia sus travesuras en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Cau- quenes y sus juegos en las heredada maulinas de su padre. Las recorrimos hace varios años y conocimos la hermosura de su cam- piña ya azotada por un otoño en que la lluvia y la niebla presta- ban un aspecto melancólico al paisaje. Varias veces hemos vuelto en @oca más propicia. Partiendo de Cauquenes hacia el norte, se encuentra Sauzal, viila escondida en una pintor- bondo- nada y un poco más allá, la zona regada por el Purapel que presta al panorama un tono de alegría y encantador ambiente de fres- cura. Fueron las tierras de la niñez y de la adolescencia de Sótero.

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Provenía 61, de un rico solar en vir tude y la- brado, sembrado y cultivado por sus

Era difíci’i no dejarse arrastrar por la elevación de su espíri- tu: como deck Ennio, “el amigo seguro se conwe en la -ión insegura” Y en las situaciones afiietivas, sótero aparecía =]la- damente para decir su palabra cariñosa, para estrechar mente la mano, para solucionar un problema difícil, Para hacemos comprender lo que él sentía: “puerta soy para tí, quienquiera que seas, tú que me llamas”.

DOS años más tarde, ai finalizar 1922, recibió junto eou su titulo de médico su nombramiento de ayudante Z0 de la sección medicina del Hospital del Salvador. Rápidamente se impuso a la admiración de todos sus compañeros de labor: poseía una in- teligencia despierta, ansias de saber e investigar; era estudioso incansable; de una viveza mental maravillosa; disfrutaba de un sentido clínico que lo conducía certeramente al diagnóstico pre- ciso, y, su entendimiento y su prudencia a la terapéutica adecuada,

Per0 con ser e>rtraordinaria su dimensión intelectual, había algo que valía más en él y era su insigne estatura moral, la for- midable entereza de su carácter; el vigor de las ideas, su pasión por la libertad; su irrevocable vocación de luchador por la p u r a del espíritu, su honestidad. A través de sus palabras tan limpias de todo ai tificio, se sentía ei ritmo de su sangre que era el propio caudal de su alma tan pulcra, tan bella, tanto que embelleció el ejercicio de la medicina, embelleció la cátedra, embelleció la amis- tad, embeUeciÓ su hogar, embelleció la política y cuanta empresa retuvo sus afectos.

Esta calidad no pasó inadvertida a la dirección del Hospital y entre muchos lo eligió para estudiar anatomía patológica en Euro- pa y, luego, volver a desempeñar la especialidad en El Salvador.

Y a fines de 1924 partió a Europa. Llegó a Paris y trabajó en el servicio del Prof. Rous; de alii se dirigió a Estrasburgo e in- gr-6 al Instituto de Anatomía Patológica del Prof. Mason, e t ~ a ésta que iba a signifiearle una Treutura gratisima en el destino de su vida; más tarde pasó a Viem a estudiar en el Ins- tituto virGhow y de aquí retornó nuevamente a Estrasburgo.

quebrantada volvió a Chile; se le veía adelgaza- do, con mirada de expresión doliente: una tos pertinaz lo inquietaha dia y norhe. Sótero tenía una tuberculosis pulmonar.

Rescindió su contrato con la Junta de Beneficencia de Santia- go; devolvió las percibidas y se dirigió a Suiza, a Davos, donde se internó en la pensión Rosenhügel. Se recuperó rápida- mente no que apendieitis aguda interfirió en el cur-

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con su

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190 Momfros d e la Medicino Chdrno

so de su dolencia y hubo de ser intervenido de urgencia. Ya bas- tante mejorado. concurrió diariamente al Sanatorio Clavadel en el que actuó como médico asistente y se especializó en tisiologia.

Volvió nuevamente a Chile, pero ahora con dos amores: su es- posa y Francia, trasunto éste, en gran parte, del primero. Fue en el servicio del Prof. Masson, en Estrasburgo. donde conoció a Luisa Schifer, alsaciana; de inmediato fue para Sótero como una canción en el aire, como un estremecimiento de belleza y se sintió suLqugado por la joven artista del Instituto de Anatomía Patológica de Estrasburgo. Luego la supo adherida al tronco familiar como la yedra, para adornarlo, idealizarlo y beber en común la rica savia.

Y durante su estada en Davos contrajo matrimonio con ella. Gracias a Luisa lo que antes era sombra para Sótero, se fue trans- formando en aurora; “lo que iba a ser Monte Calvario se fue convirtiendo en Monte Tabor”. Luisa no tenia vacilaciones, ni timideces. Evocaba siempre las cosa? alegres y buenas, las que traen regocijo al espiritu y honor a la sangre. Nadie habria po- dido complementar de modo más perfecto los 26 años de Sótero; nadie pudo hacerlo mejor.

Y a través de Luisa amó a Francia. La amó con su hermosa serenidad de siglos. en su altiva gloria y suave gracia; Francia siempre apareció ante el como es ella: luminosa, fuerte, sembran- do su mensaje de luz radiante, con su olor de rosas y con el grato romanticismo de sus calles. Es de la vieja alma de Francia, siem- pre joven y siempre bella, que viene esa gracia encantadora que se desliza fácil por los dedos elegantes de las largas y delicadas manos francesas.

E s tan grácil y fina como una ala de abejas y el amor no es amor, sin su dulce palabra. ni Ronsard vertiria sobre el vino sus rosas, si no fueran Ronsard y los vinos de Francia,

Siempre gustó Sótero escuchar estos versos que le recordaban años doloridos y que gracias a Francia le fueron tan afortunados.

Otros dirán de la triunfal carrera de Sótero corno profesional; s u saber; su realce humano; su honda penetración y cálida sim- patia que llamaban a la confianza ilimitada y su total desinterés por el dinero. Como mtidico no solamente aliviaba los dolores fi- sicos sino que llevaba a las alma8 conturbadas la claridad da s u esperanza. el consuelo de su palabra, la fragancia hospitalaria de su conciencia. Pobres y ricos desfilaban por su consultorio y todos salían transformados y agradecidos.

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S6tcro del Río 191

No obstante su radical serenidad y prudencia, nunca hubo ini- quidad, ni inmoralidad de la democracia contra la cual no insur- giera rotunda y vigorosamente.

La época de fines de la década del 20 y de comienzos de la del 30, navegó a velas desplegadas llevando como pasajeros a los sie- te pecados capitales; ninguno naufragó. Años de angustiosa y abyecta dictadura, forjados a golpes de crudo realismo donde los hombres se movían en un ambiente de zozobra, de viviente trage- dia. El dictador y sus secuaces agitaban el látigo de la ley moral para excusar su improvisación en los negocios púbiicos y el cinico aprovechamiento de la fuerza del poder.

Todo estaba lleno de duelo y desesperanza; las cruentas cuotas al oacuro signo del oprobio eran hechos que acongojaban el alma y enturbiaban el horizonte. La tragedia duró hasta que el estre- mecimiento nacional y la onda de estupor azotaron los espíritus para despertarlos.

Sótero sabía que sólo la libertad puede conseguir la paz maie- rial y espiritual, porque en sus generosos conceptos a todos los aeoge, a todos los respeta. Desnudaba ralerosamente situaciones de aberrante injusticia social porque sublevaban su corazón re- belde y generoso.

Por eso en aquellas memorables jornadas que pusieron térmi- no a os oprobios de la dictadura, Sótero fue guia y mcudo de dig- nidad. Fiel a una gloriosa tradición su acción fue devolviendo a la patria sus perfiles republicanos, a sus hijos la paz y la justicia, y mostró al mundo la faz de un pueblo ennoblecido por el sacri- ficio, restaurado por su fe y erguido por su alta dignidad.

Así am6 Sótero a su patria. Acaso entre las joyas de la poesia religiosa n i n y n a haya al-

canzado tan alta cifra de perfección como ese hermosisimo soneto en que un autor anónimo, tal vez un fraile agustino, rwogió la entrañable hondura de s u amor. liberado de todo interes. puro en la más exacta esencia del sentimiento. Su última estrofa pudo haberla dicho Sótero a la patria:

No me tienes que dar porque te quiera, pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Y desde entonces la figura de Sótero logra una nueva dimen- sión: nace y crece el político. Ministro de Bienestar Social, de Salud en repetidas ocasiones y del Interior durante la presidencia de D. Jorge Aiesasndri. Sin encontrarse vinculado a ningún partido

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biorstroa de lo MsdiRno Chilcno 192

político, Sótero fue de aquellas personas que llegan a simbolizar ideas colectivas, estado de ánimo nacional, etapas históricas. cau- dales de tradición. de aspiraciones, de afectos de la sociedad don- de actúan. Figura representativa del mejor periodo de la historia nuestra -la de la e~~olución acelerada- fue esta de Sóteio del Río. F i m r a ejemplar para todos los chilenos.

Pero para quienes tuvimos el privilegio de vivir de cerca, ella se m e c e con golpes e iluminaciones de autrntica grandeza hu- mana.

Muchas vete el cumplimiento rígido del deber cierra las puer- tas a quien se inicia en la vida politica. Mucho tenemos que agra- decerle a este hombre en el derwmpefio de su tarea pesada. dura. pues estuvo labrando un porvenir claro en el campo más minado por la ingrata camarilla: el de la honorabilidad y recto cumpli- miento del deber.

La politiqueria es el mezquino oficio de quienes buscan medro personal en los puestos públicos, de los que falsiXican la voluntad popular para que sirva de instrumento a sus propias ambiciones.

La política, en cambio. como la practicaba Sótero. es la mas no- ble ocupación del espintu humano si se exceptúa la purisima bús- queda de la verdad que los antiguos llamaron filosofia. El más wande de los filósofos helenos llamó Politica a una de sus obras esenciales y, a traves de la historia, es la politica el hilo conductor de los grandas hombres.

Su altruismo creador y su inquietud fecunda por tcdas las co- sas nobles lo llevaron a ocuparse de otras cosas que no eran las suyas, sino las nuestras. Los anhelos y los ideales de las almas hermanas que rumoreaban a su alrededor lo llevaron al cargo de Director General de Beneficencia, expresamente seiialado para su- cederle por el hombre cumbre de la medicina chilena. el Dr. Ale- jandro del Río. Entre ambos no existia ningún nexo familiar.

Llegó allí y representó en esos momentos la satisfaeeión de una gran necesidad y de una gran dicha: la mayor necesidad de una institución es la de ser gobernada; su mayor dicha, la de ser bien gobernada.

Supo esquivar con pericia los escollos, porque era recto, desem- barazado Y oportuno y seguía una linea de conducta trazada a la luz del sol, sin complicaciones, sin interferencias. Condensaba las situaciones en una frase exacta. Yo fui teatigo de su quehacer diario, pero no es éste el momen-

ta de pormenorizar cuánto le debe la salud pbbliea, en especial la organización hospitalaria. a sus desvelos y a su indiscutida ca- pacidad. En eaa entread cordial a la lucha contra el sufrimiento

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S á l n o del Rio 193

y a la defensa de la salud, sus innegables aciertos quedan señala- dos cnmo hitos de nuestro urance sanitario y asistencial.

Saber y querer marcharon unidos en su labor. La Junta Cen- tral de Beneficencia. que era una reminiscencia del pasado, se in- clinó atraida por la presencia de Sótero que era la anunciación del porvenir.

Su antecesor, don Alejandro del Rio. habia sentado de modo definitivo in linea politica de la institución. mostró el a m i n o necesario para que en el futuro pudieran continuar realizándose SUS bien meditados programas dc renovación y períeccionamien- to técnico y social. politica que correspondió cumplirla a Sótero de modo tal w e a su acción personal se debió en forma irredar- uiiible la intwración en un sólo gran servicio de las acciones pre- ventivas y curativos, cuii el caiíel de que no existen dos medicinas sino una soia. Su concepción social de la medicina Io llevó a de- fender con ímpetu este pu4ulado.

Hoy no es flicil a las actuales generaciones comprender cuánto camino ha recorrido nuestra organización hospitalaria por obra de Sótero. quien no s6lo sabia lo que se habia de hacer sino tam- bién cómo hacerlo: poseia un criterio administrativo claro, recto y afortunado.

Su iniluencia en los problemas del país, una de las más largas y fmundas de nuestra historia, deja una huella definitiva de su personalidad. de s u cultura, de su talento politico y administrativo.

Pero en Sótero habia tambiGn otra personalidad: era necesa- rio verlo en la terraza de la casa de s u chacra en io3 días de otw ño o de invierno. buscando la luz y el sol, cubierto con s u ~ u e s o poncho de castilla. para comprender que en su alma se anidaba el autentico huaso chileno. Nunca pudo substraerse al embrujo del campo; se sentía atraido por las praderas verdegueantes y su vista descansaba en el terruño lleno de placidez y de frescura. Se extasiaba ante las faenas agrícolas y gustaba demostrar su des- treza como jinete. Durante largos años lo vimos domingos y fes- tivos, recorrer las dilatadas playas de Santo Domingo. caballero en brioso animal, acompañado de s u entrañable amigo el doctor Carlos Lobo Onell.

Sentia la emoción de los horizontes. Le gustaba ver el mar bajo la caricia de la tarde. especialmente en las playas maulinas de Curanipe y de Peyuhue; las veía obscurecerse poco a poco, te- ñir- delicadamente de malva, de r o s , de ópalo.

Amaba las flores. En su chacra Alsacía, Luisa había dibujado, plantado y cultivado cnn amor, con inteligencia y arte. y con es- mero, bello parque, l leno de silencio, de árboles, de flores; pw-

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Mliarslros di, lo Medinr in C l i i l c n ~ 194

que chilenísimo donde crecen los canelos, el peumo, el quillay, los maitenes, los chaguales. donde brota la maleza aromática, re- tozan las mariposas. pasan en rápidos y elegantes volteos los p i - jaro,, y, los claveles y tantas otras flores exhalan su fragancia. despliegan su hermosura.

Cuando yo los iba a visitar y reeorria el parque y advertia a través de los cercos de pinos las frutas en sazón, recordaba:

La tierra del Señor es tan hermosa, brilla el sol. corre el agua. pasa el riento y henchida por su amor. en goce lento. se madura la fruta deleitosa.

Allí en la paz sosegada y cálida del hogar. rodeado de sus perros regalones, Sótero se entregaba al cariño de los suyos y co- mo ninguna inquietud fue extraña a su inteligencia y a su espí- ritu, amaba la lectura; se deleitaba especialmente con la historia y la filosofía y leia con avidez, en JUS propios idiomas, los autores franceses, ingleses y alemanes más destacados.

La ,luz que irradiaba, el ambiente que con su presencia iluminaba su hogar. nos recuerdan las palabras de Orrego Luco ante los restos del doctor Adolfo Murillo: "]Ah! señores, dijo, los que asistimos a la intimidad de su vida, pdemos hoy dar testimonio que la primera hora de trifiteza que d llevó a su hogar, fue la hora en que lo dejó abandonado y las únicas lágrimas amargas que ha hecho verter a los suyos, son las que han humedecido su ataúd".

Hubo en su vida dos palabras: una fue lealtad. Lealtad para con la patria, lealtad para con los suyos, lealtad para con sus amigos, lealtad para sus convicciones y para las instituciones a las cuales hizo ofrenda de sus servicios. La otra palabra fue tole- rancia. Respetaba reverente todas las ideas ajenas siempre que fueran sinceras y lealmente sentidas. Pero su tolerancia era más amplia aún: como mi.dico, su acercamiento al dolor habia hecho florecer en su espíritu una tierna comprensión para todos los extravios, para todos los inforiunios, para todos los dealices de la vida.

Nadie pretenderá exterminar o hacer olvidar su obra y sus ideales, porque las ideas dominan a la muerte, porque el hombre en cuyos labios arde la sinceridad es hombre de eternidad; porque si su corazón dejó de latir su alma sigue palpitando en las entra- ñas de esta patria dolorida y porque el espiritu de Sótero flota sobre este pais como al aliento de Dios sobre los predios del mundo.

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Sdtero del Rlo 1:

La muerte no es sino un fenómeno de desintegración por cuya virtud el organismo vuelve al seno de la tierra, mientras el espi- ritu emprende su marcha ascensional. Siempre tendrá vigencia el pensamiento de Santiago Pérez ante los restos mortalea de Murillo Toro: “Como habla de extinguirse el hombre, rayo vivo que señala su paso en el lugar y en el tiempo”. “Guardbmonos de creer que perecen los que no hacen sino caminar en la sombra. El ocaso es sólo una relación en el movimiento de loo. astros”.

Hace tal vez 15 años, después de una grave enfermedad, pasé una semana en la propiedad que tenia Sótero en Santo Domingo. Fueron dias de gratas e inolvidables confidencias: ninguno de nOSOtros tenia el menor temor a la muerte fisica. Cuando yo muera -le dije a Sótero- mándeme decir una misa por el reposo de mi alma. Se lo prometo, me respondió, y en seguida me agregó: “-si yo muero antes, recuérdeme leyendo esas lineas que me acaba de dar a conoeer”. Era un trozo del Eclesiástico:

1.-Hijo no defraudes la limosna del pobre; no apartes tus ojos

2.-No desprecies el alma hambrienta y no exasperes al hombre

%-No aquejes el corazón del desvalido, ni dilates el dar al

4.-No deseches el ruego del atribulado, y no vuelvas tu cara

5.-Inclina al pobre tu oreja sin desddén y paga t u deuda y

6.-Libra a aquel que padece injuria, de manos del soberbio; 7.-No retengas la palabra en tiempo de que pueda ser saludable

a t u prójimo. N o encubras tu sabiduria en su hermosura; 8.-De ningún modo contradigas a la palabra de la verdad,

y ten verguenza de la mentira por falta de t u saber; 9.-No esté tu mano extendida para recibir y encosida para dar.

Esa era la pureza de su alma, una de las mis bellas que yo

siempre fue el su amplia soiirisa, duke y bondadosa, penetraba fácilmente

en todos los corazones; al estrechar su mano se sabia que se

que se habia ai más tierno y sagaz de los consejeros y de todo su ser emanaba un destello de apacibilidad, de abnega- ción y de generosidad.

del necesitado;

en su necesidad;

angustiado ;

al menesteroso ;

respóndele cosas apacibles con mansedumbre ;

haya conorido. un mensaje de bondad y de optimismo.

estaba frente a un amigo; ai oir SU

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196 ilforstros de le Medicino Chilnia

Leyendo algún tizmpo atrás el Ejercicio de Perfección y Vir- tudes Cristianas de Alonso Rodriguez, hube de recordar una vez m6s a Sótero, cuando dice: “El espíritu de mortificación y de rigor es muy bueno que lo tenga cada uno para sí. mas para su hermano siempre ha de tener un espiritu de amor y suavidad”.

Para todos, e1 diario transcurrir de Sótero e ra plácido, sin tormentos. No se veian nubes en su porvenir. Pero quienes vivíamos cerca de él sabiamos cuanto dolor físico agobiaba su existencia desde tan largos años, dolor que él sobrellevaba sin quejas, sin amarguras, casi como una necesaria purificación.

Es ésta una oportunidad para entregar a1 conocimiento de las jóvenes generaciones la lección de una vida que no sólo fue grande por el brillo privilegiado de la inteligencia sino por la fuerza creadora del corazón y cuya personalidad es uno de los más puros orgullos del cuerpo médico del pais.

Solamente queremos que la juventud de hoy, desconcertada y contradictoria, entienda, conozca lo que vale un carácter, lo que valen las virtudes democráticas, en el hondo y viril sentido en que lo fueron en existencias como la de Sótero. La misión de una generación no es ser original sino ser eficaz.

El destino lo tenia señalado para engastarlo en la historia. Cuando lo vi la última vez -el día de su partida a Estados

Unidos- estaba ya quebrado fisicamente, pero todavia me alcan- zó su serena fortaleza, esa bella oleada de su alma que llegó por fin a una playa eterna.

Y después el desgarro doloroso. ¿Cómo definir lo que sentí? Hay una antigua seguidilla andaluza “en la que se junta el

fervor religioso y todo lo que sacude las entrañas del querer”:

A un santo Cristo de acero mis penas yo le contaba, y eran tan grandes mis penas que el santo Cristo lloraba. . .